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Breve historia de

YUSUF ARGENTA

I. EL DÍA DE SU NACIMIENTO
A finales de La Última Guerra (Año del Rey 980) nació Yusuf Cair, un séptimo hijo, dentro
de la familia aundairiana muy humilde un día de luna llena. Sus padres, campesinos, viendo
sus peculiares ojos glaucos y su pelo blanquecino lo llevaron asustados al sacerdote de su
aldea. El buen o mal juicio de este devoto decidiría si el retoño se ganaría el amor de sus
padres o si fuera abandonado para que los lobos lo devoraran. Este, alzándolo sobre su ca-
beza para escudriñarlo bien sentenció con alegría:
— ¡Sentíos afortunados pues la Hueste Soberana os ha bendecido con este niño!

II. CONTEXTO FAMILIAR


Yusuf tuve una infancia relativamente normal hasta los seis años. Gracias al buen juicio que
tuvo sobre él el sacerdote Kayion fue abrazado por todos, siendo considerado un símbolo
de buena fortuna dentro de su aldea natal, Highfield. El único ciudadano que se opuso pú-
blicamente a este dictamen fue Galador, que aprovechaba la mínima ocasión para proclamar
que el niño era un enviado de La Sombra (uno de los dioses de los Seis Oscuros).
Highfield se encontraba entre Bluevine y Ghalt. La actividad principal de sus gentes giraba
en torno a la cosecha de la uva y la elaboración del vino —como frecuentemente ocurre en
las poblaciones del sur de Aundair. La propia familia de Yusuf hacía tareas del campo, espe-
cialmente los varones: su padre Yorgum y de sus hermanos el mayor (Yorgum el hijo), el
cuarto (Yarek) y el quinto (Yeikos). Su madre, Marla, se ocupaba de la casa ayudada por de
las hijas la tercera (Adalay). Su hermana mayor, Lirah, ya se encontraba casada con el pana-
dero y el vísperas de tener su primer hijo. Y para completar la familia solo faltaba de nom-
brar a de las hermanas la sexta, Dina, que apenas era una niña un año mayor que Yusuf.
El siguiente esquema muestra el árbol familiar con sus respectivas edades cuando Yusuf
tenía seis años y el género de cada hermano resaltado en azul (varón) o rosa (hembra):

YORGUM (35) + MARLA (30)

Yorgum (17) Lirah (15) Adalay (12) Yarek (11) Yeikos (10) Dina (7) Yusuf (6)
Yusuf siempre se siento en general muy arropado por toda su familia, pero con quien más sim-
patía guardaba —quizá por un tema de edades— era con su hermanita Dina. Ellos dos pasa-
ban los días jugando juntos como uña y carne.

