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L U IS F E B R E S - C O R D E R O F.

D E L A N T IG U O
CUCUTA
D A T O S Y A P U N T A M IE N T O S P A R A SU H IS T O R IA

BIBLIOTECA

¡O ÜQOCO POPULQP
DEL ANTIGUO CUCUTA
LUIS F E B R E S - C O R D E R O F.

D E L A N T IG U O
CUCUTA
DATOS Y A PU N T A M IEN TO S P A R A SU H ISTO R IA

BIBLIOTECA

ÜQOCO POPULQP
VOLUMEN 7 2

Bogotá - 1975
IM PR E SO EN CO LO M BIA -
T A L L E R E S G R A FIC O S BA N C O P O P U L A R
PRESENTACION

El día de la aparición de esta obra se cumplen cien años de


una de las peores catástrofes que en Colombia han ocurrido: la
destrucción completa de la Villa de San José de Cúcuta, ocasio­
nada por terribles movimientos telúricos sucedidos el 18 de mayo
de 1875, en hora que la mayoría de los relatos sitúa entre las
11:15 y las 11:30 de la mañana.
Fuera de los daños materiales, el saldo de la tragedia fue de
alrededor de un millar de muertos. A los temblores siguieron
los incendios, el pillaje y las lluvias, y de aquella ciudad prác­
ticamente no quedó piedra sobre piedra.
Sobre estos hechos, y en general sobre la historia de Cúcuta,
el más completo acopio testimonial se debe al estudio y la dedica­
ción de uno sus hijos más ilustres: el escritor Luis Febres-Cordero
F., autor del presente libro y de “El Terremoto de Cúcuta”, pre­
cisamente las dos obras que la Biblioteca Banco Popular ha
escogido para asociarse a la conmemoración centenaria de los
luctuosos acontecimientos, cuya ocurrencia no impidió que en el
mismo escenario surgiera próspera y bella, gracias a la tenacidad
de sus habitantes, la Cúcuta moderna.
Nació Febres-Cordero en San José de Cúcuta, en 1880. Rea­
lizó sus estudios en el Seminario de Nueva Pamplona, y dedicó
su vida prácticamente al servicio de su departamento, donde
desempeñó los cargos de Tesorero de la Compañía del Ferrocarril,
Secretario de Hacienda, Gobernador en dos oportunidades. Dipu­
tado a la Asamblea y Representante al Congreso Nacional.
Unió a sus dotes de historiador las no menos notables de
polemista, en las que se destacó por sus artículos en defensa de
las doctrinas de la iglesia católica desde diversos órganos perio­
dísticos, para algunos de los cuales empleó el seudónimo de
Zoila Rivera del Río.
Fue miembro de la Sociedad Bolivariana y correspondiente
de las Academias de Historia de Colombia y Venezuela, y entre
sus publicaciones más conocidas, juera de las que ahora reedita­
mos, se encuentran las monografías “La Pedagogía en Santander”,
“La Música en Santander’’, “El Cultivo de la Caña”, “El Fique”
y “Discursos y Poesías”.
Luis Febres-Cordero falleció en Cúcuta el 24 de junio de 1927.

Aun cuando en las líneas que preceden a la serie de artículos


que constituyen la presente obra el autor nos advierte que no
pretende hacer una historia propiamente dicha de la ciudad, sino
que son “datos y apuntamientos tomados aquí y allá , arrancados
unos a la tradición oral, copiados otros de la revisión de los docu­
mentos que pudo pesquisar mi empeño”, sí consiguió dejar en
ella un acopio de narraciones que nos presentan la fisonomía de
su suelo nativo. No es el fruto de un trabajo ininterrumpido, sino
más bien la recopilación de investigaciones efectuadas en diferen­
tes épocas a través de nueve años, conforme se lo permitían sus
quehaceres personales.
* * *

Reciba, pues, la renacida Perla del Norte, nuestro homenaje


cariñoso, expresado en el canto que salió de la pluma del mismo
Luis Febres-Cordero:
¡Del desorden naciste
Del suelo, sacudido en desconcierto;
De entre tus frías cenizas reviviste.
Nuevo Fénix que viste
Jardín pomposo el tétrico desierto!
LA DIRECCION
ADVERTENCIA

Desde que empecé a escribir estos artículos, hace nue­


ve años, fue mi intención ir paulatinamente acopiando
datos y noticias para la historia de la ciudad de Cúcuta,
que presentaba un noble y riquísimo venero de añoran­
zas, tanto más venerable cuanto más intacto había sido.
Fascinado, pues, por la belleza de nuestras tradiciones
y por su fragante virginidad, teniendo ante mi vista la
lujosa perspectiva de sus atavíos, y deseoso de descubrir
aquel filón, por nobie razón de amor que no por insen­
sata de orgullo me di a la tarea de la investigación his­
tórica, dedicándole por entero el perseverante esfuerzo
de mis modestas capacidades y las dilecciones de mi áni­
mo, en orden a su más armonizado desarrollo. Ni fue
óbice el que los primores del asunto pidieran pluma más
adiestrada en el arte de escribir, para suspender con te­
mor mi propósito; no: que yo no tengo ni tuve jamás
pretensiones de escritor, aunque sí aspiré, obligado por
una ardiente simpatía, a ofrecer a este suelo un haz
florido de reminiscencias, impregnado tan sólo del pro­
pio y natural aroma que de ellas se exhala. He aquí por
qué me decidí a coronar este anhelo: adeudado de cariño
hacia el caro ambiente de esta ciudad, que fue también
cuna y sepulcro de mis antepasados y centro donde fundó
mi padre el culto de sus amores, debía yo pagar con una
ofrenda significativa todo el calor de regazo materno
que ella me brindó. Son, pues, estas páginas un tributo
filial y han vivido dentro de mi alma una intensa vida
de simpatía.
Bien estaba ya que Cúcuta coleccionase y ostentase
con orgullo los genuinos timbres de su folk-lore: además
de contribuir a proclamar su nombre de ciudad tradicio­
nal —ahora que en el país entero ha tomado un lucido

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sesgo este género de estudios— entre las poblaciones del
Norte no debía ir en zaga de Pamplona y Ocaña, en don­
de la primogenitura de reliquias y cosas venerandas hizo
más abundantes y preciosos los recuerdos de su fisono­
mía antigua, que Cúcuta vio perder a pedazos en el trá ­
gico temblor del 75 *. Ya era tiempo de que los pocos
que se conservaban no naufragasen en culpable olvido:
y esta razón bien pudiera tomarse como principal para
excusar la publicación de estas páginas, sin hablar de
que, si es preciso hacer conocer la capital del departa­
mento por las cifras de la estadística, es también nece­
sario adornar aquellas con el perfume de las remem­
branzas que embellecieron el hogar común, no de otra
suerte que una novia acaudalada completa su ajuar
connubial con el atractivo de sus virtudes y las gracias
de su espiritualidad.
No estaría bien omitir en estas líneas mi voz de reco­
nocimiento a todas aquellas personas, que verbalmente
y por escrito me la brindaron de aliento. Lo que pueden
estas voces en una tarea, de índole trabajosa y ardua
* L a b ib lio g ra fía h istó ric a d el d e p a rta m e n to d e l N o rte d e S a n ta n ­
d e r n o es escasa, c o n fo rm e a l re c u e n to q u e se le e rá en se g u id a d e la s
o b ra s y estu d io s q u e conocem os:
L a R e la ció n te r r ito r ia l de la P ro v in c ia de P a m p lo n a, d el d o c to r J o a ­
q u ín C am ach o , p u b lic a d a (1808) e n el S e m an ario del N uevo R e in o de
G ra n a d a d e C ald as, y re p ro d u c id a e n la o b ra e d ita d a e n P a r ís e n 1849
con el m ism o títu lo ;
L os A p u n ta m ie n to s p a r a la H isto ria de la P ro v in c ia de P a m p lo n a
(1811 o 1812), d e l d o c to r F ra n c isc o S oto, p u b lic a d o s p o r p r im e ra vez, a
in ic ia tiv a d e l q u e e sc rib e esta s lín eas, e n El T ra b a jo d e e s ta c iu d a d e n
1908;
Los p ro c e re s p am p lo n eses (1850), re la to h istó ric o de d o n Is id ro V illa-
m izar, p u b lic a d o e n C olom bia I lu s tr a d a de B ogotá e n 1883;
L a o b ra PA M P L O N A . D escrip ció n . T ra d ic io n e s y L e y e n d a s. H isto ria,
d el sa b io sa c e rd o te H e n riq u e R o c h e ra u x (1911);
LOS G EN IT O R E S. N o ticias h is tó ric a s de la ciu d ad de O caña, o b ra
p o stu m a d el d o c to r A lejo A m ay a, e d ita d a e n la Im p re n ta d e l D e p a r ta ­
m e n to , p o r d isp o sició n d e la H. A sam b lea (1915);
L a h e rm o sa tra d ic ió n , m u c h a s v eces re p ro d u c id a , so b re la g u e r re ra
in d íg e n a Z u lia , n o m b re “ p o etizad o p o r el tra n s c u rs o de los sig lo s” , e s ­
c rita p o r d o n C a rlo s Já c o m e (1898);
Los D o cu m en to s h istó ric o s re la tiv o s a la fu n d a c ió n de S an Jo s é de
C ú cu ta, h a lla d o s y co m p ilad o s p o r e l su s c rito y p u b lic a d o s b a jo los
au sp icio s d e l H. C o n cejo M u n ic ip a l (1910);
L as m ú ltip le s y am e n a s C ró n icas C u c u te ñ a s de d o n J u lio P é r e z F.,
q u e p o r a n d a r d isp e rs a s en h o ja s e fím e ra s , re c la m a n y m e re c e n u n a
in te r e s a n te co m p ilació n ;
A lg u n a s b io g ra fía s y o p ú scu lo s d e l se ñ o r B . M atos H u rta d o , e n tr e
los cu a le s so n d ig n o s d e m en c ió n El G e n e ra l Jo s é V icen te G onzález

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como ésta, viene a ser para la perseverancia un alivio
y para la voluntad un agasajo. Suerte de fuerza renova­
dora, aviva el espíritu y le prepara a enaltecerse en
medio de las ásperas fatigas, porque todo estímulo es
un acto de caridad. Muchos respetables periódicos, algu­
nos de esta ciudad, y otros de Bogotá, Pamplona, Buca-
ramanga y de las capitales venezolanas de Maracaibo y
San Cristóbal, dieron generoso hospedaje a mis escritos,
aumentando su corto mérito con juicios benévolos. Quede
de ello constancia aquí, no a título de ufanía personal,
sino de obligante retribución de cortesía, gallardamente
usada en tales casos, y aquí, muy bien avenida por cierto
con mi propio sentir.
Lo que va a leerse no es una historia propiamente
dicha de la ciudad de San José de Cúcuta: son datos y
apuntamientos tomados aquí y allá, arrancados unos a
la tradición oral, copiados otros de la revisión de los
documentos y papeles viejos que pudo pesquizar mi em­
peño, consultados los más en autorizadas obras de his­
toria nacional. No he seguido en ellos un orden rigurosa-
(1910), El G e n e ra l A n z o á te g u i (1911), El D o cto r Jo sé G a b rie l P e ñ a y
V a le n c ia (1918) y C o n stitu c ió n d e P a m p lo n a (1915);
E l T e rrito rio d e S an F a u stin o , e r u d ita c o n fe re n c ia h is tó ric a d e l d o c to r
J o s é D. M onsalve, p u b lic a d a en el B o le tín d e H isto ria y A n tig ü e d a d e s
(1910);
E l o p ú sc u lo so b re M e rce d es A b reg o , co lecció n d e su s d if e re n te s b io ­
g ra fía s, q u e dio a lu z el a u to r de estos a p u n te s e n el C e n te n a rio d e la
M á rtir C u c u te ñ a (1913);
U n e s tu d io d e a c e n tu a d o m é r ito so b re E l C olegio de S an Jo s é de P a m ­
p lo n a , d e l d o c to r F ru c tu o so V. C a ld e ró n , p u b lic a d o e n El Im p u ls o r de
a q u e lla c iu d a d e n 1905 o 1906;
L a R e se ñ a H istó ric a d e la a p a ric ió n de N u e s tra S e ñ o ra d e la C o n c ep ­
ció n e n e l m o n te d e T o rc o ro m a e n O cañ a (1881), d e l s e ñ o r P b ro . J o a ­
q u ín G óm ez F a re lo ;
U n a m o n o g ra fía poco co n o cid a titu la d a G R A M A L O TE . M iscelán ea
(1893), d e l d o c to r R. O rd ó ñ ez Y., q u e c o n tie n e n o tic ia s h istó ric a s so b re
a q u e l m u n ic ip io y e l d e S a r d in a ta , e d ita d a e n B ogotá;
L a n a r ra c ió n d e s c rip tiv a q u e so b re e l d e A rb o le d a s e sc rib ió d o n A r tu ­
ro C ogollo y f u e p u b lic a d a e n u n se m a n a rio d e e s ta c iu d a d e n 1912;
Los T re s P rim o s (b io g ra fía s de S a n ta n d e r , F o rto u l y C o n ch a a d ic io ­
n a d a s co n c o rre sp o n d e n c ia d e los m ism os) d e l lib ro B io g ra fía s M ilitares
d e d o n Jo s é M a ría B a ra y a , p u b lic a c ió n a c o rd a d a (1910) p o r la J u n ta
p a tr ió tic a d e l R o sario , a in ic ia tiv a d e l s e ñ o r R a fa e l F e rn á n d e z N.
A to d o s los cu a le s d e b e n a g re g a rse : la o b r a a n u n c ia d a y co n o cid a y a
p o r alg u n o s ca p ítu lo s, d e l s e ñ o r B. M atos H u rta d o so b re A p u n ta m ie n to s
p a r a la H isto ria d e P a m p lo n a ; y la q u e tie n e e n p r e p a r a c ió n e l se ñ o r
J u s tin ia n o J . P á e z q u e lle v a p o r títu lo N o ticias h is tó ric a s de la ciu d a d
d e O cañ a, d esd e 1810 h a s ta la g u e r r a d e lo s tr e s años.
L . F -C .

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mente cronológico, por parecerme que este carácter de
circunspección y severidad en la narración histórica
concordaría bien con las aficiones de un erudito, pero
se aparta por completo de mi propósito, que no es el de
que mi libro figure en somnolienta expectativa de con­
sulta, dentro de los anaqueles de los estudiosos, sino
que vaya, de mano en mano, en las de mis coterráneos,
como un vade-mecum simpático, que les hable de las
cosas añejas de Cúcuta, con cariñosa familiaridad. Allí
encontrarán, pues, la cuna indígena de esta ciudad, su
civilizada fisonomía colonial, su apacible infancia y bu­
llicioso crecimiento, su concurso en la guerra de la inde­
pendencia, en una palabra, todo lo que nos fue prove­
choso y benéfico en el orden moral, político, económico
y social. Así, pues, en el plan genérico de esta obra, he
sacrificado la cronología a la monografía, aunque tam ­
poco aquella quedó desdeñada ni huérfana de dirección,
porque en cada uno de los asuntos tratados, se rindieron
prerrogativas a sus fueros así como también fue respe­
tada la matemática armonía de sus leyes.
Dicho está, pues, que estas páginas no fueron escritas
en el orden en que van publicadas: unas primero, otras
después, conforme lo permitía la naturaleza de mis que­
haceres personales, a menudo sufrieron correcciones y
rectificaciones, mil veces fueron interrumpidas y otras
tantas vueltas a reanudar. Se ha creído conveniente, en
consecuencia, que cada una de ellas lleve al pie la fecha
en que fue concluida, con lo que se quiere advertir, por
una parte, la garantía de su bautizo, y por otra, la defi­
ciente integridad de la narración, la cual, con el hallazgo
de un nuevo dato, es susceptible de admitir marginales
adiciones o apostillas.
Réstame advertir que estas páginas ven la luz por
unánime y generosa intervención de la H. Asamblea de
1915, la cual, por medio de la Ordenanza N9 37 ha queri­
do asociar mi nombre a un acto que me honra y enaltece.
Aun debiendo sancionarla con mi firma de gobernante,
me abstuve naturalmente de hacerlo, conforme lo exigía
una trivial delicadeza personal, no reñida con los mira­
mientos debidos al H. Cuerpo Legislativo Departamental.

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Ninguna frase de agresividad política m altrata la
serenidad de estos pensamientos. Como he escrito sobre
cosas que el sepulcro y el tiempo rodean de respeto, pasé
por ellas como un peregrino de la verdad histórica, sin
prevenciones en el alma y con veneración por lo que
visitaba. El que tenga prejuicios para leerme, déjelos
para ejercitarlos en oportunidad de combatiente: mi
trabajo no es crónica de pasión sectaria, sino libro de
contribución patriótica.
L. F.-C.
Cúcuta, 1917.

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EL SOLAR DEL ABORIGEN
I — POBLACION E INDUSTRIAS

La dilatada comarca bañada por los ríos Tarra, Sardi-


nata, Zulia, Catatumbo, Pamplonita y Táchira, ocupaba
los reales de la numerosa tribu de los Motilones, que se
distinguió al advenimiento de los conquistadores por el
temerario arrojo y porfiada resistencia con que defen­
dieron sus antiguos lares de la irrupción extranjera.
En este acogimiento altivo y enérgico que a los caste­
llanos hicieron los Motilones, se descubre la cualidad
más saliente de su fisonomía etnológica: un inapeable
espíritu de agresión, acompañado de extraordinaria au­
dacia y fiereza, de que también hacían derroche en sus
frecuentes guerras con las tribus vecinas. Para defender
con tan heroico ahínco el suelo que habitaban, se nece­
sita un concepto algo elevado del amor al solar nativo,
y la tribu de los Motilones mostróse ufana en exhibirlo
en sus peleas y acometimientos, acaso inspirado por la
disciplina de sus ritos, o por la agradecida memoria con
que miraban las proezas y hazañas de sus antiguos
capitanes.
Por mucho tiempo fueron estas comarcas objeto prefe­
rido del asalto de nuestros aborígenes: y tan repetidos
eran, que no pocas veces el agricultor abandonaba su
heredad, queriendo perder el fruto de su ímproba faena,
antes que soportar el sañudo ataque de la tribu destruc­
tora. Favorecían a ésta el número y su obstinación en
el combatir, su astucia en el guerrear y el odio a la raza
dominadora, transmitido de generación en generación,
como una consigna de su blasón histórico. Mas no se
crea que el campo de sus excursiones estuviese circuns­
crito al territorio que hoy forma la Provincia de Cúcuta;

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era por el contrario muy extenso y lo hacía aún más el
ensanche de sus conquistas y empresas bélicas: desde
estos valles que entonces regaba nuestro río con el nom­
bre indígena de Cúcuta, hasta los confines con los Cara-
tes y los Guajiros, hasta el corazón de las selvas donde
el Catatumbo derrocha el estrépito de su corriente, hasta
las risueñas orillas donde contempló el tranquilo Coqui-
vacoa sus gráciles piraguas, hasta allí y aún más se
extendía esa nación temible y opulenta en bizarría y
denuedo.
«Extiéndese tanto esta numerosa nación —dice un
escrito antiguo— que ocupa un vasto territorio de más
de trescientas leguas de circunferencia: estos bárbaros
hacen sus ordinarias correrías contra los Blancos, o Es­
pañoles, ya hacia la villa de Ocaña, en la Provincia de
Santa Marta o Cartagena, y ya en las inmediaciones
de Barinas, villas de San Cristóbal y La Grita, de la
Provincia de Maracaibo, haciendo las hostilidades que
son notorias en esta última Provincia en las haciendas
de cacao de Gibraltar y valles de Santa María y otros,
con muerte de muchos esclavos trabajadores, tanto, que
por no poder los amos reponerlos para el cultivo de sus
haciendas, se hallan ochenta y tres de éstas abandona­
das en sólo los valles de Gibraltar, Santa María y Río
Chama. Es esta Nación tan fiera e implacable contra los
Españoles, que lo mismo es verlos, que disparar contra
ellos una infinidad de flechas, como varias veces se ha
visto en diferentes comerciantes, que de la villa de Cú­
cuta, del Gobierno de Santa Fé de Bogotá, bajaban sus
cacaos por el río Zulia a la laguna de Maracaibo».1
Primitivamente parece haber tenido esta tribu el nom­
bre de Patajemenos, u otro tal vez, no conservado por
los historiadores de la conquista. El vocablo Motilón, de
pura cepa castellana, que se aplica a los que se rapan
la cabeza, ha sustituido fácilmente a la antigua deno­
minación que tuvieran, quizás porque en esta voz gené­
rica quisieron los misioneros agrupar con precisión losi)

i) In fo rm e r e fe re n te a la M isión de C a p u ch in o s de N a v a r r a e n M a­
ra c a ib o y los in d io s M o tilo n es, p o r el R. P . F ra y A n d ré s d e los A rcos,
S u p e rio r d e la m ism a. 1799. (V éase "D o cu m en to s p a r a la v id a d e l L i­
b e r ta d o r ” . T. I. P á g s. 458 y sig u ie n te s ).

16
numerosos núcleos indígenas de la comarca, que si no
del todo afines por su carácter, dialectos, ritos o costum­
bres, conservarían no obstante algún rasgo etnogénico
común, diferenciándose unos de otros con diversos ape­
llidos, según fuera el de la localidad que habitaban o el
del Cacique a que obedecían Es, por otra parte, curioso
el origen de esta designación:
«Los Caribes que habitan las serranías de Ocaña, son
llamados Motilones. Estos fueron conquistados en los
principios, y poblados en los llanos que llaman de La
Cruz y estuvieron sujetos a doctrina; pero habiendo en­
trado luego una general epidemia de viruelas en Ocaña,
acudían temerosos a su Cura, y éste los preparaba h a­
ciéndoles tomar baños y bebidas frescas para que mode­
rada su naturaleza cálida hiciesen las viruelas menos
efecto en ellos, y últimamente les hizo quitar el pelo,
para mayor desahogo de la cabeza. No bastaron estas
preparaciones, para que ellos se asegurasen, y cautelosa­
mente trataron de fuga. Hiciéronla todos una noche,
llevándose al monte violentamente al Cura, con sus or­
namentos y demás alhajas, dejando desierto el pueblo.
Seis meses estuvieron fugitivos, enviando sus explorado­
res de tiempo en tiempo a saber el estado de la epidemia,
y luego que se aseguraron de estar acabada, volvieron a
La Cruz y trajeron a su Cura. Los vecinos que veían pe­
lados a los exploradores, y después a los indios empeza­
ron a llamarlos Motilones. El Cura que no había retirá-
dose de muy buena gana, tuvo alguna desconfianza en
la perseverancia de sus feligreses, y sólo asistía entre
ellos a lo preciso, y así no se halló en el pueblo en otra
epidemia que hubo pocos años después: de cuya ida al
monte no volvieron más los indios a La Cruz, quedándose
alzados en la montaña. De esta raza proceden los Moti­
lones, y de este acaso se formó la etimología de su ape­
lativo, que así es la tradición, y por el mismo hecho se
conoce la verosimilitud que tiene, no porque permanez­
can pelados, sino porque lo estuvieron con aquel motivo
sus primeros ascendientes...» 1i)
i) D e la o b ra F lo re s ta de la S a n ta Ig lesia C a te d ra l de la c iu d a d de
S a n ta M a rta , p o r el A lfé re z Jo s é N icolás d e la R osa. 1756. C it. p o r do n
Jo rg e Isaac s e n su s “E stu d io s so b re los in d íg e n a s d e l M a g d a le n a ” .
P á g . 313.

17
Como en la mayor parte de las tribus, en la de los Mo­
tilones encontraron los conquistadores cierto grado de
civilización, que aunque pobre y mezquino, resulta un
tanto adelantado en relación con las demás tribus del
Nuevo Reino. Sin duda alguna, la tribu habitadora de
esta comarca recibió su escasa cultura de los Chitareros,
que habitaban las serranías de Pamplona, a quienes a su
turno había sido trasmitida por la vecindad reflectora
del poderoso Imperio de los Chibchas.
Fray Pedro Aguado refiere de los Chitareros: «Es toda
la gente de mediano cuerpo, bien ajustados y de color
como los demás indios; vístense de mantas como los del
Reino, aunque viven los más por valles que declinan más
a calientes que fríos; la gente pobre y que no hacían por
oro con tener en su tierra muchas minas y buenas que
después los españoles descubrieron, de donde se ha sacado
gran número de pesos de oro; los rescates de que estos
indios usan es algodón y bijá que es una semilla, de unos
árboles como granados, de la cual hacen un betún que
parece almagre o bermellón, con que se pintan los cuer­
pos y las mantas que traen vestidas; los mantenimientos
que tienen son maíz y panizo, yuca, batatas, raíces de
apio, fresóles, curies —que son unos animalejos como
muy grandes ratones— venados y conejos; las frutas son
curas, guayabas, piñas, caimitos, uvas silvestres como
las de España, guamas —que es una fruta larga así como
cañafístola— palmitos y miel de abejas criada en árbo­
les; las aves son pauríes, que son unas aves del tamaño
de pavas de España; hay también pavas de la tierra, que
son poco menores que los apuríes, papagayos, guacama­
yas de la suerte de papagayos».1
Es acertado creer que los Motilones tenían los mismos
alimentos y cultivaban los mismos frutos, algunas plan­
tas textiles como el fique, y además el cacao, cuyo uso
no era desconocido a la tribu de los Cúcutas. Ni tampoco
lo sería la apicultura, o mejor dicho, el suavísimo pro­
ducto que en el panal refinan las laboriosas abejas, pues
para nuestros aborígenes no era un arte el cultivo de
aquellas, sino que encontraban, cuidaban y comían la
miel a la ventura, en la misma primitiva forma en quei)
i) A g u ad o . R e co p ilació n H isto ria l. F ág . 317.

18
lo hacía el asceta bíblico en los desiertos del Jordán. Este
era su dulce, y debía de ser vianda regalada y deliciosa
ofrecida en jicaras de honor a los caciques en sus días
de fiestas y jaleos.
En las cercanías de San Cristóbal encontró el capitán
Juan Maldonado un pueblo de indios que llamaron de
las Auyamas, en obsequio a los frutos de que más se re­
vestían sus siembras. Al río Zulia lo denominaron los
soldados de Alonso Pérez río de las Batatas, por ser al­
gunas de sus márgenes abundantes en este tubérculo.1
Muchas poblaciones y bien aprovisionadas, de que no
poco se sorprendieron los españoles, había en estos con­
tornos, cuyos habitantes no siempre les fueron hostiles.
Diez leguas al N. O. del valle de Cúcuta, los soldados de
Tolosa «pretendiendo aliviarse del hambre en una aldea
que encontraron de hasta seis casas, llegando a ellas las
defendieron sus moradores, aunque pocos, tan valerosa­
mente, que no les fue a los nuestros posible entrarlas,
por la mucha flaqueza con que ya venían. Viendo esta
resistencia, dejaron la porfía de entrar en estos bohíos
y se volvieron a otro que estaba algo apartado y bien
proveído de maíz, carne de puerco asada en barbacoa
y algunas raíces, que debiera de ser almacén de la co­
munidad. Aquí fueron llegando algunos soldados, desli­
zándose sin orden de la pelea que traían con los indios,
porque el hambre no les daba lugar a reparar en los
inconvenientes y daños que se les podían seguir en estar
divididos y sin concierto de guerra; los indios, que se
hallaban con más bríos en ver que no los habían podido
desbaratar los Españoles, ni entrar sus casas, viendo el
desorden con que aquellos llegaban a aquella donde te­
nían sus comidas, que era lo que más les importaba,
desamparando el pueblo llegaron a dar sobre los solda­
dos que hallaron encarnizados en el pillaje del bohío,
con tanta furia que al primer encuentro mataron dos e
hirieron otros...» 12
Sus construcciones eran todas rudimentarias, las pri­
meras en que se amparó el hombre salvaje, estacas sem­
bradas en forma cuadrangular, sobre que se ponía un
1) S im ó n . T. I. P ág . 229.
2) S im ó n . T. I. P ág . 230.

19
techo cubierto de paja. En el valle de Cúcuta había algu­
nos de estos bohíos, y en Chinácota hallaron los soldados
de Pedro de Ursúa «un pueblo de más de setecientas ca­
sas de naturales» lo que indica cierto adelanto en la
vida social. 1
En cuanto a artes conocían la cerámica, la tejeduría,
la tintorería de telas burdas y la construcción de canoas
y piraguas.
En San Luis de Cúcuta, asiento verdadero de la tribu
de los Cúcutas, se han descubierto restos de cerámica y
argollas de oro. En el partido de «El Rosario» (jurisdic­
ción de Gramalote), diversos objetos de barro, de fabri­
cación indígena. En la región de la Petrólea, al occiden­
te de Puerto Villamizar, notable por las ricas fuentes de
aceite mineral que explota allí el señor Virgilio Barco,
se han adquirido algunos utensilios de piedra, como
hachas pequeñas, destinadas a usos domésticos, y un
poco más grandes, como apropiadas para el corte de
árboles.
En materia de armas usaban las tradicionales flechas,
entre las cuales se distinguían como muy mortíferas las
de los Chinatos, habitadores de la comarca de San Faus­
tino. «Las flechas que han usado dichos indios —dice
una antigua relación— han sido untadas con yerba tan
venenosa, que en llegando a hacer un rasguño con san­
gre, morían (los atacados) rabiando, sin que tuvieran
remedio, ni se hubiese hallado para la dicha yerba».
Las tribus que moraban hacia los confines de Ocaña
tejían también el algodón, como los Chitareros, con re­
lativa habilidad: «A más de los cuerpos (momias) se
hallan mantas y colchas de cama, tejidas de algodón,
enteras y sin lesión alguna, aptas todavía al servicio. De
éstas había una en cierta casa de Ocaña».12
El notable escritor coterráneo don Carlos Jácome, en
una bellísima tradición de nuestros antiguos lares, no
desapreciada en las crónicas nativas —refiriendo el viaje
del Cacique Guaimaral a los dominios del indio Cúcuta—
apunta el dato de que nuestros aborígenes navegaban el
1) A g u ad o . R ecop. H ist. P ág . 230.
2) L a P e r la d e A m é ric a d e l P . J u liá n . C it. p o r E. P o sa d a e n sus
A p o stillas. B. d e H. y A . V ol. V.

20
río Zulia en piraguas y canoas, navegación que aprendie­
ron de los indios Quiriquires, una de las muchas feroces
tribus que habitaban los contornos de la laguna de Ma-
racaibo, y que tenían algún comercio social con la de
los Motilones:
«Guaimaral era de origen goagiro. Hijo primogénito
del famoso Mara, que tenía bajo su dominio todas las
tribus que habitaban las poéticas orillas del lago de
Coquibacoa, hoy Maracaibo, repugnaba a su carácter
emprendedor y altivo la apacible tranquilidad de los
suyos y la vida muelle y perezosa que llevaba en sus po­
sesiones, sin empresa alguna de importancia en que
pudiera dar a conocer el alto temple de su alma. Pidió
y obtuvo el permiso de su padre para explorar las inmen­
sas montañas del sur del lago y los caudalosos ríos que
en él desembocan, y provisto de una piragua que hizo
construir según sus órdenes, se lanzó al centro de las
azules aguas, ávido de libertad y aspirando con delicia
el puro ambiente de aquella hermosísima región. Nave­
gando sin brújula y a merced del viento, dio con el delta
del sereno Catatumbo que remontó sin cuidado; y des­
pués de algunos días, entró al brazo de aquel río que
hoy se llama Zulia, luego que hubo devuelto la piragua
y tomado una canoa que le fue facilitada por la tribu
salvaje que habitaba la montaña. Esta tribu le dio infor­
mes acerca del indio Cúcuta, de su riqueza y de la belle­
za de sus dominios, y sin tener en cuenta las grandes
penalidades del viaje, Guaimaral continuó el suyo hacia
el sur, acompañado de dos de los cuatro esclavos que
había traído consigo. De este modo llegó a la presencia
del Cacique, quien lo recibió con agasajo...» 1
He aquí los escasísimos datos que hemos podido reco­
pilar acerca de la industria de nuestros aborígenes. Ha
habido un lamentable descuido por parte de las autori­
dades y de nuestros antepasados en no conservar cier­
tos objetos, fabricados por los indios de esta comarca,
que hoy figurarían con honor en cualquiera de nuestros
museos. Aún hoy mismo, muy pocos se dan cuenta entre
nosotros del valor histórico que presenta una vasija de
barro, por ejemplo, laborada por nuestras tribus remo-i)
i) Z u lia (T ra d ic ió n C u c u te ñ a ). R ep. Col. Vol. 8.

21
ta s : esa arcilla está amasada por la industria de nuestros
prehistóricos artífices, y al mismo tiempo que representa
el sudor de un pueblo cuasi-anónimo y salvaje, evoca las
humildes glorias de una civilización rudimentaria, es­
condida en pretéritos sepulcros, pero noblemente acata­
da por el actual progreso de la ciencia.

II — RELIGION E IDOLOS

Los Motilones tenían también algunas prácticas ido­


látricas, del mismo modo que los Chitareros. Poseían
vaga noción acerca de un principio creador general, se­
gún puede inferirse de un ídolo hallado, representativo
de la Autoridad Suprema, así como del vocablo Maruta,
con que en su lengua designan a un Dios Omnipotente.
Los Chitareros, refiere Aguado, «tienen sus santeros
o mohanes que hablan con el demonio, el cual les hace
entender que él hace llover, entre los cuales hay uno
que es principal, y éste es un Capitán del pueblo llamado
Cirivita, que los españoles llaman Hontibón por la simi­
litud que tiene a un pueblo de indios moscas (Muiscas)
que está a legua y media de la ciudad de Santa Fe del
Nuevo Reino de Granada de este nombre; este santero
les hace entender que habla con su Dios falso, y les dice
lo que les ha de suceder, y a éste veneran y ofrecen sus
ofrendas. Es gente que no sabe guardar nada, porque
en cogiendo sus labranzas se convidan unos a otros y
en bebida y comida lo gastan todo sin dejar nada; sus
cantos y borracheras y entierros son como los de los
indios moscas; son muy grandes herbolarios y así se
matan unos a otros muy fácilmente y con poca ocasión».1
El culto y la veneración por los muertos demuestran
sus costumbres religiosas. Enterraban los cadáveres,
aprovisionándolos como para un largo viaje, poniéndoles
una olleta llena probablemente de su licor favorito de
maíz, y otros menesteres de su rústica haciendilla. Esta
costumbre, seguida asimismo por otras tribus, revela
que inconscientemente creían en la inmortalidad del
alma. Poseían cementerios, a juzgar por las diversas osa-
j.) A g u ad o . R e co p ila ció n H isto ria l. P á g . 318.

22
mentas encontradas en los caseríos del Escobal y Agua-
Sucia, y momias halladas dentro de curiosas cavernas
en las poblaciones de Bochalema y Gramalote.
De este último lugar dice el inteligente escritor doctor
Samuel Darío Maldonado, en un reciente opúsculo en
que trata puntos de antropología venezolana: «La capa­
cidad craneana por su pequeñez, tipo de ciertas razas,
Broquimanes, Andamanes, la confirmamos en los Tune­
bos, habitadores de la Sierra de la Salina de Chita, en
Colombia, y vecinos nuestros. Como en aquellos la cabeza
está en relación con la talla. Y por excavaciones practi­
cadas exprofeso o accidentalmente, sé de cráneos muy
chicos, extraídos en la vecindad de Gramalote, en la
misma República, y que remontan a tiempos coloniales
o precolombinos».1
El autor de estos apuntes vio en la hacienda de Iscalá
(Chinácota), un cráneo perfectamente conservado, no
de reducido diámetro, prominente la región frontal,
desenterrado en una loma de difícil ascenso cercana a
dicha hacienda, de un lugar que por lo profundo y es­
condido, pudo ser osario o cementerio de indígenas.
Con ocasión de practicar excavaciones para construir
una casa en 1894, en un cerro llamado La Defensa, al
Poniente de Arboledas, se encontraron gran número de
fosas, cerca de doscientas, que contenían esqueletos y
huesos indígenas. Había dentro de estas sepulturas va­
rias vasijas y utensilios de barro, que se rompían o des­
hacían al menor esfuerzo a causa de su antigüedad y
en una de ellas, probablemente tumba de algún mohán,
se halló en buen estado de conservación una figura hu­
mana de barro, de veinte centímetros de alto, que des­
graciadamente desapareció o fue arrojada al acaso por
la ignorancia de los excavadores. Concuerda esta noticia
con lo que refiere la tradición acerca de la tierra que
gobernó el indio Ciñera, que era una de las más pobla­
das y adelantadas de esta comarca.
Conocieron los Motilones el procedimiento de los Chib-
chas para embalsamar los cadáveres, y seguramente lo
aplicaban con sus muertos distinguidos. Son curiosas lasi)
i) S a m u e l D a río M ald o n ad o . Al m a rg e n de u n lib ro .

23
noticias que da el P. Julián acerca de este punto: «En
una de las selvas que rodean la ciudad de Ocaña hay
ciertas cavernas donde se hallan indios muertos sin
corrupción alguna; de suerte que si por accidente se h a ­
llaran por acá en una sepultura o mausoleo, se dudara
si eran cuerpos santos e incorruptos».
El mismo autor refiere que el Virrey Messia de la Zer-
da hizo llevar a su palacio de Santa Fe una momia h a­
llada en las inmediaciones de Ocaña, y la describe así:
«Entre otras cosas curiosas se mostraba en palacio esta
alhaja muerta. Era un indio según la traza y fisonomía;
ni estaba derecho en pie, ni tampoco echado, sino como
decimos, en cuclillas, abrazando con las manos cruzadas
las piernas hacia las rodillas, y tenía una mortal herida
de espada o sable en el cuello. No echaba mal olor, era
un cuerpo disecado y sin jugo, ni era tampoco petrifica­
do, como se ven árboles petrificados en los llanos de
Neiva, en el Nuevo Reino; mas parecía leñificada, por­
que se parecía a un leño sin corteza, dejado por muchos
años en el suelo al sol y al sereno Los médicos de Su
Excelencia, según su facultad llamaban Carne Momia,
y así quedó en Palacio por entonces; no sé si después fue
transferido a España por cosa rara y particular».1
Acaso esta momia fue el cadáver de algún guerrero
de la tribu de los Carates o Motilones, muerto en uno
de los combates con Alfínger; así parece indicarlo la he­
rida de espada o sable que tenía en el cuello, y consta
por otra parte el honor con que estos indios sepultaban
a sus muertos ilustres.
En materia de ídolos Motilones, nos ha dejado Ancízar
una descripción completa de uno con que tropezó este
ilustre viajero en el páramo de Potrero-Grande, poco
distante del pueblo de San Pedro:
«Entre los nichos y anchas quiebras de las rocas se
hallan esqueletos antiguos, restos de los indios Motilones.
Los cráneos de hombre presentan la frente comprimida
y plana, predominando las prominencias correspondien­
tes a los órganos de la industria, el orgullo y las pasiones
físicas: era manifiesto que había sido achatada por me-
1) “ L a P e r la d e A m é ric a ” . C it. de E. P o sad a .

24
dios mecánicos, pues las suturas laterales se veían tras­
tornadas en parte. La costumbre de achatarse así la
cabeza caracterizaba peculiarmente a los indios Caribes,
moradores del Orinoco en las cercanías del mar. ¿La
recibirían de ellos por raza o por tradición los Motilones,
tribu pusilánime avecindada en lo interior de los Andes
Granadinos?
«Un ídolo de barro cocido, hallado en estos sepulcros,
representa el tipo de la belleza ideal motilona: frente
plana, erecta y menguada; ojos saltones; gran nariz
reposando en la boca de pródigas dimensiones e intacha­
ble gravedad; y el cuerpo en actitud de inmovilidad sen­
tado sobre los talones, como lo hacen todavía los indios
de la cordillera; nada de vestiduras salvo una m itra cua­
drada de la cual descienden hasta los hombros dos grue­
sas borlas, símbolo de la autoridad y nobleza que lleva­
ban también los Caciques de primera categoría».1
En el Olimpo de los Chibchas figura como principio
eterno de las cosas un Dios llamado Chiminingagua, que
esparce la luz en el espacio y reviste de follaje los árbo­
les y de verdor y lozanía los prados. Quién sabe si el ídolo
descrito por Ancízar sería el Chiminingagua de los Mo­
tilones, a juzgar por las insignias de mando y de poder
de que estaba revestido, o tal vez fuese ese tradicional
Maruta, el más bello en su concepto, grave e inmóvil
como el senador de Roma que estropeó el soldado galo,
tranquilo en su soberanía universal, pero cuyos atributos
se esconden en el impenetrable velo que rodea aquella
rudimentaria teogonia.

III — IDIOMA
No podemos medir la cultura de los indios Motilones
al tiempo de la Conquista, porque las pocas voces que
conocemos de su idioma fueron coleccionadas el año de
1882, es decir, tres siglos después de desalojada la tribu
de su antiguo solar, tiempo más que suficiente para mu­
dar, corromper y aun hacer desaparecer una lengua
inculta y no sujeta a preceptos ni reglas de ninguna
clase.i)
i) P e re g rin a c ió n d e A lp h a.

25
Esas pocas voces las debemos al distinguido literato e
investigador don Jorge Isaacs, que en dicho año em­
prendió una excursión científica hacia la península de
la Goajira y Sierra de Motilones, como resultado de la
cual presentó a la nación su interesante libro Estudio
sobre las tribus indígenas del Estado del Magdalena, an­
tes Provincia de Santa Marta.
Mas no es el que recogió Isaacs el único catálogo de
vocablos que de aquel lenguaje existe: en la Biblioteca
Nacional de Caracas hállase un manuscrito original de
15 páginas titulado Vocabulario de algunas voces de la
lengua de los Indios Motilones que habitaron los montes
de las Provincias de Santa Marta y Maracaibo, con su
explicación en nuestro idioma castellano, por Fray Fran­
cisco de Cartarroya. Año de 1738.1 Aun es de creerse que
hacia esta época se escribieron otros opúsculos sobre el
mismo idioma, pues los trabajos de los misioneros no
sólo les imponían el empeño de cultivar la lengua de sus
oyentes, sino les llevaban también a merecer el título
de lenguaraces, con que se denominaba a los entendidos
en dialectos indígenas.
Es fundado asegurar que el vocabulario que formó
Isaacs tiene desemejanzas con la lengua en que canta­
ron sus victorias los primitivos habitadores de esta re­
gión. El mismo cree que la hablada por los Motilones de
Colombia difiere de la de los de Venezuela, a pesar de
que tal diferencia puede ser originada solamente por el
transcurso de los siglos, que si modifican un idioma cul­
to, eliminan y destruyen uno bárbaro y rudimentario.
Don Aristides Rojas que probablemente consultó el
opúsculo del P. Cartarroya habla de que «Los Motilones,
pueblo nómada, inconstante y feroz, llamaron al agua
chimara».2 El escritor colombiano apunta: «Según se ve
en la muestra del lenguaje de los indios Motilones...
kunasiase es el nombre que dan al agua; y tratándose
de un vocablo de muy difícil alteración por su uso fre­
cuente, aserto abonado por las sabias observaciones del
señor R ojas... es de suponer que hay diferencias nota­
bles de origen e idioma entre la tribu de los Motilones12
1) O b ras d e A ristid e s R ojas. L ite r a tu r a de las le n g u a s in d íg e n a s de
V en ezu ela.
2 ) Id em . L as R a d ic ales d e l A g u a en las len g u a s A m e ric a n a s.

26
que habita territorio de Venezuela, y la que tiene el mis­
mo nombre entre nosotros, muy temida desde 1846 en
el Valle Dupar. Estos son evidentemente mezcla o con­
junto de Tupes, Itotos, Yukures y acaso también de
Akanayutos...» 1
Esta observación está reforzada por el mismo Isaacs
en la analogía que encuentra en la palabra Maruta,
nombre de Dios en lengua motilona y en la de los Tupes
y Yukures, con otras que llevan la misma radical en tri­
bus vecinas. «Mereigua es el nombre con que los goajiros
designan a Dios, mejor dicho, al no engendrado, fuerza
inmaterial, dueño de la creación. Los Chimilas lo llaman
Marayajna y los Tupes y Yukures Maruta. No es, a buen
seguro, casual la común raíz Mar en las tres denomina­
ciones o palabras».12
El P. Fray Andrés de los Arcos, en documento ya men­
cionado, juzgaba de difícil aprendizaje el idioma de los
Motilones, por su ninguna analogía con el de las tribus
vecinas, como se ve en el siguiente pasaje en que pide
una escolta para apoyar la misión: «... finalmente, se­
ñor, sin la referida escolta parece moralmente imposible
plantar la fe en esta dilatada nación; porque como la
fe ha de entrar por el oído, y el idioma de los Motilones
es totalmente distinto de el de nuestros catecúmenos,
según que estos últimos han observado en algunos reen­
cuentros que con aquellos han tenido, no podrán los
misioneros aprenderla, ínterin que con el resguardo de
la escolta, no se establezcan en su territorio».
Pero si el idioma de nuestros aborígenes, de los que
pusieron nombre al río Zulia y surcaron sus aguas en
rápidas canoas, era entonces áspero y carente de simpa­
tía vocal con el de tribus cercanas, es ahora —a juzgar
por la muestra que presenta Isaacs— bárbaramente des­
aliñado y en extremo pobre. Carece de las consonantes
f, j, 1, 11, y en contadas palabras suele encontrarse la d.
Tampoco hay combinaciones de licuante y líquida. Es
notable su escasez de verbos y adjetivos. No tiene sino
un pronombre personal Aur (yo) y su correlativo pose­
sivo Burisa (mió).
1) Jo rg e Isaacs, O b r. C it.
2) Ib id em .

27
Contra estas deficiencias encontramos que la forma
del superlativo en los calificativos y adverbios atiende
a la lógica.
Apira — grande (o muy).
Apiraná — muy grande.
Panapé — lejos.
Apira-panapé —muy lejos.
Penacho significa Mañana y Kosarkó el numeral Dos
para formar bellamente con tales palabras el adverbio
kosarko-penacho, que vale «Pasado mañana o Dentro de
dos mañanas». De la misma manera Güicho, equivalente
de Sol y Manogüicho de Ahora, como si se dijera, «En
este Sol».
No pasan de ocho las palabras cultas que trae el voca­
bulario: Güesta (fuego); Kishire (amor); Maruta (Dios);
Esórano (enemigo); Yákano (hombre); Esate (mujer);
Tama (muchacho); Kampisike (chicuelo). Otras hay que
pregonan a grito entero su etimología castellana: mora
(muía), baka (vaca), borico (burro), kabayú (caballo),
karune (carne), maizá (maíz, voz haitiana), y perusike,
(perro), a las cuales se puede agregar la onomatopéyica
pun (fusil). Seguramente nuestros aborígenes no pudie­
ron conocer estas palabras, no conociendo los objetos
que ellas representaban.
Su numeración llega sólo a la veintena, siendo de ad­
vertir que los numerales diez y veinte se traducen res­
pectivamente por las manos, y las manos y los pies. Los
dedos del cuerpo humano sirvieron a todos los pueblos
para iniciar su aritmética. He aquí la de los Motilones:
Tukumarkó Uno.
Kosarkó Dos.
Koserarkó Tres.
Kosajtaka Cuatro.
Omasé-kosajtaka Cinco.
Omasé Diez (manos).
Omasé-pisá Veinte (manos y pies)
Su cómputo del tiempo lo podemos deducir de las vo­
ces Güicho (sol) y Kuna (luna). Así hemos visto que
mano-güicho traduce Ahora, o más fielmente Este sol.

28
Las dos voces Apiraná-kuna significan Luna muy gran­
de, o Plenilunio, y Kampicike-kuna es el equivalente de
Luna chica o menguante. A esas tres voces llega la sim­
plicidad de su calendario.
Incrustadas como joyas de buen precio, en el vocabu­
lario del explorador colombiano, citaremos, en conclu­
sión, dos frases de acentuada simpatía: Anírano esate
burisa, literalmente, «excelente mujer mía»; libremente,
«te quiero para mi mujer». El verbo querer está sustituido
por el adjetivo excelente, que no puede menos que apli­
carse a una cosa que se estima. Apira kuna mano güicho,
significa «la gran luna como este sol», es decir, «la luna
brilla como el sol». El término de comparación es el As­
tro del día, cuya principal cualidad es la brillantez. Des­
cúbrese, pues, muy natural la elipsis, o mejor dicho, la
falta en el idioma del verbo brillar.
Entre esas dos frases, si se quiere inelegantes, pero
ingenuamente hermosas, está limitado el corto vuelo de
su poesía.
IV — LA REDUCCION
Entre los conquistadores que acometieron la empresa
del sometimiento de los Motilones, se cuenta en primer
término el capitán Francisco Fernández, vecino de Pam­
plona, que en el año de 1566 expedicionó por las tierras
que habitaban, teniendo algunos encuentros reñidos con
varias parcialidades indígenas —Orotomos, Carates, Pa­
lenques, Motilones— hasta el año de 1572, en que como
coronamiento y cima de su empresa, fundó la ciudad de
Ocaña, nombre que prevaleció sobre el de Santa Ana,
primero de la localidad.1
También en 1583 Alonso Esteban Ranjel, fundador de
Salazar y Maese de Campo del Gobernador de la Grita,
Francisco de Cázares, comisionado para su pacificación,
persiguió a los Quiriquíes y Motilones y allanó el paso
de las minas de oro de la boca del Güira. Tal parece que
la tribu, vencida por la superioridad de las armas, pero
llevando en el alma el odio a la raza invasora, se refugió
en las selvas del Catatumbo y del Zulia, invocando tal i)
i) S im ó n . T. 39. P á g . 244.

29
vez en estos nombres, demanda de protección y auxilio
a antiguos guerreros que los habían llevado. Después de
Alonso Ranjel, el desfile de nuestros conquistadores no
es numeroso: a principios del siglo XVII cesa el período
de la Conquista propiamente dicha y empieza el que pu­
diéramos llamar de la Reducción, cuando ya había cal­
mado un tanto la fiebre de las minas y mitigádose con
ello el pábulo de la codicia.
Los Motilones permanecían irreductos: no habían ad­
mitido la nueva civilización, y el eco de ella llegaba a sus
ignotas viviendas como un poema de épica violencia y
turbulenta ferocidad. Fray Pedro Simón, que historia
en 1626 habla de la tribu de los Palenques, llamada de
modo tal «por tener de éstos, cercados sus pueblos en
defensa de las continuas guerras que traían con los Mo­
tilones, gente belicosa, en la culata de la laguna de Ma-
racaibo, a la boca del río Zulia, que hoy están sin con­
quistar». 1
Se necesitó casi un siglo para que otro hombre atrevi­
do, Antonio Jimeno de los Ríos, en 1648, viniese a pacifi­
car las parcialidades de los Chinatos y Lobateras de la
nación de Motilones: larga y cruenta fue esta guerra,
que el castellano, puntilloso aunque de letras escaso,
sostuvo contra los indígenas durante varios años, hasta
el de 1662, en que fundó el pueblo de San Faustino, con
el apellido de los Ríos, por la casual coincidencia de que
allí ya es uno solo el volumen de aguas del Táchira y
del Pamplonita, lo que le favoreció para perpetuar así
su nombre en el de la empresa a que consagró sus fuerzas.
El Padre Alonso de Zamora 12 da algunos detalles acer­
ca de la fundación de San Faustino y del carácter del
capitán, a quien nombra Antonio de los Ríos Jimeno:
«Intentó remediar este daño (el de la constante obstruc­
ción de los indios en la navegación del río Zulia) el ca­
pitán Antonio de los Ríos Jimeno, natural de Jerez de
la Frontera, y capituló su conquista con el Marqués
de Miranda, Presidente de este Reino, que se la concedió
1) S im ó n . T. 39 P ág . 244.
2) H isto ria d e la P ro v in c ia de S an to D om ingo e n el N u ev o R eino de
G ra n a d a . (L ib ro V. P á g . 481). C itas d e l d o c to r J . D. M o n salv e e n su
C o n fe re n c ia El T e rr ito rio de S an F a u stin o . (V éase B. d e H . y A. T om o
V I, P ág . 434 y sig u ie n te s ).

30
con las Capitulaciones ordinarias y premios que se ofre­
cen a los conquistadores. Diéronle provisiones para que
el Gobernador de Mérida y Justicias de Pamplona ayu­
daran a la empresa. Juntó gente de milicia por todos
aquellos contornos, y pidió al Padre Fray Pedro Saldaña,
Prior y Vicario General del Convento de Pamplona, que
le diese un religioso para Capellán de la Conquista. Y
el Padre Fray Luis Salgado, hijo de nuestro Convento de
la ciudad de Tunja y Conventual del de Pamplona, de­
seoso de reducir aquellas naciones a la fe católica, le
ofreció el ministerio de Capellán y salió en compañía
del capitán y soldados el año de 1648.
«Llegaron a los confines de los Chinatos, a que salieron
tan animosos y valientes, que duró ocho años la con­
quista. Perseveraron obstinados en su defensa, porque
les entraba socorro de otras naciones que habían con­
vocado, ocurriendo hasta los Cocinas, aun estando tan
apartados que confinan con la laguna de Maracaibo por
la parte del Río de la Hacha y Santa Marta. El capitán,
sin desistir de su empeño, en que murieron muchos de
los primeros soldados del veneno de las flechas y de fríos
y de calenturas, enfermedad inevitable entre aquellos
montes, con el socorro de nuevas milicias que le entra­
ban de las ciudades circunvecinas, rindió a los más indios
Chinatos y Lobateras, que dieron obediencia a nues­
tros reyes».
Con esta fundación abatióse y sosegóse un poco el es­
píritu de la indomeñable tribu, que entonces fue olvidada
de nuestros gobernantes, a quienes otras empresas igual­
mente atrevidas y urgentes reclamaban su actividad y
servicios.
Es sólo en el siglo XVIII cuando la conquista de los
Motilones es materia de porfiada preocupación para los
virreyes. A principios de esta centuria organizóse «a car­
go de Machín Barrena una expedición contra los Moti­
lones para poner término a sus depredaciones y dar
seguridad al comercio. Fue ejecutada en parte esta ope­
ración, saliendo al efecto un cuerpo de tropa de cada
una de las ciudades de Salazar, San Faustino y Mérida.
Faltó el cuarto que debía salir de Ocaña, porque el Go-

31
bernador de Santa Marta no le suministró municiones;
y a causa de esta omisión, escapáronse por allí los Mo­
tilones, perseguidos por las fuerzas de las ciudades refe­
ridas, lo cual dejó incompleto el resultado de la expe­
dición». 1
En tiempo del Virrey Solís (1753) se intentó otra
campaña contra los Motilones, bajo la dirección de don
Francisco Ugarte, Gobernador de Maracaibo, a cuyos gas­
tos ofreció concurrir la Compañía Guipuzcoana de Ca­
racas; mas no pasó de un simple proyecto: « ...h a sta
hoy no ha habido resolución, aunque sobre los daños que
causan estos bárbaros se han hecho algunos informes a
la Corte. Y en ínterin está dada la providencia de que
en los lugares principales de aquella Provincia (Mara­
caibo) se hagan, con los esclavos y gente de servicio de
los hacendados, las rondas que antiguamente se practi­
caban Estas mismas rondas están mandadas hacer en
el Gobierno de San Faustino, que también sufre graves
perjuicios de estos bárbaros, y para ellas se hicieron lle­
var allí de Maracaibo algunas armas. Al valle de Cúcuta,
bajo de ciertas Capitulaciones, también se le ha conce­
dido hacer sus entradas y correrías contra estos mismos
indios, y se le han librado todos los auxilios que ha
pedido».12
Lo que más exasperaba a los habitantes de estos valles
era el que los indios habían tomado ahora la ofensiva,
hostilizando a los viajeros y estorbando el comercio entre
Maracaibo y San Faustino, aliados con otras parcialida­
des. Para 1760 escribía el Virrey Messía de la Zerda,
sucesor de Solís: «Estos mismos (los Goajiros) comuni­
cándose la Sierra y tierra que poseen con las que ocupa
la nación de Indios Motilones, por todo lo que inundan
los ríos nombrados Mucuchíes y San Faustino, hasta el
valle de Cúcuta, ocasionan graves daños, por ser aquella
montaña, llamada Bailadores, tránsito preciso para Ba-
rinas, Maracaibo y demás lugares a donde nadie puede
trasportarse sin notoria incomodidad, pues tanto nave-
1) A. C lav ijo D u rá n . A b o ríg en es de S a n ta n d e r. (R ev ista L ite r a r ia de
L a v e rd e A m ay a. T. 49 P ág . 41).
2 ) R e la ció n d e m a n d o del V irre y Solís. D o cu m en to s p a ra la v id a p u ­
b lic a d e l L ib e rta d o r. T. 49 P ág . 173.

32
gando el río San Faustino, como atravesando el monte,
se requiere la prevención de armas y escolta que resista
a los Motilones que suelen asaltar y quitar la vida y h a ­
ciendas a los pasajeros; embarazando también el cultivo
de los cacaos de cuyo fruto es fértilísimo el terreno,
sobre cuyo daño se aumenta a Maracaibo el que padece
en su distrito e inmediaciones».1
Durante la administración del Virrey don Manuel Gui-
rior (1763-1776) se emprendió la reducción de los Moti­
lones bajo bases más firmes y formales. Don Sebastián
Guillén, hombre que había vivido entre los indígenas,
baquiano experimentado de sus viviendas y gran cono­
cedor de sus costumbres y carácter, se dirigió a Santa
Fe, acompañado del P. Capuchino Fray Fidel Rodas,
con el designio de alcanzar el apoyo oficial para su em­
presa. Ya por este tiempo la nómada tribu se manifes­
taba dispuesta con docilidad a cambiar sus hábitos sal­
vajes por los civilizados; Guillén habló ante el Virrey:
«de las buenas disposiciones de los indios Motilones, que
lejos de oponerse apetecían la amistad, deseaban abrazar
la verdadera religión y ofrecían poblarse, facilitándoseles
los medios conducentes, prometiendo entre tanto no cau­
sar hostilidad alguna, como lo verificaron, saliendo fre­
cuentemente de paz a nuestras poblaciones, donde se les
ha recibido bien y regalado lo más que apetecen».12
Gustó al Virrey la empresa y le dedicó una calurosa
protección: acopió fondos para ella, logrando reunir la
suma de trece mil pesos, así: ocho mil de la Renta de
Salinas de Zipaquirá, tres mil que donaba el Gobierno
Eclesiástico de Santa Fe y dos mil que el mismo Virrey
ofrecía de su propia renta con loable generosidad. Poco
tiempo después se erogaron otros cuatro mil pesos, y
todo este ingente caudal fue invertido en la pacificación
de los Indios Motilones, que en efecto, alcanzó entonces
un éxito verdaderamente asombroso. Se fundaron algu­
nos pueblos, se les enseñó a construir habitaciones y a
cultivar con provecho sus plantaciones y sembrados,
para lo cual se ayudaban con la distribución de herra-
1) R elació n d e m a n d o del V irre y M essía de la Z e rd a . O br. y Vol.
C it. P ág . 189.
2 ) R elació n cíe m a n d o d el V irre y G u irio r. O b r. y Vol. C it. P á g . 230.

33
mientas e instrumentos de labranza. Esta largueza del
Fisco, aprobada y celebrada por el Rey en Cédula fecha­
da en Aranjuez a 29 de junio de 1775, es motivo a pensar
que en tiempo de la Colonia se fomentaba con buen su­
ceso el progreso del país, no como quieren otros que, al
mirar hacia atrás, sólo descubren en su miopía histórica
el peso oprobioso de la servidumbre y de la tiranía.
Hay más: el Rey ordenaba en el documento citado que
la recaudación de un antiguo impuesto se aplicase en
beneficio de la reducción: «.. .he resuelto que para pro­
seguir la pacificación, reducción y población de los In ­
dios Motilones, se continúe la exacción de medio real
sobre cada millar de cacao que se extraiga de la provin­
cia de Maracaibo».1 Equivalía dicho impuesto a tres
pesos fuertes en oro por cada carga de 240 libras, lo cual
ocasionaba un ingreso considerable, atendidas las vastas
exportaciones de cacao de la época.
Se le despachó a Guillén alguna tropa de Maracaibo,
y diose a la expedición con el título de Capitán Coman­
dante de ella, en compañía de don Alberto Gutiérrez, y
de un indio motilón, a quien aquel había atraído al co­
mercio civilizado, que llevaba las funciones de intérpre­
te. Llamábase este indio Sebastián, en recuerdo de su
protector y fue halagado con el nombramiento de Capi­
tán, gozando de la asignación correspondiente.
«Con fecha 24 de julio del mismo año (1774) —escribe
el Virrey— me dio cuenta el citado Guillén con diario
de lo que había practicado, penetrando por las monta­
ñas y afianzando la amistad de los indios hasta quedar
todos reducidos y concluida la pacificación de la nación
motilona con servicio de ambas Majestades, sin restar
otra cosa que su reducción a pueblos. La misma noticia
acordemente dieron algunos curas, y los dos Cabildos
de las dos ciudades de Mérida y la Grita, asegurando el
universal beneficio que lograban los vecindarios y trafi­
cantes de aquellas provincias, libres de los insultos que
antes sufrían y tributando gracias por ello».
Algunos años llevaba ya Guillén en su patriótica em­
presa.. cuando un accidente inesperado, la trágica muer-i)
i) G ro o t T. 29 V éase el A p én d ice. N9 23.

34
te del Oficial Real de Maracaibo, don José Armesta,
cambió las cosas en sentido adverso. Don Sebastián Gui-
llén fue complicado en ese asesinato como aconsejador
o instigador de él, y consecuentemente, reducido a
prisión.
Ciérrase, pues, con este drama sangriento, la antigua
pacificación de los indios Motilones, que en el decurso
de poco tiempo, abandonaron los fundados caseríos y
recuperaron nuevamente la pompa florestal de sus
guaridas.
V — LAS MISIONES

Los dominicanos, que fundaron en 1563 un convento


en Pamplona, son los primeros misioneros con quienes
tropieza la historia de la reducción de nuestros aborí­
genes. Hacia este tiempo el Prior de aquel convento Fray
Antonio de la Peña ordenó a los religiosos la catequiza-
ción y enseñanza de indígenas y partieron en efecto,
entre otros, Fray Juan de Aliaga a la tribu de los Capa­
chos y Fray Francisco Cabeza a la de los Chinácotas y
Ravichas. Esta misión fue frecuentemente interrumpida
a largos intervalos, por las dificultades consiguientes:
pasa en silencio en nuestros anales durante un siglo,
hasta la época de la fundación de San Faustino, en que
la vemos formalmente establecida en toda esa comarca.
En 1661 el Padre Fray Esteban Santos, Superior General
de la Orden en el Nuevo Reino, visitó todos sus estable­
cimientos en las provincias de Ocaña y Pamplona, y en­
contró ya el proyecto de la nueva población de San
Faustino, donde principalmente se detuvo por las perse­
verantes reducciones de los indios Chinatos, a cargo de
los Padres Dominicanos.1
Uno de los misioneros que por su espíritu de abnega­
ción y sacrificio más se distinguieron en esta última re­
gión, fue el Padre Fray Luis Salgado, de aquella Orden,
que acompañó al fundador de San Faustino en sus fre­
cuentes y heroicas excursiones para reducir a los indios
Chinatos. Su cofrade, el historiador Zamora, le dedica
unas líneas justicieras:i)
i) G ro o t. T. 19 P ág s. 140 y 354.

35
«En todos los años que duró la Conquista no la desam­
paró el Padre Fray Luis Salgado, aunque padeció gran­
des trabajos y enfermedades, sin faltar a decirles misa,
confesar a los soldados y enterrar a los muertos...
«Repetidas veces significó a los Padres Provinciales el
Padre Fray Luis Salgado esta mala correspondencia (la
del capitán Jimeno de los Ríos), como consta de sus
cartas, que están en los Autos de esta Conquista. Pero
animado, confortado y socorrido de los mismos Provin­
ciales, prosiguió en ella sin descansar. Premióle Dios
por intercesión de Nuestro Padre Santo Domingo, a quien
se le había ofrecido; porque acabada la guerra y decla­
rada la paz con los indios Chinatos y Lobateras, se halló
que tenía reducidas a nuestra santa fe católica y bauti­
zadas más de seiscientas familias. El señor Arzobispo
Fray Cristóbal Torres le despachó título de Cura Doc­
trinero de los que había bautizado y bautizare después,
y con él formó el primer pueblo y erigió su iglesia parro­
quial el doctor don Lucas Fernández de Piedrahita,
quien despachó orden para que el Gobernador de Mérida
le señalase congrua...
«El Padre Fray Luis Salgado asistió a sus indios hasta
la muerte, dejando su cuerpo en la iglesia que les erigió
y en ella una perpetua memoria de su grande espíritu
y perseverancia. Tiénela esta provincia en señalar doc­
trineros, que llevan muy adelante esta reducción, aun­
que en ella murieron muchos religiosos, por ser tierra
muy enferma».1
En el año de 1793, cuando San José del Guasimal fue
erigido en villa, se trató de establecer aquí un convento
de religiosos de Santo Domingo, con el fin de fundar una
escuela «de Primeras Letras, Moral, Filosofía y otros
estudios», según reza el documento correspondiente. Sus­
cribiéronse al efecto catorce mil pesos entre los vecinos
pudientes, y entonces lo era la mayor parte, como base
para las rentas del Instituto; pero ignoramos el motivo
por qué no pudo llevarse a cabo dicha fundación. En 1817
existía todavía convento de dominicanos en Pamplona,
y era su Prior el R. P. Fray José Tadeo Sánchez.i)
i) C itas d el d o c to r J . D. M onsalve. (C o n fere n cia c ita d a ).

36
Los Franciscanos vienen en segundo término: la fun­
dación de sus conventos en la Grita (1579), en Ocaña
(1584) y en Pamplona (1590) por los padres Fray Fran­
cisco de Maqueda, Fray Francisco de Gaviria y Fray An­
tonio Jiménez, respectivamente, facilitó en gran manera
sus trabajos, que alcanzaron algún impulso y adelanto.
Respecto del de Pamplona dice el P. Simón: «Asigná-
ronseles luego doctrinas donde los religiosos ejercitasen
el santo celo que tenían de la conversión de los natura­
les, que comenzaron luego a ejercitar algunos, y otros a
edificar el convento, en especial la iglesia, que es muy
buena; tiene el Guardián de él a su cuidado tres doctri­
nas, donde están siempre tres religiosos, y más cuando se
ofrece necesidad, que con los compañeros que tiene en
el convento, hacen en número de seis u ocho a las
veces».1
Es curiosa la noticia de que el célebre historiador fran­
ciscano, cuyo es el dato precedente, llegado como novicio
a Cartagena en 1604 y ordenado luego en Santa Fe,
visitó estos conventos de la Grita y Pamplona por los
años de 1612 y 1613. Detúvose entonces en la primera
población, para observar los estragos del terremoto de
1610, y ha sido un gran vacío para nuestras crónicas que
no nos hubiese dejado noticias particulares de los pue­
blos que recorriera, porque confiesa él mismo: «pasé
por estas tierras... y a la ida y a la vuelta pude con
atención considerar estos sucesos, aunque no con la ad­
vertencia que ahora lo hiciera, por no tener entonces
intentos de escribir esta historia».12
No ha de hablarse de los Franciscanos sin mecionar al
P. Antonio de Vibar, primer representante conocido de
las letras pamplonesas, de claro intelecto y atinado con­
sejo, fallecido tempranamente, de quien da noticia el
obispo Piedrahita. «Sus vecinos de presente (los de Pam­
plona en 1666) llegarán a trescientos, con general incli­
nación a la virtud y letras, en que se han señalado suje­
tos famosos nacidos en su recinto, y entre todos, Fray
Antonio de Vibar, religioso franciscano, que supo juntar,
1) S im ón. T. 39 P á g . 175.
2 ) S im ón. T. 3° P á g s. 178 y 259.

37
cual otro Escoto, el ingenio con el estudio y virtud y que
aún malogrado vivió larga edad, porque fue sabio desde
muy pocos años».1
Religiosos Agustinos también establecieron convento
en Pamplona poco más o menos hacia la misma época,
y el campo de su misión fueron las tribus de los Bochale-
mas y Chinácotas. El antiguo convento y templo de los
Agustinos en Pamplona quedaba situado en el mismo
local que hoy ocupa el Colegio de San José.
Es interesante la noticia de que en 1654 existía asi­
mismo Convento de Religiosos Agustinos en la Villa de
San Cristóbal, que era regido por el Prior Fray Roque
de Vargas. Los Agustinos evangelizaron a los indios
Táribas. -
Aunque no pertenecen a la categoría de los misioneros,
es el lugar de hacer constar que Hospitalarios de San
Juan de Dios vinieron a Pamplona al final del siglo
XVIII. Aquella ciudad les debe la organización de su
nosocomio, fundado ya en 1776, al decir del historiador
Groot. Hablando de este instituto, refiere un autor mo­
derno: «Está situado el hospital en el antiguo local de
los hermanos de San Juan de Dios. Este convento, des­
pués de haber reunido gran número de religiosos, como
lo comprueban los numerosos cadáveres encontrados en
las nuevas construcciones, desapareció por falta de per­
sonal al promulgarse la ley de los conventos menores».123
Entre estos religiosos, se ha salvado del olvido el nom­
bre del P. Fray Tomás Bermúdez, que prestó importantes
servicios a la causa de la Independencia, en su carácter
de médico, habiendo ejercido este cargo en el Hospital
de Cúcuta en 1830 y el P. Fray Vicente de Cortázar, dis­
tinguido por su virtud, que fue cura de San Cayetano
en 1809.
Desde las primeras décadas del siglo XVIII tomaron
a su cargo los Padres Capuchinos la misión de los indios
Motilones, cuyo teatro ocupaba los lugares nombrados:
1) H isto ria G e n e ra l d e las C o n q u istas del N uevo R eino de G ra n a d a .
L u cas F e rn á n d e z d e P ie d r a h ita . P á g . 319.
2 ) R e la ció n a u té n tic a de la d ev o ció n de N. S. de C onsolación. O p ú scu ­
lo. I m p re n ta B o lív a r. T á rib a : 1910.
3) P a m p lo n a . H e n riq u e R o c h e ra u x .

38
Puerto de los Cachos y de San Buenaventura (hoy Villa-
mizar), a las orillas del río Zulia. El período de esta
misión abarca más de setenta años, y empieza antes de
1738 en que la dirigía el Padre Fray Andrés de los Arcos,
hombre docto y de poderosa iniciativa, que escribió un
largo y circunstanciado informe sobre el progreso de
ella (al principio de este escrito mencionado), hasta la
época de la Independencia. La crónica ha conservado
los nombres de Fray Fidel Rodas, compañero de Guillén
en la expedición de 1774; Fray Francisco de Catarroya,
que enriqueció la lingüística americana con un vocabu­
lario de voces del idioma Motilón; Fray Pedro Corella,
cuyas no disimuladas opiniones realistas le acarrearon
fin trágico en la guerra de la Independencia; Fray Joseph
Otálora, cura interino de San José del Guasimal en 1742;
Fray Ignacio de Cárdenas, que también lo fue algún
tiempo después y Fray Gabriel de Estella, de gran vir­
tud y prudencia, que se nos presenta como cura del ex­
tinguido e infortunado caserío de San Francisco de
Limoncito por espacio de cuatro lustros (1788 a 1807).
Fuera del de Limoncito, sobre cuyas vetustas ruinas
entona hoy el bosque el poema triunfal de su luxuria,
los Capuchinos fundaron los pueblos de San Francisco
de la Arenosa y El Raizudo, cuyos nombres subsisten to­
davía, a la banda oriental del río Zulia. Un antiguo in­
forme (1758) del P. Antonio de Narváez menciona estos
dos puntos como aldeas humildes, de incipiente agricul­
tura, y respecto de la última agrega que hacía dicho
año «se estaba fundando».
Ruinas también de murallones de piedra descubiertas
a la margen occidental del mismo río demuestran que
allí se trató de construir o fue construido un convento
de estos padres. Todavía se llaman Capuchinos y el Frai­
le, dos caños que entran en el río Zulia, aquel por la
orilla oriental y éste por la occidental, que sin duda d e ­
rivan su nombre de quienes residieron allí en épocas
lejanas. Son los únicos vestigios que han eternizado la
obra de los audaces misioneros.
Sin embargo, a cosa de un kilómetro del caserío de El
Salado y a un lado de la línea férrea, descúbrense tam ­
bién las bases de un andén o atrio, al frente del cual se

39
erguía en remotos años la humilde ermita en que los
Capuchinos adoctrinaban a los indios. Son venerables
esas ruinas; quizás esas piedras las amontonó la piedad
de un pueblo sencillo, las superpuso la laboriosidad de
los indígenas, las tallarían obreros indios, debió de re­
garlas el sudor de nuestros antiguos aborígenes; quizás
muchos hombros de color cobrizo se doblaron a su peso,
y muchos pies adornados de ajorcas se sangraron en su
conducción...
El tiempo, que todo lo gasta, no ha desmoronado aún
esos cimientos, y el sepulcro «que todo lo purifica» ha
acrisolado la memoria de aquellos religiosos bajo la luz
cariciosa de los tribunales de Clío.
1911.

40
LOS HEROES

Los verdaderos héroes de España


fueron Cortés, Pizarro y Valdivia, Que-
sada, Belalcázar, y mil más, que no
lucharon con el hombre, sino con la
naturaleza, lanzándose en lo descono­
cido, con la audaz simplicidad de los
personajes homéricos.
Vicente Blasco Ibáñez
* * *

Los conquistadores son los héroes. No conoce lindero


su coraje, enflaquecimiento su brío, desmayo el calor de
su ánimo: productos de una época caballeresca y blaso­
nada, dentro de una nación esclarecida en los fastos
marciales del mundo, sus espléndidas hazañas son dig­
nas de las más altas vibraciones de la epopeya; y su
extraordinaria labor de audacia y de energía, por enci­
ma del salpique sanguinario en que discurre, es de una
clásica e incomparable beneficencia universal. Espolea­
dos por la personal ambición, seducidos por la novedad
de la aventura, entusiastas con las maravillas del relato,
vienen a glorificar la ibérica bandera, a ilustrar su nom­
bre en los escalafones del prestigio, a dilatar los domi­
nios de su Monarca, a buscar riquezas y fortuna, en tie­
rras desconocidas y opulentas, donde el hollar su seno
con bravo atrevimiento pone más bellos arreos en la
heráldica que sueñan. Les hemos tachado su codicia
ilimitada y su inconmensurable sed de oro; hemos pre­
tendido oscurecer sus hazañas con sus costumbres de in­
clemencia y sus crueldades implacables; pero con todos
estos atentados, que no fueron sino imposición del tiem­
po y mandamiento de la jornada, los conquistadores

41
rompen la selva, abren caminos, siembran cereales, traen
comercios, fundan dehesas, las pueblan de ganados, di­
señan la ciudad, plantan la Cruz del Cristianismo, nos
dejan la filiación de su hogar civilizado y extienden el
habla de Castilla de uno a otro confín del Nuevo
Continente.
Los conquistadores son dos veces héroes: por el que
los envía, pueblo hidalgo, y por el que los recibe, pueblo
valeroso. Porque no se completaría la epopeya si al lado
de aquella hidalguía, que ofrendó a la Conquista el es­
fuerzo viril de una raza, se mermase este valor, que fue
consagrando en cada encuentro de armas, la autoctonía
preponderante del íncola vencido. Se marchitaría el es­
plendor de la odisea si sólo se atendiese a uno de los dos
factores, porque ambos inseparablemente, y no de modo
aislado, la cercan de peregrinos atavíos, imprimiéndole
austeramente la firme coloración de su grandeza. Des­
pojad a los conquistadores de su brío, de su audacia, de
su valor, de sus ambiciones, de sus crueldades, en una
palabra, del alma peculiar y colectiva de la hueste, y
haríais pesada y fatigosa la historia de su peregrinar.
Para que éste haya de ser fecundo, se necesita el bélico
ardimiento de la lidia, la exornación marcial del esce­
nario, el fúnebre pendón de la matanza, el ataque im­
piadoso de los invasores y la denodada defensa de los
invadidos, la desaparición de unos hombres al lado de
la supervivencia y cántico triunfal de otros. La lucha
a muerte es a menudo el principio de las civilizaciones.

AMBROSIO ALFINGER

Una de las más atrevidas expediciones que tuvieron


lugar dentro de nuestro territorio en la hazañosa época
de la Conquista, es sin duda la de Ambrosio Alfínger,
sujeto de músculos y corazón de hierro, natural de algu­
na irreductible aldea germana, a quien los Welseres o
Belzares, banqueros de Ausburgo, habían dado el título
de Adelantado, en virtud de la convención que celebra­
ron con Carlos V para la conquista del territorio de
Venezuela. Recorrió este hombre, que comparte la triple
psicología del audaz explorador, del codicioso aventurero

42
y del capitán despótico y feroz, cerca de doscientas cin­
cuenta leguas durante dos años. Mas no es la extensión
de la jornada lo que asombra, sino el emprenderla por
territorios desconocidos, en los cuales el peligro y las
más graves contingencias no se separaron jamás del
penoso y fatigante itinerario. Implacable portaestandar­
te de la ruina, no interrumpen su lúgubre marcha ni el
miedo a las fieras, ni el escasear de las vituallas, ni el
diezmarse lentamente sus soldados, ni las inaccesibles
cordilleras, ni los invadeables ríos, ni los abismos que
muchas veces atrajeran con fiebre desesperante a algu­
no de sus compañeros. Aquella expedición de Alfínger
es grande y sombría como el ejército de Atila: donde­
quiera que llega, arrasa, devasta y trucida, como si fuera
su consigna la destrucción o la muerte; dondequiera
que destruye, festeja sus desmanes con siniestro rego­
cijo; dondequiera que descansa, no lo hace para alivio
del cuerpo, sino para resentimiento del ánimo, que no
se conforma con que haya adelante tierras ignotas o
inholladas de civilizados. «Apoderado de su alma un
furor insensato que degeneraba en frenesí, señaló por
todas partes su pasaje con el robo, el homicidio y el
incendio. Debía morir quien no podía ser esclavo, debía
quemarse la casa que le había servido: detrás de él nada
debía quedar ni con vida ni en pie».1
Pero Alfínger no es quizá un hombre vulgar, por más
que su silueta de soldado sanguinario haya sepultado
todos los otros aspectos de su individualidad. Posee co­
nocimientos náuticos y dirige en Coro la construcción
de bergantines, con los cuales explora el lago de Mara-
caibo de una a otra orilla. Es incesante en su actividad
y soberbio en el impartir sus órdenes: no se aconseja
con ninguno de sus tenientes, y si alguno de éstos osa tí­
midamente contradecirle, humíllale en seguida, publi­
cando ante los demás con grito autoritario, la superiori­
dad de su ánimo y su puesto de jefe. Hácenle sus
compañeros el cargo de que no funda poblaciones en los
sitios adecuados donde se van deteniendo, y esta obser­
vación de la prudencia la interpreta como rasgo de
flojedad, deseo de estacionarse en lo muelle y miedo dei)
i) B a ra lt. R e su m e n d e la H isto ria de V enezuela. P á g . 151.

43
afrontar lo difícil. La historia, empero, ha recogido este
cargo, y fácilmente le podrá absolver de sus truculencias
de soldado, mas no de su inercia de conquistador. Su
labor es tan rica en los dominios de la ruina, como infe­
cunda en los del progreso.
Bartolomé Sailler, también tudesco, y Francisco del
Castillo, español, son sus íntimos amigos, ambos teme­
rarios y de índole despótica, adiestrados diariamente en
sus atrocidades por el ejemplo del Adelantado.
En 1530 sale de Maracaibo en dirección al Poniente,
atraviesa las serranías de los Itotos, llega al valle de
Upar, y de ahí sigue al sur hasta el pueblo indígena de
Tamalameque, donde apresa al Cacique de este nombre,
se aprovisiona de bastimentos y recoge un botín de con­
quista cuyo valor se aprecia en cien mil ducados. Des­
pués de hacer una hoguera con las armas de sus someti­
dos, para estímulo de su clastomanía, anda todavía más
hacia el sur, cansado de esperar casi un año a Iñigo de
Bascona, a quien envía a Coro en busca de auxilio de
gente para la expedición; vaga casi durante otro por in­
mensas soledades, hasta salir al sitio donde fue fundada
la ciudad de Vélez, para tomar nuevamente la vía del
norte por todo el territorio que hoy forma el departamen­
to de Santander, avistando por fin, como oasis de ventura,
las serranías de Pamplona.1
El regreso se marca por crueldades inauditas. Crispa
aún los nervios el sistema empleado para desembarazarse
de los indios de transporte, ya inútiles para este oficio:
«llevaban los indios las cargas, metidos los cuellos en una i)
i) R e c ie n te m e n te se h a creíd o , no sin fu n d a m e n to , h a lla r vestig io s
d e la r u ta d e A lfín g e r e n el P á ra m o de S a n tu rb á n . D el N° 889 d e «La
U n id a d C atólica» d e fe c h a 11 d e e n e ro de 1917, e x tra c ta m o s:
«U na E x cu rsió n . - H ace alg u n a s se m a n a s q u e u n o s cam p esin o s h a b i­
ta n te s d el P á ra m o d e S a n tu rb á n d ie ro n n o tic ia al P a d r e e n c a rg a d o del
M useo (d e P a m p lo n a ) d e la e x is te n c ia de u n c e m e n te rio d e in d íg e n a s
e n el lu g a r d e n o m in a d o H o y a d a O scu ra, ce rc a d el pico lla m a d o N ariz
d e J u d io , e n tr e Silos, M u tiscu a y V etas. A p ro v e c h a n d o la o casió n d e u n
v ia je a S ilo s el R. P . L e D o u ssal y el R . P . A lem án o rg a n iz a ro n u n a
e x c u rsió n a d ich o p u n to en u n ió n d e l P á rro c o de S ilos P b ro . d o c to r
L u is F . V illam izar y d e do n Celso V illam izar, p ro p ie ta rio s de lo s t e ­
r re n o s d e esa re g ió n d e l p á ra m o . E l d ía 3 d e l p re se n te e m p re n d ie ro n
la m a rc h a , v ién d o se o b ligados a p e r n o c ta r e n u n a ca sita d e l p á ra m o
p o rq u e a ú n e ra m u c h a la d ista n c ia q u e los s e p a ra b a d e la H o y ad a
O scu ra. E l d ía 4 sa lie ro n m u y de m a ñ a n a lo g ra n d o lle g a r a la s 11 a la
e n tr a d a d e la c a v e rn a ; q u isie ro n e x a m in a rla y lo p rim e ro q u e se o fre -

44
cadena de hierro (que llaman corriente) en que suelen
ir ocho o diez, pero puestos de tal manera, que cuando
han de sacar la cabeza a alguno del medio de la corriente,
han de sacar primero a todos los que están en ella al uno
o al otro lado. Pues cuando sucedía que alguno de estos
miserables cargueros se cansaba como quien sentía la
carga y hambre (como los demás que no iban cargados)
y se caía en el suelo o se sentaba por no poder más (es­
pecialmente siendo como son de fuerzas tan débiles) lle­
gaba este cruelísimo verdugo del infierno, que los llevaba
a su cargo, y por no detenerse a sacarlo de la corriente
para que descansara, le cortaba al pobre cansado la ca­
beza y se lo dejaba allí, pasando adelante».1
Siempre en dirección al norte, posaron varios días en
el valle de Chinácota, cuyos naturales, noticiados de la
ferocidad de aquellos invasores de sus dominios, escon­
diéronse en los bosques vecinos, trasladando allí los mez­
quinos trebejos de su menaje y hacienda, con mira de
librarlos de la anunciada rapacidad de la gente que se
aproximaba. Aquí remata la jornada inútil y desoladora
de Alfínger. Deseoso de recrear su ánimo en pequeñas
excursiones alrededor de aquel lugar, perece sin gloria
en un asalto en que le sorprenden los naturales. «... Sin
tener él miedo ninguno a sus macanas, con poca cautela
se apartó del alojamiento, paseándose con el capitán Es­
teban Martín, sobre los cuales, como los vieron solos, die­
ron de repente los indios emboscados con tanta furia, que
cuando pusieron mano a sus espadas, ya estaba el gene­
ral Ambrosio herido de muerte; aunque con el buen áni-
ció a su v is ta fu e u n c u e rp o d e in d io m o m ificad o , a u n q u e m u y in c o m ­
p le to . P ro v is to s d e a n to rc h a s, e n tr a ro n e n las d is tin ta s cav id a d e s d e la
ro c a , e n c o n tra n d o ac á y a llá re sto s e s p a rc id o s so b re la s p ie d ra s . A l
e x a m in a r los c rá n e o s se n o tó e n ellos q u e la m a y o r p a r te d e lo s s u je to s
a q u ie n e s p e rte n e c ie ro n h a b ía n m u e rto sin d u d a e n a lg u n a g u e r rilla
o asesin ad o s, p u e s p re s e n ta n se ñ a le s d e h e rid a s p ro d u c id a s p o r a rm a s
c o rta n te s y p o r h a c h a s d e p ie d ra ; e sta s h e rid a s se e n c u e n tr a n e n casi
to d o s e n la re g ió n o rb ita l. L a c irc u n s ta n c ia d e esas se ñ a le s, e l e n c o n ­
tr a r s e lo s re sto s e n crecid o n ú m e ro y e n u n m ism o lu g a r h a c e s u p o n e r
q u e esos in d io s m u r ie ro n e n a lg ú n e n c u e n tro co n los e x p e d ic io n a rio s
d e A lfín g e r, q u ie n p asó p o r e s ta re g ió n p o r los añ o s d e 1532. L os P a d r e s
tr a je r o n co nsigo n u e v e crá n e o s p a r a e x h ib irlo s e n e l M useo. D e o b je to s
in d íg e n a s sólo e n c o n tr a r o n u n a m a c a n a , p ed azo s d e v a s ija s y te jid o s
y a d e s h e c h o s ...»
i) S im ó n T . I. P á g . 47.

45
mo que tenía, disimulando las heridas, hizo rostro vale­
rosamente con su compañero a la multitud de indios que
pretendían tomarlos a manos; pero las suyas se dieron
tan buena diligencia, que cuando llegó la gente de soco­
rro, por haber oído la grita de los indios y entendido que
estaban los dos en algún peligro, tenían ya muertos y
heridos muchos de ellos; y los demás, con la llegada del
refresco de todos los españoles, volvieron las espaldas
desbaratados y se entraron en los bosques, aunque se
puede decir que con victoria, pues de las heridas con que
dejaban al general Ambrosio de Alfínger, no fue posible
escapar, pues murió dentro de pocos días, año de mil
quinientos treinta y dos, en el mismo valle donde lo ente­
rraron y tomó el nombre (que hasta hoy dura) llamándole
el valle de Ambrosio... seis o siete leguas de la ciudad
de Pamplona, cerca de cuya sepultura he estado yo».1
No quiso la Providencia discernir a las hueste de Alfin-
ger la gloria que más tarde reservó a Gonzalo Jiménez
de Quesada. En la puerta ya del imperio de los Chibchas,
orillas del turbulento Chicamocha, una fuerza invisible
le empuja al norte, donde debía encontrar la sepultura
y no el laurel.
IÑIGO DE RASCONA
Durante su permanencia en Tamalameque, determinó
el Adelantado el regreso a Coro del capitán Iñigo de
Bascona, acompañado de veinticinco hombres, que no
llegaron al fin de su jornada. Portaba y custodiaba Bas­
cona gran parte del botín de guerra tomado por Alfínger
en Tamalameque, pueblo rico en oro, cuyos naturales se
adornaban con pesada alhajas, fabricadas de ese metal;
los cronistas de la época calcularon en sesenta mil pesos
el valor de aquel. Su misión principal era el acrecenta­
miento de la hueste del tudesco con el enganche en Coro
de más gente, movida a la aventura y a la codicia con el
espectáculo alentador de las amables alhajas de la
muestra.
Bascona, muy solícito en la guarda de su preciosa mer­
cancía, descuidóse incauto en la observación del camino:i)
i) S im ó n T. I. P á g . 47.

46
en lugar de tomar hacia el oriente, en busca de la hoya
del Catatumbo, que le conduciría a Maracaibo por la
misma ruta que había traído, torció quizás hacia el su­
reste, pretendiendo engañadamente abreviar la jornada,
y se perdió en la soledad de la selva. Agotadas las provi­
siones, aunque se las fueran distribuyendo a prudente
ración y medida, rendíales el cansancio y la inanición
y pasaban los días alimentándose con obligada frugali­
dad de hojas, yerbas silvestres y tallos de bijao, siéndoles
cada día más estorbosa, pero nunca despreciable, la car­
ga del tesoro.
Prevaleciendo ya entre todos el instinto de la propia
conservación, sin otro pensamiento ahora que el de un
suspirado refocilo para reponer sus desfallecientes fuer­
zas, «enterraron ■—narra el Padre Simón— los sesenta
mil pesos al tronco de una valiente y bien señalada ceiba,
notando el lugar también con otras señales y dejando
enterrados en él sus corazones...»
¿Dónde fueron sepultadas aquellas valijas de áureo
contenido?...
A cosa de una milla al occidente de Sardinata, tom an­
do el camino público para Ocaña, en jurisdicción de Las
Delicias, hacienda de don Jacinto Peñaranda, se encuen­
tra una enorme piedra que mide aproximadamente cua­
tro metros de largo por tres de alto y uno de espesor.
Aquella piedra suspende el ánimo del viajero y desafía
la curiosidad del arqueólogo, poniendo a la vista unos
signos ininteligibles, en remota época allí inscritos con
buril u otro instrumento adecuado. La escritura en bajo
relieve revela habilidad en las manos desconocidas que
la grabaron, así como la elección del monumento, gran
tino y noble pensamiento de inmortalidad. El sitio en
que se halla el monolito está hoy dominado por las co­
lumpiantes alfombras del pasto, y el fresco follaje de
una enredadera que lo cubre dij érase puesto allí, a
modo de diadema, por la mano de un dios vigilante de
aquella inmovilidad cuatro o cinco veces centenaria. A
pocos pasos de allí, el río Sardinata con su alborotada
música pretende acaso traducir lealmente la leyenda, o
hacer más enredado su secreto... Unos dicen que esos
signos son jeroglíficos indígenas, originales de la tribu

47
de los Motilones, cuyo sentido se hace hoy impenetrable
bajo la doble sombra del tiempo y del misterio; otros
creen que fueron escritos por los soldados de Iñigo de
Bascona, con que quisieran fijar el depósito del tesoro,
o perpetuar el infortunado suceso de la expedición. De
todos modos, con escritura de salvajes o de civilizados,
esa piedra es un sepulcro, sarcófago de glorias o de pesa­
dumbres, encima de la cual contradirán los siglos su la­
bor consuetudinaria de impiedad y destrucción.
El entierro del tesoro, aquí o allá, en un sitio que la
malicia humana jamás pudiera prever, a pesar del pro­
fundo agotamiento de sus fuerzas, más les liberta de su
cuidado que les exonera de su impedimenta. Famélica­
mente hambreados, en situación lastimosísima de nece­
sidad y sin esperanza de socorro de manos amigas o
enemigas, los soldados de Bascona, después de aquel ac­
to que resuelven equilibradamente la avaricia y el des­
prendimiento del hombre, ofrecen siniestramente el pri­
mer caso de antropofagia en la Conquista de América.
Los indios e indias que llevaban a su servicio fueron de­
gollados uno a uno, tostada y comida su carne, y ni
siquiera desaprovechadas sus más repugnantes visceras.
«Acabada la carne de los indios —escribe el cronista
Oviedo y Baños— con que se habían entretenido algunos
días, cada uno de por sí empezó a recelarse de los demás
compañeros; y no teniéndose por seguros unos de otros,
de buena conformidad se dividieron todos, tirando cada
cual por su camino, a lo que dispusiese de ellos la fortu­
na, y la tuvieron tan mala, que entre aquellas asperezas
y montañas debieron de perecer sin duda alguna, pues
jamás se supo de ellos, excepto cuatro, que por tener
vigor y tolerancia para sufrir con más aguante los tra ­
bajos, pudieron resistir a la conjuración de tantos ma­
les...» Entre los muertos estaba Iñigo de Bascona y
veintiuno de sus compañeros; entre los supervivientes
Francisco Martín y tres soldados más que, llegados pro­
bablemente a las márgenes del río Catatumbo, para darse
una despedida digna de su funesta marcha, se refoci­
laron y aviaron con la carne de un último indio, apre­
hendido de entre cuatro que casualmente navegaban el
río en una canoa, aprovisionada de maíz y legumbres,
que caritativamente ofrecieron a aquellos cuatro escuá-

48
lidos y medrosos huéspedes. Francisco Martin, más afor­
tunado, va a parar a un pueblo de indios, a orillas del
mismo río, donde fácilmente acomodado al traje y usan­
zas de la tribu, comparte la miseria de sus días con el
cariño compasivo de una india, la hija del Cacique, lo­
camente amartelada del español. Cásase con ella, según
el rito de los salvajes, hereda el Cacicazgo, y aún es
padre de tres hijos, a quienes abriga el palio frondoso
de la selva y no el estandarte de Castilla.
La ciencia exculpa a quellos míseros soldados, antro­
pófagos en el suplicio del extravío, y no por abominable
instinto: «El acto de canibalismo de Iñigo de Bascona,
el teniente de Dalfínger, no es obra inculpable a los
españoles; es un efecto de circunstancias anormales del
momento, resultado de una enfermedad locura del ham­
bre, como otros muchos que registra la patología y que
se cometieron en lo anterior y acaso se repitan, hasta
tanto que haya humanidad y que se encuentre el hombre
abocado a semejante desgracia. El extravío en las mon­
tañas y fragosidades causa también un fenómeno vesá­
nico, de manera que el individuo en ese estado gira en
un mismo círculo y en la ofuscación y desasosiego, aban­
dona las sendas salvadoras para internarse más y más
y rematar su pérdida».1
La adversidad de Bascona es aún más siniestra y ma­
yor que la de Alfínger: no cae valientemente como éste,
ni le hieren las flechas de sus enemigos, ni es honrado
por sus camaradas en silenciosa sepultura; muere de
hambre, supliciado en la soledad de su agonía por el
olor a carne humana que aún despiden las apagadas
fogatas del contorno.

JUAN DE SAN MARTIN

Pretendieron aun la emulación y la intriga marcar


con sino más desventurado los miserables restos de la
expedición de Alfínger, pues la súbita e inopinada muer­
te del capitán en el asalto de Chinácota despertó disen­
siones, que un extraño acto de abnegación colectiva hizoi)
i) Al m a rg e n d e u n lib ro . S a m u e l D arío M aldonado.

49
olvidar, para tranquila despreocupación de los aventu­
reros. Los cuales, con buen acuerdo, eligieron por Jefe
al capitán Juan de San Martín, castellano, que supo
corresponder a esta distinción con sus condiciones de
hombre pundonoroso y valiente. Siguió San Martín su
ruta, siempre hacia el norte, demorándose muy poco en
el Valle de Cúcuta, con poco designio de visitarlo o ex­
plorarlo, que no le convidaran a ello ni la pobreza me­
talífera de la tierra ni su escasa población indígena.
Internados en las montañas del Catatumbo y del Zu­
ña, buscando la laguna de Maracaibo, que acertadamente
suponen cercana, tropiezan sus soldados con la peregrina
figura de un compatriota que se acercó a ellos «desnudo
en carnes y éstas ya percudidas y tostadas del sol, todo
el cuerpo embijado, emplumada la cabeza, con su arco y
flechas, el cabello largo, la barba y las demás partes de
su cuerpo sin ningún pelo, las partes de la puridad cu­
biertas con un calabacino pequeño, y en fin, en todo tan
al natural indio, que era menester mirar por brújula
para conocer que no lo era».1 Hablábales correctamente
en su propia lengua, lo cual sorprendía más a los expe­
dicionarios, que no imaginaban cómo pudiera hallarse
allí un indio que la supiera pronunciar con igual facili­
dad y con el mismo acento. La sorpresa trocóse en gozo
cuando el desconocido dijo llamarse Francisco Martín,
único sobreviviente de aquellos del convoy de Bascona,
que no encontraron ni pudieron encontrar senderos de
salida dentro de la laberíntica espesura de la montaña.
Francisco Martín puso de presente su mísera historia
y su actual posición regresiva de capitán indígena, des­
pués de haber pertenecido a filas más altas pero menos
clementes. Convirtióse en amable introductor de San
Martín y compañeros ante la presencia de su suegro, y
luego sirvióles de guía hasta la ciudad de Coro, donde
se había organizado tres años antes la desastrada expe­
dición. Todavía Martín, infatigable y complaciente,
acompaña al teniente Vanegas, a buscar el oro enterra­
do por Bascona, pero con tan mala ventura que en poco
estuvo no se perdieran de nuevo los codiciosos andarines;
regresa a Coro, en donde ya renuente y desabrido coni)
i) S im ó n . T. I. P ág . 48.

50
la sociedad de sus compañeros, emprende una noche cau­
telosa fuga en busca de sus hijos y de su manceba al
nemoroso bohío conyugal.
Juan de San Martín, a quien las sucesivas penalidades
habían aquietado el espíritu de empresa, ansia el des­
canso de sus soldados y no deja huella alguna significa­
tiva durante su permanencia entre las tribus aledañas
del río Zuña. Sólo tiene en nuestras tradiciones el honor
de la prioridad histórica, por ser el primer conquistador
que visita los valles de Cúcuta.

HERNAN PEREZ DE QUESADA

La famosa expedición, organizada en busca de la le­


gendaria casa del Sol o el Dorado (1541), que embarga
el ánimo y los sentidos de este célebre conquistador, fue
estímulo para su venida a tierras de los indios Chitare-
ros, en las que apenas se detiene inquiriendo datos sobre
la soñada y fantástica mansión. Alístase en Tunja con
poco más de cien hombres, con los cuales demora en los
pueblos de Chita, el Cocuy y Tequia, no sin oponer su
fuerza al recibimiento arisco y repulsivo de los naturales.
Tropieza también con los de Cámara y Mogotocoro, cu­
yas viviendas eran sin duda las menos desmanteladas
de la tribu de los Chitareros; encuentra «ciertos pedazos
de cadenas de hierro y dos olías de cobre y otras insignias
de haber andado españoles por allí», como en efecto así
había sido, pues entre sus acompañantes venían algunos
soldados de los que habían pasado por tales parajes con
Alfínger, y que después, alistados en Coro en la expedi­
ción de Federmán, llegaron a la Sabana de Bogotá, don­
de se reunieron a la gente de los Quesadas.
«Hernán Pérez y los demás, aunque entre ellos iban
soldados de los que habían andado con Miser Ambrosio,
no reconocieron luego la tierra, hasta que metiéndose
más por ella, pasaron por entre muchas poblaciones de
indios cuyos naturales procuraban ofender a los nuestros
como lo habían hecho a la gente de Miser Ambrosio;
pero de que llegaron a este valle de Miser Ambrosio, los
soldados que con Hernán Pérez iban que se habían ha­
llado en la muerte de Miser Ambrosio, reconocieron cla-

51
ramente el valle y dieron noticia de la poca población
que de allí para abajo había y cuan cerca estaban de la
laguna de Maracaibo, y así dieron la vuelta por el propio
camino por do habían ertrado. . . » 1
La relación de los expedicionarios de Alfínger detiene
a Hernán Pérez, que obsesionado con la visión de las
maravillas del Dorado, no encuentra justificado su viaje
más al norte. La repetición de la ruta, que abate su orgu­
llo, también le disuade de proseguirlo. La ninguna fama
de opulencia de las comarcas que iba a visitar hace re­
saltar en su mente la inutilidad de la excursión... Qui­
zás se empina en los estribos de su cabalgadura y con
un gesto agresivo de desprecio, desde Chinácota se des­
pide regocijadamente del valle de C úcuta...
Hernán Pérez es hombre impetuoso, de genio adusto,
desapacible en el trato y de apasionado ánimo. Las pro­
vincias del norte no le deben más que el retroceso indi­
ferente de su marcha. Emprende su regreso sin descora­
zonarse, pasea todos los ámbitos del territorio del Nuevo
Reino, acosado por su morbosa cupidez, en pos del fabu­
loso tesoro, tal como un niño, detrás del raudo giro de
una pintada mariposa.

ALONSO PEREZ DE TOLOSA


Dispuso el gobernador de la ciudad del Tocuyo en Ve­
nezuela, el licenciado don Juan Pérez de Tolosa, una
expedición militar bajo las órdenes de su hermano Alon­
so Pérez, la cual tenía por objeto, además del de «pagar
su deuda al espíritu del tiempo», como anota un histo­
riador, acercar aquel territorio al del Nuevo Reino de
Granada, buscando una vía de comunicación para el
comercio de ganados entre los dos países: «el cual arbi­
trio fue dado de un Cristóbal Rodríguez, que ya había
estado en el Nuevo Reino y sabía la necesidad que pade­
cía la tierra de ganado mayor y el mucho valor que tenía
en las provincias de él. Y aún pienso que éste el primero
que por estos llanos que llaman de Venezuela metió en
el Reino de este ganado».12 Acompañaban a Pérez de
1) A gu ad o . R e co p ila ció n H isto rial. P ág . 204.
2 ) S im ó n . T. I. P á g . 224.

52
Tolosa cien hombres entre los cuales se hallaban el ca­
pitán Diego de Lozada «persona noble y de larga expe­
riencia» y Pedro de Limpias, también distinguido en an­
teriores excursiones.
Encamina su derrota al río Apure, dejando al occiden­
te la cordillera, distinguida allí con la cima que llamaron
la Sierra Nevada, y continuando por las llanuras hasta
el majestuoso río, en cuyas márgenes le saludan sus po­
bladores belicosamente. Prosigue su marcha, sorprendido
de la numerosa población de aquel territorio, en donde
encuentra variados cultivos agrícolas, hasta la boca del
río Uribante, por cuyo curso sigue hacia el valle de San­
tiago, en donde después fue fundado San Cristóbal, tan
poblado este sitio como el inmediato, asiento de la tribu
de los Táribas. Atraviesa también la de los Capachos y
llega a la de los Cúcutas, donde los veteranos soldados
españoles tienen ocasión de admirar el espectáculo de
una bien defendida fortificación militar indígena. «Lue­
go que los soldados dieron vista a este valle y sus pobla­
ciones, los indios de la primera con quienes se encontra­
ron se fueron recogiendo con su chusma y haciendilla a
un gran bohío (que tenían hecho a modo de fortaleza
para su defensa en las ordinarias guerras que traían
unos con otros), bien fuerte en su modo y para las armas
que usaban, con sus troneras a trechos, por donde dis­
paraban desde dentro sus flechas, como lo comenzaron
a hacer a los nuestros luego que se llegaron al bohío a
tiro; y esto con tanta obstinación y fuerza, que sin
poderlos rendir ni aun hacer daño en nada con no poco
de los nuestros, pues murieron algunos españoles y ca­
ballos heridos de las flechas, les fue forzoso retirarse y
marchar todos hasta llegar al río que llamaron entonces
de las Batatas, por haberse hallado algunas en sus m ár­
genes, que es al que hoy llaman los de Pamplona el río
Zulia, desde donde habiéndolo pasado a la otra banda,
que es la de Poniente (contra quien vinieron caminando
siempre desde que comenzaron a atravesar la serranía
y valle de Santiago) fueron metiéndose por entre los
indios que hoy llaman Motilones...» 1i)

i) S im ón. T . I. P á g . 229.

53
Después de seis o siete jornadas infructuosas, escaso
de alimentos para sus tropas, Pérez de Tolosa regresa a
la tribu de los Cúcutas, que halagados esta vez por un
más prudente y concertado comportamiento de los ex­
pedicionarios, ofrecen a éstos las provisiones de su des­
pensa, a cambio de algunas bujerías y dádivas de poco
cuidado. Quisiera regresar ahora al Tocuyo, empren­
diendo la derrota por el valle abajo en demanda del
lago de Maracaibo, como lo intenta hacer en efecto,
viéndose rechazado en su marcha por un anchuroso
estero, cenagoso y casi insondable, donde los jinetes se
atascaban, sin encontrar medio industrioso de esguazar­
lo, aunque se demoran orillándolo seis meses enteros con
inauditos sufrimientos. Deja en esta retirada los cadáve­
res de veinticuatro compañeros, muertos unos de inani­
ción y otros por las flechas indígenas.
Con profundo desconsuelo y exasperación, determina
una vez más el regreso a los valles de Cúcuta, condolido
a la presencia de sus soldados, ya agotados por las conti­
nuas hambres, haraposamente cubiertos los de a pie, y
los jinetes mal sostenidos en los macilentos bagajes.
Segunda vez se reponen y confortan a favor del obse­
quioso atender de los Cúcutas, que no puede negarse
fueles de gran provecho así para la renovación de sus
bríos como para la convalecencia de sus quebrantos.
Desde aquí volvieron al Tocuyo, repitiendo el camino
que habían traído, a principios de 1550, después de dos
años y medio de estériles y penosísimas giras.
Pero antes de terminar la jornada, Alonso Pérez la
hace fructuosa con una ramificación de ella, compuesta
de treinta hombres, al mando de Pedro Alonso de los
Hoyos, que desganados de seguir al Tocuyo, solicitan de
su capitán permiso para separarse, en viaje para el
Nuevo Reino. Despídense en efecto del conquistador y
de sus compañeros, cabe las mismas riberas del río Apu­
re «y vinieron caminando por las faldas de la serranía,
hasta encontrar con el río de Casanare, que baja a las
espaldas de los indios Laches dichos, Chitas y Cocuyes;
metiéndose por este río fueron siguiendo sus márgenes
hasta que hallaron pedazos de panes de sal y finas man­
tas de algodón, que bajaban de este Reino, y de los tér-

54
minos de Tunja, con que siguieron el fin de sus intentos,
a costa de graves trabajos, en la jornada que no fue de
poco provecho para el Nuevo Reino, pues en ella se des­
cubrió camino que después se siguió hasta el Tocuyo y
Gobernación de Venezuela, metiendo por él grande abun­
dancia de ganados mayores y menores, de que había en
aquella sazón tanto en aquellas provincias de Venezuela
como necesidad en éstas del Reino».1
Es notable la jornada de Alonso Pérez, no sólo por la
intrepidez y bizarría de los expedicionarios, que van de
bracero con la clemencia y moderación del conquistador,
sino también por un aspecto deferente para nuestras
crónicas nativas y por otro loable en la esfera industrial
del país. Los valles de Cúcuta aprovisionan tres veces
a los desharrapados compañeros de Tolosa, en cuyo es­
píritu anida una impresión de alborozo al columbrarlos
y al conocer su prodigalidad de apetecidos frutos agríco­
las, que la tribu cultivaba con perseverancia y no quiso
esconder con hosquedad. La cruenta inhospitalidad con
que los naturales acogen a los extranjeros en el primer
encuentro queda ampliamente rezarcida con su benevo­
lente afición posterior. Asimismo, se propone aquella
expedición abrir un camino para el fácil comercio de
ganados con el Nuevo Reino, y lo consigue, a favor de la
iniciativa de Pedro Alonso de los Hoyos,12 conmilitón
de Tolosa y futuro poblador de Pamplona, a quien es de
justicia cristalizar su celebridad como señalado propul­
sor de la industria pecuaria nacional.

PEDRO DE URSUA

«No me admiraré se diga que para cargo semejante a


este había de peinar más canas y ser hombre de más
largas experiencias», dizque dijo este bizarro mancebo
en la sala del Cabildo de Santa Fe, cuando de orden que
recibió en Cartagena del Visitador don Miguel Díaz de
Armendáriz, vino a la capital del Nuevo Reino con la
1) S im ó n . T. I. P á g . 231.
2 ) E l P . A g u ad o (R eco p ilació n H isto ria l) m e n c io n a a P e d ro A lonso
d e los O jos. E s p o sib le q u e se a él m ism o , p u e s la su s titu c ió n d e la Y
p o r J , p u e d e im p u ta rs e a y e r ro d e l co p ista .

55
misión de aplacar las divisiones y el agrio estado de co­
sas que allí reinaba con motivo del gobierno de don Lope
Montalvo de Lugo. Aludía en esas palabras a su tempra­
na edad, que no llegaba a los veinticinco años, y que
hacía prejuzgar a todos acerca de sus pocas capacida­
des e inexperiencia para el manejo de los negocios pú­
blicos del Nuevo Reino, que con ser incipientes, estaban
sembrados de dificultades por las emulaciones de los
conquistadores.
Si bien muy joven, poseía un lucido entendimiento,
entereza varonil y grandes bríos para las empresas de
conquista. Entre las condiciones que adornaban su ca­
rácter, sobresalía la de una exquisita afabilidad, con que
procuraba la estimación de los que estaban bajo sus
órdenes y el halago de los que qusieran entrar en sus
relaciones. Oriundo de un pueblecillo llamado Orsúa, en
la provincia de Navarra, adoptó el apellido de su ciudad
nativa, no se sabe si por su propia voluntad, o porque
sus compañeros singularizasen con sátira enojosa el os­
curo nombre de su cuna. Lo cierto es que de Orsúa el uso
imperioso y el habla aufónica formaron Ursúa, con que
se le conoce más ilustremente en la historia.
Las cercanas conexiones de parentesco que tenía con
don Miguel Díaz de Armendáriz, pues era su sobrino, le
dan el honor de aquella investidura, que él disfruta des­
de mediados de 1545 hasta principios de 1546, en que
resigna el mando para tomar sobre sus hombros empre­
sas que reclama con inquieta actividad y cordial afición.
Entre ellas está la de su famosa exploración a la tribu
de los indios Chitareros, así llamados del nombre que
en la lengua indígena tenían las calabazas o vasijas en
que envasaban «el breva je o vino que ellos tienen, el cual
hacen de maíz y otra raíz que se dice yuca», vasijas que
en las manos portaban siempre los indios, como el más
estimable adminículo entre sus enseres domésticos.
La fortuna agasaja a Ursúa en la selecta y noble com­
pañía de sus soldados. Entre éstos, aun contando los que
se ilustran más tarde en gloriosas empresas, se destaca
su segundo, Ortún Velasco, castellano de cepa y de pro­
cederes, caballeroso de sentimientos, y tan noble en la
amistad como diligente y solícito en los varios aspectos

56
de la jornada. No se descompone su porte ecuánime con
la postergación que le hace el Visitador Armendáriz,
subordinándolo a la dirección de Ursúa, porque viajan­
do con antelación Velasco, era dable suponer que tuviera
derecho al mando de la expedición y sintiese natural
escozor en resignarlo, sobre todo en manos juveniles y
no más hábiles que las suyas propias; pero Ortún Velas­
co no se dejó roer de la envidia ni fue picado por el en­
greimiento: antes que émulo de Ursúa, vino a ser en
seguida su camarada íntimo, y después, su digno sucesor.
Pedro de Ursúa, después de algunos días de marcha
alcanza la que llevaba Velasco; y mostrándole las cre­
denciales que portaba del Visitador, con comedidas pa­
labras las comenta, quitando lo que a él mismo pueda
ufanar y suprimiendo lo que al otro pueda herir. Caba­
lleros ambos, en el rigor del vocablo, solemnizan con ga­
llardía aquella escena de rivalidad y tirantez mutuas,
que desarrollada en solitaria vereda parece más bien
copiada de los más elegantes salones.
Esta expedición se lleva a cabo felizmente (1548) sin
contratiempo trágico alguno, y antes, bajo los auspicios
de una estrecha cordialidad, que fue lazo de unión entre
sus jefes y prenda de garantía para mantener regocijo
al par que disciplina en los subalternos. En rigor, no es
una peregrinación que se haga penosa, por lo duro de la
ruta, ni por sus peligros, ni por el odio hostil de las tri­
bus invadidas. La marcha que llevan ya la había hecho
Hernán Pérez, y las tribus del tránsito tanto como la de
los Chitareros, eran de índole apacible y mansa, a que
contribuía quizás la benignidad de la zona climatérica
que habitaban.
La antigua geografía de la provincia de los Chitareros
aparece nutrida por varias poblaciones indígenas, sobre
que se detiene la imaginación de los cronistas de la época,
ya para enriquecer su relato, ya para señalar particular­
mente su sitio, ya para celebrar con poético recuerdo
el de la noble expedición de Ursúa. Su habitual exagera­
ción estadística les lleva a calcular cincuenta mil indios
de macana en el valle del Espíritu Santo o del Zulia y
lugares comarcanos; pero esta cifra, expresada con calu­
rosa hipérbole marcial, haría elevar a cuatro tantos más

57
el conjunto de la población y supondría un notable ade­
lanto en trabajos agrícolas, que es imposible concebir
hubiera alcanzado la suma total de las tribus allí dise­
minadas. Menciónanse las poblaciones de Condarmenda,
Rabichá o Babichá (que parece ser Babiga o Babigá,
hoy Bábega), Miser Ambrosio o Chinácota, descomposi­
ción de Chiracocá (?), Chitagá, del nombre de un Ca­
cique, Socorima, llamado por los expedicionarios Valle
de los Locos, para recordar las inocentes gesticulaciones
y muecas de sus moradores; Matachirá, nombre induda­
blemente compuesto, cuyo significado etimológico se nos
esconde; Centimali, célebre lugar donde los conquistado­
res oyeron la rudimentaria música que los naturales h a ­
cían «con unos calabazos largos como trompetas»; Inzá,
desde donde los indios hicieron partir una embajada a
los castellanos, «usando de la antigua costumbre que tie­
nen en sus guerras de enviar aviso antes del acometer»
y donde un perro de presa llamado Calisto despedazó
furiosamente a uno de los enviados; Bochagá, Camara,
Chopo, Teguaraguache, Arcogualí, Cachirá, Suratá, Ca-
cheguá, Cacotá, Icotá, Bocalema y Cheba, cuya identi­
dad fonética es fácil de hallar en muchas localidades
que llevan estos nombres, restadas o disueltas en otras
algunas de las sílabas, trocado el acento, o corrompida
un tanto la dicción.
«La rica región que se extiende desde las cabeceras del
Pamplonita —dice un moderno escritor— era habitada
por diversas tribus indígenas, de las cuales la más nume­
rosa e importante era la de los Chitareros.
«De costumbres sencillas, dedicados a la agricultura y
a la fabricación de los objetos que constituían su naciente
industria, los Chitareros vivían en paz con sus vecinos
e ignoraban el arte de la guerra. Sus dioses eran los
astros, y tributaban un culto especial a la luna, como
lo comprueban los ídolos que se hallan todavía en la
región. Sin tener el grado de civilización de los indios
de Bogotá, manifestaban en la fabricación de sus armas,
de sus alhajas y de varias obras de alfarería, un arte
primitivo y no desprovisto de real sentimiento estético.
Poseedores de una de las regiones más ricas del conti­
nente americano, se dedicaban con especial cuidado a
la explotación de sus minas de oro. Honraban a los

58
muertos y los numerosos sepulcros que se ven todavía
en los alrededores de Pamplona contienen siempre restos
de alimentos, armas, aparatos de industria, lo que prueba
su creencia en la inmortalidad del alma».1
En los primeros meses de 1549, el domingo de Pente­
costés, «se determinó que en un pequeño valle a quien
llamaron del Espíritu Santo, coronado a la redonda de
altas sierras, llano y de buenas aguas y estalaje, se po­
blase una ciudad, como se hizo, a quien llamó la ciudad
de Pamplona Pedro de Ursúa, que era la cabeza del ejér­
cito, a devoción de la otra ciudad de Pamplona de
N avarra.. .» 12
Practicáronse solemnemente las formalidades en orden
al establecimiento o fundación de la villa, conforme lo
exigía el ceremonial de la época, y algún tiempo después,
en 1555, la nueva Pamplona obtuvo el título de ciudad.
Ciento treinta y seis castellanos fueron sus primeros
pobladores, entre los cuales merecen citarse Alonso de
Escobar y Juan Vásquez, nombrados alcaldes; Juan de
Albear y Acevedo, Hernando de Mescua, Juan de Tolosa,
Sancho de Villanueva, Juan Andrés, Juan Rodríguez,
Pedro Alonso, Juan de Torres y Beltrán de Unsueta, re­
gidores, y el licenciado Pedro de Velasco, que fue el pri­
mer Cura Párroco y bajo cuya dirección se principió la
construcción de la iglesia.
Desde su fundación hasta el año de 1662, en que tuvo
lugar la de San Faustino, fue Pamplona el gran centro
comercial intermedio entre el puerto de Maracaibo y
las poblaciones del Nuevo Reino, lo cual llamó a su seno
gran cantidad de inmigrantes. El laboreo de minas cer­
canas fue asimismo impulso excitante de su prosperidad.
Es tradicional la opulencia de sus vecinos, desarrollada
a favor de estos dos factores, y el sobrenombre de Pam-
plonilla la loca que la vida de aquellos, febril, bulliciosa,
activa y derrochadora le atrajo, como una pequeña corte
de rientes placeres y ruidosas alegrías.
Pedro de Ursúa la gobernó hasta mediados de 1550, en
que partió a Santa Fe, llamado a rendir el informe acerca
1) R o c h e ra u x . P a m p lo n a .
2 ) S im ó n . T. III. P á g . 87.

59
de su ya famosa expedición, habiéndole sucedido en el
mando Ortún Velasco, su compañero de fatigas y de
triunfos, que lo mantuvo durante veinte años, y debió
morir allí mismo, en tierra que agasajó su memoria con
los laureles del benefactor. Durante su gobierno, expe­
diciones formadas por su iniciativa, fundan las pobla­
ciones de Ocaña y Salazar, en territorio de su jurisdic­
ción, y las de Mérida y San Cristóbal, en Venezuela, de
modo que a su muerte —puede decirse— lega al conti­
nente cuatro hijas más que exaltan agradecidas sus cla­
ros servicios en la vida civil de la Colonia.
Ursúa conquistó luego los indios Muzos, fundando la
ciudad de Tudela, que no subsistió, y prestó después
grandes servicios al Gobierno Colonial en Santa Marta
y Panamá. En 1558 le encontramos en Lima, dilecto ami­
go de un elegante virrey, al frente de otra expedición.
Infortunado en ella, perece a manos de sus compañeros
amotinados, en un pueblo llamado Machifaro, de la tribu
de los Omeguas, en lejanas tierras brasileras. Hasta allí
le acompaña una abnegada mujer, doña Inés de Atienza,
bella peruana que con delicada ternura endulza los úl­
timos instantes del bizarro fundador de Pamplona y
restaña vanamente las heridas con que estoques villanos
silenciaron su corazón de héroe.
La muerte de Ursúa acaeció el 1? de enero de 1561. Era
«de edad de treinta y cinco años, de mediana disposición,
de cuerpo algo delicado de miembros, aunque bien pro­
porcionado y gentilhombre en su tamaño; el rostro blan­
co y alegre, la barba taheña, de buena y cortesana plática,
afable y muy compañero de sus soldados, más incli­
nado a misericordia que a justicia, pues aún sus mismos
enemigos jamás se pudieron quejar de haberles hecho
algún agravio; era demasiado confiado y de poca caute­
la, originado de su mucha bondad, que fue lo principal
que le trajo a tan miserable fin .1
Entre los que tramaron su alevoso asesinato estaba
Lope de Aguirre, el famoso bandolero que desde el país
que baña el Amazonas avanzó en atrevidas irrupcionesi)
i) T im ón. T. I. P ág . 264.

60
hasta las comarcas avecindadas al Orinoco, rubricando
su paso de facinerosos con crímenes sangrientos, devas­
tando las recién fundadas poblaciones del Tocuyo, Tru-
jillo y Mérida y haciendo retemblar con su feral presti­
gio hasta la misma Audiencia de Santa Fe. Valido del
sombrío delincuente y gozador de su miserable protec­
ción, acompaña a aquel hasta los últimos momentos de
su muerte, un soldado nombrado Antón Llamoso, que
logró escapar de la mortífera refriega con que Pedro
Bravo de Molina, Gobernador de Mérida, castiga justi­
cieramente a el Tirano Aguirre, como se le llamaba,
dando así término a su tenebrosa carrera de depravacio­
nes y nequicias sin nombre.
Antón Llamoso llega fugitivo a Pamplona, aunque no
con tanto sigilo que no le descubran los guardianes de la
seguridad pública, y allí, en el propio suelo donde discu­
rría latente la gloria del malogrado Ursúa, fue ajusticia­
do aquel malhechor vulgar...
Gobernaba aún Ortún Velasco. De suerte que arcanos
designios llevan a éste a vengar la memoria de su ilustre
amigo, en la persona de uno de los secuaces del princi­
pal de sus matadores.

FRANCISCO FERNANDEZ DE CONTRERAS

Tres veces oyeron las tribus habitadoras del valle de


Hacarí el paso atrevido de corceles en que se allegaban
a sus dominios expedicionarios extranjeros, sin que nin­
guno de éstos determinase sojuzgarlas. Cerca de sus la­
res anduvo Alfínger, en sus correrías por Tamalameque
y lugares vecinos; más cerca Pérez de Tolosa, internado
en los confines de la tribu de los Motilones; y más aproxi­
mado aún a sus viviendas (1566) Francisco Fernández
de Contreras, que a la sazón, comisionado por Ortún
Velasco para explorar la comarca, tan ávido de aventu­
ras como poco dispuesto a un plan maduro de coloniza­
ción, pasó igualmente de largo, si bien observando con
simpatía el itinerario de la jornada, que poco tiempo
después habría de repetir con mejor concierto en los
propósitos y más eficiencia en los resultados. A todos

61
tres los estimula el suspirado hallazgo de riquezas; a
todos tres los aleja y desconsuela la mutilación fugaz
de su esperanza.
Fue sólo en el año de 1572, restablecidos por la Autori­
dad de Pamplona sus recados de Conquistador, cuando
el mismo capitán Fernández, mejor acompañado y más
aprovisionado de vituallas, emprende formalmente la
expedición que remata el día 26 de julio de dicho año
con la fundación de Santa Ana de Hacarí o Nueva Ma­
drid, que ambos nombres tuvo y perdió la localidad de
Fernández, para tomar en seguida el de Ocaña, en re­
cuerdo de la ciudad peninsular, patria probable de Vene­
ro de Leiva, quien adscribió el territorio de su dependen­
cia civil y eclesiástica a la ciudad de Santa Marta.
A catorce mil habitantes hacen subir los cronistas la
población de estos contornos, cálculo sobrio que no re­
chaza el múltiple movimiento de apellidos de las tri­
bus conquistadas. Hacaritama, que era un lugar pinto­
resco, notado por la buena disposición de sus chozas y
el arreglo de sus labranzas y caminos, residencia del
Cacique principal Hacarí, a quien parece obedecían y
respetaban las tribus circunvecinas: Burgama, Bujaria-
ma, Peritama, Teorama, Guturama, Tisquirama, Urama,
Lucutama, Ascuriama, etc., en todas las cuales la común
desinencia Ama parece envolver y significar la idea de
tierra o propiedad, en el idioma indígena.
Fernández era natural de Pedroche, en Extremadura,
activo, «de arrogante continente, de buena reputación
militar y yo enteramente desposeído de cultura».1 Sin
prolongada resistencia, casi sin repugnancia de los natu­
rales, que sobrecogidos de pasmo contemplaban el mar­
cial cortejo, toma posesión del solar tradicional de Ha­
caritama, y dispone el primitivo trazo de la ciudad, con
lo cual quedó aquella tierra, en que se complacían los
afectos y vanidad del extremeño, engarzada en los ricos
dominios de la corona de Felipe II.
Señálase este conquistador por un generoso empeño
en dotar al pueblo fundado de cuantos elementos pueden
contribuir a su auge: ya en 1575 anima la radicación de
algunos comerciantes de mercancías y apoya a Antóni)
i) A lejo A m ay a. Los G en ito res.

62
García de Bonilla en la introducción de los primeros
ganados; recomienda ante el Cabildo al catalán Gon­
zalo de Orta, para el inteligente abastecimiento de aguas
de la ciudad, proyectándolas llevar desde el río de Tejo
hasta la plaza; secunda al primer cura de la parroquia,
Fray Fermín de los Reyes, en la erección del primer
templo; se manifiesta incansable en procurar remedio
a la mayor parte de las necesidades locales. Pero lo que
más preocupa su pensar de hombre de acción, entre cu­
yas condiciones descuella la de un imperioso espíritu
público, es obtener privilegio para el señalamiento de un
puerto de la nueva población. Previsoramente escogido
por Fernández el sitio de ésta, a poca distancia del Mag­
dalena, su celo del interés público aconséjale particula­
rizar la fisonomía topográfica de Ocaña, como envidiada
estación de los artículos de comercio que arroja el gran
río para el consumo de los pueblos interiores del Nuevo
Reino, sin desmayar en el logro de sus anhelos hasta que
viene el deseado documento que autoriza la porteña fun­
dación. Comisionado para avistarse en Cartagena con
el gobernador Pedro Fernández de Bustos, encargado del
cumplimiento de la real Cédula, viaja hasta aquella ciu­
dad, y sigue acaso para España o muere en suelo carta­
genero, dejando sí finalizado el negocio, objeto de su
viaje. En lo sucesivo «todas las ropas y mercaderías de
España que subieren por el río grande de la Magdalena
para este Nuevo Reino y su distrito han de entrar y
entren por el puerto de esta ciudad de Ocaña y no por
otro ninguno»,1 reza un antiguo documento.
Este fue el ideal que acarició como soñador y realizó
como civilizador el capitán Francisco Fernández de Con-
treras, a favor de los infatigables esfuerzos que sabía
mostrar su ánimo, dotado de recio e invencible vigor y
bien hallado con la gallardía y la entereza.

ALONSO ESTEBAN RANJEL


Con opinión de valiente y nada extraño al manejo de
los negocios en que pudiese comprobarla, pidió y obtuvo
este conquistador el encargo de someter los indios Mo-i)
i) C it. p o r A lejo A m ay a. L os G e n ito re s.

63
tilones que, como se ha visto, dominaban irrefrenables
las regiones ribereñas del Zulia, retardando y entorpe­
ciendo el desarrollo comercial de Pamplona.
Había tomado parte en varias expediciones, noble­
mente ambicioso de trocar su posición humilde de sol­
dado por la honorífica de fundador de un pueblo. El
ejemplo y la gloria de sus jefes acopian en su ánimo
serenidad, inteligencia en la campaña y bien sostenidas
energías. Era un inconforme entre sus conmilitones,
ufano estimador de sí mismo y celoso de sus méritos.
Acompañó al capitán Fernández en la conquista de Oca­
ña y allí recibió la encomienda de los indios de Magni-
naré y Manconé, que pronto abandona, bien por rivali­
dades con sus compañeros, bien por firme propósito de
asociar su nombre a más altas empresas. Afiliase entre
los soldados de Francisco de Cazares y asiste con éste a
la fundación de la Grita en 1576 e incorporado en su
expedición, le sigue hasta los dominios de los indios Oro-
tomos, que demoran en las cercanías de Riohacha.
Poco tiempo después se avecinda en Pamplona, de
donde emprende viaje a Santa Fe con el fin de contratar
la pacificación de los Motilones, comprometiéndose a la
fundación de una ciudad, dentro de los reales de la tri­
bu, que fuese como centro de las operaciones que se de­
bían emprender para su llamamiento a la sociedad ci­
vilizada.
El más brillante éxito rodeó su expedición. «Propuso
sus intentos a la Real Audiencia de Santa Fe, que ha­
biendo admitido y tomado asiento y condiciones con que
se debía de hacer la conquista, .. .se le despacharon re­
cados en veintisiete de febrero del año siguiente de 1583,
con los cuales y buena copia de soldados y otra gente
de servicio, caballos y pertrechos de guerra, todo a su
costa, .. .entró ese mismo año a la jornada y habiendo
hecho algunos buenos efectos .. .pobló una ciudad en
el mejor sitio y paraje que le pareció, para frenar desde
ella los indios que hacían el daño dicho y había comen­
zado a conquistar a la banda del norte de la de Pam­
plona, a quien llamó Salazar de las Palmas por las mu­
chas que había en el sitio donde se pobló. Fue de ella

64
Alcalde Mayor todo el resto de su vida, a quien le suce­
dió un hijo suyo del mismo nombre, que hoy goza de lo
mismo, por haberse hecho la merced por dos vidas».1
En el nombre de la población fundada, tercera en anti­
güedad entre las que hoy forman el Norte de Santander,
quiso también Alonso Ranjel sintetizar su agradecimiento
al célebre Oidor Pérez de Salazar, oficioso protector y
consejero que abrevió el despacho de sus diligencias de
Conquistador en Santa Fe. «El capitán Alonso Esteban
de Ranjel, vecino de Pamplona, Maese de campo del go­
bernador Francisco de Cáceres, pobló el año de 1583 a
Salazar de las Palmas, siendo Oidor que presidía en esta
Real Audiencia Alonso Pérez de Salazar, a cuya devoción
le puso el dicho nombre».12
De la explotación de minas de oro y plata, que se bene­
ficiaban entre los pueblos de Salazar y San Pedro, derivó
aquel su primitiva opulencia y renombre, cuyas reliquias
aún hoy día se ven en la cueva llamada de Mil Pesos
«de origen desconocido, que se supone sea el enorme
socavón de una antigua mina explotada por los espa­
ñoles». 3
Alonso Esteban Ranjel permanece en el gobierno de
Salazar durante más de una década. Hereda su cargo
Alonso Ranjel, hijo suyo, de desvaído tipo histórico, que
oculta su nombre dentro de la cuna y la infancia de la
villa.
He aquí, a grandes rasgos bosquejada, la labor de los
conquistadores de nuestro suelo, que si bien presenta
aspectos tristemente célebres como el paso asolador de
Alfínger, siempre será objeto de admiración bajo otros
de decoroso lustre, dondequiera que se tenga como vir­
tud la que consiste en ser inhábil para cercenar la gloria.
Aquellos hombres, lo mismo que todos los que transi­
tan con idéntico ideal a lo largo de las entrañas del
Continente de Colón, por su temple de ánimo, su incom­
parable denuedo y sus costumbres marciales, se hacen
1) S im ó n . T. III. P á g . 287.
2) J u a n R o d ríg u e z F re sle . C o n q u ista y d e s c u b rim ie n to del N uevo
R ein o d e G ra n a d a . P á g . 158.
3) In fo rm e d e l p re fe c to de la P ro v in c ia de C ú c u ta . 1896.

65
extraños en esta época de infinita prisa y alborotado
estruendo. Resultarían grandes mistificados dentro de la
vasta conglomeración de estrepitosas conquistas de la
ciencia, de la industria y del comercio. A cuatro siglos
de distancia, en el solemne reposo de la historia, nadie
ose macular sus lauros, si no se siente a su nivel de espí­
ritu, autorizado por la majestad del palenque, desde
donde lance el veredicto. Y aún así, se expondría a escu­
char el apostrofe con que el héroe yacente de la canción
griega reta las aves rapaces: «Come, águila, nútrete con
mis fuerzas y aliméntate de mi valor...»
Hijos del Sol, como les llamó la sencillez del sentimien­
to indígena, agigantan la edad en que actúan, superio-
rizando el teatro y el mérito de sus hazañas a los de las
míticas leyendas en que se mueven los héroes helénicos.
Circundan su fisonomía procera con la hidalguía de la
misión que cumplen, aproximando los territorios con­
quistados a la confraternidad universal. Hacen estreme­
cer a la vieja Hispania con el regocijo inmenso de un
hartazgo de gloria, que casi lleva cansancio a sus entra­
ñas maternales.
Nunca tuvo el valor humano ejemplares más dignos,
ni empresa más generosa ocuparon los tiempos, ni pue­
blo alguno del orbe mostró más estupendos soldados.
Los conquistadores son los héroes...
1916.

66
MITRAS VIEJAS

Prim er Arzobispo que visita los valles de Cúcuta (1621).


Otros dos huéspedes mitrados. El Illmo. Sr. Juan Galavís,
Monje de San Norberto. Prim er Cura de la Parroquia de
San José de Cúcuta. El Sr. Azúa visita a Bucaramanga. El
Sr. Jaimes y Pastrana, natural del Táchira. Erección del
Obispado y Catedral de Mérida. Disputas suscitadas por
causa de la demarcación de sus límites. Cuarto Obispo que
entra en San José. Labor de don Frutos J. Gutiérrez y don
Antonio I. Gallardo en el establecimiento de la Diócesis de
Pamplona. Población de la Villa de Cúcuta en 1817. El Sr.
Lazo de la Vega, Representante al Congreso de 1821. El
Illmo. Sr. Mariano Talavera. Misa pontifical en una hacien­
da. El Sr. Estévez, Obispo de Santa Marta, en la comisión de
paz. Erección del Obispado de Pamplona.

* * *

Uno tras otro irán pasando, en corto aunque majes­


tuoso desfile, los prelados que han visitado esta comarca
en un lapso dos veces secular; y con el cortejo de púr­
puras y de capas pluviales, veremos también la inculta
fisonomía del valle cucuteño en los tiempos de la
Colonia, en que todavía el grito gutural del motilón sor­
prendía las auroras y despedía los crepúsculos de nues­
tro cielo; su vida pacífica de aldea, «cuando la hoy flo­
reciente ciudad era apenas un risueño pueblecito medio
perdido entre los árboles que formaban muralla de ver­
dura a orillas del Pamplonita»; su nombre, ya menos
oscuro, al hacerse sensible en el atrevido drama de los
Comuneros; sus palpitaciones de pueblo en el luminoso
amanecer de la República; y por último, los ensayos de
su vuelo ciudadano, cuando empezó a recibir más de
cerca los dones de la cultura en el trabajo que crea y la
escuela que enseña.

67
El territorio donde más tarde se fundaron las pobla­
ciones del Rosario, San Luis de Cúcuta y San José, era
un paraje casi selvático cuando por vez primera lo visitó
un obispo: propiamente los conquistadores no se habían
detenido en él; su ruta se señalaba con escasos vestigios;
ni había sido fundado San Faustino, como centro agríco­
la y lugar de expedición sobre el aborigen; éste aún creía
en su independencia y pedía refugio contra la extraña
invasión a los lares de su hogar enmarañado y rústico;
una que otra plantación de cacao daba sombra de pro­
greso en la localidad e inducía al colono que viajaba
entre Pamplona, Salazar y San Cristóbal, a observar con
atención las propicias condiciones del suelo para la labor
agrícola; y aun está misma fue siempre tardía e intran­
quila a causa de las muchas interrupciones que sufriera
con los bruscos acometimientos de la hueste indígena.
Cuando no le moviera en su viaje otro propósito que
el de conocer y estudiar el territorio de su dilatada Dió­
cesis, el primer Prelado que visita los valles de Cúcuta
siempre sería un héroe de la civilización; su jornada es
igual a la de un conquistador, soporta las mismas fati­
gas, arrostra iguales peligros, se identifica con ellos en
arrojo, se hospeda en la espesura de la selva; sólo que
no esgrime acero, sino se apoya en débil cayado; en lu­
gar de llevar al cinto armas, en su morral de peregrino
trae libros; en vez de cálculos de gloria, misión de obser­
vación y paz; ni deslumbra con el brillo de su coraza,
antes atrae con arreos humildes; y si los rayos del sol
buscan su cabeza, no es para quebrarse en reluciente cas­
co, sino para traspasar el débil tejido de su calañés.
Apóstol de una religión de amor, viene a sembrar ense­
ñanzas donde otros sólo habían dejado tristes huellas
y fragmentos de cadenas de hierro, como las señales de
una marcha valientemente audaz, a la que sólo el coraje
guiaba y la codicia ponía norte.
***
PRIMER ARZOBISPO QUE VISITA
LOS VALLES DE CUCUTA. - 1621
Quiso la suerte que aquel primer Prelado fuera tam ­
bién el primer hijo del Nuevo Reino que recibía la inves­
tidura episcopal. Llamábase don Fernando Arias de08

08
Ugarte, natural de Santa Fe, educado en la Universidad
de Salamanca, donde había hecho estudios de jurispru­
dencia que cambió después por teología y cánones. Vino
a su país natal, ya consagrado Arzobispo, después de
haber residido en Madrid, Lima, Panamá y Potosí, des­
empeñando altos cargos civiles. Nombrado para la Sede
de Quito, fue promovido a la de Santa Fe en 1618.
Puso en práctica lo que ninguno de sus antecesores
había hecho: la visita pastoral en su extensa Arquidió-
cesis. Promediado el año de 1621, sale de Tunja hacia
las ciudades de San Agustín de Cáceres y Santiago de las
Atalayas, hoy olvidadas, atraviesa las pampas de Casa-
nare, llega a territorio de la Provincia de Mérida y de­
mora en Gibraltar y Maracaibo, regresando por el valle
de San José hasta la ciudad de Pamplona. Empleó dos
años en tan penosa como dilatada correría. En esta úl­
tima población celebra solemnemente la Cuaresma de
1623 y consagra Obispo de Santa Marta a su provisor
don Leonel de Cervantes, Arcediano que había sido de
la Catedral de Santa Fe, siendo esta ceremonia la prime­
ra de su género verificada en Pamplona.
Distínguese este prelado por su fecundo y provechoso
Apostolado: en menos de cuatro años recorrió una gran
parte de las provincias del Nuevo Reino, arrostrando
las consiguientes penalidades y trabajos. Su celo por la
instrucción de los indios y su condición de americano le
atraían hacia aquellos con una solicitud tal, que le lle­
vaba a suscribir sus cartas al Rey y al Papa con el nom­
bre de Hernando Indio, Arzobispo de Santa Fe. Le co­
rresponde la gloria de haber instalado el primer Sínodo
provincial en la Capital de la Arquidiócesis (1624); y
por sus capacidades, empresas y virtudes, manifestadas
en el activo impulso que imprimió a los negocios ecle­
siásticos, mereció el título de Prelatus Prelatorum et
Episcopus Episcoporum, con que Urbano VIII le calificó
en un acto público. Juzgado por sus obras resultaría el
pastor igual al civilizador.1i)
i) V éase esta n o tic ia , así com o la de los dos P re la d o s sig u ie n te s , O v ie ­
do y A lm an za, e n G ro o t. H istoria C ivil y E clesiástica. T. I. P á g . 248 y
sig u ie n te s. 267 y 287.

69
OTROS DOS HUESPEDES MITRADOS

Transcurrieron pocos años para la llegada de otro alto


funcionario eclesiástico, que lo fue el Illmo. Sr. Fray
Pedro de Oviedo, Arzobispo de Santo Domingo, llamado
a ocupar la Sede Metropolitana de Quito, quien llevó a
cabo el proyecto, apenas extravagante en aquellos tiem­
pos de atrevidas andanzas y peregrinaciones, de recorrer
gran parte de la Capitanía General de Venezuela y del
Nuevo Reino de Granada, antes del término de su largo
itinerario. Sabedor de ello el Metropolitano de Santa Fe,
Illmo. Sr. Julián de Cortázar, dirige al incansable pere­
grino un oficio de saludo, recomendándole practicar la
visita en las provincias de Mérida y Pamplona, a lo que
se prestó gustoso el mitrado viajero. Desembarcó, pues,
en Maracaibo para hospedarse en los valles de Cúcuta
en 1628, siguiendo luego a Santa Fe, donde fue atendido
y agasajado por el señor Cortázar.1
Hacia principios del año 33 de este mismo siglo, hizo
Pamplona cordial recibimiento al Illmo. Sr. Bernardino
de Almanza, el segundo Arzobispo del Nuevo Reino, que
imitaba el ejemplo del señor Ugarte, recorriendo en visi­
ta las alejadas comarcas del norte. Pasara a Mérida este
Prelado, si en Pamplona no recibiese la alarmante noti­
cia de la epidemia que asoló a Santa Fe en aquella épo­
ca, singularmente llamada Peste de Santos Gil, nombre
que inventó la sátira del pueblo, de el del escribano que
aprovechaba la hacienda y caudales de no pocos pacien­
tes que le instituían heredero universal.
Es digno de notarse que el señor Almanza allegó con
prontitud recursos y aun ofreció sus rentas para el re­
medio de los necesitados, poniéndose en camino al lia-i)
i) El s e ñ o r C o rtá z a r e stu v o e n P a m p lo n a e n 1628. « P ara v e n ir a e s te
A rzo b isp ad o d el N u ev o R eino de G ra n a d a a tra v e só d esd e T u c u m á n a
C h ile p o r tie r r a (m ás d e cie n to v e in te le g u a s ), de a llí a L im a, d e a q u í
al p u e rto d e G u a y a q u il, to d o p o r m a r ; d e G u a y a q u il a Q u ito , y d e
Q u ito a S a n ta F e, p o r tie r r a , m á s d e d o sc ie n ta s c in c u e n ta leg u as. E n tró
e n e s ta c iu d a d a c u a tro d e ju lio d e 1627 años, y e n el s ig u ie n te d e 1628
b a jó p o r el río g ra n d e d e la M a g d alen a, e n b u sc a d e l O bispo d e S a n ta
M a rta , d o n L u cas G a rc ía , y de su m a n o re c ib ió el p alio e n e l p u e b lo d e
T e n e rife , d e su D iócesis, d e d o n d e d io la v u e lta p o r O cañ a a P a m p lo n a ,
y v in o v isita n d o d esd e a q u e lla c iu d a d h a s ta e s ta d e S a n ta F e . . . » J u a n
R o d ríg u e z F re sle. C o n q u ista y D e s c u b rim ie n to d e l N u ev o R e in o de G ra ­
n a d a . P á g . 152.

