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Del juego como tratamiento posible de las

psicosis
13/01/2014- Por Bárbara Wright - Realizar Consulta
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Lacan nos planteó no retroceder ante las psicosis, y desde hace más de medio siglo se han venido
implementando para su tratamiento diversos dispositivos y estrategias clínicas en el ámbito del
psicoanálisis, correlativos a otros tantos desarrollos conceptuales. A partir de una experiencia de
taller en un hospital de salud mental, este trabajo interroga si el juego puede considerarse un
tratamiento posible en las psicosis llamadas crónicas y, en ese caso, cuáles son algunas de las vías
de su eficacia y de los motivos por los cuales produciría sus efectos.
  
 
 
  Lacan nos planteó no retroceder ante las psicosis, y desde hace más de medio siglo
se han venido implementando para su tratamiento diversos dispositivos y estrategias
clínicas en el ámbito del psicoanálisis, correlativos a otros tantos desarrollos
conceptuales.
  Lacan estableció como fundamento de las psicosis la ausencia del significante de la
Ley, con lo cual el sujeto psicótico encarna el capricho sin ley del deseo materno. Falta
la instancia que normalice ese deseo, cuya consecuencia es un sujeto fuera de
discurso. El sujeto está desabonado del inconsciente, de ese mito edípico que es la Ley
que hace obedecer el goce a la castración. El goce del Otro es posible, y él se encarga
de hacer existir al Otro aportándole el objeto para el goce: entrega su cuerpo —
recordando que no hay estrictamente un cuerpo ahí— para hacer consistir al Otro. La
instalación de la función estabilizadora del delirio mitiga este horror, pero no conlleva
una menor certeza de ese saber. La relación del sujeto psicótico con el lenguaje es la
de un rechazo del inconsciente, pero es este rechazo mismo el que sitúa la estructura
del sujeto (sujeto de goce).
  De Freud en adelante, y a partir de la evidencia clínica, se admite que el sujeto
psicótico trata de crearse una nueva ley, un nuevo ordenamiento del universo, que él
tendría la misión de sostener, colocándose en la posición de ser su garante.
  De la particular relación del sujeto psicótico al campo del Otro, se sigue que las
posiciones ofertadas al analista tendrán la marca de esa particularidad, condicionando
la estructura de la transferencia.
  Abordaré aquí algunos interrogantes que articulan nuestra práctica con las
conceptualizaciones sobre el campo de las psicosis y su tratamiento. Me interesa, en
especial, pensar si el juego puede considerarse un tratamiento posible en las psicosis
llamadas crónicas y, en ese caso, cuáles son algunas de las vías de su eficacia y de los
motivos por los cuales produciría sus efectos.
 