III. EL DESPERTAR DE LOS PODERES


Una mañana se encontraban Yusuf, Dina y Adalay solos en casa. Los hombres estaban como
de costumbre trabajando bajo el matador sol mientras que la mamá Marla había salido a
tallar la ropa en el río. Por lo tanto, Adalay se había quedado al cuidado de la casa y de los
dos pequeños. Lo que ocurrió esa mañana, reflexionó Yusuf en su madurez, no fue esporá-
dico o fortuito. Seguramente llevaba semanas, meses o años tramándose lo que ese día ocu-
rrió, esperando pacientemente la ocasión perfecta.
Yorgum el hijo no era nada afortunado con las mujeres. Había sido rechazado por todas a
las que se había declarado. No era un joven especialmente guapo ni elocuente; pero era
fuerte y buen trabajador. Sobre él caía la presión de ser el primogénito. Los cuchicheos de
cómo su hermana Lirah ya estaba casada mientras él todavía no encontraba esposa le cau-
saban una gran vergüenza. Su deseo, que solo mataba alguna prostituta ocasional, se desbo-
caba al mismo ritmo que su rencor hacia las mujeres.
Esa mañana Yorgum había vuelto a la casa. Un asno desbocado había pisoteado el almuerzo
de los hombres y se había ofrecido para ir corriendo al hogar a que se les preparara otro. La
ocasión se le pinto calva cuando descubrió que en la casa solo estaban sus hermanitos pe-
queños y Adalay, a la que la pubertad estaba resaltando sus atributos. Yusuf no recuerda
exactamente los detalles, pero Yorgum empezó a tocarla y a forzar la situación repitiendo
un mantra:
— Yo soy el mayor. Tienes que hacerme caso y contentarme.
Dina corrió donde él, lo agarró de la camisa y tratando de jalarlo le gritaba que parara mien-
tras Adalay se deshacía en lloros rogando que no lo hiciera. La enorme fuerza del hermano
mayor mando de una bofetada a la pequeña a la otra esquina de la habitación. Yusuf no en-
tendía nada… pero que le hicieran daño a su hermanita era: INTOLERABLE.
— ¡¡BASTA!! —exclamo. Sus ojos empezaron a desprender un brillo sobrenatural. Pero na-
die estaba pendiente de eso—. ¡¡BASTA, YORGUM!! —insistió. Sus blanquecinos caballos
ahora flotaban ligeramente—. ¡¡DEJALÁ YA!!
Yusuf salió corriendo hacia la escena extendiendo sus manos y cuando estas tocaron el pe-
cho de Yorgum una fuerza fuera de todo entendimiento lo alzó del suelo y lo empujó contra
el techo manteniendo apretado contra las tablas cada vez más fuerte.
— Yu… Yu… —apenas alcanzaba a decir su hermano que sentía hundirse sus costillas.
— ¡Déjale, Yusuf, por favor! —rogó su hermanita corriendo hacia él y abrazándolo.
Con un golpe seco, Yorgum aterrizó.
— Vete de aquí y no vuelvas nunca… —masculló Adalay; aun intentando recomponerse—.
Cuando se lo cuente a padre te matará… —le amenazó.
El mayor se levantó apresuradamente y huyó de la casa tosiendo y trastabillando.
IV. HIGHFIELD VA A LA GUERRA
Los pájaros de la tristeza sobrevolaron la casa de los Cair durante largas semanas. Pública-
mente se dijo que Yorgum había decidido dejar la casa para alistarse en el ejército. Pero en
una aldea pequeña los ojos y oídos curiosos acaban elucubrando muchas teorías. Respecto
a la manifestación de poderes que emanó de Yusuf se decidió guardar el secreto entre las
dos hermanas.
Durante el verano llegó a Highfield un destacamento del ejercito acompañando de una pe-
queña tropa de Caballeros Arcanos. La guerra en los límites de Aundair estaba más encarni-
zada que nunca tras la pérdida de todo el territorio de Eldeen Reaches. Los soldados estaban
reclutando forzosamente milicianos para defender la frontera con Thrane. Fueron casa por
casa llevándose a todos los que consideraban aptos: Yorgum padre, Yarek, Yeikos, el marido
de Lirah (Baldo)… y un inesperado giro de los acontecimientos incluyó en esta lista a Yusuf.
Aprovechando la presencia de los Caballeros Arcanos, Galador, aquel que estaba convencido
de que Yusuf estaba maldito por los Seis Oscuros, pidió audiencia para compartir sus temo-
res sobre el niño con estos. Alastor Argenta, el capitán de ellos, movido por la curiosidad
tomó en cuenta las acusaciones de Galador y solicitó que Yusuf fuera llevado ante él.
El pequeño fue examinado mediante diversos rituales. La magia de la verdad de los Caballe-
ros les mostró cómo trato de salvar a su hermana aquel fatídico día. Las investigaciones que
realizaron sobre las circunstancias de su nacimiento no hicieron más que confirmar sus sos-
pechas: por la gracia de Aureon, Soberano de la Ley y el Conocimiento, que Yusuf tenía un
don natural para las artes arcanas que aún no había sido explotado.
— ¡Júrame que los cuidarás! ¡Júramelo, Yorgum, júramelo! —fue de las últimas palabras que
Yusuf escuchó a su madre antes de tener que partir con el ejército. Su padre, su tío y sus dos
hermanos medianos viajaron con la milicia a la fuerza. Yusuf viajó junto a Alastor, pero este
prometió a su familia que estaría en buenas manos, que tendría acceso a una vida mejor y
además los compensó con una bolsa de quinientas monedas de oro.