70
mamiento de sus deberes evangélicos. Ni cumplió éstos
con la eficacia con que lo deseaba, pues la peste, que no
era otra cosa que un violento tifo, le hizo su víctima en
la Villa de Leiva el 27 de septiembre de 1633.
***
Debemos mencionar de paso al Pbro. Dr. Juan Ibá-
ñez de Iturmendi, Visitador General eclesiástico de la ciu­
dad de Pamplona y Gobierno del Espíritu Santo de la
Grita, por S. S. Illma. D. Cristóbal de Torres. Visitó
entre otras poblaciones a Táriba, en 1654, y ordenó que
se escribiese una relación de los milagros de la Virgen de
la Consolación de aquella ciudad.
* **
EL ILLMO. SR. JUAN GALAVIS,
MONJE DE SAN NORBERTO
Borráronse las huellas de los anteriores huéspedes y
pasó una centuria sin que la sandalia de ningún pastor
estampase sobre este suelo su huella de caridad y de paz.
En 1739 el Illmo. Sr. Juan Galavís, Monje premonstra-
tense, que pasaba del Arzobispado de Santo Domingo al
de Santa Fe, viajó por estos lugares y aun se detuvo en
ellos, aprovechando la correría para conocer y remediar
las necesidades de los pueblos que iban a formar su Grey.
Fue señalado y cordialmente festejado su tránsito; un
documento antiguo hace de él especial reminiscencia:
«Esta jurisdicción es de la Diócesis y Arzobispado de
Santa Fe de Bogotá, y no se sabe haya visitádola Illmo.
Prelado desde el año de setecientos treinta y nueve, que
pasó por ella el Illmo. Sr. Galavís, de tránsito para
Santa Fe, careciendo los más de estos vecinos de aquel
tiempo a esta parte del Santo Sacramento de la Confir­
mación, y grandes inconvenientes e incomodidades en el
dilatado, costoso recurso a Santa Fe, especialmente para
obtener las dispensas matrimoniales que con frecuencia
se solicitan de estas partes».1i)
i) In fo rm e p re s e n ta d o p o r d o n A n d ré s Jo s e p h S á n c h e z C ozar, r e f e ­
re n te a la v illa d e S an C ristó b a l y lu g a re s v ecin o s al c o m a n d a n te d o n
F ra n c isc o d e A lb u rq u e rq u e , de 16 d e m a y o d e 1782. D ocu m en tos para la
vida pública del L ib e rta d o r. T . I. P ág . 174 y sig u ie n te s.

71
PRIMER CURA DE LA PARROQUIA
DE SAN JOSE DE CUCUTA
Para la visita del señor Galavís, ya había sido erigida
la parroquia de «San Joseph del Valle de Cúcuta»; tu ­
viera pues oportunidad de decir misa en la rústica ermi­
ta del lugar, con riesgo de que no se la oyeran muchos
feligreses. Es hacia el año de 1734 a donde se remonta
su organización eclesiástica: entonces se coloca la pri­
mera piedra de nuestra primera capilla, alegran las cam­
panas el virginal ambiente y suena ya el nombre de
nuestro primer párroco, D. Diego Antonio Ramírez de
Rojas, el más antiguo que registran las crónicas. Se hace
oportuno transcribir aquí la primera partida legible de
bautizo, que se encuentra al folio 29 de nuestros libros
parroquiales:
«Hoy veintiuno de septiembre de mil setecientos treinta
y cuatro años yo el Cura bauticé puse óleo y crisma a una
niña llamada Juana Fabiana, hija legítima de Luis de No­
guera y Juana Benedicta Vivas. Fueron sus padrinos, Sal­
vador Colmenares y Juana Xaviera García, advirtiósele
el parentezco espiritual y a ello doy fe.
Diego Antonio Ramírez de Rojas»

EL SEÑOR AZUA VISITA


A BUCARAMANGA

«En abril de 1749 el cura propio del pueblo de Bucara-


manga, Dr. D. Adrián González, debió hospedar en su
casa nada menos que al dignísimo Arzobispo de Santa
Fe, Pedro Felipe de Azúa Iturgoyen, natural de Chile y
Obispo de la Concepción; Prelado que, según el señor
Groot, se distinguió por su laboriosidad en el gobierno
eclesiástico, y como era hombre, agrega, inteligente y
docto en ambos derechos, dirigió su atención particular­
mente a la observación de la disciplina, fomento de la
piedad y protección de los indios».1i)
i) «La I n fa n c ia d e u n pueblo», a rtíc u lo d e S im ó n S. H a rk e r. (V éase
Lecturas. T. II. P ág . 481).

72
El señor Azúa encontró en Bucaramanga una capilla
desmantelada y ruinosa y excitó al párroco a la cons­
trucción de otra que respondiese mejor a las necesidades
de la feligresía. Es verosímil que este activo y celoso
arzobispo se dirigiera en seguida a Pamplona, dada la
importancia y el progreso de esta población, de las más
adelantadas y florecientes de aquella época. Su perma­
nencia en Cúcuta es dudosa.

***

EL SEÑOR JAIMES Y PASTRANA,


NATURAL DEL TACHIRA
Aunque tampoco consta que estuviese de fijo en estos
valles, no debemos omitir en la presente relación el
nombre de otro antiguo Prelado, que entresacó de las
nieblas del olvido un diligente investigador venezolano.
Rodéalo, no obstante, cierto velo de obscuridad y de si­
lencio que hace aún más amable su figura. Nos refe­
rimos al Illmo. Sr. Gregorio Jaimes y Pastrana, natural
de Capacho, en el Estado Táchira, antiguo Arcediano de
la Catedral de Santa Fe, de cuya dignidad fue promovi­
do a la Sede Episcopal de Santa Marta.
Se tiene noticia de que este sacerdote hizo incansable
propaganda por la devoción regional de Nuestra Señora
de la Consolación, de Táriba, muy venerada en los tiem­
pos coloniales y aún hoy día en aquella población. Tal
vez fue uno de los primeros curas de Táriba (1664) y allí
corrió su juventud, alrededor de la piedad sencilla de
ignaros feligreses. Tal vez se hospedó de paso en estos
lugares, cuando a la capital se dirigiera a recibir su
consagración episcopal. Por las atenciones y cuidados
de su encumbrada carrera no retornó al suelo nativo,
dejando su tumba a orillas del Atlántico y su mitra con­
fundida entre las de la Diócesis Sanmaritense.1i)
i) « P rim e ro s O b isp ad o s d e A m érica». A rtíc u lo d e T u lio F e b re s -C o r-
d ero F. (V éase R e v is ta L ite r a r ia d e B ogotá. T . I. P á g . 137). E n u n
catálo g o d e los O bispos de S a n ta M a rta, p u b lic a d o e n este m ism o a r t í c u ­
lo, f ig u ra e n e l o rd in a l 199 «el Illm o. S r. G re g o rio J a im e s y B a zán , A r ­
ced ian o d e la M e tró p o li de S a n ta F e. A ño 1684». N o h a y d u d a de q u e
sea el m ism o , d a d a la a n a lo g ía d e los dos ap ellid o s B a z á n y P a s tr a n a .

73
ERECCION DEL OBISPADO
Y CATEDRAL DE MERIDA

El cúmulo de negocios adscritos a la Arquidiócesis de


Santa Fe, los extensos límites de su jurisdicción, y la
falta o por mejor decir, prolongada demora de las comu­
nicaciones, fueron parte a que en 1777, por Bula de Pau­
lo VI de 16 de febrero, se erigiese el Obispado de Mérida
de Maracaibo; el mismo año en que también se hizo la
segregación política de esta provincia, del Nuevo Reino
de Granada. Mas no fue sino el 4 de diciembre de 1786,
cuando se inauguró la erección de aquella catedral, por
su primer Obispo, el celoso franciscano Fray Juan Ra­
mos de Lora.
***

DISPUTAS SUSCITADAS POR CAUSA DE LA


DEMARCACION DE SUS LIMITES

En el ínterin de este lapso, vino la Real Cédula de 10


de diciembre de 1783, que mandaba agregar la ciudad
de Pamplona y la Parroquia de San José de Cúcuta al
Obispado de Mérida, lo que dio lugar a algunas diferen­
cias entre el Comisionado para la demarcación de lími­
tes en la Nueva Diócesis y el Arzobispo de Santa Fe, D.
Antonio Caballero y Góngora; el primero se atenía a los
precisos términos del real documento, y el segundo, con
no menos razones, trataba de demorar la eficacia de su
ejecución, alegando que de aquella heterogeneidad en el
orden geográfico de las jurisdicciones se originarían gra­
ve confusión e irregularidades, pues las dos villas, que en
lo político pertenecían al Virreinato, venían a depender
en lo eclesiástico del Nuevo Obispado. Sostenía sus dere­
chos el arzobispo con firmeza, y aun le iba en ello cierto
grado de pundonor y celo personal, cuando a la vez que
con el cayado apacentaba su extendido rebaño, con el
cetro de Virrey administraba la ya sometida Colonia,
que por cierto le había visto venir hasta el Socorro, en
compañía de dos misioneros, a apagar con su palabra y
su carácter los últimos rescoldos del primer sacudimien­
to popular.
74
Resintiérase el purpurado funcionario de no tener co­
nocimiento oficial de las nuevas disposiciones eclesiás­
ticas, atañederas a su propia jurisdicción. Se había pres­
cindido de su autoridad, como que la Cédula citada había
llegado al Gobernador de Maracaibo, D. Francisco de
Arce, quien en seguida la transmitió al Cabildo secular
de Pamplona.
Esta Corporación la recibió con cautelosa frialdad,
razonablemente prevenida a no darle inmediato cum­
plimiento; por lo cual se dirigió al Arzobispo Virrey, pi­
diendo órdenes y consultas sobre el negocio. Contestó
el Prelado que «no innovase cosa alguna hasta que reci­
biese la orden por conducto de sus superiores» y aun
se sorprendió de que el Gobernador de Maracaibo «se
hubiera entrometido a librar providencias en jurisdic­
ción distinta de la suya, sin tener la atención prevenida
por las leyes».
Así las cosas, el de Góngora se dirigió al Gobierno de
España en comunicaciones de mayo 22 y mayo 30 de
1784, exponiendo juiciosamente las dificultades que h a­
bía para segregar Pamplona y Cúcuta del Arzobispado
de Santa Fe; y en copia de razones, sustentaba con vi­
veza lo de pertenecer las dos villas a la provincia de
Tunja.
No atendióle el Rey, ni se tuvieron en cuenta los ser­
vicios con que el Magistrado Pastor le había obsequiado,
celoso y prudente vasallo, en la Revolución de los Co­
muneros: terminó de una vez el asunto declarando con­
cluyentemente por Real Cédula de 12 de marzo de 1790
que «se llevase a debido efecto la agregación de la ciudad
de Pamplona y parroquia de San José al Obispado de
Mérida de Maracaibo»; y para practicar la demarcación
y deslinde de las dos diócesis, nombró al señor D. Juan
Esteban Valderrama con el dictado de «Teniente Audi­
tor de Guerra y Comisionado para el arreglo y división
de la Mitra de Mérida de Maracaibo».1
Este último documento venía a aclarar el punto, y si
bien mortificaba el amor propio del arzobispo, justifi­
caba asimismo sus vacilaciones. Desde entonces, pues,i)
i) D ato s to m a d o s d e la o b ra «D ocum entos p a r a la v id a p ú b lic a del
L ib e rtad o r» . T. I. P ág s. 222 a 225.

75
entraron a formar parte de la Diócesis emeritense Pam­
plona, San José de Cúcuta, San Faustino de los Ríos y
Limoncito. Inmensamente vasto como era su territorio,
quedó aún más con el aumento de las jurisdicciones
nombradas.1
❖ * *

CUARTO OBISPO QUE ENTRA EN SAN JOSE

El cuarto obispo de que hay constancia visitó el pue­


blo de Cúcuta fue el Illmo. Sr. D. Manuel Cándido To-
rrijos, fraile dominicano, natural de Santa Fe, consa­
grado Obispo de Mérida en su ciudad natal el 21 de abril
de 1793 por el Metropolitano, Doctor Baltasar Jaime Mar­
tínez y Compañón, a cuya ceremonia asistió el Virrey
D. José Ezpeleta, como padrino del nuevo pastor.
Ocurrió su venida en el mes de julio del mismo año,
de paso para la capital de su Diócesis, a donde llegó el
16 de agosto, por vía de Maracaibo. Le acompañaba su
hermano, D. Rafael Torrijos, también eclesiástico. Poco
más de un año mantuvo el Gobierno de la Diócesis, pues
falleció repentinamente a fines de 1794».12
1) H e a q u í los lím ite s de la n u e v a D iócesis: «La d e m a rc a c ió n d e e s te
O b isp ad o c o m p re n d ía u n a p a r te de la P ro v in c ia d e B a rin a s, se g re g a d a
d e l A rzo b isp ad o d e S a n ta F e; la P ro v in c ia de M a rac aib o ; los d istrito s
m u n ic ip a le s d e C oro y de T ru jillo (q u e n o e r a n e n to n c e s p ro v in c ia s),
se p a ra d o s d e l O b isp ad o de C a raca s, lo m ism o q u e M a rac aib o ; d e los
d istrito s m u n ic ip a le s d e M érid a, L a G rita y S an C ristó b al, p e rte n e c ie n te s
a S a n ta F e en lo eclesiástico ; y d e la c iu d a d de P a m p lo n a y v illa d e
S an Jo s é d e C ú c u ta , q u e e n lo civil y eclesiástico e s ta b a n ta m b ié n s u je ­
ta s al A rzo b isp ad o d e S a n ta Fe». (O br. C it. T. I. P á g . 120).
E l h is to ria d o r G ro o t a n o ta (T. II, P ág . 200) la d is trib u c ió n p a rc ia l de
la R e n ta d e D iezm os e n alg u n o s d e lo s d istrito s d e l n u e v o O bispado.
T ra n s c rib im o s este d a to a títu lo d e c u rio sid a d y p o rq u e se ju z g u e el
e sta d o d e d e s e n v o lv im ie n to a g ríc o la e n las re sp e c tiv a s lo c alid ad es:
«El ju z g a d o d e B a rin a s 3.986 pesos 2 \ ' z re a le s; el de S an F a u stin o 414
pesos; el d e L a G rita 920 pesos 7 re a le s; el de M é rid a 3.870 pesos 7%
reales; el d e S an C ristó b a l 2.809 pesos 5 real es; el de G ib r a lta r 881
p esos 7 re a le s. E n d ich o añ o (1783) im p o rta ro n los d iezm os de sólo la
v e re d a d e la ciu d a d d e P a m p lo n a , 1.222 pesos ocho y m ed io o ctav o s
(sic) y el d e l p u e b lo d e S an Jo s é de C ú c u ta 285 pesos y y p o r R eal
C éd u la d e 12 d e m a rz o d el añ o d e 90, se a g re g a ro n a d ich o O b ispado
d e M é rid a los d iezm o s d e la c iu d a d de P a m p lo n a y el d e la p a r ro q u ia
d e S an Jo sé , re m a tá n d o se el de a q u e lla e n la c a n tid a d d e 797 p eso s 3%
reales, y los d e S an Jo s é e n 1.851 p esos I V 2. reales».
2 ) C olección d e «El L ápiz» (T om o II, P á g . 183).

76
LABOR DE D. FRUTOS J. GUTIERREZ Y D.
ANTONIO I. GALLARDO EN EL
ESTABLECIMIENTO DE LA
DIOCESIS DE PAMPLONA

En los comienzos del siglo pasado, empezó a agitarse


en Santa Fe la cuestión de la conveniencia y necesidad
de erigir nuevas diócesis en el vasto territorio del Nuevo
Reino: el Dr. Frutos Joaquín Gutiérrez de Cabiedes, n a­
tural de estos valles, profundo canonista y abogado de
nota, aconsejaba en una publicación de 1808 el estable­
cimiento de ocho obispados en la Colonia, que debían
de ser los de Guayaquil, Pasto, Neiva, Chocó, Antioquia,
Socorro, Pamplona y Casanare.
Era ayudado entusiásticamente por el Dr. D. Antonio
Ignacio Gallardo, ilustrado eclesiástico, rector del Cole­
gio del Rosario, que laudablemente aspiraba a que Pam­
plona, su suelo nativo, fuese erigido en Sede Episcopal.
Transcribimos a continuación el siguiente Oficio que da
idea del grado de adelanto a que se llevó este negociado:
Muy Sres. míos: la de V. S. 23 de mayo no llegó a esta
capital hasta el 19 del presente; ignoro el motivo de su
detención. Luego que la recibí y me impuse en su conte­
nido, pasé donde el Dr. D. Camilo Torres, a quien había
hablado del asunto, y hecho ver el motivo de conferir
poder para la solicitud de Obispado al Dr. Frutos Gutié­
rrez; nuevamente ha quedado persuadido con la de V. S.
y mis cortas razones, añadiendo que se halla sumamente
agradecido al honor que se le ha dispensado en tenerlo
presente en la terna para la Diputación pedida para la
Suprema Junta Central; me dijo haber dado las gracias,
aunque no ha tenido la noticia por el Cabildo ni por carta
particular de esa Ciudad.
El Dr. D. Frutos Gutiérrez escribe por este correo a V.
S. dando las gracias por haberlo tenido también presente
para la Diputación en el sorteo de ese Cabildo, aunque
se queja igualmente de no habérsele comunicado noticia
por persona alguna de esa Ciudad. Este sujeto se interesa
con ardor, como buen patriota, en la solicitud de Obispado
para esa Ciudad. Necesitamos el mapa que hizo D. Jacobo
Wiesner de esa Provincia; yo lo tengo pedido al mismo,
pero hace muchos días y no me ha contestado; en esa
Ciudad quedaron algunos borradores y cualquiera de ellos

77
nos sirve, que acá se pondría en limpio y se enmendarían
los defectos sustanciales que tenga.
V. S. tenga la bondad de ocuparme en cuanto me halle
útil y vea pueda servirle el mínimo de sus Patricios y m a­
yor en su afecto.
Dios guarde a V. S. muchos años. Santa Fe, junio 21 de
1809.
Besa sus manos su Capellán,
D. Antonio Ignacio Gallardo
Sres. del M. Y. C. de la Ciudad de Pamplona.1
Empero, la precipitación e importancia de los sucesos
que en seguida se desarrollaron, hizo converger la mirada
de los partidarios del proyecto al tempestuoso hori­
zonte político tras del cual se acariciaba, como en soña­
da fantasía, la independencia de la Patria. Aun esta mis­
ma idea de la erección de nuevos obispados en aquellos
tiempos parece obedecer a un definido sentimiento re­
publicano en sus sostenedores: dividido el país eclesiás­
ticamente, ya que en lo civil no se podía interrumpir el
rodaje de su apretado centralismo, fuera más fácil sem­
brar la nueva semilla, extenderla en campo propicio yi)
i) L éase a c o n tin u a c ió n la b re v e n o tic ia q u e so b re este d istin g u id o
p am p lo n é s en v iam o s a la A cad e m ia N acio n al de H isto ria, p a ra el D ic­
c io n a rio B io g ráfico d e C olom bia:
« G allard o A n to n io Ig n acio. (H ijo d e D. Jo s é J a v ie r G a lla rd o ). C lérigo
n o ta b le , hizo su s estu d io s en B ogotá, e n d o n d e re sid ía c u a n d o estalló
la R ev o lu ció n d e l 20 d e ju lio , a l p ie d e c u y a a c ta se e n c u e n tr a s u firm a .
C u ltiv ó re la c io n e s con D. C am ilo T o rre s y D. F ru to s J o a q u ín G u tié rre z ,
y con éste ú ltim o tr a b a jó e n el se n tid o de e rig ir en O b ispado la ciu d ad
d e P a m p lo n a . P o r su ilu stra c ió n y c a p ac id a d es, m e re c ió e s ta r al f re n te
d e l R e c to ra d o d el C olegio d el R osario, d o n d e f ig u ra su r e tr a to e n la
G a le ría d e R e c to re s d e d ich o e sta b le c im ie n to . N o m b rad o V ocal d e la
J u n ta P a m p lo n e sa , re g re só d e la c a p ita l a su ciu d a d n a tiv a , e n d o n d e
d esem p eñ ó el carg o co n q u e se le fa v o re c ía , c o n tin u a n d o d esd e a llí
d a n d o im p u lso a la o p in ió n p o r la In d e p e n d e n c ia . M urió e n 1814».
A p ro p ó sito d e la ú ltim a p a r te d e este d o c u m e n to (p u b lic ad o e n El
B ib liófilo d e B u c a ra m a n g a d e 19 d e a b ril d e 1898) q u e se re fie r e a l
m a p a d e la P ro v in c ia d e P a m p lo n a , le v a n ta d o e n 1808 p o r D. Ja c o b o
W iesn er, g eó g rafo a le m á n (?), c u y a la b o rio sid a d c ie n tífic a a p la u d e e l
a u to r d e l S e m in a rio d e N u e v a G ra n a d a , d eb em o s d e c ir q u e y a la c o ro ­
g ra fía d e e s ta co m arca (T u n ja , S o c o rro y P a m p lo n a ) se h a b ía in ic ia d o
con o tra s d os c a rta s, d ib u ja d a s la u n a e n 1779 p o r D. F ra n c isc o J a v ie r
C aro, y la o tr a e n 1807 p o r e l esp añ o l D. V ic e n te T alled o . A m b o s t r a ­
b a jo s los m e n c io n a C ald as elo g io sa m e n te . (V éase El Sem anario, P á g s.
27 y 143).

78
cultivarla con ardorosa simpatía, a poder de mitras ilus­
tradas e infatigables en el peregrinar azaroso de la gran
idea.
De todos modos, en los anales de la Diócesis de Nueva
Pamplona, como abriendo su portada, figurarán los nom­
bres de esos dos meritorios ciudadanos, civil el uno, ecle­
siástico el otro, y ambos patricios de la República, que
la sirven con fe y decisión inquebrantables, aumentando
generosos los blasones del norte de la Nueva Granada.
Uno de ellos, Gutiérrez de Cabiedes, le ofrenda su vida,
victimado por las armas realistas, en comarcas lejanas
de Casanare, en el año del Terror. Gallardo muere tem­
pranamente, entristecido de no prolongar su existencia
hasta el desenlace triunfal de la Revolución.
* **
POBLACION DE LA VILLA DE CUCUTA EN 1817

Entrado el año de 1817, regresaba de Bogotá el Dr. D.


Rafael Lazo de la Vega, nombrado 5? Obispo de Mérida,
a quien había consagrado el Illmo. Sr. Juan B. Sacristán,
en enero de ese año. El Dr. Lazo, al principio de su ca­
rrera eclesiástica, se distinguió por una marcada adhe­
sión a la causa realista, que le trajo no pocos sinsabores
y disgustos. De linajudo origen, entroncado con uno de
nuestros antiguos presidentes en la Colonia, había naci­
do en Veraguas (Istmo de Panamá), y recibido una edu­
cación culta y esmerada.
Desde que llegó a su Diócesis se pudo apreciar la mano
firme de un verdadero Pastor: dispuso que en todas las
parroquias encomendadas a su gobierno se levantara un
censo de población, estimulando el empeño y diligencia
de los párrocos en este sentido. Por lo que hace a Cúcuta,
podemos presentar a nuestros lectores el número de h a­
bitantes que contaba en 1817.
«Padrón general que contiene el número de almas del
Vecindario de esta Villa de San José de Cúcuta, formado
por su Cura y Vicario Pro. D. Francisco José de la Estre­
lla, y de orden de S. S. I. el Dr. D. Rafael Lazo de la Ve-

79
ga, Dignísimo Obispo de la Diócesis de Mérida de Mara-
caibo del Consejo de S. M„ en este corriente año de 1817,
y es como sigue:
Casados ........... 161
Casadas ........... 163
Adultos ........... 328
Adultas ........... 769
Párvulos ......... 493
Párvulas .......... 381
Resulta por totalidad ................... 2.295
Nacidos en el año ............. 54
Muertos ................................ 29

Villa del Señor de San José de Cúcuta.


Junio 9 de 1817.
Francisco Joséf de la Estrella» 1

***

EL SR. LAZO DE LA VEGA, REPRESENTANTE


AL CONGRESO DE 1821

El Dr. Lazo asistió al Congreso del Rosario de 1821 co­


mo diputado por Maracaibo, y en su carácter de presi­
dente del ilustre colegio puso su firma a la célebre Cons­
titución de Colombia.
Antes de ocupar su curul, visitó a Pamplona y allí con­
firió las órdenes mayores a un joven seminarista, llama­
do Eugenio Herrán, hermano del general Herrán.
En el seno de aquella Corporación, el Dr. Lazo, cono­
cido por su adhesión al trono, explicó brillantemente el
cambio de sus opiniones políticas, en que habían influi­
do la conducta del Gobierno español para con los ame­
ricanos y las conferencias políticas que tuvo con Bolívar
en Trujillo a fines del año anterior. Probó después el
obispo su convicción republicana en una carta dirigida
a sus diocesanos al tener conocimiento de la toma dei)
i) D eb em o s este cu rio so e im p o rta n te d a to a n u e s tro m u y estim ad o
d e u d o D r. T u lio F e b re s-C o rd e ro F., q u ie n lo copió d e u n m a n u s c rito
d e la C u ria E p isco p al d e M é rid a y b o n d a d o s a m e n te n o s lo h a re m itid o .

80
Maracaibo por Morales en 1822, exhortando a la defensa
de la Patria y a la fidelidad al Gobierno de la República.
En los primeros meses del año 23, volvió el Sr. Lazo a
Cúcuta, y pasó para Bogotá, a donde también iba a
ocupar su puesto en el Senado de la República. Su nom­
bre está vinculado, no sólo a la historia de nuestro parla­
mento, sino también a la de la Iglesia Colombiana: fue
a este Prelado a quien cupo en suerte la Consagración
de la Catedral de Bogotá el 19 de abril de aquel año, fe­
cha histórica escogida sin duda como un acto de consi­
deración y homenaje fraternal hacia los representantes
venezolanos.
Una tercera vez hospedaron nuestros lares al Sr. Lazo
a fines de 1825, también de paso para la capital, y tam ­
bién elegido Senador para el Congreso de 1826. Ignora­
mos si regresó a su Diócesis, pues fue poco después pro­
movido a la Sede de Quito.
***
EL ILLMO. SR. MARIANO TALAVERA
Después de este ilustre Prelado, aparece en nuestros
anales el nombre de otro eminente miembro del Episco­
pado Venezolano: el del Illmo. Sr. Mariano Talavera y
Garcés, cuyos luminosos talentos han brindado hermosas
páginas a la literatura y a la elocuencia de su patria.
Antes de recibir la mitra, nos visita dos veces: en la
dolorosa emigración que un grupo de sus compatriotas
emprende a la Nueva Granada, después del tremendo
cataclismo de 1812; y conducido prisionero por las armas
realistas, en 1815, cuando por retaliación partidista a su
exaltado patriotismo, se le obliga con rigor a abandonar
el país que le brindaba asilo. En la primera ocasión, des­
pués de haber viajado a la capital y relacionádose allí
con personas principales, desempeña por algún tiempo
el curato de Piedecuesta; y en la segunda, le vemos re­
gresar en compañía del Dr. Juan José Osío, también sa­
cerdote, su amigo y compatriota, con quien se embarca
en el Puerto de los Cachos, con rumbo a Maracaibo a
soportar —dice uno de sus biógrafos— nuevos padeci­
mientos, que le preparaba la franca profesión de sus
principios, siempre sostenidos con entereza y dignidad.

81
«Fue preconizado Obispo de Trícala y Vicario Apostó­
lico de Guayana por la Santidad de León XII, el 24 de
diciembre de 1828. Recibida la sacra unción en 15 de
agosto de 1829, de manos del Illmo. Sr. Fernando Cai-
cedo y Flórez, Arzobispo de Bogotá, a cuya ceremonia
asistieron en calidad de padrinos el benemérito general
Rafael Urdaneta, del Consejo de Gobierno, y el señor
José París, emprendió marcha a la capital de su obis­
pado». 1
* * *

MISA PONTIFICAL EN UNA HACIENDA


Durante este último viaje, se detuvo en Cúcuta y hos­
pedóse en casa de D. Pedro Santander, que le tenía alto
aprecio. Invitado por éste, partió a conocer la hacienda
de La Culebra, riquísima en plantaciones de cacao y ca­
ña, que beneficiaban al arrullo de sus tristes canciones las
manos de ciento sesenta africanos y mestizos. En tan
extensa propiedad, que pertenecía entonces a aquel acau­
dalado agricultor y de que fue después dueño el general
José Escolástico Andrade, se levantaba una humilde ca­
pilla, donde el señor Talavera celebró una misa solemne
y dirigió algunas palabras a sus rústicos oyentes, con­
movidos sin duda al majestuoso espectáculo de un Minis­
tro de la Iglesia que penetraba hasta las entrañas de la
selva para bendecir a D ios... Allá a lo lejos distinguiría
el Prelado el curso caprichoso del Zulia, y escucharía
sus notas broncas como un coro importuno y extraño,
repleto de salvaje hermosura y encanto.
❖ ❖ *

EL SR. ESTEVEZ, OBISPO DE SANTA MARTA,


EN LA COMISION DE PAZ
Al año siguiente (mayo de 1830) graves sucesos polí­
ticos trajeron a esta frontera al Gran Mariscal de Aya-
cucho y al Obispo de Santa Marta, Dr. José María Esté-
vez, que habían sido designados por el Congreso de aquel
año Comisionados de Paz para tratar con los represen­
tantes Venezolanos sobre las bases y condiciones de la
unión de los tres estados en que ya se desmoronaba la
homogeneidad política de Colombia.i)
i) B io g rafías d e H o m b res N otables. T. III. P ág . 190.

82
¡Qué hermosa misión la confiada a estos dos perso­
najes, que se dilataba con sinceridad en el ánimo estu­
pendo del «General más digno de Colombia», y crecía
ante el horizonte nacional, como una flor de civilización,
bajo el pecho de aquel ilustre obispo! ¡Y quién creyera
que esa misión resultaría infructuosa! ¡Quién dudaría
de que la voz que guió a nuestros soldados en Pichincha
y Ayacucho, ahora ayudada por la autoridad e ilustra­
ción de un Ministro de Dios, se encontrase, como fuera
de su natural medio de bondad, inhábil no, sino decep­
cionada para luchar con el clamor de las pasiones y los
aleteos de la ambición!
Sin embargo, así sucedió: los comisionados llegaron
hasta La Grita y allí se les notificó orden expresa de no
seguir hacia adelante; repasaron el Táchira y en el Ro­
sario de Cúcuta aguardaron los Representantes del Go­
bierno del general Páez, que eran el general Santiago
Mariño, D. Martín Tovar Ponte y el Pbro. Ignacio Fer­
nández Peña.
Iniciadas las conferencias, se dieron por terminadas
sin haber triunfado el espíritu conciliatorio que traía la
misión de los enviados del Congreso; los cuales regresa­
ron a Bogotá con el convencimiento de que se derribaba
la gran república de los hombres del Atlas que la habían
fundado.
***
ERECCION DEL OBISPADO DE PAMPLONA
Hase visto, pues, que durante cuarenta y dos años,
Pamplona y Cúcuta formaron parte de la Diócesis de
Mérida. En 1832 el Congreso de la Nueva Granada, que
corrigió los límites de varias diócesis, agregó al Arzobis­
pado de Santa Fe las dos ciudades mencionadas, junto
con el Rosario, Limoncito y San Faustino de los Ríos.1
La Santa Sede aprobó estas disposiciones por Bula dei)
i) E n 1832 L im o n c ito y S an F a u stin o , e r a n ald e a s de escasa s ig n ific a ­
ción. E n 1851 la s d e s c rib e así A n c íz a r: «L im oncito, a o rilla s del Z u lia
e n el o ccid en te, c o n ta n d o 368 h a b ita n te s su d istrito ; y S a n F a u s tin o ,
ce rc a d el T á c h ira e n el o rie n te , co n 544 m o ra d o re s , d e s d ic h a d o r e s to
d e la ciu d a d q u e fu n d ó e n e l añ o d e 1662 A n to n io de los R íos J im e n o ,
d esp o b lad o p o r la s fie b re s y a r ru in a d a s su s ric a s p la n ta c io n e s d e cacao».
(P eregrinación de A lp h a). P ág . 485.

83
Gregorio XVI de 1834, año en que también fue ley de la
República el establecimiento de la Legación Granadina
cerca del Vaticano.
La ley de 11 de mayo de 1834 decretó la erección del
Obispado de Nueva Pamplona, que fue confirmada por
el mismo Pontífice por Bula de 16 de septiembre de
1335.1
Hasta 1830, el año fatal y desventurado de la patria,
pocos son, pues, los prelados que dejan su nombre en los
anales del pueblo de Cúcuta. Conviene observar que el
primero de aquellos, el señor Arias de Ugarte, como Nun­
cio de civilización, emprende su jornada cuando el abo­
rigen dominaba aún en su solar nativo, lo que le hace
llevar la esperanza de una futura y próspera coloniza­
ción; en tanto que el último, el señor Estévez, como emi­
sario de la unión colombiana, señala su paso en época
tormentosa para el patriotismo, y junto con el adiós a
nuestros lares, se lleva también la triste despedida de la
Gran Colombia. El primero encontró el trato arisco y la
enemiga sorda en el abatido campo de una razón autóc­
tona, pero quizás logra desvanecer esos sentimientos al
influjo de su autorizada palabra; el segundo encuentra
también enconados orgullos y rencores en el recién fun­
dado hogar de la República, aunque no es bastante su
carácter a obtemperar el rigor de las desavenencias.
Hay una analogía, sin embargo, en la misión que am­
bos traen de aproximar voluntades y disipar nieblas de
discordia: es el parentesco íntimo que enlaza las remi­
niscencias, que no parece sino que aquellos dos prelados
se dan la mano al través del tiempo y de las vicisitudes
de nuestra historia.
1909.i)
i) P os S c rip tu m . H e a q u í el catálo g o d e los P re la d o s q u e h a n o c u ­
p a d o 'l a S ed e E p isco p al d e P a m p lo n a y el lap so cronológico d e su
g o b ie rn o :
(1837-1853). Illm o . S r. Jo s é J o rg e T o rre s E sta n s (de P o p a y á n ).
(1854-1864). Illm o . S r. Jo s é L u is N iño (de S a n ta R osa d e V ite rb o ).
(1865-1874). Illm o . S r. B o n ifacio A. T oscano (de T u n ja ).
(1874-1875). Illm o . S r. In d a le c io B a rr e to (de S a n ta R osa de V ite rb o ).
(1876-1908). Illm o. S r. Ig n a c io A. P a r r a (de S am a c á ).
(1909-1915). Illm o . S r. E v a ris to B lan c o (de S an M iguel).
(1916- ). Illm o . S r. R a fa e l A fa n a d o r (de B a ric h a ra ).

84
DE PREDIO A CIUDAD

La Colonia agrícola. Gobierno de San Cristóbal, Tunja y


San Faustino sobre los Valles de Cúcuta. Nuestro primer
Funcionario Público (1578). La Fundadora del pueblo. Eti­
mología del nombre de la tribu. El indio Cúcuta. Antiguos
propietarios. Prim era escritura otorgada en San José. Tí­
tulo oficial de la Villa. Su área urbana y suburbana en
1793. Curules Municipales. Primeras contribuciones. Esta­
blecimiento de la primera escuela. Remotos letrados.

Inobservada de los conquistadores y desfavorecida por


la naturaleza en punto a riquezas minerales, no exhibió
Cúcuta, como Tunja, los blasones de una fundación clá­
sica que atrajera a su seno agrupamiento de gente prin­
cipal; ni como en Popayán, ondearon en su recinto, para
hacerlo tradicionalmente ilustre, los pendones triunfan­
tes de un conquistador que viste sus tropas con refina­
miento asiático; ni tuvo, como Pamplona, cielo benéfico
y minas cercanas donde la comodidad y la codicia vi­
nieran a ser factores de un desenvolvimiento rápido; ni
como Santa Marta, hospitalarias playas para acoger al
resuelto aventurero castellano, o hermosa bahía donde
airosos bajeles diesen incremento a su población y su
comercio. Su cuna de ciudad no se mece entre las mú­
sicas de himnos triunfales, ni asisten a su nacimiento
conquistadores de animoso corazón que la arropen con
clásicos escudos; su desarrollo de aldehuela es lento, ta r­
dío y perezoso como la corriente del Pamplonita que la
arrulla; en sus ignotos días pre-coloniales trashuman
los indios en la romería del trabajo embrionario y primi­
tivo; sus tardes se abrigan en la sombra nemorosa del
paraje, y sus estrelladas noches concurren a alegrar con
timidez el poderío de la indócil tribu.

85
Sorprenden al valle de Cúcuta las primeras palpitacio­
nes de vida y actividad hacia el principio del siglo XVII:
es entonces cuando la agricultura le presta agasajos ma­
ternales y el copado árbol del Teobroma preside su in­
fancia de pueblecillo con el verdor de su follaje y el coral
de sus frutos.
Tenaces agricultores de Pamplona y San Cristóbal se-
ñoréanse de estas tierras, ávidas de labranza y de culti­
vo; aquí establecen sus rancherías y campamentos de
labor, y acaso sin encontrar aplauso para su obra meri­
toria, toleran con heroica energía el gesto agrio y re­
nuente de los indios que reclaman su antigua propiedad.
Es la caravana de los hombres del trabajo, que hacen
blanquear sus toldas, pendones de progreso, entre la
malla verdeante de la floresta huraña; entréganse con
rendido cariño a la hospitalidad de la selva, traen el
grano fecundo, esparcen y prodigan la semilla, y la co­
secha proficua y copiosa compensa las fatigas e hincha
de orgullo el pecho de los sembradores.
Nuestros primeros colonos observan esta tierra ade­
cuada para la cría de bestias y sus fundos son grandes
dehesas potriles y mulares: «llegaron al valle de Cúcuta
(Juan de San Martín y compañeros), que lo hallaron mal
poblado, por ser tierras malsanas, aunque fértiles, que
ahora (1623) sirven de criar ganados, en especial muías,
que salen extremadas de buenas en los hatos y crías
que tienen allí vecinos de la ciudad de Pamplona y Villa
de San Cristóbal, por participar de este valle los tér­
minos de ambos pueblos»; «los llanos del gran valle de
Cúcuta, criadero famoso de ganados mayores, en espe­
cial de muías, que salen allí por extremo buenas, criadas
con orégano, por haber tanto, que todo el monte bajo
del llano es de eso. Son posesiones y estancias hoy de la
ciudad de Pamplona y villa de San Cristóbal, donde tam ­
bién se cría grande abundancia de venados bermejos,
en quienes se hallan algunas finas piedras bezares, por
las muchas culebras que los pican y reparo que tienen
de fino díctamo, que es lo principal de que se engendra
la piedra bezar. También se crían manadas de zahínos
y otros animales de tierra caliente, porque lo es aquella
mucho».1i)
i) S im ó n . N o ticias H isto riales. T. I. P ágs. 47 y 228.

86
En los primeros años de la Conquista, y a vuelta de
algunas diferencias sobre límites entre Pamplona y San
Cristóbal, los valles de Cúcuta estuvieron bajo la custo­
dia y administración de las autoridades políticas de la
última villa, que a su vez pertenecía, como toda la Pro­
vincia de Mérida, al Nuevo Reino de Granada. Bajo este
respecto la primera Autoridad que ejerció jurisdicción
sobre estos valles, fue D. Rodrigo de Parada, Alcalde Or­
dinario de San Cristóbal en 1578. «Habiéndose ofrecido
diferencia entre los vecinos de esta villa y los de la ciu­
dad de Pamplona, en vista de las declaraciones que una
y otra parte se recibieron, tocante al señalamiento de
aquel lindero río de Cúcuta, Rodrigo de Parada, Alcalde
Ordinario de esta villa, a nombre de ella y de la Justicia
y Regimiento y de los demás vecinos de aquel tiempo y
que en adelante sucedieren, tomó y aprehendió posesión
en el puerto del río de Zulia, que por otro nombre se
decía el río de Nuestra Señora de la Candelaria, que pasó
en veintitrés días del mes de agosto de mil quinientos
setenta y ocho, con lo cual quedaban todos los Llanos
de Cúcuta inclusos en la jurisdicción de esta villa, por
haberse justificado que el río que nombró el capitán Juan
Maldonado de Cúcuta, era una quebrada que dentra en
los dos vados del río Pamplona;...» 1
El funcionario a quien se encargaba la policía de estas
regiones, Valle de San José, el Rosario y San Antonio,
estaba subordinado a las autoridades de Tunja. «La Pa­
rroquia de San Antonio de Padua y Valle de Cúcuta,
distará de esta villa al occidente ocho leguas más o me­
nos, y de dicha parroquia al río de Táchira, que en el día
divide esta provincia y la de Tunja, seis cuadras más o
menos, por cuya inmediación, antes que se separase esta
provincia del Virreynato de Santa Fe, al Teniente de Go­
bernador de esta jurisdicción se le confería el empleo,
de Teniente de Corregidor de Tunja y así abrazaba am­
bas jurisdicciones; esto es, la de esta villa (San Anto-i)
i) In fo rm e d e D. A n d ré s J o s e p h S án ch ez C ozar, r e fe re n te a la V illa
d e S an C ristó b a l y lu g a re s convecinos». T ie n e este d o c u m e n to fe c h a de
16 de m ay o d e 1792, y e s tá d irig id o al c o m a n d a n te D. F ra n c isc o d e A l-
b u rq u e rq u e , el m ism o q u e p acificó esta s co m a rc a s e n la In s u rre c c ió n
d e los C o m u n ero s. V éan se D ocum entos para la vid a pública d el L ib er­
tador. T . I. P á g . 174 y sig u ie n te s.

87
nio) y parroquias inmediatas del Señor San José, y Nues­
tra Señora del Rosario de Cúcuta y sus demarcaciones,
y así de su orden, se perseguían los reos que se abrigaban
u ocultaban de una a otra parte, lo que ahora no
sucede».1
Existe una fundada tradición de que a fines del siglo
XVII los valles de Cúcuta dependían políticamente de
San Faustino, lo que parece creíble, por el notado flore­
cimiento de esta población y su proximidad a aquellos.
En los primeros años del siglo XVIII una acaudalada
señora, doña Juana Ranjel de Cuéllar, era dueña en
estos valles de una extensa hacienda de cacao, denomi­
nada Guasimal o Guasimales, indistintamente. En 1733
vivía en su modesto retiro de Tonchalá vida oscura y
apacible, sólo turbada de tiempo en tiempo por el trá n ­
sito de traficantes pamploneses y por las referencias
que éstos dejaban acerca de las novedades más impor­
tantes de la villa. Créese que era oriunda de La Grita,
en la vecina República, y había venido a establecerse
en esta comarca en compañía de su esposo, fallecido
pocos años antes.12 La sencillez y sobriedad de sus cos­
tumbres y su perseverancia en el trabajo labraron pronto
su prosperidad, exteriorizada en los proventos de un rico
patrimonio, que no mermaron sus frecuentes generosi­
dades. Hablan éstas lisonjeado su fama en el cercano
caserío del Pueblo de Cúcuta, a la banda derecha del Pam-
plonita, cuyos vecinos contando con el bienhechor influ­
jo de la propietaria, solicitaron permiso para fundar una
población en la banda opuesta, en tierras que le perte­
necían. No bastó más para que la señora Ranjel de Cué­
llar cediese a aquella noble aspiración, tanto por contri­
buir al fomento de los valles que le dieron fortuna como
para hacer más sólida la propia con la inmediata valo­
rización de sus propiedades. Comunicó en seguida su
propósito de donación al Alcalde Ordinario de Pamplo­
na, que lo era don Juan Antonio Villamizar y Pinedo,
1) In fo rm e d e D. A n d ré s J o s e p h S án ch ez C ozar, citado.
2 ) C om o n o tic ia c u rio sa ace rc a de la fa m ilia d e e s ta se ñ o ra , a n o ta m o s
q u e su h e rm a n o d o n Jo s é M iguel R a n je l, n a tu r a l de L a G rita , casó
en el R o sario d e C ú c u ta con d o ñ a P e la g ia C oncha, h e rm a n a d e l c o ro n el
Jo s é C oncha, p ro c e r d e la In d e p e n d e n c ia e h ija de D. B a rto lo m é M ozán
d e la C o n ch a y d o ñ a B á rb a r a S án ch ez.

88
el cual se trasladó con numerosa comitiva al sitio de
Tonchalá, tres kilómetros al S. O. de Cúcuta, donde el
día 17 de junio de dicho año, la señora Ranjel de Cuéllar
hizo por instrumento público solemne donación de media
estancia de ganado mayor a los vecinos del Valle de Cú­
cuta, la cual fue estimada en la suma de cincuenta pata­
cones, «cuya cantidad cabe bastantemente en la décima
parte de sus bienes», según reza el expresado documento.
He aquí la fría severidad con que se rodeó el acto más
importante de la vida política de Cúcuta: un documento
otorgado en una casa de campo, delante de la Primera
Autoridad de Pamplona •—pues no vino escribano públi­
co para el caso— y delante también de gran número de
vecinos, todos agricultores del valle de Guasimales, hom­
bres de pro y de trabajo, algunos de significada posi­
ción, alegres soñadores en el risueño porvenir que podía
derivarse de la ordinaria escena de que fueron actores.
En este cuadro, decorado por las frondas del campo y
por las flores del valle, haciendo contraste con la grave­
dad de las formalidades oficiales, destaca la imaginación
la silueta de la Fundadora de Cúcuta, en un silencio au­
gusto, cubiertos los cabellos de venerables canas, prolon­
gando su vida y su propiedad a través del nombre de
la ciudad fundada, mientras que traza en el papel que
lleva el Sello Real los rasgos inelegantes del suyo.
En aquel año, era muy escasa la población del sitio o
partido de Guasimal, con que genéricamente se designa­
ba el pequeño hacinamiento de estancias y cultivos,
donde más tarde fue poblado Cúcuta. Siete fueron los
vecinos que aceptaron la escritura de donación, tres los
testigos y diecisiete las personas notificadas como colin­
dantes con las tierras donadas, todo lo cual hace suponer
una población de 135 habitantes, entre hombres y muje­
res, y aún mucho más, si se ha de colegir por la catego­
ría de beneficio eclesiástico, que la aldea alcanzó un año
después.
Sin duda alguna, este nombre de San José de Guasi­
males ofendía el sentido eufónico de los primeros pobla­
dores, por lo cual fue rechazado y tenido despectivamente
como epigramático apodo: nuestros antecesores con­
servaron el del Patrono Eclesiástico, añadiéndole el gen-

89
tilicio de la tribu que en tiempo de la Conquista habitaba
esta comarca. San José de Cúcuta se llamó entonces,
desde 1792, y aún desde antes, según podrá verse en los
archivos tanto eclesiásticos como civiles, donde unas ve­
ces se le nombra Valle de San Joseph y otras Valle de
Cúcuta.
La etimología de la palabra Cúcuta es dudosa. En el
informe de Sánchez Cozar, que antes hemos citado, se
lee: « ...e l río que nombró el capitán Juan Maldonado
de Cúcuta, era una quebrada que dentra en los dos va­
dos del río de Pamplona; en cuyas cabeceras de dicha
quebrada había árboles que los indios que allí vivían
nombraban Cúcutas y minas de tierra negra que tam ­
bién llaman C úcuta...» La tradición, empero, no ha con­
servado este nombre en ningún árbol, ni en ninguna cla­
se de mineral.
Hácesenos más probable, aunque no negamos la acep­
tación a la anterior, la hipótesis que hace depender la
palabra Cúcuta, del nombre del Cacique que señoreaba
esta tribu. Casi todos los nombres indígenas de nuestras
ciudades derivan de el del Cacique que fue en remotos
tiempos dominador de su suelo. D. Carlos Jácome ha
prohijado este concepto y nos pintó al indio Cúcuta
con una bella fisonomía moral.
«El anciano Cúcuta, Cacique altamente respetado y que­
rido de las tribus que habitaban y cultivaban los tres
hermosos valles que hoy se llaman del Táchira, Pamplo-
nita y Zulia...» «Encantado con las bellas condiciones
del Goajiro (Guaimaral) y satisfecho de su noble estirpe,
le dio en matrimonio a su hija única que murió pocos
meses después. Guaimaral quiso regresar a los suyos;
pero retenido vivamente por Cúcuta y querido y respe­
tado de las tribus, recibió de aquel el mando y dirección
absoluta de sus dominios en calidad de hijo adoptivo».1
Ciento cuarenta y seis años antes de doña Juana Ran-
jel de Cuéllar, encontramos establecido en el valle de
Cúcuta a uno de los más antiguos terratenientes, de que
hay fidedigna noticia: llámase don Juan de Figueroa,
vecino de Pamplona, adjudicatario en 1587 de un lote de
terreno que dedica al fomento de la cría de ganados.i)
i) Z u lia . T ra d ic ió n C u c u te ñ a . R ep. Col. V ol. X V III.

90
Heredero de éste fue el Presbítero doctor don Salvador
Gómez de Figueroa, «Comisario del Santo Oficio, Cura
beneficiado, Vicario Juez Eclesiástico y de Diezmos de
Pamplona», de cuyos bienes da cuenta una escritura otor­
gada en aquella ciudad el 11 de diciembre de 1704, ante
el alférez Juan de Oreña Cabezas, Alcalde Ordinario de
S. M. de la misma, cuya parte pertinente —que hemos
copiado del archivo del Juzgado Civil— dice:
El opulento prebendado «hace gracia y donación in­
tervivos, pura, mera, perfecta, irrevocable, al dicho don
José Gómez de Figueroa (su hermano) de los bienes si­
guientes: un negro llamado Juanillo, de edad de cuaren­
ta años; unas tierras que tiene en el sitio de Pescadero
en el valle de Cúcuta, de esta jurisdicción, cuyos linde­
ros son desde las tapias de Tolosa, fin del Llano de la
Vega de Ranjel, hasta dar en el camino que va de Cúcuta
a Salazar, la cual hubo en venta real de los bienes de don
Gerónimo de Miota con más dos estancias, una de gana­
do mayor y otra de ganado menor, que el Cabildo de esta
ciudad proveyó a Juan de Figueroa, su abuelo, cuyo título
se confirmó como consta de real provisión, su fecha a
treinta de septiembre de mil quinientos ochenta y siete
años, refrendada de Francisco Velásquez, Secretario de
Cámara, que lindan desde las cabezadas del Llano de
los Cazaderos, corriendo de una y otra banda del camino,
que de Cúcuta sale junto con la quebrada que llaman de
las D antas... Con más un pedazo de tierra en el Puerto
del Señor San José de esta jurisdicción, que linda desde
las juntas de la quebrada donde se bebe agua en la h a­
cienda de la Loma, y un caño que sale del río de Pamplo­
na del vado de arriba de dichas juntas para arriba lo que
necesitase para seis mil árboles de cacao y casas de vi­
vienda, los cuales dichos bienes se los dona por libres
de censo, tributo, empeño, gravamen, especial ni gene­
ral, que no lo tienen en manera alguna...»
De entre los nombres de nuestras Autoridades de Po­
licía local en la antepasada centuria, entresacamos cua­
tro, que conviene recordar: don Salvador de Colmenares
(1746); don Juan Manuel Sánchez Carrillo (1759); don
Pedro Nicolás Prato Santillana (1760); don Miguel Ge­
rónimo Villamizar (1789), todos los cuales llevaban el
título de «Alcalde y Juez Ordinario de la Parroquia».

91
En 1746 (julio 7) hay constancia de haberse elevado
a escritura en oficina pública del poblado la primera
transacción considerable que autoriza al alcalde, don
Salvador de Colmenares: José Quintana vende a don
Felipe de Quintana, esposo de doña Francisca de Oviedo,
uno y otro vecinos de Pamplona y residentes en esta pa­
rroquia, por la suma de 8/10 $ 965.62VÍ: «las tierras que
el dicho otorgante ha tenido y poseído en este valle de
Cúcuta, sitio del Pescadero, en riberas del río de Pam­
plona, bajo los linderos que constan de la donación que
el dicho otorgante le tiene entregada al dicho compra­
dor, otorgada por el doctor don Salvador Gómez de Fi-
gueroa, difunto, a favor de don José Gómez de Figueroa,
primer vendedor, con las más escrituras que le tiene
entregadas de sus antecedentes poseedores de dichas
tierras, y la que a él le otorgó de venta Bernardino de
Ribriesca, que en ella constan los linderos de dichas
tierras, que son por la parte de arriba las tapias que
llaman de Tolosa, fin del Llano de la Vega de Ranjel,
río abajo hasta dar en el camino que pasa para Salazar,
y en dicha tierra la arboleda de cacao, frutales y peque­
ños, y demás plantas fructíferas, y tres casas de madera
y paja con sus puertas correspondientes, todo lo dicho
en precio y cantidad de novecientos sesenta y cinco pesos
y cinco reales de a ocho reales castellanos, los que con­
fiesa el otorgante tener recibidos de manos de dicho
comprador, en dinero efectivo, a su entera satisfac­
ción ...»
Durante los primeros cuarenta o cincuenta años la
existencia de San José de Cúcuta es ignorada y sola, con
un comercio mezquino formado por buhonerías o mos­
tradores portátiles y un ambiente implacablemente rús­
tico en que respiran los vecinos la patriarcalidad solemne
del más tranquilo y conforme estacionarismo. A princi­
pios de 1793 los lineamientos del municipio despejan sus
rubores de aldea y entra a participar más directamente
de las corrientes de la vida colonial.
El 21 de abril de dicho año se le otorgó solemnemente
ante numerosa concurrencia el titulo de «Muy noble,
Valerosa y Leal Villa de San José de Guasimal, Valle de
Cúcuta», al tenor de la real merced concedida por el
monarca español Carlos IV y en cumplimiento del des-

92
pacho del Virrey don José de Ezpeleta, de 13 de marzo
anterior. El funcionario encargado de llenar esta dili­
gencia fue don Juan Antonio de Villamizar, Teniente de
Corregidor, Justicia Mayor de la ciudad de Pamplona,
distinto del que sesenta años atrás había traído la comi­
sión de recibir la escritura de las tierras donadas por la
fundadora. A la sazón presentaba condiciones para ob­
tener aquella categoría: su población, que puede com­
putarse para entonces en unos 1.400 habitantes; el ser
uno de los primeros lugares del Nuevo Reino en orden
a su topografía fronteriza; el personal de su vecindario,
mirado ya sin desatención, rico en su mayor parte, hos­
pitalicio, desprendido y entusiasta por el auge del terru­
ño; las crecientes edificaciones de la localidad; el fácil
incremento con que se abría y extendía su comercio; y
en fin, ios servicios de sus moradores en relación con la
pacificación de los indios, que habían irrumpido el lugar
en varias ocasiones, una de ellas, el 28 de abril de 1787,
muy recordada por la huella de tropelías que dejaron.1
Puesta la villa en posesión del título que la elevaba a
la categoráa de tal, el Teniente de Corregidor designó
a un vecino entendido en achaques de agrimensura, don
Miguel Chacón, para que hiciera la mensura del terreno
correspondiente a la media estancia donada por doña
Juana Ranjel de Cuéllar «previniéndosele que para exe-
cutar la medida use de cuerda, que no encoja ni alargue
y que ésta vaya siempre por el suelo». Obtuviéronse las
siguientes dimensiones: tres mil ciento doce (3.112) va­
ras castellanas de oriente a occidente, partiendo «desde
la acequia o toma de agua abierta por el capitán don
Juan de Lara Jovel hasta el viso del cerro del Carnero;
y seiscientas diecisiete (617) varas de sur a norte, par­
tiendo desde dos cuadras arriba de la plaza hasta donde
empezaban las tierras de propiedad de los jesuítas».i)
i) «S iendo u n a d e la s cau sas q u e m o v ie ro n los re a le s án im o s d e S u
M a je sta d p a r a c o n c e d e r a este lu g a r la m e rc e d y títu lo d e V illa, con
los h o n o rífic o s re n o m b re s de m u y N oble, L eal y V alero sa , los d is tin ­
g u id o s m é rito s q u e su s m o ra d o re s h a n c o n tra íd o e n la p a c ific a c ió n de
la n ac ió n b á r b a r a d e M otilones, es d e p r e s u m ir q u e e n lo su c esiv o
c o n tin u a rá n con los m a y o re s esfu erzo s e n e s ta e m p re sa , p ro c u ra n d o
r e d u c ir n o sólo aq u e llo s in d io s a la o b e d ie n c ia del S o b e ra n o , m a s ta m ­
b ié n p ro p o rc io n a rle s u n a v id a so c iab le y ra c io n a l, ilu strá n d o lo s y s a ­
cán d o lo s d e la s tin ie b la s d e l b a rb a ris m o p o r m e d io d e la en señ an za» .
(O rdenanza dictada para el G obierno de la n u eva V illa). « D ocum entos
h istó rico s re la tiv o s a la fu n d a c ió n de C úcuta».

93
La parte edificada de la villa contaba para entonces
siete cuadras arregladas de oriente a occidente y cinco
de norte a sur, además de tres cuadras y media pertene­
cientes a la fundación del hospital y otro tanto en sola­
res, que no estaban comprendidos en el lote de la donante.
Junto con el trazado técnico oficial de la nueva villa,
aparecieron también las primeras manifestaciones de su
vida urbana: la organización legal del municipio, la
erección del templo, la fundación del hospital y el esta­
blecimiento de la primera escuela.
El 4 de mayo de 1793 el Alcalde Ordinario dio posesión
a los vecinos que debían constituir el ayuntamiento, que
fueron: don Luis Ignacio Santander, don Ignacio Ruvira,
don Antonio María Ramírez, don Pedro Felipe Machado,
don Mateo Vezga y don Salvador Colmenares, los cuales
conjuntamente se apellidaban, según la costumbre del
tiempo, Regidores de la Villa. Todos eran excelentes
vecinos, afincados en la localidad y fervorosos laborado-
res de su florecimiento. Gratuitamente, y por su orden,
después de haber prestado las cauciones del caso, desem­
peñaron los cargos de Alférez Real, Alcalde Mayor Pro­
vincial, Alguacil Mayor, Fiel Executor, Depositario Ge­
neral y Regidor Decano, en cuyo ejercicio se comprendían
todas las atribuciones edilicias.
Como era natural, las primeras providencias dictadas
por el Cabildo y refrendadas por el Teniente de Corre­
gidor, se referían a la formación de la Hacienda Muni­
cipal y al reconocimiento de los linderos y términos de
la villa por parte de los cabildos comarcanos de Pamplo­
na, Salazar, San Faustino y San Cristóbal.1 Para dar
principio a aquella, se establecieron las siguientes con­
tribuciones:i)
i) Los d e q u e d a n o tic ia el a u to lib ra d o p o r d o n J u a n A n to n io V illa-
m iz a r a los cab ild o s dich os, d ic e n así:
«Que p a r a d a r c u m p lim ie n to a lo q u e le e s tá o rd e n a d o tie n e p o r c o n ­
v e n ie n te p ro c e d e r al re c o n o c im ie n to d e la ju ris d ic c ió n así se g ú n el
co n o cim ien to p rá c tic o q u e S u M erced tie n e com o p o r los in fo rm e s con
q u e se h a lla c e rc io ra d o , es, y h a sid o d e s d e q u e se erig ió e n p a r ro q u ia
d esd e la s ju n ta s d e l río Z u lia co n el d e P a m p lo n a sig u ie n d o é s te ag u as
a r rib a h a s ta d o n d e le e n tr a la q u e b ra d a O ra ra q u e , q u e b a ja del c e rro
d e O ro p e, y d e e s ta ju n t a sig u ie n d o la d ic h a q u e b ra d a , ag u a s a r rib a
h a s ta s u o rig e n d e l cu a l to m a n d o la d e re c h u ra , sig u e a d a r a la q u e ­
b r a d a q u e lla m a n d e la Y eg ü era, y d e é s ta ag u a s a b a jo h a s ta e n tr a r
e n el río Z u lia, y d e é s te to d o el río a b a jo h a s ta su s ju n ta s con el de
P a m p lo n a , q u e es el p r im e r lin d e ro citado». (V éanse «D ocum entos
etc.» c ita d o s ).

94
«La de arrendamiento de Egidos, a razón de $ 1 plata cada
año por un área de veinticinco varas, aumentada mensualmente
en medio real, si en aquellos había servicio de animales do­
mésticos.
La de Aguas, que consistía en $ 1 anual por las tomas o
acequias que se han sacado y sacaren para riego de las h a­
ciendas dentro de la jurisdicción de esta villa.
La de las Abacerías y Tiendas de abasto, gravadas con real
y medio mensual.
La de las Guaraperías, con cuatro reales.
La de los Trucos o Billares, con dos reales.
La de los juegos de Bola y Boliche, con un real.
La de Degüello, con real y medio de plata que ha de p a­
garse por cada res de las que se m ataren en la carnicería
pública para el abasto del lugar».
Es lástima que la escasez de datos estadísticos antiguos
no nos permita apuntar con exactitud el primer Presu­
puesto Distrital de San José; pero las rentas prenom­
bradas, en una población aproximada de 1.400 almas, no
rendirían anualmente un producto menor de $ 380 —a
$ 400—, y acaso un poco más, anotando como factores
de apacible prosperidad la sanidad de las costumbres, la
ausencia del parasitismo, el trabajo ordenado y el ade­
lanto y riqueza de la propiedad territorial entre nuestros
ascendientes.
El espíritu público, la noble porfía por el adelantamien­
to colectivo, el esfuerzo que el cariño demanda en favor
del buen nombre del lar amable y amado, no fueron
desconocidos de nuestros antepasados. Luchando teso­
neramente, dentro de un medio-ambiente amparado por
la sencillez y quizá por la conformidad, su actividad se
mueve en provecho de las aspiraciones comunales. Los
privilegios anexos a la categoría de villa —que ha here­
dado con más amplio abrigo democrático, aunque no con
mejor suceso práctico, nuestro municipio de hoy— ufa­
nan el poblado y refrescan en sus habitantes el sentido
de aquel rasgo genial. Todos piensan con cariño en el
progreso de la localidad y están pendientes de la actua­
ción de los que por él propenden. Quizá no existe esa
adolorida apatía que encoge el esfuerzo ni es otra des­
confianza fisgona que lo acobarda: óptase por un celo
laudable, que se traduce en armonía, honra y provecho
común.

95
Hay constancia de que, con posterioridad a la donación
de la señora Ranjel de Cuéllar, los vecinos se comprome­
tieron a otorgar una escritura por la cantidad de catorce
mil pesos a favor del Convento de Religiosos de Santo
Domingo, a condición de que la comunidad fundara una
Escuela de Primeras Letras, Moral y Filosofía, abrigo
amoroso para la educación y enseñanza de la juventud.
En 1793, que como se ha visto es el año de la eclosión de
la iniciativa local, todavía era éste un esbozo de proyecto,
que no presentaba aspectos de practicabilidad. Entonces
se reduce la obligación a cuatro mil pesos, cuyos intereses
se destinan al sueldo de quien había venido oficiando
como institutor desde un año atrás. No se abandona la
finalidad del propósito, pero se facilita su ejecución,
adaptándolo a las necesidades locales en consonancia con
las puestas de los contribuyentes.
«Notorio y manifiesto sea a todos los que la presente
pública Escritura de obligación vieren como nos, don Luis
Ignacio Santander, como Apoderado del vecindario de la
Muy Noble, Valerosa y Leal Villa de San José del Guasi-
mal, Valle de Cúcuta, representando en ésta sólo la acción
de los demás sujetos que en ella no firman, y están
obligados por la Escritura de Donación hecha a favor del
Convento de Predicadores que ha de fundarse en esta
villa para el establecimiento de escuela de primeras le­
tras y demás estudios, y nos los demás que en ella iremos
firmados como tales vecinos (a excepción de los señores
eclesiásticos que concurrieron a la Obra Pía de sus man­
das para los mismos fines) otorgamos y conocemos que
nos obligamos a imponer hasta la cantidad de cuatro mil
pesos y sus respectivos réditos, a razón de cinco por ciento
y de veinte mil el m illar,1 conforme a la nueva prag­
mática de Su Majestad, destinados dichos cuatro mil
pesos para el establecimiento de una escuela de prime­
ras letras en esta villa, y que de los dichos réditos se
beneficie y sostenga el maestro que se nombrare para el
efecto, siendo sujeto de todas las circunstancias y calida­
des que se requieren...» i)
i) N ó tese la fó rm u la a ritm é tic o -c o m e rc ia l a n tig u a : 5 % es el e q u iv a ­
le n te d e u n r é d ito d e $ 1.000 so b re u n c a p ita l de $ 20.000. — (L. F -C . F .)

96
Empieza así la escritura que en relación con este ob­
jeto fue extendida el 4 de mayo de 1793, y está autorizada
con las firmas de los más notables vecinos del lugar,
como eran don Luis Ignacio Santander, Salvador Colme­
nares, Antonio de Lara, Rafael Ranjel, Francisco José
Colmenares, Mateo de Vezga, Ventura Soto, Nicolás An­
tonio Ranjel, Pedro José Santander, Pedro José Díaz de
Aranda, José María Hernández, Juan Ignacio Pérez,
Francisco Libre y Fernando Ramírez de Arellano. De
modo que la pequeña escuela que se había establecido
desde un año antes, continuó funcionando bajo la direc­
ción de don Felipe Antonio de Armas, nuestro primer
obrero en el campo de la Instrucción Pública, el cual
recibió oficialmente el nombramiento de Maestro Inte­
rino, gozando de la asignación de $ 150 por año, que se
tomarían de los intereses del capital suscrito, «deposi­
tándose todos los años los cincuenta pesos sobrantes del
rédito de la imposición hasta que haya lo suficiente para
comprar o edificar en uno de los mejores sitios de esta
villa casa en que pueda cómodamente vivir el maestro
y enseñar a sus discípulos, con cuya proporción y la de
quedar después el total de los doscientos pesos aplicable
a favor de los maestros, sin duda alguna se presentarán
sujetos aptos para la enseñanza, que ilustren en esta
parte la República con aquellas ventajas que pueden
desearse».
Era don Felipe Antonio de Armas sujeto de «muy bue­
na conducta y arregladas costumbres, de suerte que para
conferirle el nombramiento en propiedad sólo se halla
el defecto de no estar instruido en los elementos de la
aritmética, que precisamente deben enseñarse a los jó­
venes». Sus condiciones morales y su buen sentido triun­
faban de esta ignorancia, que en rigor apenas sería
notada entre el bullicioso coro con que los primeros
alumnos cucuteños recitaban sus lecciones en descono­
cidas citolegias o cartillas de silabeo. No se sabe cuánto
tiempo durase en el ejercicio de sus funciones, pero la
noble prioridad del magisterio envuelve su humilde nom­
bre en gran parte de la luz que entre sus conterráneos
trató de difundir.

97
Pertenecía probablemente aquel remoto institutor al
pequeño grupo de elementos letrados con que se iniciaba
en San José de Cúcuta la despedida del siglo XVIII, y
que estaba formado, entre otros, por don Luis Ignacio
Santander, de solícito celo por el progreso regional, apo­
derado civil del vecindario en las diligencias levantadas
para su erección en villa; el doctor Luis de Cáceres, tan
esquivo al comercio social como embelesado en el estudio
de las Pandectas; el Presbítero Felipe Ramírez de Soto-
mayor, acaudalado de ingenio y de dinero, dueño de
fincas agrícolas cercanas; el doctor Salvador Gómez de
Figueroa, también de vestidura talar, que desde la fun­
dación del poblado éralo asimismo en vasta escala; y
don Mateo Vezga, que ya hemos visto había recibido el
doble cargo de Munícipe y de Depositario General. Este
último merece la suavidad de una añoranza. Es un lector
afanoso, que busca oyentes para salpimentar la crónica
diaria con alegre locuacidad. Cucuteño de cepa, cristiano
a la usanza antigua, de no escaso caudal que le da oca­
sión para no señalarse egoísta, oficioso asesorador de
sus paisanos en puntos de derecho y teología. Con el
polvo de más de un siglo se miran indigestos los volú­
menes de su biblioteca, que a la sazón eran socorridos
con deleitoso encariñamiento. Antiguos mamotretos sal­
varon sus nombres, que hoy no agobia innoble repug­
nancia o altiva desuetud: la humildad que les dio el ayer
apacible, la convirtiera el hoy ufano en venerable pren­
da. Aquella biblioteca comprueba que en 1792 había quien
leyera en el Valle de Cúcuta, o por lo menos quien fuese
regocijado bibliómano. Hela aquí:
Tres tomos Historia Literaria de España.
Siete tomos Librería de Juezes de Martínez.
Un tomo Año Cristiano.
Un tomo Prontuario de Teoloxía Moral.
Un tomo Manual de Piadosas Meditaciones.
Un tomito Sueños de Quevedo.
Un tomito intitulado Santa Pastoral.
Dos tomitos en pasta Almacén de Niños.
En 1793 empiezan a diseñarse, aunque en apagada pers­
pectiva, los horizontes de la ciudad de Cúcuta. Existe ya
el Ayuntamiento Civil, que ampara los derechos de todos
y traza normas para la fácil y próspera vida del Común.

98
Hay también un templo, un hospital y una escuela, las
tres casas con que la civilización cristiana ha hermosea­
do los lincamientos del burgo: donde el hombre se postra
para rendir plegarias a la Divinidad y se levanta para
procurar clemente albergue a sus semejantes y pan inte­
lectual a los que vienen detrás.
1910.

99
IN EXITU ISRAEL. . .

Labor educativa de los jesuítas en el Nuevo Reino. Cum­


plimiento de la Cédula de Carlos III. El antiguo edificio
del «Colegio Viejo» en Pamplona. Fundación del Colegio
de los Jesuítas. Bienhechores y beneficios del Instituto,
Jesuítas notables. Las disposiciones del Virrey. Los expul­
sos de Pamplona. El exilio.

***

Uno de los acontecimientos más notables de la historia


mundial en el siglo XVIII fue sin duda el extrañamiento
de la Compañía de Jesús, de Francia, España y Portu­
gal: acontecimiento que dio margen a funestas conse­
cuencias y causó general estupefacción en la conciencia
universal porque su «persecución y su despojo —dice un
historiador— fueron tan crueles como inicuos, y no tu ­
vieron origen en ninguna idea generosa de política y
conveniencia pública sino en las de venganza y de co­
dicia». 1
En la América hispana la cédula de Carlos III quitó
al progreso colonial dos elementos harto preciosos: la
educación de la juventud y las misiones de los indígenas,
por cuyo sostenimiento y difusión los jesuitas habían
trabajado con incesante laboriosidad. En el Nuevo Reino
de Granada, quizá más que en ninguna otra parte, se
pudo palpar con triste observación el claro que el des­
tierro de la Orden dejaba bajo los dos aspectos enumera­
dos: los jesuitas estaban al frente de los primeros cole­
gios del país; los habían fundado, no sólo en la capital,
sino en Antioquia, Cartagena, Mompox, Honda, Tunja yi)
i) B a ra lt. H istoria an tigu a de V en ezu ela. P á g . 282.

101
Pamplona; habían introducido desde 1734 la primera
imprenta que vino a este suelo; y tenían a su cargo las
misiones de los Llanos, que quedaron abandonadas, como
cuarteles de donde huyeran soldados vencidos, portando
en sus manos la bandera de la Orden, doblegada apenas
por la injusticia de la proscripción, mas no mancillada
o ajada al viento de vergonzosa rota.
De Santa Fe y Tunja salieron los jesuítas, navegando
el Magdalena, que años anteriores habían subido, en
busca de teatro para el ejercicio de su incansable acti­
vidad. Los de Pamplona tomaron la vía de Cúcuta, San
Faustino y Maracaibo, arrastrando en las ciudades del
tránsito, las simpatías con que la caridad popular suele
acompañar la desgracia del proscrito. Pero todos iban
valientes en el dolor, firmes en la peregrinación, porque
no los abatía el rayo fulminador del real Decreto: sacu­
dirían de sus sandalias el polvo de la tierra ingrata y
buscarían otra más hospitalaria, como los discípulos en
Salem, después del suplicio del Justo. Marcharían indi­
ferentes en el sufrimiento y sumisos al mandato de la
Corona hispana, que siempre fueron la ecuanimidad y
la obediencia el secreto de la disciplina en los soldados
de Loyola. Y cuando sobre las tostadas mejillas de alguno
de los desterrados imprimiera su marca de aflicción la
lágrima nostálgica, los otros cantarían el salmo que re­
cuerda el éxodo de la muchedumbre bíblica, arrojada de
la tierra que guardó el polvo de Ramsés y los graneros
de los faraones: In éxitu Israel de Egipto...
En la esquina S. O. de la plaza principal de la ciudad
de Pamplona se levantan unas murallas vetustas y tris­
tes, sobre las cuales han caído el soñar tenebroso de los
años y el desamparo de las generaciones. En las peque­
ñas grietas que allí labrara la filtración secular de la
humedad, crece la yerba melancólica y la trepadora ye­
dra ha tendido su verdor de sepulcro al través de los
aleros.
Dentro del circuito de esas murallas se encierran los
claustros hoy solitarios y sombríos de un extinguido
colegio; fueron edificados para la enseñanza y han ser­
vido al cabo de los años, por lastimoso contraste, de
reductos y baluartes en nuestras contiendas. Alguna vez

102
sonó allí el timbre argentino de una campana, llamando
a clase al regimiento estudiantil; después se han oído
en su recinto las vibraciones de clarines bélicos, exci­
tando a la pelea en obstinados com bates... Ya no
hay allí bancos ni pupitres, pizarrones ni libros, ningún
mueble, utensilio alguno indicativo de que aquellos claus­
tros fueron habitados por profesores y alumnos: todo ha
pasado, todo se ha desvanecido en la sombra del tiempo,
y la niebla de tres siglos extinguió hasta el eco del anti­
guo bullicio de los estudiantes.
Esa mole de piedra apenas estaba en sus cimientos,
cuando sobrevino el terremoto del 16 de enero de 1644,
que destruyó la mayor parte de la población de Pamplo­
na. Desde entonces ha desafiado las furias sísmicas, el
azote de las tempestades, los combates de los hombres...
Su arquitectura es la antigua arquitectura española:
sencilla de forma, tosca en los detalles, pero formidable
en su firmeza, y vasta y retadora como un monolito
egipciaco, en su solidez indestructible. En Pamplona lla­
man ese edificio inconcluso el Colegio viejo, dos palabras
en las cuales repite la tradición popular la excelencia
del objeto y la antigüedad de las ruinas. Al mirar éstas,
en las tardes pamplonesas, cuando las brumas se detienen
allí, venerando la edad de las murallas y aperlándolas
apenas con su manto gris, viene a la mente aquella de­
finición del color de la ruina, que analizó la punzante
melancolía de uno de nuestros poetas:
«. . . un color opaco y triste
como el recuerdo borroso
de lo que fue y no existe».

***
En agosto de 1622 vinieron a Pamplona los padres
Juan Gregorio y Mateo Villalobos, recomendados por su
Superior de Santa Fe de predicar una misión no sólo en
esa ciudad, cuyos hábitos de fausto le habían traído el
nombre de Pamplonilla la loca, sino en los pueblos cir­
cunvecinos, más necesitados de la acción sacerdotal.
Supieron los predicadores granjearse las simpatías de
todas las clases sociales, que, llevadas del deseo de fo-

103
mentar el progreso de la localidad, pidieron a las auto­
ridades encabezasen el proyecto de fundar en la ciudad
un Colegio de Jesuitas. Al principio cedió su casa de
habitación una acaudalada y generosa dama, cuyo nom­
bre silencian las crónicas, pues fue su voluntad se igno­
rase siempre. «Tomóse posesión del local cabalmente en
la octava de la Asunción, en que se celebró la primera
misa en una sala baja que habilitaron de capilla y tocó
cantar el Evangelio que dice: Intravit Jesús in quodam
castellum, et mulier quedam excepit illum in domun
suam. Circunstancia feliz en que todos repararon con
admiración».1
Los más notables benefactores del colegio fueron: don
Pedro Esteban Ranjel, cura beneficiado de la Iglesia
parroquial, que legó al morir veinte mil pesos en barras
de oro y plata y «una hacienda de yegüera en el valle
de la Bateca (alias de locos)»; doña Leonor Cortés y
don Juan Ruiz Calzado, vecinos de Pamplona, que con­
tribuyeron con crecidos caudales, y el padre José Quin­
tero, quien dejó al colegio la hacienda de la Vega de
Carrillo, situada cuatro leguas al sur de Cúcuta, en el
camino de Chinácota.12
Constituían, pues, las rentas del colegio las haciendas
del Molino y Tejar, llamadas así del nombre de la indus­
tria adicional que tenían; la de Hatos y Yegüera en el
valle de la Bateca,3 la Vega de Carrillo, llamada hoy la
Honda, con plantaciones de cacao, trapiche de cañas, y
gran número de esclavos, que en la República había de
hacerse célebre por el combate que en 1813 perdió allí
el coronel Francisco de Paula Santander; y la del Tra­
piche, también de cacao y cañas, al oriente de San José
1) G ro o t. H isto ria C ivil y E clesiástic a de N u e v a G ra n a d a . T. I. P ág.
262. (Los d a to s so b re la fu n d a c ió n d e l C olegio d e M érid a son to m ad o s
d e la m ism a o b ra ).
2 ) G ro o t. T. II. A p én d ice N° 19. F u n d a d o re s y r e n ta s del C olegio de
J e s u ita s d e P a m p lo n a .
8) L a p a la b r a L a b a te c a se e s c rib ía a n tig u a m e n te la B a te c a . Se hace
d e p e n d e r el o rig e n d e e s te n o m b re d e l de u n a in d ia a n c ia n a , la v a d o ra
d e oficio, lla m a d a B a te c a , q u e h a b ié n d o s e e n c o n tra d o u n c u a d ro d e la
V irg e n d e las A n g u stia s, c o n trib u y ó con este h allazg o a q u e se co n s­
tr u y e s e e n 1738 u n a c a p illa e n a q u e l p u eb lo , q u e d esd e e n to n c e s cam bió
el a n tig u o n o m b re d e V alle de los L ocos co n q u e lo b a u tiz a r o n lo s co n ­
q u ista d o re s . V éase la P e re g rin a c ió n de A lp h a . P ág . 508.

104
de Cúcuta, que aún hoy conserva su nombre y queda
situada a un lado de los rieles del Ferrocarril de la
Frontera.
Con tan pingües rentas prosperó el colegio rápidamen­
te y ya para 1628 los padres Juan de Arcos y Juan de
Cabrera fundaron otro en Mérida, bajo los buenos aus­
picios que ofrecían el entusiasmo y la generosidad de los
vecinos. Uno de sus primeros rectores fue el padre José
Tobalina, y entre sus eficaces sostenedores se contó a
D. Ventura de la Peña, opulento comerciante de aquella
ciudad.
Como lustre y ornato del Colegio de Jesuítas de Pam­
plona debe citarse el padre Luis Ranjel, que se distinguía
a la sazón por la discreción y cultura de su entendimien­
to. «Poeta y predicador de fama, como el doctor Alava
de Villarreal, fue el padre Luis Ranjel, jesuíta, natural
de Pamplona en este Nuevo Reino. También se perdieron
sus manuscritos».1
Vivió asimismo en Pamplona por los años de 1704 a
1710 el P. Juan Rivero, jesuíta, pintor, autor de la Histo­
ria de las Misiones de los Llanos de Casanare y los ríos
Orinoco y Meta.
Y es justo mencionar también al P. Pedro Murillo
Velarde, de la misma congregación, que en su Geografía
histórica de la América (1752) da las siguientes humil­
dísimas noticias sobre Ocaña y Pamplona:
«Ocaña o Santa Ana, al sur de S :nta Marta, en los
confines del Nuevo Reino de Granada, sobre el río de
Cesar Pompaíao. En la costa del Mar del Norte, yendo
de Poniente a Oriente, se halla el río Grande de la Mag­
dalena, que divide esta Gobernación de la de Cartagena,
nace en Popayán, se le junta el río de Cauca, y otros que
lo hacen muy caudaloso, y por él se sube al Nuevo Reino
de Granada».
«Pamplona, 60 leguas casi al Nordeste de Santa Fe,
tiene mucho oro y abundancia de ganados, la mandó poblar
el licenciado Miguel Díaz de Armendáriz». 12

1) H istoria de la L iteratura en N u eva Granada. V e rg a ra y V e rg a ra .


P ág . 99.
2 ) B. d e H. y A. Vol. I. P á g . 159 y sig u ie n te s.

105
Prósperas y activas, sembrando el bien e impulsando
el progreso en las comarcas donde se establecían, alcan­
zaron a sostenerse las casas de la Orden de San Ignacio
más de una centuria, cuando el fruto de su laboriosidad
y de su apostolado vino a tierra con las persecuciones
que se desataron contra ella.
Era virrey el Bailío Frey D. Pedro Messía de la Zerda
cuando llegó en 1767 la famosa cédula de Carlos III que
mandaba extrañar de sus dominios «de España, Indias e
Islas Filipinas y demás adyacentes, a los religiosos de
la Compañía, así sacerdotes como coadjutores o legos».
A pesar del sigilo con que había venido la orden, los
jesuítas de Santa Fe tuvieron aviso de ella, antes de que
les fuese comunicada oficialmente, como lo evidencia el
sermón de despedida que uno de ellos dirigió al pueblo
el mismo día de San Ignacio (31 de julio) en que se les
hizo luego la notificación.
El virrey se apresuró a comunicar esta cédula a los
Gobernadores de Provincias, con más algunas instruc­
ciones suyas para que en la ejecución del real decreto
hubiese «toda aquella prudencia, sigilo, madurez y pre­
cauciones que se previene y demanda su gravedad... en
la inteligencia de que ni se han de proponer dudas, h a ­
cer consultas ni pretextar cosa alguna que retarde el
cumplimiento a la deliberada voluntad del Soberano,
remitiendo los sujetos con la presteza, seguridad y de­
cencia que las reales órdenes prescriben».1
Se han conservado casi todos los nombres de los jesuí­
tas expulsados del Virreinato de Granada. Los de Pam­
plona que fueron enviados a Maracaibo por el Juez
Ejecutor, D. Domingo Antón de Guzmán, Gobernador de
T unja,12 eran nueve, a saber: los padres Ignacio Jiménez,
mendi, Henrique Rojas, Manuel Gaitán, Javier Jiménez,
Bartolomé Zuleta y Salvador Aldana; y los Hermanos
Pedro Rojas, Salvador Rojas y Lorenzo García, casi todos
granadinos.3
1) G ro o t. T. II. A p é n d ic e n ú m e ro 3. O ficio del V irrey a los G oberna­
dores de P rovincias, fe c h a d o en S a n ta F e a 7 de ju lio d e 1767.
2 ) G ro o t. T. II. P á g . 62.

3) G ro o t. T. II. A p é n d ic e n ú m e ro 14.

106
El día señalado para la marcha fue el 21 de agosto, y
coincidencialmente casi concertaba esta fecha con la en
que —ciento cuarenta y cinco años atrás— habían can­
tado la primera misa en el local que al principio hubo de
servir para colegio. Iban custodiados por siete hombres
de escolta, al mando del capitán Antonio Becerra, y se
embarcaron en el sitio llamado Puerto Real (hoy Puerto
Viejo), cerca de San Faustino, donde corren unidos el
Pamplonita y el Táchira para rendir sus aguas al cau­
daloso Zulia.
Quedaron en Pamplona, para ser remitidos en otra
ocasión, el rector del colegio que era el padre Lorenzo
Tirado, quien fue detenido de orden del virrey, y el padre
Cayetano González, que por viejo y demente permanecía
retirado en una hacienda. Es digna de transcribirse aquí,
porque revela la injusta severidad con que fue tratado el
asunto, una parte de la comunicación que el Virrey diri­
gía al Gobernador de Pamplona, acallando los escrúpu­
los que éste mostraba en desterrar al sacerdote loco: «Si
el que Ud. dice hallarse muy viejo y enfermo estuviera
en estado que le impida irse con sus hermanos, podrá
quedarse ahí depositado en cualquiera de los conventos
de otra orden que no siga su doctrina, con encargo al
respectivo prelado para que no se le permita comunica­
ción alguna externa por escrito o de palabra, decir misa
en público, abierta la iglesia, ni bajar al confesionario
hasta tanto que se proporcione tiempo más benigno o se
decida su enfermedad.».1
Todos sus bienes quedaron abandonados, si abandono
fue y no codicia, el embargo oficial: la librería del cole­
gio se llevó a Santa Fe (1774) para formar una biblioteca
pública con la de los otros establecimientos despojados;
no se les permitía llevar nada, sino únicamente el brevia­
rio bajo el brazo, que era como el arma de los desterra­
dos. Para completar esta noticia, agregaremos que el año
de 1769 era D. Josef Vargas Machuca, Regidor Deposita­
rio General y Administrador de las haciendas que fue­
ron de los Regulares de la Compañía en este Valle de
Cúcuta, a la sazón bajo el patronato del Real Erario.i)
i) G ro o t. T . II. A p é n d ic e n ú m e ro 14.

107
Es muy posible que en alguno de los puertos de Vene­
zuela aguardasen a los expulsos de Mérida y a los catorce
misioneros de los Llanos que el Gobernador de Casanare,
don Francisco Domínguez Tejada, envió por el río
M eta...
¿Y a dónde fueron? Tal vez como los expatriados de
la Península, tocaron en Italia y allí se les prohibió el
arribo. Tal vez encontraron hospitalidad en la República
de Génova, que cuando la mayor parte de los países eu­
ropeos cerraban sus puertas a la Congregación, ella se
las abrió generosa, brindándoles asilo en las ciudades de
Calvi, Algida y Ajaccio en la isla de Córcega. O quizás,
más venturosos pero en peregrinación más larga, se di­
rigieron al Septentrión de Europa, donde la Rusia les
ofreció el homenaje de sus simpatías en aquel general
desamparo y aislamiento en que dejaron a la abnegada
y meritoria Orden casi todos los Soberanos de la tierra.
1908.

108
EL RUMOR DE LA TORMENTA

El movimiento de Los Comuneros en el Sur de Santander.


Cómo fue recibido en los pueblos del Norte. Pequeña ac­
ción de guerra en Cúcuta. Don Juan José García, caudillo
de la Revolución. Su actuación en el Táchira. Extensión
del movimiento. Su carácter y tendencias.

***

Cuando en 1781 estalló la poderosa insurrección de los


Comuneros que, como es sabido, tuvo por causa los exa­
gerados impuestos, genéricamente denominados «Reales
Rentas de Alcabala y Armada de Barlovento» 1 con que
sobrecargó al Nuevo Reino el desalmado Visitador don
Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, una de las prime­
ras atenciones de la Junta Principal del Socorro fue la
de enviar chasquis —como entonces se decía de los
postas— con entusiastas comunicaciones a casi todos los
pueblos del Virreinato, a objeto de levantar el espíritu
público y despertar simpatías en el dormido corazón de
los súbditos coloniales hacia aquel atrevido y formidable
movimiento.
Con esta invitación, casi todas las poblaciones pertene­
cientes al antiguo departamento de Santander, como
Bucaramanga, Málaga, San Gil, Concepción, Matanza,
Guadalupe, San Andrés y Suratá, acogieron con calor la
causa de la Revolución y formaron sus respectivas jun- i)
i) E l im p u e sto d e la A lc a b a la e ra el p o r c e n ta je q u e el v e n d e d o r
p ag ab a al fisco p o r el p re c io de su m e rc a n c ía . E s c o rru p c ió n d e la
fra s e a l q u e v a lg a p o r la fó rm u la q u e e n E sp a ñ a u s a b a n los r e c a u d a ­
d o re s d e d ich o im p u e sto : d ad m e al (alg o ) q u e v alga.

109
tas, subordinadas a la principal del Socorro. Pero en
algunos pueblos hubo repugnanc.a y en otros frialdad e
indiferencia para secundar el movimiento. Los Comune­
ros se decidieron a vencer estas antipatías por medio de
la fuerza.
En Girón, por ejemplo, los desafectos a la sublevación,
se alistaron para hacer la resistencia y aun obtuvieron
un pequeño triunfo sobre los Comuneros; pero éstos, de­
seosos de vengar las ingratas emergencias de la rota, se
presentaron en número de 4.000 hombres al mando del
capitán general don Ramón Ramírez y sometieron el
pueblo, defendido solamente por 280 lanceros.1
En Ocaña hubo al principio prolongada renuencia e
indecisión en admitir la bandera de los insurrectos, y
solamente la acataron cuando el Común de Suratá les
dirigió un pliego haciéndoles saber «que aunque nos fuera
doloroso, ayudaríamos a los nuestros, contra los que no
siguen nuestro partido».12 Las amenazas de esta comu­
nicación dieron por resultado que en la ciudad se forma­
ra una junta compuesta de los señores Antonio José del
Rincón, Buenaventura de León, Martín Castillo, José
Omaña, Miguel Antonio Rizo y Antonio Luis Jácome.
Por el contrario, en Pamplona se recibió la noticia con
ardoroso entusiasmo y fueron nombrados miembros del
Común, don Juan José García, sujeto de valimiento y
acaudalado agricultor de la ciudad, don Antonio Díaz y
don Martín de Omaña. También figuró entre los parti­
darios del movimiento don Manuel de Cáceres Enciso,
que fue acaso el único sobreviviente de los Comuneros
cuyo nombre alcanzó a figurar en la lista de los próceres
pamploneses del 4 de julio de 1810.
Los vecinos de Salazar secundaron con decisión el grito
revolucionario y establecieron la Junta del Común en
cabeza de los señores Carlos Galvis, Salvador Silva, J. J.
Medina, Fernando Valderrama, José Ignacio de Rioja y
Diego Eslava.
1) L a m a y o r p a r te d e los d a to s q u e p re s e n ta m o s e n este e s c rito , los
hornos e n tre s a c a d o d e la im p o rta n te m o n o g ra fía q u e el d istin g u id o
e s c rito r, g e n e ra l M a n u el B ric e ñ o , e sc rib ió co n m o tiv o d e l c e n te n a rio d e
la fa m o sa in s u rre c c ió n .
2 ) L os C o m u n ero s, p o r M an u el B ric e ñ o , 43.

110
Los de Arboleda también se levantaron, pero no existe
el dato de las personas que formaron la junta.
En Silos anduvieron demasiado listos: el 24 de mayo
de 1781 se juró solemnemente obediencia al último des­
cendiente de la dinastía peruana, y se leyó en las calles
del pueblo, en medio del frenético alborozo de sus habi­
tantes, el bando de José Gabriel Tupac-Amarú, que hacía
aquella época había igualmente levantado en el Perú
la bandera de la insurrección, titulándose «José I, por
la gracia de Dios, Inca, Rey del Perú, Santa Fe, Quito,
Chile, Buenos Aires y Continente, de los Mares del Sur,
Duque de la Superlativa, Señor de los Césares y Amazo­
nas, con dominio en el gran Paitití, Comisionado y Dis­
tribuidor de la Piedad Divina, por el Erario sin par».
Es curioso pensar cómo logró alborotar los ánimos de
los moradores de Silos aquella proclama, lanzada desde
el Cuzco por el superviviente de la púrpura incaica,
cuando aún existía en el Nuevo Reino el heredero del
cetro chibcha, don Ambrosio Pisco; sólo que ya no vivía
en Teusaquillo ni se engalanaba con los atavíos del m an­
do real; muy al contrario, la Revolución le sorprende en
Güepsa, contento pero ignorado, poseedor de un humilde
comercio de lencería.
En la ciudad de Cúcuta no tuvo al principio simpatías
el movimiento revolucionario. «El Cabildo ordenó la re­
sistencia y solicitó auxilio del Gobernador de Maracaibo.
Los pamploneses, encabezados por los capitanes gene­
rales don Juan José García, don Antonio Díaz y don
Martín de Omaña, resolvieron marchar sobre Cúcuta.
Reunidos con las gentes de Arboledas, Silos, Palogrande
y 500 indios flecheros de Güicán, tomaron la población
después de una pequeña resistencia y obligaron a los
vecinos a organizarse a las órdenes de los capitanes don
Salvador Santander, don Eugenio de Omaña y Galavís,
don Manuel José Maldonado y don Juan Salvador Fer­
nández». 1 Estos fueron, pues, los primeros miembros de
la Junta del Común en Cúcuta y debían de ser sujetos
importantes de la localidad. Posteriormente formaron
parte de la misma, don Juan Antonio Santander y don
Manuel de la Torre.
i) Los C om uneros, p o r M an u el B ric e ñ o , 44.

ni
En el Rosario de Cúcuta, donde también la opinión se
manifestó contraria, tocó a don Juan Diego Suárez y
Pinzón interponer todas sus influencias para ganar
adeptos.
El capitán general don Juan José García no limita sus
aspiraciones a los laureles de Cúcuta: enhiesto ya en
estos valles el triunfante oriflama de la Revolución, otro
es el campo de su actividad. Rumboso propietario, en
quien el deseo de gloria y de prestigio suple quizás la
escasez de dotes militares, pone al servicio de la causa la
fuerza de su caudal y la firmeza de su brazo, organiza
(julio 1781) una expedición para someter el Táchira,
aréngala con la exultación de un caudillo convencido,
y se dirige a San Cristóbal. La Grita y Mérida, donde
deja establecidas Juntas, dependientes de la del Soco­
rro. 1 No hubo de hacer grandes esfuerzos para ello, pues
los pueblos le aclamaban con entusiasmo y ofrecieron
simultáneamente apoyo al caudillo y obediencia al Con­
sejo Supremo.
No bien regresó a Pamplona el capitán general García,
satisfecho del éxito de su expedición, cuando tuvo noti­
cia de que sus trabajos habían sido completamente inu­
tilizados por el Gobernador de Maracaibo. En efecto,
éste, sabedor de la agitación del Táchira, envió al Ayu­
dante Mayor don Francisco Alburquerque con tropas
suficientes para pacificar los pueblos insurreccionados
y restablecer en ellos las autoridades españolas, campa­
ña en la cual alcanzara próspero suceso, pues ocupó
con facilidad a Mérida y La Grita y aun despachó comi­
siones militares para el sometimiento de San Cristóbal
y Cúcuta.
Con todo, la Revolución se había extendido como un
incendio en todo el suelo del Virreinato. El chisporroteo
de su foco principal, el Socorro, se escuchó con delirante
júbilo en Tunja y Chiquinquirá; resonó en Casanare al
través de la vasta llanura; estalló después en Ibagué y
Purificación; crujió en las montañas de Antioquia, yi)
i) Se c o n se rv a so la m e n te el d a to de los C o m u n ero s d e L a G rita , q u e
lo fu e ro n : D. F e lip e A n to n io d e M olina, D. B las G ab riel E sc a la n te y D.
M an u el G a rc ía . E ste ú ltim o fu e n o m b ra d o J e fe S u p re m o d e la s dos
p ro v in c ia s d e S a n C ristó b a l y M érida.

112
rizando con su soplo las olas del Pacífico, llegó a Tuma-
co, donde lo ardoroso de su suelo henchía e impulsaba
la llamarada audaz.
El brazo de la mujer se irguió altanero reclamando la
rebaja de las contribuciones: Manuela Beltrán arranca
en la Alcaldía del Socorro los edictos reales, y otra mu­
jer, Teresa Olaya, encabeza con varonil energía los tu ­
multos de Neiva. De Santa Fe atizan el incendio, se
riegan versos animando a la lucha, papeles sediciosos,
noticias de las agitaciones del Perú.
Pero el movimiento no lleva por norte la conquista de
la independencia de la Patria: se grita a pleno pulmón
Viva el rey y muera el mal gobierno, las turbas se enco­
nan contra el Visitador, piden la disminución de los
impuestos, se querellan de los atropellos que acompañan
a su recaudación; como obreros de cuyo jornal se cerce­
nase una parte en provecho no tanto del amo, cuanto
de un inclemente mayordomo, claman por un poco de
comodidad. No intentan rebelarse contra el Rey, se arman
para atemorizar al Gobierno Colonial, levantan sus que­
jas en estruendoso clamoreo, hacen una huelga, no una
revolución; el movimiento de los Comuneros es apenas
el rumor de la tormenta.

II
Las Capitulaciones de Zipaquirá. Amaine de la eferves­
cencia. Viaje de Berbeo a Pamplona. Exígesele el destierro
de dos españoles. Captura de José Antonio Galán. Su
sentencia de muerte. El sarcasmo de las Capitulaciones.
Indulto del Arzobispo-Virrey

La ocupación del Táchira por Alburquerque enfrió


los ánimos e hizo calar en los revolucionarios de Pam­
plona y Cúcuta la duda del triunfo que es ya el principio
del fracaso. Por aquel tiempo vino asimismo la noticia
de la aceptación de las capitulaciones de Berbeo, firma­
das el 8 de julio de 1781, juradas solemnemente en la
iglesia de Zipaquirá y quebrantadas después con una
irritante deslealtad, que si al principio pudo sorprender

113
la buena fe de los pueblos, templó después sus resenti­
mientos y ahogó el general enojo, acompañada como
viniese de la represión sombría que el Gobierno Colonial
puso en práctica para sostener la anulación de los pactos.
Así, sonaba triste el tambor en los cuarteles de los
Comuneros, se apagaban tenuemente los compases de
la marcha, el desaliento se generalizaba en las partidas.
Las ciudades, donde antes se saludara con alborozo el
pabellón deslumbrante de los insurrectos, fueron per­
diendo poco a poco las esperanzas, no ya de independi­
zarse, sino de ver siquiera reducidos los gravámenes y
pechos que las agobiaban. Don Juan Francisco Berbeo,
Generalísimo de los Comuneros, disolvió su ejército y se
puso en viaje para el Socorro en compañía del Arzobispo,
D. Antonio Caballero y Góngora, y de algunos Padres
Capuchinos a quienes éste había comisionado para pre­
dicar la paz, aconsejar el sometimiento al Gobierno y
calmar los últimos esfuerzos de la excitación de los
pueblos. Los cuales, no por ser dóciles, de condición apa­
cible y acostumbrados a la obediencia silenciosa, dejaban
de satirizar la labor de los misioneros, divulgando esta
copla que no es por cierto el brote feliz de una musa
inspirada:
«Y así bueno será el atender
A lo demás que explique su sermón;
Pero en llegando a pechos y derechos
Tapar los oídos y presentar los pechos».
Berbeo recibió encargo del Arzobispo de venir hasta
Pamplona a interponer sus influencias en favor del
desarme. Mas no se plegaron los pamploneses ciega e
inconsideradamente a las proposiciones del Arzobispo,
sino antes bien propusieron a Berbeo, como condición
preliminar para el sometimiento, el destierro de D. An­
tonio Pasos y D. Joaquín de Molina, españoles malquis­
tos en la ciudad, lo que era mucho en aquel tiempo, en
que la arraigada posición del elemento ibero oscurecía
naturalmente los escasos influjos del criollo. El ex-Jefe
de los Comuneros accedió con facilidad a esto, pues, emi­
sario de paz, fácilmente exonerable a la solicitud de
mercedes quien había sido aclamado caudillo principal
de la Revolución, venía autorizado para hacer toda clase

114
de transacciones, en su carácter de Corregidor y Justicia
Mayor del Socorro, nombramiento que se le había con­
cedido, y que era una especie de señuelo con que se había
deslumbrado su vanidad de vasallo.
Hacia mediados de octubre de 1781 circuló en Cúcuta
la especie de que el más joven e impetuoso soldado de
aquella breve y generosa lucha —José Antonio Galán—
vendría a esta ciudad; y en efecto, el héroe de los Co­
muneros tuvo este propósito en el deseo de substraerse
a las fuerzas que lo perseguían. 1 Poco después se supo
que había sido capturado en un sitio llamado Chagua-
nete, cerca de Onzaga, y desde entonces se empezó a
predecir el siniestro desenlace de su prisión. No tardó
en verificarse éste: cuatro meses más tarde, el 1? de
febrero del año siguiente fueron ajusticiados Galán y
sus compañeros, y sus cabezas colocadas en picota de
escarnio en diferentes ciudades del Virreinato.
No se sorprendió, pues, el pueblo de Cúcuta, cuando en
un caluroso día del mes de marzo de 1782, se leyó ante
el público la sentencia contra los mártires Comuneros.
Era un día de mercado, y el documento sombrío, decla­
mado por el lector oficial con voz lúgubre y ronca, im­
puso un momento silencio al reducido grupo de merca­
deres que vagaban en la plaza. Luego, cumpliendo
literalmente sus disposiciones finales, la sentencia fue
fijada en un lugar público, para que todos grabaran su
contenido y se amedrentaran con la amenaza sin que
nadie fuera «osado de quitarla, rasgarla ni borrarla, so
pena de ser tratado como infiel y traidor al Rey y a la
patria.12
A principios de abril llegó el auto que contenía la
anulación de las Capitulaciones, en el cual el Gobierno
1) A sí lo r e fie r e e n su d e c la ra c ió n , re n d id a a n te los alc a ld e s o rd in a rio s
d e l S o c o rro : « ...h a b i e n d o te n id o n o tic ia de q u e no c o n v e n ía n alb o ro to s
h a s ta q u e n o v in ie se el p e rd ó n d e S. M., p a r a e x c u s a rse d e los a lb o ro ­
to s se ib a h u y e n d o p a r a C ú c u ta . . .
. . . Y q u e a h o ra d esp u és, e sta n d o e n M ogotes, le d ije ro n q u e m ira se
q u e d e a q u í d e l S o c o rro lo ib a n a a p r e h e n d e r , y q u e e s ta ra z ó n n u n c a
la su p o p o r e x te n s o , sin o q u e así c o rría , y q u e tu v o p o r m e jo r e l s a lir
d e a llí h u y e n d o , y s e g u ir p a r a C ú c u ta ...»
Los Com uneros. B riceñ o , 172.
2 ) « S e n te n c ia d e m u e r te c o n tra G a lá n , O rtiz, A lc a n tu z y M olina»
(O b r. C it., 175)

115
de la Colonia, sin consideración alguna al honor de la
palabra oficial empeñada, declaraba nulas, «insubsis­
tentes y de ningún valor ni efecto todas las gracias, dis­
pensas y rebajas de reales derechos, y formalidades para
recaudarlos, que concedió la junta que hubo en esta
capital por la sesión celebrada el 14 de mayo del año
próximo pasado, y las inicuas capitulaciones propuestas
por el jefe de los rebeldes cuando se hallaban unidos en
forma de ejército cerca de Cipaquirá, su aprobación y
ratificación».1 Para cohonestar tan inicua medida decía
el Gobierno que «era llegado el caso de reponer las cosas
al ser y estado que tenían antes de la rebelión»; que no
convenía que continuase «con premio la infidelidad y
arraigada la desobediencia»; y que no estaba bien que
«los pueblos se acostumbrasen a mirar como verdaderos
derechos unas condescendencias a que obligó la nece­
sidad». Mas siempre la injusticia patrocinó sus móviles
con maña y con cautela y esta anulación de capitulacio­
nes no se hizo pública sino cuando se diseminó en las
principales poblaciones como Socorro, Pamplona, Ocaña
y otras, el Regimiento de la Corona, destinado a sofocar
cualquier amago de oposición.12 Así se dejaba al temor
de las armas la tarea de apagar unos rencores, que una
trivial buena fue hubiera borrado sin dificultad alguna.
En el mismo documento se decretaba la destitución
de Berbeo del cargo de Corregidor del Socorro que se le
había conferido por el Gobierno de Santa Fe, el cual al
hacerle distinción tan momentánea, le había cantado
la canción de la sirena y ahora le mordía como traidor
1) «A n u lació n d e las C a p itu la c io n e s p o r la R eal A u d ien cia» (O br.
C it., 183). Lo q u e sig u e e n tr e com illas p e rte n e c e al m ism o d o cu m e n to .
2 ) El te x to d e la A n u la c ió n de las C a p itu lacio n e s d ic e : «Que sin
e m b a rg o d e q u e no e s p e ra este R eal A cu e rd o q u e la d e c la ra c ió n d e
n u lid a d y d e la s cosas a l s e r y e sta d o q u e te n ía n a n te s de los p rim e ro s
m o v im ien to s tu m u ltu o so s e n c u e n tr e re sis te n c ia n i oposición a u n e n los
lu g a re s q u e f u e ro n c e n tro de la p a s a d a re b e lió n : d e se a n d o p ro c e d e r
con to d a s las p re c a u c io n e s q u e e x ig e n la im p o rta n c ia d e l a s u n to y su s
co n secu en cias, se in fo rm e a d ich o E x c e le n tísim o se ñ o r V irre y , q u e e l
co n cep to d e l T rib u n a l es q u e se a g u a rd e a q u e v en g a la tr o p a q u e su
E x c e le n c ia p ie n s a r e m itir d e l R e g im ie n to d e la C orona; y q u e c u a n d o
se h a lle y a d is tr ib u id a p o r d e sta c a m e n to s e n el S o co rro , S an G il, G iró n ,
O cañ a, P a m p lo n a y d e m á s q u e se te n g a n p o r o p o rtu n o s, se p u b liq u e n
la s p ro v id e n c ia s a c o rd a d a s lo q u e se g u ra m e n te c o n trib u irá a re m o v e r
to d o re c e lo d e n u e v a in q u ie tu d y a fia n z a rá la tra n q u ilid a d p ú b lic a y
la d e b id a só lid a su b o rd in ació n » .

116
felino. El Visitador Piñeres se burlaba así de los insur­
gentes, y así se vengaba de una de las cláuslas de las
Capitulaciones suscritas por éstos, en que se había pro­
puesto su extrañamiento del territorio y la supresión
absoluta de su empleo.
Después, conforme a los deseos del Gobierno «volvie­
ron las cosas al ser y estado que antes tenían». El Arzo­
bispo Virrey D. Antonio Caballero y Góngora, expidió
un largo indulto en el que declaraba expresamente per­
donados a «todos los que tuvieron la desgracia de acau­
dillar gentes y mandar las tropas sublevadas con el título
de capitanes, ya obligados de la necesidad, ya por un
efecto de su errónea y punible ignorancia». Era esta una
medida clemente, que no tan sólo se imponía en el cora­
zón de un prelado, sino que se hacía necesaria para ir
adormeciendo la mala impresión producida por los pér­
fidos procedimientos anteriores.
Así acabó el movimiento de los Comuneros, que fue
uno de los primeros brotes de la libertad americana.
Apaciguáronse los pueblos, disolviéronse las juntas, las
autoridades depuestas se restablecieron en seguida, pero
en el seno de los primeros se sembró la simpática si­
miente que no habría de poder germinar sino al cabo
de seis lustros.
III

La histórica reunión de Tescua. Sus deliberaciones y acuer­


dos. Misión de Berbeo y del Marqués de San Jorge en la
isla de Curazao. D. Luis Vidalle, capitán de la Marina
Inglesa. Lo que pedían los Comuneros. El fracaso de las
negociaciones. D. Juan Bautista Morales, cuasi-ignoto
precursor granadino.
* **
Después del destierro de los dos españoles Pasos y
Molina, llevado a cabo con el aplauso casi unánime de
los pamploneses, Berbeo convocó una junta de los prin­
cipales jefes de la insurrección con el objeto de sincerar
su conducta y de someter a sus deliberaciones un im­
portante proyecto que hubiera meditado, ya para hacer
compartible, y aun alejar de sí la enorme responsabili-

117
dad que le agobiaba como contemporizador que había
sido, ya para responder a la constante interrogación que
sugería la entrega de sus tropas.
Esta reunión se verificó a fines del año de 1781, algu­
nos meses antes de que Berbeo fuese destituido del cargo
de Corregidor del Socorro, lo cual hace suponer o que
el Generalísimo de los Comuneros reconocía la impru­
dencia de su rendición y trataba de justificarla o de
arrepentirse de ella, o que, no prestando gran crédito a
las promesas del Gobierno Colonial, preveía, sin esforzar
su astucia, el torcido sesgo que aquel habría de darles.
La junta no debía tener lugar en Pamplona, donde no
faltarían adeptos al Gobierno; precisaba, pues, reunirla
clandestinamente, en un lugar aislado y solitario, para
alejar todo indicio no sólo de su objeto sino de los per­
sonajes a ella concurrentes. Se escogió el sitio de Tescua,
cinco leguas al norte de Pamplona, en donde el capitán
general don Juan José García era dueño de una rica
fundación agrícola. La hacienda de Tescua es, por tanto,
célebre en las páginas históricas de Colombia: hace más
de un siglo congregóse allí una asamblea patriótica que
trató por primera vez en este suelo de la independencia
de las colonias españolas, aunque bajo una forma con­
fusa y no bien determinada, envuelta, por decirlo así,
entre la neblina de las preocupaciones e ignorancias de
la época. El viajero que pasa por allí, al ver una casa
medio escondida entre los árboles de un pintoresco bos-
quecillo, no sospecha que en ese mismo punto estuvo
edificada una granja campestre, dentro de cuyo recinto
ensayó la libertad colombiana sus tímidos vuelos, tal así
como una avecilla implume ensaya desde oculto nido su
primer revoloteo.
Asistieron a la junta don Juan Francisco Berbeo, don
Juan José García, don Vicente Aguiar (que parece ser el
mismo Berbeo), y algunos de los principales jefes de los
Comunes de Cúcuta y Salazar. El primero manifestó en
la reunión las razones en que se había fundado para
negociar las capitulaciones con el arzobispo: expúsoles
que encontrándose privados de elementos de guerra para
poder sostener una lucha cuyos resultados al cabo h a ­
brían de serles desventajosos, tuvo por más conveniente

118
firmar un tratado con el Gobierno de Santa Fe, a fin
de no despertar los recelos de éste, ganando así tiempo
para concertar la consecución de aquellos elementos con
el Gobierno inglés. Protegidos por la simpatía de la Coro­
na Británica, se afirmaría y acreditaría el éxito de la
empresa. El resultado de la junta fue el nombramiento
de un Comisionado que debía de ir a la isla de Curazao
y entenderse con don Luis Vidalle, capitán de navio,
que había servido en la marina inglesa, hombre activo
y apoyador entusiasta del movimiento de las colonias
contra el Gobierno español. Vidalle contaba en Inglaterra
con valiosas relaciones que le ponían en capacidad de
hacerse cargo de tan delicada misión.
No fue sino a principios de 1783 cuando Berbeo pudo
realizar su viaje a Curazao: después de la reunión de
Tescua se encaminó al Socorro, donde en abril de 1782
fue bruscamente destituido de un cargo que no podía
ufanarle, y más tarde, en septiembre del mismo año, pasó
a Santa Fe a rendir la declaración que se le exigía sobre
la participación que hubiera tenido en el movimiento de
los Comuneros. En Santa Fe, vigilado por el Gobierno y
señalado por la opinión pública como el principal revo­
lucionario, debió de costarle gran trabajo ponerse al
habla con D. Jorge Lozano de Peralta, Marqués de San
Jorge, que había sido uno de los promotores, el más
espectable, de la revolución. Harían el viaje de incóg­
nito —y como apunta Briceño y parece más probable—
el uno con el supuesto nombre de don Vicente Aguiar, el
otro con el de don Dionisio Contreras.1i)
i) Es c u e stió n q u e p e rm a n e c e ig n o ra d a , no e sc la re c id a a ú n p o r n i n ­
g u n o d e n u e s tro s h isto ria d o re s, el a v e r ig u a r e n d e fin itiv a si lo s n o m b re s
d e D. V icen te d e A g u ia r y D. D ionisio d e C o n tre ra s so n re a le s o f ic ­
ticio s, y si e n este ú ltim o caso, c o rre sp o n d e n r e s p e c tiv a m e n te a B e rb e o
y a L ozano. E n la o b ra d e B ric e ñ o (P á g . 74), a p a re c e p rim e ro D. V ic e n te
d e A g u ia r com o p e r s o n a je v e rd a d e ro , n a tu r a l d e M a rac aib o , y s e c re ta rio
d el c a p itá n g e n e ra l G a rc ía . P e ro a la P á g . 93, se d ic e q u e esto s d o s
n o m b re s (A g u ia r y C o n tre ra s) o c u lta b a n los d e B e rb e o y L ozano. D o ñ a
S o led ad A. d e S a m p e r, v e rs a d a en a n tig ü e d a d e s , c o n tra d ic e a B ric e ñ o :
«Según u n a n o ta re s e r v a d a del R ey d e E sp a ñ a a l s e ñ o r C a b a lle ro y
G ó n g o ra, d e 19 d e ju n io d e 1783, D. V ic e n te A g u ia r e ra crio llo d e M a­
ra c a ib o (e n d o n d e te n ía su m a d re y s u p a d r e co n e je rc ic io d e p ilo to )
y e ra casad o e n L a G rita . D esp u és d e la re b e lió n h a b íá v isita d o co n ­
se c u tiv a m e n te a C a rta g e n a , C u razao , la A m é ric a C e n tra l y d e s p u é s
a L a H ab an a ; sin d u d a b u sc a n d o re c u rso s p a ra la p ro y e c ta d a su b le v a -

119
Llegaron Berbeo y Lozano a Curazao y allí conferen­
ciaron con don Luis Vidalle, presentándole el pliego que
contenía las proposiciones que había de negociar con el
gabinete inglés, y que fueron redactadas, según dice
Briceño, por don Jorge Lozano. Poco tiempo después re­
gresaron a la p atria,1 en tanto que Vidalle desempeñaba
su misión en Europa.

ción. El R ey d ice, e n la n o ta re se rv a d a , q u e h a m a n d a d o q u e lo b u sq u e n ,
le p r e n d a n y le su m a n e n u n castillo sin co m u n icació n . N o se sa b e p o r
q u é el se ñ o r B riceñ o , e n su s C om uneros (P ág. 93) d ice q u e el n o m b re
d e A g u ia r es su p u e sto y q u e con éste o c u lta b a el su y o D. J u a n F r a n ­
cisco B erbeo». (V éase E pisodios N ovelescos de la H isto ria P a tr ia , 140).
R esp etu o so s n o so tro s con el p a re c e r de esta in te lig e n te e s c rito ra ,
creem o s sin e m b a rg o con el h is to ria d o r B riceñ o q u e estos dos n o m b re s
p e rte n e c e n a B e rb eo y al M a rq u és de S an Jo rg e . E n efecto , ¿no es b ie n
ra ro q u e dos p e rso n a je s c o m p le ta m e n te d esconocidos e n n u e s tra h isto ria ,
com o A g u ia r y C o n tre ra s, a p a re z c a n d e im p ro v iso —y sin n in g ú n
a n te c e d e n te q u e e x p liq u e ta n au d a z in tro m is ió n — co m isio n an d o a D.
L u is V id alle p a r a q u e en n o m b re de ellos, p re s e n te a l M in istro B ritá n ic o
u n a s p ro p o sicio n es d e o rd e n tra sc e n d e n ta l, com o lo e r a el d e la t r a n s ­
fo rm a c ió n p o lític a q u e se p ro y e c ta b a ?
E n el in fo rm e d e V id alle al G o b iern o inglés se le e : «Es d ig n o de
o b se rv a r q u e d o n V icen te d e A g u ia r y d o n D ionisio d e C o n tre ra s so n
los p rin c ip a le s g e n e ra le s q u e el R eino de S a n ta F e n o m b ró p a r a estos
d estin o s e n el añ o d e 1780, en las c ita d a s d isp u ta s q u e e n to n c e s f e r ­
m e n ta b a n y d u r a ro n h a s ta 1781...» «H abiéndose n o tific a d o la s c a p itu ­
lacio n es, el A rzo b isp o d e S a n ta F e p asó a l cam p o d e D. V ic e n te de
A g u ia r e n u n a lla n u ra , y te r rito r io de C ip a q u irá , a p re se n c ia de 45.000
h o m b re s arm a d o s con v a rio s in stru m e n to s ofensivos, y p ro m e tió b a jo
su p a la b ra d e h o n o r, q u e to d o c u a n to d e s e a b a n e n la s m ism as c a p itu la ­
cio n es p re s e n ta d a s a la C o rte de E sp c ñ a se les c o n s e g u iría ...» «Don
D ionisio d e C o n tre ra s es u n c a b a lle ro m u y rico, p o se y en d o d o s m illo ­
n es d e p e s o s . . . »
L as fig u ra s m ás co n sp icu as da la R ev o lu ció n fu e ro n B e rb e o y L ozano;
el p rim e ro fu e el je fe q u e negoció e n Z ip a q u irá la s c a p itu la c io n e s con
el A rzo b isp o a l f re n te d e 20.000 h o m b re s; y el seg u n d o e r a a c a u d a la d o
p ro p ie ta rio , d u e ñ o d e la s afa m a d a s d eh e sa s d e B ogotá. E n c u a n to a l
su p u e sto p a re n te sc o d e A g u ia r y C o n tre ra s (so b rin o a fín a q u e l d e éste)
y a los d em ás d a to s b io g ráfico s q u e V idalle d a d e am bos, b ie n p u e d e
su c e d e r q u e e s té n a d o rn a d o s de c ie rto a rtific io q u e fa v o re z c a la s p e r ­
so n a lid a d e s de B e rb eo y L ozano, p a r a a c re c e n ta rla s a n te el G o b ie rn o
in g lés e n p re stig io y re sp e ta b ilid a d . — (L. F -C . F .)
i) P o r o rd e n d el R ey de 15 d e ju n io d e 1784 D. J o rg e L ozano de
P e r a lta fu e e n c e rra d o e n el C astillo d e S an F e lip e d e B a ra ja s d e C a rta ­
g e n a p o rq u e «con su s escrito s sediciosos con m o v ió e l R eino y re g ó la
se m illa d e la d eslealtad » . E n c u a n to a B e rb e o se tie n e n o tic ia d e q u e
m ás o m en o s h a c ia la m ism a época v iv ía ig n o ra d o e n L a P a lm a , p u e b lo
d e C u n d in a m a rc a : a q u í d e sa p a re c e su n o m b re d e la h isto ria , e n d o lo ro sa
y h u m illa n te d e c re p itu d m o ral.

120
Vidalle llegó a Londres en mayo de 1784 y trabó rela­
ciones con D. Juan Bautista Morales 1 y D. Antonio Pita,
que haciéndose pasar éste por médico y por joyero aquel,
daban pasos secretamente en negociación parecida y se
decían «Chargés de quelques commisions poli tiques de la
part d’ une partie formée par les sujets de S. M. Catho-
lique dans l’Amérique Méridionale», como textualmente
dice en denuncio anónimo que recibió D. Bernardo del
Campo, Embajador español en Londres. Entró Vidalle en
tratos con Lord Sidney (Ministro del Departamento In ­
terior) y presentó las proposiciones de sus comitentes,
que antes que todo, lisonjeaban el ánimo del Gobierno
inglés, recordándole la participación que España había
tomado en favor de la independencia de las colonias
británicas de la América del Norte. Los Comuneros pe­
dían el protectorado de Inglaterra: prometían- «bajo
el juramento más solemne, que si en tiempo alguno
hubiésemos de conquistar, mediante nuestro casi infali­
ble proyecto, el Reino de Santa Fe, las provincias de Ma-
racaibo, Santa Marta y Cartagena, las entregaremos a
su S. M. Británica, sin reservarnos cosa alguna, excepto
la Religión y los mismos privilegios a que todo súbdito
inglés tiene derecho». Exigían en cambio que Inglaterra
despachase inmediatamente «10.000 fusiles con sus ba­
yonetas y cartucheras, 1.000 sables, 200 culebrinas, 600
trabucos para disparar a caballo, balas de culebrina
como también de fusil, y 30.000 libras de pólvora común,
además de l.O'OO libras de pólvora de la mejor calidad»
ofreciendo pagar dichos elementos por la suma de 222.080
pesos. Los ingleses deberían enviar además algunos ofi­
ciales e ingenieros distinguidos que hablasen la lengua
castellana con el fin de que diesen instrucción militar
a los soldados de los Comuneros.12

1) B e rb e o h a b ía a u to riz a d o a D. J u a n B a u tis ta M o rales p a r a q u e


c o m p ra ra a rm a s e n In g la te rr a . (V éase B ric e ñ o . O br. C it., 228 y «Los
C om uneros», a r tíc u lo d e l D r. P e d ro M a ría Ib á ñ e z , p u b lic a d o en «La
R e v ista L ite ra ria » d e L a v e rd e A m ay a, T om o I. P á g . 138).
2 ) E x tra c to . Lo q u e sig u e e n tr e co m illas p e rte n e c e al d o c u m e n to .
« P ro p o sicio n es d e d o n V ic e n te d e A g u ia r y d o n D ionisio C o n tre ra s» .
(V éase B riceñ o , 227).

121
Estos elementos y pertrechos se trasladarían «en un
bergantín muy buen velero» a Curazao, cubiertos «con
supuesta carne de vaca salada, manteca, etc.» y su con­
ductor Vidalle se presentaría «bajo disfraz de comercian­
te». Se avisaría a D. Vicente de Aguiar, o sea a Berbeo,
quien se pondría en viaje para aquella isla y los trans­
portaría sigilosamente en el mismo barco a Bahía Honda,
puerto en la Guajira, desde donde habrían de abrirse
operaciones.
Todos estos esfuerzos fracasaron: un capitán irlandés
llamado Mateo Kennedy ganó la confianza de Vidalle e
impuso al ministro de España de las negociaciones en­
tabladas. Vidalle huyó al verse vendido, pero aprehen­
dido en Francia, fue encerrado en una de las prisiones de
Cádiz.
Morales, hombre de energías, probado ya por las difi­
cultades, mas no desalentado por el insuceso, intentó
después otra negociación (julio de 1786) y aún parece
que Miranda tenía parte en ella. No fue, empero, más
feliz en esta nueva tentativa, que también fracasó a
causa de la traición de un capitán inglés Blonmart.
De cualquier modo que sea, D. Juan Bautista Morales,
ilustre granadino —cuyo nombre, no bien agasajado aún
por el lauro de la historia, parece asemejarse a una la­
tente crisálida en el campo de la investigación de estos
sucesos—, trilló el primero la ruta de los Precursores,
la que después debían seguir, salpicando de gloria los
infortunios de su jornada, Miranda y Nariño, considera­
dos con justicia como los iniciadores de nuestra inde­
pendencia. .. Se sabe que la actuación de este personaje
fue objeto de persistente curiosidad en la Corte de Es­
paña, donde se creyó que había ejercido algún cargo
oficial en la reducción de los indios del Darién.1 Du­
rante el gobierno del Arzobispo-Virrey no desempeñó
ninguno, pero es posible que, viviendo en Europa desde
mucho tiempo antes de la sublevación, fuera conocido
de algunos de sus compatriotas de influjo y reputado
idóneo para misión tan delicada.i)
i) B o le tín d e H. y A. Vol. VI, 265.

122
En cuanto a Vidalle, ¿era un aventurero, 1 buscador
tan sólo de las granjerias del patriota cosmopolita, con­
trabandista pertinaz entre Jamaica y Santa Marta, o
fue acaso un obrero leal y generoso de la emancipación
de Colombia?
¿Y los dem ás?... Fusilados unos, presos otros, desa­
lentados éstos, aquellos escondidos, hicieron todos un
generoso esfuerzo que no se perdió en el corazón del pue­
blo, ni pudo destruirlo la huella del tiempo. Necesitó, sí,
una laboriosa gestación de treinta y tres años, para
mostrarse nuevamente, con caracteres más claros y me­
jor definidos, en un medio más ilustrado y con personajes
de mayores luces y más sostenidas energías. Durante ese
espacio de tiempo, donde corre el proceso de su fecun­
dación, se escucha cada vez más cerca, el rebombo m ar­
cial de la epopeya.
1907.i)

i) E n la n o ta d e d o n B e rn a rd o d e l C am p o a l C o n d e d e F lo rid a b la n c a ,
se lee: «Sólo la p e n e tra c ió n d e S. M., con la s lu c e s y n o tic ia s q u e t u ­
v ie re d e s u M in istro d e In d ia s, p o d rá n ju z g a r si es p o sib le q u e c u a n to
c o n tie n e n los p a p e le s q u e h a c e n el o b je to d e e s ta e x p e d ic ió n , se a p u r a
m a q u in a c ió n d e l a v e n tu r e r o ita lia n o , e n p e rju ic io d e l h o n o r y fid e lid a d
d e v asallo s a m e ric a n o s e sp a ñ o le s q u e e s té n ig n o ra n te s d e t a l in v e n c ió n ,
p o r el fin d e c o n g ra c ia rse co n el M in iste rio in g lé s y a d q u ir ir b u e n p r e ­
m io». ¿E scrib ió e sto el m in is tro p o r f u n d a d a c o n je tu ra , o s im p le m e n te
p a ra s a lv a r su re s p o n s a b ilid a d e n los p o sib les e r ro r e s d e u n a p e rsp ic a c ia
m al d i r ig i d a ... ?
N o h a y d a to se g u ro a c e rc a d e la n a c io n a lid a d de D. L u is V id alle; su s
g estio n e s y a n d a n z a s le h a c e n a p a r e c e r com o sú b d ito b ritá n ic o ; D.
B e rn a rd o d e l C am p o lo tie n e p o r ita lia n o ; el C o n d e d e A ra n d a , m in is tro
d e E sp a ñ a e n P a rís , lo d a p o r e s p añ o l (B riceñ o . P á g s. 224 y 240).

123
PROFUGO, POETA Y PRESIDENTE

Expatriación de Nariño y de sus compañeros. Su íuga de


la cárcel de Cádiz. Su aparición en Venezuela. Disfraz con
que se presentó en Cúcuta. Protección que le brinda un
comerciante francés. Propaganda del Precursor en Pam ­
plona y Cácota. Su arribo clandestino a la capital.

La atrevida publicación de los Derechos del hombre en


1794 dio por resultado el destierro de su distinguido tra ­
ductor don Antonio Nariño, santafereño ilustre, que co­
menzaba a llamar la atención pública, merced a su
indiscutible talento y poderoso espíritu de iniciativa, en
la capital del Virreinato. Pudo haber sido su suerte igual
a la de los soldados comuneros de 1782, pero su posición
social, las valiosas relaciones con que contaba en Santa
Fe y su carácter firme y decidido, hecho a la perspicacia
y al esfuerzo, moderaron el rigor de la pena, si no hemos
de llamar rigor la confiscación de sus bienes de fortuna
y su extrañamiento del territorio.
Como él, también fueron expatriados varios jóvenes,
amigos suyos, que formaban un incipiente núcleo político
y literario, especie de calurosa hornaza que alimentaba
al fuego de juveniles cerebros, las primeras ideas de
independencia, desarrolladas en medio del tranquilo y
reposado desenvolvimiento del Virreinato de Nueva G ra­
nada. Estos jóvenes eran: don Luis de Rieux y don
Manuel Froes, ambos médicos, el primero natural de
Francia, el segundo de Portugal; los granadinos don José
Ayala, Teniente de Milicias de Santa Fe; don Ignacio

125
Sandino, Abogado de la Real Audiencia; don Pedro Pra-
dilla, de San Gil, abogado y catedrático; don Bernardo
Cifuentes, comerciante, oriundo del Socorro; y don José
María Cabal, de Buga, don Enrique Umaña, de Boj acá,
don Francisco Antonio Zea, de Medellín, y don Sinforoso
Mutis, de Girón, estudiantes del Colegio del Rosario.1
De Rieux y Umaña se fugaron del Castillo de San Sebas­
tián de Cádiz y los otros ocho fueron puestos en libertad
poco después, con la condición de permanecer en Cádiz
y presentarse diariamente al Juez de Arribadas de aquel
puerto.
La audiencia se alarmó con las posibles consecuencias
que pudiera traer la traducción castellana de aquel do­
cumento, y naturalmente temerosa, optó por deportar a
España a todos los que resultasen comprometidos en ella,
para que «más cerca del Trono se escudriñasen sus deli­
tos», como se lee en el proceso que se remitió a la Penín­
sula. Entabláronse en Santa Fe tres juicios ■ —por impre­
sión clandestina de los folletos, por pasquines sediciosos
y por meditada sublevación—, en los cuales quedaron
comprendidos el Precursor de nuestra independencia y
todos sus compañeros, ligados entre sí por la fraterni­
dad de la idea y la comunidad de las aspiraciones.
Don Antonio Nariño también se fugó en Cádiz y se
dirigió a Madrid de incógnito. Pasó después a París y
Londres, como Aníbal, de corte en corte, romero de un
ideal glorioso, siempre solicitando auxilios para la causa
de la independencia. Unas veces desengañado por los
desdenes de que era objeto, frecuentemente lleno de
ilusiones por la simpatía que despertaba su empresa,i)
i) A d em ás f u e ro n e n c a rc e la d o s e n S a n ta F e, com o co m p ro m e tid o s en
el p ro y e c to d e co n sp iració n , d o n A n to n io C o rtés, a lu m n o d e l R osario,
d e O cañ a; los h e rm a n o s J u a n y Jo s é N icolás H u rta d o , d e P o p a y á n ; d o n
M ig u el V alen zu e la , d e G iró n ; d o n M iguel G óm ez, d e S a n G il; d o n P a b lo
U rib e y d o n J o s é M a ría D u rá n , casi to d o s e s tu d ia n te s, p e rte n e c ie n te s
a fa m ilia s d e c a lid a d . L a d if e re n te n a tu ra le z a d e lo s c o n sp ira d o re s , o
d e los m ie m b ro s d e ese n ú cleo , in d u c e a p e n s a r q u e la s m á s im p o r ta n ­
te s p o b la c io n e s d e l V irre in a to te n ía n r e p re s e n ta c ió n e n ese m o v im ie n to
d e id e a s p o lític a s; aq u ello s jó v e n e s h a b ía n d e e s c rib ir f re c u e n te m e n te
a su s re sp e c tiv a s fa m ilia s, p re p a ra n d o la o p in ió n re v o lu c io n a ria , p o r
d o n d e se p u e d e n ju z g a r lig e ra m e n te la se rie d a d y e l e n tu s ia sm o d e l
p ro p ó sito y las s im p a tía s q u e éste g a n a b a en las p ro v in c ia s.

126
regresa por fin a la América del Sur, con la firme deci­
sión de encabezar un movimiento de sublevación contra
las autoridades españolas.
Después de dos años de ausencia, comenzado el de
1797, pisa las costas de Venezuela. Aparece de improviso
en Mérida, y buscando el calor de su suelo nativo, toca
en Bailadores y La Grita, contemplando por fin el pin­
toresco panorama de los valles de Cúcuta.
Era la penúltima semana de marzo. Venía vestido de
clérigo «con sólo la precaución de un pañuelo en la cara
y la de no dejarse ver de las personas que lo conociesen».
Su equipaje, como él mismo decía, «estaba compuesto de
una hamaca o chinchorro de pita que me costó un peso;
un jarro de hoja de lata, un pocilio de madera y dos
mudas de ropa». Así venía aviado el Precursor: pobre de
menesteres triviales, tal vez sin espolique que le sirviese;
solo, sin más compañía que su entusiasmo y su fe, podía
decir como el filósofo antiguo: Omnia mecum porto.
Es presumible que en Cúcuta se alojase en casa de don
Pedro Chauveau, comerciante francés, que había sido
aquí su agente comisionista, cuando el Precursor desem­
peñaba en Santa Fe la Tesorería de diezmos. El venir el
inesperado viajero de Francia y el haber tenido relacio­
nes comerciales con Chauveau, fácilmente moverían a
éste a prodigar atenciones a aquel, dentro de la pruden­
cia que exigía el incógnito con que viajaba. Nariño se
expresaba correctamente en francés y es bien seguro
que el acento de la lengua nativa entusiasmó a Chau­
veau, que por otra parte había de participar de las opi­
niones revolucionarias del traductor de los Derechos del
hombre y se complacería en darle cariñosa hospitalidad,
por traer a su oído noticias de la lejana patria. Chauveau
tenía en su poder algunos fondos de Nariño, provenientes
de 300 cargas de cacao, compradas a $ 21, y destinadas
para exportar a Veracruz, como se acostumbraba enton­
ces, pero ese cacao se había colocado en el mercado
cucuteño a razón de $ 36.50 la carga, ya aprovechando lo
halagüeño del precio, ya porque Nariño pudo avisarle
oportunamente su salida para España, y la consiguiente

127
suspensión de sus negocios. Además el mismo Chauveau
le debía $ 9.558, producto de anteriores ventas; poco se
cuidaría Nariño de recobrar esta suma, porque, aunque
es bien seguro no vendría mal en sus desprovistas alfor­
jas, la festinación del viaje y el interés de mantenerlo
oculto, apenas le darían tiempo para pensar en lle­
vársela. 1
Pasó después a Pamplona y visitó al Padre Antonio
Gallardo, a quien probablemente conocía de nombre por
llevar un apellido distinguido de aquella población:
«.. .me alojé en casa del Dr. D. Antonio Gallardo —decía
el procer en su confesión al Virrey— a quien hablé en
general de lo que todos habían de hacer y no de lo que
yo tenía proyectado. Me parece que este eclesiástico al
principio no tenía ningunas malas ideas. Dejé en su
poder con mucho sigilo un papel manuscrito y tres to-
mitos en francés, cuyo idioma no entiende; estos tomitos
son el Contrato Social de Rousseau y la Constitución
francesa».i)

i) Com o d a to cu rio so e x tra c ta m o s : «En v e in titré s d e s e p tie m b re de


m il se te c ie n to s n o v e n ta y c u a tro , el S r. A lguacil M ayo r e m b a rg ó la
c a n tid a d d e . . . com o ta m b ié n e m b arg ó n u e v e m il q u in ie n to s c in c u e n ta
y ocho pesos cinco y m ed io re a le s q u e a d e u d a D. P e d ro C h a u v eau ,
v ecin o d e C ú c u ta ...»
«El ú n ico d in e ro q u e e s ta b a c o n tin u a m e n te re d itu a n d o e r a el q u e
te n ía e n C ú c u ta e n p o d e r de D. P e d ro C h a u v e a u p a ra la n eg o ciació n
d e cacaos. L as ú ltim a s c a rta s d e este a p o d e ra d o a n te s d e m i p risió n ,
m e a v is a n d e h a b e rm e p ro d u cid o , sin s a lir el d in e ro de C ú c u ta , h a s ta
u n se te n ta y cinco p o r cien to . E stos c au d ales q u e d e b ía n se r los ú lti­
m os q u e se d e b ía n re c a u d a r p o r lo m u ch o q u e p ro d u c ía n efectiv o , h a n
sid o los p rim e ro s y casi ú n ic o s q u e se co m en zaro n a p e rc ib ir, h a c ie n d o
p a r a r su g iro d esd e el p rin c ip io . Es casi in c re íb le lo q u e h e p e rd id o con
este p ro c e d im ie n to . Yo calculo, y con m u y ju s ta razón, q u e h a s ta el d ía
v a u n a d ife re n c ia d e cerc a d e o n ce m il pesos los q u e llev o p e rd id o s con
este m odo d e m a n e ja rs e e n sólo e s ta n e g o c ia c ió n ...» «Al tie m p o de m i
p risió n h a b ía e n C ú c u ta , e n p o d e r de d o n P e d ro C h a u v e a u , e n tr e o tra s
p a rtid a s, la d e 300 ca rg a s d e cacao, c o m p ra d a s a 21 pesos con u n año
d e a n tic ip a c ió n , p a r a re m itir la s a V eracru z, y q u e se v e n d ie ro n e n
C ú c u ta m ism o a 36 p esos 4 re a le s. L a c u e n ta con C h a u v e a u su b ía a
m ás d e $ 15.000...» V éan se p ág in a s 200, 564 y 567 de El P re c u rs o r, V o lu ­
m e n II d e la B ib lio teca d e H isto ra N acio n al. (L as dos ú ltim a s cita s
p e rte n e c e n al D o cu m en to D efen sa de N a riñ o a n te el S enado de 1823,
p o rq u e en d ich o añ o , acu sad o p o r m a lv e rsa c ió n de fo n d o s e n la T e so ­
r e ría d e d iezm os, tu v o q u e d a r c u e n ta del c u rso d e to d o s los neg o cio s
q u e m a n te n ía , c u a n d o d e s e m p e ñ a b a a q u e l d e stin o ).

128
En Cácota de Velasco tropezó también con el cura Dr.
Parra «y encontré en él disposición —sigue diciendo—,
me dio algunas noticias que le pregunté sobre caminos,
sobre población de su Curato y algunos otros pueblos, y
dejé en su poder otro papel de igual naturaleza que el
de Pamplona y con la misma reserva...»
Estos dos eclesiásticos y otros cuatro con quienes Nari-
ño habló en su viaje, eran realistas que naturalmente
repugnaron sus ideas y antipatizaron con sus proyectos.
Solamente asi se explica que Narifto descubriese sus
nombres en la confesión que hizo ante el Virrey «para
castigar su realismo —dice Vergara y Vergara— con un
susto inofensivo». En efecto, los ejemplares del Contrato
Social, escritos en un idioma que ellos no entendían,
venían a ser como una prenda con la cual, a la vez que
picaba Nariño su curiosidad, se burlaba de sus ideas, en
el caso de que ellos se percatasen del engaño. Pero,
aceptada esta hipótesis, es preciso convenir en la noble­
za de aquellos clérigos, que guardaron siempre reserva
y se abstuvieron de denunciar al revoltoso viajero, aun
cuando —sin duda— la presencia de éste hubiese des­
pertado sus sospechas.
En otros pueblos del norte anduvo también el prófugo
mañosamente tanteando las manifestaciones de la opi­
nión popular, hasta que poco tiempo después entró ocul­
tamente a la capital del Virreinato. Era su propósito
levantar el espíritu público, conmover las masas y enca­
bezar la rebelión que venía madurando desde algún
tiempo. A este fin, nuevamente emprende viaje a las
provincias del norte y regresa desencantado; son valla
a su impaciencia revolucionaria la quietud de las pobla­
ciones y el general despego por los asuntos públicos. Su
desencanto toma aún una manifestación más fría: cuan­
do regresa a su ciudad nativa y se ve inopinadamente
denunciado en todos sus planes, él mismo se presenta
a las autoridades españolas.
Empero, si breve fue su viaje, parecía en cambio como
el de un meteoro; huellas de luz esparcía y culto a la
libertad levantaba con el afanoso y vehemente desparra­
mar de sus ideas.

129
II
La victoria de Bolívar en 1813. Cómo se festejó en Santa
Fe la noticia. El Comisionado de Bolívar. Fructuoso resul­
tado de su misión. La bizarra oficialidad. Un Epinicio del
Precursor en estrofas sáficas. Su verosímil paternidad
literaria.

