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Desgarramientos civilizatorios
Desgarramientos civilizatorios
ISBN: 978-607-
DR © Universidad Iberoamericana Puebla
Blvd. Niño Poblano 2901, Reserva Territorial Atlixcáyotl,
San Andrés Cholula, Puebla, México. CP 72820
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Impreso en México
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ÍNDICE
Introducción
Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera y Andrea de la Hidalga Ríos [7]
LOS DESGARRAMIENTOS CIVILIZATORIOS: UNA MIRADA
Los desgarramientos civilizatorios: una mirada
Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera [17]
LAS VIOLENCIAS Y SUS EJES SUBTERRÁNEOS
Fuerza de trabajo excedente y destrucción corporal:
una nueva morfología de la violencia en México
Antonio Fuentes Díaz [53]
Representaciones de la violencia extrema en la literatura
José Sánchez Carbó [78]
LOS AGUJEROS ESTRUCTURALES, LAS APROPIACIONES
PREDATORIAS DEL TERRITORIO Y LAS NUEVAS SUBJETIVIDADES
El desarraigo radical. Apropiaciones predatorias
y territorialidades emergentes
Óscar Soto Badillo [99]
Caravanas Centroamericanas, población arrojada. Una nueva
configuración del sujeto migrante
Mercedes Núñez Cuétara [128]
Experiencias de Economía Social frente a la imposibilidad
del desarrollo para todos
Nadia Eslinda Castillo Romero [154]
Epílogo [258]
Semblanza de los autores [259]
6
Introducción
(2015). Prácticas de conocimiento(s). Entre crisis, entre guerras. Vols. I, II, III. San Cristóbal de
las Casas: Cooperativa Editorial Retos.
8 Arruza, Cinzia, Tithi Bhattacharya, Nancy Fraser (2019). Manifiesto de un feminismo para el
99%. Barcelona: Herder.
9 Gutiérrez, Raquel (2017). Horizontes comunitario–populares. Producción de lo común más allá
de las políticas estado–céntricas. Madrid: Traficantes de Sueños.
10 Sassen, Saskia (2015). Expulsiones: brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos
Aires: Katz.
introducción
9
libro una serie de indagaciones derivadas de investigaciones previamente desarro-
lladas —algunas durante varios años— por siete investigadores y académicos de la
Universidad Iberoamericana Puebla, un investigador de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla y una investigadora independiente. El equipo de investiga-
ción se fue configurando a partir de otoño de 2018 con una serie de reuniones perió-
dicas que se llevaron a cabo hasta la primavera de 2020.11 Se trata de investigaciones
con diferentes objetos de estudio y diferentes características, algunas son reflexio-
nes estrictamente teóricas y otras se relacionan con situaciones más concretas deri-
vadas de una larga trayectoria en involucramientos sociales complejos por parte de
varios de los autores, lo que les da a los textos una especial consistencia. El enfoque
de Desgarramientos civilizatorios,12 que es una propuesta teórica y epistemológica de
este libro, es el punto de encuentro. Algunos trabajos se vinculan directamente con
este enfoque, mientras que otros lo hacen de manera menos directa pero compar-
ten la búsqueda que sugiere reconfigurar nuestros lugares de enunciación desde el
resquebrajamiento civilizatorio.
Los límites en la elaboración de este libro han sido numerosos. Los investi-
gadores que trabajamos en él lo hemos hecho en los “tiempos libres” del trabajo
cotidiano de docencia, administración, vínculos con procesos sociales, o más bien
en los tiempos robados al sueño y a la convivialidad. Esto implicó un esfuerzo y
compromiso especial por parte del equipo.
Los capítulos están organizados en cinco apartados:
Los desgarramientos civilizatorios: una mirada
Las violencias y sus ejes subterráneos
Los agujeros estructurales, las apropiaciones predatorias del territorio y las nuevas sub-
jetividades
El antagonismo entre ciudadanía y diversidad
Grietas en la visión patriarcal del castigo social
Experiencias de economía social frente a la imposibilidad del desarrollo para todos. Nadia
Eslinda Castillo Romero
En este texto se revisan las acepciones de los conceptos de economía social y soli-
daria, así como sus orígenes en Francia y su surgimiento en América Latina en la
década de los 80. Reconociendo la complejidad y los claroscuros en el hacer de la
economía social, se exponen tres experiencias distintas: la emergencia de prácticas
de economía social como consecuencia de un proceso de expulsión17 ocurrido en
Buenos Aires en 2001; la experiencia de solidaridad de género y de ayuda mutua
a partir del dolor ocasionado por la violencia en Tancítaro, Michoacán (México),
y la Cooperativa del Hotel Taselotzin, en la Sierra Nororiental de Puebla (México)
surgida por la organización de mujeres indígenas nahuas. En contextos diversos,
pero frente a realidades de desigualdad, de expulsión y de machismo generadas
a partir del desarrollismo y del neoliberalismo, estas experiencias de economía
social visibilizan formas de presentes dignos, es decir, de ámbitos de resistencia,
de reconocimiento horizontal, de posibilidades de reproducción de la vida que
emergen entre los desgarramientos civilizatorios.18
19 Escalante, Natalia (2019). “Los factores desincriminantes y atenuantes del aborto indu-
cido en México y la configuración de una imagen biologizada y naturalizada de la mujer.”
Tesis para obtener el grado de doctora en Sociología. Instituto de Ciencias Sociales y Hu-
manidades/BUAP.
20 Fraser, Nancy y Axel Honneth (2006). ¿Redistribución o reconocimiento? México: Morata.
14 m.e. sánchez díaz de rivera/a. de la hidalga ríos
y la institución del encierro, frente a la necesidad de desnaturalizar el castigo como
constructo social patriarcal, mediante la criminología feminista que ha incursiona-
do en la mirada interseccional desde la perspectiva de la colonialidad de género.
Este enfoque permite entender los desgarramientos que subyacen en una institu-
ción que reproduce y protege el sistema heteropatriarcal en contrasentido con una
lucha gradual por la igualdad y los derechos de las mujeres, con su irrupción en
sistemas legales y extralegales como los ámbitos familiar, religioso, económico y
social.
21 Tribe, Laurence H. (2012). El aborto: guerra de absolutos. Pról. de José Ramón Cossío Díaz,
Luz Helena Orozco y Villa, Luisa Conesa Labastida. México: FCE, INACIPE.
15
LOS DESGARRAMIENTOS CIVILIZATORIOS: UNA MIRADA
16
17
Introducción
La configuración material, de poder y simbólica de la Humanidad, que desde el
siglo XVI se fue conformando de manera moderno/colonial, es decir, antropocén-
trica, androcéntrica, clasista y racializante se está resquebrajando. Los sistemas ex-
tremos de explotación y despojo, la evolución demográfica, la conciencia de la dig-
nidad de los seres humanos y los nuevos procedimientos tecnológicos han vuelto
inviable esa lógica civilizatoria.
Esta crisis inédita se manifiesta en la ruptura de andamiajes estructurales e
imaginarios sociales que durante siglos se habían naturalizado, lo que genera mu-
chas violencias e incertidumbres, pero que también tiene el potencial de decons-
truir formas de opresión y discriminación. Es a esta dinámica de ruptura a la que
llamamos desgarramientos civilizatorios.
Para ubicar estos desgarramientos nos inspiramos en la metáfora de la fosa co-
mún1 que Aguirre (2016) propone como punto de partida para la comprensión de la
producción societal contemporánea. La fosa común visibiliza territorios y cuerpos
deshumanizados, la negación de las identidades singulares y de la identidad hu-
mana, y el carácter omiso o cómplice de las instituciones. Estas prácticas interpelan,
dice el autor, a la comprensión de la comunidad que somos.
Sin embargo, aunque las características de la fosa común son pertinentes para
agrupar los desgarramientos, nosotros los concebimos de una manera polivalente,
no solamente de forma negativa. A continuación, mencionamos los tres ámbitos
que los articulan.
Territorios y corporeidades resquebrajadas que hacen alusión al trastocamiento
de la base material de la sociedad, de sus coordenadas espacio–temporales y de la
corporeidad societal.
Símbolos e identidades dislocados que hacen referencia a las rupturas de los
entramados culturales y de las subjetividades de individuos y colectividades rela-
cionados con procesos tecnológicos, imaginarios rotos, futuros inciertos.
1 Arturo Aguirre llama fosa común a la fosa clandestina, quitándole así la connotación
estigmatizante.
18 maría eugenia sánchez díaz de rivera
Regulaciones institucionales desestructuradas, que es el ámbito que hace re-
ferencia a la desconfiguración de los aparatos regulatorios de la sociedad que se
concretizan en instituciones y normatividades.
Los tres ámbitos se refieren a la base material y corpórea, a los referentes sim-
bólicos y las lógicas político–regulatorias que conforman las redes estructurales y
los significantes sociales de una colectividad.
La crisis de la modernidad/colonialidad
A partir de la segunda mitad del siglo XX, la Humanidad vive en un escenario
particularmente complejo que expresa una crisis de las estructuras económicas y
políticas precedentes, y un resquebrajamiento de los referentes culturales e institu-
cionales que habían dado una aparente estabilidad y sentido social durante más de
dos siglos, aun a pesar de dos guerras mundiales, de la guerra fría, y de múltiples
violencias al interior de los países. La llamada globalización, anclada en avances
tecnológicos sin precedentes, trastocó las coordenadas espacio–temporales previas,
modificando el aparato productivo mundial y sus territorialidades, las formas de
comunicación y las identidades, y haciendo más visible el deterioro creciente del
hábitat humano. Esta fase del desarrollo económico–político del capitalismo, llama-
da neoliberal, fue como una gota que derramó el vaso haciendo visible una crisis
civilizatoria inédita por sus dimensiones planetarias, demográficas y ambientales.
Se hicieron visibles los límites de estructuraciones históricas de larga duración, así
como una dificultad a la comprensión de la realidad emergente. Antes, los mar-
cos interpretativos globales permitían ubicar los acontecimientos, aunque fuera a
partir de perspectivas antagónicas. Actualmente, la comprensión de lo que ocurre
interpela de manera más aguda los paradigmas del conocimiento. Como señala
Saskia Sassen (2015): “Cuando las fuerzas destructivas hacen erupción y se vuelven
visibles, el problema que surge es de interpretación. Las herramientas que tenemos
para interpretarlas son anticuadas y caemos en categorías familiares” (242). Se tra-
ta, como dice la autora, de detectar tendencias conceptualmente subterráneas. Se
trata de indagar las emergencias epistémicas que propone Boaventura de Sousa
Santos (2009).
El concepto de crisis civilizatoria se arraiga en una larga trayectoria de perspec-
tivas diversas y debatidas. A principios del siglo XX, Spengler (2009) consideraba
que la Civilización Occidental estaba en su fase terminal. Toynbee (citado en Orte-
ga, 2011) afirmaba que la civilización estaba puesta a prueba pero que era posible
evitar su destrucción. Actualmente, Paul Crutzen (citado en Equihua et al., 2015)
ha acuñado el concepto de Antropoceno para definir una nueva era geológica, es
decir, un periodo en la historia de la Humanidad en el que el ser humano y la reper-
cusión de su acción sobre el sistema Tierra han traspasado un umbral importante.
Wallerstein (2005) alerta desde hace muchos años sobre el resquebrajamiento del
los desgarramientos civilizatorios: una mirada
19
sistema–mundo contemporáneo. Algunos autores consideran que en vez de Antro-
poceno habría de nombrarlo Capitaloceno (Altvater, 2014). El historiador Thomas
Berry (2013) aspira a que la Humanidad entre en la era Ecozoica, que transforme
sus relaciones con la tierra y con todas las formas de vida.
Cuando hablamos de crisis civilizatoria en este trabajo, hacemos referencia a la
crisis de la modernidad/colonialidad. Somos conscientes de los límites, de las crí-
ticas y también de la pluralidad de este enfoque, pero nos parece, al menos por el
momento, el más pertinente. Entendemos modernidad/colonialidad como las formas
de interacción establecidas entre el Occidente y el Oriente, el Norte y el Sur, como el
proceso civilizatorio producido por la Humanidad en los últimos siglos. Asumimos
los planteamientos de que “la colonialidad es constitutiva de la modernidad, y no
derivativa” (Mignolo, 2005: 61), de que la modernidad no es el resultado de procesos
intraeuropeos (Dussel, 2007) sino un fenómeno que se arraiga en la subordinación de
unas geografías por otras. Algunos autores enfatizan la subordinación económico–
política, otros la cultural–simbólica, pero todos coinciden en su carácter violento. La
modernidad se arraiga en estructuras epistemológicas y filosóficas que contienen en
sí mismas los elementos para generar “otros” excluidos y eliminables, así como la jus-
tificación racional para tal eliminación (Bauman, 2006; Santos, 2009; Mbembe, 2016).
La modernidad/colonialidad como proceso civilizatorio y la estructuración del
sistema capitalista están imbricados, pero nuestro enfoque no es capitalocéntrico
porque creemos que la modernidad/colonialidad como proceso civilizatorio no es
un resultado causa–efecto del sistema económico capitalista. Capitalismo, colonia-
lidad y patriarcado fueron conformando históricamente un entramado complejo.
“La relación entre modernidad/colonialidad y capitalismo es una donde la primera,
como proceso civilizatorio, es constitutiva de y se enreda con la segunda” (Grosfo-
guel, 2016: 61), de la misma forma como se “enreda” con el sexismo y el racismo.
La crisis de este proceso histórico se expresa en un apartheid creciente, con terri-
torios destrozados que desde su deterioro alimentan islas de bienestar y seguridad.
Se manifiesta en la emergencia de fundamentalismos religiosos y políticos que res-
ponden al desvanecimiento de horizontes utópicos y en cinismos poderosos orienta-
dos a la acumulación sin fin de la riqueza. Se visibiliza en la lucha interminable por
la igualdad de la mujer y por el reconocimiento de la diversidad sexogenérica que ha
detonado innumerables violencias. Y, sobre todo, se hace presente en la amenaza a la
supervivencia de la especie por la creciente depredación del hábitat natural.
Es muy posible que esa modernidad/colonialidad, asentada en una dinámica
históricamente violenta, se esté colapsando y en este proceso viejas y nuevas for-
mas de violencias estén haciendo del mundo un lugar inhabitable para la mayoría
de la población. Tal parece que “el planeta, no es entonces más un mundo posible
de vida [...] antes bien, es la excedencia inagotable de la destrucción de la humana
condición” (Aguirre, 2016: 43).
20 maría eugenia sánchez díaz de rivera
Crisis civilizatoria y violencias están vinculadas, no porque no hubiera violen-
cias en los siglos anteriores, sino porque las actuales han adquirido o reforzado una
fisonomía cruel, aunque tal vez lo nuevo no son las dimensiones de la crueldad sino
“la indiferencia ontológica que la acompaña” (Sartorello, 2020). Jóvenes y adultos
matando a niños y a otros jóvenes en las escuelas, a personas de todas las edades
en las mezquitas, en las sinagogas, en los templos cristianos. Grupos criminales
exponiendo cuerpos desmembrados o desintegrados en ácidos; políticos dejando
morir a migrantes en el mar o en las fronteras terrestres; grupos terroristas destru-
yendo poblaciones indiscriminadamente; Estados terroristas levantando muros y
legitimando muertes.
La violencia —relacionada con la hegemonía trasnacional del capital financiero
especulativo, vinculado con la revolución de la información y en un contexto de
ausencia de protocolos de regulación— está configurando la vida cotidiana en casi
todo el mundo (Appadurai, 2007). “La violencia en gran escala […] parece estar
acompañada por un exceso de furia, de odio, que produce innumerables formas de
degradación y violación, tanto del cuerpo como del ser de la víctima” (Appadurai,
2017: 127).
Arturo Aguirre (2016) enfatiza la dificultad de nombrar esas violencias pero
propone un punto de partida epistemológico para el caso de México, que retoma-
mos por su pertinencia: la fosa común. No se trata de la fosa clandestina, porque
esa categoría lo que hizo fue criminalizar a las víctimas y legitimar la inoperancia
de las instituciones del Estado para la búsqueda de personas desaparecidas, se trata
de ese no–espacio que nos excede porque “La fosa común convierte el espacio de
habitar en una oquedad doliente” (77). La fosa común nos revela la forma como se
destruye el territorio habitable y nos convierte en seres a–terrados. Los cuerpos en-
cimados, mutilados, desmembrados que destruyen identidades y singularidades,
muestran además de la violencia al matar y el asesinato despiadado, la destrucción
de la condición humana. La forma como los medios y las instituciones comunican
estas realidades destruyen la singularidad de las personas al convertirlas en núme-
ros y facilitan la naturalización de la violencia. Necesitamos, dice el autor, “esclare-
cer la comunidad que somos ante la oquedad producida” (106).
Por otra parte, es conveniente distinguir conflicto de violencia, porque precisa-
mente una de las causas de muchas violencias es la negación del conflicto y, por lo
mismo, la incapacidad de gestionarlo, sea político, social o psicológico. Y el conflic-
to, o al menos la tensión, forma parte de la construcción social y de la creatividad
humana. La ausencia de conflictos en un grupo humano suele darse en estructuras
autoritarias y su negación es caldo de violencia. Sin embargo, el contexto mundial
actual, y el de México en particular, interpelan a intentar, repetimos, “esclarecer la
comunidad que somos ante la oquedad producida” (Aguirre, 2016: 106).
los desgarramientos civilizatorios: una mirada
21
Los desgarramientos civilizatorios como ejes analíticos
En el presente trabajo proponemos la categoría de desgarramiento civilizatorio
como eje analítico ubicado en tres ámbitos conceptuales y anclado en el enfoque de
la modernidad/colonialidad.
Los desgarramientos civilizatorios (Sánchez, 2015) se conceptualizan como un
quiebre histórico que ha resquebrajado entramados sociales de larga duración, ha
modificado de manera contundente espacios y temporalidades, y está desnaturali-
zando relaciones e imaginarios históricos consolidados como son la lógica del pro-
greso, la relación sociedad–naturaleza, la superioridad del hombre sobre la mujer,
entre otros. Por lo mismo, esta dinámica ha desencadenado nuevas contradicciones
y agudizado las ya existentes, favoreciendo la emergencia de múltiples formas de
violencias, variadas formas de respuestas individuales y colectivas, así como diver-
sas formas de reconfiguración de identidades y de construcción de subjetividades.
En ese contexto, la ruptura cognitiva es una de las características de nuestro tiempo.
El análisis de esas rupturas podría ser útil para ahondar en esas tendencias sub-
terráneas que sugiere Sassen (2015), y para profundizar en el entendimiento de las
lógicas violentas que atraviesan el mundo y, por supuesto, México.
Este planteamiento podría ubicarse en el contexto de las múltiples reflexiones
en torno a la crisis de la modernidad, sin embargo, aspira a tomar distancia tanto
de cierto pensamiento “posmoderno”, en el sentido de un relativismo radical que
parece asentarse en una especie de nihilismo o de resignación, como del concepto
de emancipación, que es el eje de la modernidad y de la Teoría Crítica porque a
este concepto subyace un utopismo que habría que problematizar. Al concepto de
emancipación —heredado por la Ilustración, reelaborado por la tradición marxista
y anclado en el mesianismo judeo–cristiano— subyace la convicción de la posibili-
dad de llegar a una sociedad “transparente” en la que desaparezca toda forma de
opresión y enajenación, en la que las relaciones entre los seres humanos y con la
naturaleza serán armoniosas.
Es posible que la crisis de la modernidad/colonialidad esté poniendo en tela
de juicio este mesianismo subyacente a los conceptos de emancipación/liberación.
En el imaginario occidental de la modernidad se atisban ideas de paraísos perdidos
y de paraísos a los cuales arribar. Se construyó la ilusión de controlar la realidad
y el futuro a partir de la razón. El problema del mal —el dolor, el sufrimiento— se
visualiza como un accidente a evitar frente a la “norma” del bien (Basset, 2004). La
supuesta claridad en la explicación del mal, como algo totalmente eliminable, se
convirtió en un ordenador cognitivo, social, emocional e ideológico que tiene rela-
ción con diversas formas de violencia.
En el trasfondo de estas reflexiones existe con frecuencia el debate sobre si es o
no posible la construcción de modernidades no capitalistas (Echeverría, 1998). Eso
depende del concepto de modernidad subyacente. La modernidad capitalista es ho-
22 maría eugenia sánchez díaz de rivera
mogeneizadora, la diversidad se inferioriza para legitimar su explotación o su utili-
zación. El eje de la modernidad es la idea de emancipación que ha significado la rup-
tura de ataduras. Las ataduras de la naturaleza mediante la tecnología, las ataduras
de los dioses, a través de la secularización, las ataduras de la colectividad, mediante
la construcción del sujeto individual y autónomo. Y esas rupturas vinculadas con la
lógica del progreso lineal e indefinido se dieron simultáneamente a la consolidación
de la esclavitud y el racismo, y al despojo y subordinación de bienes y territorios.
Por otra parte, la respuesta “posmoderna” radical llegó a renunciar al carácter
universal de la razón, planteó la relatividad absoluta de las culturas, de las ideas,
de los valores; diluyó los antagonismos sociales y con ello la idea de justicia social.
El enfoque de la modernidad/colonialidad ha desarrollado, en diferentes lati-
tudes, un pensamiento crítico que va más allá de la Teoría Crítica, en un intento de
problematizar el legado epistemológico de la Ilustración en el que dicha teoría y
sus vertientes se han arraigado. La perspectiva de la modernidad/colonialidad ha
desarrollado diferentes miradas que se cruzan, se confrontan o se vinculan. Es el
caso de los estudios poscoloniales de origen anglosajón; del giro decolonial que en-
fatiza el entrelazamiento de lo cultural con lo económico–político (Castro–Gómez
y Grosfoguel, 2007), de los feminismos descoloniales que subrayan que la raza no
es el único determinante de la configuración de la colonialidad del poder, sino tam-
bién el género y con ello el heterosexualismo (Millán, 2014), de los planteamientos
centrados en la comunalidad (Martínez Luna, 2002) que se arraigan en la experien-
cia histórica de los pueblos originarios; del giro ontológico que plantea el multinatu-
ralismo versus el multiculturalismo, es decir, la mirada Amerindia que desafía al
pensamiento moderno occidentalocéntrico y su epistemología (Viveiros de Castro,
1998). Es una mirada semejante a la de Boaventura de Sousa (2009), quien plantea la
ecología de saberes y la traducción intercultural aunque el Perspectivismo sugiere
que lo que ha ocurrido, más que un epistemicidio, es un ontomicidio.
Algunos de estos enfoques plantean la construcción de nuevos horizontes civi-
lizatorios. Con frecuencia, algunos de ellos idealizan el concepto de “Buen Vivir”,
pero se trata de planteamientos que problematizan el punto de partida epistemoló-
gico y teórico del andamiaje del conocimiento científico dominante, y la lógica del
“progreso”.
La propuesta de los desgarramientos civilizatorios sugiere, como lo hacen dife-
rentes autores, que las perspectivas predominantes en el mundo académico necesi-
tan aguzar la mirada, requieren deconstruir categorías analíticas tradicionales que,
en vez de ayudar a comprender las realidades emergentes y la desnaturalización
de relaciones históricamente consolidadas, las encubren. Se precisa perfilar nuevos
ejes de análisis para detectar las características de este contexto global que parece
diferenciarse por estar, no solamente en un impasse (Augé, 2018), sino ante una “fu-
ria desnuda” (Aguirre, 2016: 45), una violencia que nos ha dejado “sin palabras”,
los desgarramientos civilizatorios: una mirada
23
colocándonos ante una situación “lingüísticamente caótica” (Cavarero citada en
Aguirre, 2016: 49).
La categoría de desgarramientos civilizatorios podría ayudar a detectar esas
“tendencias subterráneas” de las que habla Sassen (2015), al señalar “aceleraciones
o rupturas que generan significados nuevos” (12) y a establecer si estamos frente
“versiones extremas de dificultades viejas o manifestaciones de alguna cosa o algu-
nas cosas nuevas y perturbadoras” (16).
Estos desgarramientos civilizatorios atraviesan la existencia individual y social,
trastocan los referentes culturales e identitarios que dieron sentido a la “moderni-
dad”: el sistema de familia patriarcal, el Estado–nación, los metarrelatos políticos
y religiosos, la cosificación de la naturaleza. Asimismo resquebrajan la lógica del
progreso con su componente de la omnipotencia de la ciencia y la tecnología, su en-
cubrimiento de los antagonismos sociales y su capacidad depredadora de la Tierra
como hábitat vital. Se trata de quiebres que están siendo fuente de diferentes for-
mas de violencia, de rupturas y recreaciones de tejidos sociales; de la emergencia de
nuevas socialidades y de la reconfiguración de prácticas individuales y colectivas.
Estos quiebres no son necesariamente sincrónicos, en el sentido de que en muchas
geografías han estado presentes de maneras multiformes, pero que en la actualidad
adquieren una visibilidad inédita.
En ese sentido, este enfoque intenta construir una aproximación que favorezca
nuevas miradas de la realidad contemporánea.
Para apuntalar la reflexión, podríamos ubicar los desgarramientos en tres gran-
des ámbitos y que, de alguna forma y sin haberlo previsto, pueden relacionarse con
el desafío y la furia de la fosa común (Aguirre, 2016). En la radicalidad violenta que
parece haberse desatado en las últimas décadas, la fosa común es la metáfora que
muestra la deshumanización del espacio, la destrucción de los cuerpos, la negación
de la identidad humana, y la incapacidad y complicidad de las instituciones. Si
para Foucault la prisión es un punto de partida para entender la sociedad disci-
plinaria, para Agamben (2006) lo es el campo de concentración; ese estado de ex-
cepción continuo que, siendo el otro lado de la norma, no es lo contrario del orden
instituido sino el principio que le es inmanente, tal vez la fosa común nos esté reve-
lando los rasgos centrales de la producción societal contemporánea. Es cierto que
la fosa común parece hacer referencia, sobre todo, a la dinámica social de México,
sin embargo, podría generalizarse si se concibe como “el punto final de la muerte
en vida constituida previamente en el espacio abierto, en la expulsión como cotidiani-
dad, en la deshumanización que se está produciendo en el espacio de lo cotidiano y
de manera paulatina” (Fuentes, 2020). La fosa común interpela a:
El desgarramiento entre la viabilidad del “desarrollo” solamente para una minoría y su in-
viabilidad ecológica y política para la mayoría de la población que lo subsidia o es expulsada,
y que aspira a ello
La emergencia de lo que Sassen denomina formaciones predatorias, es decir, “la
combinación de capacidades sistémicas y de élites, cuyo factor habilitador es las
finanzas y que empujan al sistema hacia una concentración cada vez más aguda”
(2015: 20), parece ser el resultado y también la ruptura del llamado desarrollo.
los desgarramientos civilizatorios: una mirada
25
La crítica al paradigma del “desarrollo” (Sachs, 1992) tiene ya una larga historia
en el mundo académico. La Teoría de la Dependencia (Dos Santos, 1998) y el en-
foque de la modernidad/colonialidad (Fanon, 1952; Quijano, 2000; Santos, 2009)
han visibilizado de manera muy esclarecedora cómo el llamado “progreso” —y a
partir de la Segunda Guerra Mundial, el llamado “desarrollo”—, con sus modelos
de consumo y su impacto ambiental, han sido una realidad que oculta y legitima
las dinámicas estructurales de despojo de los bienes naturales y del hábitat de vas-
tas poblaciones de las que se han sustentado. Los modos de vivir que la lógica del
progreso estableció como paradigmáticos suponen un gran consumo de agua, de
energía, de minerales, de recursos de todo tipo y una inmensa producción de dese-
chos, que por el aumento de la población y por las estructuras de acaparamiento de
la riqueza, solamente son viables, actualmente, para una minoría a expensas de la
mayoría de la población y de los ecosistemas (Fernández y González, 2018).
De esta manera, se hace presente un desgarramiento de difícil solución: aque-
llos que han alcanzado niveles importantes de ese “desarrollo” desean mantenerlo
y aumentarlo, la población que no ha tenido acceso a él aspira a vivirlo y la relación
entre ambos sectores es de antagonismo estructural.
Los sistemas económicos y financieros que se estructuraron históricamente se
modificaron de manera profunda. Los procesos tecnológicos significaron un salto
cualitativo que permitió la desterritorialización o multilocalización del capital para
optimizar sus utilidades. Esta financiarización es “el capitalismo en su expresión
más pura de la búsqueda interminable de dinero por el dinero a través de la pro-
ducción de mercancías por mercancías” (Castells, 2000a: 510). El capital financiero
adquirió no sólo hegemonía sino autonomía de la vida económica real. Y si Marx
habló de la transformación de la relación mercancía–dinero–mercancía (M–D–M)
en una relación dinero–mercancía–dinero (D–M–D), ahora es posible hablar de la
relación dinero–dinero (D–D) (Rodríguez Lascano, 2016).
La marginación, la explotación y la exclusión/expulsión son tres paradigmas de
la relación entre desarrollo y subdesarrollo que coexisten en diferentes combinacio-
nes, pero es a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando la lógica de despojo–ex-
pulsión se vuelve predominante. Hemos entrado en una era que se caracteriza por el
aumento creciente de población “sobrante” (Bauman, 2005), de población innecesaria
para el funcionamiento del sistema económico, población no sólo excluida sino siste-
máticamente expulsada incluso de las mediciones formales (Sassen, 2015).