 
La transferencia en la psicosis
 
  Élida E. Fernández nos posiciona en un modo de pensar la clínica de la psicosis: “Hay
transferencia en las psicosis” (1). Gabriel Belucci retoma esta idea: “No sólo afirma
Lacan la existencia de una transferencia en las psicosis, sino que todo lo desplegado
sobre la Cuestión preliminar sirve precisamente para dar cuenta de su estructura y
pensar allí la posición del analista” (2).
  Debemos señalar la importancia de la formulación lacaniana del mecanismo de la
forclusión del Nombre-del-Padre para la psicosis, y, en cuanto a su estudio de la
transferencia, el concepto del Sujeto supuesto Saber. Pero el problema le retorna a
Lacan en el mismo punto que a Freud: el de la transferencia. ¿De qué transferencia
hablamos cuando el par analizante-Sujeto supuesto Saber no se establece como tal? El
saber, en la psicosis, está en principio en el Otro, que tiende a totalizarlo, y a su vez
ese saber no es transferible, más que bajo una modalidad problemática, que podría
volver al analista persecutorio. El punto que intentamos pensar es cómo operar para
que se produzca un saber que no sea pura repetición de esta estructura, que más bien
descomplete al Otro, y en cuya producción el analista esté implicado. Es decir que el
analista queda desprovisto de los resortes que Lacan formula como Sujeto supuesto
Saber (SsS) y semblante del objeto. Como sostiene Vegh: “El analista no sostiene ni le
es atribuido el lugar del Sujeto supuesto Saber” (3).
  ¿Desde qué lugar operar, entonces? La solución de servirse de la vertiente
erotomaníaca de la transferencia psicótica y de evitar la persecutoria no deja de
presentar una cierta precariedad. La experiencia clínica, atestiguada en una extensa
bibliografía, obliga a reformular la objeción de Freud, pero además nos lleva a
reconocer que la transferencia en la psicosis excede la idea de la erotomanía o la
persecución.
  La transferencia y el lugar del analista en la psicosis, es un tema interesante y
desafiante para la práctica analítica. Retomo a Belucci: “¿Cuál podría ser la injerencia
del deseo del analista en un campo en el que no rige la Ley del Padre y no ha tenido
lugar la extracción del objeto a como un real operable?” (4). Se trata de pensar cuál es
la modulación específica del deseo del analista en el campo de las psicosis, donde no
ha tenido lugar la extracción del objeto a. El autor citado responde de algún modo esta
pregunta enfatizando la importancia de la posición de apertura y de ignorancia que el
analista asume, suspendiendo cualquier saber sobre la singularidad del sujeto, sus
posibles soportes y lo que los pone en jaque. Por otra parte, deseo del analista y
transferencia se articulan estrechamente, siendo la transferencia lo que viene a
responder al deseo del analista.
  Si el fundamento de la psicosis es la ausencia del Nombre-del-Padre, eso tiene una
serie de efectos, que Lacan formalizó en el Esquema I, que es a su vez una
transformación del esquema R. El Esquema R da cuenta de cómo se estructuran el lazo
del sujeto al Otro, el fantasma y el campo de la realidad toda vez que el Nombre-del-
Padre ha ocupado su lugar en el Otro. El Esquema I intenta responder qué
consecuencias tiene la forclusión de este significante.
  Es preciso en este punto hacer referencia al Esquema R. Hay, en De una cuestión
preliminar..., una nota al pie que permite releer todo el esquema, agregada en el
momento de la publicación de los Escritos, en 1966. En esa nota, Lacan afirma que la
condición de posibilidad de que se constituya el campo de la realidad es la extracción
de un elemento que quede como externo a este campo y, en tanto imposible a ese
campo, lo sostenga. En este lugar ubica el objeto a. La extracción del objeto a, o sea,
de un real a ese campo de la realidad, es lo que hace que ese campo de la realidad se
