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LAS «DOS VIDAS» DE CÉSAR

ANÁLISIS DEL DICTADOR A TRAVÉS DE


SUETONIO Y PLUTARCO
Adrián M.ª Martínez Ramírez
Curso 2020-2021
Docente: Antonio Ledo Caballero
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN .................................................................................................................. 3

SOBRE LA BIOGRAFÍA Y LA HISTORIA ................................................................................. 4

LA ROMA DE LOS AUTORES ............................................................................................... 6

ANÁLISIS DE LAS BIOGRAFÍAS.......................................................................................... 10

VALORACIÓN CRÍTICA ..................................................................................................... 21

BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................................. 22

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INTRODUCCIÓN

La herencia de la Antigua Roma no es un misterio para nadie. Fue la mayor potencia


de la Antigüedad y fue su caída lo que propició el inicio de la Edad Media, así como fue
de su cadáver que surgieron los distintos reinos que se conformarían conforme esta
avanzara. También son reconocidos sus construcciones, como el Anfiteatro Flavio, el
Foro Romano, los templos romanos, sus acueductos o sus caminos. «Todos los caminos
llevan a Roma». Asimismo, cuenta con diversos personajes conocidos como Augusto, el
primer emperador romano; Calígula, emperador conocido por su demencia; Nerón, por el
incendio de Roma (incluso si este fue el responsable o no) o incluso Cómodo,
popularizado gracias a la película Gladiator (2000) dirigida por Ridley Scott, aunque
dicha película peque de fallos históricos —ni tan siquiera el propio final que se le da a
Cómodo es correcto—. Sin duda, el SPQR ha legado a la historia el estudio de diversos
personajes cuanto menos curiosos. Pero, si uno destaca sobre ellos, es el famoso Cayo
Julio César.
César ha sido un político que ha generado opiniones muy controversias alrededor
de su figura: hombre amado por el pueblo y, a su vez, un dictador que jugó con la
jurisdicción del Estado romano, como quien juega con una moneda entre sus dedos, salvo
que cambiando dicha moneda por un pugio. Su controversia no es algo que haya surgido
en la actualidad ni por la moralidad liberal: sus propios contemporáneos ya juzgaron a
César: hubo quien le entregó una corona de laurel y, por el extremo contrario, quienes
organizaron un complot para acabar con su vida, objetivo que cumplieron en las famosas
idus de marzo. E incluso ya muerto la controversia no se detuvo, sino que prosiguió hasta
la Edad Contemporánea. En mayo de 1778, durante la Guerra de Independencia de los
Estados Unidos, George Washington pidió a Joseph Addison que citara Catón para
inspirar a las tropas desalentadas. Washington observó en Catón la imagen de un patriota
valiente (Estados Unidos de América) que se oponía a Julio César, representado como un
tirano opresivo (el reino de Gran Bretaña) y, de hecho, sus asesinos fueron contemplados
como la liberación de las colonias británicas.1 Un ejemplo del caso contrario se encuentra
en el ultranacionalismo italiano de la política fascista, pues el Partito Nazionale Fascista

1
WYKE, Maria (ed.) (2006). «Manifest Destiny and the Eclipse of Julius Caesar», Julius Caesar in
Western Culture, Blackwell Publishing Ltd. Malden, EE.UU., pp. 148-150.

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vio, en los actos de César y Augusto, la formación de un Estado totalitario, con culto al
jefe (el Duce en el caso de Italia, el prínceps en el Imperio Romano) y corporativista.2
Claro está, el paso del tiempo permite jugar con la visión del dictador romano. Pero
no venimos a juzgar aquí su influencia en el mundo contemporáneo, sino que, por el
contrario, buscamos comparar la imagen que el dictador romano legó de sí mismo a su
pueblo. Es por ello por lo que, para realizar este ensayo, contaremos primordialmente con
dos autores y sus obras: Plutarco, y su obra Vidas Paralelas (Βίοι Παράλληλοι), y
Suetonio con su Vidas de los Doce Césares (De vita Caesarum), tomando, en ambos
casos, sus libros biográficos sobre César, cuyo contenido analizaremos y compararemos
a continuación. Pero antes de entrar en dicho tema debemos cuestionarnos cómo funciona
la biografía como género propio y su aplicación al conocimiento histórico. Para esto
contaremos con la introducción de Antonio Ramírez de Verger en Vidas de los Doce
Césares (Gredos, 1992) y con diversas fuentes que hemos empleado para el desarrollo de
este documento.

SOBRE LA BIOGRAFÍA Y LA HISTORIA

Tal y como comenta Barman en su publicación «Biography and History» (2010)


publicada en el Journal of the Canadian Historical Association, la biografía se ha vuelto
una hijastra de la historia gracias a la aplicación de las ciencias sociales a dicho estudio.3
Y es que las biografías no tratan de analizar las condiciones socioeconómicas o las
cuestiones de género, sino que tienden hacia el individualismo, la vida de un único
individuo. No quiere decir, no obstante, que estas sean necesariamente malas. El autor
comenta que habrían de clasificarse en tres tipos de biografías que se deberían de evitar
(«no-gos»): las biografías «celebratorias», las psicobiografías y las biografías narrativas.
De hecho, destaca que precisamente las celebratorias deben ser las primeras a evitar, dado
que estas se centran en el «great man», los logros del individuo, sus cualidades y cómo
afronta las adversidades; el individuo no parece existir en el mundo, sino que el mundo
existe para él, para proponerle retos y que este los supere.4 El porqué deseamos destacar
esto lo trataremos más adelante. Sobre la psicobiografía, esta se encargaría de catalogar
la personalidad del individuo y mostraría su vida pública. La tercera catalogación

2
DOGLIANI, Patrizia (2008). «La Gran Nación Fascista», El fascismo de los italianos. Una historia
social, Universitat de València, 2017. p. 271-273.
3
BARMAN, op. cit. p. 62.
4
Ibid. p. 64.

