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[Texto tomado de: Marsilio Ficino, “De Amore – Comentario a El Banquete de Platón,
Traducción Rocío de la Villa Ardura, ed. Tecnos, Madrid, 2001, p.51-61]
DISCURSO TERCERO
CAPITULO I: El amor está en todo y para todo
Queda, después de esto, que expongamos cómo el amor es maestro y gobernador de todas
las artes. Comprenderemos que es el maestro de las artes si consideramos que ninguno
puede encontrar o aprender arte alguna si no se mueve por el placer de buscar lo verdadero
y el deseo de invención, y si el que enseña no ama a los discípulos y si los discípulos no
están ávidos de tal doctrina. Merece, además, llamarse gobernador. Pues atentamente
ejecuta las obras de arte y las consuma exactamente el que ama máximamente estas obras y
las personas que las hacen. Añádase que los artistas en cualquier parte no buscan ni cultivan
otra cosa que el amor.
Ahora con brevedad expondremos sucesivamente las artes que menciona Erixímaco en el
diálogo de Platón. ¿Qué es de lo que trata la medicina, si no el modo en que los cuatro
humores del cuerpo lleguen a ser y permanezcan amigos, y qué alimentos, necesidades y
otros usos ama y requiere la naturaleza? Aquellos dos amores, celeste y vulgar, que
describió Pausanias más arriba, se reencuentran en Erixímaco por una cierta analogía. El
afecto moderador en el cuerpo lleva consigo un amor hacia lo moderado y las cosas
moderadas y convenientes. Por lo contrario, los afectos inmoderados aman lo contrario, y
las cosas contrarias. Con aquello se es indulgente, a esto otro jamás se debe obedecer.
También en gimnasia se estudia qué hábitos, qué ejercicios, qué movimientos ama y
requiere el cuerpo. En la agricultura, qué suelo, qué semilla, qué trabajo y qué modo de
trabajo precisa cada planta.
Lo mismo se observa en la música, cuyos artistas investigan los números que aprecian más
o menos a otros números. Así entre uno y dos, y uno y siete, no se encuentra más que un
amor ínfimo. Pero entre uno, tres, cuatro, cinco y seis han encontrado un amor vehemente.
Y vehementísimo entre uno y ocho. Por eso las voces agudas y graves de naturaleza diversa,
con ciertos intervalos y modos, se hacen más amigas entre ellas. De aquí nace la
composición armoniosa y suave. Combinando conjuntamentelos movimientos veloces y
lentos de manera moderada, se hacen amigos entre ellos, y muestran ritmo y armonía. En
música dos son las clases de melodía: una es grave y constante, la otra blanda y lasciva.
Aquélla es útil a quien se sirve de ella, ésta dañina, como juzga Platón en los libros de la
República y en las Leyes. Y en el Banquete propone para aquélla la musa Urania, y para ésta
la musa Polimnia. Unos aman la primera clase de música, otros aman la segunda. Al amor
de los primeros se debe ceder, y darles los sonidos que desean. Se debe resistir al apetito de
los otros, porque el amor de los primeros es celeste, y el de los otros, vulgar.
Y también en las estrellas y en los cuatro elementos hay una cierta amistad, que considera la
astronomía. En éstos se reencuentran de nuevo estos dos amores; porque en ellos hay amor
moderado cuando juntos están de acuerdo con sus mutuas y recíprocas fuerzas. E
inmoderado, cuando alguno de ellos se ama demasiado a sí mismo y descuida a los otros.
De aquello resulta la grata serenidad del aire, la tranquilidad de las aguas, la fertilidad de la
tierra, la salud de los animales. De lo otro, resultan los efectos contrarios. Finalmente, la
facultad de los profetas y sacerdotes parece consistir en que ellos nos enseñan cuáles son las
obras de los hombres amigos de Dios, de qué modo los hombres se hacen amigos de Dios y
qué tipo de amor y de caridad se debe observar para con Dios, la patria, los familiares, y los
demás, tanto vivos o muertos.
Esto mismo se puede conjeturar en las otras artes y, en suma, concluir que el amor está en
todas las cosas y para todas, que es el autor y conservador de todas las cosas, maestro y
gobernador de todas las artes. Con razón el divino Orfeo le llamó: Ingenioso, de dos
naturalezas, portador de las llaves de todo. En qué modo sea de dos naturalezas, ya lo
habéis oído, primero por Pausanias y después por Erixímaco.
También de lo dicho anteriormente podemos deducir la razón por la que Orfeo dice que
tiene las llaves del mundo. Porque, según lo que demostramos, este deseo de ampliar la
perfección propia, que en todos es innata, explica la escondida e implícita fecundidad de
cada uno, puesto que de hecho obliga a germinar fuera de sí las semillas, saca las fuerzas de
cada uno de su propio seno y concibe el feto y con tales llaves deja al descubierto la
concepción y la hace salir a la luz. Por este motivo todas las partes del mundo se unen con
recíproco y mutuo amor, porque son obra de un mismo artífice y miembros de una misma
máquina, semejantes entre ellas en el ser y en el vivir. De tal modo que con razón se puede
llamar al amor nudo perpetuo y cópula del mundo, sostén inmóvil de sus partes y
fundamento firme de toda la máquina.
Si es así, ningún miembro de esta obra puede ser enemigo entre sí de ningún modo. El
fuego no huye del agua por odio, sino por amor a sí mismo y para no ser apagado por el frío
del agua. Ni tampoco el agua por odio al fuego lo apaga, sino por un cierto amor de
extender su propio frío es atraída a generar agua semejante a sí a partir de la materia del
fuego. Puesto que todo apetito natural tiende al bien y ninguno al mal, el propósito del agua
no es apagar el fuego, lo que es malo, sino generar agua semejante a sí, que es bueno. Y si
ella pudiese hacer esto sin apagar el fuego, no consumiría el fuego. La misma razón se
afirma de las otras cosas, que parecen contrarias y enemigas entre ellas.
Pues el cordero no odia la vida y la figura del lobo, pero teme su perdición, que se sigue del
lobo. Y el lobo no por odio al cordero, sino por amor a sí, lo desgarra y devora. Y el hombre
no teme al hombre, sino los vicios del hombre. Y si tenemos envidia de los que son más
poderosos y agudos que nosotros, no es porque los odiemos, sino por benevolencia con
nosotros mismos, temerosos de ser abatidos por ellos totalmente.
Por lo cual, nada impide que el amor esté en todas las cosas, y en todo penetre. Si, entonces,
este dios es tan grande, ya que él está en todas las cosas, incluso dentro de lo más recóndito,
fuera de toda duda le temeremos como a un poderoso señor, ya que no podemos huir de su
imperio, y como a un juez muy sabio, al cual nuestras razones no pueden esconderse. Y
porque es también el creador de todo y el conservador de todas las cosas, venerémosle
como a un padre, y estimémosle como protector y refugio. Porque enseña todas las artes,
sigámosle como preceptor. Por este autor somos y vivimos. Por este conservador
perseveramos en nuestro ser. Por este juez y protector somos gobernados. Por este preceptor
somos instruidos y formados para vivir bien y felizmente.