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EL PASAJE ADOLESCENTE
DE LA FAMILIA AL VÍNCULO SOCiAL
COLECCiÓN ~ ÁNTíGONA - 7
Dirigida por GRAZIEllA BARAVALLE
JEAN-JACQUES RASSIAL
EL PASAJE ADOLESCENTE
DE LA FAMILIA AL VÍNCULO SOCIAL
10 9 8 7 6 5 4 3 2 1
Impreso en España
Depósito legal B. 1014-99
Impresión y encuadernación: Romanya Valls S.A.
ISB~ 84-7628-268-0
SUMARIO
1. SABIDURÍA ADOLESCENTE
1. Observaciones sobre el verlan de los beurs ...................... 23
2. El «no por completo» .............. ............ ....... ................ 29
3. La operación adolescente y el límite del niño al adulto ...... 35
4. ¿Una división del super-yo? ........................................ 43
5. El psicópata como figura contemporánea........................ 53
6. La intransigencia de la virtud. ...................................... 63
dono, aunque sea heroico. Del hecho de que allí se produce, no un cumpli-
miento, una realización, sino una operación necesaria, compleja y decisiva,
tuve ]a idea a partir de esta lectura; y tuve la sospecha de que su alcance es
epistémico y óntico por ser en principio ético.
El que esa sospecha se precisara y transformara en idea fue el resulta-
do de mi lectura de Spinoza. Tampoco se trata aquí de desarrollar todas las
consecuencias de esta lectura. Bastarán dos observaciones. La primera con-
cierne a la lectura de Descartes que Spinoza propone a un joven; él apenas
modifica las consecuencias de esta lectura, pero ese apenas, antes de anun-
ciar su propia doctrina, toma un peso muy distinto al responder a una pre-
gunta de adolescente: no hay ninguna necesidad de la existencia de Dios,
la idea de Dios es suficiente para la lógica del razonamiento. Ese punto de
doctrina se pone de manifiesto cada vez que para el adolescente se plantea
la cuestión del estatuto del Otro. La segunda observación sobre el camino
de Spinoza, es que, entre los tres géneros de conocimiento, el primero por
experiencia y de oídas, el segundo por progresión racional, el tercero por
el salto de la intuición, hay solución de continuidad (la misma cuestión de-
bería plantearse para la articulación de los estadios de la inteligencia de
Piaget). El encuentro del adolescente y, según una trivialidad clínica, la
puesta en juego de su abandono de lo escolar exigen esta interrogación so-
bre el estatuto del saber, en el doble sentido de cuerpo de conocimiento y
de modo de construcción de esos conocimientos. En la separación entre lo
que se busca y lo que se encuentra, lo que ya se sabe y el uso de ese saber,
se mide una división, doble, del saber, que destruye la esperanza de agotar
por la vía racional la verdad sin efectuar un salto que amenace nuestra pro-
pia unidad.
. ¿Cómo pensar, cuando la adolescencia ha revolucionado la jerarquía
del cielo de nuestra infancia? Es después de una doble experiencia de amis-
tad y de duelo que Montaigne escribe el libro compañero de La Boétie, los
Ensayos, al mismo tiempo relato de experiencias de pensar en contra, ab-
solutamente en contra, del pensamiento de su amigo o de sus ancestros en
escritura, y prolegómenos a una concepción del pensamiento. «Mi moral es
distingo «puede oírse, a posteriori, como una réplica anacrónica al cogi-
too Montaigne, cuya escuela logra con demasiada frecuencia repugnar a los
adolescentes, quienes sin embargo podrían encontrar allí su propia cruel-
dad de pensamiento, abre o reabre un derecho al vagabundeo de un pensa-
INTRODUCCIÓNllI
5. Mientras que la muerte del padre, fantasma edípico del niilo, se re-
suelve en el orden simbólico donde él se aloja, por la simulación de un ase-
sinato que asegure la transmisión, el adolescente descubre, en un segundo
HIPOnSIS SOBRE LA ADOLESCENCIA. PROGRAMA (1978)115
tiempo, que ese padre que se le parece es mortal, en lo real, de una muerte «sin
causa», y que esta transmisión se ordena como pérdida. De abs6lutamente
Otro -diferencia radical cuyo envés es la identificación-, por el golpe de
fuerza de una semejanza que ninguna identificación trasciende, enmasca-
ra o reduce, el padre deja de ser el representante unico del orden simbóli-
co. Cuando el hijo se mide con el padre, el cuerpo del padre entra en esce-
na, ya no mítico, sino apresado en una cadena simbólica, en el mismo
sentido en que hay cadena en la lengua, y cuyo nacimiento y muerte son las
puntuaciones reales. El padre (caído) es designado, al mismo título que el
hijo, como eslabón en la cadena de las generaciones, garante provisorio y par-
cial de la pemanencia del Nombre en la cadena de los significantes.
7. La semejanza con los padres se descubre como posibilidad del acto se-
xual que, para el adolescente, está medido por una relación imposible entre
la repetición y la reproducción: repetición (en todas las acepciones de la pa-
labra) de la escena primitiva, juego de imitación de una diferencia en dos
términos, de los cuales uno está representado, de antemano, como aseme-
jando al sujeto; reproducción -es decir, captura en la cadena de las genera-
ciones- infinita, en donde la dimensión simbólica prima sobre la expansión
161 EL PASAJE ADOLESCENTE
Para la niña, puesto que la sangre de las reglas y el crecimiento de los senos
adquieren sentido por la vista del otro, la relación con el otro es del orden
de la mirada. Para el niño, dado que el signo comunicable de la pubertad es
el cambio, la voz ocupará una posición clave. Es lo que testimonian los jue-
gos de seducción, siendo el reverso que el hombre, al enganchar significan-
tes en nombre del Otro, en la prueba de «sedu..;ción», permanecerá ciego a
las llamadas de la mirada; mientras que la mujer, presentándose como sig-
nificante a la mirada que presta al otro, será sorda a esta voz que la interro-
ga acerca de su goc~.
1. A. YJ.J. Rassial, «De l'image inconsciente du COrpSlO, en: Quelques pas sur le chemin de
Franfoise Dolto, obra colectiva, París, Le Seuil, 1988.
l.OBSERVACIONES SOBRE
EL VERLAN 2 DE LOS BEURS 3
con la lengua, y más precisamente el uso del verlan por la generación del
joven «beuf».4
Si el sujeto hace su entrada en la lengua que ya está allí y que se deno-
mina materna, sin embargo se la apropia a través de ciertas pruebas, en el
aprendizaje de la palabra, luego de la escritura, finalmente advirtiendo que
esta lengua no es única y que hay otras lenguas, eA"tranjeras. Cada uno de esos
tiempos supone un esfuerzo que no se produce sin algunos fracasos. Lo que
dialectiza esta doble subjetivación -el sujeto habitado por la lengua, el su-
jeto habitando la lengua- es lo que se indica en esa palabra singular, intra-
ducible, que sitúa y designa al sujeto, lo marca y 10 sostiene: el apellido, que
le permite ser contado entre aquellos de su generación, como el nombre le
permite ser distinguido en la cadena de las generaciones. Todo adolescen-
te, en una recapitulación, debe si no rehacer, al menos dar un nuevo senti-
do a todas esas apropiaciones: el mutismo de algunos, pero también el gus-
to por lo literario (desde la carta de amor al diario íntimo) yel uso de
sobrenombres, dan testimonio de ello.
El adolescente, hijo de inmigrantes, tiene de inmediato y de· un modo
u otro, relación con dos lenguas: una que debe denominarse lengua del
amo, es decir, aquella que garantiza el lazo social en el que él hace su entrada;
la otra, rechazada (objeto de una Verwerfung o de una Verdriingung) o re-
servada al uso familiar y a la relación entre los dos padres, o considerada cqmo
lengua ancestral y sagrada, al igual que una «lengua muerta». Paralelamen-
te, ya sea bajo el efecto de un afrancesamiento oficial o salvaje, o simplemente
porque el procedimiento de nominación es diferente, el sujeto se sitúa en una
relación equívoca con el nombre propio. Conocí a un adolescente que ha-
bía atravesado una fase delirante después de que, en una banda de no in-
migrantes, había abreviado su nombre aislando un «Ben» que sonaba para
él como un recuerdo de la filiación.
Es en relación con esas dos lenguas que este adolescente debe redefinir
su posición. Toda una serie de figuras es entonces posible, según la conste-
lación familiar, el apego de los padres y su integración social, el papel de la
4. Retomaré algunas ideas avanzadas con ocasión de un coloquio sobre ~La lengua y el in-
consciente» organizado en noviembre de 1988 en Israel por el departamento de psico-
logia de TeI-Avlv y por la Association freudienne.
OBSERVACIONES SOBRE EL VERlAN DE LOS BEURS¡ 25
lans, sobre los cuales me detendré; cuarto, los largonji, así denominados
por la deformación de la palabra «jargon»:5 por ejemplo, el (doucherbem»
utilizado por antiguas generaciones de inmigrantes, después de haber sido
la (<lengua de los bouchers»6 es una combinación de la segunda y tercera ope-
raciones.
Estas operaciones sobre la lengua producen otra, codificada, secreta du-
rante un cierto tiempo, puesto que esta lengua segunda tiende a desapare-
cer o a integrarse desde el momento en que es hablada, hasta el punto de que
lo más frecuente es que queden ciertas palabras en la lengua ordinaria: an-
tiguamente, por ejemplo, «en loucedé», producto de un largonj~ más re-
cientemente, producto del verlan, (daisse béton» o «beur».
El verlan de los beurs es notable, aun cuando ya es menos usado que
hace años. De hecho, parece corresponder a una tentativa de introducción
de una lengua en otra por el sesgo de palabras codificadas, producciones de
un entre-dos-lenguas. De ese modo, el verlan encontraría de pronto la es-
tructura de otra lengua constituida progresivamente por el encaje de varias
lenguas-madre y orientada por la elección de un alfabeto: el yiddi'sh, com-
posición de viejo alemán, de lenguas autóctonas y de hebreo, y cuya escri-
tura se realiza en caracteres hebraicos. Lejos de ser accidental, el uso del
verlan sería entonces una de las manifestaciones del modo específico de
apropiación de la lengua por parte de una población minoritaria.
La inversión es ya característica para quienes han aprendido a leer y a es-
cribir en francés, de izquierda a derecha, al revés de la escritura árabe. Tan-
to más cuanto que son clásicos, en estas poblaciones, los problemas de late-
ralización, incluso en lós diestros confirmados. Conocí el caso de un niño
árabe, diestro auténtico y no zurdo contrariado, que escribía por completo
en espejo. '¿Para quién escribimos? Pregunta que duplica la de saber para
quién hablamos, sin que necesariamente la recubra. Eso está por cierto en jue-
go en la orientación del grafismo, más allá de lo que se traduce en una rela-
ción exterior/interior, según que la mano se oriente hacia el afuera o el aden-
tro en el gesto de escribir. El verlan no procede letra por letra, sino sílaba por
sílaba, y también allí se encontrará una especificidad de la escritura árabe.
Tahar Ben Jelloun, s'ino también a lo que F. Fanon p~do observar de 10 in-
sostenible del entre-dos figuras. Evocaré brevemente, a partir de mi expe-
riencia, lo que pudo serme transmitido por niños cuyos padres son inmi-
grantes; será evocar tan sólo, porque, allí también, todo lo que fuera
generalización a partir de ciertos encuentros, todo lo que fuera (cpresenta-
ción de caso», no haría sino legitimar la represión de la cuestión en nom-
bre de lo patológico. Quisiera evocar a esos niños porque ellos ::oportan el
síntoma mismo de la inmigración.
Ocurre con frecuencia que la separación entre «sé como un francés» y
«conserva tu identidad nacional, permanece extranjero», la separación que
duplica la represión, sea representada por dos posiciones diferentes del pa-
dre y de la madre, por dos ideales contradictorios propuestos al niño; y esto
sea cual sea la distribución específica y la calidad de la relación entre los pa-
dres. «No hay buenos padres», nos indica Freud. Y Lacan subraya que «cada
uno es producto de un malentendido, un malentendido de estructura entre
los dos sexos». Este malentendido en el que cada cual se acomod~_ como pue-=
de es legitimado, reforzado por esta separación entre dos sistemas de referentes
culturales, entre dos ideales en los que se debaten ya, por su propia cuenta,
los compañeros parentales, cuando uno u otro, o los dos, son inmigrantes.
Esta separación es subrayada por la escuela: por una parte, buscar asi-
milar al hijo de inmigrantes sin tener en cuenta lo que él puede reivindicar
de identidad específica, es pedirle que niegue uno de sus rasgos identifica-
torios; por otra, crear clases específicas, clases de extranjeros, es negar otro
de sus rasgos identificatorios, incluso de su saber en más: lo que sabe él, el
hijo de inmigrantes, capturado en este entre-dos lenguas, es hablar de sus
referentes franceses en su lengua de origen y de sus referentes de origen en
la lengua francesa. Y precisamente para el discurso institucional toda tra-
ducción es una traición. Ese saber del hijo de inmigrantes (e insisto en el he-
cho de que es :m saber) es inadmisible para la escuela, más allá de la dedi-
cación personal de los profesores, para la escuela que, como toda institución,
funciona por sí o no, por afuera y adentro, por unilingüismo.
Entonces, ¡qué es lo que ocurre? Indicaré tres «soluciones» que desig-
nan otros tantos sistemas, síntomas, tanto si el niño se desenvuelve con ellos
como si la cosa se convierte en drama o se orienta hacia lo patológico.
O bien, en una primera solución, el niño pasa por la renegación de uno
de sus ideales, es decir, que él se identifica como francés, y busca -como se
dice- asimilarse «<hacerse tragan»), o bien él se identifica como pertene-
ciendo a la comunidad de origen de sus padres, idealizando ese país prometido
y reprochando a sus padres su migración. Pero esa renegación de una par-
te de sus deterrpinaciones tiene un precio: el de un redoblamiento del Edi-
po, de un redoblamiento de la elección de identificación sexual por una
elección entre dos lenguas, entre dos sistemas de referencia cultural, uno pro-
puesto como auténtico, el otro como prohibido y residual. Es el precio que
cada uno paga, ciertamente, en el Edipo, es decir, el precio de la neurosis.
Pero ese precio es doble para el hijo de inmigrantes, estando la represión do-
blada por una interdicción, y los fallos a los cuales cada uno es confronta-
do -aunque no sean más que los lapsus-, por ejemplo, los fallos de la represión
de un saber prohibido, le vuelven doblemente «a la boca».ll A veces se per-
ciben los efectos hasta la generación siguiente, es decir, la tercera generación.
O bien, en una segunda «solución», el niño impone por medio de la
violencia contra la «idiotez social» su ser «entre-dos», su ser «no por com-
pleto». Impone su marginalidad. Podríamos avanzar que por ese lado se
pone en juego una verdad para él y sobre el orden social. Pero esta margi-
nalidad, cuando ninguna estructura social se dispone a sostenerla -y ¿qué
sería una estructura social que sostuviera la subversión?-, tiene también su
precio para el sujeto: el de volver a cuestionar al mismo tiempo la identifi-
cación sexual y la sujeción de cada uno a las apuestas simbólicas cuya mar-
ca es la castración. Es ese precio de «estar en el entre-dos» el que designa-
mos con los términos clínicos -no hemos encontrado otros términos para
designarlo, ¡es grave !- de psicopatía, por una parte, y de perversión por
otra, cuando la fórmula es de un lado la delirIcuencia o, del otro, un des-
méntido a lo que se le comunicó de la separación entre las posiciones ma-
terna y paterna, una desviación sexual, cualquiera que sea.
O bien, en una tercera posibilidad, el niño difiere la elección, ya sea por
medio de lo que podemos denominar la simulación de la debilidad: una
falsa debilidad que determina, a partir de ese saber de más inaceptable so-
cialmente, todo saber como prohibido; ya sea, en la misma dirección pero
más allá, por la i~sistencia hipocondríaca de una demanda hecha al otro de
reconocimiento de que es en lo real de su cuerpo donde se dramatiza la
. .
elección forzada e imposible; e~ médico se convierte entonces en el recurso
de esa elección imposible.
La respuesta que el analista puede inventar es de inmediato política.
Del mismo modo que el inconsciente rel consciente aparecen sincrónica-
mea te al revés uno del otro y se manifiestan en la diacronía de una cura como
inscritos sobre una misma cara,la del discurso, así, lo que aparece como do-
ble cultura para un sujeto no es'para él más que la imposición por parte del
Otro de que el acceso a lo simbólico es ante todo violencia de lo simbólico
contra lo simbólicq. Una cultura, cualquiera que sea, no se constituye sino
sobre las ruinas de otra cultura. Para retomar a Freud, hay civilización por-
que hay asesinato deI padre, porque hay un padre muerto. Los choques, los
juegos de diferencias, la violencia entre los sistemas culturales no son acci-
dentales; son los efectos del hecho de que un sistema cultural se construya
primero como rechaz<? de lo que es expulsado afuera; lo que de civilización
se construye se hace sobre un odio fundador del campo social, negado en-
tre quienes se reclaman de las mismas referencias, y vuelto contra los ex-
tranjeros. Hay malestar en la civilización por eso, porque, en particular en
el Occidente cristiano, los debates naturaleza/cultura se sitúan~; la cultura
se despliega como negación del odio que la funda.
Ese malestar deja un resto de verdad, un desecho del discurso-deI-amo,
del discurso del poder. De ese resto de discurso del poder, un pueblo en
particular asumió el papel en la historia: el pueblo judío, en tanto que pue-
blo dispersado, pueblo de más y sin embargo necesario en el lugar mismo
del fallo social. En la sociedad feudal, los judíos fueron expulsados del lado
del resto del sistema de producción, resto necesario como producto, a sa-
ber, el dinero. Igualmente, en la sociedad francesa, los inmigrantes fueron
expulsados del lado de la suciedad. Es necesario tomar en serio la metáfo-
ra del barrendero como ideal para el discurso del estado acerca del inmigrante.