Si el proceso capitalista se detonó por una acumulación primitiva, en lenguaje
marxista, es decir, por un despojo violento para transitar a formas complejas de
extracción de riqueza; a partir de la segunda mitad del siglo XX, el despojo de tie-
rra, agua, biodiversidad y semillas esenciales para la vida y para la alimentación,
en el ámbito rural, y la especulación inmobiliaria, en las ciudades, han depredado
poblaciones y espacios vitales
26 maría eugenia sánchez díaz de rivera
La eficacia del despojo material de maneras burdas, tanto en el ámbito rural
como en el urbano, se relaciona, paradójicamente, con la extraordinaria sofistica-
ción y control de las nuevas tecnologías.
En este contexto, el carácter multi–escalar de la globalización (Sassen, 2015)
en el que se entrecruzan lo global, lo nacional y lo local reconfigura territorios y
jerarquías espaciales en términos de poder, de normatividades y de culturas. Y
aunque es evidente que las corporaciones trasnacionales: financieras, energéticas,
farmacéuticas, del crimen organizado, se están beneficiando de esta interescalari-
dad, también es cierto que se abren otros espacios posibles de acción política de
resistencia activa. Pero se trata de resistir a la presión de una fracturación territorial
y corporal de grandes dimensiones.
A este resquebrajamiento de andamiajes desarrollistas corresponde la ruptura
de los dos mitos principales del occidente moderno: la conquista de la naturaleza–
objeto, y el falso infinito del progreso (Morin, 2011).
Sin embargo, Sachs (1992) tiene razón cuando dice que el imaginario colectivo
construido en torno al concepto de desarrollo sigue actuando de manera negativa
en toda la población, la beneficiada y la excluida de los avances tecnológico y cien-
tífico. “El desarrollo ocupa la posición central de una constelación semántica increí-
blemente poderosa. Nada hay en la mentalidad moderna que pueda comparársele
como fuerza conductora del pensamiento y del comportamiento” (1). Puede argu-
mentarse que el creciente, aunque lento, uso de energía renovable, los avances de la
biotecnología y el reciclaje de desechos sí pueden permitir la generalización de ese
estilo de vida ofertado por el progreso. En realidad, esto no es muy probable, entre
otras cosas porque la renovación de la biosfera no es posible a corto plazo y porque
las relaciones de fuerza vigentes no favorecen la acción de las mayorías para lograr
cambios significativos. La distribución desigual del poder en el mundo obstaculiza
que la investigación y la producción de conocimiento se orienten a resolver los
problemas prioritarios de la Humanidad. Y, simultáneamente, las mayorías empo-
brecidas o expulsadas, o las clases medias parcialmente beneficiadas por la lógica
del “desarrollo”, aspiran a esos estilos de vida que promueve la mercadotecnia ca-
pitalista y que solamente son posibles para una minoría y a expensas precisamente
de esa mayoría y del sustrato natural de la Humanidad.
La eliminación de toda atadura vinculada con la abundancia ilimitada de bienes
era la fuente de la felicidad y la base cultural del “progreso”. Y ese imaginario de feli-
cidad, paradójicamente, impregnó también la perspectiva socialista. Se ha analizado
poco si el fracaso de las experiencias llamadas socialistas o del socialismo realmente
existente no tiene una relación con un aparato simbólico que prometía ese tipo de
felicidad. No era el bienestar sencillo o frugal y solidario el horizonte proclamado.
Posiblemente, entre los muchos factores relacionados con el derrumbe de algu-
nos gobiernos progresistas, como en el caso de Brasil, habría que tomar en cuenta el
los desgarramientos civilizatorios: una mirada
27
logro de la salida de la pobreza de millones de personas que posteriormente aspi-
raron a dar un paso más en el sentido de su progreso y bienestar, un paso cada vez
más difícil, porque salir consistentemente de la pobreza supone destruir las formas
predatorias de acumulación de riqueza, y eso no está ocurriendo. Se despoja de sus
territorios a poblaciones indígenas y campesinas en diferentes latitudes y, por otro
lado, cada vez una población en aumento demanda el uso de celulares y computa-
doras que utilizan dichos minerales. El problema es que esas formas predatorias se
asientan en andamiajes culturales y en referentes ontológicos, además de políticos,
difíciles de revertir por su inercia histórica.
Entramos, así, en el complicado ámbito de las aspiraciones. Appadurai (2017)
ha insistido en la importancia de que las poblaciones precarizadas desarrollen la
capacidad de aspiración como única manera de pasar de la espera pasiva a la espera
activa, para posibilitar “un diálogo disciplinado entre las presiones de la catástrofe
y la disciplina de la paciencia” (Appadurai, 2017: 169). Pero ¿no hay detrás una idea
obsoleta de desarrollo y una tonalidad asistencialista? La “producción de lo local”,
es decir, la producción de cotidianidad en determinados entornos, requiere —se-
ñala el autor— enormes esfuerzos, gran creatividad, mucha paciencia. ¿Cuál es el
horizonte de esa energía invertida diariamente?
Las aspiraciones a escalar hacia ese estilo de vida paradigmático de confort y
bienestar propio de las élites entran claramente en conflicto con su viabilidad. Y ese
es un drama social de particular envergadura que fortalece viejas contradicciones y
violencias, y genera nuevas.
Por otra parte, a partir de ese desgarramiento también han emergido nuevas so-
cialidades humanizantes en diversas latitudes y cuyo análisis (Sánchez y Almeida,
2005; Leyva et al., 2015; EZLN, 2016; Sánchez y Almeida, 2018) responde al plan-
teamiento de Sassen sobre los espacios de los expulsados que “están creciendo y se
están diferenciando. Son concepciones conceptuales subterráneas que es necesario
traer a la superficie” (Sassen, 2015: 249). Estos procesos son esperanzadores porque
revelan la capacidad humana de rebelarse ante la naturalización de la deshuma-
nización. Conviene enfatizar que las luchas políticas, sociales y epistémicas de los
movimientos étnicos en todo el mundo son una ruptura emblemática del paradigma
moderno colonial. Los territorios autónomos zapatistas han sido un caso paradig-
mático. Creemos que se trata de la construcción de presentes dignos (Sánchez, 2016)
que no dejan de luchar por transformaciones más amplias, pero pensamos que, para
comprender su potencial dignificante y disruptivo, es necesario aguzar la mirada.
Por su parte, Silvia Federici (2010) analiza la forma como el ajuste de la reproduc-
ción de la vida humana y natural al proceso de acumulación capitalista sigue una
lógica vigente desde el origen del capitalismo hasta nuestros días.
Sin embargo, es importante subrayar que, a contracorriente de estas dinámicas
de desmovilización y de guerra, se observa “la presencia masiva de las mujeres en
los desgarramientos civilizatorios: una mirada
37
la acción colectiva de los movimientos populares de todo el mundo, y su autoiden-
tificación explícita como actoras colectivas” (Castells, 2000b: 214).
La familia patriarcal, nuclear o extensa está en tela de juicio en muchas latitudes.
Por una parte, la incorporación creciente de las mujeres en el ámbito laboral modificó
imaginarios y prácticas en relación con la familia en los diferentes estratos sociales. Y
si bien es cierto que siempre ha habido diversas formas de familia, no es sino en las
últimas décadas en las que estructuras, legalidades e imaginarios se modificaron, y
poblaciones con posturas encontradas se han confrontado públicamente.
La ruptura del patriarcado se arraiga, por lo tanto, en los desafíos relacionados
con las formas de organización de la población y también por la modificación de
las formas de parentesco, que se reconfiguran ante la relación con una corporeidad
resignificada y las nuevas tecnologías reproductivas.
Y, en este ámbito, quisiéramos resaltar la problemática relacionada con la inte-
rrupción voluntaria del embarazo y la confrontación entre las posturas opuestas. El
debate sobre la despenalización del aborto y las violencias que ha desencadenado
representan un ámbito nodal para la comprensión del quiebre civilizatorio, no sola-
mente en torno a la sexualidad, a la relación hombre–mujer, a la posición y al ima-
ginario de y sobre la mujer en la sociedad, sino en torno a la reconfiguración de la
subjetividad humana. Este debate, ciertamente complejo, tiene enormes consecuen-
cias políticas que van más allá del tema, como se puede constatar en las campañas
de Trump o de Bolsonaro para quienes la defensa de “la vida” ha traído muchos
dividendos. Están en juego, de manera muy compleja, los conceptos de vida, sujeto,
cuerpo, derechos. Y los debates al respecto requieren un mayor nivel analítico.
Paralelamente a las luchas feministas, surgieron otras luchas relacionadas con
las diversas identidades sexo–genéricas, la de los grupos LGBTIQ: lesbianas, gays,
bisexuales, transgénero, intersexuales, queer. Estas luchas se arraigaron en el enfo-
que polémico de la propuesta Queer. La propuesta Queer se orienta a desencializar
cualquier identidad sexual o genérica considerando las identidades sexuales como
construcciones socioculturales. Judith Butler (2007), quien inicialmente fundamen-
ta este enfoque, considera que puede entenderse el sexo y el género como una cons-
trucción del cuerpo y de la subjetividad, resultado del efecto performativo de una
repetición ritualizada de actos que acaban naturalizándose y produciendo la ilu-
sión de una sustancia, de una esencia. Y que estas asignaciones genéricas y sexuales
se dan en el marco de la Matriz Heterosexual. Galindo (s/f), por su parte, sostiene
que la propuesta Queer es políticamente suicida, porque la agresión del patriarcado
sigue estando centrada en un machismo que violenta a las mujeres.
Estos debates no habrían surgido sin el avance en el conocimiento de la sexuali-
dad y de la subjetividad. Y aunque los debates entre tesis biologicistas y tesis cons-
tructivistas están lejos de terminar (Fournier, 2014), hay suficientes evidencias que
transforman las miradas sobre la sexualidad y el género. La toma de conciencia,
38 maría eugenia sánchez díaz de rivera
por ejemplo, de que cada ser humano tiene cinco sexos: el genético, el anatómico, el
hormonal, el psicológico y el social, los que no siempre coinciden o se superponen
y que permiten variaciones en las identidades sexuales (Dortier, 2014); o la consta-
tación de una gran diversidad de orientaciones sexuales fijas o performativas; o la
naturalización de situaciones que no son naturales sino productos sociohistóricos.
Castells (2000b) considera que la ruptura de la heteronorma es lo que más pro-
blematiza al patriarcado. Y los conflictos en diferentes latitudes por los matrimo-
nios igualitarios, por ejemplo, muestran las tensiones que esa realidad contiene.
El resquebrajamiento del patriarcado es un desgarramiento civilizatorio de
gran envergadura al cuestionar identidades sexuales, círculos de intimidad y for-
mas de reproducción de la vida que subyacen a las instituciones de larga duración
que regulan la vida de las poblaciones, lo que explica tal vez la polarización tan
intensa que ha detonado. Si se toma cuenta lo que plantea Memmi (1968) sobre la
dinámica compleja que se desencadena cuando se rompe la simbiosis en la relación
entre dominador y dominado, surge la pregunta de si el aumento de los feminici-
dios no tiene que ver con la forma como se está resquebrajando la identidad mascu-
lina históricamente construida.
Probablemente, desde el punto de vista civilizatorio, este desgarramiento sea
medular en la comprensión de las dinámicas actuales. En la deconstrucción del
patriarcado está implícito el cuestionamiento de las subjetividades que sostienen
dicho régimen y que, a su vez, están a la base de construcciones institucionales.
El desgarramiento de los mapas cognitivos y emocionales que daban certezas frente a una
incertidumbre que dificulta el procesamiento de las experiencias vitales
El trastocamiento de las coordenadas espacio–temporales —y con ello la ruptura de
referentes culturales en los que se había anclado la “identidad” humana: la familia,
el Estado, las religiones, la ciencia— resquebrajó los llamados metarrelatos. Para
Lyotard (1979), los metarrelatos, concepto acuñado por él que hace alusión a las na-
rrativas totalizadoras, universalistas, que de alguna manera contenían un sentido
unitario de la Historia y una explicación abarcadora de la realidad, se rompen con
la entrada en la “posmodernidad”.
Estas narrativas políticas y religiosas que dieron sentido y legitimaron a las
sociedades occidentales en los últimos siglos: el liberalismo, el socialismo y desde
antes el cristianismo, han ido perdiendo su credibilidad, incluidas las instituciones
que los sostenían, llámense partidos políticos, gobiernos, iglesias o universidades,
desembocando en un sentimiento de vacío existencial muy extendido.
La domesticación del tiempo y del espacio —su organización y simbolización—
es el acto humano por excelencia, según Leroi–Gourhan (1965), y es el sustento de
las identidades individuales y colectivas. La identidad es un proceso de ubicación
en el tiempo y en el espacio, ubicación cognitiva, emocional y simbólica que permi-
los desgarramientos civilizatorios: una mirada
39
te el procesamiento de las experiencias (Sánchez, 2012). La potente reconfiguración
socio–espacial contemporánea rompió los mapas cognitivos y emocionales que per-
mitían procesar esas experiencias vitales y encontrar una ruta por la cual transitar.
Los impactos de esta fase ‘sin nombre’, por su carácter caótico, son diferentes
según los individuos estén ‘arriba’ o ‘abajo’, ‘adentro’ o ‘afuera’ de las estructuras
trasnacionales o nacionales; según experimenten de manera más cercana o lejana
las amenazas de la posible catástrofe planetaria; según predominen en sus ambien-
tes el desaliento o la esperanza (Almeida y Sánchez, 2014: 217).
“Para la mayoría de la gente común —y para quienes llevan vidas de pobreza,
exclusión, desplazamiento, violencia y represión—, el futuro se presenta a menudo
como un lujo, una pesadilla, una duda o una posibilidad en disminución.” Se trata
de aquellas poblaciones para quienes “la rutina diaria exige un milagro de coope-
ración” y para quienes la vida “se vive cada vez más bajo el signo de la excepción”
(Appadurai, 2017: 115). “Esta realidad es la del 50% de la población mundial, según
todas las mediciones” (Appadurai, 2017: 394).
Una especie de angustia existencial aparece en los diferentes estratos sociales.
Juan Ramón de la Fuente (2012) analiza el impacto que la globalización ha tenido
en la salud mental. Los problemas de salud mental, según el autor, han aumentado
a escala global: psicosis, demencias, angustia, depresión, suicidios e intentos de
suicidio. Son relevantes los trastornos asociados con la alimentación y la imagen
corporal, con el uso compulsivo de las computadoras y los teléfonos celulares, así
como los trastornos propios de las migraciones.
Por otra parte, como reacción a esta incertidumbre, aparecen otras narrativas
fundamentalistas, más locales o regionales, que se orientan a llenar esos vacíos exis-
tenciales. Esta búsqueda de sentido, aunada a intereses geopolíticos, ha entrelazado
nuevas y viejas identidades religiosas y políticas dando lugar a polarizaciones su-
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y la xenofobia.
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LAS VIOLENCIAS Y SUS EJES SUBTERRÁNEOS
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4 Durante los años dorados del narcotráfico (1940–1980), la Dirección Federal de Seguridad
reguló la actividad ilegal; subordinó a las organizaciones de narcotráfico a la DFS a través
de concesiones y participación en las ganancias, y solicitó un comportamiento criminal
“civilizado” que afectara, lo menos posible, a las comunidades (Valdés, 2013).
fuerza de trabajo excedente y destrucción corporal
59
a partir de enfrentamientos entre estos grupos y las fuerzas del Estado, así como
entre los grupos mismos, además de un número destacado de víctimas colaterales.
Un recuento de los homicidios desde su implementación en 2006 con el gobierno
de Felipe Calderón, hasta el fin de la administración de Enrique Peña (2012–2018),
quien dio continuidad de facto a esa política de seguridad, arroja 269,153 personas
asesinadas en un lapso de 12 años (INEGI, 2017; Semáforo delictivo, 2018), tenden-
cia que continuó al alza con 45,466 homicidios dolosos y feminicidios durante el
2019, primer año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador (SESNSP, 2019).
Asimismo, la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas dio a conocer la cifra de
61,637 personas desaparecidas desde los años sesenta hasta 2019, donde 97.43% de
estas desapariciones corresponden al periodo 2006–2019 (CNB, 2020).
Una de las discusiones académicas ha sido sobre cómo caracterizar esta violen-
cia, sobre todo por su alta letalidad y las características fenomenológicas que pre-
senta: 1) ser un conflicto no entre estados sino entre grupos armados confrontándo-
se entre sí y contra el Estado, con miles de pérdidas humanas; 2) por no ser motivos
políticos los que la impulsan sino los económicos; 3) por mezclar ámbitos privados
y públicos; 4) así como conexiones locales y trasnacionales en su despliegue. En ese
sentido, se han propuesto al debate términos como conflicto interno (Zavaleta, 2018),
guerra civil (Schedler, 2018), nueva guerra (Gledhill, 2016) o conflicto armado no–inter-
nacional (Lambin, 2017).
Esta violencia evidencia nuevos repertorios de castigo y eliminación. Algunos de
ellos procedentes de la táctica militar contrainsurgente con la que se han confrontado
las organizaciones criminales, dado que muchos de sus integrantes fueron exmilita-
res de élite,5 así como aquellos provenientes del uso de violencia letal de parte de las
fuerzas del Estado. Cabe mencionar que algunos de estos métodos fueron utilizados
en las dictaduras militares del Cono Sur o en las actividades de contrainsurgencia
contra movimientos guerrilleros. Esto ha generado la aparición de fenómenos como
las ejecuciones, el sicariato, la desaparición, las fosas clandestinas, los descabeza-
mientos, desmembramientos y disoluciones corporales en sustancias químicas.
Las investigaciones sobre el tema de la violencia en años recientes se han enfo-
cado mayoritariamente a entender este periodo, sobre todo por su carácter espec-
tacular y masivo en la producción de muerte. Esto ha generado una priorización y,
a la vez, un sesgo al entender la violencia sólo en términos coyunturales. Si bien es
cierto que la violencia de este periodo debe entenderse atendiendo a la coyuntura,
también es patente que existían fenómenos de violencia en marcha que antecedie-
ron a la Guerra contra el narcotráfico y que anticipaban algunos de los reperto-
5 El caso del grupo “Los Zetas” es el más documentado, conformado por exmilitares
pertenecientes a los Grupos Aerotransportados de Fuerzas Especiales del Ejército
Mexicano, como por Kaibiles, grupo de élite para el combate contrainsurgente del ejército
guatemalteco.
60 antonio fuentes díaz
rios de violencia usados posteriormente. Por ejemplo, desde los años noventa se
venía documentando el aumento del delito común urbano, en actos como robos,
asaltos y sobre todo secuestros, entre ellos el secuestro exprés. La emergencia de
grupos armados, que reaccionaban frente a condiciones de inseguridad, como la
Policía Comunitaria de Guerrero (CRAC–PC) surgida en 1995, o bien aquellos que
conformaban nuevas guerrillas como los casos del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional en Chiapas en 1994, o el Ejército Popular Revolucionario en Guerrero en
1996. De igual manera, se presentó un incremento de acciones colectivas punitivas
como los linchamientos, que transitaron de expresarse en ámbitos rurales hacia los
urbanos y que desplegaban en su ejecución castigos espectaculares que anticipaban
algunas de las atrocidades que hoy son cotidianas (Fuentes Díaz, 2006).
Este tipo de violencia fue invisibilizada por la coyuntura, pero tiene que en-
tenderse que ya estaba presente, sobre todo como reacción a trastocamientos de
carácter estructural, como el cambio en el andamiaje legal y de políticas sociales con
la implementación neoliberal, en los años ochenta, que canceló subsidios y precios
de garantía al campo,6 agravada por la crisis de 1994 que provocó la devaluación
del peso, altas tasas de interés y las pérdidas patrimoniales por el incremento de
las hipotecas, así como tasas de desempleo elevadas. No es casual que en esos años
hayan surgido las guerrillas, y que 1996 haya presentado el mayor número de casos
de suicido en dicha década (Merino, Torreblanca y Torres, 2017). Estos desgarra-
mientos estructurales fueron recrudecidos por el clima de violencia traído por la
Guerra contra el narcotráfico, fracturando la frágil estabilidad y niveles de convi-
vencia, sumergiendo vastas zonas del país en un trauma social (Alexander, 2012) de
grandes proporciones y de difícil reversión.
6 Por ejemplo, el artículo 27, que sentó las bases de la gran mediación social que dio origen
al Estado posrevolucionario, se modificó en los años noventa permitiendo la venta y renta
de tierras ejidales.
fuerza de trabajo excedente y destrucción corporal
61
la década de los ochenta (tabla 1) mostraban la presencia de esta acción colectiva
de manera escasa y localizada en las zonas rurales del sur del país. Para la siguien-
te década fue notorio un incremento sostenido de estos eventos, alcanzando un
máximo de casos en 1996. En la década del 2000 persistió el crecimiento de manera
sostenida, con la diferencia que el fenómeno se desplazó a las ciudades del centro
y sur del país. El incremento mayor se dio en la década del 2010, coincidiendo
con los indicadores elevados que se reportaron para ese periodo sobre comisión de
delitos y homicidios (INEGI, 2017). En consecuencia, el número de linchamientos
se cuadruplicó respecto a los reportados en la década anterior, dicho ascenso se co-
rresponde con los años en que se implementó la Guerra contra el narcotráfico. Este
evento demuestra el elevado clima de violencia social y la incorporación de la vio-
lencia colectiva como forma legítima de dirimir diferencias, acción que se establece
con distancia de los procedimientos judiciales. El fenómeno se volvió un repertorio
de acción tan común que se ha normalizado su práctica, el conteo para 2018 arrojó
408 linchamientos de un total de 1,885 casos registrados desde la década de los
ochenta, esto es, 21%. Esta acción colectiva ha sido favorecida por algunas políticas
estatales de prevención del delito, como la organización de comités ciudadanos de
vigilancia, lo que ha derivado en su incremento. Los linchamientos, entonces, no
refieren a una ausencia del Estado, sino a una concurrente omisión y connivencia
del Estado en su cometido.
En tal sentido, puede sostenerse que la violencia producida por la Guerra contra
el narcotráfico generó un incremento de violencia social difusa y cotidiana, trans-
formando las percepciones sobre los entornos en términos de riesgo y las subjetivi-
dades mismas, a través de generar la sensación cotidiana de miedo, la predisposi-
62 antonio fuentes díaz
ción defensiva frente a la inseguridad como acción de ciudadanía participativa, la
proliferación de encerramientos tanto urbanos como de asentamientos rurales, el
aumento de la seguridad privada y de sistemas de vigilancia, el uso del sufrimiento
como espectáculo y la violencia como actividad remunerada, todos ellos anclados
en los estragos del desgarramiento neoliberal: desempleo, precarización y aumento
de la desigualdad.
7 Esta noción refiere a un ensamblaje de poderes que exceden al Estado y que movilizan
formas soberanas, disciplinarias y biopolíticas de manera yuxtapuesta, atribuidas a orga-
nizaciones intergubernamentales, no gubernamentales o internacionales, pero también a
formas de regulación infra–estatal.
64 antonio fuentes díaz
que el antagonismo está presente, esta interpretación corre el riesgo de simplificar
un fenómeno complejo, al plantear dos polos absolutos y delimitados de conflicto.
Contrariamente, las investigaciones empíricas (Zavaleta, 2018; Correa, 2018; Trevi-
ño; 2018; Paley, 2018) arrojan que la violencia actual procede de una multiplicidad
de fuentes, y con relaciones ambiguas entre legalidad e ilegalidad, que escapan de
ser reducidas bajo el modelo de la antinomia. En ese sentido, debe avanzarse en
proponer nuevos esquemas de comprensión que indaguen en la particularidad del
fenómeno actual. Una discusión anexa, a partir de la información empírica dispo-
nible, debe poner en cuestionamiento la idea que el Estado sea el actor único que
centraliza, coordina y dirige toda la violencia que se experimenta socialmente, sin
eximir al Estado en tanto depositario de la legitimidad del monopolio de la fuer-
za, de sus responsabilidades en la violencia letal extralegal. Se precisa también de
mayores investigaciones etnográficas en los contextos locales y regionales que per-
mitan percibir las tramas íntimas en las que la violencia se teje, que complementen
con mayor detalle las proyecciones de los análisis macro–sociales fundamentados
a escala nacional.
8 De acuerdo con Weber: “En una economía de cambio es el esfuerzo por la obtención de
una renta (Einkommen) el inevitable motivo último de toda acción económica… [que pue-
de tomar las formas de:] 3. Ganancias de botín; 4. Ganancias provenientes de dominación,
exacciones, cohecho, arriendo de tributos y otras semejantes, derivadas de la apropiación
de derechos de mando (Gewaltrechte)” (2014: 331).
66 antonio fuentes díaz
Guerrero, que han sostenido la extorsión como un hecho normal, equiparan el pago
de impuestos fiscales como un pago de derecho de piso al Estado. El símil no es poca
cosa, dado que alude a las históricas zonas de ambigüedad entre criminalidad y
Estado (D. Fini, comunicación personal, 6 de junio de 2019).
La segunda forma de la violencia que se quiere detallar se refiere a los recursos
humanos que utilizan las empresas criminales. Esta disponibilidad de fuerza de
trabajo está favorecida por el contexto de desigualdad condicionado por el modelo
económico, que ha concentrado ingresos a la vez que expulsado de oportunidades
de ascenso social a población joven, que puede ser comprendida como fuerza de
trabajo excedente.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social
(CONEVAL) estimó, para 2008, que 42.9% de los jóvenes entre 12 a 29 años de
edad formaban parte de ese segmento etario que se encontraban en condiciones
de pobreza, mientras que únicamente 18.4% era considerado como no pobre y
no vulnerable; en números absolutos la cifra era de 15.7 millones de adolescentes
y jóvenes en pobreza. Diez años más tarde, en el 2018, el CONEVAL estimó que
42.4% de quienes tenían entre 12 y 29 años de edad se encontraban en condiciones
de pobreza, más 38% que eran vulnerables por carencia social o por ingresos; en
números absolutos las cifras fueron de 16.2 millones de adolescentes y jóvenes
pobres, una escasa movilidad (CONEVAL, 2019).
De acuerdo con algunas investigaciones, se han establecido condiciones favo-
rables para que en ciertos lugares del país muchos jóvenes pobres, provenientes
de familias en condiciones precarias, se vinculen a la delincuencia organizada a
temprana edad. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH, 2017)
ha documentado la incorporación de jóvenes a estos grupos delictivos entre los 12
y 14 años, destacando la oportunidad para enrolarlos a partir de sus circunstancias
de vulnerabilidad.
Si bien la incorporación de los jóvenes vulnerables a alguna actividad criminal
no es determinante causal y no se constituye como la única opción para obtener un
ingreso, como lo ha documentado García (2019b), sí es aquella que les permite un
consumo suntuario de manera acuciosa, produciendo subjetividades deseantes de
marcadores de estatus por consumo, que en contextos de desigualdad hace asequi-
ble que la violencia se convierta en un medio para su satisfacción, en un trabajo. Un
ejemplo extremo del trabajo de la violencia sería el sicariato, donde la experiencia
del goce sin restricciones estructurales se intensifica, dado que el tiempo de disfru-
te puede ser mínimo. Como lo señalan los testimonios recabados en las investiga-
ciones de Elena Azaola y Karina García:
Atrocidad y desubjetivación
El escenario aludido, le va a procurar las características de atrocidad y espectacula-
ridad a la violencia, que se pueden observar a partir del marcaje y destrucción del
cuerpo en las ejecuciones de los grupos criminales y en los ajusticiamientos popu-
lares. Esas acciones se pueden concebir como resultantes de una pérdida de valor del
cuerpo en el contexto de declive del trabajo. El embate al cuerpo, su marcaje, su lesión y
11 Dado que es la forma de la organización del trabajo la que extrae valor, la empresa
contemporánea opera de esa manera. Una de las hipótesis para entender el tema de los
feminicidios, durante el auge de las maquiladoras en los años noventa en Ciudad Juárez,
sostiene que los segmentos de trabajadoras ante las condiciones de trabajo temporal fueron
vistas por los empleadores como fuerza de trabajo residual, por tanto, no capacitables. Esto
fue reforzando el consenso a nivel de las empresas locales, de que el trabajo femenino era
inferior y que las trabajadoras mismas en cuanto sujetos de derechos eran prescindibles, a
tal grado de volverse asesinables (véase Wright, 2006).
72 antonio fuentes díaz
su destrucción abrevan del carácter precario del trabajador excedente, que acompa-
ña la producción de la superfluidad en el neoliberalismo.
La desvalorización de la fuerza de trabajo tiene su momento de abstracción
en las ejecuciones de esta violencia difusa. Una ejecución somete al implicado a la
pena capital, a cumplir una sentencia, desplegando una semántica —escenografía
y mensajes— y una racionalidad en tanto trabajo de la violencia, lo que produce
sujetos inermes y vulnerables. Pero va más allá, no sólo se trata de matar sino de
destruir la unicidad del cuerpo, ofender su dignidad más allá del simple morir. En
castigos como las incineraciones corporales de los linchamientos; en las ejecucio-
nes de los grupos criminales como decapitaciones y desmembramientos, donde
los cuerpos supliciados son arrojados en baldíos o fosas clandestinas como si fue-
ran basura —estatus de desechabilidad—; o de manera pasmosa, en las disolucio-
nes corporales en sustancias químicas para no dejar huella; estamos en presencia
de la destrucción de la unicidad del cuerpo, de un crimen ontológico inmirable
(Cavarero, 2009) que objetiva la desvalorización abstracta de la fuerza de trabajo
excedente, donde el que mata se ha deshumanizado.
