LA PESQUISA DE
DON FRUTOS
Don Frutos Gémez, el comisario de Capibara-
Cué, entré a su desmaniclada oficina haciendo sonar
las espuelas, saludé cordialmente a sus subalternos y
se acomodé en una vieja silla de paja, cerca de la
puerta a esperar el mate que unc de los agentes em-
J pezd a cebar con ‘pachorrienta solicit solicitud.
Cuando tuvo el recipiente en sus “manos, aspiré
con fruicién por la bombilla y gusté el aspero sabor
del brebaje en silenciosa delectacién.
—Ta giienazo.., —dijo dirigiéndose al agente—,
vo no servirds pa melico porque so mas lerdo que ta-
ti-carreta, pero pa cebar los verdes sos de mi flor...
—No me halaguée, comesario, que no soy dengu-
na china... — respondié el soldado intimamente com-
placido.
Al recibir el segundo mate lo tendié cordial hacia’
el oficial sumariante que leia, con toda atencidn, jun-
to a la tinica y desvencijada mesa del recinto.
~—~jGusta un amargo?
—Gracias... —respondié el otro— sdlo ‘tomo
dulce.a
50 VELMIRO AYALA GAUNA
~-Aqui sélo toman dulces lag mujeres... — tercid
el cabo Leiva eon completo o
—Cuando quiera su opinién se la solicitaré —
respondié friamente el sumar
—Ta bien, mi ufisial — y,
vido de la disciplina.
‘iante.
espondié el cabo y con-
tinudé perezosamente apoyado contra el marco de la
puerta.
Luis Arzdsola, que hacia
cinco dias apenas que
habia liegado de Ia capital correntina a hacerse car~
go de su puesto, en ese aband
lonado pueblecito, se re-
volvié molesto en su asiento, conteniendo a duras
Penas sus deseos de “sacar carpiendo” al insolente,
“pero Don Frutos regia a. sus. subordinados con pater.
nal condescenden
sin reparar en graduaciones y
no.ueria saber de mas Yeglamentos que su omni-
jnoda voluntad.
Caands é1 va, en ese breve tiempo, le hubo ex-
puesto en repetidas ocasiones sus quejas por lo que
consideraba excesiva confianz,
a 0 indisciplina del per-
sonal, sdlo obtuvo como unica respuesta:
~—No se haga mala Sangre m’hijo.. No lo hacen
ton mala intencién sino de bruto que son nomé... Ya
an ~ erro!
se ird acostumbrando con él
empo.
Para olvidar su disgusto siguié leyendo en su
preciado libro de “Psicologia?
en un cuaderno que tenfa a
que tenia una pata mas corta
ba hacia un costado y hacia
3
y efectuando apuntes
su lado, pero la mesa
que la otra se inclina-
peligrar la estabilidad
del tintero que se iba corriendo, lentamente y ame-
nazaba terminar en el suelo.
diario, Io doblé repetidas vec
Para evitarlo tomé un
es y lo colocé para ni-
eeeeaeeauconuciat aoc tnitracnatiiiteattettinanmene egy
Poe rascaem neg gana
LOS CASOS DE DON FRUTOS GOMEZ BL
velar el mueble, debajo del sostén defectuoso. Luego
siguié con la lectura interrumpida.
+ ~~2Qué pa estd aprendiendo che oficial? —— pre-
gunié el agente mientras esperaba el mate de manos
del comisario.
—Psicologia.
—é¥ eso pa qué sirve?
—~Para conocer a la gente. Es Ja ciencia del cono-
cimiento del alma humana.
El milico recibié el mate, medité unos segundos
y conciuyé sentenciosamente:
~-Pa mi ver eso no se estudea en lo libro. Pa co-
nocer a la gente hay...
Vacilé un momento y afirmé:
ah ~-.-hay que estudear a la gente.
Después se acercé al brasero que ardfa en un rin-
cén y empezd a Henar la calabaza cuidando que el
agua no se derramara y que formara una espuma con-
sistenie.