Lo que encontramos más precisamente en la actualidad, es que, siendo
la crisis lo que es, son los inmigrantes mismos los considerados por el Es-
tado como el desecho de la sociedad, puesto que ellos no se pliegan ni de he-
cho ni voluntariamente a esta falsa dialéctica del adentro y el afuera que
justifica el discurso jurídico del Estado. Ningún discurso que respete una ló-
gica del sí y del no, del adentro y el afuera, puede dar razón de esta dimen-
sión de lo que está de más que subvierte el orden social, aun cuando se pre-
sente como contradiciendo el discurso del Estado.
Así, cuando un discurso de estilo humanista borra las diferencias, reprime
lo dramático en beneficio de un ideal genérico que no se manifiesta por lo
que él es: el efecto de una determinada cultura, ese discurso de estilo hu-
manista puede que no sea sino una cierta prolongación del colonialismo (es
lo que testimonia, en la historia, la ambigüedad de un personaje tan simpático
como Zola). De ese modo resulta que ese famoso derecho a la diferencia evi-
ta precisamente el problema: que la diferencia no es un derecho sino ante
todo un drama. Y la cuestión no es la de tener derecho a escuchar a Oun Kal-
soum más que a Halliday; es necesario poder escuchar a los dos. Ese dere-
cho a la diferencia puede no ser sino la prolongación de un cierto racismo
cuando se plantea no como el logro de una lucha sino como un principio
de organización social. Discurso incompatible con el discurso del amo, con
el discurso del Estado, cualquiera que sea, antiguo o nuevo, porque no se tra-
ta de completar la subjetividad por medio de lo que está reprimido, en la me-
dida en que lo reprimido existe siempre, aunque no se trate más que de ese
asesinato fundador de la civilización, de no importa qué civilización, ese ase-
sinato simbólico que.Iegaliza las dos únicas prohibiciones universales: la del
asesinato y el incesto, cualesquiera que sean las fórmulas particulares que pre-
serven las transgresiones.
En un texto sobre «el análisis laico», Freud manifestaba el deseo de que
la difusión del psicoanálisis pudiese promover un nuevo vínculo social. Hay
que decir que desde entonces -la experiencia americana es elocuente-, es-
tamos de vuelta de este optimismo. Ello no significa que el psicoanálisis, que
es también un nuevo estilo de discurso inventado por emigrantes judíos, no
se interese por una pretendida cura de un pretendido mal que sería la mi-
gración; el psicoanálisis funciona precisamente como una lógica de la mi-
gración in;trapsíquica que da razón a la cuestión política planteada por la in-
migración. La extrañeza de la realidad del extranjero no es accidental; ella
es para lo humano un hecho de estructura.
3. LA OPERACION ADOLESCENTE
y EL LÍMITE DEL NIÑO AL ADULTO
12. Sigmund Freud, «Sobre psicoterapia», en Obras Completas, T.l, Biblioteca Nueva, Ma-
drid, 1973, pág. 1.011.
361 SABIDURIA ADOLESCENTE
gracias del hombre de los lobos --caso denominado obsesivo por Freud, y en
el que Lacan encuentra la lógica de la psicosis-, interrogan al conjunto de
los psicoanalistas, a la vez acerca de su práctica privada y acerca de su VÍn-
culo asociativo.
Finalmente, una vez escogidos los casos en los que domina la incerti-
dumbre del analista, aquellos en los que el polimorfismo sintomático en-
mascaraba la estructura neurótica detrás de la locura de la conducta y del
pensamiento, aquellos en los que algún apoyo familiar o social evitaba un
derrumbe psicótico que sólo puede tener lugar si la regla fundamental es
enunciada, y aquellos que indican que la estructura perversa no es patog-
nómica y puede ir a la par con una conducta de apariencia neurótica o psi-
cótica, podemos aún aislar clínicamente una «estructuración» -yo diría que
con prudencia a causa de la fijeza de la estructura- que corresponde al diag-
nóstico de estado-límite tal como es descrito en la literatura.
Podemos desde ahora subrayar que los casos-límite como los de los
adolescentes, nos plantean, en cada encuentro y en conjunto, cuestiones de
tres órdenes: ético~ práctico y clínico. Son numerosos los analistas que han
constatado la proximidad fenomenológica entre los casos-límite y las pato-
logías adolescentes. Pero iré más lejos al considerar que es la necesidad de
la operación adolescente -que puede tener lugar en otra temporalidad que
la de la maduración de la pubertad, incluso si está asociada a ella-la que per-
mite comprender la etiología de los estados-límite.
Utilizaré la metáfora de la «avería»: de ese modo podría traducirse el tér-
mino de breakdown, según uno de los sentidos de la palabra inglesa y en con-
o tra de la traducción habitual de «ruptura en el desarrollo».
El sujeto en estado-límite tiene una avería, en su pensamiento y en sus
cargas, peró también en las diferenciaciones estructuran tes entre el discur-
so y la acciÓn, lo objetivo y lo subjetivo, el pequeño otro y el gran Otro, en-
tre el pasado, el presente y el futuro, lo familiar y lo social, etc. No se trata
de que esas diferenciaciones no hayan tenido nunca lugar, como en el au-
tismo, o que hayan sido abolidas, como en las psicosis, en tanto que sólo son
negadas en las neurosis y las perversiones, sino que en el uso que el sujeto
debe hacer de ellas como adulto, éstas se revelan ineficaces e inadecuadas.
El sujeto-límite nos aparece como disponiendo -según 10 que sería una ana-
tomía psíquica distinta de la fisiología- de medios para franquear el límite
y como detenido al borde de la ruta (para prolongar la metáfora), errando
LA OPERACIÚN ADOLESCENTE y EL LIMITE DEL NIÑO AL ADULTOI 37
13. En lugar de usar el término «symptóme», síntoma, el autor juega con la expresión
«sinthóme·il ou sinthóme-elle», para aludir al término "homme», hombre, implicado
en la idea que está desarrollando a partir del seminario Le Sinrhóme, de J. Lacan. Nota
de la traductora.
LA OPERACION ADOLESCENTE y EL LIMITE DEL NIÑO AL ADULTOI 39
la razón de que se tratara, ya fuese orgánica, había podido dejar a,ciertos su-
jetos en el autismo.
Distingamos, pues, esta segunda operación de la operación primaria
N-d-P, que se escribirá así para evitar la reducción al patronímico. Para el
niño -y justamente articulada al estadio del espejo, que acaba con la Madre
primordial fálica-, la operación de inscripción del Nombre-dei-Padre, es de-
cir, el anclaje simbólico del lugar del Otro -que en adelante será el del len-
guaje, al perder la cualidad de Otro real que fue la Madre-, se apoya en una
metáfora paterna que permite que se detenga como saber supuesto un de-
seo incomensurable de la madre. El fracaso de esta metaforización, la abo-
lición de sus consecuencias, el corte radical de sus manifestaciones signifi-
cantes, inducen una forclusión, una vez planteado el tiempo de una
elaboración posible; forclusión cuya manifestación será inmediata o espe-
rará la ocasión pospubertaria de una llamada al Nombre-del-Padre.
Pero si se evita el fracaso que constituye la forclusión, el éxito de la ins-
cripción del Nombre-del-Padre no es más que parcial, en tanto se apoya
sobre la actualidad de la metáfora paterna. En efecto, para que haya meta-
forización paterna, es necesario que, en la realidad -ya sea familiar o sólo
verbal en el discurso de la madre-, exista padre y esté cualificado por un tiem-
po con el poder de representar al Padre Simbólico, de quien sabemos que
el único real concebible es el del Padre muerto de la horda primitiva. La fa-
milia en tanto tal, ya sea nuclear, extendida, monoparental o sustitutiva, es
la condición de la presencia de esta metáfora, el padre, pero del mismo
modo, los padres encarnan imaginariamente a ese gran Otro al que se diri-
ge el sentido de la existencia del sujeto.
En la adolescencia, esta metáfora pierde su valor por una descalificación
del padre y de la familia que encarnará imaginariamente al Otro, el cual se
escribirá, por ejemplo, el Adulto. En ese momento, la promesa edípica: «Re-
nuncia provisionalmente al goce al que tendrás derecho más tarde» se revela
como mentirosa; por una parte porque el goce genital es también parcial y
no garantiza ninguna relación sexual; por otra, porque el goce absoluto es
aún diferido y remitido, esta vez, al más tarde de la muerte. El sujeto se ve
confrontado por un tiempo a la desesperación de la vacuidad del lugar del
Otro, hasta que, gracias al efecto del cambio del síntoma, él encuentra en sus
vicisitudes una nueva encarnación imaginaria del Otro en el Otro sexo. Esta
descalificación de los padres es, en tanto tal, un momento estructurante,
0101 SAB1DURIA ADOLESCENTE
posible, sea afectada, ella también, después de pasado un cierto tiempo, por
una forclusión.
Si esto es verdad, el psicoanálisis del adolescente, en la especificidad de
sus resortes, debe enseñarnos acerca del acto analitico posible con tales su-
jetos.
La primera idea es que, como el análisi~ del adolescente, la cura de es-
tos sujetos sigue un recorrido en alguna medida inverso al denominado clá-
sico. En efecto, no es el análisis del fantasma el que lleva al descubrimiento
de que el lugar del Otro, al que se dirigen mi palabra, mi demanda y mi
amor, es un lugar vacío porque no tiene otra consistencia que la simbólica,
sino que es un trabajo previo sobre la cualidad del Otro el que permite, en
un segundo tiempo, que el fantasma sea el eje de la cura. En otros términos,
es un análisis de la transferencia el que autoriza el análisis del fantasma,
mientras que con el adulto neurótico, aquél corre el riesgo de ser un obstá-
culo. Así, el afecto dominante, pero también dinámico, en la cura, no es la
angustia sino la depresión, a condición de que sea reconocida corno autén-
tica, es decir, que contenga, además de sus efectos mórbidos, las condicio-
nes de un verdadero relanzamiento de la subjetividad. Es, por otra parte, la
anteposición de esta depresión la que puede suspender la actuación del su-
jeto, la cual se concebirá entonces no como pasaje al acto ni como acting-
out, sino corno agitación en la que se reconoce la esterilidad. Sin duda es ne-
cesario agregar que, dell~do del analista, es la aptitud para soportar la
depresión, la que da la particular competencia para seguir a ciertos sujetos
en su deriva y escuchar allí una verdad de cada uno.
En otros términos, es necesario entonces abordar de frente, detrás de la
frustración -falta imaginaria de un objeto real- pero antes de la castración
-falta simbólica de un objeto imaginario--, una privación esencial -falta
real de un objeto simbólico-- que puede efectivamente ser designada corno
«defecto fundamental» (Balint), sabiendo que esta emergencia de lo real, si
bien persiste en la psicosis, no tiene lugar para el sujeto no psicótico más que
en algunas ocasiones, en particular en la adolescencia.
Es lo que deseo retener sobre todo: que el análisis de los estados-limite
supone una reelaboración de la operación adolescente, con el riesgo de de-
jar que el sujeto encuentre todos los callejones sin salida del proceso ado-
lescente.
4. ¿UNA DIVISI6N DEL SUPER-YO?
20. Sigmund Freud, El malestar en la cultura, Obras Completas, T.IJI, Biblioteca Nueva,
Madrid, 1973, pág. 3.017.
,UN,' DIVISiÓN DEL SUPER.YO?¡47
23. Sigmund Freud, El chiste y su relación con 10 inconsciente, Obras Completas, T. 1, Bi-
blioteca Nueva, Madrid, 1973.
24. Si no lo está, nos enfrentamos a un simholismo psicótico que, según creo, no es ausencia
de Jo simbólico sino expulsión del vínculo que ordena lo simbólico.
· .
¡UNA DIVISiÓN DEL SUPER.YO~I 49
tura, aun cuando Freud, con su prudencia habitual, hable en t~rminos de.
analogía; «Aún puede llevarse mucho más lejos la analogía entre el pro-
ceso cultural y la evolución del individuo, pues cabe sos~ener que tambi~n
la comunidad deSarrolla un super-yo bajo cuya influencia s.e produce la evo-o
lución cultural. Para el estudioso de las cuhuras humanas sería. tentado-
ra la tarea de perseguir esta analogía en casos específicos. Por m~ parte, me
limitaré a destacar algunos detalles notables. El super-yo de una época ~
tural determinada tiene un origen análogo al del super-yo individual, pues
se funda en la impresión que han dejado los grandes personajes conduc-
tores, los hombres de abrumadora fuerza espiritual en los cuales alguna de
las aspiraciones humanas ha encontrado su expresión más fuerte y pura,
aunque, quizá por eso mismo, la más exclusiva (n.) Otro elemento coin-
cidente reside en que el "super-yo de la comunidad civilizada': a entera
semejanza del individual establece rígidos ideales cuya violación es casti-
gada con la "angustia de conciencia moral". Aquí nos encontramos ante la
curiosa situación de que los procesos psíquicos respectivos nos son más fa-
miliares, más ·accesibles a la consciencia, cuando los abordamos bajo su as-
pecto colectivo que cuando los estudiamos en el individuo. En éste sólo se
expresan ruidosamente las agresiones del super-yo, manifestadas como
reproches, al elevarse la tensión interna, mientras que sus exigencias mis-
mas a menudo yacen inconscientes. Al llevarlas a la percepción conscien-
te se comprueba que coinciden con los preceptos del respectivo super-yo
cultural. Ambos procesos -la evolución cultural de la masa y el desarro-
llo propio del individuo- siempre están aquí en cierta manera aglutina-
dos. Por eso muchas expresiones y cualidades del super-yo pueden ser re-
conocidas con mayor facilidad en su expresión colectiva que en el individuo
aislado».
Creo que sería necesario completar esas páginas con las al1teriores, aso-
ciar ese super-yo colectivo con la autoridad. Sería mi segunda hipótesis.
Freud concibe aquí un super-yo colectivo, no que anticipa, sino que prolonga
el super-yo de origen p~rental. Tendríamos entonces primero una autoridad
exterior arcaica, luego un super-yo interiorizado de origen parental, final-
mente un super-yo colectivo. Pero el mantenimiento de esta separación en-
tre la autoridad y el super-yo colectivo no tiene sino un efecto: preservar, a
pesar de todo el pesimismo de Freud en 1929, algo de esperanza de que ese
super-yo colectivo sea aún el instrumento posible de un progreso para que
501 ,!,AbWLiRJA AlJ0U.~CLNH.
«el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no
menos inmortal adversario».25
Al finalizar la guerra, Lacan será aún más pesimista: «Ninguna forma de
super-yo es inferible del individuo a una sociedad dada. Y el único super-
yo colectivo que podemos concebir exigiría una desintegración molecular
integral de la sociedad. Es cierto que el entusiasmo con el que hemos visto
a toda una juventud sacrificarse por los ideales de Nada, nos hace entrever
su posibilidad en el horizonte de los fenómenos sociales de masa que su-
pondrían entonces la escala universal».26 Quien en la actualidad obedecie-
ra a ese super-yo colectivo se encontraría, según la fórmula de M. Nacht, «có-
modo en la barbarie».27 He evocado en otra parte esta figura psicopática
contemporánea que asocia nacionalismo salvaje, entusiasmo nihilista y odio
del origen, como lo (<logra» el skinhead. Así, ese super-yo colectivo se reve-
la aún más, no secundario al super-yo individual, sino ligado a esta figura
tiránica del Otro que constituye la primera fuente de la Ley, entonces con-
fundida con la orden del goce.
Si propongo estas hipótesis sobre el super-yo, es para dar cuenta de una di-
ficultad propia de la adolescencia, y que es ejemplar con respecto a una
apuesta válida para cada uno; no es un azar si esta reflexión de Lacan sobre
el super-yo y la agresividad, a propósito de la criminología, trae a su pluma,
en numerosas ocasiones, esas palabras, raras en él, de juventud y de ado-
lescencia.· ;
Recordaré sólo una hipótesis antigua: hay en la adolescencia, por la de-
cepción de la promesa edípica, un defecto de las encarnaciones imaginarias
del Otro '-en términos lacanianos, la emergencia de S (JV- de dónde, res-
pondiéndose una a la otra, una nueva depresión (nada vale, ni yo, ni los ob-
jetos, ni los otros, ni los discursos) y una nueva angustia (la presencia del
objeto es tan aterradora como su ausencia). Además del;yo, es, por supues-
to, el super-yo el que será puesto así a prueba, en la separación entre el dis-
curso parental y el discurso del amo, los cuales, para el niño, parecían sos-
tenerse uno al otro.
Esto es t¡mto más sensible cuando el discurso del padre que orienta el
vínculo familiar, y el discurso del amo que funda uno por uno cada lazo so-
cial, se oponen explícitamente; por ejemplo, cuando el padre viene de otro
campo social y cultural que aquél en el que el niño hace su entrada. Para de-
cirlo con propiedad, el sujeto se verá atrapado en un conflicto de valores. Pero
esta separación ~te en todos los casos, puesto que se apoya no sólo sobre
situaciones sociocUlturales accidentales, sino sobre la constitución misma
del aparato psíquico y de la instancia superyoica. Aún es necesario precisar
esos términosae discurso del amo y de discurso del padre, puesto que el pri-
mero tiene cualidad conceptual en la teoría lacaniana y el segundo perma-
nece como una noción clínica no evocada por Lacan.
Entiendo por dis..--urso del amo ese discurso fundador tanto del lazo so-
cial como de la existencia del sujeto en la lengua, por la imposición de sig-
nificantes amos que valdrían virtualmente como Nombres-del-Padre, los que,
al precio de la represión del deseo, lo representan en el campo social. Dis-
curso de la Autoridad, pues, en el sentido en el que lo evoca Freud~ discur-
so sin más frase que esas palabras, que ese no a las pulsiones, pero también
discurso del super-yo colectivo, lleno de esas fórmulas casi lógicas, en el
sentido de la razón práctica de Kant, que articulan lo que en otros campos
se denominaría la ideología dominante.