En este sentido, la subjetividad que se produce en el dispositivo de extracción
es en realidad una desubjetivación, una falta de sentido que se observa en el horror
producido; en las formas de dar muerte, en la desensibilización que muestra, en
el goce que produce. El dispositivo de extracción y regulación de la excedencia, a
diferencia de otros dispositivos como el disciplinario y el de prisión, no busca gene-
rar una subjetividad que se enmarque en el fortalecimiento de la fuerza de trabajo
y en su encausamiento legal–moral. Sino que echa mano de una forma diluida de
la subjetividad que se corresponde con las condiciones contextuales, en el amplio
marco del declive del trabajo productivo: la subjetividad en la expulsión. A decir
de Agamben: “Lo que define los dispositivos que encontramos en la fase actual
del capitalismo es que éstos no actúan a través de la producción de un sujeto sino
a través de procesos de podemos llamar de desubjetivación” (2015: 30). El trabajo
de la violencia y sus circunstancias de viabilidad parecen indicar la operación de
esa figura. Desubjetivación que expresa el declive de mediaciones ciudadanas, dis-
ciplinarias y políticas, así como de interiorizaciones legales —sin que dicho declive
constituya una subjetividad rebelde—. La desubjetivación indica la pérdida de la
legitimidad de la polis y sus instituciones, evidenciando la inoperancia de su ficción
funcional,12 pero también indica la adopción de estrategias para encarar las nuevas
12 La idea de ficción funcional se refiere a que las mediaciones legales y ciudadanas se eri-
gieron en una composición articulada bajo la estructura de la forma mercancía, adoptando
su contenido lógico y relacional de acuerdo al intercambio de éstas en el mercado capita-
lista. De esta manera, ciudadano y orden jurídico funcionaron como abstracciones de la
forma mercancía bajo la apariencia de relaciones igualitarias entre individuos libres. En las
actuales condiciones, este marco ficticio ha dejado de funcionar o funciona parcialmente,
fuerza de trabajo excedente y destrucción corporal
73
circunstancias del declive del trabajo de maneras abyectas, como la racionalidad
económica del trabajo de la violencia.
En circunstancias donde ha ocurrido un declive de la norma, donde la lega-
lidad ha perdido vigencia, donde se ha dislocado la legitimidad entre el campo
político y el social, el cuerpo se vuelve el bastidor donde inscribir la imposición del
orden y control a partir de la atrocidad visible (Segato, 2013), como una excepción
ejemplar (Agamben, 2013); donde múltiples actores intentan regular dichas condi-
ciones a través del cuerpo de los enemigos reales o figurados. La desubjetivación
genera gobierno.
Reflexiones finales
Se ha planteado que la violencia actual en México, a partir de la Guerra contra el
narcotráfico, presenta características distintas a otros periodos, por ejemplo, el de
ser una violencia en regímenes democráticos formales y poseer una multiplicidad
de actores que se concitan en su uso para una serie de objetivos, fundamentalmente
económicos, encadenando violencias previas. En este nuevo patrón, no es el Estado
el actor central, ni la racionalidad que coordina estas violencias, sino una plurali-
dad de actores, privados y públicos, legales e ilegales, incluido el Estado en todos
los niveles de gobierno, que al utilizarla abrevan de una lógica de rentabilidad, un
sentido práctico que impacta diferentes órdenes.
Este sentido práctico está signado por una racionalidad de lucro, un traba-
jo —rutinario— de la violencia, una estructura de in–sensibilidad y una desub-
jetivación posdisciplinaria, a la que se ha denominado dispositivo de extracción y
regulación de la excedencia. Este dispositivo es posibilitado por el contexto situado
de la trasnacionalización del crimen organizado —su conversión en una empresa
neoliberal—; por la fractura de un orden ilegal–legítimo, sustentado en las recipro-
cidades entre comunidades y narcotráfico a nivel regional, y por el quebranto de la
legitimidad de las instituciones estatales.
El dispositivo se enmarca en la lógica de la acumulación de capital, basada en su
reproducción ficticia y el declive del trabajo productivo, y tiene su articulación situa-
da a nivel del país, de acuerdo con la historia de la construcción política y social del
Estado y de la gestión neoliberal iniciada en los años 80. De esta manera, la violencia
articulada en el dispositivo de extracción y regulación de la excedencia conjunta una
serie de factores en su despliegue: históricos —múltiples legitimidades del uso de la
violencia más allá del Estado, zonas ambiguas legalidad–ilegalidad—; estructurales
—desempleo, precarización y desigualdad—; coyunturales —participación ciuda-
dana, emprendedurismo, seguritización y criminalidad—; geopolíticos —disputa
por la hegemonía global entre Estados Unidos y otras potencias—, entre otros.
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78
Introducción
En este texto reflexionaremos sobre las representaciones de la violencia extrema en
la literatura latinoamericana. Para tal propósito, partimos, como en muchos textos
críticos que analizan la relación de la violencia con la literatura, de la desazón de
Theodor Adorno sobre el sinsentido de la poesía después de conocerse los horro-
res industriales de los campos de exterminio alemanes; posición que reformularía
posteriormente en su Teoría estética (2004 [1970]) al postular el arte como la única
forma de acercarse a tales hechos inconcebibles. Dicha sentencia, lejos de desesti-
mar la creación literaria, ha dado pie a la polémica en torno al papel de la poesía y
de la literatura, de su posibilidad o imposibilidad de representar esa realidad, así
como de la pertinencia de artistas, escritores e intelectuales “ante la vorágine de la
violencia contemporánea” (Aguirre, 2016: 38). Desde entonces, conforme hemos
ido descubriendo en todo el orbe más casos de exterminio masivo y violencia ex-
trema, se debate sobre el papel de los intelectuales ante la violenta realidad que les
interpela, cuando no los anula o lastima.
El concepto de violencia extrema fue creado hace apenas unos años para tratar
de comprender las “manifestaciones anormales de la violencia” (Semelin, 2002: 3)
que se agudizaron en las últimas décadas. A principios del siglo XXI, se definió
como una expresión de la violencia caracterizada por su dimensión cualitativa,
dado el grado de crueldad cometida, así como por la dimensión cuantitativa, de-
terminada por el número de seres humanos afectados o aniquilados. La violencia
extrema, “cualquiera que sea el grado de su desmesura […], se piensa como la ex-
presión prototípica de la negación de toda humanidad, ya que quienes son víctimas
de ella suelen ser ‘animalizados’ o ‘cosificados’ antes de ser aniquilados” (Semelin,
2002: 3). Este vocablo ha sido empleado por especialistas para designar fenóme-
nos tan diversos como actos terroristas, torturas, persecuciones de grupos étnicos,
genocidios y masacres. Jacques Semelin distingue el término de otros correlativos
como “la violencia de un sistema político” de Hannah Arendt y la “violencia es-
tructural” de Johan Galtung (Semelin, 2002: 2).
Abordar las representaciones literarias de la violencia extrema y la pertinencia
de los escritores ante tales contextos, conlleva fijar la mirada en las relaciones entre la
representaciones de la violencia extrema en la literatura
79
literatura y la violencia desde lo estético, cultural, político y económico. Esto implica
pensar sobre la influencia o determinación que la violencia homicida ha tenido, en
principio, sobre el escritor o el lector, pero también sobre el sistema literario, esto es,
tanto al conjunto de agentes, elementos e instituciones vinculados (obras, editores,
lectores, mercado), como a los elementos relacionados con el hecho literario como
lo serían los repertorios que regulan tanto la producción como el consumo literario
(los estilos o los modelos existentes en determinadas épocas). Esta intención meto-
dológica conlleva considerar que el sistema y las representaciones literarias de la
violencia extrema contra personas indefensas no terminan en el consumo, la lectura,
sino habría que ponderar el impacto del discurso literario en otros sistemas sociales,
políticos e incluso económicos de las sociedades. Esta es la idea del sistema literario
simplificado que delinea Castellanos Moya en Insensatez (2004), cuando se pregunta
si tiene sentido escribir, publicar o leer otra novela sobre indígenas asesinados.
Al hablar de las representaciones literarias de la violencia extrema en América
Latina, partimos del supuesto de que un escritor, ante una realidad que lo reclama,
desarrolla un ejercicio ético que será decisivo para narrar, o no, literariamente un
hecho de violencia y que, sin duda, lleva consigo una intención de impacto social y/o
político. La reflexión ética configurará sustancialmente la estética del texto y a partir
de esta última se definirá la posición política. Asimismo, a través de la propuesta
estética, del texto fundamentalmente, puede reconocerse el pensamiento ético.
Por este motivo, son pertinentes las nociones de campo (Bourdieu, 1995) y de
sistema literario (Even–Zohar, 2007) en las que es relevante el análisis de las rela-
ciones que mantienen los elementos constitutivos del sistema entre ellos y con otros
sistemas sociales. En esta línea, nos interesan, en particular, las relaciones del escri-
tor con el campo o sistema social; del escritor con el propio campo literario como
con los repertorios que produce y legitima; y, en otra instancia, la relación del texto
con el campo social en el que emerge o es leído.
Las representaciones literarias son una forma de conocimiento (Sánchez, 2016),
producto de la convergencia de decisiones tomadas por el escritor en los ámbitos
de lo ético (el ser y los fines), estético (el saber y las formas) y político (el hacer y su
impacto) (Arcos Palma, 2009; Pabón, 2015; Basile, 2015; Rancière, 2009 y 2019). De
ahí que inscribimos esta reflexión en el espectro de las “repercusiones del conoci-
miento” en la sociedad, puesto que suscribimos la idea de que en el “conocimiento
gravita mucho del poder, la producción de riqueza, la acumulación de la misma,
justificaciones de violencia, la tecnologización social, la industria cultural y demás
inauditos que emergen en nuestros días” (Aguirre, 2016: 29).
La representación literaria
El término representación es polisémico y admite varias acepciones. En principio
convoca las acciones de imaginar, hacer presente, dar presencia, reproducir, pro-
80 josé sánchez carbó
ducir, reconstruir, ordenar o rememorar y remite a los ámbitos del conocimiento,
la ética, la estética y la política. José A. Sánchez (2016) distingue cuatro tipos de
representaciones tales como la representación mental, la representación mimética,
la representación dramática o simbólica y la representación por delegación. Cada
una, de acuerdo con este autor, cumple una función particular. La representación
mental “tendría una función primariamente cognoscitiva y/o ética. La representa-
ción mimética puede tener una función cognoscitiva y/o estética. La representación
dramática, escénica y simbólica puede tener una función estética y/o política. La
representación en cuanto delegación tiene una función ética y/o política” (Sánchez,
2016: 64). La representación literaria se ubica en el campo de las representaciones
mimética y dramática o simbólica.
Fuera del ámbito jurídico, histórico y académico, la pertinencia de la represen-
tación literaria de la violencia extrema comenzó a ser tema de reflexión y debate a
partir de la publicación de obras como Si esto es un hombre (1947) de Primo Levi, cru-
do testimonio de la experiencia de su autor en un campo de concentración, aunque
cabe precisar que fue hasta la segunda edición (1958) cuando tuvo mayor impacto
en el campo académico y artístico. Así, en la medida en que se fueron dando a co-
nocer más testimonios de sobrevivientes, no sólo de los campos de exterminio ale-
manes, sino de otros hechos atroces masivos, se fue conformando la denominada
Era del Testigo (Sarlo, 2006), con lo que cobró relevancia epistémica el testimonio de
testigos y sobrevivientes, así como el deber de la memoria. También en 1963 se pu-
blicó Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, de Hannah Arendt,
obra que generó polémica no sólo por algunas conclusiones sino por exponer va-
rias irregularidades en el juicio al militar nazi. Al tiempo que se conocían nuevos
hechos y testimonios empezaron a modificarse las formas de representación de la
violencia extrema. Esto generó una crisis de representación, sobre todo en aquellos
relatos que conjuntaban hecho histórico, testimonio y ficción, como lo hiciera de
forma ejemplar el escritor Jorge Semprún (2015).
La incorporación de recursos ficcionales y literarios en las representaciones
de violencia extrema fue criticada por sobrevivientes del holocausto como Eliezer
Wieser y Pierre Vidal Naquet, porque consideraban que contribuyen a ocultar o
distorsionar la verdad (Pabón, 2015). En cambio, escritores como Jorge Semprún
encuentran en la ficción una poderosa herramienta epistemológica que por su
capacidad ilustrativa alcanza áreas que el testimonio no puede, puesto que el
testimonio —por su esencia parcial y fragmentada— es incapaz de aprehenderlo
todo. Semprún (2015) busca con la ficción capturar la densidad, la sustancia de
lo invivible: “Sólo alcanzarán esta sustancia. Esta densidad transparente, aque-
llos que sepan convertir su testimonio en un objeto artístico […]. Únicamente el
artificio de un relato dominado conseguirá transmitir parcialmente la verdad del
testimonio” (25).
representaciones de la violencia extrema en la literatura
81
En este orden de ideas, varios intelectuales coinciden en que no hay nada irre-
presentable a través del lenguaje y que la representación de la violencia puede con-
tribuir al entendimiento (Pabón, 2015: 26). Esto permite replantear la pregunta de si
es pertinente por: ¿cuál es la forma eficaz de representar esos hechos traumáticos en
la historia de la humanidad? De acuerdo con Pabón, la forma derivaría de la consti-
tución combinada “de las posibilidades y las limitaciones de la historia, la memoria
y la ficción, al igual que de los vínculos y entrecruzamientos entre estos tres modos
de representación narrativos” (2015: 32). Si bien la “mezcla” de historia y ficción es
problemática, “más si se propone […] la paradójica noción de que la ficción puede
decir la ‘verdad’ de manera más eficaz que una narración histórica fáctica” (27),
para Pabón este tipo de soluciones estéticas pueden “enriquecer nuestro entendi-
miento de una realidad mucho más compleja de lo que sugieren los acercamientos
‘objetivistas’ que reducen nuestra comprensión a lo verificable” (27).
De igual forma, esta propuesta sintoniza con Ivan Jablonka (2016) en lo que
ha definido como “literatura de lo real” y en las llamadas “ficciones de método”,
recursos empleados tanto en la historia como en la literatura: extrañamiento, plau-
sibilidad, conceptualización y estrategias narrativas (206).
Si, como mencionamos, las representaciones se configuran a partir de decisio-
nes éticas, estéticas y políticas es de esperarse que las interrogantes en torno a ellas
también giren sobre los mismos ámbitos. José A. Sánchez en Ética y representación
se pregunta:
Fines e impactos
Las representaciones de la violencia extrema han tenido distintos niveles de im-
pacto social y económico e incluso político que, en ciertos casos, resultan insepara-
bles. Aunque nos centraremos esencialmente en el primero, no podemos dejar de
reconocer que este impacto social en la época actual difícilmente puede ser des-
vinculado de lo económico. Como habíamos mencionado, los libros de Horacio
Castellanos Moya, Julián Herbert o Beatriz Rivas fueron publicados por editoriales
trasnacionales con un sólido capital económico como Tusquets, Random House o
Alfaguara. Asimismo, lo social, lo político y lo económico están ligados en el caso
del escritor Jorge Galán, que fue amenazado de muerte por retomar la masacre de
jesuitas en El Salvador en su novela Noviembre, editada por Planeta y premiada por
la Real Academia Española en 2016. Por otra parte, respecto al impacto económico
y la mercantilización de la violencia extrema, basta revisar la oferta de contenidos
de la industria cultural para reconocer que estos temas, independientemente de su
enfoque, son rentables y demandados por los consumidores.
El impacto social deriva, en principio, de una afección por un hecho y del deber
de recordar éticamente el pasado de los que fueron asesinados o de los que ya no
tienen voz para pronunciarse; pero las representaciones de la violencia también
han contribuido, en ciertos periodos, a reducir los homicidios o a fijar nuevas polí-
ticas públicas para salvaguardar los derechos humanos.
90 josé sánchez carbó
Como mencionamos también, no tenemos noticia de alguna obra narrativa cuyo
desarrollo gire en torno a una masacre o genocidio “inventado”; todas, desafortuna-
damente, tienen un referente real. De ahí que uno de los propósitos más visibles de
estas obras sea recordar algo acaecido en el pasado. Susan Sontag, en su libro Ante
el dolor de los demás, resalta la necesidad de recordar y reflexionar en torno a lo que
se recuerda. Y recordar es “una acción ética, tiene un valor ético en y por sí mismo”
(2018: 98), en el sentido de que hacerlo abre la posibilidad de darle voz a los ausen-
tes, a los desaparecidos, a quienes les ha sido negada la posibilidad de recordar;
pero, contradictoriamente, no puede desestimarse que la acción de recordar “dema-
siado” no sólo puede entorpecer procesos de reconciliación, sino que puede reavivar
viejos conflictos. En esta línea, Tzvetan Todorov distinguía entre los usos literal y
ejemplar de la memoria: el uso literal somete el presente al pasado, mientras que el
uso ejemplar tendría que coadyuvar a resolver los problemas del presente (2000: 32).
Por lo anterior, cobra valor la distinción entre “memoria perturbadora” y “me-
moria monumento” sobre la que trabaja Teresa Basile. Gran parte de los textos li-
terarios mencionados que tratan sobre masacres para contrarrestar el olvido y el
silencio forman parte de la “memoria perturbadora”. De acuerdo con Basile, se
caracteriza por alumbrar zonas oscuras que “responden a una demanda de verdad
que busca esclarecer ciertos casos que han permanecido rodeados de tinieblas y
asediados por múltiples versiones contrapuestas” (2015: 199).
La “memoria monumento”, por su parte, contribuye a glorificar a héroes, victo-
rias y hazañas. Un caso paradigmático es el relato “La fiesta de las balas”, incluido
en El águila y la serpiente (1928), de Martín Luis Guzmán, que trata sobre el fusila-
miento de trescientos prisioneros. En una suerte de breve introducción, el autor
advierte que no se trata de un hecho histórico sino de una leyenda que pinta “más
a fondo la División del Norte” (1993: 27). Enfatiza que las leyendas muchas veces
parecen “más verídicas […] más dignas de hacer historia” (1993: 27). Esta repre-
sentación literaria sobre el ajusticiamiento de centenas de prisioneros resulta un
modelo de la “memoria monumento” porque tiene como marco socio–histórico la
conformación del proyecto de nación posrevolucionario.
Guzmán buscaba “hazañas” que podrían describir de mejor forma al ejército
de Villa. De ellas distingue las verídicas de las legendarias, las cuales, a su parecer,
son “más dignas de hacer historia” porque representan “revelaciones esenciales”
(1993: 27). La palabra “hazaña”, no olvidemos, hace referencia a un hecho “ilustre,
señalado y heroico” (RAE). Desde esta perspectiva, el relato de Guzmán bien puede
inscribirse en la llamada “memoria monumento” cuya función, como vimos, con-
siste en glorificar. En esta búsqueda de “hacer historia”, el escritor encuentra que
Rodolfo Fierro asesinó él sólo a trescientos prisioneros, uno por uno.
Este hecho, calificado como “hazaña”, es glorificado y mitificado. Le atribuye
poderes sobrenaturales al protagonista y al fusionar la virilidad del militar con un
representaciones de la violencia extrema en la literatura
91
paisaje hostil crea la mística y la escena de la épica revolucionaria. Guzmán des-
cribe a Fierro como si fuera efectivamente un monumento, una persona impertur-
bable e invencible, ajeno a las inclemencias del clima desértico: “El viento le daba
de lleno en la cara, más él no trataba de eludirlo clavando la barbilla en el pecho ni
levantando los pliegues del embozo. Llevaba enhiesta la cabeza, arrogante el busto,
bien puestos los pies en los estribos y elegantemente dobladas las piernas entre los
arreos de campaña sujetos a los tientos de la montura […] Sentía como caricia la luz
del sol” (1993: 28).
Este cuadro le permite al narrador calificar a Fierro como una “figura grande y
hermosa” que irradia “un aura extraña, algo superior, algo prestigioso” (1993: 30).
La decisión de asesinar sin ayuda a trescientos prisioneros nació de una “pul-
sión” que recorrió todo su cuerpo hasta llegar al dedo índice de la mano derecha.
Para lograrlo idea un perverso juego en el que cada uno de los “colorados” tendría
la posibilidad de escapar si lograba superar las vallas del corral. Sin apenas una
pausa, durante casi dos horas, los prisioneros fueron liberados por turnos para co-
rrer por su vida sin éxito. La reacción de la tropa de Fierro fue de clamor, de regoci-
jo. Al final, Fierro dejó montañas de cadáveres hacinados que para el narrador son
“como cerros fantásticos, cerros de formas confusas, incomprensibles” (39).
La literatura y las artes en el periodo posrevolucionario jugaron un papel im-
portante para la configuración de la identidad nacional, tanto por su crítica como
por la exaltación de la revolución. De ahí la imagen de bronce de Fierro, de la per-
sona y el anonimato de la masa de soldados, tanto los asesinados como los de su
propia tropa.
El impacto social de las representaciones literarias de la violencia también es
analizado por el historiador francés Robert Muchembled, en un interesante capítu-
lo de su libro Una historia de la violencia (2010). Su tesis es que los índices de homici-
dios descendieron en Europa paulatinamente desde el siglo XVI, al inicio de lo que
él llama la “civilización de las costumbres”, al popularizarse la literatura sobre la
violencia. Estas expresiones de “ficción sangrienta” le sirvieron al Estado como un
dispositivo de gestión de la violencia que, como una especie de válvula de escape,
contribuyeron a atenuar las reacciones violentas de los hombres jóvenes, principal-
mente, pero al mismo tiempo alimentaban el carácter para atender posibles conflic-
tos ante el ataque de otras naciones.
Esta literatura sobre la violencia ha sufrido transformaciones estéticas y polí-
ticas desde el siglo XVI hasta nuestros días. Entre el ocaso de la Edad Media y el
alba del Renacimiento persuadía moralmente a los lectores asociando la violencia
con lo demoniaco. Más tarde, conforme el ingrediente diabólico perdía efectividad
y los escritores representaban escenas sanguinarias con el afán de educar, sus lec-
tores más bien leían estos relatos con fascinación. Hacia el siglo XVIII, mientras se
idealizaba al bandido bueno y noble, el lector desconfiaba del arrepentimiento del
92 josé sánchez carbó
homicida. Para entonces la contrición del criminal en los últimos momentos resulta-
ba inverosímil. De esta forma, para el siglo XX, con la irrupción de la novela negra,
los lectores dejaron de creer en la redención de los criminales.
Para Muchembled, los repertorios de la violencia en el campo de la literatura
europea contribuyeron a reducir los índices de criminalidad desde el Renacimiento
hasta mediados del siglo XX. La literatura, en el marco del largo proceso de la lla-
mada “civilización de las buenas costumbres”, representó un dispositivo catártico,
adecuado para contener y convertir la violencia “en operativa y útil a la colectivi-
dad en caso necesario” (2010: 15).
En el contexto hispanoamericano, conviene revisar la Brevísima relación…, pu-
blicada por primera vez en Sevilla (1552), es decir, diez años después de que fuera
escrita por De las Casas con motivo del Consejo de Barcelona convocado por Carlos
V para revisar la situación de los indígenas desde los campos filosófico, teológico y
político. La intervención del fraile, una enumeración cruda de los atropellos come-
tidos en contra de los indígenas, contribuyó a que Carlos V emitiera nuevas leyes
que privilegiaban el sentido de la evangelización frente al de la conquista. No obs-
tante, poco después cambió de nuevo la situación de los indígenas. Una década más
tarde, con motivo del Consejo de Valladolid, la perspectiva de la colonización de
los encomenderos americanos se volvía a imponer. Por ello es que el autor decidió
imprimir aquel texto que había presentado en el Consejo.
Esta obra tenía la firme intención de denunciar y evitar los crímenes y abusos de
los españoles en contra de los indígenas. Esta inquietud había llevado a De las Casas
a solicitar audiencias con autoridades eclesiásticas y seglares, por lo que en 1516 ya
había recibido el cargo de Protector de los Indios. Los conquistadores provocaron nu-
merosas muertes a través de suicidios colectivos de comunidades para evitar ser sub-
yugados, de los trabajos forzados, o por hambre, pero también cometieron otro tanto
de masacres. Además de fundar la defensa de los derechos de los indios y provocar
transformaciones en las políticas de la colonización de América, este libro fue utili-
zado por otros países europeos para forjar la leyenda negra de la corona española.
En la época actual, Castellanos Moya considera que escribe sobre la cotidiani-
dad centroamericana (2010: 201), aunque la crítica ha encasillado su producción
como literatura de la violencia, del cinismo o el desencanto, para distinguirla de
la literatura de denuncia, libertaria o revolucionaria latinoamericana producida en
los setenta y ochenta en el marco de la Guerra Fría: “Ahora, en las obras del nue-
vo periodo, no había buenos ni malos, ni razón histórica de respaldo: la violencia
campeaba desnuda de ideologías” (2010: 55). Esta clasificación de literatura de la
violencia resulta para Castellanos Moya imprecisa e injusta porque la literatura oc-
cidental, a su vez, ha representado desde sus orígenes la violencia sin que sea califi-
cada así por ello; considera que el calificativo estigmatiza a una literatura e incluso
a la sociedad centroamericana como “cultura de la violencia”.
representaciones de la violencia extrema en la literatura
93
En Insensatez pondera el racismo hacia los indígenas como una explicación del
genocidio en Guatemala, de cientos de masacres cuyo correlato es la fosa común,
un espacio de dolor que pone “en tela de juicio las relaciones de proximidad, de
alteridad, de consideración por el otro” (Aguirre, 2016: 74).
Reflexiones finales
Lo expuesto hasta aquí pretende sentar las bases conceptuales y metodológicas para
el análisis de las representaciones literarias de la violencia extrema en la literatura
latinoamericana. Esto ha supuesto configurar un conjunto de interrogantes para ser
respondidas en futuros análisis puntuales sobre la participación y función que des-
empeñan varios de los elementos implicados en el sistema literario y la representa-
ción literaria. Por supuesto, el texto ocupa el centro sobre el que orbitan variables
como una serie de relaciones establecidas entre los distintos elementos del sistema,
por ejemplo, la relación entre el autor y el hecho histórico de violencia extrema,
entre el autor y el contexto desde el que enuncia esta recuperación del pasado, el
texto literario y su consumo, así como el impacto de este tipo de representaciones.
La dimensión ética ha sido un elemento clave sobre el que se ha reflexionado
poco en la literatura, pero que en el contexto de la recuperación del pasado y de la
construcción de representaciones literarias de hechos históricos violentos cobra una
gran relevancia. Las representaciones son resultado de elecciones éticas y estéticas.
La ficción resulta un método y una forma del discurso capaz de colaborar para
crear un relato comprensible, sustancial y profundo de la verdad, que complejiza
las situaciones, amplía las opciones de tratamiento, alimenta el entendimiento, ayu-
da a imaginar lo inimaginable, mezclar la realidad empírica con la imaginación y,
en algunos casos, contrarrestar el consumo banal de la violencia.
La ficción, como una configuración particular de la experiencia y de la reali-
dad, marca trayectorias entre lo visible y lo decible, y aporta modos de ser, hacer y
decir. Asimismo, construye modelos de palabra y acción, regímenes de intensidad
sensible, mapas de lo visible, así como relaciones entre modos de ser, hacer y decir.
Fernández Savater (2016), en torno a la idea de ficción política de Rancière, comen-
taba que “hace ver cosas que no se veían, pone en relación lo que estaba disperso,
hace surgir otras voces y otros temas, otros lenguajes y otros enunciados, otras es-
calas y otros razonamientos, otras legitimidades y otros hechos. Y ofrece ese paisaje
inédito a todos, a cualquiera. Como un don, un regalo, una nueva posibilidad de
existencia” (2016: 4).
Desde la segunda mitad del siglo XX, mientras se popularizaba una literatura
de la violencia de consumo masivo, también se fue consolidando una literatura de
lo real volcada a la recuperación del pasado, de la memoria histórica, constituida
para evitar el olvido y denunciar hechos de violencia extrema en todo el orbe, entre
otros propósitos. En este sentido, desde la segunda mitad del siglo XX se conso-
94 josé sánchez carbó
lidó, por una parte, una lógica de mercado cultural y una industria que encontró
en los hechos históricos atroces historias para comercializar; pero también, en este
periodo y hasta nuestros días, la literatura testimonial y de lo real da cuenta de las
injusticias. En el caso de América Latina, en el contexto de la Guerra Fría, la revolu-
ción cubana y las dictaduras, se fortaleció la reflexión y la creación de este tipo de
literatura. La polémica se polarizó entre la literatura comprometida o la burguesa
de evasión.
De tal forma que el escritor, influenciado por tales condiciones, el mercado y el
deber de la memoria, se dio a la tarea de crear representaciones de la violencia para
lucrar, pero también para denunciar, conservar la memoria y presentar otra versión
de los hechos normalizados por la historia oficial o para comprender el contexto de
violencia. Esta literatura y estas interpretaciones de la eficacia de la literatura rea-
firman “la capacidad del arte para resistir a las formas de dominación económica,
política e ideológica” (Rancière, 2019: 174).
Los testimonios de sobrevivientes como Primo Levi o Jorge Semprún, así como
algunas representaciones literarias de la violencia extrema, contrarrestan la nega-
ción, el ocultamiento o el olvido deliberado, contribuyen al conocimiento y com-
prensión de los hechos y resultan una fuente fundamental para conocer la verdad o
comprender la realidad. Los testimonios, al recuperar la memoria, hacen una justi-
cia mínima de lo irreparable, visibilizan a la víctima desaparecida, le dan existencia
a la ausencia.
Por último, cabe mencionar que el impacto político de esta literatura es recono-
cible en distintos grados y ámbitos, pues no siempre alcanza las políticas públicas,
ni siquiera es atendida por los lectores su incitación a la rebelión o al activismo con-
tra el sistema de dominación que denuncia, sea económico, político o ideológico.
