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Dos guerrilleros con rifles y mochilas que surgieron del monte fueron el
comité de bienvenida para Figueroa. Luego que se dio la contraseña salieron
de la maleza otros 12 hombres armados con M-2 y FAL. Más tarde llegarían
los demás hasta completar los 26 que componían la comisión de contacto con
el futuro gobernador del estado.
Isaías Martínez, Enrique; el senador Rubén Figueroa Figueroa, Sixto
Serafín Castro, Sabás; la mañana del 31 de mayo de 1974 en el cerro
arriba de la comunidad de Los Letrados en la sierra de Tecpan.
Foto tomada por Gloria Brito Pliego.
Lucio Cabañas grababa todos sus discursos. Antes que el senador Figueroa
cayera en sus manos. El guerrillero marcó su postura en una de las reuniones
efectuadas en la sierra. “Echeverría para no estar mandando gente que esté
siempre acá mejor va a poner uno de los suyos y va a poner a Rubén Figueroa,
el senador ese, pariente de aquellos Figueroa que traicionaron a Zapata”.
Francisco Fierro Loza, Chon; era originario de El Porvenir
Municipio de Atoyac.
“Dicen que Lucio Cabañas /secuestró a un rico priísta /que cargó con él entero
/por burgués y carrancista… Un error se ha cometido /en nombre de la
pobreza /yo le hubiera secuestrado /solamente la cabeza”, se escucha en una
melodía de Judith Reyes.
El profesor Inocencio Castro Arteaga militante
del Movimiento Revolucionario del Magisterio
fue enlace entre Lucio Cabañas y Figueroa.
Una vez que se conoció el contenido del primer comunicado, en los medios de
comunicación se generó una fuerte propaganda en apoyo a la familia del
senador secuestrado. Las repercusiones llegaron hasta Los Pinos. “El
secretario de Gobernación, licenciado Mario Moya Palencia, calificó el
secuestro del senador Rubén Figueroa Figueroa –después de tener una reunión
de seis horas con el presidente (Luis) Echeverría- como un acto ‘felón,
criminal y cobarde’ y puso relieve que mientras el legislador accedió a una
entrevista con Lucio Cabañas, tratando de resolver un problema, éste
respondió tendiéndole una celada y secuestrándolos a él y a sus
acompañantes”, se leía en El Universal aquel 4 de junio de 1974.
Agregaba el secretario: “Hago notar a ustedes que no sólo ha sido víctima de
esta actitud cobarde el senador Figueroa, sino una mujer, su secretaria en la
Comisión de Balsas (Gloria Brito) y un distinguido profesional pariente suyo
(Febronio Díaz Figueroa)”, de los Cabañas nada comentó, y aclaró: “El
senador Figueroa obró así por convencimiento propio y autónomo, a pesar de
que, según tengo entendido, varios amigos suyos intentaron disuadirlo de
ello”.
Moya aseguró que las fuerzas militares no estaban actuando y se atrevió a
decir que se encontraban replegadas en sus cuarteles. “El gobierno no tomará
ninguna decisión, hasta conocer en su profundidad y en su amplitud las
condiciones a que me he referido antes”. Mientras el ministro decía esto, se
intensificaba la ocupación militar de la sierra y los soldados llegaban hasta los
lugares más recónditos de la selva cafetalera, deteniendo y secuestrando
campesinos.
Lo primero que hizo el gobierno fue detener a Inocencio Castro Arteaga quien
la noche del 4 de junio habló al noticiario 24 Horas que conducía Jacobo
Zabludovsky y vía telefónica informó su intervención en el encuentro entre el
senador y Cabañas, explicó que nada tenía que ver con el secuestro que
únicamente sirvió de contacto con Lucio a petición del propio Figueroa.
La Brigada Campesina de Ajusticiamiento de Ajusticiamiento escuchó en la
sierra la llamada de Inocencio Castro lamentando el desenlace de la entrevista.
El profesor buscaba con esta comunicación evitar ser involucrado por el
gobierno en el secuestro. Pero esa misma noche fue aprehendido por la policía
federal. Los guerrilleros consideran que fue un error el que Inocencio hablara
al noticiero, “debió escapar”, dicen. Era claro que el gobierno no se la iba a
perdonar porque tenía una militancia reconocida y probada en el Movimiento
Revolucionario del Magisterio (MRM).