V. LAS PRIMERAS LECCIONES


Galador no quedó nada contento ante lo que el consideraba una gran ceguera por parte de
los Caballeros Arcanos. No obstante, no tendría ocasión para seguir importunando a Yusuf.
Su destino estaba ligado al de las milicias: a dormir en el suelo, a pasar hambre, a combatir
en primera línea con malas armaduras y espadas viejas, a ser carne de cañón. Tristemente
para Yusuf, el destino de los varones de su familia era el mismo; pero en esa época él no era
plenamente consciente de la miseria que les había tocado.
Yusuf gozaba de privilegios con su nuevo estatus de discípulo de Alastor. Dormía cómodo,
comía bien, no se encontraba cerca de los peligros de la batalla. El Caballero pasaba casi
todo el día explicándole teoría sobre la magia y enseñándole sus primeros trucos. Yusuf ab-
sorvía con facilidad estos conocimientos y demostraba una innata soltura para las conjura-
ciones. Tal fue así que, a los pocos meses, Alastor ordenó a uno de sus hombres, el caballero
Malik, que escoltará al niño al Arcanix para que le hicieran las pruebas de ingreso.
En los tiempos que corrían ya se llevaban casi noventa años de guerra. Los practicantes de
magia eran cada vez más escasos: menos estudiantes eran descubiertos y más magos mo-
rían cada día al frente de la batalla. Esto convertía a Yusuf es un preciado recurso futuro.
VI. CRECIENDO EN ARCANIX
El potencial de Yusuf dejó al círculo de admisiones impresionado. La formación en la acade-
mia de estudios arcanos del muchacho comenzó de inmediato. Se sucedieron muchos años
en aquella fortaleza del saber flotante aislado completamente de los horrores que aconte-
cían en el mundo exterior. La nostalgia y el miedo por el paradero de su familia con el tiempo
fue menguando y Yusuf comenzó a centrarse paulatinamente en su nuevo círculo social. Las
pocas veces que recibía noticias del exterior era en forma de las cartas que le enviaba su
hermanita Dina, con la que nunca perdió del todo el contacto. Cartas en las que siempre
destacaba un tono optimista y decía que a la familia le iba bien. Yusuf ni se planteaba dos
veces la verdad en aquellas palabras: su nueva vida le gustaba demasiado, le apasionaba.
Allí él, entrecomillas, era uno más. Su cabello blanco y sus ojos glaucos no era un rasgo que
destacara entre magos con partes transmutadas, hechiceros con linajes dracónicos o abe-
rrantes reflejados en su escamosa piel, u otras razas extrañas que nunca había visto.
Durante sus cinco años de formación, su carácter justiciero y orígenes humildes le granjea-
ron tantos favoritismos como problemas. Los estudiantes de castas más nobles, como los
hermanos Auril o Viktor Swaimgard no perdían ocasión de hacerle trastadas o meterse con
él o con la gente de similares orígenes. Yusuf, además de ser un brillante estudiante, siempre
fue muy buen compañero ayudando y defendiendo a los más débiles. No tardó en ser nom-
brado prefecto (algo así como delegado) en su curso.
De los mejores recuerdos que atesora Yusuf de esta época se destaca su relación con Jasper
Torobich, que fue su mejor amigo y por el que desarrolló una atracción muy potente más
allá de lo sentimental. De hecho, durante su último curso antes de ser enviado prematura-
mente al frente de batalla, Yusuf se declaró a Jasper robándole un beso. Un puñetazo fue lo
que recibió por respuesta. La amistad se deterioró mucho en ese instante al punto de evi-
tarse el uno al otro durante los últimos meses en el Arcanix. Otra compañera con la que
también se llevaba muy bien era Ada Rafkcal, una brillante arcanista muy ducha en magia
de transmutación que le recordaba mucho a su hermanita. También cabe destacar su rela-
