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Oración Inicial

“Como la arcilla en la mano del alfarero”

Lectura y meditación del texto bíblico de Jeremías 18, 1-6.

“Palabra que llegó a Jeremías de parte del Señor, en estos términos: «Baja ahora
mismo al taller del alfarero, y allí te haré oír mis palabras». Yo bajé al taller del
alfarero, mientras él trabajaba en el torno. Y cuando la vasija que estaba haciendo
le salía mal, como suele pasar con la arcilla en manos del alfarero, él volvía a hacer
otra, según le parecía mejor. Entonces la palabra del Señor me llego en estos
términos: ¿No puedo yo tratarlos a ustedes, casa de Israel, como ese alfarero? –
Oráculo del Señor –. Sí, como la arcilla en la mano del alfarero, así están ustedes
en mi mano, casa de Israel”. (Hasta aquí la cita bíblica).

1. Baja ahora mismo. Dios es un Padre cercano a cada uno de sus hijos; no está sobre
las nubes sino que baja para compartir su vida cotidiana. Así como bajó y acompañó
de mil maneras a su pueblo en el desierto durante 40 años, a través de su siervo
Moisés, también, y de modo aún más pleno, ha bajado a acompañarnos a través de
Hijo, quien compartió nuestra naturaleza, haciéndose en todo semejante a nosotros
menos en el pecado (cfr. Hb 14, 15). Hoy Dios sigue bajando y acompañando a su
pueblo a través de sus sacerdotes. ¿Soy un pastor que transmito la cercanía y la
proximidad de Dios hacia sus hijos especialmente hacia los más necesitados?

2. El taller del alfarero. ¿Cuál es el lugar donde a lo largo de la vida Dios nos ha
venido formando? Podemos pensar en diversos talleres, comenzando por el vientre
materno donde se fueron entretejiendo nuestros huesos, músculos, etc. (cfr. Sal 139).
Luego en el seno de nuestras familias, al lado de unos padres y hermanos que nos
fueron acompañando en el crecimiento no solo en estatura sino también en la fe, en
la vocación, etc. La escuela y la parroquia que durante los años de infancia y
adolescencia frecuentamos fueron otro taller a través del cual Dios nos seguía
formando. Luego, cuando comenzamos a sentir la llamada de Dios e iniciamos un
dialogo y un discernimiento vocacional con el párroco, el amigo sacerdote, el
responsable de la pastoral vocacional, ahí Dios seguía acompañándonos. Luego
entramos al Seminario y allí hubo una intensa labor en el taller del alfarero, a través
del cual Dios valiéndose de unos formadores, compañeros, obispo, familias, laicos,
nos inició en la configuración con su Hijo pastor y siervo. Hoy, el taller del alfarero
en el cual nos encontramos es el presbiterio y las diversas interrelaciones que se han
venido estableciendo con el obispo, los hermanos sacerdotes y todo el pueblo de
Dios, pues ahí Dios sigue formando en cada uno el corazón un padre y un pastor con
olor a oveja. Este curso de 4 días con los demás sacerdotes de mi generación, es un
pequeño taller al cual Dios nos ha traído para seguirnos formando.

3. Cuando la vasija le salía mal volvía a hacer otra. La paciencia de Dios que no se
cansa de perder tiempo con su vasija y de formarla y transformarla, siempre y cuando
ésta se lo permita. No obstante nuestras caídas e infidelidades, Él permanece fiel (cfr.
2Tim 2, 13). Hoy Él sigue contando con todo lo que somos, lo bueno y menos bueno,
lo santo y lo pecador, la maduro y lo inmaduro, lo sano y lo menos sano, para llevar
a cabo su proyecto, basta que encuentre un corazón maleable que se deja trabajar.
Entreguémosle a Dios las rigideces que no le permiten hacer la vasija que desea y
pidámosle que nos haga más flexibles y dóciles para, no obstante los años, seguir
aprendiendo de la vida y para la vida.

4. ¿No puedo yo tratarlos a ustedes como ese alfarero? Qué respeto tan grande el de
Dios por su creatura. Él no se entromete, sino que de modo delicado y respetuoso
toca a la puerta y espera a que se le abra, si se le abre la puerta, entra y comparte (cfr.
Apocalipsis 3, 20), si se le deja actuar en la propia vida, si le secundamos el proyecto
divino que tiene para con cada uno de nosotros, si no echamos en saco roto la gracia
que nos da (cfr. 2 Tim 2, 14-26), nos sacará del veneno de la propia inmanencia (cfr.
EG, 87) para llevarnos a una plena trascendencia en Él sirviéndole al pueblo que nos
ha confiado. Así como Dios ha hecho obras grandes en María (cfr. Lc 1, 49) porque
Ella se lo ha permitido, del mismo modo, las obras que Dios quiere hacer en cada
uno de sus hijos son grandes e infinitas. El deseo que tiene el Padre Dios de ver
formada la imagen de su Hijo en cada uno de sus sacerdotes es infinito. Ojalá Dios
encontrará un corazón que supiera y pudiera corresponder a este proyecto divino.
¿Hoy qué obstáculos y resistencias le impiden a Dios que lleve a cabo su proyecto
en mí?

5. Así están ustedes en mi mano. ¡Qué amor más grande nos ha tenido el Padre! Nos
tiene tatuados en la palma de su mano (cfr. Is 49, 16). El proyecto que Dios tiene
para cada uno de sus hijos es el mejor. En el momento que renunciamos a nuestros
proyectos personales para llevar a cabo el plan de Dios en nuestras vidas, ese día
seremos más felices, más plenos. El proyecto de Dios es un proyecto que no oprime
ni aliena, al contrario, da plenitud, sentido, gozo. Por tanto, cuando estamos donde
Dios lo quiere y como Él lo quiere, allí seremos felices y haremos mucho bien.
Cuando nos salimos de sus manos y comenzamos a llevar a cabo nuestros proyectos
personales, ese día el sinsabor, el sinsentido y el aburrimiento comenzarán a cobrar
fuerzas en nuestra vida y ministerio sacerdotal. Dios nos de su gracia para secundar
sus planes. Y que como María podamos decirle: “Aquí estoy, que tu Palabra, tus
deseos, tus planes, tus proyectos se hagan realidad en mí y en mis hermanos”. Amén.

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