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1•Vol11men intermedio

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fERNANDO CHUECA -arquitecto, historiador del arte,

btedrático y ensayista- esboza en esta

DEL URBANISMO el complicado


BREVE''HISTORIA

proceso que, a partir


e
o-
c
.

e
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(
HISTORIA
re las civilizaciones del Valle del Nilo y Mesopotarnia. ha
(
C)
.onducido

jundamenrales
hasta

de
la moderna

ciudades
vida

-antigua,
urbana.

islámica,
Los tipos

medieval, C,
"
f
DEL URBANISMO
renacentista, barroca, industrial- son caracterizados en sus

-asgos esenciales y articulados en su secuencia histórica,


e;
e: FERNANDO CHUECA GOITlll.
.,
o que permite poner de manifiesto tanto las invariantes ,.
r diferencias de los modelos de vida urbana como las
rt.
uperposiciones y recíprocas penetraciones de las, culturas.

�a visión del pasado, así, sirve para comprender mejor -·


-
westro presente y para conjeturar las lineas de fuerza que
-
V

;onfiguranín el futuro. Chueca presta especial atención

1 los gravísimos problemas que el urbanismo contemporáneo -'


rlantea, y a la respuesta que las diversas escuelas de
-
Dl

recolegía urbana» en el nivel teórico y las medidas


e:.

:ubernamentales

)eñala asimismo
en el terreno

las causas y posibles vías


práctico han suministrado.

de salida de la
-
" '

jran cuestión con que la sociedad moderna se enfrenta:

:I crecimiento desmesurado e irracional de las grandes

netrópolis con sus connotaciones de deshumanización y

iesarraigo.


1 G. C O

-
libro de bobillo Alianza Editorial Madrid Alianza Ediíorial
Lección 1
l
Primera edición: •1968
Introducción. Tipos fundamentales de ciudad
Segunda edición: 1970

Tercer a edición: 1974

Cuarta edición: 1977

El estudio de la ciudad es un tema tan sugestivo como

amplio y difuso; imposible de abordar para un hombre

solo, si se tiene en cuenta la masa de saberes que habría

de acumular. Una ciudad se puede estudiar desde infi­

nitos ángulos. Desde la historia: «la historia universal

es historia ciudadana», ha dicho Spengler; desde la geo­

grafía: «la naturaleza prepara el sitio, y el hombre lo

organiza de tal manera que satisfaga sus necesidades y

deseos», afirma Vida! de La Blache; desde la economía:

«en ninguna civilización la vida ciudadana se ha des­

arrollado con independencia del comercio y la industria»

(Pirenne); desde la política: la ciudad, según Aristóte­

les, es un cierto número de ciudadanos; desde la so­

ciología: «la ciudad es la forma y el símbolo de una


© Fernando Chueca Goitia . relación social integrada» (Mumford); desde el arte y
© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1968, 1970. 1974, 1977

la arquitectura: «la grandeza de la arquitectura está


Calle Milán, 38; 'l!' 200 00 45
unida a la de la ciudad, y la solidez de las instituciones
ISBN, 84-206-1136-0

Depósito legal, M. 12.447-1977


se suele medir por la solidez de los muros que las co­

Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. bijan» (Alberti). Y no son éstos los únicos enfoques


Marúnez Paje, 5. Madrid-29
posibles, porque la ciudad, la más comprehensiva de las
Printed in Spain

7
8 Lección 1 l
Introducci6n
9
obras del hombre, como dijo Walt Whitman, lo reúne

todo, y nada que se refiera al hombre le es ajeno. No tal de estos ciudadanos que basta para la suficiencia de
1•
debemos olvidar que en su interior anida la vida misma, la vida» Es una definición que corresponde a un con­

hasta confundirnos y hacernos creer que son ellas las cepto político de la ciudad, que conviene al tipo de

que viven y respiran. Todo aquello que al hombre le ciudad-estado de Grecia. El Estado es la ciudad, y la

afecta, afecta a la ciudad, y por eso muchas veces lo ciudad es el Estado. El problema de la ciudad como tal

más recóndito y significativo nos lo dirán los poetas y se traslada al problema de la situación o estado político

los novelistas. La gran novelística del pasado siglo ha de sus h abi t an t es , los ciu da d a nos.
2
tenido casi siempre una ciudad como telón de fondo, y Alfonso el Sabio define la ciudad como «todo aquel

lo mismo que las mejores descripciones del cuerpo y el lugar que es cerrado de los muros con los arrabales et

alma de París se las debemos a Balzac, las de Madrid los edificios que se tiene con ellos». Se trata de la ciu­

son obra de Galdós. No deben, pues, perderse de vista, dad medieval, que no se concibe sin unos muros que la

al estudiar las ciudades, las valiosas fuentes que nos defiendan de 1a amenaza exterior.
ofrece la liter;tura. Ca�tillon, en. el sig�o ?CVIII, imagina así el origen de

No es posible, por tanto, recoger cosecha tan copiosa una ciudad: «S1 un prrncipe o un señor fija su residencia

como la que ofrece el estudio de las ciudades al culti­ en un lugar grato, y si otros señores acuden allá y se

vador diligente. Podremos, todo lo más, apuntar ideas, establecen para verse y tratarse en agradable sociedad

desbrozar caminos, plantear cuestiones, aportar datos, este lugar se c�mvertirá en una ciudad» 3. He aquí el con­
etcétera, que fatalmente tendrán mucho de fragmentario cepto de la ciudad barroca, de carácter señorial ( Resi­

y a veces de incc nexo. denzstadt ) y eminentemente consumidora donde reina

La primera dificultad que encontramos está en la defi­ el lujo, que,_ según Werner_ Sombart, fue' el origen de

nición de lo que es una ciudad. Si queremos, por la vía las grandes ciudades de Occidente, antes del advenimien­

clásica, empezar explicando cuál es el objeto de nues­ to de la era industrial.

tro estudio, en la primera puerta nos acecha la duda. Se Pa.ra Ortega y Gasset 4, «la ciudad es un ensayo de

han dado multitud de definiciones, y algunas, si no con­ secesión que hace el hombre para vivir fuera y frente

tradictorias, por lo menos nada tienen que ver con otras, al cosmos, tomando de él porciones selectas y acotadas».

igualmente respetables. No se trata de que exista error, Basa Ortega y Gasset su definición en una diferenciación
sino que estas definiciones se refieren a conceptos de la radical entre ciudad y naturaleza, considerando aquélla
ciudad enteramente diferentes o a ciudades que constitu­ com� una creación abstracta y artificial del hombre. Esto

tivamente lo son. Nada tiene que ver la polis griega con es solo un� parte de la verdad, o por lo menos es una

la ciudad medieval; son distintas una villa cristiana y verdad aplicable a determinado tipo de ciudades. Para

una medina musulmana, una ciudad-templo, como Pekín, Ortega, la ciudad por excelencia es la ciudad clásica y

y una metrópoli comercial, como Nueva York. mediterránea donde el elemento fundamental es la pla­

Aristóteles dice que «una ciudad es un cierto número za. «La urbe --dice- es, ante todo, esto: plazuela, ágo­

de ciudadanos, de modo que debemos considerar a quién ra, Iu9�r para 1� conversación, la disputa, 1a e1ocuencia,
hay que llamar ciudadanos y quién es el ciudadano .. . » la política. En rigor, la urbe clásica no debía tener casas

«Llamamos, pues, ciudadano de una ciudad al que tiene
; Aristóteles, Polírica, Libro TJ I , Cap. l.
la facultad de intervenir en las funciones deliberativa y
Ley .6.•, Título X X X I II , Partida 7.•.
3

judicial de la misma, y ciudad en general, al número to- b Cantillon, Essaí . sur In nasure d11 commercc. Ap11d Werner Som-
art, Lu10 Y capaalrsmo, Rev. de Occidente Madrid. 1928 p 65
• Obras completas, II, p. 408. ' ' ' · ·

vl
Introducción 11

Lección 1
10
finitivo de la ciudad sea la piaza y lo que ésta signifique,

sino sólo fachadas que son necesarias para cerrar una de modo que cuando falta no acierta a comprender que

plaza, escena artificial que el animal político acota so?re una aglomeración urbana pueda llamarse ciudad.
5• Esto me sucedió a mí cuando me encontré con la
el espacio agrícola» «La ciudad clásica nace de un ins­

tinto opuesto al doméstico. Se edifica la casa para est_ar civilización y la vida americanas. Presa de un cierto es­

en ella· se funda la ciudad para salir de la casa y reunir­ tupor, escribí lo siguiente: «Entonces, en un esfuerzo
1
6•
se con otros que también han salido de sus casas» por desasirme de todo lo conocido, y ya sin vacilar en

Se mueve, por tanto, Ortega dentro de la órbita de plantearme los hechos en todo su radicalismo, me atreví

la ciudad clásica, es decir, de la ciudad política. �a c�u­ a proponerme una verdad, que puede ser subjetiva -tam­

dad donde se conversa y donde los contactos pnmanos bién hay verdades subjetivas-, pero que para mí sigue

predominan sobre los secundarios. El ágora es la gran siendo válida. La verdad es, sencillamente, ésta: que me
7•
sala de reunión y sede de la tertulia ciudadana, que a hallaba ante una civilización sin ciudades» Contando

la larga es la tertulia política. Qué duda cabe que este América con las más gigantescas aglomeraciones huma­

tipo de ciudad locuaz y parlera ha tenido mucho que ver nas, esto podría parecer una boutade; pero no lo es,

con el desarrollo de la vida ciudadana, y que en la me­ siempre que identifiquemos el concepto de ciudad con el

dida en que esta locuacidad se. pierde decae el ej_ercic}o de vida exteriorizada y civil.

de la ciudadanía. Por eso las ciudades de la civilización Para los anglosajones será difícil asimilar la idea de

anglosajona, ciudades calladas o r�serv�d_as, tienei:i _de que carecen de ciudades en el sentido de la civitas latina

vida doméstica lo que les falta de vida civil. Esta distin­ o de la polis griega. Acaso pueda decirse que poseen

ción entre ciudades domésticas y ciudades públicas es touins, palabra que deriva del viejo inglés tun · y del

más profunda de lo que parece y no ha sido suficiente­ viejo teutónico tünoz-v que significa un recinto cerrado,

mente explayada por aquellós que se han dedicado al es­ parte del campo que corresponde a una casa o a una gran­

tudio de la ciudad. Una es ciudad de puertas adentro ¡a. No se trata, pues, de un concepto político, sino de

y otra es ciudad de puertas afuera. �uíl:que a primera un concepto agrario.

vista resulte paradójico, la ciudad extertonzada es mucho Los Estados Unidos carecen de ciudades tal J1 como

más opuesta al campo que .


ª la ciudad i?teriorizada. La nosotros las entendemos, aunque existan aglomeraciones

cosa es obvia: para los vecinos de la primera, el verda­ humanas, concentraciones industriales, regiones suburba­

dero habitat es el exterior, la calle y la plaza, que, aun­ nas, «conurbaciones», etc.

que no tiene techo, tiene paredes (fachadas) que lo se­ A este respecto, es sintomática la construcción de los

gregan del campo circundante. Sin embargo, la cmdad pueblecitos de New England. En medio del campo las

íntima tiene su habitat en la casa, defendida por techos casitas aisladas empiezan a apiñarse, nunca demasiado

y paredes. No necesita segregarse del campo, ya que y desde luego sin tocarse ni perder su autonomía; pero

éste, en el fondo, es aislante que ayuda poderosamente al llegar al centro dejan un gran espacio vacío, llamado

a la intimidad. Por consiguiente, la ciudad de las facha­ common. Este common no es, ni mucho menos, una

das es mucho más urbana, si por tal se entiende una plaza, un ágora, sino una parte del campo especialmente

entidad opuesta al campo, que la ciudad de los interio­ preservada. Como si las casas, al unirse, sintieran la

res. Por tanto, es perfectamente comprensible que para nostalgia del campo dejado a la espalda, vuelven a recu-

todo hombre latinizado y mediterráneo lo esencial y de-


1
F. Chueca, Nueva York. Forma y Sociedad, Madrid, 1953, p. 12.
s O. C., II, p. 537.
• O. e;., II, p. 323.
12 Lección 1 Introducción
13

perarlo en la parte más eminente, poniéndolo en valor, torno al patio. Este elemento lo tomaron los árabes del

exaltándolo. En lugar de una secesión del cosmos, se mundo helenístico, pero lo transformaron, atemperándo­

trata de una valoración del paisaje, encuadrándolo con­ lo a sus exigencias vitales. Con el peristilo helenístico

venientemente. En la pradera del common pacen los re­ y el jardín encerrado entre tapias, de tradición irania,

baños y rumian los bovinos bajo gigantescos y bellísimos constituyeron la casa que deseaban, dentro de la cual

olmos. La ciudad doméstica y callada es una ciudad podían gozar de las delicias de la vida al aire libre en

eminentemente campesina, lo mismo que la ciudad lo­ un espacio estrictamente privado. La calle en la ciudad

cuaz y civil es eminentemente urbana. musulmana puede decirse que no existe, ya que se trata

Entre la ciudad doméstica y la ciudad civil queda flo­ de eludir la exteriorización de la vivienda -fachada­

tando, con difícil referencia a esta polaridad, la ciudad que es lo que constituye la razón de ser de la calle. EÍ

islámica. A nuestro juicio, la clave nos la dan los ver­ pueblecito de New England no tenía calles porque éstas

sículos 4 y 5 del capítulo XLIX del Corán, llamado El a. lo más, eran senderos por el campo y entre las casas

Santuario: «El interior de tu casa -dice Mahoma- es dispersas. Las �edinas musulmanas tampoco las tienen,

un santuario: los que lo violen llamándote cuando estás porque se convierten en inverosímiles pasadizos entre

en él, faltan al respeto que deben al intérprete del cielo. tapias, que difícilmente se abren paso en el complejo

Deben esperar a que salgas de allí: la decencia lo exige.» compacto de una edificación imbricada. Tiene mucha más

El musulmán lleva al extremo la defensa de lo pri­ importancia como desahogo el patio que la calle.

vado, pero por ello no puede permanecer durante mucho Tampoco existe en la ciudad islámica la plaza como

tiempo en la cárcel que él mismo se ha preparado, y elemento de relación pública. La función de la plaza la

su vida se escinde en vida de harén y vida de relación. cumple también el patio, en este caso el patio de la mez­

No puede, pues, hablarse de una plena vida doméstica, quita. Pero como ya no se trata de política, sino de

ya que ésta se halla constitutivamente dividida. Tampoco religión, su función en la vida social es muy diferente.

cabe decir que domina la vida pública, como en la ciu­ No estamos ante un ágora para la discusión y la dialéc­

dad clásica, ya que existe la vida de harén. Esto, unido tica, sino ante un espacio para la meditación silenciosa

a la importancia que en el Islam tiene el factor religio­ y para la pasiva delectación del tiempo que fluye. Por

so, acaba por dar una especial fisonomía a la ciudad. eso, en lugar de plaza como entidad urbana abierta, los

La vida de harén condiciona la organización de la casa musulmanes, incluso para la vida en común, prefieren

musulmana como un recinto herméticamente cerrado al de nuevo el patio, donde vuelven a encontrarse encerra­

exterior y, lo que es más, completamente disfrazado. dos, «privados», en una actitud que pudiéramos llamar

Vagando por las tortuosas callejuelas árabes, llenas de extático-religiosa. El único elemento de la ciudad que

recodos y pasadizos, nunca sabemos si bordeamos los adquiere vida y está dominado por el bullicio humano

muros de un gran palacio o la casa miserable donde se es el zoco, la alcaicería o el bazar. Pero esto obedece ya

hacinan los desheredados. Todo está imbricado, revuelto a una necesidad puramente funcional insoslayable.

y confuso de tal manera que el camoujlage resulta per­ La ciudad musulmana está montada sobre la vida pri­

fecto. La vida completamente reclusa, sin apariencia ex­ vada y el sentido religioso de la existencia, y de aquí

terior alguna, da lugar a una difícil ciudad sin fachadas, nace su fisonomía. No puede, por tanto, confundirse con

algo opuesto -toralmente a la ciudad clásica, donde el la ciudad pública ni tampoco con la ciudad doméstica.

escenario y la fachada eran lo principal. Tal sit uación Según Ernst Egli, los elementos estructurales que com­

debía llevar fatalmente a organizar la vida doméstica en ponen la ciudad son: la casa, la calle, la plaza, los edifi-
14 Lección 1

Introducción 15

dos públicos y los límites que la definen dentro de su

emplazamiento espacial. Es de tal suerte una ciudad, que de la ciudad europea, clásica o moderna. La casa signi­

todos estos elementos obedecen a necesidades profundas fica que prima la necesidad individual, y la calle supone

de la comunidad, a circunstancias espirituales de todo que sobre ella prevalece un imperativo superior, cual es

orden y a condiciones nacidas del entorno físico, clima la exigencia de la cosa pública. La calle representa el

y paisaje. Todos estos elementos (casa, calle, plaza, mo­ orden o ley general a que se supedita el capricho o la

numentos, límites) obedecen a una concepción unitaria, voluntad individual. Este imperativo superior ha faltado

y, así, no puede darse una calle musulmana con casas en las ciudades islámicas, por pertenecer a una sociedad

góticas, ni una catedral junto a un ágora clásica o cual­ más primitiva e imperfecta, donde no se encuentra des­

quier otra combinación de elementos heterogéneos. Cada arrollada la noción abstracta del bien común. El indi­

estructura urbana es esencialmente unitaria. Dice Egli viduo no tiene deberes para con la sociedad y sólo se

que la idea fundamental de una ciudad está implicada halla religado con los poderes ultraterrenos. Sociedad y
1.
en la idea de la casa individual de esta ciudad Obser­ política están asfixiadas por la religión.

vación bastante aguda, que, desde luego, se manifiesta En gran parte, la ciudad española ha supuesto un inten­

clarividentemente en la ciudad musulmana. to de conciliar la urbe latina, locuaz y dialéctica, con el

Esto no quiere decir que una ciudad sea sólo un con­ hermetismo, con el harén de la sociedad islámica. La exis­

junto de casas, visión excesivamente simplista del fenó­ tencia del español, por este hecho, todavía resulta más

meno urbano. Casas existen en el campo, dispersas o escindida que la del musulmán. La mujer se queda en
formando grupos, como en las alquerías y almunias, y. casa, con escasísima vida de relación, y el hombre se
sin embargo, éstas no constituyen ciudades. Por consi­ va a la calle y a la plaza a participar de una vida pública
guiente, la ciudad es otra cosa; una determinada orga­ mucho más intensa que la del musulmán. La mujer se
nización funcional que cristaliza en estructuras materia­
conforma con mirar la calle desde los espesos cierros
les. Pero esto no quita que uno de los elementos
con grandes rejas voladas y celosías. Trasposición cris­
determinantes de tal cristalización sea la casa, en orde­
tiana de los ajimeces musulmanes. Para ampliar el hori­
nación con el resto de los factores imperantes.
zonte de estos furtivos miradores, todavía se ven en
La fórmula de la ciudad musulmana es la organización
muchos pueblos de Andalucía depresiones talladas en los
de dentro afuera (desde la casa hacia la calle, por así
muros de las fachadas por donde la mirada puede res­
decirlo), cuando en la ciudad occidental lo corriente ha
balar más lejos.
sido lo contrario: desde la calle, previamente trazada,
Durante la era barroca, España dio forma a una tí­
con plan o sin él, las casas han ido ocupando su sitio
pica ciudad que en otro lugar hemos llamado ciudad­
y conformándose a su ley distributiva. En la ciudad mu­
convento. No e� que otras ciudades europeas no tuvieran
sulmana ha sido la casa la que ha prevalecido y la que
dentro de los muros y en los arrabales numerosos con­
ha obligado a la calle a encontrar su acomodo, un poco
ventos, pero no pasaron de ser ciudades con conventos,
subrepticiamente, por entre los huecos que las casas le
mientras que las nuestras acabaron siendo, en algunos
dejaban. De aquí que las calles hayan resultado tortuo­
casos, conventos hechos ciudad. Esta peculiar estructu­
sas, laberínticas e inverosímiles.
ra, representativa de la España católica de los Austrias,
Esta es una actitud más inmediata y biológica que la
es, por paradójico que parezca, resultado directo, y bien
1 Emsl Ef:[li, Climare and Tow Disrricts, C:onsequences and De­ evidente por cierto, de la peculiar morfología de la ciu­
mands, Zurich, 1951, p. 18.
dad musulmana. Encontramos aquí un aspecto más de
16 Lección 1 Introducción 17

cómo nuestra religiosidad se ha vertido muchas veces en espiritualidad general de la cultura, destácase el alma

moldes islámicos. de la ciudad como un alma colectiva de nueva especie,

Muchos conventos españoles se fundaron a raíz de la cuyos últimos fundamentos han de permanecer para nos­

Reconquista en ciudades hispano-musulmanas, y si las otros en eterno misterio. Y una vez despierta, se forma

iglesias se hicieron generalmente (no siempre) de nueva un cuerpo visible. La aldeana colecci6n de casas, cada

planta, los edificios de la vida monástica fueron el resul­ una de las cuales tiene · su propia historia, se convierte

tado de encerrar, dentro de altas tapias, casas, palacios, en un todo conjunto. Y este conjunto vive, respira, cre­

callejones y pasadizos, formando así enormes e irregu­ ce, adquiere un rostro peculiar y una forma e historia
9•
lares manzanas que lo absorbían todo De este modo, internas. A partir de este momento, además de la casa

por los nuevos conventos se preservaban y acotaban im­ particular, del templo, de la catedral y del palacio, cons­

portantes sectores de las antiguas ciudades islámicas, que tituye la imagen urbana en su unidad el objeto de un

quedaban fijados para siempre en el tiempo inmóvil, de­ idioma de formas y de una historia estilística, que acom­
10•
tenido más allá de las tapias. Lo «privado» de la forma paña en su curso todo el ciclo vital de una cultura»

de vida musulmana se había refugiado en la más privada En realidad, para una mente germánica como Spen­

de las sociedades cristianas: la clausura. Todavía Toledo gler, el alma, o si se quiere el espíritu, sustituye a la

está lleno de conventos cuyas recónditas clausuras, cuyos dialéctica de la ciudad clásica. El Geist en lugar del

escondidos patios y estancias refrescadas por surtidores, Lagos, y como una categoría más amplia, más compre­

dicen mucho de la vida íntima del moro. hensiva, que lo pueda abrazar.

En las civilizaciones que más de cerca nos afectan «Hay aglomeraciones humanas -continúa Spengler­

tenemos, pues, constituidos tres tipos de ciudades: a) la muy considerables que no constituyen ciudad; las hay

ciudad pública del mundo clásico, la civitas romana, no sólo en las comarcas primitivas, como el interior del

la ciudad por antonomasia; b) la ciudad doméstica y Africa actual, sino también en la China posterior, en

campestre de la civilización nórdica, y e) la ciudad pri­ la India y en todas las regiones industriales de la Europa

vada y religiosa del Islam. Es muy difícil, pues, encerrar y de la América modernas. Son centros de una comarca,

en una sola definición cosas tan diferentes, y no es de pero no forman interiormente mundos completos. No

extrañar que diversos autores parezcan contradecirse, tienen alma. Toda población primitiva vive en la aldea

cuando lo que sucede es que en ellos predomina un en­ y en el campo. No existe para ella la esencia denominada

foque determinado. (ciudad'. Exteriormente habrá, sin duda, agrupaciones

Si no es el carácter de vida pública el que puede que se distingan de la aldea; pero esas agrupaciones no

definir universalmente a una ciudad, ya que hemos visto son ciudades, sino mercados, puntos de reunión para los

que otras no lo tienen, cabe pensar en una nota más intereses rurales, centros en donde no puede decirse que

amplia que acoja a estas diferentes especies. se viva una vida peculiar y propia. Los habitantes de

Según Spengler, «lo que distingue la ciudad de la al­ un mercado, aun cuando sean artesanos o mercaderes,

dea no es la extensión, no es el tamaño, sino la presencia siguen viviendo y pensando como aldeanos. Hay que pe­

de un alma ciudadana . . . )> «El verdadero milagro es cuan­ netrarse bien del sentimiento especial que significa el

do nace el alma de una ciudad. Súbitamente, sobre la que una aldea egipcia primitiva -breve punto en medio

del campo inmenso-- se convierta en ciudad. Esta ciu-


' L. Torres Balbás, «Las ciudades musulmanas y su organización»,
Revista del Instituto de Estudios de Administración Local, núm. 6,
1
0 Spengler, La decadencia de Occidente, vol. 111, p. 131 de la

1942. traducción española.


Introducción 19

18 Lección 1
ha solido acontecer, pueden aumentar más de cien veces

dad no se distingue acaso por nada exteriormente; pero sin adquirir la más leve de las instituciones que caracte­

espiritualmente es el lugar desde donde el hombre con­ rizan a una ciudad en un sentido sociológico. Es decir,

templa ahora el campo como un alrededor, como algo según Mumford, un lugar en el cual se condensa la

distante y subordinado. A partir de este instante, hay tradición social y donde las posibilidades de continuo in­

dos vidas: la vida dentro y la vida fuera de la ciudad, y tercambio e interacción elevan a un alto potencial las
12•
el aldeano lo siente con la misma claridad que el ciuda­ actividades humanas

dano. El herrero de la aldea y el herrero de la ciudad, el En España, dado nuestro retraso industrial, no hemos

alcalde de la aldea y el burgomaestre de la ciudad, viven conocido la típica ciudad «paleotécnica», ni la conocere­

en dos mundos diferentes. El aldeano y el ciudadano son mos ya. Nuestro retraso puede ofrecer por lo menos

distintos seres. Primero sienten la diferencia que los se­ esa ventaja. Designa Mumford con el vocablo expresivo

para, luego son dominados por ella, al fin acaban por de «paleotécnica» a la primera era técnica, con todo su

no comprenderse uno a otro. Un aldeano de la Marca caótico y brutal desarrollo, que no tuvo más ley ni más

y un aldeano de Sicilia están hoy más próximos entre control que la libre competencia, el laissez [aire de los

sí que el aldeano de la Marca y el berlinés. Desde este utilitaristas. Esta era paleotécnica ha dado lugar a las

punto de vista existen verdaderas ciudades . Y este punto más insensatas y desalmadas ciudades que los hombres

de vista es el que con máxima evidencia sirve de funda­ han puesto en pie, y lo que es más grave, reputadas como
11•
mento a la conciencia despierta de todas las culturas» símbolo del progreso. Dice bien el escritor americano,

Nos queda, pues, el problema de las ciudades sin alma, que la factoría y el slum eran sus dos componentes esen­

que en verdad es un grave problema. Ya lo habíamos ciales y, por decirlo así, únicos. Ya no tenemos ni la

apuntado al explicar cuál fue nuestra sorpresa al con­ plaza, ni el common, ni la catedral, ni el castillo, ni el

templar ciertas aglomeraciones norteamericanas, a las cua­ palacio barroco, ni siquiera el mercado, como elementos

les nos resistimos a dar categoría de ciudades, no obs­ que significan y elevan a un plano espiritual el papel de

tante su enorme volumen y su población. De hecho sigue la ciudad. Sólo domina la ley áspera de la producción

costándonos un penoso esfuerzo el otorgarles este hon­ y el beneficio económico.

roso título, lo que, sin embargo, no nos exime de tener En cuanto a morfología, la ciudad de la era técnica

que enfrentarnos con ellas, ya que son uno de los fenó­ adopta la árida cuadrícula. Lo que en Grecia fue triunfo

menos claves de nuestra civilización actual. del racionalismo, en Roma del espíritu práctico y militar

Salvo casos especiales o que provienen de otras cultu­ y en Sudamérica de una jerárquica colonización, en el

ras distintas de la occidental, la ciudad sin alma coin­ 'siglo xrx se convirtió en el instrumento de los especu­

cide con la ciudad a que ha dado origen la revolución in­ ladores de terrenos. Gracias a la cuadrícula, el aprovecha­

dustrial. El nuevo complejo urbano consta, según Lewis miento de los terrenos era máximo, y la igual impor­

Mumford, de dos elementos fundamentales: la factoría tancia de las calles perseguía el ideal de que todos fueran

y el slum, Ellos, de por sí, constituyen lo que se ha lla­ igualmente valiosos. Todas las operaciones de cálculo

mado impropiamente ciudad. Una palabra que en este de rendimientos, compraventa, etc., eran facilitadas ex­

caso no significa más que un hacinamiento de gente en traordinariamente. Ya no era la cuadrícula de los ideó-

un lugar que puede ser designado con nombre propio


12 Lewis Mumford, Tlle /nsensate Industrial Town. Apud Paul K.
a los efectos postales. Estas aglomeraciones urbanas, así
l-1::ill y Albert J. Reiss, Readu in •Urban Sociology•, Thc Free Press ,

Glcncoc, Illinois, 1951, p. 82.

11
Spcngler, op. cit. 111, 131 y 132.

L
20
Lección 1 Introducción 21

lagos ni de los colonizadores, smo la de los traficantes


en poético fondo de nubes. Con objeto de compensar
de solares.
esta disgregación y de vitalizar espiritualmente el centro
La factoría, además, se implantaba en los lugares más
de las ciudades, absorbido por las oficinas, pero repe­
amenos y de mayores recursos naturales, como son los
Iel1te cuando éstas se cierran, se intenta formar centros
cursos de los ríos y las costas por lo que suponen como
cívicos que renueven la antigua función del ág�ra: con
vías de comunicación. Las bellas riberas neoyorquinas
edificios representativos, culturales, de esparcrmrento,
y la naturaleza espléndida de su bahía son precisamente
dentro de un ambiente armónico, dignificado por la ar­
las franjas expoliadas por las exigencias de la técnica,
quitectura; todo con vistas a tratar de �alvanizar una
con su cohorte de humos y detritus, que sólo por mila­
vida ciudadana que insensiblemente se disuelve.
gro ha dejado zonas intocadas, como el Riverside Drive.
Esta tendencia se acusa de una manera creciente. El
Si París hubiera sido una ciudad fundada en plena
último congreso de C. I. A. M. (Congreso Internacional
era paleotécnica no tendríamos ahora los famosos quais,
de Arquitectura Moderna) se ha dedicado al estudio de
gloria y regalo de esta urbe.
los centros cívicos de las ciudades y han dado lugar a
El otro componente de la ciudad paleotécnica es el
una publicación que lleva por título The core [ centro,
slum. Esta palabra no tiene traducción en español, aun­
corazón] of the city, traducido al español por El cora­
que podríamos valernos equiparándola a suburbio indus­
zón de la ciudad. En el trabajo que sirve de introduc­
trial. El slum es la horrible colmena regimentada donde
ción, debido a José Luis Sert, se dice: «El estudio del
el instrumento hombre se conserva durante la noche
corazón de la ciudad, y en general de los centros de la
para volverlo a utilizar de nuevo al día siguiente en la
vida común, se nos presenta actualmente tempestivo y
factoría. No existe, pues, la ciudad en ninguno de sus
necesario. Nuestras investigaciones analíticas demuestran
aspectos espirituales, sociales ni domésticos, sino una
que las zonas centrales de las ciudades son cauces esté­
simple máquina de producción.
riles, así como lo que un día constituyó el cora_zón, el
La ciudad paleotécnica pura apenas e xist e , aunque
núcleo de las viejas ciudades, se halla hoy desintegra­
Birmingham, Bradford, Pittsburg o Detroit se le acer­
do . . . » «Sin dejar de reconocer las enormes v ent aja s y
quen mucho. En cambio, ]o que sí existe es la ciudad
posibilidades de estos nuevos medios de tele�omunica­
mi x ta , donde las estructuras industriales absorben cada
ción (radio, cine, televisión, prensa, erc.), seguimos cre­
vez un área espiritual y física mayor. Son estas estruc­
yendo que los lugares de reunión pública, tales como
turas la factoría, con su red de comunicaciones maríti­

mas , fluviales, ferroviarias, que ocupan un espacio in­ plazas, paseos, cafés, casinos populares, etc. , donde la

menso , el slum, con sus casas iguales y monótonas, gente pueda encontrarse libremente, estrecharse la mano

estrictamente calculadas con arreglo al rendimiento eco­ y elegir el tema de conversación que sea de su agrado,

nómico del trabajador; y también el rascacielos, producto no son cosas del pasado, y que, debidamente adaptadas

típico de la economía capitalista. a las exigencias de hoy, deben tener lugar en nuestras
13,
En esta ciudad paleotécnica, y· asim i s m o en la neotéc­ ciudades»

nica, por un proceso ecológico n atu ral, las clases aco­ Esta tendencia indica la existencia de una vigorosa

modadas huyen de las zonas que invaden la industria y campaña para reconstruir lo� órganos púb.licos de .una

el comercio y van a fijarse en una periferia cada vez más ciudad -en una palabra, el agora-, que st en un nern-

lejana, en medio de un ambiente campestre, donde el


u C. I. A. M., Fl corazón de la ciudad. Hocpli, S. L. , Barcelona,
cielo está limpio y el humo de las fábricas se convierte
1955, pp. 4 y 5.
22 Lección 1

Introducción 23
po fueron menospreciados por una civilización orgullo­

samente utilitaria, ahora la experiencia los reclama como po circundante. N i en unas p uede darse la da
vi de

esenciales en la vida humana, sobre todo a la vida de relación, por asfixia, ni en otras por descongestión.

comunidad que representa la ciudad. Si esa campaña El hombre, en s u j ornada diaria, sufre tan contra­

diera sus frutos y se materializara en estructuras físicas, dic torios estímulos que él mismo, a semejanza de la

podría considerarse la ciudad «paleotécnica», sin alma ciudad q ue h abita, acaba por encontrarse tota l men te d es­

y sin «corazón», como un fenómeno transitivo, resultado i n te g rado .

de un estado de provisionalidad, incapaz, por tanto, de

fijarse en forma perdurable. Seguirían prevaleciendo como

tipos históricamente consagrados, la polis griega y su

heredera la civitas romana, la town anglogermánica y

la medina musulmana; pero la ciudad occidental moder­

na, hija del desarrollo tecnológico, resultaría hasta el

momento como algo abortivo y frustrado. Nuestra época,

por de pronto, empieza a reclamar el ágora. ¿Logrará

incorporarla dentro de una estructura original y dará

nacimiento a un nuevo tipo de ciudad que represente al

mundo occidental moderno?

Por el momento, bástenos decir que la ciudad mo­

derna es un conglomeramiento en el que perviven viejas

estructuras históricas y antiguas formas de vida junto

con las nuevas del capitalismo y de la técnica. Depende

de lo que haya sido más fuerte en cada una según su

peculiar evolución, para que el carácter varíe de unas

a otras. Q ué duda cabe que P arís es un centro indus­

tri al; pero la tradición es tan fuerte en este caso que

la «celorna» de la ciudad tiene todas las p osibilidades

de perdurar mucho tiempo por u


s gran capacidad de

resistencia. O tras ciudades más débiles resisten peor los

empellones de la novedad y son más fácilmente d esinte­

grad as.

L o que caracteriza a la ciudad contemporánea es pre­

cisamente eso, s u desintegración. N o e s una ciudad pú­

bli ca a la manera cl ásica, no es una ciudad campesina

y d oméstica, no es una ciudad integrada p or una fu erza

espiritual. E s una ciudad fragmentaria, caótica, dispersa,

a la que le falt a una gura propia.


fi C onsta de á reas inde­

cib lemente congestionadas, con onas


z di l u id as en el carn-

1
Lección 2 La ciudad, archivo de la historia 25

La ciudad, archivo de 1a historia


administrativa de la propiedad inmobiliaria netamente

burguesa. La condición jurídica de la casa y de la tierra

que poseían los burgueses estaba determinada por la

obligación de vigilar y defender la -fortaleza. La ciudad

no sólo defendía a sus propios habitantes, sino que gene­

ralmente era lugar de refugio para gentes y ganados del

campo circunvecino. Por eso era frecuente que las cercas

tuvieran mucha may.or extensión que la necesaria para

encerrar la superficie edificada. Estas zonas vacías solían

servir para albergar en ellas los ganados y otros pertre­

chos cuando la guerra asolaba la comarca o la inseguridad

lo aconsejaba. En cambio, numerosos señores y concejos

prohibieron repetidamente que las propiedades inmue­

bles del interior de la cerca pasasen a manos de iglesias,

órdenes monásticas o gentes exentas de tributación, para

no disminuir los ingresos concejiles ni los derechos rea­

les. Disposiciones en este sentido se encuentran en mul­


2•
titud de fueros españoles En una palabra: como decía

Max Weber, la propiedad inmobiliaria burguesa tenía

En la in�roducción � este pequeño libro, a la vez que una especial regulación, que es lo que caracteriza a la

se . establecían unos tipos fundamentales de ciudad, se comuna medieval.

art1culah.an éstos. dentro de un proceso historico que Enrique IV de Castilla concedió el año 1465 unas de­

es esencial estudiar para comprender lo que ha sido es terminadas franquicias a los moradores de Madrid, bien

y puede llegar a ser la ciudad. ' fuera n moros, cristianos o judíos, pero obligándoles a

Tomemos un ejemplo: la ciudad medieval se POS apa­ no salir de sus muros, «non salgan a bevir ni morar

rece a rodas como, ?na ciudad amurallada. Esto podrá fuera de los arrabales», y a que si lo hicieren, pecharan

parecer un hecho físico accidental, pero la realidad pro­ cada uno con dos mil maravedises para el repaso de los

funda es que se trata de un hecho condicionante del muros y cerca de la dicha villa. Los madrileños tenían

más largo alcance. En la Edad Media aparece la ciudad obligación de velar y guardar el Alcázar, y como parece

como una organización comunal. Precisamente una de ser que muchos se zafaban de hacerlo, los pocos que lo

tantas causas que influyeron en el nacimiento de las cumplían se quejaron al rey en 14 7 3, diciendo que la

comunidades fue la necesidad de organizar un sistema carga era muy fatigosa y que si seguían así las cosas la
3•
de contribuciones voluntarias para atender a las obras villa se.· despoblaría

apremiantes de construcción y conservación de las mu­ La necesidad de estas murallas, que caracterizan a la
I
rallas. Max Weber ha estudiado la repercusión de las ciudad medieval, fue en muchos casos el origen de las

mur�llas o, en un sentido más amplio, de la ciudad en­ finanzas municipales. Lo que comenzó por ser una con-

tendida como fortaleza y guarnición, en la regulación


2 Véase: Resumen histórico del urbanismo en Es pafia, Madrid, 1954,
p. 78.
1
3
Max Weber,. Economía y sociedad. III pp. 226-2Tl Fondo d Timoteo Domingo Palacio, Documentos del Archivo General ae
Cultura Económica. México, 1963. ' · e la Villa de Madrid, t. III. Madrid, 1907, pp. 166-208.

24
-

26
Lección 2

La ciudad, archivo de la historia 27


tribución voluntaria, adquirió pronto carácter obligato­

río, extendiéndose no sólo a la fortificación sino a otras des rasgos ha prevalecido y prevalece en nuestros días.
o�ras comunes, como el mantenimiento de las vías pú­ La ciudad, como }a realidad histórica, no es nunca inde­
blicas. Aquel que no se sometía a esta contribución era pendiente de las etapas por las que pasó en su evolu­
expulsado de la ciudad y perdía sus derechos. La ciudad, ción: es actualización de ellas y su proyección hacia el
por consiguiente, acabó por adquirir una personalidad porvenir.

legal que estaba por encima de sus miembros. Era una Sin embargo, en la misma Edad Media, las ciudades
comuna con personalidad jurídica propia e independiente. que gozaban de un estamento especial para los burgue­
Esta personalidad jurídica otorga a la ciudad un dima ses eran una minoría, reducida casi exclusivamente al
de franquicia y de privilegio, de libertad, en medio del Occidente cristiano. Es decir, el Ayuntam\ento urbano,
mundo rural circundante, mucho más sometido. Dice un tal y como nosotros lo conocemos, era desconocido en
proverbio alemán que el aire de las ciudades es libre y Asia, en el Próximo Oriente y en el mundo islámico.
hace libre a los hombres: Die Stadtluft machi frei. Desde Muchas ciudades orientales eran una fortaleza y tenían
entonces, siempre ha conservado la ciudad ese clima li­ mercado como las occidentales, pero carecían de un esta­
bre e independiente que es uno de los alicientes que tuto jurídico propio. Son, pues, categorías de ciudad
han atraído al hombre hacia ellas. Hoy no es porque completamente diferentes que no pueden abrazarse en
exista un� esta�uto jurídico diferente para el burgués y una definición común.

el campesino, smo por otras causas que tienen que ver Pasemos de la Edad Media al llamado mundo moder­
con la vanedad, los recursos, las posibilidades que 1a ciu­ no, en el que los mejores espíritus trataron de fundar
dad ofrece. La libertad, al fin y al cabo, aumenta en su especulación en el criterio de evidencia. Esta evi­
razón directa de estas posibilidades. Si en la ciudad de dencia no la tiene el hombre por medio de los sentidos,
hoy no existe una diferencia de status jurídico, sí existe sino por medio de su razón. Todo lo que no es racional
de status social.
viene a ser sospechoso. Las ciudades antiguas, como pro­
Estas y otras circunstancias, sobre todo de origen eco­ ducto de la historia, no podían ponerse como ejemplo
nómico, dieron lugar a que Henri Pirenne definiera la de construcciones racionales. Los hombres de entonces
ciudad medieval como «una comuna comercial e indus­ no vieron en ellas más que desconcierto y caos. Esta es
trial que habitaba dentro de un recinto fortificado, go­ la postura de Descartes:
zando de una ley, una administración y una jurispruden­ «Así aquellas antiguas ciudades que al principio sólo
cia excepcionales que hacían de ella una personalidad fueron villorrios y se convirtieron, por la sucesión de
colectiva privilegiada» 4.
los tiempos, en grandes ciudades, están por lo común

Hoy en día no quedan murallas, y esto parece ya histo­ tan mal compuestas, que al ver sus calles curvas y des­
ria pasada;· pero la realidad es otra, pues la existencia iguales se diría que la casualidad, más que la voluntad
de aqueUas pretéritas defensas gravita sobre las ciudades de los hombres usando de su razón, es la que las ha
5•
de hoy no sólo por Jo que respecta a una estructura dispuesto de esta manera»

física todavía vigente, sino por el papel que jugaron en Todavía en el siglo xvrr la historia no tiene que ver
la constitución de la comunidad municipal, que en gran- nada con la razón, incluso se opone a ella; lo que la

razón hace -por ejemplo, una ciudad constituida con


• Henri Pirenne, Medieval Cities: Their Origin and the Reviva/ of
arreglo a un plan unitario--, es lo contrario de lo que
Trade. Princcton University Press, 1925. Apud, Reader in cUrban
Suciology•, p. 82.

5
Descartes Discurso del método, 2.& parte.
1
28 29
Lección 2 La ciudad, archivo de la historia

la historia va acumulando en su curso y que parece la cuadrícula, muy geométrico y muy cartesiano, pero
6•
obra del azar falto en general de sutileza artística. La cuadrícula había

Trataron, pues, los hombres de los siglos XVII y XVIII sido utilizada por los griegos también cuando el raciona­

de racio�alizar la ciudad, de pensarla more geometrico, lismo, o si se quiere el idealismo, presidía el pensamien­

por considerar que todo lo anterior no era sino obra del to. Lo fue también por los romanos, llevados de su sen­

azar. Negando, pues, la razón histórica, le daban la razón tido práctico.

a la historia, añadiendo un nuevo ingrediente al ser Con la llegada del mundo barroco la ciudad sufrió

histórico de la ciudad. La historia de la ciudad se enri­ una mayor y trascendental transformación. Para ello,

quecía con un nuevo capítulo, y cada una de aquellas sobre la base inicial del racionalismo cartesiano, que ha­

ciudades -claro está, no lo fueron todas- que quedó bía sentado ya la necesidad de la ciudad como arti-íacto,

afectada por el impacto del racionalismo, siguió viviendo como faena de la voluntad humana iÍuminada por la

su propia vida histórica, matizada de una u otra manera razón, tuvieron que producirse dos hechos, uno _de ca­

según las complejas circunstancias en que se produjo el rácter estético y otro de carácter político-económico. El

hecho y según el alcance del mismo. primero fue el desarrollo de la perspectiva, del perspec­

El racionalismo dio nacimiento a la ciudad como tivisrno, como concepción del espacio artístico, y el se­

obra de arte, como arti-facto. Con anterioridad, las ciu­ gundo, el auge del poder absoluto del príncipe unido a

dades habían sido bellas por su crecimiento natural y la economía consumidora de la corte.

orgánico, como es bello un árbol. Nada en su desenvol­ Ambas características se dan de una manera extrema­

vimiento había sido ordenado por la voluntad de los da en las llamadas Residenzstadte o ciudades principes­

hombres usando de su razón, pero eran h ijas de la vo­ cas. Si no hubiera existido el poder omnímodo y con­

luntad histórica usando de la razón vital. Ahora b ien : vergente del príncipe, si no hubiera existido una corte

¿ hubie ra, en cambio, dejado la ciudad de ser hija de la consumidora capaz de hacer prosperar el lujo, el nuevo

historia si no hubiera recogido en su evolución las más estilo perspectivista, que no está fundado en ninguna

i m p ortante s concepciones del mundo, lo que los alema­ necesidad funcional ni utilitaria, sino en el puro deleite,
nes llaman Weltanschauung? Al fin y al cabo, el que la que en ocasiones llega al orgulloso placet de forzar a la

historia se haga en la ciudad obliga a que la ciudad se naturaleza, no hubiera podido materializarse como lo

haga en la historia . hizo. Igualmente, si el arte no hubiera alcanzado con el

Las p ri m eras hu ell as del racionalismo en el cuerpo uso de la perspectiva las cimas que alcanzó en el barroco,

físico de la ciudad fueron tímidas, y a veces un poco el poder de los príncipes y el lujo de las cortes no ha­

to scas. En relación con los edificios importantes, se cons­ brían logrado la expresión esplendorosa que tuvieron en

truyeron plazas pensadas con simetría y adecuación ar­ su tiempo y que hoy prevalece como recuerdo de su

tís tica ; otras veces, estas plazas regulares constituían grandeza.

por sí solas entidades completas, como sucedió con nues­ El siglo xrx provocó en la ciudad alteraciones de un

tras típicas plazas mayores del tiempo de los Austrias. orden muy diferente que las que trajo el período barroco.

Cuando las circunstancias lo permitían, se trazaban ciu­ La revolución industrial, basada en los postulados del

dades de plano regular, como las de nuestra coloniza­ utilitarismo y en la política del laissez [aire, llevó al

-ción americana. Entonces el sistema seguido fue el de convencimiento de que lo más importante era aumentar

la riqueza de los individuos y de las naciones por todos

6
los medios posibles. Con este criterio, todos los valores
Julián Marías. fotroducción a la Filosofla, 4.• ed., p. 190.
31
La ciudad, archivo de la historia

30 Lección 2
conjuntamente. Puesto que los contenidos de esta orga­

nización física y moral de la ciudad se están, como he­


humanos, sociales, estéticos, se supeditaron al despotis­

mo de la producción y esto tuvo consecuencias materia­ mos dicho, modelando y modificando uno a otro por_ su

les, no muy agradables, por cierto, en la forma y des­


mutua interacción, este Ienómeno tiene que producirse

arrollo de las ciudades. Lo que ya hemos apuntado en la dentro de un ámbito que no puede ser otro que el de

introducción, tratando de la urbe paleotécnica, lo estu­ la vida de la propia ciudad, que en este caso no es sino

diaremos más pormenorizadamente en la lección titulada la historia. Lo mismo que la filosofía orteguiana ha defi­

«La ciudad industrial». nido al hombre como una realidad vital, trasladado este

En efecto, la ciudad se ha ido formando y conforman­ concepto al área más vasta de lo colectivo en la qu� se

do paulatinamente al correr de la historia. Sucede un mueve la ciudad, definiríamos ésta como una realidad

gran acontecimiento político y el rostro de una ciudad histórica; es decir, para nosotros, esa última instancia
7
tomará nuevas arrugas, dijo Spengler o bien: los ges­ no es otra ni puede ser otra que la hist<:>ria . . La ciud�d,

tos de la ciudad representan casi la historia psíquica de en última y radical instancia, es un ser histórico. La cm­
8•
la cultura Una vez que la ciudad se ha implantado en dad no consiste en ser estructura, ni en ser alma colec­

el terreno propicio, implantación o fundación que en la tiva; consiste en otra cosa, cuyo ser es histórico.

antigüedad tenía un carácter litúrgico y equivalía a trans­ A nuestro juicio, una vez sentado esto, todos los di­

formar el nuevo solar en terra patrum, patria, la natura­ versos, inquietantes y muchas veces contradictorios a�­

leza humana va trazando las líneas de la nueva estruc­ pectos de la ciudad, imposibles a prim�ra vista de red��"

tura, en un proceso vital en el que se halla implicado a unidad, se aclaran y conjugan en jerarquice ordenación.

u_n cúmulo de costumbres, tradiciones, sentimientos, ac­ Pero esto exige que reanudemos la cuestión bajo un

titudes, característicos de una determinada colectividad. enfoque diferente.