ción con la profesora Minerva Halwix, docente de historia y especialista en una rara disci-
plina muy poco investigada y al alcance de muy pocos magos: la cronomagia. Minerva era
muy buena colega de Alastor. Este la había encargado de alguna manera echar un ojo al mu-
chacho y apoyarlo dentro de lo posible; pero la propia Minerva acabo desarrollando una
gran simpatía hacia el carácter de Yusuf.
A los doce años, poco después del encontronazo con Jasper, ocurriría un accidente que de-
mostraría la valía del muchacho; siendo este el hecho desencadenante de que acabara
siendo mandado a los frentes de batalla — también influenció la gran necesidad de arcanis-
tas entre las filas aundairianas frente a lo que se perfilaba como el horizonte final de la gue-
rra. Todo ocurrió durante una clase de «Aberraciones IV» con el profesor Drumbal, un enano
muy anciano y medio sordo cuya mitad del cuerpo estaba sustituida por partes mecánicas.
La lección del día giraba en torno a la cultura de los azotamentes y el profesor había traído
para una demostración enjaulado a un devorador de intelectos. Teniendo que disculparse
por tener que ir al baño, el aula quedó sin supervisión. Algunos alumnos traviesos, curiosos
e insensatos que presumían de que sus familias habían combatido a los azotamentes se acer-
caron demasiado a la jaula. Un embestida de la bestia asustó a uno de los muchachos que
cayo de bruces contra el suelo conjurando instintivamente, como un reflejo defensivo, un
conjunto de chispas que golpeo el candado que mantenía presa a la criatura. El ser maligno
estaba libre y empezó a corretear por la estancia atacando a los alumnos. Todos entraron
en pánico, pero rápidamente Yusuf organizó a varios de sus compañeros para contener al
devorador. Una sucesión de trucos y conjuros comenzó a lloverle y parecía que iban a sofo-
carlo; más la criatura rompió el círculo de estudiantes abalanzándose sobre uno de ellos. Un
ataque psíquico dejo con la mente en blanco a su víctima. Yusuf sabía por los libros que
había estudiado que la mente de su compañero corría peligro: iba a ser poseído. Dejando de
lado los sortilegios se abalanzó a placar al devorador y los dos cayeron rodando. El nuevo
objetivo de la bestia era Yusuf. Este, en cuestión de décimas de segundo, analizó su entorno
entrando en una especie de trance donde la fría lógica se impuso sobre el terror.
El devorador se reincorporó y comenzó su carga contra Yusuf. Al igual que hizo en su mo-
mento para proteger a su hermana Adalay de las garras de su hermano, ahora la energía
sobrenatural atravesó su cuerpo para proteger a sus compañeros de las garras de una bes-
tia. Los ojos brillantes. El cabello pareciendo flotar. No necesitaba pronunciar ningún encan-
tamiento. No era necesario ningún canalizador. Solo un ligero movimiento de sus manos y
el devorador fue aplastado contra el suelo por una fuerza invisible.
— ¡ADA! ¡A la lámpara! —gritó a su compañera.
La señorita Rafkcal con una brillante capacidad de reacción alcanzó su varita y lanzando un
sortilegio contra las cadenas de la lámpara de araña que colgaba del techo la hizo caer sobre
el atacante dejándolo aplastado.
El profesor no tardo mucho más en llegar junto a otros miembros de la academia alertados
por los gritos. La popularidad de Yusuf se disparó por las nubes. No obstante, no tendría
mucho tiempo para saborear las mieles de su victoria. Y de todas formas tampoco le satis-
facía la gloria. Para él, haber protegido a sus compañeros, saber que había hecho lo correcto,
era más que suficiente. Solo lamentaba que Jasper no estuviera a su lado en ese momento.

