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El Derecho Internacional Desde Abajo. El Desarrollo, Los Movimientos Sociales y La Resistencia en El Tercer Mundo
El Derecho Internacional Desde Abajo. El Desarrollo, Los Movimientos Sociales y La Resistencia en El Tercer Mundo
DESDE ABAJO
EL DESARROLLO,
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Y LA RESISTENCIA DEL TERCER MUNDO
BALAKRISHNAN RAJAGOPAL
EL DERECHO INTERNACIONAL
DESDE ABAJO
EL DESARROLLO,
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Y LA RESISTENCIA DEL TERCER MUNDO
BALAKRISHNAN RAJAGOPAL
ISBN: 958-9262-55-4
© ILSA
PRÓLOGO .............................................................................................. 9
César A. Rodríguez Garavito
ABREVIATURAS ................................................................................... 17
INTRODUCCIÓN .................................................................................. 25
PRIMERA PARTE
EL DERECHO INTERNACIONAL, EL DESARROLLO
Y LA RESISTENCIA DEL TERCER MUNDO
CAPÍTULO 1
Incorporando la resistencia del Tercer Mundo
al derecho internacional .......................................................................... 33
CAPÍTULO 2
El encuentro entre el derecho internacional y el desarrollo ..................... 49
SEGUNDA PARTE
EL DERECHO INTERNACIONAL, LA RESISTENCIA DEL TERCER
MUNDO Y LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL DESARROLLO:
LA INVENCIÓN DEL APARATO
CAPÍTULO 3
Preparando el terreno: el sistema de Mandato ...................................... 77
CAPÍTULO 4
¿Radicalizando las instituciones o institucionalizando el radicalismo?
El debate entre la Unctad y el NOEI ...................................................... 101
1 La bibliografía sobre el tema es muy vasta y variada. Para algunas propuestas sobre formas
globales de gobierno cosmopolita, véanse Falk (1998) y Santos (1998). Algunas propuestas de
autorregulación centralizada o gobernanza son Fung, Sabel y O’Rourke (2001) y Ayres y
Braithwaite (1992). Para una defensa de una coordinación internacional basada en el libre
mercado, véase Bhagwati (2004).
de las discusiones sobre los grandes temas globales, desde la protección del
medio ambiente y los estándares laborales internacionales hasta la migra-
ción, el comercio internacional y los derechos humanos.
El interrogante sobre qué tipo de globalización y qué tipo de derecho
internacional queremos se ha hecho aún más urgente en los últimos años.
Como el propio Rajagopal lo anota en otro trabajo, la doctrina del “unilate-
ralismo preventivo” adoptada por Estados Unidos con la invasión a Irak en
febrero de 2003 abroga los postulados elementales del derecho internacio-
nal, construidos por la comunidad de naciones con base en las lecciones
sobre las virtudes del multilateralismo dejadas por las dos guerras mun-
diales (Rajagopal 2004). Los excesos de esta doctrina y el peligro que signi-
fican para el derecho internacional han quedado registrados en las imágenes
de tortura de Abu Ghraib y en las historias de los prisioneros sin nombre
de Guantánamo, como testimonios de los efectos nefastos de la derogación
unilateral de las Convenciones de Ginebra. En este contexto, es particular-
mente oportuna la propuesta desarrollada por Rajagopal a lo largo de las
próximas páginas, en el sentido de construir una nueva historia y un nuevo
futuro del derecho internacional que refleje no la voluntad del más fuerte
sino la voz del “Tercer Mundo” –o, como prefiero llamarlo, del Sur global–
y de la comunidad mundial en general.
Además de la pertinencia práctica y la innovación teórica del trabajo de
Rajagopal, el aporte invaluable de este libro se encuentra en su radical
cambio de perspectiva sobre el derecho y las relaciones internacionales.
En contra de la visión del derecho internacional “desde arriba” –narrada
desde el punto de vista de las élites políticas y económicas y centrada en el
Estado como único actor legítimo en las relaciones internacionales–, el
jurista indio propone una perspectiva “desde abajo”, esto es, una mirada a
la construcción y transformación del derecho desde el punto de vista de los
actores políticos subalternos. Estos actores incluyen una amplia variedad
de movimientos sociales del Sur que, a pesar de ser decisivos en la defini-
ción de los contenidos del derecho internacional, no tienen cabida en los
manuales de enseñanza convencionales de esta disciplina, que generalmente
se limitan a la exégesis de los textos de los tratados y las reglas resultantes
de la costumbre internacional.
Los movimientos sociales están igualmente ausentes de la mayor par-
te de la bibliografía reciente sobre la globalización y el derecho, que tiende
a ver la globalización “desde arriba”, esto es, como un proceso de transplante
de modelos económicos y jurídicos del Norte al Sur globales. De allí que
dichos estudios se ocupen principalmente de la globalización de campos
jurídicos que involucran a los actores dominantes más visibles –cuya visi-
bilidad es así aumentada–, como los Estados y las empresas transnacionales.
El resultado de esta tendencia es una amplia gama de trabajos sobre temas
CLAVES DE LECTURA
Además del cambio de perspectiva anotado, el mérito del trabajo de
Rajagopal radica en la combinación creativa de diferentes hilos de la teoría
social y jurídica contemporánea, que son entretejidos con habilidad en las
próximas páginas para formar un híbrido novedoso y sugestivo. En esta
sección, siguiendo el formato de los volúmenes de la colección En Clave de
Sur, me limito a esbozar alguno de estos hilos teóricos, que el lector o la
lectora puede seguir con provecho a lo largo del libro.
Al menos cuatro líneas analíticas son discernibles en el texto de
Rajagopal. En primer lugar, el libro adopta y desarrolla el aporte funda-
mental de los estudios poscoloniales a la teoría jurídica. Siguiendo la críti-
ca de Edward Said a la visión colonial del “Otro” por parte de Occidente,
Rajagopal escudriña los sesgos del discurso del derecho internacional y
muestra de manera convincente la forma en que éste se encuentra aún
atrapado en la mentalidad colonial que le dio origen y que establece una
jerarquía política e intelectual entre un “Primer Mundo” civilizado y un
“Tercer Mundo” por civilizar. Este giro teórico permite apreciar el sesgo
occidentalista y modernizador de los derechos humanos, el desarrollo eco-
nómico y otros discursos constitutivos del derecho internacional, así como
la inadecuación de todos ellos para responder al desafío de los movimientos
sociales que proponen concepciones alternativas de los derechos humanos,
la economía y la convivencia social.
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Teubner, Gunther (ed.) (1997). Global Law Without a State. Aldershot: Darmouth.
de este libro: Judith Tendler, Bish Sanyal, Diane Davis, Alice Amsden, Karen
Polenske, John DeMonchaux, Larry Susskind, Dara O’Rourke, Martin Rein,
Larry Vale, Noam Chomsky, Susan Silbey, Jean Jackson, Suzanne Berger,
Michael Piore y Evelyn Fox-Keller. Les estoy agradecido a todos por su
generosidad.
También estoy agradecido con los estudiantes y con los profesores que
participaron en el taller “Nuevos movimientos sociales y derecho interna-
cional”, que guié en la Harvard Law School como Senior Fellow en 1997-
1998; con los estudiantes del seminario “Desarrollo económico e instituciones
internacionales” de la Universidad de Oklahoma, donde enseñé en el otoño
de 1998 como profesor visitante; con los estudiantes del seminario de vera-
no en la Facultad de Derecho de la Universidad de Helsinki del año 2000 y
con mis estudiantes del curso “Derecho, movimientos sociales y políticas
públicas” del MIT. El trabajo de este libro ha sido apoyado por varias becas:
la beca Samuel Morse Lane Fellowship, la Senior Fellowship y la Reginal
Lewis Fellowship, todas de la Harvard Law School, y la Soros Justice Senior
Fellowship. Gracias a todos.
Algunos capítulos de este libro han sido previamente publicados, en su
totalidad o en parte, en algunas revistas o libros, a menudo en una forma
sustancialmente distinta. Las publicaciones son:
“International Law and Social Movements: Challenges of Theorizing
Resistance.” Columbia Journal of Transnational Law 42 (2003), 397.
“From Modernization to Democratization: The Political Economy of
The ‘New’ International Law.” In Richard Falk, Lerter Ruiz and R.B.J.
Walker (eds.). Reframing International Law for the Twenty-first Century
(Routledge, 2002).
“From Resistance to Renewal: the Third World, Social Movements and
the Expansion of International Institutions.” Harvard International Law
Journal 41 (2) 529 (Symposium Issue on International Law and Development
World: a Millennial Analysis, Spring 2000).
“International Law and the Development Encounter: Violence and
Resistance at the Margins.” 93rd American Society of International Law
Proceedings (1999), 16.
Dedico este libro a mi esposa, Anu, y a mis hijos, Mekala y Muhil, cuyo
amor y afecto, a pesar de mis obvios defectos, hacen todo mi trabajo mucho
más gratificante. Finalmente, este libro y todo mi trabajo no hubieran sido
posibles sin el amor y el apoyo de mi madre Kalyani, y la fe de mi padre, S.
R. Balakrishnan, que inspiraron en mí el amor por el derecho y la academia.
de la Liga de las Naciones. Al mostrar que los aspectos centrales del dere-
cho internacional moderno no pueden comprenderse sin tomar en cuenta
el impacto del desarrollo y de los movimientos sociales del Tercer Mundo,
este libro desafía las narrativas tradicionales sobre cómo han ocurrido los
cambios legales internacionales y sobre cómo podría comprenderse el lu-
gar del derecho en una praxis social progresista. Sostengo que el derecho
internacional necesita repensarse fundamentalmente, si desea tomarse en
serio las muy distintas formas de resistencia del Tercer Mundo.
En un nivel fundamental, este trabajo es un intento por explorar cómo
el derecho internacional se relaciona con la “base”, cómo el cosmopolita
funcionalista y pragmático se relaciona con la “cultura”, con el Otro, cru-
zando las barreras de la civilización y la racionalidad. El derecho interna-
cional no se ha preocupado tradicionalmente de esa relación, excepto para
reprimir o suprimir su existencia. Sin embargo, parece urgente hoy en día
abandonar esas visiones reduccionistas por parciales, partidistas e ideoló-
gicas. El derecho internacional no es ya una disciplina marginal que apare-
ce ocasionalmente cuando surgen desacuerdos diplomáticos sobre la guerra
y la paz, sino que en la actualidad es un conjunto de reglas, políticas, insti-
tuciones y prácticas que afectan directa e indirectamente la vida diaria de
millones de personas en todo el mundo, en los campos de la economía, el
medio ambiente, las relaciones familiares y la actividad gubernamental.
A pesar de lo anterior, las perspectivas existentes del derecho interna-
cional no parecen preguntarse acerca de la cuestión elemental de para
quién existe el derecho internacional. En vez de eso, las corrientes domi-
nantes, tanto la apologética como la utópica, parecen funcionar dentro de
los paradigmas específicos de la racionalidad y modernidad occidentales,
que predeterminan cuáles son los actores para los que existe el derecho
internacional. Entre ellos se incluyen los actores políticos, como los funcio-
narios del Estado; los actores económicos, como las sociedades mercanti-
les; y los actores culturales, como los individuos atomizados que son los
sujetos de los derechos. Estos enfoques basados en algunos actores del
derecho internacional simplemente privilegian lo que ocurre en ciertos
ámbitos institucionales. Aunque para algunos propósitos puede ser impor-
tante esa forma de aproximación al problema, la mayoría de la gente en el
Tercer Mundo vive e interactúa en espacios no institucionales: en la fami-
lia, en la economía informal y en espacios políticos no partidistas. Esta
dinámica es de gran relevancia a comienzos del siglo XX, debido a la rápida
movilidad de las personas y capitales a través de las fronteras y a las resul-
tantes identidades y valores intercambiables y superpuestos, una dinámica
que a veces se captura parcialmente mediante la palabra “globalización”.
El derecho internacional, tanto en su versión realista estatalista como en
su versión liberal cosmopolita, es insuficiente para proporcionarnos un
marco viable en el que pensar estas cuestiones. Se sugiere que una pers-
pectiva que se apoye en los movimientos sociales puede ayudar a desarro-
llar esa estructura, pero sólo a costa de repensar fundamentalmente el
derecho internacional.
A un segundo nivel, este trabajo investiga cómo se analiza la resisten-
cia del Tercer Mundo dentro del derecho internacional. Las orientaciones
existentes contemplan la resistencia del Tercer Mundo puramente en tér-
minos estatales –por ejemplo, cómo se manifestó a través de la coalición
del Tercer Mundo en las Naciones Unidas en los años sesenta y setenta–.
En mi opinión, no es una forma adecuada ni precisa de analizar los patro-
nes de resistencia del Tercer Mundo al derecho internacional. Los patro-
nes de interacción del Tercer Mundo con el derecho internacional han
cambiado significativamente y no se pueden analizar por más tiempo úni-
camente dentro del paradigma estatal. Y tampoco se pueden analizar esos
patrones únicamente a través del paradigma de los derechos liberales, puesto
que el paradigma de los derechos es también un paradigma estatal y, ade-
más, ignora la vigencia de la relevancia de la acción pública en la relación
del derecho internacional con el Tercer Mundo. El intento de usar una
perspectiva desde los movimientos sociales para analizar la resistencia del
Tercer Mundo al derecho internacional que se hace en este libro es el pri-
mero conocido en ocuparse sistemáticamente de los patrones cambiantes
de la interacción del Tercer Mundo con el derecho internacional.
Tercero, este trabajo pretende controvertir el desarrollo como narrati-
va progresista del Tercer Mundo. Tradicionalmente, el trabajo académico
en derecho internacional, tanto el utópico dominante como las anteriores
orientaciones acerca del Tercer Mundo, vio el desarrollo de manera positi-
va y resplandeciente debido a su supuesto potencial para ayudar al proyec-
to de construcción nacional y a promocionar aspiraciones liberales. En
cambio, yo me acerco al discurso del desarrollo como un conjunto particu-
lar de normas, prácticas e instituciones con respecto a las cuales existe
una pérdida general de fe en el Tercer Mundo, que se revela con la mayor
claridad en la agitación de los movimientos sociales. Ello se debe en gran
parte a la constatación, entre los movimientos sociales y los intelectuales
progresistas, de que no es la falta de desarrollo lo que causa la pobreza,
origina violencia y produce la destrucción de la naturaleza y las formas de
vida; más bien, es el propio proceso de exportación del desarrollo el que las
motiva en primer lugar. Como tal, los movimientos sociales buscan cons-
truir visiones alternativas de la modernidad y el desarrollo que constitu-
yan orientaciones válidas del Tercer Mundo al derecho internacional. Las
“orientaciones” pasadas y las hoy mayoritarias en el Tercer Mundo deben
objetarse por haber hecho invisibles esas prácticas alternativas. En ese
sentido, este libro no se preocupa de los tópicos tradicionales como “el
V arios de los temas que recorren las páginas de este libro pretenden
repensar la resistencia del Tercer Mundo frente al derecho internacio-
nal. De manera preliminar delinearé algunos de ellos. En primer lugar, un
tema inspirado directamente por el trabajo de Edward Said (1978): cuando
el derecho internacional, como categoría cultural, encuentra resistencia,
sólo puede comprenderla y manejarla adoptando ciertas esencias inmuta-
bles sobre la occidentalidad o el Tercer Mundo, y mediante el uso de ciertas
ideas de legitimidad y redención. El resultado se puede ver en las formas
en que el derecho internacional elige ciertas clases de resistencia como
legítimas y otras no, y en el poder que hace que esa elección sea posible,
como se puede observar, por ejemplo, en la invisibilidad de los movimien-
tos medioambientales del Tercer Mundo en el trabajo académico jurídico
progresista sobre el Tercer Mundo, o en la atribución por el Banco Mundial
del éxito de las empresas públicas (de ciudades y pueblos) en China a los
vínculos de parentesco, y no a la racionalidad económica.
En segundo lugar, de la misma manera en que el colonialismo como
sistema sancionaba como legítimas sólo ciertas formas de resistencia
del relativismo cultural fuerte, al igual que muchos de los teóricos de los
movimientos sociales, acogen esa perspectiva al intentar oponer visiones
alternativas de la modernidad frente a aquellas del discurso hegemónico al
que se opone la resistencia. Un segundo enfoque sería tratar la resistencia
y su antítesis como mutuamente constitutivas, superpuestas y en relación
dialéctica, mostrando así que el objeto de la resistencia no es tan imperial
ni tan internamente sólido como parece. Eso es lo que hacen los seguido-
res de Said. Exploro ambas tendencias de resistencia en el Tercer Mundo
dentro del derecho internacional.
El cuarto tema es que la idea de resistencia no es siempre y simple-
mente una reacción contra la hegemonía, sino que en realidad es una mul-
titud compleja de visiones alternativas sobre las relaciones sociales y, por
lo tanto, de la historia de la humanidad. Este tema se basa en dos proposi-
ciones sobre la naturaleza de la resistencia: la primera, el rechazo al muro
absoluto de separación entre la resistencia y las formas de hegemonía.
Otra forma de plantear ese enunciado es que no existe tal cosa como una
dicotomía absoluta entre moderno frente a tradición, primitivo frente a
avanzado, o desarrollado frente a subdesarrollado. La segunda proposición
es que ver las formas de resistencia como diversas actitudes válidas de
concebir el mundo rechaza el dogma de que la resistencia, para ser legíti-
ma, debe trabajar o bien dentro de las teorías existentes sobre la liberación
humana o bien formular un paradigma “universal” completamente nuevo
que sea aplicable en todo tiempo y lugar. Y a pesar de ello, así es como se
produce precisamente el trabajo académico. Un ejemplo sería el intento
forzado de Abdullahi An-Na’im (1990, 17) de hacer encajar el Islam dentro
del marco de los derechos humanos.
2 Véase el Caso Aalands Islands, Official Journal of the League of Nations, Supp. N. 3 (1920), 6
(que establece que cuando un Estado sufre su transformación o su disolución, su estatus legal
es incierto). Para una crítica efectiva y fuerte de este caso y de la doctrina de la autodetermina-
ción, véase Berman (1998). Véase también Rajagopal (1992, 66-74).
Burchell y Miller 1991). Esta noción nos ayuda a comprender mejor la na-
turaleza de los ejercicios concretos de poder en los que debe concentrarse
una teoría de la resistencia. Tal y como la define este autor, la guberna-
mentalidad significa:
1. El conjunto formado por instituciones, procedimientos, análisis y re-
flexiones, cálculos y tácticas, que permiten el ejercicio de esa forma de
poder tan específica y al mismo tiempo tan compleja que tiene como
objeto la población, su principal forma de conocimiento en la economía
política y su principal medio en los aparatos de seguridad.
2. La tendencia que, por un largo período y en todo Occidente, ha llevado
al predominio de esta forma de poder –que podemos llamar poder de
gobierno– sobre cualquier otra –incluyendo la soberanía, la disciplina,
etc.–. Esta tendencia ha resultado, por un lado, en la formación de una
serie completa de aparatos gubernamentales específicos y, por otro, en
el desarrollo de un conjunto de savoirs*.
3. El proceso, o más bien el resultado del proceso, a través del cual el
Estado de justicia de la Edad Media se transforma en el Estado admi-
nistrativo durante los siglos XV y XVI, siendo gradualmente “guberna-
mentalizado” (Foucault 1991, 102-3).
La naturaleza del ejercicio del poder en el Tercer Mundo deja claro que
es un error considerar el poder que proviene del Estado como la principal
forma de poder. De hecho, el poder más efectivo se ha concentrado en
aparatos de gobierno que están tanto por encima como por debajo del Esta-
do, y también en actores privados, tanto domésticos como transnacionales.
Siendo así, necesitamos una teoría del poder para el Tercer Mundo que sea
más amplia que la que deriva de las instituciones estatales. La forma de
ejercicio del poder en el Tercer Mundo tiene también un aspecto burocráti-
co propio, que consiste en técnicas diseñadas para observar, controlar, re-
formar y vigilar el comportamiento de los individuos, especialmente el de
los pobres, dentro del Estado5. Esta concentración sobre la población es
especialmente intensa en relación con el pobre, que constituye un dominio
principal para el ejercicio de la racionalidad gubernamental. No hay nada
nuevo en ello, naturalmente. Como lo expresa un autor francés de media-
dos del siglo XIX, “la asistencia social a los pobres es un medio de gobierno,
una poderosa forma de contener al sector más difícil de la población y me-
jorar todos los otros sectores” (Marbeau, citado en Procacci 1991, 151).
Frantz Fanon
Una segunda cuestión sobre la articulación de una teoría de la resistencia
sería plantearse hacia qué fin debe apuntar esa resistencia. En dos de sus
conocidos ensayos, “Concerning Violence” (Acerca de la violencia) y “Pitfalls
of National Consciousness” (Las trampas de la conciencia nacional), Fanon
desarrolla los aspectos psicológicos tanto del colonialismo como de la resis-
tencia anticolonial (Fanon 1963, 35-106, 148-205).
Hay tres temas que surgen de su trabajo y que son relevantes para la
articulación de una teoría de la resistencia que se ocupe de la acción de los
movimientos sociales en el Tercer Mundo. El primer tema es que la libera-
ción del hombre no puede confinarse dentro del paradigma nacionalista.
Como Amílcar Cabral expone, “La liberación nacional es un acto de cultu-
ra” (Cabral 1970, 6). Esta lección básica se encuentra ampliamente ilustra-
da en la aparición de miles de movimientos sociales de agricultores,
granjeros, pobres urbanos, pueblos indígenas, mujeres y trabajadores, que
6 Para un ejemplo del disgusto de las aproximaciones feministas con el derecho internacional,
véase Teson (1993).
nente sobre los recursos naturales8. Pero, como sostengo más adelante, la
acción de las masas en el Tercer Mundo es a menudo una combinación de
las luchas por los recursos materiales y los significados simbólicos. Es eco-
nómica y cultural a un tiempo.
Fanon reconoce la importancia de este aspecto. Por un lado, afirma
abiertamente que en las colonias, “la subestructura económica es también
la superestructura. La causa es la consecuencia: eres rico porque eres blanco,
eres blanco porque eres rico” (Fanon 1963, 64). En el contexto poscolonial,
las relaciones entrecruzadas entre la dominación religiosa, étnica, racial o
de casta, y la dominación económica son un hecho de la vida. Son también
un hecho de la vida en las relaciones internacionales. Por otro lado, Fanon
también observa que ni siquiera la dominación económica y militar ha ase-
gurado históricamente a los países coloniales las victorias sobre los pue-
blos colonizados, en parte como consecuencia de la guerra de guerrillas
(Fanon 1963, 64-5). La teoría de Fanon nos ayuda a evitar subvalorar la
resistencia de masas en un contexto no hegemónico, que incluye la mayo-
ría de las acciones de los movimientos sociales. Esa percepción es especial-
mente pertinente para las relaciones internacionales en la era posonce de
septiembre de amenazas asimétricas por parte de movimientos bien orga-
nizados como Al Qaeda.
Un tercer tema relevante para una teoría de la resistencia es la com-
prensión que tiene Fanon de que las nuevas formas del capitalismo en el
Tercer Mundo han transformado el espacio político para la resistencia y el
gobierno. Aunque escribía mucho antes de la llegada de la nueva economía
global, Fanon observa que según se va transformando la colonia de una
esfera de explotación en un mercado de bienes, la dominación ofuscada de
los nativos que se basaba en su esclavitud se sustituye por un deseo de
proteger el mercado, que incluye los “intereses legítimos” de la élite de
negocios colonial. Ello crea, en su opinión, una especie de “complicidad
indiferente” entre el capitalismo y la resistencia anticolonial (Fanon 1963,
64-5). Además, la creación de una fuerza de trabajo en la colonia lleva a la
política del reformismo, cuando las huelgas y boicots sustituyen a la rebe-
lión anticolonial. Este análisis tiene mucho que ofrecer para entender cómo
funciona el capitalismo global contemporáneo y cómo se estructura la re-
sistencia contra él. Por un lado, el capitalismo global trabaja para crear y
proteger los mercados y, cada vez más, los “derechos” de los consumidores.
