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¿Se puede ser feliz aquí? por Víctor Maldonado C.

Por Víctor Maldonado C.
Fecha: 02/12/2015

Me preguntas sobre el sentido de la vida. De repente


me recuerdas cómo comienza “La Rebelión de Atlas”,
ese maravilloso libro escrito por Ayn Rand, que algún
día leerás. En algún momento se plantea una pregunta
crucial. Se la hacen dos niños que luego serán adultos,
pero que en aquel momento tenían tu edad, o la edad
que tuviste hace muy poco. Se interrogaban sobre lo
que iban a hacer cuando fueran grandes. Ya ellos
intuían que de lo que se trataba la vida era de
acumular logros, pero que esos logros eran necesarios
pero no suficientes. Ellos tenían claro el guión de lo
obvio porque todo parecía encauzarlos hacia la
obtención de un título universitario, la fundación de
una empresa o de acumular experiencias. Sin embargo
esa no era toda la respuesta. Había que hacer lo
correcto con todos esos dones. Tenían que sacar lo
mejor de cada uno de ellos, esforzarse, ganar batallas,
transformar sus mundos y hacer la diferencia. ¿Ser sal
y luz?
No hay respuestas unívocas. Para hacer lo correcto
primero hay que descubrirlo. Y luego tratar de alcanzar
la condición y la convicción para transformarlo en un
hábito. Porque no se trata de hacerlo una sola vez, y
con eso conjurar todas las deudas cósmicas que
puedas haber acumulado. Es algo menos espectacular
pero más sistemático. Significa vivir de acuerdo con
tus convicciones pero con responsabilidad. Max
Weber, un sabio alemán, dijo que la política debían
vivirla los políticos con pasión, sentido de la
responsabilidad y mesura. ¿Solamente los políticos
para la política? Yo me atrevería a decir que así
deberíamos vivir nuestra vida en relación con los
otros, que son diversos, pero que coinciden con lo que
somos aquí y ahora. La pasión tiene mala prensa,
porque la gente la confunde indebidamente con locura
y pérdida de la cabeza. No creo que el talante alemán
de Max Weber dé para tanto desvarío. El proponía la
pasión en el sentido de positividad, de entrega
comprometida y responsable a una causa. Parte del
secreto asociado a hacer lo correcto es encontrar más
temprano que tarde una razón trascendente a la que
podamos entregarnos con pasión responsable, dicho
de otra forma, reconciliarnos con nuestras propias
metas hasta el punto de lograr que aquello que nos
mueva sea también el vector  que organice nuestra
vida. ¿Y la mesura? Dice Weber que es para no perder
el sentido de realidad, ni la serenidad que se necesita
para guardar la distancia adecuada que siempre nos
permita apreciar las cosas tal y como son y no como
nosotros la queremos imaginar.

La vida se hace con la cabeza, y no con otras partes


del cuerpo o del alma. Allí tienes una clave de esa
pregunta que tanto te inquieta, porque si pierdes la
cabeza, también vas a perder la posibilidad de hacer
de tu vida algo que luego te resulte ganancioso.
Cuídate por tanto de la vanidad que sin darte cuenta
acaba finalmente con tu serenidad y mesura,
desviándote de la ruta que te ha fijado la causa que
con pasión razonada tienes que abrazar para darle
sentido a tu vida. La vanidad podría hacerte confundir
entre tu propio yo y tu propósito trascendente. Por eso
te pido que en la medida de lo posible no caigas en la
tentación de transformar toda tu capacidad  para
mejorar al mundo en pura embriaguez personal.

Te confieso que toda embriaguez termina fatalmente


en esa condición de desolación fatal en la que ni la
mente ni el cuerpo ni el alma se ensamblan
apropiadamente. A veces simplemente no tiene nada
de divertido el transformarnos en nuestro propósito
narcisista, entre otras cosas porque perdemos visión
de conjunto –dejamos de ver al otro- y porque nos
amargamos en la misma medida en que dejamos de
sacar buenas cuentas sobre finalidades y
responsabilidades. Te recuerdo que en la vida nunca
es cierto que cualquier medio sea bueno para alcanzar
cualquiera de nuestras metas. Tampoco lo es que
cualquier meta es valiosa. Por eso es qua a aquellos
niños les perturbaba tanto ese vacío de certezas sobre
lo que finalmente iban ellos a hacer de sus vidas.

