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Principio de universalidad, todas las células de un organismo presentan el mismo genoma, pudiendo existir
mutaciones somáticas como caso excepcional, que puede ser valorado en términos probabilísticos.
Principio de Diversidad, ya que los diferentes individuos de una población presentan diferente genoma, con la
salvedad de los gemelos univitelinos, excepción que se estudiará en un capítulo específico.
Principio de Estabilidad, el ADN presenta unas condiciones de estabilidad muy altas, lo que resulta idóneo como
evidencia criminalística.
4. La población de referencia
Antes de continuar con el nacimiento de la genética forense, es imprescindible definir un concepto ya referido en párrafos
anteriores, la población. Nos referimos a una población como un conjunto de individuos de una misma especie que viven
en un lugar geográfico concreto (nicho eco- lógico según la genética de poblaciones) y que real o potencialmente pueden
cruzarse entre sí, compartiendo un acervo común de genes (pool génico). Los habitantes de una ciudad ocupan un lugar
geo- gráfico y comparten un conjunto de genes cruzándose entre ellos.
Este concepto de población es sumamente importante en el cálculo de frecuencias alélicas, que veremos al referirnos a la
Cuarta Ley de Locard (Principio de Probabilidad).
«Cada huella genética esconde una historia y un drama» Sir Alec Jeffreys
5. El nacimiento de la genética forense
Esta frase resume el primer caso de aplicación de la identificación por ADN, que consistió en evitar la deportación de un
niño del Reino Unido y que pudiese reunirse con su familia. Esta frase, fue pronunciada por el Dr. Jeffreys recordando la
mirada de la madre del niño que fue identificado mediante este nuevo descubrimiento como hijo genético de la mujer. Fue
el Dr. Alec Jeffreys, nombrado Sir posteriormente, una de las más altas distinciones del Reino Unido, el descubridor de la
tecnología de la huella genética. Casi por casualidad, este científico especialista en genética médica o clínica, estudiaba el
gen de una proteína, la mioglobina, cuando descubrió un patrón específico en el ADN que variaba entre los individuos y
se transmitía de padres a hijos, pudiendo de este modo identificar personas.
Pero esta tecnología se hizo realmente famosa por su primera aplicación a la resolución de un caso criminal, todo un hito
en la historia de la criminalística y una demostración práctica del Primer Principio de Locard, el Principio o Ley de la
Transferencia. El 21 de noviembre de 1983, Lynda Mann, de 15 años, salió de su casa para ir a visitar a una amiga. Nunca
regresó. Al día siguiente se encontró su cadáver en una zona desértica conocida como Black Pad. El análisis forense del
cuerpo demostró que había sido violada y estrangulada. En aquella época, las técnicas forenses permitían analizar la
muestra de semen recogida en el cuerpo de la víctima y determinar su grupo sanguíneo y factor Rh, resultando A+.
Los indicios probatorios no fueron suficientes para llevar a cabo ninguna detención, pero el caso permaneció abierto. El
31 de julio de 1986, otra joven de 15 años, Dawn Ashworth, tomó un atajo hacia su casa en lugar de seguir el camino
habitual. Dos días más tarde, su cuerpo fue hallado en un área boscosa cerca de un sendero llamado Ten Pound Lane.
Había sido golpeada, violada y estrangulada hasta morir. Tras la recogida de esperma en el cuerpo de la víctima y su
análisis, se comprobó que se trataba del mismo grupo sanguíneo A+, coincidiendo además el modus operando con el
crimen de Lynda Mann tres años antes.
El principal sospechoso fue un joven de 17 años llamado Richard Buckland quien, tras ser detenido y durante su
interrogatorio y tras fuertes apremios, reveló poseer conocimiento del cuerpo de Dawn Ashworth y admitió haberla
asesinado, aunque negó su intervención en el de Lynda Mann. El Dr. Alec Jeffreys, de la Universidad de Leicester, había
desarrollado en aquellos momentos la técnica de análisis de polimorfismos de ADN en conjunto con Peter Gill y Dave
Werrett, estos dos últimos miembros del Forensic Science Ser- vice (FSS), una unidad científica del Gobierno del Reino
Unido pionera en la utilización de múltiples técnicas a la resolución o esclarecimiento de casos criminales.
Estos científicos habían desarrollado una metodología para lograr la separación de las células espermáticas
(espermatozoides) de las células vaginales, la denominada extracción diferencial, sin la que hubiera sido complejo aplicar
el análisis de ADN a los casos de violación. La Comisión Judicial encargada de resolver el crimen solicitó al Dr. Alec
Jeffreys, que era vecino de la zona donde se habían cometido los crímenes, que investigase la culpabilidad de Buckland.
Tras estudiar las muestras de esperma recogido en los cuerpos de ambas víctimas y compararlas con el del acusado, llegó
a la conclusión de que ambas víctimas habían sido violadas por el mismo hombre, pero Richard Auckland no era el origen
del esperma hallado. En una medida sin precedentes, se solicitó entonces a todos los hombres entre 13 y 33 años que
aportasen una muestra de sangre a la policía, con el objetivo de analizar su ADN y poder de esta forma descartar autores,
dado que se presumía que el criminal tenía que vivir en el Condado de Leicester.
