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¿Ingenuidad o complicidad?
“La filosofía ingresa en los sistemas educativos y, por lo tanto, empieza a ocupar un lugar, de
mayor o menos importancia, en los programas oficiales. La enseñanza de la filosofía adquiere, por
lo tanto, una connotación estatal.” (Cerletti, 2020, p. 129). Son varios los problemas a los que los
docentes de filosofía nos enfrentaremos permanentemente, hallar coherencia entre: ¿qué pretendemos
como docentes de filosofía?, ¿qué espera de nosotros la institución?, ¿qué es lo mejor para nuestros
estudiantes?. Además, se podría incluir un ideal de “justicia”, pero cualquier análisis nos dirigirá a
los supuestos que responden esas preguntas.
Antes de continuar reflexionando sobre cómo evaluar en filosofía, deberíamos establecer
cuáles serían los elementos evaluables. “Por cierto, filosofar no es meramente dominar algunas
habilidades argumentativas; esto sería más bien una propedéutica del filosofar, o una condición de
posibilidad, como de hecho lo sería de cualquier pensar crítico en general. Filosofar implica una
intervención subjetiva de quien construye o reconstruye problemas filosóficos.” (Cerletti, 2020, p.
132). Hay, por tanto, dos dimensiones: objetiva y subjetiva. La primera tiene que ver con los saberes,
con la transmisión objetiva de los conocimientos. Mientras que la segunda tiene que ver con la
creatividad y originalidad con las que los estudiantes interpelan y se dejan interpelar por los filósofos.
Aquí es claro que la dimensión objetiva es la más sencilla de evaluar por su carácter técnico. Por otro
lado, la instancia subjetiva requiere romper con las estructuras y tradiciones porque se trata de “lo
nuevo, lo propio” de cada estudiante, donde es la decisión de “otro” (el docente) qué tanto aprendió
o no aprendió. Sería pertinente sugerir el ejercicio de la autoevaluación, pero “¿y dónde ha tenido
ocasión el alumno de aprender a autoevaluarse si nunca ha tenido la oportunidad de participar en
la evaluación de su aprendizaje?”(Álvarez, 2012, p. 132)
La evaluación filosófica resulta extraña “porque objetiva un vínculo personal con el
saber?(…). No es posible juzgar, y aun menos medir, ese amar o desear el saber.” (Cerletti, 2020, pp.
133-134). El docente de filosofía desde su posición de funcionario del Estado debe enseñar y acreditar
saberes y ¿dónde queda la Filosofía? Pues esta ocupará un lugar incómodo en el siniestro sistema,
pero ¿cuándo no lo hizo?. “Tal vez el destino de todo curso filosófico sea transformarse en un taller
de pensamiento, un un espacio de reflexión compartida, y en ese contexto quizás la evaluación vaya
adquiriendo una significación diferente, de acuerdo a las necesidades de cada grupo”. (Cerletti, 2020,
p. 136).
“Para emancipar a otros hay que estar uno mismo emancipado.” (Rancière, 2002, p. 22)
Justo hoy es una jornada de Reuniones de Evaluación y me encontré, por primera vez, cómoda
con las “calificaciones” con las que juzgué a mis estudiantes. Por supuesto que si pudiera prescindir
de las “notas” lo haría, aunque la sociedad no está preparada para tal cambio. Pero ¿por qué estaba
cómoda?. En la reunión me encontré con los colegas, de otras asignaturas, donde cada uno ha
recorrido su camino y además también tienen sus experiencias. Es inevitable comparar lo que
considero yo y lo que consideran ellos a la hora de evaluar. En esa comparación me surgieron varias
dudas, que evidentemente no pude plantear porque el tiempo está cronometrado. Las preguntas que
me surgieron son ¿conocen a los estudiantes? ¿cómo pueden asegurar que “no hace nada”? ¿qué
significa que un estudiante “no hace nada”?. No se leyeron juicios, no se pensaron estrategias para
mejorar los “rendimientos”, no se compartieron más que “chusmeríos” sobre el grupo. Hasta aquí es
bastante tétrico el panorama. ¿Cómo logré un estado de comodidad en esas circunstancias?. Lo logré
porque a pesar de que participé de la reunión, era consciente de cuán equivocados estaban algunos y
yo también. La consciencia de que no me considero parte de esa lógica que discrimina acríticamente
y apremia lo que cumple con los modelos tácitos de la tradición.
He de confesar que muchos años fui cómplice del sistema educativo que se torna perverso
pero también admitiré que era por ingenua. Siempre busqué ser “justa” pero nunca entendí qué
significaba eso. Es ahora que logro entender a tensión constante a la que estamos sometidos, a la
vigilancia permanente (el control burocrático y la propia honestidad) en cada decisión y que lo que
entendía por “justicia” tiene que ver con la coherencia que debe haber entre lo que pretendo, lo que
esperan y lo que es mejor para mis estudiantes.
“La evaluación de cualquier curso de filosofía debería incluir, indispensablemente, la
autoevaluación de quienes participan en él (esto es, de los alumnos, pero también, y sobre todo, de
los profesores).” (Cerletti, 2020, p. 136). Y es por este camino que seguiré transitando...
BIBLIOGRAFÍA
• Álvarez Méndez, Juan Manuel. (2001). Evaluar para conocer, examinar para excluir. España:
Morata.
• Álvarez Méndez, Juan Manuel. (2012). Pensar la evaluación como recurso de aprendizaje.
En: Jarauta, B. e Imbernón, F. (Coords.). Pensando en el futuro de la educación; una nueva
escuela para el siglo XXII. España: Graó 127-144.
• Cerletti, Alejando. (2020). Ensayos para una didáctica filosófica. Río de Janeiro: NEFI
➔ De acuerdo a las lecturas realizadas, las evaluaciones filosóficas estarían entre las
propuestas 4 y 5, donde la 5 es la más coherente y pertinente.