En eso estaban cuando Aniceto, el mozo de la
carniceria, entré espantado,
—iDon Frutos!... [Don Frutost,..
~-éQué te oeurre, hombre? — contesté el aludido
y empezé a levantarse.
~Al tuerto Méndez...
~—~j Si?
-—Lo han achurao sin asco... Ricién cuando le jut
a Nevar un matambre que habia encargado ayer,
dentré a su rancho y jénima bendita santa! lo encon-
tré tendido n’el suelo, boca abajo y Meno ’e sangre...
--iSeguro pa que estaba muerto, chamigo?52 VELMIRO AYALA GAUNA
—Seguro nied, Don Frutos. Duro, frio y hasta
medio jediendo con la calor que hace.
—Giieno, gracias, Aniceto, Andate noma.
--jHasta luego, Don Frutos!
-~jHasta luego, Aniceto! — respondié el funcio-
nario y volvié a sentarse cé6modamente.
El oficial, que habia dejado el libro, se planté
frente a su superior,
—~iQué pa le pasa m'hijo?
~—iNo vamos al lugar del hecho, comisario?
—Si, enseguidita.
—Pero... jes que hay un muerto, sefior!
—iY qué?... —contesté el viejo ya con absoluta
familiaridad—. ;Acaso tené miedo que se dispare?...
Dejame que tome cuatro o cinco matecitos mas o de
no, me se van a destefiir las tripas.
*
Cuando, después de una buena media hora, arri-
,. baron al rancho de las afueras donde habia ocurrido
el suceso, ya.el oficial habia redactado “in mente” el
informe que elevaria a Jas autoridades sobrelia ino-
ho perancia del comisario, sus arbitrarios procedimien-
+ tos y su inhabilidad para el cargé.{Crefa que era Ie-
» gada la ocasién propicia para su particular lucimien-
: to y para apabullar con sus mayores conocimientos
vidos métodos simples y areaicos del_funcionario ‘cam-
+ pesino. Lo tnico que lamentaba era haber olvidado
en la ciudad una poderosa lupa, que le hubiera ser-
LOS CASOS DE DON FRUTOS GOMEZ 53
vido de maravillosa auxiliar para la blisqueda de
hueillas.
Apenas a unos pasos de la puerta estaba el ex-
tinto de bruces contra el suelo.
~~jAnda! —ordené el comisario al cabo Leiva—.
Abri-bien la ventana pa que denire la luz.
Este lo hizo asf y el resplandeciente sol tropical
entré a raudales en la reducida habitacién,
Don Frutos se incliné sobre el cadaver y observé
en la espaida las marcas sangrientas de tres pufiala-
das que tefiian de rojo la negra blusa de! caido.
—Forastero... — grufd.
Luego buscé un palito y lo introdujo en las heri-
das. Finalmente lo dejé en una de ellas y aseverd:
~Gringo,
Se Trguid buscando algo con la mirada y, al no
encontrarlo, dijo al cabo:
—Anda, sacale laj rienda al rosillo qu’es man-
sito y traemelas...
Cuando al cabo de un momento Jas tuvo en sus
manos, midié con una la distancia de los pies del di-
funto hasta Ja herida y luego, transportandola sobre
el cuerpo de Leiva, alzé un brazo y lo bajé. No quedé
satisfecho, al parecer, y, poniéndose en puntas de pie,
repitié la operacion.
—jAja! —dijo—. Es mas alto que yo, debe medir
un metro y ochentamaomeno. ~~~
Inmediatamente se volvié al cabo y lo interrogé:
--,Estuvo ayer el Tuerto en las carreras?
—Si, pero él pasé la tarde jugando a la taba.
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54 VELMIRO AYALA GAUNA
iY le jué bien?
-—i¥ de no! Si era como nu hay otro pa clavarla
’e giielta y media! {Dios lo tenga en su santa glori
Gané una ponchada de pesos. Al capata ’e la estancia,
a ese que le dicen “Mister” lo dejé sin nada y hasta
je gan6 tres esterlinas que tenia ’e recuerdo; el Nato
Caceres perdié ochenta pesos y el anillo ’e compro-
miso...
