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Doctrina Monroe

“Los ciudadanos de los Estados Unidos atesoran los más amistosos sentimientos en
favor de la libertad y felicidad de sus semejantes de ese lado del Atlántico. En las
guerras de las potencias europeas en asuntos que les conciernen nunca hemos tomado
parte alguna, ni concuerda con nuestra política hacerlo... Con las colonias existentes o
dependencias de cualquier potencia europea no hemos interferido ni interferiremos,
pero con los Gobiernos que han declarado su independencia y la han mantenido, y
cuya independencia hemos reconocido, con gran consideración y con justos principios,
no podríamos ver ninguna interposición con el fin de oprimirlos, o controlar de otra
manera su destino, por cualquier potencia europea bajo cualquier otra luz que no sea
la manifestación de una disposición poco amistosa hacia los Estados Unidos”.

James Monroe 2 de Diciembre 1823

Esta doctrina se refiere a la doctrina articulada por el presidente estadounidense James Monroe hace
casi dos siglos. Su propósito era evitar que otros poderes europeos intentaran apoderarse de los
territorios que recién se habían independizado de España y Portugal. En el momento de su
formulación, pareciera más una declaración de intención que una advertencia materializable. Pero
con el paso de los años, fundamentó una las convicciones más profundas de la política exterior
estadounidense. Tanto así, que esta doctrina aún marca las relaciones internacionales del continente
americano. 

Recién declarada la independencia de las que fueran posesiones españolas y portuguesas en


América, aún no quedaba claro cuál sería su futuro inmediato. Era posible que después de
declararse independientes buscaran anexarse a una formación política mayor, como sucedió con
Centroamérica al unirse a México. No quedaba absolutamente claro si eventualmente alguno de
estos territorios podría formar parte de una entidad política transatlántica o si buscarían cortar
definitivamente con las coronas europeas. 

Esta situación causaba incertidumbre en los Estados Unidos de América, que se habían forjado
luchando contra los intereses foráneos en sus territorios. En 1823, les preocupaba las intenciones
expansionistas en América de otros poderes europeos. Los ingleses habían invitado a los
estadounidenses a emitir una declaración en contra de los posibles intentos de colonización de
América de parte de los franceses y rusos. Los estadounidenses consideraban que cualquier intento
europeo por expandirse hacia América aprovechando el colapso de España y Portugal vulneraba su
recién adquirida independencia. 

Dialogando con el Secretario de Estado John Quincy Adams, el presidente Monroe preparó su
discurso al Congreso estadounidense acerca de este tema en diciembre de 1823. Monroe fue el
último de los fundadores en ser Presidente y había sido embajador ante Francia y Gran Bretaña. John
Quincy Adams, que había sido embajador ante Portugal y Prusia, lo sucedería en la Presidencia. 

El discurso resume de una manera admirable la compleja discusión. Si bien se trata del reporte anual
al Congreso, el discurso expone con claridad lo que espera Estados Unidos de los Europeos con
relación a las recién establecidas repúblicas americanas. En breve, América para los americanos.
Advierte a los poderes europeos que no se metan con o en América. 

A continuación la parte más relevante del discurso del presidente Monroe:

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