Su presencia en las sociedades del Tercer Mundo produce trabajadores y
otros sujetos que directamente se benefician de ese capitalismo y cuyas
intenciones políticas están dirigidas al reformismo (Fanon 1963, 65). Este
8 A.G. Res. 1803, U.N. GAOR, Ses. 17a, Sup. N.17 en 15, U.N.Doc. A/5217 (1962). Véase también
Hossain y Chowdhury (1984).
Antonio Gramsci
Una tercera inspiración para la teoría de la resistencia dentro del derecho
internacional, que nos aclara las distintas estrategias para la resistencia,
es el trabajo bien conocido de Antonio Gramsci, los Cuadernos de la prisión
(Gramsci 1971). Aunque Gramsci es eurocéntrico9, al igual que sus contem-
poráneos, postula tres ideas que tienen un valor enorme para articular
una teoría de la resistencia que se centre en la práctica de los movimientos
sociales. La primera es su noción de “hegemonía”, que define como:
1. El consentimiento espontáneo otorgado por las grandes masas de la
población a la dirección general impuesta en la vida social por el grupo
fundamental dominante. Este consentimiento se produce “histórica-
mente” gracias al prestigio (y la consecuente confianza) del que goza el
grupo dominante debido a la posición y función que ocupa en el mundo
de la producción.
2. El aparato de poder coercitivo estatal que impone “legalmente” la disci-
plina sobre aquellos grupos que no “consienten” activa o pasivamente.
Este aparato, sin embargo, se constituye para el conjunto de toda la
sociedad en previsión de los momentos de crisis de gobierno y dirección,
cuando el consentimiento espontáneo haya fallado (Gramsci 1971, 12).
La hegemonía para Gramsci es, por consiguiente, un proceso activo en
el que están involucradas la producción, la reproducción y la movilización
del consentimiento popular, que está al alcance de cualquier “grupo domi-
nante” que se apodere de ese proceso y lo use. Este significado es distinto a
la comprensión más común de “hegemonía” como dominación a través de
la fuerza y se corresponde con la realidad del proceso global de gobierno,
que se apoya no sólo en la fuerza militar bruta sino también en la confluen-
cia entre fuerza e ideas morales. Así, hoy en día encontramos que se busca
justificar los intereses del gran poder mediante el lenguaje de “la interven-
ción humanitaria” y que la represión de la resistencia de las masas se jus-
tifica mediante el “alivio de la pobreza”. Como tal, el “consentimiento” dado
por la sociedad internacional de Estados a la dirección general impuesta en
9 Véase Gramsci (1971, 416), donde afirma la “hegemonía de la cultura occidental sobre la cultura
del resto del mundo” y certifica que la europea es la única “cultura universal tanto histórica
como particularmente”.
10 Véase Henkin (1979). Se reconoce que la razón que se da para ello no se apoya en el marco del
trabajo de Gramsci, sino en una cierta comprensión del proceso legal. A pesar de ello, esta
perspectiva le da valor al mantenimiento de la “hegemonía” occidental mediante la aplicación
del proceso legal que produce el consentimiento. Véase Koh (1997).
12 Véase, p. ej., Anand (1980). Varios movimientos medioambientalistas como Chipko han tenido
actividad en la India desde el inicio de los años setenta. Véase Guha (1989).
Partha Chatterjee
Una de las cuestiones más importantes a la hora de construir una teoría de
la resistencia en el derecho internacional se refiere al papel del Estado.
Los derechos humanos, que son el lenguaje aceptado de la resistencia en el
derecho internacional, generalmente se piensan como un discurso
antiestatal, aunque cada día más se reconoce que esa descripción es inexac-
ta13. Dado que muchos de los movimientos sociales del Tercer Mundo sur-
gen como resultado de las patologías del Estado desarrollista, como
defenderé más adelante, ¿cuál es y cuál debería ser la relación entre resis-
tencia y Estado? ¿El Estado debe ser un blanco o un aliado? Es imposible
responder a esa pregunta en abstracto, ya que depende de la relación con-
creta existente entre los Estados y los movimientos sociales en cuestiones
concretas. Sin embargo, se pueden extraer algunas claves del trabajo de
Partha Chatterjee (1993) sobre la naturaleza del Estado poscolonial, con el
objetivo de alcanzar alguna comprensión de cómo los movimientos sociales
se relacionan con los Estados del Tercer Mundo.
Un primer tema desarrollado por Partha Chatterjee (1993, 202-5) es el
lugar privilegiado de la ideología del desarrollo para la misma autodefinición
del Estado poscolonial. Ello es producto directo de una crítica económica
del gobierno colonial, que era ilegítimo porque producía la explotación de
la nación. El Estado representa la única forma legítima de ejercicio del
poder porque es una condición necesaria para el desarrollo de la nación.
Desde esta perspectiva, la legitimidad del Estado no proviene meramente
de las elecciones o de su carácter democrático; más bien, deriva de su ca-
rácter racional dirigido hacia un programa de desarrollo económico para la
nación. Por ello, el reto planteado por los movimientos sociales a la ideolo-
gía desarrollista del Estado, ya sea a través de las críticas medioambientales
o de derechos humanos a sus actividades desarrollistas, se contempla como
antinacional (Chatterjee 1993, 202). Lo que se requiere en lugar de ello es
una teoría de la resistencia que cuestione la ideología del desarrollo del Es-
tado y busque construir puentes alternativos de legitimidad para el Estado.
Un segundo tema trata la supuesta neutralidad del Estado en el proceso
de desarrollo. El objetivo poscolonial fue establecer un Estado racional
13 Ello se debe a la creciente relevancia de los derechos económicos, sociales y culturales que
exigen un papel activo del Estado, al igual que el reconocimiento de que la protección efectiva
de los derechos humanos y del imperio de la ley requiere a veces un proceso de construcción
nacional. Sobre lo primero, véase UNDP (2000). Sobre lo segundo, véase Fox (1999).
CAPÍTULO 2
zación occidental para lograr esa tarea: en otras palabras, las técnicas in-
ventadas por el sistema de Mandato de la Liga iban a ser desplegadas total-
mente, aunque en un entorno político distinto. Todo ello se consiguió no
mediante una ruptura única y limpia con el colonialismo, sino a través de
un complejo proceso de cooptación, supresión y administración de la resis-
tencia del Tercer Mundo que se extendió a lo largo de varias décadas. Por
ejemplo, el Reino Unido combatía en guerras coloniales (en realidad, esta-
ba entrando en la fase más conflictiva de esas luchas) en Kenia, Malasia y
otra cantidad de países, mientras firmaba al mismo tiempo la Carta de la
ONU, en la que se proclamaba el derecho a la autodeterminación de los
pueblos, y continuó así durante décadas.
Esta nueva letanía del desarrollo convenía a las nuevas naciones, que
creyeron e invirtieron fervientemente en un proyecto de construcción na-
cional a imagen de Occidente. La decisión más importante para estas na-
ciones, cuando entraron en la ONU, fue definir cuál sería su organización
económica y política. Es bien conocido que las élites europeizadas que diri-
gían esos países decidieron seguir los modelos occidentales económicos y
políticos (incluyendo el modelo de gobierno soviético de control centraliza-
do), a pesar de los serios debates al interior de esos países, como ocurrió en
la India, sobre si esos modelos occidentales acaso no deberían abandonarse
a favor de uno propio, originario5.
Este triunfo del desarrollo como nueva ideología de gobierno en el mundo
colonizado no dejó intacto el derecho internacional. Para los juristas del
Primer Mundo, la entrada de nuevos Estados dentro de las relaciones in-
ternacionales, con sus deseos de desarrollo, proporcionó una oportunidad
para renovar la disciplina, que sufría de pérdida de credibilidad después del
colapso de la Liga (Kennedy 1987). Para los juristas del Tercer Mundo, el
derecho internacional proporcionó una oportunidad de usar sus institucio-
nes y técnicas para hacer avanzar el proyecto de construcción nacional. Mi
sugerencia es que la mayoría de esos internacionalistas, si no todos, del
periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial compartían una creencia
esencial con las ideas emancipatorias de la modernidad y el progreso occi-
dentales, encarnadas en la nueva disciplina del desarrollo, y contemplaban
las instituciones internacionales como personificaciones de esa peculiar
modernidad occidental que les ayudaría a impulsar sus respectivos proyec-
tos. Esta convergencia en el pragmatismo y el institucionalismo jugó un
papel principal en la consolidación de las instituciones internacionales como
aparatos de control de la realidad social en el Tercer Mundo. Además, ase-
guró que incluso las críticas más radicales al derecho internacional por los
5 Para las ideas de Gandhi, véase M.K. Gandhi (1997); para el debate Gandhi-Nehru, véase
Chatterjee (1993, 201-2).
6 Véase, p. ej., Bedjaoui (1979). Estas críticas se formulaban, de hecho, de manera que ampliaban
el terreno del desarrollo y las instituciones. Para una discusión y crítica, véase capítulo 4.
7 Véase también Röling (1960).
realidades del desarrollo y del Tercer Mundo. Esa imagen es errónea por-
que es simplista y ahistórica. En vez de ello, el nuevo derecho internacio-
nal estaba tan atrapado en la aceptación discursiva e ideológica de la
modernidad como el derecho internacional colonial de la preguerra, princi-
palmente a través de las instituciones y prácticas del desarrollo que se
inventaron después de la guerra para controlar, administrar, ordenar y
reproducir la realidad social en el así llamado Tercer Mundo. Los procedi-
mientos específicos a través de los cuales surgió esta compleja dialéctica
entre el derecho internacional y los discursos del desarrollo, y los proble-
mas concretos a los que dio lugar, constituyen un objeto central de mi
investigación.
La segunda afirmación se divide en dos partes. Primero, a diferencia
de las formas mayoritariamente aceptadas, mediante las cuales los
internacionalistas de la corriente predominante han tratado generalmente
el desarrollo y los derechos humanos como antitéticos, sugiero que ambos
se deberían ver como profundamente relacionados el uno con el otro y
funcionando con parámetros comunes. Esta afirmación, más que preten-
der suavizar las relaciones entre derechos humanos y desarrollo, como
pudiera parecer a primera vista, hace esa relación altamente problemática
y contradictoria. En concreto, sugiere que el discurso mayoritario sobre
derechos humanos se encuentra demasiado hundido dentro de los impera-
tivos biológicos y de progreso establecidos por el discurso del desarrollo y
que, por lo tanto, no puede darse por descontado, de manera no problemá-
tica, que ese discurso constituye una narrativa emancipatoria de resisten-
cia a la violencia y a la opresión generadas por el encuentro con el desarrollo.
En el capítulo 7 justificaré esa idea mediante una discusión de las doctrinas
jurídicas concretas que permitieron que la violencia del desarrollo conti-
nuase legítimamente, aunque las propias doctrinas controlasen y ordena-
sen la resistencia contra esa violencia. Esas doctrinas incluyen el concepto
de emergencia del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
(PIDCP), al igual que varios derechos sociales y económicos que toman
como premisa el ideal de un Estado de bienestar desarrollista.
La segunda parte de mi afirmación sería que en el Tercer Mundo exis-
ten movimientos sociales de varios tipos que han planteado retos efectivos
al desarrollo. Han usado ciertas características del derecho internacional
para conseguirlo, incluyendo el derecho internacional de los derechos hu-
manos o la retórica de la autonomía y de la democratización, para resistir
la violencia del Estado desarrollista. A pesar de ello, las prácticas de varios
movimientos populares e iniciativas comunitarias que han luchado con
bastante éxito contra la violencia del desarrollo permanecen invisibles dentro
del trabajo académico del derecho internacional y de los derechos huma-
nos. La política de la producción del conocimiento en el derecho internacio-
ACOGIENDO EL DESARROLLO
El 20 de enero de 1949, en su discurso inaugural como presidente de los
Estados Unidos, el presidente Truman anunció la llegada de una era del
desarrollo, con la siguiente declaración grandilocuente que pretendía solu-
cionar el problema de las zonas “subdesarrolladas”:
Más de la mitad de la población mundial vive en condiciones cerca-
nas a la miseria. Su comida es inadecuada, son víctimas de la enfer-
medad, su vida económica es primitiva y estancada. Su pobreza es
una desventaja y una amenaza tanto para ellos como para las zonas
más prósperas. Por primera vez en la historia, la humanidad posee
el conocimiento y la capacidad para aliviar el sufrimiento de estos
pueblos... Creo que deberíamos poner a disposición de los pueblos
amantes de la paz los beneficios de nuestro inventario de conoci-
miento técnico para ayudarles a conseguir sus aspiraciones a una
mejor vida... Lo que imaginamos es un programa de desarrollo basa-
do en relaciones justas y democráticas... El incremento de la produc-
ción es la llave de la prosperidad y la paz. Y la clave para el incremento
de la producción es una aplicación más extendida y vigorosa del cono-
cimiento científico y técnico moderno8.
Por lo tanto, el objetivo del desarrollo de los subdesarrollados se colocó
firmemente dentro de los parámetros progresistas del proyecto de la mo-
dernidad, desplegando sus herramientas principales de ciencia y tecnolo-
gía. Antes de este momento, los poderes coloniales e imperiales no habían
considerado objetivo de la política internacional llevar el desarrollo econó-
mico a los nativos. Es más, se creía que el nativo era incapaz para el desarro-
llo, puesto que se le veía como perezoso, carente de dinamismo o impedido
por valores culturales erróneos.
Pero el deseo modernista de aceptar al Otro, que se inició durante los
primeros años del siglo, junto con el deseo cosmopolita de hacer prosperar
al incivilizado, concretado en la institución de los Mandatos, comenzó a
producir una profunda transformación de las relaciones entre los poderes
coloniales y los colonizados. Se pueden detectar signos importantes de este
cambio en la actividad de la Organización Internacional del Trabajo (OIT),
que prohibió el trabajo forzado y esclavo en el periodo de entreguerras. En
la Law of Development and Welfare of the Colonies (Ley para el Desarrollo
y Bienestar de las Colonias), elaborada por el Reino Unido en 1939, y que
8 Harry Truman, Public Papers of the Presidents of the United States: Harry S. Truman, Washing-
ton DC, US Government Printing Office (1964), citado en Escobar (1995).
* Se está refiriendo a la obra de John Westlake, que defendió en el siglo XIX la exclusión de los
pueblos indígenas del derecho internacional sobre bases positivistas (N. del T.).
estas élites europeizadas, las preocupaciones centrales eran dos: una pre-
ocupación metadisciplinaria sobre la expansión de las bases culturales del
derecho internacional, de manera que fuera legítimo para ellos participar
de las aspiraciones del derecho internacional10; en segundo lugar, una pre-
ocupación instrumental acerca de la defensa de la soberanía del Tercer
Mundo mediante el uso de la nueva arma encontrada del derecho interna-
cional11. De esta forma, para ellos, el desarrollo no era una visión impuesta
del mundo, sino el elemento esencial para el establecimiento de mejores
estándares de vida y la eliminación de la pobreza. Si la descolonización fue
el aspecto político de su emancipación del gobierno extranjero, el desarro-
llo era el aspecto socioeconómico que convertiría en real la lucha por la
emancipación. En el intento por conseguir estas aspiraciones, los internacio-
nalistas del Tercer Mundo contemplaron el derecho internacional desde
dentro de una realidad social llamada Tercer Mundo, creada por el discurso
del desarrollo. Su intención era reconfigurar la disciplina a la luz de sus
propias necesidades de desarrollo.
El mejor ejemplo de ello lo encontramos en la Declaración sobre el
Establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI). Fir-
memente anclada dentro del imperativo ideológico de “prosperar hacia la
riqueza occidental” establecido por el discurso del desarrollo, se afirma en
ella que el NOEI “corregirá las inequidades y solucionará las injusticias
existentes, haciendo posible eliminar la distancia creciente entre los paí-
ses desarrollados y los países en vías de desarrollo y asegurar el desarrollo
económico acelerado y estable” (Naciones Unidas 1974b, Preámbulo). Pri-
mero, la propia idea de que una diferencia de riqueza entre países pueda
describirse como inequidad presupone la existencia de un sistema econó-
mico global dentro del cual el Tercer Mundo está dispuesto a participar.
Como lo indica Douglas Lummis, “la acusación de injusticia tradicional-
mente no puede hacerse entre desigualdades existentes entre distintos sis-
temas, sino sólo dentro de un mismo sistema” (Lummis 1992, 44). Segundo,
la declaración de un NOEI no decía nada de la violencia del desarrollo (que
ya era suficientemente bien conocida en los setenta) sobre las comunida-
des marginadas o sobre la necesidad de preservar espacios culturales que
protegieran la diversidad de cultura y formas de vida de la agresión del
desarrollo. Ni tampoco hablaba de nivelar estándares de vida hacia abajo
sino sólo hacia arriba. En otras palabras, en lugar de fijarse como objetivos
el exceso de consumo del rico, la declaración de un NOEI se centró en el
bajo consumo del pobre.
10 Normalmente, tomo la forma del argumento de que históricamente las culturas no occidenta-
les habían también “contribuido” al derecho internacional. Véase, p. ej., Chacko (1958).
11 Gran parte del resto del trabajo académico sobre el Tercer Mundo cae dentro de esta categoría.
Como muestra, véase Sathirathai y Snyder (1987).
Había ciertos puntos en común entre las actitudes de los juristas del
Primer y Tercer Mundo hacia el desarrollo, pero dos de ellos destacan. En
primer lugar, ambos creían en el papel central de las instituciones interna-
cionales en un orden mundial progresista comprometido con el desarrollo
y la prosperidad. Así, juristas como Wilfred Jenks, Louis Sohn y Wolfgang
Friedman creyeron firmemente que concentrándose en las instituciones
internacionales apartarían a la disciplina de la soberanía, reconduciéndola
hacia una solución pragmática de problemas y una prosperidad siempre en
aumento. Esta creencia en la capacidad de las instituciones internaciona-
les no era nueva en Occidente: en una fecha tan temprana como 1920,
John Maynard Keynes había defendido que la época de prosperidad conti-
nental experimentada antes de la Primera Guerra Mundial había sido man-
tenida por la “delicada organización” de instituciones internacionales dentro
de las cuales se incluían los sindicatos internacionales públicos, las confe-
rencias intergubernamentales y los acuerdos internacionales públicos y
privados (Keynes, citado en Murphy y Augelli 1993, p. 71). Para los internacio-
nalistas del Tercer Mundo, las instituciones internacionales eran ahora
medulares para su objetivo de intentar reformular la disciplina, creando
derecho mediante la Asamblea General de la Organización de las Naciones
Unidas (AGNU), reafirmando sus nuevas soberanías e intentando conducir
las instituciones hacia la solución de los problemas concretos del Tercer
Mundo.
Una segunda característica común fue su énfasis en los derechos hu-
manos. Para los internacionalistas liberales del Primer Mundo, el énfasis
sobre lo individual en el derecho internacional consagraba el movimiento
largamente esperado de un positivismo centrado en el Estado a un natura-
lismo centrado en el individuo. Para los juristas del Tercer Mundo, los
derechos humanos representaban el arma perfecta en su lucha por
descolonizar y modernizar sus propios países. Así, desde la Conferencia de
Bandung hasta la negociación de los dos Pactos de derechos humanos en
1966, pasando por la introducción de cuestiones sociales y económicas en
la agenda de los derechos humanos, los juristas del Tercer Mundo defen-
dían, usando el paradigma de los derechos humanos, que el papel del Esta-
do en la economía tuviera un énfasis distinto. Al principio, su lucha no era
sobre la universalidad de los derechos humanos ni sobre los valores asiáti-
cos, sino sobre qué conjunto de derechos debían tener prioridad en la mar-
cha hacia el desarrollo. Como resultado, los juristas del Primer y Tercer
Mundo discutieron si los derechos económicos y sociales (incluidos como
resultado del desarrollo) debían tener prioridad sobre los derechos políti-
cos y civiles12. Estas discusiones eran esencialmente desacuerdos sobre el
12 La bibliografía académica sobre ello es voluminosa, pero para un análisis de la parte relevante
para los argumentos desarrollados aquí, véase Jhabvala (1987).
13 Citado en Drago (1907). Sobre las doctrinas Calvo y Drago en general, véase Hershey (1907).
14 Guha-Roy (1961), citando a Philip Jessup (1948, 101).
15 Guha-Roy (1961), citando a Philip Jessup (1948, 101). Una excepción a la tradicional orientación
nacionalista hacia el desarrollo de corte occidental fue M.K. Gandhi, quien claramente compren-
dió que una verdadera liberación de la administración colonial significaba recuperar las identida-
des propias que se habían perdido, mediante una lucha cultural y política. Ello significaba que el
desarrollo industrial de corte occidental era inapropiado como estrategia de construcción
nacional. Sobre este argumento, véase M.K. Gandhi (1997).
SEGUNDA PARTE
EL DERECHO INTERNACIONAL,
LA RESISTENCIA DEL TERCER MUNDO
Y LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL DESARROLLO:
LA INVENCIÓN DEL APARATO
1 Hon. Ormsby-Gore, The League of Nations Starts, an Outline by its Organizers (London, 1920,
116), citado en Wright (1930, 137). Ormsby-Gore, miembro del Parlamento británico, sería
luego miembro de la Comisión Permanente de los Mandatos y más tarde Subsecretario para las
Colonias (Ibíd.).
2 Esto se veía claramente en la perspectiva evolucionista de que las formas económicas y sociales
de organización en las sociedades primitivas estaban destinadas a desaparecer con el avance del
capitalismo moderno (Marx 1959, 480; Weber 1958).
Para recientes trabajos sobre movimientos sociales, véanse Álvarez, Dagnino y Escobar (1998);
Eder (1993); Escobar y Álvarez (1992); Wignaraja (1993); Slater (1985); Oberschall (1993); Omvedt
(1993); Tarrow (1994) y Touraine (1988).
El derecho internacional ha permanecido virtualmente aislado de este trabajo académico. Una
notable excepción es Falk (1987). El muy reciente trabajo del derecho internacional crítico ha
comenzado tratando ese otro tipo de trabajo académico; véase Otto (1996b). La teoría de las
relaciones internacionales ha intentado estudiar las cuestiones teóricamente ricas que surgen
del trabajo académico que se ocupa de la “investigación sobre movimientos sociales”, bajo la
rúbrica de “sociedad civil global”, “redes” y “globalización”, aunque no se ha comprometido
plenamente con la crítica cultural contenida en esas teorías. Véanse Burbach et al. (1997), Ghils
(1992), Lipschutz (1992), Shaw (1992), Sikkink (1993), Spiro (1995) y Wapner (1994).
Para la teoría política y democrática, la nueva investigación ha hecho contribuciones importan-
tes y sorprendentes, beneficiándose de las aproximaciones de los movimientos sociales radica-
les. Véanse Benhabib (1996), Kothari (1996), Laclau y Mouffe (1985), Sheth y Nandy (1996). De
todas las disciplinas específicas, los estudios feministas y los estudios medioambientales han sido
los que han ido más lejos en el desarrollo de críticas dentro de la tradición de los movimientos
sociales, la mayoría de ellas persiguiendo una crítica al “desarrollo”. Véanse Basu (1995); Guha
(1989); Omvedt (1993, 127-149); Fisher (1995); Linkenbach (1994); Sethi (1993); Sternbach
(1992). Del mayor interés es la nueva corriente de trabajo académico que llamaría “teoría crítica
del desarrollo”, que se apoya en las críticas de los movimientos sociales radicales del área de
estudios del desarrollo. Véanse Sachs (1992), Escobar (1995), Rahnema y Bawtree (1997) y
Banuri (1990).
9 Para una discusión y crítica de las nociones existentes de “Tercer Mundo” en el derecho interna-
cional, véase Rajagopal (1998-99).
10 El ejemplo más famoso de esto es tal vez el papel que jugaron J.M. Keynes y H.D. White en la
formación de las IBW. Véase Dam (1982).
11 Naturalmente, esta es una afirmación apenas novedosa en el trabajo académico internacional
sobre el Tercer Mundo. Para una discusión temprana e incisiva sobre el eurocentrismo en el
derecho internacional, véase Baxi (1972). Para una discusión más reciente, véase Gathii (1998).
12 El término “subalterno” se toma prestado, obviamente, del trabajo académico sobre teoría
poscolonial. Véase Spivak (1988).
