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articulos/59--no-existe-identidad-nacional-en-el
consultado el 17/08/2012
Los amigos de Perú Económico me trasladan la angustia nacional: ¿hay identidad nacional
en el Perú? La pregunta tiene implícita una carga valorativa que me incomoda: si no la
tenemos estaríamos jodidos. Esa es la parte más macabra de la falacia nacional; como
asumimos que carecer de una es una desgracia insalvable, se llevan a cabo las maldades
más aterradoras para conseguirlas. Ninguna otra idea (a excepción de las religiones) es
madre de tanta desdicha. Así, lo digo con todas sus letras, no tengo mayor simpatía por las
naciones, ni la mía ni las ajenas, ni las verdaderas ni las falsas. Porque las naciones exigen
“identidad nacional”, que sería cierto rasgo idéntico compartido por todos los individuos
integrantes de una nación. Las naciones –en distintos lenguajes y a través de distintos
medios– exigen pureza y temen a lo híbrido, nos exigen raíces a quienes tenemos piernas
(pues no somos árboles para ostentar raíces). Así, desde mi punto de vista, constatar la
existencia de una nación no es motivo de jolgorio porque la construcción de una nación ha
sido siempre, sobre todo, la destrucción de muchas otras.
Ahora bien, que no las valore no implica que no pueda constatar la fuerza del mito. Y creo
que la idea nacional en el Perú se ha construido. Hemos conseguido la construcción mental
compartida de la nación peruana. Que quede claro: no digo que la nación exista (de la
misma manera que existe esta computadora sobre la cual escribo o el ejemplar de Perú
Económicoque el lector tiene entre sus manos), lo que existe es la “idea” compartida de
formar parte de algo que se llama nación peruana.
Un largo proceso
Cuando las colonias latinoamericanas se independizaron a inicios del siglo XIX, eran
repúblicas sin estado ni nación. Repúblicas sin territorios definidos, con deudas y regidas
por caudillos. A diferencia de algunos países europeos donde el artificio nacional podía
rastrearse en el pasado, las elites encargadas de las independencias se dieron cuenta desde
el inicio de que las naciones latinoamericanas habría que conseguirlas en el futuro, que
habría que establecer diferencias entre ecuatorianos, peruanos y bolivianos, entre
uruguayos, argentinos y brasileños y que habría que olvidar otras lealtades (no recordar que
pertenecíamos, por ejemplo, a Nueva Granada). Así, desde el siglo XIX las naciones fueron
inventándose desde arriba e imaginándose desde abajo.
Pero la construcción nacional no es sólo una imposición sobre la población. Ésta también
contribuye con aquella. En la práctica cotidiana a todo nivel de las instituciones estatales se
va edificando tal idea nacional. Y el Estado cotidiano no es una entidad abstracta, son
distintos funcionarios que en cada rincón del país cooperan con la puesta en práctica de la
idea nacional. Entonces, lo nacional es una idea dinámica que va construyéndose entre lo
estatal y lo social, por arriba y por abajo. Por ejemplo, los republicanos andinos del siglo
XIX de los que habla Mark Thurner, donde la idea nacional aparece desde la práctica
cotidiana de reglas estatales en niveles muy locales (Republicanos andinos, IEP, 2006).
Por tanto, creo que esta idea nacional se ha construido. Sin embargo, a diferencia de toda la
sociología peruana del siglo XX (de Riva Agüero a Cotler) no creo que su sola presencia
nos vacune contra los peores males ni que sea fuente inmediata de beneficios. Porque
nuestros problemas principales son la arbitrariedad, la ausencia de justicia, la indolencia
ante la pobreza. En dos palabras, nos hace falta una república más democrática y no una
comunidad más nacional. La nación quiere que sus habitantes sean nacionales. Y la
República quiere que sus habitantes sean ciudadanos. La nación se basa en sentimientos y
la República en la razón. La institución que mejor representa a una nación es un mito, y la
institución que mejor representa a un pueblo democrático es un parlamento. La nación
exige fidelidad a un sentimiento y la democracia respeto a las leyes convenidas. ¿Es que
acaso haber conseguido la anhelada identidad nacional nos va a volver más libres,
solidarios y justos? La nación y su identidad nacional no son necesariamente un remedio ni
garantizan una comunidad más democrática. Tengo la impresión muy personal de que los
males del Perú están relacionados con la ausencia de una comunidad política, y no con la
ausencia de una comunidad nacional.
Sin embargo, la construcción nacional sí otorga un punto a favor que no se puede negar:
impide un tipo de inestabilidad recurrente. Como lo podemos apreciar en estos días, de la
civilizadísima Bélgica a nuestra vecina Bolivia, pasando por Kenia, los países con
problemas nacionales latentes son siempre suelo fértil para la inestabilidad inter-
comunitaria. Sospecho que si en el Perú el movimiento indígena tiene mucho menos fuerza
que en Bolivia o Ecuador es porque el Estado peruano ha sido más eficaz durante dos siglos
en su labor de “nacionalización” de las poblaciones. Ahora bien, para ser honestos, muchos
países son inestables teniendo una nación homogénea, y, algunos otros, son estables con
diferentes comunidades nacionales al interior (España, por ejemplo). De tal forma que esta
virtud de la “estabilidad” debe ser puesta en contexto.
Los procesos de construcción nacional son, para bien y para mal, fundamentalmente,
procesos de fusión. Pero lo no fusionado (o en vías de fusión) no debería jaquear nuestras
certezas comunitarias. ¿Qué es más peruano: el pollo a la brasa, el arroz chaufa o el olluco
con charqui? Sólo la estupidez identitaria se ve obligada a escoger entre uno de ellos.
Tendremos que aprender a vivir con nación y sin los vicios del nacionalismo, porque, como
decía Javier Marías, tener apéndice no es lo mismo que tener apendicitis.