¿Cómo olr entonces ese discurso del padre como distinto de lo que se-
ría traducción, para el niño, del discurso del amo? En efecto, el padre sim-
bólico, el padre muerto de la horda primitiva no habla, y es precisamente
. desde el lugar de su silencio desde donde se funda el discurso del amo que
organiza lo sodal, sobre los toterns y tabúp.s, huellas de ese asesinato in-
confesado. El padr~ imaginario es esta figura segunda, más bien sostenida
por la madre, que da consistencia imaginaria a este ideal del yo reparador.
Si es en nombre de ese padre simbólico y narcisística.mente sostenido por
ese padre imaginario que es posible un discurso del padre, su locutor es el
padre real, definido por Lacan a la vez como agente de la castración y como
«pobre tipo», castrado él mismo. 28 Cualquiera sea la adecuación de ese pa-
28. Jacques 1.3can, Lé seminaiu, LiVTe IV: La relalÍon d'objet, P31ÍS, Le Scuil. 1994.
521 SABIDURIA ADOLESCENTE
dre a las funciones que le incumben, es ese padre real quien será remitido
por el adolescente a su sumisión última a un discurso del amo, mostrándose
superado, incluso denunciado, ese discurso del padre, después de haber
orientado al hijo. De un modo con frecuencia conflictivo, siempre proble-
mático, quizás patológico, el adolescente sufrirá las contradicciones entre esos
dos discursos, en el momento en que su trabajo psíquico le impone un tra-
bajo crítico.
El psicoanalista, o cualquier otro terapeuta, no actuará sino al recono-
cer esto que está en juego, puesto que desconocerlo sería equivalente a caer
en una acción educativa fundada sobre el mantenimiento artificial de una
continuidad entre esos dos discursos, sobre la negación de esa división del
super-yo. El adolescente, en lo más álgido de lo que está en juego en el psi-
coanálisis, es aquel que debe aprender a dejar de lado al padre para poder
servirse de los nombres-deI-padre que, para él, deberán en adelante pensarse
en el plural de sus elecciones de vida.
.j
. ,.i
·,
. .
es necesario examinar para explicar esta tendencia del psicópata a trans-
formarse en el instrumento de lo peor. ;
«Siempre es posible unir entre sí, por 10s.Iazos del amor, una masa de hom-
bres más grande, a condición de dejar a.Igunos fuera para recibir los golpes.,.
Freud nos indica cómo se construye el nacionalismo, sobre las vías deljui-
cio, tales como son descritas en 1925 en su artículo sobre la negaci~n.
El extranjero es primero el Enemigo; no es un segundo tiempo el de la
identificación del Enemigo entre los extranjeros, es un tiempo primario,
efecto de una e:<pulsión constitutiva: introyecto lo que es bueno, expulso lo
que es malo; el afueta está constituido primero por lo que es fuente de dis-
p~acer. Es así, cualquiera sea el.destino secund.ario~ muy variable, como se
construye la idea nacional, por la producción de un adentro y de un afue-
ra, no descriptivos sino preScriptivos. Hay que destacar cómo es, cuando me-
nos, negado en la historia de una nación, el primer momento de adhesión
a un lugar, a saber, por una parte una invasión, por otra una expulsión o una
digestión de los autóctonos; no hay más que leer todas las historias de Me-
dio Oriente, desde cualquier ángulo, para desvelar esta ocultación.
La Nación se constituye por medio de la invención de su Real, el Ene-
migo, quien retoma desde dentro, en la figura del Enemigo interior al que
sería necesario digerir de nuevo o expulsar; enemigo interior que hace sig-
no por su función de traicionar los secretOs (véase el caso Dreyfus) en be-
neficio del enemigo exterior, o por su función de basurero de los desechos
del amo. Alli donde la adhesión nacional sigue las huellas de la pulsión oral,
el en~migo interior, destinado a ocuparse de la secre-ción29 (juguemos con
la palabra), indica lo anal de esta misma nación, lo que puede condenarlo
a la «cloaca».
La función de la constitución del Estado c{e derecho es producir, Se-
cundariamente, una elabo.ración de la idea na¡,;ional que transforme al Ene-
migo en e:<tranjero, al Enemigo del interior en rehén. Es por otra parte la
paradoja del siglo XIX: hacer de los valores nacionales un ideal para todos y
suprimir la idea del Enemigo para soñar con una República universal, como
lo soñó la Revolución francesa. En fin de cuentas, legitima el colonialismo;
29. .secret-ion .. permite jupr con b pabbr:l -secret». secreto. NOQ de b ~uctol'3..
será necesario el caso Dreyfus para que un Zola constate, sin resolverla, esa
paradoja.
Pero ese progreso democrático tiene un precio: la represión del discur-
so del amo que funda la ciudadanía en el sentido de nacionalidad, produ-
ciendo un resto que es expulsado. Vemos bien la debilidad de la democra-
cia, en nuestros períodos electorales, cuando nuestros amos revelan primero
su histeria en la demanda de ser elegidos. El estado de derecho, en tanto
que operación secundaria a la idea nacional, no existe más que para disimular
su origen primario, origen que retoma en el discurso nacionalista pero tam-
bién en toda llamada a la «ley natural», cada vez que se produce un debili-
tamiento de la democracia. La emergencia, por una parte, de los naciona-
lismos pero también, por otra, de la ecología, con su nostalgia paranoica del
buen salvaje, se explica de ese modo.
En efecto, la democracia se caracteriza por no proponer ningún ideal del
yo, excepto cuando logra estar en estado de guerra. Eso que entonces retoma
es la llamada a un super-yo arcaico, denominémoslo maternal, y tanto más
cuanto que la estructura familiar, ligada por la función paterna, ha perdi-
do su eficacia. Así, la eugenesia no es un accidente del nacionalismo, no
más que la apelación al derecho de sangre contra el derecho de suelo; ella
constituye la esencia misma, la connivencia del discurso del amo con aque-
llo que, detrás de la idea de ley natural, se perfila de un ideal del yo de ori-
gen materno y cuya huella opera ya en ciertas inclmaciones democrátic¡¡.s:
pienso en el lapsus de una paciente, estéril, que en nombre del derecho al
niño -a la inversa del derecho del niño- quería apelar a una PMA que ella
traducía por procreación «maternalmente» asistida.
Porque este ideal del yo, nacionalista y materno, llamémoslo perverso,
se caracteriza por su evacuacióri de la diferencia sexual, de la castración, de
la prevalencia fálica. Él dispensa al sujeto de su toma de posición sexuada
en beneficio de una figura única, la Madre-Patria o la prostituta, y de una
práctica sexual específica, la violación, en la que el sujeto se evita la castra-
ción, incluso la evita al otro, prefiriendo quizás la muerte, la suya y la del otro.
funciona sola, remitiendo a un inorgánico mineral que exige que incluso los
cadáveres desaparezcan.
En otros términos, el «super-yo colectivo» alcanza allí su extremo: ser-
vir no a la constitución del yo colectivo que sería la nación, sino por sí mis-
mo, a la aniquilación, aniquilando incluso su función estructuran te.
Esta ejecución nihilista del nacionalismo es lo que no perciben aquellos
que adhieren, ingenuamente, podríamos decir, a un discurso nacionalista,
incluso en nombre de una liberación individual que pasaría por la libera-
ción nacional. La derivación camboyana, en particular, nos ha demostrado
que esta realización no es excepcional y única; esperemos que los naciona-
lismos en juego en Yugoeslavia no sigan el mismo camino absoluto, ese mis-
mo atajo en ciertos bosques. 3D
Por el contrario, el psicópata que nos ocupa anticipa este cumplimien-
to cuando adhiere al nacionalismo, y a él volvemos.
.
La adhesión del psicópata a un ideal nacionalista que se revela como
ideal de la nada, sostenido por un discurso del amo asesino, procede de un
mecanismo que podemos denominar anti-edipico. En efecto. el excluido
-subrayemos la propiedad del término- ha sido expulsado de lo social, del
lazo social, tanto más cuanto que se ha visto confrontado a la exigencia de
una resolución del edipo cuando el enunciado del discurso del amo ha sido:
«Tu deseo de muerte referido al padre es un deseo conforme a lo legítimo;
en la sociedad que nosotros te proponemos, tu padre no vale nada». Dicho
de otro modo, si la resolución del edipo es una resolución imaginaria, cons-
tituyéndose el yo edipico como una máscara de apuestas simbólicas y rea-
les, dirigidas a un padre imaginario -que un célebre analista, un día, para
indicar la nostalgia que se dirigía a él señaló con Pi, fórmula en la que ex-
presaba sobre todo la solución rieurótica de su propio exilio-, si esta reso-
lución es imaginaria para el neurótico, no lo es para el psicópata: él tiene el
derecho yel deber de continuar soñando· con suprimir a ese padre, real-
mente quizás, simbólicamente en todo caso.
Es un azar no poco afortunado sino por el contrario esencial, el que
Hitler no haya sido un sujeto alemán de origen yal mismo tiempo se pare-
ciera tan poco al prototipo del ario, y que la adhesión al nazismo haya des-
bordado el marco de una etnia por cierto mítica, pero imaginariamente.
en el sentido de una imagen del cuerpo, designada, hasta el extremo del
compromiso de un Maurice Sachs. Del mismo modo, es ejemplar la figura
del Kapo: está allí por ser delincuente y pertenecer él mismo a una minoría
oprimida. Arriesguemos una fórmula: lo excluido del lazo nacional retor-
na en lo Real nacionalista, y son numérosos los ejemplos de esas figuras
históricas que, de un lugar que parecia estar al margen, se convierten. al
precio de una inserción mítica, en los cantores o los instrumentos del na-
cionalismo extremo, hasta su fin: la eliminación de los traidores a la causa
(las exacciones del ANC son recientes), incluso la ejecución suicida.
Conocemos bien las consecuencias de todo discurso social que desva-
loriza al padre, incluso cuando busca inocentar al hijo delincuente: impul-
sa a buscarse nuevos ideales, es uno de los efectos perversos de la prisión.
De un modo más general, toda desvalorización de la función y del discur-
so paterno no produce la fraternidad que p~ede soñar la histérica, sino la
llamada a lo peor: las vias abiertas por el ideal más revolucionario y el ideal
más reaccionario son, como nos lo muestra Freud, las mismas.
6. LA INTRANSIGENCIA DE LA VIRTUD
•
entre los enunciados y los actos. Además de una reactualización de la posi:
ción depresiva. marcada por múltiples decepciones, es frecuenterrtente bajo
un modo sadiano que buscará una solución a la vez discursiva y actuada. Sa-
diano en el sentido en que, como lo ha mostrado Lacan, Sade excede a
Kant en llevar al extremo, el extremo de una negación de la diferencia se-
xual en una moral de célibe, la universalización de los preceptos; es lo que
se lee precisamente en el capítulo «Franceses, un esfuerzo aún si queréis ser
republicanos»; es lo que da razón, menos de los intentos perversos del ado- .
lescente en su actividad sexual que de lo que ha podido ser designado como
«perversión social» para calificar sus conductas psicopáticas, donde se sig-
na su relación con el lazo social.
_ Así, bajo un modo de intolerancia al síntoma que puede asemejarlo al pa-
ranoico, el adolescente rechazará fácilmente toda formación de compromi-
so entre las exigencias superyoicas y la presión del ello, oscilando el sujeto ha-
bitualmente entre la sumisión masoquista a las reglas morales más persecutorias
y los pasajes al acto más sádicos, como puede oscilar entre la más fuerte sub-
jetivación de la depresión, en la pérdida de todo valor de las palabras, de los
objetos, de sí mismo, y la exacerbación de una omnipotencia entonces ma-
níaca, hasta la adopción del mayor riesgo ante los peligros reales.
Esta intransigencia moral del adolescente debe entenderse en dos sen-
tidos: por una parte, en el rechazo a transigir sometiendo la exigencia del goce
a las coerciones de la realidad, sometiendo su acceso a un ser prometido a
la repetición de una castración simbólica que ya no está encubierta por una
reparación imaginaria, razón para movilizar todas las fallas narcisísticas an-
tiguas; por otra parte, en el rechazo de toda nueva transición que le seria pro-
puesta o impuesta como necesaria para el cumplimiento de una promesa en
la que él ya casi no cree.
En este sentido puede hablarse de una temporalidad específica de la
adolescencia, tensionada en tres direcciones: primero, la tentativa, destina-
da al fracaso, de hacer coincidir la presencia en tanto éxtasis del ser, con el
presente como éxtasis del tiempo; en segundo término, el rechazo de la tem-
porización y la puesta en situación -<le sí mismo y del otro- de urgencia even-
tualmente puntuada de actings-out neuróticos, de pasajes al acto psicóticos,
de agitación psiccpática; en tercer término, en apariencia a la inversa de
eso, la tentación de detener el tiempo, hasta el punto de justificar, no sólo
para la niña como lo señala Freud, sino también para el niño, una regresión
discreta o masiva, ya sea que prolongue abusivamente el período de laten-
cia o, más radicalmente, que revalorice las apuestas pre-edípicas. En mi opi-
nión, no es simple analogía que el mismo tipo de cuestión sobre la tempo-
ralidad haya sido planteado por toda acción revolucionaria.
Pero lo que·es verdadero de una posición individual crítica lo es también
en la confrontación a lo social, si es desde un mismo lugar, simbólicamen-
te definido, el lugar del Otro -por una parte, por su anclaje mediante el
Nombre del Padre-, que se construye el ideal del yo, y se profieren los enun-
ciados superyoicos, pero que por otra parte también -mediante los Nom-
bres-deI-Padre, en plural esta vez, significantes-amos del discurso del amo-,
se propone otro ideal del yo y se origina el «super-yo cultural». A cada uno
su Otro, simbólicamente designado, imaginariamente apropiado por la su-
cesión de sus encarnaciones virtuales, es un enunciado segundo, porque el
Otro, efecto de la lengua, como lo que se habla, es primero puro sujeto de
la teoría de los juegos, transubjetivo. Esta distancia entre una encarnación
imaginaria que hace del Otro el domicilio del yo, y su cualidad simbólica que
implica la necesidad comunitaria de los seres hablantes sexuados, es la que
se trata de examinar; separación percibida, aunque no fuese más que fugi:
tivamente, por el adolescente; separación discreta entre, podríamos decir, la,
psicogénesis del Otro, única psicogénesis que interesa al analista y su filo-
génesis.
32. ',Disque ourcourant» juego de palabras, en el que está incluido el término disco, ~dis
que-, pt'TO que por deslizamiento metonfmico se lee ~discours", discurso. Nota de la tra-
ductora.
LA INTRANSIGENCIA DE LA VIRTUDj 69
33. Bajo la dirección de C. Miollan, Parents et adolescence, Toulouse, ~res, 1995. Se encon-
trarán en esa compilación dos artículos, no retomados aquí, que consagré a la cuestión
de los padres del adolescente, prolongando el capítulo que sigue.
34. <eNorme ma.le». Nota de la traductora.
7. Los
PADRES
DEL ADOLESCENTE
35. La palabra "parents» tiene cierta ambigüedad en francés, puesto que puede significar tan-
to padres como parientes. Nota de la traductora.
761WEAL ADOLESCENTE
hasta el punto de que Freud podía afirmar que el padre era siempre un pa-
dre adoptivo. 36
Pero, aun si a veces el adolescente puede jugar con esta divergencia, ten-
drá a menudo tendencia a evocar a los padres como un todo, incluso como
a ese «padre combinado» que reúne los atributos de los dos sexos, que Mé-
lanie KIein describe como figura fantasmática en el niño pequeño. Y cuan-
do hable de los «adultos», ya sea bajo un modo perseguido/perseguidor,
despectivo o reivindicativo, descuidará con más frecuencia la diferencia se-
xual. Para expresarlo de otro modo, si hay reactivación del edipo en la ado-
lescencia, el acento no deberá colocarse primero sobre la distinción y la
distribución de los sexos y los roles sexuales, sino sobre la diferenciación de
las generaciones. En efecto, para el niño, la prohibición del incesto, gene-
ralizada en un plazo necesario para el-ejercicio -prometido para más tar-
de- de su sexualidad, se legitima a partir de una diferencia entre los «pe-
queños» y lós «mayores», de modo que los padres son remitidos al mundo
de los adultos, idealizado, y cuya lógica s~ría distinta que la de la infancia.
El adolescente, convirtiéndose entonces él mismo en un adulto, debe re-
formularse de otro modo esta prohibición, distinguir a sus padres de los otros
adultos y plantear verdaderas preguntas: ¿qué es lo que, ahora que soy «ma-
yon>, que me parezco, por mis atributos, al padre del mismo sexo, sostiene
aún esta prohibición? ¿Qué es un adulto, si no un padre o alguien que re-
presenta a los padres?
En alguna medida, el adolescente se encuentra retroactivamente ante la
primera prueba de Edipo, cuando él conduce a la Esfinge al suicidio al re-
solver el enigma: «¿Cuál es el animal que camina sobre cuatro patas por la
mañana, sobre dos patas a mediodía, sobre tres por la noche?», designan-
do al ser humano, primero niño a gatas, luego adulto en pie, finalmente
viejo que claudica sobre su bastón.
Se comprende así por qué, en el título, he designado al adolescente, reu-
niendo a niños y niñas bajo la misma apelación mientras que las apuestas
36. La experiencia en.consulta del adoptante demuestra que es del lado de la madre que hay
más dificultades, puesto que, en ese caso, la madre no será madre sino a panir de lo sim-
bólico y no de lo real, mientras que para el padre las cosas son más fácilmente ~acep
tables •. -
LOS PADRES DEL ADOLESCENTE! 77
de la adolescencia, así como la forma crítica que puede adoptar, no son las
mismas para los dos sexosY Es para subrayar que, en el trabajo de duelo a
efectuar, duelo doble de su propia posición infantil y de las figuras paren-
tales del niño, niños y niñas tienen el mismo trabajo psíquico que hacer.
No retomaré aquí lo que está en cuestión para el adolescente mismo. Mi
pregunta será: ¿qué es lo que, de la adolescencia de los hijos, está en juego
para los padres? Ydoy inmediatamente una respuesta: un cambio de lugar.