Entre las reacciones que se dieron después de secuestro una fue la del
comandante de la 27 zona militar, el general Salvador Rangel Medina, quien
sorpresivamente declaró a Excelsior el 5 de junio que si la Secretaría de la
Defensa Nacional se lo ordenaba capturaba a Lucio Cabañas, señaló en una
entrevista que “Cabañas no representa problema” en la Costa Grande y en la
Costa Chica, como si él supiera con precisión donde estaba el guerrillero. Al
día siguiente fue reprendido públicamente por el secretario Hermenegildo
Cuenca Díaz, quien dijo que “no necesitaba órdenes para capturar a un
delincuente como Lucio Cabañas, que debe más de sesenta muertes. Si lo ve,
que lo aprehenda”.
La clase política se movilizó, y el 5 de junio miembros de la Liga de
Estudiantes Guerrerense, realizaron una manifestación en Chilpancingo para
pedir la liberación de Figueroa y el PRI lo declaró candidato a gobernador en
su ausencia, más tarde vendrían otras concentraciones masivas pidiendo su
libertad inmediata.
Mientras, allá en la sierra Lucio permitió que Figueroa hablara con los
guerrilleros y le presentó a todo el grupo. Pedro Martínez, Manuel se opuso
“diciendo que era incorrecto, que era un enemigo y no un compañero del
pueblo”, pero Lucio argumentaba que al enemigo hay que conocerlo y se
decidió que todos lo fueran a ver. Se presentaron en la tarde en el lugar donde
estaba el senador.
Dice Carlos: “En el tiempo que Sotero y yo anduvimos fuera los compañeros
vinieron a saludar a los detenidos, algunos compas se pintaron para no ser
reconocidos posteriormente. Esto aterrorizó más al viejo al ver aquellos
desnutridos, pero eso sí ricos en parásitos, que, sin camisa algunos, otros con
los pantalones arremangados, hacían fila para saludarlo y el aspecto que
presentaban se asemejaba a los integrantes de una tribu africana, pintados de
la cara y del cuerpo, pero en lugar de lanzas llevaban M-1, FAL y hasta R-15”.
Hubo guerrilleros que lo saludaron de mano, otros sólo lo miraron de lejos por
temor a que los conociera. “Eso no se pudo evitar en el futuro porque hubo
ocasiones en que por error de la comisión que se encargaba de cuidarlo
permitió que en algunas caminatas los reos se juntaran con todo el equipo”,
comenta un guerrillero.
Febronio Díaz recordaría después: “Sólo los tres primeros días estuvo a
nuestro lado Lucio Cabañas, después quedamos bajo la custodia de unos 25
guerrilleros. A quien más molestaban era a Rubén. Uno de ellos le echaba,
cuando dormía, la luz de la linterna sorda y todos los días le anunciaba que
sería fusilado al alba. Una muchacha que aún no cumplía los veinte años de
edad, se la pasaba amagándolo con una pistola amartillada cuando le tocaba
vigilarlo”.
Cuando estaban cerca de El Aguacatoso los campesinos le llevaron a Figueroa
buena comida, que llegó por medio de un abogado que recibió dinero de
Rubén Figueroa Alcocer, el hijo del senador que también sería gobernador.
Había campesinos que conocían al senador por que habían acudido a él para
enfrentar al talamontes Alcibíades Sánchez a quien Figueroa le clausuró un
aserradero. Por eso el hijo del senador sabía inicialmente donde se encontraba
su padre.
La versión oficial del Partido de los Pobres es que un colaborador fue a
comprar víveres a Tecpan y comentó al tendedero que el alimento era para la
Brigada y éste telefoneó al hijo de Figueroa, quien de inmediato mandó una
camioneta de variados alimentos, “esto hizo que rápido nos movilizáramos,
saliendo la comisión que traía a Figueroa hacia Río Chiquito. Nosotros
preparábamos las mochilas mientras otros despistaban al enemigo y a la gente
del pueblo cercano para que no se supiera información hacia donde nos
dirigíamos; siempre protegiendo al grupo que llevaba al viejo”.