Pero es más: estas estructuras que han ido conformán­ A la ciudad, en cierto modo como a la persona huma­

dose a través de este proceso, acaban por constituir ellas na, le acontece que �iempre_ es la mis11;a y n�nca e� lo

mismas una segunda naturaleza; es decir, estas estructu­ mismo. Londres, París, Sevilla o Moscu habran variado

ras reobran a su vez sobre los habitantes, que se en­ y seguirán variando considerablemente a tr�vés del tiem­

cuentran con una exterior realidad con la que ya tendrán po, pero en ningún mon:i,ento estas alte_racio�es. han po­

que contar. dido llevarlas a tal pérdida de su propia mismidad que

En una palabra, siempre que tratemos de buscar el una haya podido confundirse con otra, no digo ya en un

ser último, la realidad radical de una ciudad, nos encon­ período simultáneo, sino en período� distantes _de �u

traremos, por un lado, con una organización física, con evolución. Cuando una ciudad ha perdido su propia mis­

unas instituciones, con una serie de calles, edificios, lu­ midad cuando en un cierto estado se ha desvanecido

ces_, tranvías, teléfonos, tribunales, hospitales, escuelas, toda r�ferencia a su pasado, es que esta ciudad ha muer­

�mversidades, etc., pero también, por otro, con un con­ to y ha dado paso a otra diferente.

Junto de costumbres, de tradiciones y sentimientos que Se nos dirá, y es cierto, que las ciudades, por d hecho
d':finen algo que muchos, entre ellos Spengler, han deno­ de su invariable emplazamiento, de su fuerte ligamen

minado el alma de la ciudad. No podemos decir que esa a la tier ra, están en la imposibilidad de intercamh,iarse,

realidad radical corresponde solo a uno de estos órdenes de perder su individualidad, y que aunque una ciudad

al físico o al moral, sino a algo que los resume y acoge desapareciera por completo, arrasada hasta no quedar m

la ceniza de sus hogares, la que se construyera en el


1 Op. cit., 111, p. 136.
1
Op. cit., 111, p. 135.
32 Lección 2 33
La ciudad, archivo de la historia

propio lugar tendría siempre que ver con ella. Pero bebitan»
9.
En mayor o menor grado, toda ciudad parti­

esto no excluye nuestra tesis, ya que al decir que la ciu­ cipa de este carácter sagrado y es un santuario, si no de
dad. en cuanto tal, tiene personalidad y se mantiene a la religión, por lo menos de la historia. De esta forma,

través de la historia, no hacemos distingos sobre la natu­ d suelo convertido en patria tiene que tener una especial
raleza de las causas de dicha mismidad, conviniendo en significación. La ciudad se implanta en él, es decir, se

que una de ellas -aunque no la única- es, evidentemen­ arraiga como el vegetal. Una factoría, en cambio, más

te, su emplazamiento físico, su ligamen a la tierra. Tam­ que implantarse lo que hace es imponerse sobre la tierra,

poco es extraño a la persona humana y a su consistencia utilizarla en su provecho, violentarla si es preciso. Es

individual su ser biológico. un acto de imposición en lugar de implantación, postu­

El hecho de que una ciudad hunda sus rafees en la ras a todas luces antitéticas. Si la ciudad conforma la

tierra madre y se implante en ella de una determinada naturaleza, la industria generalmente la deforma; es la

manera, diferencia y diferenciará siempre a la ciudad de diferencia de verla como patria o como instrumento.

Nunca he creído que una ciudad digna de este nombre


la �áquina, d�l instrumento, e impedirá que pueda pro­

ducirse en serte. A querer, puede fabricarse la casa en sea alg o t otal y bsolutamente
a o puesto al cam po, en

serie, la casa prefabricada, pero cuando muchas de estas abierta hostilidad al medio natu ral. Muchos, s ni embar­

casas tengan que implantarse en el suelo, formando un go, han considerado que es as í y han de finido la ciu dad

conjunto, será obligado hacerlo de una manera única en forma negativa, como lo que no es campo, lo cual

intransferible. '
me parece erróneo, primero po rque t al de finición, falta

de notas positivas, es notoriamente incompleta, y, segun­


Posiblemente, la singular implantación de la ciudad

do, porque la ciudad es, a su modo, también campo,


sobre la tierra, geología y paisaje, nos descubriría dife­

aunque sea ca mpo conformado, ca mpo hecho patria. Or­


rencias radicales con otros asentamientos de tipo indus­
tega parece recaer en la postura negativista cuando dice:
trial o técnico. Al referirnos a la ciudad hemos dicho

«La ciudad •s u n e nsayo de secesión que hace el hombre


implantación, y no por capricho, sino por considerar
para vivir fuera y frente al cosmos , toman do de él s6lo
que este término expresa mejor que otro la relación
10
porciones s electas y ac otadas» • Sin emba rgo, en la defi­
entre naturaleza y ciudad. Implantar significa fundar es­

nición orteguiana existe una contradicción latente. El


tablecer, instituir, empezar a poner en práctica algo nue­
hombre pretende vivir fuera y frente al cosmos, es decir,
vo. La ciudad no se sitúa sobre el terreno sin más· se
acusa Ortega el carácter de Ju ciudad como opuesto al
funda sobre la tierra propicia que han señalado los dioses.
campo. Pero -he a quí la contradicción- lo que ha ce
Cuando los romanos fundaban una ciudad, cavaban un
para conseguirlo es retirar, secesionar porciones selectas
pequeño foso, llamado mundus, y en él los jefes de las
de s
e e cosmos e n el que al final sigue viviend o. No sotros
tribus que iban a constituir esta nueva ciudad iban de­
diríamos, salvando la contradicción, que el hombre sepa­
positando un puñado de tierra del suelo sagrado donde
ra y conforma esas porciones para vivir, no frente al cos­
yacían sus mayores. Desde este momento la nueva ciu­
mos, sino en una nueva relación con él, en relación de
dad era también terra patrum, patria.
patria.
La tierra donde la ciudad se implanta es siempre pa­
En efecto, las ciudades han acotado significativos tro -
tria. Tito Livio decía de Roma: «No hay ninguna plaza
zos de este planeta, pero en ellos la naturaleza, canfor-
en esta ciudad que no esté impregnada de religión y que

no esté ocupada por alguna divinidad... los dioses la


• Apud Fustel de Coulanges · La citt a,1tique, p. 160.

10 O. C., II, p. 408.

Chueca Goitia, 2

V
CI[,
34 Lección 2 La ciudad, archivo de la historia
35

macla y potenciada, ha seguido existiendo como basa­


«La ciudad -dice el sociólogo americano Robert E.
mento físico y espiritual de la obra humana. En esos Park- es algo más que un conjunto de individuos y de
espacios acotados han quedado, por ejemplo, los dos, conveniencias sociales; más que una serie de calles, edi­
deidades míticas y venas vitales, y aunque hayan sido, ficios, luces, tranvías, teléfonos, etc., algo más, también,
en su curso por la ciudad, canalizados o constreñidos a que una mera constelación de instituciones y cuerpos
otras exigencias urbanas, no por eso el Sena, el Arno o administrativos: audiencias, hospitales, escuelas, policía
el Danubio dejan de ser lo que son. La ciudad se im­ y funcionarios civiles de toda suerte. La ciudad es más
planta, pues, en el cosmos, no se impone. un estado de alma (a state o/ mind ), un conjunto de
A' estas consideraciones sobre la implantación de las costumbres y tradiciones, con los sentimientos y acti­
ciudades en la naturaleza habíamos llegado al afirmar la tudes inherentes a las costumbres y que se transmiten
individualidad de aquellas, su no desmentida mismidad por esta tradición. La ciudad, en otras palabras, no es un
a través de la historia. Es, pues, ocasión de que volva­ mecanismo físico ni una construcción artificial solamen­
mos al punto de partida. Esta individualidad, este ser te. Está implicada en el proceso vital del pueblo que la
único de una ciudad con respecto a otras, tiene claras compone; es un producto de la naturaleza y particular­
raíces materiales, no sólo originadas por el sitio, por el mente de la. naturaleza humana»
12•

emplazamiento (aunque pueden existir semejanzas, no Y más adelante sigue diciendo Park que la ciudad ra­
pueden darse dos emplazamientos idénticos), sino por la dica en las costumbres y en los hábitos de sus habitantes,
propia estructura de la ciudad que, a la larga, se va con­ que posee tanto una organización física como moral, que
virtiendo en otra segunda naturaleza. La ciudad misma se modelan y modifican una a otra por su mutua interac­
se resiste a perecer, es una de las más imperecederas ción. La estructura de 1a ciudad, que, primeramente,
creaciones humanas. De aquí su valor singular como tes­ impresiona por su complejidad tiene por base la natura­
timonio histórico. Los urbanistas han estudiado lo que leza humana, de la cual es expresión. Pero a su vez esta
han denominado ley de pervivencia del plano. El análisis estructura, ya formada, reobra sobre sus habitantes, que
de la evolución temporal de las ciudades ha conducido a se encuentran con una externa realidad con la que tienen
la constatación de que si bien la edificación se transfor­ que contar. «Estructura y tradición no son sino diferen­
ma y se sustituye al correr de los años, el plano general­ tes aspectos de un solo complejo cultural que determina
mente permanece o sufre muy contadas rectificaciones. lo que es característico y peculiar a la ciudad y la dis­
Córdoba, Toledo o Granada conservan barrios donde el tingue de la aldea y de la vida del campo» 13_
trazado musulmán se mantiene incólume. El plano de Estos conceptos de Park recogen la tesis, que pudié­
Madrid que dibujó Texeira en 1 6 5 1 es, en grandes líneas, ramos llamar animista, de Spengler y avanzan scbre ella
con variaciones insignificantes, el plano actual del casco desde el momento en que tienen en cuenta en su justo
de la capital. Las ciudades, como los ofidios, cambian de valor la importancia de las estructuras materiales en la
piel, pero su ser permanece inalterable. realidad total que es una ciudad. Park postula con acier­

Pero hay más: no sólo son raíces materiales las que to la articulación dinámica de los diferentes aspectos
aseguran la permanencia de las ciudades como entes in­ materiales y espirituales que concurren a determinar lo

dividuales. Existen otras de índole espiritual; existe el que es característico y pecu1iar a la ciudad, pero se de-

alma de la ciudad. Esta es la tesis de Spengler a que nos


11•
referíamos en un principio u The City, University of Chicago Prcss, 1925. Apud, Read.er 111
»Urban Sociology». p. 2.
11 Vide supra, p. 17 u Park, op. cit., p. 4.

:,r
/
36
Lección 2 La ciudad, archivo de la historia 37

tiene al llegar a la formulación de cuál es la naturaleza ya lo vio sagazmente Julián Marías, que considera a la
de ese complejo cultural que determina precisamente lo ciudad, por ser artística, expresiva de un estilo, de una
que es característico y peculiar, En ella ha de estar, pues, estructura de alma, pero haciendo una salvedad, que es
la realidad radical de una ciudad, de la cual todos los la que sobre todo nos interesa: «Pero hay que agregar
múltiples aspectos son realidades radicantes. Por ese ca­ una nota importante: la ciudad, que tarda en hacerse
mino lJcgamos nosotros a afirmar que esa realidad radi­ -por eso no es caprichosa- dura mucho tiempo; ex­
cal no es otra ni puede ser otra que la historia, que la cepto en su fase de fundación, cuando todavía no es
dudad no es sólo estructura ni s6lo espíritu, sino una ciudad, es siempre antigua. Normalmente el individuo
realidad que abraza ambos componentes, su ser físico y vive en una ciudad que no han hecho sus coetáneos, sino
su ser moral conjugados en una realidad superior: su ser sus antepasados; es cierto que la transforma y modifica,
histórico.
sobre todo la usa a su manera, descubriendo en ello su
Si las ciudades más que ligadas a la historia son his­ vocación peculiar; pero por lo pronto es una realidad,
toria ellas mismas, esto nos explicará mucho de su rea­ recibida, heredada, hist6rica. (Este último subrayado es
lidad. Vamos a abordar un punto concreto a la luz de mío.) Es decir, ni más ni menos que la sociedad misma.

esta evidencia nuestra de que la ciudad es, en última ins­ Por eso es difícil de entender; por eso es profunda, radi­
14•
tancia, historia. Es éste el de la ciudad como obra de calmente reveladora»

arte. ¿Es o no es la ciudad una obra de arte? Ya hemos En una palabra, la forma de una ciudad permanece
visto cómo durante los siglos A-VII y XVIII se intenta ra­ cuando la sustancia social que le dio, vida ha desapare­
cionalizar la ciudad, convertirla en artefacto, en algo ra­ cido. Por eso, formalmente, la ciudad es también his­
cionalmente pensado y dispuesto por la voluntad huma­ toria en sí misma. La ciudad en que vivimos tiene siem­

na. Bajo esta pretensión, y solo bajo ella, puede conside­ pre un carácter de reliquia. La ciudad más profana es
rarse la ciudad como una verdadera obra de arte, ya que en alguna medida el lugar sagrado donde se da culto a
no puede considerarse creación artística sino aquella que los antepasados. Pero desde el punto de vista artístico,
proviene de la voluntad humana claramente definida. La este constante suceder que es la ciudad misma no per­

obra de arte no se entiende sin el artista. mite que se produzca con el debido sosiego la madura­
Pero esto, esta pretensi6n de convertir la ciudad en ción de la obra plástica. La ciudad siempre ha sido y

obra de arte, no alcanza más que a determinadas fases será, por la índole d� su esencia, artísticamente fragmen­

del acontecer humano. La ciudad en su integridad es taria, tumultuosa e inacabada No encontramos en ella

muy pocas veces obra de una voluntad previamente esta­ esa forma definitiva y redonda que ansía el sentimiento
blecida, y cuando esta voluntad llega a imponer un deter­ estético. Por eso toda ciudad es, estéticamente hablan­

minado sello, lo hace generalmente de una manera frag­ do, una frustración. El hombre que ha conseguido reali­
mentaria y episódica. Apenas cuando han empezado a zaciones tan perfectas en el campo de la belleza, no ha
materializarse estructuras que reflejaban los ideales de conseguido crear la ciudad bella, a pesar de tantos y tan

unos hombres o de una sociedad, estos hombres y esta ingentes esfuerzos. Esto lo percibe cualquier espíritu

ciudad eran ya cosa pasada y sus ideales se habían ido sensible, cualquier temperamento estético que viaje y

con ellos, sustituidos por otros nuevos. Existe casi siem­ recorra las ciudades del globo. Unas más y otras menos,

pre un defasage entre los ideales de cualquier género todas dejan en su ánimo, al fi nal, una penosa insatis­

(religiosos, sociales, políticos, etc.) y su expresión artís­ facción.

tica. En una palabra: la ciudad es siempre antigua. Esto " Julián Marías, La estrnctura socfol. Madrid, 1956, p. 281.
J8 Lección 2 La ciudad, archivo de la historia 39

Esta insatisfacción se produce porque si bien se trata zan su condición de obras de arte sólo cuando mueren.
de un� fenómeno artístico, éste se halla supeditado a Les pasa lo que a las personas de vida agitada, martiri­
pulsación histórica. Es un fenómeno artístico en cuanto zadas por el sufrimiento, cuyos rasgos se embellecen con
que es expresión en cada momento de una realidad so­ la serenidad de la muerte.
cial. Pero el constante cambio de ésta, bien sea por evo­ Cuando la ciencia histórica ha ido renovando sus con­
lución o salto, no permite que se produzca el equilibrio ceptos, cuando sus métodos se han ido perfeccionando Y
requerido en toda creación estética. Las estructuras ur­ su campo se ha ido ensanchando y profundizando, se ha
banas, y conste que al hablar de estructuras nos referi­ despertado paralelamente una nueva percepción de la
mos tanto a las externas como a las internas, son cons­ ciudad como hecho histórico, porque si se trata por esen­

tantemente intervenidas, zarandeadas casi, por la pulsa­ cia de un organismo histórico, es también un documen­
ción histórica, detrás de la cual van arrastradas con más to, un depósito, el más formidable, de lo que el ac�nte­
o menos decalage. En síntesis, podría decirse que la ciu­ cer humano va dejando sobre ella en lenta y contmua
dad participa del espíritu artístico, sin llegar a ser, sin sedimentación. De las ciudades se veía hasta hace poco
embargo, una obra de arte. Si lo fuera en un sentido ple­ los monumentos señeros y venerables, las cumbres de la

nario, dejaría de ser lo que radicalmente es: historia. orografía urbana, las catedrales, los pala�ios, los monu­
«Cuando contemplamos algo desde un punto de vista mentos conmemorativos. Esto correspondía perfectamen­

estético -ha dicho Simmel-, deseamos que las fuerzas te con una idea de la historia como contienda y faena de
opuestas de la realidad lleguen a un equilibrio cualquie­ unas grandes personalidades dominantes, que decidían
ra, que se haga un armisticio entre lo alto y lo bajo. entre sí el destino humano. Pero ya la mentalidad actual
Pero contra este deseo de una forma permanente se no se satisface con visión tan simplista, y al tratar de

rebela el proceso moral del alma, con su incesante subir discernir las características de una civilización, no pode­

y bajar, con la continua prolongación de sus límites, con mos confinar nuestra atención al estudio de los podero­

la inagotabilidad de las fuerzas contrarias que en él sos. Debemos conocer la situación del pueblo, sus for­
15•
juegan» mas de vida y sus creencias, la índole de las institucio­

Más cerca está la ciudad del proceso moral que del nes creadas por la sociedad, el desarrollo de la cultura

proceso artístico. Su extremada dependencia del hombre, y el sentido de la misma, es decir, el panorama comple­
como dijimos en un principio, de su inquietud, que no to de la vida y no las cimas que sobresalen.
admite reposo, le impiden permanecer en las sosegadas Al estado llano de la historia corresponden en la ciu­

riberas donde florece el arte. dad las casas vulgares, que se apiñan unas a otra_s en

En una ciudad podrán existir edificios que sean obras formas expresivas, lo mismo que los monumentos smgu­

de arte magníficas; acaso barrios completos, que hayan lares representan las personalidades dirigentes. Separar,

logrado la permanencia y estabilidad de una ciudad es­ por consiguiente, el palacio de las casas burguesas o de
tilística completa; pero la ciudad en su conjunto, expre­ las populares, es como remover una frase de su con�exto.

sión de la inestabilidad y fluencia del alma colectiva, Lo que hay que interpretar es la ciudad en su conjunto.

nunca alcanzará rango de obra de arte. En los contados El llevar al estudio de las estructuras matenales que
casos que esto no sucede es porque se trata de ciudades componen la faz o rostro de la ciudad un cri�eri.o pur�­

muertas, preservadas artificialmente. Las ciudades alean- mente artístico, es lo que condujo a esta artificial esci­

sión que destacó los edificios monumentales, o a lo sumo


1
s Jorge Simmcl , C11lt11ra femenina y otros ensayos. Madrid, 1934,
p. 218. los barrios antiguos más caracterizados, de la gran masa
.

40 La ciudad, archivo de la historia


Lección 2 41

de la edificación de acompañamiento, que quedó en la Calderón, de Villamediana; en la Casa de Panadería,

sombra, olvidada, como algo inerte que carecía de ex­ Goya, a los diecisiete años, sufrió los primeros reveses

presión. Falta de expresión artística, tal vez, pero en académicos; privado de ambiente, pero conservado como

ningún caso de expresión histórica. El enfocar, en cam­ reliquia, un arco de ladrillo es el mudo testigo de haza­

bio, el estudio de la ciudad desde su esencia histórica ñas patrióticas; al pasar por determinada calle céntrica

operación que puede ser mucho más fecunda en resulta' parece sonar ei estampido de los arcabuces criminales;

dos, nos evitará amputaciones injustificadas y una inte­ en tal palacio, hace pocos años dejaba este mundo una

gral percepción del fenómeno urbano cada vez más acu­ emperatriz . . . Eso son las ciudades; escenario de la his­

ciante a 1a vista del desarrollo que v� tomando en nues­ toria, la grande, ]a pequeña, la local, la nacional, la
tros días el urbanismo. universal; los hombres vienen de muy diversas partes,

Partiendo de la base firme de la realidad histórica de de aldeas, de villorrios distantes; los acontecimientos se

la ciudad, nada de lo que a ella se refiere aun lo más fraguan en el difuso mundo, pero siempre la ciudad es

insignificante, deja de ser revelador; todo constituye punto de convergencia, lugar de la acción, donde todos

pai:te_ de una totalidad imposible de disociar. Lo que los procesos se comprimen, se esquematizan y aceleran;

arrísncamente puede resultar mudo, históricamente será horno de combustión social. Queda luego el recuerdo, y

acaso, elocuentísimo. No hay que olvidar que la ciudad la ciudad se convierte en archivo.

es por sí misma un formidable archivo de recuerdos. En Al irse imponiendo, cada vez con más fuerza, la con­

1� urbe se condensan, no sólo en el espacio, sino, en el ciencia de que esto es así, la ciudad va reverdeciendo sus

tiempo, Jos hechos y las vidas humanas más significati­ recuerdos y en algunos casos señalándolos al viandante

vas. Este grado de condensación preserva su recuerdo por medio de lápidas. La lápida parece que va dirigida

de 1a mi�ma manera qu; un archivo, al reunir papele� en primer lugar a honrar la memoria de algún héroe o

que P�?v1enen _de muy diversos_ orígenes, asegura su con­ personalidad sobresaliente. Pero este movimiento de ida

se�vac10n. Es indudable que si todos aquellos aconteci­ supone otro de vuelta: al honrar hazañas, héroes o sim­

mientos y aquellas vidas no hubieran sucedido en la ples acontecimientos, lo que se hace es conmemorarlos,

ciudad, no hubieran tenido su referencia a ella su memo­ es decir, recordarlos en común, hacerlos material de auto­

ria habríase desvanecido mucho más fácilme�te. Es la conciencia colectiva. La lápida va dirigida tanto a exaltar

condensación de su propia salvaguardia. la hazaña o al héroe como a buscar la satisfacción de los

Si deambulamos por París, podemos hallar el lugar que la promueven y colocan. La ciudad que con más

donde Enrique IV fue ase sinado ; la elegante plaza don­ entusiasmo va lapidando sus muros es la ciudad que más

de vivía Richelieu, en un ambiente del París de los gusto obtiene golpeando su dormida conciencia. Este

Mosqueteros; el pasamanos donde se posaba la mano tema merecería una extensión mayor que no cabe da­

de Voltaire; el ala del Louvre donde se reunió la Con­ dos los límites a que ahora debemos sujetarnos. Pero

v�nción. Podemos seguir el itinerario de Bonaparte, casi baste decir que el afán lapidario coincide con el desper­

niño, desde la diligencia que lo trajo a París hasta la tar de la conciencia histórica en el siglo xzx con el vago
1

Escuela Militar; el pequeño laboratorio donde empeza­ presentimiento de que la ciudad es un archivo al que, a

ron a trabajar los esposos Curie, etc. su modo, es necesario clasificar y poner etiquetas, que en

Una plaza de Madrid evoca todavía la sombra de Cis­ este caso serían las lápidas.

neros; en la calle Mayor, aunque transformada, cada ado­ Las lápidas revelan, pues, que esta conciencia existe,

quín levanta el eco de las pisadas de Lope, de Tirso, de que algo de lo que es interior, el alma, sale a la super-

-
43
42 Lección 2 La ciudad, archivo de la historia

Las ciudades, pues, como tales, en plenitud de sus atr�­


ficie en forma de placas blancas, cristalizada cxpresron
butos, son insustituibles en nuestra sociedad. Puede vi­
de una misteriosa química social. ¿Podríamos concebir
virse fuera de ellas, pero siempre contando con ellas, con
ahora la ciudad sin esa conciencia histórica? O dicho de
un apoyo y especial referencia en ellas. Incluso al hom­
un modo más directo, ¿podríamos vivir sin ciudades que
bre de la aldea más remota, y sin que se dé clara cuenta
fueran, a la vez, laboratorio y archivo de ella? Sin duda,
de ello, puede llegar el consuelo de que existen Roma,
no. La civilización es difícil, casi imposible, concebirla
París Pekín o Filadelfia y que en ellas se guarda un
sin ciudades, y las ciudades, sin estos atributos. Es cierto

que existen y han existido aglomeraciones humanas que


sagrado depósito de la humanidad. Porque la ciudad es

han carecido de ellos pero, como ya hemos insistido


una aglomeraci6n humana fundada, en un solar conver­

antes, esas aglomeraciones no son lo que a primera vista tido en patria y cuyas estructuras internas y. ext�rnas se

parecen, y aunque grandes, pueden no ser más que for­


constituyen y desarrollan por obra de la historia, para

mas de ruralismo disfrazadas, o por otro lado escuetas satisfacer y expresar las aspiraciones de la vida colec­

conurbaciones industriales. La aldea pertenece todavía al tiva, no s6lo la que en ellas transcurre, sino la de la

medio natural; es naturaleza, sin más, como la ciudad es humanidad en general.

historia. El asentamiento industrial es prolongación de la

fábrica y, como ella, simple instrumento de la produc­

ción. También se nos dirá que la ciudad en su fase de

fundadón carece, naturalmente, de historia; pero es que

entonces no es todavía ciudad en un sentido plenario,

no ha llegado a la edad adulta. Sólo en las ciudades

antiguas el propio ritual sagrado de la fundación les con­

feriría aquellas virtudes que otras debían ir ganando poco

a poco, en un lento proceso de maduración.

Cuando decimos, pues, que la civilización no la con­

cebimos sin ciudades nos referimos a las que son de por

sí un mundo completo y gozan de todos los atributos

inhe�entes a su condición. Entre ellas y todo lo que no

es cmdad se establecerán delicadas relaciones mutuas.

Esta es otra cuestión que ahora no importa a nuestro

caso y que no empece el carácter decisivo -no exclusi­

vo- de aquellas en la construcción de la sociedad hu­

mana.

«La razón de que las ciudades sean decisivas en toda

sociedad, hasta en las de predominio rural -ha dicho


16
-
Julián Marías es que son el órgano de la socializa­

ción o, si se prefiere, de la sociabilidad. Una sociedad es

sociedad y, sobre todo, es una, gracias a sus ciudades.»

1•
La �structura social, p. 283.
45
Lección 3 La ciudad antigua

La ciudad antigua
separados por calles muy _estrechas, que tenían por objeto

facilitar el acceso a las diversas celulas y a la vez servir

como atarjeas para la evacuación de las aguas pluvi.ale.s

v sucias. Las pequeñas casas o células estaban consntui­

das por unas minúscu}as ha�1taciones =. toro? a un

patio cerrado. Las había de diversos tamanos, sm duda

de acuerdo con la jerarquía de los ocupantes. El conjun-

Las primeras civilizaciones de la era histórica, pasadas

ya las fases oscuras de la prehistoria y de la protohisto­

ria, aparecen en los fértiles valles del Nilo, del Tigris,

del Éufrates y del Indo. Una serie de grandes imperios

se levantan, luchan entre sí por alcanzar una supremacía Fig. l. Kahun. Plano (Egh, Die neue stadt ... )

política y decaen cuando surgen otros que los sustituyen,

pero dejando todos alguna contribución en el curso evo­ to de la ciudad formaba un rectángulo cerrado entre

lutivo del mundo civilizado. De estas culturas -egipcia, tapias y protegido por un foso. La vida debía hacer�e

mesopotámica, indostánica- conocemos pocos restos de en estos minúsculos patios y terrazas, a las que se subía

ciudades, ya que lo que ha permanecido han sido los gi­ por escaleras cuyo emplazamiento ha podido identificar­

gantescos monumentos religiosos y sepulcrales, o a lo se. La construcción no podía ser más pobre: adobe y

más, algunos palacios de monarcas divinizados. terrazas hechas de madera y caña amasadas con barro.

En Egipto se encuentran restos interesantes de un Más importante es la ciudad de Tell-el-Amarna fundada

grupo de habitaciones construido para alojar a los obre­ por Amenophis IV ( 13 6 9 - 1 3 5 4 ) , el famoso faraón que

ros que habían de levantar la pirámide de Sesostris II impuso el culto solar. Presenta también un trazado rec­

(1897-1879 a. de J. C.). Es la ciudad de Illahun (actual tilíneo y casas acomodadas construidas en piedra. De

Kahun) acoso el ejemplo más antiguo de organización todas maneras las ciudades regulares debían ser una ex­

residencial que conocemos. Tenía características bastan­ cepción circunscrita a aquellas construidas ex novo.

te regulares, de acuerdo con un trazado geométrico que En cambio, son numerosos los restos de grandes coi:is•

reunía las pequeñas viviendas en bloques rectangulares, trucciones religiosas que venían a formar verdaderas cm-

44
Lección 3 45
La ciudad antigua

La ciudad antigua
separados por calles muy estrechas que tenían por objet_o

facilitar el acceso a las diversas células y a la vez servir

como atarjeas para la evacuación de las aguas pluv�ale_s

v sucias. Las pequeñas casas o células estaban constrtui­

das por unas minúsculas habitaciones en torn? a un

patio cerrado. Las había de diversos tamaños, sm duda

de acuerdo con la jerarquía de los ocupantes. El conjun-

Las primeras civilizaciones de la era histórica, pasadas

ya las fases oscuras de la prehistoria y de la protohisto­

ria, aparecen en los fértiles valles del Nilo, del Tigris,

del Éufrates y del Indo. Una serie de grandes imperios

se levantan, luchan entre sí por alcanzar una supremacía Fig. l. Kahun. Plano (Egh, Die neue stadt ... )

política y decaen cuando surgen otros que los sustituyen,

pero dejando todos alguna contribución en el curso evo­ to de la ciudad formaba un rectángulo cerrado entre

lutivo del mundo civilizado. De estas culturas -egipcia, tapias y protegido por un foso. La vida debía hacerse

mesopotámica, indostánica- conocemos pocos restos de en estos minúsculos patios y terrazas} a las que se subía

ciudades, ya que lo que ha permanecido han sido los gi­ por escaleras cuyo emplazamiento ha podido identificar­

gantescos monumentos religiosos y sepulcrales, o a lo se. La construcción no podía ser más pobre: adobe y

más, algunos palacios de monarcas divinizados. terrazas hechas de madera y caña amasadas con barro.

En Egipto se encuentran restos interesantes de un Más importante es la ciudad de Tell-el-Amarna fundada

grupo de habitaciones construido para alojar a los obre­ por Amenophis IV (1369-1354), el famoso faraón que

ros que habían de levantar la pirámide de Sesostris II impuso el culto solar. Presenta también un trazado rec­

(1897-1879 a. de J. C.). Es la ciudad de Illahun (actual tilíneo y casas acomodadas construidas en piedra. De

Kahun) acaso el ejemplo más antiguo de organización todas maneras las ciudades regulares debían ser una ex­

residencial que conocemos. Tenía crractcrfsticas bastan­ cepción circunscrita a aquellas construidas ex novo.
te regulares, de acuerdo con un trazado geométrico que En cambio, son numerosos los restos de grandes cons­

reunía las pequeñas viviendas en bloques rectangulares, trucciones religiosas que venían a formar verdaderas ciu-

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46
Lección 3 La ciudad antigua 47

dades-templo, con monumentales a venidas, colosales


constituyen un complejo palacio-templo, propio de estos
plazas e inmensas salas hipóstilas, testimonio de la vida
imperios divinizados. El palacio está situado, como era
de los reyes, nobles y sacerdotes, en Menfis, Tebas y
corriente en estas ciudades asirias, en un extremo de
T ell-el-Amarna. E n estos grandes santuarios se s igue una
la ciudad y sobre los muros de la mi�ma, en una �ran
estricta coordinación de las partes con un riguroso crite­
plataforma elevada, con objeto de mejorar las �ond1c10-
rio geométrico, pero también con un deseo de adaptación
nes de defensa militar y para protegerse, asrmismo, de
al te rreno y con u na pretensión de efecto escenográfico
las periódicas inundaciones . . Se advierte la tendencia a
que preludia, en el alborear de la h isto r i a , lo q ue serán
crear acrópolis religioso-palatinas, que en un terreno llano
al correr de los tiempos las grandes composiciones ur­
como el de Mesopotamia tienen que elevarse sobre pla­
banas.
taformas artificiales, ya que no se podía utilizar, como

luego harán los griegos, el relieve natural. A la sombra

de las gigantescas construcciones del templo-palacio, se

apiñaba la ciudad, en condiciones físicas y morales . de

evidente subordinación. La vivienda no sería muy dife­

rente, ya que las condiciones climáticas tampoco lo _eran,


- u
a las que hemos visto en Kahun. E n �esopotaT?;a, la
1 '
construcción no sólo de las ciudades, smo también de
1-iF-f"''r-+ri;
1 lo s templos,' era de elementos latericios, adobe y _ladrillo
1 .
coc ido, y si nos han quedado restos de los palacios _qu e
l ¡

i ¡ pe rmiten su reconstrucción, ha sido por la �ayor �oltdez

ü y riqueza constructiva, pero no por una d1f_erenc1a s�s•

tancial de materiales, como ucede


s en Egi pto. Seg�n

1,
B emis y Bu chard un artesano especializado en Sumeria

Flg. 2. Kahun. Dos plantas de casas importantes (Egli, op. cit.).


po día obtener su casa por el 5 ó 6 %_ d e su renta, p ero

las casuchas de los obreros no especializados les supo­


En Mesopotamia surge también una serie de ciuda­
nía n tanto como el 30 ó 40 % de sus ingresos. Estos
des a lo larg o de los ríos T igris y Éufra tes, que cuando
da tos sólo lo s conozco p or una cita y, por consiguien­
son adoptadas por los reyes como corte o residencia sue­
te n o puedo saber en qué se han basado estos autores
len a dquirir un g ran esplendor. U na d e las característi­
para llegar a una determinación tan concreta de algo
cas de estas ciudades mesopotámicas es la de sus forti­
q ue incluso es muy difícil saber cuando se trata d� un
fi caciones, q ue tienen mucha más importancia que en
pasado h istórico reciente. En suma, me parece una ing e­
Eg ipto, ya qu e el imperio fa raónico, por su fortaleza y
n uidad del pe nsamiento americano tratando de « actua­
por su situ ación g eográfica aislada, no estaba a merced
liz ar» la historia remota y de asimilarla peligrosamente
del enemigo, como los imperios mesopotámicos.
a los problemas de hoy. .

Uno de los ejemplos más claros de urbanización a s i r ia


E n el siglo VI a. de J. C., B abilonia_ era una grnn C!U·
que nos quedan es la ciudad de Korssabad, creada por
d ad, a travesada por el río É ufrates y bi en gu arnecida p or
Sargón II como ciudad imperial al abandonar la vieja
li enzos rectilíneos de fuertes murallas, defendidas a su
capital de Nínive. En realidad, más que restos de ciudad,

o que nos
l qu eda son los del palacio del emperador, que 1 The Evolving_ House, vol. l. A History of the Home, 1933-36,
Apud Arthur B. Gallion, The Urban Pattern, New York, 1951, p. 6.
48 Lección 3 La ciudad antigua 49

aquello que puede encerrarse dentro de unos muros,


vez por un foso. En un principio debió ser una ciudad
porque a querer, se podría construir un muro todo al­
de ��Hes irregular�s y tortuosas, pero cuando fue engran­
rededor del Peloponeso. Tal sucede, dice Aristóteles, en
decíéndose, a medida que los emperadores iban elevando
aquellas cuya circunscripción encierra más bien una na­
nuevas y suntuosas construcciones {los palacios de Nabu­
ción que una ciudad, como Babilonia, de la que se dice
codonosor, con sus fabulosos jardines colgantes), se tra­
que a los tres días de tornada una parte de la ciuoad,
zaron nuevas vías, como la gran avenida procesional que
otra no se había dado cuenta de nada.
enlazaba la principal puerta monumental {la puerta de

Ishtar) con los palacios y los templos. (Esta puerta está

Fig. 3. Babilonia. Plano de la ciudad (Gallion, The Urban Pattern).

h_".Y reco?struida en el Museo de Berlín). Con esro adqui­

rro l? ciudad el aspecto monumental con que nos ]a

describe Herodoto, quien con evidente deseo de asom­

brar a los griegos exageró una realidad que las excava­ Fig. 4. Babilonia. Puerta de Isthar (Dib. del autor).

ciones de Koldewey han reducido a sus verdaderos rér­

minos. En el valle del Indo se han realizado recientemente

Una ciudad del tamaño de Babilonia debía ser casi excavaciones. En la ciudad de Mohenjo-Daro ( se desco­

in_compren_sib}e para Ia . mentalidad griega, ya que el noce el nombre antiguo) se ha revelado la existencia de

mismo Aristóteles nos dice que no es una ciudad todo una ciudad bastante floreciente que pertenece al año
50 Lección J La ciudad _antigua 51

3000 a. de J. C. y que presenta tres calles principales, aquellos palacios, como los de Mesopotamia, que apare­

en la dirección Norte-Sur, y otra perpendicular a ellas cen completamente aislados en una eminencia inaccesible

que cortan un complejo de pequeñas callejuelas, posible­ para el pueblo. Los reyes de estas ciudades-estado del

mente núcleos más primitivos. En las partes excavadas mar Egeo no tenían el carácter divino de los autócratas

los edificios más importantes que han aparecido han sido orientales y gobernaban sobre comunidades en cierto

un monasterio y un baño público. Revela esta ciudad una modo libres. Esto se transparenta incluso en la estructu­

civilización bastante floreciente, dados los restos de las ra de las ciudades, como acabamos de ver.

casas, construidas de ladrillo y adobe, y lo que queda

de calles pavimentadas, con albañales de evacuación de

aguas.

Un carácter completamente diferente de las ciudades

que hemos visto en estos grandes imperios orientales

presentan las de la civi1ización minoico-micénica que flo­

reció en el mar Egeo antes de las invasiones dorias. En

primer lugar, estas ciudades presentan un trazado mucho

más irregular, faltando completamente las grandes ave­

nidas o las composiciones geométricas que veíamos en las

ciudades de la llanura. La explicación evidente reside en

que las ciudades del Egeo se construyeron en lugares

mucho más accidentados y era necesario replegarse a la

topografía del terreno.

Las ciudades cretenses no tienen fortificaciones, ya

que su propia situación insular las defiende de posibles

asedios. En cambio, las del Peloponeso, como Micenas

y Tirinto, estaban protegidas por fuertes mures, cuyos

restos se conservan todavía. La famosa Puerta de los

Leones, de Micenas, es una de las entradas del recinto

murado. En estas ciudades, la vida doméstica parecía

estar mucho más desarrollada, lo que indica una civili­

zación más elevada y más libre que la de Oriente. La

casa es más compleja y confortable, estableciéndose en

torno a una habitación principal llamada el megarán, Fig. 5. Gurnia. Plano (Gallion, op. cit.).

una parte del cual solía tener el techo abierto para su

iluminaci6n y con una cisterna debajo para recoger las Nos quedan restos interesantes en la ciudad de Cnos­

aguas pluviales, precedente de lo que luego será el im­ sos, principalmente su magnífico palacio, excavado por

pluvium de la casa romana. Por la disposición del pala­ Evans; de las de Palaikastro y Gurnia en Creta; y de

cio del rey, en medio de la ciudad, en general contiguo Tirinto y Micenas, en la península griega.

a una plaza, parece que éste reunía a la vez la función Los primitivos centros habitados de la civilización

de centro de la vida comunal. No se trata, pues, de helénica debieron preocuparse menos de la regularidad
52 Lección 3 La ciudad antigua -
53

y de los principios estéticos que de las necesidades de la que dominaban aquellos elementos que eran del disfrute

defensa y de las facilidades del comercio. Fueron, por general: plazas, mercados, pórticos, edificios de la admi­

consiguiente, pequeños núcleos que al correr del tiempo nistración pública, teatros. estadios, etc. En cambio, como

se comprimieron irregularmente, con independencia de es lógico, no aparece en las ciudades de la democracia

toda idea de conjunto. Esta misma irregularidad vernos griega, dada su constitución política, ningún palacio

en los grandes santuarios de Delfos, de Olimpia y de abrumador que represente el poder o la autoridad de un

Delos, donde en torno al núcleo de la Divinidad se jefe. Demóstenes, refiriéndose a los gloriosos días anti­

agrupaban, en forma caprichosa, habitaciones de los sacer­ guos, dice que en la vida privada era tan ejemplar la

dotes, tesoros para la custodia de las ofrendas, habitacio­ moderación de los grandes, su apego a las viejas costum­

nes p�ra peregrinos, etc. bres tan exacto y escrupuloso, que si cualquiera de vos

Con el desarrollo de la democracia en las ciudades-esta­ otros descubriera la casa de Arístides o de Milcíades, o

do de Grecia, aparecen en ellas nuevos elementos urba­ de cualquiera de los ilustres hombres de aquellos tiem­

nísticos, que indican una colaboración mucho más estrecha pos, se daría cuenta de que ni el más mínimo esplendor

del pueblo en los asuntos de la comunidad. Aparte de los la distinguía de las demás.
templos, que representaban para los griegos la culminación Era lógico esperar que en el ambiente filosófico de
de �u mundo espiritual y el orgullo mayo .. de su creación Grecia, que legó al mundo las bases del raciocinio mo­

artística, surgen en la ciudad diversos edificios dedicados derno y el nacimiento de la idea, de la teoría, como

al bien público y al desarrollo de la democracia. General­ fundamento del mismo, surgiera también una teoría ra­

mente estos edificios se situaban en torno al ágora o plaza cional de la ciudad como una organización ideal que

pública, que en principio albergaba el mercado y que luego resolviera las deficiencias de la ciudad natural o histórica

vino a constituir el verdadero centro político de la ciudad. que se había creado a través de los años. El hombre que
En torno a este ágora se construía el ecclesiasterán (sala llevó a cabo esta tarea fue un griego natural de Mileto,

para asambleas públicas), el bou/eutérion (sala para asam­ llamado Hippodamos, al que podemos considerar como
bleas municipales), el prytaneion (donde se reunía la el primer urbanista con criterio científico riguroso que

cámara municipal). Generalmente estaba situada tam­ ha conocido el mundo. Aristóteles le atribuye el mérito

bién la stoa, construcción alargada, que cerraba a veces de habernos dejado la teoría y de haber puesto en prác­

uno de los costados del ágora, formada por pórticos de tica la doctrina de una lógica distribución de la ciudad.

una o dos plantas que servían para la vida de relación En general, se le asigna la creación de la ciudad en cua­
y para el comercio. Aparte de estos elementos político­ drícula, aunque, como hemos visto, existía ya en las

administrativo-económicos que formaban el núcleo de la civilizaciones indostánicas, egipcias y mesopotámicas, y

ciudad, constituyendo lo que hoy llamaríamos un centro parece ser que también se reconstruyeron algunas ciuda­

cívico, tenemos también otro factor importante dentro des griegas en el siglo VI, después de las luchas con los

de la ciudad griega, que es el que correspondía a 1&.s persas, con este mismo criterio de calles rectas cortán­

diversiones y que dio lugar a la construcción de teatros dose en ángulos de 90 grados. Aparte de esto, las em­
al aire libre y estadios para los juegos olímpicos. presas colonizadoras de los griegos les llevaron sin duda
Como se desprende de todos estos hechos, la ciudad a la aceptación de este sistema c·e trazado urbano tan

había pasado de ser el amasijo de viviendas humildes obvio cuando las ciudades se plantean ex novo. «Los

dominadas por el palacio-templo de un rey divinizado helenos -dice García Bellido-- tuvieron entonces que

para convertirse en una estructura más compleja en 1a planear gran número de colonias que, por nacer de nibilo,
54
Lección 3 La ciudad antigua 55

podían concebirse libres de todo atadero fuese este his­ treinta años. Pudo ser una de sus primeras tareas o
tórico, fuese topográfico, pues los oieistai, o fundadores, donde él se iniciara.
podían elegir a su placer el emplazamiento más adecua­ En Milete el trazado ortogonal se adapta bien al con­
do para la nueva ciudad, ya previamente concebida y tra­ torno sinuoso del promontorio que penetra en el mar
2•
zada»
donde se asienta la ciudad, que consta de dos partes,
Entre estas ciudades podemos citar Selinonte, muy una de cuadrícula menor en la parte más estrecha y
transformada, y Mainaké, citada por Estrabón, que, situa­ otra mayor en la base de la península. En medio, como
da en las cercanías de Málaga, debió ser destruida por soldándolos, está el ágora o conjunto de edificios repre-
los cartagineses.

Sin embargo, Hippodamos impuso vigorosamente sus

teorías y las desarrolló hasta un punto que indudable­

mente no había sido alcanzado. A él se atribuye el mérito


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- \ ' -�-=:�- :-- -�-�\\
de haber dado los planos del Pi reo y de Rodas; de ha­
' 1 " :,,e,.,,)\ , ; . , ¡ )
ber escrito algunos tratados de arquitectura y de geome­
;

tría, y de ser un artista y un filósofo al mismo tiempo.



Parece ser que Pericles le tenía entre sus amigos, y debía

gozar de mucho crédito en su época, aunque sus ideas,

a veces utópicas, le granjearan algunas críticas irónicas, í


1

como la que Aristófanes hace en su comedia Los pájaros.

De las ciudades construidas por Hippodamos no nos


,:.:, __ ,::O�-;'/
queda ninguna, por haber desaparecido, como Turrium,

o por haberse transformado


3•
profundamente, como el y----
Pireo y Rodas Sin embargo, nos quedan restos de

otras ciudades que sin ser obra directa suya fueron ins­ Fig. 6. Mileto. Plano general (Gallion, op. cit).

piradas en sus principios y cuentan entre los ejemplos

más excelentes de urbanística que nos ha legado la hu­ sentativos, y el gran espacio del famoso mercado. Es una

manidad. En primer Jugar tenemos Milete, la propia composición arquitectónica muy sabia y contrastada, en

patria de Hippodamos. Milete había sido destruida por la que las plazas se encadenan con sutil lógica rompien­
los persas el año 494 a. de J. C. y hubo que reedificada do la monotonía de la cuadrícula. Los griegos fueron

pocos años después, hacia el 475. No se tienen noticias siempre unos artistas de exquisita sensibilidad que nun­

seguras de la participación de Hippodamos en esta re­ ca se dejaron 11evar de los excesos del rigor cuadricular

construcción, pero entra muy en lo probable. Si el arqui­ como lo hicieron luego los romanos. En sus ciudades or­

tecto-urbanista nació, como se supone, hacia el año 500, togonales, sean Milete, Prienne, Cnido y tantas otras,

tendría cuando se reconstruía la ciudad de veinticinco a encontramos siempre estos centros urbanos -hoy los

llamaríamos centros cívicos- traza.los siempre con gran


2
Antonio García y Bellido, Urbanística de las grandes ciudades sentido del espacio y de la composición.
del Mundo Antiguo. Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Madrid, 1966, p. 44. . En el siglo IV una de las ciudades hippodámicas más
l García Y Bellido (op. cit .. p. 51) opina ser inadmisible que el
interesantes es la de Olynto, en Macedonia, fundada en
trazado de Rodas se deba a Hippodamos, a pesar de la tradición re­
cogida por Estrabón (XIV, 2, 9).
432 y destruida en 347. Corresponde, pues, a la transi-
56 Lección 3 La ciudad antigua 57

ción entre finales del siglo v y comienzos del IV a. de Je• to, tenemos Prienne, Cnido, Pérgarno, É f e s o , Magnesia,

sucristo. Las excavaciones indican una ciudad doble, con Gerasa, codas en Asia Menor. En todas ellas se recogen

una parte antigua e irregu1ar y otra parte moderna cons­ las enseñanzas de Hippodamo, solemnizándose los traza­

truida con un plan hippodámico, muy estricto. Las calles dos por medio de calles con columnas y soberbias plazas.

principales seguían la dirección Norte-Sur y estaban se­ En muchas se advierte la opulencia alcanzada por los

paradas entre sí unos 100 metros y conectadas en la pequeños reinos helenísticos y el deseo de los príncipes

dirección Este-Oeste por unas calles algo más estrechas. por impresionar con sus construcciones: un sentimiento

separadas entre sí unos 40 metros. De esta manera se nuevo con relación a la austeridad de la democracia.

Desde el punto de vista de la composición urbana, son


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muy interesantes las agrupaciones de plazas relacionadas

• ,,r .... _ □KFTIFf entre sí y su situación respecto de las vías de tráfico. En

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Fig. 7. Mileto. Agora (Gallion. op, c,t.).