Ser padre no es una cualidad intrínseca del ser humano, a partir del mo-
mento en que éste ha asegurado su función de reproducción (se puede
abandonar a los hijos); es primero una función, luego una posición ocu-
pada en relación a otro sujeto y modificada, incluso trastornada, cuando
este otro sujeto, se transforma de niño en adolescente y luego en adulto. No
es lo mismo ser padre de un hijo y transformarse en padre de un adulto,
no sólo por razones sociales y jurídicas, puesto 'que eso ya no correspon-
de, en los hechos yen derecho, a la misma responsabilidad, sino también
por razones psíquicas.
La adolescencia de los hijos, que para ellos es una crisis, será también cri-
sis, una crisis necesaria, para la organización familiar, obligando a los pa-
dres, como personas, a reinventar su lugar, ya sea en relación con otros
miembros de la familia, con su cónyuge, con sus propios ascendientes, o en
relación a ellos mismos. En efecto, les será necesario apoyarse sobre su cua-
lidad de hombre y de mujer, sin poder contentarse -incluso refugiarse de-
trás- de su posición de padre.
Así, la célebre fórmula: «Permanecemos juntos por los niños» pierde
todo valor, si es que tenía alguno, yel peso de los otros investimientos dis-
tintos de los parentales, comprendido el conyugal, será puesto en cuestión.
Los padres deben ento.'lces separarse de lo que parecía una parte de ellos mis-
mos, deben efectuar ellos también un trabajo de duelo; de que ese trabajo
sea con frecuencia difícil pueden dar testimonio un buen número de esas fa-
mosas crisis de la madurez, ya sea que se manifiesten por un hundimiento
depresivo, o por la reactivación maníaca de lo que podemos denominar be-
llamente el «demonio de mediodía».
37. Véase Jean·Jacques Rassial, L'adolescent et le psychanalyste, París, Rivages, 1990, capí·
tulo primero.
781 IDEAL ADOLESCENTE
Se podría creer que bastaría con codificar ese cambio de estatuto de los
padres para resolver el problema, pero las cosas son más complicadas, por-
que psíquicamente los padres están divididos entre 10 que se podría deno-
minar los padres de la realidad, los padres conscientes, y los padres fanta-
seados, los padres inconscientes, que han permitido la estructuración psíquica
del sujeto.
El adolescente se ve confrontado a la separación entre la realidad de sus
padres, que él comienza a percibir como sujetos cualesquiera, con sus con-
flictos, sus límites, sus deseos, y los padres ideales o idealizados en la infan-
cia que durante un tiempo han encarnado ese estatuto de adulto prometi-
do para más tarde. Por su parte, él resolverá ese hiato por medio de la
eventual invención de una novela familiar, soñando un origen fabuloso, o
bien por la denuncia repetida de esos padres decepcionantes que no res-
ponden jamás como es necesario a sus reivindicaciones mal formuladas, o
por medio de cualquier otra proyección, de forma a veces persecutoria. Del
lado parental, eso se traduce por la insistencia repetitiva de un «no olvides
que yo soy siempre tu padre, o tu madre», en el momento en que ellos mis-
mos se encuentran en la incertidumbre de su propia posición.
Fran~oise Dolto deda drásticamente que, desde el punto de vista psíquico,
un niño ya no tiene necesidad de sus padres para su desarrollo cuando ha
alcanzado los ocho años. Sin duda tenía razón desde un punto de vista edu-
cativo, pero al igual que persiste en el adulto un niño imaginario, hay per-
sistencia de esos padres fantaseados, desencarnados durante la adolescen-
cia, y cuyo duelo necesita con frecuencia un psicoanálisis.
. Es así que los padres del adolescente, a causa de lo que su hijo proyec-
ta en ellos, son conducidos a interrogar a sus propios padres fantaseados, a
cuestionar la idea misma de lo que es ser padre.
. Propondré algunas vías de reflexión sobre las relaciones entre los ado-
lescentes y sus padres; en dos tiempos: primero, suscintamente, sin reto-
mar toda una teoría de la adolescencia, estudiando lo que son los padres para
el adolescente, lo que él espera de ellos y lo que puede esperar; a continua-
ción, examinando Jo que para los padres se pone en juego de la adolescen-
cia de sus hijos.
LOS PADRES DEL ADOLESCENTEI 79
.
LO QUE SON LOS PADRES PARA EL ADOLESCENTE
Imitar, finalmente. Es lo que parece menos evidente tanto para los ado-
lescentes como para sus padres, pero es una de las primeras constataciones
que puede hacer el clínico: imitar rige las relaciones filiales. Hay una estre-
cha semejanza entre los adolescentes y no lo que son los padres, aquello en
lo que se han convertido, sino aquello que han sido en su adolescencia, lo
que han soñado ser o, al contrario, han reprimido de sus propios deseos. El
caso puede ser extremo ya veces encontramos, detrás de la conducta suici-
da de una adolesce~te, las huellas de una depresión antigua de la madre, de-
presión que puede entonces despertarse; o bien, detrás de ciertas adhesio-
nes toxicomaníacas, una antigua relación problemática de los padres con la
medicina o a los medicamentos; o aún, en la delincuencia del hijo, una re-
lación ambigua del padre con la ley. Pero eso es con frecuencia más complejo.
No impide que descubramos siempre numerosos elementos determinantes,
si no de acontecimientos clave, que demanden a los padres que consultan
por su hijo adolescente, evocar su propia adolescencia.
cia, y tanto más cuanto que el discurso del Amo que ordena la socialización
del hijo contradice el discurso del padre.
y este doble cuestionamiento es más importante en la medida en que es
contemporáneo de otras realidades, de otras experiencias de la vida: para la
mujer, la menopausia, que pone en cuestión su estatuto de mujer y de ma-
dre; para el hombre, quizás, cuando su posición profesional se vuelve frá-
gil. Es eso lo que de un modo más o menos menor podrá provocar una de-
presión, es decir, el sentimiento de volverse inútil, de ser rechazado como
un desecho, de ser i'njuriado en la propia persona, tantas fórmulas de que-
jas por parte de los padres como las que viven y reciben de parte de sus hi-
jos adolescentes. En efecto, el yo del padre está mal asegurado y recibe como
una herida toda agresión, toda agresividad que incluso es normal yestruc-
turante para el adolescente. Los padres tienen entonces necesidad de un
trabajo psíquico de reconstrucción de ese yo, apoyándose a la vez en iden-
tificaciones que podríamos denominar pre-parentales y teniendo en cuen-
ta una nueva realidad exterior.
Por múltiples razones que se combinan, los padres son remitidos a su
propia adolescencia: por una parte, por supuesto, porque sus hijos les mues-
tran de un modo más o menos deformado la imagen de su propia adoles-
cencia, como un momento ciertamente difícil pero también como momento
pasado de juventud, de invención y de elección, más difíciles de rehacer en
la edad de la madurez; los padres pueden entonces reencontrar esos sueños,
esas ambiciones, esos deseos que antaño reprimieron y que escuchan pro-
cedentes de otro. Por otra parte, interrogados acerca de las funciones paterna
y materna, confrontados a la desintegración de la familia celular que vuel-
ve a poner al orden del día a la familia ampliada, no pueden dejar de verse
confrontados nuevamente, quizás en vivo, o en forma retrospectiva, a la
cuestión de la relación con sus propios padr~!:, aunque no sea más que para
constatar que la tarea de sus padres fue ardua cuando ellos mismos eran
adolescentes, y reevaluar sus juicios hacia ellos, al menos los que datan de
esta época y que han persistido. Finalmente, dado que el adolescente cons-
tituye el paradigma, el modelo de todos los cuestionamientos ulteriores del
yo: si la adolescencia es el primer momento lógico posterior al estadio del
espejo, de vuelta atrás y recapitulación, de reiniciación de una fundación de
sí mismo y de la relación con los otros, las crisis de la madurez seguirán e
imitarán fácilmente la misma vía.
88¡lDtAL A/JvLtSCtN1E
. En fr~ncés la expresión coloquial .. retour d'age. designa bien el sentido de vuelta atrás
de ciertas conductas propias de la menopausia. Nota de la traductora.
LOS PADRES DEL ADOLESCENTE) 89
En los historiadores hay una cierta dificultad para abordar la cuestión del
héroe a partir de una experiencia clínica, contemporánea, de hecho. Pero es
en calidad de psicoanalista que me expreso, insistiendo en mi escaso gusto
pór los ejercicios de psicoanálisis aplicado y otras «psico-historias».
En primer término, si seguimos las hipótesis freudianas y luego lacanianas,
el proceso de identificación del sujeto en la relación con el Otro, definido
como el lugar de donde vuelve al sujeto el valor de lo que ha dicho, está
sostenido por un anclaje que denominamos «inscripción del Nombre-del-
Padre» en ese campo del Otro. No se trata simplemente del apellido sino, por
ejemplo, del «Dios-Padre», puesto que en nuestras sociedades llamadas mo-
noteístas, es ese «padre eterno» el que sostiene las paternidades particula-
res, las cuales no hacen sino representar y garantizar la efectivización de
esta inscripción del sujeto en el campo simbólico. Entonces, ¿con qué mo-
dificaciones nos enfrentamos en las sociedades politeístas, en la medida en
que no nos contentemos con evocar un «Padre de los Dioses» para volver a
la lógica precedente?
Opino que el evocar el problema de aquellos que están capturados en-
tre dos culturas, además de abordar la cuestión de la importancia de las fi-
guras divinas y heroicas, permitiría arrojar alguna luz solre el estatuto del
«Nombre-del-Padre», incluso, p'.lesto que Lacan se arriesgó al plural, de los
«Nombres-dei-Padre», tanto en sociedades diferentes como en sujetos que,
por su historia particular, escapan a la lógica «normal».
En segundo lugar, a continuación de esta primera proposición, me pare-
ce posible pensar que el estatuto del héroe en la estructura subjetiva tiene al-
guna relación con lo que está en juego en la adolescencia, a condición de pre-
cisar que yo definiría a la adolescencia no desde eI punto de vista fisiológico,
por la pubertad, en tanto que ella tendría algunos efectos psicológicos, ni 50-
941lDEAL AVOl.l.!>U:.I'TE
39. Harla: militar indígena de África del Norte que servía en una milicia supletoria junto
a los franceses. Nota de la traductora.
~b I lIJl;.AL Aj)úLL~,-LJ'j 1:.
40. Gílles Deleuze y Félix Gtiattari, L'Anri-Oedipe, París, Editions de minuit, 1972_
CLfNICA DEL HEROEJ ~'
Primero definamos brevemente esas tres instancias de las que nos servi-
remos.
El super-yo que, para responder a un viejo debate, es un lugar psíqui-
co arcaico que sólo resulta habitado por herencia de! edipo, está constitui-
do por un conjunto introyectado de enunciados negativos -«no hagas ... »-
que reuniría las prohibiciones estructurantes propuestas por lo social, cuyo
representante para e! niño sería la familia. Siguiendo a Freud, advirtamos ya
que una de las condiciones para que esas prohibiciones sean aceptadas es que
el super-yo sea también, por su origen parental, consolador y prometedor:
«Si tú respetas esas prohibiciones que están allí por tu bien, más tarde ten-
drás derecho al goce al que renuncias».
El ideal del yo es la positivación de este conjunto de enunciados nega-
tivos en una figura, simbólica por estar constituida por rasgos, exterior al
yo primero, tanto local como temporalmente, y, aunque defini9.a como
inalcanzable, propuesta como objetivo ideal de su devenir.
El yo ideal, sostenido esencialmente por la madre, es esta construc-
ción imaginaria del yo, en su esfuerzo por responder a las exigencias exte-
riores ya las del super-yo, y que mantiene el objetivo ideal como virtual,
es decir, posible. Que el yo ideal pueda igualarse al ideal del yo es la ilusión
que alimenta toda la infancia hasta el período denominado de latencia in-
cluido.
Por supuesto que la separación entre ideal del yo y yo ideal es irreduc-
tible, y nada lo indica tanto como esta expresión terrible que algunos pro-
fesores se atreven aún a escribir en las libretas escolares: «Puede hacerlo
mejor»; pero lo que se propone al niño es una imbricación ilusoria del su-
per-yo, del ideal del yo y del yo ideal.
AGNES RASSIAL
El tercer ejemplo es conocido por todos, es el de Tintin, cuyo éxito entre los
niños es incontestable. Más que retomar tal o cual episodio, o tal aspecto pro-
blemático ya largamente estudiado (la misoginia, incluso el racismo de cier-
tas figuras), subrayaré la relación de Tintin y de Milou. Podría oponerse a
la relación inventada por Walt Disney entre su Pinocho y el grillo, quien re-
presenta explícitamente la voz del super-yo. Aquí, junto a un Tintin sin
excesos, íntegro, honesto, valiente, bien educado, lleno de buen sentido,
modelo de un belga ideal que podría soñar Hergé, medio, por no ser ni de-
masiado fuerte ni demasiado inteligente, Milou tiene otra función de apo-
yo del yo, una función doble: por un lado, es aquel al que le suceden las des-
gracias, el que hace tonterías, o que se deja quizás arrastrar por pulsiones
animales, ya quien Tintin debe reñir, proteger y buscar cuando se pierde;
pero, por otra parte, es también, como quizás el animal para el niño, el ob-
jeto contrafóbico o el que acompaña.
Es un tema que encontramos con frecuencia en las historias para niños:
el miedo, incluso el terror; los personajes persecutorios son figuras fóbicas,
y la historia es la de una superación de esta angustia, cualquiera sea el me-
dio. Veremos la evolución de ese tema en el adolescente.
1041 IDEAL ADOLESCENTE
JEAN-JACQUES RASSIAL
Lo que daba consistencia al ideal del yo del niño era el Adulto del mismo sexo,
cuyos principales rasgos provenían de los padres, no sólo los de la realidad
sino también los de los padres ideales, quienes, según sabemos, adoptan
igualmente los rasgos de aquello que fue reprimido. incluso sintomatizado,
en los padres.
Por múltiples razones, aunque sólo sea por la constatación de que los pa-
dres no están hechos de una materia diferente a la del niño, que ellos se en-
AGNF:S RASSIAL
También aquí escogeré tres libros de éxito entre los adolescentes, confun-
diendo las edades, aun cuando esta vez, por el contrario, la divergencia en-
tre la elección de los chicos y la de las chicas se acentúa. En todo caso, con
el adolescente pasamos a algo diferente aun cuando conservemos tres géneros:
historias de animales, cómic, y cuento.
En cierto modo, el interés del adolescente recae cada vez menos en las
historias de animales, con algunas excepciones ( Colmillo blanco, por ejem-
plo). Pero podríamos decir que aún no recae en las historias de humanos.
Hay, sobre todo en los chicos pero no exclusivamente, interés por las histo-
rias que dan miedo, de terror y horror, con personajes para-humanos, ya se
trate de Drácula, Frankenstein o unos «mutantes».
Evocaré a un clásico: La isla del dador Moreau, de H.G.Wells. Un náu-
frago llega a una isla en la que vive, aislado, un médico loco del que se con-
vertirá en ayudante. Ese médico opera metamorfosis de animales en hom-
bres, incluso de hombres en animales, los cuales están sometidos a él en
cuerpo y alma. Cuando el náufrago descubre lo que pasa intenta provocar
un amotinamiento, frenar la máquina infernal alrededor de la que trabajan
esos hombres-animales. Pero al final la isla será destruida y el náufrago será
el único superviviente.
Si hay proyección del adolescente mostrada en esta historia, es triple:
ciertamente, en el personaje del náufrago, único héroe positivo, pero tam-
bién -y el náufrago vivirá la experiencia- en esos seres híbridos, cuyo ras-
go distintivo más subrayado es la pilosidad aberrante, y en el doctor, el de-
tentador de una omnipotencia a la vez divina e infantil. Como también en
muchas otras historias -de Jules Verne, por ejemplo-, los tres tipos de per-
sonajes no son ya simplemente buenos o malos como para el niño, sino que
se encuentran en grados dif('rentes de humanización, desde la normalidad
I0811DEAL ADOLESCENTE
Sigo a continuación con el cómic, con una serie de álbumes cuyo éxito en-
tre Jos adolescentes de quince o dieciséis años es sorprendente: Akira de
Otomo. Hemos necesitado mucha paciencia para comprender -y aún de
modo aproximado-la historia en sí misma, como para los dibujos anima-
dos japoneses en los que no se sabe nunca si se trata de humanos, de para-
humanos o de máquinas, y el guión de cada álbum ha permanecido para no-
sotros casi igual de oscuro. Es una historia de niños mutantes, de Jos que uno,
encerrado y dormido, sería amenazante si se despertara; además de un úni-
co personaje más bien simpático, el acento está puesto sobre todo en dos per-
sonajes antipáticos y antagónicos entre sí, un coronel adulto que custodia
al prisionero y un niño mutante agresivo que quiere, con Akira, destruir
ese mundo. Lo más sorprendente es la pobreza de los diálogos, en benefi-
cio, en la mayoría de las páginas, de onomatopeyas que, invadiendo cada di-
bujo, no dejan de evocar los tags. 45
La ley que rige ese mundo es una ley injusta que el héroe positivo no pue-
de sino transgredir, pero el héroe negativo es también un transgresor, y uno
y otro no pueden serlo más que transgrediendo la lengua. Allí donde Tin-
tin era educado, de buena compañía, mucho mejor que la del capitán Had-
dock, en resumen, el «yerno ideal», los héroes de esta ciencia-ficción para
adolesCentes son en primer término, para continuar con la metáfora, ma-
leducados. !
/
45. Tag: firma codificada que forma un dibujo sobre una superficie (pan'd, coche de me-
tro ... ) == graffiti, inscripción. Nota de la traductora.