sostenga. Esto permite pensar claramente, por un lado, la diferencia entre real y
realidad, y por otro lado su articulación. Porque la condición de que haya un campo de
la realidad es que un real quede excluido.
  En las psicosis, esa extracción de un real Lacan propone que no se produce,
quedando el sujeto mismo como un puro objeto del goce del Otro. Esa operación de
extracción, en el caso de la neurosis está garantizada por el Nombre-del-Padre. En las
psicosis, por el contrario, la posibilidad de una extracción de goce no está garantizada,
pero Schreber deja planteado que puede producirse y abre la pregunta sobre los
modos en que ello sería posible.
  Retomemos la cuestión del Otro y su incidencia en la transferencia. Si bien, entonces,
es posible situar Otro (M, en el Esquema I) que encarna un goce no regulado por la
Ley del Padre, lo interesante es el hallazgo de otras dimensiones: “Lo que Lacan
destaca […] es que M, como lugar de otro materno no afectado por la Ley del Padre,
no es la única instancia del otro que podemos encontrar en las psicosis, sino que hay al
menos otras dos […]. Hay, en primer lugar, una instancia del otro que se constituye
como destinatario del testimonio mismo, y que es por eso distinta del Otro que podría
gozarlo […]. Al dar su testimonio, Schreber instaura esa instancia del otro. En segundo
lugar, la conservación parcial del lazo con su mujer da cuenta de otro que tiene para el
estatuto de un semejante, con todas las consecuencias que esto encierra” (5).
  Si bien estas dimensiones del semejante (la línea del «Ama a su mujer» en el
esquema) y del destinatario (la línea del «Se dirige a nosotros») fueron deslindadas
por Lacan en su lectura del caso Schreber, múltiples desarrollos posteriores reconocen
su existencia en las psicosis, y por ende su incidencia transferencial.
  El tratamiento y, más específicamente, el lugar del analista en la psicosis, generó un
debate que hasta la actualidad se sigue presentando, con las distintas posiciones y
argumentos para abordarlo.
  El lugar del destinatario ha sido, por supuesto, uno de los puntos sobre los que más
se ha insistido: “Diferentes autores abonaron la idea de que [...] habría un margen
para la instauración de un lugar distinto a aquél que convoca la transferencia
persecutoria o erotómana. Piera Aulagnier, por caso, delimita lo que llama «lugar del
escuchante». Aun reconociendo como riesgo la transferencia persecutoria o
erotómana, por cuanto traduciría para ella el fracaso de la separación entre el psicótico
y su Otro, esta autora plantea que el analista puede darse la chance de no recaer en
alguno de aquellos lugares si apuesta a aflojar la palabra del paciente, palabra que el
sabe que esta prometida al fracaso. El analista, entonces, sostendría este verdadero
artificio de hacer llegar la palabra socavada en su mismo fundamento y podría así
erguirse una instancia de alteridad distinta de aquella que Lacan escribe como M, y
más amable” (6).
  La referencia al “testigo” es, seguramente, el que más habitualmente se menciona.
Por otra parte, “la figura de «secretario del alienado», invocada también con
frecuencia, agrega una operación de escritura que en ocasiones los propios psicóticos
requieren, pero que otras veces realizan por su cuenta. [...] Tanto estas figuras de
«testigo» y «secretario de alienado» como la de «escuchante» se inscriben, a nuestro
entender, en el eje del «se dirige a nosotros» en el esquema I” (7).
  La lectura de Lacan, pero sobre todo nuestra práctica, nos conducen a pensar no sólo
una distinción entre estas dos vertientes —destinatario y semejante— sino también
qué lugar hay para el analista cuando el sujeto psicótico no se nos presenta brindando
ningún testimonio. Se afirma aquí la importancia de la relación a un semejante, que a
partir de los desarrollos de las últimas décadas podemos pensar en la vertiente de
la philía (amistad).