—Giieno, revisalo a ver si le encontrds la plata...
El cabo obedecié. Dié vueltas al cadaver y le me-
tié las manos en los bolsillos, hurgé en su amplio cin-
turén y le tanteé las ropas, i ,
—Ni un vainte; comesario.’ vel
-~A. ver... Vamoj a buscar en Ja pieza, puede que
Jo haiga escuendido.
~-Pero, comisario —salté impaciente el oficial—.
Asi van a borrar todas Jas huellas del culpable.
—iQué giellas,m’hijo?
—tLas impresiones dactilares...
—Aca no usamo d’eso mvhijo... Tuito lo‘ hacemo
a lo que te criaste noma... i
Y ayudado por el cabo y el agente, empezé a bus-
car en cajones, debajo del eolchén ¥ en cuanto posi-
ble escondite imaginaron, ‘
Arzasola, entretanto, seguia aeumulando elemen-
tos con criterio cientifico, pero se encontraba un poco ,
desconcertado. En la ciudad, sobre un piso encerado,
un cabello puede ser un indicio valioso, pero en el
sueio piso de tierra de un rancho hay miles de cosas
mezcladas con el polva: eabellos, reeortes de ufia, la-
ves de lata de sardina, botones, semillas, huesecillos,
LOS CASOS DE DON FRUTOS GomEZ 5S
etc. Desorientado y después de haber Henado sus bol-
sillos con los objetos mas heterogéneas que encontré
a su paso, dirigié en otro sentido sus investigaciones,
Junto a la puerta y cerea de la ventana encontré una
serie de pisadas y, entre ellas, la huella casi perfecta
de un pie.
~—iComisario! —grité—. Hay que buscar un poco
de yeso..,
~—iPa qué m’hijo?
—-Para sacarle el molde a esta pisada. El asesino
estuvo parado aqui y dejé su marca.
—éY pa qué va servir el molde?
~—Porque gracias a una ciencia que se llama An.
- tropometria —respondié despectivamente y como
dando una leccién—, de esa huella se puede deducir
Ja talla de su duefio y otros datos...
tr —No te aflijas por eso. El ereminal es un gringo,
/ md o meno una cuarta més alto que yo y dejuro que
; ha @estar entre la peonada.’e la estancia ’e los in-
| gleses...
: -—iPero!... — se asombré el oficial,
—2¥a_te_explicaré wads tarde nvhijo. Toy siguro
_. qu’el tipo estuvo en la cancha ’e taba y vido como el
* Tuerto se llenaba ‘e plata, dispué se adelanté y lo
estuvo esperando n’el rancho. Quedé un rato vichan-
do el camino desde la ventana y dispué se puso detra
’e la puerta. Cuando el pobre dentré Vencajé una pu-
fialada y enseguida do mA cuando lo vido eaido,
-—Ansi es Don Fruto... —asintié el caho—. Se ve
clarito por las pisadas.
\
|56 VELMIRO AYALA GAUNA
--Al verlo muerto le revisé loj bolsillo, le sacé
tuitas las ganancias y se jué.. Pero, ya loj vamoj a
agarrar sin la Jometria esa que decis.
Enseguida, dirigiéndese al agente que lo acom-
pafaba, ordend:
—Andate a lo del carnicero y decile que te dea
un cuero ’e vaca y te emprieste 'l carro. Lo traes al
Aniceto pa que te ayude, lo envuelven al finao, lo
cargan y lo lievan a enterrar.. El pobre no tiene a
naides que lo lore. Cuando venga el Pa} Marcelo pa
Ja Navida le haremos decir una misa...
—Ta bien, comesario.
Inmediatamente se volvié al oficial y al cabo Lei-
va y les dijo: .
