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Sé lo que quiero, a veces me parece un pecado saberlo, pero también sé cómo ser impecable, es duro

estar en el presente, no perderte con esa voz que escuchas todo el tiempo, que al final no es sino un
pensamiento más que te aconseja desde la incertidumbre de lo que ser un sujeto implica. Se le llama
sujeto, porque sujetamos un grupo de palabras, un rango de pensamientos que permiten crear un perfil
determinado por las combinaciones que ciertas palabras-las más usadas, la más presentes-le permiten.
Si cada palabra guarda un trasfondo conceptual desde el cual podemos razonar lo que vemos -mediante
un simple proceso de comparación- ¿cuánto podemos conocer? ¿Tiene este agregado de palabras un
límite? Es decir ¿cuántos conceptos pueden estar juntos por esa fuerza que los agarra para formar lo
que ya mencionamos? Parecería que operamos entonces como un proceso sintáctico fijo, y de ser así, es
posible que quien escoja los elementos primarios - las primeras palabras, las que llegaron, y se fueron,
las que se quedaron- pudiera programarnos. ¿Recuerdas como hablabas cuando tenías catorce? ¿Y en
qué cosas pensabas? Y que de repente aprendías nuevas palabras que escuchabas por ahí, y quizás sólo
por una afinidad a su sonido, te enamorabas de ellas y parecía que tu mundo comenzaba a cambiar
sigilosamente. Me pasó con anarquía, qué bonita palabra, me enamoré de ella por alguna razón.
Aunque aún no sé lo que significa, parece que ha definido todas mis acciones de alguna u otra manera.
Cuántas palabras han de estar combinándose justo ahora, al mismo tiempo que acciones impulsadas por
ellas habrán conspirado para que ahora mismo tenga el impulso de escribir. Millones de códigos-
palabras -o quizás muchos menos de los que me imagino- están abriendo conceptos para crear a este
sujeto que se configura a través de estas líneas. Anarquía me llevó a pensar en la justicia, en la libertad,
en la injustica, la economía, a todos los conceptos ligados a la página de Wikipedia que hallé hace
quizá más de quince años. Encontré a Kropotkin, a Bakunin, a Rosa Luxemburgo, Thoreau, e incluso a
Ghandi -por este último me enteré del hinduismo, de Krishna y del yoga. Y todo empezó cuando por
accidente vi un grupo Pop punk cantando una melodía triste que no entendía. Mi ser mallugado por
aquél entonces se sintió bien al estar triste, porque ya había algo que lo validaba. Pero un día un nuevo
video de mis nuevos ídolos aparecía: una escuela en llamas, alumnos sin ropa, ruido. Anarquía. Y de
repente aparecieron: tantas posibilidades para mi existencia. Pero otras palabras se combinaron,
anulando caminos y abriendo otros, hasta generar esto, una posibilidad sintáctica que no soy yo, si uso
estas palabras probablemente tengo mayor posibilidad de usar ciertos grupos semánticos, concebir
ciertas ideas, pensar de cierta forma, adquirir ciertas cosas, consumir o rechazar otras. La big data.
Todo tiene un valor en el mercado, pero ese no es el punto ahora. Lo que me preguntó es que fuerzas

-¿Sergio, qué haces?- decía Nadia extrañada por la postura de Damián sobre la mesa de la sala.

-¡Corte! Damián ¿qué pedo, wey, porqué andas así? muévete-

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