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tampoco carece de peligros. Se trata de un estilo de biografía estructurada, recorriendo la
vida del personaje desde su infancia hasta su madurez y no diferencia lo importante de
aquello que es insustancial en comparación y no trata de hacer reflexionar sobre la
situación, sino que se dedica a comentar hechos.5 Es decir, con esto el biógrafo se
dedicaría a comentar las hazañas, personalidad o hechos de la vida del sujeto a biografiar.
Pero no es intención del historiador contar qué, sino por qué. No quiere decir esto, ni
mucho menos, que una biografía no pueda colaborar con la historia. La dificultad se
encontraría a la hora de encontrar evidencias sobre la vida del sujeto.
También, y relacionado no necesariamente con el entorno del individuo, sería su
relación con el autor de la biografía. Un autor puede contar con distintos sentimientos
hacia un personaje, desde la más profunda admiración hasta el mayor de los desprecios,
sentimientos a los que no se debe sucumbir. Además, debemos recordar que el autor de
la biografía cuenta con una motivación. Como ejemplifica Barman, el historiador
encuentra una laguna en la historia y trata de encontrar la pieza que falta, mientras que el
biógrafo se encuentra atraído por el individuo, por sus logros y su personalidad.6
Pero la biografía cuenta también con aspectos positivos: es capaz de mostrarnos la
realidad del momento. Estudiar a un personaje no es limitarse a este como protagonista
del mundo, sino cómo actúa en él. Nos permite comprender cómo se organizaba la
sociedad y cómo participaba en ella (por ejemplo, a qué partido político se encontraba
afiliado), cómo respondían frente a cierta motivación o actuación de un tercero o de un
gobierno. Se debe comprender que son las relaciones socioeconómicas y la cultura lo que
llevan a un individuo a actuar como tal, y, también, que dicho individuo no se limita a ser
«uno» a lo largo de su vida, sino que evoluciona, cambia y lleva a cabo acciones que,
debido a sus ideas del momento, podrían ser contradictorias de aquellas en el pasado y el
futuro. Pero tampoco debemos engañarnos, pues la cultura no permanece única, sino que
también evoluciona y cuenta con distintos agentes. Individuos y cultura se encuentran en
un constante intercambio de influencias.7 Es el ser humano quien, a fin de cuentas, actúa
en la historia y la dirige hacia un camino u otro. Los biógrafos deben estudiar no sólo al
sujeto, sino su entorno y recurrir, en la medida de lo posible, a fuentes cercanas a dicho
sujeto para observar su evolución y el porqué de esta.

5
Ibid. pp. 64-65
6
Ibid. p. 67.
7
BANNER, Lois W. (2009). «Biography as History», The American Historical Review, vol. 114,
issue 3, pp. 581-582.

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La biografía no es, por tanto, un género que deba mantenerse ajeno a la historia sino
que, por el contrario, debe complementarla. Comprender cómo los diversos sujetos
históricos (individuos o grupos) se relacionaban con su alrededor es importante para el
desarrollo de la Historia. Pero debe mantenerse dentro de dicho marco: un complemento,
un apoyo, no algo en lo que basarse históricamente, pues diversos agentes como la
subjetividad del biógrafo o la propia narración de la biografía pueden dejar muchos
huecos por sellar o, en su defecto, mostrar un reflejo del individuo que no rezaría por su
comprensión objetiva, bien exaltándolo o humillándolo.

LA ROMA DE LOS AUTORES

Para comprender la visión de ambos autores, hay que estudiar el contexto histórico
y, en este mismo, el contexto biográfico, por el cual empezaremos. Ya se ha expresado
en el apartado anterior por qué la biografía y la historia no son lo mismo, aunque se
pueden apoyar. Ahora bien, los autores a tratar a continuación redactaron obras
biográficas, pero ¿qué papel tenían las biografías en la época imperial en la que vivieron
Suetonio y Plutarco? Las biografías no buscaban enseñar el pasado a los contemporáneos,
ni mucho menos, pero sí contaban con una función didáctica: enseñar moralidad. A través
de los personajes antiguos y sus acciones, ya positivas o negativas, se pretendía enseñar
a los distintos individuos de la sociedad romana y tanto autores griegos como romanos se
atrevieron a publicar obras de dicha índole. También, dichas obras fueron empleadas
como medios a través de los cuales expresar opinión y crítica sobre un hecho, reflejando
este en el pasado.8 Consideramos que es necesario tener en cuenta esto para comprender
las decisiones de los autores cuyo contexto procedemos a explicar, empezando por el
autor griego.
Nosotros queremos destacar dos incidentes para hablar de Plutarco: los gobiernos
tiránicos y la crisis identitaria griega. Tras la derrota de Mitríades VI, rey de Ponto, en 86
a.C. por mano de Sila, Roma impuso su control sobre la Hélade por completo. 9 A este
hecho se le debe sumar un segundo que ocurriría años después: tras el asesinato de Julio
César se formó, el 43 a.C., un segundo triunvirato —el primero de ellos compuesto por
Julio César, Cneo Pompeyo y Marco Craso— entre hombres que estarían a cargo del

8
MESTRE, Francesca (2007). «Plutarco y la biografía en época imperial», Revista de Estudios
clásicos, n.º 34, pp. 12-14.
9
BECK, Mark (ed.) (2013). «Plutarch and Rome», A Companion to Plutarch, Blackwell Publishing
Ltd., Malden, EE.UU., p 13.

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poder en Roma: Cayo Julio César Octaviano (Augusto), Marco Antonio y Lépido,
dividiéndose estos el territorio entre occidente, oriente y el norte de África
respectivamente. Sin embargo, fue cuestión de tiempo que el poder se desestabilizara:
Lépido perdió potestad en África, y Antonio y Octaviano se enfrentaron en la batalla de
Actium el 31 a.C., una batalla naval de la cual Octaviano surgió triunfante. Fue, a partir
de entonces, que Augusto asumió todo el poder de Roma10, poder que se transmitiría tras
su designación como emperador a sus descendientes de la gens Iulia, hasta el final de esta
con la muerte de Nerón el 69 a.C., en tiempos del propio Plutarco. Destacamos esto pues
cuando Augusto fue proclamado emperador se inició un proceso de propaganda política
por todo el imperio, una propaganda en la que no sólo el emperador era exaltado, sino así
su cónyuge y sus descendientes. El emperador era, gracias a la propaganda y ante los ojos
del pueblo, símbolo de seguridad y prosperidad. Símbolo de seguridad y prosperidad que
Nerón destruyó.11 La segunda fase del reinado de Nerón, entre 59 y 68 d.C., es conocida
por su tiranía y crueldad, así como los episodios más impactantes que se vivieron, tales
como el incendio de Roma en 64, las persecuciones anticristianas, los derroches
económicos en la Domus Aurea y en su propio entretenimiento y la persecución de la
oposición política senatorial, lo cual demostraba que el emperador había roto con los
valores romanos.12
Por otro lado, encontramos la crisis identitaria helénica que se dio durante la época
de la pax romana. Como se ha explicado, tras la derrota de Mitríades la expansión de
Roma sobre Grecia era ya inevitable, sin oposiciones. Roma, ciertamente, destaca por —
en contraposición a los griegos— su capacidad de integrar culturas. Los griegos no
tuvieron problema con su cultura: no les fue arrebatada ni prohibida, ni mucho menos.
Pero Grecia no existía. El Imperio Romano era la entidad política; Roma integró la cultura
griega a su mundo, pero la entidad política griega había desaparecido. Esto generó una
crisis de identidad en los helenos, quienes comenzaron a publicar diversas obras con las
que realzar sus valores y reivindicar su identidad y su realidad.13 Es, en esta realidad, que
encontramos a Plutarco.
Plutarco nació en Queronea, ciudad en la que Sila derrotó a Mitríades, alrededor de
45 d.C. Hijo de la cultura griega, y gracias a la política integradora de Roma, no encontró

10
FERNÁNDEZ NIETO, F. J. (coord.), (2005). «El principado de Augusto y el comienzo del Imperio»,
Historia Antigua de Grecia y Roma, Tirant lo Blanch, València. pp. 459-460.
11
Ibid. pp. 564-565.
12
Ibid. pp. 496-497.
13
MESTRE, op. cit., pp. 14-15.