Todavía de ese campamento salieron de nuevo Carlos y Sotero para Acapulco
a dejar el segundo comunicado que al parecer cayó en manos del
gobierno. Dice Carlos, “se nos dijo que no fuéramos nosotros personalmente a
dejarlos a algún periódico o a alguna radiodifusora, si no que mandáramos a
otra persona. Mandamos a un colaborador y le dijimos que fuera a algún
periódico, que le dijera a un niño que le daba cierta cantidad de dinero con tal
de llevar los sobres al periódico y que regresara para darle otra cantidad; el
compañero al ver que el niño entra se retiraría inmediatamente del lugar.
Regresó el compañero y nos dijo que le había hecho exactamente como le
habíamos ordenado. Llegó la noche y no se sabía nada en los noticieros,
amaneció y no salió nada en los periódicos. Estuvimos todo el día sin saber
absolutamente nada; ya en la noche nos fuimos a Atoyac, esperamos que el
comunicado saliera publicado para llevarlo a los compañeros. Al día siguiente
decidimos regresar al campamento sin llevar noticia alguna, llegamos y los
compañeros, al tanto también de las noticias y ver que no salía nada, se
suponían que habíamos sido detenidos y se disponían a abandonar el
campamento”.
De ahí los guerrilleros se movieron hacia lo más profundo de la sierra y se
instalaron en un campamento cerca de El Río Chiquito, donde al principio la
gente de los barrios iba a ver a los secuestrados como si fueran animales raros.
Es aquí donde después de un tiempo comenzaron a escasear los alimentos. No
se logró liberar la zona con el secuestro político de Figueroa, al contario el
Ejército estrechó el cerco.
“A los detenidos se les daba comida especial dentro de lo que se podía
conseguir con los campesinos, como eran huevos de gallina y las mismas
gallinas. Esto era en el tiempo que todavía se podía obtener. Los campesinos
nos conseguían los alimentos sin muchas dificultades, ellos con sus bestias nos
trasladaban los alimentos hasta donde les era posible, nos conseguían maíz,
frijol, arroz, azúcar y otras cosas. Del campamento salíamos a recogerlas a los
lugares indicados, los campesinos ya no llegaban hasta donde se encontraba el
campamento por medidas de seguridad”, dice un miliciano.
El 6 de junio el gobernador Israel Nogueda Otero y secretario de la Defensa
Nacional general Hermenegildo Cuenca Díaz estuvieron en Atoyac. De esa
visita, se filtró a periódicos que fue para recoger el segundo comunicado.
La familia de Figueroa contactó el 6 de junio de 1974 al sacerdote Carlos
Bonilla Machorro para que interviniera en la liberación del Senador. “A eso de
las siete de la noche, en la Subsecretaría de Gobernación, el licenciado
(Fernando) Gutiérrez Barrios me pidió en plan de amigo que prestada ayuda a
la familia Figueroa, que estaba al borde de la desesperación”, escribiría más
tarde el sacerdote en su libro Ejercicio guerrillero.
El intermediario fue recogido esa noche por Figueroa Alcocer, en el
aeropuerto de Acapulco, quien le dijo que su padre estaba secuestrado en el
cafetal de los Mata. “Cuando le dije al licenciado Rubén Figueroa Alcocer que
mi problema estribaba en encontrar con rapidez un contacto con la guerrilla,
me contestó:
‘Nosotros tenemos a Inocencio Castro. ¿Lo conoce usted?’”
Y en una mansión de Las Brisas en Acapulco dice Bonilla que le llevaron a
Inocencio Castro para que se entrevistaran y ese mismo seis de junio entrada
la noche salieron Bonilla y Castro en busca de Lucio a la Costa Grande. Al
primero que vieron al amanecer del 7, dice el sacerdote, fue a Jacob Nájera en
San Jerónimo quien les dijo que no tenía ni idea por donde andaría jalando el
Senador y al atardecer se fueron a Nuxco en busca de otros contactos.
