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Rodrigo era un niño muy inocente y amoroso, quien vivía con sus padres

y todas las tardes

lo venía a visitar y a llevar al parque su abuelo para volar su cometa por el


cielo azul.

El era muy feliz en compañía de su abuelo con quien disfrutaba


conversando sobre su vida pues era
muy ameno y gracioso. Su abuelo compartía con el la alegría de vivir y
siempre le contaba historias sobre su vida, las que eran muy
emocionantes para Rodrigo.

– Abuelo, como quisiera volar como mi cometa.

– Algún día todos volaremos por el cielo, solía decirle su abuelo.

– Tú crees.

– Estoy seguro Rodrigo.

Una tarde de otoño Rodrigo se acercó a buscar a su mamá en la cocina y


la encontró muy triste.

– Qué te sucede mamá, le preguntó confundido.

– El abuelo se ha ido hijito.

– ¿A dónde?, le preguntó con curiosidad.

– Al cielo.

– Y cuándo regresa el abuelo.

– Cuando reciba sus alas de ángel, respondió su mamá.

– Que bueno mamá, entonces el abuelo será el ángel que me cuidará


desde el cielo.
Rodrigo se dirigió a su cuarto y mientras miraba por la ventana a los
pajaritos volar con sus pequeñas
alas, se le ocurrió una gran idea.

– Haré mis propias alas de papel, se dijo con entusiasmo.

Empezó a recortar el papel de su cometa que tanto apreciaba y una vez


que terminó, las colocó
en sus brazos y empezó a correr.

– Mamá, mira ahora estoy listo.

– ¿A dónde vas con esas alitas?

– ¡Al cielo a visitar al abuelo!

Su mamá se enterneció por la respuesta inocente de su hijo y le dijo:

– Mira Rodrigo, en esta vida cuando nos llega la hora de partir si nos
portamos bien y nos amamos los unos a los otros, como tu abuelo lo
hacía, vamos directo un lugar muy bonito donde cada uno hace lo que
más le gusta y hay alegría y paz y a ese lugar le llamamos cielo.

– Yo quiero ir al cielo mamá.

Si, pero la vida aquí en la tierra también es muy hermosa y para todo hay
tiempo, hasta para partir.

– ¿Eso quiere decir que no voy a poder estar junto a mi abuelo?

– Con tu abuelo siempre vas a estar porque el vive en tu corazón.

– Tienes razón mamá yo siempre lo voy a querer.

– ¿Y cómo sabré que ya está en se lugar bonito y está feliz?

– Cuando escuches sonar las campanas.


Ese día al medio día sonaron las campanas de la iglesia del pueblo y
Rodrigo abrazó a su madre
de felicidad al saber que su abuelo estaba bien y feliz, y que desde el cielo
los veía y cuidaba.

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