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SACRAMENTO DE LA UNIDAD: Eucaristía e Iglesia

Cap. II: Reconocer a Jesucristo al partir el pan

¿Qué significa, dónde y cómo reconocemos a Jesucristo? Esta son las principales preguntas que Kasper
plantea en este capítulo; por ello, la experiencia de los discípulos de Emaús, sirve de referencia para
ilustrar la vivencia del cristiano. Después de haber caminado con Jesús, pero al mismo tiempo, de haber
experimentado el fracaso de la cruz, los discípulos que creían conocer a su maestro, huyen despavoridos,
el miedo se ha apoderado de sus corazones, van lamentándose, rumiando su decepción, llenos de
amargura y tristeza, son incapaces de salir de sí mismos y, por lo tanto, incapaces de reconocer a Jesús.

Solo la acción de Jesús al partir el pan es capaz de abrir los ojos de los caminantes de Emaús y así, son
impulsados a salir con alegría a anunciar el encuentro con el Resucitado.

Es así como la Iglesia primitiva emula la acción de partir del pan, al reunirse con regularidad para
celebrar esta acción, como dan testimonio de ello Hch 2,46, Ignacio de Antioquia escribiendo a los
Magnesios quien afirma que ser cristiano significa vivir de acuerdo al domingo (9,1), la carta de Plinio
el joven a Trajano que, a su vez, es testimonio de la reunión de los cristianos en el primer día de la
semana (Epístolas X, 96) o los mártires de Abitinia que declaraban no poder vivir sin celebrar la cena
del Señor en el domingo (PL 8,707.709s). Todos estos testimonios expresan la identidad del cristianismo
en relación al domingo. Es este día la fuente de la cual vivían y en la cual se actualiza lo que hizo y dijo
Jesús en la Última Cena. Es Él quien se hace presente en medio de los que celebran la fracción del pan y
es Él quien comparte con nosotros, quien se entrega por todos y se nos da a todos.

Así pues, a Jesús se le reconoce en la Eucaristía, en ella aprendemos quién es Él y qué es lo que hace por
nosotros, tal como lo dice san León Magno: “Lo que era visible en Cristo se conserva en los
sacramentos”.

En la actualidad existe quizá un enfriamiento de esta experiencia de la fracción del pan. Aunque
afirmamos que la Eucaristía en centro y cumbre la vida cristiana y eclesial (LG 11), muchas veces
dejamos sin respuesta al amor de Jesús. Estamos tan ocupados en nosotros mismos, en nuestras
preocupaciones, afanes, expectativas, planes, etc., como aquellos caminantes de Emaús, que el domingo
nunca llega a nuestra vida. Jesús no aparece y no dejamos que Él camine con nosotros. Jesús se nos
regala en la Eucaristía con su persona y nos da consuelo, esperanza, alegría y felicidad.

Por ello, la consecuencia del cristiano que experimenta el encuentro con Jesús en la Eucaristía -en el
domingo- y lo reconoce, es la capacidad de compartir. Así como compartimos el pan eucarístico,
compartimos el pan de todos los días. Es indiscutible que la Eucaristía debe repercutir en nuestra vida,
debemos salir de nuestros egoísmos y deseos de acumular, para poder aprender nuevamente a compartir,
a dar y regalar. Una cultura del cariño, la solidaridad, el compartir y la compasión. La solución a este
enfriamiento y cultura narcisista y ególatra, como fuente de renovación para la vida y el mundo, es
reconocer a Jesucristo en la eucaristía dominical, hacernos reconocibles como cristianos por nuestra
forma de compartir lo que somos y tenemos, según el testimonio de la carta a Diogneto: “Los cristianos
aman a todos y son perseguidos por todos… son pobres y hacen ricos a muchos; padecen escasez de
todo y, sin embargo, también tienen de todo en abundancia” (n. 5).

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