Por su parte la brigada comisionó el 8 de junio de 1974 a Pedro Angulo
Barona, Gorgonio y a Manuel Serafín Gervasio, Javier quienes tuvieron el
encargo de negociar con la familia de Rubén Figueroa su liberación y cobrar
el rescate. Gorgonio y Javier contactaron en el medio urbano a Abelardo
Morales Gervasio, Ramel quien a su vez sirvió de contacto entre los
guerrilleros y Bonilla. Ramel era muy valiente, siendo un guerrillero conocido
bajaba a lustrar sus botas al zócalo de la ciudad de Atoyac y cuando un
soldado lo miraba le decía “que me vez, cabrón”. Siempre andaba armado,
cuando lo detuvieron en un camión rumbo al puerto de Acapulco, llevaba la
pistola 380 que le habían decomisado al senador Figueroa el día que cayó en
manos de la guerrilla.
Estando la guerrilla cerca de El Río Chiquito salió otra comisión integrada
por Arsenio e Ismael a dejar de nuevo el segundo comunicado al que le
agregaron un escrito donde aclaraban que el original de este comunicado fue
enviado desde el día 6, pero que el texto y el mensaje fueron interceptados por
la policía. Esto denota que efectivamente el gobierno del estado y el Ejército
ya tenían el segundo comunicado desde antes que se publicara y no lo dieron a
conocer a la familia.
“A las 10:30 horas, una persona llamó por teléfono a la redacción del
periódico El Gráfico y pidió hablar con el director, señor José María
Severiano Gómez. Inmediatamente le notificó que entre los números 214 y
218 de la avenida Cuauhtémoc, bajo unas piedras había un sobre de plástico,
dentro de éste otro sobre de discos de 45 RPM y en el interior de este último
estaba el comunicado”, daba a conocer el día 14 El Universal.
El señor José María Severiano fue al lugar indicado acompañado del director
del periódico La Verdad, Carlos Bello, y encontraron la bolsa y el
comunicado, con otro escrito de original a máquina, en el que explicaban
cuando había sido enviado el primer comunicado.
En total, en el interior de la bolsa había tres comunicados, y se expresaba que
las copias eran para los periódicos que habían recibido el primer
comunicado: La Verdad, El Gráfico y Novedades.
Encontrado el texto del comunicado, el mismo director de El Gráfico se
encargó de avisar al licenciado Rubén Figueroa Alcocer, quien de inmediato
llegó a la redacción del periódico acompañado de agentes de la Dirección
Federal de Seguridad.
VI
Corría el mes de julio de 1974. Los campesinos salían a sus milpas, pero sin
bastimento. Trabajaban hasta donde aguantaban el hambre y de regreso al
pueblo tenían que reportarse con el oficial al mando de la partida militar. En
los retenes no dejaban pasar pilas, radios, ni medicinas. Ya las familias no
contaban con pastillas ni para la diarrea. Toda la persona que intentaba llevar
un poco más de comida o quería pasar medicinas era acusada de colaborar con
la guerrilla. Aislados los guerrilleros comían plátanos, cajeles, camote de
platanillo y limón dulce que encontraban en las huertas abandonadas.
Alberto Mesino Acosta tenía 20 años cuando fue detenido por
el Ejército mexicano en la comunidad de Agua Fría el 18 de
julio de 1974.
Los sierreños todos los días comentaban con azoro, “ayer se llevaron a fulano
y hoy agarraron a zutano”. Las detenciones eran constantes. El 18 de julio de
1974 en Corrales del Río Chiquito fueron apresados, por soldados al mando
del mayor Francisco Escobedo, Mariano Serrano Zamora, Zenón Zamora
Hernández, Jorge Alberto Almogabar Ríos y Herminio Navarrete. Ya la
mayoría de las casas de esa pequeña comunidad estaban ocupadas por la tropa
que se comía las gallinas y todos los víveres de los campesinos. Por eso los
habitantes de ese lugar tuvieron que emigrar a la ciudad de Atoyac y a El
Ticuí o se concentraron en San Juan de las Flores. Los soldados también
hacían fogatas en cualquier terreno, provocando incendios que en muchas
ocasiones arrasaron con parcelas enteras de café.
El Plan Guerrero, mediante el cual el gobierno daba créditos para la
rehabilitación los cafetales, se convirtió en una trampa para los campesinos.