***

El primer paso del general Bolívar en 1813, cuando


entró triunfante a la ciudad de Cúcuta, fue enviar un
comisionado al Gobierno de Santa Fe, no sólo para par­
ticipar la victoria sino —lo que era más importante—
con el encargo de solicitar auxilios para llevar la guerra
a Venezuela, que era lo que el joven vencedor se proponía.
La noticia de la derrota de Correa llegó a Bogotá el 12
de marzo y se celebró con gran pompa y entusiasmo.
Gracias a un curioso narrador de la época, podemos sa­
ber en qué consistieron los festejos de la capital con
motivo de la libertad de los valles cucuteños: «Jueves,
11 (de marzo). Esta noche entró el destacamento que
estaba en Chocontá con don Francisco Llamas, el que
trajo la noticia del ataque del señor Bolívar con Correa.
Viernes 12. Vino la noticia de la derrota que hizo el ge­
neral Bolívar al general Correa en Cúcuta. Se aplaudió
esta noticia, como era razón, con muchos vivas, repiques
de campanas, músicas y paseos por las calles, quemando
pólvora. Desde el balcón de Palacio regaron los Rubias,1
mucha plata, y lo mismo el señor Presidente y otros.
Salió un paseo a caballo por toda la ciudad, llevando el
inglés Perry, que era oficial de Artillería, el estandarte
de la libertad, y con el gorro puesto, y la música, regando
plata, echando muchos voladores y vivas a la libertad.
Sólo los Chapetones estaban algo chupados con esta no­
ticia, pues no se veía uno por parte ninguna». -12
1) D on J u a n M an u el y d o n M a n u el A n to n io A rru b la , a n tio q u e ñ o s,
p a trio ta s d istin g u id o s y c o m e rc ia n te s a c a u d a la d o s y p ro g re s ista s . (N ota
d e los EE. d e La P atria B oba).
2 ) D iario d e J . M. C a b alle ro . V éase L a P atria Boba, 173.

130
Nariño estaba de Presidente de Cundinamarca cuando
llegó (marzo 27) el Comisionado de Bolívar, que lo fue
el coronel José Félix Rivas, futuro héroe de Niquitao y
Horcones.
Despachóse Rivas breve y diligentemente, habiendo
sido acogido con entusiasmo, y diez días después de per­
manecer en la capital, estaba de regreso para San José
de Cúcuta, con una expedición que había organizado
Nariño, compuesta de 100 hombres de infantería, 25 a r­
tilleros y algunos oficiales de caballería. No era consi­
derable este auxilio en cuanto a la cantidad, porque se
hacía imposible distraer tropas para enviar al norte en
momentos en que el sur estaba amenazado por Sámano
y Montes; pero era precioso en cuanto a la calidad, como
que allí venían unos cuantos oficiales bizarros y valien­
tes, casi todos jóvenes, como Antonio Ricaurte, Atanasio
Girardot, Francisco de P. Vélez, Luciano d’Elhuyar, Ma­
nuel y Antonio París, José María Ortega y otros, cuyos
nombres más tarde ilustraría la fam a.1
Rivas llevaba también algunas armas y municiones
para poner en brazos, varias piezas de artillería y una
suma en dinero colectada en Santa Fe por suscripción
patriótica, que hasta el día 13 de marzo, inmediatamente
que se supo el triunfo de Bolívar, montaba a $ 2.102
oro.12 Cuando quiera que el comisionado salió de Santa
Fe el 6 de abril, es presumible que esta cantidad fuese
aumentada con otras donaciones.
La victoria de Cúcuta entusiasma a Nariño y arrebata
su imaginación de cantor marcial, hasta entonces igno­
rada; y tal como los antiguos escaldos que celebraban en
valientes himnos las hazañas de los héroes escandinavos,
escribe unos versos dedicados al joven guerrero, los m an­
da a imprimir y los obsequia a Rivas para que los dis­
1) E l C o ro n e l B o lív a r re fo rz ó las tro p a s q u e tr a í a d e S a n ta M a rta
co n la s q u e p u so a s u d isp o sició n el G o b e rn a d o r d e P a m p lo n a .
E n c u a n to a N a riñ o , o tro d e los m o tiv o s q u e tu v o p a r a n o a u m e n ta r
el a u x ilio q u e m a n d ó a l v e n c e d o r d e C ú c u ta , f u e e l re c e lo q u e le in s ­
p ir a b a n la s fu e rz a s d e la U n ió n , cuyos je fe s se r e s e n tía n a ú n d e la
d e r ro ta q u e le s h a b ía n in flin g id o la s d e C u n d in a m a rc a , a cu y o f r e n te
e s ta b a e l m ism o N a riñ o , e l fam o so 9 d e e n e ro .
2 ) « D o cum entos p a r a la H isto ria d e la v id a p ú b lic a d e l L ib e rta d o r» .
T o m o IV, 537.

131
tribuyera en las ciudades del tránsito, y principalmente,
en la que había sido libertada por la espada de Bolívar.
El alma del Precursor adivinaba el alma del Libertador
futuro; canta en esas estrofas la marcha triunfal de
Cartagena a Cúcuta de aquel que había de ser más tarde
árbitro de los destinos de Colombia y dueño del presti­
gio de todo un continente. Imbuido Nariño en las cos­
tumbres literarias de la época, vertía en versos sáficos,
los más usados entonces, los raudales de su estro poético,
que le llevó fácilmente a estampar sobre aquellos una
variada afluencia de nombres pastoriles y mitológicos.
A pesar de sus largas dimensiones transcribimos ínte­
gra esta composición, por ser casi desconocida y por
referirse al ilustre iniciador de la indepedencia colom­
biana:
AL V A L IE N TE CORONEL B O LIV A R
o fic ia lid a d y tr o p a de su m an d o . (B ogotá. I m p re n ta del E stad o , a costo
d el E xcm o. S eñ o r P re s id e n te de C u n d in a m a rc a don A n to n io N ariñ o ,
p o r el ciu d a d a n o Jo sé M a ría Ríos. A ño de 1813).

SAFICOS Y ADONICOS
No de la flauta pastoril las voces
Ni de la lira que en acento débil
Amores canta, mas clarín sonoro
Préstame Delio.
Préstame y luego desde el alto Pindó
Suelta los chorros de Aganipe clara,
Y a Erato manda que mi pecho inflame
Con fuego sacro.
Pues a los héroes de la Grecia supo
Dar gloria eterna Píndaro sublime,
Y a los romanos celebrar Horacio
Con noble estilo.
Hoy que la gloria de mi patrio suelo,
Con mil victorias afianzada miro,
Mi voz los héroes granadinos alcen
Sobre el Olimpo.
Por tí trabajan, libertad preciosa,
Del alto cielo emanación divina;
Dejan el ocio, y el peligro buscan
Con frente altiva.

132
Atrás sus ojos revolviendo miran
Tres largos siglos que Colombia lleva
De cautiverio, y a libertarla corren
De su ignominia.
Ya no el lenguaje de la madre Patria,
Que cual Saturno devoró sus hijos
Tímidos oyen, mas osados cisman:
Libres seremos.
Escucha el eco la remota Hesperia.
Brama, y la presa detener procura,
Lanza decretos, y en horrible tono
Muerte fulmina.
«Sátrapas fieros, furibundas dice:
«Volad al punto: redoblad cadenas,
«Y si tres siglos de dolor gimieron,
«Giman trescientos».
No, que ya el cielo señaló benigno,
Término al yugo que oprimió su cuello.
No, que sus hijos con heroico brío
Gloria respiran.
Ya tinto en sangre Magdalena corre.
En su ribera Calamar se ciñe
Verdes laureles; Santa Marta cede
Palma y victoria.
No los detienen rápidas corrientes,
Fragosas selvas. Anhelando triunfos
Parten ligeros do la patria llama,
Y urge el peligro.
Leones feroces, águilas ligeras,
Que de alta roca presa divisaron
Hienden el aire, y en su raudo vuelo
Tiembla Correa.
Rabia encendida del cañón fogoso
Brota, y sus brazos formidables lanza
Muerte, cual rayo de alta esfera
Baja tronando.
Yo vi la lucha, y entre el humo denso,
Entre las llamas a Belona fiera,
A los patriotas animar gritando
«Cúcuta libre».

133
El viejo Zulia que el clamor escucha,
De la morada cristalina sale;
Y su cabeza coronada de olas
Muestra risueño.
Sobre la tropa Calamar heroica
Vi de la fama rápida volando,
Que a manos llenas por el campo todo
Riega coronas.
Corta los aires y del Iris bello,
Deja a su espalda señalado el paso,
Y en el excelso templo do preside,
La acción consagra.
Pide a sus genios la sonora trompa,
El aire llena su robusto aliento.
Los nombres claros de Ramiro y Rivas
Repite el eco.
Viva la Patria, sobre el bronce escribe,
Viva Narváez y Guillín valiente,
Vergara viva, y en eternos años
Viva B olívar.1
Aunque al leer el rubro de esta composición, puede
ocurrir el pensamiento de que no sea original de Nariño,
sino del ciudadano José María Ríos, no parece aventura­
do suponer que éste fue solamente el editor de ella.
Comparando los versos citados con la prosa que escribía
Nariño, se nota cierta conformidad o cercana relación
que autoriza para creer fundadamente que fue su mano
la que los rimó; y aún guardan una visible afinidad de
expresión con otros escritos suyos, particularmente en el
empleo de la alusión histórica, a que era tan aficionada
la pluma del Precursor.
¿Era poeta Nariño? Lo dice esa pieza que indudable­
mente fue suya y que tiene viveza de expresión, fluidez,
elegancia y no incorrecta factura; y aunque si bien es
cierto que a la luz del criterio privativo hoy en la moder­
na poética, no arrancarían esas estrofas un aplauso a lai)
i) O b r. C it. Vol. C it., 600. (Los n o m b re s m en cio n ad o s e n la s dos
ú ltim a s e s tro fa s c o rre sp o n d e n a l c o ro n el J o s é F é lix R ivas, a lo s co­
m a n d a n te s L in o R a m íre z —R am iro , p o r lic e n c ia p o é tic a —•, P e d r o G u i­
llín y J o s é M a ría V e rg a ra , y a l m a y o r N. N a rv á e z , q u e se d istin g u ie ro n
en la acció n d e C ú c u ta , se g ú n el p a r te d e ta lla d o d e l C o ro n el B o lív a r).

134
inmisericordia de flamantes Aristarcos, no lo es menos
que en su tiempo fueron leídas con placer, atendido su
propósito de despertar en los pueblos ardorosidades para
la lucha iniciada y noble emulación hacia los vencedores
en la jornada de Cúcuta. La fría serenidad del criterio
histórico no puede desdeñar esa pieza, antes la acogerá
con codicioso interés porque espejea los vuelos de nues­
tra poesía de antaño y porque ayudará al nuevo histo­
riador de la literatura patria a escudriñar las tendencias
que la caracterizaban en su infantil edad.1
Vinieron estos versos a Cúcuta, se leyeron en el cuartel
de las tropas de Bolívar, los recitaron quizá nuestros
antepasados en el hogar patriota, tal vez los aprendieron
los chiquillos de nuestras primeras escuelas; en todo
caso, es de suponerse la novedad que causarían, escritos
por el primer Magistrado de la Nueva Granada, y el
entusiasmo que despertarían, siendo como eran eco fiel
y simpático de la opinión del pueblo de Santa Fe que
así saludaba al Libertador del porvenir.
Sobre cuyas sienes de soldado, exornadas ya con el
esplendente frescor de los laureles, venía muy bien la
corona de mirto con que Nariño los acrecentaba al calor
del patriotismo; que jamás ha reñido la lira con la es­
pada, antes entre ésta que redime y aquella que canta,
diríase que existe una singular y poderosa atracción de
simpatía.i)
i) E n rig o r, n o está to d a v ía c la ra y fo rm a lm e n te d e te r m in a d a la
p a te r n id a d d e esta s e stro fa s. El d o c to r P e d r o M a ría Ib á ñ e z e x p re s a así
su a u to riz a d o y re s p e ta b ilís im o p a r e c e r :
«El P re s id e n te N a riñ o m a n d ó im p rim ir e n h o ja v o la n te u n c a n to
m a rc ia l an ó n im o en h o n o r d e la e x p e d ic ió n g r a n a d in a lib e r ta d o ra de
V en ez u ela y d e l v a lie n te C o ro n el B o lív a r, se g ú n re z a b a el e p íg ra fe de
la p o e sía q u e p o r su b títu lo te n ía e s ta s p a la b ra s : S áficos y A dórneos,
v e rso s reco g id o s e n el v o lu m e n p rim e ro d e los D o cu m en to s re la tiv o s a
la v id a p ú b lic a d el L ib e rta d o r.
«Un d istin g u id o b ió g ra fo d e J . F . R iv as (J. V. G onzález) c re y ó a u to r
d e la p o esía al c iu d a d a n o co lo m b ian o Jo s é M a ría R íos, y e l n o ta b le
h is to rió g ra fo L u is F e b re s-C o rd e ro F . no d u d a de q u e e lla n a c ie r a d e l
n u m e n d e N ariñ o .
« O p o rtu n o es r e c o r d a r q u e Jo s é M a ría R íos fu e sim p le m e n te e l im ­
p re so r o ficial, y p o r s e r ta l, fig u ró su n o m b re e n el p ie d e im p re n ta d e
la m e n c io n a d a im p re sió n , a n te p o n ie n d o e l títu lo re v o lu c io n a rio d e c iu ­
d ad an o , com o e r a c o s tu m b re e n la ép o ca. L a in te r v e n c ió n d e N a riñ o e n
esa p u b lic a c ió n se lim itó a s a c a r d e su b o lsa el costo d e t i p o g r a f í a ...»
(V éase C ró n icas d e B o g o tá. T om . III, 57).

135
III

En el Congreso Constituyente del Rosario. Sorpresa y oje­


riza de los diputados. Desagrado con el General d’Evereux.
Galanterías y rivalidades. Prisión de d’Evereux. Enferme­
dad de Nariño. Muere en Leiva. Sus despojos mortales.
* * *

La segunda vez que Nariño visitó la ciudad de Cúcuta


fue en abril de 1821, designado por el Libertador para
inaugurar el Congreso del Rosario, en virtud del nom­
bramiento de Vice-Presidente interino de la República
de Colombia, con que le había distinguido.
¿De dónde venía?... ¿Cómo se apareció en estos valles,
no ya de incógnito como la primera vez, pero siempre
rodeado de enigmáticas circunstancias, que le atraían
en torno las miradas del pueblo con los comentarios que
sugerían su nombre, sus hazañas, sus desgracias, su vida
tan llena de vicisitudes, y tan frecuente en ascender a la
cumbre de la gloria como fácil para tropezar con los
escollos de una fatal adversidad?...
Los desastres de su campaña en el sur de Nueva Gra­
nada en 1814 le llevaron a los presidios de España. En la
Carraca de Cádiz permaneció cuatro años, contando sus
infortunios por los días de su prisión. De allí salió, cobi­
jado por el pendón liberador de la Revolución española
de 1820, que quitaba a sus armas el orín de la inacción
y devolvía sus servicios a la libertad colombiana. Junto
con él también se veía libre, al cabo de 37 años de haber
sido sepultado en lóbrega mazmorra, el melancólico an­
ciano Juan Bautista Tupac-Amarú, tercero de este ape­
llido que llevaba en sus venas sangre de los incas, y en
su alma un triste sueño por el esplendor del solio de
Atahualpa,. que ensangrentó la espada de Pizarro.
Llegado Nariño a Achaguas, pudo conferenciar con el
Libertador, bajo las propias toldas que en 1819 habían
blanqueado cerca del Puente de Boyacá. Bolívar le dio
afectuosa bienvenida, y le nombró Vice-Presidente inte­
rino de Colombia, como queda dicho, en remplazo del
Dr. Juan Germán Roscio, que había fallecido en el Rosa­
rio algunos días antes. De esta manera fue como em-

136
prendió viaje a las fronteras de Nueva Granada, a
instalar el famoso Congreso Constituyente de 21. No
traía sino su firme voluntad, probada por las amarguras
de una vida tormentosa y sufrida: el hierro de sus cade­
nas parecía haber templado aquel corazón y acondicio-
nádolo a las turbulencias de la arena política.
Su llegada al Rosario sorprendió a la mayor parte de
los diputados: muchos le creían muerto, en las playas
peninsulares, a orillas del Mediterráneo; los más habían
juzgado que no volvería a la patria y que se radicaría
tal vez en tierras lejanas, donde las comodidades de la
vida europea le harían olvidar el sol ardiente de las
regiones cismarinas.
Desde el principio pareció que no era bien mirado por
la generalidad de los diputados. Querellóse con algunos
de ellos por la oposición que le hacían y por el reojo
con que miraban la segunda Magistratura de Colombia
en manos de un hombre, que había permanecido extraño
a los acontecimientos y ausente de la patria. Le califi­
carían la envidia y el desdén como soldado advenedizo.
El lo comprendió así y entabló con sus malquerientes
una firme y sostenida lucha. Lo más notable de ella fue
el incidente que le ocurrió con el General d’Evereux,
en cuyo resultado encontraron asidero sus enemigos para
desazonarle con acritud.
Por aquel tiempo la villa del Rosario se honraba con
numerosos y notables huéspedes de Colombia y Vene­
zuela que habían venido a ocupar su curul en la histórica
asamblea. Eran frecuentes las reuniones y los bailes, y
los diputados se resarcían con alegres pasatiempos de
las ímprobas e intrincadas labores de las cámaras. A
menudo se oían de noche los acordes de una serenata,
ideada por algún legislador que abandonase un momento
el altar de Astrea, para oficiar en el de Cupido. De tarde
se veían los ventorrillos, que no los cafés, cuajados de
caballeros que iban a saborear espirituosas refacciones.
En las calles se les miraba con sorpresa, con cierta im­
pertinencia analizadora; de las ventanas los curioseaban
ojos bellos y hechiceras pupilas, cuyas miradas resulta­
ban picarescas al través del anjeo de las mamparas
discretas.
137
Uno de estos huéspedes, muy querido de los diputados,
a cuyas diversiones estaba asociado siempre, era el gene­
ral Juan d’Evereux, veterano irlandés, cuyas charreteras
había humeado el plomo de nuestros combates. En­
contrábase ocasionalmente en el Rosario de Cúcuta y
su carácter de extranjero, servidor de la libertad de
Colombia, rodeábale de no pocas simpatías hasta que un
desagrado, ocurrido entre él y el general Narifio, pare­
ció venir a aminorárselas. Acerca del origen de este su­
ceso, que turbaba inopinadamente la alegría de la po­
blación y la buena armonía social de los diputados no
hemos hallado sino el siguiente dato: «Junio 4. En estos
días ocurrió un incidente desagradable, que pudo causar
males muy grandes a la República. El irlandés, General
d’Evereux, por un agravio que supuso había hecho el
general Nariño a una paisana suya, viuda del coronel
English, pasó al Vice-Presidente una esquela, que Nariño
creyó un desafío».1
Tal vez la viuda del coronel English era una bella
inglesa, cuyos ojos impregnados de melancolía se asimi­
laron los infortunios que habían colmado el alma del
Precursor. Tal vez el amor anduvo traveseando en la
cabeza de éste y desalojó de allí proyectos políticos para
dar tormentoso hospedaje al recuerdo adorable de la
rubia romántica. Quizá ella tuvo para el héroe las dilec­
ciones de su pensamiento y se conmovió a sus frases de
galanteador simpático y a sus deferencias de obsequioso
caballero. Por ventura d’Evereux pensó equivocadamente
que la cortesanía de un estirado gentleman británico fue­
ra más a propósito para atraer un corazón femenil que
no el genio alegre y jovial de un cultísimo hidalgo
granadino... Mas no conjeturemos. El tiempo ha borra­
do los lineamientos de aquella dama que desaparece,
como un retrato desteñido, en la indecisión de la penum­
bra histórica, y echó también un velo misericordioso
sobre este episodio en que indudablemente el corazón de
Nariño se estremeció con pasionales ímpetus, distintos
a los de las luchas de la guerra, pero no menos ardorosos
e intensos.i)
i) D iario P o lítico o M em orias d e l h is to ria d o r D. Jo s é M an u el R e stre p o .
V éase El P recursor, P ág . 536.

138
De cualquier modo, el general Nariño se enemistó con
d’Evereux, y, forzoso es confesarlo, se aprovechó de su
alta posición política para estrellarse contra él. En efec­
to, le mandó arrestar y seguir causa criminal y le hizo
poner en absoluta incomunicación. El calabozo donde
residía el cautivo, era una cocina inmunda, muy impro­
pia en realidad para hospedar a un oficial extranjero,
compatriota de O’Connell, que había combatido muchas
veces en servicio de la República. D’Evereux después de
estar allí como quince días se quejó al Congreso, el cual
resolvió: «que se le pusiera en una prisión decente, que
se le dieran todos los auxilios para defenderse y que se
le dejara en comunicación con el Cuerpo Soberano de la
Nación».
Mortificóse Nariño al tener noticia de aquella repri­
menda para su conducta, y contestó en términos desco­
medidos, a saber: « ...h e sentido un vivo dolor en mi
corazón, al ver que este Cuerpo Soberano, en quien no
sólo la América, sino la Europa misma, tiene puestos los
ojos, que con tanta dignidad y sabiduría había comenzado
sus tareas en puntos de alta importancia; desde que se
introdujo en él la personalidad y el espíritu de partido,
se vaya degradando hasta el punto de convertirse de
repente, no sólo en un Tribunal ordinario de Justicia,
en un simple Consejo de Guerra, sino hasta en un Tri­
bunal de Policía».1
Con lo cual dicho se está que no obedeció lo dispuesto
por el Cuerpo Legislativo. Era, por otra parte, quizá
indelicado que una asamblea de tan alta categoría, se
ocupase en un incidente que ha podido arreglarse me­
diante alguna intervención amistosa, y aunque parece
que la hubo cerca del general Nariño, éste se acabó de
disgustar cuando supo que algunos diputados pedían su
destitución por considerarlo «Jefe que negaba la obe­
diencia al Congreso General Constituyente, que tenía el
carácter de Convención y reunía en sí todos los poderes».
Otros le apoyaron y le defendieron y el negocio se aplazó
con prudencia que evitase el progreso de la disputa, hasta i)
i) O ficio d e N a riñ o al S o b e ra n o C o n g reso N a c io n a l fe c h a d o e n e l
P a la c io d e G o b ie rn o d el R o sario d e C ú c u ta , a 12 d e ju n io de 1821 (O b r
C it. P ág . 537).

139
que el Vice-Presidente de Colombia cortó el nudo gor­
diano enviando preso a d’Evereux al cuartel general del
Libertador.1
Después de este enojoso proceso, el general Nariño
enfermó en Cúcuta. Los médicos le aconsejaron cambiar
de atmósfera, no sólo para mejorar su salud, sino prin­
cipalmente para sosegar su espíritu. Renunció la Vice-
Presidencia en 5 de julio de 1821 y pocos días después se
alejó de los pueblos del norte.
A su llegada a la capital, le tocó saborear el odio y las
calumnias de sus compatriotas. Se enemistó con el gene­
ral Santander y otros personajes visibles de la política
colombiana. Aunque se defendió brillantemente de las
malévolas acusaciones que se le hacían, se retiró de la
vida pública al seno de su familia, en la Villa de Leiva,
donde terminó sus días a principios de diciembre del
año 23...
Por mucho tiempo estuvieron arrinconados sus des­
pojos en un templo de Leiva, dentro de una caja de
madera cubierta de polvo y telarañas. «Sobre esa caja
—exclama un escritor que fue testigo de ese abando­
no— se leía esta sola palabra: fragile. Esquilo no h a­
bría encontrado otra más aparente para marcar con
trágica ironía el contraste que formaban aquellos obje­
tos con la vida y el renombre del personaje cuyo recuerdo
evocaban».12
1) H e a q u í el p a s a p o rte :
«ANTONIO NARIÑO
G e n e ra l d e D iv isió n y V ic e -P re sid e n te in te rin o de la R e p ú b lica ,
El S u b te n ie n te d e A rtille ría , Jo sé M a ría F ig u ered o , con doce so ldados
d e esco lta, sig u e p a ra el c u a rte l g e n e ra l L ib e rta d o r c o n d u c ie n d o , e n
c a lid a d d e p reso , a l G e n e ra l J . D 'E v e re u x , a q u ie n a c o m p a ñ a n dos
ed eca n es, dos a siste n te s con sus e q u ip a je s . L as A u to rid a d e s C iviles y
M ilita re s d e l tr á n s ito n o le p o n d rá n em b a ra z o e n él; y a n te s b ie n , le
p r e s ta r á n to d o s los a u x ilio s q u e n e c e s ita re , a p ro n tá n d o le los b a g a je s
y m o n tu ra s q u e se e x p re s a n e n se g u id a:
B a g ajes, 12; m o n tu ra s, 2. L a tro p a va so c o rrid a p a r a v e in te d ías, y a l
G e n e ra l D ’E v e re u x se la h a a u x ilia d o con cien pesos p a r a los g asto s
d e su trá n sito .
D ado e n el P a la c io d e G o b iern o , e n el R o sario d e C ú c u ta a 2 de
ju lio d e 1821».
2 ) D. R ica rd o B e c e rra . « P aralelo e n tr e M ira n d a y N ariño». (R e p e r­
to rio C o lo m b ian o . Vol. X V I).

140
Hoy sus restos descansan en la Iglesia Metropolitana
de su ciudad nativa y sobre la losa que los cubre, se lee
también una sola palabra, pero no ya tristemente reve­
ladora del fin de la grandeza humana, sino a la manera
de un símbolo grandioso de la inmortalidad de los ilus­
tres en la historia: esa palabra es ¡Narifto!... ¡Colombia
no encontró un epíteto digno de su primer patriota!
1908.

141
1
CIUDAD PATRIOTA

Destitución de D. Joaquín Camacho. Carácter del Corregi­


dor Bastús y Falla. Su exagerado formulismo y nimieda­
des. Desavenencia con una de las principales familias.
Opinión de los historiadores. Los sucesos del 4 de julio.
Los Conjurados. Doña María Agueda Gallardo. La verda­
dera fecha clásica de Pamplona. La Junta Provisional que
remplazó al Cabildo. Los Representantes de los pueblos
provinciales. Elección de D. Camilo Torres para el Congreso
Nacional.

* * *

Los tumultos habidos en Pamplona el día 4 de julio


de 1810 originaron el fin inmediato que sus propulsores
perseguían, a saber: abatir y derrotar la autoridad del
Corregidor, don Juan Bastús y Falla.1 Por donde se ve
que este movimiento no fue un motín vulgar, traído a
colación por efervescencias momentáneas, sino un suceso
en el cual se había pensado con madurez y cuyo feliz
desenlace se deseaba con ahínco.
En efecto, una impresión de general descontento se
produjo en el pueblo de Pamplona desde 1808, con la
inopinada y al parecer injusta remoción del Dr. D. José
Joaquín Camacho, prestigioso como gobernante y como
caballero intachable. Bien vendría la remoción, empero,
si el sustituto aventajase en condiciones políticas y per­
sonales al sustituido, o si la conducta del nuevo empleado
pudiese competir con la del antiguo en punto a rectitud
de procederes. Mas no había de ser así. Al advenimiento
del nuevo gobierno, el pueblo hizo el parangón, ese pa- i)
i ) A lg u n o s e s c rib e n B a sto s y F a y a . N os p a r e c e p r e fe rib le la o rto g ra fía
q u e h em o s a d o p ta d o , q u e es la q u e se v e e n la firm a d e l C o rre g id o r.

143
rangón silencioso y certero, clave de casi todos los sacu­
dimientos. En la celosísima balanza del instinto popular,
Bastús fue hallado falto de méritos, o si los tuviera,
resultarían visiblemente inferiores a los de su antecesor
ilustre.1
Además, Camacho había nacido en territorio grana­
dino; Bastús, bajo el cielo de la madre España; aquel
fue considerado como propio, objeto de natural simpatía;
éste como extraño, centro de la popular malevolencia,
porque el espíritu del criollismo, cultivado por los hom­
bres de luces y fomentado a veces por el desdén de los
peninsulares, había delineado en el corazón una patria
mucho antes de que la espada de los libertadores la dise­
ñase en el mapa universal.
Comportóse el nuevo mandatario mostrando en todos
sus actos la más impolítica altivez. Era un hombre vano
y quisquilloso, que calculó con fatuidad la altura y cuyas
proporciones duplicó el orgullo; como el grajo de la
fábula en el disfraz ajeno, creyó alcanzar en lo honorí­
fico del puesto las capacidades que al sujeto faltaban.
Con ser la primera autoridad de la provincia, imaginaba
que por este solo hecho, su sillón de magistrado debía
atraer, no ya el amor, sino las reverencias populares, y
como entonces no había muchos signos para hacer pro­
paganda de popularidad ruidosa, pidió al cumplimientoi)
i) E l D r. J o a q u ín C am acho escrib ió e n 1808 u n a d e sc rip c ió n físic a de
P a m p lo n a y su s d istrito s q u e lle v a p o r títu lo R e la ció n te r r ito r ia l de la
P ro v in c ia d e P a m p lo n a y se p u b licó e n el c é le b re S e m a n a rio d e C aldas.
(V éase e s ta o b ra, ed . d e P a rís, 1849). C o n sta esta d e sc rip c ió n d e c u a tr o
c a p ítu lo s, d ed icad o s, re s p e c tiv a m e n te , a la c a p ita l, G irón, v illa s d e S a n
J o s é y R osario , y S a la z a r. H ay a llí d a to s in te re s a n te s so b re co m ercio ,
a g ric u ltu ra , in d u s tr ia s y cam in o s d e esta s reg io n es, p e ro e s d e s e n tirs e
q u e su a u to r se e x te n d ie s e d e m a sia d o e n la p a r te física, o m itie n d o casi
en a b so lu to la h istó ric a y la p o lítica. E ra u n ab o g ad o n o ta b le y u n
e x c e le n te b o tá n ic o . G o b e rn a n te e n la P ro v in c ia de P a m p lo n a , fu e u n a
esp ecie d e A ristid es, celoso e n el cu m p lim ie n to d e su s d e b e re s, q u e h a
im p u e sto su n o m b re a la p o ste rid a d , com o sím bolo de h o n ra d e z y d e
ju s tic ia . F ig u ró e n 1810 e n la S u p re m a J u n t a d e S a n ta F e (S e cció n d e
G ra c ia , J u s tic ia y G o b iern o ) y co lab o ró co n C aldas e n la re d a c c ió n d e l
D iario P o lític o , p r im e r p erió d ico d e e s ta ín d o le, q u e a p a re c ió e n la
N u e v a G ra n a d a . F u e fu sila d o p o r la e sp a ld a e l 31 d e agosto d e 1816 d e
o rd e n d e l P a c ific a d o r, y co n d u cid o al b a n q u illo e n silla de m a n o s p o rq u e
p a r a e n to n c e s e s ta b a in v álid o y ciego. U no de n u e s tro s h is to ria d o re s le
a tr ib u y e h a b e r sido, e n v ís p e ra d e s u m u e rte , el a u to r d e l co nocido
je ro g lífic o d e la O n e g ra y la rg a p a rtid a , q u e h a s ta h a c e poco se c o n ­
se rv a b a o rig in a l e n u n a d e la s p a re d e s in te rio re s del C olegio d e l R o sario .

144
estricto de las fórmulas la divulgación exterior de la
alabanza. Antes que el aplauso para el desempeño de sus
funciones, apetecía el honor para su rango de gobernante,
y en su condición altiva, contaba por más favor la adhe­
sión ciega y sumisa de sus gobernados, que no el respe­
tuoso afecto que había logrado inspirar el nombre de su
predecesor y que acompañó a éste hasta el momento de
descender del solio.
Con todo, la fatuidad de Bastús se alinderaba en oca­
siones a la sencillez mejor que a la malicia; porque mu­
chas veces su orgullo no dependía del engolfamiento en
su propia superioridad autoritaria, sino del deseo —muy
natural en su ánimo de convencido realista— de que al
valimiento y majestad del puesto, se le rindiesen los ho­
menajes de respeto consagrados por la etiqueta corte­
sana. Otros habría más sabios que él, de más acentuadas
dotes intelectuales, dueños de hacienda más holgada,
más empingorotados por el linaje, y hasta por cualquier
otro motivo, más dignos de llevar la banda de Corregi­
d o r... No obstante, sólo él la ostentaba en su pecho
guarnecido de randas y brocados, sólo él lucía su flaman­
te uniforme, nadie igualaba la pompa de su traje, todos
envidiarían su porte principesco. Cuando salía a Girón,
lo que solía hacer con frecuencia, ninguno sino él tenía
derecho a rumboso séquito de palafreneros y pajes; ni
faltarían a su consorte azafatas para el femenil arreo, ni
gentiles escuderos para el acorrimiento de la fastuosa
caravana.
¡Cuánto hubiera deseado aquel gobernante el brillo de
una corona, siquiera fuese ducal, para hacer sobresalir
por sobre todas las cabezas del Corregimiento, la suya
dominadora y presuntuosa, pero acrecida a favor del bla­
sonado título! Mas, aunque de tal careciera, todo lo con­
sideraba a través de la miopía en que le había encerrado
su hinchada vanidad: Pamplona era para él un pequeño
Madrid, los pueblos de su gobierno súbditos sumisos, su
domicilio algo como mansión palatina, y su propia perso­
na no era D. Juan Bastús sino simplemente el poderoso
Corregidor. Como que al ocupar su sillón, por una especie
de trastrueque o metamorfosis no rara, se había figura­
do el buen D. Juan desposeído de su arcilla humana y
cubierto con una envoltura de reyedad intocable.
145
Con este carácter tenía que chocar con las personas
influyentes de Pamplona y atraer sobre sí las anti­
patías generales.
Primeramente recriminó con poco comedimiento al
Cabildo porque no se reunía en día lunes, por la mañana
y en la Sala Consistorial, sino en cualquiera otro día,
por la tarde y en oficina que no era la reglamentaria:
ni podía exculparlos para que no se reuniesen, la falta
de asistencia de uno de sus miembros; lejos de ser excusa,
ello venía a acentuar la gravedad de la omisión, porque
los cabildantes no podían ausentarse sin su venia. Ni
debían celebrarse cabildos extraordinarios, si no se con­
sultaba su previo asentimiento; antes, para los ordina­
rios, debía anteceder también su permiso, de conformi­
dad con cédulas y decretos reales que tenía en la uña
del dedo y sabía de memoria.
Parecíanle los señores del Cabildo muy poco prácticos
en la reglamentación interna de las sesiones: que «debían
extender acta poniendo en ella el asunto de que se trata,
y que en el Cabildo inmediato siguiente, antes de pasarse
a tratar de lo que ocurra nuevamente, se ha de ver si
está cumplido lo del acta anterior».1 Que cuando el Co­
rregidor no pudiese asistir «por sus ocupaciones» debían
darle cuenta minuciosa y estricta de todos los asuntos
ventilados, para confirmarlos con su aprobación o infir­
marlos con su solemne veto, que era lo más común.
Sus difusiones y reparos resultaban impertinencias o
puerilidades: Que las tres llaves del Arca del archivo
debían ser guardadas, no por una sola persona, sino
repartidas entre las tres a quienes correspondía. Que en
las fiestas solemnes de Iglesia no anduvieran los miem­
bros del Cabildo separadamente, sino se encaminaran
ordenados en Corporación «a sacar de su casa al Corre­
gidor y volverlo a ella como se practica con los Jefes de
Provincia, por los cabildos de las respectivas capitales».i)
i) E x tra c to . T odos esto s d a to s y los q u e sig u e n so n to m a d o s d e u n
o ficio d e D. J u a n B a stú s al m u y I lu s tr e C ab ild o d e P a m p lo n a , fe c h a d o
a 5 d e ju n io d e 1809. (B o letín d e H isto ria y A n tig ü e d a d e s. Vol. V, 167).

146
Que el remate de la Renta de Propios se había llevado a
cabo sin inteligencia ni examen de ese corregimiento.1
Muy celoso del ceremonial debido al Soberano: Que el
día de San Fernando, onomástico del Rey, se le habían
regateado los honores correspondientes y esto había las­
timado su afectísimo corazón de súbdito. Oiganse sus
quejas: ...«m e ha sido muy sensible ver que ese muy
Ilustre Cabildo... haya faltado en hacer las demostra­
ciones que correspondían con su Jefe en señal del debido
y merecido obsequio y amor a nuestro amado y deseado
Monarca, el Sr. D. Fernando VII (que Dios nos restituya)
en celebridad de sus días que debía manifestar ese Ca­
bildo, serle los más gratos, como un testimonio público
del amor y lealtad que le profesa, y mucho más en las
tan críticas como interesantes circunstancias del día,
en que más que nunca, deben todos los vasallos celebrar
con demostraciones de júbilo correspondientes a sus
obligaciones semejantes días, y todo lo que tenga rela­
ción a la augusta memoria de nuestro idolatrado Mo­
narca, aunque sea por medio de las autoridades que lo
representan...»
Por último, llevaba su intromisión, o mejor dicho, su
empedernido apego al formulismo, hasta prescribir la
indumentaria de los cabildantes: «Tampoco puedo tole­
rar la concurrencia en aquellos actos con traje de som­
brero redondo, chaqueta, capa o capote, ni debe permi­
tirse otro que el militar con sombrero al tres, y arreglado
con la mayor decencia».
D. Juan Bastús terminaba estas lecciones de urbanidad
oficial con una ironía y una amenaza. No quería hacer
al Cabildo el cargo de ignorancia de las disposiciones
legales porque contaba en su seno a un abogado, el Dr.
Rafael Valencia, que en su carácter de tal habría de
conocerlas, y por tanto, de comunicarlas a sus colegas.i)
i) B a jo el n o m b re g e n é ric o de R enta de P rop ios se d e s ig n a b a n a n t i ­
g u a m e n te los fo n d o s m u n ic ip a le s, así com o e l e m p le a d o q u e los m a n e ­
ja b a re c ib ía e l títu lo d e M ayordom o de Cabildo o de la R enta de P ropios.
C o n sistía é s ta e n A rre n d a m ie n to s de la s C u a d ra s o E jid o s, D erech o s
d e T ru co , d e T ie n d a s d e ab asto s, d e H o rn o s o T e ja re s , d e B o lich es y d e
D eg ü ello d e g a n a d o m a y o r. L a R e n ta d e A g u a rd ie n te s la p e r c ib ía la
R eal A u d ie n c ia . (V éase U na an tigu a M etrópoli, a rtíc u lo de D. A n to n io
V ald iv ieso R., p u b lic a d o en Lecturas de B u c a ra m a n g a . Vol. II, 512).

147
Pero en todo caso, si éstos quebrantaran nuevamente la
falsilla de sus deberes de cabildantes, el mandatario, en
ejercicio de su autoridad, los multaría individualmente
con cincuenta pesos.
Al contrario de su antecesor, Bastús no tuvo tacto
para rodearse de opinión ni pudo hacer célebre su nom­
bre por otra causa que por su caída estrepitosa. Y aún
ésta no fue difícil: de limitados alcances, descortés para
atender al grande y brusco para oír al humilde, apareció
a menudo inepto, y en alguna ocasión pusilánime; cuando
tuvo amigos, no supo conservarlos, se los alejaron sus
desaciertos; cuando se atrajo enemistades, recrudeciólas
con su carácter orgulloso, multiplicóselas su ensimisma­
miento. Poco después oyó crujir la tormenta alrededor
de sí, y entonces, no como piloto trató de conjurarla,
sino como solitario náufrago, tan sólo pensaba en la in­
minencia del peligro. Aturdido por el alboroto y la bu­
llanga, al aceptar su cabeza los hechos cumplidos, ana­
lizaría su amedrentado ánimo las enormes proporciones
del delito de Insurrección de los vasallos de su Rey.
Una diferencia con la familia Gallardo, que era una
de las más distinguidas de Pamplona, fomentó la preven­
ción que tanto el Cabildo como el pueblo le mostraban.
No nos dice la historia en qué consistió esta diferencia
ni empece a la presente narración su desconocimiento y
oscuridad, pero debió de ser honda y sostenida, porque
sus efectos trascendieron con resonancia en toda el alma
del organismo social. Aquella familia —entre la cual
sobresalieron una inteligente dama, que alcanza las pro­
porciones de heroína, y tres ilustres patriotas, dos de
ellos inscritos en el martirologio nacional— descendía
de buena cepa española y gozaba en la ciudad de nom­
bradla y de influencia por su moralidad, su nivel intelec­
tual y su riqueza. He aquí lo que refieren del suceso dos
respetables escritores:
«El Dr. D. Juan Bastús y Falla, español europeo, vino
en 1808 a relevar en el mando de esta Provincia al vir­
tuoso patriota D. Joaquín Camacho; y el contraste que
formó el carácter brusco y orgulloso de aquel, con el
afable e insinuante de éste, contribuyó a fomentar las
antipatías que hacía tiempo existían contra los españo-

148
les europeos. Los americanos que en aquel tiempo ocu­
paran un lugar distinguido en la sociedad, y que no se
constituyeran en viles aduladores de los mandatarios,
caían en desgracia de éstos. Tal fue la suerte de la fami­
lia Gallardo con el corregidor Bastús; aquellos, amantes
de su dignidad, aunque vivían bajo un gobierno despótico,
no quisieron ofrecerle a éste otras atenciones que las exi­
gidas por la civilidad. Ofendido el sátrapa, les declaró
desde 1809 la más apasionada persecución, y ésta contri­
buyó a producir el movimiento del 4 de julio de 1810».
(Isidro Villamizar. Los proceres pamploneses).
«La Provincia de Pamplona se hallaba también agi­
tada, pues el Corregidor español don Juan Bastús había
empeñado varias disputas con algunas familias princi­
pales, especialmente con la de Gallardos, que tenía gran­
de influjo en la ciudad capital. Tomó parte el Cabildo,
y al fin hubo un rompimiento, en que el Corregidor fue
reducido a prisión el 4 de julio; y el Ayuntamiento, des­
pués de añadir a sus miembros seis vocales más de la
confianza del pueblo, comenzó a ejercer el gobierno dando
cuenta al Virrey de lo acaecido...» (José Manuel Res­
trepo. Historia de la Revolución de Colombia.1
El Corregidor, pues, tenía sus propios enemigos en
casa; su carácter, bonachón en ocasiones, envidioso en el
fondo, y siempre intolerablemente presumido; ese discre­
par sistemático de todo lo que resolvía el Cabildo; aquel
jactancioso alarde de su condición peninsular; su habi­
tual desconfianza de sectario, tan vanamente ejercita­
da, pues cuando la hubo de necesitar, ni hizo aprestos,
ni discurrió arbitrio alguno salvador; su pugna con las
principales familias, pugna alimentada con suspicacia
y saña con el fin de reforzar sus méritos de servidor
realista ante el concepto del Virrey Amar... Asedióse
él mismo al principio, un viento de impopularidad le ais­
ló después, y quedaron girando y medrando alrededori)
i) N ó tese la c o n c o rd a n c ia d e esta s dos o p in io n e s: la u n a fu e e s c rita
p o r el re s p e ta b le s e ñ o r V illam izar, te s tig o p re se n c ia l de los a c o n te c i­
m ien to s, y p re s e n ta d a e n fo rm a d e m e m o ria h is tó ric a a l C o n g reso d e
1850. L a o tra h a b ía sid o e x p u e s ta m u c h o tie m p o a n te s , y a u n q u e no
lo fu e p o r u n te s tig o , e s tá ig u a lm e n te a b o n a d a p o r la s e v e ra im p a r c ia ­
lid a d d e s u a u to r . E n n in g u n a d e la s dos, h a y , p u es, re sp e c to d e la o tra,
n i im ita c ió n n i c o tejo . (L os h is to ria d o re s G ro o t, P la z a s y Q u ija n o O tero
r e fie r e n el su ceso , sin d e te n e rs e e n él e s p e c ia lm e n te ).

149
de su nombre, unos pocos aduladores, amigos de la pro­
pia pitanza, que por serlo falsos, menos le sostuvieron
en el aura del solio que le empujaron al precipicio de las
nulidades.
¿Tuvo el movimiento por principio una sorpresa o inti­
mación en la propia casa del gobernante? ¿Contarían los
conjurados con la voluntad de su guardia de honor? ¿O
empezaría por vítores, grita y clamoreo que repentina­
mente hallaron eco en el alma popular con ese ardor,
encendido siempre y a veces temible, de toda ola revo­
lucionaria? Ciertas circunstancias que mediaron en el
suceso hacen aceptables las dos primeras suposiciones.
El primer paso de los sublevados fue la creación de un
batallón de milicias para hacer respetar el movimiento.
La organización de esta guardia pudo improvisarse en un
momento dado a favor del colectivo entusiasmo, pero es
natural suponer que sus jefes hiciesen de antemano va­
ler su prestigio y solicitasen apoyo en el concepto pú­
blico. Se distribuirían comisiones para enrolar a los con­
vencidos y atraer a los renuentes, para adquirir armas
y pertrechos, para conseguir dineros.
Los conjurados eran casi todos gente distinguida. Reu­
níanse en casa de la señora doña María Agueda Gallar­
do, honorable matrona que con patriótica munificencia
puso al servicio de la Revolución gran parte de sus cuan­
tiosas rentas, y que, favorecida con un carácter varonil,
destacaba en sus tertulias la animación y la fe de una
palabra elocuente, viniendo a ser, como doña Manuela
Cañizares en la conmoción de Quito, la mujer fuerte,
que aguijaba el estímulo y el pundonor de los patriotas
de Pamplona. Se ha dicho, al calor de la reminiscencia
de nuestros días magnos, que la señora Gallardo, viuda
a la sazón de don Juan Antonio Villamizar, arrebató el
bastón de mando al corregidor Bastús el día de los tu ­
multos. Ni se puede en absoluto negar asentimiento a esta
hermosa tradición, que más bien parecen admitir el pa­
triótico entusiasmo de la ilustre dama, rayano en apa­
sionadísimo fervor, su seductora espiritualidad y nobles
prendas, la autoridad de su encumbrada posición, y el
influjo de su iniciativa y su consejo, esperados siempre
con ansiedad y tenidos en alta estima en la antigua
sociedad pamplonesa.

150
Contaban los insurrectos con el apoyo del Clero y con
el de algunas autoridades del régimen colonial. Eran
muchos por el número, puesto que el acta de la indepen­
dencia la firmaron más de cien personas, caracterizadas
por la posición, influyentes por la riqueza; tenían, pues,
los elementos para una lucha ventajosa y fácil.
El Corregidor fue hecho prisionero y aquí termina
cuanto la historia dice de su carrera pública.
Sin embargo los sucesos no adelantaban. Una natural
prudencia impidió a los pamploneses al principio desa­
rrollar el movimiento, ensancharlo, avigorarlo. Estaban
a ciegas de lo que ocurría en los demás puntos del Vi­
rreinato y los detenía la amenazante proximidad de don
José Valdez, Corregidor del Socorro, don José Tobar, de
Tunja, y don Fernando Miyares, Gobernador de Mara-
caibo. Para acentuar su indecisión, los ayuntamientos de
Girón 1 y Cúcuta se manifestaron adversos a las ocurren­
cias de la capital, aquel por su decidida e irrevocable
adhesión realista, éste por la numerosa colonia catalana
de la población, que lo cercaría y encerraría dentro de las
esquiveces de una neutralidad forzosa. «No obstante,
ocultando el Cabildo sus propios pensamientos con la
fingida obediencia a unas autoridades que ya desconocía
y aun detestaba, repetía sus instancias a los cabildos
comprovinciales, para que eligiesen sus representantes,
y al fin tuviese la dignidad exterior que le correspondía,
el Cuerpo que ejercía las más limitadas facultades».12
Por esto transcurrió casi un mes antes de que la ciudad
erigiese la Junta Provincial. Paulatinamente, sin embar­
go, vese desaparecer la indecisión y reafirmarse el entu­
siasmo: llegaron sucesivamente las noticias de los suce­
sos del Socorro y Santa Fe, la última de las cuales fue
recibida en Pamplona el día último de julio, por la tarde,
con un expreso despachado por el ayuntamiento de San
Gil.
Esta es, en efecto, 31 de julio, la verdadera fecha clá­
sica de la Independencia de Pamplona, porque en esa
1) D esd e 1808 h a b ía sid o e lim in a d a la P ro v in c ia de S a n J u a n d e G iró n
y a g re g a d a a l C o rre g im ie n to d e P a m p lo n a .
2 ) «O ficio d e la J u n t a P ro v in c ia l d e P am p lo n a» , fe c h a d o e n 2 de
agosto d e 1810. (B o le tín d e H isto ria y A n tig ü e d a d e s . Vol. III, 316).

151
memorable noche se reunieron los habitantes de la ciu­
dad a proclamarla solemnemente en Cabildo abierto. La
llegada del posta infló los corazones de regocijo patrió­
tico y llevó el alborozo a todos los hogares. Por una feliz
coincidencia, aquella tarde iba a reunirse el Cabildo por
primera vez después de los sucesos del 4 de julio, sin
contar con las nuevas de Santa Fe: por manera que éstas
apresuraron la reunión de la Junta y agolparon a las
puertas de la Sala Consistorial «un innumerable concur­
so de gente de todas clases y condiciones».1 Teniendo ya
el apoyo de la capital y las seguridades de la simpatía
en muchos pueblos de la provincia, no hubo ninguna
extemporánea voz de oposición para el propósito cardi­
nal, aunque sí, en el ánimo de los conjurados, cierta
timidez o vacilación justificable, respecto a la manera
de exponer aquel.
Constituían el Cabildo los señores D. Pedro de Omaña
y Riva de Neira y D. Manuel Francisco González, Alcaldes
Ordinarios; D. Gregorio Camargo, Regidor Anual; D.
Manuel Hurtado de Mendoza, Síndico Procurador Gene­
ral; el Dr. Domingo Tomás de Burgos, Vicario Juez Ecle­
siástico, y el Dr. Raimundo Rodríguez, Cura Rector de
la iglesia parroquial. En una de las paredes del salón,
tal como un trofeo histórico, se destacaba «la respetable
imagen de Nuestro Legítimo Soberano el Sr. D. Fernando
VII» según se lee en el acta. ¡Cuántos de los más bala­
drones no alejarían su vista de allí, haciendo gala de un
olímpico desprecio! ¡Cuántos de los más prácticos no le
guiñarían el ojo para dirigirle una sonrisa de burlona
despedida! Ninguno quisiera quitarle porque la mayor
parte comprendía que aquel retrato estaba allí, no como
en un altar triunfal, sino como en sombrío catafalco,
amparaba el pensamiento de la reunión, ocultaba sus
propósitos, disfrazaba sus tendencias, porque no convenía
la declaración franca, sino que era preciso empañar la
pupila de la multitud varia tras un velo de fidelidad al
lejano y destronado Monarca.
Del seno de aquella Corporación salió elegida «una
Junta Provincial que inmediatamente representase al
legítimo Soberano, el Sr. D. Fernando VII, ejerciese lai)
i) «Oficio d e la J u n t a P ro v in c ia l de P am p lo n a» . C it.

152
autoridad suprema, quedase subordinada al Consejo de
Regencia que reside en la Península, en los términos que
tuviese por conveniente la Confederación general que se
ha de establecer en Santa Fe, según se nos acaba de
insinuar por una noticia oficial...» Como era razonable,
para no ofender la susceptibilidad popular, si acaso la
había, se prescribía obediencia al Rey; pero al mismo
tiempo, para no lastimar la parte esencial en los princi­
pios de los congregantes, se había proclamado también
«la adhesión a la justa causa de toda la nación y abso­
luta independencia de esta parte de la América, de todo
yugo extranjero».1
Vela todas las líneas de este documento una amarga y
fina ironía, que no ha de condenar la crítica histórica
arrojando vituperio sobre la conducta de sus signatarios.
Cuando las circunstancias parecían por alguna faz des­
favorables, cuando la perspectiva del porvenir convidara
a incertidumbres y cuando no habían madurado en vis­
tosa y lozana sazón las ideas de independencia, era lícito
a sus proclamadores asirse de los recursos de una diplo­
macia trivial. Esa acta fue dictada a la usanza de las
que se firmaron en otras ciudades del Nuevo Reino. La
prudencia venía inspirándola: en caso de una eventuali­
dad fatal no habría podido declararse vulnerable bajo
todos aspectos, pues que parecía palpitar en ella un sen­
timiento de veneración hacia la empalidecida corona de
Hispania, y aün esto mismo servía los propósitos de nues­
tros patricios con relación a sus compatriotas: porque
las posibles resistencias y oposiciones de algunos pue­
blos, podrían fácilmente vencerse, arguyendo la subordi­
nación de la Junta al Consejo de Regencia, su importan­
cia y necesidad, los ningunos comprometimientos de
quienes la constituían. En suma, de entre la hábil reti­
cencia, de entre el razonamiento especioso, se levantaba
la verdad de las aspiraciones del Cabildo pamplonés, la
evidencia de su ideal generoso, rodeado de confusos linca­
mientos que se desvanecerían al soplo de un análisis frío
y avisado, silencioso y diestro. Con un poco de reflexión,i)
i) A cta d e la In d e p e n d e n c ia d e P a m p lo n a de 31 de ju lio de 1810. (O br.
y Yol. C it. P á g . 314).

153
no de prevención, nuestros antepasados supieron leer el
acta entre líneas, según la moderna expresión que define
un viejísimo sistema.
La mesa de la Junta quedó constituida así: Presidente,
Dr. Domingo Tomás de Burgos; Vicepresidente, Dr. Rai­
mundo Rodríguez; Vocales, Dr. Pedro Antonio Navarro, D.
Manuel Francisco González, Dr. José Rafael Valencia,
D. José Gabriel Peña, D. Rafael Emigdio Gallardo, D.
Ambrosio María Almeida y Dr. Francisco Soto, Secreta­
rio. Asi estaba representada la opinión de la ciudad, en
esa Junta donde figuraba lo más granado del Clero, de la
Abogacía y del Comercio.
La sesión fue corta: cuando cada uno de los indivi­
duos pronunció su respectivo solemne juramento, pare­
ció que se había llenado ya su objeto; pero a alguien se
le ocurrió indicar el tratamiento futuro que debía darse
tanto a la Corporación como separadamente a sus miem­
bros. Se acordó el de Excelencia para la primera, y Usía
para los segundos a fin de que «de este modo fuesen
honrados los dignos ciudadanos que se constituyeron por
padres de la Patria». Este simple cambio de nombres no
era un detalle trivial: declaraba tácitamente suprimido
el antiguo tratamiento de Vuestra Majestad (V. M.) que
recibía el Cabildo de Pamplona, y establecía entre las
dos corporaciones una diferencia palmaria, en virtud de
la cual se declaraba en receso la antigua y en ejercicio
de sus funciones la nueva, rompiendo así hasta con los
vínculos de la antigua etiqueta.
La Junta de Pamplona invitó a las poblaciones del
antiguo corregimiento a mandar su representación a una
asamblea que debía reunirse en la capital de la provin­
cia con el objeto de elegir el Diputado Representante de
la provincia al Congreso General del Reino. El hecho
de haber concurrido todos los pueblos provinciales evi­
dencia que las nuevas ideas fácilmente encontraron
obreros impulsores que las propagaron con entusiasmo y
convicción. No tenemos datos de los individuos que for­
maran las juntas subalternas en cada una de las res­
pectivas ciudades, pero sí podemos ofrecer el nombre de
sus representantes en la patriótica asamblea. Helos
aquí:

154
José Rafael Valencia, Representante de Pamplona y
Presidente del Cuerpo; Nepomuceno Escobar, Represen­
tante de Málaga y Vice-Presidente; Vicente de Medina,
Representante del Rosario; Fray Domingo Cancino, Re­
presentante de la Villa de San José; Rafael Emigdio
Gallardo, Representante de la Matanza; José Gabriel
Peña, Representante de San Carlos de Piedecuesta;
Francisco Soto, Representante de Salazar y Secretario.
Instalóse la asamblea el 17 de noviembre de 1810,
después de haber oído todos sus miembros una misa
solemne en la parroquia de la ciudad. Por una mayoría
de seis votos contra uno (que obtuvo el Dr. Rafael Va­
lencia) salió elegido don Camilo Torres, Diputado de la
Provincia de Pamplona en el Congreso Nacional.1 Du­
raría un año en el cargo y se le asignaba un sueldo anual
de tres mil pesos. Y como si hubiera necesidad de ilus­
trar la opinión del abanderado del federalismo, encare-
cíasele ajustarse en todos sus actos «a las instrucciones
que le diere esta Junta y a las reglas y máximas del sis­
tema federativo que se abraza en toda su amplitud por
este gobierno; así como se han adoptado por casi todas
las provincias de la Nueva Granada, sin que en ningún
caso se pueda perjudicar la libertad e independencia de
la de Pamplona».12
Se ve, pues, que los iniciadores de nuestra independen­
cia se arrimaron a la idea federal, como casi todos los pue­
blos granadinos. Aunque en la implantación de este
sistema no fue pequeña parte el tributo a la moda políti­
ca, hay que reconocerles la más recta y sana intención:
necesitaban hacer valer su esfuerzo, manifestarlo visi-
1) L a p re stig io sa f ig u ra d e l D em ó sten es g ra n a d in o se im p o n ía e n
to d o s los p u e b lo s y e n to d a s las ocasio n es; p o r lo q u e re s p e c ta a P a m ­
p lo n a, a m e d ia d o s d e 1809, ta m b ié n h a b ía sid o eleg id o p o r e l C abildo
p a r a la D ip u ta c ió n d el R eino e n la S u p re m a J u n t a C e n tra l G u b e r n a ­
tiva d e E sp a ñ a e In d ia s, e n c o m p a ñ ía d e D. F ru to s J o a q u ín G u tié rre z
y D. P e d r o G ro o t.
2 ) «A cta c e le b ra d a p o r la J u n t a S u p e rio r G u b e rn a tiv a d e la ciu d a d
d e P a m p lo n a p a r a elecció n de D ip u ta d o R e p re s e n ta n te de a q u e lla p r o ­
v in c ia en el C o n g reso G e n e ra l d e l R eino». (B o le tín d e H isto ria y A n ti­
g ü ed ad es. Vol. II, 48). S ab id o es q u e e s te C o ngreso se in sta ló e n B o g o tá
el 22 d e d ic ie m b re d e a q u e l año, p e ro se d isolvió a los dos m e se s p o r el
co n flicto d e A u to rid a d su rg id o e n tr e el C u e rp o L e g islativ o y la S u p re m a
J u n t a d e la c a p ita l.

155
blemente poderoso, con cierto egoísmo regional que no
hacía desmerecer el amor a la patria común. Siguiendo
el ejemplo de las demás provincias, querían como éstas,
la entidad federativa «sin nada que perjudicase la liber­
tad e independencia de Pamplona». Pero la experiencia
no les había enseñado que las posibles ventajas del régi­
men federal eran punto menos que imposibles en los al­
bores de la República, cuando no la rivalidad puntillosa
sino la unión sólida y eficaz podía estrechar y fortalecer
las partes en el todo granadino. Llegado el momento del
peligro, la Provincia de Pamplona se halló sin los elemen­
tos suficientes para contrarrestarlo, y cuando los fue a
pedir, no encontró ni auxilio generoso, ni simpatía par­
tidaria, ni compasión altruista, en el Ejército Federal de
Tunja.
Tales son los sucesos que dieron margen a la indepen­
dencia de Pamplona, la histórica villa, menos grande por
el esplendor que tuvo en la época colonial, que por haber
alimentado y desarrollado en su seno de ciudad patriota,
la primera manifestación clara, visible y definida del
vigoroso entusiasmo que alentó siempre en el alma de
nuestros patricios.
1908.

156
MINUCIAS DEL AÑO EPICO

Peregrinación histórica de una panela. Mensaje entre dos


damas. Un emigrado sospechoso. Actitud del Cabildo de
San José. Cuál fue la suerte del Corregidor Bastús. Pro­
ceres cucuteños. Los pueblos comarcanos. Junta patriótica
de San Faustino. Patriotas de Arboledas. Un procer de
Bochalema. Generosidad de un comerciante cucuteño. Los
pueblos del Táchira.

* * *

Poco antes de la insurrección de Pamplona, las perso­


nas principales de Cúcuta tuvieron noticia de la Revo­
lución de Caracas el célebre 19 de abril, y del estado de
agitación que en Santa Fe preparaba la del 20 de julio,
merced a dos detalles que, insignificantes en apariencia,
trajeron seguramente entusiasta expectativa a los pocos
que en ellos repararon o los pudieron comentar.
El primero de aquellos acontecimientos fue comunica­
do por una alta dama de Barinas a otra del Rosario de
Cúcuta; y el pliego o carta en que con exaltados porme­
nores lo refería la patriota barinesa hubiera sido inter­
ceptado sin duda, si ella no hubiera ideado una treta,
muy usual y socorrida en época de difícil comunicación.
Aquel pliego llegó al Rosario de Cúcuta dentro de un
pedazo de azúcar moscabado, confundido entre los abas­
tos de la alforja del posta, sin que por ello aquel sirviese
a éste de avío, porque un fin más noble y puro le había
reservado el destino. Encerrada, pues, tan trascendental
noticia entre las paredes de una histórica panela, dijé-
rase que su singular envoltura armonizaba perfectamente
con el natural sentimiento de regocijo que venía a
despertar.
157
Quienes así intercambiaban sus impresiones patrióti­
cas, haciendo noble propaganda al movimiento de Cara­
cas, eran dos hermanas, doña Josefa A. Ramírez de Vi-
llafañe, esposa de don Domingo Villafañe, residente en
Barinas, y doña Carmen Ramírez de Briceño, que vivía
a la sazón en el Rosario, esposa de don Juan Antonio
Briceño. Fue, pues, de esta manera como uno de los pri­
meros ecos de la Revolución Americana se oyó aquende
el Pamplonita, transmitido desde una histórica ciudad
singularizada con gloria en las reminiscencias del fol­
klore venezolano; y como nota vibrante de aquella opor­
tuna transmisión, entre el alborozo del suceso fausto,
se destaca el noble espíritu de la mujer patriota que
comunicaba con alegre y generosa iniciativa hasta esta
frontera el pensamiento de los patricios venezolanos.1
Por aquellos mismos días en que se divulgaba esta
noticia, un peregrino incógnito se embarcaba en el puer­
to de Los Cachos con rumbo a Maracaibo y Caracas.
Quiénes creían que fuese un comerciante en viaje de ne­
gocios, quiénes le consideraban sujeto de extracción
oscura, desprovisto de antecedentes; algunos apenas re­
pararían en su continente extraño; otros tuviéranle por
sospechoso; pero bajo aquel simpático talante de viajero
desconocido, se ocultaba el Dr. Juan Agustín Estévez,
eclesiástico de Bogotá, quien por haber pronunciado un
discurso en favor de las ideas palpitantes en la época,
se vio obligado a emigrar de su país natal, amparado
solamente por un mal disfraz. Efectuó el Dr. Estévez su
viaje sin tropiezo alguno, antes anduvo afortunado en
él, pues la Junta de Santa Fe le envió auxilios para el
regreso, el cual tuvo lugar en diciembre de aquel año.
Estos dos pequeños cabos, como suele decirse, pusieron
en inquietud y alerta a algunas personas principales, en
quienes no fue por cierto la sorpresa de lo desconocido,
sino el cierre de una expectación intensa, el sentimiento
con que recibieron las noticias de los tumultos de
Pamplona.i)
i) C u rio sísim a tra d ic ió n q u e co n se rv a el d istin g u id o c a b a lle ro , D r.
E rn e s to D elg ad o , re s id e n te e n S an C ristó b al, b isn ie to de la ú ltim a de
esta s d am as.

158
Parece que el Cabildo de San José no mostró al prin­
cipio declarado apoyo y franca simpatía por el movi­
miento que había iniciado el de la ciudad capital:
«La prudencia nos aconsejaba buscásemos la alianza
de los cabildos y lugares de provincias, pero la Provi­
dencia que quería probar con este cáliz de amargura,
constancia para que después sintiésemos con mayor in­
tensión la excesiva alegría por la recuperación de nues­
tra libertad, nos afligió con permitir que los ayunta­
mientos de las villas de Cúcuta y ciudad de Girón se
apartasen de la unión de su capital, y se ofreciesen a
cumplir gustosos las órdenes de nuestros enemigos».1
Fundados en este documento hemos escrito en el ca­
pítulo anterior:
«Para acentuar su indecisión (la del Cabildo de Pam­
plona) los ayuntamientos de Girón y Cúcuta se mani­
festaron adversos a las ocurrencias de la capital, aquel
por su decidida e irrevocable adhesión realista, éste por
la numerosa colonia catalana de la población, que lo
cercaría y encerraría dentro de las esquiveces de una
neutralidad forzosa».
Pero en los Apuntamientos del Dr. Francisco Soto12
hemos visto contradicho este aserto así:
«Se dio parte a los cabildos de la provincia, y sólo el
de la villa de San José de Cúcuta y el de la ciudad de
Salazar, contestaron favorablemente elogiando el proce­
dimiento y ofreciendo hacer causa común, a pesar de
que aquel no había recibido ningún insulto o vejación
de Bastús, y la villa estaba inundada de españoles, prin­
cipalmente de catalanes y maracaiberos, ya decididos en
contra de Caracas y que tenían allí grandes relaciones de
amistad y de comercio; y de que en el segundo no había
un hombre que supiese algo más que trabajar la tierra y
apacentar ganados».
De esta última transcripción podemos deducir que en
ningún caso la opinión del Cabildo de San José fue no­
tablemente adversa a los sucesos de Pamplona, tal como
1) «Oficio d e la J u n t a de P a m p lo n a a l C abildo de O caña», d e 2 d e
ago sto d e 1810. (B. d e H . y A. Vol. III, 315).
2 ) V éase el A p é n d ic e . D oc. N9 II.

159
se manifestó en Girón siempre y en Ocaña al principio.1
Pudo haber al comienzo cierta predisposición a la indi­
ferencia, o si se quiere, a la inactividad, por no haber
recibido la Corporación cucuteña «ningún insulto o ve­
jación de Bastús»; mas luego a luego, cambiaríase en
decisión y firmeza por el valimiento de las influencias del
Clero, las del Cabildo de Pamplona y el esfuerzo de algu­
nos jóvenes «que empezaron a predicar en favor del paso
atrevido de los pamploneses».
Ya que hemos vuelto a nombrar a Bastús, a quien
dejamos prisionero en la cárcel de Pamplona, bueno será
agregar otros detalles referentes a su extrañamiento de
aquella ciudad, de que hemos sido informados última­
mente:
Don Tomás Carrizosa, español, vecino de Girón, el que
con don Joaquín Villamizar Araque detuvo al Corregidor
en la plaza principal el día de la insurrección, fue el
encargado de mandar la escolta que condujo a Bastús
hasta la población de Tunja, de donde después se le
deportó a la madre patria por la vía de Honda.
Pusiéronle al mohíno Corregidor férreos grillos de dos
arrobas de peso, meditado presente que desde hacía me­
ses le tenían destinado, los cuales no le permitieron mo­
verse con desembarazo de la silla en que lo sentaron, en
un rincón de la cárcel pública de Pamplona. Era su cus­
todia el mismo Carrizosa, quien de genio festivo y amigo
de chanzas, bromeaba mucho al Corregidor, sin dejar de
considerar al cautivo, que en medio de su desgracia, no
desconoció el placer de recibir las visitas y manifesta­
ciones de cortesía de algunos de sus amigos personales.
Una ocasión, en que uno de éstos, partidario de la Revo­
lución, platicaba con el prisionero, se oyeron las bromas
de Carrizosa, esta vez en estridente dúo con vivas carca­
jadas que, hiriendo el tímpano de Bastús, le hicieroni)
i) El C ab ild o d e O cañ a c o n testó a l de P a m p lo n a e n té rm in o s u n ta n to
frío s, « m an ifestan d o el rep o so y tra n q u ilid a d e n q u e se h a lla e s ta c iu ­
dad». C o m p o n ían lo : D. R a m ó n de T rillo, D. M iguel A n to n io L em u s, D.
C a y etan o A n to n io V illa rre a l, D. F ra n c isc o Q u in te ro P rín c ip e , D. F r a n ­
cisco S o lan o Já c o m e y D. F ra n c isc o G óm ez d e C astro , e s c rib a n o p ú ­
b lico y R eal. (B. d e H. y A. Vol. III, 315).

160
considerar su infeliz situación y gritar en una especie
de resignación cómica por lo altiva: «Yo no puedo sopor­
tar estos grillos ni la risa de Carrizosa».1
Después de su destierro, que antes fuera para el pusi­
lánime mandatario galardón que no castigo, no se oye
sonar su nombre, en ninguna de las expediciones penin­
sulares, en ninguna de las emergencias de nuestra gran
lucha, y parece que la historia le castiga, como al Virrey
Amar, con el peso de una omisión fría y huraña. No hay-
constancia de que combatiera en este suelo por las armas
realistas, y probablemente regresó presuroso a su país
natal, la Barcelona ibérica, de donde era oriundo.
No han conservado las crónicas los nombres de nues­
tros Munícipes en el año de la Revolución, ni se conocen
tampoco los de los individuos que formaron la Junta
Patriótica de esta ciudad, pero la tradición ha guardado,
piadosamente agradecida, una escasa lista de los hijos
de Cúcuta que respondieron con calurosa simpatía a los
sucesos de la capital del corregimiento. Entre ellos se
cuentan, el humilde y virtuoso franciscano, Fray Domin­
go Cancino, quien parece haber sido uno de los que con
más eficacia e impulso dirigieron la opinión; distinguido
patriota y gran benefactor, la memoria de este eclesiás­
tico debe ser recordada con doble cariño, pues fue el
representante de la ciudad en la asamblea reunida en
Pamplona en noviembre de 1810 para elegir Diputado por
la Provincia al Congreso General del Reino, y además,
quien con su carácter benévolo y caritativo impuso a los
cucuteños la gratitud de su recuerdo, al dar los primeros
pasos en el sentido de organizar la marcha y estabilidad
del Hospital de Caridad, siendo Cura de almas de la Vi­
lla, hacia la misma época. El Dr. Francisco Soto, hijo de
estos valles, que principia su brillante carrera pública
como secretario de la Junta de Pamplona, y descuella
después como estadista en la antigua generación de la
Nueva Granada. Los jóvenes Ambrosio y Vicente Almei-
da, decididos para la acción, para la propaganda entu­
siastas; don Isidro Plata, jefe de un hogar respetable,i)
i) A sí n o s lo e s c rib ió de L a C o n cep ció n D. A n té n o r M o n te ro , p e rso n a
a u to riz a d a , y a fa lle c id o , d e s c e n d ie n te de D. T o m ás C a rrizo sa, e h ijo d e l
p ró c e r C a sim iro M o n te ro .

161
quien fue fusilado en Sogamoso en 1816; don Pedro San­
tander, espíritu desprendido y magnánimo, cuyos inmen­
sos bienes contribuyeron a sostener el incremento de la
lucha; hombre de una caridad inagotable, estimadísimo
en todas las clases sociales, por una acerba ironía de la
suerte, vino a morir vilmente degollado a manos de un
esclavo, en uno de sus hatos de Casanare; don Manuel
García Herreros, natural de Rivaflecha, en España, quien
tuvo para la causa de nuestra Independencia todo el
calor de su juventud, su condición de peninsular que le
calificaba con importancia entre los criollos, y sobre to­
do la afinidad y sobreabundancia de sentimientos de que
participaba la espiritual mujer con quien se unió en ma­
trimonio algún tiempo después, doña María de Jesús
Santander, que, desde la primavera de la vida, demostró
indecible entereza para el impulso de los sucesos; llevaba
el cetro de la elegancia entre las damas de nuestra so­
ciedad de antaño, y con sus claras prendas de ingenio,
discreción y caridad mantuvo encendido en el círculo de
sus relacionados un enfervorizado afecto hacia la lucha;
viajó a Bucaramanga en el éxodo de 1812, y desde allí
vio partir a su esposo, al confinamiento que le señalaron
los peninsulares, en la isla de Jamaica, hasta poco antes
de 1816; 1 doña Manuela Montesdeoca, favorecedora, co­
mo la anterior, del movimiento patriótico, esposa de don
Buenaventura Soto-Mayor y madre del Dr. Francisco
Soto, emigró al Socorro en 1813 antes de la invasión de
Lizón y regresó en 1816, habiendo obtenido permiso del
Gobernador de Pamplona, don Francisco Delgado, para
trasladarse a Cúcuta y visitar sus propiedades, cuando
le sorprendió la muerte en aquella ciudad en junio del
mismo año; el teniente coronel don Francisco Colmena­
res, que fue Comandante de Armas de Cúcuta en 1824;
el capitán don Antonio María Ramírez, que asistió a la
jornada de Boyacá; el comandante José Rodríguez, que
aunque natural de Cartagena, residió algún tiempo en
esta ciudad, esposo de doña Petronila Contreras, dama
de San Cristóbal. Merecen también citarse el capitán i)
i) D o ñ a M a ría d e Je s ú s S a n ta n d e r, h ija d e D. P e d ro S a n ta n d e r y
D oña M a ría J o s e fa R a n je l, n ació e n 1789; e n 1802 casó co n el esp añ o l
D. N arciso V e rg a ra y e n 1811, e n se g u n d a s n u p c ia s, con D. M a n u el G a rc ía
H e rre ro s. M u rió e n el te r re m o to d e 1875.

162
Pío Bustamante, Bartolomé Vega, José Mojica, Miguel
Contreras, José del Rosario Guerrero, no señalados por
sus luces aunque sí por su notoriedad general, y muchos
otros de que la tradición no da memoria. Pero la hay
cariñosa de un huésped nuestro, humilde ciudadano fran­
cés, llamado Pedro Basilé, teniente, casado con la ir­
landesa María Rosco, que encontró su tumba en estos
valles en 1821.
A los nombres anteriores, débese agregar el de D.
Ildefonso Belloso, que aunque natural del Estado Zulia,
residió por cerca de cincuenta años entre nosotros y tuvo
la gloria de haber asistido, adolescente de diecisiete años,
al combate naval de Maracaibo; acaeció su muerte el 15
de mayo de 1887 y nuestro Concejo Municipal la registró
en una sentida proposición de honores, en que se le con­
sidera como «una de las escasísimas reliquias de aquella
época de inapreciable gloria».1
Es fama que algunos de los jóvenes proceres cucuteños
se reunían clandestinamente en la casa de don Sebastián
García, llamada de «La Lomita», que estaba situada en
el barrio del Páramo, hoy camellón Vargas. Tenían allí
sus conciliábulos en horas silenciosas, cambiábanse sus
impresiones y almibaraban con sus comentarios las noti­
cias del día.
En el Rosario de Cúcuta, centro de una sociedad culta
e ilustrada, la opinión creció lozana y se extendió pu­
jante en todas las esferas y clases sociales; allí las fa­
milias no escatimaban el contingente del entusiasmo y
muchas personas distinguidas lo fueron aún más por sus
trabajos patrióticos; sin contar los apellidos Gutiérrez,
Concha, Briceño, Fortoul y Sánchez que dieron muchos
servidores a la independencia de Colombia, mencionare­
mos al cura del lugar, don Vicente de Medina, represen­
tante por el Rosario en la Asamblea de Pamplona, que
a causa de sus servicios patrióticos fue desterrado por
enero de 1817, en compañía del Dr. Cecilio Castro, cura
de Ocaña, y de otros sacerdotes, y murió en las prisionesi)
i) S u sc rib ie ro n e s ta p ro p o sic ió n D. A n to n io F ig u e ro a , P re s id e n te d e
la M u n ic ip a lid a d , D. T rin id a d F e r re r o , V ic e -P re sid e n te , y lo s V ocales
se ñ o re s A le ja n d ro G alv is, P e d r o M. M ejía, O sc a r P é re z F . y R a fa e l
Ig n acio P az.

163
de La Guaira; el Dr. Juan Nepomuceno Piedrí, notable
abogado, que perdió su cuantiosa fortuna en las contin­
gencias de la guerra, fusilado en Barinas el 29 de di­
ciembre de 1816; y el Dr. Sancho Briceño Rubio, médico
graduado en la Universidad de Mérida, quien prestó sus
servicios profesionales a las fuerzas de Peña y de Bolívar
en 1812 y 1813.
El noble ejemplo de las villas de San José y Rosario
fue seguido en breve por la mayor parte de las pobla­
ciones vecinas: en Salazar, San Cayetano y San Faus­
tino se instalaron juntas patrióticas que coadyuvaban
a afirmar la idea del movimiento, abriéndole simpatía
propagadora y resonante en la conciencia popular.
En esta última ciudad, de donde con alegre profusión
se difundió el pensamiento a algunas aldeas fronterizas,
una junta compuesta de los señores Dr. N. Fernández,
Juan Manuel Meléndez, Eugenio Santander y Juan Ro-
may, obligó al señor Juan Micay, último gobernador de
San Faustino, a presentar la renuncia de este cargo. El
Pbro. Francisco Jácome, que fue cura de la población,
escribía desde Mérida alentando a los Revolucionarios.
Hay noticia de que en el pueblo de Arboledas, muy
asendereado por el paso y estacionamiento de las fuer­
zas realistas, tres de sus principales vecinos, los ciuda­
danos Manuel Angarita, Francisco Fernández y José Ig­
nacio Ramos, prestaron sus servicios a la naciente idea,
dentro del escaso círculo en que podían obrar.1
En el pueblo de Bochalema se distinguió como patriota
el honrado agricultor don Diego González, decidido ami­
go del Libertador. Véase la siguiente carta que da algu­
nas noticias acerca de este procer, de amable bonhomía
y pródigos servicios en aquella localidad:
Pamplona, noviembre 25 de 1826. 12
Exemo. Señor Libertador, Simón Bolívar, etc.
Mi más venerado y respetado señor:
Es inexplicable el gozo que mi corazón tiene desde el
momento en que tuve noticia que S. E. arribaba a estos
países; y por lo mismo, manifestando mi gratitud en cuan­
to me sea posible, adelanto esta misiva con este objeto, y
1) M em o rias d el g e n e ra l O’L e a ry . Vol. X III, 146.
2 ) V éase M em o rias de O’L e a ry . T. IX , 557.

164
el de que V. E. tenga la bondad de decirme si su paso lo
verifica por la parroquia de Bochalema, para tener el gran
regocijo de asistirlo en mi casa con el auxilio que me sea
dable, que con el aviso que me anticipe saldré de esta
ciudad a facilitar su espera, teniendo la bondad al mismo
tiempo de decirme el número de sujetos que le acom­
pañan. i
Desde el año de 20 que el respeto de V. E. me libertó
de que me sacasen de aquella parroquia para Alcalde de
ésta, hasta esta fecha, sólo el año de 22 no me eligieron
para tal Alcalde; pero de resto los demás años siempre
han empleado sus elecciones y confirmaciones en mí; los
años atrás no habían conseguido el hacerme este que­
branto, porque un año me inhibí por estar manteniendo
la brigada de caballerías en Bochalema, otro por estar
de Comisionado haciendo el tambo de Chinácota, y los

i) C on re la c ió n a e s te la rg o v ia je , q u e fu e d e 1.346 leg u as, y q u e


e m p re n d ió e l L ib e rta d o r d e sd e L im a el 4 de s e p tie m b re de 1826 h a s ta
su a r rib o a C a ra c a s e l 10 de e n e ro del añ o sig u ie n te , c o n v ie n e o b s e rv a r
q u e e l ilu s tr e v ia je r o n o p u d o d e te n e rs e e n B o c h alem a, com o ta n to lo
d e s e a b a su am ig o G onzález. H e a q u í p a r te d el itin e ra rio q u e sig u ió
e n n u e s tro su e lo :
D iciem b re d e 1826 L u g a re s L eg u as C am inos

L unes 4 a S o a tá , p u eb lo 8 Q u e b ra d a m u y a r d ie n ­
te .
M a rtes 5 a C a p ita n e jo , p u e ­ 10 V alle m ás a rd ie n te .
b lo
M iérco les 6 a C e rrito , p u eb lo 11 S u b ie n d o p o r s ie rra s
fría s .
Jueves 7 a C h ita g á , p u e b lo 8 S u b ie n d o p o r e l p á r a ­
m o d e l A lm o rzad ero .
V iern es 8 a P a m p lo n a 7 S ie r ra f r ía y te m p la d a .
Sábado 9 en P a m p lo n a

D o m in g o 10 a C h in á c o ta , pue­ 7 M o n ta ñ a fría , e s c a b ro ­
blo sa.

L unes 11 a C ú c u ta , v illa 11 M o n ta ñ a esc a b ro sa , lla ­


n a , cen ag o sa, a rd ie n te
to d a .
M a rte s 12 en C ú c u ta
M iérco les 13 al P to . d e los C a ­ 14 M o n ta ñ a lla n a , p a n t a ­
chos nosa, m u y a rd ie n te .
Ju ev es 14 a la O rq u e ta , l u ­ 50 p o r el río Z u lia.
gar
V iern es 15 a la s B ocas 20 p o r d ic h o río .
¿ S áb ad o 16 a M a rac aib o , c iu ­ 30 P o r el g r a n lago. C api-
d ad t9 l del d e p a rta m e n to
d e l Z u lia.
I tin e ra r io d e s d e L im a a C a ra c a s, fo rm a d o p o r el L ib e rta d o r . (V éase
P a p e l P e rió d ic o Ilu s tra d o , de B ogotá, N9 62, d e 19 d e a b r il d e 1884).

165
demás, después de haber estado algunos meses en el des­
tino, se me ha inhibido, por razón de haber estado de
Estanquillero de tabaco; y este año, en vista de tanta cons­
tancia en perjudicarme, he aguantado, y así me ha costa­
do; pues según yo he experimentado, no pueden hacerle
mayor perjuicio a un hombre que reside en otro lugar,
al pie de la agricultura que es su profesión, y de donde
subsiste, que el de sacarlo obligándolo a servir el tal des­
tino de Alcalde en otro lugar, pues en menos que se au­
sente todo lo pierde. Ojalá este mal y mala práctica se ex­
tinguieran en lo venidero, y así serían los hombres más
útiles a la República, lo que quizá fuera fácil conseguir
por medio del respeto de V. E. Quedo de V. E. su fiel y
reconocido súbdito. Dios guarde a V. E.
Diego González
Las personas acaudaladas contribuyeron gustosas a
sufragar los gastos que demandaba la organización de
fuerzas, otras dirigían sus dádivas a la protección de
familias desamparadas, cuyos miembros perecieran en
la lucha; una curiosa noticia a este respecto publicaba
el Diario Político de Santa Fe:
«Don José María Peralta, vecino de la villa de San
José de Cúcuta, ofrece contribuir con 300 pesos en tres
años, 100 pesos en cada uno de ellos, para una de las
viudas de Quito, debiéndose ésta nombrar por el Dr.
Joaquín Camacho, quien lo deja a disposición del señor
obispo de aquella ciudad».1
El movimiento del 19 de abril en Caracas repercute
hondamente en Mérida, que proclama su independencia
el 16 de septiembre; en Trujillo el 9 de octubre, en La
Grita el 11 y en Bailadores el 14 del mismo mes y año.
Se dijeran los eslabones de una gran cadena patriótica
que va enlazando con majestad las crestas de la cordi­
llera andina.
El mismo glorioso eco de aquel movimiento, el ejemplo
de los pueblos hermanos, así como también la presencia
de tropas libertadoras en el Rosario de Cúcuta al mando
de un comandante general nombrado por la Junta Su­
perior de Pamplona, conmueve a San Antonio del Tá-
chira el 21 de octubre, en que se adhiere a la Junta
i) N ú m e ro 18 d e l D ia r io P o lític o . V éase B . d e H . y A. T. I, 493.

166
Suprema de Mérida y nombra jueces provisionales para
su gobierno a los señores don Tomás de la Cruz, don
Antonio María Pérez de Real y don Agapito Maldonado.
La villa de San Cristóbal depone las autoridades colo­
niales y el Ayuntamiento se declara independiente en
solemne sesión de Cabildo abierto. Es de notarse que la
reunión en que se levanta el acta de independencia se
verifica el 28 de octubre, día de San Simón, anticipán­
dose de esta suerte la ciudad del Torbes a festejar el
onomástico del Libertador «como por obra de una suges­
tión profética» según insinúa un escritor venezolano.
Diose el mando superior de la sección a don José Javier
Usechi (o Viechi, como se lee en las Memorias de O’Lea-
ry) y la junta fue activamente secundada por los señores
José Ignacio Sánchez, Rafael Sánchez, José María Col­
menares y los Pbros. Tomás Sánchez, Vicario Territorial;
Pedro Casanova, cura de la población, y don Joaquín
Seguera.1
Para fines del Año Epico, en casi todos los pueblos de
aquende y allende el Pamplonita, se iniciaba y acrecía
el desenvolvimiento de la gran transformación.
1910.

i) A ctas de I n d e p e n d e n c ia del T á c h ira . (T u lio F e b re s -C o rd e ro F.


1910).

167
EL PRIMER COMBATE

D. José Gabriel Peña. Datos biográficos. El terremoto de


1812. Los emigrados venezolanos. D. Ramón Correa ame­
naza con su expedición. Peña pide auxilios. Actitud de
Baraya. Su rivalidad con Nariño. Tratados de Santa Rosa.
Correa en San Antonio del Táchira. El combate. Una ac­
ción heroica. Copla histórica. Ocupación de Cúcuta. Triunfo
de Castillo en Piedecuesta.

* * *

Uno de lo patriotas más abnegados del norte, don José


Gabriel Peña, sustituyó en el Gobierno de Pamplona al
Dr. Rafael Valencia, quien lo había ejercido desde que
se proclamó la independencia hasta el mes de noviembre
de 1811.
Tocaron a Peña circunstancias difíciles que hicieron
titubear el temple de su espíritu: fue él quien dirigió
aquel desgraciado combate, librado a orillas del Táchira
en junio de 1812, primero en que los patriotas de Pam­
plona midieron sus armas frente a frente con los regi­
mientos españoles; 1 él, quien experimentó en su concien­
cia de jefe las tristes decepciones del fracaso, y quien
pudo calcular mejor que otros, que éste se debía no tanto
a su impericia de guerrero y a la indisciplina de sus tro- i)
i) C on p o co a c ie rto q u izás h em o s titu la d o el p re s e n te a rtíc u lo El
P rim e r C o m b ate, p u e s n o fu e éste el co n q u e se in ic ia ro n la s fu e rz a s
de P a m p lo n a e n n u e s tr a g u e r ra d e in d e p e n d e n c ia . «Pocos m eses d e sp u é s
de h a b e rs e e n c a rg a d o d el g o b ie rn o el D r. P e ñ a , em pezó a s e r e s ta p r o ­
v in c ia el t e a tr o d e la g u e r r a q u e s u rg ía e n el n o r te d e la N u e v a G ra n a d a ,
y d u r a n te e l tie m p o d e s u m a n d o tu v o q u e m a n te n e r e n c o n s ta n te acció n
su p a trio tis m o y s u e n e rg ía . Dos v eces f u e ro n o cu p ad o s lo s v a lle s d e
C ú c u ta p o r los re a lista s , e n poco m á s d e u n año, y o tra s ta n ta s f u e ro n
a rro ja d o s d e allí. D e rro ta d a s u n a s tro p a s, h a b ía q u e o rg a n iz a r o tra s,
o p e ra c ió n m u y d ifíc il e n a q u e l tiem p o , p o r la f a lta d e a rm a m e n to y

169
pas, cuanto a la permanente escisión de los federalistas
de Tunja y los centralistas de Cundinamarca que, sin
dar tregua al egoísmo de su controversia política, no
atendieron el clamor angustioso con que el Gobernador
de Pamplona suplicaba auxilios para reforzar su decidido
aunque bisoño ejército.
Después del descalabro, Peña emigró a Cepita y Piede-
cuesta, concurrió como diputado al Congreso de las Pro­
vincias Unidas e hizo parte —junto con don Juan de So-
tomayor, Fray Diego Padilla, coronel Emigdio Troyano y
José Antonio Barcenas— de la Comisión Legislativa per­
manente creada por decreto del mismo Congreso de 19
de abril de 1816, que siguió al sur con el Presidente Ma­
drid, cuando el ejército de Morillo tocaba a las puertas
de la capital. Pasada la funesta acción de la Cuchilla del
Tambo, fue apresado en Popayán por las fuerzas españo­
las y conquistó la aureola del martirio en los patíbulos
levantados en Santa Fe, de orden del Pacificador. El 8
de agosto de aquel año fue fusilado en la antigua Huerta
de Jaime en compañía del ilustre García Rovira, los ca­
pitanes Hermógenes Céspedes y N. Nava, y un mulato,
de nombre Castor, soldado oscuro, sin apellido ante la
historia, más con el de Leal en el panteón de nuestros
mártires, al decir de un historiador. «Marchaba (al ca­
dalso) en la segunda fila el Dr. José Gabriel Peña, per­
sona de mediana estatura, y que, a juzgar por las arrugas
de su cara y su cabello blanco como la nieve, no podría
tener menos de sesenta años. Este iba con un capote de
paño negro, con mangas, como se usaban entonces, y los
brazos metidos dentro de éstas, por manera que no po­
dían vérsele las otras piezas de su vestido».1 Había na­
cido en Pamplona el 22 de noviembre de 1733 del matri- *i)
c u a d ro s v e te ra n o s. E l D r. P e ñ a lle n ó b ie n su d e b e r, y los esfu erzo s
d e su in te lig e n c ia n o se lim ita ro n a la d e fe n sa d e su p ro v in c ia , sin o q u e
se e x te n d ie r o n a p ro p o rc io n a r c u a n tio so s a u x ilio s a l G e n e ra l B o lív a r
p a r a la c a m p a ñ a d e V e n e z u e la e n 1813». (D. Is id ro V illam izar. L os P r o ­
c e re s P a m p lo n e se s). C om o se ve, se h a c e a lu s ió n a d o s h ec h o s d e a rm a s
a n te s d e l e n q u e n o s o cu p am o s, m a s p a r e c e f u e ro n in sig n ific a n e s e s c a ­
ra m u z a s, acaso co n a lg u n a g u e r rilla e sp a ñ o la , d e la s q u e co n e n tu sia sm o
m a n te n ía n e n e s ta s c o m a rc a s la b a n d e r a d e l R e y . N o h e m o s e n c o n tr a ­
d o n in g ú n o tro d a to a c e rc a d e e s ta s dos acciones.
i) C itad o p o r D. F a c u n d o M u tis D u rá n e n s u R e se ñ a b io g rá fic a del
g e n e ra l G a rc ía R o v ira.

170
monio de don Fermín Antonio Peña y Rizo, natural de
Ocaña, y doña Gabriela Valencia y Villamizar.1 Contaba
escasamente cuarenta y tres años, pero los infortunios
de su carrera pública le habían envejecido prematura­
mente.
Cuando el Dr. Peña ejercía el mando, uñ acontecimien­
to luctuoso consternó a Caracas, San Felipe, Barquisi-
meto, Mérida y algunas otras importantes ciudades de
Venezuela: nos referimos al espantoso terremoto del 26
de marzo de 1812, que arrebató innúmeras vidas a la
causa de la independencia. Este temblor se sintió fuer­
temente en Cúcuta, Pamplona y Santa Fe; 1 la onda
sísmica como que recordaba a los pueblos que la misma
desgracia que los conmovía, debía de acercarlos para
conquistar por iguales partes la gloria.
Favoreció este suceso, como es sabido, la causa del Rey
en Venezuela: acobardóse el pueblo, el temor y la alar­
ma se esparcieron en los habitantes, extendióse la mise­
ria, muchas fuerzas patriotas perecieron por causa de la
catástrofe, multiplicáronse los emigrantes, y se explotó
el terror de todas las capas sociales como signo de pro­
paganda para mermar la fuerza moral de los ejércitos
republicanos. Para colmo de desgracias, Monteverde ocu­
pó la capital y sus subalternos las provincias de Mérida
y Trujillo.
Empujados, pues, por vendavales de desdicha, vinieron
a las fronteras de la Nueva Granada no pocos ciudadanos
de Venezuela, algunos de los cuales tomaron servicio
militar bajo las órdenes del Gobernador de Pamplona.
Otros, con más recursos, después de detenerse breves días
en las ciudades del norte, siguieron a Santa Fe; entre
éstos últimos se contaban los caballeros don Juan Gabriel
Liendo, don Antonio María Palacios, don José Antonio
Llanez, don Lorenzo y don Alfonso Uscátegui, don Luis
Santander, don Agustín Aulí, don Pedro Ramón Chipia12
1) M atos H u rta d o . Los H éroes P am p lo n ese s.
2 ) N o se c o n s e rv a e n C ú c u ta n in g u n a tra d ic ió n p a r tic u la r d e esta
c a tá s tro fe . «A 26 d e m a rzo , J u e v e s S a n to (e n S a n ta F e ), te m b ló la tie r r a
a la s dos y m e d ia d e la ta rd e , y fu e cu a n d o e n M é rid a m u rió e l obispo
(D. S a n tia g o H e rn á n d e z M ilanés) y m u c h ísim a g e n te q u e q u e d a ro n b a jo
las ru in a s, y lo m ism o su c ed ió e n C a ra c a s y e n to d a s la s p ro v in c ia s d e
V enezuela». D ia rio d e C a b alle ro . L a P a tr ia B oba.

171
y don Celestino Burguera en unión de los presbíteros
don Mariano Talavera y Garcés, don Luis Ignacio Men­
doza, don Ignacio Fernández Peña y don José A. Fernán­
dez. El Presidente Nariño los recibió con exquisitas mues­
tras de bondad, y respecto de los últimos decretó «que
se oficiase al Gobierno Eclesiástico para que tuviera pre­
sentes en la provisión de interinatos curados a estos
beneméritos y desgraciados sacerdotes».1
En estas circunstancias, ya se sabía que el Gobernador
de Maracaibo, don Fernando Miyares, había mandado a
su yerno, el coronel don Ramón Correa, con numerosas
y bien organizadas fuerzas que traían por objeto la paci­
ficación de la Provincia de Pamplona.
Simultáneamente el general Antonio Baraya había sa­
lido de Santa Fe el 12 de marzo con tropas expediciona­
rias sobre Salazar de las Palmas, para oponerse a la
invasión realista, según las terminantes órdenes del
gobierno cundinamarqués. Pero Baraya se detuvo en Tun-
ja, agasajado por el gobernador Niño, el cual creía sus­
picazmente que aquella expedición llevaba por fin inme­
diato favorecer los pronunciamientos de los pueblos que
pidieran la segregación de Tunja y su anexión a Cundi-
namarca. Los expedicionarios, pues, se entretuvieron en
Tunja, desoyendo la voz del patriotismo y atendiendo
la del espíritu banderizo, que pintaba a la sazón al Pre­
sidente de Cundinamarca como un monstruo de maldad,
obtusa y despóticamente dictatorial.
El angustiado Gobernador de Pamplona envió oficios
recordando a Baraya sus deberes, mas no tuvieron por
respuesta sino indiferencia y desdén; el gallardo vence­
dor de Palacé había a la sazón desertado de las filas
centralistas, a cuyo frente estaba Nariño, y sólo tenía
en mira la ruptura con éste, ruptura que apenas le daría
margen al pálido brillo de una gloria inquietante y efí­
mera. ¡Cuánta no hubiera sido la de aquel brioso capi­
tán santafereño, al tender sus campamentos en frente i)
i) G ro o t. T. III, 178. El D r. T a la v e ra y G arcés fu e C u ra de P ie d e c u e s -
ta p o r a lg ú n tie m p o y e l D r. M endoza lo fu e d e T u n ja . M e rec e re c o r ­
d a rs e a q u í q u e u n o d e esto s sa c e rd o te s, el D r. Ig n acio F e rn á n d e z P e ñ a ,
f u e c o n sa g ra d o A rzo b isp o d e C a ra c a s y V en ez u ela, t r e in ta años m á s ta r d e
—e l 2 d e e n e ro d e 1842— p o r el Illm o. S r. J o rg e T o rre s E sta n s e n la
ciu d a d d e P a m p lo n a .

172
de los del noble ibero, noble como militar y más noble
aún como enemigo! Sin embargo, si alguna vez quisiera
Baraya marchar al norte a desplegar a las orillas del
Pamplonita la infante flámula de la República, el Go­
bernador de Tunja disuadiérale con extraños consejos.
En lo que menos se pensaba en esa capital era en batir
el enemigo común: hacer prevalecer el federalismo de
las provincias parecía el más premioso —si no el único
objetivo del Congreso, y hacia él refluían todas las acti­
vidades y todos los esfuerzos de nuestros proceres de la
Patria Boba. Lo demás, que era por cierto lo principal,
reputábase secundario.
En el propósito de cohonestar aquella conducta, a
instancias del general Baraya, se reunieron él y sus ofi­
ciales en Sogamoso el 25 de mayo y acordaron descono­
cer el Gobierno de Nariño, después de haberlo acusado
del plan de jurar el Gobierno español de Cortes y Re­
gencia. Se lee en esa acta: «Para mejor asegurar el voto
común, hizo leer el señor Brigadier (Baraya) el oficio
de Pamplona en que pide una compañía en auxilio para
poder rechazar completamente al enemigo que le ame­
nazaba, pues esta súplica puede variar el estado de las
cosas y asegurar más el éxito de la junta».1
Todavía era tiempo: pero ni aun porque Pamplona
había contribuido con su dinero para la formación de las
tropas de la Unión (que eran las comandadas por Bara­
ya), ni aun porque las súplicas de aquel Gobierno «podían
variar el estado de las cosas y asegurar más el éxito», se
resolvió la marcha; la voz del Dr. Peña llegaba apagada
al seno de la reunión y parecía la de un ahogado cuyos
clamores de socorro se escuchaban, pero a quien nadie
tendía la mano, no por falta de caridad sino por sobra
de cálculo.
Entre tanto, las fuerzas de Pamplona fueron batidas
por don Ramón Correa el 13 de junio en las alturas ve­
cinas a San Antonio del Táchira.i)
i) G ro o t. T. III. A p é n d ic e N9 13. F irm a r o n e s ta a c ta C aldas, S a n ta n ­
d e r, U rd a n e ta , D ’E lh u y a r, M a n u el y Jo s é M a ría R ic a u rte , y o tro s m en o s
im p o rta n te s . A p e s a r d e la re s p e ta b ilid a d d e lo s n o m b re s q u e la s u s ­
c rib e n , el a c ta d e S o g am oso n o fu e in s p ira d a e n el m á s san o c rite rio
p a trió tic o .

173
Con la proximidad del peligro se impuso la necesidad
de la unión. Hubo un avenimiento entre los discordantes
el 30 de julio y Santa Rosa fue la ciudad de los tratados,
teatro apenas de una reconciliación transitoria, no de
una decidida alianza.
Estipulóse solemnemente: «... 2? Las armas de Cun-
dinamarca y las de Tunja estarán a disposición del Con­
greso, conforme al acta de Federación y tratados citados
arriba; y podrá seguir el general Baraya u otro jefe, con
las que aquel tiene de ambos Estados, a repeler los ene­
migos que han invadido las fronteras del norte de la
Nueva Granada».1
A pesar de esos tratados no vino la expedición a Cúcuta.
Correa, después de su triunfo, permaneció en estos valles
hasta el año siguiente en que fue batido por el Coronel
Bolívar.
Lejos de apaciguarse, las rivalidades entre los dos jefes
republicanos, continuaban más efervescentes: Baraya,
por medio de una argumentación especiosa, amenazaba
a Nariño con la ocupación de Santa Fe, sin dejar de ha­
cerle el absurdo cargo de adhesión al gobierno español.
Dirigíase Nariño al congreso con la franqueza y sinceri­
dad de un patriota convencido y generoso, aunque no se
olvidaba de enrostrar la defección de las tropas de su
émulo. Dábale a escoger entre los términos de un lógico
y sensato trilema: «No siendo justo que a la sombra del
Congreso se mantenga Tunja con las armas de Cundina-
marca para impedir su defensa, revolucionando los Can­
tones dependientes de este Estado, es llegado el caso de
que o sigan las tropas que están en Tunja a arrojar los
enemigos de Cúcuta, o se me entreguen para salir yo mis­
mo a atacarlos, o de que las tropas que hoy tengo acuarte­
ladas con este destino, sigan a recoger las armas que,
perteneciendo a Cundinamarca, detiene injustamente
Tunja para atacarla, impidiendo la defensa general».12
Nada valía: todos estos detalles ahondaban más y más
la división, que al fin se desenvolvió en la primera tra ­
gedia fratricida de la naciente república. El tiempo y la
historia, al juzgar este proceso, han fallado a favor del
1) G ro o t. T . III. A p é n d ic e N9 14.
2) O b r. y V ol. C it., 211.

174
general Nariño, que guiado por la mejor intención, pos­
puso efectivamente los intereses del partido a los debe­
res de la patria.
El combate de San Antonio no se perdió, pues, por la
impresión del jefe, ni por falta de resistencia y abnega­
ción en los bisoños combatientes. Si el gobernador Peña
hubiera recibido oportunamente los auxilios que tantas
veces pidió, la historia quizás le saludaría como a ven­
cedor: desgraciadamente, como se ha visto, en Tunja no
creyeron en la inminencia del peligro, y cuando lo vieron
real, un hado de importuna discordia impedíales consi­
derar la importancia de la invasión del Norte.
Tampoco puede culparse a los pamploneses de que di­
chos auxilios no hubieran sido demandados en época
más propicia. Al contrario: una de las primeras provi­
dencias de la junta patriótica de Pamplona fue dirigirse
a la de Santa Fe, en solicitud de aprestos para las con­
tingencias bélicas. Con este motivo, don José Miguel Pey,
vicepresidente de ésta, excelente patriota y tipo el que
mejor retrata la candorosa bonhomía de la generación
coetánea de la Patria Boba, escribía a aquella un elogioso
oficio, fechado en Santa Fe a 7 de noviembre de 1810,
en que a la par que lamentaba las dificultades de enviar
los recursos pedidos, exaltaba con vehemencia la inicia­
tiva de la Ciudad Patriota, recomendando bienaventura­
damente a los milicianos las mismas armas que David
niño empleara contra el corpulento filisteo. «En tal es­
trechez de circunstancias, sólo debemos confiar en el va­
lor de unos pueblos que se levantarán en masa para de­
fender su libertad, y que armados con picas y hondas
opondrán sus cuerpos a las bocas de los cañones para re­
chazar a los que intenten oprimirlos. Sí, volaremos de to­
das partes a Pamplona, o a cualquier otro punto del rei­
no a donde el interés de la religión, del rey y de la patria,
objetos sagrados que prostituyen los factores de la re­
gencia, de ese cuerpo recién formado para perpetuar las
desgracias del Nuevo Mundo».1 Esto se escribía plató­
nicamente a fines de 1810; veinte meses más tarde, las
emulaciones de Tunja habían desmentido los buenos pro­
pósitos del hidalgo santafereño.i)
i) M atos H u rta d o . Los H éro es P am p lo n ese s.

175
Los republicanos se batieron vigorosamente, en núme­
ro de 600 hombres mal armados y equipados, en los cua­
les se contaban algunos de los emigrados de Venezuela,
como ya se dijo. A pesar de la bravura con que combatían,
la derrota les cobijó bajo sus negras alas, dejando en
poder del vencedor, doscientos fusiles, doscientas lanzas,
ocho piezas de artillería, diez pedreros y gran cantidad
de pertrechos; a todo este botín, se agregaron más de
5.000 cargas de cacao, que los realistas expropiaron de
las haciendas del Rosario y San José.
Se cita el caso de una acción heroica en el campo de
batalla: «Fernando Gadea —dice don Isidro Villamizar—
que en clase de soldado voluntario peleó en San Antonio
del Táchira, el 13 de junio de 1812, fue de los primeros
que en aquella famosa guerra nos presentó un ejemplo,
de heroísmo, semejante al de los mártires del cristianis­
mo primitivo; alcanzado después de la derrota de nues­
tras tropas por las fuerzas realistas, gritaba en medio de
éstas: Viva la Patria, Viva la Independencia y a cada
sablazo que le asestaban repetía esos gritos, hasta que
agotadas sus fuerzas, perdió la voz. Cuatro hijos de este
valiente patriota, llamados Gabino, Fernando, José de
la Rosa y Antonio, murieron todos peleando por la fun­
dación de la república».1
Data de aquel tiempo una copla popular que han con­
servado las crónicas y parece indicativa del modo como
se manifestaba la opinión en los pueblos del Norte:
«San Antonio es godo,
San José patriota,
La Virgen del Rosario
Ni una cosa ni otra».12
No sabemos si salió de las filas realistas o de las repu­
blicanas, si bien es más creíble que de las últimas, por­
que se descubre en ella la inocente venganza de una
musa, que al atribuir equívocamente color político a per-
1) E n d ic ie m b re d e 1821, el G e n e ra l S a n ta n d e r, de su s fon d o s p a r tic u ­
la re s, e s ta b le c ió u n a p e n sió n p a r a alg u n a s v iu d a s d e p ró c e re s, e n tre
o tra s la s e ñ o ra d e G ad ea , la d e l G e n e ra l B a ra y a y la d e l D r. F ru to s
J o a q u ín G u tié rre z .
2 ) C o p la c ita d a p o r T ulio F e b re s-C o rd e ro F. en su a rtíc u lo M ilita ­
rism o C elestial. V éase col. d e «El Lápiz».

176
sonajes celestiales, se quejaba del de San Antonio, por
la casual coincidencia de que el combate librado en la
población de este nombre, ocurrió precisamente el día
del Santo.
Correa ocupó en seguida a Cúcuta y no ajó sus laureles
con ninguna mancha. Es tradicional la humanidad de
este jefe español, a quien nuestro historiador Quijano
ha dado el título de Gran Caballero.
Pero se hace inexplicable su inactividad en Cúcuta,
cuando si inmediatamente hubiera avanzado al interior
de la Nueva Granada, habría podido acaso extender el
radio de su victoria, dada la defensa poco vigorosa en que
se hallaban las poblaciones y el estado de tirantez y her­
vorosa agitación que mantenía divididos a los patriotas
del país. Fue sólo a fines de 1812 cuando el general Co­
rrea, militar pacato y moderado, emprendió su campaña
sobre Piedecuesta, que le fue totalmente desfavorable,
habiendo combatido en aquella ciudad con el coronel
Manuel Castillo el 9 de enero del año siguiente. Ese
mismo día rechazaba Nariño en las calles de Bogotá a las
tropas federales de Baraya, y sin embargo, es más cono­
cida esta acción, librada en campo fratricida, que aque­
lla otra en que el procer cartagenero puso a raya en Pie­
decuesta el empuje de la invasión realista que, mal
acondicionada, retrocedió en seguida a sus antiguos
cuarteles del Norte.
1910.

177
CUARTEL GENERAL EN CUCUTA
i _ b o l ív a r y correa

A mediados de noviembre de 1812 llegó el Coronel Si­


món Bolívar a Cartagena, emigrado de Caracas, y como
él mismo di.io «escapado prodigiosamente de en medio de
sus ruinas físicas y políticas». Llegar y tomar armas es
uno: combate a órdenes de Labatut, comprende en se­
guida su superioridad sobre el francés y expediciona por
su propia cuenta en Tenerife. Desaloja a los españoles de
todas las plazas que guarnecían la margen oriental del
Magdalena: Guamal, El Banco y Puerto Nacional de Oca­
ña. El 19 de enero le saluda vencedor en Chiriguaná, y
días después, penetra hasta Tamalameque.
Justamente alentado con estos triunfos, solicita del
gobierno de Cartagena, presidido por don Manuel Rodrí­
guez Torices, permiso para atacar a Correa en Cúcuta,
al mismo tiempo que el jefe de Pamplona, coronel Ma­
nuel Castillo, le invita en igual sentido. Pone en juego
una actividad poderosa y encadena los acontecimientos
a su querer. Estando en Ocaña, se dirige nuevamente a
Mompox, donde le provee don Pantaleón Germán Ribón
de 200' lanzas, cartuchos de fusil y otros pertrechos de
guerra. Regresa a Ocaña y sale de aquí para emprender
la campaña de Cúcuta, terminada rápidamente «en sólo
seis días que pasaron desde la entrada de sus tropas en
el territorio enemigo y doce desde su salida de Ocaña».
Antes de combatir en Cúcuta, pelea en dos encuentros
con buen éxito: en el Alto de Aguada,1 cerca de Salazar,
i) E l A lto de la A g u a d a c o n s e rv a h o y el m ism o n o m b re, e s tá e n j u ­
risd ic c ió n d e l m u n ic ip io d e G ra m a lo te y d is ta u n o s v e in te k iló m e tro s d e
S a la z a r. E l c o m b a te o e s c a ra m u z a tu v o lu g a r e n la n o c h e d e l 21 y a la s 6
d e la m a ñ a n a d e l d ía sig u ie n te , B o lív a r y a e s c rib ía el p a rte , en d o n d e se
le e : «E ste p u n to e s tá s itu a d o e n la c ú sp id e de la e le v a d ísim a m o n ta ñ a d e
la c u e s ta d e Q u e b ra d a H o n d a, ta n in e x p u g n a b le p o r su s itu a c ió n local,
q u e el sa c rific io d e to d a s n u e s tra s tro p a s h a b r ía b a s ta d o a p e n a s p a ra
to m a rlo , si e l en em ig o , com o lo in te n tó , lo d e fie n d e o b s tin a d a m e n te ...»

179
donde tenía el enemigo su primera avanzada, a las ór­
denes de los comandantes Capdevila y Delgado, quienes
después de una ligera escaramuza, emprendieron fuga,
arrastrando en ella aun a los destacamentos realistas que
cubrían a Salazar y Arboledas. A la primera de estas po­
blaciones entra vencedor el día 22 de febrero «presen­
tando ante el gobierno de la Nueva Granada las llaves
de la primera ciudad de la Provincia de Pamplona, que
han libertado las armas victoriosas en Cartagena».
El segundo combate tiene lugar en el pueblo de San
Cayetano tres días después, el 25, contra el propio gene­
ral Correa que había venido de Cúcuta hasta allí al en­
cuentro del militar republicano. También fue éste una
escaramuza en la que el ejército realista perdió seis uni­
dades y tuvo algunos heridos. Correa intentó pasar de
nuevo el río y ocupar el pueblo (que la tarde anterior
había abandonado) «pero fue tan vivo el fuego —dice el
parte— que le hicieron los nuestros y tal el entusiasmo
con que éstos se batían que escarmentados, se volvieron
a sus posiciones del cerro, desde donde jugaban su arti­
llería, tan desacertadamente, que fue la irrisión de los
soldados de Cartagena, quienes a cada tiro silbaban con
el último desprecio a sus indignos enemigos». Ya había
pasado esta ocurrencia cuando se presentó a engrosar el
ejército de Bolívar el contingente enviado por el gobierno
de Pamplona, compuesto de ciento y pico de hombres al
mando de los capitanes Lino Ramírez y Félix Uzcátegui,
y el teniente José Concha, quienes debían acompañarle
más tarde en la acción librada en San José de Cúcuta.
La fortuna le ha de seguir sonriendo: revisa ahora sus
tropas, que encuentra aguerridas y deseosas de nuevas
victorias, organiza la marcha, aunque resuelve no per­
seguir al enemigo, por haberse demorado el cuerpo de
retaguardia —que no llegó hasta el 26— y sobre todo,
porque el golpe final fuese definitivo y combinado con
prudencia y pericia. No se interpone a su pasmosa activi­
dad dificultad ni contratimpo alguno: de tan clara per­
cepción para discurrir y de imponderable expedición pa­
ra obrar, todo lo resuelve en un momento, subordinando
hombres, ocasiones, circunstancias, detalles, a su acerada
voluntad. Quita de su camino lo que le parece estorboso:

180
manda fusilar a un español principal de San Cayetano,
por la ayuda que prestara a las tropas de su sim patía
Diera látigo al caudaloso Zulia, como Jerjes al ma >
viera que sus aguas arrem olinadas interrum piesen el paso
de su ejército; en una sola canoa, la m ism a Que ailí
abandonaron las tropas realistas, embarca las suyas y
todo el parque y equipo con alegre precipitación, se mué
ve el 28 de febrero de una m anera definitiva y a las n u e­
ve de la m añana de este día, domingo de carnaval, apa­
rece en las colinas que lim itan por occidente el a iea de
San José de Cúcuta.
Cuenta apenas treinta años y es casi ímberbe Arro-
gante, de apostura m arcial, inspira sim patía a las damas
L e le saludan y al pueblo que lo vitorea. A tan co ita
edad es ya un héroe y un pensador. Le bullen en el cere­
bro innúm eros proyectos y planes, para los cuales tiene
solución pronta y fácil, en medio de los Quehaceres del
cam pam ento, y aUn del estrépito de la JataJla. Se siente
granadino entre nosotros. «Penetrado de la mas
tuosa gratitud, tributa a nuestro gobierno las debidaí=
gracias por el honor que le hace, condecorándole conl el
grado y em pleo de brigadier de los ejércitos ae los E sta­
dos Unidos, y concediéndole, ademas, el glorioso titulo
de ciudadano de la Nueva Granada, que es para el mas
apreciable que todas las dignidades a que la fortuna p u e­
de elevarle».
Hace un marcado contraste con su carácter febril, in
qufeto y jactancioso, el tem peram ento del m ilitar espa­
ñol remiso o apocado, ayuno de m ovilidad, prudente­
m ente mesurado y vacilante, hombre bueno, hum anitario
v sincero a quien para ser soldado falta acaso esa especi
d e v ífla m a d a nerviosidad gue distingue a los « ^ to d e r o s
m ilitares, que portan armas como insignia m arcial, pero
“ u fs e saben capaces en la em presa y se — en en el
ñor la fortuna cortejados. Hay, sin embargo, un punto
de sim ilitud entre los contendores: quizás lo ignoren ellos
quizá la m utua caballerosidad que los distingue se lo da

i) E n ¡1 a rc h iv o eclesiástico d e S a n C a y e ta n o la s ig u ie n te p a r -
t i d a ^ E n la p a r ro q u ia d e S a n ^ / ^ a n o a veintisdete d e fe b re ro d e J 8 1 3 ,
y re c ib ió lo s s a c ra ­
m en to s. C e rtific o : Jo s é F e lip e D uran».

181
a conocer. El general Ramón Correa —cuenta don Aristi-
des Rojas— fue casado en Caracas con la señorita Inés
Miyares, hija del gobernador de Maracaibo, don Francis­
co Miyares y de doña Inés Mancebo, dama cubana. Ahora
bien, el Coronel Bolívar era hermano de leche de la es­
posa de Correa; doña Inés Mancebo le tuvo en sus brazos
al nacer, y como la esposa de Fabricio a Rómulo, ama­
mantó en su pecho al futuro fundador de la Independen­
cia americana. He aquí, pues, como por un encadena­
miento singular, la primera nodriza de Bolívar vino a
ser la madre política de Correa, y es bien probable que
aquellos dos jefes, a quienes el destino ponía frente a
frente, se abrazaran con efusión en medio de la lid, si
tocando los resortes del afecto, uno y otro recordaran el
hogar de aquella familia, del cual como de un árbol abri­
gante, tomó el uno jugo para alimentarse niño y arrancó
el otro una flor para acompañarse enamorado.
Alguna amistad hubo de haber entre Bolívar y Correa,
porque en 1821, después de Carabobo, el primero libró del
secuestro los bienes del segundo, gracias a la valiosa in­
tervención de su suegra, por quien el Libertador conservó
siempre particular deferencia.
Pero hay más: siempre que tiene que referirse a Correa,
Bolívar lo hace en términos comedidos y galantes. Como
el gobierno granadino hiciese al jefe realista el cargo de
haber permanecido en Cúcuta nueve meses estacionario
«después de los más prósperos sucesos que casi le habían
abierto las puertas de la Nueva Granada», Bolívar con­
testa, picando la irresolución del gobierno, que no le im­
partía prontamente su venia para empezar la campaña
de Venezuela: «Si Correa ha sido un estúpido por no ha­
ber conquistado la Nueva Granada con sólo 700 hombres,
yo debo ser un imécil si no liberto a Venezuela con un
ejército respetable y victorioso». «Conozco a Monteverde
y a Correa —agrega— contra quienes he combatido en
diferentes estados de fortuna. Con el primero, cuando
estaba triunfante, y con el segundo, venciéndolo; y sin
embargo, juzgando a ambos oficiales con la imparciali­
dad que es debida, me veo obligado a tributar a Correa
los sufragios a que se ha hecho acreedor, portándose con
el valor de un soldado y el honor de un noble jefe; sin

182
que Monteverde haya excedido jamás a Correa en estas
virtudes, no habiéndosele visto nunca con el enemigo tan
a las manos, como éste lo estuvo; y tenieno por otra par­
te conocimientos militares, que nadie le disputa, y de los
cuales aquél notoriamente carece».
Cupo en suerte siete años después al general Correa,
don Juan Rodríguez Toro y don Francisco González de
Linares, por parte de Morillo, y a los generales Sucre,
Pedro Briceño Méndez y José Gabriel Pérez, por parte
del Libertador, celebrar el gran tratado de Trujillo sobre
regularización de la guerra el 26 de noviembre de 1820.
Con este motivo el general Sucre trabó relaciones de
amistad con Correa, quien le mereció siempre un buen
concepto. Oigase lo que escribía a Bolívar: «Ayer me ha
hablado el señor Correa con mucho aplauso de Ud.; el
pobre antes no había podido ni hablar a causa de sus
enfermedades, es un excelente hombre. Se me ha exten­
dido mucho en sus conversaciones sobre la felicidad que
debe prometerse un país independiente, dirigido por un
buen gobierno...» (Cartas de Sucre a Bolívar. Trujillo,
25 de noviembre de 1820).
El Pacificador Morillo profesaba alto respeto al general
Correa; fue por intermedio de éste que aquél se valió para
hacer al Libertador la invitación al abrazo conciliatorio
de Santa Ana. «Después que se haya concluido el armisti­
cio, deseara tener una entrevista con el general Bolívar
para darle un abrazo y que nos tratemos como amigos.
Esta se podría verificar en el pueblo de Santa Ana, y si
Ud. quiere, puede insinuárselo, para si conviene en ello
acordar el día en que todos nos debemos reunir y celebrar
las felicidades que por nuestras manos se empiezan a
preparar a esta preciosa parte de la América». (Morillo a
Correa. - Caracas, 24 de noviembre de 1820).
Andando el tiempo, pues, sirvió Correa con su índole
apacible y bondadosa, de lazo de unión entre las dos ideas
que se disputaban la primacía en la gran epopeya del
Continente. Y ninguno entre los españoles, pudo haber
sido mejor escogido para empuñar el olivo en las confe­
rencias de Trujillo. El historiador Quijano Otero le lla­
ma magnánimo, y en verdad, no se registra un solo caso
que contradiga este concepto.

183
A este jefe, pues, que era un adversario noble y exce­
lente —estaba escrito— debía vencer el Coronel Bolí­
var. .. ¡Oh!, giro voltario y caprichoso el del laurel mi­
litar. Un año antes, en San Antonio del Táchira, Correa
lo había conquistado derrotando las tropas republicanas,
allí comandadas por el Dr. José Gabriel Peña; y ahora era
él, a quien tocaría saborear las amarguras del insuceso.
Y así debía ser. Estaba interpuesto en ello un pronós­
tico del Libertador, que desde Ocaña había escrito al co­
ronel Castillo: «Al oír (sus soldados) que la fortuna les
presenta enemigos que vencer, y hermanos que libertar,
un grito universal se levantó en medio de la tropa, pi­
diendo que los condujese a la victoria. Así lo he ofrecido
para calmarlos, y yo que nunca he faltado a mis prome­
sas, he de volver vencedor o he de quedar sobre el campo».
La fortuna protegía la previsión audaz.
II — EL 28 DE FEBRERO

Justamente alarmados los habitantes de la villa con


la proximidad del Ejército de la Unión, comandado por
el Coronel Bolívar, y con la febril expectativa que se ob­
servaba en todo el tren militar y civil que la guarnecía,
alistándose unos, ocultándose otros, todos afanados, te­
mían con fundamento un reñido combate en las propias
calles de la ciudad. Aunque no sucedió literalmente así,
pudo el pueblo presenciar una violenta escena de Marte,
escuchar el diálogo estruendoso de las armas que com­
baten, y contemplar de cerca la próspera suerte de los
no esperados vencedores. Las pocas cuadras que lo sepa­
raban del teatro del suceso permitían adivinar el vario
giro de la lid y seguir muy de cerca sus peripecias y ac­
cidentes.
El combate empezó al Occidente de la ciudad, en la
salida del camino para San Cayetano, donde se yergue
una columna que la posteridad colocó allí con justicia, y
que no por modesta deja de despertar en el caminante
una añoranza cariñosa hacia la jornada del 28 de febrero,
incrustada con broche de oro en los blasones de la Repú­
blica. Empezó a las nueve de la mañana y al medio día
ya estaba terminado: se sostuvo en medio del «vivo fue-

184
go que por todas partes nos llovía», combatiendo el Ejér­
cito de la Unión «con tanto ardor cuanto era mayor el
peligro» y el del enemigo «con una ciega obstinación»,
que al principio le favoreció con algunas ventajas: una
carga a la bayoneta, ordenada con desesperación por el
Coronel Bolívar, «por haberse casi acabado las municio­
nes de fusilería» decidió a su favor la acción. No fue san­
grienta, en realidad, porque quizá no llegaron a dos de­
cenas los soldados que quedaron en el campo, en donde,
calculando una cifra exagerada, apenas montaría a mil
la suma de los dos combatientes; y parece que hubo ma­
yor número de bajas en el ejército de Correa, «siendo por
nuestra parte la pérdida tan desproporcionada, que sólo
tenemos que deplorar dos hombres muertos y catorce
heridos, entre ellos el valeroso Teniente de las tropas
de la Unión, ciudadano Concha».
No hay noticia en el Archivo Eclesiástico de la ciudad
de estos dos próceres anónimos, pero las partidas que
siguen, encontradas en el de San Cayetano, revelarán los
nombres de dos de las víctimas del encuentro del día 25
en aquella aldea:
«En la Parroquia de San Cayetano a veintiocho de fe­
brero de mil ochocientos trece di Ecca sepultura al cadá­
ver de Antonio García, era casado: murió de un balazo
en el ataque que tuvieron los valerosos cartageneros con
los maracayberos y no recibió los sacramentos. - Certifi­
co - José Felipe Duran».
«En la Parroquia de San Cayetano, a tres de marzo de
mil ochocientos trece: di Ecca sepultura al cadáver de
Clemente Méndez, del vecindario de Bailadores, era ca­
sado, murió de un balazo en el ataque que tuvieron los
valerosos cartageneros con los maracayberos; recibió
los Stos sacramentos. - Certifico. - José Felipe Duran».
Entre los que se distinguieron en la acción, Bolívar
señala al Teniente José Concha, natural del Rosario de
Cúcuta; el Coronel José Félix Rivas, Jefe de la vanguar­
dia; el Capitán Vigil, Comandante de la retaguardia; el
Mayor Juan Salvador de Narváez, de Ocaña; el Capitán
Pedro Guillín; el Ayudante Ribón; el Capitán Félix Uz-
cátegui y el Capitán Lino María Ramírez, Comandante
de las tropas de Pamplona, que llegó a San Cayetano a

185
marchas redobladas en la mañana del 27, incorporándose
inmediatamente a las tropas de Bolívar. La relación de
Ramírez agrega: «El Teniente Ciudadano José Concha
dio unas pruebas nada equívocas de su valor, y al con­
cluirse la acción, llegando a la plaza, le hirieron en una
muñeca, pero aunque se le quebró el hueso, no parece
tener riesgo».
No fue importante este combate, como jornada militar,
pero en cambio, su trascendencia moral fue incalculable:
el Genio la previo y la explotó enderezándola con pro­
paganda sonora a sus vastos designios. En la proclama
dirigida con fecha 19 de marzo en San Antonio del Tá-
chira a los soldados del Ejército de Cartagena y de la
Unión dice: «Vuestras armas libertadoras han venido
hasta Venezuela, que ve respirar ya una de sus villas, al
abrigo de vuestra generosa protección. En menos de dos
meses habéis terminado dos campañas, y habéis comen­
zado una tercera, que empieza aquí y debe concluir en el
país que me dio la vida. Vosotros, fieles republicanos,
marcharéis a redimir la cuna de la independencia co­
lombiana, como los cruzados libertaron a Jerusalem, cuna
del cristianismo». Con la misma data, haciendo notar su
nombramiento de Comandante en Jefe del Ejército com­
binado de Cartagena y de la Unión, hablaba así a los
habitantes de la villa de San Antonio: «Vosotros tenéis
la dicha de ser los primeros que levantáis la cerviz, sa­
cudiendo el yugo que os abrumaba con mayor crueldad,
porque defendisteis en vuestros propios hogares vuestros
sagrados derechos. En este día ha resucitado la República
de Venezuela, tomando el primer aliento en la patriótica
y valerosa villa de San Antonio, primera en respirar la
libertad, como lo es en el orden local de nuestro sagrado
territorio».
Es un detalle disonante en la actitud gallarda del Ge­
neral Bolívar, que, con modestia un tanto extraña en
su carácter, apocando sus servicios a la Nueva Granada,
no diera a la parte material del combate de Cúcuta la
importancia que otros quisieran; casi se la restaba del
todo, motejando despectivamente al adversario vencido.
Al contestar al Presidente de la Nueva Granada sobre el
grado de Brigadier de los Ejércitos de los Estados Unidos
y el título de Ciudadano Granadino, que le había discer-

186
nido el Congreso, decía: «La munificencia de V. E. ha
oprimido mi corazón con el peso del reconocimiento, y
me ha llenado del más sincero rubor, al contemplar que
el galardón que he recibido no guarda proporción con la
pequeñez del mérito que he contraido en las pasadas
campañas de Santa Marta y Cúcuta, donde hemos en­
contrado enemigos tan despreciables que degradan nues­
tros triunfos».
Es tanto más raro esto, cuanto el general Correa, le
merecía al Libertador el concepto de militar noble, vale­
roso y perito, superior en capacidades y aptitudes a Moh-
teverde, cuyo nombre había lisonjeado en Venezuela la
fortuna de las armas. De otra suerte, no fue tan mezqui­
na la victoria de Cúcuta, que no dejase en poder del
Ejército vencedor —según dice el parte— «la plaza, ar­
tillería, pertrechos, fusiles, víveres y cuantos efectos per­
tenecían al Gobierno español y a sus cómplices.1 Las
necesidades de la guerra hicieron apreciar estos efectos
como de gran valía y consideración.
i) C om o d a to cu rio so re p ro d u c im o s el sig u ie n te :
«E stad o q u e m a n ifie sta la a rtille r ía , m u n ic io n e s, a rm a m e n to , p ie d ra s
d e c h isp a , h e r ra m ie n ta s y p ó lv o ra, to m a d o a l en em ig o e n e s ta plaza,
p o r el G e n e ra l e n J e f e c iu d a d a n o S im ó n B o lív ar.
A r tille r ía d e los c a lib re s d e a 4 .............................................................. 3
D e m e d ia lib ra ................................................................................................. 4
C a rtu c h o s d e p ó lv o ra c a lib re d e a 4 .................................................. 50
B a la s d e id . e n s a le ro ................... 26
B o tes d e id . i d .................................................................................................. 42
F u sile s ................................................................................................................. 150
C a rtu c h o s d e id . c o n b a la .......................................................................... 4.500
M a c h e te s c o rto s ............................................................................................... 32
P ie d r a s d e c h isp a ............................................................................................ 3.000
B a rr a s ................................................................................................................. 10
H a c h a s ................................................................................................................. 12
A zad a s ................................................................................................................. 10
Z a p a p ic o s .......................................................................................................... 12
P a la s .................................................................................................................. 12
P ó lv o ra e n g ra n o Q - l l b r a .......................................................................... 15
Id e m ................................................................................................................. 15
N O T A . — L a s t r e s p ie z a s d e l c a lib re d e a 4 so n d e b ro n c e , c o rta s y
p ro p o rc io n a d o re fu e rz o ; la u n a , m o n ta d a e n c u re ñ a de b a ta lló n , y la s
o tra s d o s e n c u re ñ a d e m a rin a . L os c a ñ o n e s o p e d re ro s d e á n im a s e g u i­
d a d e a m e d ia lib ra d e b a la ; d o s so n m o n ta d o s e n c u re ñ a s d e m a r in a
y los o tro s dos e n t r a g a n te d e p u n ta .
P a r q u e d e a r tille r ía e n S a n J o s é lib e rta d o . - A b ril 15 de 1813, 39 A n ­
to n io Cañete». O ’L e a ry . T. X III, 169.

187
Viene a nuestro propósito, mencionar el nombre de un
cucuteño patriota, que prestó entonces un importante
servicio a las fuerzas libertadoras: nos referimos a Euge­
nio Sosa, soldado humilde, que de alegre adolescente se
enroló con entusiasmo en el Ejército republicano. Sobre
él ha escrito nuestro ilustrado conterráneo D. Julio Pé­
rez F. una reminiscencia hermosa y justiciera:
«Fue carnicero y aseguran que gozó de buena repu­
tación, alcanzando a ser autoridad en el conocimiento del
negocio, y siendo acatada su opinión, no menos que la
fórmula sentenciosa con que dirimía las diferencias o
reyertas que solían ocurrir entre sus compañeros de
oficio.
«Le veía yo con el respeto que me mereció siempre
la vejez, aumentando ese respeto con su condición de
soldado de la independencia.
«—Eugenio, le dije en alguna ocasión en que me provo­
case oír de sus propios labios lo que por ser público co­
nocía—: ¿Cómo pudo Ud. llevar agua a las fuerzas pa­
triotas, estando el brazo surtidor tan distante y de por
medio las fuerzas de Correa?
«Con bondadosa sonrisa me miró, como queriendo sig­
nificarme la advertencia del ardid mío, o quizá sintién­
dose enorgullecido con el recuerdo.
«—Era zagalejo, me contestó, cuando el combate de
Correa, y sentía inclinación favorable a la causa de la
libertad, y admiración hacia Bolívar: fui a las posiciones
que éste ocupaba, allí mismo donde se levanta la colum­
na conmemorativa en el camino que conduce a Las Ta­
pias, y sin servir propiamente de soldado, pude prestar
oportuno ya que no gran servicio. El Libertador me
ordenó llevar agua a la tropa, y hallando al acaso una
burra pude aperarla convenientemente y llevar agua
de la toma de Pescadero, en tanta cantidad cuanta fue
menester para calmar la sed en aquellos soldados enar­
decidos con el fragor de la batalla y ardorosos defensores
de la libertad. Quedé formando parte de las fuerzas sin
saber propiamente cómo, y con ellas pasé a Venezuela».
Don Eugenio Sosa militó luego a las órdenes de Bolívar
en todo el año 13 y parte del 14, y parece que terminó

188
su servicio en el ejército del General Urdaneta en la des­
graciada acción de Chitagá, en noviembre de 1815.
Al entrar a Cúcuta el ejército del Libertador, sea por
la premura del tiempo, sea por el no conocimiento de los
patriotas del pueblo, no encontró casa adecuada para
alojarse, habiendo tenido que plantar sus toldas de cam­
paña en la antigua plazuela de El Cují, según es fama
entre las gentes antiguas de esta capital. Hace poco, con
ocasión del centenario de este glorioso hecho de armas,
nos permitimos refrescar esta reminiscencia, así:
«Quienquiera que conociese la fisonomía antigua de
la ciudad de Cúcuta, recordará aquella plazuela llamada
gráficamente de El Cují, por uno frondoso y copado que
había en su centro, grande y altivo como los hijos de la
selva, protector con su generoso follaje de los caminantes
que allí buscaban resguardo de los rigores del sol. Sobre
esta plazuela se detuvo con cariño la observación de un
distinguido viajero colombiano, don Manuel Ancízar, pa­
ra pintar con áurea pluma las costumbres locales de
Cúcuta. También allí se detuvo y buscó reposo, como más
tarde bajo el histórico Samán de Güere, el ejército de
Bolívar el año de 13, antes de acuartelarse en la casa que
se le destinó; las ramas umbrosas y apacibles del árbol
sirvieron para refrescar las sienes sudorosas de los sol­
dados combatientes, y hasta hace poco, que la ignorancia
de alguna mano sañuda lo tronchó, aquel cují todavía
exhibía el abanico balanceante de sus menudas hojas, tal
así como un reverdecido gonfalón que recordaba a la
generación actual el renombrado suceso de que fue tes­
tigo; porque a los árboles como que se adhiere siempre
el acendrado cariño de los hombres y como que guardan
inmóviles el acervo de nuestras remembranzas... Soli­
tario en medio de la caldeada arena, era como el mástil
de un navio, a seguidas del conflicto de un naufragio:
desnudo de galas y exento de aromas, pregonaba, no
obstante, con su nudoso tronco y su recia corteza que él
había guarecido a los soldados que libertaron a Cúcuta,
que su follaje les protegió de nuestro sol y que la sombra
cariciosa que les diera entonces fuera la misma que hoy
brindara, si ya no multiplicada su bondad al peso ago-
biador de los recuerdos.

189
«Ni sea considerada exótica y fuera de lugar la ante­
rior alusión; porque borrado por la catástrofe del 75 el
rostro hermoso de la primitiva ciudad, debíamos con­
servar lo poco que la furia del cataclismo respetó, y esta
mimosa de que hablo, era nada menos que el símbolo de
la libertad de Cúcuta, el único superviviente de aquella
época gloriosa y —ruina vegetal arrugada por los años—
ara sería hoy para que los defensores de la Patria le tri­
butasen un recuerdo, y para que el vuelo de nuestros
poetas la revistiese en un canto».
Dos meses y medio permaneció el Coronel Bolívar en
San José de Cúcuta, en medio de una nerviosa expectati­
va: la de aguardar la autorización formal del Congreso
Granadino para llevar la guerra al dorso de los Andes.
Dedicado durante este tiempo a la organización del Ejér­
cito y a la inspección y vigilancia del futuro teatro de
las operaciones militares, no todo es, sin embargo, tran ­
quilidad ni agasajos para el alma del caudillo; las luchas
de la política le cercan, le torturan las intrigas de sus
émulos y la insidia y la emulación le acusan como Jefe
de hordas. El 14 de mayo las banderas del Ejército repu­
blicano se alejan con tremolar inquieto y Bolívar aban­
dona definitivamente los Valles de Cúcuta, después de
haber prestado el día 10, ante el Ayuntamiento de la ciu­
dad, el solemne juramento de obediencia y fidelidad al
Congreso de la Nueva Granada.

III — EL EMULO
Todavía con la nerviosidad de la jornada de la víspera,
Bolívar pasa al amanecer del 19 de marzo el riachuelo
del Táehira, para saludar con elación de héroe el suelo
donde nació. Elogia el valor de sus huestes, despierta la
confianza de sus compatriotas, y es su verbo oráculo
atrevido para las reservas del porvenir. Anuncia a sus
soldados, como en un canto profético, la resurrección de
su patria: «El solo brillo de vuestras armas invictas hará
desaparecer en los campos de Venezuela las bandas es­
pañolas, como se disipan las tinieblas delante de los ra­
yos del sol».