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problemas a la hora de estudiar la literatura helénica, criarse en sus tradiciones y atender
a su historia y filosofía, especialmente la filosofía platónica. Ya adulto y bajo el gobierno
de Vespasiano —habiendo vivido, por tanto, la tiranía de Nerón— conoció, bien en
Alejandría o en Grecia, al senador L. Mestrius Florus, con quien entabló amistad y quien
le otorgó el derecho romano (y la ciudadanía), bautizándole como Lucius Mestrius
Ploutarchos. Plutarco perteneció a la clase social de los ecuestres y, alrededor de 70, partió
hacia Roma, donde tuvo la oportunidad de leer a autores latinos y practicar el idioma con
tal de hablarla con fluidez. A lo largo de su estancia entabló relaciones con distintos
individuos, incluso con aquellos próximos al círculo personal del emperador Vespasiano,
quien le facilitó, de hecho, el acceso a una colección de biografías de los distintos
emperadores hasta la fecha. No es de extrañar, después de haber vivido bajo el dominio
de Nerón, que Plutarco considerara formar una obra que atendiera a los valores morales
de los antiguos emperadores, sus gobiernos y sus principios éticos, recorriendo desde
Augusto hasta Vitelio: las conocidas como Vidas de los Césares, ya perdidas. Y es que
Plutarco creía en el ideal de que un monarca debía ser devoto a su pueblo y establecer
justicia y paz durante su reinado. Augusto sería el modelo de emperador perfecto para
Plutarco, mientras que Nerón sería su némesis. Con estas Vidas, Plutarco consideró
«entrenar» a la cúspide social romana y, con ello, moralizar su política.14 Esta moralidad
sería propia del resto de sus obras.
El autor de Queronea, no obstante, pasó gran parte de su vida en su ciudad natal, y
vivió la época de la crisis identitaria helénica. Sin embargo, el autor de las Vidas, griego
y romano, no siguió la surgente crisis helénica pero tampoco la rechazó a favor de Roma.
Plutarco observó que ambas culturas podían convivir bajo una misma cultura: una cultura
grecorromana. Es en este contexto que Plutarco escribió Βίοι Παράλληλοι («Vidas
Paralelas»), una obra en la que enaltecía a griegos y a romanos, exaltando aquello que
les asemejaba. Buscaba, con su obra, no sólo salvar su cultura griega, sino integrar esta a
la romana y al contrario.15 Plutarco no buscó llevar a cabo un estudio histórico, algo que
él mismo reconoce en su obra: «[…] limitaremos nuestro prólogo […] a rogar a los
lectores que no nos miren con malos ojos si no lo relatamos todo […] sino que abreviamos
la mayor parte del relato. Y es que no escribimos historia, sino biografías […]».16 No
sería intención del autor comentar la historia de ninguno de los personajes, sino mostrar

14
BECK, op. cit., pp. 14-19.
15
MESTRE, op. cit., pp. 16-17.
16
PLUT, Alex, 1.

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aquello que creía que tendría valor para su propósito, comparando, por ello, a los
personajes griegos y romanos.
De la vida del autor romano, no obstante, a penas nos ha llegado constancia alguna.
Cayo Suetonio Tranquilo nació alrededor de 69, aunque se desconoce la zona (hay
quienes apuestan por Roma, Pisauro u Ostia en Italia, y quienes aseguran que fue en el
Hippo Regio, en el norte de África). Fue hijo de Suetonio Leto, oficial del ejército y
miembro del grupo social de los ecuestres (una clase media alta). Entabló amistad con
Plinio el Joven y compartió cartas con él; su confianza fue tal que Plinio llegó a solicitar
que leyera uno de sus poemas en público.17 Llevó a cabo tres cargos al servicio del
emperador: con Trajano sirvió como secretario a studiis, proporcionando al prínceps
material de lectura para la administración política; después, estuvo a cargo de las
bibliotecas imperiales, siendo declarado secretario a bibliothecis; por último, bajo el
reinado de Adriano se encargó de la correspondencia imperial. Destaca su obra Vida de
los doce césares, una recopilación biográfica de distintos personajes recorriendo desde
Julio César hasta el tirano Domiciano.
El por qué Suetonio decidió escribir Vidas cuenta con distintas causas. Antonio
Ramírez de Verger comenta en la introducción general publicada en la obra de Suetonio
(pp. 31-32) que con la obra buscaba enseñar a los lectores «la vida y las costumbres» que
los historiadores, al tratar sobre los emperadores, habían ignorado, tanto a nivel privado
como público. Esta obra, no obstante, al contrario que Vidas Paralelas carece de análisis
moral e ignora, irónicamente, la historia al igual que Plutarco. No provee al lector de un
trasfondo, ya fuere político o histórico. Sin embargo, según Keith R. Bradley menciona,
hay otra razón: su obra, de biografía imperial, sólo podía interesarle a quien controlaba el
imperio, es decir, al emperador.18 Suetonio no buscaba escribir un orden cronológico
(algo que, aun así, debe hacer para dotar de coherencia a la biografía), sino que buscaba
contar los aspectos de los diversos personajes mediante temáticas como la vida privada,
el reinado y su política o el físico del biografiado.19 Buscó, con su obra, mostrar los
caracteres con los que debía contar un emperador, algo que presentaba no mediante
introducciones, sino como anécdotas de los anteriores dirigentes de Roma; un ejemplo de

17
RUTLEDGE, Steven H (2012). «Suetonius», The Encyclopedia of Ancient History. Blackwell
Publishing Ltd. pp. 6435-6437.
18
BRADLEY, K. R. et al. (1991). «The Imperial Ideal in Suetonius’ “Caesares.”», Sprache Und
Literatur (Allgemeines Zur Literatur Des 2. Jahrhunderts Und Einzelne Autoren Der Trajanischen Und
Frühhadrianischen Zeit [Forts.]). p. 3713.
19
Ibid. pp. 3713-3715.