EL LIBRO Y LOS IDEALES DEL ADOLESCENTEIJ09
En definitiva, no hay libros para niños, para adolescentes o para adultos, pero
cada libro tampoco tiene un público anónimo. Un buen libro es cierta-
mente aquel que gusta a los niños, a los adolescentes y a los adultos, pero si
gusta de ese modo es que se dirige, en nosotros, o bien al niño, o bien al ado-
lescente, o bien al adulto, o más bien, a nuestros ideales constituidos por ca-
pas sucesivas, yal estado del yo frente a esos ideales. Aún es necesario que
el adulto no haya reprimido demasiado sus preguntas y sus incertidumbres
de niño y luego de adolescente.
10. Los DESENGAÑOS DE PAPÁ NOEL
O EL COMPLEJO DE ENOCH
46. Completo el texto de mi exposición en el coloquio de Littoral por medio de algunas no-
tas que corresponden a lo que he podido responder a las intervenciones, yen particu-
lar a aquellas de P. Gazaix. ].].Moscovitz. lean Szpirko y J.P.Winter.
47. Lo que quiero decir simplemente -pero esta historia de regla de abstinencia debería
estudiarse más allá del quiasma (la abstin~ncia del analista)- es que el tiempo del aná-
lisis. no sólo el de las sesiones. sino ese tIempo en lo vivido del analizante. divide la di-
mensión temporal. subvierte toda linealidad; en tanto que para el nino tal subversión
es si no imposible. al menos limitada. puesto que él está capturado en un tiempo (el del. ..
11211 DEAL ADOLESCENTE
. .
... ritmo: de la escolaridad, por ejemplo) en el que toda ruptura tiene efectos que no son
sólo de suspensión, de demora y de paciencia, sino que están quizás cargados de con·
secuencias que el analista debe, no evitar, sino medir.
48. Tripier, iere: comerciante, sarnicero que vende despojos (tripas, hígado, riñones, etc.).
Nota de la traductora.
49. No hemos relacionado, y es ciertamente una hipótesis arriesgada, el suicidio del psicó·
tico con un logro edípico, a pesar de la constatación, bastante banal, de que la muerte
real del padre influye sobre el desarrollo del psicótico. Nada peor que un padre del que
no se puede soñar la muerte, ni en un sentido porque está a~sente, ni en otro porque
está demasiado presente; sabemos sin embargo que esas dos clases de padres, aparen-
temente contrarios, facilitan la prod'uc'ción del psicótico.
lOS DESENGAÑOS DE PAPA NOEl O El COMPLEJO DE ENOCHI1B
Retomaré esta hipótesis, que no es sólo una hipótesis, a partir de una anéc-
dota'que condujo a mi consulta, durante aproximadamente dieciocho me-
ses, a una adolescente a la que llamaré Christine, y a sus padres. Veremos bas-
tante pronto, yeso se verificó más tarde, que hay histeri!l en el aire, pero no
es allí adonde quiero llegar. Esta anécdota tenía como'particularidad, en
definitiva bastante rara, la de justificar a la vez la demanda de los padres y
la de Christine, aun cuando, de hecho, su demanda evolucionó enseguida
en otra dirección.
Christine tenía quince años cuando vino a verme. La historia que, se-
gún el decir de sus padres y el suyo, había desencadenado para ella un ma-
lestar que se había manifestado por medio de una «adquisición de peso», de
hecho bastante poco aparente para sus padres, y por una ruptura de la uni-
dad familiar, había tenido lugar dos años antes: Christine era la tercera de
una familia de cuatro hijos, o más bien de tres más uno que llegó bastan-
te tarde y que, en el momento de esta historia, tenía tres o cuatro años,
siendo los otros ya adolescentes cuando nació. La noche de Navidad, la
costumbre, que Christine había conocido siendo más pequeña, era que el
padre, disfrazado de Papá Noel, despertara a los niños de madrugada, eclip-
sándose muy rápido para cambiarse y unirse al pequeño que descubría sus
juguetes en la habitación principal. Christine había decidido denunciar a
su padre surgiendo en el momento fatídico para tirarle de la barba. Así lo
hizo y desencadenó un drama que nos cuesta un poco medir, excepto para
el niño, por supuesto, quien no pensaba más que en sus juguetes nuevos. A
partir de ese momento, Christine se enfrentó abiertamente a la cuestión de
su cuerpo de mujer, cuestión que animó su análisis. Los hermanos mayo-
res, tomando su partido, se alejaron bastante pronto de la familia, incluso
uno de ello~ cumplió lo que era una vocación religiosa; el otro experimen-
tó toda la gama de la patología del adolescente (toxicomanía, delincuencia,
etc.). Los padres se acusaban con reproches mutuos sobre la educación de
sus hijos.
En un momento, y luego volvería a ello, Christine explicó a posteriori
este acto por medio de un discurso feminista que ella reivindicaba: el Papá
Noel como instrumento falocrático. Pero después de esta primera explica-
ción, dio otra, y es sobre ésta que me detendré: en esta familia católica y prac-
ticante, ella había tomado en serio su comunión yel discurso catequista
que la había precedido. Dijo no haber soportado la separación entre «lo
LOS DESENG .... ÑOS DE P.... PÁ NOn o EL COMPLEJO DE ENOCH¡ 115
que hay de serio en la historia de Dios» y «las tonterías que se dicen a los ni-
ños». Es sobre esta separación, apoyándome en ciertas manifestaciones de
Christine que consignaban una transformación de lo que Dios era para ella,
que quiero aventurar algunas ideas sobre esta psicogénesis del Otro, tal
corno la versión paterna, la perversió~5o soci3.I la ~rganiza. Citaré a Chris-
tine según las notas tornadas después de cada sesión.
«Lo que es idiota -dijo ella-, es que se diga a los niÍios que si no se por-
tan bien Papá Noel no vendrá, cuando ya se han comprado los juguetes»; o
bien: «Si se hacen regalos a los niños, es sólo para decirles que no los ten-
drán si no son buenos, cuando los tendrán de todos modos». Lo que ella mide
con inteligencia a posteriori es que es en el campo del decir que Papá Noel
existe, en el intervalo entre el deseo de los padres -comprar juguetes-, del
que por otra parte dice que «ellos se complacen ante todo a sí mismos», y
su función parental de educación.
Papá Noel es la máscara de este engaño, un engaño, es necesario decir,
fundador de la idea de que la ley podría ser buenasl entonces para desve-
lar que Papá Noel no existe: «Después nos cuesta creer que Dios castiga a
los malos ( ... ) Cuando somos pequeños, eso funciona y es así como cree-
mos siempre que Dios tiene una larga barba blanca». Ella lo creyó duran-
te mucho tiempo, después de sus comienzos escolares. Cuando lo supo a
través de sus compañeros, no dio crédito. «Era exactamente -dijo- como
cuando me dijeron lo que los hombres y las mujeres hacían juntos.» Esta
observación la he oído varias veces y el paralelismo es cuando menos bien-
venido. Papá Noel está en el mismo lugar, incluso para el adulto, que las teo-
50. Juego de palabras: la «pere-version» literalmente: la versión de! padre, pero por ho-
mofonía alude a «perversion»: perversión. Ambos sentidos estÚl en juego, pero en el con-
texto prevalece el último. Nota de la traductora.
s!. Más allá de la historia de Christine, esta experiencia es común; a cada uno de hecho se
le indica, a través de esta leyenda de Papá Noe! que debe ser desvelada, que e! gran Otro
puede ser engañoso, siendo e! resultado social que este engaño consolida el monoteis-
mo. La lucha de la Iglesia contra esta costumbre, pero también su tolerancia más tar- .
de, en todo caso la tolerancia del mundo cristiano, se explican de ese modo (sabernos,
desde Descartes, que es al denunciar la hipótesis del Dios engañoso que sostenernos a
Dios corno no engañoso). Podernos preguntarnos si esta experiencia no es de las que
nos hacen evitar sacar las consecuencias de un fallo de! Otro hacia su no-e:cistencia.
1161 IDEAL ADOLESCENTE
52. Al hacer recaer el acento psicogenético del lado del Otro, podemos comprender cómo
a menudo sucede -he hecho la experiencia, pero no sé si es compartida por otros ana·
lista~ que un tiemPo del an¡ílisis de un nij)o se marque por una pubertad precoz, cuan-
dó se revela que la consistencia más sólida del Otro es la del Otro sexo.
LOS DESENGAÑOS DE PAPA NOEL O EL COMPLEJO DE ENOCHI1I7
53. En cierto modo, lo que se produjo fue una multiplicación de síntomas. La «adquisición
de peso» perdió su importancia; aquello de lo que aún se quejaba no se reducía al nar-
cisismo sino que giraba en tomo a sus relaciones con los otros, en su diversidad, aun
cuando ello se manifestara por medio de conversiones (náuseas); finalmente antepon-
dría la cuestión de su timidez; diré que no hubo, al terminar ese período, análisis cid fan-
tasma. Ese primer tiemp.:> llevó a "A.. y no a «a".
120 ¡IDEAL ADOLESCENTE
54. Diré que' es la 'condición para que la transferencia sea analítica, es decir, que sean dis-
tinguidas persona del analista y función de! analista. No es al final de la cura que e!
analista se revela como cualquiera, es, por el contrario, que debe serlo, en tanto que per-
sona, desde e! comienzo, o al menos en un determinado momento que permitirá ope-
rar a la ficción del sujeto supuesto saber y no a la de un sujeto que ya sabría. Me pilre-
ce que la práctica de! análisis de niños nos lo indica del modo más elocuente.
55. Mido las consecuencias de lo que aquí digo. Si es verdad, hay una intervención posible
de los analistas en e! campo social: desmontar las encarnaciones del Otro, siendo la hi-
pótesis la de una ética posible para no importa qué sujelo, que no sería de sumisión al
goce (de! Otro). Es la apuesta del acto analítico, en tanto que el dC$cO dd analista ex-
cede al fantasma.
11. DE LAS GENERACIONES
FENOMENOLOGÍA
56. Sigmund Freud, Totem y tabú, en Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973, T.II;
Moisés y el monoteísmo, Obras Compl.:tas, T.III.
57. G. Mendel, La révolte contre le p~r.:, París, Payot, 1968.
58. Remito a M. Safouan, Etudes sur l'cedipe, París, Le Seuil, colección «Champ freudien»,
1974.
1221 IDEAL ADOLESCtNTE
una parte, porque la hija se revela también potencialmente como madre; por
otra, porque La Mujer, el significante que g,ara~tizaría una ideritidad, no
existe, en tanto que el Falo es el único significante de la diferencia sexual, es
decir, que La Mujer no podría definirse más que por lo que le falta, lo que
ciertamente le asegura un Real, pero le niega una ek-sistencia simbólica.
Sin duda, uno de los elementos que están en juego en las maternidades
precoces es esa constatación de que la madre no se sostiene más que por el
hecho de dar a luz, y no como mujer. Y quizás sea igualmente el caso en las
paternidades precoces, por un intento de preservar a La Madre cuando ella
falla con respecto a ser La Mujer.
El que los padres no estén hechos de otra materia que el niño, que cual-
quier sujeto sea, en lo Real, equivalente a otro, que cada cuerpo, por lo tan-
to el de los padres, sea objetivable, minan la base de la autoridad de los pa-
dres, de su calidad de garantes, de referentes del gran Otro, algo que para el
adolescente es, en primer término, la experiencia de una decepción, y que
anima sus reivindicaciones como tentativas de restaurar a los padres en este
lugar.
60. Juego de palabras: «re-pere» alude tanto a «repere»: señal, marca, como a una redupli-
cación de «pere .. : padre. Ambos significados están presentes en el te.x10. Nota de la tra-
ductora.
DE LAS GENERACIONES! 127
En tanto que Dios es, para el niño, un mito hecho presente por la ins-
cripción sobre el cuerpo de una marca simbólica indeleble, bautismo o cir-
cuncisión, el que sostienen los padres, se tranf9rma para el adolescente en
aqueUo a lo que él tiene derecho, a saber, el representante último de una trans-
misión sin otro objeto que simbólico, sin otro sentido que el duelo de un ase-
sinato. Dicho de otro modo, Dios siempre queda por matar. es decir, por re-
conocer, tal como es ofrecido, excediendo la tradición que lo produce, en este
lugar dejado vacío en A, cuando el padre se reveló mortal.
Es así que el Dios de los adolescente~ debe escapar a la semejanza tan-
to como a la diferencia absoluta; ni antropomorfo, ni totémico, él es in-
nombrable e irrepresentable,6l en la medida en que su representación lo
destinaría a la «muerte sin causa», esa muerte anónima que los asesinatos
míticos disimulan. Para estar del lado de La Causa, Dios está marcado por
una ausencia de determinaciones que traduce la angustia de los adolescen-
tes ante los rituales religiosos.
Contradicción entre la tradición y la «fe», en la que se valoriza una po-
sición mística definida por un encuentro, incluso vacío, que vuelve caduca
la liturgia y permite enunciar que si la religión define bien al Otro en el ori-
gen de la cadena universal, él es «a pesar de todo» único para cada uno, no
simplemente en una relación dual, sino en una relación en la que se mide
y se limita el infinito.
La semejanza con los padres se descubre como posibilidad fisiológica del acto
sexual que para el adolescente es concebido como una relación imposible en-
tre la repetición y la reproducción: por una parte, repetición (en todas las
acepciones del término) de la escena primitiva, juego de simulación de una
diferencia ¿e dos términos, de los cuales uno es representado, ya en la in-
fancia, como estando del lado del sujeto; por otra parte, reproducción cap-
turada en la cadena de las generaciones, reproducción infinita en la que la
dimensión simbólica prima sobre la expansión imaginaria; en la que la di-
ferencia, no sólo sexual sino de las generaciones, no es trascendida sino por
la transmisión del nombre.
- o bien tentativa de repetir, por medio del suicidio, el ciclo real, sin tener
el tiempo de inscribirse en el circuito simbólico de la reproducción, anti-
cipación de la muerte puesta como horizonte último de un goce sin ob-
jeto, sin diferencia, sin más sujeción a una promesa del Otro;
- o bien iniciación precoz en la maternidad o en la paternidad, reproduc-
ción precipitada sin repetición de la pareja, desenlace lógico de la crisis,
pero desprovisto del desarrollo imaginario del amor;
'- o bien ambigüedad sexual, más histérica que perversa, en nombre de la
amistad con el otro, de la intimidad, de lo imaginario que enmascara lo
real de la diferencia; «homosexualidad», como lo escribe Lacan, en tanto
'que encuentro de lo mismo en el Otro, tal como lo ordena lo fálico, com-
patible con encuentros heterosexuales, porque se intenta sublimar la fal-
ta, en la enunciación de un discurso de la indiferencia pretendidamente
subversiva, donde se topa y se refleja la Ley en beneficio de otra ley, an-
gélica. Los comportamientos homosexuales del adolescente deben con-
cebirse primero como tentativas de oponerse a la diferencia sexual y no,
como se hace con frecuencia, como una fijación sobre un objeto del mis-
mosexo;
- o bien, en el incesto fraterno, no reductible al incesto «generativo», sino,
qui7.ás anti-edípico, el adolescente reacciona al encadenamiento familiar
DE LAS GENERACIONESI12g
ELABORACIONES TEÓRICAS
I¡
Si los adolescentes nos indican que se debe acentuar una génesis, incluso si
.¡
62. Sobre Montaigne y la cuestión de la relación entre escritura y experiencia, remito en par-
ticular al libro de M. Butor, Essais sur les Essais, París, Gallimard, 1968.
63. Retomo algunas hipótesis ya propuestas en «D'une logique sans rapport», Mi-dit, n° 2/3,
junio de 1984. En el desarrollo que sigue me quedo en el nudo de los tres círculos. Sa-
bemos que Lacan propondrá más tarde un nudo de cuatro círculos que ciertamente re-
solvería el problema planteado aquí, pero de un modo que en definitiva elude la pues-
ta en juego borromea; volveré sobre ello más adelante.
130¡IDEAl ADOLESCENTE
Pero al construir ese nudo, es decir, al abordar a la vez una física y una
lógica de los nudos, al sobrepasar su descripción matemática, no puedo
mantenerme en esta equivalencia. Y el que Lacan, en los últimos tiempos de
su enseñanza, haya llegado a manipular trozos de hilo como si fueran ob-
jetos físicos me incita a pensar que esta aproximación no es incongruente
con su doctrina en lo referente a la topología.
En efecto, trivialmente, para construir ese anudamiento, el modo más
simple consiste en tomar dos trozos de hilo cerrados, superponerlos en tres-
bolillo uno por encima del otro, luego tejer un tercer trozo de hilo por en-
cima de uno, por debajo del otro, de nuevo por encima de uno y por deba-
jo del otro, antes de cerrarlo a su vez.
2
3
infinito en los dos sentidos, una recta, para anudar borromeameryte a los dos
!
primeros.
00
C]- 00
64. He inlenládo elaborar eso en ~La Jégende du·C~lem». Mi·dif. nO 15. 1987.
DE LAS GENERACIONES¡ IJJ
66. 1..1. Klein, La psye/¡nnnl)'se des enfnnts, París, PUF, 1959. pp. 151· J 53.
67. F. Dolto, L,imnge inconsciente du corps. París, Le Seuil, 1984.
DE LAS GENERACIONES! 13
singulares, por la estructura que ya está allí del ser hablante; metáfora tam-
bién porque, en juego incluso antes del enunciado edípico, esta dialéctica de
lo Imaginario y lo Simbólico agita aún al adulto.
Lo Simbólico, en tanto que «di-mensión»,68 no se sostiene, para el su-
jeto (en el sentido del «para sí» filosófico) más que de su imaginarización;
lo Imaginario, al revés, no se despliega, no revela desplegarse -lo que indi-
ca la literatura-, más que desde una simbolización anclada o bien en lo Real
-tal como, por ejemplo, se trata en la psicosis, haciendo fracasar la repre-
sión- o bien en el Falo como significante.
Se trata, en ese tiempo lógico, de usar lo Imaginario para sostener al
Otro, debilitado en lo Real, como lugar del orden Simbólico, como el puro
Sujeto de ese juego sin subjetividad. El objeto (a) encuentra allí su cualidad
simbólica, y por eso mismo, imaginarizado por los objetos parciales, él es,
cualquiera, por ser lo que cae del Otro, lo que no puede venir del Otro más
que por medio del encuentro ideal con un efecto de significante, del gesto
de la demanda y de una extracción material.