13 Gran parte de la teoría reciente sobre relaciones internacionales sigue esta corriente, centrán-
dose en la sociedad civil. Véanse las fuentes citadas en la nota 10. En el derecho internacional,
véanse Weiss y Gordenker (1996), Khan (1996), Falk (1998), Charnowitz (1997), Schreuer (1993),
McCormick (1993), Symposium Issue (1993), Symposium Issue (1996). Véase también Schachter
(1997), donde se concluye que es improbable que el Estado desaparezca pronto.
14 Reconozco este tipo de nuevo trabajo académico con la identidad intelectual emergente de
TWAIL (Third World Approaches to International Law, Enfoques del Tercer Mundo al Derecho
Internacional), que desafía las bases estatales, elitistas, colonialistas, eurocéntricas y machistas
del derecho internacional. Véase TWAIL, Mission Statement, Conference on New Approaches
to Third World Legal Studies (March 7-8, 1997, Harvard Law School). Naturalmente, se une a un
género de trabajo académico ya existente dentro de la tradición del Tercer Mundo. Los acadé-
micos de esta corriente incluyen tanto a jóvenes como a ya reputados profesores (en orden
alfabético): Helena Alviar, Anthony Anghie, Keith Aoki, Upendra Baxi, Lan Cao, B.S. Chimni,
James Gathii, Yash Ghai, Ruth Gordon, Shadrack Gutto, Hope Lewis, Tayyab Mahmoud, Makau
Wa Mutua, Vasuki Nesiah, Joel Ngugi, Celestine Nyamu, Liliana Obregón, Obiora Okafor, Joe
Oloka-Onyango, Diane Otto, Neil Stammers, Kerry Rittich, Hani Sayed, B. de Sousa Santos, Amr
Shalakany, Issa Shivji, Chantol Thomas y C.G. Weeramantry. Para un intento reciente dentro de
esta corriente de trabajo, véanse Mickelson (1998) y Rajagopal (1988-89).
15 Para una reciente e importante discusión sobre la soberanía en el derecho internacional, véanse
Kennedy (1999), Kingsbury (1998) y Schachter (1997).
16 Tomo prestada esta frase de Krantz (1985).
17 Una excepción son Murphy y Augelli (1993).
18 Esta visión de las instituciones internacionales no es nada novedosa. Véase, p. ej., Claude, Jr.
(1971), especialmente el capítulo 16. Lo distinto es la explicación que proporciono sobre el
porqué es así y cuáles son las implicaciones que puede tener para el derecho internacional.
19 Sobre este tema, me inspiro en el trabajo pionero de Kennedy (1987), que pone de relieve la
compleja relación entre los hechos (constituidos por los incidentes locales) y el derecho (consti-
tuido por las actividades internas de la burocracia), aunque no en el contexto específico del
Tercer Mundo.
21 Citado en Wright (1930, 24). La obra de Wright se considera generalmente el estudio definitivo
sobre el sistema de Mandato. Para otras obras, véase White (1926), Margalith (1930), Bentwich
(1930) y Hall (1948). Hubo otras obras durante el periodo de entreguerras que trataron el
sistema de Mandato desde la perspectiva de la capacidad que los “nativos” poseían para la
independencia. Véase, p. ej., Ritsher (1934). También se han escrito estudios específicos para
países del sistema de Mandato. Véase, p. ej., Dore (1985). Para una exploración más reciente y
lúcida del sistema de Mandato, véase Weeramantry (1992).
22 Para una discusión completa, véase Kennedy (1987).
23 Mis ideas en este capítulo están influidas por el trabajo de Anthony Anghie sobre la relación
entre el sistema de Mandato, el colonialismo y la soberanía. Véase Anghie (1995, capítulo 5). En
este capítulo intento desarrollar su trabajo y sostengo que el sistema de Mandato no solo
contribuyó a la creación de un nuevo tipo de soberanía y Estado-nación, como él lo afirma, sino
que también proporciona un importante puente institucional entre el colonialismo y el discurso
del desarrollo, y marca el origen de la institución internacional por esencia del siglo XX.
24 Véanse Wright (1930, 178-84) y Berman (1993) (sobre las comisiones de investigación ad hoc
durante el periodo de entreguerras).
25 Por ejemplo, véase la discusión en Chatterjee (1993, capítulos 2 y 10).
26 Como sugiere Sir Frederic Lugard, “las democracias de hoy en día exigen el derecho al trabajo,
y la satisfacción de esta exigencia es imposible sin las materias primas de los trópicos, por un
lado, y sin sus mercados, por otro”. Véase Lugard (1922, 61). Lugard fue un administrador
colonial británico de gran experiencia en el África Occidental (Nigeria), que también fue miem-
bro de la Comisión Permanente de los Mandatos de la Liga de las Naciones. De hecho, una de las
principales razones de la negativa de los Estados Unidos a unirse a la Liga de las Naciones fue el
fracaso de ésta en asegurar una “puerta abierta” a la política comercial, especialmente en lo
relativo al petróleo del Medio Oriente. Véase Wright (1930, 48-56). Para una discusión sobre el
sistema de Mandato y la negativa de los Estados Unidos a unirse a la Liga, véanse Logan (1945)
y Batsell (1925).
27 Pacto de la Liga de las Naciones, artículo 22 (1). Véase el Pacto de la Liga de las Naciones,
reimpreso en Israel (1967).
* El autor cita un hecho conocido en la historia constitucional británica, el fracaso de la East India
Bill (Propuesta de Ley sobre la India), presentada a instancias del whig (liberal) Charles James Fox,
secretario de Estado, que pretendía reformar el régimen de gobierno en la India, para algunos
a costa del poder real, el propio rey incluido. Edmund Burke fue uno de los principales defenso-
res de la Propuesta (N. del T.).
28 Cherokee Nation V. Georgia, 5 Peters en 17, citado por Lindley (1926, 330).
29 Para una reseña de la descripción que hacía Francisco Vitoria de los indios como niños durante
el encuentro colonial con los españoles, véase Anghie (1996). Ashis Nandy ha señalado incluso
los paralelos importantes existentes entre el desarrollo del colonialismo y el desarrollo del
concepto moderno de niñez en el siglo XVII. Véase Nandy (1983, 14-15; 1987). Para una
discusión de estos temas, véase Rajagopal (1998-99).
30 El uso del lenguaje de los Mandatos en relación con Kenya bajo la administración británica véase
en Lindley (1926, 335).
31 Para una discusión sobre los antecedentes humanitarios del sistema de Mandato, incluyendo los
principios de fideicomiso y delegación sagrada, véanse Hall (1948, 97-100); Wright (1930, 9) y
Margalith (1930, capítulo 4). Véase también Consequences for Status of the Continued Presence
of South Africa in Namibia (South West Africa), Notwithstanding Security Council Resolution
276 (1970), ICJ Reports (1971, 12, 28-29, par. 46) (“esta responsabilidad tenía que ejercerse para
el beneficio de los pueblos afectados, que se reconocía que tenían intereses propios”).
como en los Estados Unidos (Esteva 1992, 9). Las prácticas asociadas a este
nuevo campo, incluyendo el uso de la excavadora y la producción homogé-
nea y masiva de espacios industriales, llegaron a definir la civilización de
una manera imponente (Esteva 1992, 32), haciendo fácil comprender el
atractivo de la aplicación del “desarrollo” como una metáfora para tratar
con los paganos que necesitaban ser salvados; pero lo más importante,
también permitió comprender las características particulares que adquirió
el significado económico de “desarrollo” en las colonias durante las décadas
posteriores.
Así, la invención del “bienestar y desarrollo” de los nativos en el siste-
ma de Mandato de la Liga fue posible por un conjunto de factores, algunos
de los cuales eran internos a la disciplina del derecho internacional mismo,
mientras que otros eran exteriores a la disciplina. Fueran cuales fuesen
estos factores, el humanitarismo se unió al interés económico como una
herramienta poderosa del Gobierno.
35 Wright (1930, 227-28) y las opiniones contrastantes de los miembros de la CMP, M. van Rees y
M. Yanaghita.
36 Por ejemplo, el Caso Lotus se decidió por la Corte Permanente de Justicia Internacional en 1927,
afirmando una concepción altamente formalista de soberanía estatal.
EL ESTABLECIMIENTO DE “ESTÁNDARES”:
LA FÓRMULA PARA LA EXPANSIÓN INSTITUCIONAL
El flujo de información relativa al trabajo, la tierra, la salud y la educación
que llegaba a los órganos de la Liga hizo surgir la cuestión de cómo la
institución debía valorar esa información. En otras palabras, ¿qué sistema
de comparación de prácticas debía usarse para valorar el progreso? ¿Qué
estándares permitirían a la Liga, especialmente a la CPM, determinar si
un mandatario estaba cumplimiento con los propósitos del artículo 22? Todo
ello se debe ver en el contexto de la obligación legal para todos los miem-
bros de la Liga contenido en el artículo 23 del Pacto de la Liga, relativo al
establecimiento, por parte de sus órganos, de estándares en las áreas del
trabajo, tratamiento de nativos, tráfico de mujeres, niños, drogas y armas,
el control de las enfermedades y la libertad de comunicación y comercio
(Wright 1930, 592). Por consiguiente, los órganos de la Liga debían ser
capaces de supervisar las actividades de los Estados miembros y juzgar de
manera sustantiva cuando esas actividades violaban la política internacio-
nal. No era una tarea fácil, puesto que la supervisión de Estados soberanos
por una institución internacional era un fenómeno desconocido hasta en-
tonces. De hecho, siendo una institución internacional sin posibilidad de
sancionar, la Liga dependía de la cooperación voluntaria de sus miembros
para su efectividad.
Así, la principal preocupación de la Liga, especialmente de la CPM, fue
cómo equilibrar la necesidad de mantener la cooperación con los Estados
con la de supervisar sus actuaciones37. Como la CPM expresa clásicamente,
“la tarea de la Comisión es simultáneamente de supervisión y coopera-
ción... supervisión y cooperación son funciones que aunque no son incom-
patibles ni se encuentran en conflicto la una con la otra, pueden estar aun
así acompañadas de dificultades genuinas cuando deben desarrollarse si-
multáneamente” (CMP Min. VIII, 1926, 200, citado en Hall 1948, 207). Esta
preocupación era especialmente aguda en el caso de los Mandatos, ya que
la Liga tenía la obligación específica de supervisión de conformidad con el
artículo 23. Como resultado, la CPM se inclinó a resolver esa tensión in-
ventando técnicas burocráticas que equilibraran tanto la cooperación como
la supervisión. De hecho, sugeriría que la CPM estaba tan preocupada con
esta tensión que el manejarla acabó convirtiéndose en la lógica conductora
de su existencia, incluso al costo de renunciar a establecer estándares ob-
jetivos en varios campos técnicos. La ausencia de tales estándares técnicos
es observada por Quincy Wright, quien admite que “los estándares de la
ca del gobierno era descubrir los hechos y valorarlos para las políticas den-
tro de la dinámica creada por estas tensiones que corrían paralelas y cerca-
nas las unas de las otras. Así, Wright se mueve sin esfuerzo de su discusión
sobre la tensión entre cooperación y supervisión a la que se enfrenta la
CPM, a la tensión entre jurista y científico que es inmanente a la autoimagen
del jurista40.
Por ello, el problema principal de la CPM fue cómo valorar los volumi-
nosos datos recogidos sobre los nativos y decidir si los objetivos del artículo
22 estaban siendo cumplidos, es decir, si el “bienestar y desarrollo” de los
nativos estaba siendo promovido por los mandatarios. Estos problemas
surgían de la pluralidad de aspectos sociales, económicos y culturales de
los nativos, al igual que de la ausencia de cualesquiera “indicadores” obje-
tivos que pudieran permitir realizar valoraciones sobre las actuaciones de
los mandatarios41. Al tratar este problema, la CPM se creó una nueva ima-
gen para sí misma como institución internacional, controlando las tensio-
nes entre cooperación y supervisión, y derecho y ciencia. Pero, aun más
importante, a través de esas tensiones, la CPM fue capaz de evitar las
consecuencias políticas de lo que significaba supervisar Estados soberanos
y asegurar el bienestar de los nativos, en presencia a menudo de fuertes
pruebas de que los nativos estaban siendo explotados. Como dice la CPM
en relación con el aplastamiento francés de las insurrecciones sirias de
1925-1926,
El procedimiento seguido por la Comisión y el carácter de las obser-
vaciones que tiene el honor de presentar ante el Consejo, han sido
dictadas por el deseo de llevar a cabo, tan lejos como las circunstan-
cias le permitan hacerlo, esta doble misión de supervisión y coopera-
ción. Tiene el firme deseo de no hacer que la tarea de Francia en Siria
y en el Líbano sea imposible de desarrollar, y no recomienda al Consejo
en el momento presente que establezca una comisión de investiga-
ción independiente del poder mandatario. Sin embargo, reconocien-
do su tarea de supervisión, no se ha sentido capaz de abstenerse de
realizar algunas críticas. (Citado en Wright 1930, 197)
40 Wright (1930, 543): “aunque el Consejo ha hecho un esfuerzo por dirigir la actividad de la
Comisión hacia la valoración de hechos ya sucedidos más que a sugerencias sobre las cosas que
deben hacerse, y aunque la Comisión en general se ha ajustado a ese criterio y se ha cuidado de
no generalizar, aun así las propias limitaciones que la Comisión impone sobre la actividad
efectiva de su labor judicial la ha llevado a interpretar su misión más como una misión de
cooperación con los Mandatarios que de crítica. Esa función de cooperación requiere más el
criterio de un científico que el de un jurista…”
41 De esa forma Wright (1930, 549), tras considerar cuál método servía mejor para valorar el
sistema de Mandato, si el judicial, el tecnológico, el estadístico o el histórico, concluye que
“debido a las dificultades del análisis estadístico y a la presencia de muchos factores impondera-
bles, tal vez el juicio subjetivo de los historiadores y de los observadores en esas áreas es tan
fiable como los resultados de los métodos más refinados”.
INSTITUCIONALIZANDO LA RESISTENCIA:
EL PROCESO DE PETICIÓN Y LA SUPERVISIÓN
Los libros de texto sobre derecho internacional de los derechos humanos
celebran la invención de los procesos de petición en las UN, como el proceso
1503 por el cual los individuos pueden presentar quejas contra la violación
de sus derechos ante las instituciones internacionales, como innovaciones
históricas que decididamente señalaron para el derecho internacional un
movimiento teórico y práctico desde el Estado a los individuos (Lilhich y
Hannum 1995)42. Según esta narrativa de progreso, el derecho internacio-
nal nunca permitió que se cuestionase a los soberanos sobre sus acciones
con sus ciudadanos hasta que aparecieron esas innovaciones, que marcan
el comienzo de un “nuevo derecho internacional” (véase capítulo siguiente).
En esta narrativa, según se reciben las peticiones, la soberanía se retira en
la medida en que el derecho y las instituciones ganan fuerza.
Esta narrativa es decididamente ahistórica. Mucho antes del procedi-
miento 1503 o de otros similares, la Liga, a través de la CPM, había esta-
blecido un procedimiento para recibir peticiones de los habitantes de las
naciones sometidas a mandatos. Estas peticiones iban desde quejas por
daños en la aplicación de los mandatos hasta sugerencias o solicitudes de
información con un carácter más general. Lo que es relevante aquí no es el
mero hecho de que hubiera un precursor histórico de los procedimientos
“modernos” de derechos humanos en el sistema de Mandato, aunque la
ignorancia de esto en la historiografía del derecho de los derechos huma-
nos necesita cuestionarse por su efecto político; más bien, lo que me inte-
resa es la variedad de técnicas a través de las cuales el proceso de petición
43 Los Mandatos se clasificaban en A, B y C, según los párrafos 4, 5 y 6 del artículo 22 del Pacto de
la Liga. El primero incluía los antiguos dominios turcos; el segundo, el territorio del África
Central; y el tercero, África del Sudoeste y las islas del Pacífico (Wright 1930, 47).
44 El Reino Unido fue el que sugirió el sistema de petición como parte de una caja de herramientas
de la CMP (Hall 1948, 199). Por otro lado, el artículo 87 (c) del Pacto autorizaba efectivamente
al Consejo de la Liga a aceptar peticiones. Para una descripción, véase Chowdhuri (1955, 206).
45 PMC [CPM, N. de T.] Min. I, 28, citadas en Wright (1930). Véase también Hall (1948, 200).
46 Este precedente fue citado por la CMP como fundamento para negarse a ver a los delegados de
Siria en su Octava Sesión (Hall 1948, 202).
47 La información sobre todo esto se encuentra en Wright (1930, 137-55); Hall (1948, capítulo 12)
y Chowdhuri (1955, capítulo 7).
CONCLUSIÓN
En estas páginas se ha afirmado que el sistema de Mandato contribuyó de
manera importante a la mediación de la relación conflictiva entre colonia-
lismo y desarrollo durante los años de entreguerras, al menos de las si-
guientes formas: primero, legitimó el “desarrollo y bienestar de los nativos”
como un principio internacional, lo cual marcó el movimiento del colonia-
lismo explotador (imperialismo) al colonialismo cooperativo (desarrollo);
segundo, creó una nueva ciencia del derecho y la administración que fue
una clara precursora de los estudios de desarrollo tras la Segunda Guerra
Mundial; tercero, inventó nuevas técnicas para la autorreproducción de las
esferas burocráticas mediante la invención constante de distancias entre
hechos y estándares y la creación de técnicas para llenar esa distancia;
cuarto, tuvo una relación altamente problemática con lo “local”, represen-
tado a través de los hechos mostrados en las peticiones, que produjo como
resultado la desradicalización del contenido de esas peticiones. Es bastante
posible que hasta la fecha eso siga siendo cierto para todos los procesos de
petición en el derecho internacional.
El sistema de Mandato dejó de existir junto con la Liga. Pero contribu-
yó significativamente al proceso de transformación del colonialismo de un
sistema de control directo en uno de desarrollo, en una nueva ciencia que
integra los motivos humanitarios, la tecnología y la burocracia internacio-
nal. En ese proceso, alteró también fundamentalmente la concepción del
derecho dentro de la comunidad internacional de una concepción formal de
normas a una concepción pragmática de la administración. El derecho in-
ternacional nunca sería el mismo de ahí en adelante. De hecho, el sistema
de Fideicomiso, que sucedió al sistema de Mandato bajo la Carta de la ONU,
reflejó la deuda intelectual que se tenía con el sistema de Mandato49.
48 Véase Kennedy (1987, 982-983), donde se discute el caso Gran Chaco y la expansión institucional.
49 Para un resumen de las similitudes, véase Claude (1971, capítulo 16). Sobre el sistema de
Fideicomiso, véanse Haas (1953) y Jacobson (1962, 37-56).
50 Fue tranquilizado por el secretario Stettinius, quien le dijo que la maquinaria propuesta no se
ocuparía de las posesiones británicas, sino sólo del territorio enemigo.
1 Véase, en general, Anand (1987). Específicamente sobre la SPRN, véanse Hossain y Chowdhury
(1984, 82).
EL ESPÍRITU DE BANDUNG
La conferencia de Bandung de 1955 fue el primer evento al que acudieron
únicamente Estados africanos y asiáticos, y también llegó a simbolizar el
nuevo espíritu de solidaridad del Tercer Mundo (Mortimer 1984, 6)2. Asis-
tieron a la conferencia 29 países de un total de los 59 existentes en el
mundo por aquel entonces; se pudo ver a varios líderes prominentes como
el primer ministro Nehru, el primer ministro Zhou Enlai, los presidentes
Nasser y Sukaron, los príncipes Sihanouk y Faisal, y a líderes nacionalis-
tas como U Nu, Mohammed Ali y Carlos Rómulo. A pesar de diversas ten-
siones y contradicciones políticas internas, Bandung tuvo éxito en dos
aspectos: primero, ayudó a forjar una conciencia común del Tercer Mundo
dentro de la ONU, mediante el Grupo de los 77 (G-77) y el Movimiento No
Alineado (MNA) (Mortimer 1984, 9). Segundo, subrayó los dos principios
cardinales que organizarían la política del Tercer Mundo en las siguientes
décadas: la descolonización y el desarrollo económico (Mortimer 1984, 9).
2 Sobre la conferencia de Bandung, véanse también Kahin (1956), Wright (1956), Republic of
Indonesia, Ministry of Foreign Affairs (1956), Appadurai (1955) y Rómulo (1956).
De esta conferencia surgieron varios temas que dos décadas más tarde
constituirían los cimientos de las propuestas para el NOEI. El más impor-
tante de ellos fue el deseo de articular una “tercera” vía, una posición polí-
tica que distinguiese al Tercer Mundo de los dos grandes poderes y también,
como se vería más tarde, de China. Este deseo se manifestó, por ejemplo,
en la famosa diatriba de Sir John Kotelawala de Ceilán (como se llamaba el
país entonces) contra el colonialismo soviético. Después de señalar que los
delegados estaban bien familiarizados con el colonialismo en su “forma pri-
mera y más evidente”, el colonialismo occidental, continuó declarando:
[H]ay otra forma de colonialismo, sin embargo, sobre la cual muchos
de los aquí presentes tenemos bastante menos claridad en nuestras
mentes y tal vez algunos no estemos de acuerdo en catalogarla en
absoluto como colonialismo. Piénsese, por ejemplo, en esos Estados
satélites sujetos a dominación comunista en la Europa Central y del
Este, en Hungría, Rumania, Bulgaria, Albania, Checoslovaquia, Latvia,
Lituania y Polonia. ¿No son tan colonias acaso como cualquiera de los
territorios coloniales de África o Asia? ¿Y si estamos unidos en nues-
tra oposición al colonialismo, no debería ser nuestra obligación decla-
rar abiertamente nuestra oposición al colonialismo soviético tanto
como lo hacemos al imperialismo occidental? (Citado en Kahin 1956)
Esta posición fue apoyada por muchos Estados, incluyendo Pakistán,
Irán, Irak, Turquía, Japón, Líbano, Libia, Filipinas y Sudán, que a conti-
nuación introdujeron una resolución condenando “todos los tipos de colo-
nialismo” (citado en Kahin 1956). Ello era un reflejo de la realidad de muchos
de los Estados que atendían a la Conferencia y que estaban preocupados
por las incipientes revoluciones izquierdistas o comunistas en sus países y
deseaban arrancarlas de raíz3. De hecho, esas revoluciones barrerían mu-
chos de esos países en las siguientes décadas, como ocurrió en Libia, Cam-
boya o las Filipinas.
El punto esencial que debe destacarse de todo ello es que, en contra de
lo que cree la mayoría de la gente y el mundo académico en Occidente, el
intento de articular una voz del Tercer Mundo fue genuino y no simple-
mente la mera extensión de la dominación soviética. Ello fue evidente es-
pecialmente en la esfera de la paz y la seguridad, donde la neutralidad de
Nasser, combinada con la de India y Borneo, llevó a la aparición del MNA
en los años siguientes.
No obstante, fue difícil articular en la Conferencia una visión del colo-
nialismo que pudiera aplicarse por igual a los regímenes soviéticos y occi-
dentales. En ningún terreno eso fue más cierto que en la esfera económica:
en ausencia de una alternativa viable al comunismo soviético o al capitalis-
3 Véase Rajagopal (1998-1999), donde recoge un análisis de Aijaz Ahmad a favor de ver Bandung
en términos de las agendas políticas domésticas de Nehru, Zhou Enlai y otros, en vez de en
términos de cuestiones internacionales.
4 Foucault (1979, 272), al hablar de la prisión, sugiere que en lugar de detenerse en el “fracaso”
de la prisión, “se debería invertir el problema y preguntarse para qué sirve el fracaso de la
prisión, cuál es el uso de estos distintos fenómenos que se están criticando continuamente: el
mantenimiento de la delincuencia, la promoción de la reincidencia, la transformación del
delincuente ocasional en uno habitual, la organización de un entorno cerrado de delincuencia”.
Esta crítica la tomo de Ferguson (1994, parte V).
han probado ser tan importantes como los efectos buscados. Así, el comercio
de mercancías puede que aún no se haya regularizado a favor del Tercer
Mundo, pero con toda seguridad ha producido unas redes densas de institu-
ciones internacionales, funcionarios, prácticas y técnicas productoras de co-
nocimiento que han demostrado ser perdurables e importantes tanto para el
comercio de mercancías como por sí mismas. Estos “efectos-instrumento”
han dirigido la expansión del derecho internacional.