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ello se encuentra en el primer libro de sus Vidas: «No valoraba a sus soldados ni por sus
costumbres ni por su fortuna, sino únicamente por sus fuerzas, y los trataba con tanta
severidad como indulgencia».20

ANÁLISIS DE LAS BIOGRAFÍAS

Ya habiendo expresado el contexto queda por observar las diferencias de las obras
del autor griego y del autor romano sobre el personaje de Julio César. En primera instancia
encontramos que ambos autores inician la biografía de César de forma relativamente
similar: su enfrentamiento político con el dictador Sila debido a su relación con Mario. A
nosotros, si se disculpa nuestra función de historiadores, nos gustaría contextualizar la
Roma anterior a César y, además, trataremos de explicar las diferencias
cronológicamente, evento por evento.
Cayo Mario fue elegido, en 107 a.C., en plena guerra contra Yugurta, como líder
de los populares y se presentó al consulado, ganando, poniéndose al frente del ejército
romano y derrotando a Yugurta en 105 a.C. En 104 volvió a ser elegido y así fue
sucesivamente hasta 100 a.C. debido a las distintas ráfagas ofensivas que sufría Roma;
ráfagas que logró defender, volviéndose un héroe para el SPQR. Sin embargo, los
problemas internos de Roma no cesaron, llegando incluso a las armas (La Guerra de los
Aliados, 91-88 a.C.). Debido a los conflictos internos Mitríades VI se presentó a sí mismo
como liberador (como ya se ha mencionado anteriormente) para los pueblos bajo el yugo
de Roma, y en su contra enviaron a Sila y a Mario —uno apoyado por el Senado, el otro
por la plebe—. Sila, ante dicha situación, dio un golpe de Estado en Roma y, al hacerse
con la ciudad, declaró enemigos a los dirigentes de los populares.21 Es en este contexto
que César, por su parentesco con Mario, fue perseguido por Sila. Plutarco comenta cómo
César huyó de Roma y sus acciones hasta su regreso, como su secuestro por parte de
piratas, su estancia junto al rey Nicómedes o su paso por Rodas para escuchar a Apolonio,
hijo de Molón. Al volver, César tuvo la osadía de elogiar a Mario, siendo defendido por
la plebe por ello. Suetonio, no obstante, no se centra tanto en el pequeño conflicto
expuesto, sino que lo menciona brevemente tras presentar el cargo de flamen que ocupó
el dictador en su juventud.

20
SUET, Iul, 65.
21
FERNÁNDEZ, op. cit., pp. 395-402.

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Ambos autores concuerdan en que César ganó el tribunado militar, discutido con
Cayo Popilio, gracias al apoyo de la plebe. Por su parte, Suetonio se limita a comentar
que con dicho poder «no regateó esfuerzos para ayudar a los promotores del
restablecimiento del poder tribunicio».22 Pero Plutarco va más allá: el autor de Queronea
realza la figura de César pues no hace mención del tribunado como un mero hecho, sino
que busca remarcar el apoyo de los populares a Julio César, introduciendo a continuación
la defensa de la plebe cuando este mostró imágenes de Mario tras la muerte de la esposa
de este último, Julia. Plutarco muestra cómo César fue capaz de obtener el apoyo del
pueblo. En este último momento Suetonio menciona, no obstante, que Julio César recordó
la ascendencia de Julia (y por tanto la suya), cuya ascendencia materna «desciende de
reyes» mientras que la paterna «está unido a dioses inmortales».23 Suetonio buscaría con
esto mostrar claramente cómo debe comportarse un regente, acudiendo a sus ancestros
para legitimarse. Su relación con el pueblo no es de extrañar. El autor romano menciona
que el dictador ofreció todo tipo de espectáculos, desde exposiciones teatrales por todos
los barrios hasta combates de gladiadores, e incluso espectáculos de caza.24 Es la viva
imagen de un regente que sabe complacer el pueblo, y tal fue su eficacia que —comenta
Plutarco— cuando César fue juzgado el pueblo rodeó el complejo exclamando que
liberaran a «su hombre», tras lo cual Catón tuvo que persuadir al Senado para que le
concediera a la plebe un subsidio mensual.25
Tras la muerte de su mujer, Cornelia, en 69 a.C., marchó hacia Hispania como
cuestor acompañando a Veto, un amigo en quien confiaba. Se comenta en ambas obras
que César se comparó a sí mismo con Alejandro Magno, llorando. Plutarco menciona
que, al preguntarle sus amigos, contestó «“¿No os parece motivo de aflicción pensar que,
a la edad que tengo, Alejandro reinaba ya sobre tan gran imperio, mientras que yo todavía
no he llevado a cabo ninguna acción brillante?”».26 Suetonio menciona algo similar; sólo
cambia el contexto: Plutarco menciona que César lloró mientras leía un libro sobre el
emperador macedonio, es decir, le posiciona en un contexto de alguien culto y modesto
que, al compararse con otros, cuestiona sus acciones. Suetonio menciona, sin embargo,
que César

22
SUET, Iul, 5.
23
Ibid. 6.
24
Ibid. 39, 1-4.
25
PLUT, Caes, 8, 5-7.
26
Ibid. 11-6.

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[…] llegó a Cádiz, donde vio junto al templo de Hércules la estatua de Alejandro
Magno; entonces se puso a gemir y, como arrepentido de su desidia, porque, según
él, no había realizado aún nada memorable a la edad en que ya Alejandro había
sometido el orbe terrestre, solicitó de inmediato una licencia para aprovechar cuanto
antes en Roma las ocasiones de emprender asuntos de mayor envergadura (7, 1-2).