190
El mismo día, después de dejar guarnecido a San An­
tonio con un pequeño destacamento de inspección, re­
gresa a Cúcuta en donde dicta algunas providencias para
la prosecución activa de la campaña que va a comenzar;
ofrece garantías para las propiedades e industrias de los
habitantes de la villa; ordena que los prófugos y afiliados
a la causa enemiga se presenten, dentro de tres días, con
las armas que tengan en su poder; que se denuncie el
paradero de los fusiles, municiones, pertrechos, efectos
propiedades, muebles, dinero, etc., que pertenecían al
Gobierno anterior de los españoles, con premio de una
parte de ellos para los denunciantes; que se noticie al
gobierno republicano de todos los movimientos y medi­
das que disponga y efectúe el enemigo; que se entreguen
las armas blancas y de fuego recolectadas al General Jo­
sé Félix Rivas; que circule el papel moneda del Estado
de Cartagena, como plata u oro, según el valor que expre­
se, el cual será recogido y pagado por el Gobierno de
Pamplona, con penas severas para los que resistan esta
medida; y por último, que dentro de cuatro días, se pre­
senten en la villa todos los Magistrados civiles, Párrocos
y padres de familia de todo el Distrito Capitular de Cú­
cuta, a prestar el juramento de fidelidad al Gobierno.
Las necesidades del ejército pedían el despacho de una
comisión a Santa Fe «a implorar —dice el oficio dirigido
al Encargado del Poder Ejecutivo de la Unión— en nom­
bre de nuestra patria común y de las víctimas de Vene­
zuela, la protección de ese Cuerpo Soberano, para que
prestándonos sus poderosos auxilios, partan nuestras ar­
mas victoriosas de estos Estados libertados, a combatir
a los tiranos que hacen gemir a Caracas, y amenazan
constantemente la libertad de la Nueva Granada, que
jamás podrá contar con ella, sin alejar de las fronteras
a los odiosos enemigos, que ya se han atrevido a invadir­
la». El Coronel José Félix Rivas fue encargado de esta
diligencia, que cumplió a satisfacción, regresando a Cú­
cuta con gente y pertrechos en los primeros días del mes
de mayo.
Desdoblemos ahora una hoja de historia, mortificante
y agria, pero, muy humana —en cuanto juegan en ella
los resentimientos y las suspicacias peculiares del cora-

191
zón —sobre cuyo infortunado protagonista ha caído la
rigurosa sanción de los historiadores.
El Coronel Manuel Castillo, que había tenido la fortu­
na de vencer a Correa el 9 de enero en Piedecuesta, mi­
raba celosamente la intromisión de Bolívar en el Norte.
Este tenía orden de reunirse a Castillo o batir al enemigo
«Si fuere preciso antes de aquella unión», dada por quien
había puesto a su disposición las tropas de Cartagena,
Es claro que Bolívar comprometerla hasta lo increíble su
actividad para optar por lo último. El Gobernador de
Cartagena (Torices), escribía a Castillo: «El Supremo Po­
der Ejecutivo de este Estado ha dispuesto y ordena en
esta misma fecha al Coronel ciudadano Simón Bolívar,
Comandante de nuestro ejército en Ocaña, que desde lue­
go y sin la menor demora marche hacia US. con cuantas
fuerzas disponibles pueda, y se le reúna o bata al enemi­
go, si fuere preciso atacarle antes de aquella unión y
antes de concertar con US. el plan de operaciones... ex­
presándose al referido Coronel Bolívar, que nuestras tro­
pas se mantendrán a las órdenes del Congreso, costeadas,
por éste, o por el gobierno que inmediatamente las ocupa;
y que el mando de ellas y de las de US. lo tome el más
antiguo, a menos que USS. mismos no acuerden otra cosa
en obsequio del buen éxito de tan importante expedición».
(Torices a Castillo. - Cartagena, enero 28 de 1813).
También la correspondencia cruzada entre los dos ri­
vales pinta la progresiva emulación:
«Pasa de toda exageración el dolor que me ha causado
el relato que US. me hace de nuestra guerra civil, de las
ventajas de Correa y de las fuerzas que US. tiene para
oponerle; y aunque nada es más conforme con mis prin­
cipios y deseos que lo que US. me propone, de marchar
inmediatamente a reunir nuestras fuerzas para atacar
al enemigo, mi deber no me lo permite por el momento,
sin permiso expreso del Excmo. señor Presidente del Es­
tado, a quien acabo de dirigir el pliego de US. suplicán­
dole se digne ordenarme marchar a incorporarme con la
vanguardia del Norte al mando de US., quedando entre­
tanto ocupado en aprontar todo lo concerniente a esta
expedición. .. En cuanto al mando en Jefe del Ejército
combinado que US. tiene la generosidad de ofrecer al

192
que esté a la cabeza del de Cartagena, digo que por mi
parte no ambiciono otra gloria, que la que US. me dice
respecto a sí, de servir a mi Patria y que en el caso de
que se verifique la deseada reunión de tropas, tocara
siempre el mando al oficial más antiguo, como es de or­
denanza». (Bolívar a Castillo. - Ocaña, 23 de enero).
Por su parte, Castillo pedía a Bolívar que se le uniera
en Cucutilla: «Puesto US. en Salazar, el cuerpo de la de­
recha en Pamplona, y yo marchando por Suratá, nos se­
ría fácil fijar el día en que yo hubiera de moverme de
Suratá, para que uno después marchase US. y el Coman­
dante de la derecha, ambos con dirección a Cucutilla,
respecto a cuyo punto distaríamos todos igualmente, for­
mando un triángulo equilátero, que nos facilitaría batir
los cuerpos enemigos intermedios, por sus flancos y fren­
te s ... Si las fuerzas enemigas son tan débiles como US.
me informa, es segura su fuga a la sola presencia del mo­
vimiento de nuestras tres respetables columnas, y si in ­
curren en la temeridad de esperarnos, sea cualquiera su
posición, entre Pamplona y Salazar, quedan necesaria­
mente envueltas y consiguientemente batidas, no siendo
posible que todas compongan un grueso mayor, o igual
que el nuestro». (Castillo a Bolívar. - Piedecuesta, 22 de
febrero).
Surgían, pues, entre los dos Jefes desconfianzas, pe-
queñeces, recelos, que desarrollarían una agria rencilla.
Quizá uno y otro querían para sí la gloria de comandar
las fuerzas y vencer a Correa; pero Castillo, guiado por
la prudencia, deseaba la unión de aquellas, para obrar
con seguridad, mientras que Bolívar, activo y resuelto,
tenía el propósito de batir a Correa, vinieran o no vinie­
ran los auxilios de Pamplona.
Castillo, sin embargo, envió un refuerzo que desde
Pamplona llegó oportunamente a San Cayetano, en la
noche del 27 de febrero, al cual se refirió Bolívar inequí­
vocamente en el parte, cuando anuncia la llegada de
«los pertrechos y retaguardia y ciento y pico de hombres
de las tropas de la Unión, al mando de los Capitanes Fé­
lix Uzcátegui y Lino Ramírez». Pero habiéndole ayudado
con eficacia patriótica y desprendimiento moral que le
honran, ahora que sabe el éxito de su rival, parece arre-

193
pentirse de la mostrada gallardía. Ya en Cúcuta, es más
abierta su animosidad y no disimula sus celos; pretende
el mando del ejército unido, usurpa al Brigadier faculta­
des y prerrogativas, niégale el título de Comandante en
Jefe y le da el de Comandante de la División de Cartage­
na, actúa separadamente en su cuartel del Rosario, ni
cumple las órdenes que recibe de Bolívar en orden a la
persecución sobre Correa, rehecho en la Grita. Todo su
objeto es entorpecer las operaciones y proyectos que dis­
curre aquel.
Cuando llega la orden del Poder Ejecutivo de la Unión
de que marche el ejército de Bolívar a la campaña de
Venezuela, Castillo se siente postergado y aun se expresa
en términos injuriosos respecto del Congreso que la da.
Bolívar, profundamente irritado con la sistemática per­
tinacia de las trabas, renuncia el mando del ejército:
«Vine animado del celo y patriotismo que tiene todo
americano digno de este nombre, y atropellando obstácu­
los y peligros, alcancé por fin libertar estos preciosos va­
lles. Pero cuando disfrutaba el placer de ver respirar
a mis hermanos redimidos, llegó el Comandante general
de la Provincia, segundo del ejército, Coronel Castillo, y
empezaron las diferencias sobre disputas frívolas e in­
conducentes al servicio del Estado y a la salvación de la
Patria, en las cuales he mostrado la moderación y fran­
queza que deben caracterizar a un militar que prefiere la
salud del Estado a su honor mismo... Me atrevo a diri­
girme a V. E. para rogarle con encarecimiento se digne
nombrar otro General que mande este ejército y me con­
ceda el permiso de presentarme ante V. E. para que dán­
doseme una audiencia en que yo rinda cuenta de mi con­
ducta y hasta de mis opiniones privadas, se me juzgue
con la rectitud y sabiduría que distinguen a V. E....»
(Bolívar al Presidente del Congreso. - Cúcuta, marzo 24).
«Reitero a V. E. mi anterior súplica de permitirme pa­
sar a esa capital a dar cuenta de mis operaciones y a
tratar verbalmente con V. E. sobre los elementos de que
se compone el ejército y los medios que se pueden emplear
para la salvación de la Nueva Granada y Venezuela; pues
yo puedo asegurar a V. E., que es absolutamente indis­
pensable mi separación del ejército mientras exista en

194
él el Coronel Castillo; porque, según parece, éste ha re­
suelto ser incompatibles nuestros servicios en unas mis­
mas tropas». (Bolívar al Presidente de la Unión. - Cúcuta,
marzo 31).
Castillo, acantonado en el Rosario, había recibido des­
de el 24 de marzo orden de marchar a la Grita a atacar
a Correa, pero sea por mortificar al Brigadier Bolívar, sea
por ocuparse en aprovisionar víveres y bagajes, sea por
contar con la seguridad del éxito, sólo se puso en marcha
el 2 de abril, logrando un triunfo a inmediaciones de la
Grita, sobre Correa el 10 del mismo mes. Se halló en este
combate el mayor Francisco de P. Santander, quien por
separación de Castillo, quedó encargado más tarde de la
guarnición de Cúcuta.
Dueño ya de un nuevo lauro, enemigo declarado del
vencedor de Cúcuta, y mal situado ante el concepto del
Congreso, que había resuelto definitivamente la marcha
del ejército granadino comandado por Bolívar a Vene­
zuela, que le llamaba segundo Comandante, y que le co­
municaba «orden terminante y expresa de estar sin
réplica a las del primer comandante ciudadano Simón
Bolívar, sin perjuicio de las demás providencias que se to­
marán para terminar sus desagradables desavenencias»,
Castillo no tenía otro camino decoroso que el de la re­
nuncia, dentro de una actitud sumisa y silenciosa. Ha­
biendo sido opuesto desde el principio a la campaña de
Venezuela, aparentemente por el temor de comprometer
y diseminar imprudentemente las pocas fuerzas de la
Nueva Granada, pero en realidad por su enemistad con
Bolívar, comunicaba al Presidente de la Unión el 16 de
abril que «no creyendo que sus servicios eran ya necesa­
rios, pues la Unión abundaba de Generales aguerridos y
llenos de sublimes conocimientos, hacía dimisión de to­
dos sus destinos».
Así terminó esta fatal disputa, que entre otras lamen­
tables consecuencias, trajo la de hacerla trascender a
todo el personal del Ejército, a tal punto que fue inmi­
nente el peligro de dividirse en dos facciones, originadas
por las simpatías de uno y otro jefe.
Indudablemente, Castillo se manejó mal con Bolívar,
no siendo capaz de deponer sus enconos en obsequio del
generoso pensamiento de la armonía colectiva del Ejér-

195
cito. Pero hay que tener en cuenta que el joven triunfa­
dor de Cúcuta no había hecho para aquella época a la
causa de la independencia americana los servicios que
luego le dieron el renombre de Libertador. Ni era mayor
en años que el Coronel cartagenero, siendo esto de la edad
ocasión de puntillosos reparos para los que fian muy li­
teralmente de los preceptos usuales de la etiqueta mili­
tar. 1 Ni acaso presentaba en las milicias de la Nueva
Granada una hoja de servicios más amplia y nutrida
que aquel. Ni, aunque granadino de corazón, éralo por
nacimiento, circunstancia que notaba Castillo para dar
asidero a la altercación e inconveniente auge a su impla­
cable espíritu regionalista. Castillo pensaba poder paran­
gonarse con el Brigadier, y esta creencia ofuscó su pa­
triotismo, aunque no desde el principio, pues ya se ha
visto que él dispuso oportunamente el envío de las tro­
pas de la Unión, con el fin de cooperar al éxito de la
jornada de Cúcuta. Esperaría probablemente alguna dis­
tinción benévola del vencedor por esta acción significati­
va de buena fe y estima, y quizás no la tuvo. Puede no­
társele la medianía de su criterio, pues, tratándole de
cerca, no vio en el arrogante Brigadier aquellas prendas
y aptitudes soberbias que el genio sagaz de Camilo To­
rres percibió en él desde Tunja. Por lo demás, para un
hombre altivo como Bolívar, pasarían la conformidad
silenciosa y la ciega sumisión de su émulo en Cúcuta,
como signos visibles de inopia intelectual; al paso que la
acidez y rebeldía que en él encontró, chocaban, es cierto, a
su amor propio de hombre, pero sin desplacer del todo
a su alto espíritu de militar fogoso.
Contra todo lo que la pluma enojada de Bolívar vertió
en descrédito de Castillo —en importantes documentos
militares de la época, que no es el caso de transcribir—
sólo hay una frase galante o piadosa, pero capaz por su
propia sinceridad, de sacar garante el espíritu justiciero
del Héroe. Habla éste en alguna de sus comunicaciones
oficiales para el Gobierno de la Uriión «del talento y vir­
tud militar que distinguen al Coronel Castillo». La se­
renidad de este elogio dice a la posteridad del desvío e
indisposición de ánimo que dictaron las frases amargas.i)
i) D on M an u el C astillo, h ijo le g ítim o d e D. N icolás C astillo y d o ñ a
M a ría M a n u ela R a d a, e ra m a y o r q u e su ilu s tr e h e rm a n o D . J o s é M aría,
q u ie n n a c ió a fin e s d e 1776. S u ed ad , p u es, e x c e d ía e n poco m e n o s de
dos lu s tro s a la d e su riv a l.

196
Castillo fue un fracasado. Ayuno de amabilidad, de ge­
nio díscolo, encendido y vivaz en sus pasiones, listo para
la objeción caprichosa, frecuentemente lleno de desabri­
miento en el trato común con sus relacionados, pronto
se desadaptaba en cualquier círculo político, social o mi­
litar. En 1815 revivió vengativo su animadversión contra
Bolívar en un panfleto que publicó en Cartagena, y vali­
do de su posición de comandante militar de la plaza, le
negó los auxilios que, con autorización del Gobierno de
la Unión, pedía para su proyectada expedición a Vene­
zuela. Aunque Bolívar, a pesar de todo, pretendió una
reconciliación cordial con su antiguo enemigo, éste la
rechazó siempre con descomedimiento y brusquedad.
Cúpole en suerte iniciar la defensa de Cartagena al co­
menzar el asedio del Pacificador, pero tal fue la serie de
desgracias que le atrajo su carácter hosco e incivil, que
allí fue depuesto del mando, ultrajado y encarcelado por
sus mismos copartidarios. Terminado el sitio, fue senten­
ciado a muerte el 24 de febrero de 1816 en compañía de
los ocho ilustres ciudadanos con que encabezó Morillo
aquel capítulo luctuoso de nuestra historia que se llama
el Terror.
El banquillo en que fue ajusticiado, en su propio suelo
nativo, cerca del mar que doma eternamente sus cóleras
y sus estruendos, demanda una palabra de conmiseración
humana para sus grandes desaciertos e infortunios.
Entre muchas circunstancias, la victoria de Cúcuta se
hizo ruidosa en el interior de la Nueva Granada, por la
abundancia del botín tomado al enemigo. Tanto fue y
tan vario, que alcanzó para llenar clamorosas necesidades
del Ejército y para aplacar la natural rapacidad de las
tropas.
El Coronel Castillo no perdió este pretexto para hacer
a Bolívar fuertes inculpaciones por los atropellos de sus
soldados,1 y así lo comunicó listo y presuroso al Gobierno,i)
i) «El C o ro n e l C astillo q u e ta n to h a d e s a p ro b a d o e s ta c o n d u c ta , o fre c ió
a su s tr o p a s e n tr e g a r L a G rita a l sa q u eo , sie m p re q u e fu e se n e c e s a rio
to m a r la p o r l a fu e rz a , y yo ja m á s h e p ro n u n c ia d o se m e ja n te s p a la b ra s
a la s m ía s, a p e s a r d e h a b e r d eb id o h a c e rlo p a r a a n im a rla s, p u e s v e n ía n
e x tre m a m e n te d e s c o n te n ta s, d e s e rtá n d o s e m e p o r c e n te n a re s» . (B o lí­
v a r a l P re s id e n te d e la U n ió n . - C ú c u ta , m a y o 7). M e m o rias d e O ’L e a ry .
V ol. X III.

197
que bajo esta impresión, ofició al Brigadier en 26 de m ar­
zo, expresándole «haber sabido con mucho sentimiento
que a la entrada de las tropas en Cúcuta se han cometido
algunos excesos en que han sido envueltos sin distinción
los amigos y enemigos de la causa». La maligna chismo­
grafía y la solapada intriga arreglaron cómputos fantás­
ticos sobre este incidente, haciendo subir a $ 200.000 el
valor de los artículos y frutos sustraídos de los almacenes
enemigos.
El triunfo de Cúcuta fue una sorpresa, absolutamente
inesperada para la localidad en general, e ingratísima
para el gremio de comerciantes, catalanes los más de
ellos, en particular. Desatinados y perplejos, buscaron
inmediatamente tranquilo escondite; ninguno pensó en
salvar sus intereses, cada cual procuraba atender sólo a
la seguridad de su persona. La ciudad quedó, puede de­
cirse, desamparada de sus habitantes; sólo algunos in­
dividuos, de miserable condición, rondaban cautelosa­
mente, menos por la custodia de los intereses ajenos, que
por acechar los que se hallaban en el mayor descuido.
El Brigadier, sin excusar las circunstancias violentas de
la presa, anota el increíble abandono en que quedaron los
establecimientos mercantiles y aún los domicilios particu­
lares: «Los comerciantes y mercaderes huyeron en el mo­
mento mismo que entraban mis tropas en esta villa, de­
jando sus almacenes y tiendas abiertas. Los vecinos que
andaban por las calles, y los que desde sus casas observa­
ban la proporción de aprovecharse sin riesgo de los inte­
reses de sus opresores, fueron los primeros en tomar cuan­
to pudieron. Diseminados mis soldados por las calles
persiguiendo a los enemigos fugitivos, encontraban tien­
das y casas abiertas ya comenzadas a robar, y era muy
difícil, por no decir imposible, impedir que cogiesen cuan­
to se les presentaba a las manos».
Fuera mucho exigir a aquellas tropas vencedoras, no
recomendables por su severa disciplina, alardeantes de
las libertades que autoriza el triunfo, que ante los abier­
tos almacenes, abandonados por sus dueños, pudiesen
permanecer en arrobamiento extático. Aun sin conside­
rar que el sentido de la hueste es ordinariamente amoral,
las que traía Bolívar «las más inobedientes y desordena-

198
das de la Nueva Granada», según él mismo dijo, alegaban
que lo que no tomaran por su propia mano, jamás se les
daría, citando como ejemplo el inmenso botín tomado
en la campaña del Magdalena, del cual con ser tan cuan­
tioso, no pudo distribuírseles ni un solo maravedí, «por
defecto de los que quedaron encargados de él». Ni valió
que los oficiales superiores pretendiesen reprimir con el
mayor rigor los desórdenes, ni que el mismo Bolívar en
persona, «saliese a castigar los soldados que, ebrios de
gozo y aún de licor, se desmandaban por todas partes».
El despojo fue violento y rahez, por la avidez de los des­
pojadores y la negligencia de los despojados. Sobre que
el desenfreno de la soldadesca contaminaba también a la
turba, poniendo en su ánimo instintivamente aquel alen­
tador res nullius, con que ella misma suele estimularse
en circunstancias análogas.
Cuando se pudo establecer algún orden, se colocaron
los almacenes bajo la escrupulosa administración de D.
Pedro Ibáñez y de D. José García, los cuales procedieron
en seguida al expendio en pública subasta de todas las
mercancías decomisadas. Produjeron éstas, al principio
$ 33.000, y más luego $ 15.000, sumas que se destinaron
para una gratificación extraordinaria a todos los solda­
dos y oficiales que se hallaron en el combate, y también
para el suministro puntual de los estipendios y pres de
todos los miembros del Ejército. Regístrase en las comu­
nicaciones de Bolívar: «Se ha verificado (abril 6) la ven­
ta de una gran parte de ellos (de los efectos), cuyo valor
monta a $ 33.306, y el resto queda aún por venderse, h a­
biendo hecho distribuir anticipadamente a los soldados
a $ 10 en plata, y $ 40 en efectos a los cabos, $ 50 a los
sargentos y $ 100 a los oficiales, en calidad de gratifica­
ción extraordinaria. Además, he mandado hacer de los
mismos efectos una muda de ropa para cada soldado por
hallarse muchos desnudos, y principalmente los de Carta­
gena. ..» «Inmediatamente hice reunir en un solo alma­
cén todos los efectos apresados para que se vendiesen,
y con su producto se han pagado estos dos meses las tro­
pas que yo traje, las que trajeron el Brigadier Ricaurte,
y el Comandante Girardot, y el Batallón del Coronel Cas­
tillo, pues a mí no se me han dado fondos para mantener
este Ejército. Si los administradores de estos intereses,

199
los conductores que los transportaban de un lugar a otro,
los soldados que hacían la guardia que dispuse para su
custodia, y los oficiales que los mandaban, han ocultado
o extraído alguna parte, ni era posible impedirlo, ni es
fácil averiguarlo...» «Tengo la satisfacción de partici­
par a V. E. que he logrado recoger la cantidad de $ 15.000
para los gastos del Ejército, vendiendo los restos del bo­
tín, algún cacao de las haciendas embargadas y reco­
giendo algunas multas de las que anteriormente se habian
impuesto a los indiferentes y enemigos de nuestra causa.
Con estas cantidades podremos suministrar al Ejército
una gran parte del corriente mes (mayo); pero para el
venidero no habrá más que alimentos en el país que va­
mos a libertar, y así se hace absolutamente indispensable
entrar a la Provincia de Caracas, donde encontraremos
mucho más que en las de Trujillo y Mérida, cuya ocupa­
ción puede sernos fácil, si las circunstancias nos favore­
cen como hasta el presente...»
D. Ambrosio Almeida, nombrado Alcalde de Cúcuta a
seguidas del triunfo, se dirigió al Gobierno de Pamplo­
na haciendo un reclamo sobre los bienes de sus cuñados,
acerca del cual escribía Bolívar con visible displicencia:
«A pesar de todo, puedo asegurar a V. E. que sólo un in­
dividuo me ha puesto demanda formal reclamando una
pretendida equivocación, tan imposible de averiguar, que
yo para facilitarle una favorable providencia que le in ­
demnizase los perjuicios que suponía haber padecido le
indiqué expresamente, que •—presentando una relación
jurada de los efectos o de su valor, que por haberse en­
contrado en la casa de un español emigrado, y según no­
ticias, enemigo de la causa, se le habían tomado por
cuenta del Estado—, sería satisfecho con sólo este do­
cumento; como le di igualmente una orden, para que
recogiese una gran cantidad de cargas de sal, que ya se
habían confiscado y aseguraba pertenecerle. Este indi­
viduo es el ciudadano Ambrosio Almeida a quien he lla­
mado hoy mismo delante de muchas personas para pre­
guntarle públicamente, como lo hice, si no era cierto todo
lo que dejo mencionado, y no pudo menos que contestar
con la afirmativa. Añadiré que el ciudadano Almeida
no reclama nada que legítimamente le pertenezca a él
ni a su familia, sino a sus cuñados Juan Bosch y Tomás

200
Balanzó, ambos catalanes, y que a pesar del indulto que
ofrecí, no se presentaron sino después de ocho días a ins­
tancias de su familia, la cual ha tomado gran sentimiento
porque le confiscamos los almacenes que manejaban
estos europeos, que según datos positivos eran de comer­
ciantes de Maracaibo». «Las tiendas robadas eran perte­
necientes a nuestros enemigos; si algunos patriotas han
sufrido perjuicio, yo no lo podía saber, y cuando me los
han representado, sin más documento que su dicho, he
mandado indemnizarlos, como se ha verificado con el
C. Ambrosio Almeida, que es el único que ha hecho re­
clamos, aunque infundados y aün arbitrarios, como lo
tengo significado a V. E.»
El futuro Libertador habla en este documento con el
natural celo y calor del partidario, exorable por sensa­
tez y cortesía; mas no se le puede censurar ese lenguaje
a un hombre, que apurado de recursos, en uso de las
atribuciones de que le había investido el Gobierno de
Pamplona, necesitaba acudir a toda clase de arbitrios
para vestir y racionar sus tropas. De la misma manera
se nos hace completamente excusable que D. Ambrosio
Almeida, factor principal de la opinión republicana de
Cúcuta, amparase con su nombre los bienes de sus her­
manos afines, porque a ello no sólo lo autorizaban, sino
le obligaban obvias atenciones de familia, que no podía
dejar de oír, so pena de pasar por sujeto desconsiderado
y desprovisto de sentimientos de caballeresca genero­
sidad.
Pero no terminaban las contrariedades y tropiezos con
los amigos ni con los enemigos. Tuvo también el Coro­
nel Bolívar un choque con el Párroco de la villa, decidido
realista, a quien viose obligado a recluir en la casa cural,
en represalia de sus travesuras partidaristas. Desempe­
ñaba el ministerio eclesiástico entonces, según toda pro­
babilidad, el Pbro. Dr. Francisco José de la Estrella, de
ilustre familia venezolana, con fama de piedad y de cau­
dal, bien hallado con sus feligreses por su solicitud y be­
nevolencia en el socorrer necesidades. El mismo Bolívar
nos referirá este episodio: «Algunos días después de la
toma de esta Villa, se me presentó el venerable Cura de
esta Parroquia que se había profugado acompañando al
enemigo, con ánimo de volver; y si lo hizo, fue a instan-
201
cias de sus parientes. En la sesión que tuve con aquel
sacerdote........... juzgué indispensable separarlo de las
funciones de su ministerio, mandándole guardar arresto
en su casa, hasta que V. E. o el Gobierno de Pamplona
determine lo que deba hacerse de él».
Aparte de la satisfacción moral del triunfo, no tuvo,
pues, el Brigadier Bolívar durante su estada en Cúcuta
motivos duraderos para albergar en su ánimo gratas
impresiones. Ora le desazonaba la extemporánea rivali­
dad de un Jefe visiblemente inferior a él; ora le causa­
ba escozor la lentitud con que el Gobierno de la Unión
disponía su marcha para Venezuela; ya se sentía enojado
con la desavenencia del Párroco y los fastidiosos recla­
mos de los ciudadanos adictos a la causa; ya, con los
reproches y reparos que a su conducta ponía el Gobierno
General. Por todas partes, le acosaban adversos contra­
tiempos. Pero lo que más dolía a su pundonor de soldado
fue el cargo de negligencia que se le hizo, cuando con
toda su altivez y su autoridad, viose incapacitado para re­
primir los desórdenes de sus tropas. Así, herido en sus
más nobles sentimientos, contestaba al Gobierno con es­
ta frase dolorosa y acerba, escrita en vísperas de su par­
tida: «Yo veo como una especie de fatalidad que sólo en
Cúcuta ha habido quejas contra el modo de portarse las
tropas de mi mando, y no puedo menos de atribuir esta
desgracia, más bien a la malicia de los acusadores, que
a la realidad de los desórdenes, que han sido exagerados
por la mala fe, y no por un sentimiento de justicia, por­
que lo que se ha dicho de que los patriotas también han
padecido, es una impostura, como se verá cuando alguna
autoridad venga a examinar la naturaleza de los hechos
y averiguar la pura verdad».
Otro espíritu que no el de aquel hombre, de reciedum­
bres titánicas, retador eterno de la gloria, pudiera sentir
graves quebrantos con el tropel pertinaz de los escollos.
Pero su voluntad los sorteaba siempre, algunas veces
sereno, otras impetuoso, sin dejarse desalentar en nin­
gún caso por pusilánime parecer. A la postre, las ásperas
hojas de ortiga escondidas entre los laureles de Cúcuta
herían la frente del Vencedor, no con sombra deprimente
alguna, sino con encendidos resplandores de tragedia y
de lid.

202
CERES PROVIDA

El primer sembrador anónimo de trigo. La Granada y la


Uva. Pamplona, Ocaña y Salazar agrícolas a principios del
siglo XV. Industria harinera en Suratá. Las plantaciones
de Cacao en los valles de Cúcuta. Incremento de su cultivo
en el valle del Zulia. La Planta del Indigo. El algodón y la
Nacuma de Girón. Su importante comercio. El Arbol Na­
cional y el Arbol de la Libertad. Impulso a la industria de
las Quinas en el Nuevo Reino. Los cascarilleros de Bu-
car amanga.

Nodriza de las gentes, la consagró el poeta del Guaire


en su canto inmortal. Porque ella nutre al hombre y le
acompaña siempre como solícita madre: en la rudeza de
la tribu ignara con los primitivos instrumentos de la­
branza; en la sociedad civilizada con el arado, el rastrillo
y el escarificador, que desgarran y renuevan las virgini­
dades de la tierra.
Hace a los hombres libres, llama la paz y la tranquili­
dad en los pueblos, crea y precipita el movimiento del
progreso, origina la prosperidad de los Estados. Ha sido
como la fuente y la cuna de todas las civilizaciones y
sigue al través del tiempo en pos de todas las razas y de
todas las familias humanas. Casi todos los pueblos anti­
guos le rinden culto férvido: los griegos la llaman De­
meter e instituyen en su honor las Fiestas Tesmoforias
y los misterios de Eleusis; los romanos le levantan tem ­
plos, en donde se venera la estatua de Céres; los anti­
guos germanos erigen un trono a Sif, que preside cari­
ñosamente la recolección de sus cosechas.

203
En la poética mitología chibcha, ocupa lugar preferen­
te Bachué, divinidad protectora de los huertos y de las
sementeras, a quien se tributaba en reverente ofrenda
el humo sagrado del moque. Los Chibchas se prosternan
ante su ídolo tosco y le ofrecen holocaustos varios, para
que la tierra favorezca la lozanía de sus sembrados de
papas y cuajen las doradas mazorcas en la sinfonía de
sus maizales.
Con la fundación de nuestras poblaciones comienza si­
multáneamente el desarrollo de nuestra agricultura, y
a medida que ésta avanza a esfuerzos del humilde la­
briego, crecen aquéllas y se ensanchan en el seno de la
actividad y del trabajo. Al principio los cultivos abaste­
cen apenas las necesidades del suelo, después el inter­
cambio entre las poblaciones comarcanas los aumenta,
hasta que al cabo, la exportación, válvula de la vida co­
mercial, asegura su fomento, pero no sin pasar muchos
años, en que se perfeccionen las nativas industrias y se
ensayen y se conozcan otras nuevas.
Recién fundada la ciudad de Pamplona, el primer ce­
real que allí se cultiva es el trigo. Establécense en seguida
los primeros molinos para beneficiarlo; ya en 1574 los
había, según refiere el historiador Aguado:
«El lugar donde está poblada esta ciudad de Pamplona
es un valle que tendrá media legua de largo y un
cuarto de legua de ancho, por medio del cual pasa un
arroyo de muy maravillosa agua donde se han hecho al­
gunos molinos de pan; es este valle tan fértil y apacible,
que por el muy templado temple que tiene se dan en él
naranjas e higueras, limas y guayabas, y muy buen tri­
go; el primer año que en él se sembró trigo lo sembró un
soldado como por cosa de burla, y de un cuartillo de ello
que sembró cogió doce hanegas, y visto esto salieron a
sembrarlo todos y así se cogió mucha abundancia de
ello».
Los Conquistadores introducían y asemillaban muchas
plantas alimenticias y frutales. Sus expediciones, en
medio de la audacia, de la codicia y de la tragedia, anun­
cian el despuntar risueño de nuestra agricultura. A uno
de ellos, a Alfínger, al que de más cruel e inhumano ta ­
chan todos los historiadores, se debe la siembra de «gra-

204
nados, parras, y otros árboles con legumbres de Casti­
lla». 1 Junto con la sangre de indígenas que derramó,
regaba las semillas de estas plantas al través de su ruta
de aventurero, para hacer menos estéril e ingloriosa su
jornada.
Preciosas noticias sobre la historia de nuestra agri­
cultura encontramos en el P. Simón: en 1626 se culti­
vaban en Pamplona, aparte del trigo, altivo dominador
en numerosos plantíos, la cebada, el lino y todo género
de hortalizas. Se fabricaban ya algunas telas en toscos
telares y había alcanzado especial desarrollo la indus­
tria caseína.
«Toda la comarca del término de esta ciudad (Pam­
plona) en su circunferencia, que goza de tierras muy
frías, muy calientes y otras bien templadas, es doblada
y acomodada para toda suerte de frutos de Castilla y de
la tierra, si a cada cual le buscan el que pide, en que
no se han descuidado sus vecinos, pues en las partes
acomodadas a esto han sembrado mucha caña dulce,
de donde se hace miel y azúcar, mucha cantidad de ta ­
baco, mucho trigo y cebada que se da maravillosamente
en tierras frías y templadas, cógese mucho y muy buen
lino, de que hacen buenas telas; el cáñamo aún no ha
tenido suerte de entrar en estas tierras. Todas las hor­
talizas de Castilla han hallado el suelo que se deseaban,
pues todo el año es tiempo de ellas; hay grandes crías
de ganados mayores y menores, de cuya fertilidad se
hace grande abundancia de quesos y manteca. Los ca­
ballos son de muy buena raza y muy buenos hechores,
los cuales los han menester los vecinos de la ciudad,
por ser tan inclinados a la jineta de que se precian mu­
cho. Es en común toda gente que se cría en ella bien
dispuesta y de buen parecer, hombres y mujeres de bue­
nos y agudos ingenios...» 12
En la ciudad de Ocaña prevalecía principalmente la
siembra de la caña de Castilla, también traída por los
Conquistadores y desarrollada viciosamente en sus tie­
rras feraces:
1) F ra y P e d r o S im ó n . T. I., 38.
2) Ib id e m . T. III., 90.

205
«... es maravilloso el temple donde está fundada;
cógese en sus países mucho y buen trigo, y a las
márgenes del Río Grande de la Magdalena, de quien es­
tá la ciudad nueve leguas, mucha caña dulce, que viene
a los diez y doce meses que la siembran, cosa monstruo­
sa, según dicen los que saben de esto. Es de mucha im­
portancia el Puerto del río por donde se sacan todos sus
frutos, que son miel, azúcar, colaciones y bizcocho para
Cartagena y Zaragoza».1
En la misma época, el principal fruto agrícola de
Salazar era el tabaco. Se establecieron entonces algunas
factorías para la elaboración de la preciada hoja: «Los
frutos de su país son crías de ganados mayores, pero el
mayor es de tabaco, por ser tierras calientes, caña dulce,
algodón y maíz».12
El cultivo del trigo en Salazar floreció un tanto a
principios del siglo XIX, pero vino en decadencia a cau­
sa de la frecuente despoblación de la ciudad: «Salazar
tiene harinas de la mejor calidad, pero se siembra poco
a pesar de la facilidad de exportar este género por Zulia
hasta Maracaibo y del consumo que tiene en las citadas
Villas de Cúcuta. Tal vez consiste esto en la despobla­
ción y falta de brazos, porque todos quieren más bien
establecerse en Cúcuta, donde se encuentran otras pro­
porciones». 34
En el hermoso valle de Suratá tomaba rápido vuelo
la industria harinera: se cosechaban anualmente (1808)
«más de diez mil cargas de harina, de las cuales la ma­
yor parte se exporta para Mompox y Cartagena, por la
vía de Ocaña. El trigo que se siembra allí es de excelen­
te calidad, se hacen dos cosechas al año, y, según parece,
es de la especie o variedad que llaman en Europa trigo
candial, o trimesino (triticum aestivum)». *
El llamado trigo rubión, inferior al precedente en ca­
lidad, en producto, y aun en condiciones nutritivas apa­
recía gallardo en los campos de Labateca, Silos, Cácota
1) F ra y P e d ro S im ó n . T. III, 244.
2) Ib id e m . T. III, 267.
3 ) R elación territorial de la P rovincia de Pam plona por D. Joaquín
Cam acho. V éase « S em an ario d e C aldas»).
4) Ib id em .

206
de Velasco, Servitá, Cerrito y otros lugares de la anti­
gua provincia de Pamplona. Pero los cultivadores pro­
ducían lo necesario para el consumo en los respectivos
pueblos, sin que hubiese considerable sobrante para
alimentar el comercio interior. Tan sólo en los ricos
pueblos de Suratá y Matanza la producción del trigo
alcanzaba para trasladarlo, como se ha visto, a las po­
blaciones de la Costa Atlántica.
Gran renombre y celebridad alcanzó la agricultura en
los valles de Cúcuta con las numerosas plantaciones de
cacao, que transformaban nuestros predios en umbro­
sos bosques de esbeltos y lozanos teobromas. El afamado
cacao de Cúcuta, distinguido por su fragancia y exquisito
sabor, merecía justos elogios de algunos escritores n a­
cionales: «Hace las riquezas de Guayaquil, Timaná y
C úcuta... y lo cultivamos con bastante inteligencia»,
decía el Lavoisier de la Nueva Granada; «el más estima­
do en el comercio» lo apellida D. Joaquín Camacho. Y
Vergara y Vergara le dedica una donairosa reminiscencia
en su ingenioso artículo Las tres Tazas, en que hablando
del espumoso y aromático chocolate cucuteño pone en
boca de D. Camilo Torres, para elogiar la clásica bebida,
esta expresión altiva y sentenciosa: Digitus Dei est hic.
Es de notarse que, entre la gente adinerada, las costum­
bres de la época, por lujo o por prejuicio, hacían viajar
las pastillas de chocolate a Maracaibo y aun a algún
puerto de la Madre Patria, a fin de que el ambiente y las
brisas marinas, envejeciendo su elaboración, acrecenta­
sen su delicioso gusto.
Su consumo se extendía a casi todos los pueblos del in­
terior, sin exceptuar a la misma Santa Fe, en cuyo merca­
do tenía gran demanda y magníficos precios. La cosecha
de entonces se calculaba de diez a doce mil cargas anua­
les, cuyo número se había ya duplicado para el año de
18501, en que sólo para la exportación salían aproximada­
mente, veintidós mil. El cultivo del cacao disminuyó a
proporción que aumentaban el del café y el de la caña de
azúcar; por otra parte, el fruto degeneró por la impa­
ciente rapidez y falta de inteligencia en las siembras;
la tierra, fatigada con una sola especie de cultivo, como
observa Ancízar, negó a los árboles el jugo necesario; y

207
la enfermedad llamada mancha, conocida desde princi­
pios del siglo XIX, mataba implacable, y como por en­
salmo, la frondosidad de los cacaotales.
Nuestro principal fruto de exportación que salía por
Maracaibo, era acaparado por la célebre Compañía Gui-
puzcoana, residente en Caracas, creada por Felipe V en
1728, para hacer, ostensiblemente al menos, con el
inmenso monopolio, nugatorio el contrabando de los co­
merciantes holandeses, que tenían como guarida auxilia­
dora el suelo de la isla de Curazao. Ya en 1752 esta Com­
pañía obtuvo el monopolio de la provincia de Maracaibo,
con lo cual la agricultura de la Capitanía General y gran
parte de la del Nuevo Reino, le eran tributarias.
«Los cuantiosos cargamentos de este fruto —dice Ba-
ralt— debían enviarse a España; pero si el buque no
podía trasportar todo, les era permitido a los factores
remitir el resto a Veracruz». Entendido se está, pues, có­
mo aquel puerto mexicano atiborraba su hermosa bahía
con los barcos que cargaban la coralina almendra, cons­
tituyéndose así en febril, opulento y continental mercado
para el cacao de Venezuela y de todos los valles de Cú-
cuta.
Tienen para nosotros verdadero interés las noticias si­
guientes que encontramos en D. Joaquín Camacho:
«El cacao de Cúcuta es el más estimado en el comer­
cio, donde se le conoce con el nombre de cacao de Mag­
dalena, porque antes se exportaba por aquella vía. Su
cosecha en las dos villas de Cúcuta y lugares confinantes
se regula en 80.000 arrobas, que, vendiéndose allí mismo
a tres pesos arroba, importan doscientos cuarenta mil
pesos; a lo que si se añade el importe de los cafés y añi­
les, que también se cultivan en aquellos lugares, se puede
regular su entrada anual en medio millón de pesos. De
aquí es que en aquel territorio hay en el día caudales de
consideración que atraen el comercio, el cual toma mu­
cho incremento. Pamplona debe su lustre a las haciendas
de cacao que poseen muchos de sus vecinos en aquellos
valles. ..
«A la buena situación de los valles de Cúcuta para la
agricultura se une el cuidado y esmero de aquellos veci­
nos en el cultivo de los cacaos, sombrándolos con las

208
ceibas búcaros (especie de eritrinea), etc., cuya precau­
ción acreditada por la experiencia no se observa en otros
países donde se cultiva este fruto. No se omite la poda,
riego v demás necesario. Hay muchas cercas vivas de li­
mones, uña de gato (fágara) y otros árboles espinosos
(acacias), lo que contribuye notablemente a la seguridad
del fruto y designación de las heredades. ¡Ojala se con
ciera en todo el Reino la utilidad de estos cercados, para
S® que se han establecido premios en otras naciones
agrícolas!
«Es una desgracia para los hacendados de Cúcuta no
poderse conservar allí los cacaos sin que los corr°mpa y
destruya la palometa (tinea falsa), lo que oMiga a Vien
el fruto apenas se coge, aunque el precio sea muy I■
Este es el mismo insecto que daña los trigos y harinas de
Suratá y demás tierras templadas y húmedas del Rem ,
reduciendo las harinas a salvado, y comunicándoles ma­
lísimo gusto».
La iniciativa de los agricultores de San José, el Rosa­
rio v el Pueblo de Cúcuta fue bizarramente secundada
por los de San Cayetano, Santiago y Salazar, en donde
las haciendas de cacao se distinguían también por su
pasmoso florecimiento. Según el mismo escritor.
«La ciudad de Salazar de las Palmas ha ido en
dencia a medida que se han adelantado las ^0S V1J ^ f e
Cúcuta; y lo más floreciente que hay en su territorio,
son las parroquias de San Cayetano y Santiago por su
cercanía al Zulia y proporción para el cultivo de los ca
caos, de que hay algunas haciendas, principalmente en
San Cayetano».
De los inmensos cacaotales, que enarbolaban su alegre
follaje como pendón de riqueza, en los tres valles del
Pamplónita, Zulia y Táchira, puede decirse —con mejor
hipérbole— lo que de los dardos de los enemigos de Leó­
nidas en Termopilas, «que eran tántos que oscurecían «1
sol» porque bajo la densa sombra de la interminable ar­
boleda, peleaban la batalla del trabajo más de mi J qui­
nientos esclavos que asistían afanosos a la recolección
del fruto...
Por último, un antiguo informe sobre la Insurrección
de Caracas, Cartagena de Indias y Santa Fe de Bogotá,

209
(1814) de D. Pedro de Urquinaona y Pardo, asigna a la
Providencia de Cúcuta simpática filiación comercial, ori­
ginada por sus grandes exportaciones del fruto:
«Las Provincias en que empezó a rayar la aurora de
un comercio activo, fueron Girón, Socorro y Cúcuta, cuya
situación corográfica las proporcionaba remitir los ta ­
bacos a Santa Fe y exportar algodones y cacao por Ma-
racaibo, Santa Marta y Cartagena, hallando en la libre
elección de estos puertos las ventajas y aumento del
precio de sus frutos».1
La palabra añil se deriva de la voz árabe Annilach, que
significa glasto, nombre de cierta planta cultivada en la
antigüedad, de cuyas hojas se extraía un color azul bellí­
simo. Por la similitud del color que dan las dos plantas
heredó la nuestra el nombre arábigo de la extranjera.
El cultivo del añil entre nosotros data de las postri­
merías del siglo XVIII y se estableció primeramente en
algunas haciendas de San Cayetano y San Faustino. En
este último lugar, sobre todo, se contaban no pocas añi-
lerías prósperas.
La fabricación de este producto que, a causa de las
diversas operaciones que hay que verificar en sucesivo y
riguroso orden para extraerlo —como son, el oportuno
corte de la planta, su maceración en los estanques, la
batición, decocción y prensadura de las hojas, etc.—, re­
quiere en el agricultor, más que otro alguno, inteligente
y esmerada actividad, debió de ser muy incipiente y tra ­
bajosa en aquella época, ya por la general ignorancia de
métodos fáciles como por la carencia de adecuados ins­
trumentos. Sin embargo, en 1808, D. Joaquín Camacho
—como antes se ha visto— estima en $ 260.000 las entra­
das a Cúcuta, provenientes del añil y del café. Como el
cultivo de este último grano apenas empezara a conocer­
se a la sazón y tenía un exiguo precio en el mercado, es
lógico suponer que de aquella considerable cantidad muy
poco es lo que le corresponde. Por consiguiente, se puede
tener por cómputo más o menos exacto que la producción
anual de añil en Cúcuta rendía una cantidad no menor
de $ 240.000, valor de otras tantas libras de la pasta co-i)
i) R ep . Col. Vol. X X I.

210
lorante. Todo ello, pues, parece dar idea ue que la indus­
tria pretendía salir airosa del círculo forzoso de invete­
radas rutinas.
Emigrados todos los propietarios de establecimientos
de añil, durante la guerra de la Independencia, las plan­
taciones se acabaron por completo, no restando hoy día
de ellas sino la renegrida mampostería de los estanques,
como el tributo de la trabajada tierra a los esplendores
de la antigua empresa.
Es pertinente transcribir aquí las observaciones que
hace el Dr. Salvador Camacho Roldán:
«La planta del añil es muy semejante a la alfalfa; daba
cuatro y cinco cortes por año, dejaba la tierra desnuda y
expuesta a la violencia de los soles durante el verano, y
extraía de la tierra sus más ricas sales, cristalizadas lue­
go en pastas purpurinas. Requería abonos abundantes,
algún riego, aunque no excesivo, y sobre todo, rotación
frecuente en las cosechas. Raquítica, amarillenta, con
señales de evidente anemia la planta, un solo paso del
arado bastaba para hacerla revivir y crecer por dos cor­
tes más. Abandonada la plantación, aparecían por en­
canto en el rastrojo, sin que nadie las sembrara, abun­
dancia de higuerilla frondosa, ají silvestre y tomates. La
rotación evidente estaba en favor de las plantas oleagino­
sas, como se practica en la India inglesa, en donde al
añil sucede la higuerilla, el maní y el ajonjolí, que pro­
veen al alumbrado de esas grandes poblaciones. El maíz
se producía espléndido, la sandía aparecía silvestre con
frutas en extremo dulces; la batata y la auyama se
producían admirablemente, y el algodón pajarito se pre­
sentaba en parches de lozanía exuberante».1
De 1867 a 1870 el cultivo del añil dio resultados m ara­
villosos en el interior de Colombia —regiones cálidas de
Cundinamarca y Tolima— llegándose a contar más de
350 establecimientos para la producción de este artículo
en estos dos Estados solamente. En el útimo año citado, la
exportación alcanzó a $ 600.000, valor de 400.000 libras
en los lugares mismos que lo producían. Diez años más
tarde se exportaban sólo 4.000 libras.
i) C a m a ch o R o ld án . Escritos V arios. T. I., 652.

211
Como se advierte, pues, había fracasado por completo
este cultivo en todo el territorio patrio, y aún de un es­
tablecimiento colosal que pretendieron fundar en Cun-
dinamarca los señores Benekendorff & Cía., de Londres,
en asocio del Dr. Camacho Roldan, no queda para nues­
tra historia agrícola sino el vasto esqueleto de un proyec­
to irrealizable. Irrealizable hemos dicho, porque al mismo
tiempo que esto sucedía, las enormes plantaciones de
Bengala en la India minaron por su base el comercio de
la planta y azotaron con violencia el precio de la indus­
tria, que acabaron de matar las diferentes combinaciones
químicas que sustituyen al añil, en laborar más fácil y
con más económicas ventajas.
Girón, antigua metrópoli industrial de gran renombre,
y centro que recibía las expansiones del movimiento in­
terior del Sur de Santander y de gran parte del Estado
de Boyacá, fue durante más de una centuria lugar prefe­
rido por la fortuna, donde el comercio sentó sus reales
con dominante firmeza. Se abrió paso por entre lo en­
marañado de la selva y lo impetuoso de los torrentes, pa­
ra llevar sus frutos al Magdalena, sobre cuyo lomo bien­
hechor se columpiaron siempre con legitimo orgullo las
producciones de la Patria. Hacía un activísimo y abun­
dante comercio de algodón, tabaco, cacao, bálsamos y
resinas, maderas de construcción, quinas, etc., con la
ciudad de Mompox, utilizando la difícil y riesgosa na­
vegación del Sogamoso. Presenta, como pocas ciudades en
la historia de la Nueva Granada, aquilatadas tradiciones
agrícolas que le sirven de genuino blasón. Sus tierras fue­
ron de las primeras en que
«el algodón despliega al aura leve
sus rosas de oro y su vellón de nieve».
«El algodón se cultiva en todo aquel distrito (Girón),
principalmente en la parroquia de Rionegro, exportándo­
se anualmente para Mompox y Cartagena más de cien
mil arrobas de este género, y consumiéndose el resto en
lienzos bastos que se fabrican en aquellos lugares...
«Se debe la exportación de los algodones a un vecino
de Mompox (D. Pedro Martínez de Pinillos), que hace po­
cos años enseñó el modo de prensarlos y empacarlos, que

212
se ignoraba antes, tanto en Girón como en San Gil y
Socorro, de cuyos lugares se extrae en el día gran número
de cargas de este género, que tal vez hace la principal
riqueza del Reino».1
Todas las poblaciones circunvecinas de Girón, como
Buearamanga, Rionegro, Piedecuesta, La Florida y otras,
cultivaban esta planta con particular esmero. De la pri­
mera dice un escritor moderno:
«Casi todos sus habitantes se ocupaban (1775) en aten­
der a sus labores de campo, y muy particularmente al
cultivo del algodón, cuyos sembrados se veían crecer en
los alrededores, en los mismos sitios en que al presente
se hallan las mejores casas de la ciudad».2
Corresponde también a Girón la primacía en el des­
arrollo de la industria de la Nacuma y fabricación de
sombreros de esta hoja, enseñada allí con patriótico en­
tusiasmo por un vecino de Pasto, Juan Solano, a quien
la historia no le es esquiva con el lauro de los benefacto­
res nacionales.
«Por los años de 1820 a 22 ■—refiere Ancízar— el pres­
bítero Felipe Salgar, virtuoso cura de Girón, detuvo a un
pastuso que acaso pasaba de viaje, y supo de él que en
las cercanías había innumerables palmas llamadas nacu­
ma, cuyos cogollos, preparados convenientemente, sumi­
nistraban a los neivanos el material para tejer sus afa­
mados sombreros jipijapas. El buen sacerdote concibió al
punto la idea de proporcionar a las mujeres de su feli­
gresía este nuevo medio de ganar la subsistencia, “porque
—decía— donde vive el trabajo no entra el pecado”; y en
efecto, logró que el pastuso permaneciera en Girón hasta
dejar enseñadas algunas jóvenes».
La nueva industria, inaugurada y amparada bajo tan
nobles auspicios, se extendió muy pronto a las poblacio­
nes vecinas, constituyendo un fuerte ramo de comercio,
con beneficio para las Provincias del Sur, que lo creaban
y producían, y pingües utilidades para las del Norte, que
le abrían fácil cauce para la exportación.
1) J o a q u ín C am ach o . A rt. y o b r. cit.
2 ) Jo s é J o a q u ín G a rc ía . Crónicas de B uearam anga. P ág. 24.

213
El árbol de la Quina puede considerarse como nuestro
árbol nacional bajo muchos respectos que lo vinculan
brillantemente en nuestros anales patrios: planta silves­
tre en el hogar de los súbditos de Saguanmachica, fue te ­
nida por éstos en altísimo aprecio, acercándola los mo­
hanes a sus adoratorios y velando los jeques su tranquilo
crecimiento; quien primero la reconoció en territorio
granadino, pidiendo para su industria la protección del
Gobierno Colonial, fue un respetable vecino de Popayán,
D. Miguel de Santisteban; nuestro gran botánico Mutis
agitaba una rama floreciente de chinchona o quina para
recibir al Virrey Guirior en Honda (1773), como indicio
de la riqueza escondida en nuestros bosques; los estudios
del mismo Mutis, de Caldas y de Lozano la analizan, la
dan a conocer y con loable patriotismo impulsan y re­
comiendan en el Nuevo Reino la explotación de su indus­
tria; muchos de nuestros proceres, como el Precursor de
nuestra independencia y el Tribuno de 1810, dedicados a
labores comerciales, exportan su corteza a Ultramar en
cantidades fabulosas; y por último, el Arbol de la Liber­
tad que se plantó por primera vez en Santa Fe el 28 de
abril de 1813 fue un quino, como si se invocase en el sím­
bolo de su bienhechora cáscara la salud de un pueblo
enfermo, y bajo sus frondas, amable escudo para el deli­
rio febril por la independencia.
El poeta realista, precisamente por la causa anterior,
tuvo amargos vocativos para este árbol, lo que acrece su
valor histórico y dilata aún más el concepto de su filia­
ción nacional. Oiganse las siguientes estrofas de Torres
y Peña, en que con oportuna malignidad hace alusión
al asesinato del Coronel francés Bailly, muerto a manos
de un esclavo el mismo día de la siembra del árbol:
«¡Arbol fatal! Por más que te destina
El orgullo fanático por signo
De salud que anunciaba con la quina,
De improviso te cambias en maligno.
Por ti el negrillo a Bailly lo asesina,
Que así de libertad se juzga digno;
Y muerto el amo acompañó al indicio
De libertad el palo del suplicio.

214
¡Oh árbol ominoso y detestable!
¡Qué opaco día el que te vio plantar!
¡Qué noche tan deseada y memorable
Cuando este pueblo te logró cortar!
¡Agüero al fanatismo lamentable
Que aun en impresos lo llegó a contar!
Y porque tinta de tu tronco saque
Sustituye a la quina el nuevo Jaque».1
Las propiedades medicinales de la quina no eran
desconocidas de los indígenas de Nueva Granada y Ve­
nezuela, así como tampoco de los de otros países de
América. En cierto dialecto del Perú se le llamó primitiva­
mente Quina-quina, que quiere decir corteza de las cor­
tezas. El nombre botánico de Chinchona parece derivar
de el del Conde de Chinchón, Virrey de Lima, que fue
uno de los primeros en América, que utilizó la medicina
aplicándola con resultado a su esposa, enferma de fiebres.
Los jesuítas la propagaron por el mundo europeo el año
de 1636, y su uso se hizo general al final del siglo XVII,
de donde por mucho tiempo se la llamó Polvo de los
Jesuítas.
La explotación de las quinas se desarrolló en el Nuevo
Reino a principios del siglo pasado. Según datos del Dr.
Eloy Valenzuela, en el sexenio transcurrido de 1802 a
1807, la exportación de la corteza por el puerto de C arta­
gena alcanzó a la cifra de 133.657 arrobas.
La guerra de la independencia hizo olvidadizo y extra­
ño su cultivo o explotación, que sólo de tarde en tarde
era acometida en alguna apartada montaña de Colombia,
pero sin entusiasmo, porque había otras que se llevaban
la preferencia, manteniendo constantemente activos los
brazos de los exploradores.
La industria comenzó a despertar de 1877 a 78 y llegó a
su máximo apogeo en todo el año de 1881, en que los Es­
tados de Antioquia, Cundinamarca, Tolima y sobre todo
Santander, veían crecer, rendir y multiplicar la riqueza
y el trabajo empleados en el beneficio de la cáscara, como
por arte de fabuloso encantamiento.
i ) E s cu rio so a n o ta r q u e, se g ú n d a to s d e l m ism o T o rre s y P e ñ a , d e s ­
p u é s d el q u in o , s u c e siv a m e n te f u e ro n se m b ra d o s u n ja q u e , u n olivo y
u n a rra y á n , n in g u n o d e los cu ales su b sistió m u ch o tiem p o .

215
En aquella época la ciudad de Bucaramanga se consti­
tuyó en el gran mercado de quinas de Santander. La fie­
bre de la riqueza, del trabajo y de la especulación formó
entonces algo como un rasgo etnogénico de la ciudad. Los
brazos no tenían más ocupación, ni las fortunas más em­
pleo que el desarrollo de aquella industria, pero un des­
arrollo ávido, precipitado, febril, fogoso, revolucionario,
si se nos permite la expresión. Era la abundancia que se
infiltraba violentamente en el organismo de un pueblo
joven, y eran las energías de ese mismo pueblo que con­
quistaban la montaña virgen con las armas del trabajo.
Cada golpetazo de hacha de los cascarilleros en los bos­
ques resonaba en la ciudad como una onda impetuosa,
como una tromba incontenible de oro.
El autor de las Crónicas de Bucaramanga apunta los
nombres de los señores Pablo G. Lorent y Manuel Cor-
tizzoz & Cía., comerciantes, como los de los primeros ex­
plotadores de quinas. El mismo autor hace la siguiente
animada descripción del pasmoso movimiento que trajo
esta industria a la ciudad:
«Los negocios de quinas lo invadían todo: cuantos que­
rían sacar lucro aspiraban a ellos; de los pueblos vecinos
llegaban las gentes en tropel, y cuando los brazos no fue­
ron suficientes, se mandaron comisiones a lugares dis­
tantes en solicitud de peones y trabajadores; unos se
iban a los montes; otros se encargaban de despacharles
lo necesario para que los trabajos no se suspendieran;
éstos sacaban la cáscara por su cuenta, aquellos en co­
misión, unos en particular, otros en compañías; los ex­
portadores celebraban operaciones sobre distintas bases;
las noticias respecto de ventas mejoraban cada vez más
y por consiguiente las entradas de dinero eran cuantio­
sas, nunca vistas en la plaza, y no obstante, se tomaban
sumas a subido interés, en la persuación de sacar utili­
dad; cargamentos de plata se conducían por todos los
correos, y sus dueños la distribuían en el acto, sin con­
tarla, y sin contarla era recibida también; los agricul­
tores dejaban sus plantaciones, los empleados sus desti­
nos, los dependientes sus almacenes, los sirvientes sus
casas, para acometer explotaciones y talar los montes
en busca de la rica cáscara, que era el tema obligado de

216
todas las conversaciones, y sólo por excepción se podía
señalar la persona que no tuviera algún capital compro­
metido en el negocio».
Esta halagadora situación apenas alcanzó a durar todo
el año de 1881: una fuerte existencia de más de 40.000
bultos de quina reunida en Londres y la espantosa y enor­
me producción de la India abarataron el precio de la
corteza, especialmente en la especie llamada Cuprea, que
era la que se explotaba en Santander. La carga de quinas
que llegó al precio de $ 72— bajó al mezquino de $ 20— y
consiguientemente, el sulfato que en los buenos tiempos
se mantuvo firme a la tasa de 10 chelines, sólo se pagaba
a la sazón a 4 chelines la onza. Tan terrible calamidad
económica, postró completamente la industria en el Es­
tado de Santander, que iba a la vanguardia de ella, y en
el del Tolima, en donde la extracción de quinas de los
bosques de la Cordillera Oriental —según el respetable
concepto del Dr. Camacho Roldan— se computaba para
el año de 1871 en 10.000 cargas.
Por lo que respecta a Bucaramanga, la avalancha de
la opulencia hizo allí época, que hoy día se recuerda en
nostálgica expresión con el nombre de «el tiempo de las
Quinas».
II
El cultivo del Tabaco. La revolución de los Comuneros y
el Comercio del Norte. El Dr. Eloy Valenzuela. Introduc­
ción de la Caña de Otaití. Hallazgo de la Papa silvestre.
El precioso tubérculo en el Imperio de los Chibchas. El
Padre Parra. Inveterado cultivo del Trigo. Otro docto ecle­
siástico del Interior del Nuevo Reino. El cultivo del Café y
el Padre Francisco Romero. Los pastos Pará y Guinea.
* * *

El historiador Plaza apunta como un hecho cierto que


el cultivo del tabaco no era conocido por los indígenas
del Nuevo Reino, y que fue durante el período de la Con­
quista cuando empezó a propagarse, traída la semilla de
las Antillas Mayores. Parece discutible el punto, porque
si bien es cierto no se puede aducir presunción alguna
que contradiga al señor Plaza, tampoco existe ninguna

217
que la apoye, como no haya de entenderse por tal el si­
lencio de los historiadores de esta época. «No conocemos
precisamente —son sus palabras— la época en que co­
menzara en la Nueva Granada a sembrarse este vegetal,
pero es indudable que los indios de estos países no cono­
cieron su uso, y se introdujo por el descubrimiento de las
islas de Cuba y Santo Domingo».1
Desde fines del siglo XVI empezó a cultivarse esta
planta en el interior de la Nueva Granada, señalada­
mente en Girón, San Gil, Socorro y lugares vecinos, y por
cerca de dos centurias constituyó uno de los principales
renglones de aquel comercio. Según el mismo escritor
citado, desde 1636 se monopolizó su producción, pero es
posible que hubiera algún intervalo de libertad en su
cultivo pues «el designio principal de los Comunes ■ —di­
ce la declaración de Berbeo que figura en el proceso de
los Comuneros— era el que se quitase el derecho de Ar­
mada de Barlovento, la formalidad de guías y tornaguías
y los estancos de tabaco y aguardiente». Además el 69
punto de las Capitulaciones de Zipaquirá del mismo ex­
pediente, empieza así: «Que en el todo y por todo se haya
de extinguir la renta, frescamente impuesta, del estanco
de tabaco.. .» y por el contexto del mismo se deduce que
la medida no fue impuesta durante las administraciones
de los Virreyes Eslava, Pizarro y Solís sino que el Exce­
lentísimo señor D. Pedro Messía de la Zerda «con el título
de proyecto experimental, aparentando beneficio al pú­
blico, fue la vara en que se cimentaron tamaños perjui­
cios como se han experimentado, para los que le benefi­
ciaban (el Tabaco)...»
El gravoso monopolio de la hoja indígena entró, pues,
como causa entre las que originaron la Revolución de
los Comuneros en 1781. Cuando pacientemente se escriba
la historia de la agricultura y del comercio granadinos,
se detendrá el historiador asombrado ante el espíritu
noble de aquel movimiento, calificado por un ilustrado
escritor contemporáneo, D. Carlos Martínez Silva, como
genuinamente popular y espontáneo. «Los Comuneros
—afirma este distinguido publicista— se alzaron en de­
fensa del derecho de propiedad, y en manera alguna fuei)
i) M em o rias p a r a la H isto ria d e la N u e v a G ra n a d a , 324.

218
su ánimo apellidar independencia. No pretendían formar
nación soberana, sino asegurar el derecho de vivir; no
aspiraban a gobierno propio sino a la sagrada y más pre­
ciosa de todas las libertades: a la libertad de trabajar».
No parece tener nada de mezquino el que un pueblo
laborioso pretenda sacudir como un solo hombre la co­
yunda de injustas y odiosas gabelas, que han detenido
su prosperidad y entrabado el ejercicio de sus aspiracio­
nes comerciales, y en donde se ha acaparado el copioso
sudor de su trabajo. Y esto fue la Revolución de los Co­
muneros: sublevarse como empobrecidos contribuyentes
para obtener una racional disminución de los tributos que
pagaban al Real Fisco; no para enriquecerse a la sombra
del tumulto, ni menos aún para desconocer las autorida­
des coloniales, como algunos han insinuado.
Durante la guerra de la independencia, el estanco del
Tabaco fue una de las más seguras fuentes de recursos
para el sostenimiento del Ejército. No hay fundamento
para calcular su producto, pero debía de ser no sólo pin­
güe sino enorme, casi rayano en los límites de la expo­
liación, pues en mayo de 1820, los cosecheros de Piede-
cuesta, Girón y Bucaramanga trataron de sublevarse en
huelga, suscribiendo un acta en que rehusaban prestar
el juramento de costumbre para recibir las licencias de
sembrar el tabaco. El Gobierno cortó el mal dictando las
siguientes draconianas providencias, que comunicaba
desde el Rosario de Cúcuta el secretario del Libertador
(Briceño Méndez) al comandante general de la Pro­
vincia de Pamplona, en oficio de 2 de junio de dicho año:
«la Que haga US. saber a aquellos cosecheros el justo
desagrado con que el gobierno ha visto su resistencia pa­
ra prestar el juramento.
«2? Que siendo este hecho una prueba incontrastable
de intenciones dañadas contra la renta, sufrirá la pena
de muerte irremisiblemente todo el que faltare a cual­
quiera de las condiciones a que se comprometen por el
juramento los que lo presten, y los que incurrieren en el
contrabando, no habiéndolo prestado, y siendo coseche­
ros.
«3^ Que se ejecute lo dispuesto por las leyes y regla­
mentos con respecto a las siembras, concediendo las li-

219
cencías en forma, y celando en este año con doble escrú­
pulo y vigilancia el contrabando, y todo otro fraude de
parte de los cosecheros que tan escandalosamente han
pronunciado sus deseos de defraudar la renta.
«4 ^ Que todos los cosecheros que no se conformen a
hacer las sementeras, según las costumbres y prácticas
establecidas, sean condenados al trabajo de las minas
que están explotándose en la Provincia del mando de US.,
cualquiera que sea la edad, sexo y condición de ellos.
«5^ Que está US. encargado de hacer cumplir todas es­
tas disposiciones bajo la más severa responsabilidad».1
Desde 1834 se venía trabajando en el país por la abo­
lición del monopolio del tabaco. Hacíanse cada vez más
odiosos esos establecimientos llamados tercenas donde
ios cosecheros depositaban el fruto de sus ímprobas labo­
res, y donde se engullían y evaporaban sus ganancias,
exclusivamente en provecho del Fisco. En 1848 se ade­
lantó algo m ás: suprimióse el monopolio, pero quedó gra­
vada la industria tabaquera con un nuevo impuesto de
$ 2 por cada mil matas. Por último, al año siguiente du­
rante la Administración del General López se derogó
dicho impuesto, acabalándose así la libertad de su cultivo.
No hay datos estadísticos de la producción de tabaco
en Girón durante la época anterior a la República, pero
la fama le asignó siempre la supremacía en este impor­
tante ramo de comercio y sus factorías elaboraban en
considerable cantidad la hoja, mucha parte de la cual iba
a solazar la muelle y regalada vida de los protectores y
parientes de los Virreyes y demás empingorotados per­
sonajes de Ultramar. Ya en el año de 1848, Girón había
perdido el cetro de esta producción, que entró a empuñar
la ciudad de Ambalema, de fabulosa prosperidad enton­
ces, donde corrieron materialmente ríos de oro y plata
con el colosal desarrollo que alcanzó allí la industria. En
dicho período la producción de Girón se estimó en 5.933
quintales y la de Ambalema en tres tantos más. De 1850
a 1870 Girón va descendiendo rápidamente de su antigua
categoría de pueblo productor; la exportación nacional
1) M e m o rias d e l G e n e ra l O ’L e a ry . T. X V II, 310.

220
se calcula en 86.000 quintales por año, casi todos distri­
buidos entre Ambalema, el Carmen de Bolívar y Palmira;
Girón va a la zaga en esa cifra representando un ínfimo
5 por ciento.
Cuatro ilustrados eclesiásticos, que sucesivamente ire­
mos nombrando en el curso de este escrito, adornan con
su labor meritoria las tradiciones de nuestra agricultura.
Dados al estudio y a la observación de este noble arte,
favorecen su impulso y presiden su propaganda con des­
prendimiento, actividad y perseverancia, de que se pre­
ciaron los contemporáneos y se ufana la posteridad. Al­
guno de ellos es bien conocido y admirado en los campos
de la ciencia patria; para los otros tres no ha habido, en
rigor, el justiciero elogio que merecen, si bien empieza a
dibujarse con firme acentuación en algunas monografías
modernas. La consagración al Ministerio no excusa, antes
patrocina y coadyuva, su actuación patriótica. Todos sir­
ven con eficacia la causa de nuestro progreso; para todos
es cara la suerte de nuestros pueblos, y no hay casi nin­
guno de éstos donde su memoria no sea recordada con
cariño, a poder de su vida fructuosa y civilizadora.
El primero que se destaca de este grupo, con talla de
sabio, perfil de metodizador y temple de hombre progre­
sista, es el Dr. Eloy Valenzuela (1756-1834), cuya larga
existencia de merecimientos fue villanamente terminada
a manos de vulgares asesinos.
«Es un sacerdote ilustre, recomendable por sus virtu­
des y célebre por sus conocimientos» según la autorizada
expresión de Caldas. Su profunda versación en ciencias
naturales le hace acreedor a una alta posición como 29
Director de la célebre Expedición Botánica, en donde re­
vela sus dotes de sabio y su gran genio de naturalista.
Desde 1787 hasta su muerte fue Cura de Bucaramanga,
y de las ocupaciones de su ministerio sólo se separa para
atender con sus propias manos al cultivo de un huerto,
cifra y compendio de sus aspiraciones, donde se dedica,
no sólo a ensayos agrícolas sino también a experimentos
científicos. Emprendió escribir la Flora de Bucaramanga,
manuscrito que el tiempo o malas y negligentes manos
perdieron, para orfandad irreparable de la ciencia na­
cional.
221
Se conservan tres de sus escritos en el Semanario de
Caldas: Noticia de una grama útil para potreros o prados
artificiales. Noticia de la Caña solera y Observaciones so­
bre el uso de la miel para la conservación de las carnes,
el pescado, etc. En el primero de ellos habla del pasto
Sibalá, original de las tierras frías, donde lo emplean para
alimento y ceba de las reses. Es una gramínea que nace
espontáneamente, abundante y viciosa, y tiene la pro­
piedad de engordar en poco tiempo toda clase de ganados.
Pero no se presta para la fundación de potreros, como­
quiera que es pasto de cosecha, y sólo se produce en las
sementeras, siendo de notar que desaparece en el primer
corte.
Las primeras cañas dulces introducidas tanto en la
Nueva Granada como en Venezuela proceden de las Islas
Canarias. La llamada de Otaití, por ser indígena de esta
isla lejana, y menos comúnmente caña solera, a causa
«del desmedido tamaño que hace el principal mérito y
distintivo de esta apreciable caña» fue importada a Cú-
cuta y San Gil por los años de 1792 a 1799, según noticia
de Baralt, que completamos con la siguiente del Padre
Valenzuela:
«La caña solera es una de aquellas plantas que de
pocos años a esta parte han entrado en el Reino por ca­
sualidad, y por la mano de quien menos se pudiera espe­
rar; pero que se han recibido con anhelo, y se han pro­
pagado con prodigiosa rapidez. Su primer asiento fue en
Puerto Cabello y cercanías de Coro, y es sin duda, que
allí la recibieron de los extranjeros de las Antillas, que
la trasplantaron de Otaití, isla del Mar del Sur muy fre­
cuentada por los viajeros. Algunos trajinantes de lienzo
y manta la traspusieron tierra adentro, al mismo tiempo
que también la asemillaban en Cúcuta. Ultimamente la
han conducido a San Gil, en donde ya se cultiva y se apli­
ca a los trapiches. Los de mejor memoria han retenido el
nombre con que la recibieran de Caña de Otaití; otros,
y son los más, no alcanzando a distinguir entre los nave­
gantes que la comunicaron, se atienen a conjeturas y la
nombran, ya inglesa, ya francesa».
El Padre Valenzuela encontró en la Provincia de Pam­
plona las patatas o papas, producidas espontáneamente,

222
aunque de forma pequeña y de sabor un tanto amargo,
quizá debido a la ausencia de la industria humana. Este
importante hallazgo resolvió la hesitación científica del
Barón de Humboldt, quien no pudo pronunciar en sus
largos viajes e investigaciones un último fallo sobre la
tan debatida cuestión del país originario de las papas,
por no haberlas encontrado jamás, en ninguna parte, en
estado silvestre.
El indígena americano enseñó al colono europeo el cul­
tivo de esta planta, así como también el del maíz, dos de
los vegetales «eminentemente útiles al hombre, que la
América ha dado al Viejo Mundo», como dice un elegante
historiógrafo. Estos dos alimentos señorearon en edades
remotas la agricultura de la América, nutrieron sus pri­
mitivos pobladores, y para ellos tuvo el mundo de Colón
el más maternal de los abrigos. La aparición de estas
plantas en el Continente no tiene data: la historia de su
cultivo es la historia de los pueblos prehistóricos de Amé­
rica, a los que acompañan siempre, en los días de su de­
cadencia y de su poderío, en su tranquila vida doméstica
y en el ruidoso jaleo de sus festejos, a lo largo de sus
peregrinaciones y bajo la huella cruenta de sus bárbaras
conquistas, tal como acompaña el trigo a los hebreos, la
vid a los griegos y romanos, el nogal a los persas, el café
y el incienso a los árabes.
A propósito de estos dos vegetales, el que con próvida
solicitud «sus ricas pomas educa» y el que enhiesto y al­
tivo, pasa por «jefe de la espigada tribu», hace el Dr. Ca-
macho Roldán las siguientes observaciones que, por vi­
gorizar el concepto de la nacionalidad aborigen, ningún
americano calificará de atrevidas:
«Las cumbres de los Andes, desde 2.000 hasta 3.000 me­
tros de altura sobre el nivel del mar, son la cuna primera
de las papas. Este tubérculo y el maíz —sin ganados,
azúcar o panela, arroz, trigo, cerdos, aves de corral, ni
queso, ni mantequilla, ni café, ni tantos alimentos intro­
ducidos después—, sostenían antes de la Conquista una
población algunas veces mayor que la actual en esta re­
gión cundinamarquesa».

223
«El imperio de México, el de los Incas y el reino de los
Chibchas contenían poblaciones mucho más densas; pero
en ellos había una civilización comparativamente avan­
zada, y la agricultura sobre todo tenía, en ciertos aspec­
tos, tradiciones no sobrepujadas hoy todavía, principal­
mente en lo relativo al cultivo de la papa y del maíz».1
Aunque no tanto como el padre Valenzuela, que era
científico, se distinguió por el mismo tiempo el sacerdote
D. Juan Agustín de la Parra y Cano, a propósito del cual
tenemos escrita la siguiente noticia biográfica:
«Eclesiástico estimado generalmente por sus dotes
evangélicas y por su carácter emprendedor. Desde 1784
a 1809 estuvo de cura en Matanza y pueblos vecinos. Fue
generoso y patriota, benévolo con sus feligreses, estudio­
so y observador. Emprendió abrir un camino recto desde
Matanza a Rionegro y desde aquí hasta el río de Caña­
verales, afluente del Lebrija, para poder exportar las ha­
rinas de Suratá con más facilidades y menos costo que
por Ocaña. D. Joaquín Camacho en su Relación territo­
rial sobre la Provincia de Pamplona y sus distritos dice
de este sacerdote que “con una mano riega la palabra
divina y con otra derrama la abundancia sobre sus feli­
greses”. En el Semanario de Caldas escribió un artículo
titulado Observaciones sobre el mal cultivo del trigo,
tendiente a cambiar el antiguo sistema de regar la semi­
lla, por la siembra llamada a bordón, coa o punzón. Dícese
que por este último método el producto del trigo es visi­
blemente superior al que ofrece la siembra a riego de
semilla, pero nuestros agricultores no lo adoptaron en­
tonces ni lo han adoptado después, porque apareja el
inconveniente de una dilatada y dispendiosa demora al
llevarlo a la práctica con sólo una carga de semilla. “El
amor a los pobres labradores —decía— que, tan sencillos
como rústicos, sólo siguen la rutina de sus mayores, me
obliga a desengañarlos”. Y en efecto, él mismo daba
ejemplo a sus feligreses, arando el terreno y sembrando
el trigo a bordón. Ese escrito mereció a Caldas conceptos
muy encomiásticos y aunque no tuvo resultados prácti- i)
i ) V éase E scrito s V ario s, T. I., 653 y 681. El D r. C a m a ch o R o ld á n es
c rib ía e n 1878, e n cu y o a ñ o l a p o b lació n d e C u n d in a m a rc a se c o m p u ta b a
e n 409.602 h a b ita n te s .

224
eos, la laboriosidad de su autor le demanda una mención
en los anales de la agricultura de Colombia. Nada más
sabemos de su vida: se ignora asimismo la época de su
nacimiento y de su muerte. (Nariño menciona a un Dr.
Parra, cura de Cácota, con quien habló sobre sus pro­
yectos de revolucionar el Nuevo Reino, al regreso de su
primer destierro, finalizado el mes de marzo de 1797. Es
casi seguro que sea el mismo)».
El sistema recomendado por el padre Parra ha sido
puesto en práctica, al cabo de una centuria, con muy
estupendos resultados y a favor de maquinaria moderna,
por los agricultores de la Sabana de Bogotá, en donde las
condiciones del terreno lo permiten; no así en nuestras
tierras frías, cuyo suelo desigual, arrugado y riscoso, lo
hace casi impracticable, porque aquí la operación que
debieran desarrollar las máquinas con absoluta libertad
de movimiento, debe de ser ejecutada con sólo la ayuda
del brazo humano, lo cual implicaría el consumo de pro­
longados días y aún semanas. No ha sido, pues, hasta
cierto punto, causa de esta lamentable rutina nuestra
peculiar negligencia, sino las obstrucciones que presenta
un suelo áspero, sumadas con nuestra despoblación y
pobreza de sangre inmigratoria; nuestros agricultores
saben que el antiguo procedimiento para la siembra del
trigo —a puñados de semilla— es no ya rudimentario,
sino aún salvaje; están convencidos de que se gasta el
cuádruplo o quíntuplo de la semilla que se gastaría
mateándolo; conocen perfectamente que la siembra a
bordón nutre y avigora mejor las espigas y repleta las
trojes, en rendimiento fabuloso, del preciado cereal; y
tampoco se les oculta que por este procedimiento, des­
pués de la recolección, se facilita la limpia y deshierbe
de las sementeras, al paso que por el otro se dificulta
grandemente. Pero la insuperable valla que dejamos
enunciada, con justísimas razones, los ha retraído de
implantarlo.
Al lado de estos dos eclesiásticos, es justo mencionar
al Pbro. Basilio Vicente de Oviedo, fecundísimo escritor
de la Colonia, cuyo nombre permanecía olvidado o muer­
to en los anales del país, hasta que lo exhumó de entre
la pesada quietud de antiguos documentos el docto his-

225
toriógrafo ecuatoriano, Dr. Federico González Suárez,
hoy Illmo. Arzobispo de Quito, a quien cedemos la
palabra:
«No hemos podido descubrir ni el lugar ni el año de su
nacimiento, y sabemos solamente que fue colegial de
San Bartolomé en Bogotá, y que durante más de cua­
renta años desempeñó el ministerio de cura párroco en
los pueblos y feligresías de Guane, Curití, Boyacá, Nemo-
cón, villa de Santa Cruz, San Gil, Santa Bárbara de
Mogotes y Paipa. En 1773 era cura del pueblo de San
Miguel de Paya, en el Arzobispado de Santa Fe de Bo­
gotá. Tuvo, además, por muchos años seguidos, el cargo de
Comisario del Santo Oficio y de la Cruzada...»
«Varios de los escritos de Oviedo son históricos y
pudieran servir muchísimo para ilustrar la historia de la
dominación colonial en el Nuevo Reino de Granada. Bajo
este respecto nos parece que los trabajos de este párroco
laborioso no carecen de mérito; antes lo tienen muy
recomendable...» 1
Escribió una colosal obra, especie de vasta enciclopedia
eclesiástica, con gran variedad de noticias históricas del
Nuevo Reino, que constaba nada menos que de once to­
mos en folio titulados modestamente: Pensamientos y
noticias escogidas para utilidad de Curas. Pero no tuvo
la suerte de ver llegar a las prensas este inmenso bagaje
literario, que sólo se conoce de nombre y que por ahí
dormirá tranquilo sueño en los anaqueles de alguna bi­
blioteca peninsular.
Agregaremos, para completar estas noticias, que en
1765 era cura de la población de Charalá, en cuyo año
escribió una interesante Descripción de la Provincia de
Charalá, por encargo del jefe de la Expedición Botáni­
ca, D. José Celestino Mutis, trabajo que mereció altos
elogios del sabio naturalista. Parece que este manuscrito
se ha perdido.12
No se sabe si el padre Oviedo fuera en definitiva pro­
tector o impulsor de nuestra agricultura, pero por la
monografía mencionada puede colegirse que la de la
1) V éase R e v is ta L i t e r a r i a , d e L a v e rd e A m ay a, A ño II, 103.
2) V éase L e c tu r a s . Vol. IV , 174.

226
Provincia de Charalá le merecía atención y estudio, y
por ello no nos hemos atrevido a omitir su nombre en e
presente escrito.
El cultivo del café en territorio colombiano data de la
segunda mitad del siglo XVIII. En 1727 se sembraron
las primeras matas en las Antillas francesas, de dond
se introdujo el fruto a Colombia y Venezuela. Ya hemos
visto que en el año de 1808, según D. Joaquín Camacho
se cultivaba, aunque en pequeña escala, el café en los
Valles de Cúcuta, y podemos asegurar, con el testimonio
de documentos que hemos tenido a la vista, que en ^
o 1814 el señor D. Ignacio Ordóñez de Lara tema sem­
bradas 7.000 matas en su hacienda de El Pe“ ón’^ ^ ® “
dicción del Distrito de Cúcuta. Quede, pues, este nombre
como el de uno de los primeros agricultores que propa­
garon el cultivo del grano entre nosotros.
Bien está aquí esta remota reminiscencia de aquel
hombre de empresa. Pero al tratar de la siembra del
«arbusto sabeo», es necesario recordar a ^ e n ^ e o n l tena-
cidad infatigable, con obsesión febril ca^ rc ° V Pnoer la
audacia —pues de mucha necesitaba para vencer ia
rutina y aplacar la sorpresa de la iniciativa— dirigió
este rumbo acertado de nuestra agricultura: hablamos
del Dr Francisco Romero, sacerdote de los mas progre­
sistas aue ha habido en el departamento, austero y vir-
tuoso, protector decidido de la instrucción publica y
constante obrero de la prosperidad de los pueblos en
donde le cupo en suerte ejercer el ministerio eclesiástico.
Conviene a este respecto citar las siguientes líneas del
Informe del Prefecto de la Provincia de Cúcuta en 189b.
«Se ignora quién fue el primer agricultor que fundó
aquí (Distrito de Salazar) cafetales; pero es indudable
que el verdadero iniciador, el propagador y el sostenedor
de esta gran industria en Salazar, Gramalote, Arboledas
Bochalema, Chinácota y también en la Sección Tachira
de la República de Venezuela, fue el ilustre benefactor
Dr. Francisco Romero, quien con el ejemplo y la palabra
v valiéndose de su augusto ministerio en el Tribunal de la
Penitencia, instó, ordenó e impuso a sus feligreses e
cultivo del café como expiación de sus pecados; y no
satisfecho con haber sentado en esta provincia y la del
Táchira la base sólida de su prosperidad, pasó a la de

227
Soto, donde valiéndose de las mismas influencias, pro­
pagó también su benéfica labor, dotándola de rico por­
venir. Las poblaciones que le tuvieron como cura le deben
la construcción de un templo. Muchos hombres notables
han dado estas provincias, de cuyos nombres la posteri­
dad se ha encargado de inmortalizarlos; pero el de este
modesto sacerdote, varón insigne y verdadero padre del
bienestar y'riqueza de estos pueblos, no figura como de­
biera en ningún registro público, no aparece su retrato
en ningún Concejo Municipal de los pueblos que tanto
le deben, ni hay siquiera un humilde monumento que
recuerde a las generaciones venideras el nombre de este
sacerdote modelo».
La observación final del anterior boceto, si exacta en
lo que se refiere a nuestros pueblos, no lo es respecto de
la ciudad de Bucaramanga, de donde también fue cura,
y donde se ha erigido un hermoso parque en obsequio a
su veneranda memoria. En el ayuntamiento de aquella
capital se conserva también un buen retrato del sacerdo­
te progresista, que de manera tan eficaz contribuyó al
desarrolló y fomento de la agricultura de Soto.1
No deben pasarse en mezquino silencio los nombres de
los primeros sembradores del aromático grano: conoce­
mos los de D. Francisco Puyana y D. Bernabé Ordóñez,
que en 1821 lo cultivaron en Bucaramanga; los del señor
Bartolomé Peñaranda y la señora Anita Molina, que lo
sembraron en Salazar, en la hacienda de Miraflores, hoy
jurisdicción de Gramalote; y el del señor Facundo Villa-
mizar, a quien Chinácota le debe sus primeras plantacio­
nes. Lástima que en todos nuestros pueblos no se guarden
y recojan con cuidadoso empeño estos nombres, que
pertenecen a los que verdaderamente laboran por el pro­
greso auténtico del país.i)
i) El D r. F ra n c isc o R o m ero nació e n B o g o tá e n 1810. D u ra n te su
ju v e n tu d d e se m p e ñ ó el C u ra to d e S a la z a r, e n dos p e río d o s (1834-1840
y 1848-1850). E n 1861 c o n c u rrió a la A sam b lea d e l E sta d o d e S a n ta n d e r,
eleg id o p o r la P ro v in c ia d e P a m p lo n a , y al fin a liz a r la g u e r ra d e l 60,
se r e tir ó a v iv ir e n e l T á c h ira . D e 1865 h a s ta su m u e r te f u e c u r a de
B u c a ra m a n g a . D istin g u ió se e n su ép o ca com o o ra d o r n o ta b le —d ic e u n o
d e su s b ió g rafo s— «sobre to d o h a s ta d esp u és de los c in c u e n ta añ o s e n
q u e em p ezó a d e c a e r. F u e a lu m n o e n el C olegio d e N u e s tra S e ñ o ra d el
R o sario . C om o teó lo g o hizo estu d io s p e rfe c to s; alcan zó co n lu c im ie n to
su g ra d o d e d o c to r y n o le fa lta b a n co n o cim ien to s e x te n so s, a u n q u e ta l
vez poco p ro fu n d o s, e n la s cien cias p ro fa n a s, g u sta n d o m u c h o d e e j e r ­
c e r lo q u e sa b ía d e m e d ic in a co n los p o b re s q u e o c u r ría n a é l e n so lic i­
tu d d e consejo». M u rió e n B u c a ra m a n g a e l 15 d e a b r il d e 1874. (E l D r.
F ra n c isc o R o m ero . « L ectu ras», T. II, 72, p o r J o s é J o a q u ín G a rc ía ).

228
La prosperidad de San José de Cúcuta se reafirma con
el aparecimiento en nuestros predios del rubicundo fruto:
data de entonces su condición de centro comercial, a
donde afluyen los productos exportables de los pueblos
comarcanos. En 1851 Ancízar elogia la opulencia de su
comercio y en 1864 el Dr. Camacho Roldan la distingue
como término de comparación entre las demás ciudades
colombianas.
«No hay un solo Estado de la República que no pueda
producir grandes cantidades de café, y cambiar su as­
pecto social en pocos años, como lo ha hecho San José
de Cúcuta, que gracias al café, tiene una población labo­
riosa, acomodada, progresista y una ciudad que es ya el
primer centro de comercio en el Norte de la República».
El pasto Para se llamó al principio Yerba Páez, por ser
este procer quien primero lo introdujo en Venezuela. Con
este nombre se conoció aquí por la mano del acaudalado
propietario D. Vicente Galvis, víctima del terremoto de
1875. La introducción, pues, de esta yerba es relativamen­
te reciente, pero no aminora ello la gloria de sus prime­
ros cultivadores.
«El que trajo a estas regiones el pasto de Guinea mere­
ce una estatua levantada en el cerro de Guacaná, tan
alta como la de la Libertad en Nueva York, y que ilumi­
nada por la noche, sea contemplada en toda la extensión
del territorio que él hizo productivo, desarrollando una
inmensa riqueza», dice con frase elegante y justiciera
D. Medardo Rivas en su interesante libro Los Trabajado­
res de Tierra Caliente, y más adelante agrega:
«Se dice que durante el gobierno del General Santan­
der, éste hizo venir algunas matas que, como curiosidad,
regaló a los agricultores».
Nada de extraño tiene que el ilustre hombre de Estado,
nacido en estos valles, se preocupase también por su
riqueza y que al través de sus complicadas labores de
gobernante, lo enviara a sus conterráneos, como dádiva
prometedora de abundancia, para que creciese enhiesto
en nuestros lozanos prados, que engordan la hosca grey
vacuna y alimentan la alborotada grey mular.
1912.

229
EL CAPUCHINO REALISTA

El Misionero entre los Motilones. Sus opiniones realistas.


Aventuras en el río Zulia. Afiliado a una ccnspiracio^ En
nresencia de Bolívar. Su extrañamiento a Tunja. tenaz
predicador en los temblores de 1814. Prisionero en el
ejército patriota. Su cautiverio en Bogotá.

En el año de 1810 discurría en misión catequística por


Las inmediaciones de la pequeña villa de Cúcuta el pad^®
Fray Pedro Corella, Capuchino, que había venido de
Cumaná y establecídose aquí en la evangelizaron de
Los indios Motilones, desde mucho tiempo antes ^iciada
por estos religiosos, y para 1799 dirigida por Fray And
de los Arcos, Comisario de la Misión de Capuchinos d
Navarra quien rindió un informe sobre el dificultoso
desarrollo de tan civilizadora obra, al Ministro de Estado
de S. Majestad Católica.1
Allí, internada en la espléndida floresta, sobre el mus­
goso tronco que cubrió con su red la caprichosa, enreda­
dera, levantaba una cruz los brazos, tratando de rendir
bajo su sombra las renuencias y esquiveces de una tribu
bravia. Allí también, bajo el palio multicromo de una
naturaleza virgen, en la playa de un río o en medio del
follaje del jardín selvático, ofrecía el fraile Capuchino
el Santo Sacrificio, teniendo por incienso el Perfume de
las agrestes flores y por tañido de campanas el retumbo
(C olección de
1) D o cu m en to s p a r a la v id a p ú b lic a d e l L ib e rta d o r.
Jo s é F é lix B la n c o ). T . I. P á g s 450 a 460.

231
del trueno, eterna y ronca música de aquella región. Las
márgenes del Catatumbo y del Zulia le vieron muchas
veces con su cayado de peregrino predicar la palabra del
Evangelio en aquellas soledades, a donde se había refu­
giado una raza altiva e independiente, despojada de sus
dominios de aquende el Pamplonita desde dos siglos
atrás.
Exagerado realista, sufrió el padre Corella un gran gol­
pe cuando tuvo noticia del pronunciamiento de Pamplona
el 4 de julio de 1810, y parece que desde entonces, al
mismo tiempo que trabajaba por la reducción de los
indígenas, lo hacía también por la causa de sus convic­
ciones: su inquieto temperamento y la ojeriza con que
miraba a los patriotas le hicieron correr vida de aventu­
ras por estos lugares. En aquel año, en que Cúcuta estaba
ocupada por los patriotas de Pamplona, fue perseguido
sin duda a causa de sus manifiestas antipatías a la causa
republicana. El antiguo poema titulado Santa Fe Cau­
tiv a,1 escrito en 1816, por el Dr. José A. Torres y Peña,
eclesiástico realista, da curiosísimos pormenores acerca
del incidente que venimos refiriendo: «Un malvado •—ob­
serva este escritor en una nota marginal— disparó al
padre un trabucazo, y herido por un negro de la misión,
cayó al río, donde el padre se había metido para librarse
y acogerse a una canoa. Aquí le descargó otro golpe coni)
i) R e c ie n te m e n te h a sido p u b lic a d o este p oem a, ju n to co n o tra s dos
p iezas h istó ric a s, e n e l p r im e r v o lu m e n de la B ib lio te c a de H isto ria
N acio n al, b a jo el títu lo d e La P atria B oba. A c o n tin u a c ió n a p u n ta m o s
alg u n o s d ato s d e s u a u to r : F u e e l d o c to r T o rre s y P e ñ a d u r a n te m u c h o
tie m p o c u ra d e N em o có n y T abio. E ra h o m b re in s tru id o , e x c e le n te p r e ­
d ic a d o r, e s c rito r y p o e ta , o p o sito r fu rio so a la in d e p e n d e n c ia d e N u ev a
G ra n a d a . S us aficio n es le h ic ie ro n o fre n d a r a la ca u sa r e a lis ta a q u e l
p o em a, d e s b o rd a d a m e n te a p a sio n a d o y v e h e m e n te , re c a le n ta d o p o r la
a tm ó sfe ra c a ld e a n te d e l m ed io en q u e e s c rib ía . S in em b arg o , aq u e lla s
p á g in a s q u e f u e ro n e s c rita s a ra íz de los sucesos y b a jo la fid e lid a d de
im p re sio n e s q u e d e ja b a la o b se rv ac ió n c e rc a n a , h a n sido p u b lic a d a s p o r
su in d isc u tib le im p o rta n c ia h istó ric a , com o q u e c o n tie n e n m u ch o s d a to s
a c e rc a d e la to m a d e B o g o tá e n 1814, de los fu sila d o s e n H o n d a e n 1815,
y o tro s d e ta lle s c o m p le ta m e n te ig n o ra d o s h a s ta hoy, cu y a n o tic ia n o s h a
se rv id o p a r a e s c rib ir el p re s e n te a rtíc u lo . L ite ra ria m e n te , c o n c e p tú a el
d o c to r E d u a rd o P o sad a , e le g a n te p ro lo g u is ta d e La P atria Boba: «la
v e rsific a c ió n d e e s te p o em a, es e n lo g e n e ra l b u e n a . T o d as la s re g la s
d e la r e tó ric a d e s u tie m p o e s tá n lle n a d a s , y si a la lu z d e la m o d e rn a
e s té tic a n o tie n e n su s v e rso s el v a lo r de la s cre a c io n e s a rtís tic a s , es de
lo m e jo r q u e e n g a y a cie n c ia n o s h a v e n id o d e s u época». P o r p r im e ra
v ez sa le a la lu z e s ta p ieza, d e sp u é s de casi u n siglo de p e rm a n e c e r
o lv id ad a.

232
el arma que llevaba». Aconteció esto en el río Zulia y
poco faltó para que aquí terminara la vida del sacerdote.
Herido y contuso, se apiadó de él el patrón de una canoa
que navegaba hacia Encontrados, de donde le fue fácil
viajar a la ciudad de Maracaibo, que fuera por lo pronto
su anhelado refugio. De allí tornó nuevamente a Cúcuta,
no ya entristecido y mohíno sino henchido de jubilo y
colmado de halagadoras esperanzas, poco después del
triunfo de Correa sobre los patriotas pamploneses en San
Antonio del Táchira, el 13 de junio de 1812.
El autor prenombrado da otros pormenores acerca del
viaje:
«En su misión primero acometido
cinco balas le hieren sin rendirlo,
( aunque en el Zulia luego sumergido
el agresor de nuevo vuelve a herirlo.
1 Aunque tarde en el río socorrido,
su curso emprende con valor seguirlo,
y a Maracaibo arriba con presteza
el hombre herido y rota la cabeza.
Sin extraerle las balas se le cura
y se vuelve a su amada reducción
que de riesgos juzgaba ya segura,
cuando el tiempo le ofrece la sazón.
Mas Cúcuta invadido, ya no dura
la quietud, y la osada rebelión
con sacrilegios el delito sella
asaltando al pacífico Corella».
Como se ve, pues, aquí estuvo desde junio de 1812 en
que Correa ocupó estos valles hasta febrero de 1813 en que
fue desalojado de ellos. Terrible fue el dolor del Capu­
chino al ver entrar triunfante a Bolívar el 28 de febrero,
Domingo de Carnestolendas, poco después de que el aca­
baba de decir su misa, en la humilde capilla del Cucuta
de entonces. Mas no fue tanto el dolor que alcanzase a
disminuir sus bríos: con mayor ahínco que antes, espo­
leado ahora por las dificultades mismas, comenzó nue­
vamente a trabajar en contra de los libertadores y fue
de los que alentaron con su palabra y su autoridad a los
conspiradores peninsulares de 1813, que quisieron asaltar
el cuartel de San José de Cúcuta, operación que se frus­
tró por el oportuno denuncio que dio uno de ellos. Esta

233
conspiración debía estallar en los primeros días de abril
de aquel año. El 11 de este mes, Domingo de Ramos,
cuando las gentes pasaban con las tradicionales palmas,
cuyo verdor hace flotar reminiscencias del secular aroma
de Getsemaní, una escolta de soldados conducía preso al
padre Corella, cuyo escondite había sido descubierto en
San José de las Palmas, aldehuela situada a la banda
oriental del río Zulia. «El padre Corella, dice el historia­
dor Groot —según la Gaceta— (de 24 de junio de 1813)
se había fugado de la prisión, mas luego se le volvió
a capturar, y habiéndosele tomado declaración, reveló
toda la conspiración».1
Traído a presencia del General Bolívar, pudo ver éste
que bajo el tosco sayal que cubriera al Capuchino, se
escondían los pantalones de un hombre de fibra y de
energía; y habiendo llegado a sus oídos noticias relativas
al carácter apasionado y emprendedor del sacerdote, a la
vez que encontrando justificadas estas noticias, con la
participación que tomara en el fracasado movimiento,
dispuso enviarlo a Tunja para alejar de su lado un ele­
mento que podía sin duda entorpecer con su influencia
los planes militares.
En la mañana del 9 de mayo, salió el padre Corella de
Cúcuta, acompañado desde lejos por las simpatías de los
realistas que no se atrevieron a presenciar su partida.
Ningún temor revelaban las severas líneas de su fisono­
mía: pareciera que marchaba al teatro de sus predica­
ciones, si la cruz del misionero no hubiese sido
remplazada por un viejo morral de peregrino que hacía
doblegar un poco más sus bien fornidos hombros.
Sus conductores guardaban el documento del General
Bolívar en que acreditaba al prisionero como «enemigo
de la Causa de América». Helo aquí:
«Excelentísimo señor:
Consecuente a lo que V. E. se sirve ordenar a.l mayor y
comandante interino de este cuartel, por mi ausencia, en
oficio de 27 de abril, sobre que ponga a disposición del
Tribunal de Justicia de la provincia, la persona del reli­
gioso Fray Pedro Corella, aprehendido en el pueblo de

i) H isto ria C iv il y E clesiástic a d e N u e v a G ra n a d a . T. III. 342.

234
San José de las Palmas, y conducido aquí como enemigo
de la Causa de la América, he verificado la remisión del
conocimiento de su causa a otro tribunal, por oficio de
esta fecha, encargándole la mayor vigilancia y legalidad
posibles en su seguimiento, y acompañando todos los pa­
peles que se le tomaron, y los más que se han encontrado
relativos a su conducta anterior.
Dios guarde a V. E. muchos años.
Cuartel General de Cúcuta, mayo 9 de 1813.
Simón Bolívar
Al Gobierno de la Unión». 1
Llegó, pues, a la ciudad donde estaba reunido el Con­
greso, el cual le señaló por prisión el Convento de San
Agustín, para que en el silencio de sus claustros expiase
encerrado su adhesión a la causa del Rey Fernando.12
Era el padre de ingenio epigramático y de una locuela
fácil y humorística, que le rodeaba de cierto prestigio
entre sus cofrades y que le atraía las simpatías del pue­
blo, con quien él se franqueaba y familiarizaba, buscan­
do, previsor o incauto, el apoyo no siempre seguro de la
multitud. Hay noticia de que en su viaje a Tunja, él mis­
mo disminuía sus penas, ensayando describir en verso los
padecimientos y peripecias de la peregrinación. El poeta
realista dice:
«Todo lo sufre con igual constancia
y su carácter firme aunque festivo
ha sabido poner en consonancia
del valor y el agrado lo expresivo».

1) «D o cu m en to s p a r a la v id a p ú b lic a d e l L ib e rta d o r» . T. IV., P á g . 589.


2) T o rre s y P e ñ a n ie g a r o tu n d a m e n te q u e el p a d r e C o rella h u b ie se
to m a d o p a r t e e n e s ta co n sp ira c ió n . L é a se la sig u ie n te e s tro fa :
«U n in ic u o p ro c e so h a b ía fo rm a d o / t a n e n c o n a d a y cieg a la m a lic ia /
q u e sólo le r e s u lta b ie n p r o b a d o / d e los in tru s o s ju e c e s la in ju s tic ia ./ P o r
m á s q u e la fic c ió n se h a b ía e m p e ñ a d o / e n f ig u ra r lo reo , n i n o tic ia / de
a p a r e n te d e lito p u d o h a lla r s e / d e q u e in d ic io s lle g a r a n a p r o b a rs e » / y
le p o sp o n e e s ta n o ta : «He le íd o e s te p ro ceso , q u e o rig in a l se c o n s e rv a e n
e s ta c a p ita l, e n q u e se n o ta el m alicio so e m p e ñ o d e a c h a c a r al p a d re
C o re lla a lg ú n s u p u e sto d e lito y la im p o sib ilid a d d e h allarlo » . C on to d o ,
e l te s tim o n io d e lo s h is to ria d o re s c o n tra d ic e e s ta a se v e ra c ió n , n o m u y
v e ro sím il, a te n d id o e l e x a lta d o e in q u ie to e s p íritu d e l C a p u ch in o . E llo
es q u e y a e n T u n ja se h a b ía o lv id a d o al c o n s p ira d o r de 1813, c u a n d o u n
in c id e n te , q u e re fe rir e m o s a d e la n te , v in o a r e fr e s c a r s u re c u e rd o , r e v i­
v ie n d o e l re sc o ld o d e o lv id ad o s ag rav io s.

235
Cerca de dieciocho meses permaneció el Capuchino en
el Convento de San Agustín, siempre preocupado con sus
deseos de ganar adeptos para la causa de España, hasta
que una feliz oportunidad pareció ofrecer ancho campo
al cumplimiento de aquellos. En efecto, con motivo de
los fuertes temblores de tierra que hubo a mediados de
noviembre de 1814, el padre Corella pronunció un ser­
món en contra de las ideas de independencia, imitando
el ejemplo de los predicadores de Caracas, cuando el
cataclismo del Jueves Santo del año 12.
Aquel sermón, sorpresa de sus cofrades, pánico del
pueblo y desagrado del Congreso, fue por decirlo así, la
sentencia de muerte del exaltado Capuchino. El Go­
bierno Federal de Tunja, o mejor dicho, D. Camilo To­
rres, que era el alma de aquel Cuerpo, había llamado
urgente y reservadamente a Urdaneta, que por entonces
entraba a los valles de Cúcuta (1*? de octubre de 1814)
con los derrotados de la acción de Mucuchíes; Urdaneta
se unió con Bolívar en Pamplona y ambos siguieron a
Tunja a ponerse a las órdenes del Congreso Granadino.
Mientras tanto, el padre Corella ya había sido preso y
se estudiaba el modo de castigar su reincidencia.
Bolívar y Urdaneta emprendieron la campaña de Bo­
gotá, donde se sostenían los centralistas al mando del
buen D. Manuel Bernardo Alvarez, a quien Nariño había
dejado provisionalmente encargado del Gobierno, con
motivo de su campaña al sur. En uno de los batallones
que venían con la expedición, estaba el padre Corella
no ya haciendo las veces de capellán, respetado y querido
del ejército, sino como prisionero de guerra, custodiado
por las armas republicanas. Mas nunca le afligiera su
condición de cautivo, porque su eterna jovialidad ahu­
yentaba su propia tristeza y la de sus compañeros de
infortunio, que lo eran D. Pedro Bujanda, 1D. José Zapa­
tero y D. Emeterio Bernal, caballeros realistas, traídos
también de Tunja en medio de aquellas fuerzas.
i) A este esp añ o l. D. P e d ro B u ja n d a (o B u fa n d a , com o e s c rib e n o tro s),
p e rte n e c ía la h a c ie n d a d e «H ato G ran d e» , sita e n ju ris d ic c ió n d e Z ip a -
q u irá , a d ju d ic a d a p o r e l L ib e rta d o r al G e n e ra l S a n ta n d e r, e n re c o m p e n sa
d e su s se rv icio s a la R e p ú b lica . (O ’L e a ry . C orrespondencia de Santander.
P á g . 410).

236
Cuando la ciudad de Bogotá fue ocupada por el General
Bolívar el 12 de diciembre de aquel año, en virtud de las
capitulaciones aceptadas por el dictador Alvarez el pa­
dre Corella se encontró preso en uno de los cuarteles de
la capital. Al amanecer del 13, se despertó sobresaltado
a los alegres toques de corneta del ejército vencedor, que
se le antojaron ser, en el estado lastimoso en que se
hallaba, los ecos sordos de algún funeral De profundis.

II

Expedición de Bolívar a Cartagena. El padre Corella en


el batallón La Guaira. En el camino de Guaduas. Enfermo
en la cárcel de Honda. Condenado al último suplicio por
el gobernador de Mariquita. La tragedia de su muerte.
Sus funerales en la capital.
* * *

Poco a poco fueron despachados para Honda, de don­


de debían seguir a la expedición a Cartagena, los bata­
llones de Bolívar, Socorro, Valencia, Artilleros, Dragones,
Cazadores, Auxiliares o Defensores de la Patria y Nacio­
nales, estos dos últimos formados con muchos milicianos
de los que habían servido a órdenes del dictador Alvarez,
y se acogían ahora bajo las banderas del triunfador, bien
que es cierto que algunos lo hicieran más por forzado
sometimiento que por espontánea simpatía.
El batallón Barlovento fue dirigido a Tunja, y Bolívar
se reservó La Guaira para salir el 24 de enero. No iba el
célebre caudillo con el porte altanero y marcial que se
le había visto en otras ocasiones: con la frente inclinada
y el mirar melancólico pensaba con tristeza que los lau­
reles conquistados en la toma de Bogotá más punzaban
sus sienes de filósofo que exornaban su frente de soldado;
habíalos obtenido en contienda porfiada de hermanos y
no peleando contra los disciplinados tercios de Castilla.
Esta consideración oprimía su pensamiento de águila y
ensombrecía su espíritu de atleta, hecho a saborear las
fiebres y delirios del triunfo delante del antiguo adversa­
rio, aquellas huestes formidables y esforzadas, que le

237
equilibraran la lid y le enaltecieran la victoria. Pensaba,
pues, olvidar los lauros que llevaba y remplazarlos con
otros más gloriosos, dentro del amurallado circuito de
Cartagena heroica, hacia donde se dirigía como General
en Jefe de un brillante ejército expedicionario.
Custodiaba el batallón La Guaira cerca de cincuenta
prisioneros españoles, entre los cuales iba nuestro asen­
dereado Capuchino, acompañado de los tres copartida-
rios con quienes había venido de Tunja, y del padre
Serafín Caudete, su hermano en la Orden. Iban también
otras personas importantes, como D. Ramón de la In-
fiesta y de Valdez, acaudalado comerciante, D. Gregorio
Martínez de Portillo, que había ocupado altos puestos en
1808, los hermanos Primo y Tirso González, D. José María
Márquez y D. José Trillo, que tenían, al decir irónico de
Torres y Peña, «el mayor enemigo en sus caudales» y diez
religiosos franciscanos que Cabal había expulsado de
Popayán y enviado a Bogotá y que el Gobierno destinaba
a las prisiones de Mariquita y Mompox.
La circunstancia advertida por Caballero de que en la
defensa de Bogotá «no quedó español que no cogiese las
armas, por viejo o inválido que estuviese»1 influyó se­
guramente en el ánimo del Gobierno para deportar tan ­
tos prisioneros, predisponiéndolo contra éstos; no tan
sólo por sus opiniones realistas, sino por el papel que
hubieran desempeñado en la lucha civil brindando su
ayuda a los centralistas, de que en el país había sido re­
presentante el General Nariño.
En el camino de Guaduas a Honda, tocó a los prisione­
ros españoles presenciar un espectáculo doloroso y cruel:
el capitán Francisco Alcántara, dando por razón que se
le habían cansado, hizo ultimar a dieciséis infelices,
sujetos humildes e insgnificantes, muchos de los cuales
sólo habían cometido el delito de pertenecer a las fuer­
zas centralistas en la defensa de Bogotá.
Tiembla la lira del poeta realista al describir aquella
escena, y con valiente expresión a que da pábulo el senti­
miento herido pinta la lúgubre tragedia:
i) L a P atria Boba. D iario d e Jo s é M a ría C a b a lle ro . P á g . 296.

238
«Allí la infiel cuchilla silenciosa
hiere, corta, penetra, despedaza,
y la perfidia fiera y alevosa
ni en el eco descubre la amenaza.
Hacia adelante corre presurosa
y la traición de nuevo les disfraza,
porque sin ella tan atroz no fuera
la m uerte como el bárbaro quisiera.
Pero luego que a todos los despoja
la carnicera tropa, se apresura
y cual manada ham brienta así se arroja
sobre las vidas que agotar procura.
Tan repentina quieren que les coja
la m uerte fiera, que cada uno apura
su atroz destreza repitiendo heridas,
para cabar más presto aquellas vidas.
Desnudos los cadáveres expone
a la vista en los árboles atados,
y en el camino público dispone
dejarlos insepultos y afrentados.
La impiedad su espectáculo propone
cuando los miembros brinda ensangrentados,
para pasto a las aves carniceras
o al diente hambriento de las bestias fieras».

Estremeciéronse los prisioneros de espanto, y al con­


templar aquellos cadáveres, pendientes de los árboles del
camino, columpiados por el viento y sombríamente ilu­
minados por la luz acre del sol, les faltó el ánimo y en el
desmayo del corazón acobardado, pensaron con angus­
tiosa certidumbre que correrían la misma suerte, ellos,
que sí eran personas de encumbrada posición y vali­
miento.
Así al salir del pueblo de Guaduas, los prisioneros espa­
ñoles iban cabizbajos, pensando en lo que habían visto y
temerosos de lo que les pudiera sobrevenir...
El padre Corella, a consecuencia de las fatigas del
viaje, llegó enfermo a Honda y hubo de ser conducido al
hospital; pero no se tuvo compasión de sus dolencias
ni respeto a su condición de sacerdote. Se le trasladó a
la prisión, en donde pudo encontrar a sus compañeros
de infortunio, que a la sazón lo eran: D. Ramón Infiesta,
D. Gregorio Martínez, D. Bartolomé Fernández, D. Juan

239
Calvo, D. Francisco Serrano, D. Joaquín Gómez, D. José
Zapatero y D. Emeterio Bernal. Más infortunados éstos
que los demás prisioneros (que habían sido trasladados
a Mariquita y a Mompox) fueron juzgados militarmente,
declarados «enemigos acérrimos de la independencia» y
condenados a muerte por el Gobernador de Mariquita,
León Armero, que a la sazón había ido a Honda a encon­
trarse con el ejército expedicionario.
Torres y Peña refiere que el General Bolívar visitó en
la cárcel al padre Corella y aún dice que levantó su sable
centra el clérigo,1 pero no resiste la nobleza del Liberta­
dor cargo tan apasionado, que sólo es explicable al
considerar la repugnancia y aversión con que el escritor
realista miraba la obra de la independencia, personifi­
cada en la figura de su principal caudillo. Bolívar había
conocido, como se ha visto, al Capuchino en 1813 en
Cúcuta, y fue a visitarle por natural impulso de cortesía.
No sabemos qué pasara en aquella entrevista, pero su
resultado fue que quedó en pie la firmeza del religioso y
que las esperanzas del Libertador vinieron a tierra, pues
acaso él le propuso para salvarle la vida, alguna condi­
ción, que no fue aceptada por el misionero.
Al salir de allí, Bolívar le envió un capellán para que
le confesase, pero el Capuchino no lo acogió con benevo­
lencia, antes lo recibió con desdeñosa frialdad, sólo por
ser capellán del ejército republicano.2 Exigió que se le
enviara otro sacerdote y en efecto, se le complació en
sus deseos, permitiendo que el padre franciscano Fray
José Zurita fuera a darle los últimos auxilios, en compa­
ñía del cura de Honda, D. Alejo Castro, y del de Amba-
lema, D. Miguel García, que también estaba allí con­
finado por sus opiniones realistas.
1) P o r c u rio sid a d co p iam o s esta e s tro fa :
« P ero el tira n o v a com o im p ru d e n te / a la s cá rc e le s d e H o n d a, e n q u e
p ro v o c a / con h o r rib le c a lu m n ia a l in o c e n te / y co n e l sa b le c rim in a l lo
to c a ./ E l s a c e rd o te in v ic to lo d e s m ie n te ,/ y B o lív a r esc u c h a d e su b o c a /
re c o n v e n c ió n t a n c u e rd a q u e a llí m i r a / d e s c u b ie rta d e l to d o su m e n tira » .
2 ) «Se r e tir a el tira n o y e n m u d e c e / y u n c a p e llá n a p ó s ta ta le e n v ía ,/
p o rq u e ciego el sa c rile g o a p e te c e / q u e c u b ra su p ie d a d la h ip o c r e s ía ./ Al
d ig n o s a c e rd o te in d ig n o o f re c e / ir re g u la r a u x ilio e n su a g o n ía ,/ y el
m isio n e ro firm e lo d e s e c h a / p o rq u e b u sc a e l q u e a to d o s ap ro v ech a» .
(A p ó statas lla m a T o rre s y P e ñ a a los clérig o s q u e v e n ía n e n e l e j é r ­
cito re p u b lic a n o ).

240
Cuatro fueron los fusilados primero: Infiesta, Martínez,
Bernal y Zapatero. El padre Corella y los otros cuatro
presenciaron el fusilamiento de sus compatriotas y el
eco de las mortíferas descargas sonó en sus corazones
como la última campanada del cuadrante que marcara
las pulsaciones de su vida.
Era el 30 de enero de 1815. La víspera de ese día, sin
duda por efecto de un fenómeno celeste, oportuno para
la difusión del temor, la luna apareció en el horizonte
como un gran globo de fuego, circuida de resplandores
de escarlata, que parecían bañar de ígnea claridad las
calles de Honda; y el día de los fusilamientos, el sol
mostraba una coloración, sangrienta, que las gentes in­
terpretaron precursora de la trágica escena. Allá a lo
lejos el Magdalena mecía la enrojecida titilación del as­
tro, y las ondas del Gualí recogían su constante parpa­
deo, tiñendo de púrpura las transparencias de su manso
lomo.1
Espectáculo doloroso: ya habían caído, atravesados por
las balas republicanas, los otros cuatro compañeros,
Fernández, Calvo, Serrano y Gómez. El padre Corella
estaba ahí, oyó las detonaciones sombrías, miró los cadá­
veres de sus amigos, y con el último aleteo de aquellas
vidas que se iban, sintió que una gran lágrima de com­
pasión quemaba sus párpados dolientes pero no alcanzaba
a humedecer sus ojos marchitos. Resignó su entristecido
espíritu y se dispuso a escuchar con silenciosa conformi­
dad los consuelos que le ofrecía en aquella hora solemne
el clérigo que lo acompañaba. Resonaron las salvas y
extendiendo los brazos en forma de cruz, tuvo aún tiem-
i) E l e s c rito r r e a lis ta a n o ta e s ta c o in c id e n c ia :
«Al h o r r o r lo in se n sib le se co n m u ev e,
y la n a tu r a le z a m ism a llo ra
e l d ía d e q u e a b u s a m a n o alev e,
in ju ria n d o s a c rile g a s u a u ro ra .
E n s u disco la lu z y el so l em b eb e,
y a la lu n a co n e lla n o la d o ra ;
u n a y o tr a lu m b re ra e n s a n g re n ta d a
a l p o n e rs e so b re H o n d a f u e o b se rv ad a » .
Y la c o n firm a co n u n a s te ris c o : «H onda q u e d a a l P o n ie n te d e S a n ta F e ,
y e n lo s d ía s 29 y 30 d e e n e ro a p a re c ie ro n e l so l y la lu n a d e co lo r
s a n g rie n to , e n su ocaso, p u d ié n d o s e o b se rv a r, p o r e s ta r el tie m p o c laro
y se re n o , y n o o fe n d e r e l sol la v is ta co n l a v ib ra c ió n d e su s ra y o s p o r
la s o m b ra q u e te n ía in te r p u e s ta . E l 30 fu e e l d ia d e lo s asesin ato s» .

241
po de murmurar una oración. Por fin una bala le hirió
en el pecho y cayó su cuerpo sobre el suelo, salpicado aún
con la sangre de sus compañeros.
Mas no paró aquí el siniestro suceso: un salvaje, repleto
de odio, se inclinó sobre el cadáver, todavía caliente, y
hendió su cabeza, tajándola en dos partes y violando
con el filo del machete aleve la venerable tonsura, cuya
lívida palidez formaba contraste con la negrura de los
cabellos que la circundaban. Refieren que el que ejecutó
acto tan villano perdió el movimiento en el brazo agre­
sor y murió paralítico pocos días después.
«Mas su castigo allí no más tuvieron
los arrojos del impío que baldona
al religioso muerto, que al momento
del brazo pierde acción y movimiento».
Tal fue el trágico fin de aquel sacerdote Capuchino,
cuya palabra que resonó en días lejanos dentro del sen­
cillo templo donde oraron las primeras generaciones
cucuteñas, fue muchas veces escuchada con asombro
por las tribus hurañas, a quienes el sable conquistador
expulsó a la opulenta selva que riega el Catatumbo. Mi­
sionero audaz, perseverante y benemérito, su nombre
tiene derecho a una página de honor en los anales cucu-
teños, por sus abnegados esfuerzos en pro de la civiliza­
ción de los indígenas de esta comarca.
El 27 de enero de 1819 bajo el gobierno de D. Juan
Sámano,1 se exhumaron en Honda los restos del padre
Corella y de sus compañeros. El 28 se les hicieron pom­
posos funerales en la Iglesia del Carmen de aquella ciu­
dad, en donde quedaron nuevamente sepultadas las ceni­
zas del Capuchino. En aquella ceremonia, a la que el
espíritu de partido revestía de rumbosa solemnidad, el
padre Joaquín Pichó, su compañero de prisión en 1815,
pronunció su elogio fúnebre, ante un auditorio apasio­
nado, que se complacía en desagraviar así la memoria
del desgraciado religioso.
1907.i)

i) G ro o t. T. III, 464.

242
BOLIVAR Y LA POESIA

.. . Entre nosotros ser poeta es cosa


bastante común. Toda aquella tierra
de América ha vivido en un vasto en­
sueño. El bosque, los grandes ríos, o
las pampas y llanos, las guerras y el
trópico amoroso, han hecho hablar a
muchas gentes en verso. Por todas p ar­
tes ha habido pensadores, improvisa­
dores, hombres dotados del don del rit­
mo verbal. La guitarra ha sido una
buena compañera desde los tiempos de
España. El verso, una cosa usual para
penas, alegrías, entusiasmos y odios.
—En tal caso, para ustedes como pa­
ra nosotros, los poetas resultan poco
útiles. ¿Puede usted darme algunos
nombres de poetas de la-bas?
—Simón Bolívar, José Martí, Joaquín
Casasús.
—¿Bolívar hizo versos?
—¡Cómo si los hiciera!
Rubén Darío
:|c H*

Sin duda, no conocía el escritor nicaragüense los ver­


sos que se conservan del Libertador, aunque da por sen­
tado que, hijo del trópico y familiarizado con la fastuosa
naturaleza del continente, hubiese podido haberlos he­
cho sin apreturas ni dificultades. La apreciación de Darío
resulta, pues, exacta y acreditada por comprobantes his­
tóricos. Bolívar hizo versos, hízolos tristes, jocosos, y al­
guna vez quiso hacerlos épicos. Pero no le ayudaba la
inspiración poética propiamente dicha: siendo para el

243
combate Aquiles, no era para el canto Homero, y se con­
formaba con el oráculo de su destino, de ser uno de los
ilustres Capitanes de la Historia, sin imitar a Federico
el Grande, de quien observa Macaulay, tenía la manía de
versificar y de disputar con Voltaire sobre rimas, metros
y acentos prosódicos. Bolívar no debía tener el don, tan
común a todos sus compatriotas americanos, de hacer
trovas ni endechas, coplas ni cantinelas. Hubiérale teni­
do y habríase descabalado alguna de las múltiples y po­
derosas facultades de su cerebro. El que como guerrero
era prodigioso, eminentísimo como estadista, y como ora­
dor insuperable, había de ser, por obra de una elemental
justicia distributiva, deslucido como versificador. Aque­
llos tres dones, desplegados por su espíritu con extraordi­
naria gallardía, en el campamento, el bufete y la tribuna
absorbían por completo la plenitud de su mentalidad; no
tuvo ni tiempo ni disposición para ser cantor; tan sólo
dejó una ilustre figura para ser cantada.

LOS JUGUETES POETICOS

Pero, acaso en algunas ocasiones, sin dar de mano al


tráfago de sus deberes, en medio de los variadísimos
asuntos que diariamente le tocaba resolver, buscaba ocios
y ratos de buen humor para distraer las inquietudes de
su espíritu. En uno de éstos, plugo a su antojo rimar al­
gunas líneas.
Fue en San José de Cúcuta precisamente en donde Bo­
lívar hizo su primer ensayo métrico. Después del triunfo
sobre el General Correa, sosegado un poco el ánimo, in­
tentó templar el laúd. Probablemente quiso encomiar el
valor de sus soldados en aquella victoria, y escribió un
soneto, que jamás se publicó, del cual sólo se conoce el
principio:
«¡Compañeros que liga santa audacia,
que en busca del suplicio o la victoria
aún" más terribles sois en la desgracia!
el peligro mayor es vuestra gloria».
Desgraciadamente, se perdieron el segundo cuarteto y
los dos terceros finales. D. Miguel A. Caro, de quien to­
mamos el dato, dice que Bolívar compuso este soneto en

244
Cúcuta, y transcribe la estrofa anterior, para contrade­
cir una lisonja epistolar de Olmedo para Bolívar. En
1825, nombrado embajador de Colombia en Londres, es­
cribía el poeta al soldado, antes de su partida: «Siempre
he dicho yo que usted tiene una imaginación singular;
y que si se aplicara usted a hacer versos excederla a Pín-
daro y a Osián. Las imaginaciones ardientes encuentran
relaciones con los objetos más diversos entre sí; y sólo
usted pudiera hallar la relación entre un poeta que can­
ta con su flauta a orillas de su río, y entre un ministro
que representa una nación en las cortes de los Reyes».
El eminente crítico glosa: «Bolívar tenía el don de la pa­
labra, y a nadie cede como orador militar. Prendado de
su elocuencia y por ella subyugado, escribíale Olmedo:
Siempre he dicho yo que usted tiene una imaginación
singular y que si se aplicase usted a hacer versos, exce­
dería a Píndaro y a Osián. Erraba Olmedo en esta in­
ducción; porque Bolívar, que conocía el secreto de la
frase numerosa, y que escribiendo en prosa remedaba la
armonía poética, no recibió de la naturaleza el talento
de versificar: fenómeno que, antes que en Bolívar, vemos
ya realizado en el príncipe de la literatura española».1
Quién sabe qué fundamento tuvo el eminente hablista
colombiano para asegurar que aquella estrofa era el co­
mienzo de un soneto; es obvio, sí, que después de ella
habrían de seguir otras, a menos que, abandonado y dis­
plicente el autor, rompiese aquí la lira del vate, no sién­
dole exorable el numen apolíneo. De todos modos, estos
versos, publicados en 1879, fueron los primeros que se co­
nocieron como del Libertador, y es probable que sus con­
temporáneos apenas hubiesen oído hablar de ellos.
En 1881, en el tomo XIII de las Memorias del General
O’Leary, se publicó el siguiente documento, que es a la
vez nota oficial y cariñosa carta de condolencia:
«Ciudadano Comandante de Mérida:
Tengo el honor de dirigir a U. el adjunto boletín, por
el cual se informará U. de la gloriosa acción de Barquisi-
meto, dada por el Coronel Ribas, que a la cabeza de los
valerosos meridanos, ha ganado a los tiranos.
i) O lm edo. M. A. C aro. (R e p e rto rio C olom biano, Vol. II—455).

245
El joven héroe que tan gloriosamente ha derramado su
sangre en el campo de batalla, no ha muerto ni se teme
que muera; pero si cesase de existir, vivirá siempre en los
corazones de sus reconocidos conciudadanos, y será eter­
no en los fastos de Venezuela, cubriendo de honor el
nombre de Picón.
Y tú, padre, que exhalas suspiros
al perder el objeto más tierno,
interrumpe tu llanto, y recuerda
que el amor a la Patria es primero.

Estos son los sentimientos que deben animar a todo


republicano, que no tiene más padres ni más hijos que su
libertad y su país.
Yo congratulo a U. por la honra que refluye sobre su
familia con las acciones de su ilustre hijo.
Dios guarde a U.—Cuartel General de Araure, julio 25
de 1813.
Simón Bolívar»

Escribió Bolívar la anterior estrofa, quizás para lison­


jear el orgullo paterno de aquel a quien iba dirigida. Don
Antonio Ignacio Rodríguez Picón, distinguido patricio
de Venezuela y Comandante de Armas del Estado Mérida,
cuyo hijo, Don Gabriel Picón, fue herido gravemente en
el combate de Los Horcones, cerca a Barquisimeto, que
tuvo lugar el 22 de julio de 1813. No se alcanza a com­
prender, sin embargo, cómo un hombre, tan cuidadoso
de su correspondencia como el Libertador, tuviese el ca­
pricho de introducir en una carta necrológica particular,
aquellos renglones rimados con ligero donaire, los cuales
en verdad, sólo pueden justificarse con los vínculos de
amistad y acendrado cariño que ligaban al autor con el
patriota merideño.
Conviene aquí consignar que, hace pocos meses, en un
certamen de producciones poéticas, promovido en la ciu­
dad de Mérida para adoptar el Himno del Estado, obtuvo
el primer premio una composición del señor Antonio Fe-
bres-Cordero, que trae entre sus estrofas las siguientes:

246
¿Qué alabanza al honor de sus hijos
qué alabanza más grande en la tierra:
ser cantados del Héroe que guía
con su espada de fuego la guerra?
Recordemos que el mismo Bolívar
con gloriosas palabras los llama,
cuando dicta los partes del triunfo,
y en sus únicos versos exclama:
«Y tú, padre, que exhalas suspiros
al perder el objeto más tierno,
interrumpe tu llanto, y recuerda
que el amor a la Patria es primero».

Incrustar tal pensamiento de Bolívar en uno de los


himnos venezolanos no resulta ninguna extravagancia,
antes parece una originalidad festiva, que tiende a per­
petuar en la música marcial del canto aquel capricho
poético del Libertador, rindiendo así a su ilustre nombre
un cariñoso y regional tributo. De otra parte, el mismo
autor de este himno hace la siguiente aclaración: «Para
este himno se ha escogido el mismo metro empleado por
Bolívar en la única estrofa que se le conoce, dedicada al
señor D. Antonio Ignacio Rodríguez Picón, Comandante
de Mérida, y contenida en la célebre carta oficial que
dirigió a éste con fecha 25 de julio de 1813, después de
la acción de Los Horcones; estrofa que por tan preciosa
singularidad se inserta en la composición. Hay también
la circunstancia de que ese metro es de corte marcial y
por eso muy recomendable para el canto».
Con motivo de haber reproducido El Lápiz (1895) la
estrofa de que venimos hablando, un periódico de Cara­
cas, El Progreso, desenterró otra copla de Bolívar, como
puede verse en el siguiente suelto:
«Ha pocos días publicamos unos versos escritos por el
Libertador, que tomamos de El Lápiz, de Mérida, y que
han sido reproducidos por muchos colegas de la repú­
blica. Al estamparlos el colega merideño, advierte que
son los únicos que se conocen de los que escribiera Bo­
lívar.
«Nosotros vamos a tener la gloria de dar a la estampa
otros, del género festivo, y que debemos a la bondad del

247
señor Manuel Martel Carrión, contenidos en la siguiente
carta dirigida a él por el señor Manuel Jacinto Martel:
“Caracas, julio 13 de 1890. - Señor M. Martel Carrión.
—Mi querido tocayo y pariente: En retribución al obse­
quio que me acabas de hacer hoy, de gran celebridad por
el centenario del Héroe de las Pampas, consistente en
una hoja del naranjo que Bolívar regaba en San Pedro
Alejandrino, y que tú tomaste por tus propias manos, te
copio a continuación unos versos de aquel Genio con
motivo de una licencia que mi padre le pidió en verso
también, para vender unas muías y con ese dinero hacer
el bautismo de tu tocayo y pariente, pues que él iba a ser
su padrino. Hélos aquí:
¡Tántas razones son nulas
para quien no tiene madre
ni jamás ha sido padre!. ..
pero venda usted las muías.
Tu Affmo. tocayo y pariente. — M. J. Martel”.» 1
Tales son, pues, las únicas tres muestras que se cono­
cen del bagaje poético del Libertador. Se diría que, ha­
biendo pulsado las cuerdas épica, plañidera y humorís­
tica, se olvidó de la erótica. Pero no es verosímil, habiendo
tenido tantas ocasiones para decir en versos donairosos
requiebros a las damas. Infatigable danzarín como era,
es seguro que por ahí, en el jaleo de algún bambuco, im­
provisase alguna copla ligera en honor de su pareja.
«Placía a sus pasiones voluptuosas
olvidar los laureles por las rosas,
la gloria por el vals.
Y pronto a la embriaguez de las caricias,
entre hermosuras al placer propicias,
plantaba su vivac».
Ha dicho Andrés Mata celebrando en bellos versos la
silueta galante del Libertador.
SU FISONOMIA LITERARIA
El método de vida que llevó en Cúcuta (1820) pintado
con sencillez, dentro de un fondo de cariñosas minucias
de camaradería, por quien le conoció de cerca, como ami-
i) Col. d e El L áp iz - 1896. - d e T u lio F e b re s-C o rd e ro F .

248
go íntimo y conmilitón preferido —el célebre General
irlandés— transparenta sus aficiones de fácil escritor:
«El despacho de los asuntos oficiales ocupaba por lo re­
gular tres horas, al cabo de las cuales concluía dando
instrucciones a su secretario privado, para que contestase
las cartas, que no eran de mucho interés. Luego llamaba
a un edecán de su confianza y le dictaba las de mayor
importancia, siempre paseándose o reclinándose en la
hamaca, con un libro en la mano, que leía mientras el
amanuense escribía la frase. Expresaba sus pensamientos
con gran rapidez. Cualquiera equivocación o duda de
parte del escribiente le causaba impaciencia. Algunas
de sus cartas que conservo en mi poder, contiene que­
jas contra el individuo que las escribía. “Querría decir
mucho más, pero Martel está hoy más estúpido que nun­
ca, si es posible”. En otra dice: “No tengo quien escriba
por mí, y yo mismo no puedo hacerlo. Cada tercer día
tengo que buscar un amanuense y sufrir una cólera con
cada cambio. En ocasiones me veo tentado a publicar
mis padecimientos en la Gaceta, para que se sepa la cau­
sa de mi silencio”. Concluido este trabajo leía hasta las
cinco de la tarde, hora de la comida...»
«Inmediatamente después de la comida, que rara vez
se prolongaba por una hora, daba un paseo a caballo,
acompañado de un edecán, y a veces de su secretario. En
la noche conversaba un rato con sus amigos, o con los
oficiales, que le visitaban, y se retiraba a su dormitorio
a las nueve de la noche; allí acostado en su hamaca, en
la que por lo regular dormía, leía hasta las once. Sus au­
tores favoritos en aquel tiempo eran Montesquieu y Rous­
seau. Pero leía de todo, aunque daba la preferencia, en
sus horas de ocio a la historia. Tenía una memoria ex­
traordinaria para fechas, nombres y sucesos, y no pocas
veces repetía en la mesa páginas del autor, que había
leído, recordando las frases con muy poca variación del
texto original. Además de las ocupaciones de que he h a ­
blado, escribía frecuentemente artículos para los perió­
dicos, los cuales se publicaban en Angostura o Bogotá.
Caracterizaba sus producciones cierto estilo nervioso y
contundente cuando discurría sobre negocios políticos,
pero en los asuntos personales era su estilo severo y muy
sarcástico. Solía divertirse en los ratos desocupados, si
249
es que los tuvo aún en los meses que permaneció en Cú-
cuta, en hacer composiciones poéticas. No soy competente
para juzgar del mérito de aquellas poesías; sin embargo,
Olmedo que no puede tacharse de juez incompetente en
la materia, repetía con frecuencia y hasta llegó a escri­
birlo, que si Bolívar se hubiese dedicado a la poesía se
habría elevado sobre Píndaro».1
Ni le era desconocida la ciencia de la legislación; éran-
le familiares Montesquieu y Rousseau, trasplantando del
primero muchas de sus teorías a los proyectos de consti­
tución que formulaba, según el concepto del historiador
Gil Fortoul. «Grande influencia —asegura éste— ejerció
por estos años en la formación de su criterio el espíritu
francés; mas no el del Imperio —por el cual tuvo tal
aversión que, encontrándose en París, el día de la coro­
nación de Napoleón e invitado por el embajador de Es­
paña a figurar en su séquito, buscó un pretexto para ex­
cusarse— sino antes bien el espíritu revolucionario de los
filósofos. De Montesquieu tomó Bolívar algunas de las
teorías que formuló después en sus proyectos de consti­
tución, aunque combinándolos con su estudio personal
del régimen inglés; y de las obras de Rousseau imitó
sobre todo ciertas peculiaridades de estilo. En el estilo
de Bolívar, a menudo pintoresco y musical, nótase ya la
tendencia a dramatizarlo todo, junto con la propensión a
la misantropía. Además, su lenguaje estuvo entonces y
siempre plagado de galicismos, a tal punto que leyéndolo
ocurre pensar que frecuentemente concebía en francés
para escribir en castellano. Por otra parte, no es de ex­
trañar que cuidase poco de la forma literaria; pues ni su
maestro Rodríguez le animaba al cultivo de las bellas le­
tras, las cuales eran para él cosa secundaria con relación
a la actividad científica, ni el carácter impaciente, arre­
batado del discípulo, se plegaba al trabajo de encerrar
en frases académicas sus volcánicos pensamientos. Lo
que más le atraía era la oratoria, por ser también la
tribuna un campo de acción. Ora hablase o ya escribiese,
fue siempre orador por instinto. Recuérdese la influen­
cia decisiva que tuvo en la declaratoria de independencia
su discurso pronunciado en la sociedad patriótica el 3
i) M e m o rias d el G e n e ra l O ’L e a ry . (N arración ). T. II, 33.

250
de julio de 1811. Muchos párrafos de sus proclamas, im­
provisadas en los campos de batalla, compiten con lo más
hermoso que en este género conserva la historia, y en sus
arengas vibran los arranques repentinos del tribuno, el
fanatismo del patriota, los gritos coléricos del héroe, la
pomposa jactancia del guerrero, animándolas de vida tan
intensa, que no es difícil comprender hoy el prestigio
extraordinario que tuvieron en su época».
«La jactancia hispana de los tiempos clásicos vibra en
sus proclamas. Cuando regresa del Perú dice a los ciu­
dadanos de Bogotá: “Cinco años hace que salí de esta ca­
pital para marchar a la cabeza del Ejército Libertador,
desde las riberas del Cauca, hasta las cumbres argenti­
nas de Potosí... Un millón de colombianos y dos repú­
blicas hermanas han obtenido la independencia a la
sombra de nuestras banderas, y el mundo de Colón ha
dejado de ser español. Tal ha sido nuestra ausencia”.» 1
Por lo demás, Bolívar, ya que no merezca el título de
versificador, podemos con propiedad asignarle el de poe­
ta. Recibió una esmeradísima educación literaria: cono­
cía a fondo los clásicos griegos y latinos —dice O’Leary—
y hablaba correctamente el francés y el italiano, sin serle
extraño el estudio del inglés. Fue en sus mocedades uno
de los más asiduos concurrentes a la tertulia de los Uz-
táriz en Caracas, y ya se sabe que esta_ especie de Aca­
demia, como la del «Buen Gusto» de doña Manuela San­
tamaría en Bogotá, inició el despuntar de la literatura
venezolana, como estotra el de la colombiana. Sus viajes
por el viejo mundo, de adolescente, crearon en su im­
pulsivo espíritu el ideal a que consagró toda su existencia,
robusteciendo y aquilatando su ya cultivado intelecto.

EL POETA VIRGILIANO

Caracas es una ciudad fecunda para la epopeya ame­


ricana: produce el Precursor, el Poeta y el Héroe, y todos
tres la habrán de inmortalizar en la historia con el triple
símbolo de su genio: la bandera, la lira y la espada.
i) Jo s é G il F o rto u l. H isto ria C o n stitu c io n a l de V en ez u ela. T. I
207 y 331.

251
Ese Avila que la domina y ese Catuche que la adula
son familiares para las letras hispanoamericanas: el
príncipe de éstas hace de ellos su monte Parnaso y su
fuente Castalia.
Bello es dos años mayor que Bolívar, y, realiza como
éste, cada uno en su esfera, un ideal eminentemente
americano. Alentando a los hombres de letras del país
de O’Higgins, en su célebre Discurso en la instalación de
la Universidad Chilena (1843), Bello se retrata a sí propio
en la práctica de este consejo, que él quiere que sigan
todos los que la aman y cultivan:
«Si queréis que vuestro nombre no quede encarcelado
entre la Cordillera de los Andes y la Mar del Sur, recinto
demasiado estrecho para las aspiraciones generosas del
talento; si queréis que os lea la posteridad, haced buenos
estudios, principiando por el de la lengua nativa. Haced
más: tratad asuntos dignos de vuestra patria y de la
posteridad. Dejad los tonos muelles de la lira de Ana-
creonte y de Safo: la poesía del siglo XIX tiene una mi­
sión más alta. Que los grandes intereses de la humanidad
os inspiren. Palpite en vuestras obras el sentimiento
moral. Dígase cada uno de vosotros al tomar la pluma:
Sacerdote de las Musas, canto para las almas inocentes
y puras:
.. .Musarum sacerdos
Virginibus puerisque canto.
¿Y cuántos temas grandiosos no os presenta ya vuestra
joven República? Celebrad sus grandes días; tejed guir­
naldas a sus héroes; consagrad la mortaja de los m ár­
tires de la patria».
Desde joven es un ingenio portentoso; apropiase con
delectación suprema el idioma de Virgilio, para trasladar
al castellano el espíritu inmortal de sus Geórgicas. Da
clase de latinidad al Libertador de la Patria.
«El nombre de Bello —cuenta el señor Rojas— llegó a
ser admirado por la sociedad caraqueña, y su reputación
de joven talentoso, saludada por sus compatriotas. Pro­
clamóle la fama como el primer latinista de Caracas,
considerándole aún superior a su segundo maestro el
doctor Montenegro; mas estas apreciaciones lejos de en-

252
vanecer al joven gladiador, no hicieron sino enaltecer su
modestia, hacerle tender mano amiga a todas las apti­
tudes, abrir su corazón a todo lo grande y fraternizar
con todos sus condiscípulos. Fue entonces cuando algunos
padres de familia recabaron de Bello fuera éste el pa­
sante de sus hijos, lo que hizo del estudiante un profe­
sor. Entre los jóvenes que recibieron sus lecciones estaba
Bolívar, que salió más tarde para España en 1799».
Bolívar —dice él mismo— «le amaba con respeto»:
Discípulo suyo, a la edad de diez y seis años, fue siempre
su decidido amigo y conservó cariñoso respeto al insig­
ne humanista. Más tarde, discutía con él sobre tópicos
literarios, sin que el joven y modesto sabio desdeñase su
intromisión, antes la solicitara como la de un hombre
experto en ellos y no de distendido equilibrio intelectual:
«Bello continuaba en sus trabajos literarios cuando re­
gresó Bolívar de su prolongada permanencia en Europa,
a principios de 1807. En la sala de éste, en uno de los
banquetes con que el futuro Libertador obsequiaba a sus
amigos y parientes, lee Bello la traducción del canto V de
la Eneida y la Zulima de Voltaire. La primera, escribe
Amunátegui, agradó mucho a la concurrencia y a Bolí­
var, cuyo voto era digno de estimación en materia de
gusto; pero no así la segunda, que fue mal recibida, no
porque la traducción estuviera defectuosa, sino por el
poco mérito intrínseco de la obra misma. Bolívar indicó
a Bello que sentía hubiera elegido esta pieza entre las
demás del mismo poeta, y Bello conviniendo en la infe­
rioridad de la Zulima, confesó que el motivo de semejante
preferencia había sido el hallarse traducidas al español
las otras tragedias de Voltaire, y el no haber osado com­
petir con los ingenios que las habían vertido a nuestro
idioma».1
Ni olvidó el poeta del Anauco esta amistad, que desde
la opulenta capital británica mantuvo siempre fiel, co­
rrespondiéndose con el Libertador. Son sus cartas tan
elogiosas para el porte moral del estadista como enco­
miásticas para sus documentos políticos. El siguiente
fragmento manifiesta claramente la admiración y res­
peto del filólogo al héroe:
i) A ristid e s R o jas. E l P o e ta V irg ilian o .

253
«La Europa que años ha mira a V. E. como el carácter
más glorioso de nuestra época, y le cree destinado a ejer­
cer una influencia, que durará muchos siglos, sobre la
suerte de una numerosa familia de naciones, ha contem­
plado con intensa solicitud e interés la conducta con­
ciliadora de V. E., en las alteraciones de Colombia. La
elevación instantánea que experimentó en Londres el
crédito de la república con la sola aparición del astro
tutelar de la América sobre nuestro horizonte, es una
prueba decisiva de la confianza que V. E. inspira, aún
entre las graves dificultades que cercan y casi abruman
al gobierno.
«De aquí es que la publicación de la carta de V. E. al
Presidente de la Honorable Cámara del Senado, renun­
ciando la Presidencia, no ha podido menos de causar
inquietud y desaliento a cuantos tienen algún interés
en la prosperidad de Colombia. Admirando los nobles
sentimientos que han dictado esta incomparable produc­
ción, querrían, sin embargo, que V. E. los violentase to­
davía, y que a pesar de la grandeza de sus servicios, los
más eminentes que un ciudadano hizo jamás a su pa­
tria, V. E. (imitando en esto a otro grande hombre) no
creyese haber hecho nada, mientras le quedase algo por
hacer». (Bello a Bolívar, Londres, abril 18 de 1827).1
Por su parte, Bolívar emitió un honroso concepto sobre
Bello, cuando supo que el diplomático, acosado por es­
trecha situación económica, se separaba de la legación
de Londres para encaminarse a Chile, que era a la sazón
teatro de revueltos desórdenes políticos:
«Ultimamente se le han mandado tres mil pesos a
Bello para que pase a Francia, y yo ruego a Usted enca­
recidamente que no deje perder a ese ilustrado amigo en
el país de la anarquía. Persuada Usted a Bello de que
lo menos malo que tiene la América es Colombia, y que
si quiere ser empleado en este país, que lo diga y se le
dará un buen destino. Su patria debe ser preferida a todo,
y él, muy digno de ocupar un puesto muy importante en
ella. Yo conozco la superioridad de este caraqueño con­
temporáneo mío: fue mi maestro, aun cuando tenemos
i) M e m o rias d e l G e n e ra l O ’L e a ry Vol. IX , 375.