Los técnicos hacían una lista de productores sospechosos de pertenecer al
movimiento armando y los mandaban traer. Después de las reuniones el
ejército instalaba retenes, así cayeron muchos campesinos en manos de las
fuerzas represivas. Uno fue Alberto Mesino Acosta detenido por el Ejército en
la comunidad de Agua Fría, después de asistir a una reunión del Instituto
Mexicano del Café (Inmecafé) el 18 de julio de 1974. Tenía 20 años, era
originario de El Escorpión padecía de bronquitis y se dedicaba a la siembra de
maíz y café. Le decían El tres motores porque nació con tres testículos.
Alberto fue citado a Agua Fría junto con todos sus hermanos. Después de la
reunión jugó basquetbol. En esa ocasión un grupo de militares al mando del
capitán Jacobo colocó un puesto de revisión a un kilómetro de la salida de
Agua Fría y cuando Alberto iba en una camioneta rumbo a El Escorpión fue
detenido como a las 2 de la tarde y en ese mismo momento subido un
helicóptero que se lo llevó para jamás volver.
Miembro de una familia de 12 hermanos, Alberto era el chocoyote y no
alcanzó a casarse. Su mamá Juana Acosta Martínez lo buscó en cuarteles y
cárceles sin resultados. De regreso al Escorpión desde su casa observaba todo
el tiempo el camino esperando la llegaba de su hijo. Un tiempo después
mandó un recado donde decía que estaba prisionero en el Campo Militar
Número Uno y que se encontraba bien.
Antes que se llevaran a Alberto, miembros del Ejército ya habían golpeado a
Ramón Mesino Castro de 84 años a quien le quitaron un rifle calibre 22 que
usaba para la cacería y también torturaron a Bernardo Mesino Acosta a quien
ya golpeado maniataron y dejaron tirado entre el monte. Bernardo logró
zafarse de las ataduras y regresó a su casa.
“Algunos de los capturados los obligaron a guiar a las fuerzas militares por la
sierra, descalzos y sin alimentación, pura agua. A otros se lo llevaron a los
retenes militares donde vestidos como tales, subían a los autobuses a
identificar a jóvenes guerrilleros que trataban escapar; muchos de estos así
fueron detenidos. Algunos que volvían ingenuamente a sus poblados de
origen, fueron delatados y detenidos”, dice don Simón Hipólito.
Para esas fechas los miembros de la Brigada caminaban por lugares
escarpados y veces únicamente comían mangos que encontraban en las
huertas. Acosados por un helicóptero de fuselaje azul que se movía por esa
zona. Muy cerca del cerro Plateado donde también era escaso el alimento y
llegaron a comer maíz cocido junto con frijoles.
“Seguimos la marcha por todo el cañón del cerro, hasta llegar al río de El
Rincón, un lugar muy hermoso, con mucha agua, con un playón grande donde
hicimos campamento unos días mientras nos recuperábamos de la fatiga y del
hambre. Fue hasta ahí donde pudimos conseguir algunos alimentos con
algunos compañeros que todavía se encontraban en el lugar, donde
compramos una vaca y la comimos. De ahí nos fuimos al cerro Plateado
quedando cerca del lugar que le llaman El Fortín, toda esta zona es cafetalera
y pertenece al Cacao. Salió una comisión a conseguir alimentos, lo cual logró
no obstante que la tienda Conasupo del lugar limitaba las ventas, sólo
proporcionaba los alimentos que podía consumir una familia para un sólo día
de acuerdo al número que la componía, de manera que conseguir alimentos
con cada padre de familia era un problema, pero los compañeros sabían
ingeniárselas para conseguirlo, incorporando a los niños que iban a comprar a
pesar de la vigilancia que había de parte del ejército”, platica un brigadista.
Ya los guerrilleros andaban muy estresados, un día El
Chango y Juan estuvieron a punto de agarrarse a tiros. Fue durante una
expedición que salió del cerro Plateado en busca de alimentos a El
Guayabillal. Era una comisión de aproximadamente 15 guerrilleros
encabezada por Manuel, pero no lograron conseguir nada; durante su
regreso, El Chango perdió los cargadores de su rifle sin darse cuenta y Juan lo
recogió, pero no le dijo nada; al llegar a un río, El Chango se dio cuenta de la
pérdida y se regresó desesperado a buscarlos, hasta que los compañeros que
venían atrás le dijeron que Juan lo había recogido, El Chango se regresó muy
enojado y al llegar donde estaba Juan le reclamó porque lo había hecho
pendejo; El Chango se descuelga el FAL y le dice: “Te voy a matar a balazos
para que se te quite lo cabrón”, pero Juan le había ganado ya el movimiento y
le apuntaba con su M-2. El Chango se queda pálido y él dice: “jálale”
y Juan le responde: “No, tu eres el de la bronca”.