VII. EN EL FRENTE CONTRA THRANE


Apenas un mes después de derrotar al devorador de mentes, Yusuf ya había sido notificado
del regimiento al que se tendría que unir. Pasaría un tiempo indefinido apoyando las líneas
de batalla contra Thrane y Karrnath y cuando el conflicto se apaciguará —si eso llegaba a
suceder algún día— retomaría sus estudios en el Arcanix. Una mañana lluviosa se encon-
traba en los límites de la isla flotante esperando que llegara su escolta para viajar hasta el
rente cuando tuvo la agradable sorpresa de descubrir que este guarda sería el caballero Ma-
lik. Era como si un círculo se cerrara: la misma persona que lo había llevado allí hace cinco
años ahora lo recogía. Daba gusto ver una cara amiga que lo conectara con su pasado. Ade-
más, por conclusión, el destacamento al que había sido asignado debía ser el del caballero
Alastor Argenta, el que hizo posible toda esta experiencia.
Los dos siguientes años, Yusuf experimentó los horrores de la guerra en primer persona.
Las primeras semanas no podía evitar a menudo acabar con las rodillas clavadas en el suelo,
la mirada perdida, un sudor frío por la nuca y muchas veces un repentino vómito cuando el
caos de las espadas y los sortilegios se iba disipando… dejando tan solo muerte, sangre, ba-
rro y dolor a su alrededor. Por las noches era el turno de las pesadillas. Las pesadillas no
hicieron más que empeorar desde aquel día en que fue plenamente consciente de que una
de sus conjuraciones fue la causa directa de la muerte de otro hombre. El resto de esa batalla
tan solo se quedo sentado al lado del cuerpo cogiéndole de la mano.
— Si se supone que es el enemigo, ¿por qué me siento tan mal? —le preguntó a Alastor.
— Aquí no hay enemigos, Yusuf. Aquí solo hay personas obligadas a luchar unas contra otras
para defender los intereses de otros que no ensucian sus manos. En esta guerra nuestro
enemigo es Thrane y Karrnath. Pero en esta tierra que pisas no estaba ni Thrane ni Karrnath.
Aquí solo había personas, como tú, como yo, como tu padre o tus hermanos —sentencio,
clavando una pala en el suelo a su lado—. Usa tus propias manos para darle un digno entie-
rro a este hombre.
El capitán Alastor rara vez se veía obligado a replegarse en un combate. Era un luchador sin
igual y un mejor estratega. Pero sobre todo era muy humano y respetuoso con los dioses.
Siempre enterraba a los muertos, tanto propios como ajenos. Trataba con dignidad a los
prisioneros. Nunca imponía a sus filas. Era respetado y admirado por todos. Para Yusuf se
acabó convirtiendo en un modelo a seguir y, de alguna forma, en el padre que siempre quiso.
Durante esta época, el contacto postal con Dina era muy escaso. El campamento se movía
cada pocas semanas y tampoco es que Yusuf tuviera los ánimos necesarios para transmitir
la tranquilidad en sus palabras que quería imprimir. Lo último que deseaba era contagiar a
su hermanita con sus propios pesares. Las cartas que ella escribía, sin embargo, mantenían
esa frescura y felicidad que tanto tranquilizaba a Yusuf.
Al poco de cumplir catorce años, Alastor le avisó de que estaba preparado para realizar una
misión en solitario. Debería adentrarse en el territorio enemigo hasta una pequeña fortaleza
escondida en las cercanías de Tellyn. Este lugar era un campo de prisioneros aundairianos
bien oculto pero no excesivamente protegido. Sería una misión relámpago de liberación. El
mayor Kalgor, un veterano de guerra astuto como un lince, sería quien dirigiría la expedi-
ción. Yusuf sería el único conjurador entre las filas. El equipo lo terminarían de formar una
docena de unidades, la mayoría de las filas de exploradores, muchachos rápidos y sigilosos.
El ataque relámpago fue todo un éxito. Solo hubo dos bajas propias, y se tomó posesión de
la fortaleza sin que estos pudieran alertar a los campamentos cercanos. Los prisioneros re-
cibieron a la tropa como a dioses. Yusuf se sentía muy contento por haber salvado tantas
vidas a un coste humano tan bajo: ya se estaba acostumbrando al lenguaje de la guerra. Pero
hubo una cara que le congelo toda aquella alegría. De repente vio el rostro de…