  Belucci señala la relevancia de los trabajos de Élida Fernández, ya que dan cuenta de
que muchos psicóticos van a instituir en la transferencia algún imaginario que los
pueda sostener, y que sostenga también cierta circulación en el eje del yo al
semejante. Esta idea aristotélica de la amistad ya estaba presente en Lacan, aunque
fue Élida Fernández quien la recuperó como uno de los pivotes para pensar la
transferencia psicótica.
  Entonces aquí estamos ante la presencia de otro modo para pensar la transferencia,
en el que está en juego un otro más amable, y no por ser destinatario de un
testimonio de padecimiento, sino por “prestarse a un intercambio verbal que no es
desacertado denominar «charla»” (8). La palabra no funciona en calidad de testimonio,
sino como verificación de la presencia del otro. Se trata, en este punto, de un otro
vaciado de goce, pero que no se presenta como destinatario de ningún testimonio, sino
como alguien con quien se puede sostener un intercambio mediatizado no pocas veces
por algún hacer.
  Ese hacer, en el que suele tomar parte algún objeto (material o no) produce no pocas
veces la extracción de una parte del goce, equivale en acto a la extracción del
objeto a, que va de la mano con la restitución de cierta circulación social, supliendo de
esta forma la falta de una auténtica escena del mundo.
  En cuanto a la posibilidad de producir un influjo de lo simbólico sobre lo real, la
cuestión es de qué modo, y por otra parte lo simbólico no siempre desempeña el
mismo papel. En los dispositivos articulados a un hacer, por ejemplo el juego, un modo
de introducir cierta eficacia simbólica lo establece la regla.
  Otro modo de pensar la posición del analista en el campo de la transferencia sería
como quien acompaña al sujeto psicótico en la producción de alguna suplencia: “Si la
examinamos en sus usos, la idea de suplencia presupone el fracaso de determinadas
instancias y operaciones, y, en la base de todas ellas, el fracaso de la Ley del Padre. Lo
presupone, sostengo, porque implica tanto una respuesta a esa carencia y alguna
especie de restitución —recuperando el termino freudiano— como la idea de que esa
respuesta nunca podría equipararse a aquello que falta: el término «suplencia»
connota de algún modo que los resultados alcanzados mediante alguna operación de
esa índole no cuentan con ninguna garantía. [...] Dicho en otros términos, toda
suplencia es, de algún modo, en acto, mientras que las instancias y operaciones que
suple, se ubican en el nivel de la estructura” (9).
  Habría que diferenciar, en este punto, entre restitución y estabilización. Considerando
la forclusión del Nombre-del-Padre y la disolución de los campos simbólico e imaginario
que sigue el desencadenamiento, las alucinaciones y las ideas delirantes vienen a
ocupar aquí el lugar de restitución del Otro. La posibilidad de una estabilización,
supone, con respecto a ese movimiento restitutivo, un agregado: “Lo que llamamos
estabilización presupone el «intento de restitución» pero comprende, con respecto al
mismo, un plus. Definiremos ese plus por las operaciones que involucra (suplencia del
operador paterno, suplencia del semejante y la «escena del mundo», suplencia de la
extracción del objeto a, además de la producción de una posición enunciativa que le
devuelve cierto ejercicio de la palabra), pero también por sus efectos: ellos suponen la
introducción de un ordenamiento que posibilita un vinculo tolerable con los semejantes
y una cierta circulación de la realidad, en el lugar de un lazo social (discursivo) que las
condiciones de la estructura no habilitan. Estas suplencias, que son clínicamente
constatables y cuyos efectos suelen prolongarse, por cierto lapso, no están sin
embargo garantizadas —ya que el único garante es el Padre— y están sujetas, en
consecuencia, a diversos accidentes que pueden ponerlas en jaque (10)”.
 
