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2 Timoteo 1:7
Dominio propio es un valor personal que debería formar parte del carácter de un ser humano; según la Biblia, el dominio
propio es el último fruto del Espíritu Santo y según el diccionario es poder, fuerza, autoridad o control que ejerce una
persona sobre sí misma para hablar y actuar. Entendamos esto como un músculo que podemos fortalecer y tonificar para
vivir una mejor vida.
Pablo usa la frase singular «fruto del Espíritu» con el fin de aclarar que los nueve elementos conforman un todo indivisible
y, por lo tanto, la naturaleza de estas virtudes requiere que cuando una de ellas se manifiesta también deben estar
presentes las demás.
Aunque no nacemos con dominio propio, todas las personas tenemos una medida de este, la cual vamos desarrollando a
medida que aprendemos de él y decidimos practicarlo. Así que no tener dominio propio es un problema que afecta a
muchos, y peor aún, otros tantos ni siquiera saben que lo tienen.
Agustín de Hipona definía la templanza o dominio propio como aquel amor que conserva al ser humano íntegro e
incólume es decir sin daño alguno para Dios. Este concepto según Alfonso Ropero implica que la templanza tiene como
finalidad mantener en equilibrio todos los afectos y deseos de la vida, de manera que el creyente honre a Dios en todas
las áreas de su vida.
Las dos definiciones anteriores son complementarias y revelan una relación directa entre el amor que Dios nos demostró
y puso en nosotros, y nuestra capacidad de mostrar amor por medio de practicar el dominio propio. La Escritura dice:
«Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza; contra
tales cosas no hay ley» (Gá 5:22-23).
Santiago 4:14:15 dice QUE A TODOS nos gusta tomar el camino más simple, y ceder a la tentación, que es generalmente,
el camino más fácil. Pero el punto de partida para tener dominio propio es aceptar lo que Dios ya ha dicho
Los proverbios dicen que como una ciudad sin muro y desprotegida es el hombre que no domina su espíritu (25:20). Las
personas que no tienen dominio cualquier cosa que haga el enemigo lo afectará, no tienen felicidad, quieren dejar los
malos hábitos que lo alejan del señor y no pueden. Recordemos que aquellos que hacen el pecado se vuelven esclavos del
pecado.
Podemos decir, entonces, que ese amor práctico al que se refiere Agustín se manifiesta de dos maneras en la vida del
creyente: la primera tiene que ver con la expresión más pura e incondicional con la que Dios decidió amar al mundo (Jn
3:16). Los beneficios de ese amor los vemos, por ejemplo, por medio de Su perdón, Su salvación y la presencia
transformadora de Su Espíritu Santo en los creyentes. La segunda se puede comprender como la capacidad que los
creyentes tenemos de responder ante el amor que recibimos de Dios. Por eso Juan afirmó: «Nosotros amamos porque Él
nos amó primero» (1 Jn 4:19). Podemos afirmar también: Nosotros podemos mostrar la templanza o dominio propio que
requieren las circunstancias más desafiantes de la vida porque Dios nos amó y nos dio a Su Espíritu Santo para guiarnos.
Los entrenadores dicen, “No hay ganancia, sin dolor.” ¡Y tienen razón! Para obtener el cien por ciento de rendimiento, en
cualquier cosa que hagas, DEBES TENER DOMINIO PROPIO. Los atletas olímpicos entrenan POR AÑOS para ganarse UN
MOMENTO EFÍMERO DE GLORIA.
Sin embargo, como cristianos, la carrera que estamos corriendo es mucho más importante que cualquier evento atlético
en la tierra. Así que, la templanza no es opcional para los cristianos. Si vamos a lograr verdadera libertad, necesitamos
dominio propio.
La falta de dominio propio entonces es producida por falta de temor a Dios, inmadurez espiritual y esta se puede
evidenciar cuando una persona hiere a otra de palabra o de hecho y lo hace constantemente, hay algo que los caracteriza
a esta clase de personas y es que nunca perdona ni pide perdón, siempre comete los mismos errores, se deja dominar
fácilmente por otras personas, acepta ofertas o lugares determinados de amistades no creyentes, y permite todo esto en
su vida porque tiene un problema con su dominio propio y la condición de su corazón.
No tiene dominio sobre su cuerpo, deseos y pensamientos por lo tanto siempre está en constante riesgo.
Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda. Proverbios 25:20
No controla sus palabras, sus miradas, sus actos. Le cuesta crecer y por lo tanto no tiene éxito.
No logra controla sus pensamientos y es presa fácil del enemigo.
Se deja manipular fácilmente y se vuelve inconstante. Es chismoso, arrogante y conflictivo
Le falta sabiduría y prudencia. Se deja seducir fácilmente por el pecado.
