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Para hacer este balance que les propongo, sólo se necesita un mínimo de voluntad
(mínimo porque basta con empezar y lo demás viene solo), una buena dosis de
memoria y de sinceridad para responder sin autoengañarse y, finalmente, algo de
optimismo para encarar con renovados bríos la próxima etapa aprovechando de los
errores y a pesar de los sueños fallidos.
Si me había planteado objetivos concretos, ¿los pude alcanzar? ¿Cuáles fueron los
elementos o las situaciones que ayudaron o entorpecieron para lograrlo? ¿Soy capaz
de discernir con claridad si los factores que influyeron son de índole personal, interior,
o ajenos a mi?
¿Me propongo metas realistas y objetivos alcanzables, acordes con mis capacidades y
mis talentos? ¿Aprovecho las oportunidades que se me presentan actuando con
justicia y sin ser ventajero? Hay quienes se valen de malas artes para sacar ventaja
sobre los compañeros de trabajo o de estudio y quienes violan normas éticas
elementales sin ningún tipo de escrúpulos.
¿Estoy satisfecho con la actividad que desarrollo? ¿He logrado hacer lo que me gusta,
lo que sé y ponerlo al servicio de los demás? Por humilde que sea, todo estudio y
trabajo dignifica a quien lo hace y a quienes lo rodean. Responder a la propia
vocación es camino de realización personal y comunitaria.
¿Percibo que he crecido en la fe? ¿He logrado superar esos infantilismos religiosos
(nuevamente la palabra infantilismo pero, suele ser la actitud que más nos tira para
abajo, como un ancla para impedir superarnos), que, numerosas veces, entorpecen
una sana postura frente a la vida, madura y consciente?
¿Pude destinar algún momento del día, de la semana o del mes a la formación
personal y al crecimiento que ayuda a lograr una buena imagen de Dios, Padre
Misericordioso, Hermano Salvador, Espíritu Santo que vivifica y acompaña?
¿He logrado estrechar vínculos con los miembros de la familia? Tengo una relación de
comunicación limpia y transparente? ¿Soy capaz de colaborar desinteresadamente y
sumarme a dar una mano a los proyectos e iniciativas de los demás (cualquiera sea
el lugar que ocupe en la familia, hijo, padre, madre, abuela, madre, cuñado, tío,
sobrino)?
¿Ayudo a limar asperezas, superar viejos rencores, cerrar heridas?
En fin: son muchos los ámbitos y, dentro de esos ámbitos, muchísimos los planteos
que podemos hacernos. Propongo estos aspectos señalados en esta nota para
comenzar, e invito y animo a que cada uno piense un poco más. Será beneficioso. Y
no es cuestión de seguir una "receta" escrita por otro sino descubrir, cada uno, sus
propias necesidades y los ámbitos para evaluar. En esto no se puede generalizar;
muy por el contrario hay que ser lo más directo y específico posible. A eso lo invito,
amigo lector. Y, ¡buen año 2003!