254
una misma edad, y yo le amaba con respeto. Su esquivez
nos ha tenido separados en cierto modo, y por lo mismo
deseo reconciliarme; es decir, ganarlo para Colombia».
(Bolívar a Fernández Madrid. Quito, abril 27 de 1829).
El señor Madrid, también admirador de Bello, contes­
taba a Bolívar: «Ya sabrá usted por mis anteriores, que
a pesar de todos mis esfuerzos, se nos fue el señor Bello
a Chile. Le escribiré inmediatamente y le transcribiré el
capítulo de la carta de Usted que se refiere a él. Por bien
que le vaya en Chile, estoy seguro de que si está en su
poder, pasará inmediatamente a Colombia. El recelaba
que algún enemigo suyo hubiese informado a Usted con­
tra él; yo mil veces me empeñé en despreocuparlo, y
aún le ofrecí que escribiría a Usted sobre el asunto, pero
él nunca se decidió a esto. Mucho me alegro que Usted
conozca todo el mérito de este excelente sujeto; yo lo
amo de corazón, y creo que por sus conocimientos, igual­
mente que por su honradez, será útilísimo en Colombia.
Lo será aún más allí que empleado en la carrera diplo­
mática, pues él es demasiado tímido y demasiado mo­
desto para habérselas con cortesanos de Europa; bien
que en lo sustancial el señor Bello, es, en mi concepto,
bueno para todo».1
En su poema patriótico titulado América, menos cono­
cido y examinado que la célebre oda A la Agricultura de
la Zona Tórrida, pero no inferior ni por la grandeza del
asunto, ni por el corte soberbio del endecasílabo aristo­
crático, hace Bello el recuento de las hazañas de Bolívar,
convirtiendo la antigua deferencia hacia el alumno en
devoción apasionada para el Libertador de su patria. Allí
el poeta virgiliano no se olvidó de los laureles con que la
jornada de Cúcuta esmaltó la frente de su egregio com­
patriota y por esto, y por mejor encuadrar la añoranza
nativa entre los nombres de aquellas dos figuras ameri­
canas, citamos estos versos:
«¿O (si cantare) al que de Cartagena el gran baluarte
Hizo que de Colombia otra vez fuera?
¿O al que en funciones mil pavor y espanto
Puso con su marcial legión llanera,
Al español; y a Marte lo pusiera?
i ) R e p e rto rio C olo m b iano. Vol. VI, 114 y 116.

255
¿O al héroe ilustre, que de lauro tanto
Su frente adorna, antes de tiempo cana,
Que en Cúcuta domó, y en San Mateo,
Y en el Araure la soberbia hispana;
A quien los campos que el Arauca riega
Y los que el Cauca, y los que el ancho Apure
Nombre darán, que para siempre dure,
Que en Gámeza triunfó, y en Carabobo,
Y en Boyacá, donde un imperio entero
Fue arrebatado al despotismo ibero?. ..
Mas no a mi débil voz la larga suma
De sus victorias num erar compete:
Ingenio más feliz, más docta pluma
Su grata patria encargo tal comete;
Pues como aquel Samán que siglos cuenta,
De las vecinas gentes venerado,
Que vio en torno a su basa corpulenta
El bosque muchas veces renovado,
Y vasto espacio cubre con la hojosa
Copa, de mil inviernos victoriosa;
Así tu gloria al cielo se sublima,
Libertador del pueblo colombiano;
Digna de que la lleven dulce rima
Y culta historia al tiempo más lejano. . .»
Lo que más hay que admirar en Bello, leyendo ésta y
todas sus composiciones, es su fisonomía de poeta esen­
cialmente americano. «Aunque celoso de su título de
colombiano —escribe el señor Caro— consideraba Bello
hermanas a las repúblicas de la América Española, y es­
te pensamiento generoso engarza los recuerdos históricos
de La Alocución a la Poesía, al paso que en la Silva a la
Zona Tórrida, el americanismo de la composición resulta
principalmente de la representación tan fiel cuanto ani­
mada, que supo hacer el poeta de las bellezas naturales
privativas del patrio suelo». .. Abrense sus ojos a la pri­
mera luz en Venezuela, canta los héroes de Colombia la
grande, rememora la patria de Moctezuma, asienta los
fundamentos de la sociedad civil chilena. En un estrecho
abrazo de confraternidad racial, diríase, abarca desde el
Norte al Mediodía los dilatados ámbitos del continente
hispano.
No toma parte en la epopeya americana si no es para
cantarla con su armoniosa lira. Cuando todos sus com­
patriotas combaten, él estudia. Cuando todos mueren en

256
porfiada lid, en patíbulos de gloria o en doloroso exilio,
él sólo envejece venerablemente, primero a las brumosas
orillas del Támesis, después a las faldas del empinado
Aconcagua, para ser llamado por sus ilustres biógrafos
«maestro de la juventud y consejero de los gobiernos»
porque aquella buscará siempre en sus obras derrotero de
luz, como éstos de progreso.
«Casi todos (sus contemporáneos) —dice elocuente­
mente el señor Rojas— figuran pocos años después, en la
guerra magna, en los campos de batalla; pero sólo a Be­
llo le estaba reservado el triunfo de las letras. Muchos
son víctimas del cadalso, de las persecuciones, del ostra­
cismo; sólo Bello debía llegar a los dias de la senectud.
A Bolívar, discípulo de Bello, le tenía deparado la for­
tuna ser el Eneas de la epopeya, al maestro ser el Virgilio
que la cantara. Cuando todos desaparecen, precipitados
al abismo por el vendaval de las pasiones, sólo la Musa
del canto queda en pie, para animar los osarios, levantar
las mieses abatidas, celebrar los triunfos, llorar sobre los
sepulcros y alentar los nuevos espíritus, que, como flores
de primavera, después de prolongado invierno, se asoman
sobre los campos desolados».
Nótese que el historiador venezolano hermana acerta­
damente en una Eneida Tropical al Héroe y al Poeta.
Así es la verdad, aunque en esta afirmación haya entu­
siástico acento de comunidad nacionalista. Bello fue, en
cierto modo, el Virgilio de Bolívar, como Olmedo sería
después su Homero. Pero hay una diferencia entre uno y
otro; y es que cuando el ecuatoriano particulariza su
aspecto de guerrero en las jornadas de Junín y Ayacucho,
el venezolano unlversaliza sus talentos, cantando el in­
menso escenario donde florecen en un eterno pináculo
de majestad.
EL CANTOR DE JUNIN
En uno de los templos de la Esmirna del Pacífico, co­
mo se ha llamado el interesante puerto del Ecuador, por
la semejanza de su fisonomía bulliciosa con la de la joya
comercial del Levante, a la sombra de las palmeras que
adornan sus playas, y acostumbradas siempre a recibir
como homenaje de veneración el saludo de los bajeles

257
que visitan su bahia, reposan las cenizas de Olmedo. Allí
nació el gran poeta, tres años antes que Bolívar, y allí
también rindió la jornada de la vida, diecisiete años
después de la muerte del héroe. Fue su coetáneo, su ami­
go y su admirador, bajo el aspecto de las relaciones so­
ciales; que bajo el de las históricas, la fama pregonera
le proclama su Cantor. Nunca un título se otorgó con
más justicia.
En los comienzos de su carrera pública, políticamente,
no fue adicto a las opiniones del Libertador. Conexionado
más con el Perú que con la Nueva Granada, por haber
recibido educación en la fastuosa capital de los Virreyes,
siempre consideró que Guayaquil debía gobernarse auto­
nómicamente, dentro de aquella y no de ésta. Habría en
este concepto, sin duda, desamor a Colombia, contagiado
del exagerado celo de nacionalismo de sus compañeros,
pero era profesado de buena fe. Más tarde, después de
la batalla de Pichincha, el criterio político de Olmedo
principió a evolucionar al respecto, y las circunstancias
le hicieron concertar paralelamente el sentimiento de su
amistad con el de su devoción partidarista al Libertador.
El general O’Leary, que sobre elegante historiador es
perspicaz psicólogo, define así el carácter de Olmedo:
«El partido que sostenía su independencia (la de Gua­
yaquil) se componía exclusivamente de hombres ricos,
de respetabilidad, y de militares; pero los miembros de
la Junta carecían de las dotes necesarias en tiempos de
perturbación y de discordia civil, para dar cima a un
gran proyecto, o dirigir una revolución. Olmedo, su pre­
sidente, era un hombre excelente, pero al mismo tiempo
el menos calculado para ese puesto en aquellas circuns­
tancias.
«Habiendo nacido en una comarca que por su situación,
belleza y fertilidad es la envidia de las regiones que baña
el mar del sur, ponía Olmedo todas sus complacencias en
su tierra natal y en el río que la hermosea. Filósofo sin
pretensiones, prefería estudiar el mundo en su gabinete,
más bien que en el tumulto de la sociedad. Como poeta,
menos ambicionaba gobernar su país que celebrarle en
sus versos. Los acontecimientos políticos que ocurrieron
después le sacaron de su retiro y sus paisanos le hicieron

258
la honra de confiarle las riendas del Gobierno. Como hijo
de Guayaquil, la idea de la independencia halagaba tal
vez su patriotismo. Educado en Lima, el suave y afemi­
nado carácter de los peruanos, no desemejante del suyo
propio, y los recuerdos de su primera juventud, le ligaban
al Perú. Como americano, admiraba el valor y constancia
que desplegaron en la guerra de independencia los sol­
dados de Colombia; y en su amor a las bellezas de la n a ­
turaleza, gozábase en admirar desde las risueñas márge­
nes del Guayas el estupendo Chimborazo, que alza la
nevada frente allá en las nubes, sin que el distante espec­
tador acierte a distinguir si es cosa del cielo o de la tierra.
El genio, aún más sublime, de Bolívar, ganó su respeto y
veneración. Mas estos eran sentimientos que profesaba
como poeta y como americano y no vínculos que le liga­
sen a la República de Colombia».
A mediados de 1822, tocó a Olmedo dirigir la palabra
en Quito al Libertador, como Presidente de la Diputación
que el Congreso del Perú le enviaba, invitándole a ganar
para esa nación los beneficios de la libertad. En ese dis­
curso por primera vez, se da el nombre de Aquiles a Bo­
lívar, y quien se lo da no podía ser sino un Homero. Allí
también profetiza el poeta la victoria que luego había de
cantar con sonoroso plectro.
«Los bravos de Colombia, que con las tropas aguerridas
del Plata y Chile, burlando los planes del enemigo que­
dan acampados delante de las fortalezas del Callao, el
refuerzo que se espera con V. E., la numerosa división
que nuevamente ha salido de las costas chilenas, la expe­
dición libertadora que felizmente desembarcó en Arica,
compuesta de valientes peruanos resueltos a vengar en
los mismos campos de Torata la última injuria que allí
les hizo la fortuna, todos, señor, son elementos que sólo
esperan una voz que los una, una mano que los dirija,
un genio que los lleve a la victoria. Y todos los ojos, todos
los votos se convirtieron naturalmente a V. E. Acaba V. E.
de quebrantar con pie firme la última cabeza de la hidra
de la rebelión y nada puede impedirle de satisfacer unos
votos de que pende la libertad de un gran Estado, la se­
guridad del sur de Colombia y la corona del destino del
pueblo americano. Rompa V. E. todos los lazos que lo
retienen lejos del campo de batalla. Después de la revo-

259
lución de tantos siglos, parece que los oráculos han vuel­
to a predecir que tantos pueblos confederados en una
nueva Asia por la venganza común, de ninguna manera
podrán vencer sin Aquiles. Ceda V. E. al torrente que qui­
zá por la última vez le arrebate a nuevas glorias».1
Hemos dicho que, al través de estas palabras, se plan­
tea o se envuelve el anuncio del canto. «Ceda V. E. al
torrente que quizá por la última vez le arrebate a nuevas
glorias», exclama Olmedo en un tono, en que el tinte
dubitativo sólo es adorno de la expresión y la vaguedad
de la frase cristaliza el vaticinio: con un profundo cono­
cimiento de la organización psicológica del elogiado,
levanta el poeta la dignidad de su propia fe, anticipándose
de esta suerte a descubrir los ignotos secretos del destino.
Sacerdote auténtico del épico ciclo americano, no se tu r­
ba el vate en la estimativa de los méritos del héroe, y
antes, asesorado de poderoso numen, columbra tras de
las agrias faldas del Pichincha el campo ensangrentado
de Junin. Vate es Olmedo en el sentido genial de la
palabra.
No es, pues, este poema obra acomodaticia de las cir­
cunstancias, producto casual de la fantasía, resultado
caprichoso del vuelo de una musa inquieta. Bien al con­
trario, desde un año atrás, empieza a incubarse en la
soberbia mentalidad del portalira, a la lumbre del genio
y con efervescencia maternal. Sobre que «el árbitro de
la paz y de la guerra» mueve con feliz lisonja su numen,
y, consciente de las facultades poéticas de su amigo, le
invita a cantar nuestros últimos triunfos. No se conserva
esta carta de Bolívar para Olmedo, pero sí existe la en
que éste refiere la gestación del canto: «Siento que Ud.
me recomiende cantar nuestros últimos triunfos. Mucho
tiempo ha, mucho tiempo ha que revuelvo en la mente
este pensamiento. Vino Junin, y empecé mi canto. Digo
mal; empecé a formar planes y jardines; pero nada ade­
lanté en un mes. Ocupacioncillas que sin ser de impor­
tancia, distraen; atencioncillas de subsistencia, cuidadi-
llos domésticos, ruidillos de ciudad, todo contribuyó a
tener la musa estacionaria. Vino Ayacucho, y desperté
lanzando un trueno.
i) O ’L e a ry . N a rra c ió n . T . II, 148 y 205.

260
(El trueno horrendo que en fragor revienta
Y sordo retumbando se dilata
Por la inflamada esfera
Al Dios anuncia que en el cielo impera).
Pero yo mismo me aturdí con él, y he avanzado poco.
Necesitaba de necesidad quince días de campo, y no puede
ser por ahora. Por otra parte, aseguro a Ud. que todo lo
que voy produciendo me parece malo y profundísima-
mente inferior al objeto. Borro, rompo, enmiendo, y siem­
pre malo. He llegado a persuadirme de que no puede mi
Musa medir sus fuerzas con ese gigante. Esta persuación
me desalienta y resfría. Antes de llegar el caso estaba
muy ufano, y creí hacer una composición que me llevase
con Ud. a la inmortalidad; pero venido el tiempo, me
confieso, no sólo batido sino abatido. ¡Qué fragosa es
esta sierra del Parnaso, y qué resbaladizo el monte de la
Gloria!» (Olmedo a Bolívar. Guayaquil, enero 31 de 1825).
En el primer semestre del año 25, concluyó Olmedo él
trabajo de su estupendo poema. «La primera edición del
canto a Bolívar —escribe el señor Caro— se hizo en Gua­
yaquil en 1825. Salió muy incorrecta, y Olmedo envió a
Bolívar un ejemplar enmendado de su puño y letra».
Bolívar lo juzga magistralmente. Un asunto tan des­
viado de su vocación como la crítica literaria no le causa
escozor; trata al cantor de Junín quizá con demasiada
rudeza familiar, señalando algunos lunares del poema,
bien que es cierto que para ello estaba autorizado por la
invitación que le hiciera el vate ecuatoriano de emitir su
dictamen sobre la obra que le dedicaba. ¡Pero qué! ¡Si
asistida siempre como de generosa inspiración, no des­
cubría sorpresas su mente creadora! ¡Si con su poderoso
intelecto avasallaba todos los preceptos artísticos! ¡Si lo
que no sabía por noble hábito de instruirse, lo calculaba
por intuición o lo preveía per genio! El señor Caro
advierte «el donaire, la propiedad y el buen gusto con que
el Libertador, en líneas dictadas a la ligera, en medio
de las graves preocupaciones de una reorganización po­
lítica continental, supo emitir concepto literario sobre
el canto de su apoteosis». Léanse los siguientes pasajes
de las cartas del caudillo al egregio portalira del Guayas:

261
«Hace muy pocos días que recibí en el camino dos car­
tas de Ud. y un poema; las cartas son de un político y un
poeta, pero el poema es de un Apolo. Todos los calores
de la zona tórrida, todos los fuegos de Junín y Ayacucho,
todos los rayos del padre de Manco-Capac, no han produ­
cido jamás una inflamación más intensa en la mente de
un mortal. Ud. dispara... donde no se ha disparado un
tiro; Ud. abrasa la tierra con las ascuas del eje y de las
ruedas de un carro de Aquiles que no rodó jamás en
Junín; Ud. se hace dueño de todos los personajes: de mí
forma un Júpiter; de Sucre, un Marte; de Lamar, un
Agamenón y un Menelao; de Córdoba, un Aquiles; de
Necochea, un Patroclo y un Ayax; de Miller, un Diome-
des, y de Lara, un Ulises. Todos tenemos nuestra sombra
divina o heroica que nos cubre con sus alas de protec­
ción como ángeles guardianes. Ud. nos hace a su modo
poético y fantástico; y para continuar en el país de la
poesía, la ficción de la fábula, Ud. nos eleva con su
deidad mentirosa, como la águila de Júpiter levantó a
los cielos a la tortuga para dejarla caer sobre una roca
que le rompiese sus miembros rastreros; Ud., pues, nos
ha sublimado tanto, que nos ha precipitado al abismo
de la nada, cubriendo con una inmensidad de luces el
pálido resplandor de nuestras opacas virtudes. Así, amigo
mío, Ud. nos ha pulverizado con los rayos de su Júpiter,
con la espada de su Marte, con la lanza de su Aquiles,
y con la sabiduría de su Ulises. Si yo n,o fuese tan bueno,
y Ud. no fuese tan poeta, me avanzaría a creer que Ud.
había querido hacer una parodia de la Uíada con los
héroes de nuestra pobre farsa. Mas no; no lo creo...
Un americano leerá el poema de Ud. como un canto de
Homero; y un español lo leerá como un canto de facistol
de Boileau». (Bolívar a Olmedo. Cuzco, junio 27 de 1825).
«Anteayer recibí una carta de Ud. de 15 de mayo, que
no puedo menos que llamar extraordinaria, porque Ud.
se toma la libertad de hacerme poeta sin yo saberlo, ni
haber pedido mi consentimiento. Como todo poeta es
temeroso, Ud. se ha empeñado en suponerme sus gustos
y talentos. Ya que Ud. ha hecho su gasto y tomado su
pena, haré como aquel paisano a quien hicieron rey en
una comedia y decía: “Ya que soy rey, haré justicia”. No
se queje Ud., pues, de mis fallos, pues como no conozco

262
el oficio, daré palo de ciego, por imitar al rey de la co­
media que no dejaba títere con gorra que no mandase
preso. Entremos en materia.
«Ud. debió haber borrado muchos versos que yo encuen­
tro prosaicos y vulgares: o yo no tengo oído musical, o
so n ... o son renglones oratorios. Páseme Ud. el atrevi­
miento; pero Ud. me ha dado este poema, y yo puedo
hacer de él cera y pabilo.
«Después de esto, Ud. debió haber dejado este canto
reposar como el vino en fermentación, para encontrarlo
frío, gustarlo y apreciarlo. La precipitación es un gran
delito en un poeta. Racine gastaba dos años en hacer
menos versos que Ud., y por eso es el más puro versifica­
dor de los tiempos modernos.
«El plan del poema, aunque en realidad es bueno, tiene
un defecto capital en su diseño.
«Ud. ha trazado un cuadro muy pequeño para colocar
dentro un coloso que ocupa todo el ámbito y cubre con
su sombra a los demás personajes. El inca Huaina-Ca-
pac parece que es el asunto del poema: él es el genio, él
la sabiduría, él es el héroe, en fin. Por otra parte, no pa­
rece propio que alabe indirectamente a la religión que le
destruyó; y menos parece propio aún, que no quiera el
restablecimiento de su trono, para dar preferencia a ex­
tranjeros intrusos, que aunque vengadores de su sangre,
siempre son descendientes de los que aniquilaron su im­
perio: este desprendimiento no se lo pasa a Ud. nadie.
La naturaleza debe presidir a todas las reglas, y esto no
está en la naturaleza. También me permitirá Ud. que le
observe que este genio inca, que debía ser más leve que
el éter, pues que viene del cielo, se muestra un poco
hablador y embrollón, lo que no le han perdonado los
poetas al buen Enrique en su arenga a la Reina Isabel.
Y ya Ud. sabe que Voltaire tenía sus títulos a la indul­
gencia, y sin embargo no escapó de la crítica.
«La introducción del canto es rimbombante: es el rayo
de Júpiter que parte a la tierra, a atronar a los Andes
que deben sufrir la sin igual hazaña de Junín; aquí de
un precepto de Boileau, que alaba la modestia con que
empieza Homero su divina Iiliada: promete poco y da
m ucho...
263
«Confieso a Ud. humildemente que la versificación de
su poema me parece sublime: un genio lo arrebató a Ud.
a los cielos. Ud. conserva en la mayor parte del canto un
calor vivificante y continuo; algunas de las inspiraciones
son originales; los pensamientos nobles y hermosos; el
rayo que el héroe de Ud. presta a Sucre, es superior a la
cesión de las armas que hizo Aquiles a Patroclo. La estro­
fa 130 es bellísima: oigo rodar los torbellinos y veo arder
los ejes; aquello es griego, es homérico. En la presenta­
ción de Bolívar en Junín, se ve aunque de perfil, el mo­
mento de acometerse Turno y Eneas. La parte que Ud. da
a Sucre es guerrera y grande...
«Permítame Ud., querido amigo, le pregunté: ¿de dón­
de sacó Ud. tanto estro para mantener un canto tan bien
sostenido desde su principio hasta el fin? El término de
la batalla da la victoria, y Ud. la ha ganado porque ha
finalizado su poema con dulces versos, altas ideas y pen­
samientos filosóficos. Su vuelta de Ud. al campo es pin-
dárica, y a mí me ha gustado tanto, que la llamaría
divina.
«Siga Ud., mi querido poeta, la hermosa carrera que
le han abierto las Musas con la traducción de Pope y el
canto a Bolívar.
«Perdón, perdón, amigo: la culpa es de Ud. que me
metió a poeta. (Bolívar a Olmedo. Cuzco, julio 12 de
1825).1
Como se ve, Bolívar afea la intromisión del inca en el
poema, defecto que también tacha un crítico de tanta
autoridad como el señor Caro, aunque se nos antoja creer
que la nota, si en el uno, dictada en medio del estrépito
fresco del combate, obedece quizá al celo genial del mili­
tar dominio, en el otro, apuntada en el tranquilo reposo
del bufete, reconoce seguramente por origen el más ex­
celente criterio literario. Con todo, la pintura de la apa­
rición, podrá ser intempestiva, pero es grandiosa:
Cuando improviso, veneranda sombra
En faz serena y ademán augusto
Entre cándidas nubes se levanta:
Del hombro izquierdo nebuloso manto
Pende, y su diestra áureo cetro rige:
i) R e p e rto rio C olo m b iano. Vol. III, 147 y sig u ien tes.

264
Su m irar noble, pero no sañudo;
Y nieblas figuraban a su planta
Penacho, arco, carcaj, flechas y escudo.
Una zona de estrellas
Glorificaba en derredor su frente
Y la borla imperial de ella pendiente. ..
Miró a Junín y plácida sonrisa
Vagó sobre su faz: «Hijos, decía,
Generación del Sol afortunada,
Que con placer yo puedo llamar mía.
Yo soy Huaina-Capac. . . »
La introducción del canto no es del agrado de Bolívar;
le parece ampulosa y prefiriérala en forma modesta,
ascendiendo por escala de la poquedad a la grandeza.
No halla de buen acuerdo que el rayo de la guerra venga
«a atronar a los Andes que deben sufrir la sin igual h a­
zaña de Junín». Pero en esto quizá erró Bolívar, pues
sobre que la modestia no armoniza bien entre la supe­
rioridad de condiciones del verdadero vate ■—a causa de
la vulgaridad de que la ha connaturalizado su fastidiosa
repetición por parte de los falsos discípulos de Apolo—•
la sublimidad del pensamiento es tal, que ■ —podría de­
cirse— si la madre naturaleza no hubiese creado la Cor­
dillera de los Andes para la majestad orográfica del
Continente, el genio de Olmedo la hubiera formado para
estupendo escenario del «hijo de Colombia y Marte». Los
Alpes son menos grandes por su inmensa corona de nie­
ve y su deporte vertiginoso de turistas que por los re­
cuerdos del ejército de Aníbal y el paso épico de sus
elefantes de transporte:
Las soberbias pirámides que al cielo
El arte humano osado levantaba
Para hablar a los siglos y naciones;
Templos do esclavas manos
Deificaban en pompa a sus tiranos,
Ludibrio son del tiempo, que con su ala
Débil las toca, y las derriba al suelo,
Después que en fácil juego el fugaz viento
Borró sus mentirosas inscripciones;
Y bajo los escombros confundido
Entre la sombra del eterno olvido,
¡Oh de ambición y de miseria ejemplo
El sacerdote yace, el Dios y el templo!

265
Mas los sublimes montes cuya frente
A la región etérea se levanta,
Que ven las tempestades a su planta
Brillar, rugir, romperse, disiparse,
Los A ndes. . . las enormes, estupendas
Moles sentadas sobre bases de oro,
La tierra con su peso equilibrando,
Jamás se moverán. Ellos, burlando
De ajena envidia y del protervo tiempo
La furia y el poder, serán eternos
De Libertad y de Victoria heraldos...

La magnificencia de este pensamiento no ha sido


igualada en la América Latina —que sepamos— sino
por la lira del inmortal Cantor de la Luna. En una ma­
ravillosa visión, que verdaderamente pone pasmo en el
espíritu, el poeta divisaba:
«Delirios siento que mi mente aterran:
Los Andes, a lo lejos, enlutados
Pienso que son las tumbas do se encierran
Las cenizas de mundos ya juzgados».

Los otros pensamientos que Bolívar menciona son cier­


tamente, para usar sus propias palabras, nobles y hermo­
sos. «El rayo que Bolívar presta a Sucre es superior a la
cesión de las armas que hizo Aquiles a Patroclo».
Allí Bolívar, en su heroica mente
Mayores pensamientos revolviendo,
El nuevo triunfo trazará, y haciendo
De su genio y poder un nuevo ensayo,
Al joven Sucre prestará su rayo.
Al joven animoso,
A quien del Ecuador montes y ríos
Dos veces aclamaron victorioso.
Y se verá en la frente del guerrero
Toda el alma del héroe reflejada,
Que él le quiso infundir de una mirada.

La estrofa 130, que a pesar de las modificaciones que


sufrió el poema en ediciones posteriores, conserva aproxi­
madamente el mismo lugar de entonces, «es bellísima».
El Libertador la considera homérica.

266
. .. al punto cual fugaces carros
Que dada la señal parten, y en densos
De arena y polvo torbellinos ruedan;
Arden los ejes; se estremece el suelo;
Estrépito confuso asorda el cielo;
Y en medio del afán cada cual teme
Que los demás adelantarse puedan:
Así los ordenados escuadrones
Que del iris reflejan los colores
O la imagen del Sol en sus pendones,
Se avanzan a la lid. ¡Oh! ¡Quién temiera,
Quién, que su ímpetu mismo los perdiera!
La presentación de Bolívar en Junín, a que pidió un
verso el señor Caro para incrustarlo como joya en su
famosa Oda a la Estatua del Libertador, tiene una mar­
cialidad vibrante, que suena como acompasada marcha
triunfal:
¿Quién es aquél que el paso lento mueve
Sobre el collado que a Junín domina?
¿Que el campo desde allí mide, y el sitio
Del combatir y del vencer designa?
¿Que la hueste contraria observa, cuenta,
Y en su mente la rompe y desordena
Y a los más bravos a morir condena,
Cual águila caudal que se complace
Del alto cielo en divisar su presa
Que entre el rebaño mal segura pace?
¿Quién el que ya desciende
Pronto y apercibido a la pelea?
Preñada en tempestades le rodea
Nube tremenda: el brillo de su espada
Es el vivo reflejo de la gloria.
Su voz un trueno, su mirada un rayo.
¿Quién aquel que al trabarse la batalla,
Ufano como nuncio de victoria,
Un corcel impetuoso fatigando
Discurre sin cesar por toda p a rte . .. ?
¿Quién, sino el hijo de Colombia y Marte?
La parte que el poeta concede a Sucre «es guerrera y
grande»;
¡Salud, oh Vencedor! ¡Oh Sucre! vence.
Y de nuevo laurel orla tu frente.
Alta esperanza de tu insigne patria,

267
Como la palma al margen de un torrente
Crece tu nom bre. . . Y sola en este día
Tu gloria, sin Bolívar, brillaría.
Tal se ve Héspero arder en su carrera;
Y del nocturno cielo,
Suyo el imperio sin la luna fuera.
Por las manos de Sucre la victoria
Ciñe a Bolívar lauro inmarcesible.
¡Oh! Triunfador, la palma de Ay acucho,
Fatiga eterna al bronce de la Fama,
Segunda vez Libertador te aclama.
Quizá Olmedo, a pesar de sus protestas en contrario,
sintió lastimado su orgullo de cantor con las tachas que
el Libertador puso al poema; él consideró siempre pul­
cra y armoniosamente perfecta su oda «La Victoria de
Junín»; cifró en ella sus complacencias de homérico can­
tor; trabajóla durante más de un año como apasionado
artífice; esmaltóla con los primores de su ingenio; quería
colocarse con ella a la diestra del Héroe, en el eterno
horizonte de su fama. De otra parte, él mismo asegura
esto, habiendo escrito a Bolívar en tres ocasiones, con
relación al mérito de la poesía: «Me atrevo a hacer a Ud.
una intimación tremenda: y es que si me llega el mo­
mento de la inspiración y puedo llenar el magnífico y
atrevido plan que he concebido, los dos, los dos hemos de
estar juntos en la inmortalidad». «Vuelvo a rogar a Ud.
que me escriba largas observaciones sobre todo con la
mayor franqueza, porque es muy probable que se haga
en Londres una edición regular: y yo quisiera que esta
fuese la composición de mi vida». «Yo me complazco, no
por ser alabado, sino por haber cumplido (no muy indig­
namente) un antiguo y vehemente deseo de mi corazón,
y por haber satisfecho esa antigua deuda en que mi Musa
estaba con mi Patria». ¡Qué de extraño tiene que el poe­
ta, persuadido del brillo de la oda tanto como de su
altísima misión de vate, sintiese en su epidermis la sensa­
ción de un ardor y se escociese ante el reproche o me­
noscabo de su obra sublime, así viniese uno u otro disi­
mulado bajo la amplia fraseología del elogio o la loa!
Sin embargo Olmedo, agradecido al Héroe por las apre­
ciaciones que hizo del canto, que no fueron en rigor

268
fruto de la incomprensión sino de la familiaridad, le
escribía desde la capital de Inglaterra esta interesante
misiva:
«Todas las observaciones de Ud. sobre el canto de
Junín tienen, poco más o menos, algún grado de justi­
cia. Ud. habrá visto que en la fea impresión que remití
a Ud. se han corregido algunas máculas que no me dejó
limpiar en el manuscrito el deseo de enviar a Ud. cuanto
antes una cantinela compuesta más con el corazón que
con la imaginación. Después se ha corregido más y se
han hecho adiciones considerables; pero como no se ha
variado el plan, en caso de ser imperfecto, imperfecto
se queda. Ni tiempo ni humor a habido para hacer una
variación que debía trastornarlo todo. Lejos de mi patria
y familia, rodeado de sinsabores y atenciones graves y
molestísimas, no, señor, no era la ocasión de templar la
lira.
«El canto se está imprimiendo con gran lujo, y se pu­
blicará la semana que entra; lleva el retrato del héroe
al frente, medianamente parecido; lleva la medalla que
le decretó el Congreso de Colombia y una lámina que
representa la aparición y oráculo del inca en las nubes.
Todas estas exterioridades necesita el canto para apare­
cer con decencia entre gentes extrañas.
«Todos los capítulos de las cartas de Ud. merecerían
una seria contestación; pero no puede ser ahora. Sin
embargo, ya que Ud. me da tanto con Horacio y con su
Boileau, que quieren y mandan que los principios de los
poemas sean modestos, le responderé que eso de reglas
y de pautas es para los que escriben didácticamente, o
para la exposición del argumento en un poema épico.
¿Pero quién es el osado que pretenda encadenar el genio
y dirigir los raptos de un poeta lírico? Toda la natura­
leza es suya: ¿qué hablo yo de naturaleza? Toda la esfe­
ra del bello ideal es suya. El bello desorden es el alma
de la oda, como dice su mismo Boileau de Ud. Si el poeta
se remonta, dejarlo; no se exige de él sino que no caiga.
Si se sostiene, llenó su papel, y los críticos más severos
se quedan atónitos con tanta boca abierta, y se les cae
la pluma de la mano. Por otra parte, confieso que si cae
de su altura, es más ignominiosa la caída, así como es

269
vergonzosísima la derrota de un baladrón. El exabrupto
de las odas de Píndaro, al empezar, es lo más admirable
de su canto. La imitación de estos exabruptos es lo que
muchas veces pindarizaba a Horacio. (Olmedo a Bolívar.
Londres, abril 19 de 1826).1
Estudiando esta magna figura literaria, centro de ad­
miración para escritores peninsulares y suramericanos,
dicen dos varones eminentes, que en punto a poesía pue­
den hombrearse con el ecuatoriano, sin sentir el rubor
de la inferioridad de la estatura.
Nuestro egregio humanista:
«¿Quién no admirará al héroe que en medio del es­
truendo de las armas no desdeña ejercer funciones de
Mecenas de los ingenios y de juez de la república litera­
ria?. .. En medio del curioso contraste que ofrecen Bolí­
var y Olmedo, aquel como crítico severo, y éste como
escritor original, aparecen también la grandeza del gue­
rrero y la del poeta. El hijo de tierra molle e dilettosa,
el hombre que hizo tan insignificante papel en la políti­
ca, que tímido diputado a Cortes no hubiera osado faltar
al reglamento interior de la asamblea, cuando respira
el aire de la poesía, que es su elemento, no respeta trabas
convencionales, el estro le arrebata, se goza en el desor­
den bello, y, ave de tempestad, se cierne en la región
del trueno; mientras que el terrible hijo del norte, el
hombre de las dificultades, según se apellidó él mismo,
el autor de una revolución continental, el que derribando
instituciones seculares sorprendió al mundo con sus crea­
ciones políticas, es el mismo que juzgando el canto con­
sagrado a su gloria, propone por modelo a Voltaire, cita
como infalible maestro a Boileau, e inclinándose delante
de una autoridad caduca, condena la libertad de la
poesía».2
Nuestro ilustre poeta nacional:
«Nacidos con sólo tres años de diferencia, los juntó en
1824 un mismo carro de triunfo, y tan indisolublemente,
que nadie podrá separarlos. El nombre de cada uno de los
dos es como el eco de la inmortalidad del otro. Olmedo
1) C a rta s de O lm edo. R ep. C ol. V ol. II, 299.
2 ) M. A. C aro . O lm edo. R ep. Col. Vol. II, 455.

270
ha prolongado a perpetuidad el tormentoso fragor de
aquel Júpiter, y aún considerados apenas en lo literario,
bien enlazados están el primer orador militar y el pri­
mer poeta bélico de nuestra América si no de toda la li­
teratura castellana. Fue muy afortunado el héroe en que
le tocase tal cantor, y no menos afortunado el cantor
en que le tocase tal héroe. Mas Bolívar es no solamente
el Héroe del Canto a Junín; aquel genio prodigioso está
además unido a su epopeya por vínculos que rarísima vez
habrán unido a otro héroe con la suya: el canto de la
batalla de Junín es también monumento de la extraor­
dinaria magnanimidad y de la universalidad de talentos
de Simón Bolívar. Olmedo, por propio impulso, lo co­
menzó cantando sólo a Junín; Bolívar después, deleitado
y extasiado con la jornada en que Sucre, y no él, mandó
en jefe, exigió de Olmedo que no cerrase el poema sin
cantar allí mismo la batalla de Ayacucho, declarada
en sus proclamas “la más gloriosa victoria de cuantas
han obtenido las armas del Nuevo Mundo”, en el cual,
aunque cubierto de trofeos, “Ayacucho, semejante al
Chimborazo, levanta su cabeza erguida sobre todo”. Bo­
lívar mismo, con su prosa de fuego, cantó en la prensa
de Lima la gloria de Sucre, el verdadero Libertador del
Perú (palabras suyas), y aún previno a Olmedo que lo
olvidase a él al inmortalizar en verso a su predilecto
Gran Mariscal. Completado el canto, Bolívar fue luego
su severo y atinadísimo censor, y las diferencias que se
observan entre lo que conocemos de la primera produc­
ción y su forma definitiva, acreditan al eximio guerrero
y amigo como crítico literario nada común. Bajo el as­
pecto histórico parece que no señaló tacha alguna, con­
sintiendo así, por pura magnanimidad, en la exagerada
influencia que el cantor concedió a su amigo el general
Lamar en el éxito de la batalla redentora. Hablaron,
pues, por boca de Olmedo, la gloria y el corazón de Bo­
lívar; él lo inflamó, él fue el dios que lo poseyó, y el cla­
sicismo griego y romano en que sobresale aquel canto, y
que se le enrostra como un defecto, es, si no del tipo de
las proclamas de su héroe, sí de su patrón de excelencia
literaria».1
i) R a fa e l P o m b o . D iscurso A cadém ico. R ep. Col. Vol. IX , 97.

271
Cerraremos este capítulo con una añoranza sobre Gua­
yaquil, cuna de Olmedo y campo de legítimos lauros para
uno de nuestros antepesados. Así, los sagrados vínculos
de la sangre, en noble tributo de respeto, enlazarán los
nombres del ilustre poeta de la ciudad del Guayas y del
abanderado de su libertad.
La parte más brillante de la actuación política del
coronel León de Febres-Cordero discurre en la hermana
república del Ecuador. Allí, este prócer, oriundo de Ma-
racaibo, revela su genio de soldado y es el principal
autor de la proclamación de la independencia de Gua­
yaquil el 9 de octubre de 1820. Tomados los cuarteles
realistas con denodado valor, se quieren premiar los ser­
vicios del soldado, distinguiéndole con el nombramiento
de Jefe del Gobierno de la Provincia de Guayaquil. Fe­
bres-Cordero declina este honor, ya por no sentirse hijo
de aquel suelo, ya porque sus aspiraciones piden la in­
quietud del campamento, ya porque en la ciudad hubie­
ra otros ciudadanos caracterizados que lo mereciesen.
Entre éstos, escoge el vencedor al doctor José Joaquín
de Olmedo, su amigo preferido, en cuyas dignas manos
resigna el bastón de Magistrado.
Días después, el Presidente del Gobierno de Guayaquil,
en nombre del ayuntamiento de la ciudad libertada, re­
conoce los méritos del triunfador en el siguiente oficio:

«Al señor coronel León de Febres-Cordero.


Señor:
El patriótico ayuntamiento de esta ciudad después
de los primeros días de nuestra feliz transformación, de­
cretó diez medallas de oro para distinguir a los que más
se hubiesen señalado en promover y realizar la indepen­
dencia de este pueblo, dejando al arbitrio del Gobierno
conferir a los beneméritos esta pequeña pero honrosa
muestra con que Guayaquil desea premiar a sus liber­
tadores. Y siendo V. S. uno de los que más se distinguie­
ron en tan memorable acontecimiento, el Gobierno con
la mayor satisfacción concede a V. S. una de esas meda-

272
lias en reconocimiento de tan memorable servicio a la
Patria, y en memoria de la gratitud pública.
Guayaquil, 30 de octubre de 1820.
José Joaquín de Olmedo. Francisco de Marcos, Secre­
tario.
Junta de Gobierno. Cuartel General en Huaura y fe­
brero 23 de 1821. Puede usar de este distintivo. San
Martín».1
El condecorado fue en seguida el Jefe del Cuerpo Mili­
tar que tuvo por nombre Libertadores de Guayaquil. El
General Bolívar le ascendió a General de Brigada en
Quito el 26 de abril de 1829, concediéndole la antigüedad
de 28 de febrero del mismo año, en que se concluyó la
batalla del Pórtete de Tarqui, en la cual estuvo a las
órdenes del Gran Mariscal.
Ya anciano el procer, en 1875, brillaban sus vivaces
ojos al recontar en el círculo de su familia, al pie de la
sierra de Mérida, el episodio de Guayaquil, y sus relacio­
nes de amistad con el poeta.

EL BARDO-PRESIDENTE

La Ciudad Heroica ha honrado el nombre del Dr. José


Fernández Madrid, dándoselo a uno de sus hermosos
parques. En el centro de éste, circuida por alfombra de
césped y de flores, se levanta la estatua del Procer, en
una actitud de melancolía y apacibilidad, que se aviene
muy bien con sus infortunios de patriota y con su fama
de cadencioso rimador. La estatua es de mármol, y a lo le­
jos, resalta su blancura en las noches de luna, cuando los
resplandores del astro le envían la caricia iluminadora.
Fue inaugurada en la festividad centenaria de Ma­
drid, en 1889, por el Dr. Núñez, que era a la sazón Presi­
dente titular de la República; bajo tan lisonjera coinci­
dencia está, pues, amparada por el autorizado verbo de
otro Bardo-Presidente.. . Bien se escogió la clásica pie-
1 ) El Ilu s tr e P ro c e r de la In d e p e n d e n c ia , g e n e ra l L eón de F e b re s -
C o rd ero . O p ú scu lo b io g rá fic o p o r J u a n A n to n io L o ssa d a P iñ é re z . M a-
ra c a ib o . 1882. P á g . 17.

273
dra para traducir al arte inmortal la semblanza del
poeta, porque el mármol tiene para la representación
de la estatuaria humana mayor suavidad que el bron­
ce, y el que se irgue allí, dentro de aquel jardín rico en
auras y fragancias, imagen fiel del orador que no se
intimida ante la recriminación hostil, parece repetir se­
renamente las palabras de amable suavidad con que
Madrid empezaba en 1825 su defensa de los violentos
cargos con que se atacó su actuación como Presidente
de la República en el año del Terror:
«Por fin ha llegado este día en que comparezco ante
mis compatriotas con la seguridad que da la inocencia,
sin orgullo, porque no tengo en qué fundarlo, pero tam ­
bién sin temor, porque no he delinquido. En vano he so­
licitado que se me juzgue por los tribunales establecidos
por la ley; me someto, pues, al tribunal más incorrupti­
ble y justo, al tribunal de la opinión pública, al juicio
de un gran pueblo, amaestrado con las lecciones de una
experiencia tan dolorosa. Nunca dudé encontrar enemi­
gos y censores, porque ¿cuándo dejó de tenerlos el que
gobernó, y principalmente, el que gobernó en un tiempo
tan desastroso y sin esperanza?.. . ¡Perezca yo mil ve­
ces en un patíbulo si he sido delincuente! ¡Ay de Co­
lombia si el más negro, el más execrable de los crímenes
quedase impune! No; para la traición de un primer ma­
gistrado no hay, no puede haber amnistía».
Madrid es seis años menor que Bolívar, a quien empie­
za a distinguir con una amistad sincera en Bogotá, desde
1814. Pero antes (1812), Diputado al Congreso de la villa
de Leiva, con ardoroso entusiasmo comprueba su admi­
ración al Héroe, siendo uno de los que con mayor empe­
ño trabajaron porque la Nueva Granada enviase eficaz
auxilio de armas y tropas al expedicionario de Venezuela
de 1813. Quizá antevé desde entonces el espíritu ágil de
aquel bravo capitán, que vencedor ilustre en los campos
de Cúcuta, aspira impaciente a llevar al suelo patrio la
bandera triunfante de la Revolución. Quizá, poeta de
corazón, le aclama en frenéticas estancias, festejando su
marcha de soldado y altisonando su laúd con el estreno
del épico loor. Acaso son versos suyos aquellos dedicados
al Triunfador de Cúcuta, que en otra ocasión hemos atri­
buido dudosamente a Nariño, donde la espontaneidad

274
de la estrofa descubre la habitual destreza del cantor;
bien que la solución de este punto está reservada a algún
hallazgo de la bibliografía, que a menudo nos sorprende
con la revelación de sus caprichosos fallos.
«Leones feroces, águilas ligeras.
Que de alta roca presa divisaron
Hienden el aire, y en su raudo vuelo
Tiembla Correa.
Rabia encendida del cañón fogoso
Brota, y sus brazos formidables lanza
Muerte, cual rayo de alta esfera
Baja tronando.
Yo vi la lucha, y entre el humo denso,
Entre las llamas a Belona fiera,
A los patriotas animar gritando:
Cúcuta libre.
El viejo Zulia que el clamor escucha
De la morada cristalina sale;
Y su cabeza coronada de olas
Muestra risueño». 1
La abnegación de Madrid se evidencia en las aciagas
circunstancias en que echa sobre sus hombros el peso de
los negocios públicos, en 1816, cuando el estado agónico
de la nacionalidad sólo auguraba para sus conductores
descalabros y reveses. Los hombres de mérito se retiran
de la escena, aleccionados por dolorosos sucesos, fati­
gados ante el gran desastre y amedrentados por la feroz
revancha, que ya se anuncia implacable con los patíbulos
de Cartagena. Sólo aquel joven de veintisiete años, mé­
dico y poeta, desinteresadamente idealista en frente del
turbulento horizonte de la patria, acepta el sacrificio y
desafía la adversidad, para sucumbir ingloriosamente en
la jornada, mofado de sus conmilitones, postrado por la
incapacidad y vilipendiado de sus compatriotas, que no
sólo no le perdonan como fracasado, sino que aun le ta ­
chan de traidor; Madrid se destierra a La Habana, en
voluntario exilio, hasta que tiempos más benignos le se­
ñalen la ocasión de recuperarse a la Patria.
i) V éase n u e s tro e sc rito . P ró fu g o , P o e ta y P re s id e n te .

275
En 1825 se sincera de los cargos acumulados sobre su
desgraciada actuación en la concluyente Exposición a sus
compatriotas sobre su conducta política desde el 14 de
marzo de 1816. «El tono de esta publicación ■ —escribe su
biógrafo, el Dr. Martínez Silva— es sencillo, sobrio, claro,
sin que se note esfuerzo alguno para ocultar la verdad,
ni para disimular o desnaturalizar los cargos de que
había sido víctima. Uno a uno los analiza y confuta, apo­
yándose en documentos y razonamientos tan concluyen-
tes, que no pueden menos de llevar al ánimo más apasio­
nado el convencimiento de la inocencia del acusado...
El efecto que produjo en la opinión pública la lectura de
la Exposición fue completo y por extremo satisfactorio
para Madrid. Sus enemigos callaron como muertos, sus
amigos le felicitaron calurosamente, y muchos que, sin
ser enemigos, participaban de las desconfianzas y de las
preocupaciones vulgares, se apresuraron a declararse
convencidos de la inocencia de aquel a quien antes mira­
ban al menos con cierto desvío».
Al pisar el suelo de la Patria, Bolívar le saluda desde
Cuzco con deferentísima cordialidad, como a un hijo
diel Parnaso. «He sabido con infinito placer que Ud. ha
regresado a renovar sus antiguos cantos con las musas
del Magdalena. Su primer respiro en los hogares patrios
ha sido un poema y un cántico. Ud. es el hijo del Parnaso
y mi amigo y mi compatriota. ¡Cuántos títulos a mi ad­
miración y a mi am or!.. Yo he amado a Ud. siempre,
por pasión, por gratitud y por persuación. Yo no sé lo
que Ud. hizo; pero sé que nada ha podido hacer indigno
de Ud.» (Bolívar a Madrid. Cuzco, julio 10 de 1825).1
Poco después de la batalla de Ayacucho, el General
Sucre envió al Vicepresidente de Colombia, como recuer­
do de los triunfos de las armas colombianas en el Perú,
el estandarte real de Castilla, con que Pizarro había pe­
netrado al país de los Incas tres siglos atrás, junto con
otros cuatro pendones españoles de alta significación
tradicional. En la nota que anunciaba las históricas pren­
das, se lee: «A estos trofeos que el Ejército tributa, como
resultado de sus trabajos, al Gobierno de su Patria, añade
i) C a rlo s M a rtín e z S ilv a. B ió g rafo de D. Jo sé F e rn á n d e z M ad rid .
P á g . 381.

276
el noble orgullo de asegurarle que han desaparecido los
enemigos que oprimían la tierra de Manco Capac, y que
desde Ayacucho a Tupiza se han humillado veinticinco
Generales españoles, mil cien jefes y oficiales y diez y
ocho mil soldados, en el campo de batalla y en las guar­
niciones; y redimido del poder de los tiranos un terreno
de cuatrocientas leguas y dos millones de habitantes,
que bendicen a Colombia por los bienes de la paz, de la
libertad y de la victoria con que los ha favorecido».1
A la vista de las banderas castellanas, Madrid escribió
el siguiente soneto:
«Estas son las banderas que algún día
En manos de Pizarro tremolaron,
Estas en Caj amarca presenciaron
La más abominable alevosía:
Recuerdos de opresión y tiranía
Al Perú tres centurias insultaron,
Y los Libertadores las hallaron
Tintas en pura sangre todavía.
¡Monumentos de un déspota insolente,
Banderas de Pizarro ensangrentadas,
Que rindió ante Bolívar la victoria:
A los pies de Colombia independiente,
Para siempre abatidas y humilladas
Oprobio del Perú, seréis su gloria!»
Probablemente, a este soneto de su amigo aludía el
Libertador al presentarle con efusión la bienvenida: «Su
primer respiro en los hogares patrios ha sido un poema
y un cántico».
En marzo de 1826 el Vicepresidente Santander le dis­
tingue con el honroso encargo de Agente Confidencial
de la República de Colombia en Francia, acatando las
obligantes recomendaciones del Libertador en favor del
Poeta. «Recomiendo a Ud. a Madrid», había escrito Bolí­
var a Santander desde Cuzco. Este contesta de Bogotá,
en enero de 1826: «Voy a aprovecharme del viaje que
nuestro doctor Madrid hace a París con motivo de sus
enfermedades para encargarlo de la Agencia confiden-
i) G ro o t. H isto ria C ivil y E clesiástic a. T. V. 26.

277
cial que ahora ejerce el Coronel Lanz. Yo quiero mucho
a Madrid (aunque todavía no me ha hecho una cuarteta),
porque es patriota, ilustrado y excesivamente amable» 1
El nombramiento era para Madrid la más solemne repa­
ración de las ofensas y ataques que se le habían irrogado
al regresar a su patria, y en su desempeño, tuvo ocasión
de mostrar las excelentes prendas que le adornaban co­
mo hábil y sagaz ministro en la cuna de la diplomacia
colombiana.
Durante su estada en el Exterior, se relaciona íntima­
mente con Olmedo y Bello, buscando en la selección de
estos espíritus enseñanzas y ejemplos que retemplen su
devoción a las musas. En el prefacio de sus poesías hace
justicia a los merecimientos de aquellos dos altos Mece­
nas: «Los defectos de estos versos serían más numerosos
si no hubiese corregido mucho de ellos con arreglo a las
indicaciones que tuvieron la bondad de hacerme mis
amigos los señores Olmedo y Bello. No perderé, pues, esta
ocasión de dar un público testimonio de mi reconoci­
miento a estos dos distinguidos poetas colombianos, que
tanto honor hacen a su patria».
Hay una interesante carta de Olmedo para Bello (1827),
en que el clásico cantor pinta el carácter del amigo y
del poeta, acreciendo más en su estima los méritos de
aquel que las condiciones de éste.
«Para dar a Ud. una idea del carácter de este amigo,
bastará decir que tiene el candor y la bondad de darme
sus versos para que se los corrija, y lo que es más raro,
la docilidad de ceder a mis observaciones. Nosotros (aquí
entre los dos) los que tenemos poco genio, somos muy
doctrineros; y haciendo de maestros (cosa muy fácil)
pensamos adquirir una reputación que no podemos sos­
tener con nuestras composiciones...
«Madrid está imprimiendo sus poesías (aquí entre nos­
otros), lo siento. Sus versos tienen mérito, pero les falta
mucha lima. Corren como las aguas de un canal, no como
las de un arroyo, susurrando, dando vueltas, durmiéndo­
se, precipitándose y siempre salpicando las flores de la
ribera. Le daña su extrema facilidad en componer. En
i) O ’L e a ry . T. III, 238.

278
una noche, de una sentada, traduce una Meseniana de
Lavigne, o hace todo entero... el quinto acto de una
tragedia».1
Aunque Madrid pulsara la lira más de una vez en ho­
nor de Bolívar, siempre tuvo por cierto que una obra de
aliento sobre la cual estampase preferentemente el calor
de su genio, y dedicada como noble ofrenda al Padre de
la Patria, habría de alcanzar vida más generosa y dilata­
da que estrofas compuestas al acaso, en la ligera impro­
visación de un ocio, y destinadas más al elogio ocasional
del caudillo que a la glorificación del Héroe. Este fue
el origen de su tragedia Guatimozin, donde a la origina­
lidad del pensamiento agregaba la novedad de la dedica­
toria. Ni se detuvo en que la obra girase alrededor de
un personaje de lejana tribu, pues la filiación americana
del héroe a quien la dedicó, no se marchitaba, y antes
bien se engrandecía con las remembranzas del esplendor
de la realeza azteca.
La tragedia fue impresa en París en 1827, y remitida
por su autor a Bolívar jubilosamente. Gran satisfacción
embargaba el espíritu del poeta al ver cumplidos a caba-
lidad sus anhelos, según se ve en varias de sus cartas:
«En Londres o París pienso hacer una bonita edición
de mis poesías, publicando entre éstas, el Guatimozin,
tragedia que tengo escrita y dedicada a Ud. de algunos
años hace. ¡Cuánto he celebrado, mi generoso amigo, sa­
ber que mis versos no desagradan a Ud., pero cuánto sien­
to que el poeta sea tan indigno de su héroe! (Bogotá,
octubre 29 de 1825).
«Está concluyéndose la impresión de mi Guatimozin,
honrado con el nombre de Ud. al frente, aunque no me­
rezca esta honra mi tragedia. En Bogotá se representó
en presencia de más de tres mil personas, y desde enton­
ces fue dedicada a Ud. En Londres publicaré una colec­
ción completa de mis versos». (París, abril 9 de 1827).
«Remito a Ud. mi Guatimozin. Temo que la dedicatoria
le parezca a Ud. muy seca. Yo no he querido hacer una
especie de ostentación de la amistad y particular afecto
i) C a rlo s M a rtín e z S ilv a. O br. cit., 371.

279
con que Ud. me distingue y honra; y reservo para nuestra
correspondencia privada las efusiones de la gratitud, de
que está penetrado mi corazón. (París, abril 23 de 1827).
El Libertador le acusa recibo, y tras una frase de en­
horabuena, no le oculta su juicio, si severo, caracterizado
por la exactitud y el buen gusto:
«He recibido el Guatimoc con el mayor gusto, porque
veo en él un monumento de genio americano; pero diré
a Ud. lo que siento sin ser poeta: hubiera deseado más
movimiento y más acción en la escena. Generalmente
hablando, el pueblo no gusta de acciones tan sencillas,
que dan tan poco a trabajar al pensamiento, que desea
divertirse en su propia curiosidad, y en el efecto de la
catástrofe c’est trop uni». (Bolívar a Madrid. Bogotá,
noviembre 13 de 1827).
Si pudo el poeta sentir displicencia con la opinión de
su dilecto amigo, resarciérase en cambio de aquella con
la del General Santander, expresada a base de bondad
ya que no de franqueza:
«Había deseado ver a Ud. para darle mil enhorabue­
nas por el Guatimoc; me pareció mejor la noche que lo vi
representar, y puedo asegurarle que tuvo dos pasajes
que me hicieron salir las lágrimas; pero nada me encan­
tó y me llenó de entusiasmo como la dedicatoria al Li­
bertador Bolívar. ¡Qué hermoso contraste entre el Gua­
timoc y la situación actual de la América! ¡Qué justo y
qué expresivo el elogio hecho al Libertador!...» (Santan­
der a Madrid. Bogotá, enero 7 de 1826).
En la explicación que da el autor a Bolívar sobre la
acción y desarrollo de su tragedia, parece contenerse su
propia conformidad con los reparos que le apuntaba su
ilustre crítico:
«De tan graves asuntos voy a descender hasta Guati-
mozin. ¡Vea Ud. qué salto o más bien qué caída! Ud. dice
que no es poeta, y yo siempre he creído que Ud. es poeta,
aunque no haga versos. Tampoco los hacía Demóstenes
y era gran poeta. Cicerón era mal versificador y admira­
do poeta. Nada tengo que decir a Ud. en defensa de mi
tragedia... Cuando yo dediqué en La Habana, algunos
ratos de la noche al ensayo de Atala y después al de Gua-

280
timozin, estaba enteramente preocupado en favor del
nuevo sistema trágico italiano, que quiere que la acción
sea simplísima, que no haya intriga, incidentes, y en fin,
que todo el efecto de la tragedia haya de deberse, por
decirlo así, a la fuerza del diálogo: item, yo me figuré
que sería profanar la majestad de la historia, el mezclar
con ella ninguna fábula, y pretendí, en consecuencia, for­
mar una tragedia de un asunto que aunque trágico, no
era tragediable, y que sólo me ofrecía por héroes una víc­
tima maniatada y unos cuantos verdugos, por el estilo
de Boves y Morales. ¡Qué personajes tan dignos de Mel-
pómene! No me resta, pues, sino rogar a Ud. que me dis­
pense haber puesto su nombre al frente de una obra tan
mediocre, para no decir tan mala. Cuando tenga humor
para hacer versos, porque le confieso a Ud. que lo he
perdido, he de esforzarme por volver por mi crédito. (Ma­
drid a Bolívar. Londres, febrero 13 de 1828).1
En una de sus cartas para Bolívar, el poeta cartagenero
le compara con el príncipe fabuloso del océano. Citando
unos versos de Virgilio, de accesible interpretación para
la cultura del Libertador, diríase que pretendió atar su
gloria con la del lírico de Mantua.
«Yo he tenido la satisfacción de que este Gobierno, el
público y los particulares hayan visto puntualmente rea­
lizadas todas mis predicciones. La Europa se ha conven­
cido de la portentosa influencia que Ud. ejerce sobre los
pueblos colombianos.
«El poder de Ud. parecería fabuloso, si no se palpa­
se, por decirlo así. Se cree ver a Neptuno apaciguando
con una voz el furor de las tempestades. Yo he recordado
con este motivo y repetido muchas veces los hermosos
versos de Virgilio que comienzan: Ac veluti magno in
populo; y concluyen, Me dictis movet ánimos et pectora
mulcet. (Madrid a Bolívar. París, abril 23 de 1827).1 2
La estrofa, que está por cierto citada con delicado gus­
to artístico, fue alterada en la impresión tipográfica, y es
como sigue:
1) O ’L e a ry . Vol. IX , 309.
2 ) Ib id em . 280. C alcado so b re e s te m ism o p a s a je de V irgilio, M a­
d r id h a b ía c o m p u e sto (1820) e n L a H a b a n a u n r e g u la r so n eto , d e d ic a d o
a su am ig o , el c é le b re p o e ta a rg e n tin o D. A n to n io M iralla.

281
«Ac veluti magno in populo quum saepe coorta est
Seditio, saevitque animis ignobile vulgus,
Jamque faces et saxa volant; furor arma ministrat:
Tum, pietate gravem ac meritis si forté virum quem
Conspexere, silent, arrectisque auribus adstant;
Ule regit dictis ánimos, et pectora mulcet».
El señor Caro la ha traducido elegantemente así:
¿Quién vio tal vez con la rabiosa ira
Que la plebe en motín ruge y revienta?
Teas, guijarros por el aire tira;
La fuerza del enojo armas inventa.
Mas si a un procer piadoso alzarse mira
Se contiene, se acalla, escucha atenta;
Sólo esa voz los ánimos ablanda,
Lleva la paz y la obediencia manda».

Por su parte, el Libertador, presa ya su espíritu de las


más amargas decepciones, en una de sus últimas cartas
para el poeta, devolvía a éste la metáfora marina, tras­
parentando en la confidencia íntima el mortal cansancio
que sentía de las vicisitudes de su carrera pública:
«Mucho sentimiento tendrá Ud. al recibir ésta, que le
lleva la noticia de que entre un par de días ya yo no seré
Presidente de Colombia, pues hoy mismo he hecho mi
última renuncia para que el Congreso nombre a otro in­
dividuo para este puesto. Este paso lo he dado porque
estoy persuadido de que es imposible que un hombre solo
sea capaz de contener la inmensa anarquía que devora
al Nuevo Mundo. La serie de vicisitudes rápidas y conti­
nuas no ofrecen esperanza de término alguno por efecto
de medios e instrumentos del país mismo. Usted es poeta
y me entenderá con la imagen siguiente:
«Este es un navio combatido por las tempestades y las
olas, sin timón, sin velas, sin palos. ¿Qué podrá hacer el
piloto? Necesita de quién remolque el buque y lo lleve al
puerto. Yo soy este piloto, que nada puedo... (Bolívar
a Madrid. Bogotá, abril 28 de 1830).
El Libertador, sentía la fatiga de la gloria, desasiéndose
de sus poderosas energías, en tanto que su amigo predi­
lecto, el poeta dulce y cadencioso, el sensible cantor de
los amores, como se llamó a sí propio, víctima de una

282
afección pulmonar, rendía prematuramente su vida en
Barnes, cerca de Londres, a fines de junio de 1830.
En pocos hombres, como en José Fernández Madrid,
tan desgraciado en la primera época de su juventud, en
que inexperto y aislado gobierna el timón de la repú­
blica en medio de las más aciagas circunstancias, la cle­
mencia de los hados compensa con largueza sus dolorosos
infortunios. Dos varones prestantísimos levantan su
nombre con expresiones de oro. «Yo no sé lo que Ud. hizo;
pero sé que nada ha podido hacer indigno de Ud.», le
escribe el Libertador, al regresar al país, sincerado ya de
los cargos que sus compatriotas le hacían. El Príncipe de
las Letras Americanas le llama «el primero de los hijos de
Colombia y el mejor de los hombres». Entre estas dos
frases lapidarias, descansa la apacibilidad de su gloria,
como en suavidad de rosas.
* s¡: *

Hase visto, pues, cómo los tres principales poetas de


la generación procera, Bello, Olmedo y Madrid, ligados
entre sí por una noble y recíproca amistad, se vincularon
también al afecto del Libertador, por generoso ministe­
rio de la poesía. El uno es su maestro, el otro su cantor,
su amigo y protector el último. El poeta de Caracas adi­
vina su genio, el de Guayaquil ensalza sus victorias, el de
Cartagena protege su glorioso itinerario de 1819. Un
escritor chileno, el señor Soffia, descubre en ellos singula­
res analogías con los triunviros de la poesía latina: «Be­
llo, que pinta y describe como Virgilio; Olmedo, que can­
ta y se encumbra como Horacio; y Fernández Madrid,
que ama y suspira en el destierro, como Ovidio...» Bien
penetrado el señor Soffia de la estupenda elegancia des­
criptiva de regnícola, que caracteriza al cantor de nues­
tra agricultura; de la sonora y poderosa entonación
épica que despide la lira del cantor de Junín; y de la
ternura y delicadeza de sentimiento que palpita en las
poesías del cantor del hogar, pudo escribir aquellas fra­
ses, en donde si hubo error de crítica, quedó borrado por
un hermoso y pasional tributo de admiración hacia la
gran patria americana.

283
Más perspicaz el señor Caro, sintetiza así:
«Bello resume la gloria literaria de Venezuela, Olmedo
la del Ecuador, en aquella época. El cantor de La Zona
Tórrida alcanzó la perfección en el idioma de las Musas,
especialmente en lo moral, filosófico y didáctico. El can­
tor de Junín voló como águila a las más elevadas regio­
nes de la inspiración lírico-heroica. Olmedo y Bello son
luminares que absorben y concentran todo el resplandor
de sus respectivas esferas.. . La gloria de Madrid es mu­
cho más modesta; pero su ejemplo literario más fecundo.
«... Cuando Madrid recuerda las tribulaciones de la
proscripción, canta los éxtasis de la ternura conyugal y
describe con donosura, mezclada de melancolía, los jue­
gos inocentes de sus hijos; entonces hablan (él y Vargas
Tejada) con el timbre y tono del sentimiento verdadero,
entonces revelan un poder, antes secreto, del canto; en­
tonces son originales con originalidad fecunda, y apare­
cen como fundadores de la lírica nacional».
Tales son, en el campo literario, las fisonomías de los
tres egregios poetas con que comienza el Parnaso de Co­
lombia. En el campo político, Ínter Bolívar cumple su
grandiosa misión de libertar el Nuevo Continente, acre­
ditan en el antiguo el nombre de la república y prepá­
ranle puesto de honor en el círculo de las naciones. Di­
ríase que estos tres poetas, como en misión providencial,
se acercan con los lazos del cariño al Genio, en represen­
tación de las tres porciones que integran a Colombia: la
que le dio la vida, la que le glorificó en el canto y la que
le debía recoger su postrera despedida.

EL CANCIONERO DE LA REVOLUCION
Entre los colaboradores del Semanario de Caldas, como
uno de los más laboriosos, ilustrados y de recto juicio,
señalado por su amenidad en el estilo, y a menudo, por
su donosura, se cuenta un distinguido patricio granadino,
escritor infatigable, biógrafo de nuestros proceres en El
Correo del Orinoco, y cantor también de la gloria del
Libertador, aunque las vibraciones de su lira no alcan­
zan a dilatarse al lado de la resonancia marcial de los
triunfos de aquel. Es el doctor José María Salazar, nacido

284
en Rionegro de Antioquia (1785), prosador y poeta, pe­
dagogo y periodista, lingüista e historiógrafo, abogado
y diplomático, figura de nota en los albores de la litera­
tura patria, cuya personalidad aguarda aún el honor de
un estudio reposado y justiciero. El Cancionero de la Re­
volución, le apellidó don Rafael Pombo, porque se con­
sagró a cantar entusiasta sus vicisitudes y sus triunfos,
rindiendo un doble culto a Calíope y a Clío.
En sus primeros años, aficionado al género dramático,
compuso el Soliloquio de Eneas y el Sacrificio de Idome-
neo, tragedias que fueron representadas en la capital.
Festejó la llegada del Virrey Amar (1803) en largos ver­
sos titulados El Placer Público de Santa Fe, composición
olvidada aún para la bibliografía.
En 1810, residente en Mompox, como Rector de un fa­
moso establecimiento de educación, en el que le acompa­
ñó el cucuteño don José María Gutiérrez, también aboga­
do, tradujo el Arte Poética de Boileau. Escribió artículos
biográficos sobre Madrid, Camilo Torres, los Gutiérrez,
Lozano, Camacho y otros proceres de la independencia,
los más, sacrificados en el patíbulo, que habían sido sus
dilectos condiscípulos o camaradas. Es, bajo este aspecto,
un espléndido contribuyente al acervo histórico nacional.
En el Semanario vio la luz su Memoria descriptiva del
país de Santa Fe, y recientemente han sido publicados
en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, de
Caracas, cuatro escritos suyos que habían permanecido
inéditos: Excursión de Bogotá a la isla de Trinidad, por
territorio de Venezuela, en el año de 1816—Elogio histó­
rico del señor Francisco José de Caldas— Bosquejo polí­
tico de la América, antes española y —La Instrucción
pública en Colombia— en todos los cuales se muestra co­
mo escritor correcto y de levantado vuelo. En una de sus
cartas para Bolívar (1828), hace mención de una intere­
sante obra, que probablemente aguarda por ahí en los
anaqueles de algún archivo, el oprimir piadoso de las
prensas tipográficas. «Entre tanto que estoy aquí sin
empleo, he acabado mis Memorias Colombianas, y otras
bagatelas literarias, que tengo ya listas para la prensa
(en las cuales sin hablar mal de nadie hago honor a
quien lo merece): temo se me queden en el tintero por
falta de fondos. No sucederá así con un folleto que he

285
dado ya a la imprenta sobre nuestras reformas políticas
(en español e inglés), y que enviaré a Ud. en primera oca­
sión; le ha sido favorable el juicio de los literatos, mas
temo la censura de mis compatriotas».1 Con excepción
de Caldas, es quizá Salazar el más fecundo de los escri­
tores de su tiempo.
En 1812 se halla en Cartagena desempeñando una mi­
sión de confianza que le había confiado el General Mi­
randa cerca de aquel Gobierno. Allí redactó El Mensajero,
periódico político destinado a hacer propaganda al régi­
men centralista, de que fue siempre incansable sostene­
dor. «Estaba en esta ciudad ■ —refiere Vergara y Verga-
ra— cuando llegó allí un joven venezolano, precedido de
las acusaciones que contra él lanzaban sus paisanos lla­
mándole godo y traidor. Salazar trabajó por destruir la
mala impresión que aquellas voces despertaban, y acre­
ditó tanto al viajero, que logró que le dieran el mando de
las fuerzas del Estado de Cartagena, comprometiendo su
responsabilidad personal para abonar al joven oficial,
a quien en sus ensueños de poeta, aplicaba contra todas
las calumnias del mundo, el famoso tu Mercellus eris de
Virgilio. El Mercellus del poeta granadino marchó con las
fuerzas que se le dieron, y ganó a los españoles los com­
bates de Tenerife, Ocaña y Cúcuta, que abrieron la bri­
llante carrera de sus triunfos; este oficial, calumniado y
prófugo, adivinado por un poeta, era Simón Bolívar».
No perdió su memoria, desde entonces impresionada
con la del arrogante huésped, la marcha del futuro hé­
roe. En 1820, creada la República de Colombia en el Con­
greso de Angostura, dueño el Libertador de los laureles
de Boyacá y rodeado de las férvidas aclamaciones del
triunfo, publica Salazar probablemente en El Correo del
Orinoco su composición La Campaña de Bogotá (Canto
heroico), poco conocida por su escaso mérito literario, se­
gún apuntan algunos de sus críticos. Tiene, sin embargo,
el de la generosa elección del asunto, en una época en
que la lira granadina enmudece, y no hay ninguno de sus
contemporáneos que alimente decidido el fuego sacro de
las Musas. El canto aglomera en endecasílabos asonan-
tados ochenta y una estrofas, en las cuales recuenta el
i) M e m o rias d e O ’L e a ry . Vol. IX , 419.

286
poeta la expedición de Bolívar de Cartagena a Cúcuta,
la liberación de esta última ciudad, las tribulaciones de
la Patria en 1816, la agonía de los mártires, el memora­
ble triunfo de Boyacá y las jornadas que lo precedieron,
la entrada del ejército patriota a la capital, los laureles
del Libertador, los de sus conmilitones Santander y An-
zoátegui, el denuedo de la Legión Británica, la fuga del
Virrey Sámano, la instalación del Congreso de Angostu­
ra, y por último, la unión e integridad de Colombia. No
inexactamente Pombo, al juzgarlo por este aspecto de
prolijidad, lo considera «casi cronista métrico de nuestra
guerra magna».
He aquí algunos de sus versos: 1
El valor no le ha dado al enemigo
De nuestras posesiones la conquista,
¿Quién más valiente fue que las legiones
Que por nuestros derechos combatían?
Vosotras lo decid, aguas del Zulia,
Teatro primero de la empresa digna
De libertar la heroica Venezuela,
Por Monteverde entonces oprimida.
Alégrate mil veces, héroe grande,
Político sagaz, feliz Bolívar,
De ser el instrumento de los cielos
En redim ir la tierra granadina.
Deja para otro tiempo más propicio,
Volver al suelo que te dio la vida,
Y confía al cuidado de la gloria
A dignos Jefes, huestes aguerridas.
En vano el frío invierno te presenta
Las llanuras en lagos convertidas,
Vastos ríos que salen de su cauce
Y mil torrentes que se precipitan.
En vano soledades y desiertos
Que las fieras y víboras abrigan,
Oponen a tu marcha presurosa
Obstáculos que vences y dominas.

i) D o cu m en to s p a ra la v id a p ú b lic a del L ib e rta d o r. — Col. B lan c o .


Yol. V II, 60.

287
Los Andes escarpados del Oriente
A tus pies bajan la empinada cima,
Y las de Paya Santander ocupa,
Y el enemigo tu presencia evita.
Ya desciendes al valle delicioso
Que bañan dulces aguas cristalinas,
Imperio de los Moscas en un tiempo,
Del gran templo del Sol mansión antigua.
Recibid, pueblos, con trasporte y gozo
Al Angel tutelar de vuestra dicha:
A las armas, amigos, que ha llegado
De vuestra redención el bello día.
Marchad con prisa al teatro de la guerra;
Porque si activos no marcháis con prisa,
No obtendréis una parte del trofeo,
Ni alcanzaréis el paso de Bolívar.
No conocemos carta alguna del poeta a Bolívar, o de
éste a aquel, en que se haga mención de este canto. Pro­
bablemente el Libertador no tuvo ocasión de emitir jui­
cio sobre él, como con algunos de sus amigos lo hiciera,
quizá porque, discreto y mesurado, no se atrevió a ello,
cuando el autor, tímido y remiso, tampoco quiso enviár­
selo o dedicárselo directamente. Pero es preciso recono­
cer que Salazar, sin estímulo de ninguna clase, llevado
sólo de su apasionada devoción a las Musas, si desmayado
y débil, hace el primer ensayo de poesía épica nacional.
El historiador Restrepo habla de esta composición así:
«El doctor José María Salazar, natural de Antioquia en
la Nueva Granada, diputado al Congreso de Angostura,
antiguo patriota, de talentos distinguidos, publicó en
aquellos días un Canto heroico en hermosos versos, cele­
brando la campaña de Bogotá o de la Nueva Granada, y
la creación de la República de Colombia. Esta poesía tuvo
mucha aceptación, como todo lo que dictaba la musa de
Salazar, quien fue enviado de Ministro de Colombia a
los Estados Unidos; allí permaneció hasta 1827, en que
el Libertador le dio sus letras de retiro».1 Durante su
permanencia en el Exterior compuso el poema La Co-
lombiada, que fue publicado en Caracas por su familiai)
i) H isto ria d e la R e v o lu c ió n de C olom bia. Vol. II, 600.

288
como obra postuma. Menos conocida que la mencionada,
literariamente esta poesía es reputada como muestra de
fecundo ingenio, aunque no de arrebatada inspiración en
el a u to r... Quizá para excusar los deliquios de su lira,
había escrito en otro tiempo: «Siempre fui sensible al
estudio de la naturaleza y amé las Musas desde mi in ­
fancia; los negocios públicos y mi profesión me separaron
de ellas; pero algunas veces he podido ofrecerles un culto
secreto mirando a lo menos como recreo, la dulce poesía
que Safo llamaba música del alma, y Horacio, dulce la-
borum lenimen».
En efecto, tributa a esta deidad los homenajes de su
fervorosa simpatía, cuando no con el propio laúd, oyendo
gozoso las notas de los de sus compañeros. Durante su
estada en Caracas en 1822, forma parte de la tertulia li­
teraria que allí fomentan con ahinco Francisco Javier
Yanes, Cristóbal de Mendoza, Andrés Narvarte, los Ayala
y otros. Al año siguiente (junio 26), hecho cargo de la
embajada norteamericana, escribe de Filadelfia al pri­
mero de éstos: «He sido recibido en Washington satisfac­
toriamente por el Gobierno y los particlulares, y lo mis­
mo en esta ciudad de fríos cuákeros... He comenzado a
pertenecer a algunos cuerpos literarios».
Aunque no hablamos del personaje político, conviene
recordar que Salazar fue adicto partidario de las ideas
del Libertador no menos que fiel estimador de su persona.
La siguiente interesante carta delinea su carácter de ob­
servador y pensador: «Creo que Usted conoce mis opinio­
nes, porque las hice públicas. Nunca he sido federalista
ni amigo de medidas débiles ni enemigo de Venezuela,
en cuyo servicio fui empleado con honor, y Usted sabe
mi particular amistad con el señor Bolívar y con los
primeros hombres de ese país. Deseo pues que se proceda
en regla para no dar motivo a disturbios civiles, y que
nuestra unión, si ha de existir, sea de corazón. Amemos
la energía, pero respetemos los principios; seamos celo­
sos de los derechos públicos, y de todas las formas pro­
tectoras de la libertad civil, religiosa y política. Aprove­
chémonos de la experiencia sin tocar extremos opuestos,
y aunque la guerra sea por ahora nuestra principal aten-

289
ción, acordémonos que las tropas españolas acaban de
dar libertad a la Península y son las primeras en procla­
mar los principios civiles.
«Los enemigos del señor Bolívar, porque a pesar de
sus servicios los tiene todavía, dicen que ama a su Patria
pero más la autoridad suprema; que prefiere el gobierno
militar y aborrece las leyes y a los que las profesan. Yo
he respondido siempre que él promovió la formación de
un Congreso; que en tiempo de guerra debe ser mayor,
aunque no absoluta, la actitud del poder militar, y que
un hombre instruido y versado en las letras no puede
aborrecer las leyes; que él ha preferido a todo título el
de Libertador y que ésta es la verdadera gloria. ¿Sería
tan insensato después de que ha logrado la altura de
honor a que tan pocos mortales alcanzan, para preferir
la suerte de César a la gloria de Washington y a las ben­
diciones de la posteridad?...» (Salazar a Santander.
Trinidad, junio 25 de 1820).1
Por exigencia del General Laiayette, que había reci­
bido de la familia de Washington el honroso encargo de
remitir al Libertador del Sur algunas prendas que habían
pertenecido al Libertador del Norte, cupo en suerte a Sa­
lazar, en su condición de Ministro de Colombia en los
Estados Unidos, servir de intermediario en la trasmisión
del histórico presente. Consistía éste en una medalla de
oro con que la República americana había condecorado
al autor de su independencia, y un medallón que guar­
daba el retrato y cabello de Washington. La última joya
tenía la siguiente inscripción: Auctoris Libertatis Ame-
ricanoe in Septentrione Hanc Imaginem Dat Filius Ejus
(Pater Patriae) Adoptatus lili Qui Gloriam Similem In
Austro Adeptus Est, cuya traducción es la que sigue: «Es­
te retrato del autor de la Libertad en la América del Nor­
te, lo regala su hijo adoptivo a aquél que alcanzó igual
gloria en la América del Sur».2
Con este motivo, Salazar escribió al Libertador la her­
mosa carta que se leerá en seguida, la cual por su noble
y levantado estilo queremos que adorne el presente es­
bozo:
i) A rc h iv o d e S a n ta n d e r. T. IV, 366.
■2)El M ed alló n de W ash in g to n . O b ra s escogidas, A ristid e s R ojas.

290
«S. E. el Presidente de Colombia, general Simón Bolivar.
Nueva York, 1825.
Señor:
«La familia del ilustre Washington, ofrece a V. E. un
presente digno de V. E. y de ella misma, y se ha valido
para su dirección del respetable medio del general Lafa-
yette, que lo ha puesto en mis manos con las adjuntas
cartas que tengo la honra de remitir.
«No sé lo que deba preferirse en esta manifestación de
aprecio hacia la persona de V. E., si el obsequio mismo, o
el delicado modo de hacerlo: una medalla de oro, dedi­
cada al Padre de la Independencia de la América Sep­
tentrional después de la rendición de York-Town, que
puso término a la guerra revolucionaria, y presentada a
V. E. después de la jornada de Ayacucho que ha de fina­
lizar nuestra contienda; y un retrato que contiene parte
del cabello que adornó la frente del héroe del Norte, son
objeto de un precio inestimable; y cuando los dona a V.
E. la familia misma de Washington por mano de un ami­
go suyo y compañero de armas, objeto hoy de la vene­
ración y del amor de esta nación feliz que ayudó a crear
con su virtud y con su espada, se duplica el mérito del
homenaje.
«El general Lafayette escribe a V. E. “que de los hom­
bres que ahora viven, y aun de la historia, su paternal
amigo habría escogido a V. E. para darle igual testimonio
de su estimación”, y valen más estas palabras que un lar­
go panegírico por su propio sentido y por quien las dice:
ni es menos grata la expresión del señor George Wa­
shington P. Curtís, cuando en nombre de la ilustre fami­
lia que representa, insinúa a V. E. “que ella ha conservado
estas prendas hasta que ha venido un segundo Washing­
ton que debe ser su dueño”, concepto que en cierta ma­
nera identifica la copia con el modelo, sentimiento lleno
de fuerza y belleza moral. Las dos cartas dirigidas a V. E.
que contienen estas ideas han sido publicadas en los Es­
tados Unidos, y este pueblo, que no por ser grande deja de
ser justo, que en toda ocasión oportuna manifiesta a V. E.
su aprecio, y le llama el Washington del Sur, título com­
prensivo del mayor elogio con que pueda honrarle, las
ha recibido con aplauso.

291
«Acepte, pues, V. E., estas prendas, y sean conservadas
en la familia de V. E. como un depósito precioso, que sólo
debe enajenarse por un motivo como el presente en fa­
vor de otro héroe Libertador de su país, que haga servir
al orden civil la gloria militar; y cuando la paz corone
la obra de la justicia y V. E. consiga el premio que ha
pedido a su patria por recompensa de sus sacrificios, el
descanso de un honroso retiro, igualando los valles de
Aragua al Monte Vernon, coloque V. E. estas alhajas en
el mejor lugar de su casa de campo grabando al pie de
ellas la siguiente inscripción:
«Pertenecieron al más virtuoso de los héroes: fueron
dádivas de su familia y las dirigió Lafayette.
«Soy con distinguida consideración de V. E. humilde
servidor,
José María Salazar»
El anterior episodio estrechó las relaciones entre el no­
ble poeta y el ilustre soldado francés, a quien aquel hizo
depositario de una confidencia patriótica. El mismo La­
fayette nos la referirá en un delicado rasgo epistolar:
« ... hay un suceso particular, más delicado tal vez,
que me ha sido legado como una especie de testamento
por nuestro amigo J. M. Salazar, cuya pérdida siento pro­
fundamente, lamentando más si fuera posible, la suerte
de la desgraciada viuda, si yo no supiera que esta in­
teresante mujer y sus hijos quedan bajo vuestra pater­
nal protección.
«Algunos días antes de su muerte, el buen Salazar, que
amaba, ante todo, a su patria y a vos, se acercó a decir­
me, que una reconciliación entre el Libertador y el gene­
ral Santander le parecía grandemente útil al restableci­
miento de la paz interior y a la consolidación de vuestros
gloriosos y patrióticos votos por la libertad de vuestro
país. Y añadió que siendo yo honrado por vuestra estima
y benevolencia, y no pudiendo ser sospechado de ningu­
na prevención o intriga local, era a mí a quien convenía
someteros esta idea. Tal paso de su parte, y sobre todo la
elección inesperada que hacía en mí, importaba una ex-

292
plicación; pero murió antes que tuviésemos ocasión de
hablar de nuevo». (Lafayette a Bolívar. Lagrange, junio
1 ° de 1830).1
Salazar, confortado en sus últimos días por el general
Lafayette, murió en París, en febrero de 1828, sin lograr
ver realizada la reconciliación entre el Padre de la Patria
y el Hombre de las Leyes, noble anhelo que abrigaba su
levantado espíritu con verdadero calor de patriotism o...
El militar francés custodiaba la tarde de su vida, solem­
nizando con la gloria que le autenticaba como ilustre
campeón en los torneos de la libertad moderna, la silen­
ciosa despedida del poeta.

EL TROVADOR REBELDE

Hace poco tiempo, en 1916, la Sociedad de Autores de


Bogotá rindió un hermoso homenaje de reparación y de
justicia a la memoria de un malogrado poeta, retrotra­
yendo a la vida escénica alguna de las producciones que
le dieron nombre y fama como uno de los iniciadores
del Teatro colombiano. Las Convulsiones, comedia de que
fue autor Luis Vargas Tejada, subió al proscenio por pri­
mera vez en 1828, y al cabo de ochenta y ocho años reci­
bió de nuevo el beneplácito y la ovación de un público,
si distinto al que la aplaudió lustros atrás en cuanto al
grupo de los espectadores, igual por su filiación y linca­
mientos artísticos. La representación, aunque exótica, no
podía tener insuceso, porque venía de antemano defen­
dida por el tropel augusto de los años y por la simpatía
de la glorificación. Lo de mayor significado en el home­
naje fue ese florido renacer y revivir del nombre de un
poeta antiguo en el pensamiento contemporáneo, pero
no tratando de imponerlo por medio de la clásica biogra­
fía, del panegírico, de la iconografía o de la escultura,
sino haciéndolo grato y familiar a la conciencia pública,
en presencia de una de sus obras. De esta manera, con la
aparición de la comedia de Vargas Tejada, quedaron en
el elegante edificio de Talla, como una presentalla en
un santuario helénico, las primicias del arte nacional.
i) M em o rias d e O’L e a ry . Vol. X II, 171-178.

293
Vargas Tejada se distingue por su verdadera y autén­
tica vocación poética. Un distinguido publicista nuestro
ha dicho de él, en expresión no tan exacta como elegante
que fue «el ave que cantó primero en la mañana de Co­
lombia la grande, tras la oscura y tempestuosa noche
que le precedió». Ave, en efecto, como la alondra, de
inquieto vuelo y delicados trinos.
«El carácter distintivo de nuestro poeta —juzga el
mismo escritor— es la galanura, la sonoridad y suave
cadencia de sus versos, que corren apacibles y melodiosos
como el agua que se desliza por entre el césped y de vez
en cuando salta murmurando entre las rocas. Todo en
esos versos es fácil, espontáneo, musical y ajustado a las
reglas del arte. No se hallan en sus poesías, ya sea en las
fugitivas y de estrechas dimensiones, ya en las de mayor
extensión, esos raptos del estro, esas explosiones volcá­
nicas que conmueven las fibras, ni esos chispazos eléc­
tricos que aturden. Si se exeptúan las composiciones
que llamaremos patrióticas, inspiradas por la fiebre con­
tagiosa de las circunstancias de la época en que escribió,
en lo demás no se eleva más allá de las alturas de la de­
licadeza del gusto, de la suavidad y de la ternura de sen­
timientos, como hijo y como amigo; pero siempre fecun­
do, siempre armonioso, aun para el oído más refractario.
Cuando la patria y la libertad le inspiran, tiene momen­
tos sublimes, y entonces truena con elocuencia contra el
despotismo y la tiranía, tema favorito suyo; pero también
tiene intermedios de desmayo y monotonía, cuando, au­
sente de todo lo que ama, lamenta su suerte en el des­
tierro. Nótase que las poesías que adolecen de esta floje­
dad son las que en los últimos días de su vida escribió
en la caverna que le servía de retiro, aislado del mundo
entero, lleno de tedio y desabrimiento por la existencia,
cuyo porvenir no le sonreía ya como en tiempos más fe­
lices». 1
Vargas Tejada es espíritu combativo, hosco y rebelde,
y la mayor parte de sus poesías son dardos de combate,
lanzados para la agresión implacable. Pareciera que en
ofuscante mistificación, confunde la grandeza del templo
de Apolo con la cálida arena de los circos de Marte. Su
i) N o ticia b io g rá fic a de L uis V arg as T e ja d a . Jo s é C aicedo R ojas.

294
juego en la política militante a la par que levanta su fi­
gura de poeta cáustico, encrudece más sus infortunios:
grácil mariposa a quien el calor de la hoguera abrillanta
las alas, siente agravadas sus fatigas en el continuo tor­
bellino del girar. Su existencia es una ráfaga de tempes­
tad, en que resuena su lira como el canto de una proce­
laria. Quizá por esto dice el ilustre Menéndez Pelayo
que era «un tipo perfecto de conspirador de buena fe, de
tiranicida de colegio clásico y que en Vargas Tejada es
más interesante la vida que los escritos». También por
ello escribirían los Redactores de El Mensajero (1867):
«Puede asegurarse que no hay en nuestra historia polí­
tica un carácter más enérgicamente modelado, una fi­
gura más llena de su fuerza, una vida más pródiga de
esperanzas, una naturaleza más amable de su conjunto
y más poderosa en sus muestras, que la de ese mártir
de fe exaltada en la República, de abnegación completa
por la libertad, llamado Luis Vargas Tejada».
Su fanatismo por las ideas revolucionarias, estímulo
imperioso de su aversión hacia el Libertador, en la época
de su mayor cultivo intelectual, es una de las faces más
salientes de su carácter, quizá la que ha vulgarizado más
su nombre en las crónicas nacionales. Pero no vamos a
juzgar al poeta político, que adorna su laúd con hojas
de ortiga y en mordicantes sátiras y epigramas malba­
rata y estraga la exuberancia de su ingenio para vitupe­
rar al Padre de la Patria. Disculpemos este error del
Trovador rebelde, trayendo a la vista que su desdichada
actuación política discurre en una sociedad suspicaz y
celosa del concepto hinchado de la libertad, y casi enfer­
ma de histerismo democrático, como la Bogotá de los años
27 y 28. Detengámonos más bien sobre el Vargas Tejada
estudiante, poeta de mérito, legítima esperanza del Par­
naso granadino, que en la frescura de su juventud cantó
las glorias de Bolívar, quizá con mayor sinceridad de la
que después empleara en opacarlas.
Nacido en Bogotá en 1802, de escaso patrimonio, es des­
afortunado en su educación intelectual. No visita las
aulas colegiales, y, apoyo de su familia empobrecida, pa­
sa su adolescencia entregado a faenas agrícolas, aunque
bajo la dirección disciplinaria de una madre celosa, de
sólida instrucción, que con lecciones prácticas sugeridas

295
por el amor y la delicadeza, aviva su precocidad y des­
pierta en su espíritu el ansia de saber. Trasladado a Tun-
ja en 1814, un institutor francés toma a su cargo la
tarea de complementar aquella impaciente sed de estu­
dio, introduciéndole al conocimiento de algunos idiomas
y materias importantes. Durante los nueve años siguien­
tes labora como un benedictino, en perseverantes vigi­
lias que minan su raquítica complexión: estudia con pro­
vecho y escribe sin descanso. Múltiples poesías, diversas
tragedias y comedias en verso, todas ellas extensas, y las
más inspiradas en temas nacionales, atestiguan su in­
mensa obra de laboriosidad, de diligencia, de presteza,
de absoluta preocupación y embeleso por las bellas le­
tras. Siempre pobre, «de pobreza desgarradora», abru­
mado de ponderosas obligaciones, acosado por tiranas
estrecheces, vuelve de nuevo a Bogotá, en donde la con­
fianza de un alto Magistrado presta afectuoso apoyo a
su desvalida posición.
Aquí es preciso ceder la palabra a un ilustrado escri­
tor, don Roberto Suárez, deudo del general Santander,
que narra con autoridad, habiendo sido compilador cui­
dadoso de algunos de los documentos que cita: 1
«Veintiún años contaba, y ni eso denunciaba su conti­
nente demacrado y débil, cuando resolvió dirigirse al
General Santander, entonces Vicepresidente de Colom­
bia y en el cénit de su fama y poder. No sospecharía
Santander que ese mozo de apariencia enfermiza, casi
raquítica, había de inspirarle el cariño más hondo de
su vida, ni que su muerte desastrada y prematura hu­
biera de parangonarla más tarde con la de su primo­
génito, diciendo, en íntima expansión, que esos dos h a­
bían sido sus dolores supremos.
«Vargas Tejada fue por algún tiempo el Secretario
privado de Santander, y aquí comenzó éste a apreciar las
dotes excepcionales de su carácter y de su talento. Ya
se anunciaba el poeta que, robando instantes a sus ocu­
paciones, borrajeaba versos, estudiaba idiomas en los
cuales vino a ser luego maestro; y, desde un puesto que
i) V arg as T e ja d a y M iralla. R ep. Col. Vol. X V I, 162.

296
por lo menos le aseguraba el pan, daba rienda suelta a
sus aficiones tan contrariadas en su juventud laboriosa
y oscura.
«Cierto día un amigo del poeta le sorprendió conclu­
yendo una oda en cuatro lenguas, encaminada a ensal­
zar las glorias de Bolívar, que era quien, con razón, exal­
taba los animes entonces, cuando estaba siguiendo tan
audaz como vigorosamente su brillante campaña del
Perú. La oda estaba escrita en latín, francés, italiano
y español».
El manuscrito llegó a poder del General Santander,
«quien —prosigue el mismo narrador— sintió una pro­
funda sorpresa viendo los alcances filológicos de Vargas
Tejada, tan extraordinarios para una época en que la
posesión de un idioma extranjero era dote poco menos
que sobrenatural».
Por entonces se hallaba en Bogotá el poeta argentino
don Antonio M.ralla, amigo y cofrade de Fernández Ma­
drid en La Habana, que en achaques literarios pasaba
por docto y atinadísimo mentor. La elegancia personal
de Miralla, su exquisita cortesanía, sus dotes de ingenio,
y más que todo, su prestigio de huésped fastuoso aumen­
taban la autoridad de su opinión. A ella ocurrió el Gene­
ral Santander, en busca de juez para los versos de su
secretario.
Pero Miralla no tuvo benevolencia en su crítica, y lejos
de estimular al inteligente y joven polígloto, afeó desde­
ñosamente la composición, desplaciendo a su autor y re­
mitiéndolo con ironía al estudio de Virgilio, Corneille y
Dante. De la larga epístola que dirigió al General San­
tander, entresacamos los tercetos siguientes:
« ............................................. es la porfía
Con que qu'so exceder lo que era dable,
Lo que puso su ingenio en agonía.
Y a pesar de su esfuerzo incomparable,
Lo que era natural le ha sucedido:
Su trabajo es gigante y detestable.
Nadie al autor tal vez habrá excedido
En esfuerzos, en mérito y en numen;
Y sus versos le dejan deslucido.

297
Deje por lo demás, desde este instante,
El latín, el francés y el italiano
Para otro fin; no más en ellos cante.
Entonces sí podrá dignos loores
Cantar del gran Bolívar, y a su frente
Ceñir laurel e inmarcesibles flores».

Vargas Tejada no se amoscó, y al momento, casi impro­


visadamente, en versos fáciles del mismo metro, se justi­
fica de las injustas reprensiones del crítico:
«Si a la pobreza el degradante velo
Sobre nuestra familia desplegando
Hubiese visto, y el total desvelo
Con que toda instrucción abandonando
Por sostener mi madre y mis hermanos
Largos días me vieron trabajando;
Si hubiera visto mis endebles manos
No a la pluma, al arado dedicarse
Y a la rústica azada; si lejanos
De toda fuente de poder saciarse
De la instrucción, mis férvidos deseos
Nacer hubiera visto y marchitarse;
Aun yo mismo confieso que me admiro
Cómo en medio de tantos imposibles
Por la sublime ilustración suspiro».

Es una verdadera pérdida para las letras nacionales la


de esta desconocida oda cuatrilingüe, que correcta o
defectuosa, además de que sería una nueva muestra de
las extraordinarias facultades de su autor y de su pas­
mosa cultura intelectual, tan superior a su edad y aun
a su época, daría también testimonio de que en el home­
naje del canto expresó el poeta su admiración hacia el
Libertador, aportando así la suavidad de un haber espi­
ritual a la exageración de las opiniones políticas que más
tarde profesara, y que le llevaron a trocar aquel senti­
miento en la más franca y percudente animosidad. Ni
tendría jamás el Libertador noticia de este ensayo poé­
tico, que el propio dueño ocultaría con sigilo, si ya no lo
hicieran antes con cautelosa prevención sus amigos.

298
El más tremendo turbión político sepulta aquel ilustre
ingenio en la primavera de la vida, desolando tristemente
el puesto que le correspondía en el Parnaso patrio. Miem­
bro activo de la famosa Sociedad Filológica, donde se fra­
gua la conspiración de 1828, toma parte principal en ella
y casi se convierte en guía y consejero de la misma, exal­
tando a sus compañeros con frenéticas improvisaciones.
Frustrado el golpe y justamente inquieto de la suerte que
le espera, erra fugitivo por la llanura oriental del país,
aislándose como un anacoreta en lóbrega caverna, don­
de la soledad del paisaje juntamente con la de su espí­
ritu todavía arrancan notas vibrantes a su lira. Sorpren­
de que alcance a vivir en tan duras condiciones más de
un año. El mismo pinta sus míseros días en el sombrío
refugio:
«De un bosque enmarañado en la espesura,
Bajo un peñasco inmóvil y musgoso,
Negra mansión del buho pavoroso,
Hubo una cueva, aunque pequeña, oscura.
En las entrañas de la tierra dura,
Aquí mis manos con afán pénoso
Cavaron un asilo tenebroso,
De un ser viviente triste sepultura.
Un giro anual el sol ha completado.
Desde que ausente y solitario moro
En mi lóbrega tumba confinado.
Aquí mi amarga situación deploro
Y cuánto tiempo en tan fatal estado
He de yacer, ¡ay infeliz! ignoro.
En ese asilo, cautiverio fúnebre a que condena su exis­
tencia de infortunado Prometeo, no se abate el alma del
poeta, ni se doblega su cerviz de fracasado luchador:
antes las tristezas y privaciones del secuestro enardecen
e inflaman su laúd. Allí corrige una de sus últimas com­
posiciones, la Elegía a las Víctimas del 25 de Septiembre,
canto varonil, de que —para entretenimiento de sus afi­
ciones— hace en seguida una traducción en verso fran­
cés, que suscribe con el seudónimo de Gustavo Sarda-
laix, su propio anagrama. Quería legarla a la posteridad
en el mismo idioma en que se cantó el himno de Rou­
get de L’Isle.

299
En los últimos días de 1829 se proponía el proscrito se­
guir a Venezuela, por la ruta del río Meta, en busca de
los dos grandes bienes que había perdido, el sosiego y la
seguridad. Pero el destino adverso perseguía su inquie­
tante peregrinación: antes de comenzar el viaje le sirve
de traidora sepultura uno de los afluentes del caudaloso
río, rey de nuestras pampas. «El infortunado Vargas Te­
jada —puntualiza Cordovez Moure— continuó su viaje
hasta llegar al río Cusiana, en los Llanos, donde se ahogó
al pasarlo; en una gran piedra a la orilla del río, dejó
aquel malogrado joven una señal esculpida con su pro­
pia mano».
La silueta del romano Bruto se aparece a la fantasía
de Vargas Tejada como el tipo más fiel de entereza ciu­
dadana. Quisiera el joven revolucionario involucrarse
íntegramente dentro de aquella filiación moral: Bruto
es entusiasta demócrata y Vargas Tejada, republicano
impetuoso; Bruto cultiva las letras y Vargas Tejada la
poesía; el romano en un elogio y el granadino en un mo­
nólogo, con vehemencia pasional exaltan la severa figura
de Catón el Uticense; 1 Bruto fue amigo de César y Var­
gas Tejada admirador de Bolívar; conspirador después el
uno contra el caudillo de Roma, y conjurado luego el otro
contra el héroe de Colombia; aquel se acoge a la protec­
ción de Pompeyo como busca éste la sombra paternal de
Santander; iguales ambos en la obsesión de su pensa­
miento libertario, pareados en su soberbia de adalides
democráticos y casi semejantes en su prematuro y triste
fin; Bruto se suicida apostrofando a la Virtud como «un
nombre vano»; Vargas Tejada muere trágicamente, al
esguazar un río, y sobre una piedra escribe desconocida
invocación o doliente epitafio. La vida y la muerte de
ambos pertenecerían al punzón de Sófocles.

EL MENOR DE LA ESTIRPE
Las dos primeras décadas del siglo pasado se llenan en
la Nueva Granada con el brillo de los sables guerreros y
el agitar glorioso de los pendones del Ejército Libertador.
i) C om o d a to in te r e s a n te p a ra u n e s tu d io m ás d e te n id o d el p oeta,
a p u n ta m o s q u e el C ató n de U tic a se e s tre n ó e n B o g o tá e n agosto de
1821. (G ro o t. T. IV, 179).

300
Sin ser infecundas para el florecimiento de las letras
patrias, no les brindan en rigor la intensidad que corres­
ponde a su proceso. Creeríase que la sonora marcialidad
de la epopeya no permite desarrollar las balbucencias
tímidas de la rima y del cántico. «La poesía granadina de
aquellos tiempos —observa el señor Caro— sin producir
un astro de primera magnitud, es hermosa constelación
en que brillan Madrid, Vargas Tejada, Salazar, Urqui-
naona, Miralla (aunque argentino de nacimiento, nues­
tro por haber despertado su genio al calor de aquel foco
literario), y otros minora sidera. Nuestros grandes poetas
líricos son posteriores a los de aquella época; pero adviér­
tese en todos ellos cierta uniforme fisonomía, siendo pre­
cursores los unos, continuadores los otros; partícipes
aquellos de los méritos de nuestra poesía nacional toma­
da en conjunto; deudores éstos a los primeros, en muchos
casos, de los gérmenes de su inspiración, o a lo menos
de la conciencia de la libertad del arte».
Urquinaona es el menor de la estirpe precursora de la
poesía nacional, y el último entre los contemporáneos
del Libertador que rinde a su excelsitud de héroe la plei­
tesía del epinicio. No se ha de encontrar en él la limpi­
dez de un estro soberbio, ni siquiera destreza de trovista
para herir su laúd; las percusiones a éste son obra de
manos tímidas, que no tanto se preocupan por la alteza
del canto, como por impregnarlo de una firme sinceridad.
Su biografía es hasta ahora, bajo todos respectos, esca­
sísima. Nacido en Bogotá en 1785, inicia su educación
literaria en el Colegio del Rosario y la perfecciona luego
en perseverantes estudios. Esto parecen sugerir las letra-
zas del siguiente epigrama, con que el satírico poeta Caro,
tronco de los de este apellido, dibujaba juguetonamente
su silueta:
Pacho Urquinaona es mozo
De muy excelentes trazas,
Porque tiene unas letrazas
Como brocales de pozo.
Desde que le apuntó el bozo
En esto de tomar micas
En bacanales boticas
Nadie le llevó la palma;
Y si no anda con enjalma
Es porque le viene chica.

301
Aunque descendiente de calificada familia española,
muy tenida en cuenta en la Península, fue siempre adic­
to a las ideas políticas que combatían la dominación
colonial, y no heredero de las contrarias que profesaban
sus padres. Fueron éstos don Francisco de Urquinaona
y doña Juana Pardo.1 En elogio de aquel —dice el autor
de la Introducción a las Obras escogidas de don José Ma­
nuel Groot— que fue «alto empleado de hacienda bajo
Ezpeleta y Mendinueta, empleado sin tacha, como había
muchos en esos tiempos, cuando las caballerescas leyes
del honor habían sido sustituidas en la Monarquía espa­
ñola por la fidelidad católica».
Dedicado al comercio, el tiempo que le dejan libre
activas labores en este ramo, lo emplea en su instruc­
ción y en la de los demás. Uno de sus discípulos fue su
sobrino, el célebre historiador Groot. «Era —escribe el
mismo autor de la Introducción citada— persona ins­
truida, pero contagiada de la irreligión que el odio a todo
lo antiguo y a todo lo que dice relación con España, había
puesto de moda». Su actitud en el movimiento revolucio­
nario de la independencia fue de franca simpatía. Se
halló en la toma de Bogotá por Bolívar en diciembre de
1814, sirviendo a las órdenes del dictador Alvarez. La
crónica no vuelve a mencionar su nombre sino hasta el
año de 20.
Mantuvo estrechas relaciones de amistad con los dos
hombres que llenan nuestra historia de allí en adelante,
el Libertador y el General Santander, siendo compañero
del último en entretenidos pasatiempos y truhanerías.
Su musa, de la que hasta entonces no se conocen mues­
tras, empieza a rendir frutos para la resonante divulga­
ción del nombre de nuestros héroes. En el primer ani­
versario de Boyacá, festeja al General Santander con un
soneto, y otro dedica a Bolívar, al conocerse en Bogotá
la noticia de Carabobo, en junio de 1821.
i) E n las ú ltim a s e n tre g a s d el R e p e rto rio C olom biano se p u b licó un
In fo rm e so b re la I n s u rre c c ió n de C a raca s, C a rta g e n a de In d ia s y S a n ta
F e d e B o g o tá, elev ad o a l R e y N u e s tro S e ñ o r d o n F e rn a n d o V II, p o r d o n
P e d ro de U rq u in a o n a y P a rd o , e n 1? y 3 de ju n io de 1814. B ie n p u e d e
se r q u e e l C o m isio n ad o d e la M o n a rq u ía f u e ra h e rm a n o d e l p o eta.

302
He aquí estas dos composiciones, no desestimables para
el estudio en que nos ocupamos. Ambas fueron pronun­
ciadas por su autor en las fiestas sociales con que el Vi­
cepresidente de Colombia celebraba rumbosamente los
prósperos sucesos:
Del Cid descuelgue España la armadura
De esa antigua pared ya carcomida,
Y la espada nos muestre enmohecida
Que de Pelayo ostenta la bravura.
Caven sus manos triste sepultura
Para esta libertad tan perseguida,
Y forje por doquier embravecida
Fuertes grillos, azás cadena dura.
Convoque los tiranos fementimos
Que infestan esa Europa esclavizada
Y acométannos todos reunidos;
De Colombia la hueste denodada
Libertará cien mundos oprimidos,
Si Santander la ayuda con su espada.

La segunda batalla de Carabobo, librada por el Hijo


predilecto de la gloria, como llamó Santander a Bolívar
en esta ocasión, tuvo una gran resonancia en Bogotá, y la
palabra oficial, emanada del vicepresidente, la marcaba
entre los legítimos fastos de la nacionalidad gloriosa:
«El Libertador de Colombia ha terminado la campaña,
aniquilando el poder español hasta en sus elementos.
Carabobo ha sido el teatro en que el inmortal Bolí­
var ha sellado para siempre la libertad y la independen­
cia de la República». El estro de Urquinaona quería figu­
rar al lado de la gesta marcial:
El sangriento laurel que un día adornaba
Del bárbaro español la impura frente,
De pura libertad la llama ardiente
En Carabobo vi despedazaba.
El pendón de la patria tremolaba,
Y el monstruo de la Iberia tarde siente
Que todo plega ante la luz naciente;
Que su efímera gloria terminaba.

303
Contempla el colombiano enajenado.
Fulgente el astro del glorioso día,
Y a impulso del placer arrebatado
Exclama en gozo lleno de alegría:
¿Es Bolívar un Dios? o si es un hombre,
Respetad, tiempo, tan augusto nombre.

«Urquinaona —observa el autor de la Historia de la


Literatura en la Nueva Granada— desperdició en fáciles
improvisaciones sus exquisitas dotes poéticas, y todavía
de lo poco que escribió se perdió mucho, por incuria de
él mismo y de sus dolientes. Figuró en la época colombia­
na como entusiasta partidario de Bolívar y murió en
1835. Apenas se conservan tres composiciones suyas, que
se registran en el primer tomo de La Guirnalda (1855),
tituladas: En una tumba (la del poeta Miralla), Por
versos, caricias y Al general José M, Córdoba».1
Hoy se conoce un poco más el ingenio poético de Ur­
quinaona, debido a la acuciosidad que el señor Groot
puso en este empeño. Además de las poesías transcritas,
menciona el historiador entre otras, dos juguetes de oca­
sión, - con que el poeta celebró el reconocimiento de la
independencia de Colombia por parte del Imperio Britá­
nico en 1825; son como el modesto tributo de agradeci­
miento que la lira granadina rindió al Rey Jorge IV y a
la ilustre nación que el Monarca regía, por haber sido
Inglaterra el primer Estado que acentuó en un tratado
público el carácter de nuestra nacionalidad.
En las pomposas exequias que se celebraron en Bogotá
en homenaje del Libertador, la musa de Urquinaona
compartía, como la de otros múltiples poetas menos co­
nocidos, el plañidero clamor de Colombia. Entre las or­
namentaciones del decorado templo metropolitano se
erguían dos estatuas representativas de la Inmortalidad
y de la Historia, apareciendo al pie sendos brotes de su
numen:
i) V éase e s ta co m p o sició n e n la H isto ria C ivil y E clesiástic a, de
G ro o t, Vol. V, A p é n d ic e N9 16, d o n d e a p a re c e con este titu lo : A la
m u e r te de C ó rd o b a. E picedio.
-) G ro o t. Vol. V, 5.

304
Todo perece en esta triste vida,
Cualquiera esfuerzo para el hombre es vano,
La libertad a no morir convida,
Ella inspira un aliento sobrehumano:
Bolívar conservó su don divino,
Y la Inmortalidad es su destino.

Abandona el buril la grave Historia;


La ardua empresa admira contemplando;
Es muy penoso recordar la gloria
Al mismo tiempo que el dolor infando;
Aquel a quien virtud ardiente inflama
Sólo puede pintar tu ilustre fama. 1

El poeta completaba el doliente tributo con el soneto


que sigue, que recargado de prosaísmos, aunque no pudo
ser el más elegante de los que circularon en la hora de la
parentación solemne, parece recomendarse por delicados
rasgos imaginativos:
Ciudadanos que admira fiel la historia,
Patriotas que de honor fuisteis la egida,
Héroes en que virtud siempre se anida,
Colombianos idólatras de gloria:
Lamentad para siempre la memoria
Del varón cuya fama esclarecida
Inclitos triunfos consiguió en su vida
Y arrancó de la Muerte la victoria.
De un genio superior tuvo el encanto,
De todas las virtudes fue el modelo;
Ninguno en perfección se alzará tanto.
Indigno se hizo de poseerlo el suelo;
Un corazón tan puro, noble y santo
Recompensarlo sólo pudo el cielo.

Quizá no hay el tono de la verdadera elegía en ninguno


de los cantos que entonces adornaron el sepulcro del
Héroe. Todos pueden considerarse con indulgencia como
ofrendas filiales, que no definirse como vivos destellos
de genio. En cuanto al de Urquinaona, sólo es apreciable
i) G ro o t. Vol. V, 372 y sig u ien tes.

305
por figurar su nombre entre los de los que integran la
primera generación literaria granadina, circunstancia
que reclamaría la sinceridad de su voz en el concierto
de la fúnebre pompa. Si en la muerte de Miralla, aquel
había sido rendido ante el talento y fiel a la amistad lite­
raria; si en la de Córdoba, aunque brusco en la expresión
del pensamiento patriótico, sensible al infortunio y al
valor egregio, en la de Bolívar debía de ser cuidadoso
pregonero de la orfandad patria y reverente admirador
de la grandeza heroica.

EL SOÑADOR DE ALBION
Al concurso generoso y pujante que nos presta Ingla­
terra en la guerra de independencia, y que alcanza las
proporciones del prodigio en muchas de las batallas
americanas, faltaba algo para la rubricación solemne de
su gloria; los clangores del clarín británico, con que se
pregona la victoria, piden también para la guerra la reso­
nancia de una lira amiga; y sobre los combates en que
se hallaron los famosos legionarios, para imprimirles
majestad, debía flotar el espíritu consagrante de la poe­
sía. Mac-Gregor que, por la antigüedad de sus servicios
merecería ser llamado el Precursor de la Legión; el almi­
rante Brion, que acompaña al inquieto paladín en su
demanda al presidente haitiano; Belford H. Wilson, filial
en su deferencia al Héroe, que fue de los que rodearon el
lecho mortuorio tendido en Santa Marta; Rook, herido
en el Pantano de Vargas y enterrado en los corrales de
Bonza, cuya memoria recomendó el Padre de la Patria;
Hamilton, de sólida ilustración que elogia en Bolívar
«el modo fabiano de hacer la guerra» y en el Congreso de
Angostura, el núcleo de «hombres moderados y de buen
sentido» que lo integran; Hippisley, comandante del Hú­
sares de Venezuela; Illingrot, distinguido marino en las
costas del Pacífico; English, gallardo luchador en Cuma-
ná, y muchísimos más, entre los que sobresalen los irlan­
deses O’Leary, con semejanza al último de los evangelis­
tas, dilecto en la amistad y en la narración suave y
amable; y D’Evereux, esmerado en su hoja de servicios,
y ciego en sus últimos años, como el general cuyos lauros
afamaron el imperio de Justiniano, estarían solos en la

306
historia de la guerra americana, si no los cobijase la
palabra con que el estro tumultuario de Lord Byron agi­
gantó el nombre de Bolívar.
¿Pensaría Byron, como Cervantes, trasladarse a Amé­
rica? ¿Querría el romántico inglés en 1822, aburrido ya
de su vida pintoresca y fastuosa en la reina del Adriá­
tico, viajar a las orillas del Orinoco con la modesta aspi­
ración de consagrarse de lleno a labores campestres, igual
que el Manco de Lepanto en 1590, antes de ser ilustre,
deseaba venir a ocupar trivial acomodo en la burocracia
del Nuevo Reino de Granada? A esta conjetura han dado
origen sin duda dos cartas dirigidas al Libertador por
Thomas W. Maling, comandante del Cambridge, surto
en la rada de Chorrillos, desde donde escribe en 14 y 18
de marzo de 1825, participando al destinatario que a bor­
do del velero se encüentra Lord Byron, respecto del cual
agrega en la segunda de ellas: «Lord Byron me ha mani­
festado la mayor pena, porque el estado de su salud le
impide tener la satisfacción de presentar sus respetos a
V. E. Sin embargo, no abandona su deseo, porque espera
tener el gusto y el honor de visitar al Libertador de la
América del Sur, cuando vuelva aquí dentro de pocos
meses. Entre tanto me encarga especialmente que pre­
sente sus respetos a V. E.».
Pero este Lord Byron no era ni podía ser el heredero
del cetro poético de Shakespeare, el cual había fallecido
el 19 de abril del año anterior (1824), lunes de Pascua,
en Missolonghi, antes de haber podido ver el éxito de los
luchadores de la independencia helénica.
Rechazada desde luego esta hipótesis por el visible
anacronismo, siguió dando fuerza a la especie de que
Lord Byron quiso establecerse como agricultor en Vene­
zuela la siguiente carta, con que los editores de las
Memorias de O’Leary querían comprobarla:
«A Mr. Ellice.
«Montenero, Liorna, junio 12 de 1822.
«Estimado Ellice:
«Mucho tiempo ha que escribí a Ud.; mas no he olvi­
dado su bondad, y voy ahora a imponerle una contribu­
ción, que me prometo no será demasiado gravosa; vamos,

307
no hay que asustarse: lo que estoy por pedir a Ud., no
es un empréstito, sino un informe. Por sus extensas co­
nexiones, nadie se halla en mejor proporción que Ud.
para saber el verdadero estado de la América del Sur,
quiero decir, la Patria de Bolívar. Hace muchos años que
tengo proyectos de trasladarme al otro lado del Atlán­
tico y desearía recabar de Ud. algunos informes acerca
del mejor rumbo que pueda seguirse, y cartas de reco­
mendación para el caso en que me hiciera a la vela hacia
Angostura. Se me dice que los terrenos son allí muy
baratos; mas, aunque no tengo crecidos fondos disponi­
bles que emplear en tales compras, sin embargo, mi ren­
ta, tal cual es, bastaría en cualquier parte (excepto In ­
glaterra) para gozar de todas las comodidades del país
y de la mayor parte de sus placeres. Ya la guerra ha
terminado allí, y como no voy a especular, sino a estable­
cerme con el solo objeto de disfrutar de independencia
y de los derechos civiles comunes, presumo que no sería
mal acogido.
«Cuanto pido a Ud. es que no acobarde o anime, sino
me exponga lo que juzgue prudente y oportuno. No escri­
bo sobre este asunto a mis otros amigos, que no harían
sino ponerme estorbos en el camino y molestarme para
que vuelva a Inglaterra; lo que nunca haré, a menos que
me compela alguna causa insuperable. Tengo cierta can­
tidad de muebles, libros, etc., que fácilmente podría em­
barcar en Liorna; mas yo deseo aconsejarme con la almo­
hada antes de tirarme al charco. ¿Es verdad que con
algunos millares de pesos puede conseguirse un terreno
extenso? Recuerde Ud. que hablo de la América del Sur.
He leído sobre el particular algunas publicaciones; mas
me parecieron violentas y vulgares producciones de
partido.
«Tenga Ud. la bondad de dirigirme su respuesta a este
lugar, y créame siempre verdaderamente suyo
Byron» 1
Un célebre poeta y escritor venezolano conviene en que
Byron pretendiera venir a América a tomar parte en la
gran lucha de la emancipación del Continente, pero no
1) O 'L e a ry . Vol. X II, 317 y 318.

308
acepta que la paternidad de la carta anterior pueda con­
siderarse fundadamente como del poeta, que ambicioso
de gloria y celoso de su preclaro nombre, no habría de
conformar sus hábitos ni su grandeza al duro destino de
arar la tierra en alguna apartada heredad venezolana.
«¡Es de sentirse que Lord Byron no realizara su viaje!
Las comodidades y placeres del país, en aquella época,
habrían fascinado al suntuoso poeta. Probablemente en
Angostura, la ciudad preferida, no habría echado de
menos el gran señor las noches venecianas, el paraíso
de Ravena, el palacio de Lanfranchi y los encantos de
Albaro.. .
«Ciertamente, más de una vez pensó Byron venir a
América. Una de ellas el año de 1819, en que por asun­
tos donjuanescos estuvo a punto de abandonar a Italia
en compañía de la Condesa Guiccioli. Si el Conde se arre­
gla con su mujer —escribíale a Murray-— regresaré a
Inglaterra; si no, iré con ella a Francia o a América,
cambiándome el nombre. .. Necesitaríase, empero, cierta
dosis de ingenuidad para darle crédito a la especie de
que el año de 1822 Byron tuviera la intención de estable­
cerse en Venezuela como un simple terrateniente. Fuera
de que tal intención no parece concordar con su carác­
ter ni mucho menos con su genio, ya desde antes de 1822
la noble empresa de salvar a Grecia de la tiranía otoma­
na era la constante obsesión del poeta».1
Sin embargo, hay todavía campo para la duda, que no
se despejará por cierto, sino cuando se sepa quién era
ese Mr. Ellice, al cual se dirigía el verdadero poeta, u otro
del mismo nombre, en solicitud de estos datos industria­
les. Porque ese apellidar con profética expresión en 1822,
Patria de Bolívar al continente americano; la certidum­
bre de «no ser mal acogido» en nuestro suelo, propia de
quien se siente hábil para atraer en torno simpatías;
la promesa de no volver a Inglaterra, donde disgustos
domésticos le habían enajenado el aprecio de la severa
sociedad londinense; el sospechar que, conocida su de­
terminación, amigos suyos la entrabarían para no dejar­
lo ocultar en aislamiento silencioso; hasta el innecesarioi)
i) A n d ré s M ata. B y ro n a d m ira d o r de B o lív ar.

309
anuncio de «cierta cantidad de libros», tan ajeno a un
negociante vulgar como peculiar a una espiritualidad
refinada, libros de que no prescindiría al embarcarse en
Liorna; todo convida a creer que el poeta pudo escribir
esa carta si queréis, en un momento de verdadero spleen
británico, que le forzara a abandonar hazañosos pro­
yectos y soñados trofeos. Pero, aún la misma aspiración
a la vida campestre, si no se puede entender como afición
genial en un poeta que nada tenía de bucólico, ¿por qué
no ha de estimarse como rasgo saliente de su idiosincra­
sia extravagante y excéntrica?
Alejandro Walker, periodista, a quien la causa de la
Independencia americana debe la generosa propaganda
con que la prensa inglesa dio a conocer la magna lid y los
épicos triunfos; que hace grabar broncíneas medallas
para condecorar a los diaristas pregoneros de la marcha
impetuosa de la Revolución; que vulgariza en círculos li­
terarios y políticos las biografías y los retratos del cau­
dillo americano; amigo de Byron, ilustrado y magnáni­
mo, invita al egregio poeta «to vindícate South American
Liberty in your inmortal verse». Se conoce original la
carta mensajera de la altísima demanda:
«Letter from the South American Envoys to Lord
Byron.
Proposed 10 august 1819.
«My Lord:
«To you belong the distinction eternally glorious of
having vindicated Liberty with energy more powerful
and verse more soul-controling, than any other Poet an-
cient or modern.
«The severeing power of the world public opinión is
wielded more triumphantly by you than by any other man.
We therefore, in the ñame of the free States represen-
ted by us, beseech you to vindícate South American Li­
berty in your inmortal verse. An act so noble in behalf
of their independence, these States would valué more
than they would ten thousand men in arms, and they

310
will with the most solemn demonstrations of gratitud
and joy, in recording you as one of the most illus-
trious of their benefactors.
We have the honor to be, my Lord, with the highest
consideration.
Alexander Walker»

«A vos pertenece la distinción eternamente gloriosa


de haber cantado la Libertad con energía tan poderosa
y entonación tan llena de espiritualidad, como ningún
otro poeta antiguo o moderno.
«El soberano poder de la opinión pública universal es
gobernado por vos más feliz y victoriosamente que por
ningún otro hombre. Vuestra lira inmortal está llamada
a cantar la Libertad suramericana, en nombre de vues­
tros compatriotas y de las naciones libres que éstos
representan. Un acto tan generoso en defensa de la in­
dependencia de estos países será tenido en mayor estima
que un auxilio de diez mil soldados, y los que de él se
beneficien, lo recibirán con las más vivas demostracio­
nes de gratitud y de gozo, recordando al noble cantor
como a uno de sus más ilustres protectores.
«Tengo el honor de ser con la más alta consideración.
Alejandro Walker»
Esta carta sirve de prólogo al canto de Byron, puesto
que éste la atendió. Refiérese que escribió su poema La
Edad de Bronce hacia 1820, en Génova, antes de su parti­
da a la tierra de Temístocles. La amable tradición agrega
que a bordo de la nave de su propiedad, bautizada Bolí­
var, peregrinaba el bardo, acompañándose sus canciones
con la bronca sinfonía del mar. Andrés Mata recons­
truye con fastuosa imaginación el espectáculo en que se
extasía el cantor:
«Entre ambos polos, sobre las cúspides andinas, fulgu­
raba la gloria del Libertador, y a manera de intensa
llamarada partíase en dos mitades sobre los anchos m a­
res de Colombo y de Balboa. Diríase un resplandecimien­
to homérico. Semejante espectáculo tenía que interesar
el sentimiento de las almas heroicas y el estro de los

311
poetas máximos. De ahí, indudablemente, la admiración
que Byron consagra al Libertador. Por otra parte, más
de un punto de contacto acercaba estas dos almas al
dominio de la mutua simpatía. Ambos amaban ardiente­
mente la libertad; ambos sentíanse nobles perseguidores
de la gloria; ambos eran hombres de poesía y de acción.
Desde este último punto de vista Byron no podía rivali­
zar con Bolívar, a pesar del gesto olímpico encaminado
a emancipar la tierra de los dioses... Si Bolívar era el
más grande de los paladines del siglo, Byron, en cambio,
era el más grande de los poetas.
«Revivo en estos momentos la impresión que produjera
en mi espíritu el recuerdo de Bolívar en los mismos sitios
donde Byron le rendía el homenaje de su pensamiento.
Al caer de una tarde estival, oro y grana en el occiduo
horizonte, mientras serenamente azules resplandecían
las aguas en la ribera levantina, yo he creído ver suspen­
dida ante mis ojos, como al través de un sueño, la au­
gusta sombra del Padre de la Patria. El poeta poseía un
yate con el nombre del héroe y aquellas aguas habían
sido familiares al Bolívar desde Liorna hasta Génova.
Por aquellos días la gloria del Libertador ha debido m an­
tener en continuo deslumbramiento la imaginación del
poeta, pues Byron, además de haber bautizado su yate
con el nombre del héroe, hacía luego resonar ese nom­
bre, épicamente, en el poema titulado La Edad de Bron­
ce, y a poco resolvía recorrer la misma suerte de Leóni­
das en los desfiladeros de Grecia».
He aquí el hermoso poema: 1
THE AGE OF BRONZE OR CARMEN SECULARE
ET ANNUS HAND MIRABILIS
While Franklin’s quiet memory clims to heaven
Calming the lightning which he thence hath riven,
Or drawing from the no less kindled earth
Freedom and peace to that which boasts his birth:i)
i) V éase el P a p e l P e rió d ic o Ilu stra d o . Nos. 46 a 48^ A ño II. H állase
a llí ta m b ié n u n a v e rsió n e sp a ñ o la d e la p o esía d e B y ro n , o b ra d e l se ñ o r
A d o lfo S ic a rd P ., q u e n o tra n sc rib im o s, p o r se r m en o s co n cisa q u e la
n u e s tra . C o n r e la c ió n a l se g u n d o títu lo d e la poesía, n ó te se e l c a p ric h o
d e l p o e ta : e x c e p to hand, to d a s la s d e m á s p a la b ra s so n la tin a s . E s de
a d v e r tirs e q u e The A g e of B ro n z e n o f ig u ra e n la C o m p ilació n P o em s
b y L o rd B y ro n . L o n d o n . G eorge R o u tle d g e and Sons. S in fe c h a .

312
While Washington’s watch-word, such as ne’er
Shall sink while theré’s an echo left to air:
While even the spaniard’s thirst of gold and war
Forgets Pizarro to shout Bolívar!
Alas! Why must the same Atlantic wave
Which wafted freedom gird a tyrant’s grave,
The king of kings, anyet of slaves the slave,
Who burst the chains of millions to renew
The very fetters which his arm broke through,
And crush’d the rights of Europe and his own
To flit between a dungeon and a throne?
But lo! a Congress! What, that hallow’d ñame
Which freed the Atlantic? May we hope the s;Til
For outworn Europe? With the sound arise,
Like Samuel’s shade to Saul’s monarchic eyes,
The prophets of young freedom, summon’d far
From dim es of Washington and Bolívar.

Cuando la voz de Franklin en el cielo


Pregona sobre el rayo la victoria,
O libertad y paz siembra en el suelo
Que le dio vida y le rodeó de gloria.
Y cuando allí, como en eterno vuelo,
De Washington vigila la memoria:
Cuando el Hispano ve su triste fama
¡No ya a Pizarro, a B olívar aclama!
Del piélago la espuma procelosa
Y libre siempre en la extensión marina
Del tirano, ¡Oh! dolor, ¡cubre la fosa!
Del que a los siervos hoy se subordina
¡Como ayer sobre príncipes se endiosa!
Del que cadenas rompe, y por su ruina
A forjarlas volvió, desde la altura
¡Del trono yendo a la mazmorra oscura!
La gloria el nombre clásico bendiga
¡Del que dio libertad al mar Atlante!
¿Aquese nombre en portentosa liga
Podrá agitar la Europa vacilante?
¡Cantores de la Libertad, que siga
A ese nombre epinicio delirante!
Como la sombra de Samuel airada
Surgió de Saulo a la imperial mirada.
Dense estos vates cita deferente
En la tierra que dio nido al Cóndor:
¡Para blasón de Washington valiente
Y de B olívar para excelso honor!

313
El general inglés Wilson, que hizo propia para sus afec­
tos la causa de la independencia de Colombia, padre del
gallardo Belford; que colocaba el retrato de Bolívar en su
quinta para decir de él que era «el paladium de su ho­
gar» y que escribía al Libertador, con relación al grado
de su hijo: «ambiciono para Belford el permiso de con­
servar su grado de Coronel en el Ejército de Colombia, y
de usar el uniforme honroso de que fue investido por
gracia personal de V. E.. . . ; Edecán del General Bolívar,
Libertador Presidente, es uno de los más bellos títulos que
pueden usarse en Europa...»; 1 es también quien trata
de aproximar la gloria del caudillo americano a la del
célebre bardo de Inglaterra, aplicando al espíritu entris­
tecido del Héroe la expresión consolante del altivo
numen:
«Los calumniadores existen siempre y hormiguean,
para crear y vomitar sus calumnias, que nunca hacen
fortuna sino momentáneamente. ¡Tal es la suerte de los
grandes de la tierra! Byron dice:
He who ascends to mountain tops shall find
The loftiest peaks most wrapt in clouds and snow,
He who surpasses or subdues mankind
Must look down on the fate of those below.
Though high above the Sun of glory glow
And far beneath the Earth and Ocean spread,
Round him are icy rocks, and boldly blow
Contending tempests on his naked head,
And thus reward the to.ls which to those summits led.

(Quien de la sierra a la empinada cumbre


Sube, hallará el albergue de la nieve. . .
Quien de la sorprendida muchedumbre
El tumultuoso desfilar promueve,
De los de abajo oirá la pesadumbre
Por más que el sol sobre su sien se eleve,
Y tierra y mar sus anchurosos senos
Dilaten a su pie, de calma plenos.i)

i) O L e a ry . Vol. X II, 149 y 155.

314
Al rededor contemplará en la altura
De las soberbias rocas la diadema;
Oirá del huracán la voz que augura
Del desatado Eolo ira suprema;
Rugir en torno con feral bravura
La tempestad su colosal poema:
Así la suerte premia los dolores
De los que fueron de hombres conductores!)
«Pero otro poeta filósofo ha dicho con igual verdad:
As some tall cliff that lifts its awful form
Swell from the vale and midway deaves the storm
To round its breast the rolling clouds are spread
Eternal sunshine settles on its head.

(¡Como el peñón altivo que contempla


A sus plantas hervir la tempestad,
Siente rodar las nubes a sus flancos
Y siempre el sol sobre su sien brillar!)
«Así el bienhechor de la humanidad se levanta sobre
sus detractores y se asegura...» (Wilson a Bolívar.
Londres, enero 31 de 1827).
Sabido es que Lord Byron sucumbió al frente de los
muros de Missolonghi, víctima de una fiebre cuya vio­
lencia redoblaron las fatigas del poeta combatiente. Mo­
ría, pues, el eterno soñador, en el suelo clásico del arte,
abrigado ínclitamente por los recuerdos de los Pelópidas
y los Pericles, los Demóstenes y los Fociones, donde al
cabo de largas olimpíadas centenarias, cayó también
(1823) el stratarco Botzarís, uno de los más famosos hé­
roes de la Grecia Moderna, constante y dilecto loador
del bardo.
Wilson seguía con interés la marcha de la lucha griega,
donde también la libertad agitaba inquietamente sus
banderas. En una de sus últimas cartas, decía al Liber­
tador: «Todavía no se ha encontrado Rey para Grecia.
Se necesita allí un Bolívar, pero me atrevo a añadir, sin
tanta sensibilidad hacia las injurias de los hombres per­
versos. ..» En verdad, leyendo este juicio del soldado, po­
dría decirse que la tierra que recogía afortunada los des­
pojos del gran poeta, envidiaba el brazo del héroe para
abreviar la ardentía de sus contiendas.

315
DE LA FRANCIA MENTORA
Francia, que ha ejercido sobre el mundo entero, y es­
pecialmente sobre la América Latina una especie de ma­
gistratura evidente, impuesta por la grandeza de los
acontecimientos de su historia y por la supremacía de
sus pensadores y filósofos; que nutre y fortalece inte­
lectualmente el espectáculo ígneo de la Revolución; que
en nuestros Congresos y Colegios políticos hace palpitar
el espíritu de las enseñanzas de Montesquieu y de Rous­
seau; que acogiendo a los dos Precursores con hospita­
lidad suntuosa, incrusta a Miranda en las filas de su
Ejército triunfante y confía a Nariño la divulgación del
Código revolucionario; Francia, que es mentora de n a ­
ciones, consejera de sabios, precursora de epopeyas, omi­
te en los anales americanos la misión de un poeta que
inmortalice el nombre de Bolívar en el canto heroico.
Bien es cierto que el cortejo con que ilustra la marcha
del Héroe es suntuoso; el generoso Lafayette, que ensal­
za sus patrióticas virtudes y le rinde votos «por que la
homogeneidad republicana se establezca en todo el Con­
tinente»; el Arzobispo de Malinas, que ondeó su nombre
en la elegancia del ditirambo clásico: «Los mares no
detienen los votos que se hacen por la prosperidad de
vuestra p atria...» «Yo tendré siempre los ojos fijos so­
bre el Héroe que se ha elevado al más alto destino que el
cielo puede reservar a un mortal, el de regenerar un se­
gundo universo...» «América es libre. Gloria a V. E., Ge­
neral, que ha sido el alma de tan grande em presa...»;
Roulin, Ducoudray-Holstein y Viollet1 que perfilan los
primeros a lo largo de la historia la claridad de su si­
lueta heroica; Manuel de Serviez, bizarro teniente del
i) A u n q u e en alg u n o s D iccio n ario s b io g ráfico s se m en cio n a la o b ra
d e D u c o u d ra y -H o lste in sin v itu p e r a rla , F e rn á n d e z M a d rid h a c e de ella
d e s fa v o ra b le s d e fe re n c ia s: «A ún no h e re c ib id o los in fo rm e s q u e esp ero
d e P a rís, so b re D u c o u d ra y -H o lste in : h e esc rito d e n u e v o al se ñ o r P a ­
lacio a p u rá n d o le p a r a q u e m e los re m ita c u a n to a n te s . Yo n o h e e n c o n ­
tr a d o a q u í q u ié n m e d é la m e n o r n o tic ia d e a q u e l a v e n tu re ro , y deseo
a l h a b la r d e él n o lim ita rm e a g e n e ra lid a d e s . S us m em o ria s, com o e r a
d e e s p e ra rs e , h a n sid o m u y m a l re c ib id a s: to d o s los d ia rio s q u e h a n d a d o
c u e n ta d e ella s h a n n o ta d o d e sd e luego q u e su a u to r es u n ciego y e n ­
c a rn iz a d o en em ig o d e Ud. y q u e p o r este m otivo, com o p o r el d e sus
n u m e ro sa s c o n tra d ic c io n e s, no m e re c e la m e n o r f e . . . » M a d rid a B o lív a r.
L o n d re s, e n e ro 6 d e 1830. (O ’L e a ry , Vol. IX , 362).

316
ejército libertador, que ama los combates por su feral
belleza y por el teatro grandioso en donde se libran;
Alejandro Lameth, que desde su alta posición del Par­
lamento, le proclama «el primer ciudadano del mundo»;
la delicada Fanny du Villards, que desprende para su
peregrinación de héroe dulces añoranzas de amor y de
ternura; Alejandro Próspero Reverend, que le asiste en
sus postreros momentos, desesperado de salvarle para
prolongar la gloria de la ra z a ... Todos ellos y cien más
que agasajan su prestigio y simpatizan con la causa de
que es garrido paladín. Pero la lira nacional de Francia
es poco espléndida para sus hazañas y las tres grandes
mentalidades de la época, Chateaubriand, Lamartine y
Hugo, no arrebatados por el genio pero sí atentos al es­
truendo de la gloria, apenas levantan el velo que cubre
las soberbias insignias del Ductor.
Sin embargo, hay noticia de que un poeta ilustre, de
excelentes credenciales en la literatura francesa, exalta
el nombre de Bolívar. Cornelio Hispano ha escrito: «ese
mismo nombre resuena en los más armoniosos poemas
de Lord Byron y de Casimiro Delavigne». Consta, por otra
parte, que el Libertador escribió a este último en 1827, sin
duda en testimonio de reconocimiento por la salutación
que esmaltaba de lises sus laureles. «Incluyo a usted una
carta para el señor Casimiro Lavigne, que desearía la
pasase usted a su destino», dice a Fernández Madrid en
carta de 6 de noviembre de ese año.1
No es conocida la poesía de Delavigne, que probable­
mente se encuentra en las segundas Messéniennes, donde
elogia a Juana de Arco, canta la libertad de Grecia y
ensaya un himno al glorioso desembarco de Cristóbal
Colón. Delavigne (1793-1843) poeta popular y recordado
en los círculos literarios franceses, autor de varias tra ­
gedias, género que cultivó preferentemente, dejó una
magnífica compilación de poesías que con el título de
Messéniennes, se distinguen por cierto levantado tono
de elegía guerrera, característico en los cantos de los
antiguos Mesenios.
Otro poeta francés, de nombre Martín Maillefer, h a­
biendo conocido al Libertador en Caracas al principo de
i) R ep . Col. Vol. V, 357.

317
su carrera pública, escribió en homenaje del héroe un
poema que se publicó en 1829, y un folleto político, desti­
nado a enaltecer sus virtudes ciudadanas. Bolívar, amable
y obsequioso, ordenaba entregarle su retrato. Leandro
Palacio, Cónsul general de Colombia en París, interme­
diario de estas relaciones, es quien relata curiosos por­
menores de este incidente.
«Por esta misma ocasión tengo el honor de remitir a
usted un poema en un volumen, que su autor, Mr. Mar­
tín, me ha suplicado dirija por mi conducto, y como en
él se habla de usted con imparcialidad y justicia, me he
lisonjeado en admitir el encargo». «El Abate De Pradt
ha escrito el artículo que tengo el honor de incluir a us­
ted con copia de su carta en que me lo anunció; y pronto
se publicará un folleto, también concerniente a usted,
que está trabajando Mr. Martín Maillefer, la misma per­
sona de quien he hablado a usted en carta anterior. En
fin, mi General y amigo, cualesquiera que sean las vici­
situdes en nuestra espantosa revolución, usted conser­
vará siempre en Europa muchos admiradores y entre
los colombianos muchos agradecidos». «El señor Lesea
me entregó las seis onzas de oro para el retrato que he
mandado ya copiar, y que usted destina para el señor
Maillefer. Este señor, habiendo conseguido un empleo por
el nuevo gobierno, no escribe más en los diarios; y como
por sus ocupaciones públicas no ha podido todavía con­
cluir el trabajo que participé a usted había empezado,
¿no deberé yo por precaución retardar la entrega del
retrato hasta la conclusión de aquel trabajo, y para es­
timularlo ahora, sólo anunciarle que lo espero de Amé­
rica?. .. Si soy tan exigente es por er valor que doy a la
fineza tan distinguida que usted le hace». (Palacio a
Bolívar. París, septiembre 28 de 1829, mayo 14 y no­
viembre 20’ de 1830).1
Es presumible que el Libertador leyese con agrado el
poema de Maillefer, cuando quería recompensarle con tan
delicada gentileza. Pero el nombre de este poeta es desco­
nocido u olvidado en la historia de las letras francesas,
a donde quizá no pudo llegar, escaso de fuerzas y huérfa­
no de saludable inspiración.
i) O’L e a ry . Vol. IX , 383 y sig u ie n te s.

318
Por último, el general O’Leary menciona una composi­
ción en francés, dedicada a Bolívar, sobre la cual tam ­
bién son esquivas las noticias históricas:
«En un pequeño poema francés que recibí el otro día
y que lleva el nombre de V. E., he leído la siguiente pro­
fecía que me ha consolado un poco:
Le Mexique insensé protége en vain sa téte;
En vain Lima défend les flanes de ce Cacus;
Bolívar, tu le dis: Déchainant la tempete,
Hercule va s’ asseoir sur ses restes vaincus.

Siento no saber donde lo he dejado para mandarlo a


V. E. Es obra de Desjardins». (O’Leary a Bolívar. Santia­
go de Chile, julio 25 de 1824).1
La traducción literal de la anterior estrofa, cuyo senti­
do se hace por cierto indescifrable, es como sigue:
México insensato protege en vano su cabeza;
En vano Lima defiende los flancos de este Caco;
Bolívar, tú lo dices: Desencadenando la tempestad,
Hércules va a sentarse sobre sus restos vencidos».

Sobre este Desjardins resalta aún más la pobreza del


versificador mediocre, anunciado como viene tras el ró­
tulo de un notable apellido francés. Desiluso bohemio, tal
vez este individuo vivía en alguna de las Repúblicas del
Pacífico cuando se desarrollaba la guerra de la indepen­
dencia, y sabiendo de las hazañas del Libertador, resolvió
cantarlas en su idioma nativo, sin que su obra poética
traspasase nuestros lindes patrios. La familiaridad con
que O’Leary escribe (es obra de Desjardins) parece se­
ñalar algún antiguo conocido del Libertador, a quien éste
protegiera en determinadas circunstancias. La poesía
fue publicada antes de Junín, lo que permitió a O’Leary,
que también escribió antes de la batalla, calificar de pro­
fecía el no desgraciado anuncio de que «el nuevo Hércu­
les dominaría los últimos restos de la tempestad».
Más recientemente, un inspirado apolonida, también
compatriota de Rostand y Baudelaire, ha celebrado la
gloria del Libertador en un elegante soneto, compuesto
i) Id em . Vol. X II, 461.