Fig. 8. Priennc (Dib. del autor).

podía lograr exposición al Mediodía para las viviendas

que componían las manzanas así trazadas. general, el ágora quedaba al margen de la circulación,

La casa griega, resuelta en torno a un patio, recibía como un remanso.

por éste los beneficios del soleamiento. En Olynto, el Durante la época helenística, una de las cosas que

patio se colocaba siempre en la fachada Sur del bloque, más llama ]a atención es la abundancia de nuevas ciuda­

aunque la entrada a 1a casa estuviera por otro lado, Así, des, que surgen desde la Cirenaica hasta el Indo. A más

el sol podía penetrar en invierno hasta el fondo de la de Atenas, los principales centros de cultura son Rodas,

habitación principal, que solía estar detrás de un pórtico, Pérgamo, Antioquía y, sobre todo, Alejandría.

y en cambio en verano, cuando e] sol estaba más alto, Gracias a las conquistas de Alejandro y a la desapa­

este pórtico defendía a la casa de sus rigores. rición de la amenaza persa, la cultura griega pudo expan­

Entre las ciudades griegas y greco-helenísticas- más dirse por todo el Oriente. Sin embargo, no llegó a ser

interesantes urbanísticamente, además de Mileto y Olyn- una cultura greco-orienta], porque permaneció casi exclu-
58 La ciudad antigua
Lección 3 59

sivamente griega, sin llegar a penetrar en las capas pro­ senado republicano, constituido por familias de alcurnia,

fundas de Ia sociedad ni en el agro. Fue una cultura que podían ser una amenaza para el nuevo sistema impe­

evid�ntemen�e urbana � cosmopolita. De aquí la impor­ rial, el emperador debía buscar su apoyo en otras clases

tancia que tienen las ciudades en el mundo helenístico. dirigentes de nuevo cuño: funcionarismo del Estado, ejér­

Su florecimiento era debido principalmente a la muni­ cito, burguesía municipal, etc. Estas eran fundamental­

ficencia de los príncipes y también de los ciudadanos mente clases urbanas. Los primeros emperadores tuvie­

ricos, que sufragaban a su costa juegos y fiestas pú­ ron dificultades para otorgar a nuevas gentes la ciu­

blic�s y donaban monumentos con los que, a la vez que dadanía romana, cuyos privilegios defendían las aristo­

rea�1,zaban una empresa patriótica, aseguraban la perdu­ cracias italianas; pero en cambio eran muy dueños de

raoon de sus nombres. Esta costumbre continuó duran­ fundar nuevas ciudades por todo el Imperio donde hacer

te el período del dominio romano, como ha estudiado prosperar una clase urbana dirigente que les sirviera de

Rostovtzeff en su admirable libro Historia social y eco­ apoyo. Esta evolución siguió durante el reinado de los

nomtca del Imperio romano. Flavios y de los Antoninos, adquiriendo con estos últi­

Las ciudades helenísticas prosperaron especialmente mos el máximo esplendor. Durante la época de los An­

porque la economía de estos países estaba fundada en toninos el Imperio se universaliza de una manera plena,

sist:mas capitalistas, tanto por lo que se refiere a la y ya no son únicamente ciudadanos romanos los que lo

agncultura como al comercio y a la industria. Sabido es eran por origen, sino todos aquellos que destacaban por

que el desarroll? �rbano corre casi siempre parejo con su valor y capacidad en cualquiera de las provincias del

los mé�od?s capitalistas, y que, en cambio, los regfmeu.s Imperio. La civilización progresiva de todas las provin­

no capitalistas son en general de raíz más campesina. cias y el profundo desarrollo de su vida habían traído

Los miembros de la antigua y nueva aristocracia de esta consecuencia natural.

Roma e Italia, que en su mayor parte habían hecho su La mayoría de las nuevas ciudades surgió, bien como

fortuna en Oriente y se habían familiarizado con el sis­ desarrollo de antiguas aldeas o poblados indígenas, bien

tema capi.talista. allí imperante, trasladaron sus prácticas como consolidación de antiguos campamentos militares

a la propia Italia, e incluso Se aprovecharon de esclavos y colonias de veteranos, bien como ampliación de ciertas
Y. trabajadores que emigraban de Oriente y que habían grandes propiedades rústicas, muchas veces de los mis­
sido los que posibilitaron la explotación científica de los mos emperadores.

recurso� del mundo helenístico. Con esto, Ia civilización Según Rostovtzeff, el Imperio romano era un agrega­
campesina romana se convirtió en una civilización urba­ do de ciudades griegas, itálicas y provinciales, habitadas
na, Y a la clase de terratenientes se sumaron los nego­ estas últimas por naturales, más o menos helenizados
ciantes y los burgueses de las ciudades.·
o romanizados, de la ciudad correspondiente. Cada ciudad
El desarrollo del urbanismo en Roma fue un fenó­ tenía un área rural más o menos extensa, que era su
meno gradual ininterrumpido. La vida urbana fue fo­ territorio. Era el territorio d� un antiguo estado-ciudad
mentada por todos los emperadores del siglo r, princi­ griego o romano.
palmente por Augusto y Claudia. Precisamente en el Cada ciudad tenía su gobierno autónomo, su vida poli­
orden urbano, en las aristocracias municipales, en la rica tica local. La burocracia imperial sólo muy raras veces
burguesía de las ciudades, se había cimentado el triunfo se mezclaba en los asuntos locales de las ciudades. Se

de f:ugusto y la posi�ilidad de la Pax Augusta, que per­ ocupaba de la recaudación de los impuestos, pero por in­
m1t10 la reconstruccrón del Imperio. Frente al antiguo termedio de las mismas organizaciones municipales.
61
La ciudad antigua
60 Lección 3

pod e por la emoción estética. Los romanos, o bus-


El Imperio romano del siglo II fue así una curiosa

mezcla de federación de ciudades autónomas y una mo­ cab:� fu


s ��b•zlead��c't�f:�ar:� r:�:�d�d;; �r��:��ii���
narquía casi absoluta, sobrepuesta a tal federación y con no era pcsi , ¡ d que por
urbanístico-arquitectónicas de gra,n _esp en_ ot, a-
el monarca

soberana'.
como magistrado supremo legal de le ciudad
sl mismas constituían la p�rte ml as 1�pres_1onatnted: :to
. d 1 . dad El e¡emp o mas emmen e
Desde el punto de vista urbanístico, las ciudades del ¡estuosa e a cm · • d d monumenta-

último lo constituía Roma, una cm a cuya


Imperio romano fueron herederas de las helenísticas, de
lidad no ha sido superada jarn�s-_ Estad enclavd: f.ºne�:
las que tomaron todos sus refinamientos técnicos: al­
mentales, rigurosamente gcometttcos, entro
cantarillado, traída de aguas, agua corriente, baños, pa­

\ imentos, servicios de incendios, mercados, etc. Las


"
había, como es natural, de muchas clases, según su evo­ 1.
,
lución histórica, condiciones de suelo, clima y caracte­
. ,
rísticas locales. Las había comerciales e industriales, como o • o
. .,. ,:;.•• �
en realidad lo eran las más importantes (Roma, Alejan­ . � .·.,:. :·

dría, Antioquía, Eíeso, Cartago, Lyon, etc.); ciudades


• 9',H

caravaneras como las que establecían e1 comercio con el .


. ··<i ·
. &
;p;, .
...,...- ..,, ...
O ·iente (Palmita, Petra, Bosra ); había ciudades que eran
,& ,�---
cabezas provinciales o de departamentos agrícolas (Ve­

rona, Siracusa, Tréveris, Londres, Tarragona, Córdoba,


'J. I ¿', -··· ······
Mérida, Timgad, Cirene, Rodas, Esrnirna, Pérgamo, Mi­

Icto, Tiro, Sidón, Gcrasa, etc.).


"
En cuanto a su trazado, o era desarrollo de poblados

indígenas, como nuestra Numancia, que luego fueron am­

pliados y magnificados, o eran ciudades helenísticas ro­

manizadas

mica, o eran
que habían

ciudades
continuado

de nueva
la tradición

implantación,
hippodá­

como 1as
----<��
que provenían de antiguos campamentos militares, como Fig. Roma. foros (Gallíon. op. cit.).
9_

León y Timgad.

La aportación más original al trazado de ciudades es · d d los constituían en primer


tructura irregu 1 ar de 1a ciu a , l F Tra-
precisamente aquella que debe su origen a los campa­ 3 0
1
mentos militares. Los romanos eran un pueblo eminen­ �ugar lo:r�:º:�:��'ta��i\� 1:�n��!eª;� espl�� didez.
temente práctico y organizador, que buscaba las solucio­
r:;�oflos palacios, los templos, las termdsd los anfitea­
nes simples y claras que han preferido siempre las gran­
tros , los circos fueron por sí mismos ver a eras coi::ipo�
des empresas coloniales. Carecía del refinamiento artís­
. . l ban'1st"1cas que ensambladas ,10 tanto caprtcho-
tico de los helenos y eran más ingenieros que arquitectos. siciones ur ' d" · t
samente entre sí, formaban el gran toso coruun º·,
Cuando utilizaban los recursos del arte, lo hacían con
La administración de la ciudad de Rola i,'?ºn!� ud:
el propósito de impresionar más por la majestad y el
pesada carga para el Estado,_ que tenía a o 11rc1 b a

• M. Rostovt,::eff, Historia Social y Económica del Imperio Roma.no. engrandecerla para hacerla digna de su pape e ca ez
Madrid, 1937. T. 1. r,. 267.
62 La ciudad antigua 63
Lección .3

del mundo y de sufragar su manterurmenro. Los juegos de todas las ciudades coloniales, donde domina el sen­

y fiestas públicas suponían también un enorme desem­ tido práctico y organizador sobre todo otro imperativo

bolso� pero el panem e circensis era algo que no podían espiritual o estético.

descuidar los em�eradores si querían gobernar en paz. Existían también otras ciudades, como Pompeya, que,

No se puede olvidar que el gobierno imperial estaba sin ser estrictamente geométricas, eran bastante regula­

vinculado a la ciud.d de Roma, que había venido a ser res, y otras como Palestrina (en el Lacio), y en general

una antigua ciudad-estado que dominaba al mundo. Del las de origen helenístico, que destacaban por la belleza

ánimo que reinara en ella dependía, pues, la salud de de su organización más pintoresca y de sus monumentos.

todo el sistema imperial. En España, un caso notable de recinto regular era el

Las ciudades de origen militar eran las más regula- de León ( Campamento de la VII Legio Gémina ), que

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.
Fig. 10. Timgad. Plano (Gallion, op., cit.).

fig. 1 1. Pompeya. Plano (Dib. del autor).

res, y entre ellas acaso el mejor ejemplo que conservamos

sea la ciudad de Timgad, en Numidia (Argelia), una an­ aún hoy puede advertirse por la línea de murallas, en

tigua colonia militar de Trajano. Estas ciudades forma­ su mayor parte medievales. El rectángulo legionense me­

ban un perímetro rectangular, rodeado generalmente de día 570 por 380 metros.

murallas; el recinto estaba cortado interiormente por dos Muy pocos son los vestigios que conservamos en Es­

grandes ejes o calles principales (a veces portificadas ), paña de la urbanística romana. En la calle Mayor de

que se llamaban el cardo (brazo N. S.) y el decumanus Tarragona, la Colonia Julia Victrix Triumphalis Tarra­

(brazo E. 0.). En el encuentro de éstas solía estar el co, se reconoce la antigua via decumana y perpendicu­

foro, y en su torno los templos, la curia y la basílica. larmente la via cardo con los restos del foro y del

El resto de las manzanas solía ser perfectamente regu­ palacio de Augusto, posiblemente un pretorio, del que

lar, como consecuencia de la distribución de las calles del nos queda un muro de sillería con pilastras resaltadas

antiguo campamento. Su trazado, un tanto seco, era el y una construcción abovedada.


Lecci6n 4
64 Lección 3
La ciudad islámica

Sin disputa, la ciudad m:ís suntuosa de la península

y posiblemente la más importante de todas fue la Co)o­

nia Augusta Emérita (Mérida), Fue capital de la provin­

cia lusitana, fundada por Augusto el año 25 antes

de J. C. para instalar a los eméritas veteranos de las

guerras cántabras. En el siglo IV� dice Ausonio que ocu­

paba el onceno lugar en importancia entre las ciudades

del Imperio, después de Roma, Constantinopla, Cartago,

Antioquía, Alejandría, Tréveris, Milán, Capua, Aquilea

y Arlés. Tuvo en su fundación planta cuadrada y sufrió

luego ampliaciones, llegando a ocupar un rectángulo de

9.400 por 350 metros. Las calles debían ser bastante

regulares, como lo indica la red de cloacas. En varias

partes se conservan restos bien pavimentados y con ace­

ras enlosadas con grandes piezas. Pueden reconocerse

los trazados del cardo y decumanus.

Lo mismo que en Itálica, han aparecido pórticos en


Durante el segundo cuarto del siglo vn, Mahoma, el
Bolonia (Cádiz) (Baelo). Están en el cardo maxtmus, a
«último» de los profetas, levantó en los desiertos de
ambos lados, y tienen 2,40 de anchura. Recias columnas
Arabia un movimiento confesional de tal fuerza expan­
dóricas sostenían el entablamento y se apoyaban en da­
siva que arrolló a su empuje todo el Orien�e me?i_t�rrá­
dos de piedra o en un murete corrido. De la ciudad
neo hasta la India todo el norte de Afnca, S1C1lta y
romana de Ampurias, que aprovechó el trazado de las
Cerdeña y casi toda la Península Ibérica. Más de la mi­
calles griegas, conocemos el cardo maximus empedrado
tad del Imperio romano de Justiniano cayó en sus ma­
y con pórtico a un lado. En Augustóbriga también hay
nos. En su conjunto, la extensión del Islam durante su
restos de calles porticadas. He aquí, pues, la ascenden­
apogeo (siglos VIII, IX y x) superaba, gracias a su enorme
cia lejana <le la calle porticada española.
desarrollo por Oriente, al Imperio romano en los días
Pocos rasgos urbanísticos hallamos en Córdoba, Colo­
de su mayor esplendor. . . . .
nia Patricia Corduba, capital de la Bética, que debió
«En el cuadro de la historia general de la civilización
competir en importancia con Mérida. Poquísimos en la
se puede considerar la cultura de los países islámicos
que fue populosa Clunia, capital de convento jurídico
como resultado de una revancha general del Oriente no
en Peñalba de Castro, partido de Aranda de Duero,
helenizado. Sus primeros grandes centros se encuentran
que midió 36 hectáreas de extensi6n. En Itálica, Colonia
en las fronteras orientales del antiguo mundo helenís­
Elia Augusta Itálica (fundada el 206 antes de J. C. y,
tico: Damasco, Fustat (El Cairo), Samarra y Bagdad. Un
por tanto, la colonia más antigua), se conocen cinco ca­
poco más tarde se sitúan en Persia y en Transoxania,
lles paralelas, el decumanus (con indicios de que tuvo
mientras que al extremo confín del Occidente, Marruecos
pórticos) y otras calles menores. 1-
y Córdoba pertenecen al mismo mundo espiritual»

, Frederic Van Der Meer, Atlas de la Civi/isation Occidentale. El­

sevier, edit. Paris. Bruxelles. 1952.

Chueca Goitia, 3 65
66 Lección 4

La ciudad islámica 67
La velocidad de irradiación del Islam le obliga a adap­

tarse a la cultura de los países que encuentra a su paso parecida. Las ciudades griegas y romanas, como hemos

y absorbe. No crea, pues, elementos culturales nuevos ni visto, eran muy diferentes entre sí. Las había regulares,

formas artísticas propias. Todo lo asimila y lo adapta, como las hippodámicas, y otras cuya configuración era con­

porque lo que sí es el Islam es una nueva concepción secuencia del azar histórico, de una especial topografía,

de la vida, impuesta por una religión rigorista y poco o de ambas cosas a la vez. Lo mismo puede decirse

flexible y por una teocracia puritana. de las ciudades occidentales durante la Edad Media y

los tiempos modernos. Esta similitud resulta todavía más

extraña porque los árabes heredaron de golpe ciudades

muy diferentes a las que tuvieron que adaptarse, y por­

que ellos, además, no tenían una cultura propia que

sustituvera a las pasadas.

t(

o loo >-00

Fig. 12. Fustat (El Cairo). (D1b. del autor.)

Fig. 13 Samarcanda Plano (Dib. del autor).

Los árabes apenas crean en un principio grandes ciu­

dades, ya que avanzan por los territorios más urbaniza­ Sin embargo, es posible que esta misma falta de cul­

dos de la cuenca mediterránea. Damasco, Antioquía, Te­ tura diese lugar a un predominio de las fuerzas instin­

sifón, Jerusalén, Alejandría, son fácil presa suya. Más t�vas, qu� de �na manera, por decirlo así, biológica y

adelante fundaron, sin embargo, importantes ciudades ciega se rmporua a las estructuras racionales que habían

puramente islámicas, como Bagdad (750), Kairuan (670), dejado los demás pueblos.

Bucaría, Samarcanda, El Cairo (969), Fez (siglo IX), En lo que se refiere a las ciudades, notamos a la lle­

Marrakech (siglo IX), etc. gada del Islam un visible empobrecimiento con relación

Lo que distingue a las ciudades de la civilización is­ a los complejos urbanos del mundo helenístico y de

lámica es su semejanza, desde el Atlántico al golfo Pér­ Roma. La ciudad islámica es funcional y formalmente un

sico. En ninguna otra cultura se encuentra semejanza organismo más simple y tosco. Mahoma había lanzado

a sus adeptos, a los islámicos, es decir, a los sometidos

L
68 Lección 4 La ciudad islámica 69

totalmente a su ley (esto quiere decir Islam), con un bién funcional. No se trataba en muchos casos de sim­

baga]e muy pobre para conquistar un mundo. Quién ples puertas, sino de verdaderos organismos arquitectó­

sabe si la simplicidad del instrumento fue la base de su nicos, a veces de gran complejidad. L1 puerta solía ser

eficacia. Filosofía, moral, política, legislación, todo que­ doble; una primera daba paso a un amplio espacio como

daba reducido al Corán. patio de armas. Atravesando este patio se llegaba a la


Cuando Idris II se disponía a fundar Fez le dijo a segunda puerta, que por fin daba entrada a la medina.
un viejo ermitaño que quería construir una ciudad don­ Las complejas puertas en recodo eran por sí mismas mo­

de se adorara al Dios Supremo, donde se leyera su libro numentales y de gran rlesahogo. La puerta es como el

y sus leyes fueran cumplidas. En tan simple propósito gigantesco vestíbulo de la ciudad, donde se recibe al
se encierra el programa de la ciudad i slámica. Se trata visitante.

de una regresión frente a las ciudades del mundo clásico. La puerta es como un gozne entre el espacio exterior

Faltan en las ciudades musulmanas el ágora, los locales y el interior de la ciudad. Muchas veces en la inmedia­
para las asambleas ciudadanas, los circos, teatros, anfi­ ción de las puertas es donde se establecen los zocos y
teatros, estadios, etc. Lo único que conservaron fueron mercados, constituyendo las llamadas plazas del arrabal.

las termas, convirtiéndolas en organizaciones más modes­ La Plaza Mayor de Madrid fue la plaza exterior (plaza

tas y más estrictamente dedicadas al baño. Pero al fin del arrabal) junto a la Puerta de Guadalajara. La plaza
y al cabo los baños siguieron siendo una de las más im­ de armas o patio entre las dos puertas suele, hasta cierto

portantes manifestaciones de la relación social. punto, hacer las veces del ágora o plaza pública. To­

davía podemos ver hoy este fenómeno en la Bab-Segma

de Fez, en cuyo patio se apiña la multitud para con­

templar a los encantadores de serpientes, para oír a los

recitadores de cuentos e historias, a los músicos y can­



tantes.
'

'
De todas maneras, el aspecto de la ciudad musulmana
i •
es mucho más indiferenciado que el de la ciudad clá­
'

sica y el de la ciudad moderna. Una ciudad cuanto más


..: 5:3.? ,
compleja funcionalmente, más diferenciada resulta en sus
: ¾- -
estructuras. De aquí la monotonía de las orientales en

esto herederas de las urbes prehelénicas. El mundo 'islá­


_,..
mico recoge buena parte de la herencia del mundo pri­

Fig. 14. Rabal. Puerta de la Kasba de los Udayas (Dib. del autor). mitivo oriental, de las ciudades egipcias y mesopotámicas.

Si conociérarros mejor éstas, podríamos establecer más

En cambio existe un elemento primordial de la ciudad fácilmente cuál ha sido el precedente y la génesis de las

musulmana que es la puerta. Todas las ciudades de la del Islam, que hoy nos parecen insólitas.

Edad Media, por el hecho de estar amuralladas, tenían Sin embargo, no cabe duda que tomando los elemen­

puertas, algunas muy importantes, pero en ningún caso tos que tomaran de las ciudades orientales preexistentes,

alcanzaron el carácter decisivo que tienen las puertas en los mahometanos las transforman, las «usan» a su ma­

la estructura de la ciudad musulmana. Las puertas, ade­ nera, asimilándolas. La capacidad digestiva del musulmán

más de un valor simbólico preponderante, lo tenían tam- es. en este aspecto, asombrosa. Por eso, porque han des-
La ciudad islámica 71

Lección 4
70
t:1. de otros grupos, que reúne bajo una soberanía, y

hechp, rehecho y vuelto a deshacer tantas veces sus ciu­ mucre en la ciudad, fundada como residencia de ese po­

dades han acabado por convertirlas en una especie de der político. La visión es simple y profunda. Quien no

magma urbano que no se parece en nada al de otras tiemble un poco ante esa imagen cíclica, ante ese breví­

civilizaciones. simo film metahistórico y lo juzgue una puerilidad, es

Hemos visto en la introducción cómo la ciudad mu­ él pueril. Según esto, para Abenjaldum, que era un hom­

sulmana se opone al campo, asemejándose en esto a la bre cultísimo, la civilización, consecuencia inexorable de

ciudad clásica y separándose de la ciudad anglosajona, la cooperación, constituye un mal en sí misma y es, en

que convive mucho más estrechamente con el entorn.o el proceso de toda evolución social, el principio que le

natural circundante. En alguna manera se puede decir mata. El extremo de civilización es históricamente una

que todavía es más honda la dicotomía campo-ciudad en misma cosa. éPor qué? La civilización es la ciudad y

el Islam que en cualquier otra cultura. la ciudad es la riqueza, la abundancia, la vida superflua,

Esto nos hace pensar en la famosa interpretación di­ lujo y lujuria. 'La familia que llega a reinar sufre el

námica de la historia de Abenjaldum, que coincide como influjo del tiempo, pierde su vigor y cae en corrupción.

anillo al dedo con la teoría de la ciudad que aquí sus­ Los cuidados que se ven obligados a dar al imperio que­

tentamos. Para el penetrante filósofo, la aparente baraún­ brantan sus fuerzas; llegan a ser juguete de la fortuna,

da de los acontecimientos africanos se reduce a uno porque se han enervado en los placeres y agotado sus

solo: la coexistencia de dos modos de vida, la vida fuerzas en el goce . y e1 lujo. He aquí cómo termina su

nómada y la vida sedentaria. Ambos modos son irreduc­ dominación política y su progreso en 1a civilización o

tibles entre sí y viven en perpetua lucha. El nóma�a es urbanidad de la vida sedentaria, modo éste de existencia

el campesino, el hombre del desierto; el sedentario es natural a la especie humana, como es natural al gusano

el ciudadano. hilar su capullo a fin de morir dentro de él'.»

Seguiremos el pensamiento de Abenjaldum de la mano «En otro lugar, Abenjaldum nos dice: 'Si los árabes

de Ortega y Gasset, que tan donosamente nos lo explicó tienen necesidad de piedras para servir de soporte a sus

en aquel luminoso ensayo suyo titulado Abenjaldum nos marmitas, arruinan las construcciones próximas a fin de
2•
revela el secreto procurárse1as. Si han menester maderas para hacer esta­

«La sociedad humana comienza en el libre campo, cadas en que sustentar sus tiendas, destruirían los techos

como nomadismo, y es allí un m�nimum de cooperac�ón de las casas para agenciárse1as. Por la naturaleza misma

y un máximum de lucha. La socle?ad humana termina de su vida son hostiles a todo lo que signifique edi­
3•
por la fundación de ciudades y . tiende forzosamente a ficio'»

esto'. En cambio, no acontece lo inverso: los cmdada�o_s «En esta tensión entre campo y ciudad reside el secreto

no retroceden a la vida nómada, al libre campo (pagi­ de la historia musulmana. El nómada, valiente, esforza­

na 258). 'La vida sedentaria es el término en que la do, batallador, templado por una vida pobre y dura, es

civilización viene a detenerse y corromperse; en ella el el conquistador. Cae sobre las ciudades y las hace suyas,

mal llega al máximum de su fuerza y no puede encon­ pero al hacerlas se envenena de su virus fatal y cae en
trarse el bien' (pág. 260). El ciclo de una ciudad se ha la molicie, para que, al correr de los años, otros nóma­

consumado; nacida en el campo, fructifica en la conquis- das vengan a usurparle su puesto. Así, toda la historia

, El Espectador, V I ll , 19l4. Ubras completas, t. II, p. �l a 67'1.

Las páginas citadas en el texto son las que anota el pro�10 Ortega
) P. 340. Ortega y Gasset, Obras completas, II. p. 669.
tomadas de la edición de los Prolegómenos de Abenjaldún de M.

de Slane. París, 1858.


72 Lección 4

La ciudad islámica 73
se convierte en un proceso siempre repetido: períodos

de invasión y creación de estados, períodos de civiliza­ la opinión del sociólogo americano E. R. Park, la socie­

ción y nuevos períodos de invasión. Abenjaldum llega a dad humana está organizada en dos niveles: el biótico

fijar la cifra temporal de este ritmo en tres generaciones y el cultural, la musulmana es consecuencia del nivel bió­

(ciento veinte años). Eso dura un estado. 'Poco antes, rico, que predomina en la sociedad islámica. En aparien­

poco después, sobreviene la decrepitud. Los estados, cia, el plano de una ciudad musulmana a lo que más se

como los individuos, tienen una vida: crecen, llegan a asemeja es al diagrama de un cuerpo vivo, a la imagen del

la madurez, luego comienzan a declinar'» 4. sistema nervioso o a un corte de la masa encefálica.

La teoría de Abenjaldum nos explica perfectamente el

proceso de las ciudades musulmanas, su oposición al en­

torno campesino, es decir, su vida específicamente urba­

na. También su falta de continuidad en el aspecto

arquitectónico. Siempre nos ha extrañado que los mu­

sulmanes no continuaran en sus ciudades la tradición de

las romanas y helenísticas, ya que debieron encontrarse

muchas de ellas en un estado de bastante integridad.

Pero la manera de ser, eminentemente destructora, de

los árabes, les hizo irrespetuosos con todo aquello que

encontraron a su paso. Cada nueva invasión y pillaje

llevaba consigo la destrucción de las ciudades conquis­

tadas y, por consiguiente, la erección de otras nuevas. Lo

que sucedía era que su instinto permanente e invariante


Fig. 15. Toledo. Interpretación de su silueta en época musulmana. En
renovaba siempre la misma ciudad. De este modo se lugar de la torre de la Catedral, el alminar de la mezquita mayor.

puede decir que las construcciones eran siempre distin­

tas, pero que la estructura de la ciudad volvía a ser la La verdad es que la estructura de la ciudad musulma­

misma, no importando para todo esto el correr del tiem­ na es la que menos atención ha reclamado de los histo­

po ni las diferencias geográficas. Por eso, como decía­ riadores del urbanismo y de los geógrafos. En casi todos

mos en un principio, las ciudades islámicas son tan los tratados se elude su estudio, mientras se dedica gran

semejantes en todas las épocas y en todas las latitudes. espacio a la ciudad de la antigüedad, del mundo clásico,

Por eso la ciudad musulmana es de un tipo tan singular medieval, renacentista, barroca y moderna. El geógrafo

y tan característico, sin precedentes a no ser en los ar­ Robert E. Dickinson se hace cuestión de esta necesidad.

canos senos del alma oriental. «Estas ciudades sin plano, amasijo de edificios y casas,

La ciudad islámica con su compacto caserío, con sus con calles llenas de vida que varían de anchura y de

terrazas, con sus patios como únicos espacios abiertos, dirección y se ramifican saliendo de otras principales para

con sus callejuelas tortuosas e insignificantes, no se ase­ terminar en culs-de-sac, estas ciudades, laberintos impo­

meja a nada, porque no es un artificio racional, sino sibles de descifrar, _incluso con un mapa, son típicas de

un organismo puramente natural y biológico. Si, según España. Son así las ciudades moriscas que, tras la expul­

sión de los musulmanes, fueron abiertas mediante gran­


O. C., II, p. 665 y 666.
des plazas y cortadas por nuevas vías siguiendo la tradi­

ción europea. Son características también, casi sin altera-

L '11
La ciudad islámica 75

74 Lección 4
La confusión, la carencia de plan no son sólo pro­

dones modernas, de las tierras musulmanes del norte de ducto de una vida nómada cristalizada o congelada en

Africa y del Medio Oriente. El tipo se asocia igualmente forma de ciudad. Son también consecuencia de una civi­

con las ciudades-oasis del norte de Africa y del Asia Cen­ lización, unas creencias y unas formas de vida, irreducti­

tral, tales· como Ferghana y Samarcanda. Lo encontramos blemente islámicas, que en la ciudad se expresan en

de nuevo en las ciudades indígenas de Hungría y Rumania grado eminente y que ya hemos señalado en la Introduc­

y en los Balcanes durante el período turco. En los últi­ ción de este libro, a la que nos remitimos para no hacer

mos cincuenta años 1a occidentalización de estos países fatigosa la lectura con innecesarias reiteraciones.

se ha señalado por la transformación de estas ciudades Sin embargo, es necesario, para tornar el hilo, pun­

según patrones occidentales, por la apertura de grandes tualizar sintéticamente algo de lo que allí dijimos. Entre

vías y espacios abiertos. El contraste entre la Sofía turca la ciudad pública, la polis griega, la civitas romana y la

y la moderna es tan marcado como entre una ciudad­ ciudad doméstica del mundo germano tenemos otro tipo

oasis del norte de Africa y una ciudad planificada del de ciudad irreductible a los dos primeros: la ciudad is­

siglo XIX de Europa Central. El crecimiento y plano de lámica, que llamaríamos privada. Su clave nos la dan los

estas ciudades de tierras semiáridas, con sus nómadas versículos 4 y 5 del capítulo XLIX del Corán, llamado

convertidos en ciudadanos sedentarios, exige una inves­ el Santuario (vid. pág. 12). Esto da a la ciudad musul­

tigación. Se desarrollan como compactos asentamientos mana un carácter profundamente religioso que desde la

campesinos sin ninguna clase media organizada y sin nin­ propia casa (que para el musulmán es un santuario) tras­

guna idea de plan o autoridad. Fueron, y son, grandes ciende a todo, impregna todo. Si la ciudad clásica, aris­

comunidades rurales de campesinos que poseen tierras totélica, es la suma de un determinado número de ciu­

en los alrededores, más que centros comerciales para dadanos, la ciudad islámica es la suma de un determinado
5•
servicio del campesinado» número de creyentes.

Aparte de que Dickinson comprende la singularidad Su carácter privado, hermético y sagrado presta a este

de estas ciudades y reclama la necesidad de su estudio, tipo de ciudad otra nota que podemos expresar con la

no las interpreta ni las entiende. El que sean un ama­ palabra secreto. La ciudad islámica es una ciudad secre­

sijo laberíntico de calles enrevesadas no impide, antes ta, una ciudad que no se ve, que no se exhibe, que no

bien obliga, la necesidad de esa interpretación. No se tiene rostro, como si sobre él cayera el velo protector

resuelve el caso, como parece apuntar este autor, dicien­ que oculta las facciones de la esclava del harén. La calle,

do que son meros asentamientos campesinos sin función que es el rc:Ístro de la ciudad, el escaparate donde se

urbana. ¿Cómo puede decirse esto de ciudades como El presentan el palacio del noble, la vivienda del burgués,

Cairo, Córdoba, Sevilla o Fez, eminentemente urbaniza­ el edificio público o el monumento religioso, es natural,

das, centros políticos, culturales y religiosos en una ex­ por este y otros hechos, que no exista en la ciudad mu­

trema medida? Se trataba, por el contrario, de ciudades sulmana. Es una ciudad secreta que no tiene calles. No

que asumían este papel de una manera radical y exclu­ es que éstas sean irregulares o confusas, es que en puri­

yente frente al campo señoreado por el nómada. El que dad no son calles, son otra cosa. También son irregulares

no fueran tan exclusivamente ciudades destruiría la tesis e intrincadas las calles de muchas ciudades medievales

de Abenjaldum señalando la polaridad del campo, esce­ y, sin embargo, son calles en toda la extensión de la

nario de la vida nómada, y la ciudad, de la sedentaria. palabra, escaparate expresivo de la faz de la ciudad.

Ya hemos dicho también que la ciudad occidental, sea


5 Robert E. Dickinson, The Wes European City. London, 1951, p

273.
76 Lección -t La ciudad islámica 77

clásica, medieval o moderna, se organiza de fuera a den­ las ciudades medievales cnsnanas y que sólo volverán

tro, desde la calle, -spacio colectivo, hacia el interior a renacer en algunas urbanizaciones modernas del tipo

de la casa, espacio doméstico. Pero siempre es la calle de las ciudades-jardín, donde predomina también el sen­

lo predominante desde el punto de vista morfogenético. timiento de lo doméstico y de lo privado.

En cambio, en la ciudad islámica todo se constituye de

dentro a fuera, perdiendo todo valor estructural el espa­


cio colectivo, es decir, la calle. Por eso no ha de extra­

ñarnos la falta de sentido que tienen las «pseudocalles»

de las ciudades islámicas si queremos entenderlas con un

enfoque occidentalista. Carecen de sentido si aplicamos

las nociones nuestras a una realidad que parte de unos

supuestos totalmente diferentes. En cambio, si tratamos

de comprender estos supuestos, los que dieron origen a

este tipo de ciudad, todo nos resultará más claro y

descubriremos el sentido que antes no acertábamos a

desentrañar.

En el dédalo de callejuelas de las ciudades musulmanas

advertimos en seguida un hecho sorprendente: la enor­

me cantidad de callejones sin salida, de «adarves» en el

sentido etimológico del darb árabe. El «adarve», en este

aspecto, es algo así como la negación de la calle, la nega­

ción del valor estructural de la calle en la formación de

la ciudad. La calle formativa es la que conduce de un

lado a otro, siendo pieza esencial de ese espacio público

condicionante. El «adarve» no tiene salida, no tiene conti­

nuación, no sirve un interés público, sino un interés

privado, el del conjunto de casas en cuyo interior penetra


1 _ ::::- ;
para darles entrada. Es, por tanto, una calle privada que

de hecho se cerraba de noche, aislando y protegiendo

una pequeña comunidad de vecinos. Decir calle privada

parece y es una contradicción en los términos. La calle,

tal como nosotros la entendemos, es algo público que no


Fig. 16. Fez. Una calle de la medina (Dib. del autor).
admite privatización. Desde el momento que se priva­

tiza ya no es calle, es otra cosa, que es lo que nosotros Pero se nos dirá que en las ciudades musulmanas

sostenemos. Gracias al uso extensivo de los adarves o t ambién existe l a calle de tránsito, que conduce de un
callejones sin salida los musulmanes lograron privatizar l ado a otro, y q ue es inevitable para el funcionamiento
una gran parte del espacio público sustrayéndolo a su de la ciudad. Sí, en ef ecto, pero también estas calles s e
condición. Así nos damos cuenta de por qué proliferó con dicionan de u na manera diferente según su p eculiar

tanto este elemento urbano que ap_enas encontramos en m anera de ntender


e la ci udad. U na calle occidental es
78 Lección 4

La ciudad islámica 79
siempre un algo continuo, cuyo ejemplo más perfecto

es una alineación recta. No importa que la calle medieval

sea muchas veces sinuosa y adopte las formas curvilf­

neas más diversas; por eso no se pierde la continuidad.

En cambio, en la calle musulmana, aunque se trate de

una arteria de tráfico, esta continuidad se rompe siempre

con un recodo o con un quiebro. Es frecuente la calle

que se prolonga paralela a sí misma mediante un quie­

bro que rompe la perspectiva. Al musulmán le repugna

la alineación indefinida de una perspectiva continua que

destruye toda intimidad, acostumbrado como está a guar­

dar ésta celosamente. Por tanto, mediante estas calles

quebradas, donde no existe ninguna alineación recta ni

ningún transcurso continuo, logra el musulmán este sen­

tido intimista hasta en el espacio menos privatizado, más


público.

El encanto que se desprende del espectáculo urbano

en las ciudades islámicas se basa en lo que acabamos de

decir: en el hecho de su intimidad. Si nos encontramos

en una avenida inmensa y rectilínea de Manhattan, el

escenario urbano desaparece y sólo queda una abstracta

perspectiva sin fin que no nos dice nada, que casi nos

asusta. Extremo opuesto: si nos encontramos en medio

del dédalo de callejuelas toledanas, nuestra vista está

siempre recogida y como amparada por un «dentro» ex­

presivo y humano. Nos hallamos en una «interioridad»

formada por el hombre que nos subyuga, es decir, que

nos tiene bajo su yugo. Estamos bajo condición o en

condición de intimidad.

Es curioso que estas formas urbanas islámicas persis­

tan luego como invariantes en ciudades posteriores cris­

tianas en aquellos países que tuvieron un pasado árabe,

como nos sucedió a nosotros los españoles. Por ejemplo,

en una ciudad tan abierta y despejada como Alcalá de

Henares, que casi parece una ciudad regular moderna,


F 17 Málaga. Una calle. Obsérvese el intimismo de la calle cerra�a
encontramos calles paralelas a sí mismas, calles en es­
c��- la· torre de la Catedral al fondo y compárese con la fig. 16 {D1b.
cuadra, quiebros y ensanchamientos quebrados cuyo ori­ del autor).

gen musulmán es evidente. Es que la historia no pasa

en vano.
80 Lección 4 La ciudad islámica 81

Este sentido intimista de la. calle va parejo con el caprichosos y brutales giros de la fortuna, que el cre­

carácter secreto de la ciudad. Una calle continua, abier­ yente acepta con estoica resignación por ser la prueba

ta, es obligadamente exhibicionista, y al musulmán re­ palpable de que su destino depende de la mano del Altí­

pugna todo esto. Prefiere el secreto, que no se sepa lo simo. Nada permanece, sino Alá.

que hay detrás. En esto juega también una parte impor­ La radical igualdad del musulmán, esclavo de Dios, le

tante el sentido igualatorio de la religión de Mahoma. hace ser extraordinariamente cauto y prudente cuando

El Islam es una teocracia igualitaria. Para el cristia­ se trata de expresar mediante signos externos su jerar­

no, todo el poder viene de Dios, Ümnis '-potestas a Deo, quía o su fortuna: esa jerarquía o esa fortuna que pue­

pero el musulmán va más allá, es Dios, sin delegación den ser tan frágiles como pétalos de fosa azotados por el

alguna, el que gobierna por medio de su libro revelado. viento del desierto.

Por tanto, el poder de este libro es superior al que Juzgamos que quizá no hubo príncipes tan dispendio­

tienen los textos sagrados de otras culturas. Dios gobier­ sos y fastuosos como los musulmanes en sus alcázares

na solo, infinitamente solo en su trascendencia inaccesi­ de ensueño, pero olvidamos que estos palacios de su

ble'. El califa es la sombra y la espada de Dios. intimidad los escondieron tras opacas e inexpresivas mu­

Esta noción absoluta del poder lleva en sí, como ger­ rallas, no ofreciéndolos a la vista porque esto sería un

men, su fragilidad. El que gobierna está legitimado por desafío a esa igualdad fundamental. El musulmán no

el mismo hecho de gobernar, ya que desde el momento concibe el elevar una fachada significativa y esplendo­

que así lo hace es porque Dios así lo quiere. Esto legi­ rosa en una calle o en una plaza públicas para exhibir su

tima también la sedición y el golpe de mano, que si afortunada condición. Su recato es un signo de respeto

triunfa es también porque Dios lo ha querido. :-.Juestros a sus hermanos, a sus iguales. La primorosa fachada de

pronunciamientos militares del siglo xrx son hasta cierto su casa la levantará en uri patio suyo, propio, no sólo

punto un residuo de un concepto del poder típicamente para su íntima contemplación, sino para respetar a aquel

musulmán. El poder se legitima por el hecho mismo de que no la puede tener. De aquí, como decimos, que la

su éxito. ciudad musulmana sea una ciudad secreta, indiferenciada,

Teniendo en cuenta que el poder no sólo viene de sin rostro, misteriosa y recóndita, hondamente religiosa,

Dios, sino que lo ejerce Dios, ante Él todos los creyentes, símbolo de la igualdad de los creyentes ante el Dios

todos los sometidos, todos los islámicos, son fundamen­ Supremo,

talmente iguales por el hecho de ser creyentes. Para el En medio de la indiferente estructura de la ciudad

cristiano, la confrarérnidad se basa en ser hermanos, musulmana, no sabríamos distinguir unos barrios de

como hijos de Dios, criaturas suyas en libertad. Para el otros si no fuera por la población que los frecuenta.

musulmán, más bien en ser esclavos de Dios y, como Mientras los que ocupan las viviendas están la mayoría

tales esclavos, sin personalidad propia. No existen más de las veces silenciosos y desiertos, los dedicados al co­

que por la intervención extrínseca y discontinua de Dios. mercio se caracterizan por su ajetreo y bullicio. Pierre

Dios quita y Dios otorga según sus inescrutables desig­ George nos describe así la misteriosa ciudad de Damas-

nios. El sultán de hoy puede amanecer mañana hecho un , co. «La vieja ciudad ofrece el contraste familiar en todo

mendigo, y ni la víctima. ni la sociedad se extrañarán el Mediterráneo musulmán, entre los barrios de vivien­

nada por eso. La historia ,qel Islam está llena de estos das y la calle de los comerciantes. El primero es un

hormiguero .de calles estrechas, a menudo cubiertas por


• Louis Gardet. La Cité Musulmatie. Vie Socia/e et Politique. Li­
brairie Philosophique J. Vrin, París, 1954, p. 35.
los salientes de las casas, y que terminan a veces en
83
La ciudad islámica

82 Lección 4
rrios y arrabales la población se agrupaba de acuerdo

callejones ciegos. Las casas bajas, construidas de tapial con sus oficios y medios de vida. Torres Balbás nos se­

y madera, están cerradas a la curiosidad. Ninguna aber­ ñalaba a manera de ejemplo el arrabal de los barberos

tura, salvo la puerta de entrada. Las ventanas del piso

superior,

sías.

que
La

no
vida
bien

percibe
enrejadas

privada

más
es

que
o cegadas

impenetrable

sombras
con persianas

para

huidizas
el

a
y celo­

transeúnte

través del
�---
estrecho foso de la calle. El silencio y la calma hacen

olvidar la extraordinaria acumulación de la población.

Pero ésta se presenta con una exageración multicolor

en el zoco, mercado de bardo o mercado general. Aquí

aparece la otra faz del Oriente, con su ruido de multitud

y su olor acre de especias, polvo y sudor. Todos los

pueblos, todos los tipos, parecen haberse dado cita:

campesinas de Ghuta con amplios velos claros, rosa o

azul pálido, hauraneses de cara tatuada y severo traje

azul oscuro, judíos de Bagdad todos de negro, la cara

bajo la visera a la moda de Persia, beduinos del desierto

envueltos en sus harapos y en su dignidad, curdos con

turbantes multicolores, afganos vestidos de blanco, ne­


7•
gros del Sudán en bubú y maghrebíes en su chilaba»

El aspecto general de las villas de Oriente, si las con­

templamos desde lo alto de un alminar, es el de una

sucesión de terrazas donde se sacuden las alfombras y

se seca la ropa al sol. De cuando en cuando aparece el

agujero de algún patio interior del que emergen contados

árboles, el trazado de las calles se pierde a la vista y

lo único que se destacan son algunas torres y cúpulas.

Todas las ciudades islámicas estaban cercadas de mu­

rallas, pareciéndose en esto a sus contemporáneas del

mundo cristiano. El núcleo principal, llamado Madina

-de donde ha venido el término castellano medina que

encontramos en numerosos topónimos-, encerraba la

mezquita mayor, la Madrasa, la alcaicería (Kaisariya) y

las principales calles comerciales. Luego venían los ba­


Fig. 18. Tctu.án. Una calle
' encubierta (Oib. del autor).
rrios residenciales y, por último, los arrabales (arbad),

que a veces estaban encerrados en sus propias murallas de Toledo; de los curtidores (al-Dabbagin), en Zarago­

que se apoyaban en la principal. En muchos de los ba- za· de los halconeros (al-Bayyazin), en Granada, Alhama,

Quesada y Baeza; de los alfareros (al-Fajjarin), en Gra-


7
Pierre Gcorge, la vi/fe. Presses Universitaires de France. Paris,
1952, p. 27�271.
84 Lección 4 La ciudad islámica 85

nada, y los barrios de estos últimos, de los bordadores daba, la ciudad romana se hallaba sepultada bajo cuatro

o tejedores (al-Tarrazin) y de los funcionarios de la corte o cinco metros de escombro, que hacen pensar en la

(al-Zagagila), en Córdoba'. serie de catástrofes que hubieron de producirse en tan

Ya hemos hablado suficientemente de las calles, su turbulentos años.

diversidad, características y funciones. Muchas de ellas «Hacia el año 1100 existían en la España musulmana

estaban encubiertas. «Respondía esta disposición a lo ocho ciudades por lo menos, Córdoba, Toledo, Almería,

apretado del caserío urbano dentro de la cerca. Faltas Granada, Mallorca, Zaragoza, Málaga y Valencia, ricos

de espacio, las viviendas extendían sus pisos altos -so­ y populosos centros de civilización, cuyo recinto mura-

brados o algorfas- sobre las calles por medio, unas

veces, de voladizos apeados en tornapuntas o jabalcones,

como hubo en Granada sobre el río Darro y son fre­

cuentes en ciudades orientales y norteafricanas, y otras

cubriendo totalmente un tramo de la calle; sin restar


9•
superficie a ésta, aumentábase la edificada»

Las Ordenanzas de Toledo disponían que los cons­

tructores de «Sobrados. que atrauiesan las calles a que

dizen encubiertas» debían de hacerlos de altura suficien­

te para que pasara bajo ellos «el cavallero con sus armas

e que non le embargue».

Para nosotros los españoles, el conocimiento de las

ciudades islámicas es de un enorme interés, porque du­

rante toda la Edad Media los centros urbanos más im­

portantes son los debidos a los invasores agarenos. Mien­

tras los cristianos pobladores de la España septentrional

vivían esparcidos por el campo o en pequeñas agrupa­

ciones junto a monasterios o castillos, los árabes, desde Fig. 19. Córdoba. Alrededores de la mezquita. Toledo. Alrededores de
la catedral (Dib. del autor).
los siglos IX y x, fundaron populosas y florecientes ciu­

dades. Tenemos noticias de Córdoba desde el siglo x,

una ciudad que rivalizaba con los grandes emporios do ocupaba más de cuarenta hectáreas y su población

orientales, como Damasco, Bagdad y Constantinopla. Des­ excedía de las 15.000 almas» (Torres Balbás). Esto era

de el principio, caracterizaba su estructura urbana la un hecho insólito en la Europa occidental, donde apenas

irregularidad de sus calles y manzanas y el ser ciegas existía la vida urbana.

muchas de aquéllas. Estructura similar a las de Oriente Todas estas ciudades obedecían a la misma estructu­

y, por tanto, importada, sin que influyeran los trazados ra, aunque se dieran casos como el de Zaragoza, donde

romanos y visigóticos. Cuando llegaron los árabes a Cór- al parecer se conservaron algunas características del tra­

zado romano. Un autor musulmsir , Al-Himyari, señala,


' Torres Balbás, el.a estructura de Tas ciudades hispanomusulma­
nas: La Medina, los arrabales y los barrios.. Al Andalus, XVII, 1953,
extrañado, la para él insólita disposición en cruz de las
pp. 149, 177.
calles de Zaragoza, con cuatro puertas en los extremos
� Torres Balbás, Cervera, Chueca, Bidagor, Resumen histórico del

Urbanismo en España. l. E. A. L. Madrid, 1�54, p. 28. de las dos más importantes, el cardo y el decumanus.

l ' (
'V
86 Lección 4

Lección 5
La disposición típicamente musulmana la conservan
La ciudad medieval
en España muchas ciudades que cuentan entre las más

importantes de la península: Sevilla, Toledo, Granada,

Córdoba, Murcia, Écija, parte de Málaga, Valencia y Al­

mería. Estas ciudades nos parecían hasta ahora el colmo

de la inadaptación a la vida moderna por la imposibi­

lidad en ellas de la circulación del automóvil. Sin em­

bargo, esta circulación ha adquirido tales proporciones

que incluso en las ciudades modernas tendrá que llegar

Con la lenta caída del Imperio romano y todo lo que

éste suponía en cuanto a organización política e insti­

tuciones, el mundo occidental va cambiando de aspecto,

y las ciudades, las antiguas ciuitas romanas, decrecen de

tal manera que muchas de ellas desaparecen por com­

pleto. La población, entonces, se disemina por todo el


Fig. 20. Granada. Barrio del Albaicín (Dib. del autor).