Ese tiempo necesario de una sustitución problemática de la primacía de
lo Imaginario por la de lo Simbólico es también el de una aceptación del Otro
como garante de una parte de la subjetividad, el super-yo, por medio de la
palanca del Nombre-del-Padre, el tiempo de un acceso a'la vinculación del
super-yo con el Otro.
Es el edipo, en tanto que estructura, el que mantiene juntos al Otro, el
super-yo y el Nombre-del-Padre. La psicosis, especialmente paranoica, no
es la ausencia de lo Simbólico, sino por el contrario, su insistencia como des-
vinculada del Nombre-del-Padre. Si acerco ese anudamiento del período
denominado de latencia a una evocación de la paranoia, es a propósito de
una frase de un paciente, adulto, capturado en un delirio de interpretación:
«Hablar y escribir es pare~ido»; ese paciente al que vi muy poco, oía y veía
su nombre pronunciado y escrito por todas partes, hasta el punto de que l~
resultaba: evidente -su apellido se prestaba a el1o, digamos que se llamaba
«Le»- que, en cada frase enunciada, él era interpelado.
68. Juego de palabras: "dit-mension» es un neologismo que reúne los significados del ver-
bo decir: «dit», dicho y del nombre «mention", mención. Por homofonía se lee di-
mensión. Nota de la traductora..
DE LAS GENERACIONES! 137
Hay una edad para aprender a escribir que sucede a la edad para apren-
der a hablar; la relación con la lengua cambia. Así se distribuyen de otro modo
los lugares del gran Otro y del objeto Ca), pe~diendo allí su homogeneidad la
«lalengua». Para retomar la alusión a la escritura de la Torá, la tesis del rabi-
no Nahman de Bratislava dice que la diferencia entre la Torá de la Creación y
la Torá de la transmisión consiste en que además se introduce el espacio en-
tre las palabras: este agregado contrarresta y limita la polisemia del texto de- .
jando por supuesto ,la posibilidad mística de encontrar el texto primordial.
Al escuchar a un niño que aprende a leer, farfullar un texto silaba por sí-
laba, se comprende por qué relaciono período de latencia y acto sobre la len-
gua. Diré que el final de este farfulleo deja caer y describe el lugar del objeto
(a), de un objeto entonces insignificante. Aprender a leer es introducir la le-
tra para olvidarla, al igual que el aprendizaje de la palabra, como lo indica Ja-
kobson, pasa primero por la desaparición económica de ciertos sonidos de la
charla:69 se gana allí sentido, es decir, «comprensión», pero al precio de una
pérdida. Es una de las razones por las que la adolescencia, tiempo de la escri-
tura, de la literatura, marca el fin de un proceso: lo que está perdido es bus-
cado por el medio mismo que ha producido, o al menos descrito, la pérdida.
El Otro, en este aprendizaje de la escritura, incluso, y más aún, en la per-
cepción de un «mundo de la escritura» para el analfabeto, cambia allí de
consistencia al no sostenerse ya en una inmediatez de la presencia, sino por
situarse en el por horizonte del sentido. Para dar una imagen, ocurre con la
diferencia entre este Otro al que nos dirigimos cuando hablamos solos -así
con La Mujer a la que el sujeto destina un discurso ficticio, en lugar de diri-
girse a una mujer, ante la cual, por supuesto, es un viejo tema cómico, tar-
tamudeará- y el Otro de la escritura que conserva siempre un anonimato; es
por eso que «los escritos permanecen» y son prueba, puesto que lo que está
escrito puede ser leído, o lo es cada v~, por otro d.estinatario que el oficial.
La educación encuentra allí su medida, puesto que, entre esos dos as-
pectos del Otro, se juega la diferencia, por ejemplo entre lo «privado» y lo
«público», lo que puede decirse y lo que puede escribirse, pero también en-
tre lo que constituye un postulado y lo que debe ser demostrado.
69. R. Jakobson. Langage enfamin et aphasie. París, Editions de Minuit. colIection «Argu-
ments». pp. 23-27.
13sIIDEAL ADOLESCENTE
En particular, se demand.l a los padres ser aquello que enlaza, que fun-
da el vínculo social, y es su fracaso, necesario, en esta tarea lo que primera-
mente provoca la puesta en juego de lo Real, segundo, acentúa el cuestio-
namiento radical del orden simbólico, tercero, desencarna provisionalmente
al Otro, cuarto, implica la apropiación del síntoma corno lo que anuda de
otro modo la esctructura. Así se conjugan, en el efecto y la consecuencia de
ese trastorno, dos fórmulas de Lacan que podrían parecer contradictorias:
aquella en la que él evoca al Otro sexo, con esa O mayúscula que indica el
lugar mismo del sentido, del «sentido de la vida», siendo entonces considerada
La Mujer (dejo aquí lo masculino para indicar que se trata del significante
imposible de L/a Mujer) como uno de los Nombres-del-Padre, y aquella en
la que él indica «a cada uno su síntoma como a cada uno su cada una; hay
un síntoma-él y un síntoma-ella».
Así se concibe el acceso a la genitalidad, al igual que al síntoma, en tan-
to que resolución de la crisis de la adolescencia, como crisis del ser por el he-
cho de una emergencia de lo Real y de la estructura.
El adulto es entonces aquel que a la vez ha pasado por esta crisis y que se ha
apropiado del síntoma como cuarto círculo, un cuarto círculo superfluo
para el mantenimiento del nudo pero necesario para sostener la estructura
dentro de la normalidad cotidiana, tanto más cuanto que la especificidad pa-
tológica -o, para decirlo de otro modo, patética, quitándole su sobreenten-
dido «excepcional» al término «patológica»- es la del debilitamiento de uno
de los tres primeros círculos.
Cuarto círculo que Lacan indicaba como el de la realidad psíquica, del
síntoma o del Nombre-del-Padre; precisamente por el hecho de que ese cír-
culo de más tiene una función económica con respecto a lo real de la es-
tructura, una función de. ahorro (en el sentido que Freud da a ese término
a propósito del humor).
Para continuar con la extrapolación de fórmulas, de carácter lapidario, de
!.acan, es también aquello por lo que «La Mujer es uno de los Nombres-del-
Padre»; en efecto, una de las consecuencias normales, «norma-masculina»,71
71. "Norme-male». Juego de palabras entre «normaJe.., normal y «nornle-maJe», nonna mas-
culina. Nota de la traductora.
DE LAS GENERACIONESll41
del primado de lo fálico es que la coherencia del mundo -en el sentido lógi-
CO-, en tanto se refiere al Otro, no es sostenida por el adulto, al precio del
síntoma, sino porque El Sexo (es decir, en la lengua francesa más clásica, La
Mujer) es aquello que representa el lugar del Nombre-del-Padre, el cual, des-
de la infancia, mantiene al sujeto en el campo de lo Simbólico.
Por supuesto que esta reconstitución en el adulto, esta reparación en
torno al síntoma que implica una o más renuncias, conserva, a pesar del sÍn-
toma, una cierta fragilidad. Podríamos decir que ese cuarto círculo que hace
el adulto define menos un anudamiento que una conjugación: éste viene a
reunir, en la lengua, aquello que por una parte es anudamiento precario, des-
de que la estructura ha sido percebida por un instante, y lo que por otra par-
te hace de cada uno de los círculos esenciales no sólo un sostén del sujeto
sino también un Índice de su sujeción.
Hay, en la vida del adulto, «crisis» con ocasión de acontecimientos di-
versos (embarazo, enfermedad, cambio de nivel social, etc.) en las que el SÍn-
toma falla en su función. Si las resoluciones de esas crisis pasan con la ma-
yor frecuencia con una acomodación inadvertida del síntoma, a veces
desencadenen cuestionamientos que nos equivocaríamos, fiándonos de su
fenomenología, en etiquetar demasiado pronto con el término de momen-
to psicótico. Freud, en «Análisis terminable e interminable»,n evoca esos pe-
ríodos, fisiológicamente definidos o accidentales; hay simplemente mo-
mentos de activación de las pulsiones.
Una de esas crisis posibles es por supuesto aquella que puede ocurrir en el
análisis, período hipo maníaco (Balint), deposición subjetiva depresiva (La-
can), momento psicótico (Roustang), cuando aparece la estructura, es de-
cir, aquello a lo que el sujeto está sujeto sin ganar allí el ser (en sí). En esos
momentos, es la experiencia de la adolescencia la que es reactivada. Lo que
explicaría que sea frecuente, en esos sujetos capturados en una cierta ac-
tualidad (del lado de lo actual o del acto), actualidad de la neurosis, la evo-
cación de los acontecimientos «traumatizantes», de las errancias, de las pre-
guntas y elecciones de la adolescencia.
72. Sigmund Freud, Análisis terminable e interminable, Obras Completas, Biblioteca Nue-
va, T.lII.
Así, lo que denominamos «crisis de las generaciones» -reducida de hecho
a designar el choque entre los jóvenes y los adultos, puesto que esta crisis pier-
de su virulencia cuando se trata de dos generaciones diferentes de adultos,
esta inadecuación recíproca entre las preguntas de unos y las respuestas de
otros, se concibe como un fenómeno no accidental sino estructural y es-
tructurante en dos modos complementarios.
Por una parte, en el diálogo no sólo hay para cada uno su Otro, en el sen-
tido de su encarnación imaginaria -lo que produce el escollo general de la
intersubjetividad-, sino que el Otro no tiene la misma función ni la misma
consistencia. En particular en lo concerniente a aquello que tiene que ver con
el Otro sexo: el adolescente tiende a la vez a dar esta consistencia nueva al
Otro y a retroceder ante el acceso (<normal», es decir, el que se produce por
el sesgo del síntoma y de la castración, síntomas de uno y otro que se anu-
dan en el encuentro, castración suya y castración del otro, puesto que es
con una falta que se anima el amor. De allí ese «todo o nada» que oímos de
su parte, y que no es, en definitiva, sino una llamada desesperada al Otro.
Por otra parte, la estructura revela, en el adolescente, su dinámica, la que
arrasa el ser y prohibe el reposo del sujeto, es decir, el goce. Frente al adulto,
él es sin «concesiones»; no cede, en nombre de un espacio limitado que se-
ría el suyo; explora lo Simbólico hasta lo contradictorio, lo Imaginario has-
ta lo alucinatorio, lo Real hasta el acto, rehusando dejar que «se la juegue» el
significante necesariamente engañoso, al precio de perder allí, aunque no
fuese más que por un momento, toda creencia en el saber, de extraviarse en
las identificaciones más diversas y antagónicas, de comprometer su tiempo,
su cuerpo, incluso su vida, en experiencias que se revelan siempre, a poste-
riori, como decepcionantes y a veces invalidantes para su futuro.
Sin duda, Octave Mannoni, siguiendo a Winnicott, subraya con juste-
za que la respuesta del analista es permitir un lugar para este ejercicio, en el
que éste pueda transformarse en un juego. 73 Pero debemos agregar: a con-
dición de reconocer que más allá del juego del niño, el adolescente com-
promete en el juego una apuesta real, o incluso, que el analista defina una
apuesta simbólica posible, por ejemplo el dinero.
Este título surgió de un encuentro con un niño traído por su madre por-
que, decía ella, respondía a todo el mundo,'y en un momento en particu-
lar le había respondido a su padre: «¡Tu hermana !». Lo que no venía mal
porque apareció bastante rápido el hecho de que la hermana en cuestión,
que era la madrina del pequeño, ocupaba un determinado lugar en la eco-
nomía familiar.
Evocamos a propósito de la entrega de Issac el hecho de que nuestras re-
ligiones, llamadas de Abraham, comporten, en ese momento fundante de
su historia, un padre que pone en juego a su hijo. Se evoca menos de la vida
de ese patriarca que sin embargo, según la tradición, limitó su virtud a los
ojos de Dios: la falta que cometió dos veces con respecto a una ley que aún
no había sido enunciada. En el capítulo XIII del Génesis, versículos 12 a 20,
se cuenta cómo Abram, en nombre de la prudencia, hizo pasar a Sara!, su
mujer, por su hermana, en la corte del Faraón. Más tarde -eso es referido
en el capítulo XX- convertido en Abraham y padre con las peripecias que
conocemos, repite este pretendido engaño ante Abimelek, engaño del que
Sara se hace cómplice. Engaño pretendido, porque una vez revelada de nue-
vo la superchería, y confesando Abraham que su mujer es su mujer, no re-
conoce más que una media mentira, puesto que designa a Sara como su
74. Expresión equivalente a las castellanas ,,¡tu abuela !», ,,¡tu madre !" o «¡tu tía !,.. En
francés se usan «ta sreur !'" tu hermana o "ta mere !», tu madre. Hemos adoptado la tra-
ducción literal, a pesar de que no se utiliza en castellano porque así lo requiere el con-
texto. Nota de la traductora.
1481 EL ESTADO AMOROSO
car que no estaban sólo llarriados a ser los testigos de una pareja que mar-
cha demasiado bien. i
Los adolescentes encuentran esta dificultad: que aquella que hace exhi-
bición de su atractivo se da cuenta de que los hombres son ciegos a lossig-
nos y miradas que ella les dirige, mientras que quien sabe que el único so-
porte verdadero de su relación con el falo está en la lengua, y se ejercita con
ella en la seducción, se topa pronto con la sordera de las mujeres.' Distribu-
ción de los papeles que no es, por supuesto, tan estricta, puesto que algu-
nos funcionan del otro lado, lo cual no arregla nada ya que, como podemos
constatar, nadie logra, salvo en esta teatralización, no sólo histérica, a la que
son afectos los adolescentes, dominar aunque sea un poco el campo de la mi-
rada y el campo de la palabra. La pareja ideal reúne a la histérica y al obse-
sivo; allí ella, más que poner en juego su saber acerca del orden del mundo,
espera de él que le dé la clave del deseo que ella muestra sin saberlo, y él es-
pera que ella se reconozca como el objeto de su deseo -al cual él disimula y
revela en sus declaraciones de amor dirigidas a otra-, que ella le dé la clave
de su infidelidad constitutiva e insoportable.
Con respecto a esa pareja ideal, el adolescente hace de antemano la ex-
periencia de sus callejones sin salida. Queja que se manifiesta a veces desde
las primeras relaciones sexuales. Un joven viene a curarse de una impoten-
¡i cia; de hecho, se queja de que, nostálgico de la masturbación, tenga necesi-
dad de pensar en una mujer para tener una erección, en una distinta, no im-
porta cual, de la que está con él. Una joven evoca su primera relación sexual
como decepcionante: en el transcurso de una velada, creyó que su encanto
había hecho efecto sobre un chico al que antes sólo veía de lejos en el cole-
gio; él le confesó (ella asociaba esta confesión con su decepción sexual), jus-
to antes de que hicieran el amor, que desde largo tiempo atds la había ob-
servado y deseado, y que, habiéndos~lo confiado a una amiga común, ésta
había facilitado su encuentro.
Podríamos multiplicar el catálogo de los motivos de queja sobre su se-
xualidad que dan los adolescentes; son las de los adultos, pero formuladas
de un modo más inmediato y radic:ll. Por supuesto que la distribución di-
ferente del amor y del deseo, lado hombre y lado mujer, está en juego, como
su posición con respecto al falo, pélrticularmente bien explicitada en el tex-
to de Lacan sobre «La significación del falo». Y podemos ver las tentativas
de resolución que constituyen las experiencias homosexuales, completa-
152/ EL ESTADO AMOROSO
grado esta sustitución, si es que había tenido lugar para ella la forclusión del
Nombre-dei-Padre -forclusión a concebir entonces no como ausencia de ope-
ración sino como otra operacÍón- y había iniciado un delirio erotomanía-
ca cuyos primeros signos, que a posteriori podían parecer enormes, no ha-
bían inquietado a nadie, en tal medida parecían caracterizar la patología
normal de las adolescentes. Y sabemos cómo este amor, para el que el ob-
jeto es indiferente, puede, S:fi que sea cuestión de perversión, orientarse ha-
cia un objeto homosexual.
El que los amores adolescentes sean inmediatamente, incluso «cons-
cientemente», concebidos como operación sustitutiva a la operación del
Nombre-del-Padre no deja de tener c.onsecuencias sobre la famosa cues-
tión de la transferencia en las curas de adolescentes, aun cuando, en lo con-
cerniente al adolescente neurótico, él se dé cuenta pronto de que allí hay algo
imposible de borrar.
Que el amor sea en primer término concebido por los adolescemtes
como debiendo satisfacer esta exigencia totalitaria de sostenerlos más allá
o contra e! Nombre-del-Padre y que esta operación tropiece y fracase per-
miten comprender la existencia de largos debates entre ellos sobre la cues-
tión de! matrimonio. Esta misma cuestión es directamente remitida hoya
la del apellido, tanto más en este tiempo en e! que, para los adolescentes, por
un lado el concubinato y por otro e! divorcio cambian la consistencia del lazo
conyugal, e incluso si, en un plano jurídico, ese apellido dado a la esposa no
se refiere, si no me equivoco, más que a una costumbre, por otra parte bas-
tante regional. El matrimonio sólo es secundariamente remitido a la pro-
creación de los hijos ya su inscripción simbólica.
El proyecto de establecer un lazo conyugal es consecuente, para ellos, con
1<1. constatación de que e! amor es, si no un fracaso, al menos limitado en su
ehcacia de oponerse al Nombre-del-Padre. En ese sentido, es concebido
como un compromiso, y esto sobre las huellas mismas en las que el inces-
to fraternal es un compromiso, no simplemente entre el incesto parental y
su prohibición, sino también entre la lógica fálica del edipo y la búsqueda
de un goce Otro que es a la vez su resto y su producto. El que ello esté im-
plicado en el vínculo fraternal, Musillo percibe muy de cerca, pero también
Cocteau, cuando uno y otro evocan su búsqueda de producir estados par-
ticulares que la exogamia no permite. Incluso en la jurisprudencia, e! lazo
conyugal es asociable al lazo fraternal, por supuesto que en tanto que refe-
1561 El ESTADO AMOROSO
rido al estatuto del padre, y tanto más cuanto que la autoridad paterna está
desvalorizada. Así, sin duda hay que establecer una aproximación entre la
idea de un igualitarismo y una reciprocidad en la pareja, y la desaparición
del derecho de mayoría de edad y la igualdad de hermanos y hermanas con
respecto a la herencia.