319
con ocasión de su apoteosis en el Centenario de 1883.
Bastaría esa poesía, coronada por una idea verdadera­
mente sublime, para la dignidad literaria de su autor,
si éste no hubiese anteladamente recibido en justas ga­
llardas la consagración solemne de las palmas acadé­
micas.
En dicho año, el Papel Periódico Ilustrado (N9 53) re­
gistraba el notado suceso literario:
«La celebración del Centenario del natalicio del Liber­
tador tuvo eco en todas las naciones del mundo civilizado;
en Francia tocó al ilustre bogotano señor don José María
Torres Caicedo llevar la iniciativa de la fiesta, organi­
zando un banquete en el Hotel Continental, en honor del
famoso aniversario. A él concurrieron muchas celebrida­
des francesas, hubo bellísimos discursos; M. Louis Ratis-
bonne, inspirado por el heroísmo del voluntario destierro
que a sí mismo se impuso Bolívar, leyó el siguiente soneto:
A vois eu dans la main tout ce que l’on envíe;
Titres, fortune, honneurs, avoir tout rejeté;
Donner ses biens, son sang, son génie et sa vie
Pour allumer ce grand flambeau: la Liberté!
Sans que le bras défaille ou que le coeur dévie,
Avoir dans cent combats plus de vingt ans lutté;
Mourir libérateur d’une terre asservie,
¡Oh! ¡c’est grand! Mais voici la supréme beauté:
Quand il eut affranchi 1’ Amérique espagnole,
D’un peuple fait par lui quand il devint l’idole,
Le nouveau Washington eut peur d’etre César:
Sa gloire menacait la libre Repúblique:
II partit, s’exilant lui-meme, exil unique!
Et c’est la seule fois qu’on vit fuir Bolívar!»

Se conservan algunas versiones de este soneto, entre


las cuales por su elegante fidelidad se destaca la de nues­
tro insigne Pombo:
Haber tocado el colmo de la mortal tenencia,
Fortuna, honores, títulos, y a todo renunciar:
Sus bienes dar, su sangre, su genio, su existencia,
Por encender el magno fanal, ¡la Libertad!

320
Sin que trepide el brazo ni el corazón se abata
Luchar más de veinte años. . . morir Libertador
¡De un mundo esclavo, y Padre de la adorada P a tria !...
¡Ah!, ¿quién más grande? ¿en dónde sublimidad mayor?
¡En él! Que al ver su mundo ya libre y satisfecho
Y al verse ídolo y árbitro del pueblo que él ha hecho,
Temió el segundo Washington a César descender.
Su gloria amenazaba de Libertad el templo,
¡Y se expatrió a si mismo, destierro sin ejemplo!
Y entonces huyó Bolívar por la primera vez.

Ratisbonne, de estirpe literaria, nació en Estrasburgo


en 1827 y murió en París, promediado 1900. Su reputación
literaria empieza a la sombra de uno de los grandes poe­
tas italianos: tradujo La Divina Comedia del Dante en
hermosas estrofas casi adecuadas al ritmo del texto, obra
tres veces premiada por la Academia francesa. Consa­
grado al periodismo en su juventud, autor de numerosos
estudios sobre crítica literaria y de una colección de ver­
sos Au Printemps de la vie, se cita su nombre como el de
un poeta de autorizado juicio y superiores calidades men­
tales. Fue el ejecutor testamentario de un ilustre com­
patriota suyo, también poeta, el Conde de Vigny, a quien
quizo rendir un generoso tributo de confraternidad lite­
raria, publicando sus obras póstuinas que fueron recibi­
das en la república de las letras con beneplácito triunfal.
El soneto transcrito, en que al lado de la exactitud de
la expresión histórica se contempla aún más admirable
la estupenda suavidad del pensamiento final, bien puede
considerarse joya de la raza, por el coturno del cantor y
la talla del loado. ¡Qué heroico temer ser César! ¡Qué
bello huir una sola vez en la vida y eso para esquivar
una corona!

EL ORADOR DE ANGOSTURA

A mediados de 1818 se fundó en la ciudad de Angostu­


ra una hoja periódica con el nombre de Correo del Ori­
noco, establecida bajo los auspicios del Libertador y des
tinada especialmente a hacer propaganda de los ideales
políticos que perseguía la gran lucha de la América. En

321
su lucido cuerpo de redacción, al lado de los venezolanos
Juan Germán Roscio, Pedro Gual, José Luis Ramos, Fer­
nando Peñalver, Rafael Revenga y otros, se incorporaba
un distinguido colombiano, que había pasado ya los lin­
des de la primera juventud, pero que con su amena pa­
labra, su brillante ingenio y sus caballerosos modales,
mantenía su espíritu en fresca lozanía superiorizando a
sus colegas menos por el influjo de la edad que por el
fervoroso entusiasmo de que estaba poseído.
Era este don Francisco Antonio Zea (1766-1822), n a­
tural de la Medellín americana, hijo de don Pedro Ro­
dríguez de Zea y doña Rosalía Díaz, oriundos también de
aquella ciudad. Había hecho estudios de filosofía y len­
guas clásicas en el Seminario de Popayán, bajo la direc­
ción de su pariente el venerable procer doctor Félix Res­
trepo, y los completó después, de teología y derecho
civil, en el Colegio de San Bartolomé en Bogotá, donde
también se distinguió en posición aventajada, desde la
cátedra de latín. Sus labores de colegial no le impiden el
estudiar privadamente, bajo la actuación deferente y
protectora del sabio Mutis, las ciencias naturales, parti­
cularmente la botánica, de la que se siente apasionado y
religioso cultor. En 1789, a los veintitrés años, acompaña
al gran naturalista como inteligente Secretario en la
Expedición Botánica.
En 1794 secunda al Precursor en sus planes de conspi­
ración, y corre la misma suerte que éste, expatriado a la
Península y secuestrado durante dos años en una forta­
leza de Cádiz. Pero las influencias de Mutis, memorioso
del aventajado discípulo, le recomiendan y defienden en
España, donde de triste prisionero se convierte en obse­
quiado huésped. Lisonjéalo la fortuna, captándole la bue­
na voluntad de la Corte, que con el doble objeto de es­
timular su educación científica y mantenerlo alongado
del Nuevo Reino, le envía a París en misión señalada,
pensionado con 1.200 pesos anuales. En 1898 o 99 regresa
a Madrid, donde de nuevo recibe un testimonio de mayor
distinción, siendo designado Director principal del Ga­
binete Botánico. «El 17 de abril de 1805 —escribe Verga-
ra y Vergara— tomó posesión de la Cátedra de Botánica,
pronunciando un discurso que mereció la honra de la
impresión por cuenta del gobierno, y que afirmó la fama

322
de que ya disfrutaba en la Corte... Redactó en aquel
período (1804 a 1807) el Semanario de Agricultura y El
Mercurio de España; escribió algunas Memorias sobre las
quinas de la Nueva Granada y una Descripción del Salto
de Tequendama.. . La revolución de Aranjuez (1807) in­
terrumpió sus tareas científicas y el dulce reposo de su
vida, enrolándolo en sus filas. Zea pertenecía al partido
llamado entonces de los afrancesados, y podía hacerlo
moralmente puesto que no era hijo de la Península. Creía
que favoreciendo los intereses de ese partido se conse­
guiría la independencia de su patria. Sin embargo, era
descendiente de esa generosa familia española, y su san­
gre de hidalgo habló alto al presenciar la vil matanza del
2 de mayo de 1808 ordenada por ese soldado de fortuna,
el Duque de B erg...» Entonces fue cuando escribió su
célebre canto de guerra A la invasión de los franceses, en
estilo valiente aunque avecindado a un humorismo bur­
lesco, que no resintió el patriotismo de sus camaradas,
y antes bien fue propicio a novelear el sentimiento revo­
lucionario:
¡Gloria a todo español, a todo bravo
Que sostenga un fusil con brazo fuerte!
¡Su noble sien coronarán al cabo
Lauros que en sangre empapará la muerte!
¿No hay fusiles? ¿No hay lanzas? ¿No hay cañones?
¡Qué importa, vive Dios!, ¡sobra el aliento!
Todo el poder de cien Napoleones
¡No basta a sofocar nuestro ardimiento!
De la fortuna te encumbró el capricho,
Mas tiembla de ella, ¡oh Francia! en sus reveses.. .
Españoles, ¿qué hacéis? ¿Allons han dicho?
¡Pues bien: Allons, a degollar franceses!
Esta poesía lo puso en contradicción con su actuación
política, pues sea por volubilidad de carácter, o por can­
dor de su mente fantaseadora, o por resignado afecto al
gobierno intruso, o por deseo de ostentación, aceptó un
puesto subalterno en la Secretaría de lo Interior, y más
tarde, el de Prefecto de Málaga. Las crónicas aguardan
aún interesantes pormenores biográficos del rol político
que desempeñó en esta emergencia, y en general, de su
estada en la Península; vagamente se sabe que fue miem-

323
bro de la Junta que en Bayona formó la nueva Constitu­
ción de la monarquía española, durante la dominación
napoleónica. A la caída del imperio visitó a Inglaterra y
poco tiempo después se estableció en París con su familia.
Se componía ésta de su esposa, doña Felipa Meilhon y
Montemayor, de Cádiz, y de su hija, entonces de siete u
ocho años, doña Felipa Antonia Josefina Zea, que casó
en París en 1824 con Alejandro de Gauthier, Vizconde de
Rigny y Mariscal de Campo al servicio del Rey de los
franceses.1
Entre los placeres y el boato de su existencia escucha
el estruendo de la Revolución patria, dirigida por Bolívar,
a quien acaso conociera en Madrid, pues éste vivió allí
en septiembre de 1800 y allí festejó sus nupcias con la se­
ñorita Teresa Toro y Alaiza, a fines del año siguiente.
Nada de extraño tiene que el rumboso botánico figurase
en el cortejo nupcial como paraninfo del futuro Liber­
tador.
En 1816 le encontramos en Haití, incorporado en ).a fa­
mosa expedición de Los Cayos, con el cargo de Intendente
General del Ejército Libertador. De esta época datan sus
servicios a la Revolución americana; dos años más ta r­
de, aparece en Angostura el primer número del Correo
del Orinoco, donde se da a conocer Zea como incansable
luchador en el campo de la prensa.
Reunido el Congreso de Angostura, su carrera llegó al
pináculo del poderío y de la gloria. Preside aquella Cor­
poración notable y poco después, la misma le elige, en
pos del Libertador Presidente, Vicepresidente de la Re­
pública de Colombia. ¿Cómo es que a varón de tan esca­
sos servicios se le otorga distinción tan clara, por enci­
ma de los altivos sables y de las mediocridades emulantes?
Por eso, para acallar aspiraciones múltiples, con un re-i)
i) R a im u n d o R ivas. (L a fa m ilia de Z ea. C u ltu ra , Vol. II, 189). Es
d e n o ta rse , q u e p o r D e c re to d e 26 d e ju n io de 1880, d el G e n e ra l G uz-
m á n B lan co , el G o b ie rn o d e V en ez u ela «reconoció a fa v o r d e la se ñ o ra
F e lip a A n to n ia J o s e fin a Z ea, h ija le g ítim a d e l d o c to r F ra n c isc o A n to n io
Z ea, la su m a d e c in c u e n ta y sie te m il b o lív a re s (Bs. 57.000) q u e es la
p a r te q u e le c o rre sp o n d e d e los d o sc ien to s m il b o lív a re s (Bs. 200.000)
aco rd ad o s, com o re c o m p e n sa e x tr a o rd in a r ia , al V ic e p re s id e n te de Co­
lo m b ia, d o c to r F ra n c isc o A n to n io Z ea, p o r el C ongreso C o n s titu y e n te de
A n g o stu ra , e n 19 d e e n e ro d e 1820; y c o n fo rm e a la d istrib u c ió n d e la
d e u d a d e C olo m b ia, h e c h a e n 29 de a b ril de 1835».

324
signado sometimiento colectivo, que no hiciera surgir el
desagrado particular de nadie. Sobre que Zea debía im­
ponerse por su vasta cultura y aristocráticas maneras;
su permanencia de dos décadas en centros ilustrados,
los copiosos estudios que traía por bagaje de su vida po­
lítica, su propia distinción personal, sus dotes de causeur
elegante y jovial, no eran para atraerle el desvío, sino la
obsequiosidad de los más cosquillosos tenientes del Ejér­
cito, y la misma de Bolívar, si ya éste no conociese por la
fama, o por observación propia, sus atildadas prendas.
Ello es que para el Libertador fue amigo y confidente, por­
que a poder de su característica penetración personal,
desde el principio le demostró su aprecio, hallando por
otra parte analogías de temperamento con el gentil
patricio.
«Bolívar consideró desde luego a Zea —escribe don
Marco Fidel Suárez en un interesante capítulo de his­
toria en que no sólo juzga al advertido político sino tam ­
bién al literato— como sujeto de gran valía y provecho
para la Independencia, ya por sus cualidades personales,
ya por la reputación extranjera que gozaba. Bien que
Zea no poseía el prestigio de la espada, condición sin la
cual era muy difícil brillar en aquella escena, los proyec­
tos que Bolívar meditaba, así como su cultura y expe­
riencia, fueron causa del alto aprecio que hizo de Zea,
hombre afable y cortesano, llamado por naturaleza a
completar con sus luces y su talento civil un cuadro en
que el entusiasmo guerrero y el valor un tanto selvático
ocupaban el mayor fondo. Bolívar y Zea simpatizaban,
además, por temperamento y semejanza de genio: los dos
eran de mucha imaginación, de miras sumamente ele­
vadas, muy amantes de la gloria; y los dos se acordaron
en unos mismos proyectos y en idénticas esperanzas. So­
bre todo, desde 1818 hasta 1820 estos dos hombres fueron
unidos los primeros en su escena, y obraron en la mayor
armonía, el uno ejecutando prodigios con su genio y su
espada, el otro secundando con la pluma y la elocuencia
los planes del primero y entonando alabanzas a sus ha­
zañas. La creación de una República formada de Vene­
zuela, Cundinamarca, y otros departamentos, fue desde
entonces el sueño de Bolívar y de Zea, y aquel sueño,
realizado luego, fue hasta la muerte de ambos su cons-

325
tante anhelo y el objeto exquisito de sus cuidados, así
como ocasión, a lo menos remota, de sus errores. Bolívar
comprendió que Zea era prenda de unión entre Venezuela
y el antes Virreinato de Granada. Ambos echaron de ver
cuánto era interesante a la causa de la emancipación
unir las provincias con estrechos lazos políticos, y crear
una nacionalidad que a la vez que facilitase la indepen­
dencia, fuese en el porvenir emporio de riqueza, nodriza
de la libertad y cimiento de su gloria. Al patriotismo se
unía la gratitud, y Colón prestó su nombre a la República
creada por Bolívar y Zea».1
Zea, que es de los que comprenden la superioridad de
ideales que se abrigan en el que es alma y cerebro de la
Revolución, declárase ardiente partidario de la unión de
los pueblos de Colombia. Su manifiesto al terminar el
Congreso (13 de enero de 1820) es un canto ingenuo a
la integridad de la nueva República, a la abundancia de
sus riquezas, a la brillantez de sus glorias militares, a
las majestuosas perspectivas de su porvenir. Pero es jus­
tamente más afamado su discurso en elogio de Bolívar
al instalar la célebre Corporación (15 de febrero de 1819):
cítase esta página entre lo mejor de la literatura pane­
gírica de la época, aunque quizá no es preferible a la de
Vicente Azuero, cuando Bogotá ovacionante saludó al
venceder de Boyacá, ni a la que escribió García del Río,
cuando el mundo americano lloraba la muerte del Héroe
proscrito.
De todos modos, la voz del orador, resonante y magní­
fica, dilata al través de los mares el nombre del Liberta­
dor, después de arropar con clámide de solemne elocuen­
cia las curules del Patriciado:
«No era en el Capitolio, no en los palacios de Agripa y
de Trajano; era en una humilde choza, bajo un techo
pajizo, en donde Rómulo, sencillamente vestido, trazaba
la capital del mundo y ponía los fundamentos de su vas­
to imperio. Nada brillaba allí sino su genio; nada había
de grande sino él mismo. No es por el aparato ni por la
magnificencia de nuestra instalación, sino por los in­
mensos medios que la naturaleza nos ha proporcionado
i) F ra n c isc o A. Z ea, p o r M arco F id e l S u árez. (P a p e l P e rió d ic o I lu s ­
trado, N<? 41, 1883).

326
y por los inmensos planes que vosotros concebiréis para
aprovecharlos, como deberá calcularse la grandeza y el
poder futuro de nuestra República. Esta misma sencillez
y el esplendor de ese grande acto de patriotismo de que
el General Bolívar acaba de dar tan ilustre y memorable
ejemplo, imprime a esta solemnidad un carácter antiguo,
que es ya un presagio de los altos destinos de nuestro
país...
«No es ahora como puede justamente apreciarse el su­
blime rasgo de virtud patriótica de que hemos sido ad­
miradores más bien que testigos. Cuando nuestras insti­
tuciones hayan recibido la sanción del tiempo, cuando
todo lo débil y todo lo pequeño de nuestra edad, las pa­
siones, los intereses y las vanidades hayan desaparecido,
y sólo queden los grandes hombres y los grandes hechos,
entonces se hará a la abdicación del General Bolívar
toda la justicia que merece, y su nombre se pronunciará
con orgullo en Venezuela, y en el mundo con venera­
ción ...»
El aspecto arrogante del tribuno ha mantenido en ca­
llada penumbra la inspiración florida de un poeta. En
el estudio citado del señor Suárez se menciona como del
procer una hermosa poesía, en honor de Bolívar, titulada
Colombia Constituida:
«Probablemente es de Zea una poesía en verso blanco,
que lleva por título Colombia Constituida, la cual vio por
primera vez la luz en París el año de 22 y fue luego re­
producida por la Gaceta de Colombia del mismo año.
Un español americano suscribe la composición, firma
que, según parece, es la misma de los versos a la inva­
sión de los franceses en España. Esta circunstancia, el
lugar y época de la primera edición y los conceptos que
la pieza encierra, muy naturales en Zea, son los funda­
mentos de la probabilidad que hemos enunciado. La for­
ma de esta composición es sencilla y notable por su ele­
gancia y aticismo, aunque débil e incorrecta en uno u
otro verso... La fluidez de algunos versos y la belleza de
las imágenes, unidas a cierta solemnidad que posee la
poesía histórica, hace que uno al leerlos se acuerde del
Duque de Rivas o del Edipo de Martínez de la R osa...»

327
El notable crítico colombiano, D. Antonio Gómez Res­
trepo, al referirse a esta poesía, considera que está «ga­
llardamente escrita»
Como lo reza su título, la composición es un canto al
nacimiento civil de Colombia en el Congreso del Rosario:
la noble villa, unida fraternalmente a la ciudad en cuyo
suelo obtuvo el héroe uno de sus primeros y más útiles
triunfos, es objeto de la veneración del cantor, cuyos ojos
se detienen «en el alcázar patrio», donde se escuchó la
controversia saludable de la falange legisladora, y aún
se marcan «sus patrióticas huellas»:
¡Oh diosa, yo te imploro! Que tu fuego
Mi numen vivifique, dame grata
El estro con que a Píndaro inspiraste;
Deja que mi exaltada fantasía,
Pase y discurra por el vago espacio,
Que de Cúcuta heroica la separa.
Allí de un pueblo libre los destinos
Por siempre se aseguran y establecen,
Allí él mismo proclama sus derechos,
Allí prudente sus deberes traza,
Y allí también ante la ley se postra
Con el libertador el libertado.
¡Salve, ciudad insigne! yo te admiro,
Ya mis ojos atónitos se fijan
En el alcázar patrio; no famoso,
Por los vicios y crímenes que encubre
Bajo de sus dorados artesones,
Como a veces se nota en la guarida
De un sátrapa inmortal; pero sí eterno
Porque en su seno resonó sin trabas
La voluntad de un pueblo soberano:
¡Salve mil veces inmortal Cúcuta!
Yo te saludo, sí, mis labios sellan
Con religiosa fe, de sus pisadas
Las patrióticas huellas. ¡Con qué gozo
Las contemplo, las sigo, las estudio!
¡Con qué entusiasmo las bendigo luego!
Por aquí, por aquí la muchedumbre
Precipitada discurrió algún día,
En torno del naciente santuario;
Aún se escuchan los vivas con que alegre
A sus representantes saludaba,

328
Aún los himnos de libertad y dicha.
Por aquí el héroe de Colombia amado
También pudo pasar, cuando obediente
Su prez y juram ento en los altares
De patria y religión depositara.
¡Nunca más grande íue, nunca más digno
De renombre eternal! ¡Oh, quién pudiera,
Empero, bosquejar debidamente
El premio a la virtud, en su triunfo!

Rememora en seguida la acción de Carabobo para sa­


ludar al gallardo vencedor, poniendo en sus labios nobles
palabras que ellos pronunciaron:
Ya se acerca, ya llega, ya desnuda
El acero que usara en Carabobo,
Imprime ya la mano sobre el libro
Que los destinos de Colombia encierra,
Ya ju ra serle fiel. . . ¡Oh gran Bolívar,
Ahora sí que tu empresa completaste!
¿Mas qué augusto silencio es el que sigue
Al popular bullicio? ¿Quién cautiva
De todos la atención? ¡Cielos! ¿Me engaño?
¿No es la voz de Bolívar la que escucho
Ingenua y sin doblez? ¿No son sus votos
Aquestos que dirige a sus patricios?
Sí; no hay duda, oigamos, pues, al hombre
Que jamás engañó nuestra esperanza:
Céfiro, no interrumpas sus acentos,
Eco, llévalos tú de gente en gente.
«Ciudadanos: no soy más que un soldado
A quien la patria le endonó sus armas,
Y la necesidad le dio fortuna.
Magistrados tenéis que bien os manden
Integros, seguros, virtuosos:
Dejadme reposar oscuramente
O defenderos cuando el caso llegue;
No pongáis el poder entre mis manos,
Mirad que este poder, con la memoria
De mis pasados hechos, puede un día
Hacerme peligroso...»
Calla, calla,
No te ofendas, Bolívar, no te ultrajes,
No aflijas ese pueblo de Colombia
Que libertad te debe; ¿viste acaso

329
Que destruyera el sol sus mismos rayos?
¿O viste con razón que un padre tierno
De su propio cariño desconfíe?
No por cierto, Bolívar, vuelve, acepta
Por sólo el pro común, el noble mando
Que a ti la patria sin dudar entrega;
Y pues la diste libertad con leyes,
Dala también la paz, y al orbe ejemplo.
Cierra el canto, por último, un toque delicado que po­
dría revelar en el autor cierto parentesco lírico con
Bello, y son los votos con que agasaja el porvenir de la
nacionalidad:
Que tu impulso guiado por Astrea
Vierta sobre Colombia sin medida
La sazonada copa de abundancia.
Puéblense esos jardines que la mano
Del despotismo convirtió en desiertos,
De seres laboriosos, que allí encuentren
Debida recompensa a sus sudores.
Caiga en los Andes el robusto pino,
De la creación testigo silencioso,
Y surque presto los salobres mares,
Llevando por doquiera, de Colombia
Con el nombre, los ónimos nroductos.
La respetable opinión que señala a Zea como autor de
la mencionada poesía descansa, en verdad, en buenos
fundamentos: el título, que concuerda con el carácter
cívico del procer y es además una añoranza de la solem­
ne expresión con que pregonó el bautizo de la patria,
a las orillas del Orinoco: la República de Colombia queda
constituida; «el lugar y la época de la primera edición
y los conceptos que la pieza encierra, muy naturales en
Zea»; el motivo de la composición, calcado sobre la ac­
tuación civil del General Bolívar, objeto de simpatía para
quien recibió de ella influjo, encumbrada posición y
ostentosos miramientos; y por último, la firma que no
sólo «es la misma de los versos a la invasión de los fran­
ceses en España», sino que retrata el carácter de Zea,
reconocido hacia la madre patria, que le dio larga y
honrosa hospitalidad. Ni se halla dislocada en la poesía
una elogiosa alusión al nombre de Riego, y Zea quiere
que los compatriotas de éste fraternicen con los de
Bolívar:

330
Pronto, muy pronto, sí, las dos Españas
Arrim arán las armas fratricidas.
Los hermanos de Riego serán siempre
Hermanos de Bolívar: pero libres,
Y unidos por los vínculos tan sólo
De parentesco, dogma y conveniencia.
Además, bien cuadraba el noble seudónimo de Un
Español americano en quien había expresado los si­
guientes conceptos:
«Sin embargo, y a pesar de todo, los americanos, los
pueblos de Colombia y yo en particular, conservamos en
el fondo del corazón un verdadero afecto por España,
y en el momento en que las Cortes de Cádiz adoptaron
instituciones liberales, las colonias participaron del en­
tusiasmo de los patriotas de la Península y se apresura­
ron a venir en su ayuda; pero desgraciadamente, hom­
bres exclusivistas y ambiciosos dieron entonces una falsa
dirección a la política española; todos los corazones se
irritaron y una guerra impía se encendió.. . Cuando en
1820 los verdaderos redentores de España derribaron el
despotismo, el inmortal Riego, San Miguel, Alcalá Ga-
liano y sus valerosos compañeros, proclamaron al mismo
tiempo que las libertades de su país, la independencia
de las colonias, como consecuencia necesaria del mismo
principio.
«La España constitucional no podrá ser nuestra ene­
miga; sufriendo, amenazada de nuevo por los extranje­
ros, despedazada por las intrigas de la política exterior,
ella recobra todos sus derechos a la simpatía de sus hijos
de U ltram ar...
«Educado, por decirlo así, en España, en donde me
honro de conservar multitud de amigos, mil veces he
probado durante la guerra de Colombia cuánto anhelaba
merecer la estimación y el agradecimiento de los espa­
ñoles, quienes no dudo me harán esta justicia. Como
consecuencia natural de esta disposición innata en mí,
me hago el deber de dirigir a Ud. esta comunicación
confidencial; al aceptarla, Ud. me hará un gran servi­
cio, y lo hará Ud. también a España al aceptar la tarea
que mi amistad le impone». (Zea al general Wilson.
Londres, agosto 15 de 1822).1
i) O ’L e a ry . Vol. X II, 261.

331
Lo único que podría hacer dudosa la aceptada paterni­
dad de la poesía es el silencio del autor en punto al Con­
greso de Angostura, principal origen del prestigio y opi­
nión de Zea entre sus compatriotas. En efecto, no hay
allí ninguna remembranza o referencia patriótica para
la Corporación que «en el seno mismo de la naturaleza»,
«en medio de las antiguas selvas y vastas soledades del
Orinoco y bajo los auspicios paternales del Todopodero­
so» funda la República de Colombia. Pero bien puede
quedar vencida esta duda, atribuyendo la deliberada omi­
sión: a delicadeza personal de Zea, que tendría forzosa­
mente de loarse al mencionar aquel Congreso, en cuyo
seno descolló su personalidad como la más brillante figu­
ra; o, a la ingrata impresión que embargó su espíritu al
sentir comentada con hosco runruneo la vicepresidencia
de que se le había encargado por influencia del Liberta­
dor. Ello es que Zea, desadaptado ya al medio, había
escrito en su renuncia del 8 de septiembre de 1819:
«Yo me había separado de los negocios públicos, tra ta ­
ba de volver al seno de mi familia, y pensaba pasar el
resto de mis días en la capital de las ciencias, entregado
al estudio de la naturaleza y a los placeres inocentes de
la amistad de los sabios, a cuya sociedad estaba acos­
tumbrado. Pero tuve la estúpida debilidad de ceder a las
persuasiones del General Bolívar, que por una preocu­
pación funesta a mi reposo, creía que mi presencia en el
Congreso podía no ser enteramente inútil, y a este paso
inconsiderado se siguió el de admitir la Vicepresidencia
de la República, movido de un interés moral, que no
hay necesidad de expresar en este escrito. No tardé en
tener serios motivos de arrepentimiento...
«Herido vivamente en la parte más sensible de mi co­
razón, he hecho renuncia de esta ominosa vicepresiden­
cia, en varios accesos de resentimiento; pero la reflexión
de las consecuencias que tendría contra la causa un paso
retrógrado en un hombre, es preciso decirlo, conocido
en toda Europa, con relaciones muy estrechas en el mun­
do diplomático, miembro de cuarenta academias y de
consiguiente con un elevado rango en la República, ¡feliz
si pudiera olvidarla! busco en el retiro de los negocios y
en las delicias de la vida oscura el consuelo de los pesa­
res, que me causa la inutilidad de mis esfuerzos...»

332
A fines de 1819 Zea fue nombrado Ministro Plenipo­
tenciario de Colombia en Europa: llevaba la misión de
conseguir un empréstito destinado a la conversión de la
deuda de la República y al desarrollo de sus corrientes
industriales, y lo negoció, en efecto, de dos millones de
libras, en marzo de 1822, en términos gravosos para el
Tesoro de la nación, que le hicieron aparecer como cán­
dido calculador y desgraciado financista. El fausto y
esplendidez del diplomático en las capitales europeas
atrajeron en torno de sí el cognomento de el hombre de
la moda y el hombre del dinero. Se achacaron a negli­
gencia, a incapacidad, y aun a mala fe sus operaciones
financieras, teniendo él para sus acusadores una respues­
ta efectista, pero saturada de anhelo por el esplendor
de la República: Colombia era un cadáver y yo la cubrí
con un manto de oro.
Zea murió a fines de 1822, en Bath, balneario de Lon­
dres, sin haber tenido tiempo suficiente para dar una
explicación serena de sus oficios como negociador. Sin
duda, la polvareda difamadora que se levantó sobre su
nombre a raíz de la contrata, abrevió sus días prema­
turamente.
«Por lo que respecta al complemento del empréstito,
casi todas las casas considerables de Europa asediaban
al Ministro de Colombia haciéndole proposiciones venta­
josas. Los señores Parevey, de París, asociados con otras
casas de Londres y de Alemania, habían redactado su
contrato al 85%, y no estaban esperando más que la fir­
ma de Zea para entregar los fondos.
«En tales circunstancias, su enfermedad tomó de re­
pente un carácter desesperante, y oscuros envidiosos,
enemigos encarnizados se disputaban ya su cadáver; em­
pezaba a devorarle antes de su muerte.
«Zea exhaló en mis brazos su último suspiro. Me había
dicho la víspera, y me lo repitió media hora antes de
expirar, que lo único que sentía era no poder decir pri­
vadamente a V. E. mismo, lo que había hecho, lo que
había querido hacer para ayudar a V. E. a terminar su
gloriosa empresa; los obstáculos que había encontrado
en donde mismo esperaba encontrar apoyo; en una pa­
labra, que moría sin consuelo, sobre todo, por verse

333
calumniado sin poder defenderse ante su juez natural.
Este juez, General Libertador, era V. E. El conocía el
alma generosa de V. E.; él sabía que V. E., satisfecho de
sus propias glorias, no le negaría a él la débil parte que
puede corresponderle en los anales de la patria».1
Mientras que el Congreso de 1823, por Decreto de 7 de
julio, improbaba ruidosamente las operaciones financie­
ras, un militar francés, J. Desmenard, antiguo Edecán
de Murat y del Mariscal Ney, ligado durante veinticinco
años por una amistad sincera «con el hombre elegido
para que fuese a Europa a gestionar por la causa de
América y procurarle recursos financieros y políticos»,
que había venido a Colombia en ese mismo año, reivindi­
caba así la memoria de Zea ante el Libertador. Quizá
fue la suya la única voz que en noble y gallarda osadía
se levantó entonces para alejar el injusto vilipendio con
que se rodeaba la tumba del negociador.

EL ESTREPITO DEL CORO


Paciente y laboriosísima tarea, plena para la actividad
de una vida, fuera la de pretender catalogar todas las
poesías, cánticos o himnos, a que ha dado motivo la
prestantísima figura del Libertador, desde la fecha de
su muerte hasta los días que corren. Sin contar con los
países hermanos del sur, los centroamericanos, los anti­
llanos, el Brasil y México, que le consideran como produc­
to del dilatado suelo «que ha vivido en un vasto ensue­
ño» —según la expresión con que midió Darío las
conexiones de la poesía en el continente— para calcular
la cantidad de estrofas ofrecidas en tributo de admira­
ción a su nombre de Libertador, basta observar que las
cinco Repúblicas que le deben su existencia, las más
prolíficas en hombres de letras, han celebrado su gloria,
por devoción obligada y filial, dentro de una especie
de ciclo legendario, en sus múltiples efemérides ilustres,
durante el dilatado espacio de ochenta y ocho años, y
i) J . D e s m e n a rd a B o lív ar. B ogotá, n o v ie m b re 2 d e 1823. (O ’L e a ry ,
Y ol. X II, 355).

334
han producido para el acrecentamiento histórico del Hé­
roe poetas o escritores de fama mundial como Caro,
Baralt, Montalvo, Chocano y Bustamante.
Más sencilla sería la de hacer una compilación biblio­
gráfica de todos los cantos que se publicaron coetánea­
mente con la época del Libertador, y que él pudo conocer,
aplaudir, o apreciar, dialogando a solas con el poeta que
le transmitía afectos, impresiones, homenajes. Aunque
la tarea es para más robustas fuerzas, parece convenir
al propósito de este estudio el iniciarla, apuntando los
pocos de que tenemos noticia. Ningún, aporte de este
género, por insignificante o modesto que sea, será des­
deñado en el acervo del ditirambo lírico.
* * *
Rompe el coro popular un curioso soneto, compuesto
en el primer aniversario de la proclamación de la inde­
pendencia venezolana por un distinguido caraqueño, don
José Agustín Loinaz, que se afilió decididamente al mo­
vimiento. Aunque en él no se menciona el nombre de
Bolívar, es digno de citarse por su antigüedad y por la
pomposa exteriorización americana de que lo reviste la
inspiración del autor:
La cumbre de los Andes espantosa,
Del Marañón el curso prolongado,
De América el espacio dilatado,
De sus minas la masa prodigiosa;
Cuántos objetos esparció grandiosa
Naturaleza, en el esfuerzo osado
De apurar lo sublime y esmerado
Del mundo colombiano, en cada cosa;
Nada tan magno, bello ni glorioso
Como grato al oído, dulce al labio
El recuerdo feliz del fausto día
En que el pueblo con brazo poderoso
Rompió, impulsado de consejo sabio,
Cadenas que llevó la patria mía.
Loinaz (1778-1853) fue personaje de alguna represen­
tación política en Venezuela. «No sólo figuró y lució
—escribe Azpurúa— como militar de la Independencia:

335
él supo ocupar con la misma dignidad que llevó la espa­
da, una curul como senador en el Congreso de Colombia.
Candidato por ese mismo tiempo para la Presidencia de
la gran República, obtuvo los votos de muchos hombres
sensatos; y más después, propuesto para la Vicepresiden­
cia de Venezuela en su primer período, por uno de esos
resultados inopinados en los cuerpos colegiados, un solo
voto le faltó para ocupar tan alto como bien merecido
puesto».
*

Discípulo de don Manuel del Socorro Rodríguez, fun­


dador del periodismo patrio, se distingue en Bogotá por
su claro ingenio y lucidas disposiciones poéticas, un joven
payanés, don José María Gruesso (1779-1835), cuya vida
de rumboso y atormentado galán, cambia fundamental­
mente delante de un féretro, como la del Duque de
Gandía.
A los veinticinco años, poseedor de honroso diploma
universitario, agasajado por sonrientes ilusiones, a la
vista del blanco ataúd de su novia, súbitamente des­
posada con la muerte, toma la resolución de estudiar
ciencias eclesiásticas hasta recibir en el Colegio de San
Bartolomé la orden del Presbiterado. Poco tiempo después
figura en su suelo nativo, al lado del Illmo. señor Salva­
dor Jiménez, como Provisor del Obispado.
«El doctor Gruesso no siguió el partido de la patria en
la guerra de la independencia. Su alma, vacía de toda
ambición, no simpatizó con las grandes emociones de la
gran lucha, y su caballerosidad natural lo mantenía
apegado a las tradiciones monárquicas. Por otra parte,
su jefe y amigo el señor Jiménez, Obispo de Popayán,
era español y exaltado realista; y la ciudad de Popayán
era centro del realismo encarnado en muchos de sus
aristócratas. Todas estas circunstancias reunidas lo deci­
dieron a seguir una causa odiosa a la nación. Retiróse
con el señor Jiménez a Pasto, donde permanecieron has­
ta junio de 1822, en que llegó a aquella ciudad Bolívar
que iba de victoria en victoria desde Venezuela, de viaje
para el sur de Colombia. La vista del héroe, su grandeza
ingénita y su vasto talento cautivaron al señor Jiménez

336
y mucho más a Gruesso, quien desde ese día en adelante
aceptó con entusiasmo el titulo de ciudadano de la nueva
República».1
Gruesso dio una prueba de sus sentimientos de afecto
y admiración hacia Bolívar con la siguiente poesía, es­
crita para saludarle a su llegada a Pasto:
Bendición y alabanza, Ya no hay quien sus cosechas
Honor, salud y gloria Las vea taladas todas,
Al inmortal Bolívar, O sm tiempo cogidas
Creador de Colombia, Por mano agotadora.
Que al fin con sus fatigas,
Con su firmeza heroica En humanal familia
Entronizó en su templo Unida ya Colombia
A la paz cariñosa. Con cadenas de flores,
Bolívar la aprisiona,
De Marte furibundo Y con laurel circunda
La espada destructora Su frente vencedora:
Que altiva se esgrimía La unión, la unión proclama;
De Juanambú en las rocas, La paz, la paz invoca.
Arrancó de sus manos
Pujantes y nerviosas, Y la alma paz triunfante,
Y lejos del recinto Con jazmines y rosas
De Colombia la arroja. Al inmortal Bolívar
En su placer corona,
Ya no hay quien haga viudas, Y con bella sonrisa
Ni quien con faz llorosa Sea, dice, la gloria,
Demande un padre, un hijo, El honor, la alabanza
A la fatal discordia; Al creador de Colombia.
Sacerdote ilustrado y virtuoso, Gruesso fue durante
algunos años rector del Seminario de Popayán. Escribió
otras composiciones y discursos literarios, algunos de los
cuales se consideran notables. Como poeta, su puesto en
los albores de la literatura patria está exornado de apa-
cibilidad y sencillez.

Hacia la misma época otro eclesiástico caucano, el


doctor Manuel M. Hurtado, organiza en Cali los alegres
festejos con que se obsequia al héroe, y por boca de dos
indios, cambia en cordial regocijo el antiguo lamento de
la raza.i)
i) V e rg a ra y V e rg a ra . H isto ria de la L ite r a tu r a en N u ev a G ra n a d a ,
428.

337
« ...E l Libertador estaba en Cali, después de recibir
en todos los pueblos las más espléndidas demostraciones
de amor, de agradecimiento y de admiración. En los pue­
blos de Paces, los indios se esmeraron en estas demostra­
ciones. Una india joven, hija del Cacique Calambaz, a
quien había fusilado Warleta, se presentó con otro indie-
cito, ambos muy apuestos a la indígena, y presentaron al
Libertador coronas de flores y dos sextillos. El que pre­
sentó la india, decía:
«Ven, genio tutelar a quien el cielo
Al cabo de tres siglos ha escogido
Para ser del indígena el consuelo,
Para acallar su llanto dolorido.
Ven: pueda tu bondad, pueda tu gloria
Eternizar tu nombre y tu memoria.
«El que le presentó el indio era este:
«Mis sencillos padres que un día fueron
Víctimas tristes del furor hispano,
Hoy, a tu paso, su sepulcro abrieron
Por conocer tu bienhechora mano;
Y a nombre de ellos mi respeto clama:
¡Viva el Libertador! ¡Viva su fama!
«El Vicario interino, emigrado de Popayán, doctor Ma­
nuel M. Hurtado, fue el que dispuso esta función.. . » 1
Sólo esta noticia ambigua permite atribuirle los sex­
tillos citados, que no hay sobre este sacerdote ninguna
otra biográfica.
* * *

Un antiguo diplomático, don Ignacio Tejada, saluda


al Libertador expresivamente después de la conspira­
ción septembrina, refiriendo a su destino el sentido de
una copla lusitana, que es sensible no se conozca
original :
«Libertar de la opresión un pueblo entero, es obra del
valor; darle la independencia, es acción heroica; salvar­
lo de la anarquía, es propio de un numen tutelar. Comoi)
i) G ro o t c ita esta s e s tro fa s y las de G ru esso . V éase T. IV, 237 y 253.

338
a tal saludo a Ud., le felicito por la conservación de su
vida, y le aplico los versos siguientes traducidos del
idioma portugués:
Bien puede un desalmado
Reducir en un día
A rabiosa anarquía
Un pueblo sosegado;
Pero a su antiguo estado
Volverle, sólo puede
El Héroe a quien concede
El Cielo su favor.
«Mi traducción no es buena; pero la aplicación es
exacta y nace del corazón de un viejo que ama a Ud. sin
conocerle, que le admira por sus hechos, y que es y será
siempre su afectísimo compatriota...» 1
Don Ignacio Tejada, tío del malogrado Vargas-Tejada,
era oriundo del Socorro. «Se afilió a la causa republicana
desde joven —dice uno de sus biógrafos— y alcanzó po­
sición tan distinguida entre los patriotas, que fue nom­
brado miembro de las Cortes Españolas que, según decre­
to de Murat, debían tener seis representantes de América.
Por el Nuevo Reino concurrieron Ignacio Tejada y Zea
a aquella corporación, que fue efímera».2
En 1824 fue nombrado Ministro Plenipotenciario en
Roma, cargo que desempeñó hasta su muerte, en 1837.
Su historia de embajador está exornada con el reconoci­
miento oficial de la República de Colombia por el Go­
bierno Pontificio. En una iglesia de la Metrópoli cristiana
reposan sus cenizas dentro de elegante mausoleo, en que
un pomposo epitafio dice del aprecio y deferencia cordial
con que la Santa Sede estimaba sus dotes diplomáticas.
* * *

El capitán granadino José María Tello lisonjea con


victorioso lauro poético la gesta de Ayacucho: es el autor
de un soneto, famoso por haber sido improvisado al calor
de un festival, en un rapto de verdadero entusiasmo
poético:
i j O 'L e a ry . Vol. IX , 414.
j ) El T rib u n o de 1810, 362.

339
El ronco parche con furor batido
Anuncia del combate la llegada;
El fusil, el cañón, lanza y espada,
La muerte esparcen con fatal sonido.
Todo es horror, lamento y alarido;
Sólo la voz de muera es escuchada;
Sobre la parda tierra ensangrentada
Se mezcla el vencedor con el vencido.
Tal es el campo de Ayacucho, hermoso
Testigo del esfuerzo americano,
El que a la vez valiente y generoso
Humilló la cerviz del fiero hispano:
Allí se vio por fin a la Victoria
¡Coronando a los hijos de la gloria!

El capitán Tello era natural de Neiva, donde en 1819,


fue sentenciado a muerte su padre, don Manuel Tello.
Fue obligado a servir en el batallón 19 de Numancia,
que desconoció a su comandante, don Ruperto Delgado,
en la campaña del Perú, a fines de 1820. Los soldados del
Numancia se subordinaron luego a la jefatura de San
Martín, hasta que éste, antes de Ayacucho, entregó el
Cuerpo a Bolívar, quien le cambió su nombre por el de
«Voltígeros». Tello había sido testigo y actor de estas
vicisitudes.
«Después de Ayacucho, se colmó de honores al Ejército
colombiano, mientras los sucesores de los incas hacían
gobierno propio al amparo de las banderas de Bolívar.
El soneto del capitán Tello es el eco que ha llegado hasta
nosotros de uno de esos banquetes en que se ensalzó el
nombre colombiano...» .x

Un desconocido versificador, A. C. Luthman, cantó


igualmente la batalla de Ayacucho, en versos ingleses,
que probablemente fueron impresos en Lima. De la tra ­
ducción española, también de autor ignorado, transcri­
bimos las estrofas finales:i)
i) E n riq u e N a ra n jo M. El A utor de un soneto. (El G ráfic o , N9 55).

340
¿Quién le dijo al Perú: Tú serás libre,
Antes que el año un giro dé completo?
¿Quién? De la libertad el hijo caro:
Bolívar dijo así y así íue hecho.
¿Por qué hemos de esperar que el tiempo ahora
Nos alce al templo del poder augusto?
Somos ya nación grande; ya pasamos
Mil años en una hora de Ayacucho.
Era Luthman súbdito británico. Compuso también unos
versos en memoria del reconocimiento de la independen­
cia de Colombia por Inglaterra, bien que la traducción
de éstos aparece firmada con un cambio de iniciales
H. T. Luthman.1 Señalada la primera de estas compo­
siciones por un sentimiento de marcada adhesión al Perú,
es fácil descubrir que su autor hizo de esta nación su
segunda patria.
* * *

Es curiosa la noticia de que en el año de 1822 publi­


caba un poeta norteamericano en Filadelfia unos versos
al Pabellón Colombiano. Tradujo esta composición un
escritor venezolano, don José Luis Ramos, que floreció
en su patria en la segunda época de la Independencia.
La elegancia de la traducción permite calcular la del
original:
¿Qué espléndido meteoro en vivos fuegos
Sobre el regazo de la noche luce?
¿Qué trofeo magnífico ilumina
El lejano horizonte? Es el patriota
Pabellón tricolor; el rutilante
Y bienhadado precursor del día;
Símbolo esclarecido de la gloria,
Y de Colombia el astro soberano.
Flotando ya le veis de Venezuela
En las hélices torres, donde un día
El fiero despotismo encadenados
A sus heroicos hijos oprimía;
Sobre las ruinas del doloso crimen
Miradle alzado, allá donde la Parca
No más al monstruo víctimas inmola,
Y decorar con victoriosa pompa
Tus almenas también, ¡Cundinamarca!1

1) D o cu m en to s p a r a la v id a p ú b lic a d e l L ib e rta d o r. Vol. X , 60 y 132.


2) D o cu m en to s p a r a la v id a p ú b lic a d el L ib e rta d o r. Vol. V II, 722

341
Parece que la poesía fue compuesta a la vista de la
bandera patria, izada por el bergantín colombiano El
Meta, que entraba por primera vez al puerto de Filadel-
fia, en aquel año.
* * *

Ligeras referencias nos ponen en la pista de algunos


otros cantos, poco conocidos:
El doctor José María Salazar en su escrito citado Ex­
cursión de Bogotá a la Isla de Trinidad en 1816, a su
llegada a Angostura, refiere:
«Hasta entonces nada sabíamos con certidumbre de la
expedición del General Bolívar, ni de los sucesos ocurri­
dos en las costas de Venezuela. No sé explicar las im­
presiones de mi alma cuando recibidos cordialmente por
Arismendi, oímos de su boca la relación de aquellos he­
chos que a fuerza de ser grandes parecen increíbles, la
reacción de la Margarita, la expedición militar de los
Cayos y los triunfos de nuestras armas, siempre obteni­
dos contra fuerzas mayores. Dos edecanes del general y
algunos soldados estaban entonando a la claridad de la
hermosa luna del Orinoco la canción del Juncal com­
puesta por el doctor Tejera, natural de Caracas, y puesta
con exquisita música por una señora francesa, y cuando
oí repetir aquel coro más grato a mis oídos que los de
Sófocles a los griegos, Ciudadanos, la patria revive, etc.,
mi corazón palpitaba de gozo, sentía dentro de mí el
bálsamo de la esperanza, y me parecía retornar al seno
de la patria».
La batalla del Juncal, cerca de Barcelona, calificada
de espléndida por el historiador Baralt, se libró el 27 de
septiembre de 1816 y fue ganada por Piar y Mc-Gregor
contra el ejército de Morales. No se halló en ella Bolívar,
pero el himno compuesto para conmemorarla merece
citarse por su triple aspecto de interés histórico, contado
entre los primeros que la Musa venezolana proclamó en
honor de los libertadores, combinado musicalmente por
el genio de una artista francesa y favorecido con un re­
cuerdo lisonjero por el expatriado poeta granadino.
* * *

El General Santander, en carta para el doctor Rufino


Cuervo (Bogotá, octubre 29 de 1827), habla de un soneto

342
leído por la señorita hija del general Soublette, en el
banquete con que se festejaba el onomástico del Liberta­
dor. Quizá este soneto fue obra del poeta Urquinaona,
que era a la sazón, no el más aventajado, pero sí el más
pródigo discípulo de Apolo.
«Ayer día de San Simón tuvimos función de iglesia,
sermón bastante liberal y constitucional predicado por
Sotomayor, gran convite en casa de Leidesdorf y famoso
baile costeado por veintitrés empleados públicos. El Li­
bertador ha estado contento, no obstante que recibimos
antier la mala nueva de la muerte del señor Canning.
«Contaré a Ud. una anécdota rara del convite. Yo di
este brindis: “Señores, la celebridad de este día mani­
fiesta claramente la acción e influencia del hombre sobre
el tiempo. Sin las acciones que han ilustrado la larga
carrera del General Bolívar, Libertador Presidente de la
República, el 28 de octubre sería un día ordinario y co­
mún. Yo me aprovecho de esta ocasión para expresar
mis sentimientos, y son: que una serie no interrumpida
de hechos de parte de V. E. en favor de la causa de los
pueblos aumente la celebridad de este día y haga para
siempre grata su memoria a todos los amigos de la li­
bertad’’. El Libertador brindó porque el mismo día 28 de
octubre de 1783 en que él había nacido, había reconocido
la España la independencia de los Estados Unidos del
Norte y había aparecido el primer pueblo de la América,
etc., con otras alusiones a la libertad. Después el presi­
dente de la mesa Leidesdorf le hizo un bello discurso,
y le pidió permiso para que una joven le expresara mejor
sus sentimientos. En efecto, la hija de Soublette le dijo
un soneto y le presentó un corona cívica. Entonces el
Libertador, tomando la corona, expresó bien que el pue­
blo colombiano era el único acreedor a ella, porque su­
yos habían sido los sacrificios, suya la causa, etc.; y
dirigiéndose a mí (que estaba a su derecha) concluyó:
“El vicepresidente, como el primero del pueblo, merece
esta corona”, y me la puso en la cabeza...» 1i)
i ) A n g el y R u fin o Jo sé C uervo. Vida de R ufino Cuervo. T. I, 117.

343
Don Aristides Rojas menciona unas décimas, de autor
anónimo, tituladas: La Semilla colombiana y observa
que esta fue «una canción popular de los primeros años
de Colombia, muy celebrada».
De la composición, que glosa esta cuarteta
La semilla colombiana
Fue dilatada en nacer;
Pero se vio florecer
De la noche a la mañana,
copiamos la primera y la última estrofas:
América no ha sembrado
Esta preciosa semilla
Que da una flor amarilla
Que alcanza la libertad.
Hoy tenemos propiedad
En la patria americana
Y gozaremos mañana
Los frutos con gran placer
Y no debemos perder
La semilla colombiana.
El Libertador Bolívar,
Tronco de su libertad,
Decretó en su propiedad,
Digamos Colombia viva;
Y así todo aquel que siga
Esta ley americana
Cogerá flor colombiana
De la que el pueblo cogió,
De un árbol que floreció
De la noche a la m añana.1
Aun carentes de mérito literario alguno, estos versos
reflejan el entusiasmo de la lira popular, no esquiva en
la espontaneidad de sus manifestaciones, durante la
guerra de la independencia, y porque surgen del seno de
la muchedumbre aclamadora, parecen llevar el óleo que
unge los clásicos prestigios.i)
i) O b ras esco g id as, 516.

344
Muchas otras composiciones, en que alienta vivaz la
musa de la América, habrán de concurrir a formar la
bibliografía poética boliviana, que aún en su infancia,
es tan copiosa como interesante. La proporción del Hé­
roe pide y tolera el inmenso basamento lírico que le
levantan sus contemporáneos.

BOLIVAR ELOCUENTE
En uno de los días precedentes al célebre 5 de julio de
1811, Bolívar, miembro de aquella Sociedad Patriótica
«centro de luces y de los intereses revolucionarios» que
transmite sus inspiraciones al reglamentarismo de la
Asamblea Oficial, se da a conocer, entre los representan­
tes que se han congregado en la capilla de un convento
de Caracas para tratar sobre la independencia, como
orador firme, preciso y persuasivo. «Las sesiones tienen
la gravedad y la lenta pesadumbre de las asambleas va­
cilantes. Severas investiduras talares, de ministros taci­
turnos del Eterno; bizarras aposturas de militares; la
señoril indumentaria galante de los patricios del ocho­
cientos, atraviesan la sala rumorosamente. Se ven ros­
tros venerables; rubicundos rostros afeitados; fisonomías
apacibles; movibles fisonomías juveniles; miradas fijas
y profundas; inquietas miradas penetrantes. Se oyen
murmullos de conciliábulos; palabras tremulantes de
miedo y enérgicas palabras de decisión. Las barras están
formadas por la turba vocinglera y voluble, anónima e
irresponsable, que es el inevitable ruedo rasante, man­
chado de sangre y de lodo, de todos los movimientos
sociales».1
Su verbo inflama el auditorio, hace callar a los me­
drosos, convence a los pensativos y perplejos, exalta aún
más el espíritu de los audaces. Entre todos los discursos
pronunciados en aquella asamblea, es el único que desa­
fía las incertidumbres del tiempo, apartando los temores
y las dudas, y cambiándolos por resolución de ánimo y
actitudes resueltas; pasa como una racha revolcando
las ideas de casi todos sus oyentes: «Se discute en el
Congreso nacional lo que debiera estar decidido. ¿Y qué
dicen? Que debemos empezar por una confederación,i)
i) E loy G. G onzález. Al m a rg e n de la E p o p ey a, 9.

345
como si todos no estuviéramos confederados contra la
tiranía extranjera. Que debemos atender a los resulta­
dos de la política de España. ¿Qué nos importa que Es­
paña venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve,
si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes
efectos de las antiguas cadenas. ¿Que los grandes pro­
yectos deben prepararse en calma? Trescientos años de
calma, ¿no bastan? La junta patriótica respeta, como
debe, al Congreso de la nación, pero el Congreso debe
oír a la junta patriótica, centro de luces y de todos los
intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra
fundamental de la independencia suramericana: vacilar
es perdernos...»
Un año más tarde, entre los escombros de Caracas,
colérica y temblorosa la tierra que pisa, la apostrofa con
un grito incomprendido, que en muchos oídos suena como
desusada blasfemia, en algunos como imprecación faná­
tica, en otros como un síntoma de locura: «Si la natura­
leza se opone, lucharemos contra ella y la someteremos».
No era sino el reto viril del coraje en frente de la adver­
sidad siniestra.
En 1813 (octubre 14) cuando la Ilustre Municipalidad
de Caracas —a iniciativa del gobernador político don
Cristóbal de Mendoza, varón puro que retiene en su alma
«el modelo de la virtud y de la bondad útil»— circuns­
cribiendo el futuro pensar del Continente a los límites
de su propia patria, le aclama con el sobrenombre de
Libertador de Venezuela, «para que use de él como de
un don que consagra la patria agradecida a un hijo tan
benemérito», dice con referencia al honorífico dictado:
«Título más glorioso y satisfactorio para mí que el cetro
de todos los imperios de la tierra». Y después de una
deferente alusión a Ribas, Girardot, Urdaneta, y D’El-
huyar, conmilitones de fuste, agrega: «Yo sé cuánto
debo al carácter de Uds. y mucho más a los pueblos,
cuya voluntad me expresan; la ley del deber, más pode­
rosa para mí que los sentimientos del corazón, me im­
pone la obediencia a las instancias de un pueblo libre,
y acepto con los más profundos sentimientos de venera­
ción a mi patria y a Uds., que son sus órganos, tan gran­
des munificencias».

346
Mucho tiempo después, despreciando un canto de sire­
na, amplificaba el mismo pensamiento al general Páez:
«Yo no soy Napoleón, ni quiero serlo; tampoco quiero
imitar a César, menos aún a Iturbide. Tales ejemplos
me parecen indignos de mi gloria. El título de Libertador
es superior a todos los que ha recibido el orgullo humano.
Por tanto, me es imposible degradarlo».
Entre estas dos frases, brotadas del pecho del Héroe
en explosión de íntima sinceridad, y distanciadas una de
otra por trece años que le fatigan de lauros y de triunfos,
media una expresión a que da aparente matiz contradic­
torio el preceptivo ceremonial civil del Magistrado. En
1821 hablaba así en el Congreso del Rosario: «La espada
que ha gobernado a Colombia no es la balanza de Astrea:
es un azote del genio del mal que algunas veces el cielo
deja caer sobre la tierra para castigo de los tiranos y
escarmiento de los pueblos. Esta espada no puede servir
de nada el día de la paz, y éste debe ser el último de mi
poder, porque así lo he jurado para mí, porque lo he
prometido a Colombia, y porque no puede haber Repú­
blica en donde el pueblo no está seguro del ejercicio de
sus propias facultades. Un hombre como yo es un ciu­
dadano peligroso en un gobierno popular: es una ame­
naza inmediata a la soberanía nacional. Yo quiero ser
ciudadano, para ser libre y para que todos lo sean. Pre­
fiero el título de Ciudadano al de Libertador, porque
éste emana de la guerra, aquel emana de las leyes. Cam­
biadme, señor, todos mis dictados por el de buen ciu­
dadano ...»
En realidad, el título de Libertador se lo habían ganado
sus aptitudes de soldado. Gran psicólogo por la posición
y por el genio, conocía a fondo ese rasgo característico
de los Cuerpos Colegiados, que por pura vanidad democrá­
tica monopolizan a veces la rigurosa sujeción a la ley,
y sobre todo, la tiranía del formulismo, con que frecuen­
temente disculpan sus errores y hacen más implacable
su coraza de inmunidad. Así, él no podía recalcar allí
sobre el mérito de sus laureles marciales, lo que hubiera
alarmado el espíritu asustadizo de muchos de sus oyen­
tes; prefería cubrir su yo con un rasgo gallardo de elo­
cuencia, en obsequio del beneplácito común.

347
Interminable se haría el segu v paso a paso la elocuen­
cia de Bolívar: depositada dentro de aquella «cabeza de
los milagros y lengua de las maravillas», todo lo que
piensa y todo lo que habla lleva el sello de la grandeza
humana, con esta particularidad, que con idéntico grado
de admiración la miden así el que estudie y atisbe la her­
mosura de su fraseología, hecha más tersa al resplandor
de sus hazañas, como el que la escucha vibrar en la
historia, repetida por un eco secularmente límpido. Aún
en las efigies en que le idealizó la perfección del arte,
para el sabio y para el rústico, para todos, como cantó
el poeta, «mustia en sus labios la elocuencia duerme».
De muchos de sus documentos políticos se han extraído
excelentes máximas de moralidad sociológica: «La sobe­
ranía del pueblo no es ilimitada; la justicia es su base
y la utilidad perfecta le pone término» (Al Vicepresi­
dente de Colombia). «Los hombres de luces y honrados
son los que debieran fijar la opinión pública. El talento
sin probidad es un azote» (Al general Carabaño). «A la
sombra del misterio no trabaja sino el crimen» (Al ge­
neral Páez). «La gloria está en ser grande y en ser útil»
(Al general Sucre). «El alma de un siervo rara vez al­
canza a apreciar la sana libertad. Se enfurece en los
tumultos o se humilla en las cadenas» (Al mismo). «Si
un hombre fuera necesario para sostener el Estado, ese
Estado no debería existir y al fin no existiría» (Al Con­
greso de 1830, presentando su renuncia). «Tan sólo el
pueblo conoce su bien y es dueño de su suerte; pero no
un poderoso, ni un partido, ni una fracción. Nadie sino
la mayoría es soberana. Es un tirano el que se pone en
lugar del pueblo y su potestad usurpación» (A los vene­
zolanos en 1826).
Arrebatado, grandilocuente y volcánico en su estilo,
como que a él trasladaba las impresiones de su atormen­
tado corazón. Tenía una frase magistralmente armoniosa
y seductora: era como un fluido en su conversación; en
sus discursos como un torrente; como un rayo en sus
arengas. Vibrante y musical en sus proclamas, muchas
de ellas pasan como ejemplares en la historia de la elo­
cuencia militar. Tenía el don del verbo, un verbo per­
suasivo y subyugante, para conmover a los amigos, para
electrizar a las multitudes, para ceñir de laurel a sus

348
soldados. Cuando desasosegado, enfeimo, decaído y su­
mido en torturantes cavilaciones, se le acerca tímido su
amigo don Joaquín Mosquera, en un pueblecillo del Perú,
y le pregunta: —¿Qué piensa usted hacer ahora?
—¡Triunfar!, contesta con altivez el Genio, haciendo uso
del verbo rápido, procero y marcial de los héroes.
El estudio de sus proclamas descubre la energía de su
carácter, siempre fresca y lozana, entre los encendidos
matices de una vasta pompa imaginativa. Todas ellas se
encaminan, facundas y entusiásticas, al engrandecimien­
to y dilatada repercusión de la causa de que es batalla­
dor insigne. En algunas vibra la recriminación marcial,
pero no innoble al enemigo que combate; en otras, de­
fiere la honra de la ínclita proeza a sus esclarecidos con­
militones; en no pocas saluda con efusión solemne a las
ciudades que le aclaman y son espléndidas en secundar
su pensamiento; aquí tiene expresiones honoríficas para
la colaboración de los extraños; allí testimonia a los
pueblos la defensa de las leyes y borra el recelo de su
poderío; en casi todas se siente correr una especie de
elación valiente, con que en delicados toques retribuye
su agradecimiento a los pueblos que le aman y le siguen,
a los que comprenden su misión y comparten sus glo­
rias, a los que enarbolan con gozo triunfante su bandera,
aquella bandera sobre la cual ha depositado sus ensueños
épicos, desde el día que sintió un delirio ante las majes­
tuosas ruinas del foro romano.
La última de ellas discurre enmarcada en la solemne
tristura de una declinación astral: «He trabajado con
desinterés abandonando mi fortuna y aun mi tranquili­
dad. Me separé del mando cuando me persuadí que des­
confiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusa­
ron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más
sagrado, la reputación de mi amor a la libertad. He sido
víctima de mis perseguidores, que me han conducido a
las puertas del sepulcro. Yo los perdono... Mis últimos
votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte con­
tribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión,
yo bajaré tranquilo al sepulcro». Días antes había des­
leído su amargura en histórico decir, con pluma prestada
al treno de un poeta bíblico: «Los que trabajamos por
la Independencia, hemos arado en el m a r . .. Veo nuestra

349
obra destruida, y las maldiciones de los siglos caer sobre
nuestras cabezas como autores perversos de tan lamen­
tables mutaciones». Prorrumpe en una exclamación so­
berbiamente trágica, que horada las entrañas del tiempo:
«Mis dolores existen en los días futuros».
Se le conocen dos páginas genuinamente literarias, su
elogio del Mariscal intitulado Resumen sucinto de la vida
del General Sucre y la que, escrita en la cumbre del vol­
cán ecuatoriano, bautizó Mi delirio sobre el Chimborazo.
En la primera su sentida veneración por el inmaculado
adalid de Ayacucho, con ser tanta, no deja atrás su
galanura en el decir, ni la viveza de sus imágenes, que
son las de una pluma célebre con gracia y elegante. Acer­
ca de ella, había escrito confidencialmente al dilecto
Patroclo, desde Lima, en 1825: «Nadie ama la gloria de
Ud. tanto como yo. Jamás un jefe ha tributado más
gloria a un subalterno. Ahora mismo se está imprimien­
do una relación de la vida de Ud. hecha por mí; cum­
pliendo con mi conciencia le doy a Ud. cuanto merece».
La terminación de esta página esculpe un monumento
al Abel de Colombia: «La batalla de Ayacucho es la
cumbre de la gloria americana y la obra del General
Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta y su eje­
cución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron
en una hora a los vencedores de catorce años, y a un
enemigo perfectamente constituido y hábilmente man­
dado. Ayacucho es la desesperación de nuestros enemi­
gos. Ayacucho, semejante a Waterloo, que decidió del
destino de la Europa, ha fijado la suerte de las naciones
americanas. Las generaciones venideras esperan la vic­
toria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sen­
tada en el trono de la libertad, dictando a los americanos
el ejercicio de sus derechos, y el sagrado imperio de la
naturaleza.
«El General Sucre es el padre de Ayacucho: es el re­
dentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas
con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La pos­
teridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha
y otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de
Manco Capac y contemplando las cadenas del Perú,
rotas por su espada».

350
El elogio era digno, en el fondo y en la forma, del bene­
mérito campeón que con él, o sin él, hay que confesarlo,
eclipsaba la hombría de los demás patricios. Quizá por
ello alcanzara a turbar altas ecuanimidades. El General
Santander lo aplaudía con decisión, aunque de propósito
agrandaba el título del biógrafo griego, sintiéndose des­
inclinado a aplicarlo al Libertador. He aquí lo que escri­
bía aquel a éste: «He leído La vida del General Sucre
con muchísimo placer. Es un colombiano que honra infi­
nito a su patria. En la Gaceta se dará noticia de esto y se
transcribirá aquello de que “la posteridad colocará a
Sucre con un pie en Pichincha y otro en Potosí, etc.”.
Ahora escribo oficialmente a Sucre una nota muy satis­
factoria con motivo de haberle ofrecido al Gobierno, en
nombre del ejército, cinco banderas tomadas a los espa­
ñoles. Su carta de él y mi respuesta se pondrán en la
Gaceta. Bueno y excelente fuera un diccionario de co­
lombianos ilustres; pero, ¿dónde está el Plutarco? Esta
idea la habíamos tocado aquí otra vez con los secretarios
y aun le habíamos dicho a Briceño que escribiera él la
vida de usted. Algunos saldríamos mal librados en tal
diccionario, aunque los hombres pensadores deberían
considerar que non omnes doctores, non omnes pro-
phetae». (Bogotá, junio 6 de 1825).
Como todo detalle ilustrativo de la vida de estos dos
hombres es interesante, anotaremos —a guisa de anéc­
dota— que Bolívar tachaba las producciones de Santan­
der, en que probablemente advertía un frío estilo co­
mercial, parecido «al de los regatones americanos». La
severa sobriedad del documento oficial desplacía el fo­
goso espíritu del Héroe. Así se explica el siguiente párrafo
del vicepresidente, picado de la observación: «¿Con que
le parecen a Ud. mis mensajes amoldados por los de los
regatones americanos? Yo tenía la misma idea del amol­
damiento; pero no esperaba que esto fuera motivo de
disgusto para usted. Aunque yo quisiera, no podría ser
elocuente ni formarme esa elocuencia peculiar. Yo he
querido en tales documentos decir la verdad sin disfra­
ces, mostrar dignidad, tratar con respeto a todos los go­
biernos del mundo, y hablar castellano; en esto sólo he
puesto cuidado y esmero. No espere usted que me en­
miende. La elocuencia es hija de sensaciones vivas y de

351
una imaginación ardiente, y los defectos y males que se
padecen en una administración de pueblos pobres y algo
descontentadizos no inspiran aquellas sensaciones ni pro­
veen ideas grandes y arrebatadoras». (Bogotá, febrero
6 de 1826). 1
No se sabe a punto fijo cuándo escribió Bolívar el Deli­
rio. Aún existen dudas acerca de su paternidad, motiva­
das probablemente por el apostrofe del Tiempo al autor,
en que algunos han creído ver la humillación de un re­
proche a la inmensa proporción de sus laureles. En reali­
dad, un pensador asceta, en tributo a la belleza, podría
substraer este pasaje. Dícele el Tiempo: «Yo soy el
padre de los siglos; soy el arcano de la fama y del secre­
to; mi madre fue la eternidad; los límites de mi imperio
los señala el infinito; no hay sepulcro para mí, porque
soy más poderoso que la muerte; miro lo pasado, miro
lo futuro y por mi mano pasa lo presente. ¿Por qué te
envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es
algo tu universo? ¿Que levantaros sobre un átomo de la
creación es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que lla­
máis siglos pueden servir de medida a mis arcanos?
¿Imagináis que habéis visto la santa verdad? ¿Suponéis
locamente que vuestras acciones tienen algún precio a
mis ojos? Todo es menos que un punto, a la presencia
del infinito que es mi hermano»... ¿Por qué, empero,
no habría Bolívar de sentirse apocado al contemplar bajo
su planta «los cabellos canosos del gigante de la tierra»?
¿Por qué no habría de desfallecer «al tocar con su ca­
beza la copa del firmamento» y al ver extendidos a sus
pies «los umbrales del abismo»?... Es propiedad del genio
este homenaje de amor comprensivo a la naturaleza.
De otra parte, poetas que calzan olímpico coturno,
como el señor Caro, han considerado el estupendo depor­
te algo muy del héroe: le ven, le siguen, le adivinan,
En la región del hielo,
Del Chimborazo hollar la cumbre cana,
Y contemplar allí del tiempo el vuelo,
La inmensidad del cielo,
La pequeñez de la grandeza humana.i)

i) O ’L eary^ Vol. III, 182 y 242.

352
Del mismo sentir es Montalvo cuando observa que
aquella reverencia pedida por Olmedo al Chimborazo,
Rey de los Andes, la ardua frente inclina
Que pasa el vencedor,
más conviniera por lo bien rompida a Bolívar que a Fló-
rez, cuando enalteciendo la pesadumbre del Héroe al
honrar la muerte de Girardot, escribe: «No nos admiren
los extremos de dolor del capitán. Hombre era ese que
en siendo su destino otro que la guerra, habría sido poe­
ta: la imaginación encendida, el alma delicada, sensitivo
y ardiente, el poema que labró con el acero lo hubiera
escrito con la pluma. Embelesa la galanura de sus cláu­
sulas cuando habla a lo fantástico, embebido en el dios
universo, allá sobre los hombros del mayor de los mon­
tes: Chimborazo no conserva recuerdo más glorioso que
el haber visto frente a frente al hijo predilecto del Nue­
vo Mundo».
La opinión más prudente es la de que el Libertador
compuso el Delirio después de la victoria de Pichincha,
al contemplar la majestuosa mole, en su gira triunfal de
Quito a Guayaquil. Es casi seguro que fue entonces cuan­
do dispuso la célebre excursión, la excursión atrevida,
sublime, magníficamente voluntariosa:
«En junio de 1822, consumada la independencia del
Ecuador con el triunfo de Pichincha, el Libertador partió
de Quito en dirección a Guayaquil. Bolívar, amante de la
naturaleza, dice O’Leary, iba encantado en aquel viaje.
Los pintorescos valles de Ibarra y Otábalo, a la vez, le
deleitaron y le entristecieron, al recordar que el lamen­
table estado de su país natal le había obligado a cambiar
las dulces y útiles tareas del filósofo por los arduos de­
beres y azarosa vida del soldado. En todas las poblacio­
nes de aquella provincia fue acogido con entusiastas
aclamaciones. El Cotopaxi, el Chimborazo y el Tungura-
gua jamás había visto ovación semejante.
«Aunque O’Leary no lo dice, ni ningún otro historia­
dor que yo sepa, sin duda fue en esta ocasión cuando
Bolívar escaló la más alta y hermosa cumbre andina y
escribió aquel Delirio sobre el Chimborazo, digno de él,

353
que siempre quiso unir su nombre al de los grandes mo­
numentos de la Naturaleza, o al de las ruinas de la clá­
sica antigüedad». 1
Un esclarecido ingenio colombiano, don José Joaquín
Ortiz, ha convertido en hermosa paráfrasis en verso Mi
delirio sobre el Chimborazo. Sólo a un poeta de esta talla
le era lícito entrometer su plectro en el brillante apó­
logo, para vestirlo del concertado acento de la rima, que
no para imprimirle la luz de la emoción estética, intensa
y casi deslumbradora allí. Con todo, la paráfrasis no ha
sobrevivido al pasaje original.
Huella un guerrero «la corona diamantina que puso la
mano de la eternidad sobre las sienes excelsas del domi­
nador de los Andes», repasa las constataciones claras
de su gloria, y en una exultante expresión de omnipo­
tencia, decoro de Vencedor, exclama: «La tierra se ha
allanado a los pies de Colombia y el tiempo no ha podido
detener la marcha de la libertad». En realidad, la elación
es única en ese cántico de gozo, a que no presta carácter
de ritualidad antecedente alguno.
Aquella página que escribió el Libertador sobre la cima
del histórico volcán, «atalaya del universo», «dejando
atrás las huellas de La Condamine y de Humboldt» y
«empañando con sus pies los cristales que lo circuyen»,
cuando «viniendo envuelto en el manto del Iris, se sentía
poseído por el Dios de Colombia», fue indudablemente
escrita en un rapto de inspiración poética. El héroe lo
reconoció, cuando al final de su trasporte escribe: «Ab­
sorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo
tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía
de lecho. La tremenda voz de Colombia me grita; resuci­
to, me incorporo, abro con mis propias manos los pesados
párpados, vuelvo a ser hombre y escribo mi delirio».**
1918.

i) C o rn elio H isp an o . B o lív a r e n el C him borazo. («El G ráfico», N9 320).


* E n rig o r, este estu d io n o p e rte n e c e a la p re s e n te colección, y si se
h a colocado a q u í, h a sid o a títu lo de m o d esto h o m e n a je a la g lo ria d el
L ib e rta d o r d e C olom bia. E n p osesión a ú ltim a h o ra, de n u ev o s y c o ­
pio so s d ato s, el a u to r se p ro p o n e a m p lia rlo , c o m p le m e n ta n d o así este
a s p ecto d e los m o d e rn o s estu d io s b o liv ian o s. — L. F -C . F .

354
LA ROTA DE CARRILLO

El apellido del estadista. Su fe de bautismo. Transforma­


ciones de su casa solariega. En San Bartolomé. De nuevo
en Cúcuta. Primeras escaramuzas. Matute y Casas. Llegada
de Lizón. Alarma en Cúcuta.

La familia Santander fue una de las más calificadas


de estos valles; probablemente tuvo por tronco a algún
hidalgo castellano, heredero de caballerescos blasones y
heroicos atavismos, el cual extendió ese apellido, quizá
con el pensamiento de que no sería transitorio en las
páginas de nuestra vida regional, aunque sin llegar a su­
poner que con él se ilustrarían los anales patrios.
Principiamos a escucharlo en los días pacíficos del
Virreynato, en medio de una fiesta del progreso colonial;
uno de los fundadores de San Cayetano, llamábase don
Pedro Santander, y era hombre de expedición, fomenta­
dor allí de trabajos agrícolas. Suena después entre el
estrépito marcial de la lucha de los Comuneros; forman­
do parte de la Junta del Común de San José y pueblo
de Cúcuta aparecen don Salvador Santander y don Juan
Antonio Santander, briosos conductores, entre otros, de
estas poblaciones hacia el espontáneo movimiento. Tam­
poco podía faltar un Santander cuando comenzó a tre­
molar en el norte la bandera de la independencia el año
10; de suerte que no nos sorprendemos al encontrar en
la junta patriótica de San Faustino a don Eugenio San­
tander, uno de los primeros que acogieron con simpatía
y firmeza el despertar de la idea nacida entre el con­
movedor estruendo del movimiento de Pamplona.

355
Hubo también un Dr. Lorenzo Santander, cura de Nu­
trias, sacerdote distinguido, que desde el principio se
manifestó decidido secundador del movimiento de Mé-
rida.
Tanto éste, como los anteriores, fueron emparentados
con el ilustre hombre de Estado granadino, de quien va­
mos a ocuparnos en varias minucias referentes al lugar
de su nacimiento y a sus primeras campañas.
Nació el General Santander en el Rosario de Cúcuta el
2 de abril de 1792 —según parece verosímil por ser este
día el del nombre de su santo— del matrimonio de don
Juan Agustín Santander y Colmenares y doña Manuela
Omaña y Rodríguez, ambos de «ascendientes de familias
nobles que bajo el gobierno español obtuvieron destinos
públicos de honor y distinción».1
Su fe de bautismo, que diferentes veces se ha publica­
do, pero que queremos conste en el presente escrito, dice
así:
«Abril trece de mil setecientos noventa y dos. Yo, el
infrafirmado teniente de cura, bauticé y puse óleo y cris­
ma a un párvulo, nombrado Francisco José de Paula, hijo
legítimo de don Juan Agustín Santander y doña Manuela
Omaña; fueron padrinos Bartolomé Concha y doña Sa­
lomé Concha, lo que certifico y firmo. Manuel Francisco
de Lara».12
Hasta hace poco las personas ancianas del Rosario
señalaban con júbilo patriótico la casa en que vino al
mundo el héroe: la industria ha cambiado hoy ese lugar,
pero un loable culto a la tradición histórica, bien aveni­
do por cierto con las manifestaciones del progreso, indi­
ca al viajero el célebre paraje, transformado hoy en una
alegre y pintoresca granja.
1) T e sta m e n to d el G e n e ra l S a n ta n d e r. B o letín de H. y A. Vol. IV,
161 y sig u ien tes.
2 ) S eg ú n u n in te r e s a n te a rtíc u lo d e l se ñ o r do n H erm es G a rc ía G.,
titu la d o La Cuna de Santander, se e n c u e n tr a esta p a r tid a al folio 127
d el L ib ro 19 d e B a u tism o s (1762 a 1797) d e l a rc h iv o p a r ro q u ia l d e l R o ­
sa rio . D am o s a c o n tin u a c ió n los n o m b re s de los tío s p a te rn o s d e l G e n e ­
r a l S a n ta n d e r : D. Pedro, casad o con d o ñ a Josefa R anjel; D. Luis, q u e
m u rió so ltero ; D. José María, sa c e rd o te , c u ra d e C ú c u ta e n 1804, q u e
a b ra z ó c o n c a lo r la cau sa d e la in d e p e n d e n c ia ; doña R ita, esp o sa d e D.
N ico lás R a n je l T a ñ ó n ; doña Inés, esposa de u n se ñ o r V argas, v D. Jo sé
A n tonio, e n la z a d o co n d o ñ a E n c a rn a c ió n A m orocho. (D oña Jo cfa, e s­
p o sa d e l co ro n e l Jo s é M a ría B ric e ñ o , fu e la ú n ic a h e r m a n a d e l p ro c e r).

356
El ferrocarril de la Frontera que pasa por allí saluda
con sus altivos penachos de humo la histórica quinta,
despierta con su silbo el largo adormecer de la añoranza
patria, y al crujir sobre los rieles, se dijera el aliento po­
deroso de la fama que en ruidoso palmoteo, viene custo­
diando solícitamente la cuna que besaron brisas remotas
de la vieja villa.
Las mudanzas que ha experimentado esa casa, no las
refirirán mejor otras plumas:
«A la extremidad de la villa, camino para San José y
fin de la calle, se ve la tapia que por este lado sirve de
lindero a una plantación de cacao. Al cabo de la pared
se abre la puerta que da ingreso al callejón de entrada,
y en su remate, sobre la mano derecha, está una casa de
tapia y teja con claras señales de antigüedad en su
construcción mezquina y el color del techo. Pasado el
corredor, donde concluye la escalera de un cuarto alto, se
entra en la sala, cuadrada y húmeda, siguiéndose el espa­
cioso dormitorio que viene a quedar debajo del cuarto
alto. En este dormitorio se oyó a principios de 1792 el
llanto de un recién nacido, el cual bautizó el presbítero
don Manuel Francisco de Lara, poniéndole por nombre
Francisco de Paula, y ya cristiano lo entregó a su padre
don Juan Agustín Santander, dueño de la plantación
de cacao, quien tal vez alimentó la idea de que aquel niño
le sucedería en las pacíficas labores de la agricultura...
La casa en que jugaba cuando infante, los árboles que
le vieron crecer y ensayar sus fuerzas, pertenecen hoy a
una señora llana y amable que la vive con su familia,
propietaria de la hacienda, y tan ajena de darle impor­
tancia como lugar histórico, que no sabía con certeza en
cuál de los dos cuartos, el alto o el bajo, había nacido
Santander». 1
«A poca distancia (del antiguo Templo del Rosario) se
halla la Quinta Santander, en donde nació el General,
y que se ha convertido en una hermosa hacienda, propie­
dad del señor Elíseo Suárez. Hasta el 18 de mayo de 1875i)
i) P e re g rin a c ió n d e A lp h a. P ág . 491. D ebem os a g ra d e c e r al ilu s tra d o
geólogo g ra n a d in o la v iv a, m in u cio sa y sim p á tic a p in tu r a d e la t r a ­
d ic io n a l m o ra d a .

357
existía en ella la casa alta donde nació nuestro Héroe;
destruida por el terremoto, la que hoy existe es baja y
ni el aspecto conserva de la que fue en un tiempo».1
De limpia, honrada cuna, destináronle con regocijo sus
pudientes padres a una de las tres carreras o artes libe­
rales en que se circunscribían entonces las aspiraciones
de los padres de familia, a saber, la Iglesia, la Medicina
o el Foro, habiendo optado el joven Santander por la
última, para la cual encontró mejores disposiciones en
su mente y más afinidades en su corazón. Recomendado
a los parientes que en la capital tenía por línea materna,
entró al célebre Colegio de San Bartolomé, de cuya ban­
da estudiantil se vanaglorió siempre y a cuyos claustros
dirigía en el ocaso de su vida nobles miradas de recono­
cimiento y afecto.12
De estudiante, pasó a alistarse en las filas de Baraya,
durante la primera guerra civil de Nueva Granada.
En 1813, volvió a los valles nativos incorporado como
capitán en las fuerzas que a órdenes del coronel Castillo
ayudaron a Bolívar a la libertad de Cúcuta. Grande debió
de ser el regocijo de aquel adolescente al retornar al ho­
gar paterno, luciendo el uniforme de los soldados de la
República; y se tiene noticia de que este regocijo fue
correspondido por parte de sus parientes y amigos, pues
muchos de éstos, hasta entonces tranquilos, se decidie­
ron a tomar servicio.
Poco comunes como eran las capacidades de Santan­
der, el Coronel Bolívar las apreciara intuitivamente de­
jándole encargado —después de su partida a la campaña
de Venezuela— de la defensa de los valles de Cúcuta.
Para dar a un muchacho de veintiún años de edad, tan
manifiesta prueba de confianza, era menester que en él
se reunieran altas aptitudes que la justificasen; y en
1) L a C u n a de S a n ta n d e r. H erm e s G arcía G.
2) ...« A l C olegio d e S an B a rto lo m é de e ita c a p ita l se le d a rá la o b ra
d e la E n ciclo p ed ia B ritá n ic a e n inglés, com o re c u e rd o de m i g ra titu d ,
y se su p lic a rá a l r e c to r d e d ic h o colegio d ep o site en a lg ú n lu g a r de él
m i b a s tó n com o re c u e rd o ta m b ié n de q u e u n h ijo su y o g o b e rn ó a C o­
lo m b ia d e s d e m il o ch o cien to s v e in tiu n o h a s ta m il o ch o cien to s v e in ti­
sie te , y a la N u e v a G ra n a d a d e sd e m il o ch o cien to s t r e in ta y dos h a s ta
m il o ch o c ie n to s t r e in ta y sie te , y sie m p re p o r m ed io s leg ítim o s p r e s ­
c rito s p o r la C o n stitu c ió n p o lític a del E s ta d o ...» (T e s ta m e n to de S an ­
t a n d e r . C lá u su la 40, d e e n e ro 19 d e 1838).

358
efecto, así sucedió al principio, y así continuara hasta
el fin, si cierta natural ambicioncilla de combatir y las
—no bien advertidas por él— trabajosas condiciones en
que guerreaba, no hicieran olvidar al joven caudillo el
sentido práctico de los campamentos.
Inicia su campaña en Angostura de La Grita (abril de
1813) combatiendo al lado de Castillo los restos de la
División de Correa, quien después se refugió en Be-
tijoque.1
Posteriormente, estando en San Cristóbal, tiene noticia
de que la guerrilla del español Aniceto Matute había
caído en forma de destructora avalancha sobre la peque­
ña fuerza que custodiaba a Bailadores, nada favorecida,
por cierto, con las simpatías de estos vecinos por la causa
realista. Empero, Santander vengó este asalto con el que
dio al mismo Matute en Loma-pelada, no lejos de aquella
ciudad. Esta pequeña acción de armas tuvo lugar en el
mes de septiembre y allí murió un honrado patriota cu-
cuteño, llamado don Cruz María Vásquez.
Mas la fortuna retiraba su protección a los republica­
nos; el guerrillero nombrado aumentó sus fuerzas con las
que le trajo un camarada suyo, Ildefonso Casas, no me­
nos osado ni práctico que el otro en los mil recursos que
les sugería su sistema de combatir. Todavía un suceso
inesperado fue mensajero de días de gozo para las armas
realistas: la llegada del capitán D. Bartolomé Lizón, que
venía de Maracaibo, con doscientos hombres magnífi­
camente equipados, sujeto tan entendido como cruel,
avisado observador militar de los terrenos que atravesa­
ba, quien en San Faustino encontró baquianos que le
condujesen al campamento de sus simpatías.i)
i) L os m o v im ie n to s d e la r e tira d a de C o rre a n o s los d e s c rib e así G i-
r a r d o t: «U na e x p e d ic ió n d e m il h o m b re s d e lo s n u e s tro s a l m a n d o d e l
co ro n e l C astillo m a rc h ó a L a G rita e n b u sc a d e C o rre a , se d io u n a a c ­
ció n e n u n a a n g o s tu ra e n la q u e n o tu v im o s p é r d id a sin o u n o ficial
D a b a u z a , h e rid o , y u n so ld ad o ; p e ro lo s en em ig o s h u y e r o n p r e c ip ita d a ­
m e n te y c reo n o p a s e n h a s ta M a rac aib o . S ólo u n cañ ó n se le s cogió».
(R o sa rio d e C ú c u ta , a b r il 30 d e 1813). «E n la q u e le s e s c rib í d e M é rid a
les d ije q u e m a rc h a b a a B e tijo q u e d o n d e e s ta b a C o rre a . E ste , a p e n a s
v e ía n u e s tra s b a y o n e ta s c u a n d o se p o n ía e n fu g a; lo p e rse g u im o s h a s ta
c e rc a d e l p u e rto , y a esta h o ra e s ta rá e n M aracaibo». (T ru jillo , ju lio 9).
«D espués d e h a b e r salido de M é rid a les e s c rib í d ic ié n d o le s q u e sie n d o
y o c o m a n d a n te d e la v a n g u a rd ia d e sa lo ja m o s de la T ie rr a f ir m e a C o ­
r re a , q u ie n se e m b a rc ó p a r a M a ra c a ib o ...» (T ru jillo , ju lio 23). C a r ta s
d e G ira rd o t a sus p a d re s. B o le tín d e H. y A. T. IV. P á g . 48 y sig u ie n te s .

359
No parecía cejar, con todo, el joven Santander; antes
holgárase patrióticamente con el feliz resultado de tres
pequeños encuentros con partidas españolas en Limon-
cito, San Faustino y Capacho, alguno de ellos dirigido
por él en persona. Los movimientos del realista, sin em­
bargo, le obligaban a ir desocupando paulatinamente los
nativos valles; esa sombra de Lizón que le perseguía, la
fama de su actividad militar y el alborozado recibimiento
que le hicieron los españoles, eran para poner recelo o
inquietud en su bien templado ánimo.
Tanto el Rosario como Cúcuta quedaron casi desiertos;
en aquella retirada emigraron todos los partidarios que
lo pudieron hacer; aun damas de las principales familias,
como Fortoul, Concha, Almeyda y otras, iban a pie, ca­
mino de Pamplona, junto con mujeres del pueblo, car­
gando en su cabeza los menesteres más comunes.
Aquel nombre de Lizón, en su acento agudo, divulgado
de uno a otro extremo del pueblo, parecía envolver un
trueno; los realistas de Cúcuta lo pronunciaban con ju ­
bilosa ilusión, con algo como esa voluptuosa resonancia
con que se pronuncian en la guerra los nombres de los
caudillos, que la fantasía del partidarismo endiosa.
Había reunido fácilmente el español mil hombres, h a ­
bíalos amaestrado e infundídoles el calor de su coraje y
de su altanería. Viniera osado, resuelto, domeñador, al­
tanero. Cuando su planta pisó las vegas del Pamplonita,
empezó a levantarse el telón de una lúgubre tragedia.

II
Retirada de Santander. Escondite de pertrechos. Movi­
mientos del enemigo. José Sotillo, jefe de la plaza. Com­
bate en Carrillo. Triunfo de los realistas. Crueldades de
Lizón. Espantoso suplicio de seis mujeres. Tropelías en
San Cayetano y el Rosario.
S|C * S¡í

No entraría esta vez, quizá, en los propósitos de Santan­


der el presentar una acción formal en que llevaba la peor
parte, pero menos deseaba verse desalojado con tan poco
ruido de su suelo natal; acaso fue su plan retirarse y so-

360
licitar auxilios de Pamplona, para enfrentarse al enemi­
go. Convencido, pues, de que cualquier encuentro con
Lizón redundaría en descrédito de su carrera militar,
dado el numeroso ejército que aquel traía y el estado sa­
nitario de sus propias tropas, muchas de las cuales se
componían de enfermos y convalecientes, de los desecha­
dos por Bolívar en su expedición a Venezuela, abandonó
precipitadamente a Cúcuta, a la aproximación del ene­
migo, y ni pudo llevar consigo todo el parque restante,
por falta de acémilas para su transporte.
Deseoso de que estos elementos no fuesen a aumentar
los del contrario, comisionó al capitán Francisco Santana
para que en compañía de dos soldados de su confianza,
enterrara cuanto dejaba abandonado, en la casa de su
cuartel, que era la quinta del español don Pedro Salas
Navarro, ocupada adrede por una de esas agrias retalia­
ciones, tan frecuentes en la guerra. Santana cumplió
estrictamente lo ordenado y él y sus compañeros partie­
ron esa misma noche en alcance de su jefe.
Entretanto, Lizón por la vía de San Faustino, La Mu­
lata y Ureña, llegaba a San Antonio el 11 de octubre de
aquel año con un ejército fuerte de mil hombres, que
en el Rosario dividió en dos mitades, una de las cuales
marchó con él hacia Cúcuta, ya abandonada por los
republicanos, y la otra a órdenes de Matute y Casas,
tomó el camino que va del Rosario a los Vados, con el
designio de detener al patriota fugitivo, sirviéndoles de
baquiano un muchacho realista, natural de San Anto­
nio, llamado José Santos Guavita, hombre corpulento y
temerón, que años más tarde fue ahorcado por los pa­
triotas en el Rosario de Cúcuta.
Lizón ocupó a San José, ya muy entrada la noche del
11, en medio de un silencio sepulcral, sólo interrumpido
por los cascos de su caballo, al recorrer las callejuelas
del poblado. Obrando con gran actividad, apenas deja
cien hombres al mando del comandante José Sotillo, en­
cargado de la custodia de la plaza, y sigue en esa misma
noche con el resto de sus fuerzas en persecución de
Santander, que había acampado imprudentemente en el
Llano de Carrillo con 280 hombres.

361
A la mañana del día siguiente, ambas fuerzas realistas
lo avistaron y le saludaron con sus armas. El combate
empezó muy reñido y aún favorable a los patriotas, que
lograron detener los ímpetus de la fuerza de Lizón; sin
embargo la superioridad de ésta se impuso y obtuvo el
triunfo a las dos horas. La matanza que se siguió fue
horrorosa: muchos prisioneros, vecinos importantes de
San José, El Rosario y Pamplona, fueron ultimados villa­
namente. Los demás, fueron ocupados en transportar
hasta San José los heridos y el parque tomado a los pa­
triotas.
El Coronel Santander expiaba las dolorosas consecuen­
cias de su primer fracaso: le vieron pasar mohíno, acom­
pañado del capellán de sus tropas, Dr. Joaquín Guarín,
y de sus paisanos Pedro Fortoul y José Concha, entre
otros pocos oficiales con los cuales se dirigía a Pamplona,
perseguido activamente por Matute y Casas.
Nuevamente entró Lizón a Cúcuta en la tarde del mis­
mo día 12, pudiendo convencerse de que Sotillo había
cumplido con humillante fidelidad sus instrucciones to­
das. Había saqueado la población y encarcelado a todos
los individuos a quienes una cobarde delación tildara de
enemigos. Entre éstos estaban don Juan Agustín Ramí­
rez, anciano octogenario, la distinguida dama doña Mer­
cedes Abrego de Reyes, arrancada del seno de su hogar
campestre y traída prisionera a la ciudad, y seis mujeres
del pueblo, sobre cuyos nombres pasó injusta la tibiedad
de nuestras crónicas.
Respecto de Ramírez —cuenta Restrepo— que fue ase­
sinado «en compañía de su hijo y dos sobrinos, apoderán­
dose Lizón de todos sus bienes, y obligando a sus jóvenes
y virtuosas hijas a que la misma noche de la muerte de
su padre asistieran a un baile, en que pretendió sacrifi­
carlas a su liviandad y a la de sus dignos satélites». A
estas noticias podemos agregar, según dato fidedigno,
que aquel anciano fue fusilado en la plaza pública.
Sobre aquellas seis infelices mujeres, mártires de la
causa republicana, sació el rencoroso español la quinta­
esencia de su ferocidad y sevicia: por orden verbal suya,
fueron conducidas a un trapiche en las inmediaciones del
Rosario; allí se las desnudó para embadurnar sus cuer-

362
pos, con correosa miel de caña y en seguida, sobre aque­
lla masa de dulce pegajoso, se las adhirieron plumas de
aves, después de sufrir con heroica paciencia el licen­
cioso mirar de sus despojadores. En tal estado, atrayen­
do la pública conmiseración con tan grotesco disfraz,
que, en la mente de Lizón fuera como una burla alegó­
rica al remoto pasado de sus genealogías, nuevamente
regresaron a Cúcuta, siempre custodiadas por soeces
esbirros, y aquí, para completar aquel infamante castigo,
se les exhibió en público y se les dio látigo.1 Pareciera a
los espectadores, si los hubo, asistir a una escena como
aquellas en que la primitiva legislación hebrea permitía
a la turba la inmisericorde lapidación de la mujer cul­
pable.
Sólo que éstas no habían cometido delito alguno; se­
rían la madre, la esposa, la hermana de algunos de los
patriotas de Carrillo. Tal vez el instinto femenino, ese que
se desarrolla sutil y levantado en las conmociones popu­
lares, llega hasta el lindero del entusiasmo pasional y
sobrepasa acaso a las tormentas del encono, hízoles ver­
ter algunas frases ofensivas para las tropas realistas.
Tal vez se negaron a asistir al baile con que Lizón celebró
las embriagueces del triunfo. De todos modos, protesta­
ría contra tan escandaloso atentado a la moral y a la
justicia, la reducida sociedad de un pueblo, para salvar
su pudor ante la historia; pero el terror que infundía el
nombre de Lizón postergaba el carácter, acallaba las vo­
ces que se debieran levantar de los que, aun siendo co-
partidarios del feroz soldado, no sabrían aplaudir la
villanía de sus procedimientos.
Las depredaciones del jefe realista no se limitaron a
este escenario; en San Cayetano acrecentó el número de
sus víctimas con algunos patriotas que estaban ocultos
y a quienes hizo buscar con suma diligencia. Hacia las
afueras de aquella población, hay un sitio denominado
El Llano de la Horca, por las que allí levantó nuestro
pequeño Boves a fines del mismo año. También en eli)
i) E ste d a to , o m itid o p o r to d o s los h isto ria d o re s, así com o o tro s d el
p r e s e n te e s c rito , n os lo h a o b se q u iad o n u e s tro ilu s tra d o am igo d o n L u is
S alas P . L e h acem o s p ú b lico el te s tim o n io d e n u e s tro a g ra d e c im ie n to .

363
Rosario se mecieron en salvajes patíbulos políticos los
cuerpos de algunos individuos que habían asistido a la
desastrosa jornada.
Afortunadamente, no alcanzó a durar cuatro meses el
dominio del terrible guerrillero en esta comarca, mas no
por ser tan corto el lapso de su gobierno, dejó de hacerse
tristísimamente célebre.
El año de 1813 se había iniciado para Cúcuta lisonjero
y hermoso; en su segundo mes las dianas del Ejército
Libertador resonaron festivas en una de las colinas al
oeste de la ciudad; pero se cerraba luctuoso y sombrío,
tal como una tumba sobre cuya losa se pusiese un com­
pasivo y doloroso epitafio.

III

El capitán Santana. El tambor de Carrillo. Santana en


Cúcuta. Descubrimiento de un secreto. La búsqueda del
tesoro. El reloj y las granadas. El cuadrilongo de Carrillo.
Un concepto del General Santander.

* *

Se recordará —como atrás dijimos— que antes del


combate de Carrillo, el capitán Francisco Santana ente­
rró ocultamente varios elementos de guerra en la casa
que servía de cuartel a Santander. Pues bien: uno de los
compañeros de Santana en tan sigilosa tarea fue un
hombre llamado Miguel Acevedo, que vivió en Pamplona
hasta 1872, teniendo la suerte de haber servido como
tambor de Santander en aquella memorable acción.
Miguel Acevedo hacía parte del contingente de fuerzas
con que el coronel Castillo se presentó ante Bolívar en
San Cayetano en 1813. Era un simple soldado, servicial
y brioso, perteneciente a la compañía del capitán Lino
Ramírez. Después de haber sido un procer humilde de la
guerra magna, se le veía en Pamplona, pobremente vesti­
do, a veces con la herramienta del podador, y siempre
con una regadera, de casa en casa, buscando los jardines
para hermosearlos, en cuyos quehaceres se ganaba el pan.
Las familias le acogían con benevolencia, recordando

364
que aquellas callosas y trabajadas manos que ahora cui­
daban flores, enantes habían redoblado el parche en uno
de nuestros históricos combates.
Acevedo fue herido y prisionero en Carrillo, y vino a
Cúcuta después de la acción, como cargador obligado del
parque o de los heridos españoles. A consecuencia de este
trabajo y de habérsele dado cincuenta palos, se agravó
de sus heridas, pudiendo escaparse después, gracias a la
poca atención con que le miraron los encargados del
Hospital Militar, quienes fundadamente le reputaban
moribundo.
Continuó después prestando sus servicios hasta 1816,
en que la pérdida del oído le inutilizó para la vida del
cuartel. En sus últimos años achacaba con patriótica
alegría esta dolencia a su oficio de artillero —que tam ­
bién lo fue— complaciéndose en repetir que constante­
mente escuchaba en el interior de su oído, uno como
sordo y lejano murmullo, parecido al retumbo de los
cañones de la guerra. Mostraba con orgullo en su brazo
derecho una honrosa cicatriz, rastro de una herida de
machete que había recibido en Carrillo, por la resisten­
cia y valentía con que disputó la entrega de su adorado
tambor.
El otro soldado que ayudó a Santana en el famoso
escondrijo de los pertrechos abandonados, murió en la
jornada de Carrillo, según afirmaba Acevedo al referir
el incidente.
Corrieron varios años. En el de 1828 volvió Santana a
Cúcuta, de paso para Caracas, a donde se dirigía como
conductor de unos pliegos del Libertador. En la primera
ciudad averiguó por el dueño de la casa donde habla es­
tado el cuartel republicano el año 13, y presentándosele
sin ceremonia alguna, refirióle lo que allí había él ente­
rrado personalmente, por orden de su jefe, el Mayor
Santander. Recorrida la casa, fácilmente pudo Santana
identificar el sitio, en el cual no había mudanza alguna,
antes conservaba, como el primer día, claras las señales
con que el enterrador lo había marcado. Como viese San­
tana la incredulidad de su interlocutor se apresuró a ven­
cerla, y mostrándole la pared que dividía el patio del
fondo, agregó: «Observe Ud. aquellos tres piquetes de

365
barra que hay allí en línea perpendicular; pues bien,
siguiendo esa dirección, a la base de la pared está ente­
rrado un reloj de campana, y a uno y a otro lado, a dis­
tancia de una media vara, encontrará Ud. dieciséis gra­
nadas de cobre».
Ni aún así movió la curiosidad del dueño de la finca,
aunque sí aguzó la de dos hijos de éste, que habían
presenciado el diálogo.
Santana ofreció que a su regreso haría él la excava­
ción, previa la venia del propietario, el cual convino y
aún conviniera en diferirla hasta el fin. Poco después
se supo que el joven militar, enviado en otra comisión
de Caracas a Cartagena, había fallecido en esta última
ciudad. Acevedo, a quien de derecho correspondía la cava,
invitado muchas veces a hacerla, jamás quiso venir de
Pamplona a Cúcuta, dando por razón que el clima le era
poco favorable, atendida su achacosa ancianidad.
Pero los muchachos, que no eran otros sino don Felipe
y don Andrés Salas Veira, hijos del propietario, siguien­
do las indicaciones de Santana, se dieron sus mañas para
hacer la excavación, habiendo encontrado los mismos
objetos que el capitán enumerara en su visita.
Aquellas granadas de cobre sirvieron después para h a­
cer pailas. Triste o piadoso destino el de esos proyectiles,
fabricados para lanzarse entre el humo negro de las ba­
tallas, sirvieron más tarde para recibir, entre alegres
chisporroteos, el humo azul del hogar vivificante. ¡Cuán­
tos de los abuelos de nuestros lectores, no alcanzarían a
comer caramelos, de los hechos en esas históricas vasijas!
En cuanto al reloj, que también apareció en regular
estado, probablemente marcaría con sarcástica fijeza la
hora tremenda de la fuga.
Como acontece a menudo, después de las peripecias del
combate, el jefe perdidoso ha de soportar sobre su espalda
la amarga censura y el dicharacho ruin de los charlata­
nes y de los maldicientes, que comparten con él el mismo
campamento. Es la venganza de la hueste, dolida de la
improtección de la fortuna. En aquella ocasión, se atri­
buyó la pérdida de la jornada de Carrillo al desprecio
que Santander hizo de una indicación técnica de alguno

366
de sus tenientes en relación con el plan de la batalla;
se habló de que si las fuerzas patriotas se hubieran colo­
cado en cuadrilongo, otra había sido la suerte de la
función de armas. Fortoul, su pariente íntimo, bastante
más adelantado en edad, se impresionó tanto con la
maligna especie que al cabo de seis años, todavía morti­
ficado con el revés, la rememoraba a Santander en carta
privada a propósito de un incidente parecido ocurrido
en Charalá:
«Supóngase usted que venía diciendo el tal Procurador
(del Socorro) que la batalla de Charalá la había perdido
Morales (el coronel Antonio Morales) porque debiendo
haber cubierto tal punto no lo cubrió y porque debiendo
haber puesto las mejores tropas en tal parte, las puso
en cual, y por otras mil jaranas de esta naturaleza; que
si hubiéramos de darle oídos a todo el mundo y al infeliz
militar, lo sujetáramos a la indecente crítica de todo tu ­
nante, no habría en el mundo quien se sujetase a la
carrera militar, porque después de que el infeliz expone
el pecho a las balas y se sujeta a un consejo de guerra
permanente que lo juzga por todos sus trámites y con
arreglo a las leyes militares, querer que contente también
a los cavilosos, sería la mayor dureza que podía haber en
el mundo. Mucho me he acordado en esta ocasión de
aquellos marchantes que dijeron en aquella vez que si
usted hubiera formado el cuadrilongo en Carrillo, no se
hubiera perdido la acción».1
Ello es que por algún tiempo la especie tuvo éxito en
Pamplona, llegando a consagrarse como refrán vulgar
con que se solía castigar la intromisión de los críticos y
murmuradores en las empresas o proyectos frustrados,
muchos de los cuales —se les decía— hubieran logrado
éxito, si se hubiera dispuesto el cuadrilongo de Carrillo.
Por lo demás, en 1837, en que vieron la luz los Apunta­
mientos para las Memorias sobre Colombia y la Nueva
Granada, escribía Santander: «Mientras que Bolívar lle­
vaba a cabo con audacia inimitable su gloriosa empresa
de arrojar a Monteverde de Caracas, yo quedé encargado
de la seguridad del valle de Cúcuta, y de varios encuen-*I,
i) F o rto u l a S a n ta n d e r. S o co rro , e n e ro 8 d e 1820. (B. de H. y A. Vol.
II, 152).

367
tros con los enemigos en San Faustino, Capacho y Zulia,
en que fueron derrotados, lo fui a mi turno en el llano
de Carrillo. No me acusa mi conciencia de haber dejado
de llenar mi deber en aquella desgracia. Yo pedí un juicio
militar, que se me negó por el Gobierno: pedí mi licencia
absoluta y también se me negó...» 1
El ilustre magistrado, desde la cumbre del poderío po­
lítico y en la plena madurez de su vida, no desaceptaba
su responsabilidad militar en Carrillo, donde si la hubo,
hay que refirirla a la marcialidad simpática de su mu­
chachez.
1909.i)

i) A rc h iv o S a n ta n d e r . V ol. I, 31.

368
MERCEDES ABREGO

La exagerada reverencia de algunos escritores por la


tradición antigua contribuye en mucho al entorpecimien­
to de la acción investigadora de la historia. Todos se van
conformando con lo que dijo el primero, a quien, ya que
no reputen como oráculo, tampoco acusan como sucinto
narrador. Nadie se toma el trabajo de inquirir el dato
desconocido, sino de repetir la versión manoseada, en
forma más viva o elegante, pero sin adelantarla ni un
ápice. De este modo la investigación, no alimentada por
el comentario, ni reforzada por la noticia, viene a resul­
tar paralizada en un lamentable statu quo y esterilizada
por la labor negativa de los que fueron mudos por volun­
tad o silenciosos por pereza.
Casi ninguno de nuestros antepasados —circunscribi­
mos nuestro aserto a la localidad— aportó al acervo de
nuestras tradiciones apreciable contingente; hace cin­
cuenta años, cuando las hubieran podido recoger frescas
de entre el vergel intocado, y plenas de la viveza oral y
del entusiasmo patriótico de oculares testigos, no lo hi­
cieron; por culpable abandono, prefirieron que el jardín
se agostara y que las preciosas flores llegasen hasta noso­
tros con sus hojas marchitas y desprovistas del aroma
que entonces las circuía.
Tal ha acontecido con el sacrificio de la egregia heroína
de Cúcuta, doña Mercedes Abrego de Reyes. Entre noso­
tros se la ha mirado en justicia como tal, pero de ahí no
hemos pasado; alrededor de su nombre han vibrado las
loas de la inspiración, el pueblo lo repite con orgullo,
los oradores lo pronuncian con valiente decir, múltiples

369
artículos de revistas y periódicos lo celebran y consagran,
pero en realidad de verdad nadie ha parado mientes en
la importancia de averiguar la menor noticia acerca de
su interesante existencia. Lo que sobre ella se ha escrito
son páginas dedicadas a honrar la aureolada memoria de
la mártir, no a delinear la fisonomía de la figura his­
tórica.
Hace poco tiempo recibimos una nota de la Academia
Nacional de Historia en que se nos encargaba de recoger
datos para la biografía de esta heroica matrona, que
con la Pola, Antonia Santos, Simona Duque, Luisa Torres,
Salvadora Aldao, Eulalia Buroz, Rosa Zárate, Agueda
Gallardo, Gabriela Barriga, Petronila Nava y Serrano y
otras, son el mejor representativo de la colaboración
patriótica de la mujer colombiana en nuestros días épi­
cos. Pues bien, espoleados por la galante excitación, si
ya no lo estuviéramos por nuestro propio estímulo, nos
dimos a esa tarea, en que las fatigas de la búsqueda
vense de sobra compensadas con el júbilo del hallazgo.
Un nuevo desengaño: ¡nada! Ignorancia absoluta de las
personas ancianas a quienes consultamos; imprecisión
y oscuridad en los débiles datos obtenidos; ni un da­
guerrotipo antiguo por donde reconstruir los rasgos fí­
sicos de la dama; ni siquiera una vislumbre en remoto
documento que nos sirviese de prudente lazarillo en
el anhelado derrotero. Contestamos con pena a la Aca­
demia:
«Desde algún tiempo vengo inquiriendo datos acerca
de la señora Mercedes Abrego con sus descendientes de
esta ciudad. Desgraciadamente se han perdido hasta los
nombres de sus padres. En el archivo eclesiástico de esta
población no he encontrado las partidas de su nacimien­
to, matrimonio y defunción, si bien es de observarse res­
pecto de esta última, que en el libro respectivo hay un
salto del 10 de octubre de 1813 al 18 del mismo mes y
año. Fusilada la señora Abrego el 13, es de creer que el
pavor y las zozobras de los días de entonces impidieran
al sacerdote dar cumplimiento a esta formalidad».
La voz de la tradición, empero, de una tradición amor­
tiguada por los años y adulterada quizá, no tanto por

370
su incesante rodar, cuanto al contrario, por su ensombre­
cida quietud, respondió a nuestras pesquisas con apagado
éxito:
Conjetúrase su nacimiento por los años de 1770 a 1775;
unos afirman que en San Cayetano por ser el apellido
Abrego oriundo de allí, aseveran otros que en San José
de Cúcuta, sin más fundamento que el de la residencia
de su familia en esta ciudad. Recibió una educación tan
atenta como lo permitían las circunstancias de la época,
según se cree en una escuela del Socorro, de donde eran
naturales sus padres. Vivía habitualmente en una hacien­
da o casa de campo en el Urimaco, de propiedad de su
esposo don José Marcelo Reyes; bien que solían venir a
la ciudad, en donde era generalmente estimado aquel
matrimonio, de sana tranquilidad y apacibles costum­
bres. En la época a que nos referimos no existía el caserío
o aldea del Urimaco, tal como hoy se ve, con su blanquea­
da capilla y sus pintadas casitas, y como requebrado por
la majestad de su vecino el Zulia, que a pocos pasos
atraviesa el viajero, columpiado por el rítmico vaivén de
la primitiva falúa. Entonces todo lo que hoy se llama
Urimaco pertenecía a aquella hacienda, de valiosas plan­
taciones de cacao.
Sus bienes de fortuna les permitieron educar a sus tres
hijos, José Miguel, Pedro María y José María, en el Co­
legio de San Bartolomé de Bogotá, en donde estaba estu­
diando el primero, a la sazón en que acaeció el patriótico
sacrificio de su ilustre madre.
Uno de ellos, Pedro María, en delicado tributo de amor
filial, compuso a la memoria de la m ártir un monólogo
en verso, que transcribiremos íntegro, no sólo por tener
valor como apreciable reminiscencia inédita, sino por
ser obra de un hijo de Cúcuta, que ensayaba sus primeros
galanteos con las musas en los claustros de San Barto­
lomé en 1826.
Antes de que cualquier crítico ponga tachas a la com­
posición que va a leerse, debemos agregar que en una
advertencia preliminar, que se encuentra en el manus­
crito, se lee esta nota autógrafa del autor: «Siendo el
monólogo La Americana, mi primer ensayo dramático,
apelo a la indulgencia del lector para el perdón de las

371
faltas cometidas en él». Además, no habiendo sido el
ánimo del autor que dicho ensayo perteneciera a los vien­
tos de la publicidad, sino conservarlo entre sus papeles
como juvenil pasatiempo poético, exige la generosidad
respetar esos renglones y cubrirlos con un velo de patrió­
tica benevolencia.
Un punto histórico esclarecen esos versos: el de saber
con precisión que doña Mercedes Abrego fue decapitada
«en la cárcel de Cúcuta» según se infiere de la acotación
que encabeza la Jornada 1^. También se nos da en ellos
noticia de la admiración que hacia el Libertador sentía la
heroína cucuteña, en cuyos labios pone el poeta este
brillante vocativo dirigido a aquel:
«. . . Padre de tus pueblos
Defensor cuidadoso de tu patria».
Pero es una lástima que al fin del monólogo, el autor
se contradiga respecto al importante punto de los ins­
trumentos del suplicio:
«Ya miro a los verdugos que dirigen
Las espadas al pecho que detestan»,
exclama la heroína con noble altivez, no atemorizada por
el género de muerte que la espera, mas el poeta destruye
en la acotación marginal la aseveración contenida en tan
gallardas palabras: «Los verdugos no saldrán al cuerpo
del teatro, y acabando el último pie, del interior le tiran
pistoletazos».
Es digno de tenerse en cuenta que a pesar de las natu­
rales recriminaciones a los enemigos de la independencia,
el autor calla en todo el monólogo el nombre de Lizón;
se diría, que no sobre este soldado estúpido y sanguina­
rio, sino sobre todo el ejército español, quería hacer
recaer la responsabilidad de la muerte de la matrona
abnegada.
II
Al solícito interés de nuestro estimado amigo, D. Mi­
guel Reyes R., nieto de la heroína, debemos el hallazgo
de la composición citada, que tenemos el gusto de ofrecer
a nuestros lectores:

372
M ONOLOGO

LA AMERICANA
o la s e ñ o ra M erced es A brego de R eyes, s a c rific a d a po r los esp añ o les

Por tierra arrastran pieles desolladas


Mugen al fuego carnes espetadas.
Plutarco
JORNADA 1»
(Música)
Del hispano dragón mi patria es presa
Y con pesadas cadenas abyecta y abatida
Vuelve sus miras a sus hijos tiernos
Que por su libertad dieron la vida.
Sed sensibles, americanos, a la pérdida
De esposas, de hogares, y de bienes
De tus hijos que agitan a les aires
Con clamores diciendo que los pierdes.
No sea la pusilanimidad la que se apega
A vuestros corazones que ofrecieron
Combatir en la tierra y en los mares,
Haciendo tu juramento en los a lta re s... *
Pero, ¡ay! que todos huyen pavorosos
Abandonando a los tiernos prisioneros
Y dejando al enemigo que aún se ceba
Sacrificando triunfante los corderos.
¿De qué pastor se ha dicho que abandona
A la vista del lobo la manada
Pudiendo verter la tinta sangre
Peleando con el contrario cara a cara?
Aprended del Escita que os enseña
En su pastoril vida a ser escudo
Contra la malignidad que le propone
Al inocente sacrificar con filo agudo.
JORNADA 2^
(Música)
¡Europeo feroz! ¡Cruel España!
¿Cuál es la causa que te mueve
Para furibundos venir desde tan lejos
*) L a escen a es en la cárcel o calab o zo de C ú c u ta y la a c triz a p a re c e
en el te a tro , s e n ta d a so b re u n a p ie d ra , con la u n a m a n o a p o y a d a la
cab eza y así e n ésta com o en las d em ás jo rn a d a s , se sie n ta d u r a n te la
m ú sica.

373
Exterminando a aquel que nada os debe?
¿Acaso el americano os ha injuriado?
¿No poseía pacífico los dones
Que natura benéfica en su suelo
Al indígena daba sin pasiones?
¿No fuiste tú el primero que asaltaste
A la tímida turba de los indios
Haciendo esclavos, acopiando el oro,
Prodigando muertes, aclamando el robo?
Ni aun el débil sexo está exceptuado
De vuestras sacrilegas manos y furiosas,
Para esconder en su seno los puñales
Que podríais esconder en las raposas.
Sabed, españoles, serviles, degradados,
Que una m ujer te enseña los senderos
Por do marchan los hombres sin tropiezo
Gozando de la vida y sus derechos. ..
¡Oh Bolívar, padre de tus pueblos,
Defensor cuidadoso de tu patria!
Defiéndela al presente de las sierpes
Que su veneno derraman con la espada.

JORNADA 3^
(Música)
¡Cúcuta desgraciada!. .. ¿Do tus hijos están? . ..
¡En prisiones!... ¡Destino cruel, acabad!. ..
Y tú, Omnipotente, que proteges
Las virtudes premiando al desgraciado,
En el Estigio castiga a los bandidos
Y allí furiosos devoren lo robado.
Sí, que a estas panteras y lobos carniceros
Para siempre la infamia los abata
Y al sepulcro mirando que se acercan
Los remordimientos conozcan y su fa lta . ..
Mas, ¿qué digo? les ofusca ignorancia
Y siendo Fernando el Dios que adoran
Las armas tomando por su nombre,
Felonías les perdona, pues que le honran. *
De ignominiosos epítetos nos colman
Y de traidores a la España madre
Disolviendo los pactos que nos unen
Al amoroso monarca nuestro padre.
¡P ad re!... ¿y tirano? sí, cual Nerón

) S e en e rg iz a .

374
Que destrozando a los romanos le ofrecían
Los títulos sagrados y patricios
Que a los Catones y Brutos les decían.
¿Y cuál será la suerte de los hombres
Que su naturaleza desconocen?
Ser aduladores, siempre esclavos
Despreciando la libertad que les proponen.
¡Colmad, Dios santo, tantos males!
Y corred el negro velo que los guarda,
Adhiriendo los hombres a su patria,
Ofreciendo su vida por salvarla.

JORNADA 4^
(Música)
Dejadme de atorm entar sombras horribles. . .
Oh D io s... duélete de esta mujer
Que acaba con su vida en un instante
De sus hijos privada y sus parientes
Y en las garras del lobo devorante...
La muerte no me aflige, no,
Porque a mi patria en holocausto ofrezco
La sangre que circula por mis venas,
Y que sea para los cobardes el ejemplo.
Ya oigo los pasos que se acercan...
Ya miro a los verdugos que dirigen
Las espadas al pecho que detestan...
¿Qué os detiene? monstruos de iniquidad;
¡Esclavos viles! ¡Partos del infierno!
Decid a vuestros amos que yo muero
Recibiendo de Dios el digno premio. *
Como se ve, la pieza anterior carece de mérito literario,
aunque puede decirse que para nosotros lo tiene biblio­
gráfico, pues, es, sin duda, uno de los primeros trabajos
que ofrece la entonces incipiente intelectualidad cucute-
ña, con marcados rasgos de regionalismo, que no resienten
la historia nacional, antes tratan de singularizar uno de
sus brillantes episodios, y el más notable que muestran las
crónicas de Cúcuta.
*) Se e n e rg iz a m ira n d o a los v e rd u g o s, lo s q u e no s a ld rá n a l c u e rp o
d e l te a tr o , y a c a b a n d o el ú ltim o p ie, d e l in te r io r le tir a n p isto letazo s.
(D e u n c u a d e rn o m a n u s c rito q u e se titu la «P oesías D iv ersas, p o r
P e d ro M a ría R ey es. E n S an B a rto lo m é . A ño de 1826»).

375
Aunque en el cuaderno que se nos ha facilitado, figu­
ran también un monólogo intitulado P a d illa , que refiere
el fin trágico de este procer, y algunas otras composi­
ciones de índole erótica, no puede decirse de don Pedro
María Reyes que hubiese sido poeta de encumbrado es­
tro; cantó, sí, porque todos cantamos en la edad primera,
cuando hechicera nos sonríe la edad, pero las notas de
su lira resultan apagadas y débiles, si bien con los inge­
nuos arreos de que una mano cariñosa y patriota las supo
revestir. La cultura actual de la época no puede mirar
desviadamente esa composición por embrionaria, ni me­
nos aún, por desaliñada desecharla; apasionada y sagaz,
ella encuentra que el perfume de los años le da valor y
que la agracia y préstala luciente atractivo el sentimiento
del amor patrio. Ni debe preferirse que jamás despertase
del largo sueño en que estuvo adormilada, pues es potes­
tativo de la historia enflorecer la vetusta reliquia y cubrir
con su brillo las cenizas muertas; su mirada escrutadora
hubiese siempre resucitado esas estrofas, que tuvieron
por noble objetivo el rendir culto a las dos madres, «a
la que se ama en el tiempo y a la que se ama en la eter­
nidad», según la feliz expresión de un distinguido pen­
sador.
Don Pedro María Reyes hizo estudios de medicina en la
capital y regresó a su ciudad nativa por allá en el año de
1829 o 1830. Fue nombrado médico del Hospital de San
Juan de Dios, cargo que desempeñó siempre con solícita
consagración y espíritu de generosidad. Todavía se re­
cuerda su humanitaria labor profesional y su empeñoso
afán por aliviar las miserias de los desvalidos.
Aquí unió su suerte a la de la señora doña Francisca
Ramírez Porras, también descendiente de próceres, ha­
biendo vivido algunos años en San Cayetano, por la
proximidad a su predio ancestral. Murió en Cúcuta el
10 de marzo de 1862.
Don Pedro era de gallarda presencia, poseía una con­
versación fácil y variada, y solía referir a sus amistades
lo que constituía para su existencia un gran tormento y
una dulce gloria: el haber visto con sus ojos de inocente
niño el sacrificio de la abnegada mujer que le dio el ser.

376
III

A su entrada a Cúcuta, el Libertador, vencedor de Co­


rrea, fue agasajado y festejado por los patriotas cucute-
ños con varios obsequios y manifestaciones sociales.
Nuestras damas de antaño quisieron hacerle el presente
de una casaca militar, cuyos bordados se encomendaron
a las finas manos de doña Mercedes Abrego, quien aceptó
el encargo con patriótico orgullo. El ilustre agraciado,
a quien no vendría mal el oportuno obsequio, tuvo en­
tonces para el bello sexo cucuteño lisonjeras frases de
benevolencia y de agradecimiento.
He aquí la especie más común, aceptada por todos los
historiadores y repetida con febril insistencia por la tra ­
dición popular, de donde se hace derivar la saña con que
el realista miraba a aquella joven bordadora. Acción
inocente que inspiró el más bello sentimiento del espí­
ritu humano, nunca pudiera creer quien con primor la
ejecutara, que con la aguja del bordado escribía su sen­
tencia de muerte y que el paño negro del dormán repre­
sentaba la siniestra oscuridad de su prematuro sepulcro.
La vida de doña Mercedes Abrego se esconde dentro
de los tranquilos quehaceres del silencio doméstico. Per­
tenece al número de esas almas patriotas, para quienes
la historia no tiene el alarde de una fama estrepitosa,
sino una flor sencilla y perfumada de gloria reivindica-
dora. Era de condición hacendosa y pasaba por una
de las más diligentes y adiestradas costureras de la po­
blación; se elogiaban con justicia sus habilidades en la­
bores de mano, lo que para aquel tiempo significaba
haber recibido conocimientos raros de que ordinariamen­
te carecían sus amigas y relacionadas. Ni aún se la co­
nocía suficientemente, como dama de excelentes pren­
das y virtudes, antes de que hubiese bordado el uniforme
al brigadier; y aún después, pasó tan desapercibido este
hecho ante los principales desafectos a la causa de la in ­
dependencia, que a los oídos de la noble matrona jamás
llegara el reclamo de la venganza partidarista, en forma
de aviso atemorizante o de amenaza injusta.
Cuéntase como especie cierta que ayudaba en la con­
fección de costuras y bordados a doña Mercedes Abrego

377
una prima hermana llamada Paula de la Merced Abrego
y Noguera, tan hábil y esmerada como aquella en la fac­
tura de pasamanerías de hilo de oro. Es tradición que
la discípula, por deferencia a la maestra, intervino en
los bordados del célebre uniforme. No era patriota, pero
admiraba en Bolívar el genio de la guerra, la fe en sus
ideales y su constancia para realizarlos. En el día del
sacrificio de su prima, ella se hallaba en camino hacia
Táriba, a donde huía para no presenciar las ferocidades
de Lizón. Refugióse en Táriba en el hogar de doña Gre-
goria Contreras de Colmenares, quien la atendió con
solicitud. Aunque también fue delatada por su complici­
dad en la confección del traje militar, Lizón no la persi­
guió pues le afirmaron que era de opiniones afines . 1
Desde el triunfo de Cúcuta hasta la derrota de Carrillo
transcurren siete meses; durante ellos la señora Abrego,
ya viuda, enseña en el hogar lecciones de patriotismo a
sus dos hijos menores; atiende a sus faenas con cuidado­
so empeño, libre de preocupaciones e inquietudes, casi
desligada de sus relaciones en la ciudad, y a pesar de
tener alma varonil y temple de heroína, más bien extra­
ña que atenta a los sucesos de la época. Vivía en esa
especie de olvido voluntario de sí propio, que da la vida
campestre a los que la aman y la sienten; sin envidiar ni
desear el regalo de la ciudad vecina, no temiendo su
atmósfera candente por las pasiones de la guerra, alejada
de la intriga urbana, aunque no por meditado cálculo si­
no por amoldarse a su retraído temperamento.
Las depredaciones y exceso del vencedor de Carrillo
resuenan en su casa de campo con fatídico clamor. Pe­
queño es el escenario de San José para el implacable
furor de la venganza del realista; pasea sus huestes por
el Rosario y San Cayetano, tala y destroza plantaciones,
ningún honrado domicilio de patriotas se exceptúa de su
pesquisa, despoja y mata, no se detiene en el impúdico
coraje de su triunfo. El cuadro en que uno de nuestros
historiadores le señala como sombrío protagonista os­
tenta un fondo de espeluznante sevicia.i)
i) D ebem os este d ato al e stim a b le jo v e n , do n A le ja n d ro E. T ru jillo ,
d e T á rib a .

378
«Victorioso el comandante enemigo, hizo degollar a
todos los prisioneros, tanto soldados como tambores,
tanto vivanderos como paisanos, incluyendo entre éstos
a varios vecinos de Pamplona y Cúcuta que casualmente
se hallaban en Carrillo. Lizón y sus satélites los españo­
les Matute, Casas, Entrena y el infame americano Igna­
cio Salas regresaron al Rosario y a San José de Cúcuta,
donde hicieron una matanza horrorosa sin juicio ni su­
mario alguno, pues bastaba la simple denunciación de
que las víctimas eran patriotas. Dichos jefes se divertían
en degollar a los infelices sindicados del crimen de pa­
triotismo y los soldados podían m atar a todo el que hu­
biera sido o se le tuviera por republicano. De esta ma­
nera desolaron los hermosos valles de Cúcuta, que antes
eran tan ricos, agricultores y poblados».
Cuando Lizón establece su cuartel general en Cúcuta,
la adulación denuncia a la señora Abrego. Los que desem­
peñaron este bajo oficio, infames correvediles, eran dos
hermanos criollos, llamados Juan de la Cruz y Pacho
N., sobrenombrados los Catires, por antítesis de su color.
Al amanecer del 13 de octubre, una escolta conducía
por las calles de Cúcuta, a la señora Abrego, que había
sido sorprendida en su casa de campo y obligada a ca­
minar a pie la distancia que hay de aquel lugar al de
San José. Sus conductores, entre quienes estaban los
Catires, la depositaron en la cárcel, mientras que Lizón
había de resolver su suerte.
Se cree generalmente que la noble heroína no fue
arcabuceada, ni muerta tampoco a tiro de pistola u otra
arma de fuego. El mismo autor del monólogo transcrito
no estaba seguro del género de muerte que sufriera. Es
por ello admisible que la cabeza de la m ártir rodó al
suelo, cortada por el filo de una arma blanca, previa­
mente amolada delante de los ojos de la dama, y mane­
jada después por su verdugo con voluptuoso refinamiento.
La señora Abrego estaba colocada dando la espalda a
un foso profundo, que hubiera sido acaso sepultura de
otros mártires. La idea de la patria le infundía valor,
pero su amor materno le arrancaba lágrimas. No obs­
tante se descubría en su resignado rostro la entereza de
los mártires. Probablemente estaba sujeta de las manos,

379
y esbirros había al lado que la miraban con esa ultra­
jante piedad sensual con que almas viles compadecen
el demacrado rostro de una mujer hermosa. En el mo­
mento del sacrificio, la señora Abrego vestía una bata
blanca, traje de entrecasa, el único que se le permitió
llevar cuando de la suya la aprehendieron en las prime­
ras horas del amanecer. Estaba descalza y tenia la cabe­
llera suelta, sin trenza, cinta ni utensilio alguno que la
aprisionase, como para indicar así el estado psicológico
en que se encontraba; ya sosegado el latir angustioso de
su corazón y plena y avigorada el alma del don de la
libertad. Era de mediana estatura, todavía en la prima­
vera de la vida, delgada de cuerpo, y de severas e inte­
resantes facciones que denunciaban la alteza de su espí­
ritu. El crimen debió ejecutarse de noche, al amparo
de la sombra cómplice, y sin que hubiera otros testigos
que algunos individuos del cuartel realista. Cuéntase
que con una frase vil se puso precio a la cabeza de la
heroína y se aduló la ferocidad salvaje de los soldados
presentes. Se oyó como quien anuncia albricias o prome­
te recompensa: «Salga al frente el que sea capaz de herir
el primero a una mujer débil e indefensa». La invitación
a la vileza no fue desatendida, pero al lado del verdugo
que suprimía una vida, velaba el espíritu de la patria
para enaltecer y circundar de gloria las sienes de la
mártir.
Este género de muerte hace sugerir la precipitación
estúpida y feroz con que se resolvió su sacrificio, el cual
tuvo lugar —según la versión más aceptable— en uno
de los patios de la cárcel de Cúcuta, con cínico sigilo,
mas no por evitar al pueblo el espectáculo de la san­
grienta escena, sino porque quizá no se pensó en ello con
anterioridad, no hubo esos detalles de disposición ni ese
tiempo de maduro y detenido examen que preceden co­
múnmente a la aplicación de esa clase de penas; casi nos
atreveríamos a decir que el suplicio fue ejecutado ines­
peradamente, en virtud de una orden inconsulta, des­
pótica y salvaje... No quedó constancia de él, ni se rea­
lizó diligencia alguna en orden al enterramiento de su
cadáver; probablemente fue inhumado en los mismos
patios de la cárcel, si es que no hubo de ser desmembra­
do para exhibirlo allí en lúgubres mojones...

380
Es fama que, pasados pocos días, algunas personas
inteligentes que comprendían el hondo desprestigio que
labraban los jefes españoles a la causa realista con la
violencia de sus medidas, se acercaron a Lizón para re­
convenirle —como pueden los civiles hacerlo a un mili­
tar— por el sacrificio de doña Mercedes Abrego y pedirle
moderase su inclemencia y ferocidad. El jefe realista se
excusó de sus desmanes, trasladando a otros la culpabi­
lidad de ellos: «Señores, yo no conozco aquí a nadie;
echadle la culpa a los Catires», dizque respondió brus­
camente, volviendo la espalda a los peticionarios.
Por la índole de esta respuesta debemos deducir que
D. Bartolomé Lizón era un sargentón mediocre e igno­
rante, desprovisto de carácter, que se amilanó con una
simple amonestación de sus paisanos, y que no tuvo ni
ante ellos el valor de aceptar la propia responsabilidad.
Un tanto oscura nos es, pues, la biografía de doña Mer-
ceres Abrego; pero su nombre y su martirio constituyen
limpio blasón patriótico para esta ciudad, en cuyo am­
biente parece que resuena con eco doliente y pesaroso
la hermosa frase que la trágica despedida de la madre
arrancó a la inspiración del hijo:
«La muerte no me aflige. . .
Porque a mi Patria en holocausto ofrezco
La sangre que circula por mis venas».
1913.

381
THE HIGHLANDER

El país de Mac-Gregor. Datos biográficos. Carácter y tem ­


peramento del procer. Comandante de las fuerzas del
norte. Ocupación y desocupación de Pamplona. Acopio y
concentración de fuerzas en Piedecuesta. Entrada a Cú-
cuta. Combate de Santander en San Faustino. Encuentro
de Mac-Gregor y el coronel venezolano Paredes en Bai­
ladores. Huida de Lizón. Retiro y enfermedad de Mac-
Gregor. Los esposos Greenhope.
** *
Se da el nombre de Highlander al habitante de las co­
marcas montañosas de Escocia, por contraposición a Low-
lander, que se aplica al originario de las tierras bajas, al
sur y al oeste del mismo país. A diferencia de estos últi­
mos, que demoran en apacibles y fértiles llanuras, propi­
cias al florecimiento de su industria y comercio, los pri­
meros están diseminados en regiones menos pintorescas,
pero han conservado más pura la primitiva genealogía
céltica, señalándose colectivamente por su austeridad y
valentía y revestidos de envanecimiento con las remotas
leyendas de Osián.
Sir Gregorio Mac-Gregor era highlander. Osado hijo de
la montaña, de ánimo corajudo y valeroso, con la doble
gentileza del caballero y del soldado, resalta su generosa
fisonomía de luchador en algunas faces de la guerra de
independencia americana, en la que interviene, como en
amable campeonato, ofreciéndole los impulsos y las ener­
gías de su recia estirpe. Cuatro son los aspectos, intere­
santes y bizarros, de la vida de este procer: libertador de
Cúcuta en 1814, ilustre general en la campaña de Vene-

383
zuela de 1816, audaz expedicionario de Portobelo en 1819
y fantástico soberano del territorio de Poyaisia en 1820.
Hay alguna vaguedad respecto a su nacimiento: algunos
escritores le hacen descender de una noble familia de
Escocia, aunque ninguno apunta con precisión el lugar
de su cuna. Parece que era natural del Condado de Ross
en la Escocia Septentrional y que su familia se conexiona
con la del economista inglés del mismo apellido, que
floreció a principios del siglo XIX. Presúmese que estu­
viese en Semhill, silenciosa población de aquel condado,
el domicilio de sus mayores, pues fue Mac-Gregor «nieto
de un lord escocés, cuya arrogante figura le valió el ser
enviado a la corte del Rey Jorge II, por los Highlanders
de Semhill», según anota uno de sus biógrafos.1
Se cuenta que sirvió en el ejército de su país, y que, de
alguna ilustración científica y con ribetes de naturalista,
visitó algunos pueblos de Venezuela, antes de alistarse
como comandante general de caballería en el ejército de
Miranda, ante quien se hizo recomendable por sus gallar­
das cualidades. Sirvió también en suelo granadino, bajo
las órdenes de Bolívar, acompañando a éste parcialmen­
te en su campaña del Magdalena de principios de 1813.
Infiérese que su llegada a América debió de ocurrir antes
de 1810, siendo tal vez el primer extranjero que tomó
servicio bajo las banderas de la guerra de la independen­
cia. En 1811 casó en Caracas con doña María Josefa
Lovera, dama bien relacionada en aquella capital, que
murió en Europa después de 1816, en que Mac-Gregor se
separó del servicio en Venezuela.
He aquí como pintan su carácter, medio hidalgo y
medio aventurero, displicente y sufrido, ecuánime y va­
nidoso, dos distinguidos historiógrafos de Venezuela:
«Mac-Gregor ■ —comenta Larrazábal al referir los pre­
parativos de la expedición de Bolívar en los Cayos— el
noble celta, nacido en las montañas de Escocia ( h ig h la n -
der), pero ciudadano de todo el mundo; soldado de todas
las causas en que se tratara de libertad; valeroso, instruí- i)
i) S ir-G re g o r M a c-G reg o r. C. R o d ríg u e z M aldonado. B. d e H. y A.
Yol. V, 265.

384
do, amigo de aventuras como un caballero antiguo, fiel
y sufrido, acompañaba a Bolívar y le alentaba en el duro
trance en que se veía».
«Mac-Gregor —expresan Baralt y Díaz— era un hom­
bre valeroso hasta la temeridad, entonces joven (1816),
pendenciero, de índole irascible y obstinada; una enfer­
medad cruel e incómoda que a la sazón alteraba su sa­
lud daba por desgracia a su porte aquel desabrimiento
natural, pero insufrible, que los sanos hacen mal en no
perdonar a los enfermos. En la altura en que se hallaban
los patriotas ya no había desvíos que temer en la mar­
cha, y la próxima reunión con los jefes de las llanuras
exigía que a la cabeza de aquella tropa fuese un hombre
que tuviese la elevada categoría de general del ejército,
y nombre y crédito, capaces de mantener reunidos y obe­
dientes a aquellos caudillos, celosos en extremo del
mando y de la autoridad. Ese hombre necesario era Mac-
Gregor, a quien por lo demás no podían negarse emi­
nentes prendas militares. Brillante en un día de batalla,
fiel y enérgico, era en cuanto a soldado uno de los más
valerosos de aquellos tiempos, fecundos en ánimos fuer­
tes y elevados».
A principios de 1814 le encontramos en el interior de
las provincias granadinas, estimado por Serrano, Santan­
der y García Rovira, prestigioso entre las fuerzas patrio­
tas y distinguido por el Gobierno de Santa Fe con un
cargo militar importante. A fines del año anterior, habla
conducido a la capital el contingente de fuerzas con que
la Provincia del Socorro contribuía para el ejército ex­
pedicionario que marchaba al sur con Nariño. «El 23 de
octubre (1813) llegó a Santa Fe —dice Caballero en su
Diario— otra tropa del Socorro con un brigadier inglés
que venía de comandante. Eran doscientos hombres, con
oficiales, pero sin armas». El comando de esta tropa,
deferente manifestación de confianza a un extranjero,
comprueba su experiencia y crédito de buen soldado, bajo
cuya dirección se amaestraría y organizaría, en aquellos
tiempos en que no era la disciplina la principal condición
de nuestro ejército.
El desastre de Carrillo fue la exaltación del escocés,
justificada exaltación, porque sus probadas capacidades

385
militares reinfundieron la fe en el desalentado grupo
de patriotas refugiados en Pamplona y en la Concepción
de Servitá, donde el gobernador Serrano hacía igualmen­
te esfuerzos para contrarrestar las impresiones del des­
calabro. Un patriota venezolano, de nombre Antonio Pa­
lacio, natural de Barinas, que fue después mártir de la
Patria, y ejercía por entonces el cargo de gobernador de
Tunja, encabezaba la leva en algunos pueblos de Boyacá,
llevando al campamento de Mac-Gregor en Málaga un
cuerpo respetable de lanceros. El activo Mac-Gregor,
por vía de exploración, se movió sobre Pamplona, cuya
soledad habían desaprovechado los realistas por cerca
de dos meses, a la cabeza de cuatrocientos lanceros y
doscientos hombres armados de fusiles, entre los cuales
iban incorporados muchos de los vencidos en el campo
de Carrillo. No bien se extendía el campamento patriota
en las alturas de Chopo, cuando Matute y Casas, por
orden de Lizón, vinieron sobre las fuerzas de Mac-Gre­
gor, que apreciador de la desventajosa situación en que
se hallaba para presentar combate, determinó retroce­
der hacia Bucaramanga.
Entre tanto los guerrilleros españoles ocupaban a Pam­
plona (13 de diciembre), cuyos habitantes emigraron a
las poblaciones vecinas. «A falta de moradores en quienes
cebar su saña —afirma Restrepo— la convirtieron contra
los edificios; apenas dejaron casas y muebles que no des­
trozaran y robaran». La proximadad del enemigo esti­
mula la actuación de García Rovira y de Mac-Gregor,
que el uno en el Socorro y el otro en Piedecuesta, logran
levantar una división fuerte de setecientos fusileros y
setecientos lanceros con los cuales ocupan de nuevo a
Pamplona. No los espera el enemigo aquí ni tampoco en
Cúcuta, que ve por segunda vez recuperada su libertad
el 4 de febrero de 1814, después de haber sido su recinto,
durante cuatro meses, lúgubre escenario de las cruelda­
des de Lizón.
Dos días después, el 6 de febrero, el Coronel Santander
atacó a Casas en San Faustino, en un punto llamado Pal­
mas Quemadas, no lejos de Puerto Villamizar. Lo dispersa
aunque sin causarle daño considerable, por la práctica
que el enemigo tuviera en los bosques ribereños del Zu­
ña. Con todo, el Coronel Santander regresa satisfecho.

386
habiendo podido vengar en parte su descalabro de Carri­
llo, precisamente en aquella antigua población, de cuyo
gobierno había estado encargado su padre veinte años
atrás. En sus A p u n ta m ie n to s p a r a la s M e m o ria s de C o ­
lo m b ia y la N u e v a G r a n a d a consignó el General Santan­
der una importante noticia que ilustraría la crónica de
esta campaña: «En el A rgos d e l a N u e v a G r a n a d a , perió­
dico del Gobierno General de la Unión, de 24 de febrero
de 1814, se encuentra el parte del general Mac-Gregor,
jefe de las tropas del norte, de haber ocupado a Cúcuta;
en ellas Santander mandaba la vanguardia y desalojó
una columna enemiga en la ciudad de San Faustino».1
Probablemente, la colección de este periódico no existe
en ningún archivo del país.
Mac-Gregor entretanto persigue a Lizón por Táriba
y La Grita, logrando unificar su acción con la del coro­
nel merideño don Juan Antonio Paredes, que venía bus­
cando al realista con igual objeto. Ambas fuerzas patrio­
tas lo derrotaron dos veces en las cercanías de Estanques,
el 16 y el 18 del mismo mes, obligándole a huir a Mara-
caibo por el Puerto de Bailadores en el río Escalante.
He aquí, pues, cómo el encuentro del escocés y del vene­
zolano, que en poco estuvo se saludasen marcialmente
por efecto de una lamentable confusión de movimientos,
restablece la comunicación entre Venezuela y Nueva
Granada, carentes de ella desde antes de la acción de
Carrillo.
«En ese tiempo el Coronel Juan Antonio Paredes, Go­
bernador de Mérida, tuvo que dar tres o más batallas
contra los pueblos de Bailadores y La Grita, que eran
realistas y se levantaban todos los más días, hasta la
que ocasionó el español Lizón, quien habiéndose inter­
nado con seiscientos hombres por el Lago de Maracaibo,
penetró hasta San José de Cúcuta; y para destruirlo, m ar­
chó el Coronel Paredes con 800 hombres, a tiempo que el
general Mac-Gregor venía de la Nueva Granada con otros
tantos hombres. Al atacar a un tiempo ambos ejércitos
a Lizón, éste se retiró y no esperó el encierro; y por poco
se hostilizan las dos fuerzas patriotas al descubrirse. Ai)
i) A rch iv o S a n ta n d e r. Vol. I, 31.