área rural, dejando de estar agrupada en grandes con­

centraciones. Este hecho es acaso uno de los más impor­


un día en que haya de prohibirse en el centro, dejando
tantes para comprender todo lo que será la Edad Media
grandes islotes para el único paso de los peatones. Es­

tas medinas musulmanas podrán ser excelentes islotes y verdaderamente esencial para la inteligencia de su

en el corazón de una urbe del futuro, lugares para gozar proceso urbano.

de calma y de silencio o para el discreto deambular por La Edad Media europea empieza poniéndose a nivel

las calles animadas y pintorescas. Así se volverá a reanu­ de una rudimentaria sociedad agraria, que será la base

de su economía y de su desenvolvimiento posterior. El


dar la vida ciudadana, la vida callejera, que el automó­

vil, monstruo insaciable, está extirpando de nuestras régimen señorial que se establece en toda Europa, el

feudalismo, tiene fundamentalmente esta base agraria.


urbes.
El rey cuenta con señores feudales que le apoyan y le

sostienen en caso de guerra y a los cuales otorga el do­

minio de vastos territorios. Sobre ellos gobierna el señor

casi con poderes absolutos, obteniendo del campo todos

87
La ciudad medieval 89
88 Lección 5

un acusado carácter terrícola, como ha observado Luis


sus recursos y sometiendo a la población campesina a una Díez del Corral, a cuyas páginas, ya citadas, me remito.
servidumbre completa de vidas y haciendas. «El carácter campesino de la cultura europea manifiés­
El carácter agrario de la sociedad y de la economía tase de esta suerte en sus más diversas facetas: en el
medievales modifica sensiblemente el rostro de Europa.
arte, en la vida eclesiástica, en la política y la organi­
El hecho de estar la población diseminada hace que, poco
zación social , en la economía y en la vida militar. No
a poco, roda la tierra sea objeto de cultivo, cambiando
implica tal apreciación una actitud romántica de desva­
y humanizándose el paisaje; estableciéndose, como ha
lorización de la ciudad europea frente al campo. Es evi­
1,
dicho muy bien Luis Díez del Corral un continuum,
dente que lo más excelso de la cultura europea ha sur­
un trabado y vivo tejido geográfico humano. El labriego
gido en la ciudad y no en el campo -en menor grado,
fue la piedra angular de Occidente, «el agro, su mo­
desde luego, que en el mundo antiguo o en buena parte
rada y su tarea fundamental, a la que contribuyeron con
del oriental-; pero tratábase de unas ciudades que eran
el labriego, el monje, el noble, el burgués, el príncipe
campesinas por estar envueltas y enraizadas en una so­
y hasta el emperador en persona».
ciedad de tal índole, de donde se les originó, paradóji­
Esta situación suponía un contraste y diferencia nota­
camenre, la posibilidad de vacar a otros menesteres y
bles con lo que había sucedido en el mundo antiguo y
de desarrollar un tipo de vida y cultura sui generis, de
en el mundo islámico, donde la función rectora de la
un carácter máximamente ciudadano» (págs. 148-149).
sociedad había correspondido enteramente a las ciudades
Sabida es la importancia que en la cultura y en
y donde la población se había concentrado en algunas

de éstas de gran desarrollo y volumen. la vida medieval en general adquiere la organización mo­

nástica. Frente al cristianismo griego y bizantino, de ca­


En el mundo islámico, como ya tuvimos ocasión de

acentuar, gran parte de la. población se acumuló en las rácter eminentemente urbano, la vida religiosa de Occi­

ciudades, y la explotación agraria se reducía muchas ve­ dente se caracteriza también por esta dispersión agraria.

ces a cultivos intensivos agrupados en torno a estos El monasterio es un centro religioso aislado, indepen­

centros urbanos. Puede decirse que, en el Islam, de la diente de la ciudad y vinculado profundamente al cam­

vida nómada se pasa, sin un asentamiento campesino, sin po. Gran parte de la colonización agraria europea fue

transiciones, a la vida urbana. Es posible que el carác­ debida a estos centros monacales, que .coadyuvaron a dar

ter agrario de la sociedad europea durante la Edad Me­ plasticidad y flexibilidad a ese continuo a que anterior­

dia fuera favorecido por las características naturales del mente hicimos mención.

suelo en Francia, Germania e Inglaterra, que se presta Dentro de ese continuo, de ese tejido geográfico hu­

a ese cultivo continuo por sus excelentes cualidades mano, se engarzarán las ciudades de una manera perfec­

agrícolas. En cambio, el campo, para los musulmanes, era tamente orgánica sin que se rompa su continuidad ni se

la mayoría de las veces una pequeña vega o un oasis altere su estructura. Tampoco serán demasiado grandes.

de gran fecundidad, en medio de un desierto imposible Una ciudad de gran tamaño rompería precisamente la
para todo cultivo. Es, pues, indudable que un determi­ continuidad del susodicho tejido. Así vemos que, al final
nismo geográfico condicionó también la distribución de­
de la Edad Media, de la población del Imperio germá­
mográfica en unas y otras culturas.
nico, que comprendía unos 12 millones de habitantes,
Toda la cultura europea durante la Edad Media tiene
sólo el 10 ó el 15 % vivía en las ciudades. Estas

alcanzaban, sin embargo, el número de 3.000, y la razón


1
El rapto de Europa, cap. V, p. 140.
90 Lección 5

L! ciudad medieval 91
no era otra que su pequeñez, ya que sólo 10 ó 15 re­

basaban los 10.000 habitantes. Elíseo Reclus, estudiando la distribución de las ciudades

Se realizaba, por consiguiente, en la Edad Media eu­ francesas de origen medieval, considera que su relación

ropea el esquema ideal del asentamiento rural, ejemplo espacial parte de la distancia que puede recorrerse a pie

de la colonización continua de todo un territorio. Los en una jornada de ida y vuelta.

geógrafos han estudiado algunos esquemas abstractos de La ciudad de los tiempos medios, propiamente tal, no

este tipo, y uno de los más conocidos es el llamado aparece hasta el comienzo del siglo XI y se desarrolla

sistema exagonal, en el que por medio de una red de fundamentalmente en los siglos xn y xm. Antes de este

exágonos, que abarcan completamente una extensión momento dominaba completamente la organización Ieu­

dal agraria de la sociedad. Frente a ésta, el crecimiento

de las ciudades se origina principalmente por el desarro-

' ' • 1

�­

- t-

Fig. 21. Mont SL Mkhd (D1b. del autor).

Fig:. 22. Londres en la Edad Media, ciudad comercial y portuarm (D1b.


territorial, se sitúan jerárquicamente los diversos cen­
del autor).

tros, desde la más elemental aldea hasta la capital del

condado, de la región o de la nación. Donde este tipo llo de grupos específicos de tipo mercantil y -rresano.

de reparto jerárquico de los centros urbanos puede darse El verdadero motivo que da nacimiento a la ciudad me­

con caracteres más geométricos es precisamente en el dieval, y que en cierto modo es el fundamento de toda

asentamiento agrario, ya que otros tipos de asentamien­ sociedad en general, es el comercio y la industria, que

to, como el del nómada o el de la civilización industrial, empieza a despuntar pasado el año 1000 cada vez con

no obedecen tan claramente a estos patrones. De todas más fuerza. Con el desenvolvimiento del comercio en

maneras, se comprenderá que no se trata más que de los siglos XI y XII se va constituyendo una sociedad bur­

abstracciones muy crudas, que sólo muy por encima pue­ guesa que se compone no solamente de mercaderes via­

den ayudar a interpretar la realidad, no a representarla. jeras, sino de otras gentes asentadas permanentemente

en estos centros donde el tráfico se desarrolla: puertos,


92
Lección 5 La ciudad medieval 93

ciudades de tránsito, mercados importantes, villas arte­


riales que provenían del cada vez más floreciente desarro­
sanas, etc., etc. En estas ciudades se establecen personas
llo de los centros comerciales.
que ayudan a todos los menesteres que el desenvolvi­
La ciudad medieval se constituye, pues, como un área
miento de los negocios exige: armadores de barcos, cons­
de libertad en medio del mundo rural circundante, so­
�ructores de aparejos, de barriles, de embalajes diversos,
metido a un vasallaje casi absoluto. Poco a poco van
incluso geógrafos, para el trazado de las cartas marí­
cayendo en desuso antiguos derechos señoriales que im­
timas, etc. La ciudad va, por consiguiente, atrayendo un
piden el próspero desenvolvimiento de las ciudades. Por
número cada vez más considerable de personas del me­
ejemplo, hornos y molinos en los que el señor obligaba
dio rural, que aJlí encuentran un oficio y una ocupación
a moler y cocer el pan de los habitantes; monopolios
que en muchos casos les libera de la penosa servidumbre
por los que el señor tenía privilegio de vender sin com­
del campo. Esta sociedad burguesa, que paulatinamente
petencia en determinados períodos los productos de sus
se va desarrollando, es el estímulo de la ciudad medie­
tierras (trigo, vino, etc.); el derecho de requisar vivien­
val. Pirenne ha dicho que nunca con anterioridad existió
das en la ciudad para uso suyo y de sus caballeros en
una clase de hombres más específica y estrictamente ur­
las épocas en que habitaran en ella; el derecho a levas
1.
bana que la burguesía medieval
obligatorias en caso de guerra; la prohibición, por razo­
Esta burguesía se encuentra en principio en contra­
nes estratégicas, de construir puentes, con perjuicio no­
dicción con el orden feudal y señorial establecido, y de
table para el tráfico, etc. Todos estos privilegios, que
aquí surgen no pocas dificultades para su desenvolvi­
podían suponer rentas y beneficios para el señor, no
miento y, en consecuencia, para el desenvolvimiento de
compensaban del daño que con ellos se hacía ni de las
las ciudades. Esta burguesía lo que necesitaba funda­
ventajas que este mismo señor podía obtener de una
mentalmente era libertad de acción para el normal des­
ciudad y de un rornercio floreciente. Por eso los propios
arrollo de sus negocios. Desde luego, como ha estudiado
señores acabaron por calificar de pillaje y extorsión es­
Pirenne, no trataba de derrocar, ni muchísimo menos,
tos antiguos privilegios suyos.
el orden establecido, que era fundamentalmente acepta­
No se puede separar el estudio de las ciudades medie­
d0, sin que se discutieran los derechos ni la autoridad
vales de su paralelo desenvolvimiento jurídico por me­
de príncipes, nobles y clero. Lo que la burguesía nece­
dio de franquicias, fueros, cartas pueblas y otros ins­
sitaba era, simplemente, franquicia para desarrollar sus
trumentos legales, que favorecieron su desarrollo. En
operaciones comerciales. No se trata, pues, de un movi­
España esto dio como resultado la constitución del mu­
miento político ni de una teoría de los derechos del
nicipio, una de las instituciones más ventajosas y demo­
hombre, como sucederá, andando el tiempo en el si­
cráticas de nuestra Edad Media. En España era muy
glo xvnr. Se trata de obtener, dentro dei orden esta­
importante favorecer la creación de centros urbanos ca­
blecido, las mayores posibilidades para el desarrollo de
paces de conseguir una colonización de los terrenos con­
su actividad. Al principio, los privilegiados en el sistema
quistados a los musulmanes. Para estimular el asenta­
feudal intentaron oponerse a las pretensiones de la bur­
miento de los colonos en nuevas ciudades era muy
guesía, pero luego se avinieron a ellas, adaptándose, ya
importante atraerlos con beneficios y fueros especiales.
que prefirieron sacrificar un mal entendido orgullo se­
Así se constituyeron nuevas fundaciones de ciudades
ñorial para obtener, en cambio, pingües ventajas mate-
completas y, en algunos casos, de barrios en ciuda�es

ya existentes. Son frecuentes, por ejemplo, los barrios


1 Henri Pirenne, Medieval cities. Their Origin a11d the Reviva[ o¡
Trade. Princeton University Press. 1925.
de francos que aparecen en muchas poblaciones, sobre
95
La ciudad medieval

94 Lección 5
tía a esta contribución era expulsado de la ciudad Y

todo de Navarra, y que tienen dentro del conjunto ur­ perdía sus derechos. La ciudad, por consiguiente, acabó

bano estructura y fisonomía particulares. Estos francos por adquirir- una personalidad legal que estaba por_ en­

eran colonizadores a los que se atraía con privilegios y cima de sus miembros. Era una comuna con personalidad

que venían del otro lado de los Pirineos. Al final de la jurídica propia � independiente. � . .

Edad Media se fundieron con el resto de la población Resumiendo todas estas caractensncas , repitamos la

española. En general, solían gozar de los pnvilegios que defini ción que finalmente estableció Pirenne, diciendo

correspondían al ciudadano; es decir, al que bubiera que· la ciudad de la Edad Media, tal como existió en el

vivido dentro de la ciudad durante un determinado pe­

ríodo de tiempo, la mayoría de las veces un año y un

día, sin que importaran ni se tuvieran en cuenta otras



- �r11
� -
condiciones de nacimiento, profesión. etc.

El

profundos
desarrollo

cambios
de las

en la
ciudades

legislación,
trajo consigo

creándose
también

leyes ex­
-
ccpcionales diferentes a las que regían en los distritos

rurales. Por ejemplo, en la ciudad solían ser mucho más


I ,,/
severas las leyes de carácter criminal. por la necesidad , -::.:::----: �

de mantener una disciplina y una ejemplaridad mayor


,
allí donde, naturalmente, acudían vagabundos y malean­

tes de todas clases. Al mismo tiempo que se dictaban

providencias rigurosas para el buen orden de la vida

ciudadana, se simplificaban los antiguos procedimientos

judiciales¡ se hacía más flexible la legislación contrac­

tual y se suptimían arcaicas costumbres, corno las com­ Frg, 23. Av1Ja (D1b. del autor)

purgaciones, ordalías, duelos, etc., que, como fácilmente

se comprende, no se adaptaban a las nuevas condiciones siglo xn, era «una comuna comerci_al e industrial que

de vida ni al carácter pacífico de la población mercantil habitaba dentro de un recinto foruficado, gozando de

artesana. una ley, una administración y una jurispr�dencia exc�p­

Otras causas, dice Pirenne, influyeron en el nacunren­ cionales que hacían de ella una personahdad colectiva

to de las comunidades. Entre éstas, una Je las más privilegiada» (vid. lección 2, p. 26).

potentes fue la necesidad, prontamente sentida por los La , i , . � ;d medieval, aunque gozaba de todos estos

burgueses, de un sistema de contribuciones voluntarias pnvilegios 1 ¡ 1c acaba?'los �� enunciar, no es, .sin� en:­
para atender a las obras comunales más apremiantes, fun­ bargo una ciudad aristocrattca, y en eso se difer ....ricia

damentalmente la construcción de la muralla de la ciu­ lunda:nentalrncnte de la ciudad antigua, ya que ésta era

dad. La necesidad de esta muralla, que caracteriza la a la vez, como ha dicho Max Weber, el asiento. 1e _la

ciudad medieval, fue en muchos casos el origen de las nobleza y precisamente surgió como tal sede nobiliaria,

íinanzas municipales. Rápidamente esta contribución ad­ En cambio la ciudaJ europea occidental de la Edad Me­

quirió carácter obligatorio, extendiéndose no sólo a la dia se siente a sí misma como ciudad antinobiliaria, como

fortihc.:ación, sino a otras obras comunes, como el man­ sede del estado llano o tiers état.
tenimiento de las vías públicas. Aquel que no se sorne-
96 Lección 5
La ciudad medieval 97

-�En su aspecto físico, la ciudad medieval es también


general eran las únicas de tráfico. Las secundarías solían
altamente característica. En general, por necesidades de
ser ú n ica mente para uso de peatones.
defensa, se sitúa en lugares difícilmente expugnables:
En la constitución de las pequeñas ciudades o villas
colinas o sitios abruptos, en islas, en inmediaciones de
medievales no puede perderse de vista la fuerza de atrae-
ríos, principalmente buscando confluencias o meandros

para utilizar los cauces fluviales como obstáculo para el


enemigo. Una situación ideal era la de una colina rodea­ !

da

Toledo,
por el

o un
foso natural

espolón
de

avanzado
un río,

en la
como,

confluencia
por ejemplo,

de dos
:r
cursos fluviales (Segovia, Cuenca);) El tenerse muchas b_
veces que adaptar a una topografía irregular condicionó

la

a
especial

resquismo. El

las dificultades
fisonomía

trazado

del
de

de
la

las
ciudad

calles

emplazamiento,
medieval

tenía

y
que

por
y su

acomodarse

eso
pinto­

resul­
r�
taban irregulares y tortuosas. En general, las calles im­

portantes partían del centro y se extendían radialmente


. [f
:=-

hasta·

cundarias

círculo
las

en
puertas

unían

torno
del

estas

al
recinto

radiales,

centro.
fortificad�Otras

Este
muchas

es, en
veces

líneas
calles

formando

generales,
se­

.
'

.
-
(
.

el patrón que se ha llamado radioconcéntrico y que se

repite mucho en la ciudad medieval. El perímetro de


:·t [

las ciudades, en estos casos, solía ser sensiblemente .. · .

circular o elíptico; resultaba el más económico y el de


más fácil defensa. El centro de la ciudad lo ocupaba :?.:

siempre la catedral o el templo, por lo cual la ciudad


i--:·:·· ·. . 3 ;
adquirió una prestancia espiritual de primer orden. La

misma plaza do la catedral solía ser la que servía para

las necesidades del mercado y en ella se elevaban los


1
edi. _i -: más característicos de la organización ciudadana;

el h.y.intamiento o la Casa de los Gremios (Gui/dhall),

esta última en aquellas ciudades florecientes donde la

organización gremial había adquirido gran desarrollo.

Aún se conservan espléndidos monumentos de este gé­

nero en ciudades del norte de Francia, de Flandes y de o joo

A lema n i a. Estos nucleos, presididos por la catedral, que Fig. 24. Pisa. Arca de la Catedral. l. Catedral. 2. Campanilc. 3. Bap­
tisterio. 4. Cemcntario. Ejemplo de agrupación de edificios represen-
era algo asi como la plasmación de los anhelos espiri­ tativos en un área central (Dib. del autor).

tuales de toda la ciudad, constituían el verdadero cen­


ción que ejercen los grandes monumentos, focalizando
tro cívico de la organización urbana. De él, como hemos
la estructura toda de la ciudad. La mayoría de las veces
dicho, salían las calles radiales más importantes, que en
por su prestigio religioso, al que se une, reforzándolo,

Chueca Goitia, ◄
98 Lección 5
La ciudad medieval 99

su valor estético, este tipo de edificios sobresalientes,


dente medieval es vasnsnno, desde las que reflejan per­
catedrales, grandes abadías, santuarios de peregrina­
fectamente el tipo a las que lo hacen de una manera
ción, etc., son decisivos en la morfogénesis de la ciudad
más aproximada. Bram, en Francia; Nordlingen, Fridn­
medieval. Así lo explica Pierre Lavedan. En la organi­
hausen y Havelberg, en Alemania; Lugignano y Aversa,
zación del plano se «afirman dos ideas directrices, envol­
en Italia; Vitoria y Pamplona, en España, son ejemplos
vimiento y atracción. E nvolvimiento por una serie de
sobresalientes.
casas de un edificio particularmente precioso, sea por su
Sin embargo, la variedad de esquemas planimétricos

de las ciudades medievales es inagotable, por la sencilla


/ ��--....
, {¡
,, ,... \_}¡ razón de que no existen ideas prevías y todas surgen

' �- con crecimiento natural y orgánico. Con ánimo de hacer


-<:;;::___ una especie de clasificación, que no deja de ser ingenua,

pero que puede ayudar metodológicamente a ordenar la


j
multiforme expresión planimétrica de la ciudad medie­

val, Luigi Piccinato ha definido así algunos tipos funda­


' mentales. (a) Ciudades lineales. Son las formadas a lo

11 largo de un camino como Stia, la antigua Stigia, ciudad

ital i ana del siglo xt en la que el centro de la calle básica

( 1 se ensancha formando una elegante plaza porticada. En

,, España son muchas estas ciudades itinerantes formadas

sobre todo a lo largo del camino de Santiago. Burguete,

burgo de Roncesvalles, tiene aún, como tenía en la Edad

M ed i a , una sola calle que Coincidía con el camino de

Santiago. Estella, Logroño, Santo Domingo de la Cal­

� zada y Burgos, aunque ampliadas y transformadas, toda­

vía revelan su origen itinerante.

¡( ✓
La villa más típica entre las de este tipo es Castroge­

riz, el Castrum Sigerici, donde un noble de estirpe goda,

Pig, 25. Lugignano (Italia). Tipo de ciudad radioccmcéntrica (D1b. Sigerico, alzó su castillo. Siguiendo la falda del cerro
del autor).
del Castillo se extiende una calle de más de un kilómetro

de larga, arteria dorsal del pueblo. Otra típica villa de


valor moral, sea por su solidez material en vista de_ la
camino es Sarriá, en la provincia de Lugo.
defensa: en general, la iglesia. Atracción de la circulación
De acuerdo con la clasificación de Piccinato, siguen
por este edificio y nacimiento de una serie de vías diri­
(b ) las ciudades cruciales. En éstas, en lugar de una

gidas a él. Se tiende así a un tipo de plano que los


calle generatriz y sus paralelas, aparecen dos calles bási­
urbanistas llaman radioconcéntrico, es decir, hecho de
cas que se cortan ortogonalmente. En el fondo hay poca
3
radios y de círculos, como la tela de araña» •
diferencia con las ciudades del apartado ( e ), que pode­
El número de ciudades radioconcéntricas en el Occí-
mos denominar ciudades en escuadra. De éstas nos ocu­

J Pierre Lavedan, L'Architecture FranfaiSe. Col!. Arts, Styles et


paremos a continuación, al habJar de las ciudades regu­

Techniqucs. Larousse, Paris, 1944, p. 202.


lares medievales. Pequeñas ciudades cruciales son Cas-
100 Lección 5 La ciudad medieval 101

telfranco Venero, en Italia; BOunigheim, en Alemania, venido haciendo. De las ciudades radioconcéntricas ya

y Focea (Logroño), en España. El tipo (d) lo constituye hemos destacado su señalada significación'.

el llamado nuclear. A este tipo pertenecen, más o me­ De todas maneras, por este camino llegaríamos, dada

nos, la inmensa mayoría de las ciudades medievales for­ la enorme variedad de las ciudades, villas y burgos me­

madas en torno a uno o más puntos dominantes (iglesia, dievales, a tener que establecer tantos tipos como ciu­

catedral, abadía, castillo, etc.). Ya hemos insistido en el dades existen. En cuanto a morfología, es más claro que

formidable valor aglutinante de los grandes edificios re­ nos reduzcamos a los tres tipos fundamentales, en los

presentativos y a su influencia en la estructura del tejido cuales caben luego todas las variantes y diversidades.

urbano. Hay también ejemplos muy claros de estructura Estos tres tipos fundamentales son el irregular, el radio­
concéntrico, donde lo más frecuente es que falte la ri­

gidez de la geometría, y el regular, sobre todo cuadricu­

lado o en tablero de damas. Esta es la clasificación

adoptada por el especialista en Geografía urbana Robert


5•
E. Dickinson

Evidentemente, por tratarse de ciudades de crecimien­

to orgánico y natural, predomina en la Edad Media la

ciudad irregular o muy levemente geométrica. Pero esta

irregularidad no quiere decir, ni mucho menos, caos,

como pudo entenderlo en el siglo xvn un racionalista

como Descartes.

Las ciudades, en su natural morfología, siempre tie­

nen un sentido. Bien sea por su adaptación a la natu­

raleza topográfica del terreno, por la nucleización que

promueven sus edificios y estructuras fundamentales, por

razón de sus sendas y caminos convertidos en calles,

por la economía y lógica disposición de sus murallas

Fig. 26. Franc:willa a Mare (Italia). Tipo de ciudad en espina de pez y por tantas otras cosas que impiden que predominen
(Dib. del autor).
el puro capricho y falta de sentido. Todo esto produjo

como consecuencia la realidad de unas ciudades de sin­


binuclear (e). Como caso curioso podemos citar las plan­
gular belleza y carácter. Difícilmente podemos encontrar
tas en espina de pez (f). Una calle principal de la que a lo largo de la historia conjuntos urbanos tan conse­
salen otras secundarias paralelas entre sí, pero oblicuas
guidos, ambientes superables a los medievales, desde el
a la primera. Algunas bastidas francesas, Francavilla a punto de vista de los valores visuales. Estas ciudades,
Mare en Italia y Guernica en el país vasco pueden cla­ perfectamente definidas con su cerco de murallas, que
sificarse así. A estos tipos añade también Piccinato las
hacen el papel del marco en la obra de arte, con sus
ciudades acrópolis (g) y las radioconcéntricas (h). Las (g¡
volúmenes sabiamente escalonados y presididos por la
no constituyen un tipo propiamente dicho porque es tan
' Véas • Luigi Piccinato: «Urbanistica Medioevale•, en ls'Urbams­
general, por razones obvias, utilizar eminencias topográ­ uca dall'A11tichi1tl ad Oggi, de varios autores. Firen:r.e, 1943.
, Robert. E. Dickinson, The West European Cit\l, London, 1951,
ficas que desde las civilizaciones más primitivas se ha
p. 268-279.

_L
La ciudad medieval 103
102 Lección 5

dominante de la catedral o del castillo, producen siem­ Su nombre, bastida, es nombre provenzal que viene de

ore un efecto encantador, si no han sido expoliadas, alte­ bastir y que equivale a plaza fuerte.

radas o arrasadas por el crecimiento masivo de los últi­

mos tiempos.

➔La ciudad medieval es un medio homogéneo y a la

vez plenamente identificable en todas sus partes. No hay

nada en ellas que disuene ni rompa su sutil tejido; y,

sin embargo, ninguna calle se confunde con otra, nin­

guna plaza o plazuela deja de tener" su propia identidad,

ningún edificio deja de hablar su propio lenguaje, eso

sí, perfectamente jerarquizados y sometidos por su sig­

nificación y valor simbólico a los grandes monumentos

representativos que dominan en volumen, escala y exce­

lenci� Esa identidad sin romper la armonía del todo es

algo que muy pocas veces en el curso de la historia ha MONTPAZIER

caracterizado al fenómeno urbano. Nos hace pensar en

el correlato plástico de un humanismo medieval, feliz

resultado de un mundo en orden. Tema de meditación

ante la atroz y masiva uniformidad de la metróooli mo­

derna o ante las distorsiones que produce la lucha de

intereses, imagen de un mundo en desorden en el que

el hombre no ha encontrado su sitio. STL FOY

- L A - GRANDE
Como ya hemos dicho, la urbanística medieval no ha

desconocido tampoco un sistema de planificación antigua

como el mundo: la ciudad trazada a cordel, cuadricular,

ortogónica, en tablero de damas o como se la quiera

llamar. Desde Mohenjo-Daro o Kahun, pasando por las

ciudades hippodámicas o los castros romanos, siempre

que se ha querido implantar una ciudad a fundamentis

se ha solido apelar a tan sencillo expediente como tra­


F LI N T
zar sobre el terreno una cuadrícula. No podía faltar esto

en la Edad Media, que también hubo de verse en la

necesidad de crear ciudades ex novo por razones de colo­

nización, de rep oblación, de seguridad militar o polí­

tica, etc. Fig. 27. Planos de bastidas francesas (Stewart, A Prospect o¡ Ciltes).

El caso más famoso de todo el urbanismo medieval

planificado es el de las bastidas francesas, situadas en Los reyes de Francia y de Inglaterra luchaban en los

viejas tierras aquitanas, entre el Garona y la Dordoña. confines del Garona y del Macizo Central y cada uno por
104 Lección 5 La ciudad medieval 105

su lado levantaba bastidas para fortificar y mejorar sus presivamente su origen. Villeneuve, por su novedad;

fronteras. Lo mismo pasaba entre los reyes de Francia Villefranche, por sus franquicias; Sauveterre, por su se­

y los condes de Tolosa, enfrentados en la guerra de los guridad; Beaumont o Montjoie, por el aspecto del lugar,

albigenses. son nombres típicos.

Todas las bastidas seguían trazados regulares en table­ En España también encontramos nombres parecidos

ro de damas y nunca formas radiales o en estrella que que igualmente corresponden a ciudades creadas de nue­

hubieran podido derivarse de los trazados radioconcén- vo y casi siempre de plano regular; Villanueva, Villa­

franca, Villarreal, Salvatierra, etc.

Torres Balbás, en el libro Resumen Histórico del Ur­

banismo en España, dedica una gran extensión, con no­

table aportación de datos, al estudio de las ciudades

regulares en la España medieval. El lector curioso podrá,

D □Ln-1 [5J □D
□□□ [? ri , o□
□ O □ C:J éJ O □
CJ I 1 1 1 □
F1g. 29. Villarreal (Castellón). Plano de la primitiva ciudad (Dib.
del autor).

6•
pues, acudir a este texto Sangüesa y Puente la Reina,

en Navarra, fundadas por Alfonso I el Batallador (1104-

1134) son las más antiguas, anteriores a las más conoci­

das del otro lado de los Pirineos. Lerín, Viana, Huarte­

Fig. 28. Plaza central de la bastida de Montpazier (Stewart, op. cit . ) . Araquil son también villas navarras bastante regulares.

Otro grupo interesante encontramos en Levante. Como


tricos. En cambio, el Renacimiento, como consecuencia dice Torres Balbás, «hay en la comarca de Castellón va­
de las fortificaciones abaluartadas en forma de estrella, rias villas y ciudades cuyo núcleo central conserva, por
concibe unas ciudades ideales de este tipo radial. Una la ley de persistencia del plano, la perfecta regularidad
de las bastidas más perfectas, en cuanto a regularidad de su trazado primero: Castellón, Villarreal, Nules, Al-
de plano, es la de Montpazier, fundada en 1284 por
6
Torres Balbás, Ccrvera, Chueca. Bidagor, Resumen histórico del
Eduardo I de Inglaterra, duque de Aquitania.
Urbanismo en España. Instituto de Estudios de Administración Lo­
Los nombres que recibe-i estas ciudades declaran ex- cal. Madrid, 1954, pp, 50 a 74.

l • '/"
I I I
j
La ciudad medieval 107
106
Lección 5

campo donde aplicar sus excedentes de energía, así en


menara, Soneja, etc. Casi todas deben su creacron a
estas ciudades regulares del final de la Edad Media está
Jaime I y a sus inmediatos sucesores, los reyes de la
7• el esbozo de la gran tarea urbanística hispanoamericana,
monarquía aragonesa-catalana» Las villas levantinas son
que llenó un continente de ciudades trazadas con rigor
de más geométrica regularidad que las navarras.
geométrico y amplitud de planteamiento muy superiores
En Castilla la antigua Briviesca, de abolengo romano
a lo que podía hacerse en el vie jo y trabajado solar de la
-Virovesca-, mudada de emplazamiento y reformada,
metrópoli.
debe sin duda su trazado actual a principios del siglo XIV

y responde a la influencia de las bastidas del sudoeste de

Francia. A la misma influencia, comprensible por vecin­

dad geográfica, pueden asignarse las villas vascongadas


¡

.

ºº""

Fig. 30. Brivicsca. Plano (Dib. del autor).

como Salvatierra, Durango, Berrneo, Tolosa, Bilbao, Mar­


8•
quina y Garnica que ha estudiado Julio Caro Baraja

Al final de la Edad Media los Reyes Católicos funda­

ron algunas ciudades regulares como Puerto Real ( Cá­

díz) y Santa Fe (Granada), esta última consecuencia de

convertir en ciudad permanente el campamento estable­

cido por los reyes en el asedio de Granada.

Así como terminada la reconquista el ímpetu espa­

ñol encontró en la colonización americana el amplio

Torres Balbás, op. cit., p. 59.

a Julio Caro Baroja, Los vascos. San Sebastián. 1947.

1
Lección 6 La ciudad del Renacimiento 109

La ciudad del Renacimiento


manísticos, por la restauración de la antigüedad, por

el análisis de las ruinas clásicas y por el casi descubri­

miento de los códices vitrubianos, emprende una reno­

vación total de sus planteamientos, de sus credos esté­

ticos y de sus formas. La revolución no se hace con el

ánimo de desterrar lo viejo, porque el hombre se siente

con fuerzas de alumbrar algo suyo enteramente moderno,

sino porque a lo viejo debe superar lo antiguo. Lo anti­

guo, la antigüedad clásica, es para el hombre del Rena­

cimiento algo que no tiene edad porque representa un

absoluto, un ideal inaccesible y siempre válido. Porque

esa antigüedad se había olvidado, se había sumergido

en el curso de la historia como caprichoso Guadiana, el

hombre había vivido en la oscuridad. Ahora volvía a

la luz.

En qué medida el hombre del Renacimiento se siente

así mismo como un hombre enteramente moderno, como

un hombre recién nacido o como un hombre resucitado,

vuelto a la luz antigua, es un tema de indagación muy


Hubiera sido lógico pensar que en el Renacimiento,
sabroso, ejercicio de crítica histórica de las ideas de alto
cuando el mundo se expande con ansiedad de nuevas rea­
porte intelectual. Hasta ahora la significación misma de
lizaciones, cuando el hombre se libera de tantos vínculos
la palabra Renacimiento inclinaba a todo este movimien­
trad_icionales, cuando la crítica da nuevas alas al pen­
to en un sentido restaurador. Sin embargo, nadie olvida
s�m1ento y cu�ndo se revisan tantas costumbres preté­
tampoco que aquellos hombres, que se consideraban a
ritas, se produjera una honda transformación en las ciu­
sí mismos puntuales y objetivos restauradores de lo anti­
dades de los hombres. Sin embargo en realidad nada o
guo, abrían cauces de novedad que ellos mismos no sos­
casi nada de esto pasa. '
pechaban.
«El Renacimiento es sobre todo un movimiento inte­
Para José Antonio Maravall la inscripción «Omnia
le�tua�. En el campo del urbanismo sus primeras con­
nova placet» que puso Guillermo Doncel cuando terminó
tribuc1o_nes resultan insignificantes si se las compara con
en 1542 la sillería del coro de la iglesia del convento
la arquitectura del mismo período y con las escenográfi­
de San Marcos, en León, es como la «clara divisa de un
cas realizaciones, con los grandes telones del fondo del
último barroco»
1•
personaje renacentista, esto es, como manifestación del

espíritu innovador, libre e insaciable, del Renacimien­


E? efecto, poco representan las realizaciones y hasta

las ideas u:banísticas_ del quinientos si se las compara to» z. El arquitecto e historiador Leonardo Benévolo re­

con el carruno recorrido por la arquitectura en esa mis­ c1.""rdaba en un trabajo suyo, al que luego nos referire-

ma etapa. La arquitectura, movida por los estudios hu-


j A. Maravall, •La estimación de lo nuevo en la cultura españo­

1 ta-. L.rndernos Hispano A, 1ericanos, núms. 170-171.


Cecil Stewart, A Prospect of Cities. London, 1952, p. 100.

108
r

j '
1 10 Lección 6
La ciudad del Renacimiento 111

mos, que en las jambas del palaci� arzobispal de México biana: [irmitas, utilitas, venustas. De aquí nacerá la
fue grabada esta frase del Apocalipsis: ciudad-ideal del Renacimiento, creación más intelectual

que real, que vendrá a ser una consecuencia más del pen­
3•
Dixit qui sedebat in tbrono nova [acio omnia samiento utópico renacentista.

Para Vitrubio la consideración principal que debe pre­


Eso quiere decir que los protagonistas de la gran e�­
sidir el trazado de las ciudades reside en defenderlas de
presa colonial americana eran conscientes de la nueva si­
los vientos predominantes. «Los vientos, según la opinión
tuación en que se hallaban. de algunos, sólo son cuatro, a saber: solano, que sopla
Pero, de todas maneras, que la labor creadora de los
del lado del levante equinoccial; auster, del lado del
hombres del Renacimiento dependía, en gran medida, de
mediodía; [auonius, del lado de poniente, y septentrio
los ejemplos de la antigüedad que los sustentaban, es un
del lado norte. Pero los que han investigado con más
hecho tan insoslayable como puede ser el de la novedad
cuidado las diferencias de los vientos han señalado ocho,
que imprimían a sus interpretaciones. Posiblemente un_a
particularmente Andrónico Cyrrhestes, que a este pro­
prueba de lo que decimos la tenemos en la enorme ri­
pósito construyó en Atenas una torre de mármol de figu­
queza y variedad de la arquitectura r�nacentista, e? c�n­
ra octógona que tenía en cada cara la imagen de uno de
'
' .
traste con la pobreza y falta de ingenio de las realizacio­ 4•
los vientos en el lado opuesto de donde soplaba» Con­
1
nes urbanísticas. Para sustentar su obra interpretativo­
secuentemente la torre octogonal ateniense, la llamada
. '
creadora los arquitectos renacentistas tenían todos los
Torre de los Vientos, que no conocieron los tratadistas
monumentos de la antigüedad romana a su alcance. Po­
del Renacimiento y que ahora conoce cualquier alumno
dían medirlos, dibujarlos, considerarlos y en mucho� ca­
de Historia del Arte, prefigura en su forma la ciudad
sos reconstruirlos idealmente, ya que era una ventaja la
ideal de Vitrubio y, a partir de ella, la del Renacimiento.
ruina de muchos para espolear su imaginación. Si la
Se trata, pues, de una ciudad cuya planta es un octó­
arquitectura clásica se hubiera sepultado del todo, se la
gono rodeado de murallas. Cada lienzo de muralla se
hubiera tragado la tierra y sólo hubiera quedado el códi­
opone a un viento. En los ángulos del octógono, torres

ce de Vitrubio, verdadero texto sagrado para aquellos
circulares muy salientes. Las razones de índole militar se
arquitectos, la arquitectura del Renacimiento no hubiera
suman a las consideraciones meteorológicas. La figura de
sido la que llegó a ser. En cambio, los ejemplos del
la ciudad no puede ser cuadrada ni formada por ángulos
. '
urbanismo antiguo habían desaparecido, estaban sepulta­
muy salientes. Debe ser un recinto para poder ver al
dos como en Pompeya, yacían en lejanas comarcas co..mo
enemigo desde varios lugares; los ángulos avanzados no
la Mauritania, la Nurnidia, la Cirenaica o en los paises
son propios para la defensa y son más favorables a los
greco-orientales que habían caído bajo el yugo otomano. 5•
sitiadores que a los sitiados
No había en qué apoyarse.
1 Las torres deben ser redondas o de varios lados; por­
Quedaban algunos pasajes más bien oscuros del texto
que si son cuadradas pronto son arruinadas por las má­
vitrubiano, que además por carecer de figuras resultaban
quinas de guerra, y los arietes rompen fácilmente los
menos expresivos. En el libro I, capítulos VIII, IX_ Y X,
ángulos; mientras que en la forma redonda, las piedras,
aparece la descripción de lo que debe ser una c1�d,d

que cumpla los requisitos básicos de la doctrina v.tru- 4


'tomamcs esta cita del Vitrubio traducido por Perrault e� 1673 y
que ha sido reimpreso y revisado por André Dalmar. Edirion Les
> y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí. yo hago nue­ Libraires Associes, 1965, p. 31.

vas todas las cosas. Apoc. 21, 5. s Vitrubio. op. cit., p. 29.
112 Lección 6 La ciudad del Renacimiento
11 l

ralladas como cuñas, resisten mejor a los golpes que no


fray Giocondo trazaron ciudades así que trataban de
6•
pueden empujarlas más que hacia el centro
seg�ir el_ ideal vitrubiano. Giorgio Vasari il giovane, en
De este modo queda sancionada como idealmente per­
un rngemoso esquema que se conserva en la colección de
fecta la ciudad poligonal de ocho o más lados que tiende
diseños de los Uffizi, trató de sumar las ventajas del
a una organización circular en último término y que, por trazado reticular y el radio concéntrico º.
1

tanto, posee un centro. Frente a la ciudad regular del


¿ I I JI. I
final de la Edad Media de perímetro rectangular, las

típicas «bastidas». la ciudad regular del Renacimiento

adopta la planta inscribible en un círculo.

Hasta aquí todo va bien en la interpretación del texto

de Vitrubio. El escollo se produce cuando se trata de la

disposición de las calles en el interior de ese perímetro.

El texto del arquitecto romano no está claro y sólo hu­

bieran podido esclarecerlo del todo las figuras que se

han perdido.

Teniendo en cuenta la dirección de los vientos, que es

la máxima preocupación del tratadista, «se sitúan las

calles de tal suerte que los vientos atacando sobre los


7•
ángulos que ellas formen se rompan y se disipen» Esto

ha dado lugar a que algunos comentaristas como Daniel

Barbaro y el mismo Perrault sitúen dentro del octógono

una red de calles a escuadra con los ejes principales gi­

rados convenientemente para que no coincidan con la

dirección de los vientos principales.

Esto da lugar a las soluciones de ciudad ideal de Fran­

cesco di Giorgio Martini, Cananeo, Scamozai , etc., que

dentro de una planta poligonal sitúan una ciudad en

damero. Pero como la forma poligonal del perímetro


Fig. 31. La ciudad ideal de Vitrubio, según la Edición comentada de
conduce, por lógica geométrica, a la disposición radial,
Daniel Barbara.
no faltan entre los tratadistas del Renacimiento estas

soluciones que dan lugar a la típica ciudad radio-concén­


Todo este movimiento teórico y especulativo apenas
II
trica. Tanto Francesco di Giorgio Martini como Anto­
produce las realizaciones que hubieran sido de esperar.
nio Averlino el Filarete en su utópica ciudad bautizada
Es evidente que las ciudades de Europa habían quedado
con el nombre de Sforzinda
' en honor de los Sforza ', y
fijadas en la Edad Media y que muy pocos y muy cir­

cunstanciales centros urbanos se fundan ex novo. Por


• Vitrubio, op, cit., p. 29.
eso adquieren especial prestigio ciudades como Palma-
1 Vitrubio, op. cit., p. 31. .
• Francesco di Giorgio Martini, Tratato di A.rch1tetmra c1v1le e
1
1
militare Edición Promis. Torino, 1811. Un estudio de las ciudades ideales del Renacimiento puede ver­
, Vid. M. Lazzaroni y A. Muñoz, Filarete, scultore e architetto del se en Gustavo Giovannom, L'Architettura del Rinascimento. Milano
Sec. XV. Roma, 1908. 1935. '
Lección 6 La ciudad del Renacimiento
114 115

nova, nacidas en el momento oportuno como consecuen­ Más tarde, quizá siguiendo los preceptos de los libros

cia de una necesidad militar. d_e Arqmtectura de Scamozzi, se levantaron en Sicilia las

Para protegerse de la amenaza turca, el 7 de octubre cmda_des de Grammichele y de Avola después de las des­

de 1539, aniversario de la batalla de Lepanto, se pone truccrones del terremoto de 1686.

la primera piedra de la fortaleza de Palma Nuova en la Otras ciudad�s militares del tipo de Palmanova, pero

frontera oriental de la República veneciana. La ciudad much? menos importantes, se originaron como conse­

cuencia de las _luchas e'.'tre l?s reyes de Francia y de la

Casa de Austria. La vieja ciudad de Vitry-en-Perthois

destruida por las armas imperiales, fue reconstruida e�

otro emplazamiento por Francisco I y se denominó Vi­

try-le-Francois. Es obra del ingeniero boloñés Girolamo

Manni, Y al esquema reticular simple se une una gran

plaza central atravesada por las calles fundamentales en


su centro.

Una recti�cación de fronteras en tiempos de Enri­

q�e II y Felip� II condujo a la fundación de Philippe­

ville, obra del ingeniero Sebastián van Noyen. Los tra­

bajos se iniciaron en 1555. Su planta es pentagonal. A la

gran plaza central, cuadrada, convergen diez calles .

. Pero entre todas la ciudad que más de cerca sigue el

ejemplo de Palmanova es la plaza fuerte holandesa de

Coeworden (1 5 9 7 ), surgida con otras muchas al inde­

pendizarse los Países Bajos del Norte.

Pierre Lavedan agrupa por su condición de ciudades

du_cales las de Livorno, Nancy y Charlcville 11_ En las dos

n.r!meras se tr!ta d� unos vastos programas de amplia­

cion de pequenos nucleos antiguos. Sus trazados regula­

res, . don�e predomina la es cuadra, qu edan envueltos p or

Fig. 32. Palmanova (Rasmussen, Towns and Buildings).


fortificaciones poligonales con poderosos bastiones.

Charleville, fundación de Carlos de Gonzaga, duque

es un polígono de nueve lados con una plaza exagonal en de Nevers y de Rethel, príncipe de M antua y de M on­

su centro de la que salen seis calles principales que con­ ferrat, e! q uizá l_a más be lla ciudad regular d e l os p ri­

ducen a tres puertas y tres baluartes. A los seis otros meros ano� del siglo xvn, un poco po sterior, p or tanto,

baluartes conducen calles que no desembocan en la a las de Livorno y N ancy, q ue son d e los últim os años

plaza sino en el primer anillo concéntrico. Otros dos del siglo x vr. E n esta ciudad la in tención estética es

anillos concéntricos completan el esquema. Es el más p redominante, como afirma L avedan, y a


l gra n l
p az a du­

completo y perfecto de una ciudad estelar, el mayor alar­ cal con sus ángulos cerrados e s una pieza de gran arte

de por conseguir una ciudad según los esquemas ideales 11

Pierre Lavedan, Historie de L'Urbanisme, Renaissance et Temps


Moderns. zéme éd. París, 1959, pp. 106, II8.
del Renacimiento.
116 Lección 6

urbano. La compara en cierto modo a Freudenstadt, cons­

truida por el gran duque Federico I de Wunemberg

para acoger a los protestantes franceses refugiados. La

enorme plaza casi alcanza a ser un cuarto de la ciudad.

Sus ángulos son cerrados y las edificaciones forman sim­

ples crujías de casas uniformes con puntiagudas cubier­

tas. Sigue siendo una urbanización interesantísima. Po­

dríamos citar muchas más ciudades de nueva fundación,

pero en esta breve síntesis tenemos que ceñirnos a lo

más característico.

En gran parte la actividad urbanística durante los si­

glos xv y xvr se refiere a reformas en el interior de las

viejas ciudades que, en general, alteran muy poco la

estructura general. Mientras el pensamiento utópico ela­

bora geométricas ciudades ideales, la vida se desenvuel­

ve en los viejos ambientes medievales, en las plazas irre­

gulares y pintorescas y en las estrechas y tortuosas calle­

juelas de otros tiempos. La apertura de algunas nuevas

calles con edificios solemnes y uniformes y sobre todo la

creación de nuevas plazas regulares o casi regulares, para

-t servir de marco a un monumento destacado, para hon­

rar la estatua de un rey o de un príncipe o para repre­

sentaciones o festejos públicos son las empresas urbanas

más favorecidas que luego el período barroco continua­

rá todavía en mayor escala.

León Baptista Alberti se ocupa del problema de la

arquitectura urbana en varios pasajes de su obra De re

aedilicatoria con un criterio más bien ecléctico. Anticipa

el principio moderno de la jerarquía de las calles y pien­

sa que las principales deben ser amplias, rectas, flan­

queadas todas ellas de edificios de la misma altura. En

cambio acepta que las calles secundarias sean curvas

para a cada paso poder ver nuevas formas de edificios.

Sebastiano Serlio expresa la conveniencia de que delante

de toda fábrica monumental exista una plaza cuadrada

o que esté relacionada en sus dimensiones mediante una

proporcionalidad simple con el frente del monumento.

_. Estas ideas de los tratadistas fructifican en' calles de

trazado rectilíneo y de acompasada y uniforme arquitec-

..
F.,
33. La Roma de Sixto V. Plano de Nolli.

L
119
118 Lección 6 La ciudad del Renacimiento

tura como la Vía Julia, de Roma, o en las grandes ali­ laza de San Marcos de Venecia _se completa en el_ Re­

neaciones que trazara Sixto V (1585-1590) en el plano �acimiento con la decisiva contribución d� Sans_ov1�0,

de la ciudad eterna. La obra urbanística de este papa es la armónica plaza de Pienza, que pudo servir de inspira­

de las más considerables que se han llevado a cabo para ción a la del Campidoglio; la pi•�• Farnese_ de Roma se

sistematizar una grande y antigua ciudad. Dos impor­ traza para servir de atrio al magnifico palacio del mismo

tantes radiaciones, una con vértice en el Puerta del Pó­

polo y otra en Santa María Mayor, cruzan la ciudad con

una red de diagonales que intentan reunir los puntos

más significativos y sobre todo las Basílicas mayores,

por medio de alineaciones rectas. En los centros y cruces

de perspectivas se colocaron obeliscos. Es, con vistas a las

grandes peregrinaciones, una obra de urbanismo estético­

religioso. El barón Haussmann hará algo muy parecido

con otros propósitos, pero casi tres siglos después.

Fig. 34. Venecia. Plaza de San Marcos (D1b. del autor).

fig. 35. Vigevano (Italia). Gran Plaza (Oib. del autor).