Es decir, Suetonio presenta cómo César, comparándose con Alejandro y su


magnificencia, se percata de que no ha logrado nada «memorable» y por ello decide
actuar. Se debe mencionar, además, que ambos autores también sitúan este hecho en
distinta cronología, pues Suetonio sitúa este incidente durante su cuestura, mientras que
Plutarco sitúa esto durante su pretura, diez años después. Tras cumplir en Hispania el
futuro dictador volvió a Roma.
En 63 a.C. falleció Quinto Cecilio Metelo Pío, el Pontífice Máximo, dejando el
cargo libre. Se presentaban al puesto Isáurico y Cátulo, prestigiosos hombres del Senado.
César, aun con ello, decidió presentarse al cargo. Aquí también difieren ambos autores.
Plutarco presenta a César como un hombre que no se achacó, que se dispuso a lograr
aquello por lo que se había lanzado, sin vuelta atrás, pese al intento de soborno de Cátulo.
El autor griego presenta a un hombre ético y moral. No obstante, Suetonio comenta que
se presentó al puesto «no sin repartir el dinero a manos llenas»27, es decir, sobornando.
El autor romano presenta así a un hombre sabio, que sabe de política y juega sus mejores
cartas.
Entre 63 y 62 a.C. se descubrió la conjuración de Catilina. El Senado se dedicó,
entonces, a juzgar a los cómplices de la conjura. En este caso la variación no es tan
exagerada. En resumen, César defendió a ambos conjuradores (pese a que estos
terminaron por ser declarados culpables), logrando cambiar la opinión de los senadores
gracias a su elocuencia —algo en lo que coinciden ambos autores—28 con algunas
excepciones. Según Cayo Suetonio, César no retrocedió en su defensa hasta que un grupo
de caballeros romanos, que guardaban la curia, le amenazó de muerte. Plutarco de
Queronea no menciona esto, sino que comenta que, al salir César del Senado, distintos
jóvenes que apoyaban a Cicerón marcharon hacia él con las espadas desenvainadas; Cayo
Escribonio Curión fue el encargado de socorrer al futuro dictador y Cicerón negó a los
jóvenes la acción que pretendían cometer.

27
SUET, Iul, 13.
28
Cf. SUET, Iul. 14, 2.; PLUT, Caes, 8.

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En 62 a.C. César fue nombrado pro praetore y le fue confiada la provincia de
Hispania Ulterior. Pero el pro praetore había acumulado hasta entonces demasiadas
deudas por las cuales sus acreedores no le permitían marchar sin antes saldarlas. Plutarco
menciona que el futuro dictador pidió ayuda a Craso, un adinerado romano y quien se
encontraba en lucha política contra Pompeyo con tal de, más tarde, emplear a César a su
favor. Aquí encontramos otra diferencia: Suetonio ignora las acciones de César en
Hispania, al contrario que el bautizado Lucio Plutarco que nombra, aunque brevemente,
la actividad del político. Lo que queda claro es que, gracias a sus actos, el Senado le
concedió un triunfo; no obstante, aquellos que aspiraban a dicho triunfo debían
permanecer fuera de Roma. César, que no sólo deseaba el triunfo sino también presentarse
al consulado como menciona Suetonio (18, 1-2), marchó de Hispania sin tan siquiera
esperar a la llegada de su sucesor. Para el pesar del futuro dictador las elecciones ya se
habían convocado, por lo que renunció al triunfo con tal de presentarse.
Se presentaban al consulado Lucio Luceyo y Marco Bíbulo; César se asoció con el
primero debido a su riqueza, por lo que tanto Bíbulo como César compartieron consulado.
Encontramos aquí otra diferencia: Plutarco ignora la asociación entre Julio César y Lucio
Luceyo y presenta que César, en una jugada política maestra, reconcilió a los enemigos
políticos Pompeyo y Craso (formándose así el primer triunvirato). Gracias a dicha unión
César sería escogido junto a Bíbulo como cónsul. Suetonio, no obstante, sí menciona la
asociación entre Luceyo y César y comenta que debido a que los optimates «procuraron
que a los futuros cónsules se les asignaran provincias de muy poco interés» (19, 2), César
respondió reconciliando a Pompeyo y Craso. Lo más probable es que en esta ocasión
Plutarco tuviera razón, pues el apoyo de Pompeyo y Craso habría garantizado su elección.
Sin embargo, ambos autores coinciden en que César administró por sí solo el consulado,
llegando el pueblo a bromear con ello diciendo que «no escribían “durante el consulado
de César y Bíbulo”, sino “durante el consulado de Julio y de César”».29
El siguiente episodio a destacar son las guerras de las Galias, provincia por la que
optó Julio César en búsqueda de obtener más triunfos. Destaca este evento pues ambos
autores se dirigen a dos extremos opuestos. Suetonio se limita a mencionar sus logros,
mientras que en Vidas Paralelas se analizan las acciones de César, comparándolo «con
los Fabios, los Escipiones o los Metelos» (15, 3), es decir, con militares que habían
obtenido la gloria. Menciona también sus batallas y las describe, así como el trato a sus

29
Ibid. 20, 2.

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soldados; descripciones que, como se comprenderá, no detallaremos en este documento.
Algo similar sucede a la hora de relatar sus maniobras en Britania y durante su paso por
el Rin.
Las tensiones entre los triunviros no tardaron en aparecer. Primero que nada, el
triunviro Craso falleció luchando contra los partos. Por otro lado, Julia, hija de César y
esposa de Pompeyo, había fallecido en 54. Ya no quedaba nada que atara a ambos
triunviros con vida. A su vez, Roma se encontraba en una situación de luchas internas,
casi anárquicas, situación a la que el Senado decidió hacer frente escogiendo a Pompeyo
cónsul único (sine collega) en 52 a.C.30 Esto mismo se menciona en Vidas de los doce
césares:

Entretanto, como el Senado había decidido, a raíz de los disturbios sociales


provocados por el asesinato de Publio Clodio, que se nombrara un único cónsul y
expresamente Gneo Pompeyo, convenció a los tribunos de la plebe, que proyectaban
hacerle colega de Pompeyo [a César], para que propusieran mejor al pueblo un
segundo consulado estando ausente, cuando estuviese a punto de terminar el período
de su mandato, para no tener que abandonar por esta causa su provincia demasiado
pronto y sin haber aún acabado la guerra. (26).

También, según el mismo autor (27), Julio ofreció a la nieta de su hermana, Octavia,
como pretendienta para Pompeyo, buscando así mantener la relación entre ambos, así
como le pidió la mano de su hija, quien estaba prometida con Fausto Sila, hijo del
dictador.
Lo que Suetonio nos muestra como movimientos políticos en busca de una
reconciliación, Plutarco lo opone como una lucha política mencionando que «César había
decidido desde hacía tiempo acabar con Pompeyo» ya que

una vez muerto Craso —que era un posible sustituto de ambos—, al uno no le faltaba
para convertirse en el más poderoso más que acabar con el que lo era, y al otro, para
librarse de ese destino, no le quedaba más salida que tomar la delantera y eliminar al
hombre que temía.31

Pompeyo, al parecer, declaró que nadie que estuviera fuera de Roma podría acceder
a los cargos públicos, incluyendo aquí a César. Además, Marco Claudio Marcelo pidió al