Los análisis tradicionales de las instituciones internacionales son dife-
rentes en dos aspectos en relación con el que acabo de presentar: primero,
prestan muy poca atención al papel de los compromisos del Tercer Mundo
(comenzando por Bandung) como motor de crecimiento de esas institucio-
nes (de hecho, ven la política del Tercer Mundo como un obstáculo al fun-
cionamiento de las instituciones) y, segundo, prestan escasa atención a los
“efectos-instrumento” de la crítica del Tercer Mundo. Sugiero que ambos
son importantes: una atención mayor a los compromisos del Tercer Mundo
permite movernos más allá del funcionalismo tecnocrático que caracteriza
por lo general el tratamiento de las situaciones internacionales, haciendo
visible cuestiones “olvidadas” relativas al poder, como la raza o el género;
por otro lado, observar los “efectos-instrumento” de la crítica del Tercer
Mundo también nos ayuda a trascender la valoración (bastante banal) como
“fracasos” que se hace de las luchas del Tercer Mundo, como en el caso del
NOEI, y a tener una visión más rigurosa que contemple las consecuencias
no buscadas de la crítica.
7 Para las críticas, véase Franck (1986); para un análisis de las contradicciones dentro del NOEI desde
la perspectiva del derecho internacional, véanse Horn (1982), Bauer y Yamey (1977), y Bauer (1976).
8 Para una buena descripción general, véase Streeten (1981, 241).
9 Si se quieren consultar obras sobre teoría de la dependencia, véanse Baran (1957), Amin (1976)
o Frank (1967, 1973).
10 En la obra de Kennedy (1994, 1995) se puede ver un análisis complejo del debate entre fuentes y
proceso y de su impacto sobre el derecho internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial.
una percepción sutil de la importancia del proceso por encima del resulta-
do material, destacando el papel de las negociaciones (p. 100). Como nos
dice Franck, “no hay legislación en el sistema internacional contemporá-
neo. Sólo contrato. El contrato requiere genuino consensus ad idem” (p.
97). Según Franck, esa idea de consenso estaba ausente en la estrategia
del Tercer Mundo acerca del NOEI, puesto que era demasiado antagónica,
sin pretender llegar a la opinión pública en Occidente (pp. 90, 91)12. De
hecho, él rechaza totalmente esas tácticas que dice estaban basadas erró-
neamente en “estrategias anticoloniales vencedoras,” puesto que “la cam-
paña contra el colonialismo, después de todo, se había ganado no en la
India y Argelia, sino en Londres y París (p. 86), salvo en la ficción posterior
construida por la mitología nacionalista poscolonial”. Con esta sola frase,
Franck ha descartado sencillamente todo el papel jugado por la resistencia
de masas contra el colonialismo.
Hoy conocemos nuestra historia de manera distinta. El colectivo subal-
terno en Asia del Sur13 y académicos como Mahmoud Mamdani (1996) en
África han desarrollado un trabajo fundacional en el que se narra la historia
de las contribuciones a los movimientos anticoloniales hechas por la gente
común, combatiendo así las historiografías elitistas dominantes hasta aho-
ra. Franck (1986, 91) también presenta la crítica de que el Tercer Mundo no
hizo siquiera el intento de reconocer la necesidad de cambios domésticos
fundamentales: “era una culpa en una sola dirección... no era creíble”. Esa
observación pasa por alto el hecho de que una estrategia de antagonismo
pudo haber contribuido a la creación de un frente común, al permitir consti-
tuir una identidad alrededor de la cual pudieron iniciarse discusiones rele-
vantes con Occidente. Como he sugerido, a menudo, la fuerza de la ofensiva
del Tercer Mundo estaba principalmente en la constitución de ese frente
común y en su mantenimiento; sólo secundariamente aparecía la preocupa-
ción por la resolución de cuestiones sustantivas.
12 Franck realiza una comparación entre la estrategia de enfrentamiento del Tercer Mundo y el
radicalismo negro en los EE.UU. en los años sesenta.
13 Existe una vasta producción académica de esta escuela, representada en los trabajos de Ranajit
Guha, Gayatri Chakravorti Spivak, Partha Chatterjee y otros. Un resumen de ese trabajo se
puede ver en los ocho volúmenes de Selected Subaltern Studies, editados por Guha y Spivak
(1988).
* En el sistema del FMI, los DEG determinan la capacidad de endeudamiento de un país, es decir,
el monto de los créditos que puede solicitar del FMI. Además, el sistema de votación del FMI
otorga más votos a quien tenga un mayor número de DEG, es decir, la fuerza de un país en el
FMI está ligada a su capacidad potencial de endeudamiento (N. del T.).
14 Los EE.UU. intentaron durante ocho horas que el artículo determinado “el” se cambiara por el
indeterminado “un” en el preámbulo de la propuesta de resolución, en donde se hacía referen-
cia a “el NOEI”.
15 Véanse Finger (1976) y Weintraub (1976). Otros críticos, como Bergsten (1976), vieron también
en la proliferación de las instituciones algo bueno que permitiría que cuestiones especializadas
se desagregaran.
16 Es diferente a una agencia especializada como la Comisión de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos (CNUDH), que se establece mediante el tratado constitutivo.
actuación del individuo en aquellos asuntos de su interés, sin más límites que los derechos
iguales a sus semejantes y una tibia noción de interés público (N. del T.).
19 Es el mismo tipo de modus operandi que se practica para el nombramiento de las cabezas del
PNUD, el Unido y la UNEP, siguiendo el modelo de la Unctad.
INSTITUCIONALIZANDO EL RADICALISMO:
EL ARTE DE MANTENER LA UNIDAD EN EL G-77
Como he dicho anteriormente, la Unctad I también señaló el comienzo de
la formación de un frente unido común del Tercer Mundo, el G-77. En
ausencia de un secretariado o de una estructura organizacional separada,
el G-77 dependía por completo de la Unctad para todas sus necesidades.
Como consecuencia, las oficinas del G-77 se establecieron en Ginebra, don-
de se encuentra la sede de la Unctad, y sus miembros activos han sido las
delegaciones acreditadas por los países en vías de desarrollo ante la Unctad
(Mortimer 1984, 75). Como ha afirmado Robert Mortimer (1984, 78), “la
originalidad del G-77 como actor internacional ha residido precisamente
en su falta de diferenciación con las estructuras más grandes dentro de las
cuales ha actuado”. Esta identificación entre la Unctad y el G-77 politizó las
actividades de la primera, como resultado de las tensiones internas del
último y la siempre presente necesidad de mantener la unidad. La conse-
cuencia fue que la Unctad se convirtió en la imagen institucional de los
acuerdos políticos alcanzados entre las posiciones moderadas y radicales
dentro de la coalición del Tercer Mundo, con lo que terminó siendo
inherentemente moderada.
Hubo dos tipos de retos a la unidad de los Estados del Tercer Mundo en
el G-77. El primero fue la diferenciación entre los miembros del G-77. Ese
problema surgió del hecho de que ciertos Estados del Tercer Mundo esta-
ban más “desarrollados” o tenían mayores intereses económicos en nego-
ciaciones concretas con el mundo industrializado. Esos Estados, como la
India durante la crisis del petróleo de la OPEC, tendían hacia posiciones
más conciliatorias en las negociaciones, en lugar de adoptar una perspecti-
va antagonista de línea dura. Esa situación se creaba a partir de las dife-
rencias regionales entre los grupos asiáticos, africanos y latinoamericanos
22 Se está refiriendo al trabajo del historiador económico de los años cincuenta Walt W. Rostow,
que contemplaba el proceso de desarrollo como una serie de etapas sucesivas de crecimiento
económico por la que todos los países debían pasar (N. del T.).
23 Bedjaoui (1979, 69) cita expresamente a George Corm: “El marxismo es una protesta al interior
del sistema occidental, pero no es una protesta contra él”.
24 No es sorprendente que Algeria haya representado siempre la facción más radical dentro del Tercer
Mundo, que defiende, en su extremismo, una “desvinculación” de las economías del Sur de las del
Norte (Mortimer 1984, 90-94). Una versión más suave de esta facción es el modelo de cooperación
Sur-Sur, defendido principalmente por el MNA. La formulación clásica de la desvinculación desde la
perspectiva de la política económica se encuentra, naturalmente, en la obra de Amin (1990).
25 Sólo cita a Ivan Illich, a nadie más.
26 Como Bedjaoui (1979, 195) lo explica: “el Tercer Mundo expone la debilidad del sistema de la
ONU, al mismo tiempo que muestra todavía un afecto real hacia él y ello no es el resultado de
un capricho extraño. Los países en vías de desarrollo o no alineados no desafían la existencia de
la ONU, que valoran positivamente, sino su condicionamiento por los grandes poderes, que se
niegan a aceptar”.
CONCLUSIÓN
Este capítulo ha presentado la perspectiva de que los compromisos del Ter-
cer Mundo con las instituciones internacionales han tenido un doble carác-
ter: por un lado, han radicalizado esas instituciones, convirtiéndolas en
campos de lucha política e ideológica sobre cuestiones de poder, distribu-
ción y justicia; por otro lado, las vertientes más radicales de la crítica del
Tercer Mundo se han apaciguado al hacer hincapié en las reformas de las
instituciones internacionales. Ello ha tenido como consecuencia la expan-
De la resistencia a la renovación:
las instituciones de Bretton Woods y la creación
de la “nueva” agenda para el desarrollo
1 Como afirma un importante manual sobre derecho económico internacional, “en gran medida,
la interdependencia económica internacional contemporánea puede atribuirse al éxito de las
instituciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial, que llamamos en este libro el Sistema de
Bretton Woods” (Jackson, Davey y Sykes 1995). Por IBW entiendo el grupo de instituciones del
Banco Mundial y el FMI. El grupo del Banco Mundial comprende: el Banco Internacional para la
Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD), la Agencia de Garantías para la Inversión Multilateral
(AGIM) y el Centro Internacional para la Solución de Disputas sobre Inversión (CISDI).
2 De hecho, existe una verdadera explosión de producción académica en torno al Banco Mundial,
mientras que el FMI ha recibido en cierta medida menos atención. Las siguientes obras son sólo
un ejemplo de un fenómeno muy expandido: Cornia, Jolly y Stewart (1987), Broad (1988),
Caufield (1996), Hildyard (1997), Killick (1984), Nelson (1995) y Payer (1974, 1982). La razón de
esta explosión es en parte que las IBW han dado a conocer mucha más información (que
aunque ni total ni adecuada, sigue siendo información) acerca de su funcionamiento interno
que las más reservadas GATT/OMC o las empresas financieras privadas detrás de las IBW.
Agradezco a Devesh Kapur por las conversaciones inspiradoras sobre este tópico.
3 Sobre los orígenes, véanse Dam (1982) y Kapur, Lewis y Webb (1997).
4 Directiva Operativa 4.15: Reducción de la Pobreza, 1992, compilada en el Manual 2 de Operacio-
nes del Banco Mundial (diciembre 1992), citada en Kapur, Lewis y Webb (1997, 51). La directiva
declara que “reducción de la pobreza es el objetivo primordial del Banco”.
5 Véanse artículo I (V) y artículo V (3) del IMF (1945). Véase también IMF (1999b), interpretando
los Artículos del FMI en el sentido de que significan que la autoridad para usar sus recursos está
limitada a dar ayuda temporal para financiar los déficit de la balanza de pagos por cuenta
corriente de los países miembros en operaciones de estabilización monetaria.
6 Para una discusión, véanse Omvedt (1993) y Calderón, Piscitelli y Reyna (1992).
7 Véase el capítulo 2 para una discusión ampliada sobre este punto y sobre el impacto para la forma
como entendemos el compromiso del Primer y el Tercer Mundo con el derecho internacional.
8 Hay muchos factores que facilitan especialmente el funcionamiento de una “alianza” de ese
tipo. Se podría mencionar el imperativo de la Guerra Fría de diseñar una política de seguridad
que acogiera el desarrollo social como medida de seguridad, como la Alianza para el Progreso
en Latinoamérica. También se podría examinar el papel que jugaron líderes carismáticos como
Robert McNamara en el Banco Mundial durante los años setenta. Aquí me centraré sólo en el
proceso gradual por el cual las IBW comenzaron a relacionarse con los de base, adquiriendo así
una “nueva personalidad”.
9 Gran parte de las obras académicas apoyan esta idea. Entre muchos otros, véanse Bedjaoui
(1979), Myrdal (1957, 1970) y Schachter (1976).
10 Véanse Williams (1981) y Payer (1982). Para una incisiva estructuración de una crítica de la teoría
de la dependencia al mundo occidental, véase Greenberg (1980). También puede leerse una
declaración clásica de la teoría de la dependencia en Frank (1973).
11 Aunque debería observarse que incluso estas críticas nunca abandonan la fe en la idea de las
instituciones internacionales y no sólo en las IBW.
12 Otras razones incluirían al menos dos tipos de críticas. Primero, un crítica a la legitimidad poscolonial
que insiste en la continuidad histórica entre las intervenciones coloniales y para el desarrollo, y ve a
las IBW como elementos esenciales dentro de esa continuidad y, por lo tanto, ilegítimas (Escobar
1995). Me apoyo ampliamente en las perspectivas de esta crítica a lo largo de este capítulo. Una
segunda crítica sería la del déficit democrático, tanto desde la izquierda como desde la derecha, que
desafía a las IBW (y ahora también a la OMC) no simplemente porque sean herramientas de la
dominación capitalista, sino porque no tienen que responder por sus actuaciones frente a la
sociedad (sin importar como se quiera definir “responder”). Véase Comisión para el Gobierno Global
(1995, 14-16), donde se propone un derecho de petición para los miembros de la sociedad civil;
también las páginas de Internet de Public Citizen’s Global Trade Watch [http://www.tradewatch.org],
el Foro Internacional sobre Globalización [http://www.ifg.org] y la Alianza para la Democracia
[http://www.afd-online.org]). El estudio más completo de la legitimidad de las instituciones y del derecho
internacional se encuentra en el importante trabajo original de Thomas Franck (1988, 1990, 1993).
LA GUERRA FRÍA
Y LA “OTRA” RESISTENCIA DEL TERCER MUNDO
Comienzo esta sección explicando el papel que jugaron las IBW en la con-
solidación del objetivo de la Guerra Fría de contener el radicalismo de
masas del Tercer Mundo, puesto que ello es esencial para comprender la
aparición posterior de los programas de alivio de la pobreza.
Se olvida a menudo que en los años siguientes al establecimiento de las
IBW, los préstamos iban dirigidos principalmente a los países “desarrolla-
dos” como Japón y Australia (tabla 5.1). Así, desde enero de 1949 hasta la
aprobación del primer crédito IDA (Internacional Development Agency,
Agencia Internacional para el Desarrollo) en abril de 1961, el Banco Mun-
dial prestó a estos países 1.700 millones de dólares, o lo que es lo mismo,
un tercio de un total de $5.100 millones. Australia ($317 millones hasta
junio de 1961), Japón ($447 millones de dólares), Noruega ($120 millones),
Austria ($100 millones), Finlandia ($102 millones), Francia ($168 millones)
e Italia ($229 millones) recibieron todos ellos fondos del Banco Mundial
para la reconstrucción y el desarrollo (Kapur, Lewis y Webb 1977, 93). Esta
situación continuó hasta el establecimiento de la IDA en 1961, aunque se
hicieron varios préstamos grandes a la India y a Latinoamérica. Al final de
este periodo clave entre 1947 y 1961, que también contempló el momento
más álgido de la Guerra Fría, comenzó a ser obvio que Occidente estaba
13 Eso llevó a la invención del “desarrollo social” como un sustituto del desarrollo económico en la
práctica de la ONU (Esteva 1992, 13).
14 Me refiero aquí sólo a los aspectos internacionales de la dimensión de seguridad; el desarrollo,
naturalmente, también tenía una dimensión de seguridad nacional.
15 Bernard Bourdillon, The African Producer in Nigeria, West Africa (30 de enero de 1937, 75),
citado por Kapur, Lewis y Webb (1997, 96).
Tabla 5.1
Préstamos del Banco Mundial para el desarrollo antes de la IDA
Compromisos brutos Préstamo neto
Destinatario (miles de millones de dólares USA)
1948-61 1956-61 1948-61
Préstamos totales para el desarrollo 5,1 2,8 3,9
Países más desarrollados 1,7 0,9 1,1
Colonias 0,5 0,3 0,4
Países menos desarrollados 2,9 1,7 2,3
Energía y transporte 2,4 1,4 2,0
Agricultura y riego 0,1 0,1 0,1
Fuente: Banco Mundial. Informe Anual, 1961, citado en Kapur, Lewis y Webb (1997, 86).
16 Sobre la Conferencia de Bandung, véanse Appadurai (1955), Kahin (1956), Rómulo (1956) y
Wright (1956). Véase también el capítulo 4.
17 El alineamiento seguridad-desarrollo se admitía más fácilmente en la ayuda bilateral. Como
señala Robert Packehham (Liberal America and the Third World [1973], citado por Kapur, Lewis
y Webb [1997, 149]): “en ningún momento se usó principalmente toda esa asistencia económica
y técnica para fines del desarrollo; durante… la mayor parte de los años cincuenta y la segunda
mitad de los sesenta… predominaban los fines de seguridad”.
21 Ello significó, por ejemplo, que el Banco pudiera financiar un proyecto específico, como la
construcción de una carretera, mientras que no podía financiar amplios programas sociales o
económicos que se ocuparan de la salud o de la educación. Los Artículos del Acuerdo del Banco
Mundial lo comprometían originalmente con la financiación de proyectos específicos, con el
propósito de convencer a Wall Street de que las inversiones del Banco serían responsables y
estarían fácilmente auditadas mediante pruebas fehacientes del cumplimiento del proyecto
(Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo, Artículos del Acuerdo, artículo III
[4] [viii]; “Los préstamos realizados o garantizados por el Banco deberán ser, salvo circunstan-
cias especiales, para el propósito de proyectos específicos de reconstrucción o desarrollo”). Se
puede ver una discusión sobre la conexión de Wall Street con la orientación de la financiación
de proyectos en Kapur, Lewis y Webb (1997, 88-90, 120-121).
22 Para una discusión al respecto, véase Kapur, Lewis y Webb (1997, 109-111). Además, apareció
una cierta teleología que juzgaba los proyectos en función de si eran apropiados para un
determinado país mediante una escala de “desarrollo”, cuando se comparaba con fases de
desarrollo similares de los países occidentales en su pasado. Por ello, el entonces presidente del
Banco Mundial, Robert Gardner, cuestionaba la necesidad del aprovisionamiento de agua pota-
ble para las ciudades: “cuando crecí en Mississippi… no teníamos agua en nuestra casa”.
(entrevista de David Sommers con Robert Gardner, Presidente del Banco Mundial, 18 de julio de
1985, citado en Kapur, Lewis y Webb [1997, 112]).
23 Al tomar ese camino, el Banco se apartó de la política de asistencia bilateral de los EE. UU. durante
el mismo periodo, que se centró en la agricultura, la salud y la educación, presumiblemente libre
de las restricciones financieras de Wall Street (Kapur, Lewis y Webb, 1997, 112).
Ello se debió principalmente a los deseos del Banco de seguir siendo intere-
sante para la financiación de Wall Street.
Al final, con el establecimiento de la IDA y la expansión para cubrir el
alivio de la pobreza, la asignación sectorial del Banco se amplió sensible-
mente para cubrir la salud, la educación, el desarrollo rural y la agricultu-
ra. Aunque ese cambio de estrategia no redujo excesivamente la pobreza,
ni tampoco mejoró la salud pública ni hizo que la agricultura fuera tan
eficiente como se hubiera querido24, los “efectos-instrumento”25 del cambio
ocasionaron una expansión representativa de las IBW en todas las esferas
concebibles de la actividad humana en el Tercer Mundo. Dejando a un lado
si consiguieron efectivamente los fines que pretendían, las intervenciones
llevadas a cabo por las IBW adquirieron una lógica interna por derecho pro-
pio. Esta expansión del dominio de sus actividades no podría haber ocurrido
sin la dimensión de seguridad nacional que proporcionó la Guerra Fría como
respuesta a los movimientos anticoloniales y de masas campesinas en el
Tercer Mundo. Sin embargo, esta tendencia obvia recibe escaso reconoci-
miento en las historiografías de las IBW en el derecho internacional.
EL “DESCUBRIMIENTO” DE LA POBREZA
Y EL ESTABLECIMIENTO DE LA IDA:
EL REJUVENECIMIENTO DE LAS IBW
Como ya se ha apuntado, los Artículos del Acuerdo de las IBW no se refie-
ren explícitamente a la pobreza o la justicia. Sin embargo, en 1991, el
Banco Mundial declaró en una Directiva Operacional que “la reducción sos-
tenible de la pobreza es el objetivo esencial del Banco” (World Bank 1992).
Esta nueva fe no fue el resultado de una evolución sencilla hacia objetivos
racionales que resultaron de un proceso de aprendizaje, aunque así lo haya
descrito recientemente el Banco.
En los años sesenta, el Banco se centró en el desarrollo económico
como la clave para la reducción de la pobreza. Durante los años se-
tenta la atención se dirigió primero a la redistribución con crecimien-
to y más tarde a la satisfacción de las necesidades humanas básicas.
A principios de los ochenta, la financiación de ajustes con base en
políticas económicas eclipsaron los objetivos de reducción de la po-
24 Como una publicación oficial de las NU (1971) lo reconoció una década después del estableci-
miento de la IDA, “el hecho de que el desarrollo deja a su paso, o incluso en algunas formas
crea, grandes áreas de pobreza, estancamiento, marginalidad y exclusión real del progreso
económico y social, es demasiado obvio y demasiado urgente para ignorarse”. Para un análisis
de cómo la pobreza y la exclusión siguen siendo enormes obstáculos a pesar de las intervencio-
nes para el desarrollo, especialmente en el contexto de la globalización y de la crisis económica
del Este de Asia, véase Naciones Unidas (1999).
25 Véase la discusión supra.
breza del Banco... (Eso) permitió que el Banco manejara al final más
efectivamente la relación entre pobreza y entorno político. En 1987 y
1988 la primacía del objetivo de reducción de la pobreza del Banco
volvió a enfatizarse en los informes de la Unidad de Trabajo [Work
Force]... [L]a importancia de la reducción de la pobreza fue impulsa-
da por informes posteriores que contribuyeron a reafirmar aún más
el compromiso del Banco con la reducción de la pobreza como su
objetivo fundamental. (World Bank 1992, 51-52)
Este relato es, naturalmente, antiséptico y lineal. En contraste, como
se puede ver en la discusión de la sección anterior, el mandato del Banco
era explícitamente político y fue gradualmente definido mediante comple-
jas luchas: entre los dos bloques de poder de la Guerra Fría, entre el Tercer
Mundo y el Occidente, entre políticas reaccionarias e izquierdistas, entre
gobiernos autoritarios y rebeliones campesinas, entre movimientos de masas
y manipulación de las élites, entre fuerzas anticoloniales y coloniales, y
entre múltiples concepciones del “desarrollo”. Aun así, es importante estu-
diar el proceso por el cual la pobreza llegó a constituir la lógica gobernante
del episteme del desarrollo: las IBW. Ello se debe a que es a lo largo del
“descubrimiento” de la pobreza que las IBW, especialmente el Banco, se
descubrieron a sí mismas como instituciones internacionales. En otras
palabras, si la Guerra Fría proporcionó una dimensión de seguridad a la
constitución de las IBW como instituciones para el “desarrollo”, el objetivo
de la reducción de la pobreza proporcionó la dimensión humanitaria y moral.
da, por ejemplo, por el subsecretario de Estado Douglas Dillon, justo des-
pués de la victoria de Fidel Castro, en un discurso al Comité del Senado
para Relaciones Exteriores de los Estados Unidos: “aunque ha habido un
crecimiento continuo de los ingresos nacionales en toda Latinoamérica, mi-
llones de desfavorecidos no se han beneficiado aún de él”26.
