= UN SECRETO "
S oy un viejo escritor. No siempre fui es-
ctitor, pero ahora soy viejo y soy escritor. Alguna
ver fai un principe. No necesitaba trabajar para
vivir. Hoy no sélo soy un desconocido y me gano
cada doblén, sino que no conozco ningiin trabajo
que vuelva el tiempo atrés. No sé si me gustaria
ser nuevamente principe, pero s{ quisiera ser joven
otra vez, al menos dos veces por semana, No me
gusta ver mi créneo completamente calvo en el es-
pejo, y menos atin ver salir por mis orejas los pe-
Jos que no me crecen en la cabeza. No me gusta
que me duela la cintura ni que me cueste dormir-
me por las noches. Pero por suerte nadie me ve
cuando me lee. Es una de las pocas ventajas de mi
trabajo como discreto escritor. Imaginen si fuera
actor o bufén. Con este aspecto, ni siquiera me
respetarfan como rey. Después de todo, aunque
no soy rico ni famoso, la escritura ha sido el dni-
co modo de continuar siendo un principe con el
paso de los afios. Como sea, no serfa un principe,68
ni podria llevarme un mendrugo de pan a la boca,
de no ser por ustedes, los lectores. (Qué se le puede
dar a un lector que nos homenajea con su atencién?
Siempre una buena historia. Hay escritores que no
son capaces ni de eso. Creen que es el lector el que
debe agradecerles o trabajar para leerlos. Yo me
siento honrado cada vez. que me leen, y como mi-
imo me siento obligado a contar un cuento que
empiece, termine y entretenga en el camino. Pero
los lectores me dan mucho més: me permiten so-
brevivie y continuar siendo atendido sin importar
mi edad. Por eso estoy dispuesto a ofrendarles algo
mds que un cuento: un secreto. Es un secreto muy
importante. Supongo que se estarin preguntando
cémo puede ser que les revele un secreto tan impor-
tante en un cuento que se ofrece al piiblico. Pues
porque conozco mis limitaciones: za cudntas perso-
nas llegard este secreto? No tantas como para deje
de serlo. Yo confio no sélo en la discrecién, sino
también en la ambicién de mis lectores. Saben que
mientras no se lo cuenten a nadie, ademds de un
cuento tendrén un secreto. Mientras que si lo reve-
lan, no les quedaré més que un cuento como cual-
quier otro. En fin, hice lo que pude.
‘Mi historia sucedié hace no mucho tiem-
po. En los tiempos en que sélo habia reyes y prin-
cipes, antes de que las revoluciones me convirtieran
6
en un escritor de historias inventadas. Pero ésta
que les vay a contar sucedié realmente.
éHan ofdo hablar de la Bella y la Bestia?
Pues la Bella era una muchachita como tantas,
muy hermosa, muy dulce y bondadosa, que un dia
entré en unos jardines privados a recoger una flor
para su padre moribundo, Con tan mala suerte
que el duefio era un principe hechizado, converti-
do en una bestia, y la retuvo consigo para hacerle
pagar su culpa. Pero el hechizo del principe se que-
braba si una doncella se enamoraba de él aun en su
presente aspecto ~que puedo asegurarles era aun
peor que el mfo: melena de len, hocico de jabali,
fauces de hiena y mentén de oso hormiguero-. Por
supuesto, la doncella se enamoré, la Bestia recupe-
16 su aspecto original, se casaron y vivieron felices
para siempre, Ah, el padre de la muchacha tam-
bién sané y vivié muchos afios més.
Pero yo quiero contarles un secreto. Ahora
que ya no hay principes ni reyes, y que nadie cono-
ce la identidad de la Bestia ni de la doncella, za
quién puedo perjudicar? Eso st: mantengan la boca
certada.
Luego de que, por efecto del amor, la
Bestia se convirtiera en principe, la Bella, Ilama-
da Romualda, pregunté una noche, durante la lu-
na de miel, si no era posible que, por una sola vez,70
el principe se convirtiera en Bestia, pues Romualda,
como bien sabemos, se habla encarifiado con ese
aspecto monstruoso y querfa al menos despedir-
se. El principe le aclaré que no: afortunadamente,
el hechizo no era reversible. Romualda acepté la
respuesta, y continuaron su vida en paz. Pero al re-
gresar de la luna de miel, Romualda pregunté al
principe si no podfan encontrar a la bruja que lo
habfa hechizado y pedirle que por tinica vez lo
convirtiera, por unos minutos, en Bestia, para que
ella pudiera despedirse, pues el corazén le dolia de
extrafieza.
—Pero si aqui me tienes —replicé el prin-
cipe, ya algo ofuscado.
—No es lo mismo, no es lo mismo —se
excusé la princesa—, Yo te conoci con un aspecto
horrible. Eso me enternecfa. Sé que eres ti, y tu
alma, pero quisiera verte una iltima vez como te
conoci... Eras tan tierno en tu fealdad...
El principe resoplé y le dijo que aquello
era imposible.
Pero la vida nunca es como la esperamos.
Cuando tenemos servidos nuestros platos favori-
tos, perdemos el apetito. Y cuando tenemos mu-
cha hambre, comemos cualquier cosa. Nunca
coinciden nuestras mayores ansias y nuestras ma-
yores conquistas. La princesa comenz6 a incordiar
al principe: sofiaba con la Bestia. Queria verla una
sola vez més, aunque fuera por un segundo.
