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En esta Hora Santa, elevaremos a Jesús Eucaristía las siguientes peticiones: que Dios
Padre mueva y sostenga los corazones y las voluntades de quienes tienen en sus manos la
responsabilidad de los recursos de la Ley, para frenar la perversa y devastadora fuerza de
las drogas; por la construcción de una cultura del encuentro y la solidaridad, como base de
una revolución moral que sostenga una vida más digna; por la conversión de los
narcotraficantes; por los enfermos, sus familiares y todos los que han fallecido a causa de
este flagelo. Pedimos a nuestros Ángeles Custodios y principalmente a María Santísima,
que nos asistan en esta Adoración Eucarística que ofrecemos por los jóvenes amenazados y
atrapados por la droga.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los
que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
Canto inicial.
Meditación
Jesús, Tú eres la esperanza de los hombres, la única esperanza de todo hombre en esta
vida; fuera de Ti solo existe el vacío, la nada, la angustia, la soledad y la muerte. Tú eres
Dios encarnado, nos creaste para Ti, para que seamos felices en Ti y solo en Ti. Pretender
satisfacer este deseo de felicidad, que viene impreso en nuestra naturaleza desde nuestra
creación como un sello indeleble, es como pretender llenar un abismo con puñado de
arena. Jesús, sólo Tú puedes saciar la sed de felicidad, de alegría, de amor y de paz que
late en el corazón del hombre, presente desde el momento de su concepción hasta que
muere. Sin embargo, a pesar de esto, muchos jóvenes se dejan atraer por los espejismos
de la droga y así, dejándote de lado, se encaminan por los oscuros senderos de la
drogadicción, emprendiendo un camino sin retorno hacia el abismo. Jesús, Tú eres la
esperanza de todo hombre, pero muchos jóvenes, atrapados por la falsa sensación de
felicidad que proporciona la droga, ingresan en el siniestro mundo del consumo de
estupefacientes, encontrando solo angustia, tristeza, soledad, desesperación y muerte.
Jesús, te suplicamos por los jóvenes de nuestros tiempos, por aquellos que se
encuentran atrapados en la tela de araña de la drogadicción y son incapaces de
salir, para que te apiades y les concedas la gracia de salir de este abismo de
locura y muerte; envía a tu Madre y a tus santos ángeles para que desde el cielo y
con el poder de tu gracia, reciban el auxilio que necesitan para no desesperar y
para poner todas sus esperanzas en Ti, Dios nuestro. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, Tú eres la Vida eterna, y nos diste una vida en esta tierra, para que ganemos
la vida eterna en tu Reino; Tú nos concedes el período de tiempo que pasamos en esta
tierra como una prueba en la cual decidimos y elegimos, libremente, si queremos gozar de
tu Amor para siempre en los cielos, o si preferimos estar apartados de Ti para siempre, en
el infierno. Al internarse en el oscuro mundo de la droga, muchos jóvenes ponen ya un pie
en el infierno, y los tormentos, dolores y penas que les sobrevienen en esta vida como
consecuencia de las adicciones son solo un pálido preludio de los tormentos, dolores y
penas que habrán de sufrir por la eternidad si no cambian de vida, si no abandonan el
sendero de perdición que es la drogadicción. Muchos, muchísimos jóvenes, desperdician y
malgastan sus vidas, el don de tus manos creadoras, para arrojarlas en los porquerizos
pestilentes del consumo de estupefacientes; muchos, muchísimos jóvenes, a quienes Tú les
regalaste la vida y les concediste innumerables dones naturales y sobrenaturales,
desperdician todos estos regalos, arrojándolos en el abismo oscuro de la drogadicción y así
malgastan sus jóvenes vidas, arruinándolas irremediablemente pero, lo peor de todo,
eligiendo ya desde esta vida ser separados para siempre de tu amorosa contemplación.
Jesús, ten piedad de estos jóvenes que malgastan el don de la vida que Tú les
diste; apiádate de ellos, que ven consumida su juventud en un abrir y cerrar de
ojos, que de esta manera ultrajan el tiempo de la juventud, envejeciendo
prematuramente en el cuerpo y en el espíritu y apartándose peligrosamente del
sendero de la Cruz, el sendero de tus Mandamientos, para cumplir los
mandamientos del Príncipe de las tinieblas, que les ordena la auto-destrucción
corporal y espiritual, como muestra del supremo odio que expresa hacia Ti. Jesús,
apiádate de estos jóvenes, y haz que tu Madre nos utilice como instrumentos del
Amor de tu Sagrado Corazón, para rescatar a estos jóvenes del abismo sin fin en
el que han caído, para que se levanten por el auxilio de tu gracia y corran a
postrarse ante tu Presencia sacramental y te adoren, como anticipo de la
adoración eterna en los cielos. Amén.
Jesús, Rey de cielos y tierra, Creador, Señor y Dueño del universo, Dios de toda
majestad, por quien es y existe todo lo que tiene ser y existencia; te pedimos por los
narcotraficantes, que por un mezquino y egoísta deseo de enriquecerse ilícitamente, no
vacilan en destruir las vidas de miles y miles de jóvenes, iniciándolos en el camino sin
retorno de la drogadicción. Ten piedad, oh Jesús, de quienes comercializan substancias de
muerte y así destruyen no solo las vidas de los jóvenes sino familias, ciudades y pueblos
enteros, sometiéndolos con las duras, pesadas e invisibles cadenas de la droga. Apiádate,
porque estos sujetos, que también son hijos tuyos, se han descarriado y en su extravío
arrastran a muchísimos jóvenes al dolor en esta vida y a la muerte eterna en la otra.
Apiádate de quienes trafican estos venenos del cuerpo y del alma, porque han firmado ya
su eterna condenación, y de no mediar tu acción misericordiosa, habrán de pagar
duramente, por la eternidad, su infame acción. Apiádate, oh Buen Jesús, porque ellos
también son creación de tus manos e hijos tuyos por el bautismo, y en virtud de este sello
de gracia que llevan impreso en sus almas, por el Amor de tu Sagrado Corazón y por la
intercesión del Inmaculado Corazón de María, haz que se arrepientan del mal producido y
que, con lágrimas de contrición perfecta, reparen el inmenso daño provocado a tantos
jóvenes, para que así purificados de la malicia de sus corazones, puedan ellos también
contemplarte y adorarte en los cielos, por toda la eternidad. Amén.
Meditación final
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no
creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
Canto final.