Se presentaron a la prueba unos 5.000 hombres, seleccionándose aquéllos que tuviesen el grupo sanguíneo A+. Esta
medida, voluntaria en ese momento, permite introducir el debate ético y jurídico sobre el análisis de ADN que
desarrollaremos de forma específica en un posterior capítulo. Tras la recogida de todas las muestras voluntarias y después
de seis meses de análisis en laboratorio, se comprobó que todos los resultados eran negativos. Pero un hecho alertó a la
policía, un hombre llamado Ian Kelly se jactó en un bar de haber obtenido 200 libras por haber donado una muestra
haciéndose pasar por su amigo, un tal Colin Pitchfork, un panadero de la localidad.
El 19 de septiembre de 1987, otorgando la validez práctica que toda teoría científica requiere, se cumplió el primer
postulado de Locard, la policía detuvo a Colin Pitchfork en Haybam Close. Tras los análisis de su ADN, el Dr. Jeffreys
demostró con su «huella genética» que era el donante de aquel esperma encontrado en las mujeres asesinadas. Este
criminal fue sentenciado a cadena perpetua debido a los restos biológicos que transfirió a los cuerpos de sus víctimas. La
resolución de este caso criminal no puede enmascarar un hecho que, sin duda, tiene mayor importancia por la injusticia
que podría haberse cometido, y es que la técnica de la huella genética no se aplicó por primera vez al descubrimiento del
autor de estos dos crímenes, sino a la exoneración de culpabilidad del primer inculpado por los hechos.
Buckland fue la primera persona cuya ausencia de participación en un delito fue demostrada por la técnica del ADN. «No
tengo la más mínima duda de que hubiera sido encontrado culpable de no haber sido por la prueba del ADN. Ese fue un
acontecimiento digno de recordar», ésta fue la frase de Sir Alec Jeffreys tiempo después al referirse a la primera
aplicación de su descubrimiento, otorgando mayor importancia si cabe a poder evitar la condena de un inocente que a
lograr la condena de un culpable. Este caso es la primera incorporación de la genética forense como medio de prueba al
sistema judicial procesal-penal. El término «huella genética» fue acuñado por el propio Dr. Jeffreys y desde ese momento,
con la única excepción de los gemelos univitelinos, el análisis del ADN permitió diferenciar a personas entre sí y también
a establecer lazos de parentesco, marcando el inicio de una nueva era en la identificación humana y un cambio drástico en
las herramientas de investigación criminal y forense utilizadas. La Genética Forense ha cumplido veinticinco años y, lejos
de seguir aplicando las técnicas del Dr. Jeffreys, ha evolucionado de forma vertiginosa y encara su etapa de madurez
enfrentándose a una revolución analítica y al ac- ceso a datos cada vez más exactos e íntimos de los humanos.
La «huella genética» comenzó a utilizarse en diferentes países en múltiples casos civiles y crimina- les, y no sólo lograron
el esclarecimiento de crímenes y la inculpación de los autores, sino que también excarcelaron a inocentes, como Kirk
Bloodsworth, un pescador de la ciudad de Maryland condenado a muerte por la violación y asesinato de una niña de nueve
años. En el año 1993, el pescador inocente fue puesto en libertad convirtiéndose en el primer caso documentado de
exculpación por ADN en los Estados Unidos de América. En este mismo año 1993 y como si fuese una celebración del
destino, la Genética Forense brindó por este caso resuelto con un nuevo hito, el Dr. Kary Mullis recibía el premio Nobel
de Química por la invención de la Reacción en Cadena de la Polime- rasa (Polimerase Chain Reaction o PCR.),
iniciándose una nueva era en la biología molecular.
«Antes de la PCR, el DNA era largo y fibroso, en absoluto molecular… Yo había resuelto uno de los principales
problemas de la química del DNA en un solo paso: abundancia y distinción» Dr. Kary Mullis. Premio Nobel de Química.
La PCR ha sido el fundamento de una auténtica revolución en el área práctica, como la identificación del origen de
muestras de sangre o saliva a que recurre masivamente la ciencia forense, y cien tíficos, como la secuenciación de genes
humanos o de otros organismos. La secuenciación genética era hasta entonces un proceso muy costoso, y que precisaba
para la analítica muchas copias del mismo ADN, es decir, grandes cantidades de sangre, esperma, saliva, etc.
La PCR convirtió en rutinaria la investigación de la secuencia genética, permitiendo la lectura completa del genoma
humano, así como de muchos organismos que se toman como modelos en la investigación de distintos problemas
biológicos. Esta técnica ha permitido también investigar la filogenia (historia evolutiva) comparando las secuencias
genéticas, ahora fáciles de averiguar, de distintas estirpes, que a su vez es el fundamento de un mundo de hipótesis
científicas del máximo interés.