— ¡¿YEIKOS?! —creyendo haber reconocido el rostro de uno de sus hermanos medianos, un
rostro más maduro y reflejo de los sufrimientos padecidos durante los siete años que habían
pasado desde la última vez que se vieron.
— ¡HERMANO! —respondió este lanzándose a sus brazos—. ¡¿ERES TÚ?!
El encuentro fue amargo. Yeikos le relató como su padre había caído en la batalla al poco de
que Yusuf fuera enviado al Arcanix. Baldo, el marido de su hermana Lirah, había perdido
una pierna y varios dedos de una mano; lo que le había hecho ganar una licencia y una bolsa
de oro con la que volvió a Highfield para cuidar de su hijo. Yarek murió entre grandes dolo-
res hace un par de años por el impacto calcinante de un hechicero enemigo. Y él mismo,
Yeikos, al que le faltaba la punta de la nariz, fue capturado hace meses y obligado a pasar
hambre y estar confinado en condiciones insalubres. Acerca del estado de las mujeres de la
casa no sabía nada. Esto hizo por primera vez desconfiar a Yusuf sobre las coloridas cartas
de su hermanita Dina. Tal vez, al igual que él nunca quiso preocuparla, ella actuó de la misma
manera. Y de repente sintió un gran desasosiego. Pero ese sentimiento era apenas un conato
de lo que estaría por vivir.
VIII. EL COMANDANTE MATAELFOS
Tras el buen desempeño en solitario de Yusuf, se decidió que estaba preparado para apoyar
en los frentes contra Karrnath. Así fue como emprendió su camino al norte no sin antes ase-
gurarse de que su hermano mayor pudiera licenciarse y por fin ir a casa a descansar. El
campamento al que estaba destinado se encontraba en las lindes del enemigo, a los pies del
bosque de Karrnwood. El objetivo era Taer Syraen, una antigua ciudadela de elfos y hadas
cuyos muros eran de hielo. Las huestes aundairianas llevaban meses sitiando aquel lugar
sin éxito, en parte por la pericia enemiga y en parte por el crudo clima. Del comandante que
dirigía aquella operación había escuchado muchos rumores. Le llamaban El Mataelfos. Casi
hablaban de él como si se tratara de un personaje de terror creado para infundir miedo a
los niños que trasnochaban. Decían que era muy sanguinario, que había matado a una do-
cena de eladrins con sus manos desnudas y el pecho descubierto, y que había nacido en los
mismos infiernos —porque nada se conocía de sus orígenes. No era el tipo de líder que ins-
piraba a Yusuf; pero los ideales de la defensa de Aundair estaban muy presentes en su cora-
zón en aquellos tiempos y creía que debía hacer lo que debía hacer.
Cuando llegó al campamento, tardó mucho en siquiera ver de lejos al comandante. Este solo
salía a la batalla de día acorazado con su gran armadura pesada y su yelmo con forma dia-
bólica. De noche celebraba seguir vivo festejando con sus hombres en torno a un hoguera
junto la que tenían cabezas de eladrins clavadas en picas. Y casi mejor tenerlo lejos; porque
le revelaron que a este militar no le agradaban los conjuradores y los solía enviar a misiones
suicidas o estos aparecían muertos tras una noche de borrachera de forma misteriosa. Esto,
o quizá el frío, erizó la piel a Yusuf.
— No es nada personal —comenzó a contarle el capitán Mathews, uno de los mandos más
moderados y sensatos que conoció en aquel lugar a pesar de su juventud—. El propio co-
mandante ha vivido en sus carnes la devastación que pueden causar los magos. Es un chico
humilde que ha escalado mucho a base de sudor y sangre. Es incapaz de veros como un gran
activo entre sus filas. Para él todo mago es un enemigo. Y me temo que aquí muchos com-
parten su forma de pensar. Aquí mucha gente lleva años tras el liderazgo del comandante y
confían en sus métodos para sobrevivir. Además, hasta los elfos menos duchos se valen mu-
chos pequeños sortilegios. ¿Cómo no estar alerta con la magia?
— Comprendo —respondió Yusuf—. Intentaré tener un perfil bajo.
Así que pasaban las primeras semanas y no era llamado a filas ni se le comunicaban los pla-
nes de guerra. Empezó a dedicarse plenamente a la recolección de hierbas sanadoras para
intentar echar una mano en las carpas de enfermería. Poco a poco, algunos agradecidos con-
valecientes fueron mirando al conjurador con otros ojos.

