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Durante mucho tiempo se creyó que los trastornos mentales no eran más que
la consecuencia de la posesión por parte de espíritus y demonios de las
personas que los padecían, y los tratamientos curativos consistían
fundamentalmente en conjuros y prácticas rituales.
No fue sino hasta los siglos V y IV a.C. donde podemos encontrar las primeras
aportaciones que han sido claves para el desarrollo posterior de la Psicología en
los escritos filosóficos de Sócrates y Platón. Sócrates sienta los fundamentos del
método científico y Platón concibe el cuerpo como el vehículo del alma, que es la
verdadera responsable de la conducta humana.
Por esa misma época, el médico Hipócrates estudió las enfermedades físicas y
psíquicas mediante el método inductivo, atribuyéndolas a los desequilibrios entre
los humores o fluidos corporales. Esta tradición sería recogida por Roma en la
obra del también médico Galeno, siendo la teoría humoral el punto de vista más
común sobre el funcionamiento del cuerpo humano entre los médicos europeos
hasta la llegada de la medicina moderna a mediados del siglo XIX.
Durante la Edad Media el pensamiento científico europeo sufre un notable
estancamiento. Dominado por el cristianismo, los trastornos mentales son
atribuidos a la comisión de pecados y la posesión demoniaca, siendo tratados
mediante rezos y exorcismos. Por el contrario, en el mundo árabe, inmerso en
su edad dorada, la Medicina y la Psicología siguieron avanzando durante el
Medievo, describiéndose enfermedades mentales como la depresión, la
ansiedad, la demencia o las alucinaciones, y fomentándose el estudio de alguno
de los procesos psicológicos básicos, lo que dio lugar a un tipo de tratamiento
mucho más humanitario del enfermo mental.
Con el inicio del Renacimiento y la recuperación de la influencia de los autores
clásicos griegos y romanos vuelve a aparecer la idea que relacionaba los
trastornos psicológicos con alteraciones físicas, y no morales, surgiendo por
primera vez la palabra psicología de la mano de pensadores como el humanista
croata Marko Marulić (1450-1524), el filósofo alemán Rudolf Göckel (1547-1628)
o el ilustrado filosofo y matemático Christian Wolff (1679- 1754).
A partir del siglo XVII, aparecen las obras de pensadores que van a tener una
influencia fundamental en el posterior desarrollo del planteamiento de la
Psicología como ciencia. René Descartes (1596-1650) desarrolla una concepción
dualista del ser humano que separaba el cuerpo y el alma. Baruch Spinoza
(1632-1677) cuestiona ese dualismo cartesiano al plantear que el ser humano
puede conocer a través del pensamiento o de su extensión, lo cual se opone a la
idea de Descartes de que el conocimiento venía dado solo mediante el
pensamiento y que la extensión (la naturaleza) hacía errar a la razón. John Locke
(1632 – 1704) es considerado el fundador del empirismo anglosajón; para él la
mente del ser humano en el momento de su nacimiento es una tabla rasa a la
que se va agregando el conocimiento mediante la experiencia, siendo las ideas
una representación mental de objetos que son producto de esta experiencia,
obtenida bien por la sensación (ideas sobre objetos) o la reflexión (observación
de los procesos mentales).
urgen las teorías evolucionistas como las del naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck
(1744-1829), que en su libro Filosofía zoológica (1809) propone la primera teoría
evolucionista de la Historia, oponiéndose a la creencia de que las especies de seres
vivos sean inmutables y parecen haber sido creados espontáneamente y planteando
que probablemente habían ido evolucionando “por tanteos y sucesivamente”, a partir
de formas de vida mucho más simples. Para explicar esta transformación propone la
existencia de un mecanismo que supone la capacidad de los seres vivos de trasladar a
sus herederos las características adquiridas al adaptarse a nuevos entornos (2). El
naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) remarca el rol de la selección natural
sobre el proceso evolutivo (3). Las distintas especies de seres vivientes que hay o que
hubo son producto del empeño de la vida en adaptarse a las condiciones ambientales
en que vive, como parte de una lucha por prosperar y multiplicarse, superando las
adversidades. De ahí se puede concluir que todas las especies poseen un ancestro
común, y que por lo tanto están, en algún grado, emparentadas (filogenia) entre sí y
cuentan con un antepasado remoto en común. La adaptación de la vida al entorno se
produce debido a la selección natural, que es el resultado de dos factores: por un lado,
la variabilidad natural que los individuos de una especie heredan a su descendencia,
para que ésta se encuentre mejor adaptada al entorno; y por otro lado, la presión que
sobre dichas variaciones ejerce el ambiente, distinguiendo entre las especies exitosas
que se reproducen y multiplican, y las no exitosas que disminuyen hasta extinguirse.