Segundo, se era consciente de que la financiación exterior tradicional
se centraba demasiado en la acumulación de capital (principalmente a tra-
vés de proyectos de infraestructura y de energía) y muy poco en la “finan-
ciación social”, lo cual era cierto no sólo debido al hecho de que los banqueros
de Wall Street consideraran los préstamos sociales improductivos y eté-
reos (véase supra), sino también porque los préstamos sociales parecían
demasiado políticos y, por lo tanto, violaban el principio de no intervención
vigente en las relaciones y el derecho internacionales. Las IBW proporcio-
naron un camino para salir de ese bloqueo. Esta racionalidad fue expresa-
da por el presidente Eisenhower en relación con el establecimiento de un
Banco Interamericano para el Desarrollo en 1959:
La ayuda unilateral tradicional apoyaba el orden social predomi-
nante que era injusto para la gran masa de la población, pero no
podíamos hacer nada directamente acerca de ello sin violar la políti-
ca de no intervención en los asuntos internos de otras naciones. La
creación del nuevo Banco cambió eso, porque ahora las Américas
tienen un instrumento multinacional, protegido contra el control por
un solo país, para la mejora de la vida de la gente en todas las
Américas; si este instrumento insistiese en la reforma social como una
condición para la ampliación del crédito para el desarrollo, difícil-
mente se le podría acusar de “intervencionista”. (Enfasis mío)27
26 Milton S. Eisenhower (1963, 249), citado en Kapur, Lewis y Webb (1997, 142). Dillon tuvo una
influencia importante en la creación de la IDA como Secretario del Tesoro del presidente
Kennedy entre 1961 y 1965.
27 Dwight D. Eisenhower (1965, 516), citado por Kapur, Lewis y Webb (1997, 155).
28 Sr. Aldewereld en Rough Notes of Staff Loan Committee Meeting 1-4, BIRD Doc. SLC/M/6124
(14 junio de 1961), citado en Kapur, Lewis y Webb (1997, 166).
29 En general, véase Rahnema y Bawtree (1991). Para un análisis brillante de la idea de pobreza,
véase Sachs (1990).
30 Véase Rahnema (1992) para una discusión sobre las dimensiones comparativas entre culturas.
En la India, la tradición proveniente de Ghandi consiguió mantener esta aproximación holística
a lo largo de todo el siglo XX.
* El keynesianismo es la doctrina económica que concede al Estado un papel central en la asigna-
ción de bienes y servicios en la economía y en la gestión del gasto público como motor de
crecimiento en épocas de crisis. Toma su nombre del inglés John Maynard Keynes (1883-1946),
giro del Banco Mundial hacia el alivio de la pobreza en los años setenta35,
que tuvo el efecto de consolidar y acelerar la internacionalización del domi-
nio “social”.
Como resultado de todo lo anterior, debe reconocerse que, en contra de
la sabiduría popular, las IBW no fueron ni benevolentes samaritanas ni
herramientas mecanicistas en manos del capital global opuestas a la justi-
cia social y la equidad. Más bien, constituyeron un espacio complejo en el
cual el poder, la justicia, la seguridad y el humanitarismo funcionaron en
términos contradictorios y complementarios. De hecho, estos fenómenos
no podían existir separadamente. Como Karl Polanyi (1944) lo anota con
gran agudeza, en relación con el ascenso del capitalismo en Occidente, “el
pauperismo, la economía política y el descubrimiento de la sociedad estu-
vieron profundamente interrelacionados”. Por analogía, he sugerido que la
pobreza, la economía política y el descubrimiento de las instituciones in-
ternacionales, como lugares donde las relaciones entre Occidente y el no
Occidente se construyen, son inseparables.
35 El acontecimiento más conocido que marcó ese giro fue el discurso del presidente del Banco,
McNamara, ante el Consejo de Gobernadores del Banco en Nairobi, el 24 de septiembre de 1973.
36 Véase en general Rajagopal (1999a).
del Banco, con el mandato explícito de ayudar a los “países menos desarro-
llados”37. Ello señaló un cambio decisivo en la relación existente entre de-
sarrollo e intervención de las IBW con las masas del Tercer Mundo, al
menos de dos formas, que tuvieron un impacto significativo sobre las insti-
tuciones internacionales. En primer lugar, el desarrollo adquiriría desde
ese momento un “sentido moral” y pasaría a significar el alivio de la pobre-
za en los países en desarrollo (Kapur, Lewis y Webb 1997, 140). Como resul-
tado, las instituciones económicas internacionales comenzaron a adquirir
un aura de legitimidad, que continúa hasta el día de hoy, derivada de su
supuesta contribución benéfica al alivio de la pobreza. En segundo lugar, la
formación de la IDA coincidió con la aparición de docenas de instituciones
para el desarrollo tanto multilaterales como domésticas, y también contri-
buyó a su creación. Esas instituciones constituyen hoy la estructura
institucional de las relaciones económicas internacionales.
El establecimiento de la IDA tuvo profundos efectos en el carácter del
Banco como institución en varios niveles. En ningún otro terreno fue ello
más evidente que en ese “nuevo” carácter como institución del Primer
Mundo que realizaba préstamos principalmente a países pobres del Tercer
Mundo. Por ejemplo, la tabla 5.2 muestra cómo los préstamos totales del
Banco a países de altos ingresos, como Australia o Japón, “cayeron de un
43% de los compromisos en 1950 a un 21% entre 1961 y 1969, y sólo a un
7% durante 1968 y 1969” (Kapur, Lewis y Webb 1997, 139). En contraste,
un tercio de todos los préstamos durante los años sesenta fueron otorgados
a la India y a Pakistán, dos de los países más pobres del mundo. Además, el
número de prestatarios con bajos ingresos se disparó tras la descoloniza-
ción de África. Por consiguiente, el Banco realmente se convertiría en una
institución “internacional”, que mediaría la relación conflictiva entre Occi-
dente y no Occidente, al mismo tiempo que expandía su propio espacio de
acción. Lo que es más, el Banco también comenzó a diversificar su asigna-
ción sectorial para incluir la agricultura, la educación y otros sectores “so-
ciales”. Por ejemplo, los préstamos a la agricultura ascendieron de un 2%
del total de préstamos en el periodo anterior a la IDA, a un 11% durante los
años sesenta, alcanzando un 20% durante los dos últimos años de la década
(tabla 5.2) (véase Kapur, Lewis y Webb 1997, 141).
Sin embargo, el establecimiento de la IDA y el cambio hacia la financia-
ción “social” no fue fácil. Como IBW, la IDA estaba todavía obligada a res-
tringir la financiación a proyectos específicos “excepto en circunstancias
especiales” (Kapur, Lewis y Webb 1997, 159). El Informe Adjunto de los
Directores Ejecutivos, que se usaba para interpretar los Artículos del Acuer-
37 Véase Kapur, Lewis y Webb (1997, capítulos 4 y 7). Este propósito distingue la IDA de los
términos de los Artículos del Acuerdo del BIRD, que trataba todos los estados miembros como
iguales.
Tabla 5.2
Préstamos del BIRD y de la IDA, 1961-1969
Número de IDA BIRD Total
Prestatario prestatarios Millones de dólares USA
Total 93 2.217 7.219 9.436
Altos ingresos 16 15 1.644 1.650
Ingresos medios y bajos 77 2.201 5.575 7.776
Ingresos medios 43 354 4.113 4.467
Ingresos bajos 34 1.847 1.462 3.309
India 1 1.044 405 1.449
Pakistán 1 413 375 788
Energía y transporte 68 852 3.593 4.445
Agricultura, educación y agua 49 604 941 1.545
Fuente: Datos del Banco Mundial, citados en Kapur, Lewis y Webb (1997, 140, tabla 4-1).
38 IDA, Artículos del Acuerdo e Informe Adjunto de los Directores Ejecutivos del Banco Internacio-
nal para la Reconstrucción y el Desarrollo, artículo V(1) (b), párrafos 13.15 (1960), citado en
Kapur, Lewis y Webb (1997, 159).
39 Los Estados Unidos tenían el programa de ayuda más grande, que se administraba mediante
agencias como AID y el Banco de Exportaciones-Importaciones. Véase Kapur, Lewis y Webb
(1997, 150-151).
proceso en una sola vía; más bien, fue activamente impulsado y resistido
por muchos movimientos de base en todo el mundo. Presto principalmente
atención y discuto de manera breve dos momentos clave de esta evolución.
Antes de hacerlo, deben explicarse sucintamente los factores responsables
de la constitución del medio ambiente como un ámbito de intervención
para las IBW.
46 Véase Jenks (1958, 246-248), donde se describe la necesidad de incorporar aspectos del Estado
de bienestar en el derecho internacional para recuperar la iniciativa moral perdida por Occiden-
te a consecuencia del gobierno colonial. Para una discusión sobre el trabajo académico de
Wilfred Jenks en términos de cómo los internacionalistas de la posguerra “recibieron” el discur-
so sobre el desarrollo, véase capítulo 2.
47 Véase Sachs (1992b, 26). El informe de la Comisión Brundtland declaraba en su párrafo in-
troductorio: “Esta nueva realidad, de la que no hay escapatoria, debe reconocerse y adminis-
trarse” (World Commission on Environment and Development 1987, 1, énfasis añadido).
48 Véase también Habermas (1981).
de comprender el mundo, que no estaría constreñida por los límites del libera-
lismo o los excesos del marxismo-leninismo (véase, p. ej., Habermas 1981).
Cuarto, a inicios de los años setenta, en numerosos países del Tercer
Mundo, como la India y Brasil, mucha gente compartía un descontento simi-
lar con respecto a los supuestos efectos benéficos tanto del desarrollo como
del proyecto de construcción nacional (véanse, p. ej., Kothari 1993, Sethi
1993 y Mandani et al. 1993). Estas sensibilidades estaban comenzando a ser
evidentes en los movimientos medioambientales populares, como el Chipko
en el norte de la India49. Este nacimiento del proceso de imaginar alternati-
vas al Estado poscolonial encontró que el campo del medio ambiente era una
tierra fértil para la articulación de estas alternativas.
Como resultado de la conjunción de estos factores, el discurso medio-
ambiental tuvo un impacto temprano en las prácticas de las IBW50. Inicial-
mente, el presidente del Banco, Robert McNamara, creó el cargo de consejero
para el medio ambiente en el Banco en 1970 (Wade 1997), convirtiéndose
en la primera institución internacional bilateral o multilateral en crear un
puesto similar. Segundo, el Banco jugó un papel fundamental en la Confe-
rencia de Estocolmo en 1972. El consejero para el medio ambiente del Ban-
co, James Lee, fue una figura central en las reuniones preparatorias. Un
funcionario directivo del Banco, Mahub ul Haq51 , fue el autor del informe
Founex, que se convirtió en la base de la Declaración, Principios y Reco-
mendaciones de la Conferencia. Ul Haq también jugó un papel central en
persuadir a los países en vías desarrollo de no retirarse de la conferencia.
Finalmente, McNamara también estableció el liderazgo intelectual del Banco
mediante discursos capitales en la Conferencia, aunque se centró más en
los países desarrollados. Declaró con pasión que “son abrumadoras las prue-
bas de que más o menos un siglo de rápida expansión económica ha contri-
buido gradualmente a una agresión acumulativa monstruosa contra la
calidad de vida de los países desarrollados” (McNamara 1981, citado en
Wade 1997, 620).
Sin embargo, estos cambios fueron cosméticos y las IBW permanecie-
ron insensibles a las preocupaciones medioambientales hasta mediados de
los ochenta. Por ejemplo, solamente uno de los informes anuales del Ban-
co entre 1974 y 1985 tiene una sección separada sobre el trabajo medioam-
biental del Banco (Wade 1997, 624). Surge naturalmente la pregunta: ¿por
qué mostró el Banco esa indiferencia y por qué comenzó a cambiar después
de 1985? Las razones para ello son complejas, pero pueden reducirse bási-
camente a dos conjuntos de factores.
El primero tiene su origen en que a pesar de la retórica temprana, el
Banco nunca se tomó seriamente las preocupaciones medioambientales,
excepto como una táctica de relaciones públicas para “esquivar las críticas
externas” (Wade 1997, 621). Ello ocurrió porque las contradicciones no re-
sueltas y continuas entre la lógica del desarrollo y la lógica del medio am-
biente persistieron y no fueron “resueltas” hasta el informe de la Comisión
Brundtland. El segundo procede de que el Banco comenzó a cambiar sólo
cuando encontró resistencia de base durante los años ochenta por parte de
muchos movimientos medioambientalistas y sociales en Occidente y en el
Tercer Mundo. Estos factores deben examinarse en detalle.
Primero, las contradicciones entre medio ambiente y desarrollo conti-
nuaron persistiendo en varios niveles a lo largo de los setenta y hasta
mediados de los años ochenta. La contradicción decisiva por excelencia se
encontraba entre la lógica del crecimiento económico, que se basa en la
explotación económica infinita del trabajo y los recursos económicos, y la
lógica del medio ambiente, que parte de la premisa de los límites inheren-
tes al crecimiento. Aunque el lenguaje de la “sostenibilidad” fue un esfuer-
zo valioso para resolver esta contradicción, nunca tuvo el suficiente éxito
ni en la teoría ni en la práctica.
Una segunda contradicción se podría ver en la relación entre el medio
ambiente y el alivio de la pobreza. A lo largo de los años ochenta, los países
en desarrollo asumieron que el medio ambiente era irrelevante para el
alivio de la pobreza, que proporcionaba la partitura moral del Estado
poscolonial (Sachs 1992b, 29). El ejemplo más destacable de esta actitud lo
tenemos en el comentario de la primera ministra Indira Gandhi, en la
Conferencia de Estocolmo en 1972, de que la pobreza era el peor contami-
nante del mundo52. La idea se construía sobre la noción de que las preocu-
paciones medioambientales, como la contaminación, relacionadas con la
calidad de vida, sólo eran apropiadas en las sociedades occidentales ricas y
que, por lo tanto, las sociedades pobres que se estaban industrializando no
se podían permitir esos lujos. Esta actitud tuvo también su reflejo en los
internacionalistas, como R.P. Anand (1980), que favorecieron las preocupa-
ciones desarrollistas sobre las medioambientales.
Esta contradicción se resolvió en gran medida a un nivel retórico por el
Informe de la Comisión Brundtland en 1987, que declaraba: “La pobreza
52 Para un relato de las posiciones de varios de los países en vías de desarrollo en la Conferencia de
Estocolmo, véase Sohn (1973). Como la AGNU declaró antes de la Conferencia, “ninguna política
medioambiental debería afectar las posibilidades de desarrollo presentes o futuras de los países
en vías de desarrollo”. Véase Naciones Unidas (1987, 49-50).
53 Véase la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, U.N. Doc. A/Conf.151/5/
Rev. 1, 1992.
Tabla 5.3
Indicadores del trabajo del Banco Mundial
para el medio ambiente, 1975-1995
Indicador 1975 1980 1985 1990 1995
Personal 2 3 5 106 162
(270) (300)
Préstamos (en millones de dólares USA) n.d. n.d. 15 180 990
Informes del Banco
Medio ambiente 13 46 57 196 408
Pobreza 16 57 16 95 210
Total 635 968 1.238 1.593 1.760
Fuente: Wade (1997, 612, tabla 13-1).
Polonoroeste
El primero de estos momentos surgió del proyecto de Polonoroeste en Bra-
sil, entre 1979 y 1989. El objetivo principal de este proyecto era pavimen-
tar una autopista de 1.500 km desde la región central-sur de Brasil,
densamente poblada, hasta el noroeste amazónico, escasamente poblado (Wade
1997, 637). El proyecto era colosal y suponía un esfuerzo integral de planeación
regional, con planes para carreteras alimentadoras, nuevos asentamientos
poblacionales, disposiciones de salud pública y creación de reservas ecológicas
y amerindias. El área afectada era tan grande como California o el Reino
Unido. El Banco Mundial, que era la única fuente no brasileña de financia-
ción, aprobó cinco préstamos para este proyecto, que sumaban más de 457
millones de dólares, entre 1981 y 1983 (Wade 1997, 637).
54 Entrevista con James Lee, especialista en salud pública y asesor medioambiental, en el Programa
de Historia Oral del Banco 3-4 (4 de abril de 1985), citado por Wade (1997, 630).
55 Sobre los problemas creados por el proyecto, véanse Maybury-Lewis (1981) y Brunelli (1986).
56 El Banco también suspendió un desembolso después de una auditoría crítica a mitad de término
en 1985.
57 Véanse Lutzenberger (1985), Rich, Stoel y Brambe (1985), Aufderheide y Rich (1985), Eckholm
(1984).
58 BIRD. Artículos del Acuerdo, artículo III, §2.
59 Otros acontecimientos políticos que surgieron en esos años añadieron presión adicional. En
Brasil, el primer gobierno civil en veinte años había comenzado a gobernar en 1985 y tenía una
actitud más flexible hacia el proyecto. Además, debido al llamado Plan Baker, dirigido a atacar
la crisis de la deuda latinoamericana, el Congreso de los EE.UU. tenía que aprobar cualquier
aumento de la contribución de capital de los EE.UU. al BIRD. Ello dotaba de un fuerte incentivo
al Banco para llegar a un compromiso con el Congreso de los EE.UU., que veía una necesidad
urgente de reforma en materia medioambiental en el Banco. Véase Wade (1997, 668).
60 Sobre las controversias en torno al proyecto del Valle de Narmada, véanse Rajagopal (2005),
Fisher (1995), Baviskar (1995), Alvares y Billorey (1988), Special Issue on Dams on the River
Narmada (1991).
61 Banco Mundial, Panel de Inspección del Banco Mundial, Resolución 93-10, Banco Internacional
para la Reconstrucción y el Desarrollo, Resolución 93-6, Asociación para el Desarrollo Internacio-
nal, 22 de septiembre de 1993. El panel se compone de tres comisionados semiindependientes. Ha
recibido veintitrés quejas desde su creación acerca de violaciones de la propia política del Banco.
Para una discusión, véanse Shihata (2000), Bradlow (1993), Bradlow y Schlemmer-Schulte (1994).
62 Sobre la Comisión Mundial de Represas, véase su página Webb en http://www.dams.org.
Establecida en 1998, la Comisión consta de doce miembros elegidos de instituciones internacio-
nales, el sector privado, ONG y movimientos sociales. En noviembre de 2000 presentó su
informe final sobre la viabilidad ecológica, financiera, operativa, humana y social de las grandes
represas. Se esperaba que tuviera un impacto importante en el Grupo del Banco Mundial que
estaba financiando la construcción de grandes represas en países en vías de desarrollo, que se
han convertido en la piedra de toque de los movimientos de resistencia de base amplia contra
el desarrollo en esos países; el movimiento anti-Narmada es un buen ejemplo de esto. También
se esperaba que tuviera un gran impacto en la forma en que el Banco Mundial y otros actores
importantes del desarrollo conducirían sus asuntos en el futuro. Mientras que el informe tuvo
alguna repercusión en la financiación de grandes represas por el Banco, ha fracasado en gran
medida a la hora de tener un impacto significativo en la práctica del desarrollo tradicional,
debido a la fuerte resistencia de la mayoría de los países frente a las recomendaciones del
informe. Véase también Symposium Issue.
63 También prometía irrigar 1,8 millones de hectáreas en Gujarat y otras 75.000 en Rajasthan,
generar energía eléctrica para los tres estados, proporcionar irrigación a 2,5 millones de pobla-
dores y agua potable a más de 29,5 millones. Véase Omvedt (1993, 267-268).
* En francés en el original. Literalmente “causa célebre” (N. del T.).
que la gran mayoría de las personas afectadas por el proyecto, más del 80%
de los 245 pueblos que tenían que ser inundados, se encontraban allí. Igual-
mente, Maharashtra tenía muy poco interés en el proyecto (Wade 1997,
688-689).
Dado que estos estados eran competentes para el manejo de los recur-
sos acuíferos, según la estructura constitucional federal India, el Gobierno
Central no podía ejercer mucha influencia sobre los estados, complicándo-
se así el trabajo del Banco Mundial. Para empeorar las cosas, en 1987 el
Banco se encontraba en medio de una reestructuración interna importan-
te y estaba por ello internamente paralizado en relación con el desarrollo
del proyecto. La alta circulación de gestores significó que el personal del
proyecto tuviera poco tiempo para familiarizarse con éste, antes de que
fueran trasladados a otros proyectos (Wade 1997, 697-698).
La India acudió al Banco Mundial para solicitar su ayuda en 1978, aunque
el esquema había estado sobre la mesa de los planificadores nacionales duran-
te décadas. El Banco preparó la primera fase del proyecto en 1979-1983, lo
evaluó en 1983-1984 y aprobó un préstamo en 1985 de 450 millones de dólares.
Según evolucionó el proyecto, la oposición de base contra el mismo se
incrementó, comenzando a finales de los años setenta y acelerándose en los
ochenta, ayudada por los procesos democráticos liberales de la India, inclu-
yendo una prensa libre, libertades civiles y un cuerpo judicial independiente.
La oposición fue dirigida por varios grupos66; a nivel local, el más destacado de
todos ellos era el Narmada Bachao Andolan (NBA) o Salvad el Narmada (una
coalición nacional de grupos de derechos humanos y medioambientalistas,
personas afectadas por el proyecto, académicos y científicos) y el Environmental
Defense Fund (Fondo para la Defensa Medioambiental, EDF por sus siglas en
inglés), una ONG de Washington, D.C. (Fisher 1995, 43, n. 24).
Cuando el Banco realizó en 1992 una auditoría independiente bajo la pre-
sidencia de Bradford Morse, conocida como la Comisión Morse, el proyecto
Narmada había adquirido tal vez la reputación de ser el desastre humano y
ecológico más famoso financiado por esta institución. El informe de la auditoría
(Morse y Berger 1992) encontró que las propias directrices del Banco sobre
reasentamiento y medio ambiente no se habían seguido y recomendó que éste
“se retirara” del proyecto. El gobierno indio pidió a continuación que se detu-
vieran los desembolsos para el proyecto en marzo de 1993, cuando era claro
que se cancelarían en cualquier caso. El Banco se salió del proyecto. La cons-
trucción de las represas continúa con financiamiento del sector privado y del
Gobierno, y la oposición popular también continúa mediante una desobedien-
66 Hubo y hay varios grupos de ONG que no se oponen a las represas como tales, pero que
trabajan por conseguir una rehabilitación mejor para los expulsados de sus tierras. Destaca
entre ellas Arch-Vahini, una ONG de Gujarat. Véanse Fisher (1995, 21-27) y Patel (1995).
cionalidades y el impacto social y político que las acompañan. Los ejemplos incluirían: Cornia,
Jolly y Stewart (1987), Broad (1988), Guitián (1981), Gold (1979), Williamson (1983), Payer
(1974), Conrad (1989), James (1998) y Pastor (1987). Para una crítica temprana al FMI en
relación con los temas que se desarrollan en este capítulo, véase Rajagopal (1993). Véase
también Bradlow (1996).
69 Esta nueva identidad también fue determinada fundamentalmente por la decisión de los EE.UU.
de retirarse del Estándar Oro en 1971, por la aparición de los mercados internacionales de
capital en los setenta y la consiguiente pérdida del papel del FMI como casa de compensación
de las finanzas occidentales y, por último, por la crisis de la deuda de los países africanos y
latinoamericanos en los años ochenta. No discutiré aquí esos factores debido a la falta de
espacio, pero debo observar que ellos no le restan nada a mi tesis general sobre la nueva
identidad del FMI. Incluso si el FMI estaba buscando nuevos horizontes tras la “pérdida” de
Occidente en los setenta, eso no explica la intensidad ni la dirección de su crecimiento. Para esa
explicación, sostengo que es necesario mirar la forma en que el FMI contuvo la energía popular
desatada por los movimientos sociales del Tercer Mundo.
70 Estos servicios son complementarios de los otros, como el Servicio para la Financiación del
Petróleo, el Servicio de Compensación Financiera, el Servicio de Financiación Suplementaria y el
Servicio de Fondos Extendidos. Véase Rajagopal (1993, 91).
71 Véase Comunicado del Comité Interino del Consejo de Gobernadores del FMI, 26 de septiembre
de 1999 (disponible en http://www.imf.org). Los cambios en el Trust Instrument SRAE consis-
tieron en renombrar el servicio y redefinir sus objetivos; fueron aprobados por el Comité el 21
de octubre de 1999 y se hicieron efectivos el 22 de noviembre de ese mismo año. Véase IMF
(1999a) y Suplemento 1 (22/11/99).