 
Lo interesante del juego. La ley y la escena
 
  Establecido el lugar del analista en la psicosis, es preciso pensar, más
específicamente, el dispositivo del taller. Encontramos en ellos la posibilidad de que se
produzca la extracción de un real que acote y regule el goce del Otro, al hacer hincapié
en un producto enmarcado en un hacer con otros, y sujeto a una regla: “La posibilidad
de la extracción de un real, cuando se da, viene dada por esa característica de
producto separable que tiene el objeto. [...] Por otra parte, el campo del arte y la
producción habilita que alguna dimensión del lazo social abolido se restituya, al
permitir que los objetos allí producidos circulen, entren en diversos circuitos de
intercambio (11)”.
  Desarrollo mi práctica en el Hospital “José T. Borda”, en la desafiante y ardua tarea
que nos propone el encuentro con las psicosis. Hemos implementado allí un taller de
juego, en el que nos servimos fundamentalmente de juegos reglados como eje del
trabajo. De la puesta en acto de este dispositivo he podido extraer algunas
formulaciones que me interesa presentar.
  El juego, enmarcado en el dispositivo de taller, se soporta en un objeto (bingo,
cartas, dominó, generala) que funciona no pocas veces como elemento tercero,
operando una cierta extracción de goce del Otro y favoreciendo, como señalé
previamente, la institución de un otro “más amable”. Pero hay en todos los casos algo
que está presente y que hace interesante este recurso: estos juegos tienen, por
definición, sus propias reglas, su propia ley, y un marco que funciona al modo de una
escena.
  Lacan señala, al comienzo de su enseñanza, que las relaciones de agresividad
imaginarias encuentran un límite y un ordenamiento en la regla del juego simbólica,
que implica la dimensión del pacto y de la Ley. Esa Ley, si bien se verifica a posteriori,
Lacan sostiene que está en juego desde el origen: “Su punto de partida es mítico,
puesto que imaginario. Pero sus prolongaciones nos introducen en el plano simbólico.
Ustedes conocen esas prolongaciones; son las que permiten que se hable de amo y
esclavo. [...] Existe desde el comienzo entre el amo y el esclavo, una regla de juego.
[...] La relación intersubjetiva que se desarrolla en lo imaginario, está implicada
implícitamente, al mismo tiempo, en tanto estructura de acción humana, en una regla
de juego” (12).
  Esta regla de juego, como es sabido, en las psicosis no opera a nivel de la estructura,
o la estructura no la garantiza, ya que, como hemos mencionado anteriormente, el
sujeto tiene, a priori, una relación de exclusión en relación al campo de la Ley.
Ello tiene consecuencias a nivel de la relación que el sujeto psicótico tiene con el
campo de la realidad: “La realidad [...] es [...] un montaje simbólico-imaginario. [...]
Está delimitada, esto es, tiene límites definidos, como efecto de la eficacia de la Ley,
de modo que para aquellos sujetos que cuentan con la eficacia de la Ley paterna la
realidad no lo abarca todo, y es diferenciable de un espacio propiamente psíquico”
(13).
  En la psicosis, entonces, no operó desde el origen la eficacia de esa Ley, con lo cual
los límites no se encuentran claramente definidos, y tampoco la realidad como un
espacio diferenciable de lo íntimo. La realidad, por otra parte, no se encuentra
enmarcada en una escena, como en la neurosis.
  ¿Qué relación podemos pensar entre escena y juego? Conviene retomar aquí a Freud:
“Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino... la realidad efectiva. El niño diferencia
muy bien de la realidad su mundo del juego, a pesar de toda su investidura afectiva; y
tiende a apuntalar sus objetos y situaciones imaginados en cosas palpables y visibles
del mundo real. Sólo ese apuntalamiento es el que diferencia aún su «jugar» del
«fantasear»” (14) Más adelante agrega: “El adulto deja, pues, de jugar;
aparentemente renuncia a la ganancia de placer que extraía del juego. Pero quien
conozca la vida anímica del hombre sabe que no hay cosa más difícil para él que la
renuncia a un placer que conoció. En verdad, no podemos renunciar a nada; sólo
permutamos una cosa por otra; lo que parece ser una renuncia es en realidad una
formación de sustituto o subrogado. Así, el adulto, cuando cesa de jugar, sólo resigna
el apuntalamiento en objetos reales; en vez de jugar, ahora fantasea” (15).
  El juego tiene por lo tanto, en la neurosis, una función constitutiva del fantasma, que
sostiene a su vez la realidad. Como recuerda Belucci: “Sólo la estructura del fantasma
que se proyecta en el campo de la realidad, permite que haya una «escena del
mundo» y que el sujeto que la habite en tanto «agente»” (16).
  En las psicosis, precisamente, no hay constitución de ese fantasma que habilite una
escena del mundo. Podemos apostar, entonces, a introducir las coordenadas
necesarias para la constitución de una escena que aloje al sujeto, apuntando siempre a
reducir algo del goce y posibilitar una existencia más llevadera.
  El juego enmarcado en el dispositivo de taller nos convoca a pensar la posibilidad de
un tratamiento. El juego reglado introduce una posibilidad de poner en acto ciertos
límites, que de algún modo vienen al lugar de la ineficacia de la Ley. Si bien no
podemos hablar de cura, sí podemos apostar a cierto restablecimiento del lazo social,
en el lugar del discurso y la escena que no hay. Estas relaciones se desarrollan, como
