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Depresión
La depresión hace que la gente se focalice mayoritariamente en los fracasos y decepciones, enfatice la
cara negativa de las situaciones e infravalore sus propias capacidades y su valía personal. Una
persona con una fuerte depresión es incapaz de percibir la posibilidad de que las cosas puedan salirle
bien y está convencida de que nunca volverá a ser feliz o que las cosas no se arreglaran nunca.
La depresión afecta a los pensamientos de una persona de tal modo que la persona es incapaz de ver
la forma o formas de superar sus problemas. Es como si la depresión pusiera un filtro en el
pensamiento de la persona deprimida que distorsiona las cosas. Por eso las personas deprimidas no
se dan cuenta de que el suicido es una "solución" permanente a un problema temporal del mismo
modo que se dan cuenta las personas no deprimidas. Un adolescente deprimido puede sentir que no
hay ninguna otra forma de escapar de sus problemas, de aliviarse el dolor emocional o de comunicar
su desesperación y su profunda infelicidad.
A veces, las personas que se plantean el suicidio ni siquiera son conscientes de que están deprimidas.
No se dan cuenta de que es la depresión —no la situación— lo que les está haciendo ver las cosas
como si "no hubiera salida", "no pudieran mejorar" o "no hubiera nada que hacer".
Cuando remite la depresión porque la persona recibe la terapia o tratamiento adecuados, desaparece
el pensamiento distorsionado. La persona recupera la capacidad de experimentar placer, la energía y
la esperanza. Pero, cuando una persona está profundamente deprimida, la ideación suicida es una
preocupación real.
Las personas que padecen un trastorno mental denominado "trastorno bipolar" también están en
situación de riesgo de suicidio debido a que su trastorno puede hacer que pasen épocas en que están
extremadamente deprimidos y épocas en que están anormalmente eufóricos y repletos de energía (lo
que se denomina "manía"). Ambas fases extremas del trastorno bipolar distorsionan el estado de
ánimo de la persona, así como su visión de las cosas y su capacidad de juicio. Para las personas que
sufren este trastorno, puede ser todo un reto ver los problemas en perspectiva y actuar con sensatez.
Abuso de sustancias
Los adolescentes que tienen problemas con el alcohol y con las drogas también corren más riesgo de
tener ideas y comportamientos suicidas. El alcohol y algunas otras drogas tienen efectos depresivos
sobre el cerebro. El mal uso de estas sustancias puede desencadenar una depresión grave. Esto es
especialmente cierto para algunos adolescentes que ya eran proclives a la depresión por su biología,
antecedentes familiares u otros factores estresantes.
El problema se puede agravar porque muchas personas deprimidas se refugian en las drogas y el
alcohol, sustancias que utilizan como vía de escape. Pero no son conscientes de que los efectos
depresivos que las drogas y el alcohol tienen sobre el cerebro, de hecho, pueden exacerbarles la
depresión a largo plazo.
Aparte de tener efectos depresivos, las drogas y el alcohol alteran la capacidad de raciocinio de la
persona. Interfieren con su capacidad de valorar los riesgos, hacer buenas elecciones y pensar en
soluciones sensatas a los problemas reales. Muchos intentos de suicidio ocurren bajo los efectos de
las drogas o el alcohol.
Por descontado, esto no implica que cualquier persona que esté deprimida o tenga problemas con las
drogas o el alcohol intentará quitarse la vida. Pero estos trastornos —sobre todo cuando se dan
conjuntamente— aumentan el riesgo de suicidio.
Señales de alarma
A menudo se pueden detectar algunos indicios de que una persona está pensando en o planeando un
intento de suicidio. He aquí algunos de ellos:
Los hombres son cuatro veces más propensos a morir por suicidio que las mujeres.
Las mujeres son más propensas a intentar el suicidio que los hombres.
Se utilizan armas de fuego en más de la mitad de los suicidios en la juventud.
