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Cautiverio

La presente epístola narra mi calamidad, pues he sido secuestrado hace dos meses en mi propio cuarto, en mi
propio hábitat. No sé cómo ha sucedido, pero aquí me he hallado prisionero y encerrado sin saber qué hacer ni
cómo escapar. No hay mucho qué hacer cuando estás en cautiverio, simplemente recostarte en el lecho,
sentarte, mirar por la ventana y ansiar la libertad como el horizonte, siempre lejana. Un espejo rompe el vacío
y la silenciosa soledad, cuelga de la virgen pared esperando un ente que reflejar. Ya estoy harto de esa imagen,
ya estoy harto de mi mismo. El cautiverio ya no es lo más difícil, ahora el convivir con mi propio ser es el
martirio, es un delirio descifrar los intrincados caminos, interpretar el enmarañado pensamiento. Ya estoy
harto de mi mismo.

Cansado de observar el despellejado techo gris que me mira desde arriba, cansado del íngrimo cuarto, cansado
del desolado dormitorio, harto hasta la ruptura, huyo de esta cárcel de penas, me siento otra criatura. Ahora
solo cierro los ojos, me entrego a la fantasía, me dejo al antaño, me dejo al recuerdo, me dejo a lo pasado. Entre
las memorias, entre los laureles, hallo nuestra última noche, en la que entre luces amarillas te besé y me hundí
en tus ojos mieles. El recuerdo aún me cautiva, se ha incrustado en mis pupilas tu tez, tu porcelana húmeda, el
sabor de tu saliva, tu penumbrosa cabellera que entre mis brazos descendiera, la lejana rememoración que hoy
me lastima. Ya ha pasado el tiempo, el viento se ha llevado mi más preciado don, aunque yo aún te recuerdo
tengo la sensación que te has olvidado de mí, no sabes cuánto te quería, como a nadie que conociera, te ofrecí
todo de mí, mas el destino para los dos escribiera en vidas aparte. Tú, quién sabe en dónde y yo aquí, en mi
secuestro.

Te escribo esta carta desde mi cautiverio, haciéndome a la ilusión esperando pagues por mi rescate. Para mi
suerte o desgracia mi liberación no se paga con capital terrenal, o fortuna celestial, para mi suerte o desgracia
solo tú puedes pagar mi rescate. No hay riqueza suficiente ni en la tierra ni el firmamento, ni oro ni plata en la
creación, que pueda pagar por mi salvamento, pues soy el secuestrado tanto como el secuestrador preso en su
propia mente. No sé dónde estarás, ni dónde te encontraré, pues has partido con rumbo desconocido. Solo tu
puedes pagar por mi rescate. Has de recorrer y yo te esperaré junto a mi ventana, aunque la espera me
resultase vana, aguardaré por ti…

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