Este impacto más bien se sitúa en una “multiplicidad de pliegues en el tejido sen-
sible” (Rancière, 2019: 191). Las representaciones literarias de la violencia extrema
impactan esencialmente la realidad, es decir, operan contra las “configuraciones
definidas de lo que está determinado como nuestra realidad” (191). Y es a través de
la crítica que se crea lo que Rancière define como disenso.
El filósofo francés considera que los artistas y escritores producen disensos
destinados a “hacer visible lo invisible o a cuestionar la evidencia de lo visible, a
romper las relaciones dadas entre cosas y significados que antes no estaban rela-
cionados” (2019: 182). En otras palabras, el arte crítico “es un arte que tiene como
objetivo producir una nueva percepción del mundo y, por lo tanto, crear un com-
promiso con su transformación” (183). Esto se ajusta, por ejemplo, a los propósitos
del escritor mexicano Julián Herbert al abordar la masacre de chinos en los albores
de la Revolución Mexicana. Herbert configura un disenso contra la versión común
de que la masacre fue una “reacción de una masa popular que desahogó su frustra-
ción sobre un grupo particular de inmigrantes”, para —en su lugar— visibilizarla
representaciones de la violencia extrema en la literatura
95
y calificarla como “un acto de xenofobia” (2015: 16), versión que se ha negado o
deseado mantener oculta por los habitantes de la región de La Laguna, México.
Las representaciones literarias de la violencia como arte crítico (Rancière, 2019)
o contradispositivos visibilizan lo oculto, realizan sabotajes e invierten los sentidos
de los dispositivos que configuran la realidad (Sánchez, 2016: 318).
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97
LOS AGUJEROS ESTRUCTURALES, LAS APROPIACIONES
PREDATORIAS DEL TERRITORIO Y LAS NUEVAS SUBJETIVIDADES
98
99
Introducción
En el marco de la creciente desarticulación de los complejos andamiajes societales
que han explicado la relativa estabilidad de las prácticas y representaciones sur-
gidas del régimen de la modernidad–colonialidad, el presente capítulo analiza la
relación entre las formas predatorias de apropiación socio–espacial (Sassen, 2015) y la
producción de territorialidades emergentes, que se derivan de tales formas.
La noción de desgarramientos civilizatorios, propuesta por María Eugenia Sán-
chez (2020), para caracterizar el resquebrajamiento de tales entramados sociales,
desarrollada en el primer capítulo de esta obra, constituye una propuesta teórica
y epistemológica muy sugerente para mirar los problemas y desafíos de la crisis1
que vive la humanidad y constituye un marco de referencia útil para interpretar, de
manera particular, la conformación de nuevas territorialidades.
Las territorialidades emergentes, resultantes de procesos de producción y apro-
piación material y simbólica del espacio social, se vinculan al funcionamiento del
capital en la escala global y a sus mecanismos multiescalares de gestión (Harvey,
2014), así como a los regímenes de regulación de las relaciones de poder, cuyo com-
portamiento predatorio revela la crisis civilizatoria aludida.
Puede aventurarse la hipótesis de que la crisis de este régimen, hegemónico a lo
largo de los últimos doscientos años (De Sousa, 2009), se produce por la desvincula-
una especie de organización del movimiento de las sociedades a partir del princi-
pio organizativo de su momento productivo o del patrón de transformación de la
naturaleza, es una especie de ritmo y dirección de la matriz social. En este sentido
es una forma de moverse de las sociedades, no la secuencia, concatenación o arti-
culación de sus hechos colectivos (Tapia, 2002: 311–312).
Por ello, el territorio, como forma histórica de la articulación del tiempo y el espa-
cio, es, a la vez, tiempo condensado y espacio en devenir.
Así, podemos plantear dos ámbitos analíticos:
Para el autor, las lógicas que favorecen la conformación de los espacios son los
puntos nodales, a veces invisibilizados, de donde emanan prácticas políticas de
dominación: campos, posiciones, suelos por los cuales se reconocen “las topologías
de los espacios humanos, en los que se ejerce una soberanía, circula la riqueza, el
capital, se producen los bienes económicos y simbólicos, despliegan los gobiernos
y se administran los cuerpos” (Zicari, 2018: 63).
Los procesos descritos se sitúan en las esferas de la producción y la reproduc-
ción social, inseparables y mutuamente implicadas. En esa relación, sobre las prác-
ticas y los imaginarios que les dan sentido, fruto de la vivencia histórica del sujeto
en el espacio (siempre vivida como presente), irrumpen las representaciones pro-
ducidas en la esfera del poder–saber, sus instrumentos y códigos por medio de los
cuales es posible, relativamente, implicar el territorio en un determinado régimen
de acumulación, de representación y de regulación.
En un plano formal, la interacción de las esferas de la producción y la reproduc-
ción social sustentan el patrón de extracción, producción y distribución de recursos,
que se supone estable durante un tiempo determinado en un espacio dado, e inclu-
ye el complejo entramado que articula desigualmente las formas de la organización
productiva (tecno–económica), que pueden incluir formas capitalistas y no capita-
listas de producción y las expresiones de las formas de intercambio (mercantil y no
mercantil) de los bienes territoriales, así como la determinación de la asignación
social de los productos de la riqueza producida.
Asimismo, los dispositivos que constituyen el modo de regulación social y
producción de sentido están constituidos por la red de instituciones formales y
consuetudinarias, así como el corpus normativo que garantiza la reproducción de
las condiciones de funcionamiento del régimen de acumulación y la vida social.
Se incluyen, así, las relaciones de propiedad, el patrón producción–consumo, las
formas de gestión orientadas a compatibilizar entre decisiones privadas conflictivas
o contradictorias, la distribución de las personas y los lugares como centros o peri-
ferias respecto del uso del territorio, las normas de conservación de determinados
elementos, el sistema de derechos y deberes.
Doreen Massey (2008) habla del espacio como un punto de encuentro entre
trayectorias diversas en constante transformación, de las que deriva una geometría
104 óscar soto badillo
del poder en la que no todos los sujetos están situados de la misma manera y no
todos comparten las mismas trayectorias. En esta geometría, el movimiento y las
acciones de unos influyen y condicionan las situaciones de otros. Esta geometría del
poder se constituye con base en un proceso relacional de largo plazo (civilizatorio),
que se actualiza en cada momento histórico y abarca dos tipos de mecanismos in-
terdependientes que configuran la experiencia humana: por una parte, mecanismos
de interacción sociopolítica, centrada en la estatalidad pero también en la gubernamen-
talidad que trasciende, implicándola relativamente, la forma Estado2 y, por otra,
mecanismos de interacción psicosocial, ligados al control emocional y a la adminis-
tración de la violencia, donde la gubernamentalidad, más que la estatalidad, toma
su forma más acabada por el control de los cuerpos y sus subjetividades (Foucault,
2007; Zicari, 2018).
Estatalidad y gubernamentalidad remiten, respectivamente, al ejercicio de la
Ley y la Norma, al principio de soberanía y al régimen biopolítico. Ambas dimen-
siones del poder se relacionan a través de procesos de sustitución y complementa-
ción. Del socavamiento del régimen estatal, constituido y legitimado, en las socie-
dades moderno–coloniales, por la eficacia de la soberanía, emergen nuevas formas
de “derecho”, nuevos regímenes normativos, fuertemente biopolíticos, ejercidos
por una multiplicidad de actores, que compiten y se complementan, fragmentaria-
mente, por el control de recursos territoriales, cuerpos y subjetividades “neutros”
(ni vivos ni muertos), a quienes sólo el régimen de dominación puede atribuirles sus
formas de existencia (Foucault, 2007).
5 Entre las que destacan “la racialización jerárquica de las relaciones sociales; la forma
eurocéntrica de producir y legitimar los imaginarios, las memorias históricas y el cono-
cimiento; el Estado como institución central de la dominación, el trabajo asalariado como
ámbito central de explotación; la naturaleza como objeto de dominación y explotación y el
patriarcalismo como naturalización de las relaciones de sexo–género” (Marañón, 2016: 5).
110 óscar soto badillo
Crisis de la soberanía territorial y vaciamiento del Estado–nación
Como propone Arjun Appadurai (1999), en el momento en que, por las dinámicas
de la globalización, las fronteras se vuelven porosas e inciertas y el control estatal
sobre los espacios subnacionales, y de la comunidad sobre los espacios locales, se
pone en entredicho por la prevalencia de un gradiente dinámico de reforzamientos
y debilitamientos selectivos, la configuración territorial, mirada desde la perspecti-
va de la relación entre las formas estatal, comunitaria y mercantil de regulación del
espacio, puede problematizarse en un doble sentido:
a) El que alude a los procesos generales que están en la base de la erosión del
régimen de poder sustentado en la idea de soberanía del Estado-nación.
b) El que se deriva más particularmente de las relaciones sociales moderno–co-
loniales, en las que se han producido los pueblos subalternos, particularmente
en América Latina.
Los procesos señalados estarían dando lugar a lo que él llama una etapa de inesta-
bilidad y caos prolongados con desestructuración y reestructuración acentuadas de las
organizaciones y los complejos en lucha social.
La otra vertiente de la categoría formaciones predatorias alude a la lógica de
la expulsión, ya sea de orden social o económica, emergente también, en tanto se
distingue de las formas de marginalización y explotación propias del capitalismo
fordista, frente a las cuales fue posible construir algunos dispositivos de inclusión
y movilidad social. La expulsión a la que alude Sassen es un estado radical de des-
trucción de los medios de vida (tierra muerta) y la determinación del carácter pres-
cindible y desechable de los cuerpos.
En ese sentido, el proceso de constitución de esas formaciones puede explicar-
se, al menos en parte, por la forma en que se produce la apropiación material y sim-
bólica de los valores territoriales, en mecanismos de des–territorialización respecto
de las topologías espaciales pre–existentes.
La des–territorialización puede entenderse en un doble sentido:
Entre los procesos que subyacen a esta última forma de des–territorialización pue-
de reconocerse fenómenos ya señalados: la desintegración del régimen salarial,
vinculada con la reducción del empleo formal y al crecimiento de la informalidad
económica y, con ello, la creciente desvinculación del sujeto del régimen de segu-
ridad social. La desconexión funcional entre los espacios sociales “desheredados”
(barrios, pueblos) de las economías nacionales y globales. La producción de regí-
menes de excepción como las zonas económicas especiales. La maquilización como
empobrecimiento del régimen de producción industrial que exacerba la explota-
ción sin mecanismos de reciprocidad entre capital y trabajo. La sustitución y mer-
cantilización de los referentes culturales a través del simulacro de la turistificación,
entre otras estrategias del capital.
En este contexto se producen, simbióticamente, territorios de centralidad, es
decir, espacios de consumo de la producción económica y de los patrones cul-
turales de los lugares centrales, y espacios rotos y descartables, cuyo papel en la
división global del espacio se limitan a ser depósitos temporales de recursos ex-
traíbles y refugios temporales de sujetos desechables. En correspondencia, se ge-
neran dinámicas que, de manera igualmente selectiva, producen colectividades
humanas incluidas desigualmente en la esfera de la producción y del consumo
y vastos contingentes humanos invisibles y descartables. En ambos casos, tanto
en los incluidos como en los expulsados, el desarraigo radical, una manera de
nombrar a la experiencia desposeída, parece ser la condición del presente y la
expectativa del futuro.
Tal desposesión de la experiencia es el resultado de procesos mediante los que
se elimina el control del sujeto o el colectivo sobre ella, la capacidad de comprenderla, de
comunicarla, de manera similar a la forma en la que el despojo de los medios impli-
ca la alienación del trabajador respecto del control del ciclo del trabajo social y su
valorización (Sevilla, 2008).
Se produce, así, un entramado perverso de desposesión, sustentado en la des–
estructuración/destrucción y la expulsión/desaparición de la territorialidad, la
corporalidad y la subjetividad. Esta desposesión combina, por una parte, formas
históricas de marginalización, irreductibles al lugar del sujeto individual y colecti-
vo en la estructura económica (Wacquant, 2009), que se refuerzan con el desman-
telamiento de los dispositivos institucionales de ascenso social, ligados al Estado
de bienestar. Por otra, con la fijación y distanciamiento o expulsión de trayectorias
individuales y colectivas sustentadas en adscripciones territoriales y el vaciamiento
de las representaciones socio–espaciales y, en el extremo, con la radical destrucción
el desarraigo radical. apropiaciones predatorias y territorialidades emergentes
117
de las propias condiciones materiales de la existencia y la eliminación física del
sujeto, mediante su desplazamiento forzado o su muerte.
Este proceso se manifiesta diferencialmente según el carácter central o periféri-
co de los espacios, y según las capacidades de respuesta social (González Casanova,
2008).
En el sur global, las formas predatorias de apropiación territorial parecen ma-
nifestarse en torno a dos ejes centrales: el extractivismo como fuente de acumula-
ción económica del capitalismo post–industrial y el desarraigo material y simbólico
como forma de gestión social (Sassen, 2015). Estas formas erosionan violentamente,
tanto las bases materiales de la existencia, desde el plano local a la escala plane-
taria, como los entramados relacionales más o menos estables (denominados co-
loquialmente tejidos sociales), conformados por prácticas, códigos de socialización,
dispositivos de regulación del poder y representaciones simbólicas e identitarias,
arraigados en el espacio.
Tales formaciones predatorias, y los dispositivos de apropiación que le son sus-
tantivos, más allá de la destrucción de la materialidad del territorio, profundizan
la crisis de las estructuras sociales y el resquebrajamiento de referentes identitarios
que aseguraban algún sentido a la vida individual y social (Sánchez, 2020).
Se constata el carácter multidimensional de lo que Sassen llama Agujeros estruc-
turales en el tejido territorial, que subvierten profundamente la capacidad de apropia-
ción–regulación del territorio y producen, mediante la violencia, el desanclaje de la
percepción y la experiencia vivida respecto de los territorios de arraigo duradero,
derivada de la contradicción entre lugares y flujos. Ello erosiona la capacidad de
apropiarse de los sistemas de usos y de los sistemas de expectativas, mediados has-
ta hace algún tiempo por el trípode regulador Estado–comunidad–mercado, aludi-
do antes, lo que socava la capacidad de los sujetos de producir sentido de vida y de
enfrentar la alienación que amenaza la vida cotidiana.
Entre esas formas de re-creación, apropiación y gestión territorial destacan las
producidas por corporaciones criminales, particularmente aquellas dedicadas al
narcotráfico y el tráfico de personas, que transforman estructuralmente los modos
de apropiación de los recursos. En su origen, operaban de un modo en el que el
espacio se constituía como mero escenario de los procesos de producción, tránsito
y consumo. Su caracterización contemporánea como “crimen organizado” repre-
senta una forma superior a partir de formas complejas y más o menos estables
de producción y gestión de la territorialidad, mediante la actualización de formas
primordiales de control social de carácter tributario–caciquil y de gobierno cuasi–
estatal, y cuyo producto es la subordinación de las formas pre–existentes de control
y articulación social del sujeto y su territorio.
Tales procesos derivan en parte, como se ha apuntado, de la crisis del funciona-
miento del capital en la escala global y sus mecanismos multiescalares de gestión,
118 óscar soto badillo
que se manifiesta en el carácter crecientemente destructivo de sus mecanismos de
operación (tecnológicos, de gestión de recursos) cada vez más extractivista y cada
vez menos productivo. Crisis que se hace visible en sus externalidades depredado-
ras, así como en la complejidad de los diversos regímenes de regulación y gestión
del poder, inter–in–dependientes respecto del Estado, que contribuyen a la erosión
del cemento que amalgama las voluntades colectivas, forjadas, para bien y para
mal, en la certidumbre de las lealtades sociales, culturales o identitarias y en la de-
marcación territorial de la localidad.
En el extremo, el vaciamiento creciente de los mundos locales, la destrucción
de su materialidad constituyente, la ausencia de un proyecto capaz de proponer
vías de inclusión y de sentido, y su sustitución por el distanciamiento, la represión
y la violencia, resultan en una dinámica de desplazamiento, desaparición social y
expulsión de crecientes segmentos poblacionales de las formas “normalizadas” de
la vida en comunidad, que reconfiguran la producción territorial y devienen en la
eventual sustitución de los dispositivos de representación por otras formas sociales
de gestión política y de identificación simbólica.
Por ello, puede afirmarse que el complejo desestructuración–desaparición–ex-
pulsión, que resulta de tales apropiaciones territoriales predatorias, se manifiesta,
en los sujetos sociales, tanto en los incluidos como en los expulsados, en la expe-
riencia, consciente o no, del despojo y el desarraigo radical.
En ese sentido, la constatación de los límites de la producción de externalidades
que el régimen de acumulación y representación de intereses produce, en el contex-
to del modelo de desarrollo, puede observarse mejor en esos contextos marginales
a la formalidad estatal y económica, del modo en que lo propone Sassen (2015) en
su perspectiva de análisis. Tal planteamiento supone una “reflexión sobre el tipo de
complejidad existente y la dificultad de poder explicar esa heterogeneidad o diver-
sidad social en base a modelos únicos y generales” (Tapia, 2002: 319), como los que
se arraigan en los estudios sobre el desarrollo.
8 A la que siguió una serie de cambios constitucionales y legales como condición de posi-
bilidad del nuevo régimen de acumulación y que han impactado de manera extraordinaria
en la territorialidad comunitaria Ley de Minería, Reforma energética, Leyes laborales, Re-
gulaciones del capital financiero, Regulaciones de medios de comunicación, Ley de vivien-
da, entre otras.
120 óscar soto badillo
Incorporación, cooptación y asimilación fueron las condiciones del régimen
moderno–colonial para la inclusión de las colectividades a la zona “del ser” (usan-
do la expresión de Frantz Fanon), por la vía de la explotación del trabajo, la in-
vención de una identidad nacional y la regulación estatal. Las transformaciones
neoliberales cancelaron estas condiciones para instalar la zona del no–ser, la de la
expulsión, en crecientes espacios sociales y comunitarios. Se conformó un régimen
de incertidumbres.
Boaventura de Sousa (2014) afirma que lo que emerge es un fascismo social en
el que la tensión regulación–emancipación que sostuvo el régimen moderno colo-
nial (aplicable, sin embargo, sólo a las sociedades metropolitanas), es crecientemen-
te sustituida por la tensión apropiación violencia (propia de la histórica relación
colonial), aun en los espacios metropolitanos. Este fascismo social se expresa en la
segregación social de los excluidos, cada vez más evidente en las zonas urbanas de
todos los países. A esta forma de fascismo se suma un fascismo contractual, que se
expresa en el socavamiento de los derechos laborales y la expulsión de las presta-
ciones ligadas al trabajo formal.
Este escenario se traduce no sólo en la aparición de nuevas formas de pobreza y
en el surgimiento de una nueva cuestión social, que resulta del cuestionamiento de
los principios organizadores de la sociedad de la inclusión universal (solidaridad,
contenidos estatizantes de la ciudadanía, planificación) e incluso del modelo comu-
nitario y familiarista9 de protección
El autor refiere también la emergencia de un fascismo territorial, en el que “ac-
tores sociales con un fuerte capital patrimonial o militar disputan el control del
Estado sobre los territorios donde ellos actúan, o neutralizan ese control cooptando
o coercionando a las instituciones estatales y ejerciendo una regulación social sobre
los habitantes del territorio, sin su participación y en contra de sus intereses” (De
Sousa, 2014: 35).
Todo ello da lugar a la percepción de una creciente exclusión, incivilidad e
intranquilidad que reducen la capacidad efectiva de vivir en colectividad. Como
respuesta, se producen formas alternas de vinculación, que tendencialmente susti-
tuyen los lazos comunitarios de larga duración.
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128
Introducción
El 19 de octubre del 2018 entraron a México aproximadamente 7,000 personas pro-
venientes de diversos países centroamericanos, entre ellos de El Salvador, Guate-
mala y Honduras que encontraron en el poder, la fuerza y la protección del grupo
la oportunidad de buscar una vida digna, libre de violencia, hambre y muerte. Se
trata de una población “arrojada”; “arrojada” porque ha sido estructuralmente ex-
pulsada de su hábitat, “arrojada” porque ha demostrado una capacidad de extrema
de enfrentar lo desconocido.
Las decenas de caravanas centroamericanas que se iniciaron en octubre de 2018
continuaron surgiendo a finales de ese año, durante el 2019 y hasta principios del
2020. La respuesta de los diversos Estados–nación, implicados en el tránsito de estas
caravanas, ha sido cambiante y diferenciada. En un principio se percibió un trato
desarticulado, diferente para cada caravana y distinto en cada uno de los Estados,
pero en el tercer trimestre del 2019 comenzaron a surgir acuerdos y programas con
el objetivo de contener e impedir la formación y el tránsito de estos migrantes. En
sus inicios, los medios de comunicación y el mundo entero estuvieron pendientes
de su tránsito y destino. Todo indicaba que las primeras caravanas no eran hechos
aislados y que continuarían, situación que ha sido ratificada con la última caravana
centroamericana formada a inicios del año 2020.
Sin embargo, la esperanza inicial fue diluyéndose a mediados de marzo 2019
con las noticias del cierre de los albergues destinados a las personas de las primeras
caravanas en el norte de México, una evidencia sutil pero clara que mostró la perse-
cución tenaz y la vuelta a la clandestinidad a las que fueron orilladas las personas.
El suceso que terminó por confirmar el endurecimiento de las políticas y el trato
persecutorio a estos grupos ocurrió el 7 de junio de 2019, cuando el gobierno esta-
dounidense dio a México un plazo de 45 días para reducir el número de personas
migrantes, o la consecuencia sería la imposición de aranceles a los productos mexi-
canos. A partir de esa fecha, las noticias que se escucharon en los medios estaban
relacionadas con el despliegue de la Guardia Nacional, detenciones masivas, alber-
caravanas centroamericanas, población arrojada. una nueva configuración
129
gues incautados y muertes violentas de personas que intentaban llegar a Estados
Unidos en su tránsito por México.
A pesar de este giro desfavorable, el año 2020 inició con la formación de una
nueva caravana, lo que evidencia que las medidas tomadas por los distintos Esta-
dos no han sido suficientes para reducirlas o controlarlas, y que las personas cen-
troamericanas han encontrado en estos colectivos una forma de llegar más lejos de
lo que podrían si hicieran el trayecto individualmente.
La búsqueda de vida digna libre de violencia, hambre y muerte, por lo tanto,
no ha sido pacífica; durante su tránsito las diversas caravanas han experimentado
la desaparición de personas, violaciones y vejaciones a las mujeres, comentarios
xenófobos en medios y redes sociales, presiones y amenazas en su tránsito y una
recepción hostil de los habitantes de los territorios donde los migrantes esperan o
se instalan. Sin embargo, también se evidencia y se respira la esperanza en la fuerza
del poder colectivo, el apoyo de diversas asociaciones y grupos civiles, el apoyo
particular de muchos ciudadanos y el apoyo selectivo, aunque cada vez menos pre-
sente, de algunos gobiernos.
Caravanas de Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, organizadas en México du-
rante el 2011 por Javier Sicilia y otras personas que han vivido en carne propia la violencia
que desde ese entonces existía en México (Centro de Estudios Ecuménicos, 2013).
caravanas centroamericanas, población arrojada. una nueva configuración
131
reportajes de diversos medios de comunicación para explicar las razones existentes
para integrarse a las mismas. En los discursos de las caravanas migrantes no se ha-
bla de mejorar las condiciones de vida, no se habla del “sueño americano”, no es el
deslumbramiento por las maravillas del mundo “desarrollado” lo que les arroja a
migrar. Evidencia de esto es que las personas de las caravanas no tienen un destino
claro de llegada. Muchas de ellas y ellos no tienen redes de familiares, amigos o pai-
sanos que los esperen en Estados Unidos. El destino es abierto, pueden quedarse en
Monterrey, en Puebla, o llegar a Estados Unidos (Vilches, 2020). El objetivo es llegar
lo más lejos posible, situación más apegada a un comportamiento de huida que a
un plan migratorio forjado durante años. Se habla de huir, de escapar de la muerte,
de salvarse. La planeación y el destino fijo, pactado y/o soñado están ausentes.
Las caravanas de migrantes se parecen más a las poblaciones desplazadas o
expulsadas a las que hace referencia Saskia Sassen (2015). Esta autora señala que
actualmente los oprimidos sobreviven a una gran distancia de sus opresores, por
lo que es más difícil detectar corporaciones, instituciones, políticas o países cuyas
acciones oprimen a la gente en otros espacios geográficos, ya que incluso pueden
encontrarse en el otro extremo del mundo. Es difícil visibilizar que la huida de las
caravanas centroamericanas está directamente relacionada con el desarrollo econó-
mico de otros países que ha sido forjado a costa de los territorios de estas pobla-
ciones centroamericanas. Ya en los años 70 del siglo pasado, Wallerstein advertía
también que los costos de la riqueza de ciertas economías se externalizaban a la
periferia, incluso a una periferia tan lejana que podría encontrarse a miles de kilóme-
tros de distancia (Wallerstein, 2005). Esta ha sido la historia de Centroamérica, una
historia de despojo, una historia de expulsiones, una historia de la periferia que vive
los costos de la riqueza de otras economías, de otros territorios, de otros mundos.
El hambre, la violencia y la muerte en que viven los países centroamericanos
no se tejió de una década a otra. Lo que hoy conocemos como Centroamérica es el
resultado de una historia fragmentada de las diversas regiones que lo conforman
y que desencadenaron la creación de países divididos y marginados, donde los
efectos de factores externos son mayores que en el caso de países menos debilitados
(Pérez, 2018).
Los enclaves exportadores fueron detonando procesos de “subdesarrollo” en la
región: “La región centroamericana participa en los mercados internacionales como
exportadora de materias primas y recursos naturales lo que ha generado además
marcos legales favorables para la creación de zonas francas, instalación de maqui-
las, megaproyectos mineros, hidroeléctricos, la agricultura extensiva, y la privatiza-
ción de empresas públicas” (Colegio de la Frontera Norte, 2018).
Estas dinámicas consolidaron diversas formas de violencia estructural. Los
conflictos armados que asolaron la región durante años están vinculados con esas
condiciones macrosociales.
132 mercedes núñez cuétara
El Partido Socialista Centroamericano (2018) narra la situación actual de los
países de la región que se encuentran rebasados por la constante crisis económica
que enfrentan, la desintegración social y el endeudamiento. Aunado a esto, pone
énfasis en la incapacidad de los respectivos gobiernos para ser autosuficientes, ne-
cesitan cada vez más préstamos para pagar adeudos vencidos, produciéndose un
exitoso negocio de los grupos financieros y bancarios que se han extendido a nivel
regional. Un negocio de unos cuantos a costa de países enteros cuyos altos índices
de pobreza se hacen visibles.
De acuerdo con Pradilla (2018), casi 60% de los guatemaltecos vive en condi-
ciones de pobreza, la misma cifra de hondureños y 34% de los salvadoreños. Como
este mismo autor menciona, el hambre y la pobreza son violencias estructurales
causadas por una serie de condiciones socio–económicas e históricas que el Colegio
de la Frontera Norte (2018) resume en el siguiente cuadro.
Fuente: Elaboración del Colegio de la Frontera Norte (2018) con información de DIGESTYC
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Las caravanas desde su llegada a México hasta la frontera con Estados Unidos.
Del recibimiento “humanitario” a la individualización y represión del colectivo
Las trayectorias de las caravanas provenientes de Centroamérica desde octubre del
2018 hasta enero 2020 pueden agruparse en tres momentos caracterizados por el
tiempo en que se dieron y por el trato que recibieron.
Fuente: Elaboración propia con información de MSN noticias (2018), Villamil (2018), “Caravana
de migrantes: las imágenes de cómo un grupo salta la valla entre Tijuana y Estados Unidos” (2018),
“Caravana: un segundo grupo de migrantes centroamericanos rompe la valla fronteriza entre México
y Guatemala en fuerte enfrentamiento con la policía” (2018) y “Migrantes de la tercera caravana per-
manecen a la expectativa” (2018).
El debate público sobre las caravanas centroamericanas está dividido entre catalo-
garlos como migrantes o como refugiados. La figura de asilados no es una opción
y está lejos de contemplarse, ya que, como se aborda más adelante, acceder a esta
condición es una concesión o privilegio especial que el gobierno otorga. El resulta-
do de este debate es importante porque dependiendo del nombre que reciban las
personas de las caravanas es el trato que recibirán. De acuerdo con una trabajadora
de ACNUR México, en comunicación personal de febrero de 2020, el Estado mexi-
cano está haciendo lo posible por tratar a las personas de las caravanas centroame-
ricanas como migrantes y no como refugiados, ya que exime a México de brindar
mayor protección a estas personas y facilita las persecuciones y deportaciones.
caravanas centroamericanas, población arrojada. una nueva configuración
143
La trabajadora de ACNUR México menciona que en todas las entrevistas que
ella ha realizado a las personas de las caravanas centroamericanas, hay detrás una
historia de violencia, muerte o persecución que corresponde a los elementos requeri-
dos para obtener la condición de refugiado. Sin embargo, las propias personas entre-
vistadas no les dan fuerza a estas situaciones, las han normalizado y nombran tam-
bién en sus entrevistas razones como “tener una mejor vida”, que son interpretadas
por las leyes mexicanas como motivos para catalogar a una persona como migrante
y no como refugiada. La realidad es que independientemente de las lecturas que las
leyes mexicanas hagan de estos discursos, las solicitudes de refugio incrementaron
en el año 2020 en diez veces. Los pedidos de asilo pasaron de 6,000 a 70,000 en un
año. Esta situación sitúa a México en una nueva complejidad frente al fenómeno mi-
gratorio, al añadir a su condición de país de tránsito la condición de país de destino.