IX. EMBOSCADA Y REENCUENTRO


Tras un par de meses, sucedió uno de los eventos más duros a los que tuvo que enfrentarse
Yusuf. Los estrategas de Taer Syraen habían elaborado un plan con el que deshacerse por
fin del asedio aundairiano: una pinza. Habían conseguido ponerse en contacto con las hues-
tes Rekkenmark y un ejercito había sido mandado hacia el norte. La emboscado cayó una
noche muy silenciosa. Las puertas de la fortaleza de hielo se abrieron para asombro de todos
y sus tropas comenzaron a salir. El campamento rápidamente se puso en pie dispuesto a
acabar con la resistencia élfica. Pero sus apoyos, coordinados de forma maestra, aparecie-
ron por la retaguardia antes de que las primeras espadas se entrechocaran.
Ya no había escusa. Si Yusuf no iba a la batalla, la batalla venía a Yusuf. Repasó sus conjuros
más útiles lo más rápido que pudo mientras los gritos empezaban a inundar el campo. Salió
rápidamente de la tienda a combatir con sus compatriotas. El joven mago llevaba años ro-
deado de los horrores de la guerra; pero jamás había visto algo tan desproporcionado… algo
tan injusto. No era una batalla, era una carnicería. No tenían ninguna opción. Una repentina
certeza de que iba a morir lo encontró. Una certeza de muerte más nítida de lo que jamás
había experimentado.
Tras minutos que parecieron siglos. No sabría decir cuántos. Se encontraba cerca de la carpa
del comandante. Allí estaba él con su mandoble y su imponente armadura defendiéndose de
tres guerreros a la vez mientras algún que otro conjuro ofensivo le impactaba por un flanco.
Ese hombre representaba la moral del ejército. Si él caía, todos caían con él. Debía prote-
gerlo. Actuó por puro instinto, por supervivencia. En sus ojos no había narrativa, todo eran
imágenes sueltas. Un hechizo de gravedad con el que aplastar a varios enemigos. Una ca-
rrera a la desesperada. Recoger una espada del suelo. Decapitar con una fuerza desesperada
a un enemigo que iba a atacar por la espalda al comandante. Este quedarse mirándolo fija-
mente. Yusuf mirar el yelmo del Mataelfos. El tiempo congelarse. No se mueve nadie. Esos
segundos se prolongan de forma indefinida. El comandante se quita el yelmo con una mano.
El tiempo se reanuda. Ahora todo parece pasar a cámara rápida alrededor de esa escena
mientras las dos figuras no apartan la mirada el uno del otro.
El comandante no es muy mayor (debe rondar la treintena). Esta rapado. Su cara es una
colección de cicatrices. De alguna forma sus facciones le recuerdan a su padre. Pero no es su
padre. Es su hermano mayor: Yorgum el hijo. Y una lágrima cae por su mejilla.
— Lo siento…
Suelta el mandoble y se lanza contra Yusuf. Lo abraza. Yorgum es muy alto en comparación
a él. Y muy fuerte. Su cara queda apretada contra la fría coraza.
— Lo siento… —insiste.
Yusuf está paralizado, conmocionado. Tres elfos se acercan. Las tablas en la batalla del co-
mandante lo hacen reaccionar como un rayo recogiendo su mandoble y acabando con ellos
en un abrir y cerrar de ojos.
— Yorgum… —alcanza a pronunciar Yusuf aún catatónico.
— Era muy joven. Estaba muy resentido. Tenía tanto fuego quemándome por dentro… —se
justificaba el Mataelfos en medio de un danza alrededor del mago para protegerlo—.
Cuando vi como me mirabas y como me miraba Dina me entró una vergüenza que jamás he
podido olvidar. Me he pasado el resto de mi vida intentando compensarlo, intentando dar
mi vida por una causa mayor, destruyendo mi cuerpo para expiar mi pecado a través del
dolor y que la Hueste Soberana pueda perdonarme…
— Yorgum… —repitió Yusuf otra vez, pero con un tono más amable.
Una flecha perdida alcanzó en el cuello al comandante. Yorgum se tambaleó ligeramente. Se
sacó su guantelete y metiendo su mano por debajo de la armadura se arrancó del cuello un
colgante del que colgaba un cristal con forma de fractal. Los enemigos, más organizados,
empezaban a tender un corro alrededor de los dos hermanos.
— Mi momento ha llegado. Yo caeré con estos hombres que me han dedicado su vida. Se que
es mucho pedir, pero por favor, ruego que me perdones y que luches por mi perdón ante
nuestra familia. Os quiero a todos.
X. UN BREVE DESCANSO
Aquel colgante servía para conjurar un portal. Un solo portal. Para una sola persona. Un
portal a través del que empujar a Yusuf para salvar su vida. Un portal para intentar compen-
sar un acto miserable y vergonzoso. Un portal digno del perdón.
Yusuf no sabía dónde había aparecido. No tardó mucho en ser recibido. Había aparecido en
la Universidad de Wynarm, en Fairhaven, la capital. Para calmar su torbellino de emociones
fue acogido en la institución para descansar durante varias semanas. Llevaba mucho tiempo
sin alejarse del frente. Y como él había tanta gente que había pasado tantos años lejos de sus
hogares; y tanta gente que jamás volvería a ellos.
Tras informar de lo sucedido en Karrnath, no tardó mucho en confirmarse la derrota abso-
luta de las tropas aundairianas. Se decidió no intentar retomar esa línea de batalla. Además,
en la capital corrían rumores de una posible tregua que terminará con esta última guerra.
Yusuf lo tenía claro: era hora de volver al hogar.
Ates de partir a Highfield, Yusuf fue sorprendido por un par de agradables visitas. La pri-
mera se trataba de su antiguo compañero Jasper Torobich, que se encontraba realizando
una investigación en la universidad. Pareciera que la distancia había limado cualquier aspe-
reza del pasado. Durante días estuvieron viéndose a menudo. Jasper se disculpó por cómo
habían cortado el contacto explicando que tenía miedo y que era muy joven para haber sa-
bido como reaccionar. Hechas las paces, antes de partir, el antiguo compañero del Arcanix
incluso se despidió de Yusuf con un breve beso en los labios.
— ¡Aunque no te hagas ilusiones! Que a mi me gustan las mujeres —aclaró—. Pero llevaba
ya muchos años debiéndote este beso de vuelta.
La segunda visita fue del capitán Alastor Argenta, su querido maestro, con el que se puso al
día y del que tanto agradeció su sabiduría en esos momentos de duelo y pesar. Además,
viendo el estado actual del conflicto, se ofreció a acompañarlo en el camino a su casa; gesto
que el joven agradeció enormemente… pues en el fondo de su corazón temía por lo que pu-
diera encontrarse de vuelta en Highfield.