No sabe tomar decisiones correctas porque siempre actúa por sus deseos, emociones, sentimientos, o
por vista.
Muchos consideran erróneamente las pasiones fuertes como equivalente de un carácter fuerte; pero lo cierto es que el
que se deja dominar por sus pasiones es una persona débil. Un carácter fuerte es un carácter que ha decidido hacer de
Cristo su mejor amigo y honrarlo siendo útil y dando lo mejor de sí para servir en este mundo
Muchas veces racionalizamos, “¡Es que yo soy así!” O “Todo el mundo lo hace.” A veces le echamos la culpa a otros: “Si
hubiera tenido otros padres,” O “El diablo me hizo hacerlo” ¡Podemos culpar a cualquiera! Pero mientras perdamos el
tiempo, echándole la culpa a otros, no podremos resolver nuestro problema.
“Ay, no tengo ganas de estudiar hoy.” “No me provoca trabajar.” “No tengo ganas de levantarme de la cama.” “No me
provoca leer mi Biblia.” Pensamos que TENEMOS QUE SENTIRNOS BIEN CON TODO ¡SI NO! No vale la pena.
¡P O R O T R O L A D O!, puede que digas: “¡Estos frijoles están deliciosos! ¡Voy a repetir! “Tengo ganas de tomarme otro
traguito.” Me provoca ver televisión por 10 horas.” ¡No puedes hacer siempre todo lo que te provoca!!
Se puede entender lo importante que es el dominio propio en la vida de todo cristiano, lo arraigado que está a la
santidad, al temor de Dios y a la comunión con él. Y es ese amor de Dios nos enseña que debemos dejar de hacer el mal y
no desear lo malo de esto mundo. También nos enseña que, en este mundo, debemos ser honestos y fieles a Dios, y
pensar bien lo que hacemos Tito 2:12
Lo anterior significa que los creyentes que ahora tenemos al Espíritu Santo somos capaces de hacer aquello que antes no
podíamos y a lo que incluso nos rehusábamos a hacer en obediencia a Dios. Así también, por la obra de Cristo y la
presencia de Su Espíritu, podemos abandonar aquellos hábitos que deshonran Su nombre en nuestras vidas. Por eso el
amor que viene de Dios y que proyectamos bíblicamente en Él y en nuestros semejantes, es el que nos motiva a «tener
dominio sobre nosotros mismos, tener autocontrol» y «moderación» ante aquellas situaciones que podrían llevarnos por
el camino egoísta que nos aleja de una vida guiada por el Espíritu
Evitar que nuestros deseos nos controlen significa mostrar la templanza como fruto de la presencia del Espíritu Santo en
nuestras vidas. Este es el testimonio de la Escritura en los pasajes donde se menciona el dominio propio o la templanza:
Por esta razón también, obrando con toda diligencia, añadan a su fe, virtud, y a la virtud, conocimiento; al conocimiento,
dominio propio, al dominio propio, perseverancia, y a la perseverancia, piedad, a la piedad, fraternidad y a la fraternidad,
amor (2 P 1:6).
Recibimos la fe para creer en la obra salvador de Cristo y la templanza o dominio propio para mantener nuestros deseos
bajo el señorío de Cristo.
Existen muchos Félix a nuestro alrededor que necesitan conocer el mensaje del evangelio. Que el amor por el Señor nos
guíe a vivir con integridad para compartir al mundo el evangelio y hablarles a otros creyentes sobre la necesidad de la
templanza que viene como fruto del Espíritu Santo. Oremos que Él nos ayude a mantener una actitud prudente, valiente y
decidida en un mundo lleno de egolatría y desenfreno.
Sin lugar a duda, tener dominio propio no es una tarea fácil, es necesario que pongas de tu parte y le entregues tu vida a
Dios si deseas experimentar un estado de equilibrio. Ten en cuenta que la Templanza es como un musculo, el cual debes
ir ejercitando día tras día.
El dominio propio requiere que pensemos antes de actuar. De no hacerlo, nos lamentaremos después.
Debemos tener un firme deseo de obedecer a Dios. Si no obedecemos, no podremos vencer la batalla interna con
el pecado, ni vivir en santidad.
Tenemos que creer que el Espíritu Santo nos facultará. La sociedad pecaminosa en la que vivimos no tiene por
qué vencernos, pues no peleamos esta batalla solos. El Espíritu de Dios nos capacitará para que podamos
renunciar al pecado y vivir en sumisión a Él.
¿En qué aspecto de tu vida carece de dominio propio? ¿Por qué te resulta difícil entregarle dicho aspecto al Señor?
Piensa en las áreas que ya le ha entregado a Dios.
¿Cuáles han sido los resultados? ¿Cómo te ayudaría a rendir aún más tu vida a Él, el recordar la fidelidad de Dios en el
pasado?