Una calle de Génova expresa los ideales renacentistas

en materia de urbanismo: es la Via Nuova trazada y

construida por Galeazzo Alessi. Este arquitecto levantó mbre· la de \a Annunziata de Florencia es un bellísimo

la mayoría de los importantes palacios que bordean tan ��mplo' de plaza porticada; la regularidad de las construc­

encumbrada calle, residencia de la opulenta nobleza ge­ ciones se lleva al máximo en la plaza grande de V,gevano,

novesa. ciudad predilecta de Ludovico il Mc;o. Pero nada compa­

Muchas fueron, también, las plazas italianas que si­ rable a la plaza del Campidoglio preparada en 1 5 36 �•r•

guiendo los principios renacentistas sirvieron para dar la llegada de Carlos V a Roma. «r:,iiguel Angel -h� d�cho

lustre y magnificencia a las más nobles ciudades. La Giovannoni-, adelantándose al tiempo con su gemo, irna-
120 Lección 6 La ciudad del Renacimiento

12,
gino esta auténtica obra maestra» que sólo fue termi­ de severa grandeza y rigor conceptual, consigue llevar a

nada un siglo más tarde, pero, cosa rara, con una absoluta cabo algunas creaciones de fuerte originalidad. Por un

fidelidad a la idea miguelangelesca. El sentido de unidad lado, los conjuntos reales o nobiliarios y por otro, las

y de orgánica correspondencia entre las partes. propias plazas mayores regulares representan lo más innovador

del barroco, está ya presente en la poderosa concepción en el urbanismo filipense.

del genio. El resto de Europa tardará algún tiempo en El Escorial es el mejor conjunto. Las enormes dimen­

seguir las enseñanzas de Italia y ornamentar sus ciuda­ siones del Monasterio obligan a organizar el entorno,

des con grandes plazas de espectacular y ordenada ar- lonjas, dependencia y jardines, con criterio urbanístico.

quitectura, con calles y composiciones de un rango esté­

tico superior. Francia, por ejemplo, que en los siglos xvn


rig. 37. Roma. Plaza del Campidoglio. Como en las .Pl�t.a� de Venecia
y x v 1 11 será 1� nación que demostrará una mayor capa­ v Pienza tos edificios laterales divergen hacia el cdtñcto central (Ras­
mussen, op. c11.).
cidad de creación urbanística, queda por el momento

muy por debajo de Italia en este aspecto. España, sin


Las ordenanzas en escuadra revelan la pervivencia de
embargo, a fines del siglo XVI y debido a la constante
tradiciones medievales e islámicas. Felipe II dio mucha
afición de Felipe II por elevar la arquitectura a un plano
t
importancia a los jardines d� sus residencias, El �sc�­
1l
Gustavo Giovannoni, cL'Urbanistica del Rinascimento», en L'Ur­
rial, Balsaín, Aranjuez, Madrid, y el trato con los [ardi­
banistica dall' Amichitil ad Oggi, de varios autores, Sansoni, Firenze,
1943, p. 1 11 . neros le producía gran contento.
122
Lección 6 La ciudad del Renacimiento 123

Una residencia nobiliaria de gran importancia es la


dentes se pierden en las innumerables plazas medievales

del duque de Lerma en la villa de su nombre. Con el


de espacio cerrado. Plazas catalanas y levantinas general­

palacio se agrupan una serie de conventos de fundación


mente con soportales formados con arcos de piedra tie­

ducal comunicados con la casa señorial por corredores nen relación con las del otro lado de los Pirineos, con

cubiertos, algunos de gran longitud. Aunque se trata de

---
--=-
una realización de los primeros años del siglo xvrr, por �

su dependencia, en cuanto a estilo, de la obra escuria­

lense, puede considerarse consecuencia directa del herre­ � �i


rianismo. Palacio y conventos principales constituyen

-'! 1) ,::, """

'1-<J .;)..!) �/.


' . ) tJ :;> r

,j '"'{S
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-b

� -- c.

Fig. 38. Monasterio de El Escorial. Encuadre urbanístico (Dib. del autor) � �


-
- �/

1 ' '- f/,

una composición continua del desarrollo lineal, con la

"

particularidad de que alternan los bloques edificados con
,
, ,
espacios abiertos en forma de plazas, compases y atrios.

La organización es muy libre y más que las ideas de

s i m e t r ía renacentista predomina la tradición castiza espa­

� �
ñola. En su conjunto parece una alcazaba musulmana en

lo alto de una eminencia que permite her mosas vistas

so bre la ve ga del Arlanza y el campo ".


Fig. 39. Lerma. Palacio ducal y plazas (Dib. del autor).

Las p lazas mayores regulares merecen conside ración

especial e11 la historia del urbanismo espa ñol. Sus prece- las bastidas francesas, con plazas como Ja de Montauban

(reconstruida el siglo xvrr). Las plazas castellanas sus­


11
Luis Cervcra Vera, El Conjunto Palacial de la Villa de Lerma,
Madrid, 1%7. tituyen los soportales pétreos por pórticos de pies dere-

L
r 125
124 Lección 6 La ciudad del Renacimiento

chos de madera, generalmente rollizos, que soportaban mayor regular española. ¡ Lástima que algu_nas �di6cacio­

dinteles de madera. Una de las más antiguas debió ser nes del siglo xrx (entre ellas la Casa Consistorial) hayan

la de Valladolid, posiblemente del reinado de don Juan II. destruido su antigua unidad! No es todavía enteramente

Hubo de ser de las primeras que sirvieron para espec­ cerrada, pues las calles no entran bajo arcos, como en las

táculos, festejos y acontecimientos públicos. En ella fue que tienen fachadas continuas. La plaza Ma_yor_ de Ma­

decapitado, en 1453, don Alvaro de Luna. Sufrió un drid tampoco era cerrada hasta la reforma iniciada por

desvastador incendio en 1561 y fue restaurada por Fe- Juan de Villanueva a fines del siglo XVlll.

La plaza Mayor de Madrid, consecuencia de la Ant;.

gua del Arrabal, para cuya mejora había dado trazas

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Fig. ◄t. Madrid. Plaza Mayor (Dib. del autor).

Juan de Herrera, se regularizó en tiempos de Felipe III.


Fig. 40. Tordesillas. Plaza porticada (Dib. del autor).
Las obras comenzaron en 1617 y se abrió al público en

1620 con motivo de las fiestas de canonización de San

lipe II. Mucho más modestas, pero derivadas de la de Isidro. Su arquitecto fue Juan Gómez de Mora.

Valladolid, todavía subsisten las de Villalón, Tordesillas La plaza Mayor de Toledo, la del Zocodovcr, no llegó
14.
y Arcnda de Duero a completarse. La de León, menos celebrada pero de las

Con la restauración por Felipe II de la Plaza Mayor más completas y apropiadas, es de ir ' / La de Salaman­

de Valladolid, según trazas del maestro mayor Francisco ca, 1a perla de las plazas mayores ( ,J-1Aríolas, es por su

de Salamanca, se puede decir que nace la primera plaza cronowgía y estilo creación del barroco, pero no pode­

mos separarla del conjunto de las plazas mayores por


14
Un estudio detallado de las plazas medievales puede verse en
ser la culminación de todas ellas.
Resumen histórico del Urbanismo en España. Madrid, 1954, pp. 98-107.

¡
V
126 La ciudad del Renacimiento 127
Lección 6

Se construyó entre 1729 y 1733 y ya es enteramente vieron su campo de realización real en América en la

ingente obra <le colonización española.


cerra�ª.' con las calles penetrando en su recinto bajo

magníficos arcos. Por tanto, se logra una reclusión per­ «La cultura del Renacimiento cambia las condiciones

fecta, una plaza separada y como ausente de la circula­ mentales del proyecto arquitectónico -ha dicho Leonar­

ción, que se evita para que nada perturbe su sentido de do Benevolo=-, pero no logra cambiar de la misma forma

lugar destinado a festejos y ágora pública. -por una serie de razones, las cuales aquí no es posible

tratar- la práctica de las intervenciones urbanísticas.»


La tendencia, tan española, a estos espacios reclusos
«En cambio -dice el mismo autor-, el esquema ur­
Y en franca contradicción con el tejido viario de la ciu­
bano ideado en América en las primeras décadas del 500
dad, ¿podrá tener un antecedente en los patios cerrarlos

de las mezquitas? y consolidado por la ley de 1573 es el único modelo de

ciudad producido por la cultura renacentista y controlado


De todas maneras, el mismo criterio preside excepcio­
en todas sus consecuencias ejecutivas. Este modelo con­
nalmente una plaza de París, la Place Roya/e o plaza de
tinúa funcionando por cuatro siglos, ya sea en América
los Vosgos. Es casi contemporánea, con menos de diez
como en otros lugares, y después de ser generalizado
años de diferencia, de la plaza Mayor de Madrid y ur­
1

en el cuadro de la cultura neoclásica servirá como base


b_aní�ticamente queda cerca, pero al margen de un a arte­
para la más grande transformación de la época moderna:
na importante -la Rue Saint Antaine- como la de
la colonización y la urbanización de los Estados U nidos
Madrid queda al margen de la calle Mayor. El deseo
16•
de América»
de escapar de las líneas de circulación es evidente.
A mérica es la tierra virgen donde la utopía no es uto­
En Francia el caso de la plaza de los Vosgos no pros­
pía, donde es una posibilidad real. Como ha dicho Euge­
pera porque las plazas de Mausart pensadas con un con­
1
nio I maz 7, « la presencia de Am érica ha hecho surgir la
cepto escenográfico, muy barroco, son otra cosa.
utopía, ha hecho posible el viaje de H rl i odeo, compa­
En cambio, la plaza reclusa es la plaza española por
ñero imaginario <le Américo V espucio. La obra de To­
excelencia, como tantos ejemplos lo demuestran Pode­
más Moro nacida, en 1 51 6 , del impacto producido por
mos citar la plaza de la Corredera de Córdoba, las popu­
el descubrimiento y colonización de A mérica refluye lue­
lares de Tembleque y Almagro, las neoclásicas de Vitoria
go sobre el nuevo continente y sirve de g uía para algu­
San Sebastián, Bilbao y Sevilla y la plaza Real de Barce­
nas de sus empresas. Es la utopía en acción». U n estudio
lona y la de Guipúzcoa en San Sebastián del siglo XIX.
del h istoriador mexicano Silvio Z abala se titula La Uto­
Aunque debemos hacer honor a los trabajos de Torres
15 pía de Tomás Aforo en la Nueva España ( 1937). Entre
Balbás, de Luis Cervera y de Robert Ricard el tema
otras cosas �e alude a la influencia de la utopía. de Moro
de las plazas mayores españolas en su conjunto es toda­
en los hospitales fu ndados po r don V asco de Q uiroga.
vía inédito.
La primera ciudad americana trazada con gor y con­
ri
Para term�nar esta le�ci?n hay que reconocer que mu­
cepto geométrico e s Santo D omin g o , fu ndada en 1496
chas de las ideas urbanísticas del Renacimiento, que no

pasaron de doctrina, utopía o ejercicio ideal del inte­


u
, Leonardo B!1"n�\JOI0 -Las nuevas ciudades fundadas en el si
1
lecto en los países de Europa donde se originaron, tu- glo :\VI en Aménca Latina. Una c,cpcriencia decisiva para la Histona
de la . Cul_tura arq_uile<;tónica del clnquecentc-. Boleti11 del (.'ent ..o de

lnvastígaciones H,stór•cas y Estéticas de la Universidad Central de

u Robcrt Ricard, «La 'Plaza Mayor' en Espagne et en Amcrique Venc¡;ucla. Facultad de- Arquitectura y Urbanismo. N.I) 9, abril 1968
espagnole. Notes pour une érude.» Anuales, Pans, 1947. Traducido en PP. 117 y 136. •
Estudios Geoemticos. .t. LXXXVII. Madrid, 1951. Robert Ricard, 17
Utopías del Renacimiento; Estudio preliminar de Eugenio Ima.z
•�puntes c�mplemcnt�mos sobrt: la plaza Mayor espaflola y el Ros­ Fondo de Cultura Económica, México, 1956, pág. XIII. ·
s10 portugues.» Estudws geográtícos t. XIII. 1952.

L
128 Lección 6 La ciudad del Renacimiento 129

según un plano que recuerda el de las villas promovidas España, país de remoto desarrollo urbano, no abunda

en la península durante el reinado de los Reyes Católi­ mucho, pero se encuentra su traza, más o menos defor­

cos. Las primeras fundaciones de ciudades en la segunda mada, según la perfección de su replanteo y las modifi­

década del siglo XVI, como La ·Habana, Guatemala, Cam­ caciones posteriores, en varias villas navarras creadas en

peche y Panamá, siguen la misma línea. Planos sencillos los siglos XII y XIII (Puente la Reina, Sangüesa, Viana,

y prácticos trazados a cordel y adaptados al lugar. Viene etcétera) en la castellana Briviesca y, sobre todo, en otras

luego la conquista de México y la consideración de la fundadas del siglo XII al xrv en la Plana de Castellón

posible influencia de la vieja Tenochtitlán sobre la ciu­ (Castellón, Villarreal, Almenara, Nules}. Como antece ­

dad fundada por Cortés. Sin embargo, el sencillo plano dentes más próximos de las americanas, tenemos las na­

ajedrezado no indica aportaciones nuevas o de otro tipo. cidas en el reinado de los Reyes Católicos: Foncea ( Lo­

El hecho de que los grandes edificios públicos, catedral, groño), Puerto Real (Cádiz} y Santa Fe (Granada}; las

audiencia, palacio, etc., estuvieran en el mismo centro dos últimas deben su origen a iniciativa personal de esos

ceremonial azteca no es bastante para imprimir carácter monarcas. Santa Fe se fundó, como es bien sabido, para

a un nuevo concepto urbano. servir de campamento militar frente a Granada. El plano

En el año 1573, cuando las experiencias americanas regular de todas ellas tiene su lejana ascendencia en los

se han cumplido en gran parte, Felipe II promulga las campamentos romanos, cuya tradición debió de conser­

famosas Leyes de Indias que acaso sean la primera le­ varse en la mayoría de los temporales de la Edad Media

gislación urbanística que conoce el mundo. De aquí y de por razones pragmáticas. En el reinado de Felipe II las

lo sabio de sus providencias viene su enorme, su tras­ nuevas poblaciones de la Sierra de Jaén, como Mancha

cendental interés. Junto con las ideas propias del Rena­ Real y Valdepeñas de Jaén, entonces fundadas, lo fue­

cimiento, junto con las ineludibles gotas vitrubianas, apa­ ron también con trazado geométrico, que aún conserva

rece también el peso de la experiencia práctica. En estas su núcleo primitivo. Dicho plano facilitaba la defensa:

leyes se consagra el plano regular ajedrezado, con lo que en la plaza central estaban los edificios de gobierno, y

no se hace sino consolidar una realidad. las calles rectas que desde ella partían a las puertas per­

Una de las leyes de Indias ordena «que siempre se mitían una buena vigilancia y acudir con refuerzos rápi­
18•
lleve hecha la planta del lugar que se ha de fundar» damente a aquel de los cuatro ingresos en riesgo de ser
20.
Respecto a trazado, la planta se dividiría por plazas, ca­ forzado» No cabe duda que la preocupación de la de­

lles y solares «a cordel y regla», «comenzando desde la fensa militar estaba también omnipresente en todas las

plaza Mayor, y sacando desde ella las calles a las puertas especulaciones ideales del Renacimiento.

y caminos principales, y dexando tanto compás abierto, En los trazados de las ciudades de Hispanoamérica no

que aunque la población vaya en gran crecimiento, se encontramos ni variedad grande, ni deseo expreso de
19•
pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma» conseguir otra cosa más que resultados prácticos, facili­

El plano de la ciudad americana es el resultado de dad de replanteo, distribución y defensa. No hallamos

conjugar las ideas humanísticas con la tradición del pla­ la variedad de los esquemas especulativos de los trata­

no de ciudad militar adoptado en la Edad Media en todo distas del Renacimiento ni su deseo de belleza arquetí­

el occidente europeo para las nuevas poblaciones. «En pica. Tampoco evolucionaron durante el siglo XVIII si-

1 20
e Recopilación de las úyes de los Reynos de las Jndiu.s (Edición Femando Chueca, Torres Balbás, Planos de ciudades lberoame­
facsimilar de la cuarta impresión, hecha en Madrid el año 1791). ricanas y Filipinas. Existentes en el Archivo de Indias. •Introducción»,
1� Ibidem, 11, p. 19. T. I, pp. XIII y XIV. Madrid, 1951.

Chueca Goitia. 5

L
130 Lección 6
«v \ J L I. O . l
guiendo las novedades europeas de la ciudad barroca. La

cuadrícula se había extendido con tan universal y unáni­

me aceptación que no se consideraba conveniente ningu­

na mudanza.

«Si faltaron en su planteamiento exigencias refinadas

de carácter estético, hubo, sin embargo, una clara coinci­

dencia de lo que debía de ser el corazón vital y repre­

sentativo, lo que modernamente llamaríamos el centro • l. l

cívico de la ciudad, alrededor de la plaza Mayor. Reve­ � - J J t


laron los colonizadores una visión clara de las funciones '

y significación de dicha plaza, hasta el punto de poder


. , lt'

afirmarse que el interés urbanístico de los trazados se ,, ,-

concentra en dicho lugar representativo. Sin las plazas

mayores y los monumentales edificios que las rodean les

faltaría a las ciudades hispanoamericanas el carácter y la

sugestión que hoy producen. En este aspecto superan

incluso a las de la metrópoli, en las que no suele darse '

la plaza como un factor preponderante y dominador. ,b

Tienen más semejanzas con aquellas ciudades de Italia

cuya plaza lo es todo. (Florencia, con su plaza de la

Signoria; Siena con la del Pallio; Venecia con la de San

Marcos; Bolonia con la de San Petronio; Verona, con

la plaza delle Erbe, etc.)»?'.

En medio de la monotonía del urbanismo americano

podemos, sin embargo, establecer una cierta tipología

y clasificar sus ciudades en cinco grandes grupos:

!.º-Ciudades irregulares: Algunas muy antiguas fun­

dadas sin plan preestablecido. Ciudades en parajes de

accidentada tooografía: Ixmiquilpán (México), Loja

(Ecuador); ciudades mineras como Potosí (Bolivia), Gua­


"· • • > '

naiuato (México), etc. ' .


, 1,.1,,,,.,¡,.•,,, , .,

'

2.º-Ciudades semirregulares: Muy numerosas. Pro­


' 1
ducto de la adaptación de la rígida cuadrícula a las con­
,,
diciones del lugar, a las leyes del crecimiento, etc. ,.

¡, ,.,¡.•'
1 ••

3.º-Ciudades regulares: Son la inmensa mayoría y 1 1 i

'
' ,1

21 Planos de ciudades Ibuoamericanas y Filipinas. Op. cit. Intro­


ducción, p. XV.
f1g. 42. Truxillo (Per\J), plano. (Planos de ciudades toeroamericanas
y Filipinas).
La ciudad del Renacimiento 133

{ 1

las que definen el urbanismo hispanoamericano en cuan­

to tal.

4.°-Ciudades [orriiicadas de trazado regular: Aunque

acabamos de aludir a la falta en América de trazados

regulares poligonales o estrellados, frecuentes en los tra-

' .,

-- .
·¡J

..
~ ••

E�
1 ;:¡

:i

tadistas (mucho menos en la realidad) del Renacimiento,


Fig. 43. Portobclo (Panamá), plano. (Planos de cmdudes t ncroamcn­
a veces razones militares y la mayor cultura técnica de
canas y Filipinas).

los ma-stros de la fortificación (Antonelli, Fomento, et-


134 Lección 6 Lección 7

La ciudad barroca
cétera) hicieron que surgieran algunas que recuerdan los

modelos italianos. El mejor ejemplo es Truxillo (Perú)

con una fortificación poligonal de quince lados y quince

baluartes inscrita en un elegante óvalo. El trazado de

calles no es radioconcéntrico sino cuadricular. La ciudad

nueva de Portobelo presenta un plano regular fortifica­

do de elegante traza. Rectangular con un ángulo acha­

flanado.

5.º--Casos singulares: Algunas ciudades, rarísimas,

no tienen plaza: La Concepción de Tucumán. Nuestra

Señora de Luján (Argentina). Algunas, como San Juan

Bautista de la Rivera (Argentina), Panamá, Santa Clara

(Cuba), Portobelo (Panamá), tienen sus calles principa­

les desembocando a la plaza en los centros de sus lados.

Solución muy rara porque la plaza siempre se produce

por eliminación de una de las cuadras del damero.

Mucho se ha alterado por ensanches, ampliaciones y

reformas interiores el plano de las ciudades hispanoame­

ricanas, pero mucho más grave ha sido la renovación de


El transito del orden medieval al que había de ser
su antiguo caserío, proporcionado, armonioso, lleno de
después el orden de las monarquías barrocas se produce
carácter y del más original estilo, para sustituirlo por
lentamente, pero de una manera continua. En principio,
otro, desproporcionado, falto de gracia, sin unidad ni
durante el Renacimiento, apenas se perciben elementos
sentido. Las Leyes de Indias de acuerdo con la estética
de transformación, ya que la vida se desenvuelve sobre
del Renacimiento aconsejan que en la ciudad todas las
22, el plano del orden medieval. Sólo las élites son las que
casas «sean de una forma» es decir, conserven una
preludian con anticipación el proceso que se realizará
gran unidad. Hasta hace poco así eran las ciudades gran­
años más tarde. Por lo que se refiere a las ciudades, la
des y pequeñas de Hispanoamérica, un dechado de uni­
ciudad del Renacmuento sigue siendo la ciudad medieval,
dad, armonía y gracia que ahora sólo podemos imaginar
con pequeños cambios superficiales, consecuencia preci­
repasando las viejas litografías y algún que otro amari­
samente del refinamiento artístico impuesto por aquellas
llento daguerrotipo.
élites. Si la ciudad sigue la misma y sigue siendo la mis­

u Recopilación dei las Leyes ... Op. cit., II, p. 23.


ma su estructura, se van transformando, por decirlo así,

las fachadas, principalmente de los nobles y de los prín­

cipes, en los que alienta un deseo de belleza y de imita­

ción de la antigüedad. Pero, en el fondo, pocas trans­

formaciones hondas se han producido todavía.

Sigue el Occidente de Europa organizado en la misma

forma que ya vimos al hablar de la ciudad medieval, es

decir, continúa existiendo ese tejido geográfico humano

135
136 Lección 7
La ciudad barroca 137

que representa la distribución continua de la población


gran ciudad como elemento político y social decisivo. El
europea sobre su territorio. Las ciudades, en general,
Estado trashumante comenzaba a encontrar una dificul­
siguen siendo las ciudades pequeñas, situadas a corta
tad, cada día mayor, para trasladar consigo sus institu­
distancia entre sí ( distancia que permita ir de unas a
cienes. Los ministros, los servidores, los instrumentos
otras y regresar durante una jornada) y con un vigoroso
de gobierno, los papeles, la correspondencia, etc., etc.,
poder municipal, una vida mercantil libre y una artesa­
eran cada vez un bagaje más pesado para poderlo trans­
nía organizada en sólidos cuerpos gremiales.
portar de una a otra localidad en este constante trasiego.
Hemos dicho en lecciones anteriores, que esta distri­
El monarca y sus más inmediatos colaboradores en el
bución igual y continua de la población en el occidente
gobierno no podían ya vigilar todo por sí mismos, acu­
europeo fue una de las causas que dieron lugar al con­
dir a todas partes para dar personalmente la solución.
cepto unitario de nación, frente al concepto antiguo de
Era necesario, por consiguiente, crear un instrumento bu­
ciudad-estado. El que no existieran esas deformes cabe­
rocrático impersonal y delegar en una forma o en otra
zas que fueron las metrópolis antiguas, que todo lo ab­
la autoridad. El resultado fue una burocracia permanen­
sorbían y vinculaban a sí mismas, facilitó que surgiera un

nuevo concepto, el del Estado nacional, como expresión te que tenía su asiento en una corte permanente; sus

archivos, sus cancillerías, sus tribunales, etc., etc., en


de una totalidad territorial, de una integración y no de
unos edificios permanentes. Y así surge la capital con
una suma o conjunto aditivo de ciudades. El poder po­

lítico, el poder real y, asimismo, el poder de los grandes concepto de tal; la capital, que es una creación entera­

señores, que ejercían a veces una autoridad tan completa mente moderna, una creación que podemos llamar ba­

como la del propio rey, aunque teóricamente fuera dele­ rroca, dando a este término la amplitud que usualmente

gada, era un poder transeúnte, un poder que no estaba se le asigna en el terreno de la cultura.

vinculado a ninguna ciudad, sino que transitaba por todo Antiguamente había existido, ya lo hemos visto, la

el territorio, acudiendo a donde las necesidades reclama­ metrópoli gigantesca: Antioquía, Alejandría, Roma, Bag­

ban su presencia. Todos conocemos por la historia la dad; pero estas ciudades no eran la capital en el sentido

existencia de estas cortes nómadas y trashumantes, cuyo moderno que estamos considerando: eran entidades po­

ajetreo era el precio del poder que habían de pagar el líticas en cierto modo aurosuficientes, encarnación de la

monarca y sus cortesanos. Este movimiento constante ciudad-estado. Más ahora, después de haberse producido

no se detuvo en las monarquías francesa e inglesa hasta la nación como consecuencia de ese continuum campe­

el siglo xrv, manteniéndose todavía mucho más tiempo sino feudal de la Edad Media, la capital tiene que ser

en nuestra patria, pues el primer rey español que asienta algo representativo; imagen y condensación de la reali­

permanentemente su corte es Felipe 11, el rey burócrata, dad nacional. Si en el mundo antiguo la ciudad era un

que representa las exigencias del Estado nacional mo­ hecho primario y el Estado se fundía con ella, o por así

derno. decirlo, era un hecho secundario, concebido y estructu­

Pues bien: con el tiempo, este Estado nacional mo­ rada a imagen y semejanza de la ciudad soberana, en el

derno, que había surgido de la estructura agraria de la mundo barroco el proceso era opuesto: el Estado nacio­

civilización medieval, acaba por ser el que la destruye, nal era el hecho primario, y la ciudad la condensación
el que modifica profundamente el orden de cosas antiguo localizada de los instrumentos políticos exigidos por el
y el que trae el desequilibrio en la distribución de la Estado. La ciudad, pues, como decimos, era un hecho
población, volviendo una vez más a la instauración de la secundario, un reflejo de una realidad superior que ella
138 Lección 7 La ciudad barroca 139

representaba y, por decirlo así, materializaba plástica­ ciudades libres, con su cultura vastamente difundida y

mente en una forma visible. con formas de asociación relativamente democráticas,

Con el nacimiento de la gran ciudad, capital política cedió el lugar a una era de ciudades absolutas, centros

del Estado barroco, la estructura del mundo medieval que crecieron sin orden alguno y que dejaban a otras

se altera profundamente y muchas de sus instituciones ciudades en la alternativa de aceptar el estancamiento o

antiguas son asfixiadas por las nuevas del Estado y la de imitar sin recompensa alguna a la capital todopodero­

ciudad burocrática. Es indudable que estos grandes cen­ sa. La ley, el orden y la uniformidad son productos esen­

tros políticos, asiento del poder, cada vez más absoluto, ciales de la capital barroca; pero la ley existe para con­

de las dinastías barrocas, debilitan la vida autónoma de firmar el estatuto y asegurar la posición de las clases

las ciudades libres medievales, que habían sido uno de privilegiadas; el orden es un orden mecánico, que se

los ingredientes fundamentales de aquella sociedad. Se basa no en la sangre, la vecindad o propósitos y afectos

puede decir que el mundo político medieval ya formado comunes, sino en la sumisión al principio regente; y en

giraba en torno a los dos poderes del rey y del rnunici­ cuanto a la uniformidad, es la uniformidad de los buró­

p_io. Con el advenimiento del nuevo orden, la decaden­ cratas, con sus archivos, sus expedientes y sus numero­

cia de la vida municipal es un hecho cada vez más pal­ sos procedimientos para regular y sistematizar la percep­

pable, ya que su autonomía constituye una traba al poder ción de impuestos. Los medios externos para hacer obli­

político central. El poder del rey, que antes era, por lo gatoria esta modalidad de vida se basan en el ejército;

menos en sus posibilidades de aplicación, muy rudimen­ el brazo económico es la política mercantil y capitalista,

tarro, P?t sus pobres instrumentos de gobierno, se había y sus instituciones más típicas son el ejército, la bolsa,

convertido, merced a la burocracia organizada, merced la burocracia y la corte. Todas estas instituciones se com­

a la creación de los ejércitos profesionales, merced al plementan recíprocamente y crean una nueva forma de
1•
desarrollo del capitalismo mercantilista, en un poder mu­ vida social: la ciudad barroca»

c�o más perfecto, eficiente y capaz de profundizar, gra­ En virtud de estas circunstancias, a partir del si­

cias a su escalonamiento en autoridades delegadas, en el glo XVI se registra en toda Europa un rápido crecimien­

cuerpo entero del país, hasta alcanzar las partes más ale­ to de las ciudades. Durante el propio siglo son ya más

ja_d�s o recónditas. En estas circunstancias, el poder mu­ de 14 las ciudades que sobrepasan los 100.000 habitan­

nicipal se encontraba, pues, supeditado y, por decirlo así, tes. París, en 1594, es ya una ciudad de 180.000 habi­

preso en esta malla, cada vez más fina, que como tela tantes, y Londres, que siempre ha ido ligeramente por

de ara�a, cuyo centro eran la monarquía y la capital, se encima, alcanza en 1602 el número de 250.000 habitan­

extendía por todo el país. tes. Son dos grandes capitales políticas, fuentes a la vez,

«Por tanto --escribe Mumford-, cesó la multiplica­ del poder económico. Alcanzan cifras ·importantísimas las

ción de las ciudades. No se construían ciudades para ciudades italianas, en parte porque en aquella península

una clase creciente de pequeños artesanos y mercaderes; se había mantenido más viva la herencia del mundo

la ciudad dejaba de ser un medio para conseguir la liber­ clásico y las ciudades conservaron una mayor preeminen­

tad y la seguridad. Era más bien un medio para conso­ cia, sin que se llegara a la dispersión de la población

lidar el poder político en un solo centro directamente que caracteriza la Edad Media en el resto de Europa.

bajo la supervisión del rey e impedir todo desacato a la Venecia alcanza en 1575 los 195.000 habitantes; pero

autoridad central desde lugares lejanos que por esa mis­


1
ma circunstancia era difícil gobernar. La época de las l.ewis Mumford, La cultura de las ciudades. T. I, pp. 140-141.
140 141
Lección 7 La ciudad barroca

hay que considerar que era la capital de la tercera po­ el siglo xvrr, ciudad completamente artificial, sin otro

tencia europea, una verdadera capital y corte de un vasto contenido que la corte y sin más función que la mera­

imperio. Milán cuenta con 200.000 habitantes y Nápoles mente política. En Madrid ni siquiera existía una clase

con 240 .000. El caso de esta última ciudad es digno de capitalista, ya que el dinero que llegaba de América lo

tenerse en cuenta. Sin demasiada justificación, Nápoles, manipulaban y lo aprovechaban banqueros alemanes, fla­

desde el siglo xvn hasta los tiempos modernos, se man­ mencos, genoveses y milaneses. Como decía la condesa

tiene como la mayor ciudad de Italia y una de las mayo­ d'Aulnoy, a quien debemos la pintura más viva del Ma­

res urbes mundiales. Existiendo dentro de la propia Ita­ drid austríaco, en Madrid «apenas se ven más que per­

lia regiones mucho más fértiles y ricas, puertos y villas sonas de calidad y sus criados... Los príncipes, los du­

comerciales mucho más prósperos, capitales de imperios ques y los títulos son aquí numerosos». María Luisa

mucho más vastos y poderosos, es, sin embargo, sor­ Caturla, repasando legajos en el Archivo de Protocolos,

prendente la magnitud de esta ciudad meridional. Para se sorprende de los ilustres nombres que ellos guardan
2,
Werner Sombart Nápoles es uno de los mejores ejem­ como sin par documento de lo que fue la vida cortesana

plos en apoyo de su tesis: que las primeras urbes mun­ de Madrid. «Nombres -dice- que aprendí de colegiala

diales han sido creadas por la concentración del consu­ en dramas de clásicos alemanes y recordé luego ante

mo. Hace ver Sombart que los comerciantes e industria­ edificios deslumbradores de Génova o Milán, aparecen

les no salen del círculo de las pequeñas ciudades. Que, firmados al pie de los legajos: Conte Fiesco, Octavio

por consiguiente, las ciudades productoras no son las Centurión, Palavesin, Justinián, Doria, Spínola y Ador­

que crecen desorbitadamence, sino por el contrario, las no -xinoveses, que en su maravillosa ciudad de mármol

eminentemente consumidoras. Las ciudades cortesanas de Carrara eran los ricos y magníficos dueños de pala­

las capitales, asiento de la monarquía y de la nobleza'. cios famosísimos-, se manifiestan aquí sirviendo al rey.»

que en ellas consumía sus rentas; de la burocracia y del «Nada como estos protocolos me ha dado conciencia del

�jército, la clase más radicalmente consumidora, pues antiguo poderío de España . . . En ellos se palpa la vida

incluso en su actividad ejerce una función negativa. cosmopolita de la corte de los Austrias . . . Las calles del

Nápoles es un ejemp lo típico de ciudad cortesana y antiguo Madrid presentarían el aspecto abigarrado de

nobiliaria. Ha dicho Caracciolo que Regis servitium nos­ una capital del mundo, donde se conocerían los atavíos
3•
tra mercatura est. Una corte centralizadora, con una bu­ y se escucharían los idiomas de todas las tierras»

rocracia gigantesca y complicadísima, jurisperitos, aboga­ Desde Velázquez hasta el último mozo de cuadra, to­

dos, escribanos, toda la curia que pulula en estos centros dos son servidores del rey o de algún noble y todos

burocráticos, llenaban la ciudad. Al lado de la corte de ponen en el título de criado un timbre de gloria, patente

los nobles y de los curiales, un inmenso pueblo de a la larga de aristocracia. Cuanto más cerca se esté del

lacayos, domésticos, ínfimos menestrales y parias de toda Sol o de sus planetas, mejor les llegará su luz, fuente

laya, que formaban el más bajo escalón social, alimentado de honor y de dignidad. Más vale ser criado que tener

por una raza prolífica en un cli ma benigno. En ciudades un vil oficio mecánico, y hasta Velázquez abate las alas

como Nápoles, la diferencia de clases debía ser enorme, de su propio genio por debajo de su excelsa condición de

sin grados intermedios. oalatino. Cuando Inocencia X regala al pintor una ca­

No muy distinta debía ser la situación de Madrid en dena de oro, después de hecho su retrato, éste se la

l M. L. Caturla, Pinturas, fronda.s y [uentes del Buen Retiro. Edi­


2
Véase Lujo y capitalismo, Ed. Revista de Occidente. p. 53. torial Revista de Occidente, Madrid, MCMXLVII, pp. 9 y 10.
142 La ciudad barroca 143
Lección 7

devuelv� haciendo constar que no es un pintor, sino del año 1786, la provincia de Madrid contaba con

un servidor de su rey, al cual sirve con su pincel cuando 235.968 habitantes, de los cuales 156.672 correspondían
4•
recibe orden de hacerlo a la villa. En el censo de 1797 de Carlos IV, la villa

Madrid era, pues, en el siglo XVII una ciudad de es­ de Madrid sube en 167.607 habitantes. En 1847, según

tructura social muy simple. En una forma u otra todo Madoz, la capital tendría una población de 235.000 in­

podía reducirse a señores y criados. Estructura que hoy dividuos.

en día nos parece bien desdichada, sobre todo si consi­ Aunque Madrid creciera y se desarrollara un tanto

deramos su miserable legado material, ya que la gran­ improvisadamente, a partir del año 15 6 1 , en que Feli­

deza que pudo tener ha quedado encerrada en los em­ pe II estableció en ella la corte, cumpliéndose una vez

polvad?s manuscritos de los archivos, en las glorias le­ más la teoría de Sombart, el hecho general es que la

gendanas y estupefacientes de la historia. Aquellos ban­ mayoría de las ciudades españolas durante el siglo XVII

queros g�noveses criados del rey de España, construían decaen, bajando a veces a extremos de indecible postra­

los palacios de mármol en su patria y aquí quedaba sólo ción. Acompaña a su caída la caída demográfica de Es­

una historia de altivez y miseria. paña, producida por la expulsión de los judíos y moris­

Circula por ahí (no conozco de qué fuentes provenga) cos, por la sangría de la conquista de América, por las

la afirmación de que Madrid, en sus años de máximo


guerras de religión europeas, por el desprecio del espa­

esplendor del siglo xvn, contaba con 400.000 almas; ñol para los oficios productivos, por el aumento de la

pero a nosotros nos parece una cifra fantástica. Si juz­ clase sacerdotal, etc. Otras ciudades importantes de la

gamos por el perímetro del plano de Texeira, del península, a más de Madrid, eran Lisboa ( 11 O .800 habi­

tantes en 1629) y Sevilla (100.000), ambas puertos at­


año 1656 (período del máximo esplendor del Madrid

austríaco), vemos que no es muy diferente, si acaso lánticos. El descubrimiento de América y el hallazgo de

algo menor, al del Madrid de 1850, en que la villa y la ruta del Este por el cabo de Buena Esperanza die­

corte tenía 253.000 habitantes. Teniendo en cuenta que, ron ímpetu a un crecimiento urbano en toda la costa

atlántica de Europa. Amstetdam y Amberes, con núme­


por lo menos, la ciudad se había duplicado en altura y
ro aproximadamente igual de habitantes (104.000), y
que se habían construido muchos espacios interiores

huertas y jardines, habremos de convenir que la cifra d� Hamburgo son centros de gran importancia.

400.000 es. bastante utópica, por mucho que la población


Según el cálculo de Lavoisier (citado por Sombart,

página 55), hecho ante la Asamblea Nacional francesa,


vivrese hacinada, cosa que debía suceder, y por mucho

que la Regalía de Aposento obligara a los ciudadanos en París se gastaban anualmente en artículos de consumo

250 millones, y 10 millones más pata las caballerías.


a tener huéspedes forzosos en aquellas casas que no es­
¿Cómo se liquidan estos 260 millones? Veinte millones
tuvier�n construidas «a la malicia», es decir, con un

solo piso, para eludir la pesada servidumbre. producen las industrias de exportación y comercio;

Con todo, creo que una apreciación más justa se­ 140 millones son pagados con ayuda de la Deuda pública

y sueldos; 100 millones proceden de las rentas terri­


ría asignar a Madrid en aquella época de 200.000 a
toriales y de las empresas exteriores cuyos beneficios se
250:000 habitantes. Datos publicados por Madoz dan en

el siglo XVI una población para la provincia de Madrid consumen en París. Es decir, en el París de Lavoisier,

sólo 20 'ínillones devuelve la ciudad con su esfuerzo;


de 223.225 habitantes. Según el censo de Floridablanca
el resto proviene de las energías de la nación toda, que
4
Ortega Y Gasset , Velázquez, Editorial Revista de Occidente, 1954,
p. XVIII.
allí se concentran.
144 Lección 7 La ciudad barroca 145

De esta situación ha surgido el descontento, muy co­ perspectiva geométrica se abrió un campo nuevo e in­

mún en las villas provincianas, frente a la privilegiada menso y no hubo pintor del «Quattrocento» que no se

capital, que absorbe todas las energías sin realizar tra­ deleitara con grandes fondos arquitectónicos en perspec­

bajo productivo alguno. La ciudad productora se siente tiva que excitaron las creaciones de los propios arqui­

explotada, víctima de la gran capital. Esta es, a mi jui­ tectos. Pero no todas las artes se mueven sincrónica­

cio, una postura equivocada, consecuencia de un mal mente. Lo que para la pintura y la arquitectura eran

planteamiento de la cuestión. La ciudad beneficiada no ya maduras conquistas, no había todavía llegado al cam­

es una ciudad X, caprichosamente amparada por la for­ po del urbanismo. Será más tarde, en el siglo xvrrr,

tuna. Es la capital, y como tal, hay que considerarla cuando el arte barroco de la composición de ciudades

aparte de las demás. Es, en cierto modo, un ente artifi­ adquirirá todo su apogeo. Este siglo presencia la madu­

cial -abstracto-- que representa al Estado, a toda la rez de la música y del urbanismo, manifestaciones finales

nación. La capital no es de nadie y es de todos, y pre­ de la gran cultura europea. Tan es así que la gran ar­

cisamente la experiencia demuestra que quienes más par­ quitectura del siglo XVIII trascenderá de sí misma y se
tido sacan de ella son precisamente los provincianos, los hará en su más valiosa dimensión arte urbano. Sea la

que luego aparecen como eternos descontentos, mientras columnata de Bernini, el palacio de Versalles, la plaza

que el hijo de la capital, que por no tener no tiene ni VendOme o los Inválidos, toda esta arquitectura impone
casa propia, es la verdadera víctima. Pero esto nos aleja pot lo que tiene de despliegue urbanístico.
por el momento de nuestro tema, la ciudad barroca, y Pierre Lavedan
5
resume en tres fundamentales los
nos lleva a un problema social, la tensión entre el metro­
principios del urbanismo clásico; y para un francés, en
polita y el provinciano. Algo que fue, es y seguirá siem­
materia de arquitectura la palabra clásico equivale a la
pre existiendo.
de barroco para el resto de Europa. Pero acaso por esta
En el plano puramente estético, la ciudad barroca es
vez no nos parezca mal esta etiqueta de clásico aplicada
la heredera de los estudios teóricos del Renacimiento,
al urbanismo, ya que, p or su desarrollo tardío, puede
de aquellas ciudades ideales que, como ejercicios abstrac­
considerarse el siglo XVIII como el clá sico del ur ba­
tos, ocuparon las mentes de los tratadistas y comenta­
nismo. Estos tres principios son los siguientes:
ristas de Vitrubio. Con un criterio netamente albertiano,
a) La lí nea recta.
el valor de estos esquemas reposaba en la pura armonía
b) La perspectiva monumental.
geométrica con independencia de la percepción visual.
c) E l pr ograma o, con otras palabras, la uniformidad.
Este fue precisamente el hallazgo del barroco: el de 6,
A nuestro juicio, hemos dicho en otro lugar estos
crear una ciudad como obra de arte de inmediata per­
tres principios expuestos por Lavedan pueden reducirse
cepción visual.
a uno: la perspectiva o, si se quiere, más generalidad,
Para lograrlo, el arte barroco contaba con el instru­
lo que ha traído la perspectiva: la ciudad concebida
mento adecuado, un instrumento también heredado del
como vista. El barroco, es más, contempla el mundo
Renacimiento, pero sólo más tarde puesto en valor por
co mo u na vista. C on anterioridad se estaba dentro del
lo que atañe al trazado y composición de las ciudades.
mundo, se estaba entre las cosas, pero no se tenía la
Este instrumento no era otro que el de la perspectiva.

Pintores renacentistas habían renovado fundamentalmen­


s Pierre Lavedan, Histoire de L'Urbat1isme. Renaissance et Temps
te la representación del espacio pasando de la imagen
Modernes. 2.• Ed. Paris, 1959, pp. 33 y 34.

plana a la tridimensional. Con el descubrimiento de la t Resumen histórico del Urbanismo en España. Madrid, 1954, p. 153.
146 147
Lección 7 La ciudad barroca

7,
lejanía ni la visión en profundidad para que estas cosas Como ha dicho muy bien Val�rio Mariani durante

se organizaran en una vista, en un panorama. todo este siglo se percibe un vigoroso impulso creador,

El barroco constituye, ordena el mundo, como pano­ fundado en una generosa ambición social. No sólo se da

rama. P or esta sencilla razón es por lo que tenía fa tal­ forma a la iglesia, al palacio del príncipe, al escenario

m ente qu e descubrir el urbanismo como arte y encon­ puramente monumental, sino que se construyen hospi­

trar un instrumento q ue fa cilitara la posibilidad de crea r tales, hospicios, barrios enteros o conjuntos de habita­

el i:anorama donde antes no existía. D e aquí q ue el ur­


ción, alamedas y paseos para el disfrute de la colectivi-

banismo se ensayara primero en los ardines,


j cu yos t ra­

z ados i nfluyeron tan decisivamente en las ciu dades y �

conjuntos urbanos.

El m undo como panorama lo encontramos lo mismo

en un j ardín de L e Nótre q ue en un p aisaje de Cl audia

d e Lo rena. T riunfo de la perspectiva. A él coadyuvan

los tres p rincipios de L avedan. L a lín ea recta conlleva

la p erspectiva, la uniformidad upedita


s lo p articular a la

ley del conjunto, ú nica manera de mantener el predo­

mi nio de la perspectiva. L a uniformidad de la Rue Ri­

voli de P arís hace que nada perturbe l a continuidad

de s us líneas que huyen en perspectiva, provocando una

fuerte i mpresión estética.

La perspectiva supone la co ntemplación del mundo

d esde un solo punto de vista, desde un ojo ú nico que

ab arca todo el p anorama. E s una manifestación del po der

huma no, del p oder del príncipe. La vis ó i n foc al o cen­

tralista coincide con la organización monárquica del Es.

tado. T odas las residencias reales de la Europ a del si­

l
g o XVIII, llámense Versalles, N ancy, Dresden, Carl sruhe,
Drcsden. Centro de la ciudad y palacio, llamado el Zwinger.
Fig. 45.
C openhague, S an P etersburgo o A ranjuez, responden a
Uno de los más hermosos espacios del barroco.

este tipo de ordenación perspectivista, en cuyo punto fo.

ca l se encuentra el palacio de la realeza. En San P etersbur­ dad, centros de enseñanza e instituciones de cultura,

go, el nombre genérico de calle se sustituye a veces por el puentes, manufacturas, etc.; y todo ello incorporándolo

de p erspectiva. L a ciudad se convierte en a


l expresión dentro de un orden unitario y magnífico, como ingre­

de una realidad política. dientes de un sentido espacial y de un ambiente total­

Ahora bien, no olvidemos q ue tras a


l tendencia esce­ mente nuevos. Por la variedad de los problemas que

nográfica del barroco, escenografía montada p ara la exal­ se acometen, por el ímpetu constructivo y la rapidez

tación del príncipe, de su palacio, de s u estatua, existen con que se cumplen en beneficio de la colectividad, al

otras empresas que denotan una grandeza y nobleza de


, Valerio Mariani; «L'Urbanistica nell'etá Barocca», en L'Urbanis­
propósitos q ue no se deben olvidar.
�all'Anlichitd ad Oggi, de varios autores, Ftrenze, 1943.
148
Lección 7 La ciudad barroca 149

barroco corresponde una parte importantísima en la de la Roma papal, después de las hermosas concepciones
constitución de la ciudad moderna con todas sus exigen­ de la plaza del Campidoglio de Miguel Angel, de la
cias de vida y arte.
columnata del Bernini, de aquellas «sistematizaciones»,
No nos olvidemos que estamos en el siglo de la Ilus­ pequeñas pero encantadoras, de la plaza de S�n- Ignacio
tración_ r de las Lu�es, del despotismo paternalista y y de Santa Maria della Pace, le toca decididamente
filantrop1co. En un siglo en que empiezan a despertarse a Francia marcar la pauta. Francia es la nación pode­

rosa, altiva y triunfadora, rica en recursos de todo gé-

Fig. 46. Roma. Plaza de San Pedro (Dib. del autor).

muchos problemas sociales, muchas inquietudes intelec­

tuales y científicas que serán levadura para que fermente Fig. 48. Richclieu. Planta de la ciudad (Croquis del autor sobre el
grabado de Tassin).
el mundo moderno.

nero y políticamente preponderante. El poder de su mo­

narquía sólo puede competir con el que a finales del


� l siglo xvm adquirirán sus hombres de letras y de pen­

samiento, y todo ello compondrá una nación que se

erige eh ejemplo universal para el resto de Europa. No

1 ·2�7
es,

nismo,
pues,

de adelanto
de extrañar

tan unido al prestigio de las

de sus
que

sociedades,
algo tan visible como

naciones y al grado

se desarrolle
el

también en
urba­

Fig. 47. Roma. Plazas de Santa María della Pace y San Ignacio (Croquis
del autor). Francia de una manera sobresaliente y ejemplar.

Donde este urbanismo de gran estilo aparece por pri­

Hay que reconocer que, en materia de urbanismo, el mera vez es en la ciudad-residencia de Richelieu, funda­
cetro, durante el período barroco, corresponde a Fran­ ción del gran cardenal. Lavedan la llama prefiguración
cia por derecho propio. Después de los atisbos geniales de Versalles. Como en Versalles, la ciudad es conse-


150
Lección 7 La ciudad barroca 151

cuencia y viene en seguimiento del palacio. El año 1625


nes que trae el tiempo, es la más bella de las ciudades
el mismo. en que muere el duque de Lerma creado;
regulares francesas. Descartes la hubiera mirado con com­
de otra_ cmdad-residencia, encarga al arquitect� Jacques
placencia, pues esta ciudad, coetánea suya, tan francesa
Lemercier la construcción de su palacio. Más tarde, ha­
y tan racional, parece cristalización de sus propias ideas.
cia 1633, comienza la construcción del poblado, separado
La importancia de Versalles nos ahorra el dedicar a

tan grandiosa creación de Luis XIV un espacio corres­

pondiente al monumento, que sería, en cambio, despro­

porcionado a nuestra breve historia. Mucho se ha escrito

sobre el palacio y algo menos sobre la ciudad de la

que forma parte indisoluble. Sin poder descender a de­

talles, anotaremos que la fundación se puede fechar ha­

cia 1671, diez años después del comienzo de los grandes

trabajos de ampliación del «Chateau». El rasgo, sobre

todos saliente, de esta urbanización espectacular de gran

aparato es el tridente de avenidas que convergen en la

plaza de Armas, antesala de honor de la «Avant-Cour»

del palacio. Todo parece indicar, he aquí al Rey Sol, he

aquí su solio. Nada se había planteado hasta la fecha

tan grandioso y en tan vasta escala. El tema del tri­

dente ya conocía un anticipo notable: la Piazza del

Popolo de Roma. ¿Pudo servir de inspiración? Es muy

verosímil. Lanzado por Versalles se encuentra luego en

Karlsruhe, en Aranjuez, en Madrid, en Washington, en

París (plaza de la Opera), en Londres (plaza de Buck­

ingham) y en un sinnúmero de composiciones urbanas

de los siglos XVIII y xrx,

Acaso el conjunto más celebrado del urbanismo die­

ciochesco francés sea la ciudad de Nancy. En 1737 Sta­

nislas Leczinski, rey de Polonia destronado, recibió de


Fig. 49. Versalles (Dib. 'del autor). su yerno Luis XV el ducado de Lorena durante su vida.