XI. UN HOGAR ROTO


Desde fuera, la aldea parecía muy similar a la que Yusuf recordaba. Pero se notaba algo dis-
tinto en el aire. Una especie de tensión. Algo que no estaba bien. Un silencio terrible.
Comenzaron a adentrarse entre las callejuelas de Highfield. El sonido de los cascos de sus
caballos anunciaba su llegaba. Notaban alguna mirada curiosa a través de alguna ventana.
Las calles estaban demasiado tranquilas. Dos figuras les cortaron el paso por delante y otras
dos por detrás. No parecían de buena calaña.
— ¿Qué os trae, forasteros?
— No soy ningún extranjero. Mi nombre es Yusuf Cair y soy el menor de los hijos de Yorgum.
— ¿Yusuf Cair? —repitió uno de los hombres comenzando a reírse. El resto lo acompasó—.
Así que tu eres el niño maldito. El jefe estará muy contento de que te llevemos ante él. Espero
que lo hagas por las buenas, chico —indicó sacando de su cinto una daga.
La pericia de Alastor no se hizo esperar. En un instante conjuro tres proyectiles que tumba-
ron a los secuaces del que hablaba y con premura bajo del caballo dirigiéndose hacia el res-
tante.
— ¡Mierda! —masculló este.
— ¡No tan rápido, sabandija! —exclamó el capitán congelando los músculos del bandido con
un simple ademan.
— ¡Por favor, no me hagáis daño! ¡Yo solo cumplo ordenes!
Tras interrogar a este sujeto, descubrieron que el pueblo estaba subyugado por un hombre
cuyo nombre hacía muchísimos años que Yusuf no escuchaba: Galador, aquel que conside-
raba a Yusuf un enviado de los Seis Oscuros. Parece ser que regreso hace un par de años a
Highfield con muchas riquezas, posiblemente robadas, y un sequito de mercenarios a sus
órdenes. Tomaron posesión de la mejor casa de la aldea y obligaron a las gentes a pagarles
tributo para “mantener el pueblo a salvo de posibles invasores”. Por medio de la fuerza y el
terror se adueñaron de todo cuanto quisieron. Los que les plantaron cara, como el sacerdote
Kayion, fueron públicamente asesinados. Quien intentaba escapar corría la misma fortuna.
Y lo peor de todo todavía estaba por ser revelado.
Yusuf y Alastor acudieron a la casa de su hermana Lirah, que era la más cercana a donde se
había producido el encuentro. Con mucho cuidado esta abrió la puerta incrédula de que su
hermanito pequeño fuera el que la estaba diciendo que había regresado. Con premura les
indico que entrarán en la casa antes de que alguien los viera. Fue un reencuentro hermoso
pero muy triste.
— Mamá estaba enferma cuando se enteró de la muerte de padre. No lo resistió. La enterra-
mos a los pocos días. Adalay y Dina se vinieron a vivir conmigo y ayudarme en la panadería.
Nuestra casa hoy en día se encuentra abandonada y caída a pedazos… —comenzó a explicar.
— ¡Dina! ¡¿DÓNDE ESTÁ DINA?! —exclamó Yusuf emocionado.
Un silencio. Baldo, apoyado en una muleta, se acercó al joven y posó su mano en su hombro.
— Mejor toma asiento, Yusuf…
— Cuando Galador regresó al pueblo, tomó todo lo que se le antojó. A Adalay la raptó, la usó
y luego se la entregó a sus hombres. Fue tan brutalmente usada que murió.
Silencio.
Lagrimas.
— … ¿Y Dina?
— Galador la tomó como su esposa a la fuerza.
— Pero las cartas…
— Al principio las escribía yo junto a Dina. Llegado cierto momento, no quería que echaras
tu futuro a perder por nostalgias del pasado. Tú tuviste la bendición de la Hueste Soberana,
Yusuf. Tu podías aspirar a una vida mejor. No me parecía justo que lo echaras todo a perder
por una familia que ya estaba condenada.
Abrazos. Llantos. Y un hogar roto.
— Esto no quedará impune —sentenció Alastor.
XII. LA RECONQUISTA DE HIGHFIELD
El momento de la tristeza debía esperar. Tras terminar de ponerse al día empezaron a tra-
zarse los planes para devolver a Highfield a sus gentes. Baldo les explicó a Yusuf y Alastor
que Yeikos había regresado hacía unos meses y lideraba una pequeña resistencia desde las
sombras: algunos vecinos lo ocultaban en escondites secretos de sus casas y conseguía eli-
minar con discreción a uno que otro secuaz de Galador eventualmente. Ponerse en contacto
con él sería el primer paso. Yeikos sería capaz de movilizar a los que todavía conservaban
un halito de esperanza a alzarse en armas con horcas y cuchillos de cocina si hacía falta. Pero
debían actuar rápido. Lirah se encargaría de dar con él.
A las pocas horas llamarón a la puerta. Una gran comitiva de bienvenida de parte de Galador
quería recibir a los invitados. Uno de los mercenarios vociferaba que todos salieran a ver lo
que ocurren cuando “forasteros vienen a perturbar la paz que nuestro justo Galador ha con-
seguido instaurar”. El número de ellos y el cerrado espacio de combate jugaba en su contra.
Ni siquiera el poder mágica y soltura con la espada del capitán Alastor podría salir airoso de
esa situación. Pero debían conseguir tiempo.
Mentor y alumno salieron de la casa.
— ¡Aquí los tenemos! ¡Deponed las armas y mostrad las manos! Si os portáis bien, vuestra
muerte será rápida e indolora. Pero si os resistís…
— ¡RESISTIREMOS!
La lucha arrancó. Les sacaban una ventaja de siete a uno. Apenas pudieron canalizar un par
de sortilegios antes de verse rodeados demasiado cerca para conjurar. Llegó el turno del
acero. Yusuf no se manejaba especialmente bien en el cuerpo a cuerpo. Alastor comenzó a
hacer de muro de contención con sus dos armas para que a sus espaldas el joven pudiera
conjurar. El capitán recibió varios cortes y finalmente una espadazo en el estómago lo atra-
vesó poniéndolo de rodillas. El que parecía el líder se adelantó para darle el golpe de gracia.
— ¡NO! —Yusuf saltó hacia adelante con las manos extendidas para parar el golpe que se
clavó en su cabeza. Justo en el centro. La hoja penetro la carne y tocó el hueso. Y ahí se quedó.
Los ojos glaucos del joven relucían. El cabello blanco flotaba y se arremolinaba en el aire. El
poder había sido desatado de nuevo. La espada no podía avanzar. La espada retrocedió. La
sangre comenzó a brotar cayendo por la cara de Yusuf. Un gesto con su dedo y el líder de los
bandidos salió volando por los aires atravesando la pared que tenía en frente.
— ¡GENTES DE HIGHFIELD! ¡AYUDAD A VUESTROS HIJOS! ¡COMBATID! ¡COMBATID! —ex-
clamó una voz familiar a cierta distancia. Era Yeikos seguido de una docena de milicianos.
El resto de los mercenarios en pie huyo despavorido. El hermano mediano alcanzó a los dos
heridos. Yusuf empezó a sentirse mareado y se desmayó.

XIII. SALVAR A DINA


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