30
FERNANDEZ; op. cit. pp. 412-413.
31
PLUT, Caes, 28.

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Senado que César fuera sustituido de su cargo antes de tiempo, ya que la guerra había
terminado. Este hecho es mencionado por Suetonio (28, 2) y por Plutarco (29, 2), aunque
este último ignora las causas de ello. Marcelo, además, pidió que se les rechazara la
ciudadanía a los colonos que había establecido César en Nuevo Cromo. Entonces, César
decidió pedir una prórroga de su mandato y solicitó, también, presentarse al consulado.
Permitió que los distintos políticos tomaran, además, parte de las riquezas que había
acumulado gracias a sus campañas en la Galia, algo que mencionan ambos autores:
Emilio Paulo y Cayo Curión fueron los tribunos en concreto que, gracias a esto, apoyaron
a César. Plutarco dice que fue entonces cuando Pompeyo comenzó a mover los hilos con
tal de suceder a César de su cargo, exigiéndole que le devolviera los soldados que empleó
para la guerra. Suetonio, no obstante, comenta que esto fue decisión del propio César,
quien accedió a renunciar a sus tropas a cambio de que le fueran concedidas dos legiones
y la provincia Cisalpina. En Vidas Paralelas es Cicerón quien, en busca de apaciguar la
situación, trata de persuadir a sus compañeros para que el Senado le concediera la Galia
Cisalpina e Iliria y, a los enviados de César, les dijo que se contentaran con seis mil
soldados. Al parecer César trató de mantener su imperium y la inmunidad que este le
concedía hasta el 49 a.C., justo cuando podía volver a presentarse al consulado. Suetonio
menciona (30, 3) que Catón anunciaba continuamente que cuando César licenciara a su
ejército lo denunciaría. Lo que finalmente llevó a la guerra fue, y en esto coinciden ambos
autores, la expulsión de Marco Antonio y Quinto Casio. El 1 de enero de 49 a.C. Metelo
Escipión propuso que César abandonara el imperium bajo pena de ser declarado enemigo
público, a lo que Antonio y Casio decidieron vetar la propuesta; su veto fue ignorado y
ambos fueron expulsados del Senado. Ambos autores concuerdan en que este fue el
pretexto empleado por César para dirigir sus tropas hacia Roma, aunque Suetonio cree
que las causas fueron otras, citando la opinión de Asinio Polión en que la auténtica causa
fue la acusación contra César y su propósito de juzgarle, pues, según Polión, al terminar
la batalla de Farsalia César dijo «“Ellos lo han querido; después de haber realizado tan
grandes empresas, yo, Gayo César, habría sido condenado si no hubiese solicitado la
ayuda del ejército”».32
En lo que al inicio de la guerra se refiere, todo empezó con el paso del río Rubicón,
donde César (según se dice) pronunció las famosas palabras «la suerte está echada» o,

32
SUET, Iul, 30, 4.

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según Plutarco, «lancemos el dado».33 Los autores vuelven a diferir a la hora de tratar la
guerra civil. De nuevo, Suetonio no desarrolla la guerra, sino que ordena
cronológicamente las acciones del futuro dictador. Plutarco, en cambio, explora sus
batallas y la toma de diversas ciudades de la Península Itálica, así como describe la huida
de los oponentes de César o las acciones de sus soldados, como el caso de Cayo Crástino
(44, 10). Tras las diversas batallas, persiguiendo a Pompeyo tras la batalla de Farsalia,
César acabó en Alejandría donde Teódoto le presentó la cabeza de Pompeyo, cual, según
Plutarco, logró que César se echara a llorar y «a todos los amigos y familiares de Pompeyo
que, yendo errantes por el país, habían sido capturados por el rey [Ptolomeo XIII], los
trató generosamente y se ganó su confianza».34 El autor griego trata de mostrar al lector
no sólo las capacidades bélicas de César sino su sentimiento y su clementia, al igual que
hizo con las tropas de Pompeyo al integrarlas en sus legiones y perdonando a muchos de
ellos.35 Suetonio, que ignora la moral del dictador romano, ignora todo esto y salta
directamente a la guerra contra Egipto.
Sobre este último conflicto bélico no nos demoraremos demasiado pues al igual que
en el resto de las guerras Suetonio reduce notablemente el conflicto, simplificando que,
al vencer César, entregó el trono a la hermana de Ptolomeo XIII, Cleopatra VII. La única
diferencia con respecto a Plutarco es que este último no ve como casus belli la muerte de
Pompeyo sino la conspiración del político Potino contra César, de la cual el que sería
proclamado dictador fue consciente, haciendo volver a Cleopatra de su exilio en secreto
(48, 5-9) para reconciliarla con su hermano. La guerra inició, según el autor de Queronea,
tras encontrar a los conjuradores Potino y Aquilas, logrando este segundo escapar,
iniciándose la guerra. El rey de Egipto se alió con el bando contrario a César y falleció en
batalla.36 Sucedieron a este evento la campaña contra Farnaces, hijo de Mitríades, vencido
en la batalla de Zela el 47 a.C. y que César describió, según ambos autores, con las
palabras «Llegué, vi y vencí», aunque ambos las posicionan en una cronología distinta:
Plutarco posiciona dichas palabras en una conversación con el amigo de César, Macio37,
mientras que Suetonio sitúa estas durante la celebración de su triunfo de Ponto en Roma,

33
Según el autor de Queronea en su obra Pompeyo (60, 4) estas palabras fueron pronunciadas en
griego, probablemente para aproximar, en su contexto, las culturas griega y romana; este hecho demostraría
—de ser cierto— la influencia de la cultura griega en la cultura romana y a su vez mostraría a un romano
empleando la cultura griega.
34
PLUT, Caes. 48, 2-3.
35
Ibid. 46, 4.
36
Ibid. 49, 4-10.
37
Ibid. 50, 3.