387
esta acción, que principió en Estanques, concurrió el
comandante Rangel con su escuadrón de caballería, va­
lor y esfuerzo, acompañándole a la vez el Comandante
José Antonio Páez, quien alanceó tres realistas. . .» 1
Al resultado de esta feliz campaña contribuyó, pues, la
actividad del General escocés, quien fue objeto en los
pueblos favorecidos de manifestaciones de simpatía, bien
merecidas, por otra parte, a causa de su comportamiento
benévolo y humanitario con los vencidos. «Jamás —dice
Azpurúa— sacrificó ni injurió al prisionero: antes bien,
generosamente le ponía en libertad». De regreso a Cú-
cuta, recibió orden de situar su cuartel general en el
Rosario. Pero enfermó gravemente en marzo y hubo de
renunciar el mando de las tropas, que fue entregado al
ilustre General García Rovira, Gobernador del Socorro.
Cuando el general Mac-Gregor visitó estos valles, en­
contró establecidos como agricultores a sus paisanos, Mr.
William Greenhope y su esposa, en la hacienda de San
Javier de Pescadero. Distinguíase este matrimonio, como
buenos ingleses que lo formaban, por sus extravagantes
costumbres; jamás salían del campo al pueblo, y cuando
rara vez tuvieran necesidad de hacerlo, venían siempre
juntos, como un par de novios, caballero él en elegante
jaco, luciendo ella estrafalario traje de amazona británi­
ca en gallardo corcel, enjaezado a la europea. El silencio
rodea a estos dos misteriosos personajes: nadie supo ja ­
más de su vida, y aun los mismos criados que les servían,
contraían de sus amos el hábito de la taciturnidad. Es
fama, sin embargo, que el soldado escocés los visitó en
demostración galante de confraternidad patriótica, y
que durante su enfermedad, recibió de ellos hospitalarios
servicios.
Pasarían su vida evocando a solas los paternos lares
y el cielo brumoso de la lejana Albión. Decíase que Mr.
Greenhope era un segundón de una casa noble de In­
glaterra, y que olvidando desgracias de familia, había
venido desde las orillas de uno de los afluentes del Tá-
mesis hasta las del Pamplonita, a plantar su tienda, bajo
un sol extraño, y en tierra que no amparaba el pabe-i)
i) C entenario de R angel. (R elació n d e l p ro c e r J u a n Jo s é M a ld o n ad o ).
Col. d e El Lápiz, d e T u lio F e b re s-C o rd e ro F . N° 56.

388
llón de sus mayores. Ni la causa de la independencia de
estos pueblos le atrajo simpatías, como a muchos de sus
compatriotas, ni el giro aleatorio de la guerra invitó su
ánimo a obtener el codiciado lauro. Prefirió siempre la
quietud de su vida campestre que no alteraron los azares
ni las zozobras de la época.
Murieron aquí los dos esposos, con pocos días de su­
pervivencia el uno al otro, y fueron enterrados, según
su voluntad, en el propio suelo de Pescadero. Entonces
las palmas de coco y los árboles de cacao doblaban sus
frondas sobre aquellos ignorados sepulcros, en cariciosa
inclinación. Hoy los prados de esa hacienda los cubrirán
con el verde esperanza de los altivos pastos. Greenhope
era su apellido, y por extraña coincidencia, la traducción
de este nombre al castellano ha sido como un poético
epitafio que en su huesa inscribieron las gallardas es­
pigas del pará.

II
En Cartagena. De Ocumare a Barcelona. Don Andrés Bello
y el procer. Un soneto del primero. Aventuras en La Flo­
rida. La Expedición a Portobelo. El triunfo. Una proclama
de Mac-Gregor. La desocupación de la plaza. Otra expedi­
ción a Riohacha. Las calaveradas de Mac-Gregor. Sobera­
no de los Poyáis. Una Constitución dictada a los indígenas.
Muerte de Mac-Gregor.
5¡S *

Después de su campaña en Cúcuta, Mac-Gregor presta


sus servicios en Cartagena, durante el riguroso asedio de
esa ciudad, con que se estrenó militarmente en la Nueva
Granada el General español Morillo.
Pero su hoja de servicios donde más se aquilata y abri­
llanta es en la campaña de 1816 en Venezuela: forma
parte de la expedición de los Cayos, y se distingue en
los preparativos por su confianza y decisión a la persona
del Libertador; después del desastre de Aguacates, es él
quien dirige la gran retirada de Ocumare, calificada por
los inteligentes como una de las más atrevidas operacio­
nes de la guerra magna, emprendida con singular arrojo

389
en julio de 1816 desde la costa de Ocumare hasta las
llanuras que se entregan al lecho colosal del Orinoco. En
medio de ese itinerario, va la victoria ciñéndole laureles:
triunfa en Onoto, en San Sebastián, en Chaguaramas, en
Quebrada-Honda y en El Alacrán, y por último, entra en
Barcelona el 13 de septiembre, después de caminar ciento
cincuenta leguas por un país cundido de enemigos, du­
rante sesenta días de marcha la más inquietante y aza­
rosa. Como complemento de su gloria, asiste, segundo de
Piar, a la famosa batalla del Juncal, librada el 27 del
mismo mes contra el ejército del incansable Morales.
Algún serio desagrado tuvo Mac-Gregor al final de esa
campaña; quizá se oscurecieron y desestimaron sus ser­
vicios y la emulación y la rivalidad trajeron el despecho
al noble espíritu de aquel extranjero, que había dado
múltiples pruebas de ser un General «brillante en un día
de batalla»; su carácter, tachado de displicente, y las
decepciones causadas por alguna posposición injusta le
apartarían del campamento. No lo hace, sin embargo,
sin colocar sobre el pecho de sus conmilitones una esca­
rapela de honor. Táctico aventajado, comprende el mé­
rito de la marcha intrépida, y quiere demostrar a los su­
balternos su agradecimiento de jefe, disponiendo en la
Orden general del día siguiente en Barcelona que «todos
los individuos del ejército, así militares como empleados
en la administración y servicio, que hayan seguido cons­
tantemente la marcha, llevarán en el brazo izquierdo un
escudo de dos pulgadas de diámetro, orlado de palmas y
laureles, color de oro sobre encarnado, con esta inscrip­
ción en el centro: V alo r y C o n s ta n c ia e n ju lio y a g o sto de
1816».1 Al fin de este año, se ausenta con su familia para
Europa.
En Londres se avista con don Andrés Bello, que creyén­
dolo muerto en el Juncal, por las noticias de origen pe­
ninsular, le ve ahora flamante dandy en las calles de la
capital inglesa. Entonces le dedicó el poeta un soneto
jocoso, al cual puso por título ¡D ios m e te n g a e n g lo ria!
como alegre responsorio a la aparición del procer re­
divivo:i)
i) A z p u rú a . B io g ra fía s de H o m b res N o tab les. T. II, 366.

390
Lleno de susto un pobre cabecilla
Leyendo estaba en oficial gaceta,
Cómo ya no hay lugar que no someta
El poder invencible de Castilla.
De insurgentes no queda ni semilla:
Todos los destripó la bayoneta;
Y el funesto catálogo completa
Su propio nombre en letra bastardilla.
De cómo fue cogido, y preso, y muerto,
Y como me lo hicieron picadillo
Dos y tres veces repasó la historia:
Hasta que al fin teniéndolo por cierto
Exclamó compungido el pobrecillo:
—¿Con que es así?— ¡Pues Dios me tenga en gloria!
Don Aristides Rojas, compilador de las poesías de Bello,
dice de este festivo pasatiempo que debió ser escrito por
los años de 1817 a 1818 y agrega: «Después de la batalla
del Juncal alcanzada por los expedicionarios de los Ca­
yos, bajo las órdenes del general Mac-Gregor, contra los
españoles, en septiembre de 1816, la Gaceta Oficial del
gobierno español en Caracas, publicó que aquel general
después de derrotado, había sido hecho prisionero y de­
capitado. La Gaceta llegó a Europa, y a poco después el
General Mac-Gregor sano y salvo. Tal fue el origen de
este soneto de Bello».
Pero la musa del poeta, que aquí fue juguetona, vistió
sus acostumbrados gallardos arreos al conmemorar en
uno de sus poemas la retirada del procer:
¿Pero a dónde la vista se dirige
Que monumentos no halle de heroísmo?
¿La retirada que Mac-Gregor rige
Diré, y aquel puñado de valientes,
Que rompe osado por el centro mismo
Del poder español, y a cada huella
Deja un trofeo?.................
Separado del servicio en Venezuela, dice un boceto bio­
gráfico del procer, escrito en 1848, que Mac-Gregor orga­
nizó, probablemente en las Antillas, «una expedición des­
tinada a libertad a la Florida, atacó y tomó los fuertes de
Fernandina, se apoderó de la isla Amelia, y no continuó

391
en tal empresa porque el Gabinete de Washington le hizo
saber que aquella sección de la América española formaba
el objeto de un tratado pendiente entre el dicho Gabine­
te y el de Madrid, en virtud del cual podría erigirse pron­
to en ella un nuevo Estado anglo-americano, lo que se
verificó».1 No hay dato cronológico preciso de esta expe­
dición, que confirma una vez más el inapeable espíritu
de aventura del héroe escocés.
A principios de 1819 prepara en Londres la expedición
tan famosa como desastrada de Portobelo, con el concur­
so del doctor José María del Real, don Luis López Mén­
dez y otros agentes de la independencia americana. Coo­
pera luego en ella el doctor Ignacio Cavero, patriota
granadino, que estaba en Jamaica y facilitó activamente
su equipo, comprometiéndose con deudas ante el comercio
de la isla, deudas que le llevaron a la cárcel de Kingston,
por no haber hallado arbitrios de pagarlas en oportu­
nidad.
Desembarcó en la isla de San Andrés el 4 de abril de
1819, el mismo día en que «recibió el despacho de Capi­
tán General del Delegado del Congreso de Nueva Grana­
da», como lo dice él mismo al Libertador en la única car­
ta suya que se ha publicado. Traía cerca de quinientos
hombres y treinta oficiales de marina, casi todos ingleses,
en una pequeña flotilla compuesta de los buques el Hero,
el Libertad, el Petersburg y el Onix, bien protegidos con
suficiente artillería, además de dos goletas auxiliares. Le
acompañaban también dos notables granadinos, don Juan
Elias López Tagle, último Gobernador de Cartagena en
1815, y don Joaquín Vargas Vezga, con la comisión de
organizar el gobierno civil de Portobelo, en nombre de la
Nueva Granada independiente.
«Ocupa la plaza una fuerza de 266 soldados españoles
y como 200 criollos, bajo las órdenes de don Juan Van
Herch, Gobernador del Puerto, parte de la cual resistió
primeramente en el castillo de San Juan, que defendía
el lado occidental de la bahía, y que, a pesar de su heroica
resistencia, fue tomado. Reconcentráronse entonces los
defensores en la ciudad, con ánimo de hacer allí una i)
i) B o le tín H isto ria l d e C a rta g e n a . Vol. I, 323.

392
defensa más formal, mas fue tanto el pánico y desaliento
que causó la captura del castillo, que esa misma noche
evacuaron el puerto y tomaron la vía de Panamá; así,
cuando al amanecer del día 10 los independientes se pre­
paraban a dar el asalto a Portobelo hallaron el campo
abandonado».1
Mac-Gregor consagra la ocupación del importante puer­
to con una proclama en inglés que expide en seguida, jac­
tancioso de la victoria y prometedor de nuevos lauros a
sus subalternos. De dicho documento son estos párrafos:
«El Ejército de la Nueva Granada se ha cubierto de
gloria. Portobelo, el más famoso fuerte de la América
del Sur, sólo unas pocas horas ha podido resistir el em­
puje de nuestras armas. La brillante brigada que co­
manda el gallardo Coronel Rafter, venció toda clase de
obstáculos y dificultades, que solamente hombres ani­
mados de vuestro entusiasmo pudieron haber desafiado.
El ataque del bravo Capitán Ross fue dirigido con tal
intrepidez, que el enemigo huyó a ocultar su asombro y
su temor, detrás de sus bastiones...
«¡Soldados! Nuestro primer triunfo ha sido glorioso:
ha abierto el camino para una próxima y trascendental
carrera de lauros. La cercanía de Panamá invita vuestra
bravura y el mar del Sur pronto contemplará sobre sus
riberas la enseña de los conquistadores del Istmo».
Pero los festejos de la victoria apenas dan margen a la
vigilancia de la plaza y el gobierno militar de Mac-Gregor
en Portobelo sólo se prolonga veinte días. El 30 del mis­
mo abril a las 6 de la mañana las tropas del Mariscal de
campo don Alejandro Hore, irlandés al servicio de España,
que se hallaba en Panamá, cayeron sobre la ciudad for­
tificada, ocupándola en breves horas, después de un fácil
combate en que perecieron degollados por los vencedores,
López Tagle, Vargas Vezga y no pocos ayudantes ingle­
ses de Mac-Gregor. Este pudo salvarse temerariamente,
saltando por la ventana de su habitación y arrojándose
a nado a la bahía, hasta alcanzar uno de los costados del
Hero, desde el cual coadyuvaba a la defensa de los quei)
i ) E. d e S a ld a n h a . L a cam paña de P o rto b e lo y L os M á rtire s de P a ­
nam á. (B o letín H isto ria l d e C a rta g e n a , Vol I, 145).

393
habían quedado en el puerto, comandados por Rafter,
que al cabo de porfiada resistencia, cedió al número y a
la decisión de las tropas españolas. 1
Mac-Gregor levó anclas al rendirse los fuertes y con los
restos de la flotilla tomó rumbo a Riohacha. Ni fue más
afortunado en esta segunda expedición, que también fra­
casó por la indisciplina y rapacidad de sus tropas. «De la
expedición de Mac-Gregor a Riohacha, en el mismo año,
quedaron abandonados en tierra, al embarcarse el Gene­
ral con muchos oficiales, los oficiales y tropas que defen­
dían el castillo contra los habitantes de la ciudad ■—quie­
nes se habían insurreccionado por el saqueo a que los
sometieron las tropas inglesas— y cayeron prisioneros,
dándoles sus enemigos tan mal tratamiento que el mayor
número pereció víctima del fusilamiento, el hambre o la
miseria».*23
Este abandono de tropas por parte de un jefe como
Mac-Gregor, el sistema improcedente de sus expediciones,
aquí y allá, en los Estados Unidos y en la Nueva Grana­
da, la infijeza de sus planes, la repetición de sus fracasos
y su parquedad en propósitos para resarcirse de ellos,
parecen indicar que su espíritu aventurero se desarrolla­
ba con lamentable progreso, en detrimento de su pun­
donor de soldado. Se diría que despojado de sus antiguas
energías de procer, quería buscar el campo del corsario.
Lo cierto fue que estas noticias causaron en Inglaterra
honda alarma respecto de la seriedad del país, perjudica­
ron las negociaciones fiscales de la República y aun tu r­
baron el criterio político del Gabinete, que también se
asustó con el exotismo de los sucesos. El General José
María Vergara,:i que vivió en Londres hacia esta misma
época, habla de que las calaveradas de Mac-Gregor pro­
ducían tan desgraciados efectos.
i El co ro n el R a fte r e ra el se g u n d o de la e x p e d ic ió n y te n ía a su cargo
el m an d o d e l C u e rp o R ifles de Salavarrieta, llam ad o así en m e m o ria
d e la h e ro ín a . U n h e rm a n o d e R a fte r, en em ig o d e M a c-G reg o r, fu e a u to r
d e u n lib ro M em oirs o f G regor M ac-G regor, e n q u e se r e la ta p o rm e n o -
riz a d a m e n te la o cu p ació n y d eso cu p ació n de P o rto b e lo . (V éase, E. de
S a ld a n h a , Ib íd e m ).
2 ) A. M. G alán . Las leg ion es B ritánica e Irlandesa, C o lo m b ia I lu s tr a ­
d a. A ñ o I, 282.
3) Carta de V ergara a Santander. L o n d res, d ic ie m b re 19 d e 1819. (B.
de H. y A. Vol. I, 599).

394
Pero donde se observa, no ya confusión de miras ni
pauperismo de ideales, sino quizá algún desequilibrio en
las facultades mentales del escocés, es al considerar su
proyecto de coronarse régulo de los indios Poyáis, en la
costa de Mosquitos. Firma un pacto con el Cacique de la
tribu, en virtud del cual unos barriles de ron son el pre­
cio del histriónico principado. Crédulos lonjistas de Lon­
dres suscriben un empréstito para emprender la coloni­
zación formal de la región.
Mas un Decreto del Vicepresidente de Colombia tras­
torna sus planes y el presunto rey de los Poyáis vese for­
zado a abdicar su corona, hostilizado por los indígenas
y desamparado de la influencia oficial. En la carta citada
(1826) expresa sus quejas a Bolívar: 1
«V. E. sin duda conoce el decreto expedido por el Vice­
presidente de Colombia con el objeto de impedirme toda
tentativa de civilizar y colonizar la parte oriental de la
costa de Mosquitos, que está comprendida en aquella sec­
ción de América y que designé en mi declaración de 10
de enero dirigida al Congreso de Panamá con el nombre
de República de Poyáis.
«Confiado en la justicia y filantropía de V. E. espero
se sirva revocar aquel odioso decreto, que según me ha
informado el Enviado de las Provincias de Centro Amé­
rica en esta Corte, fue conseguido del Agente de Gua­
temala, del Gobierno de Colombia, por celos de mi in­
fluencia sobre los indios de aquel país. ¿Podré también
esperar que V. E. honre mis esfuerzos por la causa de la
humanidad tomando bajo su inmediata protección el
dicho territorio de Poyáis?
«Bajo el protectorado de V. E. yo me esforzaría aún
más en convertir a nuestra santa fe católica las nume­
rosas tribus de indios que hoy vagan por aquellas extensas
soledades, en atraerlos a los hábitos de la vida social y en
cambiar sus bosques seculares en risueñas praderas y en
felices poblaciones, haciendo así aquel país digno de su
noble e ilustre protector...» i)
i) M em orias de O’Leary. C a rta de L o n d res, d ic ie m b re 24 d e 1826.
Yol. XII, 241.

395
Diez años más tarde, todavía pensaba Mac-Gregor en
el cetro principesco de los Poyáis, opacando así su anti­
gua gloria dentro del círculo de tan flacas aspiraciones.
En 1836 publicó en Edimburgo un Plan of a Constitution
for the inhabitants of the Indian Coast, Central Ameri­
can, commonly called the Mosquito Shore que dedicaba
graciosamente así: To the inhabitants of the Poyaisian,
and the other districts of Territory of the Mosquito Shore.
This plan of a constitution in inscribed by their sincere
friend and fellow-citizen, Gregor Mac-Gregor. 1 ¿Tales
extravagancias no darían amañado origen al antiguo do­
minio británico del Reino de Mosquitia, en la costa orien­
tal de Nicaragua? ¿O la tribu de los Poyáis habitaba la
costa granadina del golfo de Mosquitos, como lo hace su­
poner el decreto de expulsión de que se quejaba Mac-Gre­
gor a Bolívar?
Frisaría a la sazón el destronado rey de los Poyáis
en los cincuenta y cuatro años, llorando la pérdida del
señoril latifundio como el último rey desalojado de la
Alhambra.
«En 1839 —dice igualmente Posada— publicó en Ca­
racas un folleto intitulado: Exposición documentada, en
el cual está su hoja de servicios y relación de algunos he­
chos de su vida. Nada dice allí sobre sus pretensiones en
el reino de Mosquitos...» Sentiría entonces rubor del co-
médico proyecto, notándolo reñido con sus brillantes
lauros en la guerra de la independencia colombiana...
Seis años después, el 4 de diciembre de 1845, según
escribe Azpurúa, moría en Caracas el inquieto sol­
dado. El Gobierno de Venezuela le acordó honores mili­
tares «con la pompa digna de los merecimientos de gran
ciudadano».i)

i) E d u a rd o P o sa d a . A p ostilla so b re M ac-G regor. (B. de H. y A.


Vol. X, 442).

396
LOS VENCIDOS DE MUCUCHIES

El páramo de Mucuchíes. La acción de este nombre. El


ejército del General Urdaneta. Su penosa marcha. Diario
de un emigrado. Quien era don Antonio Ignacio Rodríguez
Picón. Su comisión patriótica en la Frontera Granadina.
Urdaneta y Bolívar se ausentan de Cúcuta. Santander en­
cargado del mando. Nueva entrada de los realistas a Cú­
cuta. Una obligación comercial del ejército de Calzada y
de Ramos. Serio percance del Cura de Cúcuta. Regreso de
Urdaneta. Escaramuza en San Cristóbal. Remigio Ramos
en el campamento patriota. Un vaticinio profético.

* * *

La región en que se encuentra el pueblo de Mucuchíes


es la más elevada en todo el territorio de Venezuela: la
forman diversas y altas serranías, diseminadas capricho­
samente en el gran dorso andino. Hállase situada la villa
de Santa Lucía de Mucuchíes al pie del páramo del mis­
mo nombre, que mide 4.048 metros de altura sobre el ni­
vel del mar. Sus habitantes, de temperamento sano y de
longevidad tradicional, fueron briosos y decididos solda­
dos en la guerra de la independencia, conservan marca­
da semejanza con el tipo original boyacense, y en lucha
con el aterido suelo, bordan los flancos de sus páramos
con dilatados sembrados de trigo, papa, cebada y otras
plantas de adaptación climatérica. La historia recuerda
que acompañaron al General Ribas Dávila en la acción
de Niquitao, al General Urdaneta en la funesta de la La­
guna y muchos de ellos siguieron con el Libertador y
Sucre a la campaña del Perú. En las guerras civiles se
han distinguido por su arrojo y denuedo, sirviendo en las
filas en que sus convicciones encontraron mayores sim­
patías.
397
La soberbia perspectiva de las alturas de Mucuchíes
arranca a los viajeros gritos de admiración y de sorpresa.
«En este cantón ■ —observa Codazzi— todo es grandioso
e imponente en cuanto a los cerros, que llegan casi a la
región de las nieves perpetuas, las cuales cubren allí mu­
chos picos; pero todo es pequeño y triste en cuanto a la
vegetación. Arbustos, gramíneas, y frailejón, es todo lo
que se ve sobre aquellas grandes moles, heladas y barri­
das por vientos fríos e impetuosos».1 En una viva des­
cripción del mismo paraje, Tulio Febres-Cordero agrega:
«Sus panoramas son únicos en Venezuela. Allí se adora
en silencio la augusta majestad geográfica de los Andes.
Ni estrépito de ríos y cascadas, ni bullicio de pájaros
cantores, ni árboles copados que sacudan el ramaje. La
naturaleza, segura de su triunfo, nos espera silenciosa
para repetir y multiplicar con mayor precisión el eco de
nuestras voces de entusiasmo. Sólo el viento produce allí
sonidos misteriosos y solemnes, como si los profundos
valles y la ancha abertura de los cerros fueran inmensas
cajas de repercusión, que devuelven el helado soplo de
los páramos convertido en graves y melancólicas ca­
dencias».
En el silencio de esos picachos resonaron salvas de
fusilería que trajeron como consecuencia inmediata la
ocupación de Mérida por el general realista Sebastián de
la Calzada. La acción de Mucuchíes, comprometida im­
prudentemente por un Oficial Linares, debilitó la uni­
dad y ardimiento del Ejército republicano e hizo infruc­
tuosos los esfuerzos del general Urdaneta para protegerlo,
viéndose éste obligado a abandonar a Mérida y retirarse
a Cúcuta, en una de las más lastimosas peregrinaciones
de la guerra.
El Gobierno de Pamplona, presidido aún por Serrano,
recibió a los hermanos derrotados con gran benevolen­
cia y cordialísima hospitalidad y en Santa Fe se levantó
una suscripción pública con el objeto de auxiliar su pe­
nosa situación. Es sin duda a esto, a lo que se refiere el
siguiente pasaje del D ia rio de Caballero: «A 25 (de oc­
tubre de 1814) se fijaron carteles para que se abriese un i)
i) A g u s tín C odazzi. R e su m en de la G e o g ra fía de V en ezu ela, 500.

398
donativo para las tropas de Cúcuta y emigrados de Ca­
racas, que pasaban de 5.000 personas, entre hombres,
mujeres y niños».
El 19 de octubre entraron en San José las desmedradas
reliquias de aquel ejército, que precisamente por su con­
dición de vencido, fue objeto de manifestaciones de con­
fraternidad y general simpatía en los pueblos del norte.
El éxodo de aquellos emigrados, que no eran sólo militares,
sino también matronas, señoritas, ancianos, niños, fa­
milias enteras, en fin, que se agrupaban allí en silenciosa
caravana, está descrito con expresión de atribulado pa­
triotismo por uno de sus testigos. El señor Antonio Igna­
cio Rodríguez Picón, ilustre patriota merideño, refiere
así el episodio:
«El día 17 de septiembre de 1814 es el más desgraciado,
el más lamentable y tenebroso para Mérida, pues en este
penoso día fue cuando las tiranas armas españolas de­
rrotaron parte de nuestro ejército que se hallaba en el
patriota pueblo de Mucuchíes; por cuyo motivo y la falta
de petrechos resolvió el General Rafael Urdaneta reple­
garse a Cúcuta, dejando a la constante Mérida, que por
tanto tiempo hacía se había mantenido fuerte, en poder
de los enemigos.
«El 18 salió toda la ciudadanía o la mayor parte de sus
habitantes en emigración precipitada, dejando unos sus
familias, otros sus intereses y todos su patrio suelo cón
abundancia de lágrimas, como que perdían una joya in ­
estimable que habían conservado a fuerza de sacrificios.
Entre ellos fui yo uno de los desgraciados que salieron
aquel día lamentable del 18 de septiembre con la mayor
parte de mi familia, compuesta de treinta y nueve perso­
nas, entre ellas la viuda de Campo Elias, con sus cin­
co hijos tiernos. Aquella noche hicimos mansión en el
pueblo de San Juan, en el caney que habitaron las mon­
jas, cuando se retiraron allí a causa del terremoto del
26 de marzo del año de 12, pasando alguna incomodidad
por las innumerables personas que se reunieron en aquel
p a ra je ...
«El 23 seguimos marcha (saliendo de la Grita) y fui­
mos a dormir en un espacioso llano que llaman La Hi­
guera.

399
«El 24 fuimos al sitio de los Ahuyamales: en este día
nos alcanzó el General Urdaneta con Francisco, mi hijo,
y otros oficiales; nos acompañaron hasta la Ranchería,
en donde comieron, y siguieron a Táriba con recomenda­
ción de solicitarnos casa para hospedarnos.
«El 27 llegó mi familia al Rosario de Cúcuta y deter­
minamos pasar aquí algunos días para darle descanso a
las bestias y proveernos de algunos bastimentos que ne­
cesitábamos. El ejército de Urdaneta quedó en Táriba,
desde donde se vino Francisco con licencia, y logramos
que nos acompañara el poco tiempo que allí estuvimos».1
Rodríguez Picón nació en Mérida en 1755 y murió en
Guasdualito en 1816. Hizo estudios superiores en Santa
Fe y contrajo matrimonio en Pamplona en 1784 con doña
Mariana González. En 1781 intervino de los más activos
y generosos colaboradores en el movimiento con que la
ciudad de Mérida secundaba el de los Comuneros del So­
corro. Todos sus descendientes sirvieron en la guerra de
la independencia, y una de sus hijas, doña Martina, fue
la esposa del bravo General español don Vicente de Cam­
po Elias, frenético contendor de Boves, que ofrendó a la
causa de los patriotas sus bienes y su vida.
«Abrazó, con todo ardor, entre los primeros —dice un
escritor venezolano— la causa de la Revolución ameri­
cana, sacrificándolo todo a ella: en servicio de la Inde­
pendencia consumió la mayor parte de su fortuna, y dejó
luego abandonado el resto; en sus filas tomó puesto con
toda su influencia y su prestigio, y en lucha tan noble,
cargado unas veces de hierro y agobiado otras de las
privaciones de la miseria, perdió un tiempo la libertad
y al cabo la vida misma.
«Abierto el expediente de las persecuciones que los rea­
listas ponían en juego contra todos los partidarios de la
Independencia, tocóle a don Antonio Ignacio Rodríguez
Picón ser llevado preso en 1812 a Puerto Cabello, habién­
dose visto allí rodar, a merced de los despóticos carcele­
ros, de prisión en prisión, ya en pontones, ya en bóvedas,
oprimido con grillos y cadenas, y teniendo por solas va-i)
i) F ra g m e n to d el D iario d e R o d ríg u ez P icó n , in s e rto e n la s M em orias
d el G eneral U rdaneta. 130.

400
riedades de su triste situación, el hambre, la desnudez
y los insultos. Ignórase cómo consiguió su libertad el ab­
negado patriota; y sólo se sabe que volvió a Mérida en 6
de mayo de 1813.1
Rodríguez Picón, que no es un desvinculado en la his­
toria regional, visitó la frontera granadina a fines de
1810, en desarrollo de la comisión patriótica a él confiada
de hacer conocer el Manifiesto político del 25 de septiem­
bre de la Junta Superior de Mérida, presidida por el doc­
tor Mariano Talavera. En aquel documento se hacía ya
entusiasta reminiscencia del estado de la Revolución en
la Nueva Granada:
«En consecuencia de esta resolución tan justa, erigió
(Caracas) una Junta depositaría interina de la Soberanía
quitando a despecho de la fuerza de las armas el poder
ejecutivo que tenían los funcionarios públicos de aquella
capital y sus contornos. Este sistema de gobierno tan
conforme a la razón y a los principios del derecho de
gentes, ha sido adoptado por Santa Fe, Cartagena, Cu-
maná, Margarita, Barinas, Socorro, Pamplona y por las
ciudades, villas y lugares de estos numerosos departa­
mentos, en donde reina en el día la mayor tranquilidad,
se administra rectamente la justicia, se abren los canales
de la prosperidad, y no se oye sino la voz de la concor­
dia, de la obediencia en favor de su desgraciado Rey y
contra el Tirano de la Europa. Gobernada Mérida por
los mismos principios, instruida por las mismas verdades
que fueron meditadas por sus habitantes, y animada de
estos nobles ejemplos, adoptó este mismo sistem a...» .12
En los pueblos de la Frontera fue objeto de marcados
agasajos y en todos encontró afinidad de opiniones y es­
peranzas el mensajero de la Sierra: «La Junta de Mérida,
que había ascendido a Picón a Teniente-Coronel, le envió
de comisionado a los Cabildos del Rosario, Cúcuta, Sa-
lazar, San Faustino y Pamplona, junto con el Pbro. don
Bernardino Uzcátegui, cura párroco de San Antonio. Iban
a tratar asuntos de unión y defensa para la causa co­
mún de la Independencia proclamada.
1) V íc to r a Z e rp a . B io g ra fía de don J u a n de Dios P icó n , 11.
2 ) T u lio F e b re s-C o rd e ro . A ctas de In d e p e n d e n c ia de M érid a, T ru jiilo
y T á c h ira .

401
«El Colegio de Representantes de Pamplona, en sesión
extraordinaria, le nombró Coronel de Milicias y puso a
su disposición las fuerzas del Estado. El Cabildo de la
villa del Rosario le puso en posesión de su empleo militar
el 23 de mayo de 1812. Todo esto era más que suficiente
para juzgarle como uno de los primeros insurgentes me-
rideños...» 1
El diezmado y trabajado ejército de Urdaneta se au­
mentó en Cúcuta con los trescientos hombres que aquí
tenía acantonados García Rovira, un escuadrón de dra­
gones y algunas compañías sueltas. La llegada del General
venezolano a la Nueva Granada fue motivo de júbilo para
los federalistas, que le ordenaron ponerse en marcha pa­
ra Tunja (noviembre de 1814) con el fin de colaborar en
el ataque de Santa Fe, ocupado por los centrales. A su
llegada a Pamplona, encontróse Urdaneta con Bolívar,
que había venido desde Cartagena, por Ocaña y Salazar,
sin detenerse en Cúcuta, preocupado y afligido con los
sucesivos desastres del Ejército de Oriente en Venezuela.
Separado Urdaneta, partió también García Rovira a
ejercer el Poder Ejecutivo como triunviro de la República,
cargo para que había sido nombrado, y que desempeñó
desde el 28 de noviembre de aquel año hasta el 28 de
marzo del siguiente. Santander se hizo cargo del coman­
do de las fuerzas del norte, impidiendo desde su campa­
mento de Chopo la entrada de los realistas al interior.
«La frontera de Cúcuta quedó cubierta por tropas gra­
nadinas, al mando del Mayor Santander, que debía de­
fenderla durante la ausencia de Urdaneta, pues era pro­
bable que los españoles que seguían a éste llegasen hasta
allá y así sucedió, ocupando Calzada a Cúcuta pocos días
después y retirándose Santander a su campamento pa­
rapetado a las inmediaciones de Pamplona, donde perma­
neció hasta la vuelta de Urdaneta más adelante, sin que
los españoles hubiesen adelantado un paso más allá de
Cúcuta, antes bien Calzada se fue por San Camilo hasta
los Llanos, dejando el mando de una columna a Remigio
Ramos en los valles de Cúcuta».12
1) V icen te D áv ila. P ro c e re s M erid eñ o s, 125.
2) M em o rias de U rd a n e ta , 138.

402
Por su parte, el General Santander complementa así
esta noticia: «En diciembre de 1814, habiendo Bolívar
aparecido en Cartagena después de la pérdida de Caracas
y encaminádose hacia Cúcuta, el Gobierno General dis­
puso reunir la Provincia de Santa Fe, por medio de la
fuerza, bajo su obediencia legal, y al efecto sacó de Cú­
cuta casi todas las tropas para dirigirlas a Santa Fe a
órdenes de Bolívar, cuyas operaciones tuvieron en efecto
el más feliz resultado. Yo permanecí en Cúcuta encarga­
do del mando de una pequeña columna de tropas para
asegurar la retaguardia del ejército confiado a Bolívar,
defender la frontera de la próxima invasión de los ene­
migos, que ya estaban libres de toda atención en las Pro­
vincias de Trujillo, Mérida y Barinas, contiguas a la Nue­
va Granada por la parte del Norte. Tuve la felicidad de
cumplir mis instrucciones deteniendo por medio de cor­
taduras y fortificaciones irregulares la invasión enemiga,
hasta que, reunida la Provincia de Santa Fe, pudo des­
prenderse del Ejército una fuerte columna para libertar
el valle de Cúcuta. En la división reunida entonces en
aquella frontera obtuve el destino de 2? jefe».1
Desde el mes de Diciembre de 1814 y todo el mes si­
guiente comandaba las fuerzas realistas de San José de
Cúcuta el Coronel Remigio Ramos, a quien cupo en
suerte disponer aquí la celebración rumbosa de los fune­
rales de Boves, así como encargar al Cura de pronunciar
su elogio fúnebre, cosa que éste no cumpliera, por un re­
sentimiento con Ramos, como adelante se verá. El ejér­
cito realista necesitaba enaltecer la memoria de aquel
indómito y turbulento caudillo de la pampa venezolana,
muerto en la batalla de Urica el 5 de Diciembre del año
anterior, feroz y temerario hasta el exceso, alud de sangre
que enrojece cuanto pisa, cuya muerte apreció Bolívar
en oficio de Mompox de 17 de Febrero «como un gran
mal para los españoles, porque difícilmente se encontra­
rán reunidas en otros las cualidades de aquel Jefe».
En aquellos borrascosos tiempos, a pesar del imperio
de la ley marcial y de los profundos entorpecimientos y
zozobras de la lucha, no andaba la justicia con pies dei)
i) A p u n ta m ie n to s p a r a las M em o rias de C o lo m b ia y la N u e v a G ra n a d a .
A rc h iv o S a n ta n d e r, Vol. I, 132.

403
plomo. Un comerciante de Maracaibo, don Manuel de
Linares González, confería (1816) a un acaudalado ve­
cino de estos valles, poder judicial para hacer efectiva
una deuda de mercaderías y elementos de guerra que
había remitido al Ejército de Calzada y de Ramos. Reza
el poder que hemos consultado: «.. .para pedir, reclamar,
cobrar y recibir la cantidad de 2.264 $ que me adeuda el
exército del Señor Comandante en Gefe Coronel Sebas­
tián de la Calzada, importe de mercaderías que remití
de mi cuenta y riesgo, y consignadas para vender en la
ciudad de Mérida a don Manuel González Grado, del
mismo vecindario, de las cuales tomó dicha cantidad
en el mes de Noviembre del año pasado de 1814 el Gefe
de la División de Vanguardia, acantonado en dicha ciu­
dad, el Teniente Coronel don Remigio Ramos, según
consta del expediente y justificación practicada en dicha
Mérida, y en esta ciudad (Maracaibo): y asimismo 273 $,
importe de una partida de machetes, que el mismo don
Remigio Ramos me encargó y le remití a los valles de
Cúcuta en el mes de Enero del año último (1815), con el
Capitán don Francisco Pardo».
Don Remigio Ramos, con todo y ser Comandante de las
fuerzas de Cúcuta, despositó en el Juzgado de la ciudad
los $ 273, valor de la factura de cuchillos, por cuyo pago
se le había urgido sin medroso miramiento a su rango
militar. En cuanto a la otra deuda, probablemente se
dejó envejecer.
Antes de la ocupación de Cúcuta por las fuerzas de
Ramos, tropezaron éstas en el camino de Mérida con el
Pbro. don Francisco José de la Estrella, que iba de San
José en viaje para aquella ciudad. Era el Padre Estrella
desde hacía algún tiempo Cura de la Parroquia de San
José, de opiniones realistas, bastante acomodado de bie­
nes de fortuna y viajaba con frecuencia a la Capital
andina, en servicio de las obligaciones de su ministerio.
No fueron suficientes su carácter sacerdotal ni su filia­
ción política, para que las tropas del Coronel Ramos le
dejasen pasar ileso; antes tomándolo por espía disfrazado,
le despojaron por completo de sus valijas y matalotaje
de viajero. En llegando a Mérida, escotero y desembara­
zado de líos y bártulos, hizo el reclamo del caso, en el
cual no anduvo desafortunado, pues aunque no logró

404
recuperar los enseres perdidos, el valor de éstos le fue
cubierto en la Real Administración de Tabaco del pueblo
de Ejido. Del documento que va a leerse, que poseemos
original, puede deducirse el mencionado incidente:
«Exido, Dize 8 de 1814.
«S. D. Man1 González Grado.
«Muy S. mío. Ya tengo oficiado al Admor. de la Renta
del Tabaco qe del primer dinero qe se haga de este ramo
le pague a Vd. la cantidad qe se le adeuda de la ropa, qe
se le ha tomado perteneciente al Pbro. Estrella, la qe
asciende después de rebajados los decomisos a trescien­
tos quarenta y ocho ps pagándosele a los precios qe ha
pedido de los efectos qe han venido baxo de guía. Deseo
lo pase bien y mande lo qe guste a su aff? S. Q. B. S. M.
Remigio Ramos. Entréguese la cantidad arriba dha al
enunciado Pro. Dn Franc? José de la Estrella, pr ser de
su perten3 el valor de los efectos qe en él constan. Mérida,
26 de Dice de 1814. Man1Grado. Mérida, Dicbre 26 de 1814.
Extiéndase este Libramiento a favr y ordn de Dn Juan
Manuel Menéndez de Sn Pedro. Franco Josef de la Estre­
lla. Hasta el último de enero no hay din° está gdo, ingre­
sarán los Estanquillos. Exido, Dbre 27 de 1814. Agustín
Roxas».
Hasta principios de febrero permaneció Ramos en
Cúcuta. Entre tanto, Urdaneta llegaba a Pamplona como
Comandante en Jefe de la Frontera, con cerca de cua­
trocientos hombres y trescientos treinta y tres fusiles.
De allí oficiaba al
«Ciudadano Secretario interino de la Guerra.
«Cuando a consecuencia de mi llegada a esta ciudad,
de que he dado parte a US., me preparaba a marchar
sobre Cúcuta, se han presentado en el Campo de Chopo
dos soldados granadinos que vienen desde Caracas (son
conocidos en nuestro ejército) y dicen: que Ramos ha
abandonado a Cúcuta hace seis días llamado por Cal­
zada, a quien venían atacando los republicanos. Que
antes de la ida de Ramos hicieron los funerales a Boves
en Cúcuta. Guasdualito está por nosotros. Que llevan el
mayor terror, y que temieron atacar nuestras fortifica­
ciones el 27.

405
«Que la fuerza de Ramos consistía en 2.000 hombres
de toda arma. Sirva a US. de satisfacción, igualmente
que al Gobierno, a quien lo comunicará US. Sucesiva­
mente daré a US. parte de mis operaciones. Dios guarde
a US. muchos años. Cuartel General de Pamplona, fe­
brero 7 de 1815. Rafael Urdaneta».1
De paso por Cúcuta, a donde llegó el 15 de febrero,
Urdaneta siguió hacia el Táchira, sospechoso de que el
ejército de Ramos y Calzada pudiese invadir por San
Camilo, pues el último tenía su cuartel general en Guas-
dualito. En los primeros de marzo los patriotas atacaron
el destacamento realista que guarnecía a San Cristóbal
y estaba comandado por el capitán Juan José Rojas, el
cual fue derrotado, huyendo hasta el confín del Llano,
a buscar el grueso del ejército de Calzada. En este ata­
que, no del todo insignificante, pues alcanzó a durar
cuatro horas, se hallaban con Rojas dos cucuteños, don
Salvador Noguera y don Vicente Navarro, el primero de
los cuales en la huida, se perdió dentro de la espesa
montaña, logrando salir al cabo de tres días a la ciudad
de la Grita. Esta acción, desconocida absolutamente y
no mencionada por ningún historiador, tuvo lugar en
las afueras de la población, en el sitio llamado Las Sa­
banas, y en ella tomaron los patriotas algunas bestias
y carabinas.
En la hoja de servicios del general Urdaneta se men­
ciona un combate librado en Cúcuta a principios de 1815.
Uno de sus biógrafos acoge la especie: «Nuevo plan de
campaña se va a emplear, para el cual se nombra al ge­
neral Urdaneta Jefe del Ejército del Norte. Tan luego
como hubo de posesionarse de su destino, libra una ba­
talla en Cúcuta y triunfa... Después de su triunfo en
Cúcuta recibió órdenes del Libertador para seguir al
Apure, por la vía de la montaña de San Camilo, a darle
conveniente organización a las partidas de patriotas,
que allá en sus pampas merodeaban sin concierto...» 12
No hay constancia en ninguna otra fuente de esta función
de armas, aunque del oficio de Urdaneta que hemos
1) M em o rias d e O’L e a ry . Vol. X IV , 96.
2) J u a n A n to n io L o ssad a P iñ e re s. El G e n e ra l R a fa e l U rd a n e ta , o p ú sc u ­
lo b io g rá fic o im p re so e n M a rac aib o e n 1882, 24 y 26.

406
copiado, parece inferirse que las tropas realistas se mo­
vieron el 27 de enero, con ánimo de atacarle en sus for­
tificaciones de Chopo; o quizá se ha confundido este
encuentro con el ocurrido en San Cristóbal.
Remigio Ramos fue uno de los jefes criollos que ofre­
cieron su espada a la causa realista. Después del armis­
ticio de 1820, junto con Reyes Vargas, Torrellas y otros
truj illanos, se presentó a servir con decisión en el vivac
patriota, convencido como aquellos, de que el armisticio
había sido un gran triunfo moral para la causa de la
independencia. Era un hombre rudo de modales, nada
instruido, pero muy avisado y oportuno en el guerrear.
De natural benigno y hecho a los hábitos del soldado de
la pampa, poseía la sencillez y la sagacidad del llanero.
El General Nariño dejó una noticia benévola sobre un
coronel Remigio que «permaneció armado y en los mon­
tes cuando la pérdida de la República». Es sin duda el
coronel Ramos, de quien erradamente supuso que había
militado siempre en las filas patriotas. Dice asimismo
que «no sabía leer ni escribir», pero por la carta trans­
crita anteriormente se colige que sabía poner su firma
—que allí lo está de su puño y letra— lo cual fuera bas­
tante bagaje de instrucción para un soldado secundario
de antaño (y también de hogaño), que suplía su falta
de luces con las dotes de su instintiva experticia y seña­
lada valentía de ánimo.
En el Diario de Angostura para Cúcuta, escrito por el
Precursor, refiere éste su encuentro con el pampero en
el hato de Parmana, entre los pueblos de Altagracia y
Caicara, el 22 de marzo de 1821: «Aquí conocí al coronel
Remigio, que es un mulato de los que permanecieron
armados y en los montes cuando la pérdida de la Repú­
blica. No sabe leer ni escribir, pero tiene una razón clara,
y no sólo me contó todas sus aventuras con mucha ra ­
cionalidad, sino que las reflexiones que agregaba sobre
la guerra eran muy exactas, y aun por ellas pude formar
juicio de algunos generales que no conozco».1
¿Y los derrotados de Mucuchíes?... Después de una
inquieta campaña, no extrañaban el rigor inclemente dei)
i) El P re c u rs o r, 488.

407
su suelo; las alturas de Chitagá y Cachiri debian recor­
dar a muchos de ellos el destemplado viento de los pára­
mos nativos.
En julio de 1815, todavía Urdaneta en los valles de
Cúcuta, recibía una carta de su amigo el general Tomás
Montilla, fechada en Cartagena algunas semanas antes,
que contenía un terrible vaticinio:
«¿Habrá Ud. creído que me he muerto, o estoy en crisá­
lida, o excomulgado? El excomulgado es Ud. que está
separado de la comunión de nosotros los buenos, y próxi­
mo a caer en poder de Calzada. Dios lo ayude y libre de
tal suerte, porque morir a lanza fría es mala cosa. .. » 1
La fortuna le volvió la espalda, en efecto, y el 25 de
noviembre del mismo año, a orillas del Chitagá, el gene­
ral Urdaneta recordaría aquella predicción siniestra,
motivo de hilaridad enantes, y ahora de desencanto y
escozor, enfrente de una tristísima derrota.
1917.i)

i) M em o rias de O’L e a ry , Vol. VI, 449.

408
EL AUTOR DE LA CONSTITUCION

LOS BIOGRAFOS DE SERRANO

El nombre del Dr. Fernando Serrano permanecía ro­


deado de cierta injusta oscuridad hasta el año de 1883,
en que don Victoriano de D. Paredes, invitado por el
célebre compilador venezolano, don Ramón Azpurúa, es­
cribió unas Reminiscencias acerca de su vida pública. La
notoria deficiencia de este artículo no amengua su apre-
ciabilidad histórica, por haber sido su respetable autor
hijo político del procer, y estar por tales nexos de fami­
lia moralmente obligado, si no a acopiar gran número de
datos, sí a prestar a los pocos que obtuvieron una fuente
acreditada y limpia de dónde hacerlos desprender pre­
cisos.
Con anterioridad al señor Paredes, en términos aún
más sucintos, hizo mención de Serrano, don Isidro Villa-
mizar, su contemporáneo, en su informe sobre Los Pro­
ceres Pamploneses, que presentó al Senado de 1850, y
que fue después publicado en la revista Colombia Ilus­
trada, de Bogotá. Son estas dos someras noticias las úni­
cas biografías que poseemos sobre el prócer; lo demás
se reduce a alusiones más o menos ligeras de diversos
escritores, que lo mencionan siempre con respeto, sin
ocuparse con detenimiento en sus servicios, por ser ello
ajeno al plan general de sus obras.
La memoria de este varón merece un abrigo más cari­
ñoso en las páginas de nuestros anales patrios; desde
que se inició la independencia de Nueva Granada, él le
ofreció sus servicios de Magistrado y de Guerrero, en el
corto discurso de su vida pública, principiada en el Go­
bierno de la Provincia de Pamplona, y terminada muy

409
lejos de sus nativos lares, en las remotas playas del Ori­
noco, cuando tal vez se dirigía a ilustrar con gloria su
nombre en el Congreso de Guayana. En los días difíciles
de 1816, Serrano fue elegido por el voto unánime de sus
compañeros, Jefe Civil del Gobierno republicano, cuando
éste se medio organizó en triste aunque gloriosa conva­
lecencia, en medio de la solitaria región de Casanare,
a donde se había refugiado una parte de las reliquias
del ejército patriota, buscando en la extensión de la
llanura, hospitalario amparo contra la cuchilla del Pa­
cificador.
Este nombramiento, destinado a apaciguar las rivali­
dades y emulaciones, que pudieran surgir entre otros
jefes, fue indudablemente discernido a la honorabilidad,
a la virtud y al talento de Serrano, a modo de noble
recompensa a su obsesionado desvelo por la salud de la
Patria con que remata y finaliza su carrera de hombre
público. Y como si sus contemporáneos previesen el error
e injusticia de las generaciones posteriores, todos le ro­
dean con deferente subordinación, le forman todos at­
mósfera de prestigio, de sus méritos y capacidades hablan
todos con elogio. No tuvo que soportar, pues, el odio de
sus compañeros como muchos de nuestros hombres pú­
blicos, pero le estaba reservada la indiferencia de la
historia.
El señor Paredes se quejaba y con razón, de que nues­
tros historiadores no lo mencionan «sino raras veces y
de una manera enteramente frívola e incidental». Pero
esto es explicable en atención a que Serrano, hombre
civil más que militar, pasa como escondido entre las
narraciones de nuestra guerra magna, y ya se sabe que
en ellas la obstinación de las batallas y el estruendo
marcial de los triunfos apagan por completo el campo
apacible donde otros obreros laboran, sin tanto estrépito
pero con igual decisión, por el esplendor de la misma
bandera, bajo cuya gloriosa sombra se han agrupado con
más fortuna los que defienden la Patria con la espada,
que los que la preparan sendero de gloria con el pensar
fecundo.
El autor de estos apuntes no pretende ser original, ni
está en condiciones de agregar nada nuevo a lo que han

410
dicho ya sobre Serrano aquellos escritores; ni siquiera
puede exhibir algún documento inédito, relacionado con
la vida del prócer, pues, no ha tenido a la mano archivos
que consultar; aspira solamente a coleccionar y prolon­
gar los datos reunidos por Villamizar y Paredes, agre­
gando algunas observaciones propias, encaminadas a
sacar de la penumbra que lo cubre, el nombre ilustre del
benemérito gobernador de Pamplona.

LA FAMILIA DEL PROCER


Entre los antepasados del Dr. Fernando Serrano, debe
de figurar un valeroso gironés llamado don Antonio Se­
rrano, que se distinguió al servicio de la causa realista en
la ciudad de su nacimiento, en la época de la revolución
de los Comuneros.
Sabido es que la antigua ciudad de Girón opuso fuerte
y formal resistencia al movimiento iniciado en el Socorro
y San Gil, y que sus moradores todos se prepararon para
defenderla con cierto belicoso entusiasmo, desconocido
antes en la tranquilidad de los días coloniales.
En una casual escaramuza que hubo en las afueras de
Piedecuesta el 21 de marzo de 1781, los habitantes de esta
ciudad, capitaneados por el Dr. Ramón Ramírez, recibie­
ron al Ayuntamiento y vecinos de Girón con piedras en
la mano, como suele decirse para ponderar una mala
acogida; pero esta vez fue con piedras de verdad, lanza­
das por hondas, única arma de que se proveyeron para la
reyerta, a que contestaron los de Girón con los disparos
de unas cuantas escopetas. Entonces, nuestros elementos
de destrucción no se habían perfeccionado tanto, y era
nuestra milicia tan rudimentaria como la de los escola­
res de todos los tiempos. En esa escaramuza se halló don
Antonio Serrano, de la familia de nuestro biografiado,
con otras personas principales de Girón.
Hubo dos muertos y unos pocos prisioneros que los ven­
cedores se llevaron; pero muy caro les costó esta victoria,
pues, pocos días después vieron ocupada su fiel ciudad
de Girón por los Comuneros del Socorro, San Gil y Za-
patoca, quienes saquearon varias casas e impusieron al­
gunos empréstitos. La de don Antonio Serrano fue una
de aquellas y él mismo fue castigado con un empréstito

411
de $ 500 y un año de destierro, pena ésta última que pro­
bablemente no cumplió en vista del triste desenlace de
la Revolución.
No está bien dilucidada la cuestión del lugar de naci­
miento de Serrano. Aunque la versión más común dice
que era natural de Piedecuesta; no hay ningún documen­
to que lo confirme ni se ha encontrado su fe de bautizo.
El mismo señor Paredes escribe: «Entiendo que nació en
Piedecuesta, de padres o abuelos españoles, que se habían
establecido en Cácota de la Matanza». El sentido dudoso
de estas palabras sugiere que pudo no ser aquella ciudad
la cuna del procer, que nosotros trasladaremos a Girón,
centro social y comercial muy importante de aquel tiem­
po, residencia de varias familias acaudaladas, una de las
cuales llevaba el apellido Serrano, raizal de allí.
Corresponde, pues, a Girón y a Piedecuesta la cabal
resolución de este punto histórico, por medio de una
honrosa disputa como la que sostuvieron Concepción y
Rionegro para esclarecer el nacimiento de Córdoba. Y
es bien raro que no se haya verificado ello aún, cuando
un laudable egoísmo regional y cierto sentimiento de ve­
neración por los patricios, innato en nuestros pueblos, son
el mayor acicate de éstos en esas lides de investigación
histórica, que tanto honran sus anales como pregonan y
evidencian su civismo.
La confusión provino de haber estado en Girón du­
rante largo tiempo la casa solariega de los antepasados
de Serrano y de haber tenido el prócer en Piedecuesta
el establecimiento de sus negocios particulares; pero ha
desaparecido del todo con el hallazgo de la partida de
Bautismo en Matanza, debido a los esfuerzos del señor
B. Matos Hurtado:
«JHS. - Diócesis de Nueva Pamplona. - Vicaría Foránea
de S. Gabriel. Ministerio Eclesiástico Parroquial - Ma­
tanza, abril 25 de 1915. El Infrascrito Cura Párroco Certi­
fica: Que en el libro de Bautismo de este Archivo, corres­
pondiente al año de mil setecientos ochenta, al folio
ciento veintiuno (121), se encuentra una partida que a la
letra dice: En esta Parroquia de la Matanza en veinte y
cinco de enero de mil Spts y ochenta yo el Infrascripto
Cura y Vics. baptisé sub conditione puse Solemnemt Oleo
y Crisma a vn Niño de edad de ocho meses que se llama

412
Manuel Fernando, hijo legmo de Dn Xavier Serrano, y D^
Antonia de Vribe, mis feligreses. Fueron sus Padns Dn
Antonio Serrano, y D4 Marina Rey, a quienes advertí el
Parentesco y Obligns doy Fee. — D. Juan Agustn de la
Parra y Cano. — Hay una rúbrica. Es fiel copia. -— Ramón
M. Vera V., Pbro. — Rúbrica. — Hay un sello».
El señor Matos Hurtado da otras noticias acerca de la
parentela de Serrano: «Fueron sus padres el Alcalde de
la Santa Hermandad don Pedro Javier Serrano y Duran
y doña Antonia de Uribe y Mantilla; el primero, hijo le­
gítimo de don Baltasar Serrano y de doña Juan María
Rodríguez y Duran, y la segunda, hija legítima de don
Francisco Javier de Uribe y Salazar, y de doña María An­
gela Mantilla, nobles y acaudalados vecinos de la ciudad
de San Juan de Girón, en el Nuevo Reino de Granada.
De este primer matrimonio nacieron once niños que lleva­
ron los nombres de Rudecindo, quien andando el tiempo,
fue un ejemplar religioso de la Orden del Seráfico Padre
San Francisco; Cirilo, Gertrudis, Mauricia de las Mer­
cedes, Fernando, José Cleto, José María, Alejandra, her­
mosa dama que fue religiosa profesa de Velo Negro en
el Monasterio de Santa Clara; Luis, José Bernabé y Ma­
ría Antonia».1
Serrano fue educado en el Colegio de San Bartolomé,
en donde obtuvo el diploma de abogado, poco antes de
1810. Trasladado a Piedecuesta, allí le sorprendió el mo­
vimiento del 4 de julio en Pamplona, el cual desde luego
secundó con decidida simpatía, organizando tropas y re­
cursos para apoyarlo. Hacia aquel tiempo, joven milicia­
no, de apuesto continente y bien dotado de intelectuales
prendas, contrajo matrimonio con la señorita Rosa Cal­
derón, oriunda de la villa de Girón.12
1) B. M ato s H u rta d o , F e rn a n d o S e rra n o y U ribe. A rtíc u lo p u b lic a d o e n
los A n ales d el C oncejo d e P a m p lo n a , N9 19 d e agosto d e 1915, «dedicado
a la m e m o ria d e l ilu s tr e p a tr io ta D o cto r F e rn a n d o S e rra n o U rib e y com o
re c u e rd o d e la fie s ta c e le b ra d a el 17 d e m ay o d e 1915 con ocasió n del
p r im e r C e n te n a rio d e la p ro m u lg a c ió n de la C o n stitu ció n d e la a n tig u a
y g r a n P ro v in c ia d e P am p lo n a» .
2 ) E n 19 d e d ic ie m b re de 1841 fa lleció e n C ú c u ta d o ñ a R osa C a ld e ró n ,
v iu d a d e l D r F e rn a n d o S e rra n o , de ed a d de 66 años, se g ú n re z a la p a r ­
tid a d e d e fu n c ió n , s u s c rita p o r el P re s b íte r o C u ra D n. J u liá n F e rn á n d e z .
F u e h ija le g ítim a d e d o n J o a q u ín d e C a ld e ró n y d e d o ñ a J a v ie r a de
E s tra d a , ric o s v ecin o s d e G iró n , se g ú n d a to q u e a p u n ta el m ism o M atos
H u rta d o .

413
SUS PRIMERAS ARMAS

Pronto podría convencerse de que los sucesos en Pam­


plona, Socorro y Santa Fe, no tuvieron eco inmediata­
mente simpático en el suelo de su nacimiento y lugares
vecinos.
En efecto, la ciudad de Girón, fiel a sus tradiciones de
amor y respeto a los Reyes de España, encabezada por
su Cabildo, dirigió todos sus esfuerzos a fin de desvirtuar
el grito revolucionario de Pamplona, en lo que parece
había además cierta rivalidad con esta población, por h a ­
ber sido Girón despojado de la categoría de Corregi­
miento y anexado su territorio a la Provincia de Pam­
plona desde 1808.
El Padre Eloy Valenzuela, cura de Bucaramanga, sa­
cerdote ilustrado, quien por su respetable carácter y su
larga parentela residente en Girón, gozaba de altas in­
fluencias en esa sociedad, las interpuso todas en el sen­
tido de hacer frustráneo el movimiento de Pamplona, ta ­
rea en que le ayudaba la clase principal de allí, formada
por españoles natos. En Girón se estableció una Junta
que llevaba el propósito de contrarrestar la de Pamplona
y Presidente de ella fue nombrado el mismo Dr. Valen­
zuela, que disponiendo de los recursos que le ofrecía su
propio valimiento y prestigio «trató de asegurarse de los
pueblos de Piedecuesta y Bucaramanga», según testimo­
nio del Dr. Francisco Soto. Fácilmente lo conseguiría en
el último, que era entonces, una aldea de escasa signifi­
cación, mas no de igual suerte en el primero, lugar más
poblado y evidentemente más culto, que patentizó su ad­
hesión a la causa de la República, designando represen­
tante al Dr. José Gabriel Peña, para la Asamblea General
reunida en Pamplona en 17 de noviembre de 1810, con
el objeto de elegir Diputado al Congreso General del
Reino.
«El Dr. Fernando Serrano, escribe Villamizar, desde que
supo en Piedecuesta, donde vivía, el suceso del 4 de julio,
se decidió por la causa proclamada, y la influencia de
que allí gozaba tuvo una gran parte en las pruebas de
patriotismo con que desde entonces se distinguió aquel
pueblo. El Dr. Serrano fue vocal de la Junta; continuó

414
después de la disolución de ésta, prestando sus servicios
en otros destinos, en comisiones y en el Ejército, donde
había adquirido crédito de valiente; y todos estos pre­
cedentes unidos a su genio activo y emprendedor, le daban
un prestigio general que lo condujo, como el hombre de
las circunstancias, al primer puesto de la Provincia».
Aunque Serrano no estaba en Pamplona cuando ocu­
rría el tumulto que originó su independencia, los inicia­
dores de ésta tuvieron en cuenta su nombre para desig­
narlo entre los respetables Vocales de la Junta Suprema.
Se ve, pues, que por su claro consejo e ilustración, ya era
ventajosamente conocido por sus compatriotas, a quie­
nes de seguro habría escrito o expresado sus ideas como
celoso y anuente sostenedor de la bandera que se enar­
bolaba en la capital del Corregimiento.
Recibió en seguida de la Junta de Pamplona un nom­
bramiento importante, refiere Paredes: «fue proclamado
Comandante el año de 1812 de las fuerzas que batieron a
las de Girón y Bucaramanga, constantes éstas de más de
600 hombres, y aquellas de sólo 60; acción que tuvo lugar
en el sitio de Mensulí, y que dio por resultado la toma de
Girón y Bucaramanga, y el perdón de todos los prisio­
neros, aunque habían sido los agresores; pues que qui­
sieron someter a Piedecuesta, por la fuerza, a su dominio».
El riachuelo de Mensulí queda situado al norte de Pie­
decuesta, entre esta ciudad y el pueblo de Florida, más
cerca a la primera. En las inmediaciones de Piedecuesta,
ocurrió, pues, esta acción de que ningún historiador da
noticia.
Sin embargo, parece ser este mismo combate el librado
por el Coronel Manuel Castillo, contra el General Correa
el 9 de enero de 1813; al paso del Jefe español, que pocos
dias antes había salido de Cúcuta, frescos los lauros que
recogiera en San Antonio del Táchira, se reunieron a su
ejército los voluntarios de Girón y de Bucaramanga, los
que, con todo, no fueron suficientes para darle el triunfo.
El mismo Correa tuvo por móvil al emprender esa cam­
paña, la opinión favorable de aquellos dos pueblos, que
si gozosos le recibieran, despediríanle con la desencan­
tada resignación de una esperanza perdida.

415
Quien dirigió esa acción fue Castillo, como queda di­
cho, y Serrano debió figurar a su lado, pero sólo como
segundo.
Contrariado en sus planes, el español regresó a Cúcuta,
y Castillo se dedicó a organizar y disciplinar su batallón,
con el cual se presentó a Bolívar en San Cayetano a fines
de febrero de 1813, y colaboró a desalojar a Correa en
aquella villa, donde éste tenía establecido su cuartel
general.
Ese combate de Mensulí o Piedecuesta fue muy impor­
tante bajo dos aspectos: hizo retroceder el empuje de la
invasión realista y contribuyó a vigorizar la opinión re­
publicana, un tanto decaída por la derrota del Goberna­
dor Peña en junio de 1812, en el Táchira. Bien podrían
haberse envalentonado Castillo y Serrano con el lisonjero
éxito de la jornada de Mensulí; sus tropas colecticias y
mal armadas, opuestas a las españolas, de mayores co­
nocimientos y provisiones militares; aquellas en país
hostil, sin haber ensayado antes el bélico torneo; éstas
en una comarca en donde la opinión les era adicta y el
recuerdo del triunfo anterior hiciera casi indisputable
la conquista del otro. Pero no que el número de las unas
se viese diez veces excedido por el de las otras. El señor
Paredes escribía en un tiempo en que todavía era usual
el ganar nuestras batallas a los españoles siempre con
número menor de fuerzas; pero el transcurso del tiempo
ha desapuntalado aquella moda y purificado la antigua
crítica histórica en que sólo entraban como factores las
no bien ahogadas pasiones del sentimentalismo patriótico.
Además, hay que reconocer en las filas republicanas cier­
ta sindéresis y buen sentido que les impidiese enfrentarse
con 60 soldados a 600 enemigos.
En octubre de este mismo año (1813), fue derrotado
Santander en el Llano de Carrillo y Serrano, que ya para
aquella fecha había sido nombrado Gobernador de Pam­
plona, se trasladó a Piedecuesta con todo el tren guber­
nativo. Entonces fue cuando llegó Mac-Gregor allí, ha­
biendo recibido de Serrano eficaces auxilios para su
campaña de Cúcuta.
En aquella emergencia desplegó Serrano, en efecto, su
talento de organizador militar a raíz de una derrota de

416
tan desastrosos efectos como la de Carrillo; levanta fuer­
zas con extraordinaria rapidez en Piedecuesta y La Con­
cepción, las instruye y disciplina en cuanto lo permitía
la táctica criolla de antaño, poniéndolas a disposición del
General escocés para la próxima campaña. Ni fue menos
eficaz la ayuda de éste en Málaga y la de García Rovira
en el Socorro, lográndose reunir con la acción combinada
de los tres Jefes, un regular ejército de 1.400 hombres,
armados de fusiles y lanzas, bajo las órdenes inmediatas
de Mac-Gregor y Rovira, entre tanto aue Serrano quedaba
en Pamplona en sus funciones de Jefe Civil de la Pro­
vincia.
Este nombramiento, con que el Gobierno distinguió a
Serrano, satisfizo en general la opinión pública, pues, era
hombre instruido, de descollantes capacidades intelec­
tuales, y señalado por su mesura, desembarazo y expedi­
ción en el desempeño de las labores administrativas. Fue
el tercer Gobernador de la Provincia, que inmediatamen­
te antes habían regido los honrados patricios, Dr. José
Gabriel Peña y el Dr. Rafael Valencia.

EL ESTATUTO DE PAMPLONA
A pesar del constante azar e inquietud de aquellos
tiempos, Serrano concibió y llevó a cabo el propósito de
reunir una Asamblea Constituyente en Pamplona, lo que
se verificó en 1815. Ante aquel cuerpo, compuesto sin du­
da de los hombres prominentes de la Provincia, presentó
un proyecto de Constitución para la Provincia de Pam­
plona, que fue sancionado con algunas modificaciones el
17 de mayo del mismo año.
El señor Paredes, que conoció ese documento, habla de
él en términos harto elogiosos: «Constitución tan liberal
y tan buena para aquellos tiempos, que fue, puede decirse,
la que sirvió en gran parte para la que se expidió en el
Rosario de Cúcuta en 1821».
«En esa Constitución se explica y se consagran co­
mo parte integrante de ella, los derechos del hombre; se
consagra la libertad de los esclavos, en términos más
amplios de los en que se formuló luego en la Constitu­
ción expedida el año 21 por el Congreso de Cúcuta. Aque-

417
lia Constitución es un preciosísimo documento, que aun­
que se resiente algún tanto en su forma, etc., de los
tiempos y circunstancias en que fue sancionada, entraña
los más avanzados principios sociales de libertad, de de­
mocracia, de progreso y civilización universal. Constitu­
ción que en su fondo ha podido servir de cartilla segura
a todos los políticos modernos».1
El mismo escritor, ateniéndose al respetable testimonio
del señor Villamizar, contemporáneo de Serrano •—según
se ha dicho— agrega que la referida pieza «fue concebida
y redactada por el Dr. Serrano, quien luego la sancionó
y publicó en su calidad de Gobernador y Capitán Ge­
neral».
De cualquiera manera el proyecto de esa Constitución
es un título de honor con que se presenta en la historia
el Gobernador de Pamplona. Sin entender la palabra li­
beral en el sentido sectario que le han dado las pasiones
políticas, es fuerza convenir que la expedición de ese do­
cumento fue un ensayo plausible, a todas luces meritorio,
que iba inspirado en principios de auténtico civismo.
La libertad de los esclavos consagrada en él, acrisola su
valor republicano, pues, fue ese un triunfo lento y difícil
de nuestras instituciones, por ciertas razones jurídicas
que alegaban los propietarios, no siempre generosos y
altruistas.
El primer acto público de la Nueva Granada tendiente
a suavizar la condición de los esclavos, se remonta ape­
nas al 20 de abril de 1814, en cuya fecha fue expedido
por el Estado o Provincia de Antioquia, a iniciativa del
gobernador don Juan B. del Corral. El segundo lo halla­
mos en la Constitución de Pamplona de 1815, en que su
autor, el gobernador Serrano, lo impuso como una medida,
propicia para la gloria de su nombre y benéfica para los
fundamentos de la República.
La Constitución, que lleva por título Reglamento para
el Gobierno provisorio de la Provincia de Pamplona, re­
impresa con ocasión de la festividad de su Centenario,
fue publicada en Tunja en el mismo año de su expedí-i)
i) V icto rian o d e D. P a re d e s. R e m in iscen cias so b re el D r. F e rn a n d o
S e rra n o . (P a p e l P e rió d ic o Ilu s tra d o . A ño II, N9 43, 1883).

418
ción, en la Imprenta del Estado, por entonces a cargo
del ciudadano Francisco Xavier García. Lleva las firmas
de los siguientes miembros del Colegio Constituyente.
Antonio Rodríguez, Presidente; Pbro. doctor Pedro Sal­
gar, Vicepresidente; Luis Serrano, Francisco de Paula
Calderón, Domingo Guerrero, Silverio Sarmiento, José
Gregorio Castellanos, Vicente Almeida, Pedro Soto y Pbro.
Doctor Elias Puyana, Elector Secretario. Consta de ca­
torce Títulos divididos en ciento sesenta y ocho artículos,
al fin de los cuales tiene esta nota de sanción: «Por tanto,
ordeno y mando a todos los Tribunales, Xefes, y autori­
dades, así civiles como militares y eclesiásticas tengan
el Reglamento inserto, como Ley fundamental de la Pro­
vincia, y Que lo obedezcan, y hagan obedecer, cumplir y
executar inviolablemente en todas sus partes. Dado en
el Palacio de Gobierno de la República de Pamplona, a
22 de mayo de 1815. 5<? Fernando Serrano. José María Na­
varro, Secretario de Estado»
«El espíritu y las disposiciones de la Constitución son
perfectamente republicanas; es verdad que adolece de
algunos defectos, que entra en minuciosos detalles y que
peca por una exagerada reglamentación, impropia, tal
vez, de la sobriedad de una carta fundamental; defectos
son’ estos perdonables si tenemos en cuenta la época y
las difíciles circunstancias de nuestros representantes,
quienes dictaban las leyes frente al campamento enemi­
go, pero, en cambio de esos pequeños defectos, rebosa y
campea en todo este Código un espíritu altruista y de­
mocrático que hace de él un noble y alto exponente de
las humanitarias ideas y de la honradez política de los
Legisladores pamploneses. Y no se nos diga que los erro­
res de nuestra Constitución, son hijos del atraso y de
la desidia con que el Gobierno español miraba el estado
intelectual de sus Colonias; algo habrá de esto; y es cier­
to que el analfabetismo era casi completo en las masas
populares, pero, no hay que olvidar que las fundaciones
de colegios, que databan del siglo XVII, dieron, tanto a
la parte noble de la población, como a la clase regular­
mente acomodada, un no despreciable caudal de ilustra­
ción; y hoy, que contemplamos serenamente desde la
radiosa lejanía de algo más de un siglo, la obra instruc-
cionista de la dominación española, seria una absurda

419
y necia parcialidad renegar de toda ella; la lectura de
nuestra Constitución nos da la íntima certeza de que sus
autores no son jamás el producto de una sociedad en
estado de barbarie...» 1
«Suspende y sobrecoge de admiración el espíritu, la
consideración de que en medio de los cansados días de la
guerra, cuando no tuvo ocios el guerrear, ni silencio el
clarín del combate, cuando no conoció el horizonte patrio
otros blancores que los de las toldas del campamento,
hubiese varones de reposado y discreto dictamen que
pensaran con atención afectuosa en la organización y
afianzamiento de nuestro hogar político. ¿Qué era ello?
¿Era la visión del porvenir, la seguridad del éxito final?
¿Sería acaso el brote vivaz del espíritu que se anticipaba
a festejar los ideales patrios? ¿O influiría en aquella sig­
nificativa determinación de avance cívico, el ejemplo de
las Provincias de Cundinamarca y Antioquia que ya ha­
bían organizado su vida administrativa por medio de ac­
tos análogos? ¿O la sustentaría acaso el justo anhelo de
aprestigiar y consagrar, con un acto imponente y solem­
ne, ante la opinión pública, la causa de la independencia?
«Todas estas causales concurrieron, a no dudar, en la
expedición de aquel Código Provincial: plena certidum­
bre, fe excelsa en los destinos de la Patria; vehemente
regocijo pasional en la falange enamorada del triunfo;
prosecución tenaz del levantado ejemplo de las Provin­
cias; expediente del partidarismo astuto, arbitrio feliz
para adherir en torno a la bandera amada el sursum
corda del sentimiento general; pero por encima de estas
causas, que pudiéramos llamar accidentales, se levanta
una primordial, que pone modalidades de ordenada y
prudentísima dirección en el nacer de aquel luminoso
documento, tal vez juzgado por una reflexión no atenta,
como incómodo y pesado ropaje para el organismo de la
Provincia que lo iba a adoptar; esta causa de que hablo,
interesante e imperativa por su aspecto sociológico, era
la adaptación del método, la precisión en la norma, la
seguridad para la guía, el carril para los negocios públi­
cos, en una palabra, el orden, el orden político en la in- i)
i) M ato s H u rta d o . L a C o n stitu ció n de P a m p lo n a . (O púsculo m o n o ­
g rá fic o , 1915).

420
dependencia, y el orden social en la libertad, que nutría
de generosos robustecimientos el gonfalón de los liber­
tadores.
«De esta honrosa evolución de civismo, realizada en
1815, año en que corrió poca sangre y cedió un tanto la
reciedumbre de la tempestad, fue factor notable y orde­
nado sagaz el Dr. Fernando Serrano, que gobernaba en­
tonces la Provincia de Pamplona, con el aplauso general
de casi todos sus conterráneos. Coronó él con sus luces
de estadista el glorioso movimiento del 4 de julio, efec­
tuado en las propias calles de esta histórica ciudad, sien­
do su actuación de gobernante como un mensaje lumi­
noso de orden, que hace contraste con los disturbios que
caracterizaran los cinco años anteriores. Porque 1810 fue
en la Provincia de Pamplona la revolución, y 1815 la evo­
lución; entonces estalló el brote épico del amor patrio,
ahora sobrevenía el sosegado ejercicio de la organización
cívica; allí se multiplicaron los vapores humeantes de
la tempestad, aquí aparecían más claras las modalidades
generosas de la idea independiente. Se habían borrado
ya un poco las gimnasias del brazo para ceder el campo
a las labores serenas del espíritu y de la voluntad.
«De suerte que el contingente que aportó a la guerra
de la independencia la antigua Provincia de Pamplona,
compuesta hace cien años de los Distritos de Pamplona,
Cúcuta, Girón, Salazar y Piedecuesta, con las poblacio­
nes que los integraban, fue doblemente valioso: principió
en un hurra por la independencia y terminó en un canto
a la paz, deidades ambas que adoran los pueblos para
fecundizar sus organismos y hacer suya la seguridad del
porvenir».1
ACCION DE BALACA O CHITAGA
A fines de septiembre de 1814 el General Urdaneta lle­
gó a Cúcuta, con los derrotados del combate de Mucu-
chíes. Acompañaban su maltrecho ejército, una multitud
de familias emigradas, que venían a refugiarse en el Nor­
te de la Nueva Granada, al amparo de nuestras armasi)
i) D isc u rso d e l A u to r, e n el C e n te n a rio de la C o n stitu c ió n d e P a m p lo ­
n a. (A n ales d el C o n cejo , de P a m p lo n a , Op. cit.)

421
republicanas. Es de notarse que muchos individuos de
estas familias fueron colocados en puestos civiles o mili­
tares, y en general, a todos se les brindó oportuno auxilio,
por el respeto que inspiraban las penalidades y el infor­
tunio de aquellos compañeros de causa. El Dr. Serrano
exhibió entonces sus sentimientos de altruismo y a ello
se refiere Villamizar, cuando dice: «En los primeros días
de su gobierno se tuvo noticia de los triunfos obtenidos
por las armas realistas de Venezuela y de la ocupación
general del territorio venezolano por aquellas. Multitud
de familias que antes nadaban en la abundancia y las
comodidades, vinieron entonces llenas de miseria a buscar
un asilo en la Nueva Granada; y el Dr. Serrano, impulsa­
do por el patriotismo y por el sentimiento que inspira la
desgracia, procuró favorecer a esos mártires ilustres de
la libertad —cuya suerte debían seguir muy pronto los
granadinos— proporcionando destino a unos, empleando
su fortuna en socorrer a otros, y excitando con el mismo
objeto la filantropía de los habitantes de la Provincia».
Urdaneta fue llamado por el Congreso, en reserva y
con la urgencia del caso, para que, en unión de Bolívar,
que se hallaba en Pamplona (adonde había llegado por
la vía de Salazar y Arboledas), viniesen ambos sobre
Santa Fe a someter por la fuerza, el Gobierno de don
Manuel B. Alvarez, lo que se consiguió el 12 de diciembre,
mediante una capitulación.
Partidario decidido de los federalistas de la Nueva
Granada, Serrano no ahorró contingente alguno, a fin
de que estas fuerzas siguiesen sobre la marcha al objeto
que las destinaba el Presidente del Congreso. «Serrano
—agrega Villamizar— a quien tocó prestar los auxilios
de marcha de la División, y proveer a la vez de todo lo
necesario a la fuerza estacionada en la Provincia, supo
proporcionar los recursos siempre oportunamente, sin
que por falta de éstos se hubiesen llegado a paralizar ja ­
más los movimientos militares».
Después de toma de Bogotá, Bolívar siguió para el Mag­
dalena y Urdaneta recibió órdenes del Gobierno Grana­
dino, de venir a encargarse de la División del Norte.
Cúcuta estaba ocupado por el Coronel Remigio Ramos,
quien, por razón de la derrota infligida a los realistas en

422
Guasdualito, recibió órdenes de Calzada para retirarse a
Barinas. Pero éste, insigne guerrillero, que aunque des­
provisto de luces, era dueño de una asombrosa actividad
y tomaba sus fracasos como inherentes a las vicisitudes
de la guerra, se internó en los Llanos, siempre con el
designio de invadir por el Sur la Provincia de Pamplona.
Ni se acobardó el español con la derrota que le infligió
el Coronel Joaquín Ricaurte en el pueblo de Chile, el úl­
timo de octubre de 1815. Antes rehecho, se aproximaba
siempre a Pamplona y tampoco amainó en su propósito,
cuando a principios de noviembre el coronel republicano
Antonio Palacios, le dispersó una parte de su ejército en
el sitio de Balágula (en Boyacá).
Como todos los guerrilleros en quienes predominan la
audacia y el valor bruto sobre otras condiciones del áni­
mo, era Calzada un hombre cruel y vengativo, sin la ne­
cesaria educación que contrarrestase aquellos ímpetus,
antes bien aleccionado con el espantoso ejemplo de sus
Jefes en Venezuela. Informado a su paso por La Concep­
ción de que don Ramón Carrizosa había sido uno de los
más activos conspiradores contra Bastús el año 10, nada
menos que el que condujo al Corregidor desde Pamplona
hasta Tunja, dirigió toda su saña contra la familia de
aquel; en efecto, dictó un Decreto confiscando las pro­
piedades de su suegro, don Salvador Jaime del Prado, y
confinando a éste y a su hija, señora Doña Juana Nepomu-
cena Jaime, esposa de Carrizosa, junto con todos sus pe-
queñuelos, hasta los lejanos términos de Casanare. Toda
esa familia iba a expiar el importante papel que des­
empeñó Carrizosa en el famoso 4 de julio, y hubiera sin
duda seguido a su destino, si el R. P. Casas, sacerdote es­
pañol, Cura de Chita, no se empeñase con la escolta en
el sentido de retenerlos en aquel pueblo, hasta el año de
1818 en que regresaron a su país n a ta l.1
Entre tanto, el General Urdaneta había ocupado a Cú-
cuta, el 15 de febrero de 1815, y sucesivamente partió a
San Cristóbal y La Grita, teniendo que regresar en se­
guida, pues la escasez de víveres hacía lastimosa la si-i)
i ) N os tr a n s m itió este d a to n u e s tro e stim a d o am igo do n A n te n o r
M o n te ro , y a fallecid o .

423
tuación del ejército. Ni el Gobierno de Nueva Granada
se apresuraba a enviarlos, ni el enemigo, situado en
Guasdualito permitía el oportuno envío de ganados.
Entre las operaciones militares que Urdaneta llevó a
cabo, fue la principal la de situar una columna de sus
tropas en la montaña de San Camilo (vía de San Cris­
tóbal para el Llano), creyendo con algún fundamento
que Calzada invadiría los valles de Cúcuta por ese lado.
Mas, cuál no sería su sorpresa, cuando a los repetidos
partes de Serrano hubo de seguir a marchas forzadas
para Pamplona, porque ese mismo Calzada venía por
Enciso, La Concepción y El Cerrito, con un ejército fuerte
de 1.800 infantes y buena caballería.
Parece que Urdaneta se rechazó a presentar acción, a
causa de la inferioridad de sus tropas, pero el Dr. Serrano
le animó con temeridad. Torres y Peña al describir la
marcha de Calzada apunta en su poema Santa Fe Cau­
tiva:
«El en efecto marcha hacia Pamplona,
Donde se halla Urdaneta con Serrano,
Gobernante soberbio, que blasona,
Que a sus contrarios tienen en la mano».
«Tales —agrega el poeta en una observación— fueron
las expresiones con que Serrano animó a Urdaneta, que
al principio se resistía a entrar en acción, diciéndole que
sólo eran unos pocos los del señor Calzada, enfermos de
calentura, a quienes tenían en la mano».1
Concuerda esta opinión con la del señor Villamizar,
quien con palabras de seda, hace responsable del fracaso
a Serrano, y calla el nombre de Urdaneta:
«El Dr. Serrano, lleno de ardor patriótico, creyó que
éste podía suplir la inferioridad de nuestras fuerzas, y
con una división de poco más de 800 hombres, entre los
cuales no se contaban 400 disciplinados, presentó acción
en Bálaga a Calzada, quien traía más de 1.500 hombres
aguerridos; y obtenida por éste la victoria ocupó la ca­
pital de la Provincia».i)
i) L a P a tr ia B oba. P ág . 461.

424
El poeta realista ha dejado una pintoresca relación
del combate de Chitagá, aunque con su habitual prurito
de mordacidad, injustamente reprende al General Ur-
daneta de la muerte de un anciano español, don Pedro
Ortiz, que probablemente sucumbiera al romperse los
fuegos:
En la empinada sierra se acantona
la tropa de insurgentes, que no en vano
al ventajoso puesto entonces sale,
porque el realista en sitio no le iguale.
El Chitagá crecido niega el paso,
y su puente cortado los divide,
y a las tropas del Rey en este caso
que acometan parece se lo impide.
Mas cuando todo les servía de atraso,
desde el estrecho valle se despide
la gente vencedora de Calzada,
sin temor de las aguas en que nada.
Apenas pisan la contraria orilla,
sin que tiros rebeldes los detengan,
a dominar desfilan la cuchilla
quienes cortado al' enemigo tengan.
Urdaneta se asusta y maravilla,
que de la cima tiros ya le vengan;
Y a sus soldados que huyen él se agrega,
y a la ciudad a media noche llega.
La desampara en el siguiente día,
con la gente que quiere que perezca
en los páramos de esa cercanía,
donde un auxilio no hay quien les ofrezca.
Pero sella la vil alevosía
su ruin carácter, antes que fenezca
del intruso Gobierno el fiero mando,
un español anciano asesinando.
Veintiséis de noviembre se contaba,
domingo en que Pamplona el dulce viva
al monarca católico entonaba,
a sus armas rindiéndose festiva.
El ilustre Calzada procuraba
reducir a la gente más esquiva,
con tropas que detengan a los que huyen,
y a su suelo los más se restituyen.

425
La acción de Bálaga tuvo lugar el 25 de noviembre por
la tarde y en ella sufrieron los republicanos cerca de
doscientas bajas. Concurrieron varias causas a que les
fuera desfavorable: la suprema ignorancia en que tanto
Serrano como Urdaneta estaban del verdadero estado
de las fuerzas enemigas, cuya cantidad y calidad les h a­
bía apocado Rovira; el empeño y ahínco de Serrano en
presentar acción a todo trance; cierta timidez y vacila­
ción en el obrar del General en Jefe, y por último, la
oferta que había hecho García Rovira de perseguir la
retaguardia enemiga, oferta que no pudo cumplir, sea
por la inoportunidad de sus movimientos, sea por la h a­
bilidad y rapidez del adversario en ejecutar los suyos.
Caballero da un detalle anecdótico sobre las causas de
la pérdida de esta acción, que transcribimos en seguida,
sin acoger de lleno la afirmación de este curioso cronista.
«28 (de enero de 1816). D. Rafael Urdaneta ha entre­
gado el mando al General Rovira, quien, dicen, ha en­
contrado el ejército en mal pie, pues quedó así desde la
acción que perdió en Chitagá, y dicen la perdió por de­
fender a una mujer. Pues Generales de estrado ahora
que habían de estar con los terrores de Marte se hallan
con las caricias de Venus. No hay tu tía, los godos se
entran».1
Quien sabe si realmente el General Urdaneta refugiado
en algunos traveseadores brazos, no supo desenredarse
de ellos y olvidó seguir con atención las peripecias de la
jornada. O, para su mala suerte, se encontraría con algu­
na Dalila, caritativa y hermosa, que ya no le cortase los
cabellos, sino le vendase los ojos por arte de atracciones
mágicas. Ello es que el Gobierno de Cundinamarca le lla­
mó a dar cuenta de su conducta por el descalabro de
Bálaga.
El 26 de noviembre entró Calzada triunfante a Pam­
plona. En la mañana de ese mismo día, salió el Jefe re­
publicano de aquella ciudad, a donde se había dirigido
con el objeto de recoger el parque restante y algunos
documentos de las oficinas públicas. Retrocede en segui­
da y se dirige a Piedecuesta, donde se debería organizar
la concentración de fuerzas.i)
i) L a P a tr ia B o b a. P ág. 231.

426
EN EL ALTO DE CACHIRI

Después de esta acción de Bálaga, fue cuando Santan­


der ejecutó su atrevida retirada de Ocaña a Piedecuesta
—por el camino de Rionegro— pasando casi al frente
de las tropas enemigas y entregando indemnes las que
traía en el Cuartel republicano de Piedecuesta. Allí se
habían reunido nuestros derrotados al frente de los cua­
les se puso Rovira, por la ausencia de Urdaneta, desig­
nando como segundo a Santander.
El ejército republicano se movió hacia Cácota, y Cal­
zada, esquivando el encuentro se retiró a Ramírez —tres
jornadas de Ocaña—, dejando cubierto el alto de Cachiri
con 300 hombres. El 8 de febrero fueron éstos atacados
por fuerzas de Rovira, que obtuvo allí un triunfo de poca
monta, bastante para poner entusiasmo en ellas, aunque
no par aquitarlo a las enemigas.
En Ramírez, Calzada recibió refuerzos de Ocaña con
los cuales atacó a García Rovira parapetado en Cachiri;
fue completamente vencido el general republicano en los
días 21 y 22 de febrero, no obstante el denodado valor y
arrojo con que combatieron sus bisoñas tropas, que me­
recieron aun los encomios del enemigo. El resultado de
la acción para las armas patriotas fueron 300 muertos,
otros tantos prisioneros y la captura de casi todo el par­
te. La desbandada de las tropas paró en el Socorro.
Son importantes los conceptos del ya conocido cantor
de esta campaña, que pasando ahora a narrador sereno,
elogia la bravura de las huestes republicanas y pinta el
trágico blandir de «la desnuda cuchilla ensangrentada»
que se ceba sobre los fugitivos:
La tarde del 21 de febrero
avistan los rebeldes, y se empeña
con ellos una acción, que a lo postrero
de ceder el terreno da la seña.
Pero era su designio verdadero
remontar a los leales a la breña,
do los puertos tenían fortificados
que los dejasen presto destrozados...

427
El veintidós apenas amanece,
en la sangrienta lid su luz estrena,
y la cumbre del páramo aparece
encendida del fuego que la llena.
Cachiri sus contornos estremece
al eco del estruendo que resuena
en sus desiertas y hondas cavidades,
estragos anunciando y mortandades. ..
Sostener la trinchera ya es en vano,
cuando asaltan resueltos los guerreros,
que al peligro conduce el bravo Daza,
cuya fuerza ninguno le rechaza.
La trinchera se gana, pero herido
el valeroso Daza, así la salta,
y otros tiros recibe, a que rendido,
con la piedad a su valor esmalta.
Se confiesa allí mismo y es ungido
del óleo santo, porque a nada falta
don Tadeo Montilla, capellán
que a todos los socorre con afán.
Este suceso tal coraje enciende
en las tropas del Rey, que a fuer de leones,
aunque terco Rovira se defiende,
lo arrojan de sus fuertes posiciones.
De la cima su tropa se desprende,
dejando de cadáveres montones,
pues la sigue la espada vencedora,
de su injuria terrible vengadora.
Sólo escapan los que huyen, aun rodando
por la pendiente opuesta de la loma,
el embarazo de armas arrojando,
y ventajas en huir Rovira toma.
Pero muchos la fuga retardando,
por todos los caminos ven que asoma
desnuda la cuchilla ensangrentada,
que contra ellos ya viene enderezada.
Culpóse con acritud al General García Rovira por la
pérdida de esta acción, de la cual estaba pendiente, por
decirlo así, la vida política de la Nueva Granada. Unos
dicen que el General ha debido perseguir a Calzada, des­
pués del combate del 8 de febrero, utilizando el éxito;
otros que antes de presentar la batalla, mejor le estuviera
la retirada a Bucaramanga en la noche del 21; ni ha

428
faltado quien eche la culpa a los cornetas de los realis­
tas, oídas por primera vez en Cachiri por el ejército pa­
triota. El General Herrán no desacogía esta especie, que
si fue cierta, da idea de una muy rudimentaria organi­
zación de nuestra milicia.
«Me dijo Ud. que deseaba que yo le escribiese la tona­
dilla con que en el Sur se manifestaba la opinión que allí
había de la conducta de nuestros guerreros del Norte en
las desgraciadas funciones de la guerra que últimamente
habían ocurrido; hela aquí:
Guerreros de Cachiri,
En Popayán no hay corneta;
Calad bien la bayoneta
Y no correréis así.

«Para comprender el sentido es necesaria una explica­


ción. En nuestro ejército del Norte no estaban en uso las
cornetas de infantería, y creo que la tropa de él oyó por
primera vez las de los enemigos que vencieron en Cachiri.
La disculpa que nuestros soldados dieron de su derrota
fue que repentinamente se creyeron rodeados de enemi­
gos, porque del frente oyeron el sonido directo de las cor­
netas, y de retaguardia y otras direcciones oían los ecos.
Episodios como éste han sido la causa de que se dé el nom­
bre de P a t r i a Boba a la patria fundadora».1
Lo cierto es que las malas circunstancias en que se h a­
llaban las tropas republicanas, colecticias, mal armadas,
peor disciplinadas, hasta escarmentadas con el suceso
de Bálaga, y los no bien acentuados talentos militares
de Rovira, contribuyeron como augurio desfavorable al
desastre de Cachiri.
El General Santander, segundo de Rovira en aquella
jornada, emitió un juicio sobre éste cinco años después:
«Uds. necesitan organizar la parte militar tan descua­
dernada hoy, y yo podría servirles, porque conozco un
poco mi profesión, y la conozco, no como Rovira leyendoi)
i) C a rlo s M a rtín e z S ilva. B io g ra fía de F e rn á n d e z M a d rid . P á g . 54.
C a rta d e H e r rá n a M ad rid .

429
a Montecúculi, Guibert, Turena y otros, sino viendo el
modo de hacer la guerra en este país y conociendo las
dificultades y obstáculos».1
La batalla de Cachiri fue de incalculables consecuen­
cias funestas para la Revolución: despejó el itinerario
que debían recorrer en ovación triunfal Calzada, Latorre
y Morillo, y como último desastroso efecto, produjo el de
la malhadada escición del ejército patriota, que dividido
en dos escuálidas mitades, tuvo sin embargo un resto de
energía en los Llanos de Casanare con Serviez y un alien­
to de disciplina y confianza en el Cauca con Madrid.
Serrano fue de los que siguieron a Serviez en la emi­
gración de los patriotas a los Llanos, en tanto que su
esposa se dirigía al Sur, a pie, sin recursos y acompañada
de sus pequeñuelos. Los detalles de esta triste peregri­
nación los refiere Paredes así:
«Perdida por los patriotas la batalla de Cachiri, Se­
rrano vendió a menosprecio cuanto tenía: su vajilla, las
joyas de su esposa y hasta su ropa de uso, todo con el
objeto de armar, vestir y pertrechar la tropa con que
siguió a Casanare, a donde se habían dado cita los pa­
triotas para organizar algún Gobierno y la defensa de
la exánime República. Al despedirse de su esposa, y
echándole los brazos, bañado en lágrimas, la dijo: “La
Patria necesita de mis servicios y de cuanto tenemos
para salvarla. Yo sigo para Casanare o Apure, tierras a
donde tú no puedes acompañarme. Te dejo en la miseria
y encargada de cuidar de nuestros cuatro hijos (todos
pequeños). Tu suerte ,será demasiado triste y por demás
penosa, teniendo que emigrar hacia el Sur, como es pre­
ciso que lo hagas para librarte tú y librar a nuestros tier­
nos hijos de la ferocidad española”. Su esposa, partida el
alma, aprobó la determinación de su marido, y habiendo
sabido al día siguiente de esta terrible escena, que los
españoles habrían de llegar dentro de dos días a Piede-
cuesta, y no hallando dinero, ni bestias, ni modo alguno
de emprender su emigración, determinó tomar camino a
pie hacia Bogotá con dos de sus hijas, de las que, una de
tres años llevaba al cuadril, y la otra de cuatro y medio,i)
i) C o rd o v ez M o u re. R e m in iscen cias (T om o V I, P á g . 61. C a rta de S a n ­
t a n d e r a A le ja n d ro O so rio d e B ogotá. M ayo 21 d e 1821).

430
de la mano, pues aunque la acompañaba su hijo mayor,
éste apenas contaba ocho años de edad. Así llegó llena de
angustias a Bogotá, donde una prima suya, priora del
Convento de la Enseñanza, se encargó de tener allí las
dos niñas, mientras ella continuaba con su hijo Silvestre
Serrano, la emigración que seguía hacia el Cauca. Aco­
sada de miseria y de fatiga, pues careciendo de todo re­
curso no podía fletar bestias ni tenía cómo alimentarse,
se quedó en La Plata, donde por su pobreza y por la os­
curidad en que vivía, no se apercibieron de ella los espa­
ñoles; mas luego que regresó a Bogotá y que fue recono­
cida, se la envió presa a Girón, y allí y en Piedecuesta
sufrió graves persecuciones, hasta que la batalla de
Boyacá libró al país de aquellos enemigos.
«Entretanto Serrano escribía a su esposa de Casanare
diciéndole que había llegado allí sin novedad, no sin h a ­
ber tenido que batirse en el tránsito con varias partidas
enemigas que pretendieron impedirle el paso, y que una
Junta de Generales, Oficiales y emigrados, lo había ele­
gido Jefe Civil y Militar del simulacro de República
que había quedado, y que había nombrado a Santander,
y por renuncia de él a Páez, General en Jefe del ejército
patriota. Le ruega que tenga paciencia y esperanza, pues
que se prometían dar en tierra en poco tiempo con todo
el poder español; que pronto se pondrían en campaña
los patriotas con tal objeto. Así se verificó todo; pero
Serrano, después de haberse batido en varias campañas
con los españoles, unido a Páez las más veces, resultó
gravemente herido en uno de los últimos combates, pre­
cisamente cuando se le llamaba a ocupar un puesto en
el Congreso de Guayana, a donde se hacía llevar en
guando, cuando expiró en el camino».

EL PRESIDENTE DE LA NUEVA GRANADA

Serrano fue nombrado con el asentimiento unánime


de sus conmilitones Jefe del Gobierno provisional que
se organizó en los Llanos, tal como una débil lucecilla
en m°dio de las sombras que circuían la fisonomía políti­
ca de la República en aquel año aciago.

431
« ... la desgraciada batalla de Cachiri, escribe Villa-
mizar, lo obligó a abandonar la Provincia y retirarse a
Casanare por Labranza-grande. Allí mereció que aquellos
brillantes restos de la Nueva Granada y Venezuela, donde
se encontraba lo más selecto que se salvó de las dos Re­
públicas en el gran diluvio de sangre de aquella época,
lo honrasen con la primera Autoridad Política en el Go­
bierno provisional que se organizó, y de la cual estuvo
encargado hasta que, despojado de ella por el movimien­
to que dio el mando supremo al General Páez, se retiró
a Guayana, donde la fiebre puso término a una existen­
cia debilitada ya por las vigilias, los trabajos, privaciones
y continuas fatigas de dos años, arrebatándonos así uno
de nuestros compatriotas más ilustres».
Un ilustrado viajero, actor en aquella penosa emigra­
ción, refiere la organización del Gobierno civil, propuesto
e instalado también en Arauca:
«Nos retiramos no sin graves dificultades al pueblo de
Arauca, cercano al hermoso río que lleva su nombre, y
que es uno de los mayores confluentes del Orinoco.
«El único suceso importante que había ocurrido en
aquellos días (mayo de 1816) fue la formación de un
gobierno provisional tan simple como lo exigían las cir­
cunstancias en que nos hallábamos. El proyecto fue pro­
puesto por el Dr. Francisco Javier Yáñez, miembro del
antiguo Congreso Venezolano, ahora Juez en Caracas y
uno de los patriotas que por sus luces y principios honran
más a Colombia; él mismo fue nombrado Ministro del
nuevo Gobierno, y Presidente el señor Fernando Serrano,
ex-Gobernador de la Provincia de Pamplona, y Coman­
dante de armas el señor Santander, actual Vicepresi­
dente de Colombia. A este íntegro y digno triunvirato
libramos nuestra suerte estableciendo en un campo de
guerra la Autoridad Civil y el orden legal para hacernos
propicios al Dios de las batallas y de la libertad. Bajo tan
favorables auspicios pasamos el Arauca, y abrimos la
campaña de Apure que será siempre célebre en la histo­
ria militar de nuestra República y uno de los primeros
elementos de su creación».1i)
i) Jo s é M. S alazar. E x c u rs ió n de B o g o tá a la Isla de T rin id a d por
te r r ito r io d e V en ezu ela, e n el añ o de 1816. (B o letín d e la A ca d e m ia N a ­
cio n al d e la H isto ria , d e C a ra c a s, A ñ o II, N<? 2).

432
En el tomo I de la autobiografía del General Páez se
mencionan en una nota al pie de la página 128 (Edición
de Espinal 1888) los Jefes, Oficiales y ciudadanos que le
acompañaron en la Trinidad de Arichuna, batalla del
Yagual y toma de Achaguas y allí figura el Dr. Fernando
Serrano como Gobernador de Pamplona. Asistió, pues, a
estas dos últimas jornadas, libradas respectivamente el
8 y el 14 de octubre de 1816 contra los Coroneles Francis­
co López y Reyes Vargas, participando así de los brillan­
tes laureles con que se adornaba la frente del guerrero
de la pampa.
Del manifiesto dado por el General Páez en Caracas
el 20 de octubre de 1837, que corre inserto en el tomo I
de los Documentos para los Anales de Venezuela entre­
sacamos los siguientes párrafos en donde se hace justicia
al nombre del Dr. Serrano:
«En los años de 1814, 15 y 16 se perdieron Venezuela,
Nueva Granada y también Casanare. Los restos de una
emigración, errantes, combatidos por los infortunios más
dolorosos, y casi sin esperanza de salvación después de
la general catástrofe, se refugiaron en la Trinidad de
Arichuna, en donde se conservaba aún un simulacro de
Gobierno, al cual un instinto de asociación mantenía
algunos resortes de autoridad, que seguían desvirtuán­
dose en razón de la adversidad que nos perseguía. Estos
mismos restos, testigos de mi conducta en Palmarito, en
la Mata de Miel, en Mantecal, en el Paso del Frío, en
Achaguas, y en otros puntos de la Provincia de Casanare,
siendo sólo Teniente Coronel, me eligieron en el año de
1816 Jefe del Ejército que debiera formarse, bajo la ca­
tegoría de General de Brigada, y me confirieron ilimi­
tadas facultades, fiando a mi débil capacidad sus desti­
nos, y encareciéndome sólo la libertad de Venezuela, si
la fortuna me prestaba su protección. Nada me parecía
imposible al verme rodeado de algunos ciudadanos y de
otros Jefes de relevante mérito: los Urdanetas, los Mon-
tillas, los Serviez, los Santanderes, los Yáñez, los Sala-
zares, los Serranos y muchos más a quienes la patria debe
importantísimos servicios y eternos recuerdos.
«Con aquellos pocos valientes que hicieron acciones
heroicas, liberté la Provincia de Apure, parte de la de

433
Barinas y volví a salvar la de Casanare. Unidos después
a los bravos de dichas Provincias y de otras, formamos
el ejército cuya historia, admirada hoy, sabrá apreciar
también la posteridad».
La vida política de Serrano termina en el sitio de Acha­
guas en 1816. De ahí en adelante la más pesada incer­
tidumbre histórica se cierne sobre su nombre de patricio.
Sus biógrafos colocan su tumba en lugar incierto, yen­
do de viaje a Angostura a ocupar su curul de Diputado
en el Congreso de 1819. Se ignora la fecha de su falleci­
miento. Después de cumplir serenamente una misión,
noble para sí y para la Patria, murió este varón ilustre
en las lejanas playas del Orinoco, como Acevedo Gómez
en la montaña de los Andaquíes, solo, en la oscuridad de
una gloria que sólo él comprendía, desamparado acaso de
sus compañeros, minada su salud por la inanición y la
fatiga, sin más paramento fúnebre que la pompa orgu-
llosa del desierto y el continuado lamentar del rio.
1915.

434
LOS ALMEIDAS

. .. Y la guerrilla de Almeida
con su constancia y vigor
sirvió de eficaz apoyo
al héroe Libertador,
y en ella lección tomaron
de sufrimiento y valor
muchos patriotas que dieron
a Colombia prez y honor.
(Romance nacional Los Guerrilleros
Josefa Acevedo de Gómez).
* * *

Al comenzar el mes de mayo de 1812, moría en San


José de Cúcuta, el acudalado caballero D. Juan Gregorio
Almeida, tronco de una numerosa familia, de la cual
existe aún honrosa descendencia en esta ciudad. El 3
de mayo, día de su muerte, fue celebrada una misa so­
lemne de cuerpo presente por el Pbro. D. Francisco José
de la Estrella, Cura por entonces y ya mencionado en
otras ocasiones. Aquel entierro fue uno de los más concu­
rridos y pomposos que hubo en Cúcuta hasta esa época,
porque así lo impusieron las condiciones personales del
difunto y sus dilatadas conexiones en la población, cir­
cunstancias ambas que lo hacían altamente estimado en
todas las clases sociales.
Descendiente Almeida de una familia española cuyo
arribo a América se ignora, había nacido en Pamplona
hacia 1742 y casado con doña Rosalía Zumálave y Belén
oriunda de la misma ciudad.
Era agricultor y hombre de empresa. La actividad de
su carácter y el género de negocios a que atendía, le tra ­
jeron poco después de su matrimonio a Cúcuta, donde

435
tuvo el asiento principal de aquellos. Sus bienes estaban
constituidos por inmensos terrenos, de los cuales los prin­
cipales eran: los conocidos hoy con el nombre de Comu­
nidad de los Almeidas, que partiendo del caserío del
Salado, abarcan una considerable extensión de terreno,
cosa de 40 kilómetros cuadrados, yendo a terminar al
Puerto de los Cachos, o más abajo; 1 los del Trapiche, di­
vididos en la actualidad en seis o siete valiosas haciendas,
al Oriente de San José; y la finca llamada Tibabuyes,
en territorio de Cundinamarca. Multiplicado tren de es­
clavos hacían en ellos las faenas de la labranza, esclavos
que en su mayor parte fueron manumisos por los hijos
de aquel laborioso impulsor de la agricultura de estos
valles.
Poseía, además, gran número de casas en San José, y
ya por la fuerza del capital, como por sus cualidades de
caballero y de hombre de pro, su nombre figuraba en to­
da idea relacionada con el adelanto del terruño.
Once fueron los hijos de ese matrimonio: pero en el
presente escrito sólo nos ocuparemos de dos de ellos, don
Ambrosio María y don Vicente Almeida, los notables gue­
rrilleros de 1817.
Ambos nacieron en Cúcuta de 1780 a 1785 y recibieron
instrucción primaria en Pamplona, completándola luego
en algún colegio de la capital.12 En 1810 formaban parte
1) H em os v isto , e n p o d e r de la fa m ilia S. A lm eid a d e e s ta ciu d ad ,
dos cu rio so s y a n tig u o s d o c u m e n to s p o r q u e se p u e d e ju z g a r la im p o r­
ta n c ia d e los neg o cio s d e u n o d e los m ás so n ad o s c a p ita lista s d e l p r i ­
m itiv o C ú c u ta : Se titu la el p rim e ro «R eal P ro v ic ió n e x p e d id a p o r la
R e al A u d ie n c ia d e B o g o tá a fa v o r d e D. J u a n G reg o rio A lm e id a p a r a
q u e n in g u n a p e rs o n a le d e n tr e a su s tie r r a s a c o r ta r m a d e ra s, n i co n el
p r e te x to d e c a se ría , n i n in g u n o o tro . F u e e x p e d id a e l 18 d e M arzo de
1790 y se p u b licó e n el R o sario y e n ésta» con la s ig u ie n te n o ta a d ic io n a l:
«Hoy D o m in g o , q u e co n tam o s d iez y n u e v e d e e l c o rrie n te m es, y año,
(fe b re ro d e 1792) se p u b licó la p r e s e d e n te R eal P ro v is ió n d e S. A. y su
o b e d e c im ie n to , e n las p u e r ta s d e esta E sc rib a n ía al tie m p o de s a lir de
M isa M ay o r, h a v ie n d o g r a n c o n c u rso d e G e n te , y a só n de c a ja , com o
es u so y c o s tu m b re ( ...i le g ib l e ) p o r d ilig e n c ia p a r a q u e co n ste, y de
e llo d o i fé.—O rtiz, S e c re ta rio E sc rib a n o Real».
E l o tro D o c u m e n to es u n a « P etició n q u e h a c e J . G re g o rio A lm e id a r e ­
c la m a n d o d o s títu lo s d e p ro p ie d a d » y lle v a esta n o ta a l f in : «Lo p ro v e y ó
el S r. D. P e d r o R ic a u rte , A lcald e o rd in a rio d e se g u n d o v o to e n e s ta
V illa d e S o r S a n J o s é d e C ú c u ta a v e in te y dos d e F e b r e ro d e m il s e ­
te c ie n to s n o v e n ta y n u e v e .—L ara».
2 ) E l se ñ o r M ato s H u r ta d o h a h a lla d o la p a r tid a d e b a u tism o d e don
A m b ro sio A lm eid a, c o n fo rm e a la c u a l n a c ió e n P a m p lo n a e l 7 d e D i­
c ie m b re d e 1785. (B. d e H. y A. Vol. X I, 243).

436
de la juventud pamplonesa y ese año, iniciación de nues­
tra agitada vida, les sorprendió en aquella ciudad con
los relampagueos y esplendores del célebre movimiento
de insurrección del 4 de Julio. A partir de esa fecha, los
Almeidas quedan inscritos como soldados decididos en
las filas republicanas.
D. Ambrosio, más activo y en comunicación más fre­
cuente con los patriotas pamploneses, fue elegido miem­
bro vocal de la Junta Provisional Gubernativa creada
por el Cabildo de Pamplona en la noche del 4 de Julio:
y uno y otro, sostenedores firmes del movimiento desde
un principio, firmaron el acta de Independencia de 31
del mismo mes. Es seguro que, dada su posición y las in­
fluencias de sus relaciones, ambos jóvenes trabajasen en
eT sentido de hacer simpática a los cucuteños la idea de
la insurrección, no obstante contar entre sus allegados,
sujetos de condición peninsular, naturalmente hostiles
a aquella, como sus cuñados don Tomás Balanzó y don
Juan Bosch, muertos ambos en el camino del destierro,
el uno en Cuba y el otro en Maracaibo, durante la gue­
rra de independencia.
En 1813, ocupada Cúcuta por las fuerzas republicanas
a órdenes del Coronel Bolívar, fue nombrado don Am­
brosio Almeida alcalde de la ciudad, en sustitución de
don Juan Bosch, que lo era por el Gobierno español.
Tanto éste como su concuñado Balanzó, de alta posición
como comerciantes, experimentaron fuertes pérdidas con
motivo de los excesos a que se entregaron las tropas repu­
blicanas después del triunfo del 28 de febrero; pero de
estas pérdidas se resarcieron, interponiendo el nombre
de don Ambrosio, como medio influyente de hacer efica­
ces sus reclamos. No las tuvo todas consigo el Coronel
Bolívar al atender a éstos, mas considerando el alto pa­
drinazgo en que se habían atrincherado los astutos cata­
lanes, vino en ello, para acreditar con la nobleza de sus
actos la opinión en favor de aquella gloriosa causa, que
le reconocía desde el principio como su más afortunado
y perseverante campeón.
En los tres años siguientes, los Almeidas se nos ocultan
en la historia de la lucha en Colombia; quién sabe si en­
rolados en algún ejército, hubieron de cargar el fusil del

437
soldado, o si escapados de alguna prisión, pudieron salvar
su vida de la cuchilla exterminadora de 1816. Sin embar­
go, como se ha visto en el capítulo anterior, don Vicente
Almeida íue uno de los miembros del Colegio Constitu­
yente de Pamplona, reunido en mayo de 1815, teniendo
en dicho Cuerpo la representación de su nativo suelo.
Aparecen en la escena de una lid constante, prome­
diado el año de 1817, y antiguos concurrentes a las jun­
tas que se reunían en casa de la señora Andrea Ricaurte
de Lozano, recomiendan ante ésta a una mujer «joven
y bien parecida, de color perlado, viva e inteligente»
llamada Policarpa Salavarrieta, que huía de Guaduas,
donde se le perseguía. Desde las nómadas tiendas de su
guerrilla, admiran el ánimo varonil de la Pola y cooperan
a los planes de conspiración que debían enviarse a los
Llanos, sobre los cuales impuso aquel joven y brioso
corazón sus entusiasmos de mujer y su abnegación de
heroína. En los primeros días de noviembre fueron apre­
hendidos algunos de los conspiradores, el 10 se les siguió
consejo de guerra, y en la mañana del 14 fue fusilada
con cinco de sus compañeros la doncella colombiana,
esparciendo con su noble sacrificio, flores de luz para
hermosear su nombre ante el reconocimiento de la pos­
teridad.
«Policarpa contó entre sus amigos conspiradores a dos
próceres, hijos de Cúcuta, que si bien no habrían de
compartir con ella la senda luctuosa del patíbulo, obe­
decieron sus órdenes de instigadora de la conspiración
y secundaron sus consejos, llevando a Casanare el grito
de la heroína que, profecía de triunfo, estalló dos años
después entre las huestes que Bolívar y Santander pre­
pararon para la victoria, dentro de la grandiosa inmen­
sidad de nuestras pampas, que eran a la sazón fábrica y
diseminamiento de héroes autóctonos. Estos dos próce­
res se llamaron Ambrosio y Vicente Almeida, y fervoro­
sos admiradores del valor de la doncella, han sido en la
ciudad los legatarios del blasonado vínculo, convirtién­
dola así en hogar perteneciente a los dominios de su
gloria».1i)
i) D isc u rso d e l A u to r e n el C e n te n a rio de la P o la.

438
Nada dudoso de la suerte que les espera, y deseando
contrariarla, a fuer de soldados atrevidos y valientes, los
jóvenes Almeidas tantean el ánimo de su centinela, ven­
cen su resistencia y ganan su simpatía logrando que los
acompañe en la meditada evasión; y he aquí que en una
de las noches anteriores a aquel nefando 14 de noviem­
bre, van los dos hermanos y el sargento español, su
excustodia, audaces fugitivos, a mover las poblaciones in­
mediatas a Santa Fe, donde los Almeidas tenían justifi­
cados fama y prestigio de expertos oficiales.
La fuga de los Almeidas, acaecida en la noche del 22
de septiembre dio origen a la prisión de su familia. Sá-
mano la ponía en rehenes para apaciguar un tanto la
índole de los guerrilleros.
«En la noche del 19 de agosto de 1817 un capitán del
batallón Numancia, Manuel Pérez Delgado, tuvo denun­
cio de que tres granaderos, Santiago Lara, Pablo Corona
y Bernabé Pulido estaban comprometidos en una sedi­
ción, de acuerdo con paisanos, y los hizo arrestar. Los
granaderos habían servido en las filas patriotas, y como
castigo, desde 1816, se les había incorporado en el ejér­
cito del Rey. Fueron aprehendidos en esa noche, don
Joaquín Castro y sus dos hijos, que habitaban en la h a­
cienda de La Cantera, en jurisdicción de Cota, Pedro
Acero y José Amaya; y con ellos fueron llevados a prisión
Ambrosio y Vicente Almeida, jefes de la conspiración.
«Don Juan Gregorio Almeida, caballero distinguido y
acaudalado, murió en Cúcuta, en mayo de 1812; su viuda
doña Rosalía Zamálave, residía en Bogotá en 1817, con
sus hijas Trinidad, Gabriela, Teresa y Rafaela. El 22 de
septiembre lograron fugarse los Almeidas de las prisio­
nes del Colegio de San Bartolomé, que custodiaba el
batallón Tambo. Los dos Almeidas sobornaron al cabo
de guardia Pedro Torneros, éste apagó la luz del cuerpo
de guardia y ordenó al centinela que fuera a encenderla,
y aprovechando el momento huyeron Torneros y los Al­
meidas. Se hicieron exquisitas diligencias para detener
a los prófugos, y fueron puestas en prisión doña Rosalía
Zumálave y sus cuatro hijas».1i)
i) P e d ro M. Ib á ñ e z . C ró n icas de B ogotá. T . III, 365.

439
Permanecieron escondidos en Macheta (aldea de la
Provincia de Tunja) algunos días, al cabo de los cuales,
organizaron una guerrilla de cerca de trescientos hom­
bres de a caballo, armados de lanza, a la cual se afilia­
ron varios desertores realistas. Como no había sino veinte
fusiles, con escasas municiones, éstos fueron sorteados
entre los más expertos. Su primer triunfo fue la ocupa­
ción de Chocontá, de donde desalojaron la guarnición
que había, y se hicieron sentir en la capital, «avanzando
partidas por el sur hasta Suesca y Nemocón, por el norte
hasta Ventaquemada y por el Ocaso hasta Ubaté».1
Tres bien templados corazones alimentaban el incan­
sable ardimiento y tenacidad de esa guerrilla: los de los
hermanos Almeidas y el del valeroso Juan José Neira,
de quien dijo José Eusebio Caro:
«El hombre prodigioso
Que siempre apareció en el momento del peligro.
Que siempre desapareció a la hora de la recompensa».
Neira era amigo de ambos, y más particularmente de
don Ambrosio, a quien secundaba con entusiasmo en to­
dos sus proyectos y operaciones militares.
La distinguida escritora, doña Josefa Acevedo de Gó­
mez, amiga y admiradora de estos héroes, en el celebrado
romance que hemos citado al poner el epígrafe de estas
líneas, canta las hazañas de la famosa guerrilla, y des­
cribe así la fisonomía del joven cucuteño, reconocido
como su bizarro jefe:
«Buen mozo, pálido, flaco,
De cara franca y risueña
Alto de cuerpo, delgado
Y con nariz aguileña».
Ambrosio Almeida era un hombre extraordinariamente
audaz, dotado de un nervioso e inquieto espíritu de aco­
metividad constante al enemigo, de ingenio perspicaz,
regularmente cultivado, y dueño de vigorosas energías
que sabía poner en práctica a riesgo de parecer temera­
rio. Como muestra de esa resolución de ánimo, citaremos
una anécdota, que se ha conservado como tradición entre i)
i) R e stre p o . H isto ria de C olom bia. T. I, 456.

440
su familia y parece tener cariz de verosimilitud. Tenía
gran pasión por el entretenimiento del billar, hasta tal
punto que ya de guerrillero, sin desentenderse de las
ocupaciones de su inquieto campamento, deliraba por el
taco, las carambolas, y las rotaciones y efectos del ebúr­
neo juguete. Alguna noche para dar cumplimiento a una
apuesta hecha con un compañero, y satisfaciendo a la
vez un capricho de sus afecciones, se encaminó a caba­
llo, seguido sólo de un ordenanza, desde el punto donde
acampaba la guerrilla hasta una de las entradas de Bo­
gotá, donde había un garito, a que solían concurrir mu­
chos oficiales españoles. Uno de éstos inició conversación
sobre los movimientos de la guerrilla de los Almeidas,
dando palabras de elogio a sus jefes y manifestando el
deseo de tener con ellos algún encuentro.
Almeida le estaba oyendo con satisfacción, aunque sin
descubrir su incógnito; pero tanto recalcó el oficial su
deseo de conocer al héroe, que éste blandiendo el taco
con la mano derecha, en ademán dramático, y despoján­
dose con la izquierda de una barba postiza que disfra­
zaba su fisonomía,
— ¡Aquí tiene usted a Ambrosio María Almeida!, díjole
con imperturbable gravedad.
La solemne actitud de altivez, franqueza y valentía con
que había pronunciado esas palabras dejó a los circuns­
tantes con esa impresión de asombro o de respeto que
siempre produce la vista de una acción de noble y resuel­
ta osadía; y entre tanto, el autor de ésta, aprovechán­
dose de la estupefacción de sus contertulios, monta in ­
mediatamente en su bestia, que estaba ensillada en una
hospedería vecina, para regresar impávido al campamen­
to de la guerrilla.
Aquel chico de billar quedó, pues, inconcluso, pero así
y todo, es de los más célebres que se han jugado en
Colombia.
Después de la ocupación de Chocontá, tuvo la guerrilla
dos encuentros en Tibirita y Nemocón con dos partidas
realistas, y ambos sucesos le fueron favorables; estas
noticias llegaron aumentadas a Santa Fe, donde se co­
rrió la especie de que los guerrilleros habían engrosado
sus filas con un ejército de tres mil hombres que venían

441
de Casanare. Alarmado el Virrey don Juan Sámano,
despachó al teniente coronel don Carlos Tolrá con una
columna de seiscientos hombres en persecución de los
audaces guerrilleros.
Los cuales saludaron con sus armas al Segundo de
Tolrá, teniente coronel don Simón Sicilia, en el puente
de Sisga. También aquí la fortuna les protegió y el jefe
español fue rechazado con algunas bajas. «En este en­
cuentro —anota Groot— el atrevido Juan José Neira,
jefe también de la guerrilla, se echó con sable en mano
sobre el teniente de caballería don Gregorio Alonzo, quien
defendiéndose con igual valor, no pudo escapar de morir
en manos del hombre más guapo y audaz que hayamos
conocido».1
A pesar de este triunfo, de que no pudieron aprove­
charse los guerrilleros por razón del pequeño número de
sus fuerzas, ese mismo día (21 de noviembre) fueron
batidos por Tolrá, quien siguió picándoles la retaguardia,
y los alcanzó cerca de Chocontá. Allí se dispersó la gue­
rrilla, con pérdida de seis muertos y diez prisioneros a
quienes el español fusiló en el propio campo.
Tolrá, distinguido por su carácter sanguinario, dejó un
nombre siniestro en aquellas comarcas; aprisionó y des­
pojó de sus bienes en Chocontá y lugares vecinos a cuan­
tas personas pudo, aun por leves sospechas; mandó arca­
bucear a más de cien infelices indios, según la voz
popular, destruyendo huertas y sementeras, todo lo cual
hizo valer ante Sámano como detalle de su hoja de ser­
vicios, porque en efecto, concluida esta campaña, fue
ascendido a coronel efectivo.
Mas no contento con ello, al partir para Santa Fe, dejó
a Sicilia unas curiosas instrucciones de las cuales se han
conservado tres artículos:
«Art. 19. No habiendo ya quedado bandidos reunidos
en este país, resta sólo averiguar los parajes a donde
se han ocultado, cuya diligencia practicará usted fusi­
lando a cuantos aprehenda. Igualmente fusilará a los
alcaldes que hayan colectado gente para los bandidos,
haciendo lo mismo con los demás vecinos que hubieren i)
i) G ro o t. H isto ria E cle siá stic a y C ivil. T. III, 455.

442
contribuido a estos auxilios u otros con el mismo obje­
t o . .. 89 Recolectará todos los caballos, sin excepción
de personas, remitiéndolos a Santa Fe, y publicará ban­
dos muy estrechos para recoger toda arma blanca y de
fuego... 109 Destruirá todas las fraguas que haya en
los pueblos, recogiendo todo el fierro y enviándolo a
Santa Fe. Tibirita, noviembre 26 de 1817. Carlos Tolrá».1
Después del desastre, los Almeidas junto con veintiséis
compañeros se internaron en los Llanos, donde ofrecie­
ron sus servicios al coronel Juan Galea, incansable sol­
dado de las pampas, con quien hicieron la célebre cam­
paña que despejó de enemigos esa región, y que, por las
ventajosas condiciones como se practicaba, atrajo la
reunión de tropas que a órdenes de Santander ensayaban
de antemano las dianas de Vargas y de Boyacá.
Los Almeidas formaron, pues, parte del Ejército Liber­
tador que entró a la capital el 8 de agosto de 1819.
Sámano, sin embargo, quiso vengarse de los malos ratos
que le habían hecho pasar los guerrilleros, y lo hizo en
efecto, aunque de un modo pueril y hasta risible. En un
día de enero de 1818 mandó arcabucear a Santiago Lara,
Bernabé Pulido y Pablo Corona, y al lado de sus cadáve­
res, fueron también ahorcadas tres efigies de trapo, que
representaban a los hermanos guerrilleros y a su prófu­
go favorecedor. Entre tanto, éstos, si acaso fueron adver­
tidos de la noticia, reirían en los Llanos del extraño
castigo que les impuso el Virrey, dando gracias a la Pro­
videncia de no haber caído en manos de semejante
monstruo.
Para llevar una nota más ridicula a aquel trágico trofeo
de ferocidad, uno de los oficiales del batallón Tambo,
hizo la defensa de los maniquíes con estas palabras:
«Señores del Consejo: D. Manuel Molino del Campo,
subteniente de la 29 compañía del Batallón de Infantería
ligera del Tambo y defensor nombrado por los prisione­
ros Antonio (sic) y Vicente Almeida, hace presente al
Consejo, en favor de éstos lo siguiente: que siendo de­
masiadamente notoria la piedad que abriga el magná­
nimo corazón del Soberano que sabia y dignamente nosi)
i) R e stre p o . T . I, 583.

443
gobierna, suplica que los citados Almeidas sean tratados
con toda aquella equidad y conmiseración que demanda
la debilidad de los hombres y puede ser compatible con
la justicia. Santa Fe, 28 de enero de 1818. Manuel Molino
del Campo».1
Terminados los últimos disparos de la guerra de la in­
dependencia, los dos jóvenes cucuteños se retiraron del
servicio. D. Ambrosio casó en Bogotá con doña Josefa
Díaz de Girardot, viuda de don Luis Girardot y madre
del malogrado héroe del Bárbula. Murió en aquella ciu­
dad promediado el año de 1831, sin dejar descendencia.
Su hermano fundó también un hogar en Barichara,
donde unió su suerte a la de la señora doña Petronila
Peñuela, dama principal de allí. Poco después se estable­
ció en Cúcuta, y falleció el 17 de diciembre de 1840.
1908.i)

i) P e d r o M. Ib á ñ e z . O b r. y Vol. C it., 403.

444
GUERRILLEROS MEZCLADOS

Cognomentos de los realistas. Tambo de Cachiri. La lomita


de la Cruz y el comandante José María Colmenares. Refu­
gio de los patriotas en Palogordo y La Garita. Encomiables
rasgos de osadía. El infortunado guerrillero Juan Esteban
Ramírez. M ártires de Ocaña y del Rosario de Cúcuta. El
destierro de las familias de Girón. El Cura de Capacho.
Sargentones y guerrilleros.
:¡í * :¡c

Fuera de los vocablos godos y chapetones, cognomen­


tos los más usuales con que el vulgo bautizaba a los <
españoles en la guerra de la independencia, había otros
menos comunes, como los de argolleros y ñopos, cuya j
etimología será difícil inquirir en la investigación filoló­
gica, aunque no en las ironías del habla popular. Cartas
de Girardot apuntan estas despectivas voces, que según
parece, eran conocidas de un extremo a otro de la Re­
pública.
«El gusto que he tenido al ver que el valle de Cúcuta
está libre de los viles argolleros, se ha mitigado al ver
que no llegué a tiempo del combate por más que redoblé
mis marchas para batir a los ñopos». (Girardot a sus
padres. Rosario, marzo 21 de 1813).
«Por cartas de Maracaibo, fecha 9 del pasado... se
sabe que allí hacía cinco meses que no sabían de Veracruz
y que los piratas franceses y los insurgentes de Carta­
gena cruzaban de tal modo los mares, que nada entraba
ni salía de aquella plaza. Esto está bueno y al fin hemos
de ser libres, aunque les pese a los argolleros». (Rosario,
abril 20 de 1813).1i)
i) B. d e H. y A., T. IV, 47 y 48.
Mas no sabía Girardot que estos argolleros, vencidos y
desalojados de Cúcuta en 1813, debían, tenaces, volver a
ocupar estos valles en 1815 y 1816. En este último año,
el 22 de febrero, en que terminaba la jornada de Cachiri
y empezaba para la patria el más sombrío y doloroso de
sus calvarios, la villa de San José de Cúcuta vio sus coli­
nas del sur teñidas con sangre de sus hijos.
D. Francisco Delgado y Moreno, «teniente coronel de
los Reales Ejércitos, comandante del Tercer Batallón,
gobernador político y militar y juez subdelegado de Ren­
tas Reales de la Provincia de Pamplona» (según el título
que usaba) fue comisionado por el general Calzada, antes
de la batalla de Cachiri, para conducir a Pamplona el
vestuario y otros artículos que venían de Maracaibo para
las fuerzas españolas.
García Rovira, que tuvo ocasionalmente conocimiento
de esta orden, mandó al general José María Mantilla a
que se apoderase del convoy. Mantilla llegó a Cúcuta un
tanto desprevenido y trabó, sin los preparativos sufi­
cientes, una acción con Moreno, el cual le derrotó com­
pletamente el mismo día en que Calzada vencía a García
Rovira. ¡Tal, como si los disparos de Cachiri se oyeran
claramente en Cúcuta, y repercutieran con tan siniestra
casualidad en este suelo que no parecía sino que fueran
los mismos!
Uno de los proceres cucuteños que combatieron en esa
acción, que tuvo lugar en las afueras de la ciudad, hacia
el barrio del Caimán, justamente en el punto llamado
La lomita de la Cruz, fue el comandante José María Col­
menares, cuyo levantado ánimo y probado valor llevá­
ronle a perecer en la contienda. En justo tributo a la
memoria de este prócer, hoy olvidado, se bautizó una
calle de la ciudad antes del 75, con el nombre de Colme­
nares, y era la misma que hoy corresponde a la Carrera
del Ecuador. Ni es raro que el triunfo fuese de los realis­
tas, pues los patriotas tenían allí escasísimo parque, su­
cediendo con frecuencia el caso de que para calzar los
chopos, empleaban a menudo balas de sal de piedra, re­
dondeadas artísticamente.
Poco tiempo después, sobre el sepulcro de ese patriota,
en la poética colina, donde el orégano derrama su per-

446
fume de cortijo y el yabo levanta sus desgarbadas flore-
cillas, se colocó una cruz, que por una tradición patrió­
tica ha venido renovándose cada vez que la saña del
tiempo la destruye. Hay noticia de que otro hijo de Cú-
cuta, de nombre Dimas Vega, asistió también a este
combate.1
La persecución obligó a los patriotas a buscar refugio
dentro de la majestad de las montañas de Palogordo y
La Garita, comarcas incultas, donde entonces, raram en­
te y a privilegiados trechos, se vieran el dorado de los
trigales y el coral de los cafetos. Un historiador, contem­
poráneo de estos sucesos, los refiere así:
«Desde que los realistas ocuparon el norte de la Repú­
blica, muchos patriotas se retiraron a las montañas de
Palogordo y La Garita, situadas en la jurisdicción de la
villa del Rosario de Cúcuta, por no verse en la necesidad
de prestar sus servicios a los españoles, contribuyendo
así a la esclavitud de su patria, y esperando allí una oca­
sión favorable para hostilizar al enemigo sin comprome­
ter infructuosamente la suerte de los pueblos inmediatos.
Estos hombres construyeron sus barracas a ciertas dis­
tancias y en diversas direcciones para vivir separados,
porque así lo creyeron más conveniente a su seguridad;
hicieron labranzas para proveerse de granos y legumbres;
y los patriotas de las inmediaciones los auxiliaban con
otros artículos necesarios para la vida, y con lo más apre­
ciable para ellos, que eran las noticias de nuestros triun­
fos en el Llano. Habiendo logrado los realistas aprehender
en 1818 uno de los individuos de esa colonia, lo pusieron
en tormento —azotándole con varas— hasta que lo obli­
garon a denunciar a sus protectores, y esta confesión
atrajo la persecución de multitud de familias y personas.
El señor José María Villamizar Gallardo, su mayordomo
y todos los peones de su hacienda; las señoras Manuela,
Antonia, Isabel y Luisa Porras, matronas respetables de
la villa del Rosario, y muchos otros patriotas, estuvieron
presos largo tiempo en esta ciudad (Pamplona). Las tro­
pas realistas hicieron varias entradas a la montaña, coni)
i) D eb em o s esto s d a to s a n u e s tro m u y e stim a d o am igo d o n C osm e
D a m iá n N iñ o . (L. F -C . F.)

447
el objeto de aprehender a los que en ella estaban ocultos,
y se dividían en partidas con motivo de saber que los
colonos patriotas vivían dispersos».1
El mismo escritor da noticia de algunos valientes gue­
rrilleros, que no pudiendo hacer eficaces esfuerzos por
recuperar a Cúcuta, los hacían desesperados por defen­
der su vida. Tropas realistas penetraban al enmarañado
escondite de los proceres, quienes frecuentemente se
distinguían por un comportamiento hazañoso y brillante:
«En una de estas incursiones, una partida de cinco
hombres encontró a Salvador Contreras, y éste trabó con
ella una obstinada lucha. Herido en el estómago y arri­
mado a un árbol continuó el combate, conteniendo con
una mano los intestinos que se le brotaban por la heri­
da, y manejando con la otra el sable, hasta que logró
poner en fuga a sus perseguidores.
«Otro día fue sorprendido José María Araque por una
partida de ocho hombres de los cuales logró salvarse a
beneficio de su valor, astucia y serenidad. Se encontraba
solo, como Contreras, careciendo de armas, tuvo que
ocurrir a las piedras para defenderse; después de haber
peleado un rato de esta manera, empezó a llamar a gri­
tos a sus compañeros —que no podían oírle por estar a
mucha distancia— para que atacaran al enemigo por
retaguardia, y aterrado éste, huyó cobardemente deján­
dole cinco fusiles a Araque».
Pero el guerrillero que más se señaló entonces (1816)
por su temeridad y arrojo, fue el prócer cacotense Juan
Esteban Ramírez, que en su asendereada vida de soldado,
muestra un accidente igual al que acaeció a Juan José
Neira, cuando por librarse de los que le llevaban prisio­
nero, se arrojó a un precipicio, prefiriendo estrellarse
contra la dureza de las rocas que no ser víctima de la
sevicia de los pacificadores. Neira salió ileso de la teme­
raria prueba; con menos fortuna Ramírez el abismo
recibió su cuerpo, que aun después de acardenalado y
maltrecho, fue descuartizado en afrentosa exhibición en
la plaza de Pamplona.i)
i) V illam izar. P ro c e re s P am p lo n ese s.

448
En un periódico de esta ciudad, en donde erradamente
se le llama José Esteban Ramírez, hallamos la siguiente
noticia:
«. . .fijaremos nuestra atención en la fúnebre jaula de
hierro que cuelga de una picota en medio de la sala. Esta '
jaula, propiedad del señor Jesús Arias, ha sido forjada
para exponer en una de las plazas de la ciudad la cabeza
del célebre guerrillero de la independencia José Esteban
Ramírez. Después de haber sido durante varios meses
el terror de los realistas, José Esteban Ramírez, vencido,
pidió la hospitalidad a un compañero que vivía en el
páramo. Este le recibió con falsas demostraciones de
amistad y durante la noche fue a venderlo. El desgra­
ciado joven, viéndose perdido, se precipitó de lo alto de
una peña; cogido vivo todavía, en Pamplona fue des­
cuartizado en una de las plazas de la ciudad, y su cabeza
expuesta en la jaula que se encontró hace varios años
en la antigua catedral».1
Parece que fue el de este mártir, víctima infortunada
de la perfidia de un amigo, el primer patíbulo que se alzó
durante la guerra en Pamplona. Otros hijos de esta ciu­
dad dieron su sangre por la causa de la independencia
pero fueron sacrificados en distintos puntos del país.
El 9 de abril de 1816 fueron fusilados en Ocaña el co­
ronel Miguel Carabaño, venezolano, y los próceres oca-
reños Hipólito García y Juan Salvador Chacón. Respecto
del segundo de los nombrados, dice una inteligente es­
critora, que fue uno de los organizadores de «la flotilla
que tan heroica resistencia hizo a Morillo durante el sitio
de Cartagena». En la misma ciudad fueron colgados y
despedazados a machete los patriotas Eugenio Barbosa
y José M ora.12
En el Rosario de Cúcuta, en la tarde del 6 de noviem­
bre del mismo año se levantaron tres patíbulos para los
señores Dr. Ramón Villamizar, José Javier Gallardo y
1) « In fo rm e p re se n ta d o p o r los m ie m b ro s del J u r a d o C a lific a d o r de
la E x p o sició n I n d u s tr ia l y A r tís tic a de P a m p lo n a e n ju lio de 1910 a la
J u n t a D ire c tiv a d e la E xposición». (V éase «La U n id a d C atólica» N9 41
d e ag o sto 18 d e 1910). P a r a d a to s m á s c irc u n sta n c ia d o s a c e rc a d e l g u e ­
r rille r o R a m írez, c o n sú lte se V illam izar L os P ró c e re s P a m p lo n e se s.
2 ) E le n a A re n a s. G e o g ra fía H istó ric a de S a n ta n d e r. B. de H. y A.
V ol. IV, P á g . 197.

449
Luis Mendoza, todos tres personas de significación y ve­
cinos de Pamplona. La tradición dice haber emanado la
orden de estos fusilamientos, del general Calzada.
En reciente documento oficial, dictado en merecida
recordación del sacrificio de estos mártires, se despeja
así el nublado esbozo de su actuación patriótica: «el doc­
tor Ramón Villamizar, vecino de Cúcuta, donde, en su
carácter de juez fiscal del Tribunal de Policía que se
estableció en ella tras la revolución triunfal de 1810,
mantuvo lucha denodada y de brillantes resultados con­
tra los enemigos de la Patria; don José Javier Gallardo,
uno de los más eximios y decididos sostenes del movi­
miento de libertad en Pamplona, como miembro activo
de los Colegios Electorales e impulsor infatigable de la
junta promulgadora de la Constitución que separó esa
provincia del gobierno ibero, y que tanta labor impor­
tante realizara para coadyuvar a la victoria de las armas
americanas en las acciones de Cúcuta, Pamplona, La
Grita, Bailadores y otros campos; y don Luis Mendoza,
valioso elemento civil y militar a la vez, que ilustró nues­
tros anales con elevadas iniciativas de progreso y renom­
brados hechos de combate, de muy provechosa con­
secuencia para el éxito de nuestra vida pública y el
prestigio de las banderas nacionales».1
En 1819 por retaliación de estos sucesos, había también
decretado el Libertador orden de extrañamiento sobre
respetables familias de la ciudad de Girón, que todavía
hacia aquella época, era uno de los más poderosos ba­
luartes de la opinión realista. No sabemos si el destierro
se llevó a cabo, pues es seguro que mediarían influencias
en sentido contrario, tratándose de altas damas de aque­
lla sociedad; los nombres de éstas consideradas como no
partidarias de la idea de la independencia, aparecen en
el oficio que transcribimos en seguida:
«Al Ciudadano Alcalde Ordinario de Primer voto de
Girón.
«No conviniendo al honor de la ciudad el que se abri­
guen en ella personas que por su opinión e influencia han
hecho que no sea una de las más patrióticas de la Nuevai)
i) D e c re to N9 131 d e 1916 (n o v ie m b re 4) d e la G o b e rn a c ió n d e N o rte
d e S a n ta n d e r.

450
Granada; para subsanar esta odiosa nota dispondrá Ud.
el que se extrañen de la ciudad a los lugares que Ud.
crea conveniente, las personas siguientes: Andrés Ramón
Ordóñez, Camilo y Jerónimo Mantilla, José Ignacio Or-
dóñez Chacón, Pedro Landínez, Basilio Serrano, María
Paz Calderón y sus hermanas, Isabel Pérez, Liberata
Nava, Candelaria Calderón, Gertrudis Calderón, María
Ignacia Nava y Paula Calderón.
«Igual providencia puede Ud. tomar con respecto a
todas aquellas personas cuya residencia en esa juzgue
Ud. perjudicial a la Causa Pública. Dios, etc. Cuartel
General de Bucaramanga, octubre 14 de 1819. 9° Bo­
lívar». 1
El trascendental triunfo de Boyacá no desalentó en
mucha parte a los pocos realistas que aún quedaban en
estas regiones, temerosos de la represalia, mas no del
todo escondidos a las armas patriotas. Uno de éstos, per­
tinaz e incansable en su tarea de propaganda, era el cura
de Capacho, Dr. Juan Ignacio Cortés, a quien hizo apre­
hender el general Salón, con el propósito de remitirlo a
Angostura para que el Libertador «le diera el destino que
tuviese a bien». Sin embargo, condolido el militar de la
delicada posición del sacerdote y atento a sus promesas
de avenencia y de sosiego, vino en retenerlo a su lado
para utilizar el influjo de que en el país gozaba. Son cu­
riosos los apuntes que a este respecto ofrecen las cartas
de Salón:
«Destaqué inmediatamente un cuerpo de sesenta hom­
bres de caballería perfectísimamente montado, al mando
del señor coronel Rondón, a picar la retaguardia del
enemigo, y poco antes de llegar a ésta (Táriba) hizo
prisionero al señor cura del pueblo de Capacho, Juan
Ignacio Cortés, que emigraba con ellos y de quien he
tenido los peores informes con respecto a su conducta
hacia nosotros; y considerando lo perjudicial que puede
sernos en ese país por el influjo y conocimiento que tie­
ne en los pueblos, he determinado remitirlo a V. E. para
que le dé el destino que tenga a bien». (Salón a Bolívar.
Táriba, diciembre 30 de 1819).i)
i ) M e m o rias d e O’L e a ry . T. 16, P á g . 495.