Manuel lo recuerda de esta manera. “Por ahí había un barriecillo perdido en la
montaña que se llamaba El Guayabillal salimos como unas diez o doce gentes,
en esa comisión, yo fui de responsable. Avanzamos por el monte hasta llegar a
las cercanías, encontramos unos campesinos. Íbamos con la idea de
comprarles maíz, pero lo curioso es que la gente siembra maíz y luego lo
vende y ya después por los meses junio, julio y agosto, están en crisis,
esperando el que van a cosechar y tienen que bajar, a comprar el maíz que
vendieron, a más alto precio de cómo lo vendieron. Por eso la gente de ahí no
tenía maíz y no podían subir suficiente porque estaban los retenes. Nos
regresamos desconsolados sin nada. Había un arroyo muy grande y algunos
árboles con frutas silvestres, le estuvimos jalando al árbol los frutos. Un
compañero que le decíamos El Chango traía colgado su FAL, por andar
jalando se le hizo fácil bajar su morral de parque con sus cargadores porque le
estorbaba y que se le olvida. Entonces Juan, ve que deja el morral y se lo
cuelga y nos pasamos el arroyo. Cuando ya estamos del otro lado,
el Chango se regresa corriendo ‘es que dejé mi morral’. Al no encontrarlo se
regresa preocupado, pero alguien le dice ‘no, tu morral lo trae Juan, entonces
en una actitud agresiva, desesperado le reclama a Juan, le dice: ‘me viste la
cara de pendejo, yo me pasó para allá y tú ya trayéndolo, ¿y por qué no me
dices?’, entonces la reacción de Juan fue descolgarse el FAL y se lo mete y le
dice ‘no me estés chingando, yo te voy a matar’, y entonces me puse entre los
dos, el Chango se queda pálido”.
La comisión regresó al campamento con la moral muy baja y destrozada. No
traían alimentos y si un conflicto entre compañeros, al informar ante la
Brigada lo que había pasado se les criticó a los dos y como sanción se les
desarmó.
El 20 de julio de 1974, campesinos atacaron a la policía del estado en San Luis
San Pedro, el Partido de los Pobres habla de esta acción en su último
comunicado y dice que murieron siete policías. Esa operación se le atribuyó a
una pequeña célula del Partido de los Pobres que estaba trabajando en la zona.
Ese mismo día acá en la sierra de Atoyac fue detenido Lucio Castillo
Gervasio, quien estuvo recluido por más de un año en el Campo Militar
Número Uno y fue liberado el 13 de agosto de 1975.
De acuerpo a los datos proporcionados por el informe histórico de la Fiscalía
Especial, el día 23 de julio de 1974, la Zona Militar informaba en radiograma
cifrado de la detención de Arnulfo Sotelo Abarca, Cuche Blanco; Delfino
Castro Hernández, Pascual Castro Hernández, Pedro Ortiz Verónica e Isidro
Castro Vergara.
En estos días también fueron detenidos y desaparecidos Roberto Castillo de
Jesús, Abel Estrada Camarillo, Alberto Radilla Reyes, Tomás Gudiño Dircio y
Filemón Mesino Aguilar, Roberto Castillo de Jesús quien fue apresado el 24
de julio. Hay testimonios que señalan que este último fue detenido por
miembros del Ejército al mando del capitán primero Mario Arturo Acosta
Chaparro. Sus papás lo encontraron golpeado en un retén de San Luis la Loma
y se sabe que el 23 de septiembre de 1974 se lo llevaron de ahí al cuartel
militar de Atoyac.
Para festejar el aniversario del asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de
1974 se llevó a cabo una reunión de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento
(BCA) precisamente en la cima del Cerro Plateado.
