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RAY BRADBURY

¿HAMMETT? ¿CHANDLER? ¡QUÉ IMPORTA!1

Cuando a principios de la década de 1940 empezaron a aparecer mis primeros cuentos policiacos en Dime
Detective, Dime Mystery Magazine, Detective Tales y Black Mask, no hubo repercusiones inmediatas en el
terreno de Hammet, Chandler y Cain. La verdad es que tampoco las hubo después. Nunca fui una amenaza
para ellos. En las inmortales palabras de Brando, no podía ser un rival.
Sin embargo fui un superviviente; y una de mis heroínas era Leigh Brackett, que venía a verme
todos los domingos a mediodía en Musele Beach, en Santa Mónica, California, para leer mis deplorables
imitaciones de las historias de Stark en Marte que ella escribía o mis calcos de sus excelentes cuentos
policíacos, que empezaban a aparecer en las revistas mencionadas. Yo me echaba en la playa y lloraba de
envidia ante la facilidad con que sus personajes avanzaban, se aventuraban, morían o vivían para lamentar
alguna muerte. No sé cómo lograba ella soportar mis tempranos y penosos esfuerzos. Surge aquí la palabra
amistad para engrasar la maquinaria.
Leigh Brackett sabía que yo quería ser escritor, con toda mi alma, mi corazón y mis tripas. Aún no
había encontrado mi voz, aunque ya vislumbraba a veces mis verdades en el cuento fantástico y en alguna
ocasional trama de ciencia ficción que no era demasiado oprobioso. Leigh era mi amante maestra, y yo
todavía debía liberarme de su influencia, a la vez creativa y represora.
La mayoría de los cuentos de esta selección fueron escritos para agradar a Leigh, para recibir algún
"Está bien" o un raro "Es lo mejor que has hecho".
El año en que dejé la escuela secundaria en Los Ángeles adopté para el resto de mi vida el régimen
de escribir un cuento por semana. Yo sabia que sin cantidad no podía haber calidad. Sentía que mis cuentos
de esa época eran tan malos que sólo la práctica podría despejar los trastos viejos de mi mente y permitir
que fluyeran las cosas buenas. Mientras tanto, trataba de meterme por los ojos toda la experiencia literaria
posible --buena, mala, indiferente o excelente-- para que, con un poco de suerte, saliera luego de mis dedos.
De manera que todos los lunes escribía un primer borrador del cuento que brotaba en mi cabeza. El
martes escribía el segundo borrador. El miércoles, jueves y viernes aparecían la tercera, cuarta y quinta
versiones. El sábado enviaba por correo la versión final. El domingo me derrumbaba en la playa por un día,
con Leigh, y el lunes empezaba un cuento nuevo. Así ha sido durante unos cuarenta y cuatro años. Todavía
escribo un cuento por semana, o su equivalente. Ahora escribo siete u ocho poemas en una semana, o una
obra en un acto, o tres capítulos de una novela, o un ensayo. Pero es ahora, como antes, la misma cantidad
de páginas: entre dieciocho y treinta y dos por semana.
Me apresuro a añadir que esto no es mecánico. No me exijo cuentas. No es necesario. Amo lo que
hago, como una madre ama a sus hijos, aunque sean aburridos o feos. A usted pueden gustarle o no mis
hijos, pero cuando los escribía araba con mi máquina de escribir y cosechaba párrafos. Dios protege a los
escritores jóvenes y hace que ignoren, mientras escriben, hasta qué punto están descaminados. Por eso es
importante la producción en cantidad. Los buenos cuentos que se escriben más tarde son un paraguas
sobre los malos cuentos que uno deja atrás a lo largo de los años. Todo se compensa. Y si le gusta a usted
escribir, es una verdadera fiesta.
La ficción policiaca, así como los géneros de fantasía, ciencia ficción y horror eran mi fiesta. Pero mi
talento se desarrolló más rápidamente en los últimos porque exigen intuición. Mis conceptos de fantasía,
horror y ciencia ficción llegaban como rayos y me metían de cabeza en mi máquina. Los cuentos de misterio,
que exigían dura reflexión, ponían trabas a la corriente, dañaban mi capacidad de usar la intuición a fondo.
El resultado era que con mucha frecuencia andaban a la pata coja. Hoy, mucho después, con mayor
conocimiento del género y gracias a las lecciones que he recibido entre tanto de Ross MacDonald, siento
que podría hacerlo mejor. Y tanto lo siento, podría añadir, que acabo de terminar, y Knopf publicará pronto,
mi primera novela de suspense: Death is a Lonely Business.2
1
Bradbury, Ray: Introducción a A Memory of Murder (1984), publicada con el título "¿Hammet?, ¿Chandler?
¡Qué importa!" en Memoria de crímenes. Buenos Aires, Sudamericana, 1987; México, Hermes, 1989, pp.7-
10. Traducción de Francisco Abelenda
2
Publicada en 1985. (N. del ed.)

1
Ahora, los cuentos de esta colección. Primero, los títulos. Me gustaría haber cambiado algunos,
simplemente porque no me gustaban los títulos que los editores de esas revistas endilgaban a mis cuentos
sin pedirme permiso. Después de todo, "Media hora en el infierno" o "Circo de cadáveres" no son
exactamente ejemplos gloriosos del arte de titular. Me sorprendió que los editores dejaran pasar "La señora
del baúl" y "La larga noche", que eran mis títulos.
Lo que hay en esta selección es, entonces, una muestra de la forma en que yo escribía y trataba de
sobrevivir a principios de la década de 1940, mientras Leigh Brackett intentaba ayudarme entre bastidores.
Yo me debatía y caía; a veces perdía, a veces ganaba. Pero me esforzaba. Quizás esta colección sólo tenga
interés histórico para aquellos que sienten inmensa curiosidad por mi trabajo en un campo que es poco
familiar para muchos, pero puedo enumerar mis favoritos. "La larga noche" y "La señora del baúl". Y podría
agregar que "El pequeño ase- sino" me parece uno de los mejores cuentos que he escrito en cualquier
género. Y en realidad ha tenido tanto éxito que aparentemente ha influido sobre una docena de novelas y
películas escritas y producidas en los últimos diez años.
En cuanto a las otras narraciones, es usted quien debe leer y juzgar. Sin embargo, espero que
juzgue con amabilidad y que no me trate con rigor. Después de todo, apenas tenía yo más de veinte años y
mucho camino que andar: Hammet y Chandler y Cain se erguían, muy altos, en el horizonte, y yo estaba en
la playa sudando y recibiendo el consejo de Leigh Brackett. Espero que ese querido fantasma no se moleste
si a ella le dedico este libro y sus cuentos, con amor.

Lauro Zavala (editor) “Ray Bradbury”, Teorías del cuento II. La escritura del cuento, Universidad Nacional
Autónoma de México, Coordinación de Difusión Cultural, México, 1995, pp. 419-422.

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