No creas que estoy olvidando que lo que me estas


preguntando es si aquí, ahora, en estas condiciones y
con este país se puede ser feliz. Entiendo que tus
incertidumbres estén remarcadas por la estampida de
los otros y también porque los demás insistimos en
decir que todo esto está perdiendo sentido. Te pueden
parecer muchos los que se van pero te aseguro que
son más los que se quedan. Estos serán nuestros
compañeros de ruta y también los mutuos
espectadores del maravilloso espectáculo de
realización sensata de cada una de nuestras metas. No
juzguemos, simplemente mantengamos el foco en lo
realmente importante que es ir descubriendo cual será
la causa que nos hará dejar legado. También te pueden
parecer más los errores que los aciertos de los que
vamos delante de ti. Tal vez eso sea cierto pero no
hasta el punto de poder descartarnos. Creo que uno de
los pecados que hemos cometido ha sido
precisamente el establecer una relación perversa y
mutuamente excluyente entre las generaciones que
hemos coincidido en esta época. Te explico. Los más
viejos creímos que los más jóvenes tenían la
capacidad para arreglarnos el mundo y se lo
entregamos demasiado temprano. Los más jóvenes
entendieron que nada debían y nada más podían
aprender de los más viejos. Abrimos un abismo de
suspicacias allí donde debían colocarse puentes de
confianza. Nos enfrascamos en buscar culpas y
culpables, y este es el resultado: la interrogante
abierta como una herida sobre si podemos ser felices
aquí.

La ecuación es diferente al egocentrismo excluyente y


sectario. También a la estrategia que marca la milla y
trata de buscar allá lo que no ha podido crear aquí. El
que aquí puedas ser feliz comienza por elaborar
argumentos de arraigo y conseguir algo más que ese
vacío de realizaciones y de realizadores con el que
injustamente calificamos nuestra propia época. El
arraigo debe ser más sólido que la evocación del
paisaje verde y la frescura de nuestras montañas, pero
debe incluirlo. El compromiso debe fundarse en la
belleza de esas aves que surcan nuestros cielos y que
todas las mañanas nos llenan de alborozo con su
alboroto. Cientos de veces las vemos perplejos
preguntándonos cómo ellas pueden vivir con tanta
violencia a ras del suelo. Reitero que es el paisaje, la
poesía y la música. Pero no son suficientes si a toda
esa belleza natural no le aportamos esperanza. No
bastan si a toda esa contemplación no la recreamos en
términos de un futuro mejor que solo va a ser posible
si es el resultado de nuestros propósitos. Nadie nos va
a regalar la felicidad. No es un don.

Se trata de convocar al esfuerzo constructivo de una


casa para todos. Esa casa se llama Venezuela y
debería poder ser tan atractiva como para ser parte de
los compromisos valiosos y las invocaciones de todos
los venezolanos. Ahora no lo es. Sigue siendo una
obligación impuesta por las circunstancias que nunca
son propicias, pero ahora menos que nunca. Me has
oído muchas veces que tenemos que vivir la vida que
nos toca vivir. ¿Se entiende? Nacimos aquí y en esta
época. No podemos asumir la nostalgia porque ella nos
puede hacer encallar en la melancolía. No podemos
transcurrir en desventurada espera sin perder en eso
la vida y su alegría. No podemos conformarnos con
mirar al cielo esperando el milagro, porque nunca va a
llegar otra cosa que el desvarío misticista. Se trata de
tomar decisiones de vida, convertirlas en proyectos
factibles e ir midiendo los pequeños progresos que se
logran con el paso de un día tras otro.

La pregunta que me haces es capciosa. Porque me


estas pidiendo una solución y un guión. Y no los tengo,
y si los tuviera no te los daría porque esa pregunta
solo te la puedes formular y responderla tú mismo. Te
contemplo y deseo que vayas descubriendo que no hay
mejor causa que la realización de la libertad, cuya
premisa es tan sencilla como obvia: ser libres es evitar
la servidumbre propia y ajena. Ni hincarte ante nadie ni
esperar que nadie se hinque ante ti. Ni depender de
nadie ni endosarle a nadie la responsabilidad de
construir tu propio destino. Usar al máximo tus
talentos y no esperar que otros sean tus muletas. Usar
siempre la cabeza y desde la cabeza amar y
comprometerte con lo que es esencialmente valioso.
No caer en la estética de la partida si antes no has
llegado a ser autónomo, justo, prudente, fuerte y
ponderado. La felicidad es comprender que hay un
tiempo para todo, y que estos que lucen tan
desoladores son buenos para la esperanza que se
nutre de la reflexión y la realización. Ser feliz es vivir
en tiempo presente, sin ser esclavo del mito pasado y
sin buscar afanosamente ese Dorado que siempre fue y
será el mito de la evasión. El tesoro está aquí y ahora,
eres tú mismo que has decidido asumir la vida tal y
como va viniendo, sin temores, sin espantos, sin
desespero y sin desolaciones. Ser feliz es ser libre y
encontrar todos los días razones y fuerza para seguir
adelante. Y esa condición no debería ser arrebatada
por ninguna circunstancia. Pase lo que pase esta es la
vida que nos ha tocado vivir y no podemos hacer nada
mejor que seguir adelante apostando a la libertad y
construyendo un país en el que todos podamos ser
libres.

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