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I La ciudad monstruo

A primera vista, al ser una ciudad tan grande, el extranjero queda admirado por el
poder del hombre; más tarde queda como abrumado por el peso de esa grandeza y
se siente humillado por su pequeñez.
Pero por la enormidad de las distancias de la ciudad, se genera que el destino de
los habitantes de la monstruo ciudad!, siempre sea estar agobiados por la fatiga y
que su carácter se torne agrio.

La cité, el west end y los faubourgs


La primera es la antigua ciudad, la ciudad desordenada y religiosa, la segunda es
donde están las tiendas y vive la alta aristocracia, el comercio elegante, los artistas,
la nobleza provinciana y extranjeros, lugar donde muchas tiendas han generado
grandes fortunas, aunque sus calles son tan sombrías, tan frías y tan húmedas y el
último encierra a los obreros, las mujeres públicas y aquella turba de hombres sin
destino que la falta de trabajo y los vicios de toda clase conducen al vagabundaje, o
a quienes la miseria y el hambre fuerzan a convertirse en mendigos, en asaltantes,
asesinos.

II Acerca del clima

En Londres se respira la tristeza: Masas de humo sobrecargada de hollín que


exhalan los millares de chimeneas de la monstruosa ciudad se une una niebla
espesa, y la nube negra que envuelve Londres no permite penetrar más que un día
empañado y esparcido sobre todos los objetos como un velo fúnebre, en fin esto
produce un disgusto por todo y un deseo irresistible de suicidarse, de
permanentes lamentos y maldiciones.

III El carácter de los londinenses

El londinense es muy poco hospitalario, está demasiado ocupado con sus


asuntos y no le queda tiempo para estar de fiesta con sus amigos; no hace por lo
tanto invitaciones ni muestra amabilidad sino por motivos de interés. El londinense
vive apenas la vida del corazón; en él el orgullo, la vanidad, la ostentación tienen demasiado
lugar. Habitualmente es triste, silencioso y se aburre mucho. Frente a sus superiores es
flexible, lisonjero y lleva la adulación hasta la bajeza frente aquellos de los cuales espera
algo. Para sus inferiores es brutal, insolente, duro, inhumano.

Por otra parte, cuando está decidido se muestra franco y su proceder es firme, lleva la
constancia en sus empresas hasta la obstinación, con la familia es frío, ceremonioso, exige
mucha atención, consideraciones y respeto, y se hace un deber el rendir aquella misma
atención, respeto y consideraciones. Con sus amigos es muy circunspecto y aun desafiante;
no obstante se esfuerza mucho para hacerse agradable a ellos y también hace alarde de
una modestia que no tiene

IV Los extranjeros en Londres

Londres, por su comercio y grandes riquezas, atrae a un gran número de extranjeros casi
todos industriales: se puede decir los unos pertenecen al comercio y los otros a la intriga.
En su otredad, en Inglaterra el pueblo designó a los extranjeros, de la parte del
continente que fueran, con el epíteto de “francés” (Frenchman).

Con excepción de los refugiados, todos esos extranjeros vienen por negocios gozan
por lo tanto de la estimación que les es debida. Ocurre lo mismo con los viajeros
cuya residencia en Inglaterra es justificada a los ojos de todos. Los extranjeros sin
capital o crédito para dedicarse al comercio y que no ejercen ni profesión, ni oficio,
tienen necesidad de vivir, como los demás, y, sin objeción, son los que despliegan la
más grande fecundidad de imaginación.

V Los Cartistas

Todos los hombres que no están comprendidos en la ley electoral deben ser
«cartistas» pues son juzgados sin ser escuchados, sin abogado para defender su
causa. En cada centro manufacturero, fábrica, taller, se encuentra obreros cartistas;
en los campos, los habitantes de las chozas forman parte también y aquella santa
alianza del pueblo.

Están llamados a transformar la organización social; todos quieren sin ninguna


excepción la supresión de los privilegios aristocráticos, religiosos o mercantiles;
todos quieren la igualdad de impuestos, de derechos civiles y políticos.

“El londinense profesa el más grande respeto por las cosas establecidas y se
muestra religioso observador de las reglas que el uso ha consagrado; obedece
también a todas las exigencias de los prejuicios de sociedad y de secta, y aunque
sienta a menudo que su razón se subleva, se somete en silencio y se deja golpear
por los lazos que no ha tenido suficiente fuerza moral para romper”.

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