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sobre un rótulo entre las andas del cortejo.38 Le siguieron las campañas contra Escipión,
contra Juba y la marcha hacia Útica, gracias a la que esperaba capturar a Catón con vida
y escena en la que Vidas Paralelas vuelve a mostrarnos la moralidad del imperator
romano pues, al conocer este del suicidio de Catón, afectado, dijo «“Oh, Catón,
desapruebo tu muerte, pues has rechazado la posibilidad de que te salvara la vida”» (54,
2) pese a la obra que luego escribió César, Anticatón, gracias a la cual Plutarco duda de
este hecho. Tras dichas campañas viajó hacia Hispania contra los hijos de Pompeyo, Cneo
y Sexto Pompeyo, entre 46 y 45 a.C., que terminó con la batalla de Munda. César volvió
a Roma este último año, sin esperar el fatal destino que la fortuna se había preparado.
El proceso mediante el cual César se convirtió en dictador perpetuo fue rápido y ni
tan siquiera se diferencia del momento que fue proclamado dictador por primera vez, pues
una vez fue proclamado nunca abandonó el cargo. El mismo año que fue elegido cónsul,
el 49 a.C., fue proclamado dictador, título que se prorrogó dos veces más: en 48 y en 46
a.C. La permanencia del título se dio al acabar la guerra, en 45 a.C. 39 Al derrotar a sus
oponentes César se había proclamado el dueño del mundo romano. Plutarco introduce la
proclamación (Caes, 57) diciendo que «considerando la monarquía como un respiro de
las desgracias de la guerra civil, lo nombraron dictador de por vida», así como le rindieron
honores, incluido el propio Cicerón. El autor de Queronea comenta que perdonó a
aquellos que lucharon contra él e incluso les dotó de cargos y honores. También, al
parecer, el dictador perpetuo decidió alzar de nuevo las estatuas de Pompeyo, ante lo cual
Cicerón dijo que «“César, al levantar las estatuas de Pompeyo, ha consolidado las suyas
propias”»40, lo cual revela, de nuevo, la maestría política del dictador.41 Esto es algo que
el autor romano parece ignorar. Ambos autores, sin embargo, coinciden en una par de
actos que llevó a cabo César: como nombrar preturas y consulados —a lo que Plutarco
añade que se debía a que el dictador buscaba, con ello, que sus súbditos aceptaran su
poder (Caes, 58)— y la reforma del calendario. Suetonio profundiza más en las decisiones
de César, nombrando también la reducción de los jueces a dos tipos: del orden ecuestre y
del orden senatorial; redujo la distribución de trigo a ciento cincuenta mil personas
estableciendo que, cada año, el pretor debía sortear entre los plebeyos que no se

38
SUET, Iul. 37, 2.
39
FERNÁNDEZ; op. cit., p. 418.
40
PLUT, Caes. 57, 6.
41
Esto mismo lo comparte Suetonio, mencionando también el alzamiento de las estatuas del dictador
que, en su momento, fue su enemigo: Sila. Cf. SUET, Iul, 75, 4. A más información cf. FERNÁNDEZ; op. cit,
pp. 418-420.

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encontraran dentro de estas listas42; redistribuyó a los ciudadanos romanos en distintas
colonias, concedió el derecho romano a los practicantes de medicina, pero no abolió las
deudas como tantos esperaban que hiciera. Disolvió, además, las asociaciones que no
fueran de época antigua, aumentó la pena por los delitos castigando no sólo al acusado
sino a su familia (Iul, 42, 1-3). Todo esto es algo que ignora Plutarco o que, al menos, no
menciona en Vidas Paralelas y otra serie de actos que nos dejamos atrás.43 Plutarco salta,
directamente, a la causa de su asesinato, mientras que el autor romano introduce algo que
nosotros hemos decidido posponer.44
Ahora bien, si César llevó a cabo dichas reformas, ¿por qué ser asesinado? Suetonio
menciona que César abusó de su poder como dictador y que esto fue lo que le llevó a la
muerte como ignorar distintas tradiciones romanas, dotar de cargos públicos a placer junto
a los distintos honores que aceptó como el título de Imperator o el sobrenombre de «Padre
de la Patria»45, algo con lo que concuerda Plutarco, mencionando que fue «su aspiración
a la realeza» lo que generó el odio de la masa hacia su figura.46 Pero, de nuevo, los dos
autores difieren: Suetonio menciona cómo César tuvo un comportamiento arrogante, no
levantándose para recibir al Senado cuando este acudía a él o cómo, durante uno de sus
triunfos, espetó a Poncio Aquila «“¡Intenta, pues, de nuevo conseguir de mí la república,
tribuno Aquila!”» al no alzarse este al pasar frente a él. 47 El autor griego no parece
compartir esta visión de extrema arrogancia por parte de César pues dice que cuando este
se dirigía hacia la ciudad fue saludado con el título de rey, a lo cual replicó que «rey» no
era su nombre, sino César, y continuó con su camino; y aunque comparte con Suetonio
que el dictador, efectivamente, no se alzó para recibir al Senado, añade que César dijo a
los senadores que en lugar de cubrirle de honores deberían hacer todo lo contrario.48
Suetonio añade (Iul, 79), además, algo que no menciona Plutarco: que durante las
festividades Latinas del 44 a.C. un hombre de la multitud colocó sobre una de las estatuas
de César una corona de laurel acompañada de una cinta blanca, el emblema de los reyes;
los tribunos de la plebe ordenaron que esta cinta fuera retirada y que el autor del acto
fuera encarcelado. César, por ello, decidió castigar a los tribunos destituyéndoles de sus
cargos. Nombra también el suceso de las Lupercales durante las cuales, al parecer, el

42
SUET, Iul, 41, 2-3.
43
vid. SUET, Iul. 43, 1-2.
44
Véase página 20.
45
Ibid. 76, 1-3.
46
PLUT, Caes, 60.
47
SUET, Iul, 78, 1-2.
48
PLUT, Caes. 60, 3-4.

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cónsul Antonio le ofreció a César una corona de laurel que el dictador rechazó; en su
lugar, mandó a que dicha corona fuera enviada al Capitolio como ofrenda a Júpiter donde
hallaron que las estatuas de César habían sido coronadas. Plutarco menciona que el
pueblo, al menos en su mayoría, aprobó este rechazo de la corona y que, una vez
detuvieron a quienes coronaron las estatuas, quienes les arrestaron fueron llamados
«Brutus», en honor a aquel que acabó con la monarquía romana (Caes. 61, 1-9).
La conjura ya era imparable. Suetonio nombra a los dirigentes (Iul. 80, 4): Cayo
Casio, Marco Junio Bruto —de quien se rumoreaba que era hijo de César— y Décimo
Bruto, quien fue partidario de César. Según Plutarco, el dictador ya conocía los rumores
que recorrían las calles de Roma en los que se decía que Bruto tenía pensado acabar con
su vida, a lo que se limitó a responder «“Bruto esperará a que este cuerpo se consuma”»;
a Bruto, en cambio, le era recriminado su carencia de acción para determinar el rumbo
del gobierno romano.49 Ambos autores coinciden en que, antes del asesinato, la fortuna
trató de advertir el evento, aunque no comparten las señales divinas. El autor que
Queronea expuso, aunque no con mucho interés al parecer, que dichos eventos contaron
con hombres cubiertos de fuego, que el lacayo de un soldado fue capaz de manifestar
fuego en su mano sin recibir daño y que los animales sacrificados por César no contaban
con corazón. Añade, además, que César saludó a un adivino comentando la llegada de los
idus de marzo, a lo que este le respondió «“pero todavía no han pasado”». 50 En cambio,
el autor romano habla de cómo en la colonia de Capua se desenterró una tumba en la que
se encontraba una inscripción que rezaba que, al desenterrarse el cadáver de Capis —
fundador de Capua—, uno de los descendientes de Julo sería asesinado; Suetonio se apoya
en Cornelio Balbo, amigo de César, para afirmar este suceso 51, así como otra serie de
presagios.52
Suetonio empieza a narrar el asesinado de César con la salida de su casa alrededor
de las 11 de la mañana para dirigirse hacia el senado. Fue entonces cuando un individuo
—que Plutarco reconoce como Artemidoro de Cnido—53 trató de avisar a César mediante
un escrito que el dictador no leyó, sino que lo sumó al resto de los escritos con los que se
dirigía hacia la curia. Una vez tomó asiento Tilio Cimbro tiró de la toga de César, señal
para acabar con la vida del dictador. El primer golpe, según ambos autores, fue ejecutado