72 En las directrices de agosto de 1997 para su personal, el Comité Ejecutivo del FMI señaló que las
valoraciones del Fondo no estarían influenciadas por “la naturaleza del régimen político de un
país” y que “el FMI no debería actuar en nombre de un país miembro con el propósito de influenciar
el comportamiento o la orientación política de otro país” (James 1998, 46). La esquizofrenia sobre
la política se ha hecho muy común en organizaciones funcionales como el FMI.
74 Véanse Gold (1979) y Guitián (1981). No todos los recursos del FMI se sujetan a la condicionalidad
de programas de estabilización; un país puede usar los recursos del FMI incondicionalmente
hasta el límite de su cuota. Véase IMF (1945, artículos V [6], XXX [c]).
75 Sobre la condicionalidad de necesidades básicas, véase Gerster (1982). Sobre la condicionalidad
de derechos humanos, véase Rajagopal (1993, 104-106). Sobre la evolución de la condicionalidad
del FMI, véase James (1998).
CONCLUSIÓN
Este capítulo ha delineado una comprensión de las IBW como “institucio-
nes totales y austeras”, en el sentido de Foucault, que han tenido una
relación compleja con la resistencia del Tercer Mundo. Los movimientos
medioambientales y de varios otros tipos han sido los que han presentado
esa resistencia durante los años sesenta, setenta y ochenta. La afirmación
básica ha sido que son los procesos mediante los cuales las IBW han tratado
con esa resistencia, y no tanto la resistencia en sí, los que demuestran la
centralidad de la resistencia en la formación de las agendas institucionales
cambiantes de las IBW. En concreto, la invención de la pobreza y del medio
ambiente como ámbitos de intervención muestra cómo la resistencia del Ter-
cer Mundo alimenta la proliferación y la expansión de las IBW, y cómo simul-
táneamente en ese proceso, la resistencia del Tercer Mundo viene moderada
y controlada. Esta dialéctica entre resistencia y cambio institucional apenas
es reconocida por las IBW, que ven su evolución como gobernada únicamen-
te por las leyes de la economía, las finanzas o sus Artículos del Acuerdo.
Desde el punto de vista aquí defendido, importa menos que los programas
para el alivio de la pobreza nunca hayan aliviado la pobreza o que la
condicionalidad nunca haya conseguido sus fines políticos. Más bien, estas
intervenciones específicas tienen sus “efectos-instrumento” que redundan
en la autoridad y la expansión de las instituciones internacionales.
CAPÍTULO 6
2 No pretendo ofrecer con esto una definición de qué es el derecho internacional, sino simple-
mente señalar que proporciona el marco normativo para la regulación de las relaciones entre
culturas y entre Estados. Véase Anghie (1999), donde también cita trabajos suyos anteriores en
los que propugna “una dinámica de la diferencia” que gobierne el derecho internacional. Véase
igualmente Berman (1999). Naturalmente, el derecho internacional también regula las relacio-
nes inter se con Occidente o el Tercer Mundo. Véase, p. ej., Alexandrowicz (1967). Para un
análisis amplio de las complejas conexiones entre derecho internacional y teorías de la depen-
dencia y de la modernización en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, véase
Rajagopal (1999a).
3 Recompongo esta dialéctica de manera sistemática en Rajagopal (1999a). Esta puede compren-
derse también como una dialéctica entre lo “internacional” y lo “local”, que es un aspecto bien
conocido, aunque generalmente ignorado, del derecho internacional moderno, al menos des-
de el periodo de entreguerras. Para el trabajo académico pionero que establece el carácter
central de este aspecto, véanse Berman (1992, 1993) y Kennedy (1987, 2000). Para un examen
de cómo evolucionó esta interacción local-internacional durante el período colonial, véase
Berman (2000).
8 Para un apasionante análisis de cómo los movimientos sociales se han enfrentado a este déficit
democrático, véase O’Brien et al. (2000). Sobre la dialéctica de los movimientos sociales y de las
IBW, véase Rajagopal (2000a).
11 Véase, p. ej., Naciones Unidas (1995b). Véase también Doyle, Johnstone y Orr (1997). Para
informes útiles sobre las operaciones de mantenimiento de la paz más antiguas, véanse Nacio-
nes Unidas (1990b) y Higgins (1969-81).
12 El primer ejemplo de estas nuevas operaciones de paz es el camboyano, la Autoridad Transicional
de Naciones Unidas en Camboya (Untac, por sus siglas en inglés), que tuvo amplios poderes
delegados por los camboyanos en el periodo interino de 1992-1993, con el propósito de que
organizara las elecciones y sirviera como mecanismo para la “transición” en la fase posterior a
las elecciones. Sobre los acuerdos de paz camboyanos, véase Ratner (1993). Sobre la transición
tras las elecciones, véase Jeldres (1993). Véanse también, p. ej., los informes anuales del Repre-
sentante Especial de la Secretaría General para los Derecho Humanos en Camboya a la Asamblea
General y a la Comisión de Derechos Humanos (1998b).
13 Véase también la página web de la ONU, infra.
16 De hecho, los defensores incluyen hasta intelectuales radicales del Tercer Mundo. Véase Mazrui
(1994, 18). Para una versión más blanda que se apoya en la misma idea, pero que redibuja los
límites coloniales para restaurar los precoloniales, véase Mutua (1995b).
17 El artículo 2 (4) prohíbe la violación de la integridad territorial o de la independencia política de
los Estados, y el artículo 2 (7) prohíbe que la ONU intervenga en asuntos que caigan dentro de
la jurisdicción doméstica de los Estados.
18 Military and Paramilitary Activities in and against Nicaragua (Nicaragua v. U.S.), Merits, ICJ
Reports (1986), 14, 131.
23 Añade que casi un tercio de todos los Estados miembros, más de sesenta, han solicitado
asistencia para elecciones desde 1989.
24 Para un excelente análisis de la política del nacionalismo anticolonial bajo gobierno británico y de
sus efectos desradicalizadores en la política del Tercer Mundo, véase Furedi (1994).
25 El informe afirma que “… los procesos democráticos contribuyen a la oficia de las políticas
estatales…”. Sobre buen gobierno, véanse, en general, Tendler (1997), Quashigah y Okafor
(1999) y Gathii (1999a).
26 Véase la sección sobre construcción de paz en posconflictos en Naciones Unidas (1995a, 61-62).
27 Para un agudo análisis del clima intelectual y político en el que se trabajaron las teorías políticas
del desarrollo en los EE.UU., véase Gendzier (1985).
Una segunda corriente, que tiene raíces intelectuales mucho más anti-
guas en Occidente, está formada por los teóricos políticos que comienzan al
menos con los pensadores escoceses de la Ilustración como Adam Fergusson
(1767) y con teóricos sociales como Karl Marx (1978) o P.J. Proudhon (1876),
o más recientemente con Karl Polanyi (1944) y otros que creen que las
fuerzas del capitalismo son esencialmente negativas para la democracia, al
destruir la cultura cívica y el sentido de comunidad que hacen posible una
sociedad. Después de la Segunda Guerra Mundial, la influencia de este
grupo declinó, aunque uno podría ver la supervivencia de esa línea de crí-
tica en el trabajo de teóricos sociales radicales –Ernesto Laclau (1985),
Bowles y Gintis (1986), Charles Tilly (1975)–, economistas y críticos radica-
les de la dependencia –Schumacher (1973)– y teóricos democráticos y polí-
ticos –toda la crítica de los movimientos sociales, integrada por académicos
europeos, asiáticos, latinoamericanos y estadounidenses, como Claus Offe
(1984), Jürgen Habermas (1975, 1996), Frances Fox Piven (1977), Eric
Hobsbawm (1959), Rajni Kothari (1989), etc.–. Este grupo ve el proceso de
crecimiento económico como una apropiación violenta de los recursos, la
autonomía y el espacio de los pueblos, y estima que la democracia es un fin
que no puede ser sacrificado para otros fines. En síntesis, este grupo tam-
bién vería el desarrollo en términos economicistas, pero concediendo prio-
ridad a los aspectos políticos de la vida social sobre los aspectos económicos
y entendiendo la democracia en términos sustantivos.
El discurso actual sobre la democracia y el desarrollo continúa refle-
jando ambas corrientes. La primera corriente de la “compensación” conti-
núa siendo visible en el discurso de economistas como Robert Barro (1994),
que declaró recientemente en el Wall Street Journal: “teóricamente el efecto
de una mayor democracia sobre el crecimiento es ambiguo... la democracia
no es la clave del crecimiento económico, y las libertades políticas tienden
a erosionarse a lo largo del tiempo si no están en línea con el nivel medio
de vida de un país”. Sin embargo, este tipo de argumento es cada vez más
raro en el discurso del desarrollo, que ha terminado acomodando muchas
de las críticas realizadas por la segunda corriente de académicos. Esencial-
mente, esa acomodación ha tomado una forma “modernista”, por la cual el
propio significado de desarrollo, e incluso el de crecimiento, se ha ido
reconfigurando para incluir elementos democráticos como la participación28.
28 Naturalmente, no quiero decir que esta sea la primera vez que se usa la retórica de la participa-
ción en el discurso del desarrollo. De hecho, desde sus inicios, el discurso del desarrollo se ha
intentado legitimar a sí mismo señalando su impacto positivo en el bienestar de las “masas”,
mediante los programas para el alivio de la pobreza. Reflejo de ello fue el uso temprano del
discurso de la participación en los proyectos de desarrollo comunitario de los años cincuenta en
la India. Varios de los paradigmas del desarrollo posteriores continuaron reflejando esa preocu-
pación superficial con el pueblo y la justicia social desde inicios de los setenta hasta los ochenta
y noventa: “el crecimiento con igualdad”, “el crecimiento con redistribución”, “la perspectiva
29 Como afirma Stiglitz (1999, 3), “una economía dual no es una economía desarrollada”.
30 Stiglitz (1999, 14) cita desde Lutero hasta J.S. Mill, pasando por Albert Hirschman, con un
fuerte énfasis en el proceso de aculturación que es parte central de la modernidad.
31 Como él mismo escribe: “las ganancias temporales en eficiencia pueden compensar sobrada-
mente las ineficiencias introducidas por el exceso de poder de mercado, o así lo sugiero; e
incluso si ese no es el caso, se podrían presentar interrogantes acerca de los efectos potenciales
adversos de la participación y la apertura”.
32 Cita a James Wolfensohn: “los mercados libres no pueden funcionar a puerta cerrada”.
33 La versión extensa de este estudio es Isham, Kaufmann y Pritchett (1997).
34 Sobre la nueva economía institucional y la democracia, véanse Haggard (1997), Ostrom (1997)
y Picciotto (1997). Sobre el capital social, véanse Fukuyama (2000) y Putnam (1993). Para un
análisis riguroso de la democracia y el capitalismo, véase Pierson (1992).
de masas del Tercer Mundo desde los años ochenta. Según han ido surgien-
do más movimientos radicales de masas en torno a reivindicaciones por los
derechos humanos y el derecho a la democracia, han surgido numerosas
organizaciones internacionales con el propósito de programar ese nuevo
espacio. El poder de programar implica el poder de seleccionar las voces
“legítimas” en el Tercer Mundo, incluyendo aquellas que merecen financia-
ción, de la misma forma que los programas de desarrollo rural y de alivio
de la pobreza fueron dirigidos a “auténticas” élites del Tercer Mundo. Este
proceso tiene como consecuencia la contención y la desradicalización de la
resistencia de masas en el Tercer Mundo, como Stiglitz ha percibido tan
claramente. Es a través de este proceso de contención y canalización de la
resistencia de masas que el derecho y las relaciones internacionales han
ampliado su alcance institucional y se han ocupado recientemente de la
democracia. Parafraseando a James Fergusson (1994, 255), “el aparato de
democratización” no es un mecanismo para promover el desarrollo
participativo o la construcción de la paz; a lo que da pie es a una expansión
incidental de las instituciones internacionales. Aparece principalmente como
un mecanismo para la expansión y consolidación de las instituciones inter-
nacionales, que utilizan la democratización como su punto de entrada. En
esto, se parece a la forma en que las instituciones del derecho internacio-
nal usaron la modernización como punto de entrada para la consolidación y
expansión de su poder sobre el Tercer Mundo.
cas del proyecto internacional, mientras que apoya los ideales políticos y
emancipatorios intrínsecos a las tendencias liberales de ese proyecto. En
concreto, es bastante crítico con las instituciones financieras y económicas
globales, como la OMC, las IBW y las CTN (corporaciones trasnacionales)
debido a su enorme poder, del que no rinden cuentas ante la sociedad y que
conduce al debilitamiento de las estructuras democráticas en el Tercer
Mundo (véanse, p. ej., Mander y Goldsmith 1996, Korten 1995, Esteva y
Prakash 1998). Segundo, el nuevo cosmopolitismo también difiere del viejo
al preferir la democracia local y las estrategias basadas en la descentraliza-
ción, en lugar de las basadas en los derechos41. Animando esta nueva sensi-
bilidad se encuentra un compromiso con el incremento del espacio para la
gente (véase Esteva 1987) y una estrategia posliberal para preservar la
autonomía de las comunidades, en formas que difieren del estilo de la au-
tarquía comunista de los años setenta que se representaba bien en el go-
bierno del Khmer Rouge. El alejamiento de una celebración acrítica del
discurso de los derechos humanos es característico de este nuevo cosmopo-
litismo42. Ello no significa, sin embargo, que el discurso de los derechos
humanos no sea parte del repertorio de acciones de los nuevos movimien-
tos sociales cosmopolitas. Lejos de eso, lo usan activamente para promover
sus fines y objetivos, en la medida en que sea compatible con ellos. Este
hecho ha sido observado por científicos políticos que escriben acerca del
modo en que las coaliciones trasnacionales para la defensa de los intereses
sociales han usado los derechos humanos en años recientes43. Tercero, el
nuevo cosmopolitismo está favorablemente inclinado hacia una estrategia
de resistencia basada culturalmente en lo local contra lo global del impe-
rialismo económico y cultural de Occidente. En esta nueva visión, la cultu-
ra se constituye como una defensa contra el poder expansivo de la
globalización, de una manera cosmopolita y no excluyente que permite
comprometerse con aspectos particulares de otras culturas44.
gocios” organizado por la CIC mencionó que los mercados necesitaban go-
biernos “fuertes y eficientes” (léase endebles), una de cuyas cuatro funcio-
nes sería el control de los “grupos activistas de presión”. Esta paranoia,
fuera de toda proporción, sin embargo nos dice algo sobre la creciente in-
fluencia de los grupos que pretenden desafiar lo internacional a través de
la democracia.
De hecho, esta nueva sensibilidad ha crecido hasta ser lo suficiente-
mente influyente como para encontrar apoyo dentro de la ONU. La Subco-
misión de la ONU para la Promoción y la Protección de los Derechos
Humanos ha adoptado recientemente resoluciones que piden mecanismos
para defender los derechos económicos, sociales y culturales frente a la
globalización y la desigualdad, y a la erosión de la soberanía popular resul-
tante. En agosto de 1998, la Subcomisión de la ONU adoptó una resolución
que pedía un escrutinio cuidadoso del AMI, “que podría limitar la capacidad
de los Estados para tomar medidas activas que aseguraran el disfrute de
los derechos económicos, sociales y culturales de todas las personas, creando
simultáneamente beneficios para una minoría privilegiada y reducida a
expensas de una mayoría cada vez más desamparada” (Naciones Unidas
1998a). En el año 2000, Naciones Unidas (2000) produjo un informe impor-
tante sobre el impacto de la globalización en los derechos humanos50. De
hecho, este último informe se consideró tan crítico que la OMC tomó la
inusual acción de protestar contra él ante el entonces Alto Comisionado
para los Derechos Humanos de la ONU, Mary Robinson (véase Singh 2000).
Ello indica que incluso dentro de las organizaciones internacionales estata-
les hay un espacio político para construir alianzas contrahegemónicas.
Como destacaba el informe de la AGNU, Una agenda para la democra-
tización, “la democratización dentro de los Estados no puede arraigar a
menos que se extienda a la esfera internacional” porque “las decisiones no
representativas sobre temas globales pueden ir contra la democratización
dentro del Estado y socavar el compromiso del pueblo con ella” (Naciones
Unidas 1996, 27). Esta llamativa disparidad, entre la defensa de la demo-
cracia al interior de los Estados y el cada vez más poderoso dominio inter-
nacional que se mantiene totalmente no democrático, ha sido señalada por
los estudiosos (véase Crawford 1994), pero sigue siendo cierta hoy en día.
Entretanto, están apareciendo nuevas formas de lucha democrática que
desafían los viejos axiomas de que ser un internacionalista es estar a favor
del “libre comercio” sin reservas y de una transferencia de poder de lo
“nacional” a lo “internacional”. La nueva sensibilidad internacional gene-
rada por las luchas de estos grupos exige una identidad más ecléctica que
se resista a los aspectos hegemónicos y no democráticos de lo “internacio-
CONCLUSIÓN
En este capítulo se ha defendido que la democratización ha reemplazado a
la modernización como discurso de transformación social del Tercer Mun-
do. Se han mostrado las consecuencias que tiene esta transformación para
el derecho y las instituciones internacionales. La teoría de la moderniza-
ción proporcionó el marco estructural para la integración de un Tercer
Mundo recientemente independiente en la economía internacional; ahora
la teoría de la democratización facilita los términos con los cuales el Tercer
Mundo se incorpora a la economía global. Durante los días de apogeo del
discurso de la modernización, las instituciones y el derecho internacional
sufrieron una profunda expansión en su encuentro con el Tercer Mundo54.
Ahora de nuevo están sufriendo una profunda expansión en el encuentro
con los movimientos sociales del Tercer Mundo, en un momento en el que
el discurso de la democratización ha asumido la primacía en varias áreas
de las relaciones internacionales, que van desde la paz y la seguridad a las
relaciones económicas. La exportación de políticas económicas concretas
desde Occidente, incluyendo las neoliberales, se debe ver a través del pris-
ma de la democratización, porque es ella la que proporciona la legitimidad
para esa exportación.
En otro nivel, el discurso de democratización ha provisto los medios
para la intensificación de la administración de la realidad social del Tercer
51 Para una presentación cuidadosa que captura esta ambigüedad, véase Koskenniemi (1999).
52 Véanse, p. ej., los trabajos de Nathaniel Berman (1999) y Anthony Anghie y David Kennedy
(1999a). Véase también Falk (1998).
53 En las relaciones internacionales, este tipo de trabajo académico prácticamente se encuentra
dentro de la tradición crítica posmoderna que se centra en el papel de la cultura, pero tiene sus
propios precursores. Se puede ver un ejemplo de esos precursores en Bull y Watson (1984). Para
trabajos más recientes, véanse Walker (1990, 1993), Mazrui (1990) y Paolini (1999) (una crítica
poscolonial y posmoderna).
54 Para una presentación clásica del desafío del Tercer Mundo a la dominación occidental y su
impacto en las relaciones y el derecho internacionales, véase Bull y Watson (1984).
55 Como afirma Foucault (1972, 209), analizar algo como un discurso es “mostrar que hablar es
hacer algo; es algo distinto de expresar lo que uno piensa;… mostrar que añadir una afirmación
a una serie de afirmaciones preexistentes es realizar un gesto complicado y costoso”.
lares civiles para luchar contra el discurso dominante del desarrollo, aun-
que esas luchas están imbricadas y hacen parte de la producción de ese
mismo discurso. He sugerido que esta dialéctica de resistencia y de reno-
vación es la que explica la economía política del derecho internacional a
través de sus instituciones.
DESCOLONIZANDO LA RESISTENCIA:
LOS DERECHOS HUMANOS
Y EL RETO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
9 Como lo expresa Santos (1997, 1): “Es como si a los derechos humanos se les hubiera asignado
la tarea de reconstituir el lenguaje de la emancipación”.
10 De hecho, la búsqueda de una “tercera vía” debe rechazar la frase “era posterior a la Guerra
Fría” como sintomática de una visión reducida que asume que la Guerra Fría es el acontecimien-
to más definitorio de la historia mundial tras la Segunda Guerra Mundial. En vez de eso, se
podría sostener fácilmente que el fin del colonialismo formal es el momento más significativo.
11 Para un ejemplo de las discusiones, véanse Beiner (1995), Sarat y Kearns (1995) y Franck (1996).
1 Como define los derechos humanos el Secretario General de la ONU, Boutros Boutros-Ghali
(1993).
2 Se reconoce que los internacionalistas tradicionales no contemplan los movimientos sociales
como prueba del cambio legal o normativo, sino que, en lugar de ello, estudian la proliferación
de normas e instituciones como “prueba” de que está ocurriendo una revolución “jurídica”. Por
lo tanto, esta afirmación mía no pretende ser expresión de la forma en que los internacionalistas
han reaccionado frente a estos movimientos, sino una indicación de cómo los científicos
sociales y los internacionalistas progresistas lo han hecho. Para un análisis de cómo las distintas
categorías de juristas interpretan los acontecimientos sociales en su relación con el derecho,
véase Gordon (1994). En relación con el derecho internacional, véase Kennedy (1995).
5 Véanse, p. ej., Sohn (1982), Henkin (1990) y Schachter (1991, capítulo XV).
6 Por ejemplo, Louis Henkin (1990, 6) declara que “los derechos humanos internacionales derivan
de las teorías y sistemas acerca de los derechos naturales, remontándose a través del
constitucionalismo inglés, francés y estadounidense a John Locke y otros, y a la antigua teoría
sobre derechos naturales y derecho natural”.
7 Véanse, p. ej., Cranston (1973), Donnelly (1989) y Howard (1995).
situación, suspendan las obligaciones contraídas en virtud de este Pacto, siempre que tales
disposiciones no sean incompatibles con las demás obligaciones que les impone el derecho
internacional y no entrañen discriminación alguna fundada únicamente en motivos de raza,
color, sexo, idioma, religión u origen social. 2. La disposición precedente no autoriza suspensión
alguna de los artículos 6, 7, 8 (párrafos 1 y 2), 11, 15, 16 y 18”.
10 Aquí mi discusión se basa en el brillante tratamiento del tema de Furedi (1994). He tomado
prestada su tesis para desarrollar mi crítica. También estoy fuertemente influenciado por el
tratamiento original de Ranajit Guha de las insurgencias campesinas. Guha, “The Prose of
Counter-Insurgency”, en Guha y Spivak (1988, 45-88).
11 Además de Furedi, también estoy usando los análisis de Nathaniel Berman (1992, 1993) sobre el
modernismo y el nacionalismo, y de Edward Said (1978).
12 Hans Kohn, La idea de nacionalismo (1946, 543), citado en Furedi (1994, 117).
Este temor y desconfianza hacia las masas no era una aberración que
sólo podía encontrarse en las prácticas coloniales de los británicos. Refleja-
ba también la disposición intelectual de las ciencias sociales angloamerica-
nas al menos desde finales del siglo XIX. Este temor a las masas, combinado
con la ideología racista del colonialismo y la necesidad pragmática de des-
acreditar a la resistencia del Tercer Mundo y de impedirle que se etiqueta-
ra como “nacionalista”, sirvió como razón central para la imposición de
estados de emergencia en las colonias.
El segundo factor responsable de la adopción de la emergencia como
medida política del Reino Unido en sus colonias fue la necesidad de estable-
cer el control sobre una situación que se deterioraba rápidamente, de for-
ma que pudiera gestionarse y probablemente convertirse en una situación
de ventaja para Gran Bretaña13. La resistencia nacionalista había estallado
contra el Imperio en todo el mundo y los británicos tenían que enfrentar
ese desafío a su autoridad. Podían o no haberlo conseguido mediante el ejer-
cicio de la pura brutalidad, pero escogieron no confiar sólo en la fuerza.