Este fue el origen de la parte monumental de la ciudad.


respetuosamente del palacio. Se encierra en un rectán­
Con el deseo de elevar una estatua a su yerno y pro­
gu\o perfecto y todo se plantea en simetría con relación tector mandó construir la plaza Real enlazada con la
a a _gran c�lle axial. Ya no se trata de una sim le plaza de la Carriere y, a través de una alameda, con
cuadr_1cula, sino de algo concebido estéticamente :Cm
la plaza de la Herradura. Esto dio lugar al más bello
sus ejes, sus.fulaz�s, sus perspectivas. La arquitectu;a, de eje del urbanismo monumental barroco, que relaciona
una gran, un: orrnidad, presta a todo un sereno equilibrio diversos ámbitos, enhebrados con un sentido exquisito,
y armo�i_a. Se puede decir que todavía, a pesar de la procurando sensaciones espaciales diversas, dentro de
destrucción del palacio y las inevitables transformacio- una armonía general y una axialidad rigurosa. Su arquí-
152
La ciudad barroca 153
Lección 7

tecto fue Heré de Comy. Todas las residencias reales y

principescas de Francia, llámense Fontainebleau, Corn­


�. piegne, Chantilly, Rambouillet, Vaux-le-Vicomte, partici­
t!
..
. . pan con sus jardines, sus plazas, sus ejes, de este des­
: ;
arrollo del arte del trazado urbano.
:•
:! La influencia llegó a toda Europa, a Viena, Postdam,
:. -:
.. .·.
. . . . Karlsruhe, Manheim, San Petersburgo, Hampton Court,
.. ..
i· ••
!f., •• .J'
:'


:
•:
.
..


1

Fig. SI. París. Place VCndomc (Dib. del autor).

La Granja, Aranjuez y otras pequeñas ciudades-residen­

cia, donde reyes, príncipes, arzobispos y grandes señores

quieren emular, a la escala de sus fuerzas, las glorias

del Rey Sol y de su corte.

El urbanismo francés del gran siglo se complace en

un tema que e� barroco adoptará con entusiasmo: la

plaza monumental dedicada a servir de cuadro a la esta­

tua de un rey. Se conjuga en este tema el afán de magni­

ficencia propio del urbanismo barroco y el deseo de exal­

tar la monarquía centralista, vértice de todo el sistema

político preponderante.

Algunos han considerado que la primera plaza fran­

cesa de este tipo fue la plaza de los Vosgos, también

:i�c 5?� t��du%�n� �:!u��!ud�º �=1


laj _plazas, Real, de la Garriere llamada Place Royale. Pero no es así. La plaza de los

estos espacios (Dib_v��t!��rresultantes de llenar Vosgos no se pensó para ninguna estatua. La estatua

vino después. En ese aspecto es más bien una plaza


154 Lección 7

emparentada con nuestras plazas mayores regulares, como

las de Madrid y Salamanca.

Las primeras plazas de este tipo que ahora nos inte­

resan son las proyectadas por J. H. Mansart para hon­

rar a Luis XIV. Una de ellas es enteramente circular,

la Place des Victoires (París); otra semicircular, la de

Dijon, y ]a tercera y más importante rectangular acha­

flanada, la Place Vendóme o de Louis le Grand.

Esta última, de todo el mundo conocida, es la obra

maestra del género y una de las más bellas plazas barro­

cas del mundo. El tener sólo dos calles de acceso en el

mismo eje la convierten en un espacio casi cerrado, don­

de todo se supedita a la nobleza de la arquitectura y la

proporción. En ninguna parte como aquí percibimos cuál

es el motivo esencial: servir de marco solemne a una

estatua ecuestre. La plaza se construyó entre 1685 y

1699, año en que se colocó la estatua de Luis XIV,

obra maestra de Girardon.

A París siguieron las ciudades de provincias, deseo­

sas de honrar la memoria de Luis XIV. Algunos propó­

sitos quedaron en mero proyecto, pero otros llegaron,

con más o menos retraso, a realizarse; tal es el caso

de las plazas de Caen, Rennes y Montpellier. Pero para

entonces había subido al trono Luis XV y parecía tam­

bién obligado honrar al monarca felizmente reinante.

Solamente para estudiar las posibles plazas dedicadas


8,
a Luis XV publicó Patte su célebre obra que podemos

considerar como un verdadero tratado del urbanismo ba­

rroco monumental. Entre tantos proyectos y realizacio­

nes citaremos sólo algunas de las grandes plazas dedi­

cadas a Luis XV. La más famosa de todas ellas es la

plaza de la Concordia de París, y acaso la más bella

entre las de provincias la de Burdeos, abierta por uno

de sus lados al Garona. La de Rennes es muy original

porque la estatua se acoge a un fondo arquitectónico

escenográficamente compuesto. La ya citada de Nancy

y la de Reims son también importantes.

Pauc, Monuments crigés c11 France d la gloire de Louis XV. Pa­


rís, 1765.
Amalienborg Platz y barrio circundante (Ras-
Fig. 52. Cope nhague, . )
mussen, op. c11 . .
156
Lección 7 La ciudad barroca 157

Fuera _de Francia, la plaza Royale de Bruselas, la pla- las tradiciones locales y las corrientes afrancesadas veni­
- za Amalienborg de Copenhague y la del Comercio de das de fuera . Todavía hacia 1710 construyó José de
Lisboa son las mejores creaciones de este tipo. La plaza Churriguera, para la familia Goyeneche, la ciudad-re_si­
octogonal_ de Copenhague, cortada por dos ejes, uno de dencia de Nuevo Baztán en las inmediaciones de Madrid.
ellos sirviendo de perspectiva a una gran iglesia rotonda,

es una de las más admirables composiciones urbanas


de todo el siglo xvm.

O 10 2.0

L
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K ◄
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A@F.1
U kd
.

Fig. 53. Nuevo


7
Baztan (Madrid).
,

Planta (Croquis del autor).

El antiguo Terreiro do Paco de Lisboa, convertido Fig. 54. La Granja. Eje longitudinal de la composición (Dib. del autorl.

por Pombal después del terremoto de 1755 en una plaza

monumental a la moda barroca del momento, sirvió de Es, en cierto modo, una ciudad-cortijo y un excelente
marco grandioso, continuando las ideas del urbanismo
ejemplo de urbanismo barroco castizo.
francés, a la estatua ecuestre de José I, obra de Ma­ Las nuevas corrientes del urbanismo monumental eu­
chado de Castro. Por su disposición abierta con respecto ropeo entran en Madrid de la mano de Carlos III, que
al estuario del Tajo, recuerda algo a la plaza de Burdeos. promueve la ordenación del paseo del Prado regulan­
El urbanismo dieciochesco en España oscilaba entre zando su trazado, ornamentándolo con grandiosas fuen-
159
158 Lección 7 La ciudad barroca

tes y rodeándolo <le notables edificios. Las obras comen­ mando tridentes a ambos lados del palaci� La inruenc;a
de Versalles no puede ser más clara. tro e emen o
zaron en 1768 y, desgraciadamente, no pudieron com­

pletarse del todo. El siglo xrx y el xx han desfigurado urbano notabilísimo de Aran juez es la plaz\dll Sa� ¡An­
tonio con el fondo de la pequeña, pero e a, ig esta
casi completamente los trazados dieciochescos. El Salón
de &navia en el centro de un plano on_dulado de arique­
del Prado dio origen a la creación de una serie de ala­
rías La laza de San Antonio, en cambio, se r_e� ama
medas por toda España, como las de Málaga, Priego,
hij; del .irbanismo italiano y, a la larga, del Bernini. En
paseo del Salón de Granada, alameda de Apodaca de

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Fig. 55. La Carolina (Jaén). Plano (Dib. del autor).

Cádiz, el Espolón de Burgos, alameda de Hércules de

Sevilla, paseo de Isabel II de Barcelona, etc., etc.

Sitios reales como La Granja y Aranjuez recogen las

ideas imperantes en la época y trasladan a España las

formas urbanísticas propias de las Residentzstádt eu­


t (D'b del autor).
Bath (Inglaterra). Royal Crescen l .
ropeas. El conjunto de La Granja está vertebrado por Fig. 56.

un gran eje que preside la cúpula de la colegiata. Es un


· · d d barroca die-
Versalles en donde el rey, respetuoso con las costumbres
c?nj�nto, t:ªIi�t��:sq��e:�r:n:::r uc�rfo:midad urbana,
españolas, se coloca detrás de la iglesia. La composición
cioc esca. de gran extensión y escasa altura, se vaya
de los espacios encadenados por este eje es muy acer­ sus manzanas · odernas
iendo con impropias construcc1ones m .
tada y expresa admirablemente las ideas barrocas sobre

la gran perspectiva.
roE� el urbanismo dieciochesco1 esp1añol m�recde �f:::�
blados de a co omzacion
En Aranjuez, donde los Austrias ya habían realizado carse 1os nuevos po ¡¡ d cabo durante
grandes obras, sobre todo Felipe II, se fue constru­ Morena y otras zonas andaluzas rfmª:1:0 de Olavide.
yendo un poblado que, en su trama general, obedece al el reinado de Carlos I II . y c�n e , pinteresante es la

simple emparrillado, pero en el que se introducen ele­ Urbanísticamente la plDamficac1�n masplano en cuadricula

mentos nuevos, como las grandes avenidas radiales, for- de La Carolina (Jaén). entro e un
]61
]60 Lección 7 La ciudad barroca

se introducen ejes perspectivos relacionando plazas rec­ ción del espacio comprendido entre el Louvre y las

tangulares, exagonales y circulares bien valoradas por Tuileries, la pequeña Rue des Piramides y poco más es

una arquitectura sencilla y uniforme


9•
lo que el emperador puede acometer en su fantástica

Inglaterra queda un tanto al margen del urbanismo carrera.

barroco; en cambio, algunas composiciones de este pe­ Pero el impulso estaba dado y años después aparece­

ríodo anticipan las tendencias que prevalecerán en el ría el artífice capaz de llevarlo a cabo. Nos referimos

neoclasicismo. La gran ciudad balneario, Bath, creación al prefecto Haussmann, que llegó a la Alcaldía de París

genial del arquitecto John Wood, es uno de estos casos. en 1853. La labor de este hombre es colosal, y lo rea­

Su geométrica organización, a base de plazas circulares lizado en un plazo de veinticinco años parece inverosí­

y semicirculares (crescent ), la estricta uniformidad de mil. Sólo una tenacidad sin desaliento y unas dotes de

sus edificaciones y el clasicismo de sus fachadas ligan administrador excepcionales pudieron lograrlo. Urbanís­

perfectamente esta ciudad de la segunda mitad del si­ ticamente hablando, Haussmann es un conservador y

glo XVIII con los conjuntos urbanos en gran escala de sigue la línea estética del barroco con sus alineaciones

John _Nash en Londres, la urbanización de Regent Park, y grandes perspectivas. Haussmann no trazó ninguna

por ejemplo, que es una de las mejores realizaciones del avenida sin contar con un fondo arquitectónico, con un

neoclasicismo. edificio monumental que cerrara la visualidad. Tuvo el

En Roma, el barroco enlaza con el neoclásico en la talento de aprovechar todos los edificios singulares de

«sistematizac!ón» de la plaza del Pópolo, obra de Giu­ París y cuando no los había el de crearlos, como sucede

con la Opera de Garnier. A la vez que embellecía la


seppe Valadier. San Petersburgo es, entre las grandes
ciudad, abría comunicaciones vitales en una aglomeración
ciudades, aquella en donde el barroco tardío y el neocla­

sicismo se asocian para formar conjuntos de sorpren­ que empezaba a crecer desmesuradamente. Estas cornu­

dente amplitud y monumentalidad. La plaza del Senado nicaciones tenían también un valor estratégico. Se ha

o de Pedro el Grande, concebida en tiempos de Cata­ insistido mucho sobre que uno de los objetivos de Hauss­

mann era de índole policíaca: poder acudir rápidamente


lina II para colocar la estatua del fundador de la ciudad

obra genial de Falconet, es el foro de San Petersburgo. con la fuerza allí donde se producía un motín o un

Junto a ella, la plaza del palacio de Invierno amplía el disturbio cualquiera.


El París del barón Haussmann, con sus grandes ave­
centro monumental, que tiene por punto focal el edificio

del Almirantazgo. Tres grandes vías radiales convergen nidas radiales herederas del barroco, con su arquitectura

en la torre del Almirantazgo: la perspectiva de la As­ estrictamente uniformada, siguiendo la estética neoclá­

sica, que sólo podía alterarse en los edificios singulares,


censión; la perspectiva del Almirantazgo y la famosa
es el mejor ejemplo de la opulenta ciudad burguesa
perspectiva Nevski. Alejandro I, ya en plena época neo­

clásica, completa la obra de Catalina. del siglo xix, de la Ville Lumiere,


Entre los pocos conjuntos neoclásicos que se llevaron
En el París neoclásico, es decir, el de Napoleón I,
a cabo, deben figurar algunos de la ciudad de Munich,
abundan más los proyectos que las realizaciones. La
que conoció un grandioso de�en:7?lvimiento urbano_ en
apertura de la Rue Rivoli, los comienzos de la ordena-
los reinados de Luis I y Maximiliano II. La Karolmen

' El lector que desee. conoc�r algo más del urbanismo español de Platz y la Kónigs Platz, trazadas por Von Klenze entre
esta época puede a1:ud1r al .hbro ya citado, Resumen hist6rico del
llrbamsmo en Esoana. Madnd, 1954 y a la reciente publicación de 1854 y 1862 y rodeadas de edificios ne�lásicos,_ C?�º
E. A. Gutkind. Urban dcvclopmenl ÜI soullieri• Europa: Spain at1d
los Propileos y la Gliptoteca y la románuca Maximilian
Portugal. New York, 1967,

Chueca Goitia, 6
162 Lección 7
La ciudad barroca 163

Strasse, siguen siendo, a pesar de los cambios sufridos,

ordenaciones de gran belleza y carácter.

En España poco pudo hacerse en una época de crisis

y debilidad, después de las desvastadoras guerras napo­

leónicas. Como en toda Europa, encontramos más pro­


1
yectos que realizaciones. Las reformas madrileñas del

tiempo de José Bonaparte quedaron en el papel, pero

su arquitecto, Silvestre Pérez, refugiado en Ias provin­

cias vascongadas durante el reinado de Fernando VII,

pudo llevar a cabo dos plazas neoclásicas regulares, las

Fig. 58. Vitoria, Plaza Mayor (Dib. del autor).

de San Sebastián y Bilbao, de gran interés. En esa línea

pueden figurar la plaza Nueva de Vitoria de Olaiguibel

y la más moderna plaza Real de Barcelona. En España,

por tanto, perduraba la no interrumpida tradición de

nuestras plazas mayores completamente cerradas y de

uniforme arquitectura.

Después de la destrucción e incendio de San Sebas­

tián en 1813 surgieron algunos planes ambiciosos para

su reconstrucción, como el de Ugartemendia, del más

genuino estilo neoclásico. Proyectos como éste y como

Fig. 57. París. Perspectiva de la Avenida de la Opera (Dib. del autor). el del puerto de la Paz en Bilbao, de 1801, son el pre­

cedente de los planes de ensanche de nuestras ciudades

en la segunda mitad del siglo XIX. También la ciudad


164 Lección 7 Lección 8

La ciudad industrial
de San Sebastián fue de las primeras en preparar un

plan de ensanche que esta vez, afortunadamente, se rea­

lizó. Cortázar y Saracíbar fueron los arquitectos que ob­

tuvieron el primero y segundo premio en el concurso

promovido a tal efecto y en ambos proyectos, mejorán­

dolos, se apoya la realización. Esto dio lugar a una de

nuestras mejores, más bellas y armoniosas ciudades mo­

dernas. Los planes de Castro para el ensanche de Ma­


drid (1860) y de Cerdá para el de Barcelona (1860)

fueron los instrumentos que posibilitaron, y esto debe­

mos agradecerles, el gran desarrollo urbano de nuestras


10•
dos grandes metrópolis

10
Para conocimiento de nuestro urbanismo decimonónico consülte­
se el estudio de Pedro Bidagor en Resumen histórico del Urbanismo
en España. Madrid, 1954.

El último y fundamental cambio que han sufrido las

ciudades en los tiempos modernos h« sido ocasionado

por esa compleja serie de acontecimientos que se ha

llamado la revolución industrial; aunque en realidad

no sólo ha sido estrictamente industrial, sino también

una revo1ución en la agricultura, en los medios de trans­

porte y de , omunicación y en las ideas económicas y so­

ciales.

Como preparación doctrinaria a esta revolución en los

sistemas y formas de Producción, surgió en Inglaterra

un movimiento filosófico-social cuyas principales figuras

fueron Adam Smith (1723-1790), Jeremías Bentham

(1748-1832) y Stuart Mili (1806-1873), cuyas doctrinas

constituyeron la base ideológica del nuevo desarrollo in­

dustrial y capitalista. Los postulados del utilitarismo can­

tado por Jeremías Bentham partían de la noción de

que la Providencia regía la armonía económica siem­

pre que el hombre no interviniese demasiado torpemente

en el desarrollo interno de la misma. La industria venía

a ser el sistema autorregulador que lograba el equilibrio

165
La ciudad industrial
166 Lección 8 167

de todos los esfuerzos dispersos e inconexos de los in­ movidas por energía hidráulica y, por consiguiente, no

dividuos, guiados por el incentivo de la ganancia pecu­ se hall_aban concentradas en puntos determinados, sino

niaria. extendidas a lo largo de corrientes fluviales en los sitios

En la misma tendencia, Adam Smith, abogado de la en q u e . era posible el establecimiento de molinos, para

política del laissez [aire, aparece como el padre de la conseguir la energia requerida. Las invenciones se suce­

economía capitalista del período liberal. Con anteriori­ dieron con rapidez y la producción fue enormemente

dad incluso a la máquina de vapor, descubierta por Watt aumentada gracias a la gran cantidad de trabajadores

en 1775, ya se inicia un desarrollo industrial de ver­ empleados, qu: p_o,dían ocuparse de las diversas opera­

dadera importancia que tiene una de sus bases en la ciones de fabricación. Como dice Adam Smith lo único

subdivisión del trabajo. que li?'ita o condiciona la subdivisión del trabajo es la

Según el propio Adam Smith, «el mayor avance y per­ extensión del mercado para dicho trabajo. Si no existe

feccionamiento de la potencia productiva, y la destreza, un merca?� �uficientement_e amplio, es imposible llevar

habilidad y buen juicio con que esta potencia debe ser esta subdivisión del trabajo a los límites tan estrictos

dirigida o aplicada, parece que ha sido consecuencia de a que �e llevó en la economía capitalista. Por ejemplo,

la subdivisión del trabajo ( dioision o/ labor)», De el carpintero de un pueblo se verá obligado a realizar

acuerdo con el conocido ejemplo de Adam Smith, diez todo� los trabajos relacionados con la madera si quiere

personas reunidas en un taller para la manufactura de subsistir en tan pequeño mercado. Tendrá que hacer de

alfileres y repartiéndose las diversas operaciones de este carpintero de armar, de ebanista. de tallista, de cons­

trabajo son capaces de hacer 48.000 alfileres en un t�ctor de carras o de ventanas. Este mismo carpintero,

día. Por consiguiente, cada persona, haciendo una décima sm embargo, en una gran ciudad podría dedicarse a la

parte de ese trabajo, se puede considerar que fabrica al construcción de un solo elemento, que luego podrá tro­

día 4.800 alfileres. Sin embargo, si un individuo tuviera c�r en el_ mercado por los productos que necesite, obre­

que hacer solo y aisladamente todas las operaciones, se­ niendo siempre una ganancia efectiva, ya que dedicán­

guramente, dice Smith, no podría ni siquiera realizar 20, dose a la, const�ucción de un solo objeto su producción

posiblemente ni un alfiler en un día


1•
aument�ra consíderablememe. Por consiguiente, el des­

La subdivisión del trabajo fue no solamente la que a:r?llo industrial, para que prosperara, tuvo que coin­

permitió este desarrollo cuantitativo, sino la que asimis­ cidir co_n la extensión cada vez mayor de los mercados

mo dio origen al desarrollo y al perfeccionamiento de las económicos. Pudo desarrollarse el industrialismo britá­

máquinas, ya que un hombre ocupado constantemente, ruco de los textiles gracias precisamente al imperialismo

a veces toda la vida, en ejecutar una operación mecá­ que había abierto un ancho mercado para todos esto¡
productos.
nica, acababa por encontrar el sistema de facilitarla me­

diante nuevos dispositivos o mejoras sustanciales en la Con la aparición de la máquina a vapor pudo lograr­

maquinaria existente. s� una conc�ntr�ción industrial en forma tal que favore­

El industrialismo se desarrolló primeramente en In­ era extraordinariamente la producción en masa. Antes

glaterra, y sobre todo en la industria textil, para la como hemos dicho, las industrias textiles estaban situa­

cual el clima y otras condiciones del país eran altamente das a l? largo de los cauces fluviales de manera que, sin

favorables. En un principio las fábricas textiles eran estar dispersas del todo, estaban repartidas longitudinal­

mente. Ahora, _con la máquina de vapor, podía lograrse


1
Adam Smith, The Wealth of Nations. Ed. por Edwin Cannan.
University Paperbacks. London, 1961. Vol. I, pp. 8, 9.
una concentración puntual, es decir, agruparse las fac-
168
Lección 8
La ciudad industrial 169

torías en sitios determinados, lo que dio lugar al fabu­


aquellos que re un ía n condiciones naturales y estaban,
loso crecimiento de las grandes ciudades industriales.
además, equipados con grúas, depósitos, apartaderos de
Ma�cheste�, que _en 1760 tenía entre treinta y cuarenta

Y cinco mil habitantes, en 1800 creció, gracias al em­


ferrocarriles, etc. Por el hecho de haberse concebido

con clarividencia en el siglo xv111 la importancia que


pleo de la máquina de vapor, hasta alcanzar setenta mil

habitantes, de los cuales diez mil eran emigrantes irlan­ para Liverpool habían de tener los muelles, mercados

deses, atraídos por el desarrollo industrial de la gran y depósitos portuarios, esta ciudad obtuvo un lugar

urbe. En 1830, la inauguración del «Manchester and primordial en el comercio. Al mismo tiempo, estos cen­

tros de comunicación, adonde acudían las materias pri­


Liverpool Railway» trajo otro considerable crecimiento

urbano. Hacia 1850, la población contaba con cerca de


mas, el capital y mucha población desocupada, vieron

cuatrocientos mil habitantes. Así creció una de las pri­ crecer industrias cuyas perspectivas económicas eran más

meras grandes ciudades industriales. favorables que en otros lugares.

No hay que perder de vista que uno de los factores


Jun�o. �on la división del trabajo, la mecanización y
importantes que el nuevo sistema de producción en masa
la posibilidad de obtener fuentes de energía, el desarro­
reclamaba era el suministro de trabajo humano, tratado
llo de los medios de transporte fue otro de los factores

fundamentales para que prosperara el industrialismo y, casi como una mercancía en esta primera época, áspera

con ello, los grandes centros fabriles. El transporte era y seca, del industrialismo. Era necesario tener a dispo­

precisamente el instrumento que permitía la expansión sición un amplio stock humano , y cuanto más desvalido

del mercado económico, imprescindible para esta pro­ y miserable, mejor, ya que podía contratarse su trabajo

ducción en masa. El sistema industrial dependía del en condiciones más favorables para el patrono. Sabida

transporte, tanto para la aportación de materias primas es la utilización de la mano de obra por un jornal de

como para _ la distribución a los consumidores del pro­ hambre, no sólo de estos miembros desvalidos de la

ducto terminado. Antes de la invención de la máquina sociedad, sino de los niños y de las mujeres, a los que

de vapor el transporte pesado tenía que servirse de las podían pagarse jornales irrisorios. El procedimiento más

vías marítimas y fluviales. Es bien conocida la impor­ sencillo para rebajar el costo de un producto era, indu­

tancia que tuvo para el desarrollo de Nueva York la dablemente, rebajar los sueldos de los obreros. «A fin

apertura del canal de Eirie, que une el puerto de Nueva de tener el exceso necesario de trabajadores para hacer

York, de condiciones naturales extraordinarias con el frente a las demandas extraordinarias de las temporadas

interior del país, y que permitió el crecimiento de la activas, resultó importante para la indus tria instalarse

gran ciudad comercial y portuaria antes del nacimiento cerca de un gran centro de población, pues en un pueblo

del ferrocarril. Las ciudades con puerto, debido a las el tener que mantener a los perezosos podía recaer di­

f�cilidades que éstos proporcionaban al comercio, adqui­ recramente sobre el fabricante. El ritmo fluctuante del

rieron un desarrollo inusitado, llegando a ser centros mercado fue lo que determinó la importancia del centro

'de conjunción de las principales vías, tanto marítimas urbano para la industria. En efecto, para que los nue­

como terrestres. Así crecieron Liverpool, Londres, Ham­ vos capitalistas pudieran tener los sueldos a un bajo

burgo, Amberes, Nueva York y Baltimore. Con el au­ nivel y hacer frente a cualquier demanda imprevista de

mento de calado de los grandes barcos movidos a vapor, productos, era necesario contar con un exceso de obre­

los pequeños puertos cayeron en desuso, absorbidos por ros mal pagados. En otras palabras, la cantidad suplantó

a un mercado de trabajo eficientemente organizado. La


170

La ciudad industrial 171


Lección 8
aglomeración topográfica er .

de producción bien regulad:>�? sustituto para un modo cenes, los tinglados portuarios y todos los elementos que

coadyuvan a los instrumentos de producción, pasó lo


De este modo, era natural . ue
ran los nuevos centros f b ·1 q no solamente crede­ mismo. Se estableció todo, sin ningún plan orgánico,

las de odgen minero coªl n d


es o alguellas ciudades, como siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, ya que se consi­
to . l ' oca a s a ladod l . .
deraba que todo aquello que facilitara la promoción in­
s, sino as mismas ciudades . e os yacrrnren-
tales del período ba antiguas, las grandes capi- dustrial era de por sí bueno para el bienestar y progreso
. rroco ya que ll
precisamente aquel ' d en e as se encontraba de las naciones. Sólo mucho más adelante se compren­
, .1 exceso e pobl •, .
un en determinadas . acron miserable tan dería lo erróneo de un planteamiento originado por una

tiempo, estas ciudade ocas10,nes al fabricante. Al mismo visión simplista y de corto alcance. La violenta apropia­
s r e u ni a n l a v e t " d f · ·
l . 3 3 ción espacial llevada a cabo por la industria supuso para
r� acrones con el poder ]" . n 1 e ac1htar las

c10�es bancarias y con 1a�ºbltto cJntral, co� las institu­ la estructura urbana una verdadera catástrofe, mientras

annguo estaba su sede A , o sas e_ comerc10, donde de que a los pocos años no representaba tampoco ninguna

una manera industrial 1� s_1, de� lógico que crecieran de ventaja para ella. Claro está que tampoco podemos re­

Berlín y otras mucha s cru a es como París, Bruselas prochar a una época una falta de visión que solamente
s que no h b' ·d '
por la revolución indusn¡ 1 . a ian s1 o originadas a posteriori puede considerarse como tal. Ahora estare­

de importancia. Por c . la . m tampoco eran puertos mos, y sin duda estamos, cometiendo otros errores que

revolución industrfal ar°ns:gmente, puede decirse que 1a se reputarán así a la altura de los acontecimientos que

arrollo urbano. Nos r fect? en vasta escala a todo el des- han de sucedernos y que ahora somos incapaces de
. d d e enrnos clar , l
cm a es cuya población d,. o esta, a as grandes medir.

tantes. Pocas son las . dexdce 'ª de los 100.000 babi Con las factorías y todos sus establecimientos anejos,
c m a e s d e • -
d destacan en la ciudad industrial los llamados barrios
to o en los países de econ ,. �sta magnitud, sobre

hayan sido profundame t ºj1a mas avanzada, que no obreros, construidos por la ineludible necesidad de al­

de circunstancias que he a terfldas por este complejo bergar a la mano de obra. En sus principios, estos barrios

dustriaI. ernos amado revolución in- obreros, que los anglosajones llaman slums, se desarro­

llaron en condiciones verdaderamente ínfimas para la


Esta revolución como h
d ·6 · ' emos rep rid
1 0 .
vida humana. Son una de las lacras que más afean a la
t!J mermes las ciudad l e sucesivamente
es ante a t' ,. d ,
ciudad industrial, una página verdaderamente siniestra
�entos de la producción La' f 1:ania e los instru-

nas y señoras del suelo urb s ac�rtas fueron las due. en los anales de la habitación del hombre; la constante

en el punto más con


. ano y su urbano. Se colocaban pesadilla de filántropos y reformadores sociales. En los
veniente y m , f' •1 d
para su servicio Si era . as aci e encontrar diversos países tomaron formas y características dife­
t ,. · · necesario est bl 1
, rentes, pero en todos tenían de común una fría y atroz
ermica, para eso estaban l ,. a ecer una central
,. as margen · d. J
nos, aunque luego el humo 1 es rnme Jatas de los regularidad y una gran densidad en cuanto al aprovecha­

trozaran parajes que podían y


h eb aca�reo del carbón des­ J miento del terreno. Con el criterio del más seco utilita­

natural. Así se colocaron l a er ls1do de gran belleza l rismo, se sacaba el mayor partido del suelo, prescindien­

va York y de Londres. as centra es térmicas de Nue- do de espacios libres y patios. Son famosos los primeros

slums neoyorkinos: las filas de casas del «Railroad Plan»


Con las estaciones de l
ferrocarril, los docks y alma- de 1850 con pocas luces a la calle y a un infecto patio
1 L Mumford La I
1
Buenos Aires ' cu tura de las ciudades, T trastero. La mayoría de los habitantes carecían de luz y
· I, p. 266. EMECE.
ventilación. A esta solución inhumana siguieron otras



172 r
con peq - . Lttción 8 La ciudad industrial 173
h uenos patios intermed' 1
ouses», que no eran m , ros, as llamadas «Dumbbell
houses» y «Dumbbell houses», aunque se sigue una sis­
fe 1,a s_ubsistente graved:d q';:s/n ligero alivio en medio
temática labor de demolición y saneamiento.
os rnd1ces de mortalidad �recier no era de extrañar que
En barriadas donde las condiciones de vida eran atro­
an aterradoramente. En
ces y donde la concentración obrerista alcanzaba cifras

tan elevadas, es lógico que fermentara la subversión so­

cial. El siglo xix, a la vez que trajo la revolución indus­

trial, preparó la revolución social, que si no se desató en

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Fig. 60. Diagrama básico de la Ciudad-Jardin segun Ebenezer Howard.

forma catastrófica en los países industriales avanzados.

Fig. 59. Nueva York como creía Marx, se mantuvo siempre amenazante sobre
0850), «Dumbbel! b • •Railroad houses
la sociedad, hasta que aquellas condiciones infrahuma­
1887, y Proyecto d:as�s� de 1879 Y d;

(Gallion, op. �in,das de 1889 nas fueron dando paso a otras más benignas, gracias a la

labor de reivindicación de las Trade Unions y los Sindi­


Nueva York el índice d . · ·
catos. No faltaron tampoco industriales esclarecidos que
de 120 a 145 por cada; mortaJ,d�d_infantiJ, en 1810 era
se creyeron ellos mismos en el deber de corregir los ma­
a 180; en 1860 a 220 .000 nac1m1entos; en 1850 ll ,
les de que habían sido causantes. Uno de los primeros
en Nueva York much�; b;rr:i:� a 26d0. Todavía quea::
fue Robert Owen, propietario de una fábrica de textiles,
orma os por «Railroad
que en 1816 planeó una ciudad de tipo colectivo, que

i
174

Lección 8
co�binaba la industria y la a ricu La ciudad industrial 175
¡
dria económicamente así . g ltura y que se sosten-
las · d d • misma Es ¡3 · . . en sus factorías de acero de Essen, George Cadbury, un
cru a es-Jardín del • I · . ant1c1pac1ón de

Slg o XX nacidas de las ideas de fabricante de chocolate, construyó en 1879 la ciudad de

Bourneville, con fines industriales y filantrópicos. Lo


N�S. mismo hizo otro chocolatero francés, Meunier, 1874 !Co­

lonia de Noisel-sur-Seine ). Los fabricantes de jabon Le-


- D I A C R A M- -
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F1g. 62. Letchworth. Una de las dos ciudades-jardin inglesas construi­
das según los principios de Ebenezer Howard (l..avedan, Histoire de

L'Urbanisme. f:.poque Contemporame).

CouNTRV
Fig. 61. Diagrama
correcto del crecimiento de una ver Brothers, construyeron Port Sunlight, cerca de Liver­
nezcr Howard. ciudad según Ebc-
pool, en 1886. Podríamos añadir a esta honrosa lista
Ebenezer Howard ue . ios nombres de otros muchos industriales y compañías.
chworrh (1903) y '?xreí:º:;'º e¡emplo, fundó las de Let­ Con estas fundaciones se intentó borrar el penoso re­
zan de una vida próspe y ' Jue todavia subsisten y go­ cuerdo de las llamadas Company Towns, es decir, las
comenzó a construir el pra. n dl865, la familia Krupp ciudades de las compañías, que han sido una de las con­
rimero e sus pueblos modelos secuencias mas tristes del período industrial. Estas ciu­

dades se establecían en los lugares de extracción de las


176

Lección 8

materias primas: minas, bosques, etc. Los que allí habi

taban, en cabañas y chozas, no tenían derechos civiles ni



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instituciones ciudadanas de ninguna clase. Vivían suje­ □ ae ■ o· -Q oo
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tos a la tiranía de un agente de la compañía, del que de­ � i:i... -=


pendían para todas sus necesidades.
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En España, el retraso industrial durante el siglo xrx � ' '/

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evitó el nacimiento de las «ciudades carbón»', desarro­
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lladas de la noche a la mañana en la Europa industrial y

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Fig. 63. Essen. Margarethcn-Hohc. Ciudad-jardín fundada por la fami­

lia Krupp (Gal!ion, Op. CH.). .


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en los Estados Unidos. Sin embargo, la concentración de


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la población en algunas ciudades dio Jugar a la consi­ 1=,..:_,
gui e nt e escasez de viviendas y al descenso de las condi­
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ciones de vida . En Madrid proliferaron desde fines del ¡ o.;

siglo xvnr las llamadas casas de corredor. Eran, y hasta >

hace muy poco seguían siendo ( todavía perduran algu­ �-


nos ejemplos), las casas de los humildes, donde vivían

los trabajadores, mezclados tambien con •lgunos vagos ' '


u,;
J�,
- .,
estos
J
ambientes.
Nombre tomado de la novela de Dickcns Hard Times que pinta
' .. . .
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. . ..
179

La ciudad industrial
178 Lecci6n 8
. d d 5 200 metros Esta, que supone

ún, en una longitu _e. . de Es afia al urbanismo en el

o gentes de ocupacion incierta. Como durante un tiem­


la clontribuhión_ doa���ge�fmada e� el extranjer? que por
po a penas e xistía en Madrid un a población obrera, es ­
sig o XIX, Ea sr f, la la de la Ciudad Lineal, que
tric tamente hablando, se trata ba más bien de una pobla­
otros s una ormu ' ál od
ción artesana, a la que la misma vivienda servía muchas d,ºs na �portunidad de circunstancias _an ogas a t �s

veces de ta ller. En Fortuna/a y Jacinta, Pérez Galdós


lis �olares; que resuelve las ceon:unq�;c1¡:n:s ���p�i�� v¿:
0
hace una pintoresca descripción de una casa de corredor , · (hay que tener en cu ¡
única . 1 óvil)· que permite una pro on-
en la calle de Mira el Río, cerca del Bastero. Es na
u de
Seria es anter�or a autom 'ia ciudad en estrecho con­
las casas que el novelista llamó de «tócame Roque»,
gación indefinida; y que pone carácter lineal no permite

generalizando l nombre popular de famosa de este


e una
tacto con el campo, ya que su
ti po que e xistió en la calle del Barquillo. E n quellos
a

patios de corredor, con la lgazara


a de los chiquillos, los

gritos de las comadres y las disputas matrimoniales, se

mezclaban los martillazos de los zapateros, el convulsivo

tiquitique de las máquinas de coser, el re piqueteo de los

caldereros, los soplidos de la pequeña fragua, e l ronqui­

do de la sie rra; la vida y el trabaj o a la vez, en la rui­

dosa algazara. No eran estas casas, a pesar de sus ínfimas

condiciones, las siniestras y lúgubres moradas de los tra­

bajadores in dustriales, de los es clavos de las máquinas.

Andando el tiempo, también en España surgirían in­

tentos de mejorar las condiciones del trabajador, tratan­

do de proporcionarle una vida más salubre y humana.


Croquis esqucmético de la ciudad (Dib. del autor).
La preocupación por fomentar la vivienda obrera crista­
fig. 65. Stalingrado. ,..,..

lizó por primera vez en la Ley de junio de 1 9 1 1.


. , d dificaciones de espaldas a él. Hoy
La congestión y las condiciones de vida, cada vez más
la concentracton e.: de defenderse con ca­
precarias, en las ciudades modernas, sobre todo en aque­
en día es una solucton que no pu�ta ara su aplicación
llas fuertemente industrializadas, invadidas por el humo
rácter universal, pero esto n�ini.�mosporgullosos de esta
de las fábricas, amenazadas por los peligros de u na cir­
circunstancial y para quÍ nob . roo decimonónico•. En
culación intensa, sin sosiego por la ruidosa civilización
contribución _nuestra � ur anis_ de la ciudad lineal

5
mecanizada, llevaron en todo el mundo a una nueva va­
1930, Milyutm ª1 I
da cº
0
in dustrial) para la
lorización de los ambientes campesinos y de la vida su­ rácter no so 1o
optresi
o en 1.1a'¡°
, 1�: •
(d
e �a . ,. a1· do Se dice' y parece que no sm
burbana, siguiendo una tendencia que odavía
t perdura.
planificac1on de St mgra · l impidió que la ciudad
Ruskin, Carlyle, Dickens, En gels, Geddes y Howard on
s , que esta estructura 1.mea
razon, d 1 !emanes e n la última guerra.
algunos de los más conocidos apóstoles de esta reincor­
pudiera ser to ma a por I osbles de da r u na e structura or-
poración a la naturaleza. En E spaña n o debemos olvidar
Salvo es tos mtentos oa . d ¡ · ¡ XIX se atie-
un inten to muy c onsiderable llevado a cabo por Arturo , . la ciudad ]os urbanistas e 1g
s o

gamca a ,
Soria y Mata en 1 882 . Nos referimos a la Ciudad Li­ So · la Ciudad Li-

' Geo...,.e R. Collins y Carlos Flores, Adr!�r�968 na y


neal, situada a siete kilómetros d el centro de Madrid, •e ·a1 gevíste de Occidente, Ma n ·
rr�al, Editan .,
y que va desde la carretera de Aragón a l pinar de Chamar-
181

180 Lección 8 La ciudad industrial . de


bo la parcelación y esumar
nen en la mayoría de los casos al trazado de cuadrícula salares podía llevar,� ca su futuro rendimiento¡ las es­

con aridez y monotonía exasperantes, · consecuencia de una manera matemauca f, iles y al replanteo de

un espíritu estrictamente utilitario. Hemos visto que la crituras de compraventa eran as:ha 1� mismo. Los po�tu­

cuadrícula apareció en los t razados hi ppodámicos como los lotes sobre el ter,re1tb \�ar no podían coartar el \i�re

resultado del racionalismo griego; que lue go la ut ilizaron lados de la econom1a ' .e to del suelo, como .lo habían

los romanos por razones militares y por necesidad de la y exhaustivo aprovec�am1en reas del «despousmo ilus­

colonización, como lo hicieron después los españoles en hecho, por ejemplo, º


¡s �oda des a un plano de esplen­

América. En el siglo xrx se vuelve a emplear, pero por trado», que eleva�on as 'l�s a

otras causas: exclusivamente por motivos de economía dor y magnificenoa notab ."arrollado como palanca l?ªr�

utilitaria, de especulación de terrenos. En Grecia, en régimen capitalista, de turales se utilizo


El . d los recursos na '
Roma, en Hispanoamérica, estos trazados en cuadrícula, el aprovechamiento ¡° .6 del suelo. G randes co mpa-

monótonos e indiferenciados, estaban compensados por también p ara la exp o.tac, n t raron en juego, y los v a·

la existencia de centros cívicos dominantes, el ágora, el ñías o grandes cap1ta�1stas =� proporción antes descono·

foro, la plaza mayor. En el siglo XIX el razado


t se ex­ es del erreno
t crecieron d .d po r el au mento d e
lor
.6 pro uct a 1 r

tiende árido e igual, sin centros dominantes y sin espa­ cida. La congestt n los solares, que a a vez, po

cios libres. Sólo d omina el ansia rapaz de aprovechar pob lación el evó el valor de h má s cic ateramente. S e

odo
t el terreno al máximo. Las calles son odas
t i guales, ser más caros, se aprov�c. arenque sólo favorecía a los
. , n círculo vicioso
para de esta manera poderse cotizar igualmente. Cuando pro duJO ast u

la repartición del terreno es desigual, es porque domi­ e speculadores. Ho t ( 100 years of Land Va-
na la función. No d ebe er
s i gual el terreno para un sec­ Un estudio d e Hoymer. yf Chic ago Pr ess. Chi cago,

tor representativo, para uno comercial o para otro de l11es in Chicago. Un_1vers1t� del valo r de las 211 cuadras

viviendas. Cuando la repartición es igual, es porque solo 1 9 3 3 ) nos da el cdre¿'mie�: ha sido el si guiente:
cuenta la pura posesión, indiferente de la función. que o cupa la cm a Y q

Durante el siglo pasado, a la vez que e formaban


s l os
Años
grandes capitales de la in dustria y del comercio, s urgían
- 168.000,-
los de los especuladores en virtud del crecimiento de las 183' ... · · · · · · · · · · · · · · · · . 10.500.000,-

ciudades. Enormes fortunas se cimentaron sobre esta es­ 1836 ···············•·'············ \.400.000,-
1842 ························ 125.000.000,-
peculación d e t errenos, que en pocos a ños dejaban de
1856 . . . · · · . . . . ····· .. · ....... 60.000.000,-
ser tierras de labor para convertirse en solares. Estos
\861 ···················· 1.000.000.000,-
especuladores del su elo dieron lugar a la ciudad inorgá­ 1897 ······•············· 5.000.000.000,-

n ica, a los ensanches inorgánicos del siglo pasado. Cual­ 1926 . ··················· 2.000.000.000,-

quier otra solución funcional que n o hubiera sido la sim ­ 1932 • · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · h · · ido frenado olamente
s

ple cuadrícula habría d añado a sus intereses. Si odas


t El movimiento asc�ndef t� ªer� a estos períodos . de

la s calles no eran d e tráfico y aproximadamente d e la or depresiones ocas1on� es, pte otros de recuperación

misma jerarquía, los valores del terreno se verían peli­ �epresión sigu en inmeddtam;rar un a modificación e
d

grosamente afectados. Para u na época que apresurada­ e inflación. N� se pue a�ti:es del estudio-, a �en<:>s
mente parcelaba, vendía y construía barrios enteros, nada
este cicl o .----d,cde�s�dad d e la oblación con un criterio
p

podía ser más simple que el t razado de a


l cuadrícula.
qu e se [imite la d. d disposiciones legales.
Cu alquier oficina mu nicipal o cualquier negociante de fu{lcion al, p or me ,o e
183

182 Lección 8 La ciudad industrial

I ·¡¡a luz existe la vacilación


El laissez [aire, que en la Edad Media había dado los slums por debajo de a vr en formación, los aspee­
lugar a ciudades espontáneas, pero orgánicas, tanto por y la inexperiencia de una c1ase a cruel explotación del
su lento crecer como por el predominio del instinto vital tos sórdidos y mezqbumoF et:na estas debilidades que,
que les dio forma, produjo, en cambio, en el siglo XIX, hombre por el hom_ re. ren traba'an y corroen a la
una sustitución del organismo biótico por el mecanismo más o menos consc1entement�, a6:mando con segun-

inorgánico. Es que a la libertad individual, que opera sociedad burguesa, ésta .:acd�n:us valores más sólidos.
indistintamente en cooperación progresiva con otras in­ dad y energía la expresi n centros representativos, en

dividualidades, se superpuso la voluntad de una sola La ciudad b�rgue�a en su:lto nivel social, expone e�tos
«compañía» que, amparada por la fuerza del dinero, po­ sus zonas residenciales de bles coherentes, en arquttec·
día actuar en gran escala. Los postulados del utilitaris­ valores en estructur_as es�: otrJ designio, quieren hacer
mo y de la libre competencia, ofrecidos como instrumen­ turas que, por enc1n:1a ·d d
tos a la voracidad de los especuladores, produjeron los valer y afirmar su dign'. � . del siglo XIX tiene un !un·
aspectos negativos del urbanismo decimonónico, destruc­ Si el e�lecticismo arus:thistoricismo y en un nuevo
tor de la evolución biológica de la ciudad a través de damento intelectual en_ bién otro en la persona­

los siglos. concepto del pasado, nene .ta:te Esa dignidad, esa ho­
Pero no sólo eran estos aspectos negativos los que !idad social de la clase. dbm or �ncima de todo el b��­
empezaban a caracterizar la transformación de la ciudad norabilidad, a que aspira a p nada de una manera fac1l
en el siglo xtx, Al lado de la ciudad industrial se levanta gués, se la ofrecía m�J�r '!f
eÍ asado. Para sus �rande_s
orgullosa la ciudad de la burguesía liberal, deseosa de y asequible, �l presttg10 ariamentos, ministerio�,. tri­
demostrar el poder y las esclarecidas luces de una clase edificios públicos, templos, p 1 s columnatas clas1cas
dominante. Podría decirse que el árbol frondoso de las
museos etc., ª l sí
bunales, teat�o.s, cÓ ulas barrocas, eran a go a
más bellas estructuras urbanas burguesas hundía sus raí­ las agujas goucas, las � de limpieza de sangre. Po-
ces en las zonas subterráneas y turbias de los slums, de como una hono�able pr?e :a de la historia se construye-
los pavorosos suburbios industriales donde se hacinaban
siblemente en nm8';'�ª epo en el siglo xrx. .
los trabajadores. De aquellas tinieblas, como de las pro­ ron más iglesias gottcas ��� los barrios residencia-

fundidades de la tierra, provenía la savia que luego Una cosa análoga suce ' cod -<lice Giuseppe Sa­

fructificaba en grandes avenidas resplandecientes de luz, les más elegantes. «B_asta recf: c1ffusión del eclecticismo
en plazas ornamentadas con los monumentos a los gran­ moná en un libro rec1�ntbasado en la idea . de poder
des líderes del progreso, en grandiosos edificios repre­ pretencioso y anacr?m�o, n un estilo apropiad? o es­
sentativos, en palacetes y zonas residenciales que res­ caracterizar cada ed�ficd cd formas arquitectónicas �el
piraban desahogo y distanciamiento. La ciudad, partida quemáticament� deriva ho e más decorosa la casa y ana­
en esta cruel dicotomía, era la mejor imagen de las pasado, con obieto de acbilidad de la famili a »'·
contradicciones de la burguesía liberal. Una fe decidida dir distinción a la honora , o hubiera sustituido a la
en el progreso, en la inagotable potencialidad de los En efecto, si la b�rgu�SJde la sociedad, acaso el eclec·
medios de producción, en las conquistas cívicas de un
aristocracia en e� gob�:r�do lugar' o por lo menos. su
Estado que ha alcanzado, por fin, una ética estable ba­ ticismo no hubiera . - 6 . te menor - La ansto­
sada en la igualdad de derechos, eran los aspectos posi­ desarrollo hubiera smo m mtamen . 1960
, . della citta. Ban, ·
tivos por los que la burguesía liberal se sentía justamen­ _ _. L'urbanistica el avenire
s Guiseppe Samo114:
te ufana. Pero por debajo de todo esto, como existen
página 37.