Mostrar planes o esfuerzos hacia planes de cometer suicidio, que incluyen lo siguiente:
Mantener los medicamentos y las armas de fuego fuera del alcance de los niños
Buscar ayuda para su hijo (profesional de salud mental o médica)
Apoyar a su hijo (escuchar, evitar la crítica indebida, permanecer relacionado)
Informarse (biblioteca, grupo de apoyo local, Internet)
El suicidio de un adolescente es, por encima de todo, una inmensa tragedia familiar, pero a la
vez un problema social de una creciente dimensión que exige con urgencia medidas
preventivas. La antigua cortina de silencio en torno a este drama no ha sido efectiva y puede
haber llegado a ser contraproducente. El ocultamiento estigmatizador ha sido ampliamente
cuestionado por los expertos en condiciones normales, pero desde la pandemia ha dejado de
ser una opción. En 2020, último año del que existen cifras, el suicidio fue la segunda causa de
fallecimiento entre los jóvenes de 15 a 29 años, solo por detrás de los tumores. Ese mismo
año, se quitaron la vida en España 3.941 personas, la cifra más alta de la serie histórica. En
conjunto, el suicidio ya es la primera causa de muerte externa (no natural) en España, por
encima de los accidentes de tráfico. Las tentativas entre la población de 10 a 24 años se
multiplicaron por más de tres entre 2006 y 2020, y las hospitalizaciones por autolesiones casi
se han cuadruplicado en las dos últimas décadas. El aumento en particular de los casos de
mujeres multiplica la alarma y conduce a cuestionar las causas culturales de este repunte y
reforzar las medidas de prevención.
Ocho hospitales públicos españoles de cinco comunidades, entre ellas Madrid y Cataluña, se
han unido en un ensayo clínico —el proyecto Survive— con la intención de diseñar el primer
plan nacional destinado a reducir el suicidio entre jóvenes de 13 a 18 años, a partir de una
terapia con 300 personas de esa edad que ya han intentado quitarse la vida. Sus resultados se
harán públicos a principios de 2023. Otra línea de investigación se centra en los adultos. Las
conclusiones del proyecto pueden resultar importantes para ofrecer pautas concretas y evitar
un desenlace que no siempre es fatal y en el que existe un margen relevante de actuación. Se
registran 20 tentativas por cada suicidio consumado, entre el conjunto de la población, y los
meses inmediatos al primer intento son críticos, sobre todo entre los jóvenes. Es crucial
identificar los factores de riesgo individuales, familiares y sociales en una edad tan compleja
como la adolescencia, en la que además están cobrando relevancia como motivo de peligro
emergente las nuevas tecnologías y, en particular, las redes sociales. Un dato puede servir
para calibrar lo que supone ese momento vital conflictivo en la sociedad actual: el año pasado,
el 25% de los jóvenes de 15 a 29 años tomaron psicofármacos y más de un 44% tuvieron ideas
suicidas, según un estudio de las fundaciones FAD Juventud y Mutua Madrileña.
El suicidio juvenil es solo una faceta, aunque de las más dolorosas, de la preocupación en alza
por la salud mental como grave problema sociosanitario. Sanidad y las comunidades pactaron
en mayo un necesario plan de atención trienal, dotado con 100 millones, entre cuyas seis
líneas de actuación figura la prevención, detección precoz y atención a la conducta suicida. Su
fruto más inmediato fue la puesta en marcha del 024, el primer teléfono creado en España para
prevenir este problema, que ya ha atendido desde entonces más de 34.000 llamadas. Cada día
recibe cerca de 300. Supone un útil instrumento de escucha y ayuda profesional, pero quizá
haya llegado el momento de plantearse, como demandan algunos expertos, el desarrollo de un
plan nacional específico de respuesta. Una sola o múltiples razones pueden llevar a una
persona a desear matarse. Los expertos suelen repetir que quien se quita la vida no quiere
morir, sino dejar de sufrir. La frase significa que el problema incumbe al conjunto de la
ciudadanía.