Mientras los Estados intentan encasillar a este grupo de personas aparentemente
“sin tierra” en la norma de lo conocido por las leyes hasta ahora establecidas, las ca-
ravanas centroamericanas están presentes, están vigentes y están siendo. Para Segato
(2014) se ha presentado un cambio en el paradigma de la territorialidad. Hoy el terri-
torio está dado por los cuerpos; hay un cambio en relación al ámbito territorial esta-
tal–nacional, con sus rituales, códigos e insignias, hacia el ámbito del propio cuerpo.
Es sobre el cuerpo y en el cuerpo donde se exhiben las marcas de pertenencia: “los
rebaños se desprenden de los territorios nacionales y de los paisajes fijos que previa-
mente les servían como referencia y los aglutinaban” (Segato, 2014: 351). Ante esta
nueva situación, Segato argumenta que las personas son las depositarias y portado-
ras del territorio y la cadena de personas pertenecientes a una red es una población.
En este sentido, concluye que los propios cuerpos son el paisaje y la referencia.
Las caravanas centroamericanas son un grupo de personas que evidencian los
territorios móviles expresados en los cuerpos a los que Segato hace referencia. Sal-
tan a la vista los elementos que los hacen ser y que muestran parte de la identidad
adquirida en sus territorios fijos y que ahora portan en sus cuerpos. Ejemplo de ello
es la predominancia del color azul y blanco de las banderas centroamericanas, las
oraciones que hacen antes de emprender un cruce de frontera, el español como len-
gua predominante y las imágenes expresadas en sus tatuajes. Sin embargo, también
hay elementos nuevos en estos grupos que los identifican como un nuevo cuerpo
social con símbolos propios, como es el lenguaje utilizado por gobiernos, medios
y los propios integrantes de estos grupos que les identifican como “caravaneros
y caravaneras”. Elementos que los identifican como los trayectos recorridos, las
carriolas, los paraguas, las gorras, las palabras usadas y los albergues que habitan.
El hecho de que las personas de las caravanas sean nombradas por los propios
gobiernos como “integrantes de las caravanas” y no como ciudadanos de Hondu-
ras, El Salvador, Guatemala, entre otros, es también otro indicio de que otra subje-
tividad migrante está gestándose.
144 mercedes núñez cuétara
Varela y Mc Lean (2019) argumentan también que las caravanas de personas
centroamericanas son una nueva forma de autodefensa, trasmigración y subjeti-
vidad migrante caracterizada por tres herramientas: moverse en masa, salir de las
sombras y utilizar el cuerpo para exigir el derecho a preservar la vida. Estas he-
rramientas son novedosas y diferentes en comparación con los recursos de otros
movimientos o luchas migratorias.
Las caravanas visibilizan algunos de los rasgos centrales de la crisis civilizato-
ria como son la dinámica de territorialidades y corporeidades resquebrajadas, y de
instituciones desestructuradas (Sánchez, 2020).
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154
Introducción
La histórica desigualdad producida por la acumulación de capital y, más tarde, por
las expulsiones generadas en la fase neoliberal global de la economía de capital,
detonaron la construcción de diferentes experiencias de Economía Social (ES) que
podrían considerarse como esfuerzo de estructuración de presentes dignos (Sánchez,
2020). Se entiende como presentes dignos, ámbitos de resistencia frente a la ex-
plotación, a la expulsión y a la estigmatización, que intentan establecer relaciones
horizontales de reconocimiento recíproco, desarrollo de capacidades para gestionar
los conflictos y favorecer las posibilidades de reproducción de la vida, y sin dejar de
luchar por cambios más amplios.
La evidencia de una creciente desigualdad en el acceso a bienes y servicios,
y la emergencia de la dinámica de expulsión de amplias poblaciones no sólo del
consumo sino de la producción, interpela a la necesidad de problematizar el plan-
teamiento de un “desarrollo” lineal y evolutivo para toda la sociedad. Este enfoque,
el del desarrollismo, desembocó en una especie de impasse al configurar una reali-
dad en que sus beneficios son solamente viables para una minoría de la población
a expensas de la mayoría y del hábitat natural. Y, cuando, además, la aspiración a
esos estilos de vida prometidos por el desarrollo y el progreso ha conformado las
subjetividades, los imaginarios y las relaciones sociales de la mayoría excluida. Por
esa razón es posible hablar de un desgarramiento (Sánchez, 2019).
En este contexto, nos preguntamos: ¿Qué tipo de relaciones sociales construye
la Economía Social y de qué manera están haciendo frente a la inviabilidad del de-
sarrollo para todos?
Analizamos, en primer lugar, el surgimiento de la Economía Social y Solidaria
en América Latina, en sociedades que transitan de la desigualdad estructural a las
expulsiones derivadas de la globalización neoliberal. Estudiamos el caso del movi-
miento de Economía Social que se gestó en el Gran Buenos Aires, Argentina, a raíz
de la crisis financiera de 2001. Posteriormente, analizamos algunas experiencias de
Economía Social que se han construido en contextos de narcoviolencia en México
en medio de la desigualdad y la expulsión social. Finalmente, ejemplificamos la
experiencias de economía social frente a la imposibilidad del desarrollo
155
construcción de las experiencias de Economía Social en contextos de desigualdad
racializada y machista analizando el caso de la Cooperativa del Hotel Taselotzin en
una población nahua. Para concluir, reflexionamos sobre el tipo de relaciones socia-
les que se construyen en estas experiencias de ES y de qué manera hacen frente a la
inviabilidad del desarrollo lineal.1
2 Esta solicitud se hizo aprovechando el vínculo del CIAS con el Sistema Universitario Je-
suita del que la Universidad Iberoamericana Puebla forma parte. Se reconocía el papel de
esta universidad en la construcción de un ecosistema de Economía Social, iniciado desde
2005 en el área de Servicio Social, con los Programas Interdisciplinares de Servicio Social
(PROMOSS) en Economía Social y Solidaria y, más tarde, en 2010, con la puesta en marcha
de la maestría en Gestión de Empresas de Economía Social (MGEES). Posteriormente, en
2015 y 2016, se creó la Incubadora de Empresas de Economía Social y el Laboratorio de
Innovación Económica y Social (LAINES). Este último tiene como principal función gestio-
nar y dar consultoría a distintos actores públicos y privados para impulsar experiencias y
circuitos económicos de Economía Social.
experiencias de economía social frente a la imposibilidad del desarrollo
167
En 2018, un año después de la puesta en marcha del proyecto, se llevó a cabo la
evaluación de los resultados de una etapa del proyecto en Tancítaro y en Cherán,
Michoacán. La evaluación consistió, principalmente, en revisar el número de em-
presas colectivas que se habían formado y permanecían, derivado de la formación
de orientadores y dinamizadores de Economía Social.
Los orientadores son aquellas personas que acompañan en su formación a las
iniciativas económicas desde la lógica de la ES. Los dinamizadores centran su acti-
vidad en generar alianzas con diversos actores sociales para insertar las iniciativas
empresariales de un determinado territorio al mercado, en observar y canalizar las
necesidades de capacitación del colectivo, en vincularse con otras organizaciones
para trabajar en un fin comunitario específico, como la defensa del territorio ante la
violencia generada por el narcotráfico o la defensa del territorio ante las mineras.
En el periodo entre 2016 y 2018 se formó diez orientadores, dos dinamizadores
y se acompañaron 12 empresas.
En el contexto de este trabajo de campo, observamos que en algunos casos,
antes de impulsar emprendimientos que atendieran las necesidades económicas —
como lo dictaba el objetivo del proyecto que evaluábamos—, había una necesidad
más urgente: la atención y contención del daño causado por la violencia generada
por el enfrentamiento entre los grupos del narcotráfico. En este sentido, conocimos
a un grupo de mujeres del municipio de Apatzingán, que acudían cada domingo
a Tancítaro a la formación en procesos empresariales de Economía Social para que
formaran su propia cooperativa. Se trataba de mujeres que habían perdido a su es-
poso y/o hijo que eran el sostén familiar. La formación la impartían los orientadores
de Economía Social preparados por el LAINES. En este proceso se observó que lo
que hacían las mujeres en estos espacios era dialogar e intercambiar experiencias de
lo que había sido su semana, de cómo habían sorteado las dificultades económicas
y familiares, principalmente. Mencionaban que cada domingo acudían a Tancíta-
ro para sentirse acompañadas y alejarse un poco de su cotidianidad, al conocer y
compartir con otras mujeres que también habían perdido a su esposo y/o hijo. Y
aunque el proyecto pretendía evaluar el fortalecimiento de proyectos económicos
en zonas violentadas por el narcotráfico, sin embargo, para las mujeres que iban de
Apatzingán, encontraron que había algo más importante previo a emprender un
proyecto económico: acompañarse en el dolor que las unía.
Este hecho nos visibilizó una realidad que no habíamos contemplado tanto en
la metodología de acompañamiento de estos proyectos económicos: reconocer la
violencia en todas las escalas y en todos los tipos, no sólo la violencia criminal.
Era importante conocer las distintas violencias que vivían los distintos actores
participantes en el proyecto. Directamente con las mujeres a las que hemos hecho
mención, el dolor de haber perdido a un familiar y que era el motivo para participar
en estos ejercicios de Economía Social, las ponía al frente para generar una alter-
168 nadia eslinda castillo romero
nativa económica que les permitiera tener un ingreso y también, transitar en sus
roles de género, al hacerse cargo no solo en la reproducción del trabajo doméstico,
sino en el trabajo productivo que les permitiera generar un ingreso para resolver
sus necesidades económicas. En este grupo de mujeres se vivían procesos de ayuda
mutua, de acompañamiento y de respeto en el dolor compartido, construyendo la-
zos sociales qué en lo sucesivo les ayudarían a emprender una actividad económica
que les permitiese satisfacer sus necesidades individuales y colectivas.
Las poblaciones que sufren violencias severas, desde las históricas y estructu-
rales, que se expresan ahora en agresiones brutales, enfrentan retos enormes para
lograr su supervivencia económica y emocional.
El proyecto de impulsar la Economía Social en estas poblaciones permitió visi-
bilizar con claridad la importancia de analizar las dinámicas de la violencia en dife-
rentes niveles, los traumas y el dolor generado, y detectar, junto con los pobladores,
los espacios posibles para dirigir los esfuerzos por impulsar circuitos económicos
que beneficien el desarrollo territorial en donde participe esta población histórica-
mente excluida del desarrollo del capital y también, expulsada por el incremento de
la violencia criminal y la violencia machista.
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175
EL ANTAGONISMO ENTRE CIUDADANÍA Y DIVERSIDAD
176
177
Introducción
La reconfiguración del Estado–nación a partir de la segunda mitad del siglo XX,
como resultado de la llamada globalización y los vaivenes geopolíticos de las últi-
mas décadas, dejaron al descubierto el carácter simbiótico entre ciudadanía y racis-
mo como conceptos y como realidades vividas. Esto se ha visibilizado más a partir
de las diferentes formas de fragmentación y trasnacionalización de los Estados, así
como de la reivindicación de nuevas identidades posnacionales, multinacionales y
poliétnicas (Velasco, 2006). En este contexto, se percibe cómo los “nuevos” nacio-
nalismos encabezados por Trump, Bolsonaro, Johnson y otros, agudizan la tensión
entre ciudadanía y racismo.
En este texto se parte del planteamiento de que ciudadanía y racismo estable-
cen una relación simbiótica y se estudia cómo ambas categorías se relacionan entre
sí y cómo se convirtieron en ejes moldeadores del paradigma de la modernidad. La
homogeneización detrás de la identidad ciudadana permitió y permite racializar al
otro y, de esta manera, relativizar o negar a la población racializada los derechos
ciudadanos supuestamente universales. Asimismo, se analizan las formas en que
se expresa la convergencia de las categorías de ciudadano y de “raza” en México,
indagando en las formas de subjetividad y de multiculturalidad que han detona-
do. En México convergen de forma sui generis liberalismo/racismo y modernidad/
colonialidad, conformando una ciudadanía basada en una jerarquía racial y un es-
tigma social. La “ciudadanización” de la población indígena y rural es racializada
a través de la categoría del mestizo a la que subyace la aspiración a la blanquitud,
y contrasta con la situación de “ciudadanía de excepción” que parece habitar las
élites blancas o criollas.
Se trata, fundamentalmente, de un trabajo teórico que desemboca en una re-
flexión sobre la ciudadanía en el siglo XXI en México y su relación con la racia-
lización. Las indagaciones que se presentan en este texto están enmarcadas por
una investigación más amplia que realicé entre 2015 y 2017 (De la Hidalga, 2019),
donde se evidenció la relación jerarquizante que se entabla entre empleadoras y
trabajadoras del hogar basada en la racialización de estas últimas. Hacia el final
de este capítulo se retomarán los hallazgos de esta investigación para analizar la
178 andrea de la hidalga ríos
relación entre ciudadanía y racialización en la actualidad, a partir de la demanda de
la incorporación de las empleadas domésticas o trabajadoras del hogar al régimen
obligatorio del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Desde ahí se lanzarán
algunas reflexiones sobre la tensión que existe entre los distintos tipos de ciudada-
nos, su relación con el Estado y la resistencia por parte de élites blancas a alterar el
orden social —jerárquico y racial— establecido.
En este enfoque hay matices respecto a las concepciones del racismo. Ramón Gros-
foguel (2012), por ejemplo, concibe el racismo en América como una transmutación
del discurso discriminatorio de tipo religioso a otro racial, sosteniendo que “el de-
bate teológico del siglo XVI tenía la misma connotación del debate cientificista del
siglo XIX, es decir, era un debate acerca de la humanidad de unos y la animalidad
de los otros” (90). Para Walter Mignolo (2007), el racismo en América es un discurso
hegemónico, es un modo de clasificar que va más allá del fenotipo y que tiene que
ver con una clasificación de la religión, la lengua, la geopolítica, los saberes. Aun-
que hay variaciones en los argumentos de esta perspectiva, la postura compartida
182 andrea de la hidalga ríos
es que la llegada de los europeos a América y los siglos de colonización posterio-
res produjeron la modernidad/colonialidad, cuyas dinámicas de despojo material y
epistemológico, inferiorización e invisibilización siguen vigentes. En este enfoque,
el racismo es más que una categorización jerárquica, pues se entrelaza con intereses
políticos, ambientales y económicos inscritos en la lógica del capitalismo, constitu-
yendo uno de los ejes de la modernidad/colonialidad, ya que permite cuestionar
la humanidad de un cierto grupo para legitimar su dominación y explotación. La
modernidad/colonialidad es una construcción civilizatoria que consolidó estructu-
ras e imaginarios que naturalizaron el clasismo, el sexismo y el racismo, y en este
magma, utilizando la categoría de Castoriadis, se consolidó el Estado–nación.
2 Migrantes de fines del siglo XIX y principios del XX de origen español especialmente,
aunque también algunos franceses y, por ejemplo, en el caso de Puebla destaca el empresa-
rio estadounidense William O. Jenkins.
188 andrea de la hidalga ríos
racista de la época y reproducían a través de sus narrativas las asociaciones “entre
color de la piel y las cualidades morales e intelectuales de cada persona, así como
su capacidad para controlar sus pasiones” (11). A través del análisis de Tiverovsky
se evidencia el uso de diversos mecanismos disciplinarios que tenían por objetivo
el “normalizar” las conductas individuales, racistas y sexistas, para lograr el pro-
greso de la nación. Esto implicaba eliminar usos, costumbres y la cultura de los
pueblos indígenas, que además constituían la mayoría de la población, para educar
y civilizar. En pocas palabras, se debía desindianizar a la población, pero también,
construir una subjetividad racializante y sexista con fines eugenésicos. Las novelas
tenían un “claro objetivo pedagógico y prescriptivo” (10) y reproducen la forma en
que las élites mexicanas miraban a la población, haciéndose evidente la función del
racismo como una “tecnología de conducción” ejercida sobre la población.
Después de la Revolución, tres corrientes de pensamiento de las élites conver-
gen perfilando una conciencia nacional con características particulares: la hispanó-
fila que exalta el carácter castellano de lo mexicano y desprecia lo indígena para
resguardar los privilegios de las élites que se diferencian en clase social y en rasgos
físicos; la mestizante que enfatiza la mexicanidad como una cuestión sanguínea
(racial) que supuestamente representa lo mejor de lo blanco y lo indio —aunque
lo indio deba asimilarse a lo blanco— siendo el mestizo la representación mexica-
na del progreso; y la indigenista que recupera y enaltece el pasado indígena para
obtener el reconocimiento de Europa y también como parte del discurso para in-
dependizarse culturalmente de ella (Gómez Izquierdo, 2008: 25–36). La burguesía
mestiza ligada a la clase política en el gobierno siguió perpetuando la jerarquía y
los intereses de las élites criollas, mismas que “idealizan” al mestizo pero no se
identifican con él.
Con el triunfo de la Revolución Mexicana, la importancia de mestizar a la po-
blación indígena implicaba no sólo una cuestión biológica, sino ideológica, en sin-
tonía con el paradigma de la modernidad. El mestizo constituyó una figura ele-
mental para el proceso de modernización y la legitimación del Estado mexicano,
pues de cara al siglo XX “interesaba adaptar a la población para la industrialización
capitalista y la estrategia era forjar una identidad laica y homogénea que favorecie-
ra la disponibilidad profesional y técnica de los ciudadanos” (Mandoki, 2007: 160).
El estudio que ha elaborado Jorge Gómez Izquierdo (2008) sobre el cardenismo,
analiza muy bien las políticas y mecanismos empleados durante este periodo para
consolidar el control político del Estado a través del nacionalismo y una compleja
dinámica entre sometimiento y lealtad del pueblo, al tiempo que se legitimaba una
élite revolucionaria y se impulsaba el desarrollo del capitalismo industrial. Cár-
denas logra ampliar el concepto de nación que había sido restringido a las clases
dominantes y clases medias, pues durante su gobierno “las élites reconocen, dema-
gógica pero abiertamente, que es el pueblo el principal componente de la nación
racialización y ciudadanía en méxico. una tensión encubierta
189
mexicana” (128). En su apelación al pueblo recae su legitimación política, acom-
pañada de un discurso populista–socialista para conciliar las diferencias de clase.
Todo esto va configurando al prototipo del ciudadano mexicano —que es racial y
no cívico (Mandoki, 2007)— del que las élites buscan distanciarse.
Puede decirse que México se embarcó rumbo al proceso de modernización si-
guiendo la tendencia ideológica que apuntaba hacia el liberalismo, encubriendo y
por lo mismo fomentando el racismo y la racialización de la población. Se configuró
una subjetividad institucional del ciudadano sobre las dinámicas coloniales pre-
existentes, respondiendo a los propios intereses de legitimación del Estado. Esto le
imprimió características muy particulares que se expresaron en las diversas formas
de organización social, interacción intercultural y construcción de la identidad na-
cional. Se configuró la ciudadanía desde la necesidad de consolidar a las masas y
legitimar al Estado–nación, que se enfrentaba al problema indígena mientras que
buscaban la industrialización del país. La población se “desindianizó” bajo la figura
del mestizo, en parte, incorporándola al mercado laboral a través del corporativis-
mo, mientras que las élites permanecieron en una situación análoga a un “estado
de excepción”, es decir, más allá de la ley y con ciertos privilegios, como lo sugiere
Mandoki (2007):
textos como “ellas no quieren que las aseguremos” y hasta han incurrido en amenazas y
despidos (Navarro, 2019 y Altamirano, 2019).
7 Estos datos fueron proporcionados durante el foro “Revisión y actualización del Sistema
de Salarios Mínimos Profesionales 2019” por la Mtra. Cinthia Márquez Moranchel, direc-
tora de análisis macroeconómico y regional de la Conasami, el cual se llevó a cabo en la
ciudad de Puebla los días 30 de septiembre y 1 de octubre de 2019.
194 andrea de la hidalga ríos
un poco más un seguro privado que el IMSS, pero que recibirían mejor atención
médica en caso de un accidente. Cuando se le preguntó por las consultas por en-
fermedad, José Manuel respondió que sus padres preferían pagar directamente por
las consultas y los medicamentos porque atenderse en el IMSS significaba faltar al
trabajo por el tiempo que implican los servicios públicos.
Puede intuirse que para las élites aquí estudiadas la cuestión económica no
es un impedimento real para afiliar a las trabajadoras al IMSS. El malestar más
bien podría relacionarse con la idea misma de reconocerle derechos a esos “seres
despojables”, como dice Cumes, y con esto modificar una relación laboral basada
en el asistencialismo y la infantilización (De la Hidalga, 2019). Se está hablando de
trastocar repentinamente un orden social establecido que dictaba como natural el
lugar servil e inferiorizado de estas mujeres; de pronto se cuestiona esa cultura de
servidumbre y la identidad de esas élites que se han construido como superiores a
partir de la subordinación y racialización de sus trabajadoras domésticas.
Rosa Laura, una mujer de 59 años, ama de casa poblana y profesionista, comen-
ta lo siguiente en una entrevista:
La verdad es que los mexicanos migrantes han explotado muchísimo a los indí-
genas… tienes a personas que ganan 300 o 400 mil pesos al mes en sus empresas
y te enteras de que al empleado le pagan 500 pesos a la semana… los mexicanos
migrantes hemos hecho que este país esté así, muchos dicen “es que el gobierno”,
sí el gobierno, pero nosotros también tenemos parte… tú ponte a pensar, ¿cómo
tratas a la señora que trabaja en tu casa?
En esta reflexión de Rosa Laura hay varios puntos interesantes. Cuando se le pre-
guntó qué entendía por “mexicanos migrantes” ella respondió, con una risa leve,
que a los europeos que migraron hace 300 años. Esta expresión se relaciona clara-
mente con la necesidad del blanco mexicano de renegar de la figura del mestizo,
de mantenerse, al menos en el imaginario, vinculado con sus orígenes europeos, y
de reafirmarse como un tipo de ciudadano distinto. Por otro lado, se reconoce la
brutal asimetría entre unos y otros y la forma en que los “mexicanos migrantes” se
han enriquecido a costa de la población racializada, lo que reafirma que garantizar
mejores condiciones laborales no está relacionado con el costo económico. Seguido
de esto, Rosa Laura evoca una de las figuras que efectivamente representan mejor la
naturalización de la desigualdad y la explotación en México: la de la relación entre
amas de casa y empleadas domésticas, confirmando que “el trabajo doméstico es
un sistema establecido y reconocido socialmente con normas, pautas y conductas
tácitas y con un gran nivel de consenso social” (Cumes, 2014b: 27).
Rosa Laura es una mujer que se muestra consciente de la desigualdad, de la
discriminación en México, y habla de no estigmatizar al empleo doméstico como tal,
racialización y ciudadanía en méxico. una tensión encubierta
195
porque es un trabajo “digno como cualquiera, lo denigrante son las condiciones en
las que se puede dar… lo importante es cumplir con un horario establecido y tener
las prestaciones”. Sin embargo, cuando emite su opinión respecto al programa pi-
loto del IMSS argumenta que el IMSS es un fracaso, que el fallo de la SCJN no es en
realidad tan relevante pues la Constitución ya reconocía como un derecho el acceso
a la salud para todos los mexicanos y que ella veía más viable el Seguro Popular.8 Es
interesante que Rosa Laura mencionara el Seguro Popular pues ésta es una política
pública que se diseñó justamente para la población que no forma parte de los “de-
rechohabientes”, es decir, los que no cuentan con seguridad social pues pertenecen
al mercado laboral informal. Este programa permite permanecer en la informalidad
al tiempo que se recibe atención médica, pero no ofrece la misma cobertura que el
IMSS, la cual contempla a beneficiarios, incapacidad, pensión, fondo para el retiro,
velatorios y guarderías. Estas prestaciones y servicios colocan a las trabajadoras del
hogar en igualdad de condiciones que el resto de los trabajadores en el país.
Se debe considerar que el IMSS ha sido una figura central como dispositivo del
México posrevolucionario para la construcción de la ciudadanía,9 además de ser el
principal proveedor de salud para la población mexicana de las clases medias y ba-
jas. Su creación en 1943 es también la expresión de una creciente industrialización
del país, avances tecnológicos en materia de medicina y una fuerte tendencia higie-
nista (Rodríguez y Rodríguez, 1998). De cierta manera ha sido una mediación entre
el Estado y la población, de la cual se desprende un tipo de ciudadanía relacionada
con los sectores populares, distinguiéndose del tipo de ciudadanía que ostentan las
élites. El IMSS es una instancia tripartita que funciona a través de las aportaciones
de empleadores, empleados mismos y el Estado, lo cual implica que los individuos
deben incorporarse al mercado laboral formal para gozar de la seguridad social.
Entonces, se puede decir que el IMSS es uno de los esfuerzos del Estado por for-
talecer la ciudadanía social (Reyes, 2013), pero aquí se plantea que además de eso,
fue un mecanismo para mestizar a la población al tener que vincularse con activi-
dades productivas formales que garantizaran las aportaciones, incorporando a la
población rural e indígena en el proyecto progresista del Estado mexicano a través
de un mestizaje ideológico más que biológico. Hace falta explorar a profundidad
la figura del IMSS como dispositivo de construcción de ciudadanía y qué tipo de
ciudadanía diferenciada ha proyectado. “Patrones” y “derechohabientes”10 son las
denominaciones que se han utilizado desde la formación del IMSS para referirse
a los empleadores y los empleados, mismas categorías que tienen una fuerte car-
8 Este programa se creó durante el gobierno de Felipe Calderón y ahora ha sido disuelto y
sustituido por el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi).
9 Al igual que la Secretaría de Educación Pública (SEP). Sobre este tema ver Gómez Iz-
quierdo, Jorge (2008). El camaleón ideológico. Puebla: BUAP.
10 Derechohabiente: persona que deriva su derecho de otra.
196 andrea de la hidalga ríos
ga de dominación–subordinación. Todo esto pudo haber reforzado un imaginario
clasista en torno al IMSS y una noción respecto a las élites, ubicadas en la figura de
patrones, como aquellos quienes le otorgan derechos al pueblo.
Pudiera ser que lo que está en juego detrás de la resistencia de las élites, es el
miedo a un trastrocamiento del orden social, lo que conlleva al temor de un cierto
proceso de “igualación” que disloca la identidad de superioridad de los miembros
de las élites. Este rechazo y temor de las élites por reconocer que las trabajadoras
tienen derechos —cuestionando las nociones más serviles del trabajo doméstico
como la de sirviente/señor— les recuerda que su situación de excepción se pone
en entredicho. En la mirada clasista, evidenciada en los diálogos y entrevistas, se
vislumbra la autoconcepción de estas empleadoras y sus familias de formar parte
de una ciudadanía “superior” que no necesita de una de las instituciones mexicanas
más emblemáticas, ni en el aspecto de cobertura médica, ni como medio para obte-
ner un estatus de ciudadano. Esto contrasta con el resto de la población, quienes sí
adquieren un estatus por ser “derechohabientes”.
La igualación amenaza con una pérdida de privilegios que se han consolidado
estructuralmente y con un imaginario racializante que naturaliza esos privilegios.
El reconocimiento explícito de las trabajadoras del hogar como sujetos de derechos
resquebraja la supuesta neutralidad y el falso igualitarismo del concepto de ciuda-
danía al subvertir el carácter racista, sexista y clasista de la misma. La dificultad a
aceptar esa forma de ciudadanía para las trabajadoras del hogar, que, a pesar del
clasismo, acerca socialmente a empleadoras y trabajadoras, sugiere que racializa-
ción y desciudadanización están vinculadas. Se trata pues de una transición del
enfoque colonial que implica una reconfiguración cultural que genera resistencia
ante la idea de población subalterna constituyéndose como sujetos políticos.
Las distintas connotaciones del concepto de ciudadano que Andrea Silva–Ta-
pia (2018) explica, tienen relación con una pertenencia legal y simbólica que puede
dar luz sobre las reflexiones que aquí se han planteado. Ella habla de ciudadanos
legítimos e ilegítimos: los últimos se refieren a una “ciudadanía colonial inserta-
da en nuestro actual sistema-mundo que es patriarcal, eurocéntrico y cristiano-
centrado” (13). Ambos tienen reconocimiento legal —al menos normativamente—
pero la pertenencia en un sentido simbólico e identitario está más bien reservada
para los primeros, que son quienes representan al grupo dominante. Sin embargo,
“la ciudadanía es un concepto que se refiere a los individuos pero cuando se lo
racializa o etniciza, la individualidad de los sujetos es arrebatada […] la indivi-
dualidad se reserva para la gente blanca” (14). Ser un ciudadano legítimo, como
individuo autónomo, es pues un privilegio que se produce intencionadamente a
través de la racialización de otros.
racialización y ciudadanía en méxico. una tensión encubierta
197
Reflexiones finales
En este capítulo se ha hablado de dos tipos de ciudadanía: uno relacionado con un
proceso de mestizaje de la población indígena que tiene como finalidad incorporar-
la a la lógica de industrialización capitalista, y el otro tipo es una ciudadanía en un
“estado de excepción” que se refiere a aquellas élites que no se identifican o no se
conciben como parte de esa ciudadanía más bien producida por el Estado a través
de dispositivos como el IMSS. La ciudadanía producida por el Estado mexicano se
puede vincular con la problemática figura del mestizo, aunque hace falta indagar
más esta idea. La noción de ciudadanía mediada por la racialización produce a ciu-
dadanos de distintas categorías de acuerdo con la escala jerárquica racial. El hecho
de que se puedan observar “tipos” de ciudadanía en una sociedad, evidencia que la
ciudadanía no es universal y que su intento de homogeneizar la diferencia en reali-
dad no logró resolver la diversidad étnica y cultural, ni la diferencia de clase ni de
género. Al contrario, el concepto clásico de ciudadanía ha perpetuado fenómenos
como el sexismo, el clasismo y el racismo.
