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SOCIEDAD CIVIL, POLÍTICA, ESTADO por Angelo Cardenal Scola en la Revista Humanitas

no.58. P.228
La preciada subjetividad de la sociedad.
El origen de la sociedad está en la naturaleza del hombre, no en la unidad colectiva de
individuos. Según la afirmación teórica de Aristóteles, ciudadano e individuo son aspectos
fundidos en el Estado.
El cristianismo replantea el carácter naturalmente social del hombre. Comienza con
la introducción de la categoría de persona como realidad con un valor absoluto. El hombre
creado a imagen y semejanza de Dios, es comunión, por tanto, su carácter social lo es. La
expresión originaria de la dimensión social del hombre no se da por su inserción en el
Estado, el Estado y la sociedad civil, son autonomías propias, el primero esta en función del
segundo.
En efecto, la persona posee un valor subjetividad ante las instituciones
intermediarias que pretenden objetividad en función de la sociedad civil.
Grandeza y miseria de la política.
La acción política y el poder del Estado no son absolutos ni sagradas, tienen límites. La
desmitificación del Estado, porque ningún poder político puede satisfacer el deseo del
hombre. De este modo se afirma, indirectamente, la dignidad del hombre fundada en la
trascendencia. La fe es crítica para con la política; afirma su dignidad indiscutible, pero al
mismo tiempo sus limitaciones insuperables. La fe es una fuerza de purificación para la
razón, cuyo ser este herido por el pecado.
Fe y razón, como caridad y justicia, no se oponen, sino que viven en perenne y
fecunda relación de unidad dual.
¿Qué quiere decir esto? No se trata de formular una teoría y aplicarla a la realidad,
sino de aprender del proceso histórico y replantear los aspectos necesarios para purificar las
políticas de los terrorismos ideológicos.
El antídoto contra la ideología
Los que ejercen el poder están llamados al compromiso por el bien común. Exige por ellos
la disposición a renunciar a los intereses propios o del partido para mirar por el bien de
todos. Ante ellos, se encuentra el árbitro que es el pueblo como la ley noble de la acción
política. Es muy acertada la definición de política de Pablo VI: la política, en efecto, hace
intervenir agentes capaces de auténtico sacrificio y renuncia, abiertos enteramente a darse a
sí mismo por el bien del pueblo.
Por eso es necesario favorecer el nacimiento y la vida de esos sujetos populares que
son la savia vital de una democracia sustancial. De lo contrario, hablar de pueblo como
arbitro sería una ilusión, acabaría en la voluntad general de la que habla Rousseau.
Subsidiariedad y solidaridad: los dos ejes de una democracia sustancial.
Es urgente construir una democracia sustancial a escala mundial, que reconozca el
inviolable sagrario de cada persona por medio del ejercicio concreto de los derechos
fundamentales individuales. Los derechos en toda integridad. Hay dos pilares para su
permanencia: subsidiariedad y solidaridad.
El primero, es donde las instituciones se ponen al servicio primado de la persona. Y
la segunda es la preocupación de ayudar en las necesidades del hermano, o de nación a
nación para construir la civilización del amor. Pero esto debe ser asumido por los sujetos
que conforman los cuerpos intermediarios.
Derecho, deberes y leyes.
El lenguaje jurídico es de suma importancia en nuestro tiempo. El derecho y la economía
asumen un gran papel en el desempeño de la acción política. Los derechos fundamentales
juegan un papel en la plaza de la individuación, no obstante, se ha dado un “disparate”, es
decir, a pesar de que el Estado esta llamado a garantizar los derechos individuales de las
personas, ahora la personas quieren gozar sólo de derechos acosta de los derechos de los
demás hombres. Por tanto, es necesario construir una simetría bilateral entre derechos y
deberes. Desembocamos en la razón de la ley, que se vuelve necesaria en razón de los
derechos que se quieren proteger. No hay derecho sin determinación de ley. Derecho, deber
y ley hacen necesarias los cuerpos intermedios (instituciones) pero con función regulativa,
esto es, que promueve el bien común para la persona.
El estado es secundario con respecto a la sociedad, el primero no debe remplazar al
último.

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