Dice José Carmen Tapia Gómez que “la vida de los campesinos de La Costa
Grande guerrerense está profundamente ligada al cerro Plateado, que fue
ocupado por Morelos y Galeana en tiempos de la lucha por la independencia y
en donde, más tarde, se llegó a decir que Zapata y Villa organizarían un
congreso”.
Es ahí donde se reunió toda la Brigada para discutir su destino. Es aquí donde
se empieza el desenlace de la historia de la guerrilla del Partido de los Pobres.
Aquí ya cuando el Ejército se había apoderado de todas las entradas y salidas
de la sierra, es también el clímax de la crisis que comenzó entre los brigadistas
a finales de mayo de ese año, cuando Lucio no permitió que se fusilara a los
tres que intentaron desertar del campamento de Caña de Agua llevándose
armas y parque, entre ellos estaba Sabino Fraga y Simplicio Robles quien
finalmente se escapó en una caminata la noche del 28 de mayo, dándose de
alta en el Ejército más tarde.
Este 26 de julio en el picacho del emblemático cerro Plateado se cambió la
dirección de la BCA. La nueva dirigencia quedó integrada por Lucio Cabañas
Barrientos, Lino Rosa Pérez, René; Pedro Ángulo Barona, Gorgonio;
Antonio o Solín y Heriberto Valle Adame, Heraclio.
“Después de una larga discusión quedó integrada la nueva dirección por el
compañero Lucio, Antonio, Heraclio, René y Gorgonio que se nombró en
ausencia, ya que se encontraba de comisión. Este mismo día la nueva
dirección propuso un plan: que nos dividiéramos en dos partes, que un grupo
más numeroso marchara hacia el Oriente o sea rumbo a Acapulco. Este grupo
llevaría al viejo y seguiría las negociaciones con la familia Figueroa. El otro
grupo más pequeño, marcharía hacia el Poniente, con el fin de atacar al
enemigo, distraer sus fuerzas para que la comisión que llevaba al viejo
marchara libremente; este mismo grupo (el pequeño), después de atacar al
enemigo, marcharía hacia la sierra de San Luis, con el fin de politizar y
estructurar toda esa zona hasta llegar a los límites con Michoacán”,
comenta Carlos.
“Esto como medida táctica para distraer al enemigo; decía Lucio que ya no era
conveniente que todo el grupo siguiera recorriendo la sierra. Se carecía de
alimentos, se decía que el Ejército ya nos había ubicado, que nos seguía de
cerca, que era necesario contratacar, pero que esto lo debía hacer un grupo
más reducido y en otro lugar donde el enemigo no nos buscara. Se tenía la
idea de que el ejército de inmediato se trasladaría a la zona donde se empezaba
a atacar y de esta forma dejaría libre la ruta por donde pasaría el otro grupo
que llevaría consigo al senador Figueroa”, dice un combatiente en el
libro Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres. Una experiencia guerrillera
en México.
En esa fecha en la guerrilla se iba conformando también el grupo que saldría
después a la ciudad encabezado por Manuel y otros importantes cuadros de la
Brigada. También ahí se acordó negociar únicamente la cuestión económica,
los demás objetivos d habían quedado rebasados por las circunstancias.
IX
Ignacio Zamora Román fue detenido el 17 de agosto de 1974 por soldados del
19 Batallón de Infantería que lo bajaron de un camión Flecha Roja en el retén
de El Súchil municipio de Tecpan Galeana, una persona lo señaló como
miembro de la guerrilla y fue llevado por personal militar al cuartel de Atoyac
que funcionaba como un campo de concentración y tortura.
El Ejército logró construir una red de soplones reclutados a veces con engaños
y amenazas de entre los jóvenes desempleados, a los cuales el gobierno les
prometió empleos en actividades culturales y deportivas. Después de ser
enganchados los sacaba de las comunidades y los integraba a la tropa para al
finalmente regresarlos clandestinamente al interior de sus pueblos de origen
como orejas y madrinas. Aunque también hubo soplones que únicamente lo
hicieron para recibir una palmadita en el hombro de algún oficial. Creían que
estar bien con los soldados era estar bien con “el gobierno”.
Montañas de la sierra de Atoyac. Foto: Carlos Téllez