El tema de la igualdad y la reciprocidad hasta en la apropiación de bie-
nes y territorios, es antepuesto por los adolescentes al lazo conyugal, y re-
lacionado con rivalidad y complementariedad fraternal. Y esto en una dia-
léctica con el amor, un nuevo amor que lograría evitar la pasión para
convertirse en la dinámica de un lazo de semejanza. Es frecuente que sean
evocadas la semejanza y la desemejanza como aquello que ha justificado la
fuerza o la debilidad de un vínculo amoroso cuando se ha intentado darle
consistencia conyugal. ¿Y existe un modelo más ideal de la semejanza que
la fraternidad?
Asociar lazo conyugal y lazo fraternal no es un juicio de valor. Podría-
mos simplemente medir cómo, en esos compromisos, el síntoma regresa bajo
un modo particular. Y si esa aproximación se acentúa en nuestros días, no
parece servir de base a nuestras sociedades. Me he preguntado igualmente
si esa aproximación que yo hacía entre lazo conyugal y cuestión fraternal es-
taba asociada a la monogamia. También aquí podemos volver a ver la Biblia:
Abraham no conoce demasiado de la monogamia. Y en el caso de la poli-
gamia, quizás nos enfrentemos a aquello con lo que se enfrenta Job de un
modo bastante curioso: él tiene, un poco a su pesar ciertamente, dos mu-
jeres, pero ellas no pueden ser más que GOS hermanas.
13.
EL AMOR DEL SEMEJANTE
O LA PROFESIÓN DEL HOMOSEXUAL
cierne primero al eje generativo: así, la consistencia del Otro no debe bus-
carse ya en la generación inmediatamente anterior, sino o bien del lado de
sustitutos de los padres -figurando allí el ancestro- o bien en la misma ge-
neración: el lazo fraternal encuentra allí nueva fuerza.
Si hablo de neurosis es porque el edipo organiza aquí también esta trans-
formación, pero entonces el acento de la prohibición está desplazado, y la
prohibición en sí misma desarticulada entre lo generativo y lo sexual. Si, du-
rante el período denominado de latencia, se conforma, en la espera del cum-
plimiento de una promesa, una primera identificación sexual, aunque no sea
más que a través de la especificación de los juegos en la adolescencia, el en-
cuentro con el otro sexo pasa en primer término por la reunión de una ge-
neración marcada por sus modos, sus ritos, su vocabulario, incluso por el
rechazo de los «mocosos» y los «viejos». La unidad de la banda, por ejem-
plo, exige que ésta sea, sin que importe el sexo de cada uno de sus miem-
bros, fraternal y asexuada, puesto que la introducción de un primado acor-
dado a la diferencia sex'llal tendría como doble efecto reintroducir la cuestión
del padre y de la madre, y provocar la división.
Comúnmente, el ideal conyugal, como hemos visto anteriormente, si-
gue esta lógica fraternal: «Quienes se parecen se juntan».i6 Así, con fre-
cuencia el adolescente opondrá las relaciones sexuales figurativas en las que
su.deseo está comprometido, y aquella que podría ser «alma gemela)), su com-
pañera; fórmula ciertamente obsesiva -puesto que el obsesivo hace de esta
división del otro su drama-, pero lo bastante generalizada como para que
puedan aparecer como las más sólidas aquellas parejas constituidas, des-
pués de experiencias desordenadas, por los encuentros de amigos de infan-
cia, o también los matrimonios con el amigo o la amiga del hermano o de
la hermana.
Según la misma lógica, si no de eliminación, al menos de secundariza-
ción de la diferencia entre chicos y chicas en una misma generación, hay que
pensar una de las razones de la homosexualidad del adolescente: la bús-
queda de un semejante con el que puedan'conjugarse amor y deseo y rechazar
que el orden de lo sexual sea en lo sucesivo el de una diferencia infranquea-
ble entre los sexos. Si es el objeto sexual el que, en la homosexualidad, apa-
77. He modificado los nombres de los tres pacientes que evoco, pero la elección de los seu-
dónimos no es por completo azarosa. Fidele lleva un nombre que tiene cierta relación
con el respeto de la tradición. Dl)minique tiene un nombre a la vez masculino y feme-
nino. Thomas -es otra cosa- antepuso en un momento de su cura un «creo lo que veo»
que él atribuía, tal cua!. a! autor de La summa teológica.
lt>O¡l.L 1..:,1l\1)0 /d.1Uhu:'U
mitirle inventar una nueva perversión 7S que debía servir al análisis -¿no
era en esta vía que se había iniciado el primer análisis?-. Por otra parte, en
un primer momento insistió sobre el hecho de que, contrariamente a su
primer analista, yo no era de origen cristiano y que lo sabía al dirigirse a mí,
yen un segundo tiempo, bajo el modo de la negación, despleg..!!"á un discurso,
si no francamente antisemita, al menos antijudaico, para repetir en varias
oportunidades que encontraba absurda la acusación cristiana COlit ..a ;os ju-
díos de haber matado al hijo de Dios, o de realizar prácticas perversas. Fi-
nalmente, pondrá en paralelo su doble gestión, con respecto a mí y con res-
pecto al obispo, para anteponer lo que sería la «falta del padre» y lo que él
tendría que pagar (las sesiones en particular) por la avaricia y la pusilani-
midad de su padre.
No me detendré más que sobre algunos elementos de este análisis, los que
conciernen a lo que se juega en la adolescencia.
Fidele es el hijo mayor de una pareja que él definió como despareja: su
madre, que siguió algunos estudios, es presentada por él como una mujer
cultivada, dotada de cualidades artísticas, pero sometida a un marido « tos-
co, bruta!», un granjero casado tardíamente. Fidele, que en sus relatos con
frecuencia escabrosos, no duda en emplear un vocabulario obsceno, de-
nuncia a menudo la vulgaridad de su padre, y guarda el recuerdo de que de
niño, reprendido por su madre cuando usaba «malas palabras», pero oyen-
do a su padre pronunciarlas, había pensado que los adultos disponían de una
lengua especial prohibida a los niños; él, que se presentaba como «cristia-
no de izquierda» no negaba su nostalgia del latín. De ese padre brutal, a
quien él rechazará y que lo rechazará en la adolescencia, recuerda que, sien-
do más pequeño, lo admiraba y se sentía más próximo de él que de su ma-
dre. Evoca su adolescencia como ese momento en el que las imágenes pa-
rentales fueron ~rastocadas.
El padre hacía remontar a sus propios quince años el inicio de su com-
promiso en responsabilidades profesionales en la explotación familiar, aun-
que eso, en una granja, pudiera quedar impreciso. Había údo el momento
en el que, durante un período de enfermedad de su propio padre, él solo se
vió obligado, no únicamente a asegurar un trabajo sino a dirigirlo. Al día si-
guiente de que su hijo cumpliera quince años, él le exigió que asumiera esas
mismas responsabilidades, hasta el punto de hacer prevalecer esas tareas
cotidianas y su ritmo anual sobre la escuela, en donde, sin embargo, Fide-
le obtenía buenos resultados, para satisfacción de su madre. Hasta enton-
ces, su proyecto profesional era el de seguir el ejemplo de su padre y entrar
al año siguiente en un liceo agrícola.
Pero el recuerdo que guarda de ese momento es una desvalorización de
sus esfuerzos por parte del padre, hasta el punto de que, según dice, en cier-
tos momentos deseaba que su padre también cayera enfermo para poder pro-
barle sus aptitudes. Un día el padre tuvo un malestar cardíaco -que no tuvo
consecuencias, de modo que el hombre ya tenía ahora sus setenta y cinco
años-, y Fidele se sintió «paralizado». Sin que los padres lo supieran, fue un
obrero agrícola ocasional quien de hecho asumió las responsabilidades de
la organización del trabajo, y Fidele tuvo a los dieciséis años sus primeras
relaciones homosexuales con él; «fui yo quien tomó la iniciativa», agregó,
rechazando toda idea de seducción pasiva.
, Ignoraba el orden cronológico de la continuación, pero confundía dos
acontecimientos, de los que no sabía cuál podía dominar al otro: por una
parte, su padre lo apostrofó, no con un «tú no eres un hombre» que, según
decía, aunque él no lo esperara, al menos hubiera previsto y comprendido,
sino con un «tú no serás nunca un padre», que lo excluía de un modo aún
más radical de toda transmisión generativa; por otra parte, después de un
sueño en el que se veía en sotana -contrariamente al cura del pueblo que lle-
vaba traje.:.., decidió su orientación hacia el sacerdocio y la anunció esa mis-
ma mañana a sus padres.
Sólo en el análisis pudo asociar esos dos deéires, y pensar en la decisión
de ser cura como un modo de ser «padre». Hasta entonces, el motivo esen-
cial había sido la castidad, incluso si, según decía, no había considerado
nunca entrar en el clero regular, donde pensaba que «con respecto a la ho-
mosexualidad debe ser peor». Esos recuerdos de la adolescencia, llegados des-
pués de dos años de análisis, reorientaron las cuestiones planteadas al co-
mienzo de otro modo: ,<No sé amar», declara en un comienzo de sesión, él
que hasta entonces justificaba, con su demanda excesiva de amor y su pa-
EL AMOR DEL SEI-IEJ.-\NTE O LA PROFESION DEL HOMOSEXUALI 163
días en casa de una tía, de la que será cuestión más adelante, luego su pa-
dre lo citó en un café para hablarle, «confesarle» qúé excluyendo toda rela~
[
i ción con otra mujer desde la muerte de la madre de Thomas, ~l había ini-
ciado esas relaciones sexuales anónimas. Después de esta revelación, se supo
que el padre era seropositivo (sin síntoma de enfermedad hasta este día), que
mantenía relaciones más continuas con chicos mucho más jóvenes que él (de
la edad de su hijo), y que había dejado de frecuentar esos lugares de en-
cuentro a los que ahora acudía su hijo.
Por supuesto, no podemos más que limitar el azar de esta revelación, y
sin negar igualmente la importancia del traumatismo, subrayar algunos pun-
tos: para Thomas, era importante que el compromiso homosexual de su pa-
dre no hubiera tenido lugar sino después de la muerte de su madre, y él pon-
drá el acento sobre este enunciado que hará propio: «No hay otra mujer más
que tu madre». Un día, emitirá la hipótesis de que él sabía, al volver a la sau-
na, que podría encontrar alli a su padre. Paralelamente, insistirá sobre el he-
cho de que su padre no es «afeminado», sino que por el contrario da testimonio,
en lo cotidiano, de una posición «particularmente viril».
Sin descuidar el efecto condensador del encuentro, lo que entonces tuvo
lugar le proporcionó también una respuesta provisional y frágil: «Soy ho-
mosexual como mi padre, porque ninguna mujer vale lo que mi madre», allí
donde estaba desorientado por la sexualidad genital. Pero esta respuesta se
reveló pronto insuficiente y el que, de entrada, fuera su heterosexualidad la
que lo molestaba -aun si tenemos en cuenta que las terapias precedentes, in-
cluso fallidas, le habían de igual modo permitido llegar a esta fórmula- re-
lativizaba la importancia del traumatismo.
Por otra parte, al cabo de algunos meses, su primera cuestión, tal como
se produjo en el lapsus, le vuelve bajo una forma afirmativa y animará la con-
tinuación de la cura, al precio de un aumento de síntomas obsesivos, allí don-
de anteriormente dominaba la angustia. Cambio marcado por una decisión
provocadora (en relación a su padre ya mí), cuando vino a anunciarme que
había «votado a Le Pen» (dejemos el significante de lado para subrayar que en-
tonces comenzaban las primeras alusiones de Le Pen a los «sidaicos»).
Thomas, lo hemos dicho, había buscado refugio en casa de una tía pa-
terna. Dos personajes familiares jugaban, en la actualidad, un papel im-
portante: el abuelo paterno, anciano y enfermo, del que se ocupaba «como
si fuera su hijo», abuelo que le permitía saltar una generación, y esta tía en
cuya casa residía aún al comienzo de su análisis.
Se imponen ya algunas observaciones sobre esta figura con peso suficiente
como para haber servido para calificar al homosexual de «tía». La tía es esta
pariente, primero hermana del padre o de la madre y que es contemporá-
nea a ellos, que con frecuencia mantiene con los padres lazos ambiguos -o
percibidos como tales por el nifio; si ella es mujer, como la madre, es por el
apellido que pertenece a la familia, al repetir el del padre; y el incesto fra-
ternal como ideal no está lejos. El diminutivo que la acompaña -en lo familiar
como en el insulto- «tata», no deja de tener relación con «papa»; Thomas
tenía «horror de llamarla así».
Fidele había, lo hemos dicho, vivido algún tiempo en casa de una tía. Tho-
mas encontraba en su tía una imagen de la mujer, de la madre y «como de
un padre» después del doble acontecimiento de la muerte de su madre y el
descubrimiento de la homosexualidad del padre. Una figura hasta tal pun-
to ideal que cuando él decidió «salir de la imagen de homosexual», fue al
encuentro de una mujer de más edad que él, y que se parecía a esta tía.
Para no recargar mi exposición, dejo esto a la reflexión, excepto para su-
brayar el papel clave en el fantasma (al revés de la segunda escena de se-
ducción de la histérica, en la que el protagonista es con frecuencia un pa-
riente lateral, o de la primera escena en el obsesivo, cuyo agente ha podido
ser la «niñera» de esos personajes de la generación parental.
El tercer tema que me parece esencial, aun cuando no le prestara tan-
ta -atención en la cura, es el de la profesión. Empleado de oficina, él tra-
bajó en un comienzo en un primer organismo caritativo, donde trabaja-
ba ya un antiguo camarada de clase homosexual que lo' atraía se>.."Ualmente;
luego, en el curso de la cura, cambió de empleo por otro organismo del mis-
mo tipo donde el jefe de servicio era esta mujer que «se parecía a su tía»
y que trabó con él una relación platónica «como una hermana mayor». En
el análisis, he dejado de lado el carácter caritativo de esos empleadores, que
sólo advierto al compararlo con los dos otros casos que evoco. Todo lo que
él'dijo'sobre eso fue por subrayar que quería «servir par'a algo».
El AMOR DEl SEMEJANTE O LA PROFESIÓN DEL HOMOSEXUAL! 167
tes "':ya sea que ello dé lugar a accesos delirantes de tema dismorfofóbico
o permanezca en el límite del delirio-,19 ella desplegaba una fantasmáti-
ca del cuerpo ana tomo-fisiológica que su saber médico limitaba, pero en
la que, como en la histeria -la de su madre-, la genitalidad estabadespla-
zada, para esquivar lo que de la diferencia sexual produce una divergen-
cia en cuanto al deseo, hasta el punto de que llegó a enunciar un «yo no
tengo sexo".
Fue un fracaso en sus estudios -fracaso relativo que superó universita-
riamente- el que marcó un cambio de posición: mientras que Fidele tomó
lugar en la cadena de las generaciones para superar su homosexualidad, fue
saliendo de la coerción familiar con respecto al padre que Dominique pudo
considerar otro destino, dándose a la vez otro objetivo profesional que el de
suceder a su padre, y otro objetivo sexual: lograr una relación heterosexual
conservando del lado de las mujeres sus sentimientos de amistad.
79. He evocado, en el capítulo 8. la historia de Rachid. quien sexuaba los órg;1lI0S del
cuerpo.
• • • • •_ . . . . . . . .1"11 d'_'""
80. Un homosexual, célebre a justo título por haber intentado pensar la desorientación se-
xual hasta el travestimiento, se levantó un día en medio de una cofradía para proclamar
c~n todo su humor: "La mujer existe... es una lesbiana ... ¡Y so)' )'0 !». Que la mujer
pueda ser, como lo evoca Lacan', uno de los nombres-del-padre, encuentra allí su va-
lor, ciertamente paradójico.
EL AMOR DEl SEMEJANTE O LA PROFESiÓN DEL HOMOSEl\;lJAL¡ 171
81. Cf. F. Dolto, L'image inconsciente du corps, París, Le Seuil, 1985; cf. f.J. Rassial y A. Ras-
sial, «De l'image inconsciente du corps», en: Quelques pas sur le chemin de Franfl)Í5e Dol-
to ? París, Le Seuil, 1988, pp. 163-190.
\
1721 EL ESTADO AMO¡W~U
saje al acto, no sólo con ese padre de la realidad familiar, sino también con
la paternidad en tanto tal, y con la ley del Padre -lo que J. Lacan designa como
el Nombre-del-Padre-, operación de inscripción cuyo modelo es la que.
efectúan las religiones monoteístas al designar a Dios como padre. A decir
esto, no pretendo dar razón de todas las dimensiones de la homosexualidad
como una de las «padre-versiones»,82 de las «versiones del padre», como lo
escribe J. Lacan, sino porque la cuestión del Padre es clave en las homose-
xualidades neuróticas del adolescente.
82. La expresión "pere-versions» juega en francés con dos significados: versiones del padre
la
}' perversiones, dada homofonía de ambos. Nota de la traductora.
14. LA EROTÓMANA Y EL CELOSO
83. Sigmund Freud, "Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la
homosexualid'ld .. , Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973, T.Ill.
1741 El EST."DO AMORO!>O
hombre. Lo que ella evocaba con su cuerpo y sus avatares me parecía co-
herente con ese diagnóstico. Y sabemos que las pasiones adolesce~tes tienen,
más que otras, ese estilo un poco loco, en donde el estado buscado domina
la cualidad de los objetos, sustituyendo el médico fácilmente ~l profesor
como garante -asexuado porque no castrado- de un saber sobre el deseo.
