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La corrupción representa un serio problema para la salud pública nacional, que se refleja en el
deterioro de los valores éticos y la degradación democrática. Pero las prácticas corruptas
también tienen consecuencias en la eficiencia del Estado e imponen una enorme carga sobre el
sistema económico.
Por un lado, reducen la inversión, debido a las medidas arbitrarias de los funcionarios públicos.
También restringen la competencia, al beneficiar al más dadivoso, y no al agente económico más
eficiente. A su vez, fomentan la economía informal, porque las transacciones corruptas evaden
los impuestos. De igual manera, disminuyen la calidad de los servicios, pues al pagarse menos
tributos el Estado tiene menores posibilidades de sostener el gasto público.
Primero. Las naciones más corruptas suelen tener un menor ingreso per cápita, una mayor
incidencia de la pobreza y mayor desigualdad en el ingreso.
Segundo. En aquellos países con altos niveles de corrupción las inversiones descienden un
cinco por ciento como mínimo, y la tasa de crecimiento económico se reduce en medio punto
porcentual.
Cuarto. La corrupción sistémica distorsiona los incentivos, socava las instituciones y redistribuye
la riqueza y el poder en forma injusta.
Sexto. Los servicios y bienes públicos son más caros y de menor calidad y se perjudica la
competencia.
Por último, y esto es lo mas grave, el estudio concluye que en el largo plazo, la corrupción pone
en marcha procesos de aprendizaje que impulsan a practicar conductas inmorales e ilegales
como única forma para sobrevivir y tener éxito, es decir, va creando una “cultura” que distorsiona
el comportamiento del sistema económico.
Es responsabilidad de todos los costarricenses evitar que esa cultura de la corrupción siga
extendiéndose y llegue a entronizarse en nuestro país.