Está en la página 1de 1

AGRAVIOS GIBRALTAREÑOS

Por Ignacio SÁNCHEZ CÁMARA/

LA visita oficial a Gibraltar del ministro de Defensa británico para conmemorar el tercer centenario de la
ocupación del Peñón representa el tercer agravio perpetrado por el Gobierno del Reino Unido. La razón
histórica y legal le asiste a España. Por lo tanto, tiene razones nuestro Gobierno para expresar su malestar
y, aun, su indignación. Acaso cabría hacer algo más. Intolerable es la actitud de Caruana, quien, al
parecer, ignora que sólo existen dos posibilidades: o la ilegítima e ilegal soberanía británica o la legítima
y legal soberanía española. También lo es la que está exhibiendo el Ejecutivo británico. Pero nada de esto
permite excusar los errores de la política exterior del Gobierno español, que, lejos ya de sus
proclamaciones en favor del consenso, parece obsesionado por contradecir punto por punto la seguida por
Aznar.

Errónea es la actitud exhibida contra Estados Unidos y Gran Bretaña. Una cosa es no apoyar la
intervención en Irak y otra tildarla poco menos que de genocidio petrolífero. Cabían términos medios.
Como tampoco era necesario precipitar la retirada de las tropas españolas cuando contaban con el
beneplácito de Naciones Unidas. Lo que producía réditos interiores no podía dejar de generar problemas
exteriores. Zapatero y Moratinos carecen hoy por hoy de vías fluidas de comunicación con el Reino
Unido. Las consecuencias están a la vista. Y no parece que sirva de mucho invocar la solidaridad francesa
y germana para solventar el contencioso de Gibraltar o evitar los agravios británicos. La política exterior
es más asunto de intereses nacionales que de amistades personales. Gran Bretaña no tiene razón en el caso
del Peñón, pero sí tiene razones para sentirse molesta con el Gobierno español y no ha dejado pasar la
triple ocasión para exhibirlas.

Pero no residen sólo en el desdén atlantista los errores de la reciente acción exterior española. También
podemos hablar de Marruecos y de Cuba. En el primer caso, la escenificación dialogante y «talantosa» de
la amistad no impide la reivindicación de la soberanía de Ceuta y Melilla por parte de su ministro de
Asuntos Exteriores o el cambio de actitud hacia el problema del Sahara. En el segundo, la propuesta de
revisión de la política de la Unión Europea hacia la tiranía castrista parece olvidar nuestro compromiso
con el pueblo cubano, así como las ejecuciones del año pasado, el encarcelamiento de disidentes y el
cierre del Centro Cultural de España en La Habana.

Parece urgente replantear y acordar la política exterior en beneficio de los intereses de España, teniendo a
la vista nuestras mayores amenazas: el terrorismo etarra e islamista, el separatismo y los contenciosos con
Marruecos, especialmente la soberanía de Ceuta, Melilla y las Canarias y la inmigración ilegal. Nuestros
mejores amigos son quienes más nos ayuden a afrontar estos problemas. Sabíamos lo que Aznar quería
hacer desde el Estado y quiénes eran sus aliados preferentes. Y era posible compartirlo o no. El problema
ahora es que no sabemos hacia dónde vamos, ni en la reforma constitucional y de los Estatutos ni en la
dirección de la política exterior. Ortega y Gasset deploraba en su Meditación de Europa la degeneración
de la fauna de los políticos que dejaban de ser auténticos gobernantes, es decir, dirigentes previsores y
responsables de los pueblos, para acabar convirtiéndose en simples exponentes de los momentáneos
apetitos de las masas. Y gobernar consiste entonces en vivir al día, que es la mejor forma de no vivir.

También podría gustarte