L
185

La ciudad industrial d 1
184 Lección 8
"é I os fracasos. Ejemplo e o

zaciones, pero tai:nb1_ n a gun eie de París: Louvre­

cracia no necesita del pasado. Por eso, artísticamente ha­


primero la organ�zac1ón del fu:�os!PJaza de la Estrella.

blando, la postura histórica de a


l a ristocracia ha sido
Tulledas-Concord1a-Can:>Pº'¡ ero todavía fragmentaria,

esencialmente renovadora. Quien más estima los perga­


Sobre una base trad1c1ona ,dp "ó única en el mundo.

minos y las ejecutorias es quien no los tiene. El eclecti­ 1 tó una or enact n "d d de

el siglo XIX comp e d" •fi ción de regular, a y


cismo arquitectónico fue un despliegue, muchas veces
Aquí el prurito de igru ca ' como anillo al dedo.

empalagoso, de títulos de nobleza recién adquiridos, de­


amplitud de escala se adapta �¡ t�óma de la isla de Notre-

masiado frescos. La nueva y poderosa burguesía los ex­ la sistema11zac1 n» d

Si n embargo, en � . f casaron. Un exceso e regu­


hibió con esa falta de pudor y de medida pr opia de os
l
Dame os
l m ismos cnten�s ra d scala
e privaron a la
nuevos ricos.
\aridad d e monu mentahdad y _e la empequeñecieron.
Sin embargo, estos honorables sectores de ciudad, que
catedraÍ gótica de su entornlo p:�;���hes y a las urban iza-
podemos llamar burgueses, son, desde el punto de vista
En Jo que fiere a os
se re . uieron s obre todo
6•
del urbanismo, verdaderamente excelentes La burgue­ . 1 también se consig ' .
ciones resi dencía es, 1 ran especulación, éxitos no-
sía liberal se acreditó como gran constructora de ciuda­
antes de que empezara a g r uesia o pulenta, con sus
des; y si sus creaciones artísticas individuales no rayan
tables. Los palacetes de la b�o�eados de jardines, bor­
a gran altura, supo organizar admirablemente las ciuda­
volúmenes proporc1on�1os y b 1 das cuentan en tre la s
des que son y deben s er empresas colectivas. Después
deando am plias avem as ªdel ªsi ¡� XIX. Sin embargo,
de los urbanistas ochocentistas, que tienen l ogros positi­
más a fortunadas creaciones g_ iciados ya sufrieron
vos en su haber, los que han venido después no han . "d nciales apenas m
estos barrios resi e . trajo como consecuen-
bido ncontrar mino. Está más que probado que
sa e el ca
el impacto de a especulac1ódn,
l [ue volúmenes edificados'·
las generaciones últimas son impotentes para lograr dar
cía el au mento progresivo e os
co herencia a un tejido urbano que sa tisfaga a la par las
S y (2." ép.), pp. 330-332.
9
exigencias funcionales y las necesidades de una vida cí­ Revista de Occidente. Números

vica, plena y activa.

La ciudad del o chocientos, en ca mbio, lo consiguió,

tanto cuando operó sobre los antiguos núcleos represen­

tativos del centro de las c iudades como cuando abrió

cauce a os
l nuevos barrios res idenciales en los llamados

ensanches. Sobre los núcleos antiguos se actuó muchas

veces c on ener gía, pero siempre con r espeto a los traza­

dos tradicionales, o
l que evitó que se perdiera la ade­

cuación entre trama urbana y forma de vida que es esen­

cial para constituir u n verdadero organismo ciudadano.

Como casi i
s em pre que se trata de realizaciones urbanas

decimonónicas, el impulso reformador se cifra e n el de­

seo de dignificar lo e xistente, dignificación que e quivalía,

con demasiada frecuencia, a una re gularización y a una

a mpliación de esca la. Así se consiguieron grandes reali-

• Véase el elogio de los barrios madrileños de esta época en mi


libro El semblante de Maana.
Lección 9

La ciudad del El
presente. urbanismo en expansión La ciudad del presente 187

Jefferson estableció el siguiente cuadro de la urbani­

zación por continentes en 1927:

Cuadro 1

Nombre Porcentaje de la po­


Grandes ciudades
del blación total que vive
(más de 100.000 h.)
continente en grandes ciudades

Australia 9 44
Norteamérica 90 24
Europa 182 19

Sudamérica 20 11

Asia 224 5
Africa 12 2,5

Por este cuadro nos damos cuenta de que los conti­


vil;1 !rrb�n:e::r��l!o d�e /as tudades y de las formas de
nentes más urbanizados son los más modernos, Austra­
teriza nuestra civiJizaciónos e;ómen�s que mejor carac­
lia y Norteamérica. En cambio, Europa presenta un por­
Io hemos visto, no es un h:�hoe���;�net. La ci�dad, ya centaje menor, sólo el 19 %, lo que indica la persisten­

alg¡° nuevo es la transformación verifi�ad� ¡¡� r resujtal cia en este continente de la homogénea distribución de

srg o pasado y en lo que va de éste a_rgo e la población, que tuvo, y aún tiene una base agraria, y

consecuencia que una población mu�luÍ ha teni?o por también el hecho de que en Europa existan multitud

mente rural se vaya convirtiendo a preddom�nante- de ciudades pequeñas.


mente urbana. en otra pre ommante-
En cambio, en regiones nuevamente colonizadas, como

Europa, que hacia 1800 tenía bl . Australia, la población se ha asentado en un grupo de


que no
pasaba del % h I .adc po ación urbana grandes ciudades que absorben casi la mitad de la po­
3
. , a a canza o ya el 50 % Lo
E
sta dos Unidos que en 1800 b o. s blación total. Esto puede ser debido a varias causas: a
'6 b ' conta a con una bl
et n ur ana que representaba I 6 po a- que nuestra cultura de hoy es primordialmente urbana
años más tarde llegaba al 39 7 eo/c ,l % de la total, cien
y los colonizadores, llevados de su experiencia en el país
Antes de 1800 sólo había z° Y _en 1960 al 69 ,9 %.
de origen, transportan sus propios hábitos al nuevo; a
mundo que pasaban de los 100 �O�tudades en todo el
que las condiciones de la vida colonia] favorecen lá -eon­
en Europa. En 1927 Mark Jeff · habitantes, y todas
centración en ciudades de la sociedad dominante; o a
cia de 537 que pasaban de las l��º;oieg¡'tró 1a existen­ que la imposibilidad de una penetración continua y ho­

�ons15uiente, podían considerarse .comoª ::n�eque: �ar mogénea del país, con lo que esto supone de vías de

es. e estas Ia mitad en Asia y 90 en Norteam:ri:�� a- comunicación, creación de núcleos urbanos, educación
1

. Mark Jefferson •Distrib t' · del pueblo, etc., se sustituya por una serie de grandes
/1cal Review, 21. (19Jt) pp. � _or thc World's City Folks•, Geogra-
5 ciudades costeras, verdaderas metrópolis y emporios del

comercio. Al fin y al cabo, esta ha sido la eterna manera


186
188 189
Lección 9 La ciudad del presente

de colonizar, desde los fenicios y los griegos hasta nues- 20.000 habitantes vive en el mundo el 34 % de su
3•
tros días. población
Para darnos cuenta del auge del urbanismo desde 1800 Según Pierre George •, se puede alcanzar una visión

a 193_� en_ div�rsos países del mundo, nada mejor que de la población urbana en el mundo clasificándola en

la vision sintética que nos ofrece el cuadro siguiente 2: diversos grupos que corresponden a porcentajes que sal­

tan de 20 en 20.

Cuadro 2 Por debajo del 20 % se clasifican regiones de vieja

civilización, como la India ( 13 % ) y China; países atra­

Nombre Porcentaje de
sados de Africa, Eritrea, Somalia, etc., o incluso en
Número de
Poblacl6n de arandet
d<I ooblaci6n en
ciudadea
Europa, una nación muy ruralizada como Yugoslavia
pals arandes cfudadcs
"""""
ciudades

(16,2%).
Entre el 20 y el 40 % se encuentran varios países
1930 1800 1930 1800 1930 1800

Gran Brctai\a .. 10
,.
1 22.900.000 865,000
europeos de estructura agrícola, pero con grandes capi­
Estadoa Unidos 45 o 96 o SS.000,000 tales comerciales e industriales: Polonia (31 % ) y Hun­
Australia 43 o o 3.050.000
Alemania 30 1 gría ( 36 % ). América Central, Sudamérica ( salvo Argen­
' 1 19.950.000 200.000
Ara:en1ina 30 o "
8 o 3.750.000
C&naé1á 22 o 7 o
tina) y Sudáfrica entran en esta categoría.
2.320.000
Francia 20 3 17 3 8.625.000 765.000 Entre el 40 y" el 60 % se encuentran los países eu­
llalla IS 22 6.175.000 800.000
Jap6n 14

o 21

o 9.200.000 ropeos como Francia, Italia, Suecia, la URSS, etc. En
Brasil 10 o 10 o 4.000.000
Mhico o
América, los Estados Unidos, Canadá y Chile.
8 4 o 1.400.000
Rusia 7 1 31 3 11,000.000 S00.000 Pasan del 60 % : Bélgica, Dinamarca, Austria, Alema­
Turqula 7 2 3 3 1.000.000 1.000.000
China o 112 3 22.000.000 ? nia, la Argentina, Australia y Nueva Zelanda. Por últi­
India
• o
3 38 o 11,900.000
mo, Inglaterra se sitúa a la cabeza como el país más

urbanizado del globo, con un porcentaje del 80 % .

Más adelante Kingsley Davis e Hilda Hertz expresan

así el crecimiento urbano entre 1800 y 1950: Cuadro 4

mis de 30 ¼
Cuadro 3 Menos del 5 ¼ 5 a 10¼ 10 a 20 ¼ 20&30¼

U.R.S.S. 20 O. Brctatla 30
(n,k E¡ipto 10
Ciudades de 100.000 Ciudades de 20.000 Con10
Ciudade1 de S.000 Palestina 20 Dinamarca 32
Población Ml¡ica 12
Mo o mb habitantes o más habitantes o más habllantes
Bclaa 1.3 hin
'
mundial .. , 12 Suecia 20 N. Zelanda 34
Núm. Poblac. ¾ NUm. Poblac, �� Núm. Poblac. ¾
Indochina

China
2
3,4
Bulaafia

Yuaos-
' =•·
Brasil 13.8 u.s. 21

India 3,7 lavia .. , Cb<co>I. 14 Canadi 21,5

1800 906 45 15,6 1,7 200 21,7 2,-4 750 27,2 3,0 Estados Francia 15. ◄ Jaoón 22

1850 1.171 85 27,5 2.3 660 S0,4 Irlanda 17 Australia 26,5


-4,3 3.-400 71,9 6,-4 andinos 7
1900 1.6011 270 88,6 S,S l. 7110 149,9 9,2 9.800 218,7 13,6 Rumania 1., Swu 17 EE.UU. 27

1950 2.400
.,, 313,7 13,1 S.509 17,5 Austria 28,5
S02,2 20,9 27,600 716,7 29,8 AmtricaC. Italia

y AntiUU 8 Alemania 18 Palscs

Hun¡ria 18 Dalos 29
Turo.ula 8
Ar¡entlna 8,5 España 18,S

Las ,cifras están dadas en millones de habitantes. Flnlandla .. ,


Segun eso, en el año 1950 en ciudades de más de
l Ralph Thomlinson, Populations Dynamics. Random House. New
1
, F. Weber, The Growth of Cilies in the Nineteenth r• t 18
York, 1965, p. T/6.
Completados por Mark Jefferson, op. cit. ....en ury, 99. Pierre George, 1A ville. Presses Universitaires de France, }952.
4
190
La ciudad del presente 191
Lección 9

10 EOlOOpOorchenbtaje de la población de ciudades de más de gráfica que, de no ser por esta voluntad decidida, hubie­
· a ltantes en rela ., l b . , ra sido muy diferente. Madrid fue primero la capital
del , 1 1· ' . cion con a po lación total
. país o ana IZa Pierre George segun' el d burocrática, pero esto, dado el proceso de industrializa­
tenor. cua ro an-
ción acelerada al que se ha llevado al país en los últimos
Con relación a Europa España l años, no hubiera bastado para mantener su hegemonía.
0

En un país agrario o débilmente industrializado, Madrid


�:��rb;�;:a}i�� �:Ídf:a f�:�!::::�d�i��esi�ap do�.1��s�esst�:
hubiera podido mantener su rango con sólo mantener la
ecu tares que
centralización de poder que casi siempre tuvo, pero en

una sociedad industrial fuertemente desarrollada a la lar­

ga lo hubiera perdido y tras el poder económico se hu­

biera marchado el poder político. Es indiscutible que un

sistema político preponderantemente castellano como el

que se ha instaurado en España después del breve parén­

tesis de la República, consciente o inconscientemente, se

vería abocado a reforzar el grado de poder madrileño

en todos los sentidos, y no sólo en el burocrático. Esto

indica a las claras cómo no son sólo los movimientos

económicos los que orientan la dinámica demográfica y

consiguientemente la estructura urbana de un área o

o país determinado.
Q

España por cada 10 millones tiene 7 ciudades de más

" ººº
!O 000
de 100.000 almas, mientras que Francia sólo tiene 5,3.
10 110
'º ººº -
10 '°º - 10 uo • Según el censo de 1940, España cuenta con 16 ciudades
11 IOD - IS 000 •
IS 000 -
ººº
• que pasan de los 100.000 habitantes. En ellas vive el
º'° -
10@

lOO on • 18,5 %
• de la población española, mientras que en Bél­
100

IOI 000 -
ººº


100
gica, país fuertemente urbanizado, vive sólo el 12 % .
100 'ºº - ,oo UI

ºº°'º . 1110 no • Las típicas naciones de Centroeuropa están por debajo

• de

terra
España

es un
en

caso
lo que

extremo
se refiere

con el
a los

30 %
porcentajes.

de su
Ingla­

población

viviendo en ciudades de más de 100.000 almas. Pero


Fig.
66. Distribución general de la - d Inglaterra es un caso diferente, pues allí se conjugan la
el sistema de Sten de Geer sc.É!� �_desdcspañolas, en 1950, según
u 10 e Abascal Garayoa). diseminación campesina, un campo superpoblado homo­

géneamente, con la concentración industrial de los gran­

��p/dierbl ��sde siempre una diseminación homogénea des centros fabriles y con la existencia de una capitali­

a po �c1on por razones históricas y geográficas dad, como Londres, consecuencia no sólo de la estruc­

En Espana los_ mayores núcleos de población se distri­ tura del propio país sino de una realidad extranacional

��y� de�d la periferia costera. Sólo la creación artificial basada política y económicamente en la Commonwealth.

España seguirá, por tanto, más y más, tendiendo a la


para :jer:c;r c�:�mup::iie�sj�fid _?e la política castellana
1 concentración humana en ciudades y en zonas superpo-
, co un� estructura demo-
192 Lección 9 La ciudad del presente 193

bladas. Hacia el año 2000, cuando verosímilmente podrá diez años) y que algunas comarcas crecen a razón del

contar con 45 millones de habitantes, el 80 % vivirán 15 % todo ello en detrimento del mundo rural, queda

en ciudades, es decir, 36 millones. Los problemas del como• escalón intermedio el de las ciudades medias que

urbanismo en expansión crecerán en progresión geo­ pueden convertirse en el futuro -y así sea- en piezas
métrica. claves del organismo nacional. Según esto,s supu�sws la

Según el censo de 1940, la población española se di­ población española podría organizarse segun el siguiente

vidía en tres grandes grupos, sensiblemente equiva1entes. cuadro:


Las ciudades mayores de 20.000 habitantes componían
Cuadro 5
un grupo equivalente al 35 % de la población total;

las de 5.000 a 20.000 otro, que equivalía al 31 % ; y


1900 (% ) 1940 (%) 2000 (%)
las inferiores a 5 .000 el último, que representaba el 34 % .

En el año 1900 estos porcentajes eran respectivamente

el 21 % , 28 % y 51 % . El grupo más permanente es el Ciudades de más de


20.000 habitantes 21 35 50'
de las poblaciones de 5.000 a 20.000 habitantes, grupo
Ciudades de 5 .000 a
que supone un escalón intermedio entre la vida rural
20.000 habitantes 28 31 20
que desaparece y la vida plenamente urbanizada. Si lo­ Menos de 5 .000 ha-

gramos salvar, vigorizar y dar impulso a este grupo de bitan tes 51 34 30

ciudades, podremos resistir mucho mejor la hecatombe

urbanística que se nos avecina, podremos también salvar 5


En un reciente trabajo de Angel Abascal Garayoa ,
en la medida de lo posible y de lo compatible con el
podemos estudiar la evolución de la población urbana
progreso y el desarrollo económico la estructura orgánica
española en la primera mitad de este siglo con gran de­
del pasado y buena parte de un depósito cultural que
talle. Podemos darnos cuenta de las corrientes migrato­
debemos a todo trance preservar si tenemos espíritu cla­
rias del descenso de la población rural y del ascenso
rividente, pues a la vez que el mundo avanza a galope
de Ía ui:bana según las regiones o las provincias y de
tendido hacia la uniformidad e igualitarismo de las so­
los índices de crecimiento de nuestras ciudades. A este
ciedades industriales, también se despierta, conforme
respecto es curioso comprob!r cómo . no s�n las grandes
aumenta la disponibilidad de ocio en las masas de una
capitales las que crecen mas de prisa, sino otras . que
afluent society, el deseo de encontrar mundos diferentes
muchas veces están por debajo de los 100.000 habitan­
e insospechados.
tes. En este medio siglo las capitales de provincia de
Nuestras pequeñas ciudades, que parecen tener unas
más rápido crecimiento han sido: León (282 % con re­
ciertas probabilidades de subsistencia, pueden ser una
lación a su población de 1900 ), Orense ( 265 % ), Las
tabla de salvación para que la marea del urbanismo mul­
Palmas (244 %) La Coruña (240,3 % ), Albacete
titudinario no lo anegue todo y para que cuando, sere­
(233,8 % ), Sala�anca (212 ,3 %) y San Sebastián
nadas las aguas, se piense que aquello que se destruyó
(200,9 % ). En cambio las de crecimiento más lento (al­
no era signo y expresión lamentable de caducidad y atra­
rededor del 50 % ) son Cádiz, Almería, Toledo, Cuenca,
so sino todo lo contrario, todavía quede algo de que
Teruel y Huesca.
echar mano sin necesidad de impropias falsificaciones.
� Abascal Garayoa, Ange.l: «La evo!ución de la población urbana es­
Si se tiene en cuenta que las ciudades más importan­
pañola en la primera mitad del siglo xx». Geograph1ca. Zaragoza.

tes crecen a un ritmo doble del nacional (20 % cada Enero-Diciembre de 1956.

Chueca Goitia, 7
194
Lección 9 La ciudad del presente 195

Si estas predicciones se cumplen, la población urbana distinta condición. Siempre que estas prevrsiones se cum­
en España el año 2000 será el 80 % de la población plan, podrá, pues, permanecer esa zona intermedia de
total. Ya que se entiende que el límite de la aglomera­ aglomeraciones proporcionadas, que pueden asegurar un
ción rural está por debajo de 5.000 habitantes. Para los reparto menos inarmónico de la población y un asilo
americanos suele estar en los 2.500 habitantes y algu­ seguro para determinados valores tradicionales.
nos autores franceses adoptan la cifra de 2.000. De todas maneras, lo que es el verdadero signo de

nuestro tiempo es ese formidable crecimiento de los

grandes centros urbanos antes desusado porque el avan­

ce demográfico general era mucho más lento y porque

ese plus demográfico no lo absorbían desproporcional­

mente las grandes ciudades, Hoy éstas crecen por sí mis­

mas ( crecimiento vegetativo) y por absorción de la po­

blación rural. El resultado es que todas las grandes

ciudades han entrado en lo que yo llamaría una fase de

transjormacián incongruente.

¡ La transformación es incongruente porque el ritmo

'
de crecimiento es muy superior a las posibilidades de

previsión de las autoridades, a su capacidad de asimilar

1, los problemas, y generalmente a su cortedad de créditos

para acometer las reformas de gran empeño que son las

que ayudan a crear nuevas estructuras eficaces sin mal­

gastar el dinero en reformas eventuales y de circuns­

tancias.

«El crecimiento de la comunidad -ha dicho Ander­

son- es usualmente un proceso que camina trecho a

trecho; aquí se construye, allá se derriba, aunque la ac­

tividad necesaria se demore. Las casas de una clase

social estarán fuera de toda proporción para las necesi­


Pig. 67. Crecimiento d_e la población urbana española en la primera
mitad del siglo XX. Comparación simultánea del crecimiento de las
dades de otras clases. La provisión de servicios públicos
capitales (cur:va superior en trazo fino) y de las provincias sin
estará retrasada con respecto a las necesidades. El cen­
ellas (curva mfenor en trazo grueso). Cada división horizontal de
4 mm., representa un período censal. Un milimetro de escala vertical tro de la comunidad estará sobreconstruido, aunque se
equivale a un 5 por 100. Base igual a 100. (Según Abascal Garayoa).
olviden las medidas necesarias para batallar con los pro­
6•
blemas de circulación»
Pero aunque esta población urbana alcance el 80 % ,
La transformación incongruente comienza porque en
no cabe duda que no podemos considerar de la misma
la ciudad se va acumulando una población constante de
manera la población que vive en localidades medias, en­
emigrantes que azarosamente se distribuye en las fran­
tre los 5.000 y 50.000 habitantes, y la que vive en
jas más miserables y abandonadas, invadiendo propie-
aglomeraciones que pasan de los 500.000 ó del millón

de habitantes. Todos ellos son «urbaoitas», pero de muy 6 Nels Anderson. Urban Comunity. wondo de Cultura Económica.
México, 1965, p. 237.

,r
La ciudad del presente 197
196 Lección 9

dades ajenas o zonas de inadecuadas condiciones urba­ contrar alojamiento y se establecen en zonas vacías,

nas. Esto dio lugar a las llamadas bidonville de las ciu­ hacen un pequeño pago al dueño, construyen juntos

dades francesas o argelinas, a las chabolas o chabolismo abrigos precarios de telas embreadas y pedazos sobrantes

español, a las famosas [auelas brasileñas, a los ranchos de tablas con paredes de lata de petróleo ajustadas por

,-. los bordes. De aquí su nombre de bidonvilles. Las auto­

ridades públicas no han podido abolir esta mancha de

las ciudades norteafricanas, ya que el flujo de la pobla­

�l ción siempre ha sobrepasado sus medidas. En Casablan­

ca, que tiene un récord nada envidiable, existe una

�•-
,
,:
bidonville de más de 45.000 habitantes.» Hoy esta situa­

ción ha

Estos
debido

barrios
mejorar

marginales
notablemente.

serán para algunos el lugar


donde empezar a subir, mientras que para otros serán

el último escalón de un doloroso descenso. No cabe duda

de que en estos barrios se codea lo bueno con lo malo,

lo sano y lo enfermo, reservas de vitalidad que esperan

su momento y su franco ascenso a la vida urbana, llena

de estímulos competitivos para los fuertes, y despojos

miserables que arroja a sus playas el fracaso tras una

lucha inclemente. Aparte de esta población contradic­

toria de los que suben y de los que bajan, también exis­

ten tipos más estables, algunos de cariz poco recomen­

dable, vagabundos, malhechores, delincuentes, proscritos,

prostitutas, etc. Pero en general estos últimos están si­

tuados en franjas más internas, y pudiéramos decir que

están incorporadas a la ciudad, en los llamados barrios

bajos de una estructura urbana anterior, muchos de ellos

situados en zonas que la movilidad urbana hizo pasar

de unas clases sociales a otras. En zonas de transición

o deterioradas y que un día pertenecieron a grupos aco­

modados o pequeños burgueses, pero que al abandonar­

se por ellos fueron bajando progresivamente los grados


Fig. 68. Nueva York. Rockfeller Center. Un centro cívico planificado
y con personalidad en medio de la ciudad amorfa (Dib. del autor). de la escala social. Estos bardos bajos integrados al cen­

tro solían poseer también en· España unas estructuras


venezolanos, etc. No hay ciudad en proceso de creci­ propias, que son las conocidas casas de corredor, esce­
miento agresivo que no haya sufrido o sufra estas pato­ nario del sainete y la literatura costumbrista de los años
lógicas manifestaciones. Como dice Roger Le Tour­ castizos. Los sociólogos y urbanistas americanos descri-
7:
neur «Muchos de los recién llegados no pueden en-
can fournal o/ Sociology, vol. 60, núm. 5, marzo 1955, p. 530. Apur/

7 «Social Change in the Muslim Cilies of North Africa11, en Amen Neis Andcn.on, op. cit., p. 253.
199
198 La ciudad del presente
Lección 9

ben estas habitaciones, que aparecen en toda Hispano­ estrepitosa comadrería de una pequeña sociedad que

américa, sin conocer ni aludir a sus precedentes espa­ vive en común entre pasiones, altercados, dimes y dire­

ñ_oles. Son las casas de vecindad de México, Centroamé­ tes. Nada de lo qu e pasaba en aquel pequeño m undo

rica y Venezuela; los solares de Cuba, los conventillos podía qu edar r eservado y secreto. T odo era de todos Y

de Chile, la Argentina y el Uruguay, los corticos del las más íntim as d ebilidades q ue el hombre esconde se

Brasil, etc. Veamos cómo los definen: «Este tipo de ventilaban en el p atio. La ropa sucia no se lavaba en

viviendas pobres consiste en una serie de cuartos de una casa sino a la vi sta de to dos y se colgaba en u nas cue r­

o dos habitaciones que rodean a un largo y estrecho pa­ das o alambres qu e cruzaban el pa tio. . .

tio en el que están la boca de agua de los lavaderos y Sin embarg o, esos suburbios qu e nos trajo el cr�1-

los retretes. En un mismo patio viven unas sesenta miento incongru ente de la ciudad en _for".'a d e chabo)is­

familias, y el patio queda reducido a veces a un mero mo y barrio de la s latas son de otro caracter y de vida

callejón. El suministro de agua y los saneamientos son más sórdida y m enos pintoresca. H an dado l ugar a otro

inadecuados; no existe una limpia zona espaciosa en la tipo de lit eratura, de la que es ejemplo la novela de

que los niños jueguen sin peligro; los edificios son rui­ Luis Martín S antos Tiempo de silencio. Es tos s on el

8•
nosos y falta totalmente la vida familiar privada» Como primer elemento de incongruencia en la transfor�aci6n

puede verse, la descripción coincide al pie de la letra de la ciudad. ¿Cómo podría ser de otro m odo s1 han

con la de una casa de corredor madrileña. Fueron estas nacido en plena clandestinidad, primero tímidamente,

casas primera manifestación de un urbanismo expansivo, pegándose a algún pliegue del terreno y ocultándose nas

y no resultaban tan descabelladas como el chabolismo él, como cazador furtivo; luego extendiéndose como in­

del Pozo del Tío Raimundo o las bidonville de Casa­ evitable mancha d e aceite? Pero, cl aro está, huyendo

blanca. siempre de los emplazarni�tos previ�tos para la exp�n­

Es cierto que las condiciones sanitarias dejan mucho sión de la ciudad, de las líneas matrices d onde podrían

que desear, pero hubieran podido mejorarse. Al fin y al coordinarse con lógica. Los organismos oficiales, plani­

cabo, el que hubiera una fuente en el centro del patio ficadores y urbanistas, son lentos en sus prevrsrones Y

no era mala solución para la comunidad; y el chabolis­ todavía más en sus realizaciones. Mientras retienen las

mo ni ha gozado de esta ventaja ni del alcantarillado zonas convenientes y planifican sobre ellas preparando

para los servicios comunes. Lo que sí era difícil de con­ la solución al crecimiento, la realidad, con sus crudos

seguir en estas viviendas de corredor y sus consecuen­ imperativos, rompe por los lugare� más imprevistos e

cias ultramarinas era la intimidad de la vida familiar incongruentes; y cuando las autoridades quieren dars�

privada. La vida rebasaba de las pequeñas e insignifi­ cuenta se encuentran ante sí con una ingrata y volumi­

cantes células y se vertía en los corredores y patios, nosa realidad qu e modifica los datos de u n prob ema l

convirtiéndose en algarabía colectiva. Es indiscutible que que se pensab a abordar serena.mente en los tableros de

sin las casas de corredor, las que ya se llamaban en dibujo. Entonc es hay que a cudir, como quien v_a a so fo­

tiempos de Mesonero Romanos casas de «tócame Ro­ car un incendio, a absorber en barrios experimentales

que», no existiría el sainete madrileño donde no brillaban, y semip rovisionales lo q ue las _poblaciones de�heredadas

ni mucho menos, la intimidad de la vida fa miliar y sí l a han improvisado ante la urgencia de su srtuacron. Enton­

ces se añade a una improvisación otra, que suma al


1
Urban l.And Policies. Nueva York Secretaría de las Naciones Uni­ caos la incongruencia. Con este ir y venir espasmódico,
das, Documento ST/SCA/9 abril de 1952, p. 173. Apud Neis Andcrson,
op. cit., p. 252. haciéndose . y deshaciéndose, pero siempre a me dias y
200 Lección 9 La ciudad del presente 201

bajo la presron de inquietantes circunstancias, va trans­ se habían desarrollado con más coherencia, beneficián­
formándose la ciudad con un crecimiento que ni es or­
dose de un saber histórico. De todas maneras, en estos
denado por vía técnica ni es pausado y orgánico por vía centros se produce una paulatina transformación, más
natural.
oculta que visible, al utilizarse viviendas de clase elevada
Todo esto presenta problemas de organización espa­ y media como espacios para oficina. Por eso, siguiendo
cial en las grandes metrópolis que han ido agravándose una tendencia, ya muy señalada en las grandes metró­
con el tiempo. Es necesario relacionar espacialmente el polis, sobre todo americanas, se produce un movimiento
centro representativo y de negocios, los centros de pro-

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Fig. 69. Lansiarg, Michigan, Centro civico. Planificación tipica de rnc-; Fig. 70. La ciudad de los rnctorcs , cerca de Río de Janeiro: Pr_oyecto
diados del siglo xx. de Paul Lester wiener y José Luis Sert. Un ejemplo de aplicación de
las ideas de Le Corbusicr a un caso concreto. Parte central de una
ciudad dedicada a la fabricación de motores de aviación.
ducción, los de residencia y los espacios libres para re­

creo y expansión. La emergencia de las zonas residencia­


centrifugo del centro a los alrededores que hace que des­
les o ciudades dormitorios, empezando por los slums y
cienda la densidad de población en los núcleos y aumen­
barrios de chabolas, ha traído, como hemos dicho, las
te en la periferia. Pero esto es un poco engañoso si lo
primeras confusiones en el planeamiento que han dado
medimos en cifras de residentes, porque si contamos las
lugar a la transformación incongruente. Los centros re­
personas que se concentran en estos núcleos durante el
presentativos y de negocios no provocaron, de momento,
día, tanto los empleados de oficinas y comercio como el
un desequilibrio estructural tan grave porque estaban
público que acude a ellos, nos encontramos que la den­
acomodados a las áreas centrales que, con sus defectos,
sidad es mucho mayor.
203
La ciudad del presente
202 Lección 9

Por consiguiente, los problemas que este urbanismo

en expansión produce en los núcleos centrales, muchas

veces de estructura tradicional, residen en la congestión

disparatada que sufren cuanto más. aumentan las fran­

jas exteriores de tesidentes y en la falta de accesibilidad

y de transporte que esto lleva consigo.

Toda ordenación espacial será nula si no existe una

adecuada accesibilidad, unos medios de transporte en co­

mún eficaces y una red viaria capaz e inteligentemente

planeada. En términos de accesibilidad es como algunos

urbanistas han considerado que se debía tratar el pro­

blema de la dimensión de las ciudades. Parece aconse­

jable que el área metropolitana no se extienda más

cuando se ha sobrepasado la media de treinta minutos


9•
de tiempo de transporte entre el centro y la periferia

Este cómputo horario puede mejorarse en cuanto se per­

feccionen los medios de transporte. Si la velocidad de

tráfico en autopista de acceso es en las horas punta de

unos 25 kilómetros por hora, no cabe duda de que cuan­

do aumentemos esta velocidad a 30 ó 40 kilómetros por

hora la ciudad podrá extenderse más y aumentar el nú­

mero de sus habitantes proporcionalmente.

El área central que representa la esencia de la ciudad,

como dice Blumenfeld, atrae particularmente aquellas

funciones que corresponden a la metrópoli como un

todo (no a sus barrios y funciones sectoriales) y que exi­

gen una cantidad considerable de contactos interperso­

nales. Además del comercio, tanto de los grandes alma­

cenes como de las tiendas especializadas, el complejo de

oficinas, corporaciones, instituciones financieras, adminis­

tración pública y los despachos de los profesionales que

sirven a todo este mecanismo, en el área central encon­

tramos importantes establecimientos culturales, bibliote­

cas, museos, galerías de arte, teatro y 6pera y el sinfín

de lugares de convivencia como hoteles, restaurantes,

clubs, cafés, etc. Toda esta función del área central de-

, Véase Hans Blumenfeld, •The Modem Metropoli•, en Scienllf1c

American, Septiembre de 1965, pp. 64-7◄.


204 La ciudad del presente 205
Lección 9

cae, se deteriora y puede llegar a fracasar por completo can plazas arboladas ( tan necesarias como pulmones en

si su accesibilidad falla. m edio de la congestión, tan ú tiles para arificar


cl el aire

Hace años, cuando las ciudades no habían alcanzado y luchar contra la « polución» y los gases nocivos) para

la extensión de las áreas metropolitanas de ahora, estos instalar aparcamientos q ue son solución temporal y ra­

problemas de accesibilidad apenas existían, y en una pro­ q uítica. S e destruyen avenidas y bulevares existentes y

porción muy alta la población que utilizaba los servicios con arbolado de g ran desarrollo para preparar provisio­

del área central vivía o dentro de ella o en una vecindad nalmente vías de penetración y de tráfico rápido que

tan razonable que su traslado no representaba ningún también quedan a medias porque no estaban planeadas

problema. Hoy que la extensión ha sido en gran me­ dentro de un sistema orgánico. E n suma, se destruye

dida consecuencia del avance de los medios de trans­ lo que constituía a veces el mayor aliciente del paisaje

porte, éstos se han convertido en 1a cuestión más deli­ u rbano sin beneficio a largo plazo.

cada y más conflictiva de la urbe moderna. El automó­ E n medio de los procesos congestivos que sufre la

vil, que ha sido la palanca de la expansión, se ha ciu dad del pasado en el presente, principalmente por la

convertido, por otro lado, en el elemento más perturba­ es peculación de terceros, con el consiguiente aumento de

dor e incómodo de la vida ciudadana. Las autoridades volúmenes edificados y por la concentración de tráfico,

municipales son impotentes para preparar la estructura no se tiene apenas en cuenta el problema anitario, cada
s

funcional que el automóvil exige, posiblemente porque vez más grave y urgente.

la economía, el régimen de exacciones y los recursos D ensificar cada vez más el centro de las ciudades,

que las leyes prescriben obedecen a un concepto anti­ acumular habitantes por metro cuadrado, crear aparca­

cuado de la ciudad. Las metrópolis, al expandirse, han mientos de automóviles con su correspondiente emana­

recogido en su seno, bien anexionándoselos, bien man­ ción de g ases tóxicos, provocar el incremento de detritus

teniendo su independencia político-administrativa, una se­ de todo orden, mientras se h acen desaparecer plazas, ár­

rie de antiguos municipios periféricos. Cuando estos boles, j ardines, avenidas y paseos es no sólo atentar al

municipios no han sido anexionados, la ciudad matriz, bien común, al bienestar de los ciudadanos, sino poner

cuyos servicios disfrutan igual q ue los ciudadanos ane­ en gra ve peligro su salud orgánica y psíquica, ya que

x ionados, no percibe ninguna ase


cl de impuestos. Pe ro una cosa q ue sería necesario estudiar es en q ué m edida

también cuando los municipios se anexionan, é stos sue­ la vida de las grandes urbes aumenta el porcentaje de las

len ser de rentabilidad muy pobre y obre


s ellos hay que enfermedades nerviosas.

revertir en obras de vialidad y servicios cantidades supe­ Como ha dicho A aron Fleisher, «no parece posible

ri ores a las que aporta su economía y e stamos en el q ue la tecnología pueda co ntribuir sustancialmente a la

mismo caso. E l problema exige una reorganización admi­ solución del problema creado por las aglomeraciones hu­

nistrativa a la altura de los tiempos presentes. manas y de vehículos q ue aqueja a la ciudad moderna.

E n el intervalo, con la escasez de recursos inveterada, L a congestión h umana no se comporta como u n mero

la ciudad matriz no puede evar


ll a cabo más q ue obras síntoma de deficiencias en el f uncionamiento. Y a que si

de circunstancias que son pan para h oy y hambre para así f uese, su evitación sería en gran parte cu estión de

mañana. E stas obras de circunstancias suelen ser, ade­ aumentar suficientemente la capacidad. U na de las solu­

más, las que más perjudican las estructuras existentes ci ones más socorridas suele ser la construcción de nue­

y las que destruyen aspectos muy valiosos de la ciudad v as carreteras; pero la realidad pronto se encarga de

tradicional que luego no se podrán recuperar. S e sacrifi- demostrar su inutilidad, pues la consecuencia suele ser
206
Lección 9 La ciudad del presente 207

casi invariablemente una intensificación del tráfico aún adiciones de carreteras nuevas a la red ya existente. En
mayor. Al achacar el nuevo desequilibrio al crecrmiento este sentido, la red nacional de carreteras se asemeja
10•
de la ciudad o a una redistribución de la circulación ro- a un sistema con realimentaciones desestabilizadoras»

La ciudad moderna se ha dejado llevar demasiado a

menudo por la tiranía del tráfico. Para a1gunos urbanis­

tas y administradores, el tráfico es lo primero y a su

solución deben posponerse cualesquiera otras considera­

ciones. Sin embargo, no todos piensan así. Arquitectos

jóvenes como Theo Crosby, que ha escrito un pequeño

opúsculo titulado City Sense, lleno de sagacidad, dice lo

siguiente: «El tráfico no es lo importante. Lo irnpor-

Fig. 73. Le Corbusier. La Ville Radicuse.

tante es cómo vive la gente. No se gana nada con re­

ducir unos pocos minutos el tiempo de transporte si al

final se llega a un lugar de residencia insatisfactorio. No

se gana nada con lograr un parking adecuado para todo

el mundo si eso lleva consigo tener que recorrer media

milla a través del asfalto para llegar a una tienda. No

tiene sentido planificar para el tráfico sin planificar aún

más intensamente para otras necesidades humanas.

»Si no podemos aceptar o absorber la destrucción de

Fig. 72. Boston. La complejidad de las redes viarias y sus enlaces en nuestras viejas ciudades para acomodarlas a nuestras as­
una ciudad moderna americana (Dib. del autor).
piraciones, debemos establecer un sistema de priori­
11•
dades»
dada, se admite tácitamente que las vías de comunicación

no son un elemento pasivo en la determinación del modo 10


Aaron Fleisher. «Influencia de la tecnología sobre la forma de la
ciudad», en Lloyd Rodwin y otros La Metrópoli del l'uturo. (Trad.
en que se repartirá el tráfico. Por tanto, no se podrá española de The Future Metropolis). Seix Barral. Barcelona, 1967,
página 88.
remediar nunca la congestión urbana mediante simples
u Theo Crosby, Architecture: City Sense. New York, 1965, p. 41.
208
Lección 9 La ciudad del presente 209

De todo esto se ha ocupado el famoso rap port Bucha­ apartamentos con amplias zonas de jardín y terrenos de
nan Tra//ic in Toums.
juego y deporte; las zonas industriales cuidadosamente
Esta misma obsesión por los fenómenos funcionales,
aisladas y las comunidades satélites orgánicamente articu­
y en especial por el tráfico, encontramos en el hombre
ladas con e1 centro, son otros tantos de los postulados
que más ha influido en el aspecto físico que, al menos
de Le Corbusier.
parcialmente, están tornando nuestras ciudades de hoy:

Le Corbusier. Su Vil/e Radieuse o «Ciudad radiante» es

en realidad una idea puritana y utópica, pero muchas .. L


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de sus soluciones -establecidas en los años veinte­
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son todavía en gran parte válidas. Mucho de lo que pre-
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Fig. 75. St. Dié. Proyecto de Le Corbusier. Ejemplo de ciudad Jun­


cionalmente diferenciada y estrictamente zonificada. A, Centro cívico
y cultural. B. Industria. C. Casas unilamiliarcs. D. Estación de ferro­
carril. E. Edificios en altura (primera etapa) F. Edificios en altura
(segunda etapa). G. Río H. Autopista. J. Ferrocarril. (Gallion, op. cit.).
Fig. 74. Le Corbusicr. Las grandes torres de los edificios comerciales
en la Villc Radicusc.

Según Martin Meyerson, Le Corbusier es el gran crea­


coniza Le Corbusier, la separación de funciones, el én­ dor de la utopía de la ciudad moderna en su aspecto
fasis en los problemas de transporte, la amplitud de zonas físico. «Durante los primeros años del siglo xx se pro­
verdes, pertenecen a la ortodoxia del urbanismo moderno. dujo un eclipse de las utopías literarias y sociales para
Las grandes torres de un centro comercial y de ne­ dejar paso a la utopía física o de diseño urbanístico de

gocios fácilmente accesibles por las vías de tráfico y ro­ la ciudad ideal, que alcanzó una importancia considerable

deadas de parques y espacios verdes; los bloques de gracias a los trabajos de Frank Lloyd Wright y Le Cor-

L-
1
210
Lección 9 •- La ciudad del presente 211

busier. Ambos arquitectos idearon sendas utopías perfec­ t Le Corbusier se detuvieron a analizar los aspectos eco­
tamente adecuadas al siglo xx, de acuerdo con los flo­ nómicos, sociales ni políticos, pensando que la restaura­
recientes avances de la técnica y en el seno de la sociedad
J
,_ ción del ambiente material traería como consecuencia el
12•
urbanizada característica de nuestra época» nacimiento de instituciones idóneas para su gobierno.

Los problemas del urbanismo en expansión inciden

desde la periferia al centro. En general los núcleos tradi­

cionales de las ciudades, lo que en España se suele lla­

U_ mar

porque

el
el casco

siglo
se

xrx,
viejo

completa

tienen
y

ya
y
que

se

poca
muchas

edifica en

importancia
veces

gran
no

parte

desde
es tan

el
viejo

durante

punto

de vista cuantitativo. El casco viejo de Madrid, por

ejemplo, el que estaba encerrado en los antiguos límites


....... ,
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....... .. . de su cerca y que constituía la ciudad antes del ensanche


¡
del plan Castro, no pasó de tener unos 600.000 habi­

'. ¡ tantes. Con relación al Madrid actual de tres millones de


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..................... habitantes, es sólo una quinta parte. En un futuro Ma­

drid de seis millones será una décima parte. Si se acumu­


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lan los problemas en dicho casco es porque en él inci­
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den los de la periferia. Basta neutralizar dicho centro,

1. prohibir todo aumento de densidad en la edificación,

aprovechar toda oportunidad para dejar espacios libres,

trasladar o disgregar las zonas comerciales, llevarse fuera

de él los edificios públicos y no tratar de aumentar



' la capacidad de los que existen elevándolos en altura, etc.,

para que dicho centro, poco a poco, se congele y se

convierta en una especie de pacífica ciudad provinciana

Fig. 76. Br�dacres: La ciudad ideal de Frank Lloyd Wrie;ht. En el en medio de la urbe tentacular que la rodea. Ya la mi­
fondo una ciudad lmeal a lo largo de una arteria ferroviaria. La uni­
dad . �odul�r es un acre de tierra para cada familia. A. Concejo y
sión del urbanista no es, como en otros tiempos, tratar
adm1mst_rac16n. B. Aeropuerto. C. Deportes. D. Oficinas profesionales.
t de planear reformas interiores, ya ha pasado el momento
E. �tad10. F. Hotel. G. Hospital. H. Pequeña industria. J. Pequeñas
granjas. K. Parque. L. Motel. M. Industria. N. Mercaderías. P. Ferro­ • de las «Grandes Vías» que sólo son negocio para especu­
carril. R. H�ertas .. S. Casas y apartamentos. T. Iglesia y cementerio.
U. Laboratorios de rnvesugacrcn. V. Zoo. W. Escuelas. (Gallion, op. cit.). ' ladores y que no resuelven ningún problema, sino que

acumulan a los ya existentes otros nuevos y mucho más

graves.
Así como Le Corbusier abogaba por la gran concen­
La misión del urbanista consiste en articular Jo más
tración urbana, Wright pensaba en su ciudad, llamada
acertadamente posible la periferia de la urbe; la peri­
Broadacre, como un caso extremo de dispersión, hasta
feria de hoy será el centro o centros vitales del futuro.
lograr un híbrido entre campo y ciudad. Ni Wright ni
En esta planificación externa lo más importante es la
11
�artin Meyerson, •Tradi�iones utópicas y urbanísmo-, en L!oyd ordenación de los ejes de tráfico fundamentales y la loca­
Rodwm Y otros. La. Metrópoli del futuro (Trad. española de The Fu­
ture Metropolis). Seix Barral. Barcelona, 1967, pp. 285-287.
lización de las diversas funciones: centros comerciales,
212 Lección 9 La ciudad del presente 213

negocios, barrios residenciales, zonas verdes, zonas de una «polución» que viciaba la atmósfera hasta extremos

recreo y deportes y, por último, las industrias. La ar­ alarmantes para la salud pública. Hoy en día, en muchas

ticulación y la localización de estas funciones no quiere grandes ciudades, el problema de la «polución» es de

decir el aislamiento y la «zonificación» a rajatabla. Las los más graves que afectan al desarrollo urbano. La

zonas puramente residenciales, las ciudades dormitorios, revista Time, en un número reciente (enero 1967), de­

han resultado, en general, un fracaso. Privadas de otros dica a este tema un extenso y alarmante estudio.

elementos que constituyen el total organismo de una La «zonificación» de las industrias fue considerada

ciudad ( centros representativos, monumentales, religio­ como una necesidad insoslayable, pero todavía la ciudad

sos, mercados, espectáculos, comercio y, al menos, una no ha resuelto de una manera orgánica los problemas

cierta industria no pesada), al final estas ciudades dor­ que esto provoca. Son muchas las tendencias, desde los

mitorios degeneran, declinan y se degradan física y mo­ que estiman necesario el aislamiento total de los com­

ralmente. plejos industriales, como si se tratara de verdaderos

La localización de las industrias pesadas es otro de los lazaretos, hasta los que consideran que las plantas indus­

grandes problemas que presenta la organización espacial triales deben organizarse en vecindad con las zonas re­

de las grandes metrópolis. Posiblemente fue lo primero sidenciales obreras; para una mejor armonía de la jor­

que motivó la regulación del uso del suelo, lo que se nada del trabajador y un menor dispendio de los medios

ha llamado zonificación. Ya en las ordenanzas medievales de comunicación.

existen prescripciones sobre el emplazamiento de las Como quiera que sea, y a pesar de las apariencias,

tenerías, tintorerías y otras industrias insalubres que es­ se ha comprobado que la gran ciudad es más conve­

taban colocadas en barrios especiales, en arrabales y, a niente para la pequeña industria que para los grandes

veces, junto a los ríos para la más fácil evacuación de complejos. La gran fábrica, siendo en mayor medida

los residuos. Pero la invasión grave de la industria se autosuficiente, encuentra un lugar más apropiado en zo­

produjo con el desarrollo de las fuentes energéticas y nas aisladas o junto a pequeñas poblaciones. Las esta­

de los medios de transporte. Esto coincidió con el auge dísticas así lo demuestran. Mientras decrece entre los

de una economía liberal basada en el laissez [aire, en metropolitanos el número de trabajadores empleados en

la que al impulso privado no se oponía ninguna corta­ grandes manufacturas, aumenta el de los empleados en

pisa para el logro de sus fines. La industria invadió la pequeñas industrias y sobre todo en servicios. Estos ser­

ciudad de un modo caótico y lamentable, dando lugar vicios, en el fondo, constituyen la verdadera vitalidad

a ese monstruo que Mumford ha denominado la metró­ de la ciudad, su verdadera base económica. La descen­
poli paleotécnica. (Véase lección 8.) tralización de las industrias, sobre todo pesadas, es algo

De todas maneras, la invasión de la industria fue lo que deberá presidir toda planificaci6n de tipo económi­
que provocó las más graves alarmas de los urbanistas co en el futuro.
y gobernantes mientras caían estrepitosamente los pos­ En España todavía domina en estas cuestiones la im­

tulados del laissez /aire. El libre juego de las fuerzas provisación, con sus consiguientes balbuceos e insegu­

competitivas, que en términos de economía de mercado ridad de criterios. Muchas veces el deseo de quemar las
podía ser saludable y movilizador, en términos de urba­ etapas de una industrialización apresurada y empujada

nismo era una catástrofe. Las industrias provocaban una por cierto nerviosismo político ha , eguido la ley del mí­
monstruosa acumulación de tráfico pesado, ruidos, ma­ nimo esfuerzo. Por ejemplo, en Zaragoza se han expro­

los olores y, sobre todo por sus humos y emanaciones, piado con fines industriales zonas de huerta de primera
z1.¡ Lección 9 La ciudad del presente 215

calidad cuando a un paso exrstian otras áridas y estepa­ 3. Adquisición del suelo por los organismos estatales,
rias sin aprovechamiento de ninguna clase. Pero estas es decir, socialización del mismo.
zonas de huerta estaban al borde de las carreteras y del El único sistema que se ha empleado en nuestro país
ferrocarril, gozaban de red de distribución de energía es el primero. Es el más respetuoso, evidentemente, con
y eran, por tanto, más fáciles de acomodar para e1 nuevo la iniciativa privada y con la libertad de los bienes
uso en un plazo breve, y a las autoridades políticas les raíces. Pero ha resultado también el más ineficaz. Por
interesan los éxitos fáciles y a corto plazo. varias causas: porque los planes reguladores han resul­
En Madrid, la imprevisión más absoluta ha presidido tado casi siempre insuficientes y han envejecido poco

la organización del espacio industrial. Consecuencia de después de promulgados; porque en su aplicación no ha

un pasado reciente, de la localización de los barrios más presidido la justicia ni un espíritu igualitario, y cuando

pobres al sur del viejo casco urbano, de la situación de han existido grupos de presión poderosos se han torcido

los ferrocarriles, mataderos y mercados, un barrio indus­ los reglamentos a su capricho. El segundo sistema sería

trial paleotécnico se fue formando en lo que había sido más eficaz y, debidamente informados los empresarios,

el ensanche sur ordenado en el siglo xvm por Carlos III. podrían acomodar sus planes a la situación fiscal antes

Es lástima, porque aquel lugar, con grandes avenidas de que éstos supusieran una lesión económica. La socia­

arboladas, hubiera podido ser un hermoso barrio resi­ lización del suelo es la consecuencia a que tendrán que

dencial y una de las partes más monumentales de acceso llegar las grandes ciudades si éstas quieren subsistir y

a la ciudad. Hace unos años, antes de la guerra e inme­ evitar en lo posible los grandes escollos del urbanismo

diatamente después, dicha localización industrial pudo en expansión. No se puede hacer crecer indefinidamente

la superficie urbana dejando en su interior zonas depau­


tener alguna justificación. Hoy no. Dada la enorme ex­
peradas y de escaso rendimiento funcional que la inercia
tensión que ha adquirido Madrid en estos últimos años,
y debilidad económica sostienen. Estas zonas deben ad­
es absurdo que en su centro mismo se localice un barrio
quirirse para remodelarse con un sentido funcional, in­
industrial de gran volumen. Esto es una prueba más de
terviniendo para esto los fondos públicos o las finanzas
cómo los acontecimientos van más de prisa que los pla­
privadas sometidas a un plan condicionado con unas
nes y que éstos deben ser siempre susceptibles de modi­
regulaciones muy estrictas que no permiten la especu­
ficación y de revisión. Hoy el barrio sur de Madrid,
lación, sino unos márgenes de beneficio adecuados a una
desde las rondas hasta el Manzanares, debía someterse
obra eminentemente social.
a una transformación que redujera al mínirnoIa industria,
En cierta ocasión oíamos a un diplomático alemán
dando paso a otros usos del suelo: oficinas, servicios,
que se estaba dando el caso curioso de que, mientras las
zonas deportivas, parques y viviendas.
ciudades de Alemania Occidental, regidas por los demó­
Pero la zonificación no es sino uno de los aspectos de
cratas cristianos, estaban cayendo en el desorden, la
la política del suelo sobre el que se puede actuar de
incongruencia y la desarticulación de todos sus servicios,
una de las tres maneras siguientes:
las ciudades regidas por los social-demócratas estaban
l. Estricta regulación de su uso por medio de orde­
demostrando un equilibrio y una organización infinita­
nanzas de zonificación severas.
mente superiores. Es que la ciudad tendrá, se quiera
2. Procedimientos fiscales para gravar intensamente
o no, que ser regida por un espíritu comunal, que in­
los usos indebidos hasta el punto de hacerlos no ren­
cluso hist6ricamente fue el que permitió en la Edad
tables.
Media que las ciudades llegaran a ser instrumentos de
216 Lección 9 Lección 10

Ecología urbana
libertad y de progreso, verdaderas comunas en todo el

alcance del término. Sólo este espíritu comunitario po­



drá luchar con los problemas que hoy nos desbordan

y que el urbanismo en expansión acumula cada día. Ape­

nas hemos esbozado algunos en esta lección. Si los anali­

zamos todos habría para escribir un verdadero tratado,

que no sería, ciertamente, el que podría devolvernos el

optimismo.

