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“SE ENCONTRARON CON HERODES”

PECADO Y MISERICORDIA

1. Introducción: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de mi”


Vamos a pedirle al Señor y muy especialmente a la Virgen María la gracia de
conocer verdaderamente su misericordia con nosotros. Ese caer en la cuenta de lo que
son de verdad nuestros pecados, y sobre todo de la bondad del Señor con nosotros. Se lo
pedimos por la intercesión del Santo Cura de Ars, el gran apóstol de la confesión.

2. De Reyes a Herodes
Hemos emprendido nuestro camino espiritual buscando la felicidad que llene
nuestra alma. A ella nos conduce como estrella el deseo de nuestro corazón que sólo
encontrará su descanso en Dios. Mas nosotros no sólo somos los Magos. Tristemente,
nosotros también nos transformamos en Herodes: nosotros somos pecadores. Hemos
rechazado la verdad y el amor conocidos.
2.1. “Herodes busca al Niño para matarle”(Lc 2, 13)
Si entramos en el corazón de Herodes encontraremos algo muy propio del pecado.
Herodes busca al Señor, como también lo hacen los Magos. En sus corazones desean
encontrarle. Mas la intención es bien diversa. Los Magos lo buscan para adorarle,
Herodes para matarle.
En cada pecado sucede lo mismo: el hombre se enfrenta con los planes de Dios. Y
así, de hecho deseamos matar a Dios en nuestra vida, alejarlo de nosotros. Quizás
teóricamente no es así, pero de hecho es lo que hacemos.
¡Qué contraste entre los Reyes y Herodes! Los Reyes saben que de Dios les viene
la salvación y la esperanza, mientras que Herodes ve a Dios como un enemigo que
amenaza su felicidad.
2.2. Busca al Niño
Hay otro detalle que nos puede ayudar a ahondar más en este misterio. Aquel Dios
que Herodes quiere matar ha enviado su Hijo al mundo hecho un niño por amor nuestro.
“Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo Unigénito para que el que crea
en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,). Y este amor no es en general,
como miembros de una masa anónima:
“Así pues, no penséis nunca que sois desconocidos a sus ojos, como simples
números de una masa anónima. Cada uno de vosotros es precioso para Cristo, Él
os conoce personalmente y os ama tiernamente, incluso cuando uno no se da
cuenta de ello” (Juan Pablo II, JMJ 2000, Inicio, n.5)
Queridos jóvenes, a este Dios, el que hizo el cielo y la tierra para cada uno de
nosotros, el que nos ama desde la eternidad, el que se hace Niño por amor de cada uno

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de nosotros, es a quien nosotros “matamos” con nuestro pecado. Os invito a entrar en
vuestro corazón llevando el recuerdo de vuestro “Herodes” y poneros espiritualmente en
la cueva de Belén ante la presencia de este Niño Dios, para que comprendáis qué
miserables somos.
Acudid a la intercesión de la Virgen María. Ella aunque es Inmaculada, sabe como
nadie lo que es el pecado. Porque el pecado se conoce más verdaderamente desde la
bondad de Dios, que ella tan bien conoce. Pedidle la gracia de caer en la cuenta del daño
que le hacemos a Jesucristo con nuestros pecados y del que nos hacemos a nosotros
mismos.
1.2. Herodes, rey
Quisiera ahora, sin ánimo de distraeros de esta mirada hacia el Señor dirigirme
ahora más a vuestro entendimiento.
El hecho de que Herodes fuera rey, nos invita a pensar en una dimensión más
amplia del pecado y sobre todo de aquello que conduce al pecado.
Queridos jóvenes, vivimos en un mundo que de hecho también “busca matar al
Niño”, a Dios de en medio de nuestra vida. Por ello la sociedad se van configurando de
un modo ateo, como si Dios no existiera. Nosotros también respiramos este ambiente, y
es necesario que comprendamos su naturaleza para guardarnos de él y ayudar a otros.
Ello nos invita a no temer nada contra-corriente, a no dejar que nuestra vida en
muchas parcelas se configure en ateo.

2. La misericordia del Señor


2.1. ¡Hay salvación: la Misericordia!
Confesamos nuestros pecados. Pero ¿quién nos librará de esto? ¿A dónde
podemos acudir?
Realmente tenermos salvación: la misericordia de Dios.
Esta misericordia de Dios no es una gracia concedida banalmente, como si el
pecado fuera algo sin importancia. La misericordia es el amor fuerte de Dios. Un amor
que va hasta la locura de tomar sobre sí todas nuestras miserias. Esto es lo que hace el
Niño que nace en Belén. Los ingleses expresan esta verdad llamando a la navidad
“Christmass”, sacrificio de Cristo. Cristo entra en este mundo para abrazarte en su amor,
quemando en su corazón que se entrega hasta la muerte todos tus pecados y miserias.
¡Déjate abrazar por la misericordia! Se trata del amor gratuito que no mereces,
pero que el Señor te da por su bondad. Quizás el orgullo te impede dejarte abrazar,
perdonar. Ponte al Niño que es Dios que se hace hombre sólo para perdonarte. Dale el
gozo de entregarle tus pecados.
Este abrazo se realiza sobre todo en el sacramento de la penitencia. Aquí se
produce el encuentro sublime con la misericordia del Padre.
2.2. La confianza en la misericordia de Dios
Invitaba san Claudio de la Colombière a una religiosa inglesa al decirle al Señor

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ante un pecado suyo que le había inquietado y quitado las ganas de seguir al Señor:
“Os he ofendido gravemente ¡mi Redentor! Pero sería peor todavía si os hiciera el
horrible ultraje de pensar que no sois bastante beno para perdonarme”
¡Qué necesaria nos es esta confianza ilimitada en la Bondad del Señor!
Especialmente para aquellos que llevan tiempo siguiendo al Señor y creen que el Señor
ya cansado les aguanta porque no tiene más remedio, y que de ellos ya poco se puede
sacar. Pero la misericordia del Señor no sólo es infinita, sino todopoderosa.
2.3. Hay salvación también para el mundo: la Misericordia
El Papa Juan Pablo II decía: “El límite impuesto al mal por la divina Providencia
es la Misericordia”. ¡Qué necesario es que la experimentemos, que confiemos en Ella, y
seamos testigos de la misericordia en el mundo!
2.4. Todo sirve para aquellos que aman al Señor
Los Magos reencontraron la estrella y se dirigieron a Belén pasando por su
encuentro con Herodes. En la Providencia de Dios, Dios saca bienes de los males.

3. Conclusión
Una canción dice: “Ven, ven no tengas miedo, que sólo soy ternura y soy amor”.
Esto lo descubiremos sobre todo en el Corazón de la Virgen María, madre de
Misericordia.

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