--Aura vamoj pa Vestancia.. Si me hace qu’el
\ meet que ha hecho esta fechuria debe @’estar alli...
ok
La estancia de los ingleses se encontraba mas o
menos a media legua del pueblo. Ademas del habi-
Q tual personal de servicio y peones habia en ella unas
" f/dos docenas de obreros trabajando en la ampliacién
uuvde unas alas del edificio.
soi} Interiorizado el administrador del propésito que
los Wevaba hizo reunir, frente a una de las: galerias,
a todo el personal. Hombres de todas clases y con los
mas diversos atavios se encontraban alli. Algunos con
el torso desnudo brillante de sudor porque el sol ya
empezaba a hacerse sentir, otros en camiseta, blusas,
camisas de colores chillones, un inglés con “breches”,
LOS CASOS, DE DON FRUTOS GOMEZ 57
i un espafiol con boina, un italiano con saco de pa-
na, ele,
—Poné a un lado a los gringos y a loj otros de-
jalos dir — dijo Don Frutos al oficial, después de pa-
sar su mirada por el grupo y se senté con el duefio
de casa a saborear un vaso de whiskey.
Arzasola, a su vez, transmitié la orden:
--Los extranjeros que avancen dos pasos al
frente.
Una decena de hombres se destacé de la masa.
El oficial, entonces, dirigiéndose a los otros, ex-
clamé:
~-Ustedes pueden retirarse.
Correntinos, misioneros, formosefios y de algunas
otras provincias del norte se alejaron murmurando
a entre dientes o contentos de verse libres de Ja cu-
riosidad policial.
* ‘De pronto el cabo Leiva se adelanié hacia un
mocetén'de pelo hirsuto y tez cobriza que habia que-
dado con Jos demas.
—Y vo Gorgonio, qué hacés aqui?
—L'ofisial dijo nicé que se quedasemo lo estran-
jero, pué.
—jQué pa a ser estranjero vo! Usté so paraguallo
como yo, chamigo. Estranjero son lo gringo, lo de las
Uropas... ;Anda de aca y quedras darte corte!
. Y asi diciendo lo sacé a empellones de la fila.
: Don Frutos, entonces, se acercé a los restantes y
después de observarlos, dijo:
-—Lo do petiso ‘e Ia esquina y ese otro ’e boina...
: vayanse noma...58 VELMIRO AYALA GAUNA
Frente a él quedaron el inglés, un par de italia-
nos, algunos espafioles y un polaco.
—A ver... --continué— muestren la cartera 0
plata que tengan...
En las callosas manos aparecieron carteras gra~
sientas o pesos arrugados.
El inglés sin inmutarse, advirtié:
—-Mi no tener una moneda.
Al ofrlo, Arzdsola se acered a Don Frutos y le
\ dijo suavemente:
—Est4 mintiendo, me parece. Debe ser él y segu-
ro ha escondido lo robado. Lo habra hecho para re-
cobrar sus esterlinas,
—No —le respondié el superior—, Ese no puede
ser... Mirale los pieses...
El inglés permanecia firme y estdtico mientras
los otros, inquietos, se asentaban, ora sobre un pie,
ora sobre el otro.
—iVes m’hijo?... El “Mister” puede estar mucho
“ tiempo sin miéverse mientras el que estuvo allA dejé
el suelo como pisadero P’hacer lagrilios.
Se acercé a los hombres silenciosos y les revisé
el dinero sin decir palabra.
Se retiré unos pasos atras y¥ dijo al oficial:
--El polaco, el italiano pelo ’e choclo y lo doj ga-
Nlego no han estado en Ja tabeada.
—iComo lo puede asegurar?
—iNo viste que la plata d’esos estaba limpita y
lisa? La de esoj otro estaba arrugada y sucia ’e tie-
rra. Cuando podds observar una partidita vaj a ver
como los tabeadores estrujan los billetes, loj hacen
ste
LOS CASOS DE DON FRUTOS GOMEZ 59
bollitos, los dueblan y loj sostienen entre Jo dedo, loj
tiran al suelo, loj pisan, loj arrugan, etc. Uno de eso
do debe ser. Se acered de nuevo a la fila Y, pasandose
el pafiuelo por la cara, dijo:
{TA apretando la calor, no?
Miré al italiano de saco de bana y Je aconsejd
paternal:
—Ponete cémodo... Sacate el saco.
