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A partir del siglo XIX, al observar la naturaleza, los científicos comenzaron a concebir
la idea de proceso de cambio.
El científico inglés Charles Darwin elaboró una teoría para explicar la evolución de
animales y vegetales, que desarrolló en su libro El origen de las especies. Esta teoría de la
evolución afirmaba que el éxito en la “lucha por la supervivencia” dependía de la
adaptación al ambiente. Ahora bien, ¿En qué consistía esa adaptación?
Determinados individuos, “los más aptos”, tenían una característica o condición que
proporcionaba una ventaja sobre el resto de los individuos de la especie y les daba mayores
probabilidades de sobrevivir. Esta adaptabilidad era heredada por su descendencia.
Por otra parte, otros individuos, que no habían logrado adaptarse, se extinguían, y
éste era el proceso de “selección natural”.
Entre 40 y 60 millones de años atrás surgieron los primates, mamíferos con manos
prensiles (cuyos dedos articulados les permitían aferrar objetos). Los primates se dividen en
varios subgrupos. Entre ellos, los grandes monos antropomorfos -con forma humana- como
los chimpancés, los gorilas, los orangutanes, entre otros. Pero también somos primates los
seres humanos.
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Ahora bien ¿Y cómo nos diferenciamos del resto de ellos?
Hace unos veinte millones de años atrás, en el este de África, comenzaron cambios
climáticos que provocaron la desaparición de la selva, reemplazada por la sabana. En ella
predominaban los pastizales y aparecían grupos aislados de árboles. Los primates de esa
zona perdieron gran parte de su refugio, su sombra y su alimento. Para alejarse del calor del
suelo y avistar a los predadores entre los pastizales, se acostumbraron gradualmente a
erguirse sobre las patas traseras. Esto liberó las extremidades superiores, que pudieron usar
para defenderse. También comenzaron a comer animales muertos.
Ahora bien, ¿Qué nos hace humanos? ¿Qué nos diferencia de un chimpancé, por
ejemplo?
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La mano con el pulgar más largo, que le posibilitó agarrar objetos
fuertemente y tener una gran precisión para manejar, por ejemplo,
herramientas.
El cerebro humano es más grande y desarrollado que el de los
monos.