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Escrito por Jesús de las Heras Muela – Director de Ecclesia

Benedicto XVI ha publicado su primera y esperada Encíclica. “Deus caritas est” es


su título, cuya traducción al español significa “Dios es amor”. Se trata de una cita
de la primera carta del apóstol San Juan, en su capítulo 4, versículo 16. “Deus
caritas est” es un texto que va a lo esencial, al corazón de la fe y del mensaje
cristiano: el genuino, novedoso y transformador concepto del amor.

La Encíclica, escrita con belleza, profundidad, claridad y didactismo, es un


documento breve y enjundioso, repleto de reflexiones bien certeras e
interpeladoras. Desmenuza la semántica del amor y sus sentidos etimológicos
griegos: “eros” -amor entre hombre y mujer-, “philia” -amor de amistad- y “agapé”-
el amor genuinamente cristiano- y presente la aportación del cristianismo al
respecto.

Se divide en dos partes, íntimamente unidas, bajo los respectivos epígrafes de “La
unidad del amor en la creación y en la historia de la salvación” y “Caritas: el
ejercicio del amor por parte de la Iglesia como comunidad de amor”. El texto
íntegro de la Encíclica, publicado por algunos diarios y semanarios, y en los
próximos días por distintas Editoriales, se pueden encontrar también en internet,
por ejemplo, en www.vatican.va ó en www.revistaecclesia.com

Una Encíclica es una carta del Papa, el documento doctrinal más importante
después de las definiciones dogmáticas, es una forma habitual de ejercer el
magisterio pontificio y de impartir doctrina. Las Encíclicas nacen en el año 1832,
con el Papa Gregorio XVI. Antes los Papas escribían Bulas, de contenido muchos
más puntual y concreto. El título de las Encíclicas, al igual que el de otros
documentos papales y eclesiales, lo constituyen las dos o tres primeras palabras
de su original latino.

Vivir y testimoniar el amor

 Ya en las últimas páginas del texto, el Papa Benedicto XVI expresa el gran
objetivo de esta Encíclica:”Vivir el amor y así llevar la luz de Dios al mundo”. Y es
que el amor es lo distintivo, lo radicalmente propio del cristianismo. Ya lo dijo
Jesucristo: “En esto sabrán que sois mis discípulos: en que os amáis”. Y en los
primeros siglos del cristianismo hizo fortuna la frase, que era realidad, “mirad
como se aman”.

A través de la Sagrada Escritura y de la tradición y la praxis de la Iglesia desde la


primera hora, el Santo Padre presenta la especificidad del amor cristiano, que
integra, purifica y sublima las distintas realidades y expresiones del amor humano.
La parábola del buen samaritano (Lucas 10, 25-37) y el llamado Himno de la
caridad del apóstol San Pablo (1ª Corintios 13) son quizás los dos textos
neotestamentarios más presentes en el fondo y en la forma en esta extraordinaria
Encíclica

En la Encíclica, Benedicto XVI refuta distintas concepciones parciales y


excluyentes del amor y subraya y glosa la novedad y genuinidad del amor
cristiano, imagen de Dios e imagen del hombre. Se trata de un amor injertado en
la misma identidad del Dios uno y trino, especificado y concreto en Jesucristo
encarnado, crucificado y resucitado y traducido en obra a través de la dos veces
milenaria acción de la gracia como singularmente ponen de manifiesto los santos,
entre los que el Papa cita a Martín de Tours, Antonio Abad, Francisco de Asís,
Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Camilo de Lelis, Vicente de Paúl, Luisa Marillac,
José B. Cottolengo, Juan Bosco, Luis Orione y Teresa de Calcuta.

De especial hermosura y profundidad es el largo y tan bello párrafo final que


dedica a María de Nazaret, a quien define como la mujer que ama. “María, la
Virgen, la Madre, nos enseña qué es amor y donde tiene su origen, su fuerza
siempre nueva”.

Mandar y servir el amor

La Iglesia sirve al amor, “del que Dios nos colma y que nosotros debemos
comunicar a los demás”, a través de tres actividades básicas: la proclamación del
evangelio, la celebración de los sacramentos y el servicio de la caridad. El amor, la
caridad cristiana, es inseparable de la justicia, que es su mejor complemento. Y
llama el Papa a los Estados a que sirvan al amor: “no hay orden estatal, por justo
que sea, que haga superfluo el servicio del amor, pues “quien intenta
desentenderse del amor, se dispone a desentender del hombre en cuanto
hombre”.

Desde estas premisas, el Papa plantea también con claridad, en el número 28 de


la Encíclica, las relaciones de separación y de cooperación entre la Iglesia y el
Estado. La justicia debe ser el objetivo de la política ya que, como afirmara san
Agustín, “un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una banda de
ladrones”. Y la misión de la Iglesia, desde la razón y el derecho natural, es formar
las conciencias y contribuir a la justicia y la actuación conforme a ella.

El amor cristiano, cuyo ejercicio necesita también de una adecuada y competente


organización profesional, una purificación de la razón y una formación y
compromiso éticos, requiere de tres características: apoyarse en el encuentro
personal con Jesucristo y nutrirse de la oración, estar por encima de ideologías y
partidos y no convertirse nunca en arma de proselitismo porque el amor es gratuito
y debe servirse gratuitamente. Ese amor cristiano gratuito y desinteresado está ya
de por sí impregnado de la mayor de las fuerzas y potencialidades
evangelizadoras.

Decálogo de pensamientos

Dado que resulta complejo resumir en dos páginas un texto tan denso y tan bello,
espigamos ahora diez de sus frases y pensamientos más emblemáticos, que
hablan por si solos y nos muestran fehacientemente el contenido de esta
Encíclica:

         1.- “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea,
sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE, nº 1).

         2.- “Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero, ahora el amor ya no
es sólo un <mandamiento>, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a
nuestro encuentro”. (DCE, nº 1).

         3.-“Ahora el amor es ocuparse y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí


mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien
del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo
busca” (DCE, nº 6).

         4.-“Es allí en la cruz, donde se puede contemplar esta verdad. Y a partir de


allí se debe definir ahora lo qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano
encuentra la orientación de su vivir y de su amar”. (DCE, nº 12).

         5.-“Ahora (en la Eucaristía), el amor a Dios y al prójimo están realmente


unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el
<agapé> se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella, el
<agapé> nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por
nosotros”. (DCE, nº 14).

         6.-“Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mi y que yo pueda


apoyar. Se universaliza el concepto del prójimo, pero permaneciendo concreto”.
(DCE, nº15).

         7.- “Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia


social, que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y
es manifestación irrenunciable de su propia esencia” (DCE, nº 21).

         8.-“La actividad caritativa cristiana ha se ser independiente de partidos e


ideologías. No es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no
está al servicio de estrategias mundanas, sino que es la actualización aquí y ahora
del amor que el hombre necesita. El programa del cristiano -el programa del buen
samaritano, el programa de Jesús- es un <corazón que ve>. Este corazón ve
donde se necesita el amor y actúa en consecuencia”.” (DCE, nº 31 b).

         9.-“El amor, en su pureza y gratitud, es el mejor testimonio del Dios en el que


creemos y que nos impulsa a amar… La mejor defensa de Dios y del hombre
consiste precisamente en el amor” (DCE, nº 31 c).

         10.-“En los santos es evidente que, quien va a Dios, no se aleja de los


hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos. En nadie lo vemos mejor
que en María… expresión del aquel puro amor que no se busca a sí mismo, sino
que sencillamente quiere el bien”. (DCE, nº 42).(Jesús de las Heras Muela –
Director de la Revista ECCLESIA)

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