El principe, durante sus afios de maldi-
cién, lo habia perdido todo: su familia y su heren-
cia, Lo habjan abandonado, desterrado y deshere-
dado al convertirse en monstruo. Sélo le habla
quedado aquel jardin de rosas. Pero la ahora prin-
cesa Romualda, aunque no provenia de la noble-
za, era hija de una familia muy rica. Los familia-
res, relacionados con nobles de otros reinos
~cuando atin existian los nobles y los reinos- co-
menzaron a preguntar cudndo Hlegaban los nifios.
En esos mismos dias, luego de suefios, pesadillas,
dias de inapetencia, finalmente Romualda, entre
sollozos, se vio obligada a confesarle la verdad al
principe:
—Oh, mi sefior, no puedo més. Yo estoy
en verdad enamorada de la Bestia. Yo queria aquel
cuerpo monstruoso, ese rostro desagraciado. La
ternura y profundidad de su corazén, en contras-
te con su apariencia monstruosa, era lo que me
enamoraba. Ya no puedo vivir sin la Bestia. ;Qué
haremos?
El principe se la quedé mirando y sus ojos
se llenaron de Kégrimas.
—Por Dios, te digo, sefiora mia, que nun-
cahe conocido una criatura como ti. Ni siquiera la2
Bestia es més singular que ti, esposa mfa. Y
créeme que yo también me siento obligado a de-
cirte la verdad.
Romualda, conmovida, tomé asiento en
el lecho matrimonial.
La verdad era mucho mds sorprendente
de lo que esperaba.
La Bestia era una Bestia, pero su esposo
no era un principe. La Bestia y el supuesto prin-
cipe, Monsieur Bellépoque —que tampoco era su
nombre real~ se habjan conocido en una feria de
vatiedades. Entre otros muchos fenémenos, se
encontraba la Bestia, tal como la hemos descrip-
to. Monsieur Bellépoque compré a la Bestia por
una buena cantidad de doblones y le propuso un
trato que los harfa ricos por mucho tiempo: se
instalarian en distintos reinos, en un sitio con un
atractivo jardin de rosas, 0 con una fuente encan-
tadora, o donde fuera que por algiin motivo una
doncella se sintiera tentada a pasar. Y en cuanto
alguna doncella se atreviera a acercarse a cortar
tuna rosa ~hecho que ocurrfa al menos una vez por
mes, cuando no cada quince dfas-, si su fortuna lo
ameritaba, le harian creer que la Bestia -que asf
habfa nacido y asf vivirfa por siempre~ era en rea-
lidad un principe hechizado, y que por medio del
amor podia devolvérsele su apariencia original.
B
Las doncellas que se internan en un jardin para
arrancar una rosa suelen ser tiernas y compasivas,
y generosas cuando son ricas. Ninguna podfa elu-
dir el hechizo de un principe convertido en mons-
truo que mantenfa intacta su capacidad de amar.
‘También encontraban doncellas en el bosque o en
el camino, donde la Bestia aparecia como ocultin-
dose, huyendo de sus supuestos captores de la fe-
ria de variedades. Todas las jovencitas ricas se apia-
daban. Cuando, por fin, segtin nuestros dos pillos
por efecto del amor, la Bestia recuperaba su apa-
riencia de principe, se casaban. A los dos 0 tres
meses de casados, Iuego de apoderarse de buena
parte de la fortuna de su flamante esposa por di-
versos medios, el principe desaparecfa y la Bestia
teaparecfa por tiltima ver: habia descubierto que
el hechizo sélo se interrumpia durante algunos
meses por efecto del amor; pero deberia pasar el
resto de su vida como una Bestia. Todas las fla-
mantes esposas lo abandonaban entonces, sin ex-
cepcién, sin reclamar un penique de su fortuna,
acongojadas pero vencidas. Hasta que aparecié
Romualda, la tinica que se habfa enamorado real-
mente de la Bestia, al punto de quererla como era,
mis que al principe. No habfan querido concederle
la aparicién de la Bestia antes de acabar de esquil-
marla, pero su tenacidad los habia derrotado.”
—Tr presento a mi amigo Baltanera —dijo
el falso principe—. Ya no podemos engafiarte. Ti
eres distinta de todas las que conocimos, y superior
a nosotros dos en todo. No podemos engafiarte.
Por algiin lado apareci6 Baltanera, la Be
y se puso de rodillas ante Romualda.
—Mi suefio, mi amor. Intentamos enga-
fiarte, pero tii nos venciste: ;c6mo podia imaginar
yo que alguna vez alguien me querria tal cual soy?
{Crees acaso que de haber sabido que existfa una
criatura como ei me hubiera dedicado un solo dia
de mi vida a estas penosas tramoyas? Tayo es mi
corazén, tu fortuna estd intacta y te la devuelvo.
Ni siquiera te pido que nos casemos. Trabajaré pa-
ra tiel resto de mi vida. Sélo pido el placer de tu
compafifa.
Pero Romualda se habia enamorado de un
corazén puro y atormentado, De un hombre-bestia
cuya alma era todo lo contrario de su aspecto. No
con un pillo capaz de arrepentirse. La habian enga-
fiado como a una nifia. Habfan abusado de su gene-
rosidad. La habfan considerado una tonta. Abando-
né a Baltanera y Monsieur Bellépoque sintiéndose
orgullosa de su capacidad de amar. Nunca més vol-
vi6 a verlos, ni ellos continuaron su farsa. Claro, lo
que se supo en el resto del mundo, y sospecho que
se creeré para siempre, fue de la Bestia convertida en
%
principe por amor. No sé si les he hecho un favor
contindoles la verdad, No sé si me agradecerén por
petmitirles guardar este secreto, Si no se sienten
afortunados por saber el secreto, entonces regreso al
Principio y espero que, al menos, hayan disfrutado
de un buen cuento.