Esta técnica permite, a partir de una cantidad ínfima de copias de ADN, multiplicarlas hasta disponer de millones de
ellas, lo que no sólo permite estudios más completos y fiables, sino que también permite repetir dichos estudios tantas
veces como sea preciso. En términos fáciles de entender, es una fotocopiadora de fragmentos de ADN que se pue- den
seleccionar previamente. En genética médica o clínica se seleccionan fragmentos relacionados con enfermedades, en
genética evolutiva se utilizan fragmentos relacionados con las filogenias, mientras que la disciplina forense esta selección
va orientada a la individualización de perfiles genéticos e identificación de humanos y el establecimiento o descarte de
lazos de parentesco entre ellos. De esta manera, la Genética Forense tenía la evidencia de la variabilidad genética entre los
in- dividuos, disponía también de una «copiadora» de fragmentos de ADN, y tan sólo le faltaba decidir qué secuencias de
todo el genoma eran las más adecuadas para analizar por sus variaciones entre los humanos, por su tamaño, por su
estabilidad y un factor importante, por la información contenida en esas secuencias. Posteriormente y como ya se ha
explicado, los forenses se decantaron por el uso rutinario de los microsatélites o STRs (Short Tandem Repeats), No sólo
se trataba de elegir secuencias variables, sino que su pequeño tamaño también los hacía interesantes para muestras
degradadas, en las que podía haber fragmentación del ge- noma. Dentro de estas secuencias, los forenses escogieron
aquellas con una tasa de mutación menor, favoreciendo de esta forma los estudios genéticos de parentesco y de igual
forma, y debido a la nece- sidad de una valoración estadística, se eligieron los STRs más variables entre humanos que
tuviesen las características anteriores. Finalmente, evitaron la presencia de estas secuencias en zonas cercanas entre sí,
para descartar herencias ligadas y crearon kits de análisis de varios STRs de forma simultánea (multiplexes), es decir,
poder realizar en una sola reacción el «fotocopiado» de todos los marcadores seleccionados para un estudio o análisis.
«No se nos ha escapado a nuestra atención de que el emparejamiento específico que hemos postulado sugiere
inmediatamente un posible mecanismo de copia del DNA». Esta frase de Watson y Crick como cierre en el artículo de
Nature de 25 de abril de 1953 nos muestra desde cuándo se pre- sumía un mecanismo interno de copia del ADN, con
todas las implicaciones que a lo largo de los años se han ido estableciendo.
Sistematizando la labor de la genética forense en un caso criminal, podríamos definir una serie de etapas o fases que se
pueden esquematizar de la siguiente manera:
1. Recogida de las evidencias y los vestigios- trazas biológicos y su envío al laboratorio. Si bien no es una etapa
analítica propiamente dicha, de su correcta realización depende el éxito posterior del resto de fases.
2. Realización de los análisis de polimorfismos de ADN, obteniendo los correspondientes perfiles genéticos.
3. Comparación y cotejo de los resultados con las muestras indubitadas en los asuntos de identidad, con los perfiles
genéticos dubitados en los casos de relación de asuntos o análisis de información criminal, o con los genotipos
obtenidos de los padres o familiares en los casos de paternidad o parentesco.
4. Estudio matemático-estadístico de los resultados, para la correcta valoración de la prueba por los Tribunales de
Justicia.
5. Realización del preceptivo Informe Pericial.
Si bien la criminalística suscita gran interés por los retos a los que se enfrenta, es preciso realizar un amplio recorrido por
las aplicaciones de la genética forense, que incluyen, además de la investigación de indicios de interés criminal ya
descrita, la investigación biológica de la paternidad, con importan- tes consecuencias en el ámbito del Derecho Civil
(paternidades, herencias, etc.). En tercer lugar, la identificación de cadáveres y restos cadavéricos, que amplía la
posibilidad de conocer la identidad de la persona a la que pertenecen, en los casos en los que los medios tradicionales no
pueden ofrecer soluciones.
El ADN es una molécula muy estable en el medio ambiente, lo que permite su estudio incluso en restos antiguos, si bien
las probabilidades de éxito analítico dependen fundamentalmente de las condiciones de conservación, más que de la
antigüedad de las muestras. Un caso particular es la identificación de restos cadavéricos en grandes catástrofes,
producidas de forma natural (terromotos, inundaciones, accidentes de tráfico aéreo o terrestre con elevado número de
víctimas) o intencionadas (atentados terroristas y bélicos). El análisis en estos casos se realiza a partir de restos humanos,
en muchos casos fragmentos de huesos y tejidos, que limitan las posibilidades de identificación al análisis de
polimorfismos de ADN.
En estos casos, una vez establecidos los cotejos de restos entre sí, lo más frecuente es relacionar los restos con familiares
di- rectos de las víctimas, introduciendo estudios de parentesco. En resumen y centrándonos en el ámbito de la
criminalística, podemos afirmar que los individuos pueden dejar su rastro en numerosos efectos y evidencias, y a través de
este rastro biológico la genética forense puede identificarlos. Explicaremos este Primer Principio de Locard para los
principales rastros biológicos que se analizan en los laboratorios de Genética Forense.