49
PLUT, Caes. 62, 6-7.
50
Ibid. 63, 1-6.
51
SUET, Iul. 81, 1-2.
52
vid. SUET, Iul. 81, 1-3.
53
Cf. PLUT, Caes. 65.

Página | 19
por uno de los dos Casca y, a continuación, le siguieron el resto, sufriendo un total de
veintitrés puñaladas según ambos de nuevo54, encontrando en este suceso las famosas
palabras «Et tu, Brute?» según Suetonio (Iul. 82, 3) y a lo que Plutarco añade que el
cadáver de César se posó frente a la estatua de Pompeyo (Caes. 68, 12). El dictador, Cayo
Julio César, había sido asesinado y los asesinos huyeron de la escena del crimen hacia el
Capitolio según Plutarco.55 Tras esto, el testamento de César fue leído y el pueblo,
complacido al conocer de la herencia que el dictador les dejaba a los romanos, montó la
pira funeraria del mismo donde fue quemado y, según comenta Suetonio (Iul. 84, 2) le
fueron otorgados «todos los honores divinos y humanos». Durante este suceso ambos
mencionan que Helvio Cina, amigo de César, mientras se dirigía al Foto fue asesinado al
haber sido confundido con el Cina que formó parte de la conjura: Lucio Cornelio Cina.56
También ambas obras terminan de distinta manera. Plutarco nos habla del destino
de los asesinos de César, algo comprensible dentro de su moralidad, mostrando al público
el destino de aquellos que acabaron con la vida de uno de los regentes más importantes
de la república romana. Suetonio, en cambio, decidió escribir sobre el estado de salud de
César y cómo este, según unos, no deseaba vivir más debido a su enfermedad (epilepsia)
y que, durante los Juegos de la Victoria de César presididos por Octavio, una estrella
permaneció en el firmamento por siete días seguidos, la cual creyeron ser el alma de
César.
Hasta aquí llegaría nuestra comparación entre las dos obras o, al menos, en orden
cronológico. Pero hay algo más significativo en la obra del autor romano, y es que
Suetonio, en sus Vidas, les dedica todo un apartado a los rasgos de César, tanto de su
físico como de su personalidad, así como también muestra su vida privada. Este apartado
ocupa desde el capítulo 45 hasta el 75, entre la dictadura de César y su muerte. Y es que,
al parecer, Suetonio se atrevió a explicar momentos de la vida del dictador o rasgos que
Plutarco bien ignoró al no considerarlos de utilidad para el propósito de su obra o bien no
conocía; nosotros consideramos que sería por esto primero. Empieza con su físico,
delatando su alta estatura y su tez blanca, o su calvicie y la costumbre que tenía de tratar
de disimular esta, así como su salud la cual sólo parecía problemática durante los
episodios de epilepsia. Asimismo se expresa su gusto por las mujeres y sus relaciones
sexuales con hombres —como sería con Nicómedes—, algo que supondría una burla para

54
vid. PLUT, Caes. 68, 14; SUET, Iul. 82, 2.
55
PLUT, Caes. 67, 3.
56
vid. PLUT, Caes. 68, 3-6.; SUET, Iul. 85.

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él pero que, aun así, fue capaz de sobrellevar con gracia. Tampoco se dejó amedrentar por
vestirse con togas cuyas mangas eran más largas, algo que en la época se consideraba
afeminado. Psicológicamente definió a César como el genio militar con el que se le ha
reconocido desde sus actos hasta la actualidad, aunque le presenta como un hombre sin
moderación tanto en sus actos militares como públicos; Suetonio menciona (Iul. 54, 2-3)
que durante su primer consulado no titubeó al extraer del Capitolio tres mil libras de oro,
las cuales sustituyó con cobre dorado, así como estableció alianzas sólo por adquirir
riquezas. Irónicamente, el autor reconoce su moderación y la clemencia con la que actuó
durante la guerra civil, tanto durante el proceso como al final de la misma, perdonando a
sus enemigos incluso si estos le habían traicionado.

VALORACIÓN CRÍTICA

No tenemos mucho que decir en contra, realmente. Cayo Julio César ha sido una
figura tan importante que su gloria ha permanecido hasta hoy en día; no hay más que ver
sus apariciones en diversos medios entre los cuales encontramos las películas y cómics
de Astérix el Galo (comúnmente conocido como «Astérix y Obélix»), que recordamos
con nostalgia. Conocer la vida del dictador de Roma, cuya historia ha sido capaz de
equipararse no sólo a la de otros dictadores, sino a emperadores, ha sido una experiencia,
sobre todo al comparar los datos que los autores de ambas Vidas aportan al lector. Es
realmente satisfactorio ser capaz de organizar la información obtenida y no desde una
mera fuente; además, fiarse de una única fuente nunca es algo que se deba hacer, y mucho
menos al tratarse de una biografía por motivos que ya hemos explicado. 57 En lo que al
marco de la asignatura respecta, consideramos que es de utilidad, pues nos ayuda a
comprender (y, también, gracias a la bibliografía especializada) diversos eventos que se
sucedieron en Roma, tales como la guerra civil entre Pompeyo Magno y Julio César, o la
relación entre la plebe y el Senado. Pero debemos decir, también, que hubiera sido mejor
haber dado este tema antes de iniciar el proyecto para tener una base sobre la que construir
—no culpamos a nadie por esto; comprendemos que no hubiera sido posible sin arriesgar
horas de clase o, en su defecto, horas para realizar el trabajo—. Por lo demás,
consideramos que el trabajo ha sido entretenido y que nos ha despertado un mayor interés
por otros personajes como Pompeyo, Cicerón o Catilina.

57
Véase el segundo apartado.

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BIBLIOGRAFÍA

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