Desde esta perspectiva, las emergencias no fueron puros instrumentos de
fuerza usados para preservar el poder imperial manifiesto; más bien, se reco-
nocía que “la fuerza no conservaría los intereses de Gran Bretaña, pero podría
usarse para influenciar el resultado de esos cambios en interés de los británi-
cos” (Furedi 1994, 144). El aspecto más importante era presentar el uso de la
fuerza contra el nacionalismo durante las emergencias como algo que sólo
tenía que ver con “la ley y el orden” y muy poco con el imperialismo. Como
lo expresaba en julio de 1952 un documento importante de política colonial
de la Oficina Colonial Británica, “The Problem of Nationalism in the Colo-
nies” (El problema del nacionalismo en las colonias):
Mientras tengamos la fuerza necesaria, se puede discutir sensata-
mente sobre en qué circunstancias deberíamos usarla, pero es una
condición indispensable que ese uso no debería ser para el manteni-
miento de ningún beneficio que pueda presentarse razonablemente
como imperialista14.
humanos hay serias consecuencias políticas. Desde el inicio debe ser reco-
nocido un factor fundamental detrás de todo esto: el papel principal conce-
dido al Estado en la realización de los derechos humanos al interior de sus
territorios. Un ejemplo sería la Declaración de Viena de 1993 sobre dere-
chos humanos en la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos, que
establece que la promoción y protección de los derechos humanos es “res-
ponsabilidad primordial de los gobiernos”. O la Carta Internacional de De-
rechos que establece en su artículo 2 (PIDCP) que “Cada Estado parte se
compromete a adoptar, con arreglo a sus procedimientos constitucionales
y a las disposiciones del presente Pacto, las medidas oportunas para dictar
las disposiciones legislativas o de otro carácter que fueren necesarias para
hacer efectivos los derechos reconocidos en el presente Pacto…”. En la teo-
ría de los derechos humanos es axiomático que el Estado es el primer obli-
gado frente a los ciudadanos, que son los poseedores de los derechos.
Ese axioma sufre dos serios defectos. Primero, esa noción se construye
en torno a las posibilidades morales del Estado26. Dada la sangrienta histo-
ria de casi todos los Estados en el campo del tratamiento de sus propios
ciudadanos, esa noción es ingenua, cuando no una esperanza peligrosa. A
pesar del argumento plausible de que la noción anterior se basa en el res-
peto de la autonomía e independencia, no hay ninguna razón por la cual
tenga que trazarse la línea en torno a la idea de Estado; podría, por ejem-
plo, haberse trazado en torno a la idea de comunidades locales, sean nacio-
nales, étnicas u organizadas alrededor de problemas concretos.
El segundo defecto de la noción de la centralidad del Estado es la aso-
ciación inmediata que esta idea tiene con la doctrina de la soberanía. Da-
dos los orígenes coloniales de la doctrina de la soberanía, esa centralidad
es en sí problemática, especialmente para las sociedades poscoloniales
(Anghie 1996). También tiene el efecto de reducir el activismo internacio-
nal de los derechos humanos a acciones reactivas, negativas y simbólicas
como la presentación de notas de protesta, en lugar de establecer vínculos
significativos y genuinos entre actores que comparten una misma idea en
varios países. Como resultado, el papel predominante que se le da al Esta-
do es una debilidad crítica de la historiografía reciente de los derechos
humanos, al contemplarlo no sólo como la fuente del marco normativo,
sino también como el ejecutante de ese marco. Ello ha permitido ignorar la
existencia en las sociedades de movimientos de protesta o resistencia que
se podrían haber constituido ellos mismos como la fuente del marco nor-
mativo. Y esto es así a pesar de la postura nominalmente antisoberanía: el
discurso de los derechos humanos tal y como existe hoy en día se encuen-
tra centrado en el Estado.
30 Saco estos ejemplos de mi experiencia profesional con la ONU en Camboya entre 1992 y 1997.
31 Véase Res. AGNU 32/130 y posteriormente la larga lista de resoluciones de la AGNU, comenzan-
do con la 41 de la AG como un tema separado de la agenda.
patibilidad entre los valores asiáticos comunitarios con los derechos econó-
micos y sociales basados en la idea de obligación. Como observa Farroukh
Jhabvala (1987, 296), ninguna delegación ante la ONU despreciaba la im-
portancia de los derechos económicos, sociales y culturales en la etapa de
redacción del borrador del Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales (PIDESC) y muchos países occidentales como el Rei-
no Unido, Francia y Canadá declararon efectivamente ambos conjuntos de
derechos igualmente importantes. No era en absoluto sorprendente, pues-
to que la visión de Estado de bienestar que se encuentra implícita en la
teoría de los derechos humanos era atractiva para todos los Estados, espe-
cialmente para los recientemente independientes que vieron la construc-
ción nacional en términos de fortalecimiento del Estado. Sin embargo, todas
esas delegaciones favorecieron los dos Pactos porque se pensaba que la
puesta en práctica de aquellos derechos sociales y económicos requería
una acción positiva del Estado, mientras que se pensaba que la puesta en
práctica de los derechos civiles y políticos únicamente exigía medidas ad-
ministrativas y legislativas que podían ser aprobadas rápidamente.
35 Para una crítica feminista de la distinción público-privado, véanse Romany (1993) y Charlesworth
(1992).
(1981, 67) a los derechos de que “creer en ellos es creer en brujas y unicor-
nios”, por mencionar sólo unos pocos ejemplos prominentes–, es la antro-
pología la que ha proporcionado las críticas más constantes de los derechos
humanos desde la perspectiva de la cultura48. En efecto, ese hecho es consis-
tente con la división colonial de las ciencias sociales en el período posterior a la
Segunda Guerra Mundial, en el que la antropología se ocupaba de los pueblos
no occidentales y se preocupaba por la “cultura”, mientras que las otras cien-
cias sociales se ocupaban de categorías “universales”.
Así, la celebrada declaración del Comité Ejecutivo de la Sociedad Antro-
pológica Estadounidense (AAA por sus siglas en inglés), sobre relativismo cul-
tural, redactada por Melville Herskovits, afirmaba que “las normas y los valores
son relativos a las culturas de las que provienen, de manera que cualquier
intento por formular postulados que surjan a partir de códigos morales o creen-
cias de una sola cultura debe en esa medida abstenerse de aplicar cualquier
Declaración de Derechos Humanos a la humanidad como un todo” (citado en
Steiner y Alston 1996, 199). A pesar de este enfrentamiento inicial con el dis-
curso global de los derechos humanos, la antropología permaneció bastante
alejada de los debates Norte-Sur u Oriente-Occidente hasta al menos el inició
de los noventa, cuando retomó nuevamente su compromiso con los derechos
humanos. Por ello, la AAA dedicó 1994 al tema de los derechos humanos.
Las otras disciplinas habían comenzado, al menos hacia los años seten-
ta, a ocuparse del problema de la cultura debido a la influencia de varias
áreas de investigación (estudios culturales, estudios feministas, teoría
poscolonial) y a la necesidad de comprender un mundo de hibridación y
mestizaje. Pero incluso antes, la disciplina de los estudios del desarrollo se
había ocupado decisivamente del problema de la cultura, comenzando en
los años cincuenta, tras la divulgación de la tesis de la “economía dual” de
Arthur Lewis49 y la publicación del Asian Drama (Drama asiático), de Gunnar
Myrdal (1968)50. Este compromiso con la cultura se había hecho necesario
debido al hecho de que eran los estudios del desarrollo los que hacían de
“puente” entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo,
proporcionando los instrumentos disciplinarios para la transformación de
las áreas “tradicionales” del Tercer Mundo en áreas “modernas” cultural,
política y económicamente: la índole de la teoría de la modernización.
48 Para una excelente colección de ensayos de antropología y derechos humanos, véase Wilson
(1997).
49 Aunque el término dualismo fue acuñado por el economista holandés J.H. Boeke y se puede ver
articulado en los escritos de los economistas coloniales como J.S. Furnivall, fue Arthur Lewis
quien lo usó en el contexto de la teoría económica. Véase Lewis (1954, mayo 22/2, 131-91),
“Economic Development with Unlimited Supplies of Labor”, Manchester School, citado en
Banuri (1990).
50 Para un análisis soberbio de la evolución de los estudios del desarrollo, véase Banuri (1990).
Véanse también Hirschman (1981) y Sen (1983).
51 Stiglitz (1999, 3), citando su conferencia Prebisch de 1998 (disponible en la red en http://
www.worldbank.org/html/ext./extme/js-0227999/index.htm).
52 Véase la colección de ensayos en Alston (1996, capítulo 2). Para una crítica, véase Rajagopal
(1998).
53 Como dice el presidente del Banco James D. Wolfensohn (1998), “…no creemos que se pueda
progresar a menos que reconozcamos la base y el pasado del que provenimos”.
54 Doy las gracias a Mohan Gopay del Banco Mundial por las discusiones acerca de este punto.
55 No quiero decir que no existan obras sobre relativismo cultural antes de 1980, sino sencillamen-
te que esas obras no tomaban como referente el discurso de los derechos humanos, sino otras
categorías. Para un ejemplo de ese trabajo académico temprano, véase la bibliografía citada por
Renteln (1990). Describo las varias corrientes de las críticas relativistas en las próximas páginas.
Tercer Mundo veían que algún tipo de “modernidad” era necesaria, con el
propósito de mantener el compromiso con las reformas sociales progresis-
tas y el proceso de construcción nacional en progreso. Por otro lado, la
“tradición” y la “cultura” proporcionaban el contexto específico dentro del
cual las reivindicaciones “universales” podían llegar a cumplirse. Yuxtapo-
ner la modernidad y la cultura era por aquel entonces la herramienta usual
del repertorio de la administración colonial y poscolonial.
Entre los relativistas persistía esta tensión entre un deseo por normas
universales y la esperanza de preservar contextos concretos. La mayoría
de los relativistas resolvieron esta tensión colocándose ellos mismos en
oposición al particular tipo de universalismo que se encuentra incorporado
en el discurso de los derechos, pero no a la idea de universalidad en sí. En
ese sentido, la mayor parte de sus críticas son un “relativismo débil” que se
opone al “relativismo fuerte”56. El objeto de la crítica aquí es la estrechez
del “universalismo” y la consiguiente reivindicación de la ampliación de las
bases culturales del discurso de los derechos. El resultado es por ello un
compromiso con la normatividad, con la idea de un conjunto universal de
derechos que sean “culturalmente correctos”. En otras palabras, con unas
cuantas excepciones, la mayoría de las críticas relativistas reconocen la
necesidad conceptual de la universalidad, aunque critiquen el prejuicio
cultural inherente en la versión existente de los derechos humanos. En
ese sentido, es bastante equivocado ver el relativismo y el universalismo
en términos maniqueos, puesto que ambos son elementos necesarios en el
discurso de los derechos, de la misma forma que “tradición” y “moderni-
dad” lo son en el discurso del desarrollo.
Ello se hace evidente si miramos rápidamente las distintas corrientes
de críticas relativistas. Simplificando al extremo, dividimos estas críticas
en cuatro categorías57:
56 Se usa el relativismo débil para describir a aquellos que conceden la posibilidad conceptual de un
conjunto universal de derechos, pero que defienden que la realización depende del contexto
cultural. Los relativistas fuertes sostienen que la cultura es la fuente principal de derechos y que,
por lo tanto, no existe la posibilidad de derechos transculturales por definición en un mundo de
pluralismo. Véase, p. ej., Steiner y Alston (1996, 192-93). Véase también Alston (1996, parte II,
introducción). Jack Donnelly (1989, 109-110) usa tres categorías: radical, fuerte y débil.
57 Tomo estas categorías de Rajagopal (1998). Estas categorías no son selladas, como se puede ver
en el hecho de que autores que caen dentro de una categoría también están en otra. Para una
categorización distinta, véase Mutua (1996b).
58 Para el texto, véase Steiner y Alston (1996, 198). Recientemente, la AAA ha aprobado una nueva
declaración sobre derechos humanos. Para una revisión crítica de la posición de la AAA, véase
Engle (2001, 536-539).
59 Para una formulación compleja de la aproximación “multicultural”, véase Santos (1997). Véase
también Mutua (1995a).
que hay unos que “apoyan” el universalismo y otros que no. En realidad,
todo parece bastante más complicado. Pero aún más importante es que
una lectura atenta de muchos de estos autores hace evidente que la discu-
sión alrededor de la dialéctica entre cultura y universalidad es en el fondo
una discusión sobre la dialéctica entre tradición y modernidad, la misma
que está en el corazón del discurso del desarrollo. Esta similitud entre los
discursos de los derechos humanos y del desarrollo en su relación con la
cultura se pierde, si se ven la universalidad y el relativismo como concep-
tos totalmente opuestos el uno al otro. Como he sugerido, es mejor ver
estas categorías como parte del proceso constitutivo del discurso de los
derechos humanos, al igual que la tradición y la modernidad se encuentran
en el corazón del proceso constitutivo del discurso del desarrollo.
60 Recientemente ha habido una avalancha de obras académicas en torno a los valores asiáticos
en los derechos humanos. Véanse, p. ej., Bauer y Bell (1999) y De Bary (1998).
61 Veáse China White Paper (El documento blanco para China), citado en Steiner y Alston (1996,
233). La formulación clásica es de Kausikan (1993). Veáse también Zakaria (1994).
64 Sin duda, las ideas en torno a los derechos humanos son muy antiguas en la tradición liberal
occidental, remontándose a la Ilustración. Sin embargo, he defendido aquí que el carácter
ideológico y la estructura arquitectónica del reciente movimiento de derechos humanos es un
fenómeno propio del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, en parte porque se
70 Sobre gobernabilidad, véanse World Bank (1994), OCDE (1995) y PNUD (1997). Sobre derechos
humanos y desarrollo, véase World Bank (1998); véase también PNUD (1998a).
71 Véanse, p. ej., Baxi (1998), Oloka-Onyango (1999) y Shivji (1995).
72 Para una visión general del debate y las cuestiones en torno a él, véase Steiner y Alston (1996,
capítulos 5 y 16).
73 La obra académica es inmensa. Para una muestra, véanse Trubek (1973), Goodin (1979) y
Hewlett (1979).
74 El trabajo académico sobre el derecho al desarrollo es muy numeroso. Véanse, p. ej., Marks
(1981), Dupuy (1980), Rich (1983), Alston (1988) y Naciones Unidas (1990a). Naturalmente,
algunos académicos occidentales, especialmente Philip Alston, han apoyado el derecho al desa-
rrollo (de hecho, Alston ha tenido un papel precursor), pero sigue siendo cierto que la posición
del derecho internacional occidental dominante no se toma en serio los “derechos de tercera
generación”, como el derecho al desarrollo. Incluso el manual universitario editado por Philip
Alston, acompañado de Henry Steiner, no contiene ningún capítulo sobre derechos de tercera
generación como el derecho al desarrollo, el derecho a la paz o el derecho al medio ambiente,
mostrando así los límites de lo que los académicos de la corriente mayoritaria de los derechos
humanos considerarían aceptable. Véase Steiner y Alston (2000).
Por ejemplo, el documento del PNUD sobre políticas para el año 1998
para la Integración de los Derechos Humanos con el Desarrollo Humano
Sostenible habla de derechos humanos “ampliamente reconocidos” en sus
actividades, recitando una lista de derechos como la participación, el traba-
jo, la alimentación, la salud, la educación, la tierra, la igualdad, la protec-
ción medioambiental o el proceso debido, y habla de los derechos de los
niños, trabajadores, minorías y pueblos indígenas. La mera recitación no
adjudica, sin embargo, los distintos significados de estos derechos en los
contextos locales particulares y, más significativamente, oculta los conflic-
tos reales existentes entre distintos derechos. Por tomar un ejemplo ob-
vio, el derecho a la igualdad puede perfectamente entrar en conflicto con
los derechos de las mujeres o de los pueblos indígenas. La forma en la que
un país decida resolver un problema de desigualdad en las relaciones de
género, por ejemplo mediante la acción afirmativa, determinará si se dará
un conflicto entre derechos. En otras palabras, a menudo el diseño de los
programas de los gobiernos determina el contenido real de los derechos
existentes y no al revés. No existen derechos abstractos que preexistan a
la intervención pública. Más bien, el contenido de los distintos derechos se
formula mediante el conflicto entre las fuerzas sociales, políticas e ideoló-
manos de 1993 llamaba a los Estados a desarrollar esos planes con el pro-
pósito de establecer prioridades nacionales concretas y los procedimientos
para conseguirlas. Desde entonces, el ACNUDH ha promocionado activa-
mente esa idea y ha celebrado una serie de talleres regionales para desa-
rrollar directrices que sirvan para la formulación de principios y procesos.
Dos importantes talleres en Asia, a los que asistieron representantes de
los gobiernos, adoptaron recientemente una serie de directrices tras afir-
mar la “deseabilidad de desarrollar planes de acción nacionales sobre dere-
chos humanos”77. Un conjunto de países como Latvia, Bolivia, Ecuador,
Brasil, México, Indonesia, las Filipinas, Australia, Tailandia, Malawi y
Sudáfrica han adoptado tales planes nacionales desde entonces y muchos
otros países están en proceso de adoptarlos. Este esfuerzo está siendo fi-
nanciando con el apoyo de los gobiernos afectados, ayudados por la asisten-
cia para el desarrollo de agencias como el PNUD, que tiene un proyecto
especial conjunto entre agencias, llamado HURIST (Human Rights
Strengthening, Fortalecimiento de los Derechos Humanos), en asocio con
el ACNUDH. Con este proyecto, actualmente se están iniciando o llevando
a cabo actividades operacionales dirigidas en el marco de planes de acción
nacionales sobre derechos humanos en casi 28 países de Asia, África, Esta-
dos árabes, América Latina y el Caribe, Europa del Este y la Confederación
de Estados Independientes.
Los planes nacionales adoptados por estos países difieren considerable-
mente unos de otros. Sin embargo, se pueden identificar algunos elemen-
tos comunes para todos ellos78:
1. El cubrimiento de un amplio rango de derechos, incluyendo todos los
derechos humanos internacionalmente reconocidos, con lo que se da
una mejora importante en relación con las intervenciones “puras” de
derechos humanos, que se centran sólo en los derechos civiles y políti-
cos, o con los programas de desarrollo tradicionales, que se conciben
sólo en términos económicos.
2. Van dirigidos a grupos vulnerables como mujeres, niños, la ancianidad,
aquellos con discapacidades y los pueblos indígenas. Aunque esa estra-
tegia dirigida a grupos no es extraña al discurso de desarrollo, es nueva
para los derechos humanos.
3. Vínculos normativos entre los estándares nacionales y los estándares
internacionales de derechos humanos. Esto es completamente nuevo
77 Conclusiones del Taller Intersesional sobre Desarrollo de los Planes Nacionales para la Promoción
y Protección de los Derechos Humanos en la Región Asia-Pacífico, Bangkok, Tailandia, 5 y 7 de
julio de 1999; Octavo Taller sobre Cooperación Regional para la Promoción y Protección de los
Derechos Humanos en la Región Asia-Pacífico, Beijing, China, 1 y 3 de marzo de 2000.
78 La siguiente discusión se apoya en materiales internos de la UNDP y de la UNHCHR; también en
Muntarbhorn (1999).
del desarrollo. Por un lado, es criticado por muchas ONG como un aconte-
cimiento desgraciado, puesto que se concede al Estado un papel central en
la planificación, y los “expertos” asumen su cargo como guardianes de los
derechos humanos. Por otro lado, si se hace adecuadamente, los PANDH
tienen también el potencial de conseguir dos cosas que pueden ayudar a la
reforma del aparato del desarrollo y a asegurar el cumplimiento concreto
de los derechos humanos. Primero, al transformar en proyectos los dere-
chos humanos, se aportan recursos muy necesitados para programas so-
ciales que han sufrido recortes con el neoliberalismo y el Consenso de
Washington. Uno de los problemas clave para el cumplimiento de los dere-
chos humanos ha sido siempre la falta de recursos, que pueden mejorar
considerablemente debido a este factor. Segundo, los PANDH pueden tam-
bién obligar a los políticos a que se tomen más en serio los derechos huma-
nos, como componente esencial de la planificación, programación y
cumplimiento del desarrollo, en lugar de considerarlos como secundarios.
Lo que no parece ofrecer, como pretenden los proponentes de la conver-
gencia, es un cambio fundamental en la forma en que se ha conducido
hasta ahora el desarrollo.
* Para información sobre qué es y cómo se calcula este índice de libertad, véase
www.freedomhouse.org (N. del T.).
CAPÍTULO 8
* Caso decidido por la Corte Suprema de Estados Unidos en el que se declaró inconstitucional la
segregación racial en los centros educativos (Nota del editor).
** Se prefieren los términos “gay” y “queer” en el idioma original. La teoría de género distingue
con claridad entre homosexualidad masculina y femenina, y aunque podría traducirse “gay” por
“homosexual masculino”, sonaría extraño y, además, esta palabra es hoy de uso extendido. Por
otro lado, “queer”, cuyo significado literal es “raro”, se usa para definir una forma de identidad
de género caracterizada por su desestructuración, es decir, por la imposibilidad o voluntad
contraria a identificarse y asumir una de las identidades sexuales claramente establecidas en la
sociedad, como gay, lesbiana o heterosexual. El intento de la teoría de género hispanoamerica-
na por popularizar la palabra “raro” todavía es insuficiente (N. del T.).
1 Los trabajos más recientes de este autor se concentran en el bienestar y la pobreza. Véase, p. ej.,
Handler y Hasenfeld (1997).
2 Esta es la comprensión del poder que presenta Michel Foucault (1980): el poder no se confina
a los ámbitos institucionales y políticos, sino que “circula” en todas las esferas de la vida como
un fenómeno relacional.
3 Esto es lo que Claus Offe (1985) llama “política no institucional” y Rajni Kothari (1993) “forma-
ciones políticas no partidistas”.
4 Tiene una historia pasada rica. La primera ola de escritos académicos defendía el reconocimien-
to de las instituciones internacionales y de las corporaciones multinacionales como actores
legales. Véanse Corbett (1924), Jenks (1958), Friedman (1964) y Jessup (1956). Una segunda ola
defendía el reconocimiento de los individuos, pueblos y movimientos de liberación como acto-
res legales. Véanse Lauterpacht (1940), Sohn (1982) y Quaye (1991). Una tercera ola está
defendiendo hoy en día el reconocimiento de las ONG como actores legales internacionales.
Véanse Spiro (1995) y Charnowitz (1997). Richard Falk (1998) ha estado reivindicando un orden
mundial pos-Pacto de Westfalia que se basaría en el advenimiento de una “globalización desde
abajo”.
* El autor se está refiriendo a una forma de autoridad local en los Estados de la India, semejante
a un concejo popular municipal, pero que en la India en ocasiones se desarrolla también en un
segundo nivel de confederaciones municipales. Obviamente, supone una descentralización del
poder gubernamental (N. del T.).
6 Como afirma Tarrow (1998, 15), una “relación bimodal entre líderes y seguidores… se encuentra
ausente en los movimientos”.
7 Véase Fisher (1997).
8 Tarrow (1998, 18) teoriza que los movimientos responden a las oportunidades políticas y
promueven sus causas en directo conflicto con las esferas políticas formales. Los posmarxistas
destacan cómo surgen los movimientos a través de las luchas existentes dentro del Estado y el
capital. Véase Adam (1993).
* Formas de protesta popularizadas por Gandhi en la India. Las “dharnas” se pueden traducir
como “sentadas”, mientras que las “satyagrahas” son manifestaciones no violentas (N. del T.).
* En ruso, “kulak” es la palabra que se usa para definir al granjero “rico”, es decir, a aquel que
posee tierras y ganado suficientes para una explotación económica rentable. Durante el gobier-
no de Stalin, se revelaron contra la colectivización de sus bienes, lo que ocasionó una represión
del gobierno comunista que se propuso eliminarlos como “clase”. Algunas estimaciones calcu-
lan que la represión de los “kulak” causó 7 millones de muertos. Véase John Heidenrich (2001).
How to Prevent Genocide: A Guide for Policymakers, Scholars, and the Concerned Citizen.
Westport, CT: Praeger Publishers (N. del T.).
9 Los trabajos académicos recientes sobre derechos y propiedad en los EE.UU. se han dirigido
hacia la construcción del enfoque a partir de las relaciones sociales, como discuto después.
Véase en particular el trabajo de Jennifer Nedelsky, Joseph Singer y Jack Beerman.
10 Las excepciones son Falk (1987), Hunt (1990), Aziz (1995) y Stammers (1999). Para un intento
parcial de comprometerse con los movimientos sociales, véanse Otto (1996a) y Weston (1992).
les también difieren del viejo modelo de desarrollo comunitario o del puro
relativismo por el énfasis que colocan en la relación entre desarrollo y una
teoría de la democracia (Sheth 1987, Benhabib 1996). Ello permite distin-
guirlos de la nueva corriente en el discurso de los derechos humanos del
“derecho al desarrollo”, puesto que hace problemática la propia noción de
desarrollo.