indica Lacan, en el registro de lo imaginario, mediado en este caso por el juego y su
regla, y se sostienen además en la dimensión de un objeto tercero.
  Con respecto a la regla, son pensables dos modos de incidencia dentro de la
modalidad propia del dispositivo. Por un lado el marco mismo del dispositivo, es decir,
el taller con sus propias normas, horarios, días, organización e instancias particulares;
por otro lado, la regla que cada juego propone en su propio funcionamiento.
  La regla permite, también, cuando se trata de juegos que involucran la contingencia
—bajo la figura del azar— cierto saber-hacer con esa contingencia, ante la cual el
sujeto psicótico no pocas veces sucumbe, ausente la respuesta fantasmática. En otros
casos —como en el truco—, se hará posible evocar a un Otro al que es posible
engañar, y por lo tanto sustraérsele y localizar en él una falta.
  En cuanto a la posibilidad de suplir la escena y el lazo social que no se han
establecido a nivel de la estructura, agregaré que el juego en este marco del
dispositivo de taller convocaría también una ficción. El grupo como tal sería una ficción,
aun más evidentemente en el caso de la psicosis, y constituiría la ficción principal,
aquélla que se monta para ofrecer, no sólo una herramienta, sino el dispositivo mismo
de trabajo.
  Considero, entonces, que el dispositivo de los talleres podría ofrecer un lugar y
también un tiempo, es decir, las coordenadas necesarias para la constitución de la
escena donde un posible sujeto se aloje. Si hay escena, hay otro a quien llamar, a
quien interrogar y hay un Otro que lo nombra, que lo cuenta.
  Agregaré que el dispositivo del taller, al ser grupal, colectivo, favorece la delimitación
de lo público (el intercambio con los otros) en su diferencia con lo íntimo. Como señala
Belucci: “Se empiezan a delimitar no sólo distintos espacios, sino un espacio que tiene
que ver con cierta dimensión de lo público, donde hay otros y se trabaja en un
colectivo, versus algo de lo intimo. [...] No hay intimidad, estrictamente hablando, y
hay que producirla” (17).
  La particularidad del dispositivo introduciría así la posibilidad de crear una escena
compartida en el desarrollo mismo de la actividad realizada, y habría asimismo una
escena propia en cada juego particular, donde lo que define al espacio ficcional es la
regla. Es decir, podemos trabajar en un mismo espacio compartido, a saber el taller,
desempeñando dos juegos distintos paralelamente. Jugar truco con algunos pacientes
que disponen de mayores recursos simbólicos, y también jugar al dominó con los
pacientes que no juegan con cartas.     
  Por otra parte, el encuadre del taller lúdico que proponemos incluye la posibilidad de
recibir un premio. Podemos articular esta cuestión con la conceptualización lacaniana
del don. Es conocida en su enseñanza la definición del amor como don simbólico: amar
es dar lo que no se tiene.
  Lacan ubicará a la madre como encarnación primera del Otro simbólico, articulando la
noción freudiana de desamparo al concepto de demanda. El agente simbólico es aquél
que puede responder, o no, al “llamado”. Al responder, la necesidad es transformada
en demanda, introduciendo en aquélla la discontinuidad del significante y la pérdida de
especificidad del objeto. Es justamente el par presencia-ausencia del Otro simbólico lo
que constituye al agente de la frustración en cuanto tal (es importante precisar que lo
relevante no es la presencia-ausencia del objeto sino la presencia-ausencia del Otro
simbólico).
  El objeto de amor no es un objeto total sino el objeto primordial que como agente
simbólico muta a agente real constituyéndose en un poder en lo real que brinda
objetos que son dones de esa potencia. Esto implica, no obstante, un Otro que aún
responde según su capricho (la característica propia del don es su posibilidad de ser
revocado, anulado). El fondo querellante de la demanda de amor se establece sobre el
fondo de esta legalidad. A partir de la frustración de amor, en algún momento, el Otro
aparece herido en su potencia, tanto sea por su imposibilidad estructural de responder
a la demanda, tanto sea por el vaivén de la presencia-ausencia. La falta del Otro se
sitúa más allá de la demanda, y abre la dimensión del deseo. La relación que hay
entonces entre amor y deseo es la que se plantea entre la demanda y el más allá de
ésta. El amor metaforiza y el deseo es metonimia. El deseo resalta la nada en juego en
el don. El amor, en cambio, resalta el signo.
  En la psicosis, por el fracaso de la función fálica, no se constituye este Otro herido en
su potencia que posibilita la falta para dar camino al circuito del deseo en el sujeto,
donde ubicar esta posibilidad de intercambio de tener y de dar que reconduce a la
dialéctica del don.
  En el taller, al recibir un premio y brindarlo a su compañero, podríamos pensar que
ese movimiento viene al lugar de la dialéctica del don ausente. La finalidad no es la de
participar por el premio, si bien eso en un inicio tuvo cierto peso. Con el paso del
tiempo, el premio devino un elemento más del dispositivo, y en muchas ocasiones los
pacientes comparten sus premios con los compañeros. Se instaura un intercambio a
partir de un objeto que circula en tanto es cedido, y que evoca la posibilidad de una
pérdida de consistencia del Otro. Se introduce también, en este punto, un elemento
que facilita el restablecimiento del vínculo abolido.
 