En este sentido, la perspectiva teórica del racismo científico es útil para en-
tender el momento histórico y la ideología importada de Europa que influenció
a los intelectuales de la República liberal y que después de la Revolución Mexi-
cana consolidaron el Estado mexicano impregnado de todas esas ideas. El en-
foque decolonial puede iluminar las dinámicas socioculturales y económicas
producidas durante la Colonia que más tarde serán la base de la configuración
racista del México moderno; mismas que persisten actualmente a través de la
colonialidad del poder y del colonialismo interno. La perspectiva de la moder-
nidad/colonialidad precisamente refleja la simbiosis entre ciudadanía y racismo.
El estudio del servicio doméstico o del trabajo del hogar a través del binomio em-
pleadores-empleada visualiza la forma como se ha ido reconfigurando la moder-
nidad/colonialidad. Esto se expresa en la naturalización de un discurso liberal por
parte de las élites, más bien conservadoras, y que cuestionan algunas de las dinámi-
cas de la modernidad al tiempo que perpetúan relaciones asimétricas basadas en la
colonialidad favoreciendo la “des-ciudadanización” de las empleadas domésticas
o trabajadoras del hogar por ser una figura históricamente racializada (Saldaña,
2013). En contraste, se observa la experiencia sui generis de ciudadanía “de excep-
ción” de las élites o capas altas sociales que se perciben como blancas o descendien-
tes de europeos. La des-ciudadanización y la situación de excepción son aspectos
que requieren una investigación más amplia.
El vínculo entre racismo y ciudadanía no ha sido lo suficientemente abordado
por las ciencias sociales aunque constituye una entidad fundamental como pun-
to de partida analítico para entender dinámicas sociales cotidianas que están per-
meadas por experiencias de diferenciación, exclusión y discriminación. Asimismo
atraviesan las relaciones que los grupos racializados establecen con el Estado y sus
198 andrea de la hidalga ríos
experiencias de acceso a la justicia, por ejemplo, o la distribución de los recursos.
Esta es justamente una de las interrogantes que se encuentran en la discusión sobre
redistribución o reconocimiento que Fraser y Honneth (2006) sostienen: la tensión
entre ciudadanía y racismo y el dilema que supone el tratar de abordar la diferencia
en el marco de un Estado liberal. En su debate hay una pregunta central que gira
en torno a si el capitalismo es el resultado de un andamiaje cultural discriminatorio
previo, o si el andamiaje discriminatorio es resultado del capitalismo.
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201
GRIETAS EN LA VISIÓN PATRIARCAL DEL CASTIGO SOCIAL
202
203
Introducción
La violencia y la delincuencia en México no sólo han lacerado la vida, la integri-
dad o el patrimonio, sino que han generado efectos psicosociales y sociofamiliares
a partir de su reiteración e impunidad, afectando las relaciones interpersonales y
colectivas. Esto sin obviar las frecuentes violaciones a los derechos humanos y la
falta de reparación integral del daño a las víctimas, salvo en casos muy puntuales.
La gravedad e incremento de esa violencia y delincuencia también han puesto
de manifiesto la incapacidad, complicidad o tolerancia estatal y el uso de las prisio-
nes como la solución más utilizada, pese a que de los delitos que llegan a denun-
ciarse, perseguirse y sancionarse, el 90% quedan impunes (México Evalúa, 2019).
Tampoco podemos restar importancia al subregistro y la cifra oscura que aumentó
a 93.2% para 2019 de acuerdo con la Encuesta Nacional de Victimización1 (INEGI,
2019), respecto a lo registrado en 2018 con 90% a nivel nacional en la misma Envipe
(INEGI, 2018), lo cual denota no sólo la mala calidad de las instituciones sino la
permanente valoración negativa y falta de confianza de la ciudadanía en instancias
y autoridades.
En definitiva, la prisión no ha sido la medida más efectiva para contrarrestar los
problemas de la delincuencia, pero sí el recurso más utilizado como remedio para
la restauración sociomoral del orden (Wacquant, 2009) y para confirmar que se trata
de un espacio de resonancia sistémica en el que se concentra la población excedente
(Sassen, 2015: 77).
En las contradicciones históricas de funcionalidad y efectividad de las prisiones
han fecundado amplios debates sobre su existencia, pero se mantuvo al margen la
posición que ocupaban las mujeres y se invisibilizaron sus deficientes condiciones,
porque el encierro como figura androcéntrica mantuvo el mismo discurso y trato ha-
cia esta población que parecía homogeneizarse en etiquetas que favorecían el silen-
ciamiento y el autosilenciamiento. Desde las “malas mujeres”, “madres desnatura-
lizadas”, mujeres de la “vida alegre”, mujeres que optan por “lo más fácil”, mujeres
1 En adelante Envipe.
204 galilea cariño cepeda
que cometen “deslices”, hasta señalamientos de “pobres mujeres”, en las que resalta
su propio rol de madres, hijas, esposas, abuelas, en quienes se naturalizó su abnega-
ción, amor y sacrificio al quedar totalmente desamparadas.
De hecho, esa invisibilización del vínculo entre mujeres y prisiones se volcó ha-
cia una caracterización más atendida, analizada y criticada en las últimas décadas
al abandonar ese lugar de referencia hombre que había sido una constante, porque
más allá de trasladar los patrones de análisis sobre la conducta delictiva femenina,
se favoreció la proyección de nuevos abordajes y ejes de análisis (Arduino, 2019),
como el del patriarcado que como modelo cultural, consolidó y transformó el siste-
ma de encierro (Francés y Restrepo (2019: 72).
En esos contrastes se confirma que el poder punitivo es un poder patriarcal
(Francés y Restrepo, 2019: 73), puesto que, ante las atribuciones de diversificación
delictiva y aumento de la población de mujeres en las prisiones, las nuevas co-
rrientes de pensamiento que desafiaron las tendencias subterráneas y categorías
familiares, se han discutido poco (Sassen, 2015). Tal es el caso de la criminología
feminista, que hoy nos devela nuevos preceptos y coordenadas para comprender
cómo se intenta mantener ese orden patriarcal, que desconoce la propia autonomía
de las mujeres que delinquen.
En medio de la crisis de las instituciones del encierro analizamos algunas refor-
mulaciones para resignificar las nociones sobre la propia delincuencia femenina y
su criminalización, las dimensiones públicas e implícitas del castigo y los medios
formales que defienden el sistema patriarcal. Ubicamos estas reformulaciones en
un sistema-mundo en que las relaciones de poder entre hombres y mujeres han
pervivido desde la dominación de aquéllos y donde el sistema punitivo, desde
el control social formal e informal, se ha cimentado en ese sistema androcéntrico
(Francés y Restrepo, 2019). De modo que, en este abordaje partimos de la pregunta:
¿de qué manera la criminología feminista y la colonialidad de género pretenden
deconstruir la naturaleza del castigo encarnado en las prisiones de orden patriar-
cal? Por tanto, reflexionamos y generamos algunos hilos de discusión —con sus
propias dificultades y limitaciones— sobre las perspectivas actuales, los discursos,
las prácticas y los componentes morales que han favorecido la creación de leyes e
instituciones heteropatriarcales y coloniales como la prisión. Para ilustrar algunos
argumentos, recuperamos extractos de entrevistas realizadas a mujeres privadas
de la libertad y autoridades penitenciarias de algunos centros de reinserción en
México, en los últimos años.
Toda su historia familiar, una violencia terrible […] golpes ahí dentro, de ahí mis-
mo en visita íntima, sometimiento por medio de apretarte, de pellizcarte, de verte
y el miedo a no poder hacer nada, a sentir que no podían hacer nada. […] traer el
brazo morado y no podía traer la cara porque a lo mejor lo iban a detener allá mis-
mo, pero sí y decirme, por qué no dejas de ir, prohíbele la visita, mete un escrito
[…] para las mujeres, eso, es una pena que te hayan golpeado y que te regresen
a las dos o tres de la mañana (Entrevista, mujer privada de la libertad). (Cariño y
Bartolomé, 2013).
“Esa estaría bien”, fue una aseveración recuperada de la propia voz de las mujeres
en una de nuestras investigaciones previas sobre violencia sexual en prisiones que
evidencia la forma en cómo, según las características físicas de las mujeres, podrían
ser utilizadas por los hombres al entrar a prisión, ya sea en prostitución forzada o
explotación laboral; el testimonio anterior formó parte de esa recuperación (Cariño
y Bartolomé, 2013). Con lo cual enfatizamos que la “experiencia” de las mujeres se
introdujo como una herramienta epistemológica en la criminología feminista para
resignificar y deconstruir los lenguajes legales, a la par de modificar los conteni-
dos ideológicos (Iglesias, 2019). De hecho, Barberet y Larrauri enfatizan que las
investigadoras feministas “son críticas con los métodos que intentan generalizar las
experiencias de las mujeres, medirlas desde una perspectiva ajena o descontextua-
lizada, controlarlas, deshumanizarlas o desempoderarlas y así negar a los sujetos
de investigación, su voz o dignidad” (2019: 270).
Diversos informes nacionales han mostrado las deplorables condiciones arqui-
tectónicas de las prisiones mexicanas, las políticas de austeridad que se reflejan en
la falta de atención médica, mala alimentación, ausencia de capacitación adecuada y
falta de oportunidades laborales, pero son pocos los que integran desde una mirada
de género, las condiciones de las mujeres ante la falta de protección y garantía de los
derechos humanos en las prisiones. En esa línea, Silvestri y Crowther–Dowey (2008)
anotan que los derechos humanos fueron una incorporación sustancial en la crimi-
nología feminista porque plantearon la posibilidad de caracterizar la subordinación
y discriminación hacia las mujeres como violaciones a sus derechos humanos.
Los esfuerzos conjuntos por mostrar la otra cara de la situación de cárcel, co-
menzó a irradiar en otras disciplinas eliminando estereotipos como la infantiliza-
el sistema y la prisión patriarcal frente a la criminología feminista
207
ción de las mujeres que cometían conductas asociadas a su inmadurez emocional
o el rigor del castigo penal en confrontación con la idea de que las mujeres eran
tratadas de forma más indulgente (Silvestri y Crowther–Dowey, 2008). En efecto,
las mujeres empezaron a ser vistas como sujetas de derechos pese a su condición de
victimarias. Los derechos humanos ligados al feminismo, sobre todo a la “gober-
nanza feminista”, también desplegaron la posibilidad de trasladar a instituciones
nacionales e internacionales y al derecho positivo internacional, las condiciones de
opresión y la eliminación de estereotipos (como la honestidad) ligados al control
social que la propia literatura criminológica había identificado (Iglesias, 2019: 130).
En la arena del positivismo jurídico, las Reglas de las Naciones Unidas para el
tratamiento de las reclusas y medidas no privativas de la libertad para las mujeres
delincuentes (Reglas de Bangkok), publicadas en 2011, constituyeron un instru-
mento para hacer visibles las necesidades especiales de las mujeres y formular re-
comendaciones específicas focalizadas en mujeres y niñas que no estaban previstas
en las Reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos de 1955.
Ha sido la criminología feminista la que ha que ha hecho visible y ha analizado
la colonialidad de género y la interseccionalidad en la profundidad del encierro.
En términos generales, la colonialidad de género implica comprender los sistemas
de opresión, a partir de la heterosexualidad normativa, es decir, la colonialidad no
sólo focalizada en el racismo sino entendida como un eje de poder que “permea
todo control del acceso sexual, la autoridad colectiva, el trabajo, la subjetividad/in-
tersubjetividad, y la producción del conocimiento desde el interior mismo de estas
relaciones intersubjetivas” (Lugones, 2008: 79).
La invasión colonial no sólo sometió y reguló a través de normativas en ámbitos
públicos como el territorio, sino que abarcó la vida privada de las personas indíge-
nas en sus relaciones de parentesco, filiación y sexualidad; los pactos patriarcales
entre colonizados y colonizadores tuvieron como efecto el desplazamiento de las
mujeres de los órganos de decisión y poder (Dorronsoro, 2019).
En la línea de la criminología feminista ha sido muy clarificador mirar el fun-
cionamiento de las prisiones y su papel de subordinación claramente colonial en
comunidades específicas, que “ponen en evidencia la manera en que las jerarquías
étnicas y de clase, marcaron las distintas trayectorias de exclusión de las internas y
su falta de acceso a la justicia” como apunta Hernández (2014: 193). Dicho lo ante-
rior, la estigmatización y demonización de la mujer frente al colonizado a partir de
su sexualidad, favorece la idea de que las mujeres inducen y provocan los abusos
y victimización, dejando de lado la vulneración y exposición de las mujeres indíge-
nas como víctimas quienes, al atreverse a denunciar, terminan siendo perseguidas
o en prisión (Dorronsoro, 2019: 387–388).
Uno de los estudios realizados por la Comisión Nacional de Derechos Huma-
nos (2013) identificó que había mujeres procesadas y sentenciadas que pertenecían
208 galilea cariño cepeda
al menos a 27 grupos étnicos del país, escenario que no sólo expone la exclusión
desde una institución dominante como la prisión, sino las dificultades que las muje-
res enfrentan al interior de sus familias y comunidades desde su propia experiencia
colonial y de interseccionalidad versus el encierro (Dorronsoro, 2019: 382).
Por lo que hace a la interseccionalidad, fue Crenshaw (1994) quien a partir de
experiencias de mujeres “negras” consideró que se entrecruzaban diversas discri-
minaciones como la de género, la racial y el sexismo. Recientemente, Potter (2013)
ha utilizado el enfoque teórico de criminología interseccional para abordar las ex-
periencias de la delincuencia y el control social, tanto en las identidades sociales
como en los estados, a través del análisis de categorías como raza, género, ideales
de masculinidad o feminicidad, sexualidad y clase socioeconómica.
Desde esas líneas de colonialidad e interseccionalidad ha trascendido el mode-
lo de prisión actual. La colonialidad de género ha permitido develar el simbolismo
que reviste el castigo público, puesto que la persistencia de la prisión como la prin-
cipal forma de castigo, mantiene sus dimensiones racistas y sexistas, para continuar
con el modelo histórico de arrendamiento de convictos del siglo XIX y principios
del siglo XX, y pasar al actual negocio penitenciario de privatización, como apunta
Davis (2003). El mayor contraste (en el caso de Estados Unidos) se presenta entre la
población de hombres y mujeres latinas y afrodescendientes, porque los hombres
son víctimas de otros hombres, en las calles o instituciones a través de la policía, en
cambio las mujeres enfrentan violencias desde el propio ámbito doméstico e ínti-
mo, en la calle y en espacios sexualizados como las prisiones (Davis, 2003).
La interseccionalidad, entonces, nos permite profundizar en las identidades de
las mujeres privadas de la libertad para comprender las brechas de género, las for-
mas de discriminación y desigualdad, las opresiones y estructuras de poder que
están mediadas no sólo por su género sino por su raza, clase social e incluso edad.
Estas condiciones se magnifican en el encierro por el propio contexto histórico, cul-
tural y social del que son parte, pues sus trayectorias no sólo fueron marcadas por
el racismo y sexismo que quizás ellas no advierten de la misma manera, en tanto
si reivindican la comunalidad como un proceso. El hecho de sacarlas de su comu-
nidad ya es una experiencia colonizadora porque ya no son garantes de su cultura
ni continúan construyendo lazos (Dorronsoro, 2019), la soledad es su única opción
que como castigo vivifica las heridas de la violencia patriarcal:
Es muy difícil que se den cuenta, porque todas han sufrido violencia, física, psi-
cológica sexual, para ellas es difícil identificarla, y se enganchan de los hombres
como salvavidas. Ellas creen que la solución es tener un hombre a su lado […] se
la llevaron cuando tenía 13 años, ¡pues que se case!, y la arrastraron, se la llevaron
a la fuerza y ella no identificaba que estaba mal irse con un hombre. Como en su
pueblo a todo mundo le pasa eso -decía-, pues es lo más normal […] a la mayoría
el sistema y la prisión patriarcal frente a la criminología feminista
209
las violaron y a la mayoría de niñas, los familiares, las personas cercanas. Sus
vidas no son nada, sin dinero, sin nadie, extrañan lo que hacían y comían en sus
pueblos porque están lejos y solas [..] Ella no habla bien español, pero tuvo que
aprender acá porque hasta eso, no se podía ni comunicar (Entrevista, acompañan-
te de mujeres privadas de la libertad).
Por su parte, el control social formal puede definirse como un conjunto de normas,
instituciones y políticas que garantizan respeto y adscripción a procesos comunita-
rios, espacios de convivencia y estructuras sociales. Para alcanzar el cumplimiento
de esas leyes y modelos, la conducta se convierte en un blanco que se regula a
través de una amenaza o acción coercitiva representada por instituciones y figuras
de autoridad como el sistema de justicia (juez), modelos de seguridad (policías),
centros de internamiento como las prisiones (custodios).
A decir de Chesney–Lind (2012), la primera idea sobre el control formal remitía
a la sexualización, es decir, la conducta no era la única condición sobre la que se es-
tablecía una pena, sino que, los prejuicios y estereotipos de género se antepusieron
para definir si se trataba de una buena o mala mujer.
En el registro de la evolución de las prisiones, la perspectiva de género ha ob-
servado condiciones comunes en los regímenes y propósitos del encierro, pero nos
interesa además vincular el constructo moral prescrito desde la norma. Una de esas
figuras normativas que destaca concepciones morales y discursivas es el aborto. El
artículo 342 del Código Penal de Puebla fue derogado en 2019, pero estipulaba las
siguientes circunstancias que podrían favorecer la reducción de la sanción impues-
ta en el delito de aborto: “que no tenga mala fama;2 que haya logrado ocultar su
embarazo y que éste no sea fruto del matrimonio”; faltando alguna circunstancia, la
pena se mantenía en el máximo de cinco años. La pregunta central se torna hacia el
bien jurídico que la ley protegía a través de dicha tipificación: ¿al “producto desde
la concepción”? o ¿el honor familiar y del hombre?
Esta conducta codificada es muy reveladora de la intervención que tiene el sis-
tema penal en el ámbito privado y público de las mujeres; es una conducta que
exige dar cuenta de la reproducción no sólo biológica sino moral. Una imagen del
estigma que conlleva el castigo: “lo que cuenta no es cuánta desaprobación expresa
el Estado a través del castigo, sino la forma que adopta: cuánta deshonra social le
provoca efectivamente al infractor” (Von Hirsch 1998: 54–55). Por ende, sin preten-
der reducir la discusión sólo a una de las aristas, nos parece que el consenso social
sobre la penalización y despenalización está trazado por el miedo que emana de la
carga moral en mostrar, por un lado, la complicidad con las mujeres en despojarse
de esa sumisión y, por otro, en mantener la perpetuidad del anonimato de la parti-
cipación del hombre. La administración de la moral frente a la sexualidad se torna
en un espectáculo público que debe legislarle en términos de ese orden patriarcal,
¿por qué después de tantos siglos se rompería?
3 En el caso de México, la jefatura del hogar es muy ilustrativa, ya que las mujeres sostienen
y administran una cuarta parte de los hogares en “mayor vulnerabilidad sociodemográfica
e incluso mayores porcentajes de pobreza”, a su vez y pese a tener el mismo nivel edu-
cativo, las mujeres ganan una quinta parte menos que los hombres (Consejo Nacional de
Evaluación de la Política de Desarrollo Social, 2016: 9).
4 Un estudio muy interesante sobre el tema refiere que 66% de las mujeres extranjeras
privadas de libertad cometieron delitos contra la salud; las mujeres estadounidenses es-
tán internas en prisiones del norte del país como Chihuahua, Baja California, y mujeres
colombianas, de Honduras, El Salvador, principalmente en prisiones del centro del país
(EQUIS, 2018).
214 galilea cariño cepeda
nismo de su estructura genética pasiva y carente de iniciativa, pareciera limitar su
involucramiento en actividades delictivas, resaltando estereotipos asociados a su
imagen (tareas domésticas) como señaló una autoridad penitenciaria:
El problema se presenta cuando existe una mayor tendencia a etiquetar como de-
lincuentes a ciertos sectores de la sociedad, en esa dirección, una imagen que se ha
construido es la de la criminalización de la pobreza. Pero hay condiciones mucho
más hondas, porque la criminalización no se reduce al momento mismo de la impo-
sición de la sanción sino a la construcción simbólica del derecho, cuando éste opera
de forma selectiva castigando a quienes no pertenecen a una determinada raza y
clase social (Larrauri, 1995: 71) o pertenecen al género femenino.
Queremos resaltar en esta línea, las implicaciones actuales que reviste en algu-
nos países la defensa de la despenalización del aborto frente a iniciativas y políticas
de castigo endurecidas en los últimos años, como la pena de muerte para quienes
aborten. El estado de Texas, en Estados Unidos, llegó a considerar como sanción
para el homicidio la pena de muerte, por lo que sí, “a woman who has committed
murder should be charged with murder” (North, 2019), como se declaró en ese proceso
legislativo. El orden de las cosas conforme al patriarcado sigue anclado a la idea de
mostrar las repercusiones de los actos de las mujeres, porque son ellas quienes po-
seen esa capacidad reproductora. Es decir, no pone en el centro a la figura mascu-
lina que también participa sino a la mujer que puede ser perseguida y considerada
como segunda víctima —esto aunado a la posibilidad de que muera por un aborto
mal practicado—; la conducta de la mujer es reprochada por ser contra natura e
incapaz de preservar la vida.
Contrariamente a esas ideas, Pollak (1950) había expuesto a través de la teoría
de la caballerosidad que, había una actitud protectora hacia las mujeres porque
tanto hombres, policías, jueces y fiscales no querían acusar, arrestar, procesar ni
juzgar (respectivamente) a las mujeres, pero en el devenir, las evidencias han mos-
el sistema y la prisión patriarcal frente a la criminología feminista
215
trado actitudes opuestas. Entre las conductas más visibles y estigmatizadas podrían
señalarse la trata de personas y el secuestro. El siguiente testimonio de una mujer
privada de la libertad describe la forma en cómo la pareja en complicidad con otro
hombre evade el sistema, los policías no sólo aprehenden a la supuesta victimaria,
sino que además la torturan y, finalmente el juez impone la sanción más elevada, lo
que evidencia un continuum de violencia:
Por algo estoy aquí. Diosito me puso en este camino para que valore la vida.
A veces las compañeras se encierran y ya no quieren vivir, pero como nos han
enseñado aquí, ésta es otra oportunidad de demostrar que podemos. Si acepta-
mos estar aquí, es porque perdonamos a quién nos hizo daño y nos mandó aquí.
Luego dicen que ya quieren cortarse las venas, que ya no aguantan, pero como
les digo, yo entré igual que ustedes, pero acérquense a Dios porque los hermanos
que entran te ayudan a rezar y a pensar en otras cosas (Entrevista, mujer privada
de la libertad).
Muchas veces, es por el motivo de que, pues, cometieron un delito, entonces, toda
la familia les da la espalda […] ya sea la familia por parte del esposo, o por parte
de la misma mujer, que no, nada más no vienen, no quieren, y, por qué, porque
es una asesina, porque hizo esto, porque hizo lo otro. Y no se trata de eso, tal vez
nosotros no somos quiénes para juzgarlos, ellas tuvieron sus motivos y, bien o
mal, pues ya están pagando de alguna manera (Entrevista, autoridad penitencia-
ria, hombre).
Sin duda, entre las críticas a la prisión destaca que su aislamiento conlleva un es-
tigma y la difícil reintegración social por los prejuicios hacia las personas internas.
Fue la criminología la que empezó a cuestionar la humanización de la pena de
prisión por el deterioro personal y social de quién era aislado y contraía un estigma
el sistema y la prisión patriarcal frente a la criminología feminista
217
en un espacio institucionalizado (Larrauri, 2015). Pero “la institucionalización del
poder de castigar” (Foucault, 1975: 122) ha tenido una gran aceptación pública por
lo que simboliza ese aislamiento; la edificación de las prisiones en lugares lejanos,
deteriorados, insalubres es una estampa que escruta la separación de la población
delincuente, al justificarse desde la función política la promesa de “seguridad con-
tra el riesgo delincuencial” (Simon, 2011).
Dicho lo cual, coincidimos con Simon en que la idea de separar a la población
delincuente se acrecienta por la peligrosidad sobredimensionada. La edificación de
lo que él llama la cárcel como vertedero, un espacio de “desechos tóxicos humanos6
[que] se basa cada vez más en la segregación total de los prisioneros a los que se
considera una mayor amenaza” (2011: 215). Ese ángulo puede constatarse con las
cárceles de máxima seguridad en México cuya descripción relacional se limita al
“universo binario formado por presos y cárceles”, bloques de cemento y cámaras,
miradas sólo hacia el piso, instrucciones amenazantes y silencios, como describe
Calveiro (2010: 66). Pero siempre hay una tensión frente a la idea de incubar en un
mismo espacio, a la población que más tarde será liberada (Simon, 2011: 221), lo
cual ha supuesto endurecer el sistema de penas, además de mantener la imagen de
mano dura a partir de no generar condiciones mínimas ni derechos humanos a la
población interna.
En el caso de la población femenil interna, los años de condena no son el único
ingrediente, el castigo se entreteje con el mandato patriarcal de la vida institucional,
las mujeres han tenido que adaptarse a un encierro con códigos, políticas y espacios
inicialmente diseñados desde las propias necesidades de los hombres. Las mujeres
también se mueven entre la idea de obediencia y responsabilidad. Las mujeres no
dejan de asumir responsabilidades y tareas de madres pese a estar en el encierro,
situación que no sucede con los hombres quienes, en su gran mayoría, encuentran
en sus parejas quién los visite, les lleve comida, cuide a su familia, trabaje para
ellos e incluso meta droga a la prisión porque ellos se lo piden a las mujeres. El
sistema mantiene la misma lógica patriarcal y de exclusión que al exterior. En esa
lógica entendemos la tesis de Baratta sobre la relación existente entre la sociedad
que excluye y la persona detenida que es la excluida: “antes de querer modificar a
los excluidos es preciso modificar la sociedad excluyente, llegando así a la raíz del
mecanismo de exclusión” (2004: 197). La prisión patriarcal no es más que el reflejo
de la sociedad patriarcal.
El mismo Baratta retoma el planteamiento de Foucault para evocar el “ensan-
chamiento del universo carcelario”, es decir, la asistencia anterior y posterior a la
detención que convergen en un instrumento de control y observación (2004: 197).
Ese mecanismo de vigilancia en el caso de las mujeres se refuerza por parámetros
6 Sassen (2015) refuerza esta idea de Simon con la referencia de la población excedente.
218 galilea cariño cepeda
de cumplimiento de los roles asignados a la feminidad: madre, hija, esposa o pareja.
Es posible que sea la matricentricidad, que evoca la responsabilidad del cuidado y
sostén de la familia, lo que limite el involucramiento de las mujeres en conductas
posteriores o, quizás, el emblema moral que condiciona ese cambio de comporta-
miento, como se advierte a continuación:
“Yo siento que como que aprenden más del error por el hecho de estar aquí, a las
mujeres les puede más estar encerradas, entonces, por esta parte de la familia y
la mayoría son madres […] yo creo que es la familia principalmente, está la parte
de los hijos, les pega mucho, la mayoría de las que entran son madres de familia,
entonces, eh… cuando se les hace la entrevista, lo primero que refieren son los
hijos, dicen: “y es que ahora ¿quién va a ver a mis hijos?”, y yo creo que esa parte
es lo que evita que vuelvan a caer […] Hasta cierto punto, es bueno, ¿no? el hecho
de que tengan familia y se preocupen más por eso, porque pues un hombre es así
como que “ah los hijos”, “ah pues están con la mamá”, ¡no importa!, pero ellas más,
porque pues ahora ¿quién va a verlos? Creo yo, que eso es una parte de lo que evita
que vuelvan a caer, la familia (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).
7 Este término ha cobrado fuerza en Europa para hacer notar que el aumento de las penas
corresponde a que los delitos tienen un fin electoral o de justificación frente a la sociedad.
el sistema y la prisión patriarcal frente a la criminología feminista
219
de estándares constitucionales en el cumplimiento de las sanciones penales (Sarre,
2011: 254) como las condiciones mínimas para dignificar el encierro que, en térmi-
nos de la propia Ley Nacional de Ejecución Penal, implica la “restitución del pleno
ejercicio de las libertades tras el cumplimiento de una sanción o medida ejecutada
con respeto a los derechos humanos” (artículo 4).
Si bien tiempo atrás, diversos autores han discutido la institucionalización del
castigo, para Melossi y Pavarini (2008) este símbolo institucional del “nuevo orden”
más bien representa “la sociedad ideal”, esto por la eliminación física del transgre-
sor a través de la cárcel que pretende transformar su destructividad para reinte-
grarlo al tejido social; una sociedad hegemónica que tiene entre sus parámetros el
“deber ser”:
El impacto de las penas, como dicen Malloch y McIvor (2013), se refleja en todos los
ámbitos de la vida de las personas internas y, aunque la palabra castigo no figura
formalmente en leyes o reglamentos, está de boca en boca en el internamiento. Las
mujeres cargan con múltiples tareas en función de lo que está permitido o asignado,
adentro, el castigo está en el pensamiento (“no hay que permitir que estén de ocio-
sas”), la voluntad, las disposiciones, el alma más que el cuerpo (Foucault, 2002). La
idea del castigo patriarcal no se remite a un castigo corporal —aunque por supuesto
deja sus heridas—, se encarna en la rutina, en las prohibiciones, en el abandono, en
las horas, minutos y segundos del día en que hay que mantener a las mujeres ocu-
padas y arrepentidas, encargándose de su dolor. El sistema se engrana para que las
mujeres esperen —sin estar—, mientras son vigiladas:
Con las mujeres fíjese que es un poco diferente la situación en cuanto a la partici-
pación con nosotros por el mismo espacio, al ser pequeño (haga de cuenta que es
más o menos este espacio en donde están ellas). Entonces si yo llevo una actividad,
es fácil de que se integre la mayoría, o sea pueden estar tejiendo y viendo la pelí-
cula. […] (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).