Segundo, varios movimientos sociales centran sus luchas en los nive-
les materiales y simbólicos, desplegando una “política de lo cultural” como
la delineada anteriormente. Los ejemplos incluyen el Working Women’s
Forum (Foro de las Mujeres Trabajadoras, WWF por sus iniciales en in-
glés), el movimiento de mujeres pobres más grande de la India, sobre el
que se realiza un estudio de caso detallado en el siguiente capítulo; el mo-
vimiento de los ocupantes ilegales de viviendas urbanas en Brasil; el Pro-
ceso de las Comunidades Negras (PCN), un movimiento indígena negro de
la Costa Pacífica de Colombia, o los zapatistas en México. Las luchas de
estos movimientos no pueden interpretarse únicamente mediante un razo-
namiento instrumental de los derechos o desde el marxismo como lucha de
clases. En vez de eso, el ejercicio de los derechos para los participantes de
estos movimientos tiene un doble propósito: es importante en sus propios
términos y les permite afirmar su dignidad como seres humanos, pero tam-
bién les permite usar el discurso de los derechos para perseguir los objeti-
vos de su lucha. La política liberal detrás del discurso de los derechos no
tiene ninguna base teórica que permita acomodar este aspecto psicológico-
cultural fanoiano-nandyniano de las luchas sociales.
Tercero, partes significativas de la práctica y la teoría de los movimientos
sociales no se apoyan en el Estado, lo que se deduce de varias razones. Prime-
ro, muchos movimientos sociales no aspiran generalmente al poder del Esta-
do como un fin en sí mismo11. Si uno toma los ejemplos del NBA o de los
movimientos Chipko en la India, el Co-madres o Encuentros en Latinoamérica,
el movimiento ecológico venezolano o los zapatistas en México, se confirma
esa afirmación. El movimiento zapatista es un ejemplo particularmente ade-
cuado: un movimiento de la población mexicana organizado en torno a la iden-
tidad cultural (la etnicidad, el lenguaje, relación con la naturaleza) que sin
embargo no busca ni buscó la secesión de México.
Es bastante inapropiado analizar esos movimientos en el marco
interestatal del derecho internacional (usando las doctrinas del reconoci-
miento de Estados y la secesión) o en el marco liberal (usando los derechos
constitucionales). De hecho, el que no pretendan tomarse el poder estatal
es una de las principales características que distingue a estos movimientos
11 Hay ejemplos de estos movimientos que sí aspiran al poder del Estado, como el movimiento Dalit
en la India, pero no son reflejo de la tendencia general.
12 Sobre el uso de este término, véanse Trubek et al. (1994) y Bourdieu (1987).
* En el sistema de castas de la India, la casta inferior. Sus condiciones de vida son extremadamente
difíciles como consecuencia de su pertenencia a esa casta y ello a pesar de que la Constitución
y el Estado indio formalmente penalizan el mantenimiento de la sociedad de castas. Aproxima-
damente el 15% de la población India pertenece a esa casta (N. del T.).
13 Uso sus escritos académicos como paradigma del trabajo jurídico internacional liberal.
15 Los trabajos académicos destacados sobre sociedad civil incluyen: Cohen y Arato (1992), Hall
(1995), Seligman (1992), Keane (1998a y 1998b), Gellner (1994), Rosenberg (1994), Bell (1989),
Taylor (1990), Walzer (1991 y 1992) y Christenson (1997).
* Traducción literal de “soft law”. En la sociología del derecho, se entiende por “soft law” las
formas de creación jurídica cuya producción y cumplimiento queda en manos de los propios
actores afectados, en lugar de estar sujetos a la vigilancia de los órganos estatales. A veces, las
conductas reguladas por “soft law” se superponen a las establecidas en las normas legales
estatales; otras veces no, siendo fuente de obligaciones adicionales. Los códigos de conducta de
las empresas son un buen ejemplo usado por el autor (N. del T.).
16 Para un ejemplo de las dos primeras, véase Slaughter (1997). Un ejemplo de la última está en
Keck y Sikkink (1998).
17 Véase, p. ej., Clarke (1998, 36-37), donde se sostiene que las ONG han llenado el vacío político
creado por la debilidad de los partidos políticos en la India desde mediados de los setenta.
18 Véanse los ensayos de Lins Ribeiro y Sonia Álvarez, en Álvarez, Dagnino y Escobar (1998).
PROPIEDAD Y TERRITORIOS:
¿AUTONOMÍA SIN SOBERANÍA?
Como lo he anotado anteriormente, “el giro hacia lo cultural” de los movi-
mientos sociales en las dos últimas décadas ha puesto el énfasis en los
derechos de identidad, territorio, autonomía y concepciones alternativas
de modernidad y desarrollo, lo que los ha llevado a un conflicto directo con
el discurso de la propiedad privada, que a su vez ha adquirido por muchas
razones un lugar central en la política de desarrollo internacional y, por lo
tanto, en las teorías liberales del derecho internacional. En ningún lugar
es ello más evidente que en el caso de los pueblos indígenas, que han co-
menzado a afirmar su derecho al control sobre los recursos locales produc-
19 Fraser (1994, 84) reconoce que no todos los públicos alternativos son virtuosos, pero sugiere
que a pesar de ello su proliferación es algo bueno en sociedades estratificadas como medio para
ampliar el discurso de resistencia.
tivos y, por lo tanto, han entrado en conflicto con los fines desarrollistas de
muchos Estados, que desean promover la propiedad privada o del Estado y
la explotación de esos recursos. También ocurre lo mismo incluso en las
áreas urbanas, donde se es testigo de las luchas de las comunidades de
vecinos y de los movimientos sociales por reafirmar su control sobre el
desarrollo económico local, a menudo afirmando su soberanía local sobre
sus vecindarios, obstaculizando la soberanía de los gobiernos locales y los
intereses de los promotores privados.
20 Para una crítica desde la teoría económica y la psicología, véase Piore (1995).
21 Para un maravilloso relato de cómo los derechos pueden concebirse como relaciones a través de
la reconceptualización de la autonomía, siguiendo las líneas sugeridas en estas páginas, véase
Nedelsky (1993).
22 El exponente principal de esta idea es Joseph Singer (1987-1988; 1997, 20; 2000; 2001). Véase
también Nedelsky (1993).
23 Me centro en el Tercer Mundo, debido a la naturaleza de este libro. Pero también pueden
encontrarse ejemplos en Occidente. En los EE.UU., el ejemplo más famoso tal vez sea el de
Dudley Street Neighborhood Initiative (DSNI), formado en Roxbury, Massachussetts. Creado
durante mediados de los años ochenta como respuesta a la decadencia del barrio y el crimen
como consecuencia del abandono de la propiedad privada por los promotores inmobiliarios, se
organizó un movimiento social de los residentes del barrio para obtener el dominio eminente
del alcalde de la ciudad, con el propósito de ocupar los lotes abandonados y convertirlos en
propiedad utilizable. Es el primer caso en el que el dominio eminente se devuelve a una barriada
como consecuencia de la presión generada por un movimiento social. Véase Medoff y Sklar
(1994).
24 Lo hizo mediante The Provisions of the Panchayats (Extension to the Scheduled Areas) Act, de
1996 (Ley sobre las Disposiciones para los Panchayats [extensión de las áreas previstas]).
25 No hace falta decir que esa resistencia se organiza también de manera local. Para un argumento al
respecto, véase Sklair (1998). De hecho, la transnacionalización de la resistencia se deriva de la
resistencia local y a menudo va dirigida a fortalecerla. Para ese argumento, véase Evans (2000).
26 Aquí sigo a Hannerz (1991, 116).
27 Hay también una dimensión política y cultural de la globalización, pero me centro aquí en la
globalización económica principalmente, puesto que sin ella las otras dos serían mucho menos
amenazadoras. Para una crítica importante de la globalización económica, véase Rodrik (1997).
28 Sobre el surgimiento de la ciudad global, véase Sassen (1998, capítulo 1).
CONCLUSIÓN
Este capítulo sostiene que los movimientos sociales plantean un desafío crucial
al derecho internacional en varios campos. Primero, porque buscan desplazar
la teoría liberal de la política internacional con una “política de lo cultural” que
persigue visiones alternativas de la modernidad y del desarrollo, al resaltar
los derechos a la identidad, el territorio y la autonomía. Segundo, esos movi-
mientos muestran que el discurso predominante de los derechos humanos se
encuentra extremadamente limitado porque no tiene la capacidad cognitiva
para “ver” gran parte de la resistencia de los movimientos sociales. Es necesa-
rio comprometerse con la teoría y la práctica de los movimientos sociales, si
se quiere transformar el discurso de los derechos humanos en una praxis
orientada hacia la base subalterna, abandonando sus presupuestos pobres, su
énfasis en el Estado y su carácter elitista. Tercero, los movimientos sociales
desafían las concepciones existentes de la propiedad privada en la política del
desarrollo internacional y ofrecen concepciones alternativas de propiedad que
destacan la autonomía de las comunidades. En esa medida, también desafían
el nexo entre propiedad y soberanía en el derecho, al mostrar cómo puede
conseguirse la autonomía sin quedar aprisionado en el lenguaje de la sobera-
nía. Cuarto, la aparición de movimientos sociales no se puede comprender
mediante la categoría de sociedad civil, tal y como se entiende en la actualidad
en el trabajo académico existente. En concreto, he sugerido que la
“oenegeización” de la sociedad civil ha hecho invisibles en la práctica muchos
movimientos sociales y que la noción de sociedad civil debe ser, siguiendo a
Nancy Fraser, reconcebida como públicos alternativos para robustecer la de-
mocracia. También he señalado que la praxis de los movimientos sociales,
como discurso antisoberanía, es totalmente distinta de las reivindicaciones
internacionalistas liberales por una sociedad civil global.
Finalmente, se sugiere que los movimientos sociales contradicen el
principio central de la visión internacionalista liberal de la globalización,
es decir, que la globalización lleva a una reducción de la importancia de lo
local. En lugar de eso, paradójicamente, la globalización hoy en día ha
llevado a un mayor énfasis en lo local, aunque la resistencia a la globalización
se manifiesta también extraterritorialmente mediante la propia
globalización. Este capítulo ha querido situarse dentro de una línea de ex-
ploración que intenta dar sentido al complejo reordenamiento de la política
mundial y del derecho internacional en la era posterior a la Guerra Fría y
posterior al 11 de septiembre. Esta exploración muestra que es urgente y
esencial una teoría y una práctica del derecho internacional que tome se-
riamente los movimientos sociales como actores. La praxis de los movi-
mientos sociales basada en lo local aparece ahora como un importante lugar
de formulación, reformulación y transformación del discurso jurídico glo-
bal que se apoya en la idea de un espacio único.
CAPÍTULO 9
LA DESCRIPCIÓN DE LA ESTRUCTURA
Y LAS ACTIVIDADES DEL WWF
El WWF fue fundado en 1978 por su presidenta actual, la señora Jaya
Arunachalam, y varias trabajadoras, principalmente como un sindicato de
mujeres del sector informal con una membresía inicial de 800 personas.
Desde entonces ha crecido hasta convertirse en un movimiento de más de
600.000 mujeres pertenecientes a tres Estados distintos del sur de la India:
sus actividades se extienden a más de 2.061 pueblos y 1.651 suburbios en
4.158 áreas distintas, organizadas en 45.000 grupos al interior de 15 seccio-
nes. Con esas cifras, parece ser hoy el más grande movimiento de mujeres
de la India, superando al mejor conocido y mucho más estudiado Self-
Employed Women’s Association (Asociación de Mujeres Autoempleadas;
SEWA, por sus siglas en inglés).
1 En el último año, la tasa de cambio rupia-dólar osciló entre las 45 y las 50 rupias por dólar (N. del T.).
te que las barreras que tenían que enfrentar las mujeres no eran pura-
mente económicas, basadas en la clase, sino multidimensionales, en las
cuales las normas culturales y los prejuicios, la opresión política y los rígi-
dos estereotipos sociales contribuían a su situación de existencia marginal.
Por lo tanto, se diseñó una aproximación integrada y holística, con la cual
las mujeres combatieran todas esas formas de opresión, usando distintas
tácticas, a través de subjetividades múltiples, para crear lo que Robert
Chambers llama “contracultura” (citado en Unicef-WWF 1989). Ahora descri-
biré en detalle el funcionamiento de los distintos componentes del WWF y
ofreceré un análisis preliminar.
solidarias para los préstamos solicitados por otra de las participantes del
grupo.
El procedimiento para los préstamos es el que sigue: todas las partici-
pantes del grupo presentan una solicitud conjunta para los préstamos, des-
pués de que la jefa del grupo haya evaluado la necesidad, capacidad y
productividad de cada miembro, y de que todas las afiliadas hayan revisado
la capacidad de las otras para producir ingresos. La jefa del grupo dirige las
solicitudes a la organizadora de área local del WWF. Después, las solicitan-
tes se dirigen a la oficina local del WWF para llenar una solicitud de prés-
tamo simple, de una sola página, con la ayuda de la líder del grupo, la
organizadora de área, la secretaria general y la agente de crédito. Esta
última presenta la solicitud a las ramas locales de los bancos y mantiene
informadas a las organizadoras del área, que acompañan a las solicitantes
al banco en el día fijado para el desembolso del crédito y les ayudan a
completar el proceso de presentación de los formularios adecuados. Los
préstamos se toman a un interés del 4% con un plan a diez meses para la
devolución del crédito. La líder del grupo recibe de las afiliadas el pago de
las cuotas de los créditos y lo deposita en el banco.
Aunque el dinero procede de los bancos, el WWF, como intermediario,
decide en última instancia quién recibe un préstamo y quién puede ser
declarado en mora o reajustar su esquema de devolución del crédito. En
este sentido, la forma de operar del WWF varía notablemente de la de los
bancos comerciales. Por ejemplo, el WWF es flexible acerca de los propósi-
tos para los cuales se pueden usar los créditos: una mayoría de las mujeres
pobres desvía parte de los préstamos para necesidades de consumo (ali-
mentos, vestido y también necesidades culturales como matrimonios y fes-
tividades). Los bancos comerciales no lo permitirían. El WWF también
permite reestructurar los pagos por razones que podrían ser consideradas
inadecuadas por los bancos: fluctuaciones en la provisión de bienes debido
a inundaciones monzónicas, matrimonios, nacimiento de hijos, interven-
ciones médicas, accidentes y desastres o incluso festivales religiosos. Ello
no afecta las tasas de devolución de créditos, que se sitúan en torno al 95%,
mucho más altas que las de los préstamos bancarios comerciales ordina-
rios. Básicamente, todo el sistema funciona sobre la base de la presión de
los pares, impulsado por un sentido de solidaridad que resulta de una com-
prensión especialmente sensible de los problemas reales de estas mujeres.
El problema del crédito es analizado normalmente sólo en términos
económicos. Sin embargo, para el WWF y las mujeres que lo forman, su
valor trasciende la racionalidad económica. Para el WWF, la capacidad de
proporcionar crédito es la base de su potencial de movilización, puesto que
muchas mujeres se inscriben en el WWF principalmente para tener acceso
al crédito. Para las mujeres miembros del Foro, el crédito tiene efectos
2 Son numerosas las obras académicas que están publicándose recientemente sobre críticas culturales de las
ideas e instituciones del desarrollo. Son ejemplos destacables Ferguson (1994) y Escobar (1995).
LA METODOLOGÍA DE TRABAJO:
LAS RESPONSABILIDADES POPULARES
Existen varias tendencias comunes que se pueden ver en la metodología de
trabajo del WWF. Su movilización se apoya sobre una idea de identidad,
sus fundadoras tienen la misma base de clase que la población objeto, los
contactos iniciales se realizan mediante una oferta de crédito para el em-
pleo, sus tácticas tienen una base local y se encuentran culturalmente bien
sintonizadas con las realidades de poder en el área, sus fines son realistas
y se basan en la necesidad y, finalmente, su estructura organizacional se
funda en el principio de promover que las bases ocupen el liderazgo. Este
último aspecto de la metodología de trabajo es también muy importante,
puesto que proporciona legitimación externa y credibilidad interna al WWF.
En el WWF, la división del trabajo entre su personal refleja las realida-
des de la sociedad del sur de la India en la que debe trabajar. Las líderes,
que son bien educadas y pertenecen a las clases y castas altas, se encuen-
tran a cargo de las relaciones públicas, incluyendo los medios de comunica-
ción, las relaciones con el gobierno y las agencias internacionales (como
3 Para un análisis exhaustivo sobre la discusión como ONG, véase Fisher (1997).
4 Sobre la construcción de la represa de Narmada y las luchas en torno a ella, véase Fisher (1995).
Para la lucha jurídica emprendida por el movimiento contra la represa y la forma como ella
ilustra el potencial y las limitaciones del derecho dentro de la globalización contrahegemónica,
véase Rajagopal (2005).
CONCLUSIÓN
Este capítulo es un esfuerzo preliminar por entender el movimiento de
mujeres más grande de la India, el WWF, en el contexto del trabajo acadé-
mico sobre desarrollo, movimientos sociales y derecho, al igual que dentro
de los cambios económicos y políticos que están ocurriendo en este mo-
mento en la India. Esta investigación muestra que la praxis del WWF plan-
tea serios retos a las nociones aceptadas de desarrollo económico, derechos
humanos, derecho internacional y derecho doméstico. También muestra
que mientras que el WWF tiene un gran potencial radical a largo plazo, es
poco realista verlo como algo más que un movimiento social moderado. El
estudio de caso revela las formas en que los movimientos sociales basados
en la identidad, como el WWF, suponen un reto para las estructuras econó-
micas y jurídicas existentes, como parte de su proceso de supervivencia en
los márgenes extremos de las sociedades periféricas.
He sugerido que estos retos causan una incomodidad intensa a las ideas
aceptadas en el derecho, los derechos humanos y el desarrollo económico,
aunque los métodos, las acciones y los fines del WWF sean muy poco radi-
cales (como sí lo son los del NBA, por ejemplo). Los discursos tradicionales
acerca de la liberación, el desarrollo y los derechos humanos no tienen casi
nada que ofrecer a las mujeres que forman parte del WWF. En lugar de
ello, estas mujeres han construido su propia versión de la resistencia, que
permanece incomprensible a las narrativas reconocidas de liberación. He
intentado recuperar esa narrativa alternativa de resistencia e inscribirla
en el propio texto del derecho.
EPÍLOGO
los del Tercer Mundo han tratado los imperativos civilizadores y moder-
nizantes del desarrollo como lógicamente aceptables. El único desacuerdo
hasta ahora, que se dio en los debates en torno al Nuevo Orden Económico
Internacional, fue acerca del ritmo y el cumplimiento de las promesas del
desarrollo. El análisis de la dialéctica entre desarrollo y movimientos sociales
en este libro muestra que la respuesta a las intervenciones para el desarrollo
en el Tercer Mundo, que se manifiesta a través de los movimientos sociales,
ha sido mucho menos benévola. De hecho, creo que es esencial para el dere-
cho internacional utilizar un enfoque posdesarrollista, si quiere seguir siendo
relevante para las luchas sociales más importantes de nuestros tiempos
que tienen lugar en el Tercer Mundo.
Cuarto, los internacionalistas han tenido una orientación histórica pe-
culiar durante la elaboración de los principales elementos del derecho in-
ternacional moderno de la posguerra. Esa orientación ha oscilado entre un
humanismo selectivo y eurocéntrico, que se nos presenta bajo la forma de
los derechos humanos, y un pragmatismo funcional ahistórico, bajo la for-
ma del derecho económico internacional. Según esta orientación, los dere-
chos humanos internacionales son el producto de la reacción humanista
occidental a los horrores de la era nazi, aunque se encuentran intelectual-
mente fundamentados en la teoría política occidental de Locke, Kant y
Rousseau. No tienen ninguna relación con el “viejo” derecho internacional
del colonialismo y no le deben nada a las luchas anticoloniales como ante-
cedentes intelectuales. En lugar de esa visión, sostengo que, en el campo
discursivo de los derechos humanos, sus símbolos, aparatos y doctrinas
fueron construidos en gran parte durante la transición del colonialismo al
desarrollo en el período de entreguerras, y también por los aparatos que se
desarrollaron para controlar los movimientos de resistencia anticolonial.
Igualmente, el derecho económico internacional se presenta como el
derecho de las instituciones económicas internacionales como el GATT, la
OMC y las instituciones de Bretton Woods, sin ninguna conexión ni con el
“viejo” derecho internacional ni, en esa línea de pensamiento, con el desa-
rrollo. El análisis en este libro muestra que las instituciones internaciona-
les, como el sistema de Mandato de la Liga o las instituciones internacionales
posteriores a la Guerra Fría para promover la democracia y la paz, e im-
portantes instituciones económicas, como las agencias para el desarrollo
multilaterales y bilaterales, las instituciones de Bretton Woods y la Unctad,
surgieron todas ellas y tomaron forma en el encuentro con el desarrollo y
la resistencia del Tercer Mundo.
Desde una perspectiva más amplia, disciplinaria, también me he ocu-
pado de esta tarea con al menos dos fines en mente. Primero, estaba inte-
resado en investigar las crisis teóricas contemporáneas del orden jurídico
internacional, que oscilan perennemente entre la normatividad y la con-
cuenta que son rupturas y alternativas frente a él. Ello es así porque la
praxis de los movimientos sociales ofrece un desafío epistemológico funda-
mental a las premisas del internacionalismo liberal. Los movimientos so-
ciales buscan redefinir lo “político” en términos no institucionales, no
partidistas, culturales; buscan redefinir la “economía” en términos de lo
local y no de lo espacial. Y también buscan redefinir el “derecho” en térmi-
nos radicalmente pluralistas. El internacionalismo liberal va en contra de
todo esto: su noción de la política permanece altamente institucionalizada
y monoculturalmente occidental; su noción de economía se basa en ideas
eficientistas de un espacio económico único que reduzca a lo insignificante
las estrategias de supervivencia localistas; su comprensión del derecho es
reduccionista casi hasta el etnocentrismo y se construye sobre exclusiones
trascendentales de categorías de personas marginadas.
cos y líderes occidentales, y conducida por las preocupaciones por los inte-
reses de clase o la política global. Ello significa, por ejemplo, que la resis-
tencia al colonialismo se analiza (cuando se analiza) como un proceso
diplomático superior a nivel estatal. He pretendido responder a la pregun-
ta: ¿para quién es esta historia? En lugar de ese enfoque, se podría imagi-
nar haber construido una “historia desde abajo”, que estudiase la existencia
ordinaria de las intervenciones internacionales, incluyendo la resistencia
de la gente común a tales ideas. Ello no sólo significa que la práctica de la
historiografía debe hacerse más inclusiva, sino que también el propio obje-
to de la historiografía debe cambiar de lo macro a lo micro, de lo episódico
a lo mundano.
Esta “historia desde abajo” también puede llevarnos a construir una
“teoría desde abajo”. En lugar de construir la estructura del derecho inter-
nacional a partir de estrategias intelectuales e ideas, uno podría imaginar-
se una historia desde abajo que llevase hacia una teoría de los pueblos, las
culturas y el poder. Esta teoría necesitaría trascender las limitaciones del
estatalismo realista y del individualismo liberal y construirse a partir de la
política cultural radical de los movimientos sociales, permitiendo así visio-
nes alternativas de la gobernabilidad que no privilegiasen actores sociales
concretos. Ello es necesario para transformar el derecho internacional de
un derecho internacional de la dominación en un derecho de la resistencia
que ayude a las comunidades y pueblos marginados. Este proyecto es una
defensa de un derecho internacional desde abajo.
Claramente, de los movimientos de base están surgiendo nuevas for-
mas de política y de organización del poder, así como unos nuevos métodos
de expresar la resistencia, y todo ello se va a intensificar en el presente
milenio, como nos lo muestran recientemente las manifestaciones de Seattle,
Washington y muchas otras ciudades alrededor del mundo. Es importante
para la disciplina del derecho internacional, en su relación problemática y
conflictiva con el Tercer Mundo, repensar sus categorías y aprender cómo
asumir más seriamente lo “local”.
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