~-Estoy bien, gracias.
~-Sacate el saco te he dicho — ordend y luego
siguid con tono protector: —te va a embromar la ca-
Jor si no lo hacés...
A regafiadientes obedecié el otro.
Apenas lo hubo hecho, cuando Don Frutos or-
dendé al cabo:
—iMetelo preso! Este es el criminal...
4 Dando un rugido de rabia, el indicado metié 1a
| mano en Ja cintura y la sacé empufiando un pequefio
| y agudo cuchillo, pero el cabo, con rapidez felina, se
df janzé sobre él y lo encerré entre sus fuertes brazos,
i mientras el oficial, prendiéndosele de la mano, se la
{ Tetorciéd hasta hacerle caer el arma. Enseguida, ayu-
‘ dado por les otros peones, le ataron las manos a la
espalda y lo arrojaron sobre un carro que le facilité
el administrador para Uevarlo al pueblo. Don Fru-
tos recogié el saco, lo estrujé poco a poco como bus-
cando algo y, luego, con el mismo cuchillo del dete-
nido lo descosié a la altura del hombro y alli, entre
el relleno, encontré escondidas las monedas de oro y
el anillo. Después volvié a Ia mesa a terminar el
whiskey y agradecer al duefio de casa su colabora-60 VELMIRO AYALA GAUNA
cién, terminado lo cual la comisién monté a caballo
y emprendié el regreso.
Una vez que el preso quedé bien seguro en el ca~-
labozo, el comisario y el oficial se acomodaron en la
oficina.
Arzasola, impaciente, pregunté:
rdén, comisario, pero cémo_ hizo para des-
cubrir al asesino?~
—Muy facil m’hijo... Apenas vi laj herida del
muerto supe qu’el culpable era forastero.
—jPor qué?
—-Porque las heridas eran pequefias y aqui nai-
des usa cuchillo que no tenga, por lo menos, unos
- treinta centimetros ’e hoja. Aqui el cuchillo es un
instrumento ’e trabajo y sirve pa carnear, pa cortar
yuyos, pa abrir picadas n’el monte y ande clava deja
un aujero como pa mirar al otro lao y no unoj ojalito
como loj que tenia el Tuerto. Dispué cuando le meti
el palito adentro supe, por la posicién, quel golpe
habia venido de arriba p’abajo y me dije: Gringo...
—Cierto, yo lo of... pero cémo pudo saberlo?
—jPero m’hijo! porque el criollo agarra ’1 cuchi-
~~ lio ’e otra manera y ensarta de abajo p’arriba coro
pa levantarlo n’el aire, pues.
—jAh!
—Dispué medi la distancia de Ios pieses a l’herida
y la marqué ’en Vespaida ’el cabo, alcé el brazo y lo
bajé, pero daba mas abajo. Entonces me puse en
—~ punta ’e pie y me did maj o meno. Por eso supe
qu’el asesino era como cuatro dedos mas alto que yo
an Ye
Le
}
LOS CASOS DE DON FRUTOS GOMEZ 61
y como mi medida, asigin la papeleta es uno y seten-
ta, le caleulé uno y ochenta.
—Si, pero, ;cémo adivind que habia escondido
~- las monedas y el anillo en el saco?
e
§
~-Porque con la calor gue hacia no se lo sacaba
@encima. Pensé que debia ’e tener algo ’e valor pa _
cuidarlo tanto y md me convenci cuando empezd a
sacarselo y le vi la camiseta pegada ’l cuerpo por el
sudor...
El agente entré con el mate y Don Frutos se Jo
alargé al oficial.
—Servite m’hijo. Aqui vaj a tener que apren-
derlo a tomarlo cimarrén.
Arzésola lo acepté y dijo:
—Creo que yoy a tener que aprender eso y otras
cosas mas,
Lo vacié de tres'o cuatro enérgicos sorbos y lo
devolvié al milico, luego como la mesa empezaba a
tambalearse nuevamente, tomé el libro de Psicologia
y lo puso debajo de la pata renga.