220 galilea cariño cepeda
Imagínese, todo ese dolor, el dolor de la sentencia, y luego el dolor del accidente
de un hijo, se unió. Y le digo: sabes qué, te vamos a dejar que llores lo que quie-
ras, me voy a ver muy fríamente, pero es la realidad. Yo no te voy a decir: oye, lo
siento, o esto, porque no lo siento, porque no sé qué es lo que tú sientes ahorita,
pero sí te voy a dar la oportunidad que estés en un lugar, tú solita, te desahogues,
voy a estar vigilándote, porque no vayas a cometer errores, ¿por qué? Porque hay
muchas personas que cuando las sentencian se derrumban, y ya nada más están…
dos o tres días te descuidas y ya se hicieron daño. Intentan suicidarse. ¿Por qué?
Porque dices ¡38 años!, no, no voy a soportar, mejor me mato, no tengo familia, no
tengo a nadie, ¿qué voy a hacer aquí encerrada?, se acaba su mundo (Entrevista,
autoridad penitenciaria, hombre).
condición que refleja por qué en nombre de las víctimas se despliegan leyes o instituciones.
el sistema y la prisión patriarcal frente a la criminología feminista
223
blica, pero ¿qué sucedería en el esquema privado con la reinserción social donde el
control total está en manos de cálculos y beneficios empresariales?:
Reflexiones finales
Frente a la urgencia de transitar de un sistema de readaptación a un sistema de
reinserción social queda claro que las prisiones siguen funcionando como un meca-
nismo que se legitima en los discursos y las estructuras normativas para satisfacer
la expectativa de la mano dura y la disminución de la violencia y la delincuencia.
14 En una nota que analizamos en otra investigación, dicho registro histórico ilustra cómo
el gobernador del estado de Puebla, a través de su discurso, recomienda a 55 internos y 7
mujeres que habían alcanzado la libertad, no desaprovechar la segunda oportunidad que
da Dios y la vida y a tener un reencuentro con la sociedad y con sus familias (Cariño y
Jiménez, 2013).
226 galilea cariño cepeda
Sin embargo, no necesariamente responde a la multifactorialidad de éstas, pues a
la inclusión de principios teóricos y retóricos considerados en la Ley Nacional de
Ejecución Penal, se contraponen acciones y omisiones documentadas por diversos
organismos protectores de derechos humanos y organizaciones de la sociedad civil
(García y Martínez, 2014) que, frente a la pandemia, han sido más evidentes.
Como hemos observado, las teorías feministas en la criminología no sólo reno-
varon esta ciencia, sino que desmantelaron y desplazaron conceptos subyacentes al
sexismo, la desigualdad, discriminación y subordinación asentadas y legitimadas
institucionalmente; pusieron en el centro una crítica importante al enraizamiento
de la cultura patriarcal que se introdujo en la norma e instituciones de forma con-
veniente a través de estereotipos y juicios morales centrados en las conductas de las
mujeres explicadas por los hombres. El origen de los primeros reformatorios con-
firma que en un inicio se trataba de mujeres pobres, “irrespetuosas” o “desviadas”
quienes necesitaban ser moldeadas, pero ante el recordatorio de la maldad natural
de la mujer, el castigo resultó ser el antídoto de la desobediencia al sistema pa-
triarcal, representada por maridos, padres, hermanos, legisladores, policías, jueces,
custodios, entre otros (Moore y Scraton, 2014).
El control formal desde una lectura de género, pone al descubierto que más
allá de los mecanismos de selectividad punitiva, las instituciones referidas son
espacios regulados para amenazar y reprimir desde los roles sexuados. Es decir,
aunque subsisten como entes de control para cualquier persona, en el caso de las
mujeres actúan bajo etiquetas específicas desde la misoginia. Las mujeres deben
entender y actuar desde los roles pasivos previstos en la norma para excluir el
comportamiento desviado (Smart, 2019: 57), de lo contrario, el costo del encierro
es muy alto, no sólo para ellas sino para quienes las rodean. Se trata entonces de
un castigo extendido.
En diversos medios de comunicación se ha evidenciado la sobrerrepresenta-
ción y aumento exponencial de las mujeres en prisión, pero se ha discutido poco
la criminalización y la forma en cómo estas mujeres son controladas en sus múlti-
ples condiciones de vida al experimentar el encierro (Kleinig, 1998). La tensión se
presenta cuando se mira el aumento de las mujeres en prisión como una falla del
sistema patriarcal, porque se mantiene la idea de que finalmente, son las mujeres
que bajo el yugo de la responsabilidad moral y social desafían y hacen quedar
mal a todo un sistema. Por ello, se sigue promoviendo la idea de que las mujeres
que cumplen una condena, deben adaptarse a la institución que bajo sus propias
condiciones (ausencia de condiciones, violaciones constantes a los derechos hu-
manos y prácticas violentas) les da otra oportunidad; la prisión androcéntrica es
la última instancia que se tiene para mantener a flote el poder patriarcal. Las otras
alternativas a la desobediencia son los recordatorios de los riesgos que las mujeres
“aceptan” frente a la igualdad y la libertad; en esos hitos se inscribe la eficacia
el sistema y la prisión patriarcal frente a la criminología feminista
227
simbólica para mantener el supuesto orden natural, a través de los guardianes
del patriarcado que desde el ejercicio del poder y la violencia, cometen conductas
como violaciones, acoso, hostigamiento, explotación sexual y feminicidios en total
impunidad.
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Introducción
En México la discusión en torno a la despenalización del aborto oscila entre la vali-
dación de la libre interrupción del embarazo dentro de las primeras doce semanas
de gestación y la protección de la vida desde el momento de la concepción. Este
trabajo es un intento por llevar el debate más allá de una perspectiva polarizante.
El sustento legal de dichos posicionamientos en disputa puede resumirse así: en
el primer caso, la relación social que está siendo regulada es la práctica clandesti-
na del aborto como problema de salud pública —tercera causa de muerte mater-
na—; en el segundo, se advierte la protección de la vida humana independiente del
proceso biológico en que se encuentre (Cossío et al., 2012). En este mismo sentido,
la discusión sobre la naturaleza jurídica del nasciturus2 ha oscilado entre su trata-
miento como persona desde el momento de la concepción —aparejado de todos los
1 Butler, Judith (1990). Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre
fenomenología y teoría feminista. En Performing Feminisms: Feminist Critical Theory and The-
atre (270–282). Johns Hopkins University Press.
2 Término latino que significa “el que nacerá” y sirve para referirse a la persona por nacer
que, si bien no es titular de derechos y obligaciones, sino sólo a partir del nacimiento, éste
es considerado como nacido para todos los efectos que le sean favorables, siempre y cuan-
do cumpla con los requisitos legales exigidos para el nacimiento de las personas. Enciclo-
pedia Jurídica (2020) recuperado de http://www.enciclopedia-juridica.com/d/nasciturus/
nasciturus.htm.
la construcción selectiva de la subjetividad humana. el debate
233
efectos legales: el reconocimiento de la vida humana como fundamento de todos
los derechos— y el tratamiento en el que aquél sólo es un bien jurídico protegido a
partir del momento del nacimiento (Cossío, 2012). Estas posturas ponen en relieve
las tensiones subyacentes al otorgarle personalidad jurídica al embrión, es decir: los
derechos de éste como una persona independiente de la madre se ven confrontados
con los derechos de ésta.3
Si bien el debate en torno a la interrupción del embarazo se ha ido desplazando
del “choque de absolutos” —entre el derecho a la vida del feto y la libertad de la
mujer para decidir— a una discusión que contempla varios “derechos en colisión”
—autonomía, igualdad, salud y dignidad— (2012: 27); lo cierto es que se ha dejado
de lado uno de los aspectos más relevantes sobre esta discusión: el de la subjetivi-
dad de la mujer y la del feto, o dicho de otro modo, ¿bajo qué condiciones emerge
el sujeto mujer y el feto en el marco del debate de la despenalización del aborto?
Es en este sentido que el presente trabajo se propone ir más allá de la confron-
tación de esta “guerra de absolutos” (Tribe, 2012) —feto vs. Mujer— para llevar el
debate de la despenalización del aborto a un campo de discusión que parta del aná-
lisis de la subjetividad humana a través de dos vías: la construcción jurídica de la
criminalización del aborto —la emergencia del sujeto ¿femenino?— y el análisis de
la corporeidad materializada de la mujer y del feto a partir de los factores desincri-
minantes y atenuantes del aborto –aborto eugenésico, terapéutico y honoris causa.
Al hablar de subjetividad se está aludiendo a uno de los argumentos centrales
de Judith Butler (2001: 22) en torno a que el sujeto se forma en la sujeción: “nin-
gún individuo deviene sujeto sin antes padecer sujeción o experimentar subjeti-
vación […] el sometimiento es al mismo tiempo un poder asumido por el sujeto, y
esa asunción constituye el instrumento de su devenir”. Y desde esta perspectiva,
Butler plantea en “Deshacer el género” (2006) y en “Marcos de guerra. Las vidas
lloradas” (2010) en torno a: ¿qué es lo que entra en la categoría de lo humano? ¿qué
es la vida? ¿cuáles son las vidas susceptibles de ser lloradas? Estas interrogantes
le sirven de punta de lanza para cuestionar la construcción de la categoría “géne-
ro” basada en el sistema binario que relaciona, por oposición, lo masculino con lo
femenino; advierte que dicha categoría trata de una “manera de ser desposeído”,
un deshacerse frente al otro que tiene lugar en el ámbito del embodiment4 y de lo in-
acabado. Esto es, el sujeto como resultado de encarnar, de reproducir y de reiterar
una determinada forma de “ser” mujer/ hombre que les es ajena e impuesta como
3 Este antagonismo —entre los derechos del feto y los de la mujer— no habría aflorado sin
el desarrollo de la ciencia médica —tecnologías de observación fetal— que permitió “ver”
en la figura del feto un sujeto de derecho (Boltanski, 2015).
4 Esta noción alude al cuerpo como el lugar en que “el género y la sexualidad se exponen
a otros, que son inscritos por las normas culturales y aprehendidos en sus significados
sociales” (Butler, 2006: 39).
234 natalia escalante conde
algo externo, pero necesaria para el reconocimiento de su existencia social. Esta
reflexión puede dar luz sobre la constitución de la mujer como sujeto producto de
su subordinación al poder.
El cuerpo es carne, es equilibrio de funciones vitales, es homeostasis, es vida
expuesta, pero también es muerte, es finitud, cese de impulsos eléctricos y vitales.
¿Qué nos dice el cuerpo? ¿Cómo es interpretado el cuerpo? ¿Cómo inscribir un
mensaje a través del cuerpo y su muerte? La tarea de interpretar —o mal interpre-
tar— el cuerpo no es una mera actividad intelectual simple y llana de ida y vuelta,
de eso nos advierte Gayatri Spivak5 (2003) en su artículo “¿Puede hablar el subal-
terno?”. La voz del subalterno implica el reconocimiento de que lo que se quiere
decir debe ser sancionado institucionalmente o, dicho de otro modo: “la cuestión es
que, si no había una base institucional válida para la resistencia, ésta no podía ser
reconocida” (Spivak citada en Asensi, 2009: 30).
En este artículo se aborda el caso de las mujeres que fueron objeto de persecu-
ción en Guanajuato en 2010 por haber abortado y, no sólo eso, sino que fueron acu-
sadas de “homicidio en razón de parentesco” sustentando los cargos con la prueba
inducida —por parte del ministerio público— de haber escuchado “el llanto del
producto”. Estas mujeres fueron liberadas después de ocho años de prisión con el
argumento de sufrir una incapacidad psicosocial. Esta situación sirve de ejemplo
para ilustrar cómo, en la muerte inscrita como mensaje en un cuerpo, en este caso
en la del feto, se configura una cierta interpretación del hecho que, junto con el
llanto del producto como prueba de que nacieron vivos para luego dejarlos morir,
desembocan en una lectura perversa del acto: no se trató de un aborto espontáneo
—versión que sostenían las mujeres— sino de un homicidio con el agravante del
vínculo del parentesco. Es decir, estas mujeres fueron presas no únicamente por
haber abortado, sino por ser más que infanticidas, por ser filicidas. Por haber pues-
to en entredicho la “reproducción de una cultura”, la “reproducción final de un
sistema de parentesco”, como menciona Butler en el epígrafe que abre este artículo.
Siguiendo este orden de ideas, partimos de dos presupuestos en torno al dere-
cho: el derecho como la invención de una determinada forma de saber —la indaga-
ción— (Foucault, 2013) y como un mecanismo de sexuación que produce cuerpos
generizados (Butler, 2006). Estos supuestos reparan en las denominadas “formas
racionales” de la prueba y la demostración —esto es, cómo se produce la verdad,
5 La autora retoma el ejemplo del suicidio de su tía materna Bhubaneswari Baduri, quien
se quita la vida durante su menstruación para evitar que su suicidio fuera leído como un
acto desesperado frente a un embarazo deshonroso y, así, pudiera ser vinculado a su acti-
vismo político como miembro de un grupo de liberación nacional. Sin embargo, a pesar de
todo, el mensaje del suicidio fue desvirtuado: la interpretación de autoridades policiales y
de familiares redundaban en que se trataba de un acto cometido como consecuencia de un
amor ilícito o deshonroso. El mensaje nunca llegó o no pudo ser leído.
la construcción selectiva de la subjetividad humana. el debate
235
en qué condiciones ésta es producida y qué reglas han de aplicarse para su pro-
ducción— pueden revelar cómo el proceso de criminalización del aborto —que va
del acto desviado al delito— y el proceso de incriminación —cómo se construye la
prueba y su demostración— se relacionan con la producción de cuerpos generiza-
dos. Ambos supuestos ponen de relieve la normalización de la que son objeto las
mujeres que abortan vía la sanción penal y el encarcelamiento.
En la primera parte de este trabajo se abordan los mecanismos de incriminación
y de criminalización del aborto inducido en México, esto es, se trata de ahondar en
la construcción de todo un andamiaje jurídico junto con la emergencia de un sujeto
¿femenino? en el marco de la subordinación al poder y a la norma, que permita dar
cuenta de cómo se entrecruzan los discursos médicos y jurídicos como si se tratara
de una decisión en torno a la soberanía6. Se recurre al análisis del caso de las siete
mujeres guanajuatenses como un caso paradigmático, en tanto pone en escena toda
la parafernalia de la que se puede echar mano en el momento de incriminar, de ela-
borar la prueba y de criminalizar a estas mujeres. Para dar seguimiento a este caso,
se examinaron notas periodísticas, así como material videográfico que da cuenta de
viva voz la experiencia de estas mujeres ante la justicia y las autoridades sanitarias.
En la segunda parte de este trabajo se aborda la tensión existente entre el abor-
to terapéutico y el aborto eugenésico anclados en la noción de “viabilidad” como
norma de reconocimiento (Butler, 2010). Dichas tensiones resultan esclarecedoras
en torno a qué vida está siendo reconocida como vida digna de ser llorada, qué
cuerpos son materializados: entre la simbiosis y el parasitismo como metáforas
de la relación materno–fetal. Es pertinente precisar que estos tipos de aborto se
encuentran contenidos en los códigos penales de las entidades federativas como
factores desincriminantes, entendiendo por éstos aquellas causales previstas en la
legislación mexicana por las que no es punible el aborto: cuando el embarazo es
producto de una violación; en los casos de aborto terapéutico, practicado en situa-
ciones en las que de continuar con el proceso gestacional la vida de la mujer correría
riesgos; cuando el aborto es resultado de una conducta culposa o imprudencial de
la mujer; cuando el aborto es inducido por motivos socioeconómicos; en los casos
del aborto eugenésico, llevado a cabo cuando el feto presenta graves alteraciones
físicas que comprometen su supervivencia; y finalmente cuando se trata de un em-
barazo a consecuencia de una inseminación artificial no consentida. Cabe aclarar
7 En la filosofía política, la figura del Soberano remite al cuerpo moral y colectivo que surge
a raíz de la asociación o pacto social —individuos libres que se asocian en aras de asegurar
la protección a su persona y a sus bienes—. Esta figura pública —la del cuerpo moral y
colectivo— recibe el nombre de cuerpo político, que sus miembros denominan Estado —
cuando es pasivo— y soberano —cuando es activo— (Rousseau, 2000). La paradoja de la so-
beranía, siguiendo a Schmitt, está dada porque el soberano se encuentra tanto fuera como
dentro del ordenamiento jurídico, esto es: el Soberano es reconocido por el ordenamiento
jurídico para proclamar el Estado de excepción y, a su vez, suspender la validez del orden
jurídico (Schmitt citado en Agamben, 2003).
Retomo el concepto de soberanía de Giorgio Agamben (2003) que parte de la nuda vida,
la vida expuesta a un poder que amenaza con la muerte y que es absoluto —éste no es el
resultado de la aplicación de un castigo o sanción de una culpa— y que recae sobre todo
ciudadano varón libre en el momento de su nacimiento.
la construcción selectiva de la subjetividad humana. el debate
237
ante un discurso que no hemos elegido pero que, paradójicamente, inicia y sustenta
nuestra potencia” (Butler, 2001: 12); y por sujeción, que refiere “el proceso de deve-
nir sujeto, ya sea a través de la interpelación, en el sentido de Althusser, o a través
de la productividad discursiva, en el sentido de Foucault, el sujeto se inicia median-
te una sumisión primaria al poder” (Butler, 2001: 12).
Pero este sometimiento [del cuerpo] no se obtiene por los únicos instrumentos
ya sean de la violencia, ya de la ideología; puede ser calculado […] sin hacer uso
ni de las armas ni del terror. Es decir que puede existir un “saber” del cuerpo
[…] y un dominio de sus fuerzas que es más que la capacidad de vencerlas: este
saber y este dominio constituyen lo que podría llamarse la tecnología política del
cuerpo (Foucault, 1976: 32–33).
8 En el que se reduce la pena máxima de 35 años a ocho años, a las madres que priven de
la vida en las primeras 24 horas de vida a su descendencia, añadiendo el atenuante de las
“motivaciones psicosociales”.
238 natalia escalante conde
sujeto —proceso de subjetivación— es inherente a la relación de dependencia de
ese mismo discurso jurídico que sustenta su potencia.
En este sentido, se entiende la emergencia del sujeto feminizado en el contexto
de esta situación de dependencia primaria, que deviene en la regulación política
de los sujetos al tiempo que es el instrumento de su sometimiento (Butler, 2001).
Así, puede comprenderse cómo el Estado explota esta relación de dependencia —el
deseo de ser, de ser reconocidas por el Estado, de ser sancionadas institucionalmen-
te—, al mismo tiempo que legitima la subordinación de las mujeres a través del
discurso patologizador, pues es siempre con respecto a este discurso que les es con-
ferido el reconocimiento/no reconocimiento de la ciudadanía: su definición como
criminales, los atenuantes del delito, su encarcelamiento y posterior liberación, así
lo prueban. A estas mujeres no les es reconocido el derecho a decidir sobre el pro-
pio cuerpo, el discurso jurídico penal que las sanciona les arrebata la capacidad de
autoría para luego infantilizarlas y poder ser tratadas como objeto de tutela.
En su mayoría, las reformas constitucionales que abrogan leyes más restrictivas
en materia de aborto, siempre están supeditadas a una jurisprudencia que apela a
la noción de minoría de edad de las mujeres en tanto que receptoras y/ o contene-
doras de discursos patologizantes: sobre ser mujer, sobre ser pobre y sobre “no ser”
madre. Con respecto a esto, Butler señala:
Las siete mujeres guanajuatenses deben entrar en conflicto con su deseo de “no
ser” madres, deben asumirse como poseedoras de afectaciones psicológicas graves,
asumir la pobreza como un lastre que justifica su enfermedad, todo ello, para conti-
nuar existiendo como sujeto, un sujeto feminizado y vilipendiado, configurado por
los otros —desde el espacio de los iguales9—, que desea y reproduce para seguir
persistiendo, para recuperar sus derechos políticos y civiles ¿a qué costo? Desde la
perspectiva de Butler, el sujeto es el lugar de la reiteración de las condiciones de po-
der: las mujeres que abortan son configuradas como sujetos criminales, aberrantes
—se oponen a la ley natural, la maternidad— y enfermos —la pobreza como origen
9 Celia Amorós (2007: 98–99) entiende por espacio de los iguales: “el campo gravitatorio de
fuerzas políticas definido por aquellos que ejercen el poder reconociéndose entre sí como
si fueran los titulares legítimos del contrato social”.
la construcción selectiva de la subjetividad humana. el debate
239
de todas las taras y aberraciones sociales—. ¿Cuál es la razón del consentimiento
de los individuos así configurados? Al respecto Butler (Butler, 2001: 31–32) señala:
“Cuando las categorías sociales garantizan una existencia social reconocible y per-
durable, la aceptación de estas categorías, aun si operan al servicio del sometimien-
to, suele ser preferible a la ausencia total de existencia social”.
La norma social como ideal regulatorio —en su funcionamiento psíquico: res-
tringe y produce el deseo— incide tanto en la formación del sujeto como en la cir-
cunscripción del ámbito de la socialidad (Butler, 2001).
El discurso criminológico, el del derecho penal y el antropológico, al condensar
los presupuestos de las élites políticas e intelectuales del México porfiriano en torno
a la raza, la clase y el género, se convirtieron en un instrumento de selección para la
atribución diferenciada de derechos civiles entre los grupos subalternos y, al mis-
mo tiempo, enfatizaron la función excluyente de la justicia penal: sujeto ciudadano
vs. sujeto delincuente (Buffington, 2001).
¿Cómo una norma social se eleva al grado de ley y de su correlación con la
formación del sujeto —en su relación de dependencia al sometimiento— y de la
configuración del ámbito social, puede verse en el caso de la unión consensual ti-
pificada como delito sexual en el siglo XIX (Buffington, 2001)? Lo que deja entrever
la criminalización de esta práctica es la configuración de un ámbito de la socialidad
vivible y deseable —el de las élites— que a todas luces debe distanciarse del modo
de vida de las clases subalternas, caracterizado como invivible y proscrito. Los pa-
trones de unión conyugal de los pobres son configurados como objetos de inter-
vención y normalización a partir de su criminalización.10 Desde esta perspectiva
decimonónica, la moral familiar está estrechamente vinculada con la prosperidad
nacional (Buffington, 2001: 44-45).
Un ejemplo de cómo el control de la vida reproductiva de las mujeres está pues-
ta al servicio de la construcción del Estado–nación puede apreciarse en el caso de la
sociedad estadounidense de 1860: el aborto como práctica privada y no penada tomó
relevancia cuando la tasa de natalidad de los grupos de poder comenzó a descender.
Fueron los médicos quienes encabezaron el movimiento anti-abortista infundiendo
miedos racistas entre las clases media y alta protestantes (Tribe, 2012: 150).
La transgresión de las funciones reproductivas de la mujer era percibida como
una amenaza a la supervivencia biológica y moral del México decimonónico. La
emergencia del sujeto criminal femenino se dio con respecto a la relación de depen-
dencia del discurso criminológico clásico —influenciado por la ciencia evolucionista
(Buffington, 2001: 101–116).
10 Esta criminalización fue el resultado de un discurso que vinculó la unión consensual con
la violencia doméstica y el desamparo infantil (Buffington, 2001).
240 natalia escalante conde
Así pues, el sujeto que emerge de su vínculo con la norma es un sujeto generi-
zado —mujer— criminalizado si renuncia a atender a su inexorable destino repro-
ductivo, objeto de tutela a través del discurso médico–jurídico que las patologiza a
nivel tanto individual —psicológico—, como social —la pobreza de la clase social
a la que pertenecen—. La forma en que es retratada la mujer que aborta y es en-
carcelada, no dista mucho del perfil criminal decimonónico: mujeres pobres, cuya
sexualidad refiere a prácticas sexuales disipadas, sus historias personales y familia-
res tienden a converger en la ignominia. Su final patologización es el corolario del
entrecruzamiento de los discursos médico–científico y jurídico ¿No es este el caso
de las siete mujeres guanajuatenses acusadas de homicidio en razón de parentesco?
¿No sigue estando presente el subtexto del control de la sexualidad femenina me-
diante la identificación del desorden sexual con el desorden social? ¿No es el Estado
el que se atribuye la facultad de recuperar la propiedad de la descendencia?
12 “Tras el aborto, el primero que le dio la espalda fue su hermano”, Jaime Avilés y Carlos
García. La jornada, martes 10 de agosto de 2010.
13 El aborto honoris causa funciona como un factor atenuante de la pena, para su aplicación
debe contarse con algunos requerimientos: que la mujer no tenga mala fama, que el emba-
razo sea resultado de una unión ilegítima, que la mujer haya logrado ocultar el embarazo.
la construcción selectiva de la subjetividad humana. el debate
243
debe negarse que tuvo lugar el alumbramiento. El “hacerle algo” es tan vago como
eufemístico, no se sabe a qué maniobras recurrió, ni si recurrió a alguna maniobra
de resucitación, lo importante es destacar que no fue por su omisión que el feto per-
diera la vida. Utilizan la expresión “sin vida” para no decir “muerto”, cuya carga
moral y jurídica suele ser mayor14.
El dotar de “personeidad” al feto (Butler, 2010) determinar su sexo, generizarlo,
opera como una forma de reconocimiento en relación al discurso jurídico–penal
que incrimina en primera instancia, y luego criminaliza a la mujer abortadora–ho-
micida. Al conferirle el estatus de “niña” al feto, se le confiere personalidad jurídica,
ya no sólo se trata de una interrupción ilegal del embarazo, sino de un infanticidio.
El testimonio de Y.M.15 ilustra lo anterior: el ministerio público a cargo de la ave-
riguación, se encargó de hostigarla para que declarara que había sido ella quien
había tirado a “esa niña” o que había hecho “algo” con esa “niña”.
Así, la figura del ministerio público como institución encargada de la persecu-
ción de delitos y de la averiguación, pone en escena lo que Foucault (2014: 25) deno-
mina la “mecánica grotesca del poder”, esto es, un discurso o individuo puede ser
calificado de grotesco cuando posee por su estatus efectos de poder de los que su
calidad intrínseca debería privarlo. Aquí, la indagación opera como un mecanismo
de sexuación, asumir un género, pero no de forma voluntarista, el ministerio públi-
co generiza al feto como evidencia, desde esta posición infame y ridícula construye
personas donde no las hay, para así operar de manera más efectiva la configuración
de un delito mayor: el homicidio en razón de parentesco.
La sentencia de A.Y. con base en las pruebas aportadas por un perito que sos-
tuvo que el feto murió a causa de hipotermia basándose en dos pruebas: el cuerpo
frío del producto y que no se utilizó ninguna herramienta para evitar la hipotermia,
desechando las pruebas de los otros dos peritos, que señalaban que la muerte del
producto se dio por una complicación por la forma en que se tuvo el embarazo -el
producto venía con doble vuelta del cordón umbilical- ejemplifica los efectos de
poder que llevan en sí mismas las pruebas dependiendo quién las enuncie –autori-
dades judiciales, peritos- legitimando que se tratan de presunciones estatutarias de
verdad (Foucault, 2014: 21–25).
Ambas causas de la muerte, hipotermia y complicaciones por doble cordón
umbilical, apelan a nociones médico-científicas, sin embargo, la forma en que se
establece la relación de intervención u omisión de la mujer en aras de salvar la vida
del producto, se torna siniestro. En este sentido:
16 Giorgio Agamben (2003) se vale de la definición del término vivir que Aristóteles ela-
bora en el De anima para identificar la nuda vida, dicha definición está contenida en el en
el término zoé, el cual alude al mero hecho o acto de vivir que le es común a todos los seres
vivos. Por otro lado, se tiene el término bios que refiere a una manera de vivir propia de un
individuo o grupo —Aristóteles distingue la vida política—. ¿Cuál es la diferencia entre
uno y otro término? La zoé es la vida natural como tal y bios es un modo de vida particular
—el vivir bien sólo se da en el ámbito de la existencia política.
la construcción selectiva de la subjetividad humana. el debate
245
El proceso de criminalización del aborto: de la desviación social
al acto criminal como estatus conferido
Entonces, ¿por qué un acto o conducta es considerada como buena en sí misma?
¿Cómo puede inferirse de aquélla una cualidad contraria y desviante? Es eviden-
te, que lo anterior está relacionado con “el derecho a dar nombres”, prerrogativa
vinculada a la concepción del lenguaje como una exteriorización del poder en el
que los que detentan el poder17 se consideren a ellos mismos y su comportamiento
como “buenos” en sí mismos y, por ello, como lo deseable y digno de ser imitado
(Nietzsche, 2002). Se trata pues, de un distanciamiento entre un arriba/ abajo, entre
lo bueno/malo que segrega y aísla a ciertos individuos patologizados, discrimina-
dos y criminalizados: las mujeres pobres, las mujeres indígenas y un largo etcétera.