Algunos elementos iban ciertamente en otro sentido: primero la afir-
mación de que, en este amor, el actor principal era el médico, quien era
considerado ya como habiendo abusado de su saber y de su poder; pero, des-
pués de todo, eso era posible; a continuación, su reserva extrema en cuan-
to a todo pasaje al acto sexual con él, mientras que con compañeros más jó-
venes había vivido algunas experiencias de las que no decía que hubieran sido
decepcionantes; finalmente y sobre todo, la idea doble de que este amor
sólo podía concretizarse a través de un hijo, pero que no podría ser conce-
bido más que por una procreación asistida.
Tales temas no son raros hoy en día en la histérica, y remito lo que po-
día parecer, de un modo menor, como rechazo de la castración, persecución
o interpretación, del lado de la seudo-paranoia de la histeria. ss Tanto más
cuanto que me apoyaba así sobre la doctrina psiquiátrica más clásica, para
la cual la erotomanía es una patología más tardía que se encuentra en la
mujer de treinta y cuarenta años, no en la joven.
Sin embargo, esos dos argumentos ligados a la transferencia me incita-
ban a demorar la iniciación de la cura, ya prolongar, más allá de las dos a
cuatro sesiones habituales, las entrevistas preliminares.
Por una parte, como es frecuente en cualquier adolescente, incluso si vie-
ne por sí mismo, Ella no tomaba verdaderamente a su cargo su demanda de
análisis: no sólo no había venido a verme más que a incitación de otro, sino
que era también «para el otro» que ella se veía analizante, para ayudarlo, a
él, a saber amarla. Eso no me parecía en impedimento, pero parecía exigir
un tiempo de furmulación.
Por otra parte, yo estaba molesto por su mirada que me dejaba una im-
presión extraña: paradójicamente, faltaba una posición de repliegue, esa
que, por ejemplo, puntúa con frecuencia el dirigirse al otro por parte del ado-
lescente. Su mirada misma parecía, de forma permanente, enteramente cap-
turada en el odio-enamoramiento,86 en el odio y en el amor, sin considera-
ción por la persona implicada.
En su historia, la figura de la madre dominaba; bella mujer histérica, a
la que había sorprendido, cuando tenía cinco o seis años, en los brazos de
otro hombre que su padre. Se reveló que ese padre, asegurando más su fun-
ción paterna que marital, toleraba esos amores episódicos pero fugaces de
la madre. Si lo femenino se caracterizaba, para Ella, por la potencia y la du-
plicidad, lo masculino, separado de lo paternal, era el lugar del objeto y del
secreto que seguramente le daban una cierta existencia pero que podían
también abocarlo a la traición. Los jóvenes a los que había conocido eran
esos objetos que ella «encendía» para significar su potencia; el médico, a
continuación del profesor, era ese cómplice de un secreto: el amor valía tan-
to más cuanto que era clandestino.
Fue necesario -es por ello que hablo de un error de apreciación-, para
que de golpe dominase un estilo vindictivo y vengador y que apareciese cla-
ramente la orientación paranoica de este amor, un acto, para hablar con
propiedad, médico-legal, aun cuando presiones y relaciones familia es, arre-
glos diversos, evitaron las consecuencias judiciales. Sin dar más detalles, di-
gamos que se trataba de un atentado contra los bienes y la persona del mé-
dico.
Las dos entrevistas siguientes, cercanas en el tiempo, no impidieron
-pero, ¿lo deseaba yo?- una hospitalización querida por la familia y que
tuvo algunos efectos positivos.
Varios temas prevalecieron entonces, los cuales habían permanecido
antes como elementales y parecían capturados en las variaciones de una
histeria: el de una «falta de respeto» o de una «falta de palabra», de los que
sería culpable el médico, quien habría confiado a otros sus amores secretos;
el de una debilidad nominativa, vinculada a esta traición: «No hace honor
a su nombre», (,ha arrastrado mi nombre por el fango», «debo convertirme
en la señora incógnita»; finalmente, articulándose con una injuria infantil:
87. Los términos en francés son homofónicos: «marionnettes», marionetas, y «mari honné-
te», marido honesto. Nota de la traductora.
[.A EROTÓMANA Y El CElOSOI17~
Interpreta primero el lugar del «revisor» como, doble lugar, del analis-
ta de su mujer y de su «supervisor»," y me imagina en esta función que él
define, según lo que ha oído, como siendo a la vez de acompañamiento y de
limitación del poder del analista. Pero rápidamente encuentra allí uno de los
aspectos de la profesión de su hermano, quien siguió la profesión del padre
privilegiando esta tarea de «control», mientras que él mismo, que perma-
neció «entre las faldas» de su madre hasta su matrimonio, estaba domina-
do, incluso aterrorizado, por este hermano mayor al que acusaba de un in-
tento de seducción homosexual durante la adolescencia.
Si Freud, en su artículo, sitúa en la rúbrica de los celos competitivos un
caso en el que se evoca esa seducción homose>.:ual, el efecto parece tener
otro peso en Fran~ois: «Eso me ha puesto fuera de mí»; es necesario consi-
derar este episodio como un momento de locura, cuyo índice eran, como
con frecuencia en el neurótico obsesivo, esas crisis de cólera en las que la sis-
tematización casi delirante puede llegar a pasajes al acto violentos, hasta
llegar al «crimen pasional».
Mas tarde podrá describir con precisión su recorrido psíquico: coin-
prometido primero en una relación con aquella que se convertirá en su mu-
jer, había ordenado -en contra de la opinión de su familia-, el vínculo con-
yugal por medio de un contrato que a la vez marcaba límites a esta relación
y le permitía un estado de «total confianza», descuidando la dinámica in-
terna de la pareja. Sin duda ese contrato mantenía la misma relación con el
contrato perverso, de lo negativo a lo positivo, que el fantasma del neuró-
tico con respecto a la escenificación perversa. Él había vivido una traición,
una falta que le había hecho perder, poco a poco, el conjunto de sus referencias
yoicas, llegando a la proximidad con la psicosis. A este estado debía suceder
un trabajo de duelo, tanto más dificil cuanto que recaía no sólo sobre su víncu-
lo conyugal, sino también sobre los antiguos lazos familiares, sobre el amor
a la madre y el odio al hermano.
"Controleur» en francés corresponde tanto al revisor del tren, como al supCIVisor del
analista. Nota de la traductora.
LA EKOTOMANA y EL CELOSO: 181
Lo que nos muestran tanto los amores adolescentes como la erotomanía, y ello
se presta a confusión diagnóstica, es que lo que se busca e, un estado amo-
roso en el que, paradójicamente, e! objeto al que se trata de apegarse es in-
tercambiable. Que el estado prevalezca sobre el objeto nos parece ~star tain-
bién en juego en e! acceso de celos. En e! momento de la adolescencia en e!
que la encarnación imaginaria parental del Otro debe ser reemplazada por su
encarnación sexual en e! Otro sexo, el deseo por e! otro está a la vez totalmente
orientado y da lugar a lo que sería menos un amor del Otro que un amor en
e! Otro. Es decir, que, en la proximidad clínica de los amores adolescentes y
psicóticos, la dinámica es la del amor materno, y más precisamente de la Ma-
dre primordial, pre-edípica, antes que la madre se revele como sexuada, tan-
to del lado hombre como del lado mujer; un amor anterior, lógica y crono-
lógicamente, al estadio del espejo en donde e! yo se constituye sobre la huella
de la imagen de un objeto de la Madre, separable pero aún no separado.
Renunciar a esta constitución yoica, o por lo menos imitar una regre-
sión semejante, está inscrito en la lógica del amor; renuncia que se acom-
paña de una renuncia a la diferencia de objetos de! mundo exterior y hace
posible fenómenos alucinatorios o delirantes.
Tanto más cuanto que los padres, y por eso mismo los adultos, descali-
ficados, se revelan ineptos para sostener el amor que les es dirigido. Del
lado del padre -volveremos sobre ello-, si él ama, entonces es fallido yen-
trega su falta a su hija, puesta ella misma en posición de Otro, o a su hijo,
que encontrará allí motivo para un dominio ilusorio; si él no es faUido, en-
tonces, apoyado en su cónyuge, no ama. Del lado de la madre, si ella per-
manece protectora, envolvente, mantiene ciertamente la dinámica materna
pero prohibe, r::al e imaginariamente, la reapropiación de los objetos pul-
sionales, la voz y la mirada del espejo;88 si, por el contrario, acepta dar un
paso más en la separación, se arriesga a invalidar el amor maternal como ideal
para no dejar el lugar más que a la búsqueda de un amor de la misma talla
y los mismos efectos, conduciendo al adolescente, en un re!anzamiento edí-
pico, a volver a efectuar, con otros protagonistas, las operaciones de hace poco,
de inclusión y de separación, con el riesgo de intrusión y de expulsión.
Distintos y divergentes de los objetos del deseo que siguen la orientación
edípica, los «objetos» del amor son indiferentes, como los objetos de la de-
manda, objetos infinitos más que objetos totales, en tanto que sucesores
del amor sin límite de una Madre primordial mítica, y sobre todo segundos,
en relación a la búsqueda de un estado del que no serían más que el apun-
talamiento. En otros términos, el amor cuestiona, antes del narcisismo se-
cundario, el narcisismo primario.
Es lo que indica la definición de Espinoza: (El amor es la alegría acom-
pañada de la idea de una causa exterior», donde el objeto, como causa cier-
tamente exterior, no tiene sino una función de acompañamiento y una cua-
lidad ideal con respecto al estado del alma. Comprendemos así por qué un
salto, propiamente cognitivo, bastará para cumplir el fin espinozista del
amor, donde se borra la distinción del interior y el exterior, si Dios es la
Naturaleza, para transformarse en beatitud.
Es a justo título que Freud evoca de entrada, en su artículo sobre los ce-
los, un paralelo con la tristeza -pensamos aún en Espinoza- y con el due-
lo, para incluirlos en la serie de los «estados normales». El celoso, aun cuan-
do acompañe su recriminación de una auto-desvalorización, evita, al menos
durante un tiempo, la depresión y sobre todo el trabajo de duelo, no pudiendo
reducir al otro que lo engaña al estado de objeto. Al contrario, lo más fre-
cuente es que la mujer, incluso si hace poco parecía abandonada, sea entonces
idealizada o re-idealizada, aunque no sea más que por el poder que le es
dado de movilizar, activa o pasivamente, el amor de otro.
Prontó advertimos que los celos producen, para hablar con propiedad,
un estado' de goce que se acompaña, corrientemente, de una imposibilidad
para la (objetividad»; las opiniones de los amigos bien intencionados, ya sea
que tranquilicen al celoso acerca de la fidelidad de la compañera o al con-
trario, busquen «abrirle los ojos», no hacen a menudo sino arrimar aún
más al celoso a su goce de abandonado.
Los celos son el estado que da mejor testimonio de que el amor, para
el neurótico, es un modo de acceso a la locura. Y veremos con frecuencia
al celoso repetir este goce inverso al trabajo de duelo con alguna mujer, ya
sea cuando logra finalmente hacer el duelo de una historia pasada, o incluso
con cada una de sus compañeras sexuales cuando él mismo es «infiel».
LA EROTOMANA y EL CELOSOl18J
89. Término del argot derivado del verbo «bander» que significa estar en erección, sufrir
una excitación sexual. Nota de la traductora.
1841 EL ESTADO AMOROSO
LA FIDELIDAD Y EL FALLO
Esa nada que invierte el estado amoroso, ya sea para hacer aparecer el odio
que él escondía o para relanzar quizás este amor, no puede expresarse me-
jor que en la noción de «fallo», en su distancia con la falta.
Lo que la erotómana, o el celoso, reprocha al otro, no es su falta, pues-
to que les sería necesario reconocer que la falta, falta-al-ser, es indisociable
de lo humano, en tanto que deseante, sino un fallo como falta moral, que
condujo al compañero a decepcionar o a traicionar.
La expresión de amor que encuentra aquí su valor, es el «tú me has fal-
tado» en su polisemia: primero, ciertamente, vale como «tu ausencia ha de-
jado aparecer en mí ua agujero, un vacío tal que se revela que tu lugar en
mi psiquismo, incluso en mi cuerpo, no es accidental, sino necesario, apo-
yado sobre la necesidad»; la relación amorosa sería aquella que no estaría más
contenida por el fort-da que hacía soportable la ausencia de la madre. Se-
gundo, también se expresa como: «Tú me has fallado, has pasado a mi lado;
aquello a lo que apuntabas estaba más allá, antes o en otra parte que don-
de yo estoy»; así se dice la verdad de la fundación del amor, que es primero
error sobre la persona. Tercero: «Tú me has faltado el respeto o has faltado
a la palabra, has cometido una falta irreparable que me afecta profundamente
y justifica que allí donde te quería, ahora te tengo rencor»;92 cupstión yoi-
ca, como lo subraya la modificación pronominal, paralela a aquella que
produce la anulación del «dudo» e «imagino»93 que usa de buena gana el ce-
loso, transformando su incertidumbre obsesiva en certidumbre yoica y pa-
ranoica, gracias a la sospecha.
La fidelidad que se juran los amantes no podría reducirse a una fideli-
dad sexual, excepto para dar testimonio de su amor reduciendo -en el sen-
tido militar del término- su deseo; ella es, para hablar con propiedad, acto
de fe,de confianza que puede acomodarse a una relativa «libertad sexual».
Los amantes se crean una ley moral, ya sea contractual o implícita, compartida
o impuesta, pero de bastante peso como para que el yo del amante falle si
el otro falla. Y ese peso se mide en términos de necesidad, no de deseo, se
dice en una demanda arcaica, que se supone anterior al lenguaje; de modo
tal que lo que provocará la inversión será, de manera privilegiada, la sospe-
cha, donde se manifiesta el engaño del significante que vincula a los suje-
tos, y al que las palabras tranquilizadoras, las explicaciones, no pueden re-
mediar.
Si Fran~oise Dolto sitúa la edad ética en el estadio anal,94 cuando el
niño, al desplegar su motricidad, aprende lo que debe hacer de sus objetos
en la relaCión con el semejante, ¿no es necesario señalar una ética anterior,
al menos lógicamente, cuando, a partir de la castració~ denominada um-
bilical, el lugar del Otro aparece, posible o no, separable o no? «No soy nada
sin ti» pone al compañero en un lugar imposible, del que no podrá sino
caer, un lugar al cual no podrá más que faltar un día u otro, lugar materno
en el sentido de la Madre primordial, pre-edípica.
En otros términos, si los celos competitivos, denominados normales, tie-
nen su origen, como lo observa Freud, en los celos fraternos, y si la erotó-
mana intenta ver en el otro, más allá o en contra de la diferencia sexual, un
«semejante incastrable», lo cual es imposible y conduce necesariamente a la
decepción, es no olvidando sobre qué huellas se produce ese hermano o ese
semejante: las de salir del mismo útero, indiferenciado s, vinculados por una
ética que no es la del deseo sino la del ser. El que no sólo el acto sino el pen-
samiento dd otro me escapen insiste sobre un infranqueable -q~e el ,Otro
tenga un inconsciente es impensable-, y la acusación viene de haber trai-
cionado ese «cum» mítico de la confianza, de la complicidad y de lo conyugal,
como la Madre, antes de que la separación fuese validada por el Padre, or-
denada en el edipo, había traicionado -sacado fuera de- al niño.
95. Sigmund Freud, «La negación», Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973, T.
III YJ. Lacan, Séminaire!, París, Le Seuil, 1975.
96. J. Lacan, Séminaire IlI. Les psychoses. Esta frase, en la transcripción, está transformada
en la edición oficiaL
188) El ESTADO AMOROSO
97. Y aquellos sin saber nos miran pasar/Repitiendo después de mí las palabras que he te-
jido/ Y que casi de inmediato murieron para tus grandes ojos. Nota de la traductora.
LA EROTÓMANA Y EL CElOSO) 18~
Lo que aquí importa es que este fallo de las figuras dd Otro, dejando vacío
el horizonte de la palabra y el lugar de un supuesto saber, cuestiona al Nom-
bre-del-Padre en tanto que anclaje de este Otro hace poco amenazante y en
adelante incierto.
Precisemos el uso que hago de ese término de «Nombre-del-Padre» en
contra de una lectura mecanicista de Lacan, o de su reducción a una de sus
fórmulas, el apellido. Sin desplegar la teoría, presentaré algunas afirmacio-
nes que tienen valor de hipótesis en mi exposición.
Por otra parte y sobre todo, se hace necesaria una nueva operació1l: la
de una validación, o de una invalidación, de la primera operación que re-
cae sobre el Nombre-del-Padre, la de inscripción o de forclusión. Validación,
o invalidación, que puede, o bien tener lugar de golpe, o bien exigir un pro-
ceso durante el cual diversos intentos pondrán al adolescente en proximi-
dad con las diversas estructuras clínicas posibles, o bien ser diferida -en el
mismo sentido en que el autismo sería una ((diferancia»I02 de la primera ope-
ración- el mayor tiempo posible, 10 que en mi parecer nos permitiría dar
cuenta de los casos que se presentan como «límites», y que no podemos re-
ducir a lo que sería una confusión clínica del analista.
En este sentido, al considerar todas las combinaciones entre la primera
operación (inscripción o forclusión) y la segunda (validación o invalidación),
podríamos concebir una clínica específica de la adolescencia, de la que no
estarían excluidas posibilidades, ciertamente raras, de cambio de estructu-
ra, de la neurosis a la psicosis, de la psicosis a la neurosis, como sería pen-
sable una resolución perversa de la neurosis o de la psicosis, entonces «in-
fantiles».
1. El espacio y la fobia
I. El mit:do al mit:do
Serge Vallan
2. Diario de un análisis
Ir. El miedo al miedo
Serge Vallan
4. Polifonías
Del arte en psicoanálisis
Roberto Harari
7. El pasaje adolescente
De la familia al vínculo social
jean-jacques Rassial