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Entorno al ergo del cogito ergo sum

Sékioz de Niafre

25 de junio de 2020

A León, cuya original reflexión lo inspira

Si el genio maligno puede engañarme de las verdades matemáticas, ¿qué le impide


también hacerlo de las lógicas? En particular, si bien puedo afirmar el cogito, difícil-
mente puedo afirmar el cogito ergo sum, y mucho menos el sum que se deduce de las
anteriores por modus ponens.
No en balde, si bien el genio maligno no es más que una metáfora, lo cierto es que
sí existen lógicas no clásicas en las que se renuncian a algunos principios básicos suyos
como el del tercero excluido (intuicionismo, lógicas multivaloradas) o el principio de
explosión (lógicas paraconsistentes), o que admiten razonamientos por defecto, abduc-
ción, revisión de creencias... (lógicas no-monotonicas). A este respecto, quizá el caso
más interesante sea el de las lógicas relevantes (subgrupo de las paraconsistentes), que
persiguen evitar las verdades vacuas del condicional material, que podría alegarse que
también afectan al modus ponens.
Ahora bien, diría que éste es común a cualquier lógica postulable (y su sistema de-
ductivo de Hilbert–Ackermann asociado), y que nadie la ha cuestionado seriamente
como regla de inferencia, viéndose de hecho como una simple regla de simplificación;
a lo sumo, la lógica subjetiva la ha generalizado a un contexto más amplio. En otras
palabras, negar el modus ponens es negar a la naturaleza misma de la lógica.

Por otra parte, y recordando la elipsis de la versión de Agustín de Hipona (si enim
fallor, sum), nos podríamos plantear si realmente el ergo es necesario, pues el acto del en-
gaño entraña en sí mismo una víctima, así como el verbo no existe sin un sujeto... salvo
porque, de hecho, sí existen verbos defectivos (a menudo unipersonales o incluso im-
personales) como llover, anochecer, concernir, haber (en el sentido de existencia, que no
desarrollo), soler, descolorido... Así, podríamos imaginar que, en realidad, «engañar»
es, genio maligno mediante, de esta clase, y que puede existir pensamiento y engaño
sin sujeto.
En este sentido, cabe resaltar que ese sum no se refiere a una noción de yo personal,
o siquiera de sujeto o individuo, por lo que realmente tanto nos da quedarnos en el
cogito como llegar al sum: el segundo no es más que una frusleria redundante que quie-
re enfatizar el primero. Otra cuestión sería determinar su naturaleza, si es que eso es

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posible, pero lo que en cualquier caso no puedo negar es el cogito. Tal vez no pueda
decir que hay un pensamiento, o que hay pensamiento, o que se percibe pensamiento,
o que... pues ignoro qué es dicho pensamiento, y todas las formulaciones anteriores
presuponen algo de él. Pero aun con todo, si no sum, al menos si cogito.
También es interesante notar, como se hace en César Tomé La ilusión del yo (2017-2-
12), que el argumento está incompleto, debiendo ser: «yo soy consciente de que pienso,
luego existo». En particular, esa existencia etérea e indeterminada del cogito sólo es
afirmable en el momento de autoconsciencia, i.e., sólo cogito cuando cogito sobre cogito.
El resto del tiempo bien podría no haber nada, como pone de manifiesto el argumento
de la Tierra de cinco minutos.
Para terminar, puede resultar extraño considerar una acción sin sujeto que engaña (si
bien el autoengaño no es precisamente una noción impensable), aunque quiero recordar
que ese «engañar» se debe más bien al framing que se ha tomado en la investigación
filosófica cartesiana. Bastante más natural es, creo, concebir dicha res cogitans como
una imaginación potencialmente cambiante.

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