Es ahí, en el que un concepto de preeminencia política converge en un concepto
de preeminencia anímica (Nietzsche, 2002). Las leyes políticas, atendiendo al vín-
culo entre el cuerpo político con el Estado, son consideradas como fundamentales
en la regulación del orden; asimismo, las leyes criminales son la sanción a la des-
obediencia de tales normas (Rousseau, 2000). Así, al partir de la premisa de la ley
(política, civil, criminal) como encarnación de la voluntad general cuya directriz es
el bien común, reitera ese atributo de bondad, como si se tratara de un bien que por
sus propias cualidades está destinado a la inmanencia y a ser salvaguardada. En el
artículo 156 del código penal de Guanajuato, se está patologizando a la mujer —psi-
cológicamente— por rehusarse a cumplir con la maternidad impuesta social y cul-
turalmente —ya no es más una expresión de las relaciones sociales salvaguardadas
por la ley: la del parentesco y la filiación, sino que su desobediencia a la ley implica
una ruptura con lo social: entra en el campo de lo abyecto, lo marginal y proscrito
—. También, al considerar las condiciones sociales y económicas como atenuantes,
implica una patologización de la pobreza en tanto mala e indeseable, como si ésta
fuera producto de atributos inherentes al grupo en cuestión, y no como consecuen-
cia de condiciones estructurales y de relaciones históricamente configuradas.
Esta manera de proceder se caracteriza por distinguir la conducta individual
del delito cometido (Foucault, 2014). Así, la mujer que aborta no sólo es castigada
por el delito en sí, sino por su negativa a cumplir con la función reproductiva ín-
timamente ligada a “las de su género” su conducta negligente es entendida como
la falta de un desarrollo psicológico adecuado, que responde a defectos morales.
Enseguida, este proceder se caracteriza también por explicar la proclividad a la co-
misión de un delito, que siempre está sustentada en alguna falla del individuo, en
este caso, la pobreza de las mujeres o la falta de instrucción escolar. En este sentido,
17 Para Nietzsche (2002) son los nobles, los poderosos, los hombres de posición. Expli-
cando así, que la categoría “noble” en un sentido estamental, devino en lo “bueno” como
sentido “anímicamente noble”, frente a lo vulgar, plebeyo, malo.
246 natalia escalante conde
el sujeto criminal femenino así configurado, no le es atribuida la responsabilidad
penal de sus actos en calidad de sujeto de derecho con reconocimiento de su perso-
nalidad jurídica, sino como objeto de intervención, readaptación y normalización
por parte de una tecnología y un saber: el médico como juez (Foucault, 2014).
La acotación que hace Foucault (2014: 40) acerca de la pericia contemporánea18
y de cómo organiza el dominio de la perversidad mediante la aportación comple-
mentaria y recíproca del discurso médico y del judicial, resulta relevante para pre-
cisar cómo un acto pasa a ser considerado desviado a ser tratado como un acto
criminal.
La intencionalidad, apoyada en el dominio de la perversión, se configura como
el sustento del acto criminal (Foucault, 2014). Recordemos cómo en los testimonios
anteriores había una tendencia, casi obsesiva, por parte del ministerio público de
apoyarse en los peritajes que respaldaran la versión de la causa de la muerte del
producto que estuviera vinculada con la falta de providencia de técnicas que pro-
curaran la vida del producto por parte de la madre.
Lo desviado de un acto, podría estar sustentado en la decisión política de los
efectos moralizantes de la pericia médico legal: sí, como señala Foucault (2014),
esta pericia está dirigida a la configuración de la categoría de los anormales, estas
mujeres son concebidas como una aberración de la naturaleza, son indescifrables,
ubicadas por debajo de la condición de vida de un animal. Sin embargo, para que
reciban castigo, deben ser reconocidas o identificadas con nociones jurídicas como
“criminal”, “homicida”, “filicida”, enmarcar su transgresión como delito y así, pro-
ceder a denunciarlas y castigarlas.
Lo desviado puede ser equiparado al pecado –en sentido hobbesiano-, como
una desviación de la norma social de convivencia —suscripción al pacto social—
(Hobbes, 1980); cuando su concepción se torna política, la norma ya no sólo es un
principio de inteligibilidad, sino que fundamenta y legitima el ejercicio del poder.
En resumen, las siete mujeres guanajuatenses encarceladas por haber come-
tido homicidio en razón de parentesco, sólo son legibles en relación a la función
punitiva y sancionadora del Estado por no haber cumplido el ideal regulatorio
de la maternidad inexorable. La patologización de estas mujeres, para dejarlas en
libertad después de ocho años en prisión, con el atenuante “afectaciones graves
psicológicas”, es la única vía posible que las salvaguarda, las reconoce en estrecha
dependencia y subordinación a las decisiones del poder. Es así como no sólo la ley
en tanto extensión del Estado, sino también la práctica médica se convierte en el
principal acusador de las mujeres. Su liberación en 2010 fue posible por esta opera-
18 Sobre la función de la pericia psiquiátrica Foucault (2014: 29) menciona: “En primer
lugar, repetir tautológicamente la infracción para inscribirla y constituirla como rasgo in-
dividual. La pericia permite pasar del acto a la conducta, del delito a la manera de ser”.
la construcción selectiva de la subjetividad humana. el debate
247
ción de sujeción al poder en función de una conducta desviada que tendría que ser
sancionada institucionalmente.
19 Butler (2002: 34-36)hace uso del término lacaniano “asunción” —acceso a la ley simbó-
lica— que alude al acto de asumir posiciones normativas —los sexos—, o bien, posiciones
sexuadas, como “cita de la ley” —enunciación codificada sin la cual, una enunciación per-
formativa no podría ser interpretada o adquirir elocuencia— para después vincularlo con
la “materialización del sexo” y la noción de performatividad. Ambas nociones son piedras
angulares en el aparato crítico-teórico de la autora sobre la matriz de género binario.
248 natalia escalante conde
tal, que el derecho puede leerse como un mecanismo de sexuación (MacKinnon,
2014). Siguiendo la propuesta de Butler (2002) no hay proceso de materialización
sin que opere esa matriz generizada.
Entonces tenemos que, tanto el concepto de “generización”, como el de “ma-
terialización” aluden a un proceso de sexuación, es decir, “convertirse en una cla-
se de persona social” (Harding, 1996: 92) que puede “materializarse” a la luz del
cumplimiento de la norma: la correcta identificación con el género que prescribe
la matriz generizada o bien, “citar” correctamente dicha matriz. En este sentido,
podría decirse que en la base del proceso de “materialización” está implícito el de
“generización”. Sandra Harding (1996: 17) en su crítica a la filosofía de la ciencia,
hace alusión al proceso de asumir un género sobre la base de una organización
asimétrica en la que la supremacía masculina debe ser reafirmada constantemente
a través de tres mecanismos: “la división del trabajo según el género o “estructura
de género”, la asignación asimétrica de valores simbólicos a la masculinidad y a la
feminidad o “totemismo de género”; y la asignación de identidades individuales
de género en la infancia. Estos tres mecanismos en conjunto nos permiten hablar
de “la vida social generizada” y, a su vez, comprender el sesgo androcéntrico de la
ciencia y, en particular, de la biología”. De este modo, tenemos que los argumentos
sobre la diferencia sexual centrados en la biología tienen un correlato en códigos
éticos que no pocas veces son cristalizados en leyes, de modo que la biologización
de las conductas —la “predisposición” para actuar de tal o cual manera según el
sexo— se ve reforzada por mecanismos que incitan a su reproducción y, así, volver-
se hegemónica, obscureciendo la historicidad de las relaciones que la originaron.
Como señala Harding (1996: 96): “Los individuos no se constituyen en mujeres ni
en hombres por una fatalidad biológica; se constituyen como individuos generi-
zados a través de procesos sociales identificables”. ¿No es también el derecho un
mecanismo de sexuación a través del sujeto de derecho que esgrime? ¿No son los
factores desincriminantes y atenuantes del aborto inducido pautas para la materia-
lización de cuerpos femeninos?
Aborto terapéutico
Si partimos de la noción de “viabilidad” como el momento en que el producto de la
concepción puede sobrevivir fuera del útero (Tribe, 2012: 118) y teniendo en cuenta
que los parámetros de la viabilidad varían de un país a otro según el grado de de-
sarrollo tecnológico que les permita mantener con vida a los fetos fuera del vientre
materno, para el caso mexicano la viabilidad del producto está señalada a partir de
la vigésima semana de gestación (Pérez, 1993), la noción de “viabilidad” funcionará
como norma de reconocimiento en la medida en que, implícitamente, establece una
identificación con “lo humano”.
Con respecto a la configuración de “lo humano”, es pertinente tender un puen-
te entre la relación de exceptio de Agamben (2007) y la noción de “lo abyecto” en
el proceso de asumir un sexo de Butler (2002). Para el primero, lo humano se pro-
duce mediante oposiciones hombre/ animal, humano/ inhumano, esto es, a través
de exclusiones que, al mismo tiempo incluyen aquello con respecto a lo cual se
definen por oposición: la exclusión/ inclusiva de la nuda vida. Para la segunda, lo
abyecto remite a zonas inhabitables de la vida social que constituirá el límite de
formación del sujeto: “el sujeto se constituye a través de la fuerza de la exclusión y
la abyección, una fuerza que produce un exterior constitutivo del sujeto, un exterior
abyecto que, es interior como su propio repudio fundacional (Butler, 2002: 20). Lo
normativo se constituye con respecto a aquello mismo que pretende negar: lo hu-
mano con respecto a lo no humano, la heterosexualidad con respecto a la homose-
xualidad, el reconocimiento de una vida con respecto a una figura espectral. Lo que
ambos resaltan son los medios excluyentes sobre los cuales se construye al sujeto.
La viabilidad como norma de reconocimiento implica oscilar entre una vida
reconocida como tal, por su identificación con lo humano, y una figura espectral,
algo vivo que no es reconocido como “vida”, esto es, la nuda vida puesta al servicio
de las argumentaciones médico-jurídicas.
En este sentido, la noción de viabilidad del producto, que determina hasta
cuándo puede interrumpirse el embarazo, va aparejada de nociones sobre la “per-
soneidad” (Butler, 2010). Ésta, a su vez, alude a lo que debe ser un bien jurídico
tutelado, operando como sistemas sobre los cuales se dan las distinciones entre el
21 LX Legislatura 2012.
250 natalia escalante conde
aborto inducido que puede y debe ser penalizado, diferenciándose del que no está
sujeto a penalidad alguna, es decir, que funcionan como “rejillas de especificación”
(Foucault, 2010).
El aborto terapéutico, como factor desincriminante, es contemplado por los có-
digos penales de 30 entidades federativas, la excepción corresponde a las entida-
des de Guanajuato y Querétaro. De manera más o menos general, se considera el
aborto terapéutico “cuando de no provocarse el aborto, la mujer embarazada corra
peligro de afectación grave a su salud a juicio de un médico que la asista, oyendo
éste el dictamen de otro médico, siempre que esto fuera posible y no sea peligrosa
la demora”. Desde esta perspectiva, cabe preguntarse ¿cómo llegó a suscitar condo-
lencia la vida de la mujer gestante frente a la del feto?
A simple vista, puede argumentarse que se está acotando un derecho funda-
mental —el derecho a la vida del producto de la concepción— para cumplir un
objetivo o necesidad imperiosa, como lo es la protección de la salud de la mujer
(Tribe, 2012).
Entonces, se tiene que a la mujer cuyo embarazo suponga un grave riesgo a
su salud, se le suspenderá del inexorable cumplimiento de la función reproducti-
va en la medida en que, ante un eventual fatal desenlace del embarazo, la muerte
de la mujer y/o feto, comprometa la posibilidad de continuar ejerciendo funciones
reproductivas. La condolencia que suscita la vida de la mujer viene dada por el
reconocimiento que le otorga el discurso médico-jurídico, como una vida digna de
ser llorada frente a la del feto. Sin embargo, no debe perderse de vista lo que Butler
(2010: 22) viene advirtiendo con respecto al problema ontológico de la vida y su
producción: “la figura no reivindica un estatus ontológicamente cierto, y aunque
pueda ser aprehendida como “viva”, no siempre es reconocida como una vida”. En
este caso parece decantarse por la vida de la mujer, sin embargo, “la producción [de
la vida] es parcial y está habitada por su doble ontológicamente incierto, cada caso
está sombreado por su propio fracaso” (Butler, 2010), es ahí cuando surge la figura
del feto —en tanto vida que debe ser llorada— como resultado del reconocimiento
por parte de ese mismo discurso médico–jurídico —que antes reconocía en la mujer
gestante una vida susceptible de ser llorada— mediante mecanismos específicos
del poder (2010: 14). La noción de viabilidad del producto es uno de esos mecanis-
mos. La asignación del duelo de manera diferenciada a la mujer y al feto, está en
estrecha consonancia con la producción de la vida de manera intermitente.
Para que se lleve a cabo un aborto de este tipo se requiere del criterio de dos
médicos que coincidan en el diagnóstico, esto implica que también debe tomarse en
cuenta la viabilidad del producto; y, si ésta hace alusión al momento en que el feto
es capaz de vivir fuera del útero, ¿a qué se está refiriendo a que es capaz de “vivir”
fuera del útero? De acuerdo con la Norma Oficial Mexicana (NOM-007-SSA2-1993)
un aborto es definido como la expulsión del producto de la concepción de menos
la construcción selectiva de la subjetividad humana. el debate
251
de 500 gramos de peso o hasta la vigésima semana. A partir de la vigésimo primera
semana se debe utilizar el término “parto” y puede hablarse de nacimiento, sea que
haya nacido vivo o no.
Ahora bien, un recién nacido “vivo” es definido como “todo producto de la
concepción proveniente de un embarazo de 21 semanas o más de gestación que
después de concluir su separación del organismo materno manifiesta algún tipo
de vida, tales como movimientos respiratorios, latidos cardiacos o movimientos
definidos de músculos voluntarios”. ¿No es esto un aislamiento de las funciones
de la vida vegetativa, la zoé, para determinar si un organismo es considerado como
“algo vivo”? ¿No es, pues, sino una decisión política sobre la vida nutritiva que la
convierte así, en bíos? Como puede apreciarse, basta con un simple signo o reflejo
vital, para que un feto pueda ser considerado “un recién nacido vivo” y suscitar
condolencia: una “vida digna de ser llorada”. No importa que no se trate de un or-
ganismo desarrollado o que pueda continuar “viviendo”, con cumplir la norma del
peso de 500 gramos o las veinte semanas de gestación, es suficiente para sostener
las argumentaciones que van aparejadas a la adjudicación de la concepción moral
de persona —ontología del individualismo—. El duelo, los ritos funerarios de los
cuales son objetos los productos inmaduros, prematuros y/o a término, son un in-
dicativo inequívoco de cómo la noción de viabilidad del producto como norma de
reconocimiento, hacen de éste, una vida digna de ser llorada, superponiéndose a la
de la mujer gestante. De modo tal, que la mujer no la tiene ganada con respecto al
aborto terapéutico, el constreñimiento de éste a manos de la noción de viabilidad
del producto, suscita la suspicacia de las argumentaciones que recaen en los médi-
cos, quienes actúan como soberanos en la aplicabilidad de la ley.
Aborto eugenésico
De las 32 entidades federativas, sólo 16 contemplan al aborto eugenésico como
factor desincriminante, a saber: Baja California Sur, Ciudad de México, Chiapas,
Coahuila, Colima, Estado de México, Michoacán, Guerrero, Hidalgo, Morelos, Oa-
xaca, Puebla, Quintana Roo, Tlaxcala, Veracruz y Yucatán. Sólo el código penal de
Coahuila contempla las malformaciones congénitas en el feto también, como factor
atenuante, cuando la interrupción del embarazo se practique por motivos graves
como “temor razonable a graves alteraciones genéticas o congénitas”. De manera
más o menos general, el aborto eugenésico procede: “Cuando a juicio de dos médi-
cos especialistas exista razón suficiente para diagnosticar que el producto presenta
alteraciones genéticas o congénitas que puedan dar como resultado daños físicos o
mentales, al límite que puedan poner en riesgo la sobrevivencia del mismo, siempre
que se tenga el consentimiento de la mujer embarazada”.
252 natalia escalante conde
¿Cómo convertir el tratamiento del feto como sujeto de derecho en homo sacer22?
¿Sobre qué debe fincarse la relación de exceptio de la figura del feto? ¿Cuál es la jus-
tificación para la inaplicabilidad de la ley del feto con malformaciones congénitas?
Considero que la noción jurídica biológica de “monstruo humano”, como elemento
en la configuración del dominio de la anomalía (Foucault, 2014), puede brindar las
herramientas necesarias para tender un puente entre la inaplicabilidad de la ley del
feto con malformaciones y la desmaterialización de ese cuerpo, que no encarna más
la norma: lo humano; y, legitimar así, la intervención en un no–cuerpo para dar
paso a la materialización del cuerpo femenino que se ve exento de la sanción puni-
tiva cuando no produce el ideal de persona esperado, en el sentido que encarna el
presupuesto del individualismo, antropocéntrico y liberal (Butler, 2010).
El monstruo humano es, al mismo tiempo, una violación a las leyes de la socie-
dad y de la naturaleza o, dicho de otro modo, encarna el estado de excepción o la
suspensión de la ley. Foucault (2014: 68) nos dice que el monstruo, en la tradición
jurídica y científica del derecho romano, es la mezcla de dos reinos: el animal y el
humano. El feto con alteraciones congénitas y su inaplicabilidad de la ley, es el re-
sultado de escindir la vida vegetativa, nutritiva, la vida animal del cuerpo humano,
es decir, el feto inviable es la encarnación de lo inhumano como corolario de la ani-
malización de lo humano (Agamben, 2007: 76). Si bien el feto es reconocido como
algo vivo, sin duda el que presenta alteraciones graves, no puede ser considerada
una vida digna de ser vivida; la aniquilación de este tipo de vida no es ni puede ser
considerada homicidio; está expuesta a que se le de muerte, sin que ello pueda ser
leído como transgresión a la ley.
Entonces tenemos que, desde el discurso jurídico, la no punibilidad del aborto
por motivos eugenésicos vincula dos nociones estrechamente ligadas con la vida
y con la asignación diferenciada de reconocimiento de la misma; la primera de
ellas es la “precariedad”, entendida como la vida socialmente vivida y sustentada,
que requiere un conjunto de condiciones sociales y económicas para ser manteni-
da como tal y que subraya la dependencia de la supervivencia de una vida en las
manos de otras (Butler, 2010: 30). En cierto sentido, al no penalizar la práctica del
aborto eugenésico, de manera implícita, el Estado se está desligando de una serie
de cuidados de salud y de apoyos financieros que debiera proveer a fin de “hacer
vivir” a la población. Sin embargo, está dejando claro qué tipos de vidas cuentan
como vivibles y dignas de ser resguardadas, así como qué tipo de población es la
22 La vida a la que puede darse muerte sin que sea considerado homicidio y, al mismo
tiempo, considerada como insacrificable (Agamben, 2003). Esto es así, porque formalmente
no se considera que el feto tenga personalidad jurídica antes del nacimiento, lo que lo colo-
ca en una zona de indistinción: por una parte, la impunidad de “matarle” bajo condiciones
específicas —se suspende la aplicación de la ley: aborto terapéutico y eugenésico— y, por
otra, fuera de la jurisdicción humana como insacrificable.
la construcción selectiva de la subjetividad humana. el debate
253
que se quiere promover. Esto último nos sirve para relacionarlo con la segunda
noción, sobre el “patrimonio biológico de la nación” (Foucault, 2007), esto es, cómo
el cuidado de la vida —de ciertas vidas— de la población refiere a un proceso en
el que se ha hecho coincidir la vida vegetativa —nuda vida— con el patrimonio
biológico de la nación (Agamben, 2007). ¿Cómo una vida incipiente, algo que es
“aprehendido” como vivo, se torna desechable, descartable e injustificable de ser
sustentada o promovida? ¿Cuál es el tipo de descendencia que prohíja el Estado?
Aquella que se defina en oposición a lo anómalo, a lo inviable, a lo invivible, en po-
cas palabras, aquella descendencia que se defina en contraposición a lo inhumano.
23 Este se contempla desde el Código Penal de 1871 en su artículo 573 (Núñez, 2008: 144).
254 natalia escalante conde
comitante encasillamiento en el ámbito de la moral como veladora de las buenas
costumbres y la familia (conyugal, legítima).
Las normas reguladoras por las que se materializa el sexo —y que hacen a unos
cuerpos más importantes que otros— en este caso son la preeminencia de la hetero-
normatividad, el honor femenino como capital simbólico, pero no en el sentido de
que la deshonra es en su agravio, por el contrario, pues el agravio es siempre con
respecto al hombre que la custodia, y la noción de lo privado, en sentido liberal, en el
que el embarazo debe ser ocultado en el ámbito de lo doméstico, jamás publicitado.
También vemos cómo en los dos casos señalados de Nayarit y Zacatecas, la
noción de viabilidad como norma de reconocimiento —de la vida, de lo humano—
constriñe la aplicabilidad de la atenuación de la pena si la práctica abortiva se da
dentro de los primeros cinco meses de embarazo. Esto es un ejemplo de cómo las
decisiones soberanas del discurso médico sobre la vida adquieren un sentido res-
trictivo para la capacidad deliberativa de la mujer con respecto al aborto. Esto sus-
cita interés al combinarse con una normatividad proveniente del siglo XIX. ¿Cómo
sostener su vigencia? Sin duda, En este sentido el aborto honoris causa como factor
atenuante, da luz sobre cuál es y bajo qué términos debe prohijarse la descendencia.
Reflexiones finales
A lo largo de este artículo se ha expuesto a la institución judicial y al Derecho como
aparatos de subjetivación —proceso de devenir sujeto— en la medida en que pro-
ducen determinada forma de existencia y de sujeción de individuos (Foucault,
2009; Bayart, 2011). Su tarea fundamental es la de volver inteligible al individuo en
su subordinación al poder.
Siguiendo la línea en torno a la construcción selectiva de la subjetividad, las
mujeres que experimentaron un aborto —voluntario o no, pues las pruebas no son
contundentes— son concebidas —desde al aparato jurídico del Estado— como fi-
licidas para su encarcelamiento y, después, como sujetos con alteraciones psico-
sociales para su liberación. El sujeto mujer emerge en su sumisión al poder en su
calidad de criminal–homicida, y después en su calidad de portadora de una pato-
logía psicosocial. Es en este sentido que se complejiza el debate en torno al aborto:
no es sólo la vida del feto vs. la libertad de la mujer lo que dirime la tensión entre la
penalización/ despenalización del aborto, sino una serie de mecanismos y discursos
jurídicos y médico–científicos que vehiculan la emergencia de la subjetividad feme-
nina: la vida vuelta contra sí misma, esto es, la nuda vida encarnada en el “llanto
del producto” como signo de que tuvo lugar el nacimiento de un ser vivo —apare-
jado de todos los efectos legales que esto conlleva— trastoca la condición jurídica
de la mujer: el surgimiento de la mujer filicida.
Entre los mecanismos que vehiculan la emergencia de dicha subjetividad
femenina alrededor del proceso de incriminación y criminalización del aborto
la construcción selectiva de la subjetividad humana. el debate
255
destaca el papel de la pericia psiquiátrica en la delimitación del ámbito de lo
perverso (Foucault, 2014). En este sentido, se tiene que una serie de elementos
morales se tornan jurídicos y convergen en una subjetividad femenina moldeada
por la heteronormatividad y sometida a las “leyes de la naturaleza biológica”.
A la par, se relaciona la práctica del aborto con la noción de infanticidio y, a
su vez, con la de parentesco, en un continuo que va de la desviación social a la
criminalización del acto que rompe con la norma social. Identificar al individuo con
su crimen, implica hacer corresponder una cualidad moral con una determinada
forma de actuar y luego devenir en un ser: la mujer con afectaciones psicosociales
como resultado de un contexto de pobreza muestra una proclividad a poner fin
a la existencia de su descendencia, convirtiéndose así, en una “asesina” que no
“sirve para ser mujer” y como objeto paradigmático de normalización. Se castiga el
“modo de vida” de la mujer, si lleva una vida licenciosa, su pobreza e ignorancia,
son objetos de estigmatización y castigo, pero sobretodo, su negativa a atender al
destino inexorable de la maternidad. Así, el encono que suscitan las vuelve blanco
de una pena ejemplar que sirva para el resto de sus congéneres.
Asimismo, se reparó en la noción de viabilidad del feto como el eje que vertebra
y sustenta la intervención en el cuerpo de la mujer (acceder a un tipo de aborto:
eugenésico, terapéutico) y, que, al mismo tiempo, justifica la no intervención en el
cuerpo de la misma (después de determinado número de semanas de gestación,
aunque dicho número pueda variar de una entidad a otra: entre las doce y veinte
semanas). ¿Cómo se relaciona la noción de viabilidad con la construcción selectiva
de la subjetividad humana con respecto a los factores desincriminantes y atenuan-
tes del aborto?
Se planteó que la noción de viabilidad opera como norma de reconocimiento
(Butler, 2010) para asignar el reconocimiento de manera diferencial, teniendo im-
plicaciones en la materialización de los cuerpos. El aborto terapéutico, el eugené-
sico, y el honoris causa, ejemplifican cómo se aplica de manera diferenciada el reco-
nocimiento de una vida y la subsiguiente materialización del cuerpo en cuestión.
La disputa está en el reconocimiento de una vida humana. Tiene que existir una
coincidencia de lo vivo con lo humano. El caso paradigmático es el feto con mal-
formaciones congénitas que, aunque es aprehendido como vivo, no se le reconoce
humanidad alguna.
La vida y la muerte de un cuerpo dicen mucho y nada a la vez, todo depende
del cristal con que se mire o, más bien, de cómo se sancione institucionalmente di-
cha interpretación. Pues ya se sabe que unos cuerpos importan más que otros (But-
ler, 2010). Vida y muerte no son sólo un asunto de índole biológica, sino también
política (Agamben, 2003).
256 natalia escalante conde
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258 epílogo
Epílogo
Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera. Doctora en Sociología por L’École des Hautes Études
en Sciences, Paris. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2. Investigadora
visitante de la Universidad de Cornell, NY. Beca posdoctoral Fulbright. Iniciadora de un
proceso social e intercultural en la Sierra Norte de Puebla en 1973. Vivió y trabajó en esa
región nahua-totonaca durante 15 años. Autora de 13 libros y de numerosos artículos. En
2006 recibió la condecoración de Las Palmas Académicas otorgada por el Gobierno de Fran-
cia. Su interés académico se ha centrado en la relación entre globalización, identidades e in-
equidad. Su búsqueda existencial se ha enfocado a la construcción de relaciones humanas
horizontales de reconocimiento recíproco. Actualmente es investigadora de la Universidad
Iberoamericana Puebla.
Contacto: eugenia.sanchez@iberopuebla.mx
Antonio Fuentes Díaz. Doctor en Sociología adscrito al Posgrado en Sociología del Ins-
tituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel 2, Perfil PRODEP, Padrón
Investigadores BUAP y Miembro del Cuerpo Académico Consolidado Subjetividad y Teo-
ría Crítica. Es coordinador del Grupo de Trabajo de CLACSO Vigilantismo y Violencia
Colectiva (2019-2022). Cuenta con artículos y 6 libros, entre ellos: Necropolítica, Violencia
y Excepción en América Latina (2012), Linchamientos: fragmentación y respuesta en el México
neoliberal (2006) y con Daniele Fini, Defender al Pueblo. Autodefensas y policías comunitarias en
México (2018). Sus líneas de investigación giran en torno a la violencia colectiva, necropolí-
tica, criminalidad organizada y apropiaciones comunitarias de la seguridad.
Contacto: antonio.fuentes@correo.buap.mx
260 semblanza de los autores
José Sánchez Carbó. Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Sala-
manca. Ha sido colaborador en diversas revistas y suplementos literarios; y publicado en
varias antologías de cuento y crítica literaria en México, Colombia, Brasil, Estados Unidos
y Bulgaria. Es Miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel I. Actualmente es
director del Departamento de Humanidades de la Universidad Iberoamericana Puebla. Ha
publicado los libros de crítica: La unidad y la diversidad. Teoría e historia de las colecciones de
relatos integrados (2012) y Mapa literario de identidades. Formas de (des)integrar el espacio en el
relato hispanoamericano (2018). Asimismo ha coordinado los libros colectivos: Narrativa vitral
contemporánea (2015) y Poder y resistencia en la literatura latinoamericana (2019)
Contacto: jose.sanchez.carbo@iberopuebla.mx
Óscar Soto Badillo. Doctor en Ciudad, Territorio y Patrimonio por la Universidad de Va-
lladolid, España y Maestro en Desarrollo Rural por la Universidad Autónoma Metropo-
litana Xochimilco. De 1982 a 1996 colaboró en el acompañamiento de comunidades gua-
temaltecas refugiadas en territorio mexicano y de comunidades de desplazados internos
en el departamento de Petén, en el contexto del conflicto armado interno en Guatemala.
Entre 1991 y 1996 coordinó el proceso de retorno de la población refugiada a este depar-
tamento. Desde 1997 es académico de tiempo completo en la Universidad Iberoamericana
Puebla, donde ha coordinado desde 2008 la Cátedra Alain Touraine. Actualmente es Di-
rector de Investigación y Posgrado. Su línea de investigación se orienta al estudio de las
identidades colectivas y transformaciones socio–espaciales vinculadas con los procesos de
apropiación del espacio y exclusión social en áreas urbanas y rurales.
Contacto: oscar.soto@iberopuebla.mx