451
«Aunque en mi anterior dije a Ud. remitía para Angos­
tura al cura de Capacho, no me resolví nunca, pues me
aseguraron estaba muy arrepentido de sus delitos y que
nos podría servir de algo, haciendo salir los indios que
están en los montes; en fin, él me ha hecho mil ofertas,
las espero ver cumplidas, y de lo contrario haré con él
lo que Ud. me ordene». (Salón a Santander. La Grita,
enero 4 de 1820).1
Pasada o suspendida ya, a lo menos en esta comarca,
la bélica expectativa de los ejércitos, tocó el turno de
las armas a la guerrilla, errante y desoladora, como un
ciclón, que va batiendo a lo largo del camino y en medio
de la dehesa y el plantío sus alas pavorosas y siniestras.
Entre los guerrilleros más feroces y temibles de aquel
tiempo, discurría incesante por los pueblos de occidente
de la Provincia de Cúcuta un teniente catalán, N. Pons,
hombre valeroso y sanguinario, eterna pesadilla del ge­
neral Fortoul, que quisiera castigarle con el fusilamiento,
si ya Carmona no le relevase de ello:
«Pensé haber ganado este año jubileo en Salazar, por­
que el lunes santo marché con una partida por la vía de
Judío a dicha ciudad, y otra mandé por el Baguache
(debe ser Bagueche), con el mismo destino y ambas con
el objeto de sorprender a un catalán Pons, que desde
que entró al coto a Cúcuta tenía inquietos los pueblos
de Cucutilla, Arboledas, Salazar, Santiago y aun San
Cayetano, con una guerrilla de asesinos que ya había
degollado algunos hombres de bien; pero no logré apre­
henderlo allí, porque una partida que vino de Cúcuta
me lo había alborotado; pero sin embargo, al momento
de mi llegada a dicha ciudad alisté una partida de 50
fusileros y di orden al teniente coronel Acevedo persi­
guiera por todas direcciones, hasta exterminio, al cata­
lán. Así fue que llegó hasta cerca de Ocaña en su alcan­
ce; pero habiéndose encontrado con otra partida que
había mandado Carmona, el oficial que la mandaba con­
tinuó la persecución, y éste logró no solamente tomar
al catalán sino a otro español y a un indio, malo, malísi­
mo, y a quien por sus servicios y lealtad al Soberano,i)
i) M em o rias de O ’L e a ry . T om o 27. P ág . 17. A d em ás: B de H v A
Vol. III, P á g . 471.

452
Morillo le había concedido la medalla de plata con el
busto del Rey. Todos tres caballeros han sido fusilados
en Ocaña, según me dice Carmona, de oficio, desde Oca­
ña, el 22 de abril. (Fortoul a Santander. Pamplona, mayo
27 de 1820).1
Merecen también citarse:
José Silverio Pérez, natural de Maracaibo, residió algún
tiempo entre nosotros y murió en este suelo en 1858. El
general Fortoul le coloca en la categoría de los realistas
inquietos:
«¡D. Pacho! ¿Quiere Ud. creerme q u e ... Pacheco y . ..
Silverio Pérez se han presentado? Pues así me lo han
escrito de Cúcuta, y a mi ver creo firmemente que Mo­
rales, Remigio Ramos, y si estuviera vivo Boves, también
se presentaban. De consiguiente, creo no tendremos que
pelear más sino que vamos a ser reconocidos por hom­
bres libres e independientes. ¡Qué contentos estarán los
cucuteños, pues me dice Salón que han venido algunos
buques de Maracaibo y que han traído algunos caldos
(sic), ropas, y que la sal se hallaba a $ 7, carga de diez
arrobas». (Fortuol a Santander. Socorro, enero 8 de
1820).12
Se refiere de don Silverio Pérez la siguiente anécdota:
Siendo gobernador del Socorro por allá en 1815, fue aco­
sado por su inmediato superior con el envío de una con­
tribución de centenares de sombreros para el ejército
realista, con el expreso encargo de evitar en lo posible
el escándalo de una expropiación cuantiosa. Hallado en
tal apuro, el mandatario resolvió el asunto de una manera
equitativa, concibiendo en su magín un impuesto verda­
deramente personal. En el primer domingo, dejó llenar
la iglesia a la hora de la misa mayor, a la que hombres
y mujeres llevaban sombreros según el uso general, los
que iban amontonando en lugar determinado. Cuando
el santo sacrificio hubo comenzado, llegaron los agentes
decomisadores del gobernador y sacaron todos los som­
breros, sin que pudieran chistar los dueños por impedír­
selo la reverencia al culto divino.
1) B. d e H. y A. Vol. II, P ág . 156.
2 ) Ib íd e m . P ág . 151.

453
D. Francisco Delgado y Moreno, de quien atrás se hizo
mención.
José Bauza, teniente coronel de los Reales Ejércitos,
sargento mayor del Regimiento Infantería del Rey, go­
bernador militar y político y juez subdelegado de Rentas
Reales en la Provincia de Pamplona. (1818).
Alfonso o Ildefonso Casas, que fue Alcalde Ordinario
de la ciudad de Salazar y su jurisdicción con residencia
en la parroquia de San Cayetano. (1814).
José Santos Guavita, natural del pueblo de Chinácota,
en donde ejerció el cargo de Alcalde Capitán y Teniente.
Gran picador, hombre alevoso y de procederes villanos.
Se presentó a Correa y a Lizón y fue ahorcado por los
patriotas en el Rosario.
Simón Brito, comandante de la villa de San José.
(1817).
Juan Merchán, teniente del Real Cuerpo de Caballería
en la misma villa. (1817).
José de Quirós, comandante político y militar de estos
valles. (Diciembre de 1816).
Juan de Dios Díaz, cucuteño, acompañó a Lizón en el
combate de Carrillo y a Matute y Casas en el de San
Faustino; herido en este último, siguió con los derrota­
dos hasta el pueblo de San José, jurisdicción de la pro­
vincia de Maracaibo, donde murió.
Muchos de los jefes realistas de segundo orden eran
criollos, como se ha visto; del mismo modo que hubo no
pocos españoles que militaron y sirvieron con ahínco en
las filas republicanas. No sea, pues, nuestro criterio tan
mezquino, que vayamos a tachar a los primeros por aque­
llo, así como tampoco habrá español que blasfeme a los
últimos por esotro. La guerra de la independencia fue
solamente una gran guerra civil, que desprendió estos
pueblos del poder político de la España sin que jamás
pudiera dislocarlos de su raza caballeresca, de su noble
religión y de su majestuoso idioma.
Ni pueden considerarse absolutamente extraños entre
si pueblos que anhelan conquistar el bien supremo de
su independencia política, y nación que quiere conser-

454
varios bajo su dominio para acrecentar y fortalecer su
secular poderío. Los dos grandes caudillos de las dos
soberbias huestes combatientes, el Libertador y el Paci­
ficador, se dan un abrazo de paz en la piedra de Santa
Ana para que el continente colombiano retemblase bajo
la intensidad sublime y civilizadora de aquella alianza,
no por incipiente frágil, de un pueblo que se iba y otro
que surgía de la virgen América. La República pide a
la Madre Patria les dos gayos colores de su clásico pen­
dón para glorificar el suyo, no menos glorioso, y compar­
tir, en cierto modo, el luminoso claror de sus antiguos
blasones.

455
HORIZONTES COMERCIALES

I
El río Zulia. Los indios quiriquires. El prim er mercader
de que se tiene noticia. Cartagena y el puerto de Mara-
caibo. Prim er introductor de ganado. Comercio con Bari-
nas. Proyecto de camino al Llano. Dos ilustres mandatarios.
Un siglo de por medio. Los estudios de Codazzi. Los
generales Hernández y Castaño.

♦ * *

Por un poderoso motivo geográfico, el de pertenecer


a la variada hidrografía del cercano lago de Maracaibo,
el río Zulia ha sido desde remotísimos tiempos la llave
de nuestro comercio. Tres comarcas participan del bene­
ficio de sus aguas: Pamplona que le da vida, Cúcuta que
le brinda fuerza y movimiento alegre, Maracaibo que lo
recibe con agradecimiento en la tersa serenidad de su
lago. Los ríos son —como ha dicho un célebre escritor—
«hijos de las montañas, fecundadores de los valles, men­
sajeros de los continentes, benefactores de los hombres»,
y así es el Zulia, cuando medidas de agresión económica
no le han hecho bastardear de su misión; nace en una
serranía pamplonesa, fecunda el valle cucuteño, trans­
porta los frutos de una rica zona y beneficia dos grandes
porciones de las familias colombiana y venezolana.
Cuando no existía la aldea de Cúcuta, por allá a las
postrimerías del siglo XVI, el comercio, de Pamplona
enviaba sus frutos a la Madre Patria y traía sus géneros
de ella, haciendo uso de esta antiquísima vía, trazada
por la mano misma de la naturaleza, y por la cual dis­
currió el indio con gallarda impavidez en las bulliciosas
excursiones de su navegación primitiva.

457
El transporte de nuestras producciones por el río Zulia
y el lago de Maracaibo data desde el año de 1580 y aún
desde algún tiempo antes, empleándose para el caso
solamente canoas y piraguas. La laguna de Maracaibo
«por los años de 1580 se navegaba con canoas por el río
de Zulia hasta quince o dieciséis leguas de la ciudad de
Pamplona, que era una gran comodidad para toda la
tierra; pero esto duró muy poco porque ciertos indios
llamados q u iriq u ire s por malos tratamientos que les ha­
cían en el pueblo de Maracaibo y Gibraltar, donde ser­
vían, se alzaron (serían hasta cuarenta) y subiendo por
la laguna arriba llegaron hasta cerca de las bodegas del
trato de esta boga, y cogiendo algunas canoas, matando
la gente y robando la ropa, impidieron esta embarcación
y boga por muchos días, hasta que en estos de ahora
(1626) habiendo faltado estos indios, ya se vuelve a
bogar».1
«Solíanle venir las cosas de Castilla —repite el padre
Simón— a esta ciudad por la laguna de Maracaibo y río
de Zulia, que baña sus cimientos desde sus principios,
que no le era de poco útil el tiempo que duró hasta que
atajaron esta navegación los indios quiriquires, que ha­
biéndose alzado, infestaban las costas de la laguna». 12
Los indios de esta tribu de los quiriquires, caracteri­
zada por sus malos hábitos, inquieta, rapaz, turbulenta
y de pronunciada proclividad, fueron encomendados a
un Rodrigo de Argüello, vecino de Maracaibo, que no les
pudo en mucho tiempo traer mansamente a su dominio,
pues en el mismo año de 1580 «desampararon sus tierras
yéndose por la lagua arriba al sur, hasta meterse en la
boca del río de Cúcuta, que es a los principios de ella y
de quien los tiene».3 Durante mucho tiempo obstruyeron
estos indios la navegación del Zulia, hasta el punto de
hacerla imposible si no era resguardada por tropas, y
aún no siempre éstas fueron ocasión de temor para el
asalto o la embestida de aquellos.
1) F ra y P e d ro S im ó n . N o ticias h istó ric a s, T. I. P ág . 38.
2) S im ó n . T . III, 90.
3 ) S im ó n . T. I, P á g . 373.

458
Según refiere el mismo historiador, uno de nuestros
primeros importadores, el Capitán Domingo de Lizona,
fue víctima de la saña de aquella tribu, en ocasión en
que traía mercancías de España para vender en Pamplo­
na. «Navegando por aquel paraje el año de mil y quinien­
tos y noventa y nueve el Capitán Domingo de Lizona,
mercader, con razonable compañía de soldados en su
defensa y de lo que llevaba, no pudo ser la resistencia de
todos lo que bastaba para defenderse de estos indios qui-
riquires, que les embistieron no de emboscada ni de trai­
ción, sino cara a cara en mitad del día, y cercándoles sus
dos canoas, con las muchas que ellos llevaban, le quita­
ron más de veinte mil pesos de mercadería de Castilla,
mataron a los soldados, y a él lo dejaron mal herido de
sus flechas, que son sus armas y no otras, que no pudo
escapar con su vida dentro de pocos días».1
Nuestros frutos iban a Maracaibo y de allí a Cartagena,
puerto comercial el más importante, si no el único del
Nuevo Reino de Granada, durante tres siglos. Al princi­
pio de la conquista solamente en dos veces al año venían
barcos desde Cartagena a Maracaibo, que asimismo zar­
paban de este último puerto cargados con las riquezas
regionales que el Nuevo Reino mandaba a la Patria ul­
tramarina. Con referencia a Maracaibo escribe el P.
Simón:
«Es pueblo de mucho trato por las fragatas que entran
en él dos veces al año, con mercaderías de España, de la
ciudad de Cartagena, a donde también llevan los frutos
de las ciudades de Venezuela y de Mérida, Gibraltar, Ba-
rinas, y Pedraza, Villa de San Cristóbal y ciudad de La
Grita, que cargan en diversos puertos de esta laguna»...
«De la ciudad de Cartagena y otras partes entran fragatas
dos veces al año, por los meses de octubre y mayo, por­
que en otros tiempos no se deja entrar en el puerto: car­
gan de los frutos de esta tierra, que los tienen ya puestos
para el tiempo señalado en estas Barbacoas y puertos,
que son comúnmente mucha harina, tabaco, cacao y biz­
cocho en cuyo trueque dejan de las cosas de Castilla,
ropa, lienzo, vino y otras con que se provee la tierra».1
1) S im ón, T. I. 363.
2) Ib íd e m . T. I. P ág s. 358 y 38.

459
Un antiguo documento sin fecha, aunque se colige tie­
ne la de 1597, titulado Descripción de la Laguna de Ma-
racaibo y Río de la Magdalena, por el Capitán Gonzalo
de Pifia Ludueña, fundador del antiguo puerto de San
Antonio de Gibraltar de Mérida, en la ribera Sur del lago,
habla también del modo como se hacía este tráfico:
«Las ciudades que se podrán aprovechar del trato de
la laguna ansí para las mercaderías de España como para
llevar a la laguna harina y vizcocho en las propias cabal­
gaduras que fueren por la Ropa al puerto, con que estará
muy bien proveída la ciudad de Cartaxena y las armadas
y flotas y toda la costa y la Ysla de Sancto Domingo y
Puerto Rico, porque las canoas que subieren la Ropa ba­
jarán la harina como el día de oy se haze y los navios y
fragatas lo llevan a las partes que tengo dicho, son Tunja
y Pamplona y la villa de Sane Christóval y la ciudad del
Espíritu Sancto (La Grita) y la ciudad de Mérida y la
ciudad de Trujillo, que es de la Governación de Venezue­
la, todas estas ciudades cojen trigo».1
Un caso análogo al del Capitán Lizona, aconteció a
Pedro de Villarroel, hombre de trabajo, que puede consi­
derarse como uno de los primeros introductores de gana­
do de los llanos de Barinas a las poblaciones del Nuevo
Reino. En el año de 1570 viajaba con una partida de ga­
nado, custodiada por diez y seis soldados españoles, cuan­
do, cerca del valle de Bailadores, «salió tanta multitud
de indios de repente, bravos, feroces y bien armados de
sus dardos, flechas y macanas, que asaltando al Villa­
rroel y sus compañeros fue tanta la prisa que les dieron,
por ser innumerables los indios, que no fueron posibles
los bríos españoles con haber muerto gran multitud de
los bárbaros, para no caer todos en manos de la muerte,
fuera de dos soldados mozos...» Avisada del siniestro,
salió gente de San Cristóbal en ayuda del ganadero, al
mando del Capitán Francisco Cazares, y «hallaron los
cuerpos de los españoles, que aún no estaban del todo
consumidos, tan clavados de flechas y dardos, que sólo
el de Pedro de Villarroel, sobre quien, como más valeroso,
cargó la mayor parte y fiereza de los indios, tenía mási)
i) V éase G u tte m b e rg d e M a rac aib o . N° 173 (1911).

460
de ciento que le pasaban de una parte a otra, y tenía
mucho menos una mujer española que también mataron
en la refriega.1
Hay que admirar en estos hombres, Domingo de Lizo-
na y Pedro de Villarroel, y mil más que no mencionan
las crónicas, su arrojado espíritu de empresa, que sopor­
ta todos los reveses y supera todas las vallas, en una épo­
ca en que no había terminado la de la conquista y en
que la mayor parte de los obreros de ésta se dedicaba
con furioso tesón a la conquista del vellocino de oro;
pasan ellos casi siempre desapercibidos en la historia,
porque no los adornan marciales arreos, pero son los hé­
roes silenciosos del trabajo, los que asemillaban paulati­
namente la industria y propendían infatigables por el
progreso de nuestras incipientes villas.
Barinas fue antiguamente una ciudad muy próspera,
famosa por el desarollo de la industria pecuaria que al­
canzó allí colosales proporciones antes de la guerra de la
independencia. Surtía de ganados muchísimas poblacio­
nes de Venezuela y las limítrofes del Nuevo Reino. Don
Joaquín Camacho escribía en 1808 en su Relación territo­
rial de la Provincia de Pamplona:
«El valor que tienen allí (en San José de Cúcuta) los
frutos, es causa de que se dediquen poco a la crianza de
animales, sin embargo de haber buenos pastos y tierras
bastante abiertas donde abunda una planta llamada oré­
gano (Pantana odorata) que da muy buen gusto a las
carnes de los ganados que se alimentan de ella, y la que
se usa también para condimento en las comidas. Las
carnes les vienen de Barinas por San Cristóbal, y se ase­
gura que entran anualmente por aquella vía más de diez
mil cabezas de ganado vacuno. De allí mismo vienen las
muías para los transportes y servicio de aquellas hacien­
das. Las sales se traen de la Costa, internándose hasta
esta ciudad (Pamplona) y otros lugares de la Provincia
que se proveen de ellas cuando escasean las sales de
Chita y Zipaquirá. Los referidos objetos extraen gran
parte del dinero que producen los frutos que allí se cul-i)
i) Ib íd em . T. III, P ág s. 245 y 246.

461
tivan; pagándose también las ropas del Reino y de Cas­
tilla, de que se consume gran cantidad».1
El continuo tráfico e intercambio de productos entre
Barinas y el Norte de la Nueva Granada, dio margen a
nuestros mandatarios de entonces para pensar en una
comunicación directa de Pamplona al Llano. Don Fer­
nando Miyares González, Gobernador de Barinas, a quien
después veremos en Maracaibo revestido de igual cate­
goría, avisaba en 9 de enero de 1787 al Intendente Gene­
ral de la Capitanía de Venezuela, don Francisco de Saa-
vedra.
«Hace cuatro años que por la Justicia y vecinos de la
ciudad de Pamplona, provincia de Tunja del Reyno de
Santa Fe, y con permiso del Excmo señor Virrey, se está
tratando de abrir un camino desde el Valle de Labateca
o de los Locos, hasta donde acaba la tierra montuosa y
empieza la baja colindante con los llanos de esta Pro­
vincia y los de Casanare.
«Las ventajas que siguen a esta Provincia de realizar
tan útil proyecto empiezan por dar un valor crecido a los
ganados que se crían hacia la parte de Arauca, que es un
círculo de tierra inmenso y muy extendido al Sur, lo que
en el día hace poco estimables los hatos por la mucha
distancia, y al contrario, teniendo oportunidad de sacar
ganado y queso por este camino para el Reyno donde se
expenden a buen precio, será en pocos años un ramo
fuerte de comercio, y en cambio no sólo regresarán man­
tas, lienzos y frazadas que son muy baratas y durables,
sino también harinas y algún dinero.
«A esto se sigue que como de aquí a Pamplona se aho­
rra la mitad del camino que hoy es preciso pasar por los
Callejones, Mérida, Grita, San Cristóbal y Cúcuta con
muy malos pasos, quedará reducido el nuevo, según se
considera, a cinco días de Pamplona al río Sarare donde
empieza la tierra baja: tres o cuatro de allí a los prime­
ros hatos de estos llanos; diez días del mismo paraje a
esta Capital (Barinas), y menos si es por el rio; siguién-i)
i) V éase el S e m a n a r io d e C aldas.

462
dose la utilidad de ser mucho más breve y cómodo el ca­
mino a Santa Fe, de donde sólo hay a Pamplona doce
jornadas.1
Ni paró aquí el entusiasmo de don Fernando Miyares,
sino que dio órdenes a su subalterno, don Pedro Ramírez
y Santander, Gobernador de Guasdualito, para organizar
la expedición. Esta salió de allí el 4 de febrero de 1787,
compuesta de sesenta y nueve hombres entre indígenas
y blancos, al mando de don Antonio Useche, «jefe prin­
cipal por ser vecino muy honrado, práctico prudente, y
de mucho espíritu y firmeza», mas no tuvo por lo pronto
resultado fructuoso, por no haber encontrado la que por
la misma época debía de haber salido de la ciudad de
Pamplona, que acaso se extraviara en la inextricable
selva.
Por su parte don Joaquín Camacho, que para toda em­
presa útil tenía las simpatías de su noble corazón de go­
bernante, se lamentaba en términos desconsoladores de
aquel insuceso. En su citada Relación dice: «por el valle
de Labateca confina esta Provincia con los llanos de Ba-
rinas, con los cuales se podría establecer una comunica­
ción directa si se abriese un camino hacia el Oriente. En
días pasados se hicieron tentativas para verificarlo, ha­
biendo vuelto los emprendedores, después de haber ca­
minado, según dicen, veinte o treinta leguas de montaña
por tierras sanas y sin mayor maleza. ¡Cuántas familias
pobres se podrían establecer en aquellos lugares! ¡Qué
ventajas no sacaría Pamplona poniéndose en comunica­
ción con aquellos llanos para proveerse de carnes y ex­
portar por allí sus harinas, que podría expender en todos
los lugares del tránsito, y conducirlas por Apure hasta la
Guayana!»
Gobernador político de Maracaibo más tarde, don Fer­
nando Miyares despachó en 1806 una expedición militar
al mando del Comandante don Ramón Correa, que no
tuvo éxito, y buscaba el de batir a Miranda en Coro; y
en 1808, con motivo de unos pasquines en aquella ciudad
contra el Gobierno español, se acreditó como sujeto de
índole clemente y de reposado y sensato parecer, «deseo-i)
i) D o cu m en to s p a r a la v id a p ú b lic a del L ib e rta d o r. T. I, P ág . 212.

463
so de no economizar sus días para asegurar la tranqui­
lidad del pueblo» según lo expresó en la proclama dirigida
a los habitantes de Maracaibo en aquella ocasión.1
En la Revolución de las Colonias contra la Madre Pa­
tria, Miyares, español, abrazó la causa realista; Camacho
granadino, se afilió a la de la independencia, llegando a
inscribir su nombre en el martirologio de la Patria, en
1816. Pero egregios mandatarios ambos, puede deducirse
del rasgo anterior, que eran de los que cifraban sus des­
velos en la prosperidad de sus gobernados.
El camino cuyo plan trazaron la bonhomía y la previ­
sión de esos dos varones es el llamado hoy del Sarare.
Casi un siglo de desventuras cernió sus trágicos silencios
sobre la idea luminosa, borrando su finalidad simpática
en el corazón de nuestros pueblos, a quienes faltaron días,
ocasiones y lugares para dilacerarse en querellas in­
testinas.
Codazzi, autor de la cartografía más nutrida de Vene­
zuela y de Colombia, virtuoso de la ciencia geogenésica,
que pasa en nuestra historia condecorado con la insignia
de caballero del progreso geográfico de los dos países,
explora la región con facilidad, confirmando por medio
de la observación científica lo hacedero de la vasta em­
presa que en un principio acometieran la fe triunfante
y el sano empirismo de unos andarines.
«Después de visitar también el Rosario de Cúcuta, situa­
do cerca de la frontera con Venezuela, Codazzi remontó
el valle del Pamplonita, hasta que después de cabalgar
casi catorce días, se hallaron en Pamplona, donde se es­
tableció el cuartel general por algún tiempo. Codazzi re­
cordaba este lugar por sus dos viajes anteriores; ahora
deseaba emprender desde allí varias nuevas excursiones.
La primera fue a un trozo de camino que debía comuni­
car a Pamplona con las pastadas llanuras de la hoya del
Orinoco, y se desarrollaba a través de la Cordillera Orien­
tal, formada allí por abruptos y altos escalones, obra para
la cual ya se habían hecho preparativos desde 1787, y se­
guida de nuevo por José González y Rafael Mendoza, a la
cual dedicó Codazzi sus energías, aunque él sabía que noi)
i) Col. d e El L áp iz, d e T u lio F e b re s-C o rd e ro , N9 61.

464
era posible establecer una vía práctica y comercial en
aquellos lugares, mientras las dos Repúblicas vecinas,
Venezuela y Nueva Granada, separadas por desiertos, no
hubiesen formado una alianza, tanto más cuanto que las
desagradables cuestiones de linderos originaban dificulta­
des entre los dos países. Esperaba sin embargo, poder
hallar región de altura adecuada para la cría de ganados,
porque las regiones pastadas a través de los páramos,
eran ya solicitadas por los rebaños de la Provincia de
Pamplona, aun cuando se hallaban en región casi sin
senderos. Para el camino en proyecto propuso el valle del
río Margua, que corre detrás de Pamplona bajo otros
varios nombres, hasta convertirse finalmente en el Apu­
re, después de reunirse con el Sarare y el Uribante. El
26 de junio (1851) tenían ya hecho un diseño del paso
montañoso entre Pamplona y Labateca, siguiendo luego
el Margua abajo hasta muy adentro del territorio de
Venezuela, alcanzando la antigua estación fluvial de
Guasdualito.. . » 1
Ni tuvo necesidad el ilustre viajero de aproximarse
hasta el confín de Arauca: de un golpe sagaz, con ma­
ravillosa estimativa, adivinó la factibilidad de la vía, si
bien desembocándola por Periquera y Guasdualito, en
Venezuela. Quien le conoció íntimamente y pudo apreciar
de cerca su copiosa e inapeable labor profesional, hace
mérito y aplauso de su visual sentido matemático: «El
continuo estudio y la gran facilidad de aplicación que
adquirió durante los diez años gastados en levantar los
mapas de Venezuela, habían hecho de su cabeza un re­
pertorio de fórmulas tan perfectas, que no había pro­
blema que no resolviera, ni cálculo que no terminara
brevemente y como jugando; encontrándose, por otra
parte, tan familiarizado con la naturaleza y los acciden­
tes de estos países caracterizados y definidos por los An­
des, que le bastaba subir a una eminencia y echar una
ojeada para adivinar la dirección y ramificaciones prin­
cipales de las cordilleras, la forma de sus rampas invisi­
bles deducida de las que opuestas, se presentaban a la
vista, la existencia y hasta el caudal de los riacheulos yi)
i) H e rm á n A lb e rt S h u m a c h e r. B iografía de Codazzi. T ra d . d e l a le m á n
por F ra n c isc o M a n riq u e . (B. de H. y A. V ol. IX, 229).

465
ríos a que la configuración y extensión de las hoyas de­
bían dar lugar, y en suma, gran número de pormenores
que para otro observador habrían sido todavía secre­
tos». 1
En el msimo año, los ya nombrados señores González
y Mendoza practicaron una atrevida exploración desde
Toledo hasta Casanare. Pero estos esfuerzos se consu­
mieron dentro del encogido estímulo y desabrimiento del
sentir general.
Fue solamente en 1874, cuando el General Daniel Her­
nández, hijo bizarro de Pamplona, de ánimo generoso,
acorazado con el dón de empresa, confió a un luchador
antioqueño la reapertura de la interesante vía, donde
flotó el misterio de las cosas pretéritas, derritiendo y
desliendo con la saña de muchos soles tropicales, la loa­
ble memoria de aquellos remotos exploradores de los
tiempos del Virreinato.
El General Hipólito Castaño, nacido en Abejorral ha­
cia 1830, «ciudadano que con sus grandes manos callosas
ha talado montañas, dado muerte a animales indómitos,
fundado poblaciones, construido puentes y tendido rie­
les» es quien nos va a referir, con la llaneza del soldado,
este episodio de progreso de las crónicas nativas. Anciano
cargado de merecimientos y laureles, «con su sombrero
alón y sus barbas blancas, parece un patriarca fatigado
de vivir intensamente».
«...M e puse en marcha para Pamplona, donde hice
algunos negocios con el General Daniel Hernández, jefe
liberal prestigioso. El negocio más importante •—agrega—
consistió en haberme comprometido con el General Her­
nández, el General Canal, don Elíseo Suárez, don Camilo
Daza, los señores Villamizar y sus cuñados, a hacer una
exploración al través de la montaña, con el objeto de
examinar si era posible construir un camino a los Llanos.
En esa empresa habían gastado antes siete mil pesos, sin
resultados favorables...
«Salí de la hacienda llamada Labateca, del General
Hernández, con diez y nueve peones, herramientas nece­
saria y abundante existencia de víveres. Nos internamos i)
i) M. A n cízar. A g u s tín C odazzi. (L a P a tr ia N9 33 y 34. 1881).

466
en las montañas, seguimos por la margen derecha del
río Margua, haciendo trocha. Pasamos los ríos Sarare y
Cubugón, con peligro de ahogarnos...
«Encontramos algunas tribus, entre las cuales recuer­
do las llamadas de los Tunebos y de los Pedrazas, pero
nada nos hicieron. Como llevábamos que darles, más bien
nos prestaron valiosos servicios. En salir a los Llanos
gastamos veintinueve días. Llegamos a la hacienda de
un señor —no recuerdo su nombre— quien nos abrumó
con atenciones. Allí estuvimos tres días; al cabo de ese
tiempo, regresamos al punto de partida, por la trocha
que habíamos hecho. El dueño de la hacienda nos dio
víveres para el camino, y dos bueyes gordos y mansos,
para que los presentáramos al General Hernández, en
señal de que habíamos sido afortunados, de que había­
mos llegado a los Llanos y de que la trocha era el traza­
do de un camino para semovientes y hombres, en un fu­
turo lejano.. .
«Salió a encontrarnos el General Hernández con nu­
merosas personas: nos hicieron gran recibimiento. Des­
pués de que arreglamos nuestras cuentas... yo me fui
para Cúcuta. El General quedó en posesión de la vía, la
cual perfeccionó hasta convertirla en lo que es hoy el
camino por donde se lleva ganado por los Llanos a San­
tander». 1
El soldado antioqueño y sus compañeros de triunfo
entraron, en efecto, a Pamplona en medio de un alegre
y curioso gentío; y la yunta de bueyes, manso animal,
símbolo de perseverancia y de trabajo, a cuya glauca
pupila hizo el poeta italiano nostálgica de
II d iv in o d ei p ia n siienzio v e rd e

era el trofeo mejor escogido por aquella expedición pa­


cífica, que así anunciaba, con la marcha del magnífico
rumiante, la de las futuras manadas de la pampa.
Bien estaba que se recibiera a los audaces viajeros con
el beneplácito de los grandes sucesos. Los hombres quei)
i) E n tre v is ta s con el G e n e ra l H ipólito C astaños.—S. C o rre a l T o rre s.
(E l N u ev o T iem p o . M arzo d e 1917).

467
hacen o idean caminos difunden a lo largo de un país el
esfuerzo vital y son los verdaderos autores de la riqueza
de las sociedades.
II
Puerto Viejo o Puerto Real de San Faustino. Remotos esta­
blecimientos fluviales. La antigua ciudad de San Faustino
de los Ríos. Las primeras lanchas de vapor. Los indios Ali­
les. El boga del río Zulia. Sus hábitos y sus trabajos. De su
festivo cancionero.

* * *

El más antiguo puerto de embarque para los frutos de


comercio de Cúcuta y Pamplona parece haber sido el
sitio llamado hoy Puerto Viejo y antes Puerto Real o
Puerto de San Faustino, en cuya vecindad cifraba la po­
blación de este nombre uno de los factores de su ade­
lantado comercio. «También poseyó este territorio (el de
San Faustino) el puerto de su mismo nombre cerca a la
confluencia de las aguas del Pamplonita y el Zulia con
las del río de La Grita, un poco más abajo del de los Ca­
chos, como a ocho leguas distante de la ciudad; de aquí
que el tránsito de los frutos que viajan del Táchira, de
Cúcuta y de Pamplona tuviera en tiempos anteriores
como vía principal la de San Faustino, y que este pueblo
en días ya remotos cultivara sus campos con esmero y
fuera habitado por personas de actividad y trabajo».1
Sin embargo, en 1578 Rodrigo de Parada, Alcalde de
San Cristóbal, tomó y aprehendió posesión del Puerto del
río Zulia, y en 1587 existía el Puerto del señor San José,
según podrá verse en un instrumento de adjudicación de
tierras en los valles de Cúcuta que en dicho año hizo
a Juan de Figueroa el Cabildo de Pamplona.12 La men­
cionada relación del Capitán Gonzalo de la Piña y Lu-
dueña (1597) describe también el Puerto de Zulia: «Y los
navios que entran en la laguna toman puerto en la Nueva
Zamora y de allí van a Sancto Antonio de Gibraltar donde
1) El territorio d e San F austin o. C o n fe re n c ia d e l D r. J . D. M onsalve.
B o le tín d e H . y A. V ol. V I. P á g . 434 y sig u ie n te s.
2 ) V éase n u e s tro e sc rito , D e P redio a Ciudad.

468
hazen su descarga, y las canoas de aquella laguna to­
man allí la Ropa y la suben por el Río arriba y la desem­
barcan en el Puerto de Zulia, que está quarenta leguas
de la laguna y tres jornadas de harrias a la ciudad de
Pamplona, que es pueblo principal del Reyno, y de Pam­
plona hay quarenta leguas a la ciudad de Tunja y de la
ciudad de Tunja a Sanctafé veinte y dos y todo es buen
camino y tierra fresca.........El Puerto de este río es muy
bueno que tiene muchos prados para las harrias y un
pueblo de Indios que es de mucha consideración para
aquel puerto, y el río es muy apacible y de muy poca
corriente, tiene mucha caza y pesquería y muy buenas
playas para las dormidas, pueden subir barcos medianos
chatos como suben el día de oy y no tardan en el río más
de siete o ocho días las canoas y vuelven a la laguna en
tres o quatro días».
¿Cuáles eran estos puertos? La respuesta es dudosa:
porque así como no es aventurado suponer que correspon­
dieran al sitio que más tarde se llamó Puerto de San
Faustino, tampoco lo es pensar que designasen algún
puerto sobre el río Zulia, de remotísimo establecimiento,
por donde hiciese su comercio la ciudad de Salazar. Nos
inclinamos a esto último por haber sido Salazar fundado
y poblado primero que San Faustino, y haber tenido an­
tiguamente jurisdicción sobre los Puertos de los Cachos
y de San Buenaventura, lo que es bastante a probar que
siempre buscó esta vía para la expansión de sus intereses
y productos comerciales.
Quienquiera que venga a considerar la historia de San
Faustino, no podrá menos que contemplar con dolor,
cómo fue tan instable su grandeza, tan frágil su opu­
lencia agrícola, tan efímero el esplendor de su comercio,
tan precaria y desdichada su suerte. Semejante su des­
tino al de otras fundaciones urbiales, en que por razones
climatéricas encallara la iniciativa hispana, el viajero
que la visite sólo encontrará su historia en la muda y
secular firmeza de las cercas de piedra y de los muros
carcomidos, y en los espaciosos tanques de mampostería,
donde antes se beneficiaba «la tinta generosa del añil»,
invadidos ahora por la lujuria de la maleza y el cieno
fétido de los pantanos. «Allí se encuentran aún —habla
el señor Monsalve— las campanas que sirvieron a una

469
buena iglesia, fabricadas, según la fecha que en ellas
grabó el fundidor, en el siglo XVI, y una no hermosa
pero sí bien labrada pila bautismal, últimos restos de la
definitiva catástrofe del terremoto de 1875..........» Esas
campanas y esas pilas son hoy los únicos testigos que
asistieron al despertar de ese pueblo, le vieron crecer en
el torbellino de su vida comercial y le han acompañado
constantes en sus horas de soledad y dolorosa decadencia.
Fundado en febrero de 1662 por don Antonio Jimeno
con el nombre de San Faustino de los Ríos, sostuvo lar­
gas y abnegadas luchas, contra las irrupciones de los
Motilones, presea de honor que le mereció del monarca
español el título de ciudad a fines del siglo XVII. «Era
un bruto el buen Capitán —dice el Padre Zamora— y
digno de más prolija enseñanza que la que habían me­
nester los indios Chinatos. Con el título de Gobernador
fundó la ciudad de San Faustino de los Ríos en las saba­
nas que llaman de ¡Viva el año de 1662! y permanece con
grande utilidad de sus vecinos por los extendidos planta­
jes de cacao que hay en sus contornos».
Nunca estuvo de acuerdo el misionero con la conducta
y hechos del Capitán a quien pinta además este histo­
riador como «hombre brusco, majadero y desagradecido,
aunque gran soldado, y muy deseoso de ser Gobernador
de los Chinatos, que consiguió, y mucho más de las uti­
lidades que se prometía en la fertilidad y abundancia de
cacao que producen aquellas tierras».
Fue dotada con el privilegio de un Gobierno propio,
con absoluta independencia del de Pamplona y del de San
Cristóbal, siempre sola, confiada en sus propias fuentes
de progreso y bienestar, pero sin egoísmo, distribuyendo
esas fuentes en provecho de los pueblos vecinos. Núcleo
de familias importantes y centro agrícola de primer or­
den, creció como la espuma, y así también se deshizo
su antiguo florecimiento. De sus muchos Gobernadores,
la mayor parte personas letradas y de encumbrada posi­
ción social, sólo podemos citar seis nombres, alrededor
de los cuales se ocultarán quizás décadas prósperas y ha­
lagüeñas de su vida.

470
Helos aquí:
1729 .—D. Joseph Sánchez del Castillo.
1740 .—D. Buenaventura Flotas y Sepúlveda.
1768.—D. Joseph Tadeo Tuñón y Miranda.
1777.—D. Pedro Villet.
1793 .—d. Juan Agustín Santander.
18io.— D. Juan Micay, último Gobernante de que se
tiene noticia, que fue destituido de su cargo por la Jun­
ta patriótica de ese año.
Hay sin embargo, un error en creer que aquella medra
o acrecentamiento comercial de San Faustino empezó
sólidamente al par de su fundación. Cerca de sesenta o
setenta años permaneció la ciudad estacionaria en fre­
cuentes alternativas de animación y decadencia, cuasi
aislada de la protección oficial, no permitiendo su incre­
mento la condición malsana de su temple y los frecuen­
tes acometimientos de los indios Chinatos. Todavía hacia
1740, un expediente antiguo habla de aquel miserable
vecindario, que ya se hallaba totalmente disipado si no
hubiera tenido el abrigo de su fomento (el que le brindó
la Administración de Flotas y Sepúlveda); del desampa­
ro a que estaba expuesto aquel territorio y de su suma
inopia, por donde se puede colegir que los mandatarios
o gobernantes que tuvo antes del año citado exhibieron
escasa iniciativa, y, ni fueron perseverantes en el luchar
con los inconvenientes que la desposeída tribu les opuso,
ni hábiles en la administración civil del país, ni genero­
sos en emplear sus energías al servicio de los intereses
de tan fecunda como desdeñada comarca.
A partir de aquella época, San Faustino adquiere gran­
de importancia entre las ciudades del Nuevo Reino de
Granada. «El gobernador Flotas y Sepúlveda —observa
el señor Monsalve— no encontró sino los vecinos disper­
sos y atemorizados por las invasiones de los indios moti­
lones, la ciudad arruinada y la fundación casi destruida.
Aquel gobernador, con sus caudales, exponiendo su vida
en afanes continuos e incomodidades sin cuento, se de­
dicó a reedificar la ciudad de San Faustino, erigiendo
sala de armas, con cajas de guerra, pedreros, municio­
nes y otros pertrechos apropiados a la defensa de la ciu­
dad; consiguió que fuera a prestar sus auxilios religiosos

471
el sacerdote doctor Cristóbal Duran, suministrándole de
su bolsillo lo necesario, levantó iglesia bien dotada, de­
marcó las calles, e hizo construir casas para el servicio del
público, todo lo cual le costó cerca de cuarenta mil pata­
cones, moneda de aquella época. El Rey encontró todo eso
justificado mediante inspección y estudio bien esmera­
do; y por real provisión ordenó se aprobara cuanto había
hecho el gobernador Sepúlveda, y se pagara de la Hacien­
da del Nuevo Reino de Granada todo el gasto hecho,
habiendo de seguir el Virrey ejerciendo su jurisdicción
directamente desde Santa Fe».
Tan visible desarrollo descaeció completamente a prin­
cipios del siglo XIX, en que el Virrey Mendinueta, en su
Relación de mando (1803) aconsejaba «la extinción del
pequeñísimo Gobierno de San Faustino» así como su
agregación al corregimiento de Pamplona. Y tan incré­
dulo de su antigua riqueza como certísimo de su ruina
actual, agregaba aquel funcionario. «No sé lo que pudo
ser antes aquel Gobierno pero sí que está reducido a la
ciudad de su nombre, infeliz y de corto vecindario».
Derivaba esta ciudad su renta principal del arrenda­
miento de las bodegas del puerto y del de su navegación,
que de 1777 a 1782 estuvo a cargo de D. Pedro Navarro,
agricultor de la comarca. El cultivo, beneficio y exporta­
ción del añil y del cacao daban ocupación a millares de
brazos y avaloraban los campos y propiedades de su
suelo. La expansión de estos cultivos dio origen a la fun­
dación de los caseríos de La Arenosa, que alcanzó a me­
recer la categoría de parroquia eclesiástica, y de Guara-
mito, de más reciente data (1808) y menos importante
que aquel.
Respecto de su historia eclesiástica transcribimos lo
siguiente: «San Faustino. Se siguió pleito entre el fiscal
de la Audiencia y el gobernador de esta ciudad sobre la
presentación y nominación del primer cura, que fue inte­
rino el primero o primeros hasta que la Audiencia dio
forma en esto mandando se proveyera cura en propiedad,
cuyo estipendio se pagase de la Real Caja de Santa Fe
descontándose la parte de los diezmos que le tocase. Se

472
pusieron edictos para el concurso y fue presentado e ins­
tituido el único opositor, bachiller don José María Fi-
gueroa, en 26 de enero de 1767...» 1
En la guerra de la independencia San Faustino contes­
tó de las primeras al grito de sublevación de Pamplona,
prestó a la causa de la República importante contingen­
te de sangre, y sus campiñas recuerdan con callada
alegría el triunfo alcanzando por el Coronel Santander
el 6 de febrero de 1814 sobre el jefe realista Ildefonso
Casas.
Con todo, perseguida por un olvido implacable, ha sido
siempre la ciudad de San Faustino tan infortunada, y
han pasado tan inadvertidos sus esfuerzos de progreso
para la mayoría de nuestros historiadores y geógrafos,
que el primer sabio del Nuevo Reino vertía esta dolorosa
frase en su Estado de la Geografía del Virreinato de San­
ta Fe de Bogotá, con relación a la economía y al comercio:
«De la navegación de San Faustino y camino de Uru al
Apure sólo podemos decir que nada sabemos. Nuestras
tinieblas se condensan a proporción que nos acercamos
a Maracaibo».
En 1851 «desdichado resto de la ciudad que fundó An­
tonio de los Ríos Jimeno» poseía, según Ancízar, 544
moradores. En 1871, por su importancia topográfica, fue
elevada a la categoría de Distrito del Departamento de
Cúcuta, con un presupuesto de $ 400 y $ 14.030 de catas­
tro territorial, cifra esta última notoriamente inexacta.*2
Los vehículos de vapor no fueron conocidos en el río
Zulia sino hasta el año de 1879 u 80, y su aparición, como
acontece siempre a la rutina en frente de los triunfos
del progreso, fue mirada con displicencia por el nume­
roso gremio náutico de la comarca. En dicho año, victo­
rioso sobre las aguas del río, hasta allí sólo heridas por
el chapoteo de la embarcación tosca, se columpiaron las
lanchas Afa y Zulia, construidas sobre la herencia del
viejo maderamen de dos trabajados bongos del mismo
nombre.
i j P e n sa m ie n to s y n o tic ia s in s tru c tiv a s del D r. O viedo. C it. p o r G ro o t.
T. II, P á g . 142.
2 ) I n fo rm e d e l P re s id e n te del E stad o S. da S a n ta n d e r. 1871.

473
Los primitivos bogas del río Zulia fueron los indios
Aliles, vecinos de los Quiriquires, habitantes de la zona
ribereña, «muy diestros de bogar en canoas». Antiguos
traficantes españoles aprovecharon sus condiciones para
este oficio. En el antiguo informe citado del Capitán de
la Piña se cuenta:
«Tiene esta laguna ochocientos indios de boga y son
muy diestros respecto de tener sus pueblos dentro en el
agua y dende muy niños se crían en las canoas. Y sin
estos indios que oy bogan hay una Provincia de Indios,
que no están de paz que a poca diligencia lo estarán,
que se llaman Aliles, tienen sus casas en unas ciénagas
y son muy diestros de bogar en canoas, que con estos
trayéndolos de paz y con los que oy bogan habrá bastan­
temente y sobran muchas canoas para el trato del Río
de Pamplona, y esta diligencia ha de hazer el governa-
dor de Venezuela porque le toca y es su jurisdicción».
Pero el verdadero tipo proverbial del boga del Zulia,
triplemente revestido de las virtudes y los defectos del
blanco, del negro y del indígena; inteligente, fuerte y
astuto; derrochador, amartelado y perezoso; dueño y
señor de los recónditos secretos del alma fluminense,
criado y amamantado en el cálido lecho de sus playas,
hecho a las inclemencias del tiempo como a las de la
plaga infinita y heridora, nos lo va a describir la genial
observación de un publicista zuliano:
«Un par de mudas de ropa de trabajo, algunos cigarros
y tabaco de mascar forman regularmente el equipo que
lleva al despedirse de su familia. Regularmente, pues
tampoco es raro ver en él, buen peine, espejo de bolsillo,
y algún frasquito de perfumado aceite para el cabello.
«Su situación pecuniaria no puede ser más angustiosa,
pues para su partida ha comprometido uno o dos meses
de trabajo cuando menos. Su adiós a la familia es por
tiempo indefinido.
«Llega al río, empuña la palanca, bota el un extremo
al agua y apoya el otro en el pecho. Esto lo hacen a un
tiempo diez, doce o dieciséis, según el bogaje que por su
tamaño necesita el bongo a bordo del cual van de ciento
cincuenta a trescientas cargas de sal o mercaderías des­
pachadas en la aduana de Maracaibo, de tránsito para
Colombia, por más que buena parte del cargamento sea
para el consumo del Táchira en Venezuela.

474
«El boga amanece de buen humor; principia el trabajo
cantando varias coplas, refiriendo los más salados chis­
tes, riendo y provocando la risa de los demás.
«Viene luego con el ardor del sol el cansancio; la co­
rriente se hace más dura; el boga reniega como un deses­
perado; parece que busca brío en las barbaridades que
profiere, y cuando no encuentra a quien culpar de su
situación, maldice a los dueños del bongo y del carga­
mento que lleva. Llegado el momento de una tregua,
arroja la palanca sobre cubierta, chorreándole el sudor
copiosísimo que le produce el duro trabajo; y así se lanza
al río, como si en vez de buscar fresco baño en sus aguas,
solicitara algún voraz caimán a quien servir de alimento.
«El baño es breve, vuelve el boga a bordo, come algo
o mucho, y continúa su ruda tarea.
«Siempre es fuerte semejante trabajo; pero mucho más
en las grandes crecientes del río y en el tiempo de sequía,
pues en el primer caso los esfuerzos tienen que ser su­
premos para luchar contra la corriente, y no menores en
el segundo para vencer el obstáculo que ofrecen los
bajíos, teniendo que abrir camino al bongo apartando
arena hacia los lados. Pero muchas veces no basta esta
laboriosa operación sino que es preciso dejar en la m ar­
gen del río parte de la carga, sacar del bajo el bongo,
sacar más allá otra parte de carga para volver atrás a
reembarcar la dejada en el primer puesto y luego ir a
recoger la otra; y de este modo, alijando aquí y allá, es
como se hace en la estación seca tan difícil navegación.
A veces sucede que el ímprobo trabajo de un día rinde
tan sólo un par de cuadras de adelanto en el camino.i)
«Es lo natural creer que el boga ve llegar con ansiedad
la noche para entregarse al descanso después de fatigas
tan poco comunes; pero no, el boga al anochecer coge
el tiple y como si estuviera completamente en un día
de delicias, toca y canta alegremente, o bien a la luz de
un farol empuña el dado o la baraja para confiar al juego
el valor de su salario. . . » 1
El boga del Zulla, como el del Magdalena, y en general,
el de todos nuestros ríos, es amigo del canto y de la
poesía. Qué sé yo qué tienen los ríos, dentro del bronco
charloteo de sus murmullos, que contagia o dulcifica de
i) J o s é M a ría R ivas. C o stu m b re s Z u lla n a s. 82 (M aracaib o , 1883).

475
jugosa expresión musical y poética a los familiarizados
con el correr majestuoso de sus linfas. Todos rasgan el
tiple, silban con propiedad aires vernáculos y a menudo
cortan las cañas de la ribera para fabricar las cánulas
con que se regocijaba el dios Pan de los helenos. No es
raro oír, al compás o en el intervalo del agitado trajín
de los remos, coplas como éstas:
¡Qué linda que está la luna
y un lucero en su compaña!
¡Qué lucido queda un hombre
cuando una mujer lo engaña!
Al pasar junto al olivo
donde me distes el sí,
descanso un rato a su sombra,
negrita, pensando en tí.
Vais a secar, de seguro,
el árbol de tus amores,
si por darle a todo el mundo
le seguís quitando flores.
Juan, no parecéis marino,
que_ habéis viajado en Uropa;
Jalá ese tordo de popa
que va quitando el camino.
El origen de la poesía popular en las zonas tropicales
se encontrará siempre en medio de las más recias y hu­
mildes faenas del hombre: el labriego en la montaña y
el boga en el río son sus predilectos autores, ambos en
frente de la vivaz naturaleza, que nutre de alegría sus
ojos y expande su corazón de amor universal.

III
Preponderancia de San Cayetano. Establecimiento del
Puerto de los Cachos. El Portón de los Arboles. Célebre
exención de derechos. Proyecto de anexión de cuatro ciu­
dades granadinas a la Capitanía de Venezuela. Las bodegas
del distrito de San José. Un antiguo Trust. Ruidoso
pleito del distrito y don Juan Aranguren. Triunfo del
ayuntamiento.
* * *

Del descaecimiento social y comercial de San Faustino


pasó la prosperidad al pueblo de San Cayetano, en la
ribera izquierda del Zulia, por una de esas frecuentes

476
vicisitudes en el flujo y reflujo del oleaje comercial, tal
como de Honda pasó a Girardot y de Girón a Piedecues-
ta. Centro agrícola espaciado con el alegre tropel de la­
bradores y colonos, sus feraces tierras se cuajaron de
bullicioso movimiento con el cultivo del cacao, que al­
canzó allí considerables proporciones. Todavía en 1808
era visible la riqueza de San Cayetano, desmedrada un
tanto a poco de haber aparecido en sus contornos una
epidemia de fiebre violenta, originada por los terrenos
palustres del vecino río, que diezmó la población y ahu­
yentó los capitales de los hombres de trabajo.
Con el establecimiento del Puerto de los Cachos hacia
1759, o un poco antes, coincidía la dilatación comercial
de San Cayetano, que de aquí sentó sus reales en San
José de Cúcuta, no sin mucha intermisión, cuando la
observación práctica de los traficantes demostró la menor
distancia del Puerto a esta última ciudad. «El antiguo
movimiento mercantil de estos valles se verificaba por
el punto de San Faustino o Puerto Viejo, sobre el bajo
Pamplonita, en canoas y con grandes dificultades por
la carencia de aguas en tiempo de verano; pero con mo­
tivo de ésta y de una epidemia de fiebre perniciosa que
apareció en dicha localidad tomó incremento la pequeña
población de San Cayetano, pues los mercaderes explo­
raron la parte alta del río Zulia y encontraron un centro
cómodo para sus operaciones. La prosperidad de este
pueblo continuó por algún tiempo hasta que en 1792 fue
trasladado el comercio a esta ciudad (San José) erigida
ya en villa por su rápido progreso; y habilitado por el
Gobierno español el Puerto de los Cachos por ser más
cómodo, se efectuaron por allí las importaciones direc­
tas de España y se exportaba el cacao, principal fuente
de riqueza de estos valles, y algo de añil, pieles, etc.».1
La inmigración, pues, que había ido a aquella población
se trasladó poco después a ésta, que con la proximidad
de su estación fluvial vio extenderse el área de su recinto
y la esfera de sus transacciones. Y a la vista de una cé­
lebre curiosidad natural, podría decirse poéticamente quei)
i) In fo rm e d e l P re fe c to de la P ro v in c ia d e C ú c u ta . 1896.

477
risueña la naturaleza, indicaba aquel puerto como el
vestíbulo de la alegre ciudad del norte; a poca distancia
antes de llegar a los Cachos, tropezaba el caminante con
dos inmensos árboles que habían entrelazado sus ram a­
jes formando una especie de arco soberbio, debajo del
cual pasaban las recuas, guiadas por el sibilante grito del
arriero. Hasta 1863 se conservaban esos árboles, como
el trofeo de la zona al comercio del Pamplonita y del
Zulia, y la voz popular los denominaba con gráfica ex­
presión El Portón de los Arboles.
En 1793 se quejaban los vecinos del valle de Cúcuta del
recargo de contribuciones que pesaban sobre sus merca­
derías de importación y exportación; siguiendo las ins­
piraciones de algunos comerciantes de Maracaibo y per­
siguiendo una suave bonificación en aquellas, elevaron
un memorial al Rey, que fue reforzado por otros de Ma­
racaibo que se le dirigieron en igual sentido. El Rey oyó
el clamor de sus súbditos y ordenó que se suprimieran
algunos impuestos, se modificasen favorablemente los
de la introducción de sal y se eliminasen asimismo los
que se cobraban en Maracaibo, sobre todo, el llamado
de Puerto Seco, que gravaba la exportación de cacao;
y puesto que este fruto se exportara algunas veces por
el río Magdalena, mandaba que en lo sucesivo siguiese
la vía de Maracaibo, y que el Gobierno local de este Puer­
to, lejos de entrabar la salida de nuestros frutos, les
prestase decidida protección económica, reputándolos
cual si fuesen producidos en una región «perteneciente
a Maracaibo». Alentaba, pues, en la resolución del Rey
un saludable criterio de economía política, martillo cer­
tero para las rivalidades y emulaciones comerciales:
He aquí el mencionado documento, dirigido al Virrey
don José de Ezpeleta:
«Excelentísimo Señor:
«Enterado el Rey de las Representaciones del Ayunta­
miento de Maracaibo, de su Gobernador, de la Compañía
de Filipinas, y de algunos vecinos del Valle de Cúcuta,
en que dando una idea del estado decadente de pobla­
ción, agricultura y comercio de aquella provincia, propo­
nen y solicitan para su restablecimiento varias gracias

478
y franquicias, se ha servido S. M. resolver en su Consejo
de Estado, al mismo tiempo que se dignó declarar Puerto
Menor a el de Maracaibo; que se supriman los derechos
de nuevo impuesto y Aduana del Comercio interior co­
brándose el 5% de Alcabala en lugar del 4 que ahora se
exige; que los de extracción para España sean los mismos
que se pagan en la Guaira; y que los de la Sal se arre­
glen por la Junta de Real Hacienda de dicha provincia
del modo más equitativo y menos gravoso, de que dará
cuenta al Intendente de Caracas para que se examine el
asunto en la Junta Superior y se ejecute desde luego lo
que determinare, remitiéndose todo para la Real apro­
bación.
«Asimismo ha resuelto S. M. sobre la agregación a di­
cha provincia de las cuatro jurisdicciones pertenecientes
a ese Virreinato que V. E. y el Gobernador informen de
las ventajas o inconvenientes de ella; y que por ahora se
extraiga el cacao y demás frutos de dichas jurisdicciones
por la provincia y Pto. de Maracaibo, sin adeudar más
derecho que el de Alcabala de lo que se venda en ellas,
suprimiéndose el que se cobra con nombre de Puerto
Seco a su salida para dicha provincia y los demás que
se hayan exigido en Maracaibo, así por derechos de tie­
rra, como de mar, y que puedan retornar los efectos así
de dicha provincia como de los que se introduzcan por
su puerto, quiere S. M. que en su comercio interior y
exterior sean y se reputen dichas jurisdicciones como
si fuesen pertenecientes al Gobierno e Intendencia de
Maracaibo. De su Real Orden, lo participo a V. E. para
su gobierno e inteligencia en la parte que le corresponda.
Dios guarde a V. E. ms añs. Aranjuez, 25 de mayo de
1793. Gardoqui».1
Del último aparte de la comunicación transcrita se
deduce el antiguo pensamiento de anexión política de
cuatro jurisdicciones granadinas —Pamplona, Cúcuta,
Salazar y San Faustino— a la Capitanía General de Ve­
nezuela. El proyecto tuvo origen en las autoridades colo­
niales de Maracaibo y de Caracas, las cuales lo apoyaban
persistentemente, atentas tan sólo a la circunstancia de
la extracción geográfica de los frutos de Cúcuta.i)
i) D o cu m en to s p a ra la v id a p ú b lic a d e l L ib e rta d o r. T . I, 472.

479
Como las cosas de palacio andan despacio y en el his­
pano de San Ildefonso no se resolvía esta clase de pro­
blemas sin que antecediera un estudio maduro y con­
cienzudo en frente de los documentos de una y otra par­
te interesada, peticiones fueron y volvieron a ir, hasta
que se expidió la Real Cédula de 29 de julio de 1795 que
declaraba terminantemente «que por ahora no se hiciese
novedad alguna y quedasen las cuatro jurisdicciones
sujetas al Gobierno del Virreinato, como antes estaban».
A mayor abundamiento el Cabildo de Pamplona, cuyo
concepto se solicitaba, remitió a España por conducto
del Consulado de Cartagena, una notable exposición ro­
bustecida por juiciosos argumentos étnicos, administra­
tivos y económicos, fechada en dicha ciudad a 16 de
diciembre de 1801, y suscrita por los señores Pedro Juan
Valencia, Pedro Javier Serrano Durán, José Manuel de
Cáceres Enciso, José María Villamizar y Agustín Grego­
rio Camargo, que a la sazón componían su Cabildo. En
frente de una amable y cuerda tradición patriótica, la
Corporación representativa de los intereses de la colec­
tividad, no se resignaba a ver desprenderse del Virrei­
nato «cuatro ciudades, dos villas, veintidós parroquias y
once pueblos de indios, que todo compone por lo menos
doscientas mil almas».
Clarísimas noticias ofrece aquella exposición acerca
del antiguo itinerario de nuestros transportes, del flore­
cimiento del comercio y de la agricultura y de la fecun­
da irrupción del capital cartagenero y veracruceño en los
valles de Cúcuta:
«Tan de lo contrario de lo que se había informado a
nuestro Soberano (que Dios guarde) por el Consulado
de Caracas y Gobernador Intendente de Maracaibo, so­
bre las ventajas o beneficios que experimentarían en su
gobierno, agricultura y comercio las jurisdicciones de
Salazar, Pamplona, San Faustino y Cúcuta si se agrega­
sen al Gobierno de Maracaibo y jurisdicción consular de
Caracas, discurre este Cabildo, y con él todos los sujetos
que tienen mayor inteligencia sobre la materia, o pre­
sente asunto, que sin dificultad se puede demostrar en
cada una de las tres partes que se proponen por objeto
de esta solicitud. ..

480
«El valle de Cúcuta con su comarca, debe precisamen­
te su adelantamiento a sus antiguos plantíos de cacao,
y cuando dejándose arrastrar de la novedad se ha dedi­
cado a otras labores, para adelantarse, más ha experi­
mentado quiebras que aumentos, exceptuado uno que otro
sujeto que ha hecho alguna fortuna. Aun con los cacaos no
lograrían mayor fortuna si no se vendiesen en todo el
Reino y en la plaza de Cartagena, pues el que se embarca
para Maracaibo y de allí a Veracruz, está tan expuesto
a la pérdida como a la ganancia. Las parroquias de San­
to Excehomo, de la Matanza y de Suratá, que se ocupan
en cultivar los trigos y por ellos han conseguido algún
adelantamiento, éste lo deben al comercio que tienen
con sus harinas con Cartagena y algunos otros lugares
de su tránsito, el cual, si les falta, se volverían a su mi­
seria antigua. Y lo mismo acontece a esta ciudad de Pam­
plona y su redonda, que no tiene, fuera de los trigos,
otra sementera que deje utilidad siempre que sea nece­
sario conducir los frutos a lugares distintos, porque, ¿qué
utilidad reportaría a un pobre labrador que remitiese
un número regular de cargas de melote, azúcar, de arra­
cachas, de papas, de fríjoles o alverjas que son los frutos
que producen estas tierras, a la ciudad de Maracaibo
con diez o doce días de jornadas de tierra, y ocho o diez
días de embarcación?...
«Tampoco puede esperarse ningún adelantamiento en
el comercio de estas jurisdicciones cuya agregación se
pretende, pues, a más de lo que resisten todas las razo­
nes ya dichas, se agregan a ello que si el valle de Cúcuta
y algunos otros lugares de esta jurisdicción se hallan en
el día en algún buen pie de comercio, lo deben por la
mayor parte a los individuos de comercio de Cartagena,
quienes riegan sus caudales por muchas partes de los
frutos que producen estos lugares, como son: añil, cacao,
azúcares, harinas, y se ve claramente por las remisiones
que hacen, ya en efectivo dinero, ya en libranzas, entre­
gando en las cajas de Cartagena (como bien podrían
decirlo los ministros dellas) cuantas cantidades reci­
ben a menudo de los individuos de comercio por evitar
los riesgos y costos de situados, y si aún no se ha adelan­
tado más el fomento de estos lugares, es por haber im­
pedido la presente guerra el giro de los frutos a Europa

481
y cacaos a Veracruz, por cuyo motivo no ha entrado en
el valle de Cúcuta ni en esta ciudad en estos pasados
años el dinero que anualmente entra en tiempo de paz,
así de Cartagena como de Veracruz, que son los dos
canales por donde les viene el riego a estos lugares. Pero
en ningún modo ni en tiempo alguno le ha entrado de
Caracas por tener allí de los mismos frutos que se dan
por acá y aún con más abundancia y baratía, y lo mismo
acontece en Maracaibo, pues el dinero que viene de allí
a estos lugares es el que producen los cacaos y añiles que
los del comercio de él remiten a Veracruz y el que remi­
ten para comprar de los mismos frutos los del comercio
de Veracruz, y sólo viene una u otra corta cantidad de
los de Maracaibo para el mismo efecto. Y así, este co­
mercio de Caracas a Veracruz no dimana del comercio
libre con Maracaibo, pues este giro se emprendió desde
que hubo cacao en el valle de Cúcuta, y el remitirlos por
Maracaibo, sólo es por ser más derecho el viaje y menos
costoso que por Cartagena, y así no es necesario ser de la
jurisdicción de Maracaibo para tener ese comercio...» 1
Poco antes de estallar la guerra de la independencia,
el distrito de San José acometió la construcción de las
bodegas del Puerto de los Cachos con dos fines: como un
arbitrio rentístico para la vida de la entidad municipal,
y en el deseo de procurar al comercio un servicio de bo-
degaje o depósito garantizado y cómodo. Sucesivamente
pertenecieron estas bodegas al Distrito Parroquial de
San José, al Cantón de Cúcuta, a la Provincia de San­
tander, y por último, desde 1850 otra vez al distrito de
San José, el cual fincaba en ellas uno de sus más pin­
gües y seguros rendimientos. Disminuyó en gran parte
esta renta con motivo de haber edificado, al lado de las
del municipio, y previa la venia de éste, una bodega
particular el señor don Juan Luciani, por lo cual el
ayuntamiento, arrepentido de la concesión y temeroso
de la competencia para sus intereses, determinó dar en
arrendamiento las de su propiedad, y lo hizo en efecto,
al señor don Juan Aranguren, respetable comerciante
de la localidad, con quien celebró un contrato por el
término de tres años, a contar desde el 19 de diciembrei)
i) B o le tín H isto ria l de C a rta g e n a . Vol. I, 420.

482
de 1858, mediante la suma de cuatro mil ochocientos
pesos anuales, hataedera por duodécimas partes.
Poco después de firmado el contrato, aparecieron fi­
jados en las paredes de las casas y almacenes de comer­
cio, carteles impresos del tenor siguiente:
AL PUBLICO
El que suscribe, arrendatario de las bodegas ecsistentes en
el Puerto de los Cachos, i de propiedad de este Municipio,
participa al comercio en jeneral, que desde el 1° de diciembre
próximo, no pone las espresadas Bodegas al servicio del pu­
blico, por destinarlas al suyo particular.
San José de Cúcuta, 30 de noviembre de 1858.
J. ARANGUREN
¿Qué era ello? Un efugio mal sonante, empecedor de
los intereses del municipio y del comercio de San José;
del municipio, porque ponía a éste en triste predicamento
de incapacidad para amparar a los asociados; y del co­
mercio, porque estrechaba y restingía su libertad de
acción, «metiéndole entre un zapato» como suele decirse.
Sin embargo, en todo esto no había más que un recurso
comercial, un inteligente monopolio con lineamientos de
trust, quizá autorizado y consentido en sociedades más
bulliciosas y bursátiles, donde sin sorpresa para nadie
se confía al juego y azar de las lonjas la desmedida ga­
nancia o la pérdida ruinosa de cuantiosos intereses. Pero
entre nosotros, como era natural, asustó el exótico pro-
yecto y sobrecogió de alarma al comercio, al municipio
y a toda la ciudad. La especulación consistía en obligar
al comercio a hacer uso de la bodega del señor Luciani
(llamada Bodega Cúcuta) por entonces arrendada a una
fuerte casa de comercio, la cual de acuerdo con el con­
tratista, había aumentado la tarifa del almacenaje.*I.
,) C om o d a to im p o rta n te y p a r a m a y o r ilu stra c ió n d e este in c id e n te ,
tr a n s c r ib im o s :
« T arifa d e l a lq u ile r q u e se c o b ra b a e n la s B odegas d e lo s C achos h a s ­
ta el 30 d e n o v ie m b re p ró x im o p asad o .
I. C in c u e n ta c e n ta v o s p o r ca d a c a rg a d e m e rc a n c ía s e x tr a n je r a s
q u e n o se a n p ro d u c c io n e s d e V en ezu ela.
I I . C u a re n ta c e n ta v o s p o r ca d a ca rg a de so m b re ro s d e jip a .
III. V e in tic in c o c e n ta v o s p o r ca d a c a rg a d e cacao, café, ta b a c o , d e
la N u e v a G ra n a d a o V en ez u ela, an ís, v a q u e ta s y suelas.

483
Pero como la Bodega Cúcuta no tenía suficiente capaci­
dad para todos los cargamentos de importación y expor­
tación, se hacía necesario ocupar también las del muni­
cipio, con lo cual el arrendatario de éstas infringía
subrepticiamente la cláusula 9?- del contrato, que rezaba:
«Art. 99. El señor Aranguren no podrá cobrar en dichas
bodegas más altos derechos que los que ha exigido el
ayuntamiento según la tarifa que corre en los documen­
tos que quedan agregados, por los cargamentos que se
depositen en aquellos edificios durante los tres años de
arrendamiento».
El municipio, temeroso de que llegara a desarrollarse
el monopolio de un artículo de primera necesidad como
la sal (que en la nueva tarifa pagaba 8/10 $ 2.50 por
carga, mientras en la antigua tan sólo veinte centavos)
confió la defensa de este negociado al señor don Ilde­
fonso Urquinaona, quien exhibió una lujosa documenta­
ción ante el señor Juez del Circuito (señor la Rotta) pi­
diendo un procedimiento sumario por medio del cual se
obligase al contratista a poner a disposición del comercio
las Bodegas del Municipio «en los mismos términos que
lo estaban hasta el 30 de noviembre». El apoderado del
municipio, sujeto activo, experimentado y de sagaz y
juicioso criterio, apoyaba su petición en incontrovertibles
razones legales y de conveniencia pública.
IV . V e in te cen tav o s p o r cad a c a rg a d e sal, cu ero s al pelo p a n e la
a z ú c a r y d em ás a rtíc u lo s d e la N u ev a G ra n a d a o V en ez u ela n o co m ­
p re n d id o s en los n ú m e ro s a n te rio re s .
E n tié n d e se p o r c a rg a la q u e c o m ú n m e n te tr a n s p o r ta u n a b e stia , y
c u a n d o se in tro d u z c a u n b u lto m ay o r, se h a r á u n có m p u to calcu lan d o
a ra z ó n d e cien to q u in c e k ilo g ra m o s p o r carga».
E s fie l co p ia d e lo d isp u e sto p o r el A c u e rd o d e l C abildo P a rro q u ia l
d e S an Jo s é d e C ú c u ta d e 14 d e se p tie m b re d e 1855.
S an Jo s é d e C ú c u ta , d ic ie m b re 21 de 1858.
E l T e so re ro M u n icip al. F o cló n Soto.

P o r su p a r te los a rre n d a ta rio s de la «B odega de C úcuta» h a b ía n e le ­


v a d o los p re c io s d e la ta r if a en esta fo rm a :
C arg a d e m e rc a n c ía s .................... 8/10 $ 1.25
C a rg a d e sa l .................................. 2 .50
C a rg a d e so m b re ro s y cacao .............. 1 .25
C afé o c u e ro s (10) p ie le s .................... 75
O tro s a rtíc u lo s .................. 50

A l c o m p a ra r la s d o s ta r ifa s re s a lta el m ó v il de éste q u e h em o s lla m a ­


d o n u e s tro p r im e r t r u s t .

484
El señor juez, empero, sea por no salirse de esa timi­
dez o perplejidad, no vituperable, que da el frecuente
hojeo de códigos y mamotretos forenses, sea por haber
encontrado débil el razonamiento del vocero del distrito,
se abstuvo de dictar la providencia sumaria, «en razón
de ser opuesta a las leyes que arreglan los procedimien­
tos civiles».
Colocado el municipio por tal decisión en el impres­
cindible deber de no cejar un ápice en el reclamo de los
derechos de los asociados, elevó la cuestión al Tribunal
Supremo de Bucaramanga, ante cuyos estrados la de­
fendió brillantemente en un vigoroso alegato el doctor
Marco Antonio Estrada, hijo notable de la ciudad y muy
bien escogido para el caso por sus conocimientos y su
respetabilidad. Como era de esperarse, el fallo del Tribu­
nal de 1? de febrero de 1859 decidió que «el señor Aran-
guren ponga inmediatamente a disposición del comercio
las Bodegas del Municipio de San José, que tiene en
arrendamiento, en los mismos términos en que lo esta­
ban hasta el 30 del mes de noviembre de 1858».
Ni terminó aquí aquel enojoso litigio, en que la con­
traparte estaba representada por un distinguido caba­
llero, de grandes energías en el campo del progreso local
y uno de sus más caracterizados e influyentes propul­
sores: el señor Aranguren, oriundo de Maracaibo, y allá
como aquí querido y respetado, dirigió al Tribunal un
conceptuoso escrito en el que, invocando su condición
de extranjero, apelaba de la sentencia para ante la Cor­
te Suprema de la Confederación Granadina. Pero el Tri­
bunal declaró el auto sin lugar a apelación.
En honor de la verdad histórica debemos decir que en
el juicio no fue oído el señor Aranguren, ni tuvo facul­
tad de nombrar apoderado en Bucaramanga, bien que es
cierto que tampoco tenía obligación legal de haberlo
constituido, pues sólo tuvo conocimiento del fallo del
Tribunal el día en que éste le fue notificado en Cúcuta,
esto es, el 12 de febrero.
En resumen, dos meses cabales duró la tensión y zozo­
bra comercial que produjo esta extraña controversia, en
que el ayuntamiento de San José sostuvo con firme en-

485
tereza sus derechos y los del comercio, descansando su
defensa en la antigua máxima del derecho romano:
Favorabilia amplianda, odiosa restringenda.

IV
Orientaciones del comercio. E] mercado de San Thomas.
Exportación de sombreros. La inmigración catalana. Los
catalanes expulsados en 1821. Fisonomía extranjera del
comercio de Cúcuta. Establecimiento de casas importantes.
Cúcuta comercial, según Ancízar. Cuándo fue conocido el
billar. El primer piano y la primera máquina de coser.
* * *

La guerra de la independencia alejó, como era forzoso,


la comunicación comercial con la península, que si an­
tes fue segura, aunque tardía, luego se calificó de im­
posible o antipatriótica, por razón de la natural efer­
vescencia de las pasiones políticas reinantes. Durante
las vicisitudes de aquel largo y crudo batallar, la des­
trucción de la riqueza pública y privada y el estado per­
manente de inseguridad social, cortejo funesto de todas
las guerras, empobrecieron y resintieron hondamente
nuestra agricultura y comercio, notoriamente adelanta­
dos si hemos de considerar solamente el factor pobla­
ción, nada denso en los contornos de estos valles.
Separados de la Madre Patria los recientemente inde­
pendizados pueblos por el abismo de luto y de sangre
que creó la guerra magna, nuevos horizontes comercia­
les se presentaron a su vista. Tras la emancipación polí­
tica advino inmediata la emancipación comercial; ya no
se encontró en la histórica Cartagena de Indias la obli­
gada estación consignataria de nuestros frutos, ni fue Ve-
racruz de México mercado exclusivo para nuestro afamado
cacao; ya no se consumieron entre nosotros, solas, únicas
e inrivalizables, las manufacturas de Castilla, ni nos en­
vió ya más el Principado de Cataluña, junto con el brazo
impulsor de infatigables inmigrantes, los artefactos de
sus fábricas a los dones de su industria.
Entonces fue cuando el comercio de Cúcuta, y en ge­
neral, casi todo el de la Nueva Granada, en busca de

486
amplio desarrollo y desenvolvimiento, ocurrió a Ingla­
terra, Francia e Italia para sus importaciones, y aún
más que a estos países, a la isla de San Thomas, que si
en los días de 1815 y 17 fue hospitalario refugio de nues­
tros proceres y abasto de elementos bélicos para sus ex­
pediciones, a la sazón se convertía en vasto y próspero
centro de la industria europea, abundante mercado de
todas sus manufacturas y lugar a donde afluían los co­
merciantes ultra y cismarinos, a vender, comprar o per­
mutarse mutuamente sus efectos.
La célebre Antilla danesa, del grupo de las Vírgenes,
con sólo una superficie de 86 kilómetros cuadrados, vio
acrecer como por encanto su ciudad capital, San Tho­
mas o Carlota Amelia, como también se la nombra, que
tiene un excelente puerto en donde se veían surtos los
barcos de todas las naciones europeas, por ser uno de
los apostaderos principales de la navegación entre ambos
hemisferios. Era o es puerto franco, y esta circunstancia,
unida a sus estaciones carboneras que la convertían en
punto de escala para las naves de travesía americana,
hacía converger a sus animadas playas los cargamentos
da cacaos, quinas, tabaco, café, azúcar, etc., en busca
de ventajosos trueques mercantiles o de estimuladores
créditos para el incipiente comercio cucuteño.1
Consecuencialmente, el apogeo de San Thomas venía
en veloz decadencia, a medida que la diversidad de em­
presas de navegación, la aplicación del vapor a la ma­
rina mercante, el mayor conocimiento y comunicación
con Europa, el progresivo desarrollo de crédito comer­
cial, la asombrosa y rápida prosperidad de la auripoten-
te República del Norte, y en una palabra, la ley eterna
del progreso general del mundo, que ahoga la vida de
unos pueblos para que sobre sus ruinas se edifique y dilate
la de otros, fueron desposeyendo a la floreciente colo­
nia de su primitivo esplendor y codiciado auge.
Uno de los artículos de más común exportación eran
los sobreros de jipijapa, fabricados por cuarenta o cin­
cuenta mil personas en Buacaramanga, Girón, Piede-
cuesta, Zapatoca y otras ciudades del sur de Santander,i)
i) R e c ie n te m e n te el g o b iern o de los EE. UU. ha co m p ra d o al de
D in a m a rc a su s p o se sio n es e n la s A n tilla s.

487
de donde venían a Cúcuta en cantidades fabulosas que
daban origen a cuantiosísimas transacciones y cambios.
Comenzó a desarrollarse este comercio por los años de
1830 y alcanzó febril y supremo apogeo en el de 1852,
en que la mayor parte de dichos pueblos perfeccionaban
y multiplicaban con ahínco la textil manufactura. La
casi absoluta carencia de estadística nos impide juzgar
con exactitud del valor de las exportaciones de este
artículo: pero puede calcularse cuál sería su demanda
cuando ■ —según datos de Ancízar— la producción anual
en 1851 era de «83.000 sombreros de calidades diversas
en sólo el cantón de Bucaramanga, los cuales vendidos,
les dejan 59.000 pesos de utilidad neta, deducidos 20.000
pesos, valor de los cogollos de nacuma y palma ordinaria».
Otro autorizadísimo escritor, don Salvador Camacho
Roldan estima que «la producción de estos sombreros en
Santander pasó de 100.000 docenas en el año de 1857 a
1858». El gran consumo del artículo en los Estados Uni­
dos y poblaciones costaneras del Brasil fomentaba la
producción, con desmejoramiento y perjuicio de la cali­
dad, pues entre nosotros el precio ordinario de cada som­
brero fluctuaba entre cuatro y siete reales, lo cual hace
creer que corrían parejas su abundancia y su demérito.
El autor citado observa: «La Habana y San Thomas son
hasta ahora los únicos mercados conocidos de los som­
breros; la primera para los del Tolima y Antioquia; el
segundo para los de Santander... Los de Santander no
se pueden estimar en partida a más de $ 5 docena, si bien
algunos alcanzan a valer de $ 3 a $ 4 cada uno».
Algún tiempo después, en 1877, la exportación de som­
breros por nuestro puerto había ya disminuido conside­
rablemente, alcanzando sólo a la irrisoria cifra de 77
bultos, que podrían contener algo más de 2.000 docenas.
La exportación del sur de Santander tomaba otro cauce,
la moda fenecía su bienhechor imperio y la manufactu­
ra del Ecuador competía empeñosamente en los merca­
dos antillanos.
La próspera condición del primitivo comercio de Cú­
cuta arranca de la inmigración catalana que, distinguida
por su notable laboriosidad y presto espíritu de ini­
ciativa, imprimió a la población rasgos y fisonomía acen­
tuadamente mercantiles, cuando era apenas una de las

488
más insignificantes del norte del pais. Dos escritores
de la época, don Joaquín Camacho y don Francisco Soto,
señalan con acierto la influencia de la colonia catalana
en la localidad, no sólo bajo los aspectos del comercio,
sino también en los de la política, cuyos intereses se
debatían por ello en ocasiones del lado más próximo a
los de la ultramarina patria.
El Congreso del Rosario, por ley de 19 de septiembre,
ordenó la expulsión de estos valles, de la mayor parte de
los desafectos a la independencia, los cuales marcharon
a la Madre Patria, después de haber visto embargados
sus bienes y hacienda. Casi todos pertenecían al nume­
roso hogar catalán, incrustado con noble esfuerzo en el
vernáculo, y si, como es natural no secundaban las ideas
políticas de nuestros libertadores, tenían a su favor, se­
gún se ha dicho, la preciosa data histórica de haber es­
tablecido en lucha altiva, perseverante y fecunda, la
primera etapa comercial de Cúcuta. Algunos roturaban
la tierra y se complacían en la heredad risueña, los más
vivían dedicados al comercio en almacenes y depósitos
mercantiles de relativa importancia. Los siguientes do­
cumentos, inéditos, que hemos copiado del archivo del
Juzgado Civil, desoprimen sus nombres del silencio del
pasado:
«República de Colombia. Ministerio del Interior y de
Justicia. Palacio del Gobierno en el Rosario a 28 de sep­
tiembre de 1821. Reservado. Al señor Comandante Ge­
neral de estos valles.
«Incluyo a Ud. en copia la Ley dictada por el Sobe­
rano Congreso de 19 de este mes sobre la expulsión de
los enemigos de la independencia de Colombia, residen­
tes en nuestro territorio. S. E. el Vicepresidente de la
República me manda que al comunicarle a Ud. le acom­
pañe la lista, como lo verifico, de las personas calificadas
por desafectas a la causa que se hallan en esa villa y sus
inmediaciones, para que se verifique a la mayor brevedad
su expulsión, con todas las seguridades y precauciones
necesarias, precisamente por la vía de Maracaibo, dando
Ud. cuenta a este Ministerio de haber cumplido con esta
orden arreglado a la Ley. Dios guarde a Ud. muchos años.
Por enfermedad del señor Ministro. El Oficial Mayor,
Pablo Crespo».

489
«Lista de los individuos que deben ser expulsados:
Juan Balanzó Carlos Balbuena
Antonio de León Francisco y Pedro María Salas
José María Montenegro Silverio Pérez
Jaime Riera Antonio Prato
Jaime Miyans Juan Bernardo García
José Berich Pedro Ruz
Juan Bosch Luciano Díaz
Carlos Alonzo Santiago Salazar
Jaime Puyáis Joaquín Barreto
Domingo Soneira Francisco Pinto
Rosario, 28 de septiembre de 1821. Por enfermedad del
señor Ministro. El Oficial Mayor, Pablo Crespo».
Todos estos individuos siguieron por la vía de Mara-
caibo en donde probablemente permanecieron algunos,
amparados por las armas realistas, sostenidas allí con
un resto de gallardía por el implacable general Morales.
Tan sólo uno, don José María Montenegro, pidió y obtu­
vo permiso para salir por la vía de nuestra costa Atlán­
tica, según se infiere de la comunicación que sigue:
«Número 814. Señor gobernador de Cartagena o Santa
Marta.
«El señor José María Montenegro ha sido comprendido
en la Ley dictada por el Soberano Congreso en 18 de
septiembre sobre expulsión de desafectos, y en consecuen­
cia marcha a darle su cumplimiento en ese puerto, yen­
do a cargo del señor N. Leprón. Espero tenga Ud. la
bondad de allanar cualesquiera inconveniente (sic) que
pueda entorpecer o demorar su embarque, dignándose
comunicarme el día en que éste se haya realizado. Dios
guarde a Ud. San José, diciembre 15 de 1821. Domingo
Guerrero (Teniente Coronel graduado de Infantería)».
Después de Cataluña, corresponde a Inglaterra la pri­
macía del impulso comercial extranjero en San José de
Cúcuta; vinieron entre otros súbditos del Reino Unido,
don Guillermo Greenhope (1814) a quien hemos conoci­
do dueño de la hacienda de San Javier de Pescadero;
don Santiago Frasser y don Enrique Weir, soldados de
la Legión Británica, establecidos transitoriamente, y el
primero, activo impulsor de la industria cafetera en la
ciudad de Salazar; don Guillermo Garland, arquitecto,

490
reformador de nuestro antiguo templo en 1836; don Car­
los Lolley, cuya esposa tuvo más tarde en Pamplona la
dirección de un colegio de niñas; el doctor George Mac-
Gregor, médico, que enlaza aquí su suerte a la de la res­
petable dama doña Paulina Novoa, oriunda de Girón;
don Miguel Johnson y don Jacobo Mills (1839), acredita­
dos comerciantes.
De 1840 a 1860 suenan en el comercio cucuteño apelli­
dos de Italia y de Córcega, pertenecientes a distinguidos
caballeros, muchos de los cuales hacen de Colombia su
segunda patria; se recuerda con cariño esa lucida colo­
nia del país del arte compuesta por los señores don José
María Antomarchi, hijo del galeno que asistió al empe­
rador cautivo en Santa Elena y celebrado progenitor de
cuatro poetisas nacionales; don Minos Santi, que con
el designio de ensayar entre nosotros la industria viníco­
la, adapta los terrenos de la hacienda de Carrillo para
inmensos viñedos, si bien fracasa en la generosa tenta­
tiva; don Juan Antonio Spannochia, don Blas Pocate-
rra, don Emilio y don Elbano Massey, don Agustín y don
Andrés Berti Tancredi, don Juan Torre, don Francisco
Fossi, don Juan Luciani, don Giusseppi y don Benedicto
Anselmi, don David y don Benedicto Bruno, don Esteban
Piombino, don Antonio Murzi y algunos más, a los cua­
les debemos agregar don Sebastián Querubini y don Cé­
sar Martelli, arquitectos que dejan huella de progreso
en la ciudad que les da albergue, reconstruyendo el puen­
te de manpostería sobre el río Pamplonita, hacia 1859.
Y es forzoso mentar en esta breve galería, para cerrarla
con dos nombres sonoros, el uno a la ciencia y a la mili­
cia el otro, al general Agustín Codazzi, de quien atrás
se habló más largamente, compañero de Ancízar en la
célebre Comisión Corográfica de 1850 a 51, justamente
agasajado y admirado por sus compatriotas residentes
aquí; y al coronel Carlos Castelli, bravo soldado piamon-
tés, que bajo las órdenes de O’Leary prestó servicios en
esta ciudad y en Pamplona a mediados de 1830.
La noble Francia también nos envía selecta inmigra­
ción de sus hijos desde 1775 en don Esteban Fortoul y
don Pedro Chaveau, domiciliados en el Rosario de Cú-
cuta, padre el primero del general Fortoul. En realidad,
la colonia francesa es la más reducida entre nosotros,

491
aunque su calidad granada sirve de amable contrapeso
al número de sus miembros. Entre éstos se distinguen don
Juan y don José Soulez, establecidos hacia 1852 y pro­
pietarios de una fábrica de sombreros de fieltro, que por
la elegante novedad del porducto, marca un aconteci­
miento industrial en la ciudad; y don Francisco Bous-
quet, natural de Saint-André de Sangonis y fallecido
octogenario en este suelo en 1896, después de haber mo­
rado en él cincuenta años, que son otros tantos testimo­
nios de su proverbial desprendimiento y jamás desmen­
tida caballerosidad. En un artículo necrológico sobre don
Aurelio Ferrero, publicado en El Occidente de San Cris­
tóbal (1878) se hace una cariñosa reminiscencia, nada
hiperbólica, del señor Bousquet: «Colocado Ferrero al
frente de los negocios de su padre, comenzó a trabajar
bajo el nombre de éste, y en el año de 1855 se asoció al
respetable extranjero, señor Juan Antonio Spannochia...
La muerte lo separó de la Compañía Bousquet & Ferre­
ro, otra de las casas de comercio más importantes de
Cúcuta, reorganizada hace poco tiempo con la concu­
rrencia del señor Francisco Bousquet, ciudadano francés
y uno de los más estimables y cumplidos caballeros de
aquella nación, que han pisado la América».
Por último, el comercio alemán empieza en 1865 o un
poco antes con los establecimientos de los señores A.
Schmilinsky, Gilberto Van Dissel, Augusto Link, Gui­
llermo Hubert, Enrique Thies, Roberto Minios, Carlos
Fenner y otros. El proyecto del Gobierno de Colombia
en 1872 de solicitar pedagogos de Alemania para regir
las escuelas normales del país despertó un estímulo de
simpatía para los emigrantes de aquella nación y tras la
venida del notable institutor, Alberto Blume, que fundó
la Escuela Normal del Socorro, gran número de sus com­
patriotas establecieron negocios de banca y de comercio
tanto en el norte como en el sur de Santander.
De la conocida obra Peregrinación de Alpha consigna­
mos aquí las observaciones siguientes en que se descri­
be con cifras estadísticas el movimiento comercial de
Cúcuta en 1851:
«Es San José, plaza de comercio y centro de un movi­
miento mercantil que el año económico de 1? de sep­
tiembre de 1850' a 31 de agosto de 1851, alcanzó a
10.720.627 reales en exportaciones e importaciones regis-

492
tradas por la aduana. Sumó la exportación 5.404.667 rea­
les, valor de artículos suministrados por trece ramos de
agricultura y 10 de manufacturas nacionales. Entre los
primeros figuran 551.416 libras de cacao, 4.302.750 libras
de café, 497.204 de panela, 48.675 de azúcar blanca,
281.580 de quinas y 318.300 de tabaco; entre los segundos
1.080.540 reales, valor manifestado de sombreros jipija­
pa, 32.482 reales en artículos de fique y 61.828 reales en
lienzos y mantas del país. La importación ascendió a
4.515.969 reales en monedas de oro y plata, y 800.000
reales en mercancías europeas y sal venezolana, según
confesión tímida de varios comerciantes, asistiéndome la
persuación de que legó por lo menos a tres millones de
reales con el correspondiente aumento en artículos ex­
portados sin conocerlo la aduana. El tráfico entre San
José y Puerto de los Cachos formó un total de 39.500
cargas de a diez arrobas, que transportadas a 10 reales
carga, dejaron 395.000 reales en manos de los arrieros.
Agregando a esto las ganancias de los bogas y el movi­
miento de cargas y valores en el comercio interno recí­
proco de los cantones y con las provincias limítrofes, se
puede calcular la suma de riquezas que circulan en la
Provincia de Santander, cuya población no pasa de 21.232
habitantes, y se concibe cuan holgada será la vida en
lugares tan felices por la situación mercantil y la incan­
sable fecundidad de la mayor parte de las tierras».1i)
i) C om o se re la c io n a con e s ta m a te ria , co p iam o s el s ig u ie n te im p o r ­
ta n te d a to e s ta d ístic o , d e l in fo rm e re n d id o p o r el p re s id e n te de la C o m ­
p a ñ ía d e l C a m in o a S a n B u e n a v e n tu ra e n 1876. Es de n o ta rs e q u e en
d ich o añ o c o n ta b a e l d e p a rta m e n to d e C ú c u ta u n a p o b la c ió n d e 34.776
h a b ita n te s :
E n e l añ o eco n ó m ico d e 19 de d ic ie m b re d e 1876 a 30 d e n o v ie m b re de
1877, el m o v im ie n to c o m e rc ia l de C ú c u ta a r ro jó este r e s u lta d o :
Im p o rta c ió n : 64.233 b u lto s M e rca n cías
23.261 Sal
E x p o rta c ió n : 77 S o m b re ro s
113 T ab aco
151 C acao
2.701 C ueros
141.859 C afé
4.633 A rtíc u lo s v a rio s
T odo con u n to ta l g e n e ra l d e 12.299.894 k ilo g ra m o s, c ifra q u e p u e d e s e r
ig u a l a la q u e a r r o ja h o y d ía, e n ép o ca n o rm a l la im p o rta c ió n y e x p o r ­
ta c ió n d e C ú c u ta . P e r o d e b e r e c o rd a rs e q u e e n los d a to s tr a n s c r ito s e s tá
c o m p re n d id o e l m o v im ie n to d e l T á c h ira , e l c u a l p u e d e e s tim a rs e de u n
50 a u n 66%, se g ú n có m p u to d e l m ism o in fo rm e .

493
Desde la primera vez que Bolívar visitó estos valles, ya
era conocido de los cucuteños ese fino y lustroso mueble,
huésped indispensable de todas las botillerías y lugares
de tertulia masculina, a cuyas barandas hemos recostado
todos el pecho juvenil, dedicando los ocios a un alegre e
ingenioso deporte. Quizá desde antes, pues en 1793 gra­
vaba el ayuntamiento con dos reales mensuales el juego
de Trucos o Billares. Lo introdujo un comerciante cata­
lán, don José María Montenegro, cuya fue la primera
casa de honesto entretenimiento y recreo que hubo en la
ciudad. Una antigua escritura nos da razón de los curio­
sos linderos de esta casa, que acaso corresponden al sitio
donde se edifica hoy la Escuela Normal de Varones del
Departamento: «estaba situada en donde llaman las Qua-
tro Esquinas, sobre tapias y rafas, cubierta de teja, entre
los linderos siguientes: por el oriente, casa y solar de
José Antonio Moro, por el occidente, la casa de Juana la
Catalana, calle pública por medio; por el norte, casa de
la ciudadana Juana Montes de Oca, calle pública por me­
dio, y por el sur, casa y solar de Benita Moros». Esta casa,
como propiedad de un enemigo de la independencia, fue
rematada en pública subasta en 1813 y adjudicada a los
señores José María Colmenares y Domingo Torres, quie­
nes la compraron al Fisco en la suma de 8/10 $ 733.3V2
reales, según instrumento público que aquí se les otorgó
manu-militari.
Julio Pérez F., férvido enamorado de la añoranza na­
tiva, ha consignado en uno de sus escritos los siguientes
datos, que hacemos nuestros, referentes a la introduc­
ción del piano y de la máquina de coser en el hogar del
Pamplonita:
«Ahora por cualquier calle que transitemos oímos las
dulces notas del piano, que muy correctas han de ser pa­
ra que detengan nuestro paso; pero por allá en el año de
i 40 o un poco antes, cuál sería la estupefacción de los
transeúntes al oír el primer piano traído por el entonces
coronel Santana —secretario que fue del Libertador—
tocado por las aristocráticas manos de su esposa, doña
Casimira Flórez.
«Hay un mueble que entre nosotros se ha hecho común
y que ha llegado a formar parte del triste menaje de

494
las chozas que coronan las crestas de la cordillera; que
ha llegado a ser dote o presente matrimonial en el enlace
del más infeliz labriego, la máquina de coser; no pode-
mos imaginar el asombro producido por la primera má-
quina introducida de los Estados Unidos por don Ricar­
do Castro, hacia el año de 50 o 52».
Mueble de lujo el primero, su introducción señalaría
un refinamiento en nuestras apacibles costumbres socia­
les, cuandoquiera que desde los tiempos del antiguo
clavicordio, no ha perdido su flamante título de rey de
los salones.
Alhaja de utilidad la última, vino a aliviar las manos
de la mujer honrada, en sus labores preferidas, y aun a
guarecer su sexo tras el vaivén rumoroso del obediente
pedal. ¡Cómo interpretó el genial Diego Uribe las exce­
lencias del decoroso mueble!
Cose y cose, dominando la fatiga que la agobia,
Que es el traje de la virgen, que es el traje de la novia
El que pasa bajo el corvo pisador,
Y le dice, mientras pasa, de coronas de azahares,
De las horas apacibles, del calor de los hogares
Y del ósculo sagrado del amor.
Pobre niña, que en la vida sólo hallaste sinsabores,
¡Cose, cose! y la miseria, con los viles seductores,
De la puerta de tu estancia mira huir;
Sigue, sigue en tu buhardilla, pobre y linda costurera,
En la lucha comenzada, lucha larga, lucha fiera,
¡Conquistándote el derecho de vivir!

V
Antigüedad del puerto de San Buenaventura. Proyecto
de carretera al Zulia en 1808. La Compañía del Camino a
San Buenaventura. Presupuesto distrital en 1865. Iniciación
de los trabajos. Las férreas paralelas. Conceptos de un
viajero. Proyectado camino al río Magdalena. Datos sobre
el pueblo de Cáchira. Sus remotos pobladores. El pueblo de .
hoy. Impresiones de una excursión.
* * *

No se conoce precisamente la época del establecimiento


del puerto de San Buenaventura, si bien el nombre que
llevaba, de uno de los más ilustres generales de la Orden

495
franciscana, convida a suponer fuese fundado por los mi­
sioneros de aquella institución, por allá hacia las postri­
merías del siglo XVIII. En sus principios sería acaso una
ranchería de indios pescadores y bogas del histórico
río, siempre pospuesto al de los Cachos, por la eterna
lucha de los intereses creados, que tuerce a menudo las
líneas del progreso. Pero y en 1819 parece que era lugar
frecuentado por algunos traficantes: «He mandado ocu­
par el Puerto de los Cachos y el de San Buenaventura,
con el fin de recoger todas las embarcaciones que hubie­
re en las márgenes del Zulia, y de sorprender cualquier
correspondencia que venga de Maracaibo». Oficiaba Sou-
blette a Bolívar desde el Rosario de Cúcuta.1
Años después, estación terminal del camino carretero,
cambió su nombre por el de Villamizar, que le impuso el
reconocimiento público, en honor del distinguido gober­
nante santandereano, doctor José María Villamizar Ga­
llardo, que agolpaba sus influencias oficiales y los calores
de su alma de patriota al servicio del camino carretero
y visitaba la ciudad a fines de marzo de 1865.
Pero en anteriores décadas, el cerebro de otros gober­
nantes divisaba la marcha de los vehículos de rueda a lo
largo de las hermosas perspectivas de la vida.
Aquel noble abogado que regía los destinos del norte a
principios de la última centuria, don Joaquín Camacho
y Lago, al pintar el florecimiento de nuestro comercio,
se lamenta del mal camino de herradura de Cúcuta a
los Cachos, inculpando a nuestros comerciantes el desi­
dioso abandono en que se hallaba, pues acomodados y
apegados al rutinario bienestar, no quisieran ver las ven­
tajas que el terreno ofrecía para convertirlo en camino
carretero. Clarovidente y generoso, el buen gobernante
anunciaba la prosperidad futura de estos valles y con
intuición patriótica señalaba su amplio y preciso derro­
tero.
«En el día la mayor parte de los cacaos de Cúcuta se
sacan por el río Zulia a Maracaibo, no teniendo que
hacer sino seis leguas de camino de tierra hasta el Puer­
to de los Cachos, en el pueblo de Limoncito. Por desidiai)
i) O ficio d e 27 d e s e p tie m b re d e 1819. (O ’L e a ry . Vol. X V I, 474).

496
de aquellos comerciantes y hacendados, se halla aquel
tránsito bastante malo, pudiéndose hacer hasta el Puerto
un camino de rueda que les facilitaría los transportes y
ahorraría una tercera parte de su coste. Esta idea se les
ha propuesto repetidas veces; pero todos se atienen a la
presente utilidad huyendo el coste y embarazo de las
empresas comunes...
«Con motivo de este despacho y exportación de frutos,
se han establecido en Cúcuta muchos europeos, princi­
palmente catalanes, que hacen el comercio con conoci­
das ventajas. En el día todos estos lugares van tomando
mucho ser con el comercio de ropas que vienen por Ma-
racaibo y se introducen hasta la capital del Reino. El
medio de asegurar este beneficio sería que todos conspi­
rásemos a componer los caminos de la carretera, que se
hicieran caminos de rueda para facilitar los transportes,
lo que no sería difícil ejecutar en muchos espacios, como
desde el puerto referido de los Cachos hasta mucho más
acá de San José, desde Cerinza hasta la capital en que
se comprende un espacio de ochenta leguas».
Lenta y diltada gestación necesita el progreso de nues­
tros pueblos para romper la valla de inveteradas habitu­
des y preocupaciones que lo cercan. La facilidad del tra ­
bajo en todo campo aleja la empresa trascendental del
pensamiento de los hombres. Acostumbrados éstos a per­
cibir con poco esfuerzo los frutos de su actividad, tarda
el progreso, porque no existe la palanca de una necesi­
dad imperiosa que lo impulse y encarrile. De esta suerte,
lo que con profética insistencia aconsejaba en 1808 el
gobernador de Pamplona al comercio de Cúcuta, no vino
a convertirse en halagadora realidad, sino al cabo de
cincuenta y siete años, después de que la afluencia de la
población, nuevas y más urgentes necesidades locales, el
crecimiento agrícola y el ya sazonado desarrollo de las
aspiraciones comerciales favorecían con vehemencia la
importancia del proyecto.
En 1865 hizo el ayuntamiento un contrato social con la
llamada Compañía del Camino a San Buenaventura,
que, como lo indica su nombre, tenía por objeto acome­
ter la construcción a aquel puerto de una vía carretera
o férrea, según lo que técnicamente fuera más practica-

497
ble. El ayuntamiento cedió y transfirió a la compañía
todas sus acciones, derechos y propiedades sobre el ca­
mino y bodegas de los Cachos y permitía a aquella co­
brar el impuesto de peaje y de bodega por las cargas que
transitaran a los Cachos, la cuantía del cual entraba a
figurar como aporte de la Entidad Municipal para la
nueva empresa. A trueque de tan generosa concesión, el
distrito obtendría en la Compañía del Camino la tercera
parte de las acciones y percibiría de ella —dice el con­
trato— «la suma de $ 6.000 el primer año, $ 6.500 el segun­
do, $ 7.000 el tercero, y así sucesivamente aumentando
$ 500 cada año sobre la suma del año anterior hasta
el día en que (la Compañía) devuelva al ayuntamiento
el camino y bodegas de los Cachos», lo cual se habría de
verificar tan luego como estuviese abierto para ruedas.
La capacidad del aporte distrital en la nueva empresa
la encontramos en el renglón de Peajes del Presupuesto
del ayuntamiento en el año económico de 1865, que fue
arreglado conforme a los siguientes acertados cálculos:
Existencia en caja (aproximación) .......... $ 2.500.00
Vales por cobrar .......................................id 2.000.00
Peaje ............................................................. id 20.000.00
Contribución directa ...................................id 5.400.00
Derecho de bóvedas ...................................id 100.00
Total de rentas .......................................$ 30.000.00
Como se ve, el distrito apoyaba la empresa con levanta­
da generosidad, pues se desprendía de $ 14.000 en el
primer año, y también en los siguientes, donde será fácil
observar que la adicionada y sucesiva cuota de $ 500
se habría de compensar de sobra con el progresivo in­
cremento anual de los transportes.
La Compañía fijó definitivamente su capital en
$ 450.000 dividido en doce unidades, de las cuales corres­
ponderían cuatro al ayuntamiento y sendas a los seño­
res Ildefonso Urquinaona, Joaquín Estrada, Felipe Aro-
cha, Andrés üerti Tancredi, Juan Aranguren, Jaime
Fossy, Carlos T. Irwin y Domingo Díaz, entusiastas y
perseverantes iniciadores de la obra.

498
Fueron aprobadas estas bases por el Gobierno del Es­
tado en el contrato sobre concesión de privilegio para
el camino carretero celebrado en el Socorro, entre el
señor Díaz, representante de la empresa, y el señor Do­
mingo Castro, secretario general del Presidente del Esta­
do, en 15 de junio de 1865.
Empezáronse, pues, con brio los trabajos una mañana
de septiembre del mismo año. Como en los antiguos tiem­
pos para fundar una ciudad arrancaba el conquistador
un puñado de yerba y trazaba en seguida una cruz con
la punta de su espada, en señal de que tomaba posesión
del territorio en nombre de su Rey, ahora se practicaba
una formalidad semejante, enterrando una botella que
contenía la diligencia escrita del acto, para indicar que
se tomaba posesión del suelo en nombre de la industria
y que la idea sembrada allí comenzaría a brotar sus ca­
pullos y yemas de prosperidad en no lejano porvenir. El
señor jefe departamental don Silvestre Serrano dio la
primera paletada de tierra en el punto más o menos don­
de está hoy situada la esquina de los almacenes del fe­
rrocarril, con un artístico canalete de madera, que para
aquella solemnidad había construido el hábil ebanista
cucuteño don Juan Antonio Fontiveros. Quedó así con­
sagrado aquel suelo para la fructificación amable del
progreso y aclamada la obra con el regocijo de la mul­
titud.
En 1875 se creyó que la simpática empresa se extinguía
con las últimas palpitaciones de la ciudad agonizante;
mas nunca fue más cierta la fábula del fénix, que de
entre los abrasados despojos de su nido revuela más
vistosa, como cuando se aplicó a Cúcuta sepulta entre
lúgubres escombros.
A principios de septiembre de 1876 se firmaba en el
Socorro el contrato sobre concesión de privilegio para
el ferrocarril de Cúcuta al río Zulia, pero diversos incon­
venientes dilataron los trabajos hasta agosto de 1879,
en que se emprendieron en firme. Después de nueve anos
de luchas y de esfuerzos, derivados no ya de la magnitud
de la empresa sino de la zona climatérica, implacable­
mente hostil, que hizo imperativo el establecimiento de
hospitales mudables para abrigar el permanente desfile
de palúdicos, se entregaba el último tercio de la línea

499
(30 de junio de 1888) y las paralelas de hierro adornaban
los suburbios al norte de la ciudad. Tomaron parte en la
construcción de la vía los respetables ingenieros Juan
N. González Vásquez, Enrique Morales, Paulo Pinzón,
Alejo Morales R., Luis L. Guerrero, Miguel Triana, R.
Torres Marifio, Luis David Castro, Segundo Gutiérrez, A.
González Torres, Pompilio Beltrán y Manuel Serrano,
este último rindiendo la vida en obsequio del progreso
patrio, víctima del clima de la pestífera región. Ni se
puede pretermitir en esta congregación de luchadores a
don Domingo Guzmán, cuyo nombre va ligado en la fa­
milia cucuteña a toda obra alentadora, generosa o pa­
triótica; verdadero profesor de energía, que así como
conforta su pluma en El Ferrocarril, haciendo de horte­
lano intelectual en la propagación de un pensamiento
benéfico, extiende su capital del lado de la empresa, un
capital ingente y nada asustadizo en el apoyo de todas
las que sean importantes y grandes.
Un distinguido viajero de San Gil, don Rito Antonio
Martínez, consignaba en 1881 sus impresiones acerca de
los trabajos de la vía:
«Los habitantes de San José han dado muestras de un
vigor y de una entereza parecidos a los que usan los nor­
teamericanos. En cinco años, después de los desastres
del terremoto y de las grandes pérdidas que eso produjo,
han reconstruido, librando tal vez sobre el porvenir, las
habitaciones, haciendo una bella y extensa ciudad, de
las más, si no la más importante y pintoresca del Estado
de Santander...
«Simultáneamente se trabaja en el ferrocarril y en la
carretera; en el primero para adelantar la obra, y en la
segunda para alimentar y sostener el ferrocarril. Los
cargamentos de café y de los demás artículos de exporta­
ción, van de San José a Altoviento por la carretera, y por
ella vienen las mercancías que el tren trae del puerto a
Altoviento; y el producto de una y otra vía lo invierte la
Compañía en la construcción del ferrocarril.
«En diez meses han viajado por el ferrocarril 110.000
cargas en ida y retorno; y como se paga a centavo por
kilogramo, el rendimiento no será pequeño, bastante pa­
ra que la Compañía pague sus empleados, atienda a la
carretera y adelante la obra. ..

500
dalena, por medio de un caño difícilmente navegable
por barcos de vapor, y Puerto Paredes, hoy abandonado,
era también la estación terminal del ferrocarril prime­
ramente proyectado de Bucaramanga al Magdalena.
El proyecto, iniciado por los señores doctor José Joa­
quín Castro, Foción y Francisco A. Soto, Antonio María
Ramírez, Gilberto Van Dissel, Florentino Chaustre y Ro­
dolfo A. Riedel, tomó cuerpo con la constitución formal
de la sociedad por escritura pública otorgada el 28 de
agosto de 1871 y contaba con el apoyo de disposiciones
legales de años anteriores, tanto del Estado como de la
Unión. El jefe departamental de Cúcuta, doctor Marco
A. Estrada, en circular del mismo mes, excitaba a los
cabildos patrióticamente a cooperar en la empresa:
«No debe fijarse la consideración en los provechos que
próximamente pueda traer la realización de esta empresa,
porque ellos en realidad son pequeños, como pequeño es
el principio de todas las obras de la creación. Sus gran­
des resultados apenas pueden verse en lontananza, y son
de tal manera tangibles en beneficio del país, que el cora­
zón patriota reboza de alegría en su perspectiva. El nuevo
camino extenderá las relaciones del Departamento con los
de Soto y Ocaña; las creará con nuevos compatriotas de
los Estados del Magdalena y Bolívar, con quienes no
las tenemos ahora; nos traerá hombres industriosos y
capitales de los ricos pueblos de la Costa y del extran­
jero; las mercancías de ultramar llegarán a la puerta de
los consumidores en los pueblos a cuyas inmediaciones
llegue el camino; todas las tierras fértiles inmediatas
a la vía se pondrán en cultivo; la población acrecerá rá ­
pidamente; y el beneficio de los ricos frutos exportables
que da el Departamento, como café, cacao, añil, tabaco y
otros muchos que aún no se han cultivado, pero que si se
producen ventajosamente, se aumentará de una manera
asombrosa».1
El proyectado camino mediría 43-3/5 leguas, o sean
215.600 metros, por climas templados en su mayor exten­
sión, calculándose la suma de $ 85.000 para hacerlo tran ­
sitable para recuas en un lapso de cinco años. Factible yi)
i) I n fo r m e d e l J e fe D e p a rta m e n ta l de C ú c u ta al P re s id e n te d el E s­
ta d o , 1871.

502
«El alma de la empresa, el que la ha acogido con cariño
paternal, identificándose con ella, es el señor Felipe Aro-
cha, distinguido caballero, director de la Compañía hace
ya largos años, y que desempeña su encargo con una
consagración, dignidad y esmero generalmente recono­
cidos. A este nombre debe agregarse el del señor general
Domingo Díaz, natural de Venezuela y dedicado al co­
mercio en San José. Este señor se consagró diez años a
la construcción de la carretera que hoy sirve de base al
ferrocarril, en el cual también está interesado. Es el ge­
neral Díaz un sujeto franco, hidalgo, caballeroso y ser­
vicial en alto grado; y a él, al señor Arocha y a todos los
empleados de la compañía, debimos mis compañeros de
viaje y yo las más finas atenciones y obsequios en el
paseo que hicimos al puerto.. .» 1
El primer tercio de la línea fue inaugurado solemne­
mente el 28 de octubre de 1880, constante de los dieciocho
kilómetros comprendidos entre Puerto Villamizar y Al-
toviento. La autoridad civil, representada por el jefe de­
partamental, don Segundo R. Paz, recibió el trayecto
construido, y la eclesiástica, a cargo del honorable sa­
cerdote, doctor Jos María Camargo, lo bendijo entre el
alborozo de la muchedumbre que asistía al victorioso
torneo. La locomotora que transportaba los alegres hués­
pedes iba engalanada con los pendones nacionales y lle­
vaba el nombre glorioso de la Patria.
Con el adelanto de la carretera a San Buenaventura
coincidía la formación de la sociedad anónima Camino
de San José al río Magdalena, que llevaba por objeto
abrir a esta ciudad un fácil camino de herradura con la
gran arteria fluvial colombiana y «partiendo de San José
pasaría por el boquerón del Hato, a inmediaciones de
Galindo (Gramalote) y Salazar, por las jurisdicciones
y Papayal, y terminaría en el Puerto Paredes, sobre el
lago Paturia, o si se quiere, en el mismo río Magdalena,
con una prolongación de quince mil metros», vía prefe­
rida por su brevedad entre las cuatro exploradas por el
ingeniero González Vázquez, comisionado al efecto por
el Gobierno de la Unión. El lago Paturia, un poco más al
norte que Puerto Wilches, se comunica con el río Mag-i)
i) R e p e rto rio C olo m b iano. Vol. VI, 151.

501
halagadora empresa, que habría de beneficiar a las po­
blaciones de Salazar, Arboledas, Gramalote y Cáchira,
elevando la última a la categoría de puerto terrestre por
su mayor proximidad al río Lebrija. Los iniciadores ante­
veían la fundación de una bulliciosa ciudad en el sitio
de la pintoresca hacienda de Ramírez, en jurisdicción de
Cáchira, de clima edénico, surcada de saludables aguas,
en suavísimo plano que provoca la fantasía para el en­
sueño urbial.
Cáchira era entonces (1871) un pequeño Distrito con
1.139 habitantes y $ 14.080 de riqueza territorial. Quizá
no existía el trazo del pueblo en 1851 (?) porque Ancízar,
tan cuidadoso en la descripción de su viaje, lo silencia en
la hermosa obra que de él nos dejara. La más antigua
noticia administrativa del pueblo se encuentra en la pri­
mera Ley de división territorial del antiguo Estado So­
berano de Santander (1858), que reconoció la existencia
de 99 Distritos, entre los cuales se menciona el de Cá­
chira, formando parte de los 12 que componían el Circuito
de Ocaña. En dicho año acusaba como riqueza declarada
para el pago del Impuesto predial la cantidad de $ 2.420.-
60.1 Ya había sido, pues, erigido en Distrito, aunque
su escasa importancia se deduce de esta última cifra.
En la historia de la conquista sin embargo, se oye a
menudo su nombre y hay motivos para creer que ya a fi­
nes del siglo XVI pudo haberse establecido allí alguna
aldehuela, desaparecida luego por el aislamiento que cer­
caba la comarca.
En la historia de la conquista, sin embargo, se oye a
menudo su nombre y hay motivos para creer que ya a
fines del siglo XVI pudo haberse establecido allí alguna
aldehuela, desaparecida luégo por el aislamiento que
cercaba la comarca.
El primer avecindado en Cáchira de que se tiene no­
ticia fue el Capitán don Pedro Gómez de Orozco, compa­
ñero de Gonzalo Jiménez de Quesada, de los primeros
Conquistadores del Nuevo Reino, expedicionario en San-i)
i) M. A. E s tra d a .—H isto ria d o c u m e n ta d a de los p rim e ro s c u a tro añ o s
de v id a d e l E stad o d e S a n ta n d e r, P ág . 308.

503
ta Fe, Tunja, Pamplona, Muzo, Mérida y Ocaña. Por sus
importantes servicios, le fue adjudicada la encomienda
del pueblo de Cáchira.
Allí vivía en 1601 don Francisco Gómez de Orozco y
Rojas, casado con doña Elvira de Peñalosa Acevedo y
Ranjel, el cual había sucedido a su abuelo, el primer Pe­
dro Gómez de Orozco, en la encomienda del pueblo indí­
gena de Cáchira, por título de 26 de marzo del año citado.
D. Francisco era hijo de don Pedro Gómez de Orozco y
de doña Francisca de Rojas, viuda de un don Leonardo
de Acosta, encomendero de la villa de San Cristóbal del
Táchira.
Los encomenderos de Cáchira que, como se ve, descen­
dían de recia prosapia de Conquistadores, tuvieron por
hijo a don Pedro de Peñalosa Acevedo, el último que sen­
tó sus reales por aquellas tierras, muerto en el pueblo
de Chopo en 1644, habiendo sido casado con doña María
Ana de Soto Mayor Mohedano y Blasco.1
Hoy es un pueblo de condición apacible, con una pobla­
ción de 3.635 habitantes, $ 479.900' de riqueza agrícola y
urbana y $ 2.642 de renta anual en el Erario del Mu­
nicipio. Ha progresado visiblemente en los últimos años:
laberíntico sótano tererstre, muy abundante en amonitas
vecindario, con el progresista Padre Solano a la cabeza,
ha levantado en menos de tres años un templo de que
justamente se ufana la localidad. Como curiosidad natu­
ral, digna de ser estudiada por los doctos en paleonto­
logía, existe en sus inmediaciones una cueva, o mejor,
laberíntico sótano terrestre, muy abundante en amonitas
y belemnitas, que permiten sentar la hipótesis de ser
esos terrenos sucedáneos de alguna remotísima forma­
ción lacustre. Su mayor fuente de riqueza es la produc­
ción de trigo y papas que lleva, unas veces a Ocaña, otras
a Rionegro, en la Provincia de Soto, y muy a menudo, al
río Lebrija con el cual se comunica por camino de herra­
dura hasta el punto llamado pomposamente Puerto Vic­
toria, donde vive un sano agricultor, soldado silencioso
del progreso patrio, llamado Agustín Chacón, que ha
sembrado allí plantaciones de arroz, pastos, caña y árbo-i)
i) D ato s to m ad o s d e la o b ra El Tribuno de 1810, p ág in a s 175 y sig u ie n te s.

504
les frutales, y parece un auténtico Robinson Crusoe en
aquella soledad cuasi eremítica. De Puerto Victoria en
adelante se baja por canoa durante un día el río Cáchira
que, no de escaso caudal, las gentes del contorno, con
muy acertado sentido de las proporciones, denominan
La Quebrada, pues no lejos están los anchurosos senos
del Lebrija tutor y del Magdalena padre, al frente de los
cuales aquel es un riachuelo. La navegación del Cáchira
termina en el Corregimiento de La Estación, pertene­
ciente al Municipio, que ha tenido el cuidado de fomentar
el cultivo y la población de la comarca, celoso de su área
y orgulloso de su vestíbulo fluvial: allí ejerce la autoridad
civil el señor Eleuterio Guerrero, vecino notable de Cá­
chira y bien inspirado respecto del comercio comarcano.
Aauel punto de La Estación, situado en la confluencia
del Cáchira con el Lebrija, será con el tiempo alguna
muy importante, al abrirse el camino terrestre de seis
o siete leguas desde Puerto Victoria hasta allí, en lo que
actualmente se trabaja con empeño, y cuando por fin la
caterva laboriosa del obrajero dome para la navegación
fácil y cómoda el lecho del río Lebrija, obstruido fre­
cuentemente por enormes palizadas.
Entre los pueblos del Departamento es el de Cáchira
uno de aquellos aque la próvida naturaleza señaló más
claro y sonriente porvenir. Podrá no ser inmediato éste
a causa de nuestro carácter como colectividad y de la
escasez de sangre inmigratoria que agite, en bullidora
emulación, las ocultas energías de nuestra silueta étnica,
pero está diseñado geográficamente por rasgos los más
robustos y seguros. Aun sin hablar de su situación topo­
gráfica, caracterizada por un caudaloso afluente del
Magdalena, existen en su territorio en quieta virginidad
industrial riquísimas fuentes de petróleo, donde el oliente
mineral marea, que harán del Municipio un centro po­
puloso, confortado económicamente por la inmigración
y por la industria.
El proyecto del año 71 de la llamada empresa Camino
de San José al río Magdalena, si fracasaba a la sazón_tal
vez debido a ingratas rivalidades de las dos Compañías
que por entonces se disputaran la extracción comercial
de Cúcuta, existe hoy bosquejado y delineado a grandes

505
trechos por la labor embrionaria y apenas acertada de
nuestras Juntas de Caminos, que mucho han hecho con
abrirlo así, a favor de cortísimos recursos, en circunstan­
cias en que no lo protege el tránsito de los viajeros, ni lo
alimenta decididamente el intercambio de frutos. Será sí
una envidiada realidad, cuando un razonado prospecto
científico rectifique su itinerario, todavía reducible a
menor distancia, y cuando Cáchira adquiera comunica­
ción directa con la ciudad de Salazar, en lo que está al­
tamente interesado este último municipio.
La Asamblea del presente año puso bajo los auspicios
del general Justo L. Durán, uno de los más distinguidos
hombres de empresa del Departamento, la reapertura
formal de este camino, que en claro análisis, no significa
sino un nuevo escudo para la vida económica de los pue­
blos del Norte.
1918.

506
NOTA FIN A L

No se incluye en este libro, para no hacerlo más volu­


minoso, el Apéndice, mencionado en la página 145 y com­
puesto de no pocos autorizados documentos, casi desco­
nocidos, que adornan las fuentes de nuestra historia
regional. Por la misma razón, se ha prescindido de algunos
otros capítulos del autor.
En el estudio titulado Bolívar y la Poesía (página 311)
al hablar del poeta Martín Maillefer, hemos dicho que
«su nombre es desconocido u olvidado en la historia de
las letras francesas». Recientemente ha sido publicado
en Caracas una traducción española en prosa del poema
de Maillefer, que hasta ahora hemos visto, cuyo título
original es Les Fiancés de Caracas. * Es preciso hacer
constar que el productor y prologuista, don Santiago Key-
Ayala reconstruye en parte la biografía del poeta, con lo
cual queda lisonjeramente expurgado su nombre de la
obscuridad histórica que lo envolvía.
L. F.-C.

*) «Los N ovios d e C aracas», p o r P . D. M a rtín -M a ille fe r. T ra d u c c ió n y


p re á m b u lo d e S a n tia g o K e y -A y a la . (V o lu m en II de la B ib lio te c a V e n e ­
zu ela. C a ra c a s. T a lle re s d e lin o tip o d e «El U n iv ersal» . 1917).

507
INDICE
P á g in a
7
P R E S E N T A C IO N .......................................................................................................
A D V E R T EN C IA ........................................................................................................... 9
EL SO LA R D E L A B O R IG E N . — (P o b la ció n e In d u s tria s . R eligión
e Idolos. Id io m a . L a R ed u cció n . L as M isiones) .................................... 10
LOS H ERO ES. — (A m b ro sio A lfín g e r. Iñ ig o de B a sco n a. J u a n de
S a n M a rtín . H e rn á n P é re z d e Q u esad a. A lfonso P é re z T olosa.
P e d ro d e U rsú a . F ra n c isc o F e rn á n d e z d e C o n tre ra s. A lonso E s- ^
te b a n R a n je l) ...........................................................................................................
M ITRA S V IE JA S . — (P r im e r A rzo b isp o q u e v isita los V alles de
C ú c u ta (1621). O tro s dos h u é sp e d e s m itra d o s . E l Illm o. s e ñ o r J u a n
G alav ís, M o n je d e S an N o rb e rto . P rim e r C u ra de la P a r r o q u i a d e
S an Jo s é d e C ú c u ta . E l s e ñ o r A zúa v isita a B u c a ra m a n g a . E l s e ñ o r
Ja im e s y P a s tr a n a , n a tu r a l d e l T á c h ira . E re c c ió n d el O b ispado y
C a te d ra l d e M érid a. D isp u ta s su sc ita d a s p o r ca u sa de la d e m a rc a ­
ció n d e su s lím ite s. C u a rto O bispo q u e v ie n e a S a n Jo sé . L a b o r
d e d o n F ru to s J . G u tié rre z y d o n A n to n io I. G a lla rd o e n e l e s ta ­
b le c im ie n to d e la D iócesis de P a m p lo n a . P o b la c ió n d e la V illa de
C ú c u ta e n 1817. E l s e ñ o r L azo d e la V ega, R e p re s e n ta n te al C o n ­
g reso de 1821. E l Illm o . se ñ o r M a rian o T a la y e ra . M isa P o n tific a l en
u n a h a c ie n d a . El s e ñ o r E stévez, O bispo de S a n ta M a rta , e n la
co m isió n d e p az. E recc ió n d e l O bispado de P a m p lo n a ) ....................
DE P R E D IO A C IU D A D . — (La C olonia ag ríco la. G o b iern o de S an
C ristó b al, T u n ja y S an F a u stin o so b re los V alles d e C ú c u ta . N úes-
tr o p rim e r fu n c io n a rio p ú b lico (1578). L a fu n d a d o ra d e l p u eb lo .
E tim o lo g ía d e l n o m b re de la tr ib u . El in d io C ú c u ta . A n tig u o s p r o ­
p ie ta rio s. P rim e r a e s c ritu r a o to rg a d a en S a n Jo sé. T itu lo oficial
d e la V illa. S u á re a u rb a n a y s u b u rb a n a e n 1793. C u ru le s M u n ic i­
p ales. P rim e r a s c o n trib u c io n e s. E sta b le c im ie n to d e la p rim e ra
escu ela. R em o to s le tra d o s) ...............................................................................
IN E X IT U I S R A E L ... — (L ab o r e d u c a tiv a d e los J e s u ita s e n el
N u ev o R ein o . C u m p lim ie n to d e la C é d u la de C a rlo s III. E l a n ti­
g uo ed ificio d e l «Colegio V iejo» e n P a m p lo n a . F u n d a c ió n d e l C o­
leg io d e los J e s u ita s . B ie n h e c h o re s y b en eficio s d e l I n s titu to . J e ­
s u ita s n o ta b le s. L as d isp o sicio n es del V irre y . L os ex p u lso s de P a m -
p io n a. El ex ilio ) ...................................................................................................
EL RUM OR DE LA T O RM EN TA . — (I. El m o v im ie n to d e los C o­
m u n e ro s e n el S u r d e S a n ta n d e r. Cóm o fu e re c ib id o e n los p u e ­
blo s d e l N o rte . P e q u e ñ a acció n de g u e r ra e n C ú c u ta . D on J u a n
Jo s é G a rc ía , C a u d illo d e la R ev o lu ció n . Su a c tu a c ió n e n el T a c h ira .
E x te n sió n d e l m o v im ien to . S u c a r á c te r y te n d e n c ia s . II. L as

509
P á g in a
C a p itu lacio n e s d e Z ip a q u irá . A m ain e de la efe rv e sc e n c ia . V iaje de
B e rb e o a P a m p lo n a. E x íg e sele el d e s tie rro de dos esp añ o les. C a p ­
tu r a d e Jo s é A n to n io G alán . S u se n te n c ia de m u e rte . El sa rca sm o
d e las C a p itu lacio n e s. In d u lto d e l A rzobispo V irre y . — III. L a h is ­
tó ric a re u n ió n d e T escu a. S us d e lib e ra c io n e s y acu erd o s. M isión
d e B e rb e o y d el M a rq u és d e S an J o rg e e n la isla d e C u racao . D on
L u is V idalle, C a p itá n d e la M a rin a In g le sa . Lo q u e p e d ía n los
C o m u n ero s. El fra c a so d e la s n eg o ciacio n es. D on J u a n B a u tis ta
M orales, c u a si-ig n o to P re c u rs o r g ra n a d in o ) ............................................ 109
P R O FU G O , P O E T A Y P R E S ID E N T E . — (I. E x p a tria c ió n de N a riñ o
y d e sus c o m p añ ero s. S u fu g a d e la c á rc e l d e C ádiz. S u a p a ric ió n
en V en ezu ela. D isfraz co n q u e se p re s e n tó e n C ú c u ta . P ro te c c ió n
q u e le b rin d a u n c o m e rc ia n te fra n c é s. P ro p a g a n d a d e l P re c u rs o r
en P a m p lo n a y C áco ta. S u a rrib o c la n d e stin o a la C a p ital. — II. L a
v ic to ria d e B o lív a r e n 1813. Cóm o se fe ste jó e n S a n ta F e la n o ­
tic ia . El C om isio n ad o de B o lív ar. F ru c tu o so re s u lta d o de su m i­
sión. L a b iz a rra O ficialid ad . U n E p in icio d e l P re c u rs o r e n e s tro fa s
sáficas. S u v e ro sím il p a te rn id a d lite ra ria . — I II . E n el C o n ­
g reso C o n s titu y e n te d el R osario. S o rp re s a y o je riz a de los D ip u ­
tad o s. D esag ra d o con el G e n e ra l d ’E v e re u x . G a la n te ría s y riv a li­
d ad es. P ris ió n d e d ’E v e re u x . E n fe rm e d a d de N ariñ o . M u e re en
L eiv a. S us d esp o jo s m o rta le s) ....................................................................... 125

CIUDAD P A T R IO T A . — (D e stitu c ió n de do n J o a q u ín C am acho.


C a rá c te r d e l C o rre g id o r B a stú s y F a lla . S u e x a g e ra d o fo rm u lism o
y n im ie d a d e s. D e sa v e n e n c ia co n u n a d e la s p rin c ip a le s fam ilias.
O p in ió n d e jo s h isto ria d o re s. L os sucesos del 4 d e ju lio . L os C on­
ju ra d o s. D o ñ a M a ría A g u e d a G a lla rd o . L a v e r d a d e r a fe c h a clásica
d e P a m p lo n a . L a J u n ta p ro v isio n a l q u e re e m p la z ó al C abildo. Los
R e p re s e n ta n te s d e los p u eb lo s p ro v in c ia le s. E lección de d o n C a­
m ilo T o rre s p a r a el C ongreso N acio n al) ................................................. 143

M IN U C IA S D EL AÑO E PIC O . — (P e re g rin a c ió n h is tó ric a d e u n a


p a n e la . M e n saje e n tr e dos d am as. U n e m ig ra d o sospechoso. A cti-
titud^ del C abildo d e S an Jo sé. C u ál fu e la s u e rte d e l C o rre g id o r
B a stú s. P ro c e re s c u c u teñ o s. L os p u eb lo s co m arcan o s. J u n t a p a ­
trió tic a d e S an F a u stin o . P a tr io ta s d e A rb o led as. U n p r ó c e r de
B o ch alem a. G e n e ro sid a d d e u n c o m e rc ia n te c u c u te ñ o . L os p u eb lo s
d el T á c h ira ) ................................................................................... 157
F L P R IM E R COM BATE. — (D on Jo s é G a b rie l P e ñ a , D ato s b io g rá ­
ficos. El te rre m o to d e 1812. Los e m ig ra d o s v en ezo lan o s. D on R am ón
C o rre a am en aza con su ex p e d ic ió n . P e ñ a p id e au x ilio s. A ctitu d
d e B a ra y a . Su riv a lid a d con N ariñ o . T ra ta d o s d e S a n ta R osa. Co­
r r e a en S an A n to n io d e l T á c h ira . E l co m b ate. U n a acció n h ero ica.
C opla h istó ric a . O cu p ació n de C ú c u ta . T riu n fo de C astillo e n P ie -
d e c u e sta ) ................................................................................................................... 16g
CU A RTEL G EN ER A L EN CUCUTA . —■ (E stu d io c rític o -h is tó ric o ).
(B o lív ar y C o rrea. El 28 de fe b re ro . El E m ulo. El B o tín ) .............. 179

CERES P R O V ID A . — (I. E l p r im e r se m b ra d o r an ó n im o de T rig o . L a


G ra n a d a y la U va. P a m p lo n a , O cañ a y S a la z a r ag ríco las a p r in ­
cipios d el siglo XV. I n d u s tr ia h a r in e r a e n S u ra tá . L as p la n ta c io ­
n e s d e C acao en los V alles de C ú c u ta . In c re m e n to de su cu ltiv o
en el v alle d el Z u lia. L a p la n ta d e l In d ig o . El A lgodón y la N a c u ­
m a d e G iró n . S u im p o rta n te co m ercio . E l A rb o l N a c io n a l y el
A rb o l d e la L ib e rta d . Im p u lso a la in d u s tr ia d e la s Q u in as e n el
N u ev o R ein o . L os c a s c a rille ro s d e B u c a ra m a n g a . — II. E l cu ltiv o

510
P á g in a
d e l T ab aco . L a re v o lu c ió n d e los C o m u n ero s y e l co m ercio del
N o rte . El d o c to r E lo y V alen zu e la . I n tro d u c c ió n d e la C a ñ a de
O taití. H allazg o d e la P a p a silv e stre . E l p recio so tu b é r c u lo e n el
Im p e rio d e los C h ib ch a s. El P a d r e P a r r a . I n v e te ra d o cu ltiv o del
T rig o . O tro d o c to eclesiástico d e l in te r io r d e l N u ev o R eino. El
c u ltiv o d e l C a fé y el P a d r e F ra n c isc o R o m ero . L os p a s to s P a r á y
G u in e a ) .......... 203
E L C A PU C H IN O R E A L IS T A . — (I. El M isio n ero e n tr e los M otilones.
S u s o p in io n es re a lista s . A v e n tu ra s e n el río Z u lia . A filia d o a u n a
co n sp iració n . E n p re se n c ia d e B o lív a r. S u e x tr a ñ a m ie n to a T u n ja .
T en az p re d ic a d o r e n los te m b lo re s de 1814. P ris io n e ro e n e l E jé r ­
cito p a trio ta . S u c a u tiv e rio e n B ogotá. — II. E x p e d ic ió n d e B o lív a r
a C a rta g e n a . El P a d r e C o rella e n el B a ta lló n La G uaira. E n el c a ­
m in o d e G u a d u a s. E n fe rm o e n la c á rc e l d e H o n d a. C o n d e n ad o al
ú ltim o su p licio p o r el G o b e rn a d o r d e M a riq u ita . L a tra g e d ia de
su m u e rte . S u s fu n e ra le s e n la C a p ita l) .................................................. 231
B O L IV A R Y LA P O E S IA . — (E stu d io h is tó ric o -b ib lio g rá fic o ). (Los
ju g u e te s p o ético s. S u fiso n o m ía lite ra ria . E l P o e ta v irg ilia n o . El
C a n to r d e J u n ín . E l B a rd o P re s id e n te . E l C a n c io n e ro d e la R e ­
v o lu ció n . E l T ro v a d o r re b e ld e . El M enor d e la E stirp e . E l O ra d o r
d e A n g o s tu ra . E l S o ñ a d o r de A lbión. D e la F ra n c ia m e n to ra . El
e s tré p ito d e l C oro. B o lív a r e lo c u e n te ) ........................................................ 243
LA RO TA DE C A R R ILL O . — (I. El a p e llid o d e l E s ta d ista . S u fe de
B a u tism o . T ra n s fo rm a c io n e s d e su casa so la rieg a. E n S a n B a rto lo -
m í. D e n u e v o e n C ú c u ta . P rim e r a s esca ra m u z a s. M a tu te y C asas.
L le g ad a d e L izó n . A la rm a e n C ú c u ta . — II. R e tira d a d e S a n ta n d e r.
E sc o n d ite d e p e rtre c h o s. M o v im ien to s d e en em ig o . J o s é S o tillo ,
J e fe d e la p laza. C o m b ate e n C a rrillo . T riu n fo d e los R e alistas.
C ru e ld a d e s d e L izó n . E sp an to so su p licio d e seis m u je re s . T ro p e lía s
en S an C a y e ta n o y el R osario. — III. El C a p itá n S a n ta n a . E l T a m b o r
d e C a rrillo . S a n ta n a e n C ú c u ta . D e s c u b rim ie n to d e u n se c re to .
L a b ú sq u e d a d e l te s o ro . El relo j y la s g ra n a d a s . E l C u a d rilo n g o
d e C a rrillo . U n co n cep to d e l G e n e ra l S a n ta n d e r) .............................. 355
M ERCEDES A BR EG O . — (A p u n ta m ie n to s b io g rá fic o s so b re la M á r­
t i r d e C ú c u ta ) ....................................................................................................... 369
T H E H IG H L A N D E R . — (I. El p a ís d e M a c-G reg o r. D ato s b io g ráfico s
C a rá c te r y te m p e ra m e n to d e l p ro c e r. C o m a n d a n te d e la s fu e rz a s
d el N o rte . O cu p ac ió n y d e so c u p a c ió n d e P a m p lo n a . A copio y c o n ­
c e n tra c ió n d e fu e rz a s e n P ie d e c u e s ta . E n tr a d a a C ú c u ta . C o m b ate
d e S a n ta n d e r e n S a n F a u stin o . E n c u e n tro d e M a c -G re g o r y el C o­
ro n e l v en ezo lan o P a re d e s e n B a ila d o re s. H u id a de L izó n. R e tiro
y e n fe rm e d a d d e M a c-G reg o r. L os esposos G re e n h o p e . — II. E n
C a rta g e n a . D e O c u m a re a B a rc e lo n a . D on A n d ré s B ello y e l p r o ­
c e r. U n so n e to d e l p rim e ro . A v e n tu ra s e n la F lo rid a . L a e x p e d i­
ció n a P o rto b e lo . E l tr iu n f o . U n a p ro c la m a d e M a c-G reg o r. L a
d eso cu p ació n d e la p laza. O tra e x p e d ic ió n a R io h a c h a . L as c a la ­
v e ra d a s d e M a c-G reg o r. S o b e ra n o d e los P o y á is. U n a c o n stitu c ió n
d ic ta d a a los in d íg en as. M u e rte d e M a c-G reg o r) ................................ 383
LOS V E N CID O S DE M U CU CH IES. — (El p á ra m o d e M u cu ch íes. L a
acció n d e este n o m b re . E l E jé rc ito d e l G e n e ra l U rd a n e ta . S u p e ­
n o sa m a rc h a . D ia rio d e u n e m ig ra d o . Q u ién e ra d o n A n to n io I g ­
n acio R o d ríg u ez P ic ó n . S u com isión p a trió tic a e n la F r o n te r a g r a ­
n a d in a . U rd a n e ta y B o lív a r se a u s e n ta n d e C ú c u ta . S a n ta n d e r
e n c a rg a d o d e l m a n d o . N u e v a e n tr a d a de los r e a lis ta s a C ú c u ta .

511
P á g in a
U n a o b lig ació n c o m ercial d e l E jé rc ito de C alzada y de R am os.
S erio p e rc a n c e d e l C u ra de C ú c u ta . R egreso de U rd a n e ta . E sca­
ra m u z a e n S an C ristó b a l. R em igio R am os en el ca m p a m e n to
p a trio ta . U n v a tic in io p ro fé tic o ) ................................................................... 397
E L AU TO R D E LA C O N ST ITU C IO N . — (Los b ió g rafo s de S e rra n o .
L a fa m ilia d e l p ro c e r. S us p rim e ra s a rm a s. E l E sta tu to d e P a m p lo ­
n a . A cció n d e B á la g a o C h itag á. E n el alto de C a ch iri. El P r e s i­
d e n te de la N u ev a G ra n a d a ......................................................................... 409
LOS A LM EID A S. — (N o ticia h istó ric a so b re los p ro c e re s cu cu teñ o s
d e este ap ellid o ) .................................................................................................. 435
G U E R R IL LE R O S M EZCLA DOS. — (C ognom entos de los re a lista s.
T am b o d e C a ch iri. L a lo m ita de la C ruz y el C o m a n d a n te Jo sé
M a ría C o lm en ares. R efu gio de los p a trio ta s e n P alo g o rd o y L a
G a rita . E n co m ia b le s rasg o s d e osadía. El in fo rtu n a d o g u e rrille ro
J u a n E ste b a n R a m írez. M á rtire s d e O cañ a y d e l R osario de C ú cu ta.
El d e s tie rro d e las fa m ilia s de G iró n . El C u ra de C apacho. S a r-
g e n to n e s y g u e rrille ro s) ................................................................................... 415
H O R IZ O N TE S CO M ER CIA LES. — (I. El río Z u lia. Los in d io s Q ui-
riq u ire s . El p rim e r m e rc a d e r de q u e se tie n e n o ticia. C a rta g e n a
y el P u e rto d e M a rac aib o . P rim e r in tro d u c to r d e g an ad o . C o m e r­
cio co n B a rin as. P ro y e c to de cam in o al L lano. Dos ilu s tre s m a n ­
d a ta rio s. U n siglo d e p o r m ed io . L os estu d io s de C odazzi. Los
G e n e ra le s H e rn á n d e z y C a stañ o . — II. P u e r to V iejo o P u e rto
R eal d e S an F a u stin o . R em otos e sta b le c im ie n to s flu v ia le s. L a a n ­
tig u a ciu d a d d e S an F a u stin o de los Ríos. L as p rim e ra s lan c h a s
d e v ap o r. Los in d io s A liles. E l boga d e l río Z u lia. S us h á b ito s y sus
tra b a jo s . D e su festiv o can cio n ero . — III. P re p o n d e ra n c ia de S an
C a y etan o . E sta b le c im ie n to d el P u e r to de los C achos. El P o rtó n
d e los A rb o les. C é le b re e x e n c ió n d e d erech o s. P ro y e c to de a n e x ió n
d e c u a tro ciu d ad es g ra n a d in a s a la C a p ita n ía de V enezuela. L as
b o d eg as d el D istrito d e S an Jo sé . U n a n tig u o T ru s t. R uidoso pleito
d e l D istrito y d o n J u a n A ra n g u re n . T riu n fo d el A y u n ta m ie n to .
IV. O rie n ta c io n e s d el C om ercio. El m e rc a d o de S an T hom as. E x ­
p o rta c ió n d e so m b rero s. L a in m ig ra c ió n C a ta la n a . L os c a ta la n e s
ex p u lsad o s e n 1821. F iso n o m ía e x tr a n je r a del C om ercio de C úcuta.
E sta b le c im ie n to d e casas im p o rta n te s . C ú c u ta co m ercial, según
A n cízar. C u án d o fu e co nocido el b illa r. El p rim e r p ia n o y la p r i ­
m e ra m á q u in a d e co ser. — V. A n tig ü e d a d d el P u e rto de S a n B u e ­
n a v e n tu ra . P ro y e c to d e c a r r e te ra al Z u lia e n 1808. L a C om pañía
d e l cam in o a S an B u e n a v e n tu ra . P re s u p u e s to d is tr ita l e n 1865.
In ic ia c ió n d e los tra b a jo s . L as fé rr e a s p a ra le la s. C onceptos d e u n
v ia je ro . P ro y e c ta d o cam in o al río M a g d alen a. D atos so b re el
p u eb lo d e C á c h ira . S u s re m o to s p o b lad o res. E l p u e b lo de hoy.
Im p re sio n e s d e u n a e x c u rsió n ) ..................................................................... 457
NOTA F IN A L ............................................................................................................ 507

512
Se terminó la impresión de esta
obra, en los Talleres Gráficos
del Banco Popular, en Bogotá,
el día 18 de mayo de 1975.

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