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Ficha de cátedra: Taller de imágenes Diploma Superior Pedagogía de las Diferencias-

Iván Catiblanco Ramírez- FLACSO- 2013

El mundo es cada vez más visual o, por lo menos, parece que cada vez podemos ver
más y más cosas acerca del mundo y, sobre todo, acerca del otro. Sin embargo, esta lluvia
de imágenes, que ha convertido nuestra vida cotidiana en un teatro hipervisual, encierra en
sí misma una suerte de espejismo: ese otro que muestran las imágenes, ese otro que
creemos estar mirando, es un otro completamente desconocido, ajeno, anónimo e, incluso,
invisible. Tanta realidad, nos hace incapaces de mirar con nuestra propia mirada, con
nuestra propia sensibilidad, al otro que tenemos en frente, como si en lugar de mirarlo a los
ojos, lo miráramos proyectando sobre su rostro alguna imagen que hemos coleccionado en
una fotografía, en alguna página de una revista, o en cualquier otra pantalla.
Hablamos, entonces, de la propia experiencia de la mirada, de si en realidad somos
conscientes de la forma como miramos al otro y de si las imágenes que constantemente
producimos acerca del otro (en la publicidad, en las noticias, en las fotos escolares, y hasta
en las fotos más cotidianas) muestran algo de su propia singularidad o tan solo son una
proyección nuestra acerca de lo que ya habíamos decidido que era su imagen (y cuerpo, y
su rostro, y su forma de estar en el mundo).

Desmanchar la mirada
Preguntarnos por nuestras formas de mirar no es una tarea fácil. No sólo porque todo
acto de reflexión propia conlleva ya una dificultad mayor al enfrentarnos a supuestos sobre
los que usualmente no nos detenemos, sino porque pocas veces se lleva dicha reflexión al
terreno de lo visual y de la mirada. En efecto, en tiempos en los que el discurso de la
“diversidad” parece producir y reproducir continuamente nuevos eufemismos, nuevas
formas de nombrar, clasificar y anormalizar al otro, la mayoría de críticas y de reflexiones
acerca de esta problemática se ubican en el lenguaje. Seguro que podemos traer a nuestra
memoria los diferentes intentos por acomodar el lenguaje y las formas de expresarse acerca
de sujetos que han sido diferenciados con el propósito de combatir la discriminación y
promover la inclusión social, en áreas como la educación especial, la perspectiva de género,
las diferencias étnicas, entre muchas otras, se suelen producir cada vez nuevas
denominaciones que vienen aparejadas de nuevos discursos y argumentaciones que

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sustentan la conveniencia de usar estas nuevas definiciones.
Por supuesto, no podemos negar el valor de todos los esfuerzos y las intensiones que
promueven estos acomodamientos en el lenguaje, ya que algunos de ellos provienen de
movimientos y organizaciones sociales que representan los intereses de colectivos de
sujetos que han sido históricamente excluidos. Lo que pretendemos, en todo caso, es
preguntarnos si este camino de denominaciones representa un cambio fundamental en
nuestras formas de relacionarnos con esos otros a quienes nombramos de tal o cual forma.
En otras palabras, ¿es lo mismo nombrar al otro de una forma políticamente correcta que
mirarlo sin prejuicios? ¿No es acaso cualquier forma anticipada de nombrar al otro un
prejuicio en si misma?
Podemos limpiar el lenguaje de sus formas más corto punzantes y discriminatorias,
pero es en el encuentro con en el otro, es en medio de la relación, donde efectivamente se
pone en juego nuestra forma de mirarlo. Carlos Skliar suele acudir a dos aforismos para
introducir una potente reflexión acerca de la mirada. El primero de Nietzsche: “Hay
hombres que en cuanto abren los ojos, manchan con la mirada”. El segundo de Georg
Lichtenberg: “Ahí donde el ojo ve borrosomante, ya hay una especie de muerte”. Nuestra
mirada no es transparente, está cargada de formas de interpretar el mundo que provienen de
la cultura y la interacción social. De tal forma, que en cuanto a nuestra forma de
relacionarnos con el otro, nuestra mirada está cargada de prejuicios que están anclados a
mayor profundidad que las meras fórmulas eufemísticas del lenguaje de la diversidad.
Miramos prejuiciosamente, miramos manchando con la mirada.
¿Hay alguna posibilidad de mirar sin manchar, de tener una mirada limpia? De alguna
mirada el prejuicio siempre se hace presente, de ahí la dificultad para transformarlo, para
devolver cierta transparencia a nuestra mirada. Sin embargo, es posible enfrentarse a los
prejuicios de la mirada si comenzamos a tener una mirada más atenta, es decir, una mirada
preocupada por dar lugar a la aparición del otro en lugar del prejuicio que suele
antecederlo.

El problema con los prejuicios es que suelen estar anclados a formas de mirar, de
pensar y de hablar muy cotidianas, sobre las que no solemos reflexionar y que nos parecen
muy normales. Por ejemplo, cuando pensamos en las prácticas discriminatorias, podemos
pensar en determinadas acciones, términos y frases a las que les podemos atribuir con

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relativa facilidad un carácter discriminatorio, pero pocas veces, casi nunca, solemos ser
conscientes de las prácticas cotidianas que se desprenden de prácticas de discriminación y
prejuicios históricamente insertados en nuestra cultura.

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