Hemos insistido reiteradamente a lo largo de este

libro en el ser histórico de la ciudad. Como fenómeno

histórico participa naturalmente de los cambios y mudan­

zas de la historia y refleja perfectamente el devenir de

la aventura humana, aunque muchas veces y dependien­

do de las circunstancias esta adaptación al momento his­

tórico pueda producirse con ritmos muy diversos. De

todas maneras podemos decir que la ciudad se mueve,

como se mueve la vida. Basta recorrer cualquier museo

histórico de ciudad --casi todas las grandes ciudades

de algún abolengo lo tienen- para darse cuenta de esa

incesante movilidad.

Esto para aquellos que amamos la ciudad como obra

de arte nos inquieta y nos perturba, porque lo mismo

que podemos gozar de un cuadro de Velázquez o de una

sinfonía de Beethoven en su prístina pureza, como su

creador lo concibió, quisiéramos también disfrutar de la

contemplación de un Nuremberg medieval o de una

Florencia renacentista intactas. Pero no es el mismo caso.

Ya dijimos en la lección 2 que la ciudad no es una obra

217

r:1r V
218 Lección 10 Ecología urbana 219

de arte -un artefacto- sino que constantemente se la fecha, han resultado el peor ejemplo que puede pre­

está haciendo y deshaciendo. Es, por tanto, un proceso sentarse en el desarrollo urbano. Lo malo es que esta

vivo. La ciudad día a día se construye, pero no olvide­ mentalidad ha resultado gravemente contagiosa y su

mos que toda construcción lleva aparejada una destruc­ ejemplo ha cundido por todo el nuevo continente, des­

ción, como toda vida, de acuerdo con un sino ineluctable, truyendo en la América hispana un pasado urbano de un

tiene como telón de fondo una muerte. Una ciudad que valor extraordinario. Por si esto fuera poco, también está

se construye es a la vez una ciudad que se destruye; y

precisamente en la manera de articular esta doble ope­

ración construcción-destrucción reside la posibilidad de

que las ciudades se desarrollen armoniosamente puesto

que lo ideal es que la construcción se haga con la menor

destrucción posible y sobre todo que esa destrucción

sea más que nada una readaptación inteligente a las nue­

vas exigencias. Si una ciudad en período de desarrollo

acelerado puede hacer que compaginen las viejas y las

nuevas estructuras, tanto mejor. Las ciudades europeas,

depósito de un caudal cultural muy importante, cons­

cientes de los valores permanentes que en ellas residen,

mantienen todavía un aceptable equilibrio entre el hacer

y deshacer, entre lo nuevo y lo viejo. Es signo de cultura.

El ministro zarista conde Witte solía decir que para

comprobar el grado de adelanto y civilización de un país

bastaba con observar cómo funcionaban los ferrocarriles.

Yo diría que para pulsar el grado de cultura de una

nación el mejor índice es comprobar cómo se desarro­

llan sus ciudades. Si en el desarrollo preside el caos, el

crudo juego de los intereses económicos, el desprecio

por el pasado, el afán de la novedad por la novedad, es

señal evidente de que por debajo de las apariencias, Fig. 77. Nueva York. Midtown. La ciudad desordenada de la economía
capitalista (Dib. del autor).
más o menos progresivas, existe un gran vacío cultural

En las civilizaciones más modernas, como sucede en


percutiendo en Europa, y naturalmente en los pueblos
los Estados Unidos de América, la falta de presión del
más débiles y más propensos a todo mesianismo venga
pasado ha dejado mayores márgenes de libertad que, sin
de donde venga.
embargo, tampoco han proporcionado tan evidentes ven­
La movilidad de una urbe, razón de su vida y de su
tajas funcionales como era de esperar. De donde se
ser histórico, hace que sus transformaciones sean a la
deduce, como moraleja, que la historia, que muchos la
vez físicas y sociales. Antes muchas veces de que cam­
entienden como pesada carga, es también, corno creían
bien las estructuras físicas ya están cambiando las es­
los antiguos, maestra de la vida. Las ciudades norteame­
tructuras sociales. Barrios, por ejemplo, que fueron un
ricanas, donde la movilidad es la mayor registrada hasta
220 Lección 10 Ecología urbana 221

tiempo exponente de una alta jerarquía social, por una y los animales se distribuyen ellos mismos en COJI)uni­

dinámica donde juegan muy diversos factores, económi­ dades, resultado de un proceso de competencia y selec­
cos, políticos, sociales o simplemente de moda, se trans­ ción. La localización y distribución de las plantas y de
forman en otros de distinto componente aún dentro del los animales no es, pues, meramente accidental, sino
mismo caparazón. Lo que fueron residencias y palacios que obedece a determinados procesos de competencia y
se transforman en oficinas o degeneran y se degradan cooperación, cuyas causas y leyes muchas 'veces se pue­
hasta ser barrios humildes donde los nuevos ocupantes den definir con bastante rigor. Lo mismo sucede con el
se sienten inadaptados e incapaces de sostener las estruc­ hombre civilizado cuando le enfocamos bajo un ángulo

turas antiguas. social.


En general, las clases sociales más elevadas han ido Existe, pues, la ecología humana, materia que intere­
siempre en busca de los emplazamientos más reservados sa a los geógrafos, etnólogos, sociólogos y economistas.
y exclusivos, donde estuvieran menos sujetas a las in­ Cuando esta distribución del hombre y sus grupos socia­
comodidades de una urbe agitada y socialmente mezcla­ Ies tiene lugar en la ciudad, tenemos la ecología urbana,
da. Por eso han solido buscar los emplazamientos mar­ que es la rama que a nosotros particularmente nos inte­
ginales con un entorno natural aceptable. Cuando estos resa. En la ciudad los hombres viven reducidos en un
emplazamientos han dejado de ser tranquilos y exclusi­ área exigua si la comparamos con las vastas amplitudes
vos, porque el crecimiento de la ciudad los ha absorbido, geográficas donde la raza humana se desenvuelve. Pero
los han vuelto a abandonar emigrando más lejos. Esto si bien el área de la ciudad es exigua y dentro de ella
sobre todo se ha producido en las ciudades americanas no pueden encontrarse diferencias naturales, climáticas,
de mucha mayor movilidad social y mucho más afectas altimétricas, ambientales, que segreguen a los hombres

a la mentalidad capitalista pura. por razones biológicas, sí encontramos un campo de com­


Es natural que estos fenómenos hayan sido, por tan­ petencia aguda que agrupa a los hombres de diversa ma­
to, estudiados muy especialmente por urbanistas y so­ nera, de acuerdo con sus condiciones sociales, económicas
ciólogos americanos que han dedicado a ellos mucha y culturales. En el espacio restringido de la ciudad los ma­
atención, hasta casi constituir una rama de la sociología tices ecológico-sociales son más finos que en parte algu­
urbana. Esta rama podemos abrazarla en el enunciado na, y de ahí el interés que reviste la ciudad desde este
general de Ecología Urbana. Muchos de estos estudios punto de vista. La variabilidad de la adaptación social al
y teorías pueden ser de un alcance limitado y tener una espacio es mayor en la ciudad que en parte alguna.
validez restringida a determinadas áreas culturales, a Las ciudades, incluso aquellas que parecen más está­
determinadas ciudades del mundo capitalista y de la ci­ ticas e inmovilizadas, son organismos en constante trans­
vilización industrial, y durante un lapso de tiempo en formación. Que sea ésta más rápida en las ciudades de
que aquellas condiciones han prevalecido. Pero eso no pulso agitado y gran vitalidad o más lenta en las que
importa para que sea interesante analizarlos en un libro han quedado marginadas, la transformación siempre exis­
que por ser de historia no puede olvidar el relativismo te. Ello se debe a la movilidad de los seres humanos y
y el temporalismo de toda construcción histórica. sus instituciones en busca de un mejor logro de sus
Veamos pues de qué se trata cuando decimos Ecolo­ fines. Esta movilidad produce un cambio constante en

gía Urbana. Ecología es la parte de la biología que se 1as estructuras sociales que tiene, evidentemente, su re­

refiere a la relación de los seres vivos y su medio am­ percusión espacial. Por consiguiente, la explicación de

biente. Los naturalistas han estudiado cómo las plantas todos los cambios que se producen en la estructura físi-
222 Lección 10 Ecología urbana 223

ca de la ciudad -que es, en realidad, lo más interesan­ De todas las que corresponden al primer grupo, la
te y sugestivo que una ciudad puede decirnos-, está teoría de las zonas concéntricas fue promulgada por Er­
en estos procesos ecológicos. nest W. Burgess y ha sido llamada Burgess tbeory. Apa­
Una ciudad, incluso en su aspecto físico, no debemos reció en el libro de Robert E. Park The City (Chicago,
considerarla como una realidad estática; en primer lu­ 1935), uno de los fundadores de la ecología urbana. Bur­
gar, porque no lo es, y también porque si de una manera gess consideró su esquema como válido para las grandes
artificial, como la cámara fotográfica retiene y fija un ciudades americanas, pero él mismo advirtió que sus ge­
cuerpo en movimiento, así lo hacemos, perderemos por neralizaciones no debían imponerse forzosamente a otro
completo de vista su profundo sentido. De esta manera tipo de comunidades. La crítica posterior, y muy particu­
tomaremos a la ciudad por un monumento o por una larmente la de Firey, puso en tela de juicio el valor de
agregación de monumentos, cuando la realidad es muy esta teoría. Fundada sobre la experiencia de la ciudad
otra. Una ciudad es un diagrama expresivo del que hay de Chicago, por lo menos como interpretación de esta
que conocer, para interpretarlo, las fuerzas operantes. La ciudad sigue teniendo actualidad. Es muy posible que
mejor manera para adentrarnos en la intrincada selva de también convenga a otras cuyas características y desarro­
la hermenéutica urbana es la que nos ofrece la ecología. llo sean similares a los de Chicago, posiblemente ciuda­

Los estudios de ecología urbana, como en general los des del Midle-West.

de sociología urbana, han tenido recientemente un gran Burgess divide sociológicamente la gran urbe ameri­
desarrollo en Estados Unidos, donde los sociólogos han cana en cinco zonas concéntricas: la primera es el centro
podido manejar un material fáctico que les ha permitido comercial y de los negocios (el Loop en Chicago); la
un acercamiento positivo al problema, de gran interés. El segunda es la llamada zona de transición; la tercera es
manejo de este material ha cristalizado también en una se­ la de los barrios obreros, zona de Workingmen's Ho­
rie de teorías, algunas superadas o que sólo pueden tomar­ mes; la cuarta es la zona residencial de las clases medias
se con carácter heurístico, pero todas dignas de ser cono­ y elevadas; y la quinta es la llamada Commuter's Zone,
cidas porque la que más o la que menos ha servido para la de las personas que viven en los alrededores y que van
esclarecer un problema de por sí complejo y lábil. diariamente a la ciudad, donde tienen su ocupación.
1,
Según Walter Firey que ha estudiado los procesos Commuter se llama en Estados Unidos al que viaja con
ecológicos en la ciudad de Boston con el fin de experi­ billete de abono a precio reducido. Esta palabra define
mentar la valide z de las teorías más conocidas sobre la a una clase especial de personas, cuyo número ha cre­
materia, divide éstas en tres grandes grupos. cido fabulosamente en la moderna civilización urbana

americana. Este tipo lleva una vida espacialmente escin­


1. Las que se valen de esquemas descriptivos ideales.
dida entre su lugar de trabajo y su lugar de residencia.
a) La teoría de las zonas concéntricas.
Pero lo grave no es eso, sino que en su jornada diaria,
b) La teoría de los sectores de círculos.
las horas que le ocupa el traslado llegan a suponer una
2. Teorías empírico-racionalistas.
parte muy considerable de ella y por consiguiente, a la
a) Racionalistas estrictos.
larga, de su vida. Muchas veces la absurda estructura de
b) Racionalistas templados.
las grandes metrópolis contemporáneas da lugar a cosas

3. Teorías' metodológicas racionalistas. tan peregrinas como la vida del commuter, que, haciendo

1 de la necesidad virtud, se solaza en sus horas de tren


Walter Firey, úmd use in Central Boston. Harvard Sociological
Studies, Harvard University Press. Cambridge, Mass., 1947, pp. 3-38. y encuentra sus amigos, no en el lugar de trabajo, donde
224 Lección 10
Ecología urbana
225

actúa como una máquina, como un ente abstracto, ni


lugar donde las residencias abandonadas por sus anti­
tampoco en el de residencia, donde tiene el tiempo justo
guos dueños, que han huido en busca de sitios más
para descansar, sino en el viaje de tránsito, donde coin­
apacibles y respetables, se han convertido en rooming
cide diariamente con otros commuters como él. Allí pa­
bouses, casas alquiladas por habitaciones que ocupan
rece que, por rara circunstancia, se siente un hombre
emigrantes y desheredados. En esta zona en transición
entre los hombres.
suelen existir colonias italianas, «ghettos», barrios chi­

nos y, en general, enclaves donde se segregan comuni­

dades raciales, de un ínfimo nivel.

Cuando Burgess lanzó su teoría en 19 3 3, causó una

gran impresión entre los sociólogos que se dedicaban al

estudio de la ciudad. Muchos la consideraron como un

logro definitivo, más que como una hipótesis que se

debía poner en el banco de pruebas de la realidad. Cuan­


do más tarde esto se llevó a cabo, la mayoría de las

veces dio resultado negativo. Unas veces eran los acci­

dentes geográficos los que distorsionaban el esquema

concéntrico; otras los factores industriales, la localiza­

ción de las fábricas y sobre todo de los ferrocarriles, que

Burgess no había tenido en cuenta. En general, las «áreas

en transición» se situaban en contacto con estas instala­

ciones fabriles y ferroviarias y no en un anillo homo­

géneo. La teoría de Burgess contradecía, por otro lado,

el tipo de expansión de múltiples ciudades a lo largo de


grandes arterias de circulación, lo que da lugar a forma­

ciones urbanas en estrella. Tampoco resolvía esta teoría

el caso de las ciudades con varios centros, como ocurre

en las de gran tamaño cuando se fo rman , por ejemplo,

núcleos comerciales en los centros de barriada.

Como consecuencia de esta teoría concéntrica expre­

sada geométricamente, surgió la teoría de los gradientes

Fig. 78. La teoría de las zonas concéntricas de Burgess aplicada a la (Gradient Tbeory), que trata de sustituir un esquema de­
ciudad de Chicago (Gist y Halbert, Urban Society).
masiado ideal por algo capaz de encontrar una base em­

pírica. Mediante este sistema se analiza el grado de una


De estas zonas, acaso la más interesante es la segunda,
variante social cualquiera en relaciót a un centro de do­
la que está inmediata al centro comercial de la ciudad,
minación: por ejemplo, el grado de pobreza, de mortali­
la zona de transición. Es, por decirlo así, una zona in­
dad, de delincuencia, de desorganización social, etc., según
estable donde florece el vicio y la delincuencia y viven
su mayor o menor alejamiento de este centro. Se trata,
los parias de la ciudad. Es la zona de la prostitución, de
pues, de una visión semejante a la de la teoría concéntrica,
los garitos, de los fuera de la ley, del underurorld. Es el
en la que se sustituyen las zonas netamente diferenciadas

Chueca Goitia, 8
226 Ecología urbana 227
Lección 10

entre sí por una continua y gradual transformación. Existe tiene una lustrosa apariencia con la médula emponzo­

la misma diferencia que entre un dibujo de tintas corta­ ñada.

das Y otro en que se pasa del negro al blanco mediante Es un hecho que indudablemente se presta a no po­

desvanecidos. Si la teoría de los gradientes es cierta las cas consideraciones. ¿Qué circunstancias se han tenido

líneas que separan las zonas carecen de realidad o ' son que dar para que se haya producido en el Nuevo Conti­

franjas iris�das en las que gradualmente se produce la nente una ciudad al revés? Al revés al menos para nos­

t�ansform�c1ón. De todas maneras, la teoría de Burgess otros, que partimos de las nuestras como de un hecho

sigue teniendo su valor como esquema simplificado de natural.

una realidad urbana americana. Qué duda cabe que en

una forma u otra las ciudades tienen un centro comercial

alrededor del cual suele existir un área deteriorada e in­

cierta, y que las zonas residenciales tienden a localizarse

hasta la periferia. Aunque sólo sea por esto y por el estí­

mulo que produjo en los estudios de ecología urbana la

teoría de Burgess debe conocerse. '

Es ':'1uy interesante comparar, desde el punto de vista

ecológico, la estructura de la ciudad americana sensu lato

con el de la ciudad europea. Tomando como' base la vi�

sión sintética de Burgess apreciamos que inmediatamente

alrededor d� u;i centro comercial y de negocios, relativa­ ·--·

SOCIAL
mente restrmg1do. con respecto al área de la ciudad, apa­

rece la zona deteriorada, donde viven las clases inferiores

de la sociedad, donde existe los slums más miserables·



después los barrios obreros; y, por último las zonas d� <SI

1� clase media y alta. Es algo semejante a Id que ocurriría

si en torno al centro de Madrid, de una manera casi brus­ ""


<p
/
,j, 1/
ca, nos encontráramos con los suburbios del Puente de N
us-,. Spl:R
Vallecas o_de Tetu_án de las Victorias, y que luego poco O DE

a poco, al unos alejando del centro, el escenario empezase

a mejorar, hasta encontrar en lo que nosotros llamamos


t �/-4
>' AG121cu

suburbios las zonas residenciales más distinguidas. De he­ 1K 2 3 4

cho, en la diferente significación que en Europa y América Fig. 79. Esquema geométrico expresivo de la estructura e::ológico-social
de Madrid, según F. Chueca. 1.-Ccntro comercial do�inanle. 2:-;--Clasc
tiene la palabra suburbio reside la gran disparidad que
alta. 3.--Clase media, 4.-Clase alta. 5.-Clase media. 6.-V1v1endas
apuntamos. Para los Estados Unidos, la palabra suburbio humildes. R.-Rctiro. S.-Puerta del Sol. P.-Palacio Real.

equivale a zona residencial, respetable, tranquila, quieta,

cuando no opulenta y señorial. En Europa, la mayoría de Las ciudades europeas se han ido formando a lo largo

las veces es sinónimo de pobreza y miseria. La ciudad de los siglos por un proceso de decantación muy lento.

europea es una fruta cuya corteza está corrompida, pero Han sido primero núcleos pequeños, muchas veces arti­

que conserva el corazón sano y, en cambio, la americana ficialmente apretados por un cerco de murallas que im-

228 Lección 10 Ecología urbana 229

pedía la expansión. Dentro de estos cinturones pétreos bieron anegadas por esta marea y lis clases pudientes,

han ido ganando en esplendor y magnificencia. El centro como recurso, emigraron a la periferia, donde una natu­

se ha llenado de venerables monumentos y ha adquirido raleza favorable les brindaba lugares incontaminados

un prestigio y un sentido simbólico, que ha tenido su donde poder rehacer una vida bucólica a la que estaban

parte en la consiguiente valoración social del espacio. acostumbrados. Así se inició esa vertiginosa movilidad

Por el contrario, las clases débiles, las industrias eno­ de la ciudad americana, siempre en busca de una adap­

josas (curtidores, tintoreros, alfareros, pañeros, etc.), han tación social al espacio. El centro iba siendo expoliado

tenido que refugiarse en la periferia, en los arrabales. sistemáticamente por el comercio, por la industria, por

La menor movilidad de la ciudad histórica europea ha los medios de comunicación (puertos, vías fluviales, fe­

mantenido a través de los años esta estructura, que no rrocarriles), por los emigrantes y clases pobres, y las

puede desarraigarse totalmente. clases altas se iban alejando al mismo ritmo rápido y

Hemos dicho que no puede desarraigarse totalmente, paralelo. Si en la mayoría de las ciudades puede dibu­

porque al menos parcialmente la influencia de Norte­ jarse la traslación de las clases elevadas, que en París

américa cada vez va pesando más. Qué duda cabe que lleva la dirección Este-Oeste y en Madrid sensiblemente

el tipo de suburbio elegante típicamente americano va la S.0.-N.E., en las ciudades americanas esta traslación

imponiéndose también en muchas ciudades europeas. En se convierte en una apresurada carrera. Lo que en Euro­

el Madrid de la posguerra hemos visto surgir suburbios pa se mide por siglos, en América por años, Claro está

residenciales periféricos de alto nivel social muy seme­ que el ritmo de tal traslación es función del ritmo de

jantes a los de los Estados Unidos. Colonias como las crecimiento. Si el crecimiento decae, el ritmo será más

de Puerta de Hierro, la Florida, Somosaguas o la Mora­ pausado y puede producirse una cierta inmovilidad si se

leja, así lo testifican. Los agobios de la congestionada llega a una estabilización demográfica. De todas maneras,

vida urbana, la falta cada vez mayor de espacios libres, hoy por hoy, incluso en ciudades cuyo crecimiento se ha

el ambiente enrarecido de la aglomeración, las dificul­ estabilizado, la emigración a la periferia y la despobla­


2•
tades funcionales de aparcamiento, etc., hacen que las ción del centro sigue siendo un hecho

clases pudientes, siguiendo el ejemplo de las sociedades Como un intento para tratar de superar las anomalías

industriales de los países más desarrollados, incidan en que demostraba la teoría de las zonas concéntricas, Ho­

soluciones semejantes. mer Hoyt desarrolló la teoría sectorial. Según ella, la

De todas maneras el proceso americano fue previo y ciudad se expansiona también de una manera circular

más radical. Cuando llegó la Revolución Industrial y el desde un centro, que es el número comercial y de los

vertiginoso crecimiento de ]a población, en ]a segunda negocios. Pero en lugar de hacerlo por anillos, lo realiza

mitad del siglo XIX, América se encontró con unas ciu­ por sectores de círculo, correspondiendo a cada sector

dades apenas implantadas y que todavía tenían el carác­ distritos especialmente caracterizados desde el punto de

ter casi provisional de establecimientos coloniales. No vista social. El fundamento de esta teoría estriba en que

una determinada zona residencial (por ejemplo, resi­


existían monumentos notables, ni verdadera riqueza in­
dencia de clase elevada) se encuentra aprisionada entre
mueble, ni zonas de prestigio secular. Eran cuerpos frá­
otras zonas de diferente condición y, por consiguiente,
giles incapaces de resistir ni la acometida furiosa de la

industria ni el crecimiento brutal de la población, que


2
Véase, New York City. A Study of its populalions changes. Julio,
llegaba en oleadas de emigrantes. Las ciudades sucum- 1951.
Ecología urbana 231
230 Lección 10

no tiene otra posibilidad de expansión que la salida al justo en la linea de marcha, porque, previniendo 1a ten­

dencia, los especuladores la han reservado, elevando su


exterior.

Así explica Hoyt su teoría: «Los barrios residen­ valor hasta un grado que lo hace inaccesible a los otros

ciales de renta elevada deben casi necesariamente mover­ grupos. De aquí la tendencia narural de las zonas de

se hacia la periferia de la ciudad. Los ricos, rara vez vuel­

ven sus pasos atrás en busca de las casas deterioradas

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CONCENTIIC ZONE THEOIV UCTOlt THEOIY

THIH GENHALIZATIONS Of THE

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1. C•"'t,,d llni- Oi1trict

2. Whol•10I• lighl Mon11fod11ring

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COH•tLU 194$

Fig. 80. Tres generalizaciones de la estructura interna de las ciuda­


des: teoría de las zonas concéntricas, teoría sectorial y teorla de lo!'
núcleos múltiples.-1. Centro de negocios.-2. Comercio y pequeña
Fig. 81. Cam�ios _en la localización de los barrios residenciales ele­
manufactura.-3. Residencia de clase baja.-4. Residencia de clase me­
dia.-5. Residencia de clase alta.c-é. Manufactura pesada.-7. Centro
gantes en vana� ciudades d� los Estados Unidos entre 1900 y 1930. En
negro los barrios en cuestión. En lineas generales este crecimiento
de negocios en la periíeria.--8. Suburbio residencial.-9. Suburbio in-
dustrial.-10. Zona de «Ccmmuters-. sigue la teoria sectorial formulada por Hoyt (Gist y Halbert, op. cit.).

que antes dejaron. A cada lado de ellos suele existir un rentas altas a trasladarse a la periferia de la ciudad err el
3•
área de rentas intermedias, de modo que no pueden
mismo sector en el cual comenqó la localización»

moverse hacia los costados. Como representan el grupo


En la teoría sectorial encontramos el mismo determi­

nismo que caracteriza la teoría de Burgess, la misma falta


más alto no existen casas superiores abandonadas por

otro grupo y deben construir unas nuevas en lugares 3


Homei: Hoyt, The Structure and Growth o/ Res1dential Neigh
borhords in American Cítíes, Washington, 1939.
vacantes. En general, el terreno disponible suele estar

l
232 Lección 10 Ecología urbana 2JJ

de flexibilidad para adaptarse al complejo mecanismo poco los que así piensan encerrar la que pudiéramos

social que mueve la ciudad. Parece que las cosas deben llamar figura social de la ciudad en un esquema geomé­

producirse fatalmente de una determinada manera. Si trico rígido. Por consiguiente, corresponde al grupo de

existen algunos factores modificativos, como los acciden­ teorías esquemáticas el máximo empirismo por un lado

tes naturales, éstos, por ser perfectamente ajenos al pro­ y el máximo determinismo por otro, privando a la vo­

ceso social, no implican inadecuación de la teoría. Estas luntad individual y colectiva de toda participación cons­

teorías a base de esquemas descriptivos ideales, como ciente.

las teorías en general de base económico-racionalista, ado­ Este determinismo, bien radical o mitigado, se explica

lecen del defecto de menospreciar aquellos valores cul­ si consideramos la ecología como un proceso biórico más

turales, simbólicos, ideales, etc., que la sociedad adscribe que cultural, un proceso que corresponde al plano de la

a determinados lugares y que nada tienen que ver con comunidad, con sus contactos impersonales e interaccio­

la condición física de los mismos. Precisamente el afán nes subsociales, más que al plano de la sociedad. Esta

de destacar estos valores y la volición humana en el ha sido la postura clásica en materia de ecología y que

juego de factores que condicionan la ecología de una sólo modernamente se comienza a revisar.

ciudad, es lo que ba movido a Walter Firey a realizar Pero, como decimos, existe otra tendencia que trata

su estudio sobre el uso del suelo en la ciudad de Bos­ de superar tal determinismo expresado en patrones geo­
4•
ton métricos rígidos. Los que así piensan han sido denomi­

Tanto la teoría de las zonas concéntricas como la de nados por Walter Firey como empírico-racionalistas;

los sectores de círculo, enfocan el problema ecológico quiere decir esto que, sin perder del todo el enfoque

desde un punto de vista excesivamente determinista. Se­ empírico de la cuestión, los teóricos de esta tendencia

gún sus propugnadores, estos esquemas manifiestan cier­ introducen un factor racionalista desde el momento que

tas fuerzas naturales, según las cuales la sociedad se se­ admiten la existencia de ciertos principios reguladores

grega y se ajusta al espacio. Frente a estas fuerzas natu­ que se aplican a la ordenación espacial de las actividades

fales, al hombre no le queda más que la sumisión. Sin humanas.

Los teóricos de este grupo empiezan también por sen­


embargo, apenas nada nos dicen los autores de cuáles

son estas fuerzas y cuál es su modus operandi. Se trata tar la existencia de un núcleo o corazón urbano donde

de la simple constatación de un hecho por vfa completa­ se cortan las líneas principales de comunicación. Este es

mente empírica. Por consiguiente, si la realidad contra­ el lugar que llaman de «mayor accesibilidad», donde el

dice estos esquemas, no de una forma accidental, sino mayor número de individuos se relacionan para la satis­

sustancial, pierden toda validez, incluso teórica. facción de sus deseos. Pero luego, en lugar de buscar

Por su parte las teorías racionalistas tratan de expli­ esquemas geométricos en torno a este núcleo para tratar

car aquellas fuerzas que condicionan la adaptación de la de explicar la ordenación espacial, acuden a determinados

sociedad al espacio físico por medio de motivos estric­ principios universales reguladores. Estos principios se fun­

damentan en lo que pudiéramos llamar proceso automá­


tamente económicos. Los grupos sociales se apropian

del espacio que mejor favorece a sus fines con un costo tico de competencia y selección económica.

mínimo. Existe, pues, en estas teorías una explicación A cada persona o grupo se les considera empeñados

del problema, aunque sea unilateral. No pretenden tam- en una lucha por conseguir el punto de máxima accesi­

bilidad. El resultado de esta lucha es un proceso selectivo


' Walter Fircy, Land U$c in Central BO$lon. Harvard Univenity
en que cada persona y cada grupo buscan la colocación
Press, 1947.
234
Lección 10 Ecología urbana 235

que .. mejor se acomoda a su capacidad de competencia. El suelo, según estas doctrinas, es un agente produc­
Segu� esto, se produce una distribución «natural» en el tivo que, unido a otros agentes, pued� ser. aplicado a
espacio de �o?as las ft�nc!ones, de tal manera que se ob­ diversos usos o fines. ¿A qué uso sera aplicado? Esto
tenga el maxirno rendimiento del mismo.
depende del grado de productividad que pueda extraer­

�stas teorías _de los racionalistas parten, por consi­ se de tal agente conjuntamente con otros, según los
guiente, de considerar la ecología como un proceso ex­ usos. Aquel uso que obtenga al_ mayor be�eficio de este
clusivarnenre económico. Un problema de costos y de particular agente será el preferido, Por e¡emplo, el o­
7
capacidad . para abordarlos; es decir, un problema de
mercio al por menor es el que puede . convertl� �e¡or
competenc1�. Según MacKenzie, «bajo todas las formas la accesibilidad (es decir, los emplazamientos _cent11cos)
de segregación urbana encontramos factores de beneficio en fuente de beneficios. La industria, en cambio, no ob­
Y renta_ (income and rent.)». Cada persona o cada siste­ tiene ningún beneficio particular de esta accesibilidad,
ma social busca el punto de máxima accesibilidad, aquel por lo cual este agente productivo (el suelo de las _zonas
en que, a la gent� le es más fácil reunirse para traficar céntricas) se reserva para otros usos. En _cambm, la indus­
entre s;· Ahora bien, como la disponibilidad de este es­ tria puede obtener un máximo be�efic�� de los luga:es
pacio o�ttmo está necesariamente limitada, estas perso­ bien provistos de medios de comumcacron (puertos, vias
nas � sistemas pueden alcanzarlo en la medida de su fluviales, nudos ferroviarios, etc.) y usar de ellos.
capacidad económica.
Según estos racionalistas, el resultado de este proceso
��tos sitios resultan ventajosos en la medida en que es un orden natural y estable. Ahora bien, para llegar
facilitan una mayor diferencia entre el beneficio que pro­ a esta consecuencia, sería necesario probar que. la �onve­
duce1? _y el _ costo que suponen para un determinado niencia de las partes coincide con la conveniencia del

prop.�s1to. � • . esa diferencia existe, con relación a tal todo, ya que estos racionalistas lo ú!"1-ico qu� nos han
función, actividad, empresa, etc., éste será el Jugar me­ probado es que en la li?re com�etencia los d1_versos SIS·

nos cos��so y, p�r consiguiente, el que vendrá a ocupar temas sociales procuraran su maximo de -�tthdad como
tal función, act1�1�ad, empresa, etc. El espacio cumplirá, entidades independientes y que su relación mutua es
pues, sus_ fines idóneos con la mayor eficacia. Cada sis­ simplemente contractual. Mientras otra cosa no se .prue­
tema social, por tanto, está luchando por conseguir el be (y el probarlo pertenece a otra esfera de cues11on�s
emplazamiento menos costoso.
económicas y políticas que excede de los estudios ecoló­

_Este proceso lo explica Ratcliffe en los siguientes tér­ gicos que ahora nos interesan), no podrá asegurarse# q_ue
minos_: «El proceso_ de ajuste de la estructura urbana de la libre competencia nazca una estructura ecológica

con v1�tas a una eficiente _utilización del suelo se produce


natural y estable. h h
a _ traves de la competencia de los diversos usos para los Estos estudiosos, como acabamos de v�r, han ec o
diversos emplazamientos. El uso que pueda extraer el de la adaptación espacial un fenómeno est�1cta�e?te e�;'"
mayor beneficio de un sitio dado será el más afortunado nómico. El suelo no tiene para ellos mas s1g?1��ac1on
postor. El desarrollo de esta actividad competitiva pro­ que el de su valor pecuniario y el de sus pos1b1hdades

duce una configuración espacial de los usos del suelo como agente productivo. En todo esto subyace una idea
organizada para realizar de la manera más eficiente la; estrictamente biótica. Todo este proceso se_ supone q:1e
funciones económicas que caracteriza la vida urbana» 5,
opera automáticamente en un nivel subsocial, es decir,

«Thc Prob_Jcm of Retail Site Selecñons. Michigan Business Stu­


subcultural.
dies, vol. 9,num. 1 (Ann Arbor: 1939), p. 60. He aquí lo que dice James A. Quinn a este respecto:

,r
11
237
236 Lección 10 Ecología urbana

«Los procesos ecológicos se producen en un nivel dis­ secuencia de la ignorancia, el error o la inercia, sino

tinto que la verdadera interacción social. Las relaciones que dependen del área de lo social. Se_ otorga, pues, a lo

humanas sociales suponen consensus, cambio de ideas social una función por lo menos modiíicativa. �e a�epta

a través de símbolos de comunicación y supuestos ima­ la eficacia causativa de estos factores no raclO_nahs!as,

ginativos sobre el papel de los otros. Los procesos eco­ aunque no por ello se altera el esquema · ractonahsta

lógicos, en cambio, sólo envuelven una inmediata e im­ mismo. Es decir, todos estos factores s� incluyen en una

personal forma de mutua modificación por la cual cada categoría distinta y se les coloca la_ etiqueta de factores

hombre influye en otros, aumentando o disminuyendo limitativos, modificativos, comphcauvos, etc._ En esta ca­

la aportación de factores ambientales de que los otros .egoria se pueden incluir «costumbres», actitud�� mora­

dependen. La interacción ecológica no puede concebirse les tabúes, tendencias culturales, esquemas trad1c10nales,
1

como social, excepto en el sentido de que influye la dis posiciones políticas o administrativas, et� . .
6•
interacción social» Todo esto complica, modifica, perturba, lt�1ta el ve;­

Según esto, en los procesos ecológicos no intervienen dadero proceso económico, y por eso los eco�ogos mas

como agentes causales ni la volición humana, ni los realistas lo aceptan como causas en est� sentido secun­

propósitos deliberados, ni los factores espirituales que darias, no como causas principales y últimas. .

corresponden al nivel cultural. Sin embargo, sucede que McKenzie tipifica esta segunda postura de compromi­

la realidad de las ciudades se separa muy a menudo de so en los siguientes términos:

estos principios económicos-racionalistas. Frente a esto «La comunidad humana, lo mismo que la de los orga­

-nos apoyamos en el análisis de W. Firey- los ecolo­ nismos inferiores, es fundamentalmente el !?reducto de

gistas han tomado dos posturas. Unos, los racionalistas fuerzas bióticas y ambientales. El hombre, sm embargo,

estrictos, consideran que las desviaciones que en la rea­ es un animal cultural y, por consiguiente, capaz de mo­

lidad se producen de ningún modo modifican la validez dificar su medio (control del medio) y de crear dentro

de la teoría. No es que existan otros factores no eco­ de limitaciones su propio habitar» '· ,.

nómicos con los que hay que contar, sino que la igno­ Park lo expresa de la siguiente manera: «La ecología

rancia y el error son la única causa de la desviación que humana tiene, sin embargo, que enfrentarse �on el ,.he_ch?

se produce en el uso racional del suelo. Según estos de que en la sociedad humana la competencia esta lími­

racionalistas estrictos, muchas veces la falta de una fuerte tada por la costumbre. La superestr_uctu�! cultural se

competencia es responsable de una mala ocupación del impone como un instrumento de dirección y control

suelo, con lo cual revalorizan su teoría como fuente de sobre la subestructura biótica.»

orden en la adaptación espacial. Es evidente que carac­ Pero luego el mismo Park afirma que este control

terísticas físicas del terreno, peculiaridades de los siste­ complica el proceso social, aunque no lo altera funda­

mas de transporte y otros factores del mismo tipo pue­ mentalmente, o si lo altera, los efectos de la compe­

den influir considerablemente en la estructura espacial, tencia biótica se vuelven a producir en el orden sucesivo
8

pero ello no implica ninguna rectificación teorética. ' y en el subsiguiente curso de �o� acon:eci�ientos

Pero la mayoría de los racionalistas empíricos no tie­ Hasta aquí las teorías emp1nco-n,;1onahstas en mate­

nen a este respecto una postura tan purista y consideran ria de ecología urbana. Ahora nos toca, para acabar con

que existen factores modificativos que no son sólo con-


1 McKcnzie, cHuman Ecclcgy-, en Encyclopedia of the Social Scie,i�

' Ouinn. «Human Ecologv and lnteractional ·Ecology•, en American ces.


Sociological Raiitw, S, 713-722 (octubre, 1940). 1 Park, Human Ecology.
239

238 Ecología urbana


Lección 10

. una localización consiste en dejar un solo

la e xposición de las principales ten dencias, tratar de las


ricamente bl considerar constantes los otros dos. Este

teorías metodológico-racionalistas. factor varia ,e J d . !amiento. Si considerarnos, por

La diferencia entre unas y otras es que mientras se llama meto o e ªds l mano de obra es constante

aquéllas aplican sus conceptos racionalistas a determina­ ejemplo, que el dvalor e ªdor es el mismo, tendremos

das agrupaciones y, por consiguiente, interviene en ellas y que el merca o consumi t ¿De dónde de­

un factor descriptivo, en las segundas lo descriptivo con­ com,o variable, sólo el �act :�du5,ft�:.e.de la fuente de
1:
creto es puramente accidental; lo fundamental en e llas bera �star mas cerca 1 1: ar del consumo? Esto depen-

es sentar unas bases metodológicas que permitan univer­ matenas primas w


º t Jlg el índice material, que no

salizar lo más posible los postulados racionalistas. derá de lo que e r ama ¡ eso de la materia

Estas teorías no persiguen, pues, una exactitud des­ es sino la relación qde existe¡ -¡;;:red� PSi el peso de la

criptiva de los procesos, sin o que éstos se to man en prima_ y la del pro ucto c:� r:iaci6n al producto aca­

abstracto o como si mbólicos. matena prt,m� es enof��ndustria se localice junto a la

El principal representante de este grupo de teorías es bado, es lógico que. A" Jando otros factores se pro-
fuente de materia prima. is cada caso definir la
Alfred Weber, que sentó sus principios en su obra
de de la mis-ua manera �ara, en '
Teoría de la localizacián de las industrias. Weber dis­
ce d. · ópumas
tingue una teoría «pura» de una teoría «realista». La variable en �in 1c1on::tos facto.res existen otros secun-

teoría pura persigue un sis tema deductivo cuyas leyes �n conex1 n �ºlas fuerzas aglomerantes y las fuerzas
de localización sean válidas para todos los regímenes danos, como so E . d d ble que una industria puede
socioculturales. En otras palabras: sus leyes son inde­ desaglomerante�. s in u a tacto con o tras; pero s i e ste

pendientes de un período histórico particular. obtener beneficios de. �u con buscado la cares tia del

En el planteamiento de la teoría pura se excluyen los contacto o a glomerac1 n es ml!s ventaja� de la caneen­

factores sociales y culturales que el análi sis de la reali­ terreno puede no compend�ce una desaglomeración.

dad revela y que pertenecen a nuestra civilización de hoy. t ración, y en�onces sewpbo tiene que partir de que exis-
En su reorra pura e er p t pues
Se logrará así descubrir el proceso de adaptaci6n del
ten por lo men os un�s plaz_as de con��;}imi�:cfón a 1�
e spacio físico en función de los sis temas ociales, cuando
s

este proceso no es perturbado por la volici6n humana de una población agncola 6.¡ada.is�s6.jada esta población

o por factores s ocioculturales. O incluso se podrá com­ pura teo ría, porq�e para qu�e;:enir variables culturales,
O 10
prender el proceso que subyace, bajo la adaptación real, agrkola han tern que 6.. ada quedan localiza­

al e spacio que ve mos e n cada c aso. técnicas-agrícola�, etc.� U�a vd: a�uerdo co n e l indice

Weber titula factor de localización a la ventaja que das industrias


las pr 1manas nuevas plazas de con-
. l E tas a su vez crean .
una actividad e conómica o btiene de estar si tuada en u n materia . s ' Iactor más difícil de manejar, que

determinado punto. Para una industria, el producir en sumo, etc. Queda odo I o de obra Estos costos son

ese ugar
l a menos costo que e n o ro t dis tinto. es el de los cos_tos e a ma�micos articulares; por con­

El factor de localizaci6n es consecuencia de tres cir­ afectados por sistemabs ecdono la t:Oria pura por la rea-
. . te hay que a an onar W be
c unstancias: ( a ), puntos d e consumo; (b), costo de trans­ s!gu1en ' , . , lo econoce
r el propio e r. .
porte -que a veces se reduce a (b'), peso de los produc­ lista o practica, ¡
y asi d operar los factores socio-
p Weber a manera e . ¡·.
tos y materias primas, y (b"), distancia del recorrido- y ara ' I r ó . de las indusmas se rea iza
(c), valor de la mano de obra en diferentes lugares. culturales en la ¡ ca iz�cibl
º d la mano de obra. Reco­
s6lo a través de a vana e e
El método seguido por Weber para determinar teó-
241

240 Ecología urbana


Lección 10

d ¡ , urbana están, como


nace que hoy en día que el transporte se ha abaratado Todos estos procelsos . e
t eco,aogdtea la ciudad capitalista,
d dos en a exts ene
tanto y son tantos los centros de consumo, el factor f
se ve, un a f de la libre empresa. Han par-
mano de obra es primordial. Por consiguiente, la locali­ donde oper�In _lasd 'trz�s dad americana de nuestros días,
zación se ha emancipado de la pura teoría y tiene que tido del ana 151s e ª cm · d ¡ ue fue la urbe
0

colocarse de acuerdo con estas imposiciones de tipo consecuencia apenas transformlld�ado ci�dad industrial.

sociocultural. Localidades que se han hecho prósperas paleotécnica, la �ue f hemod e:ta sistemática la ordena·
por ventajas históricas atraen un excedente de poblaci6n Sin embargo, que a ued d e d ré imen socialista, don­

que a la vez buscan los industriales que necesitan mano ción ecológica de _las cm a e¡ -� �el suelo. Por tanto,

de obra. Otras veces, las masas trabajadoras se sitúan de no existe la libre especl �Cl:Onso pasado urbano de

también por sentimientos patrióticos, localistas o irra­ ni es aplicable al pas�do, a m h os tratado de inter­

cionales. las civilizaciones preterH1t.as, 9-ue _emva a ser enteramente


de la istona, m
I
Otros autores que pertenecen al mismo grupo son pretar a Ia uz. • que tanto en las áreas

Oskar Englander y Andreas Predohl. El primero consi­ aplicable a la cmdad del por�elndtr 'mócratas camina cada
. en las socia - e ' . •
dera que los factores socioculturales influyen también a socia1.istas, c?mo l ífi . intensiva con participa•
6
vez más hacia una p am caci n . '
través del sistema de cambios, de la organización de la
ción predominante del Estado prevtsor.
producción y de la estructura de la población. En su

análisis intervienen más los conceptos de economía fa­


miliar, principalmente la demanda marginal, y el prin­

cipio de sustitución; es decir, que ro se utilizarán deter­

minados medios de producción a un fin que produce

menos beneficios que otros.

Así, dado el lugar de producción, la capacidad de de­

manda marginal producirá la extensión del mercado, y

a la inversa, dado el lugar de consumo, el principio

de sustitución determinará la situación económica del lu­

gar de producción.

En otras palabras, para un lugar de producción deter­

minado, el lugar de consumo se definirá de acuerdo

con esa demanda marginal y sus límites alcanzarán a

aquel lugar donde los gastos de transporte no hagan

imposible la demanda marginal.

En cambio, para un mercado dado el lugar de pro­

ducción vendrá fijado por el principio de sustitución. Es

decir, será aquel que resulte más productivo para el

empresario entre todos los posibles, pues caso de existir

otro más favorable se produciría la sustitución.

El sistema de Predohl no se separa del de Weber sino


\
en que acentúa más la importancia del principio de sus­

titución.

1
Indice

Lección l. Introducción. Tipos fundamentales de ciudad ... 7

Lec. 2. La ciudad, archivo d� la historia .' . . . .. . . . . 24

Lec. 3. La ciudad antigua . . . . . . . ... . . . .. . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . .. 44

Lec. 4. La ciudad islámica . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . .... .. . .. . . .. . 65

Lec. 5. La ciudad medieval . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . 87

Lec. 6. La ciudad del Renacimiento .. . . . . .. . . . . . . 108

Lec. 7. La ciudad barroca . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . .. .. 135

Lec. 8. La ciudad industrial 165

Lec. 9. La ciudad del presente. El urbanismo en expansión. 186

Lec. 10. Ecología urbana 217

243

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