 
Para concluir
 
  He intentado esclarecer el lugar del juego para el tratamiento en la psicosis que, de
resultar efectivo, posibilitaría el armado de cierto marco y de cierta circulación en
relación con los semejantes, con el consiguiente acotamiento del goce, sostenido en la
dimensión de la regla.
  En las psicosis hay la transferencia, con otras modalidades que en la neurosis. La
posición de la transferencia merece ser interrogada. Esa interrogación no debe cerrarse
en discursos amos, ni universitarios. Se trata de sostener una práctica no-toda.
  Advertimos que la recomendación de Lacan de acudir a la cita con la psicosis supone
una dimensión ética que define su propósito: la que otorga o excluye el lugar para la
existencia. De ella depende que el sujeto emerja de un modo o de otro. Lo que se
intenta es que los locos salgan de ese lugar imposible y se puedan crear una ruta hacia
ese lugar donde no se espere ya lo que nunca se tuvo, y entonces se inventen
caminos. Lo demás es la aventura, lo desconocido, lo imprevisible.
  Por nuestra parte, proponemos la extracción en acto de un objeto que posibilite la
reducción de goce de ese Otro que se presenta a la estructura psicótica como
totalizando el saber. Por otro lado, la articulación con la ley, presente tanto en el taller
como en la lógica misma del juego, que propicia un encuentro diferente con la
contingencia, y con la posibilidad de crear un Otro menos consistente. Esto va de la
mano de nuestra intervención. El acto nos prepara el camino a la palabra.
  El psicoanálisis, en fin, ha trastornado no solamente la definición de las entidades
clínicas, sino también de lo normal y de lo patológico. Salido de una crítica de
unas teorías deficitarias de la psicosis, el psicoanálisis no ha cesado de afirmar una
concepción más dignificada de la locura, una restitución de la misma al campo del
sujeto. Así, es sobre un movimiento de acercamiento, inverso al movimiento inicial de
distinción, de lo normal y de lo patológico que se termina ese recorrido lacaniano sobre
la psicosis cuyo alcance excede el campo de la psicopatología, pudiendo ser
psicoanalítica.
  Dejamos entonces delimitadas ciertas coordenadas que a nuestro criterio podrían ser
favorables en el tratamiento de la psicosis. Consideramos, igualmente, la tarea
compleja que propone esta estructura, e intentamos articular una lógica a la
constatación clínica, impulso inicial de este trabajo. Hay de nuestro lado un saber
hacer que busca realizarse y expresarse en la articulación clínica, en el trabajo con el
paciente y en la búsqueda no acabada de alternativas para acompañar, en las psicosis,
el trabajo del sujeto.
 
 
Bárbara Wright es Licenciada en Psicología, docente de las Prácticas
Profesionales Supervisadas (UCES) y coordinadora de un taller de juego
en el HIP «José T. Borda», Ciudad de Buenos Aires. 

 
Notas
 
(1) Cf. FERNÁNDEZ, E., Diagnosticar las psicosis, Letra Viva, Buenos Aires, 2011, p. 201.
(2) Cf. BELUCCI, G., Psicosis: de la estructura al tratamiento, Letra Viva, Buenos Aires, 2009, p.
132.
(3) Cf. VEGH, I. (Coord),  Una cita con la psicosis, Homo Sapiens, Rosario, 2007, p. 46.
(4) Cf. BELUCCI, G., Psicosis: de la estructura al tratamiento, Letra Viva, Buenos Aires, 2009, p.
144.
(5) Op. cit., pp. 131-132.
(6) Op. cit., p. 149.
(7) Op. cit., p. 150.
(8) Op. cit., p. 153.
(9) Op. cit., p. 151.
(10) Op cit., p. 173.
(11) Op. cit., pp. 194 y 196.
(12) Cf. LACAN, J., El Seminario, Libro 1. Los escritos técnicos de Freud, Paidós, Buenos Aires,
2001, p. 326.
(13) Cf. BELUCCI, G., Psicosis: de la estructura al tratamiento, Letra Viva, Buenos Aires, 2009,
pp. 110-111.
(14) Cf. FREUD, S., “El creador literario y el fantaseo”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos
Aires, 2010, vol. IX, pp. 127-128.
(15) Op. cit., p. 128.
(16) Cf. BELUCCI, G., Psicosis: de la estructura al tratamiento, Letra Viva, Buenos Aires, 2009, p.
116.
(17) Op. cit., pp. 204-205.
 
 
Bibliografía
 
BELUCCI, G., Psicosis: de la estructura al tratamiento, Letra Viva, Buenos Aires, 2009.
FERNÁNDEZ, E., Diagnosticar las psicosis, Letra Viva, Buenos Aires, 2011.
FREUD, S., “El creador literario y el fantaseo”. En: Obras Completas, Amorrortu,
Buenos Aires, 2010, vol. IX.
LACAN, J., El Seminario, Libro 1. Los escritos técnicos de Freud, Paidós, Buenos Aires,
2001.
VEGH, I. (Coord),  Una cita con la psicosis, Homo Sapiens, Rosario, 2007.

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