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Timote
Prólogo de Guillermo Saccomanno
Prólogo
William Morris, provincia de Buenos Aires,
7 de septiembre de 1970, 21 horas.
El que está en esa mesa. La que está junto a la ventana, la que permite
echar una mirada hacia afuera, controlando. Ese es Fernando Abal
Medina, el montonero que mató a Aramburu. Hace treinta o treinta y cinco
días lo mató. Ahora lo van a matar a él. Nuestro relato no es este, sino el
otro. El relato en que Fernando lo mata a Aramburu, lejos, en Timote,
insignificante pueblo de la desmedida provincia de Buenos Aires, allá por
Carlos Tejedor. Si empezamos aquí, por la noche en que lo matan a él, es
para darle espesor, tragedia, a una frase que él dirá al final del relato,
cuando se va de Timote con sus compañeros. Se va en la pick-up
Gladiator, manejando como un loco en plena noche, a través de un
camino fangoso y poceado, con la impunidad que le da sentirse un dios,
el protagonista de un hecho violento, pero justo que astillará la historia del
país, que la quebrará en dos partes: un antes y un después, que abrirá un
tajo, una ruptura irreparable, así de profundo es ese tajo y ha sido él
quien lo hizo; él, su mano vengativa. ¿Fue una venganza? Claro que sí.
¿Qué es si no castigar a un hombre por las atrocidades que hizo, por las
injurias a que sometió al general, a la compañera Evita y al pueblo
peronista? ¿Cuál es el paso que sigue a la venganza? No lo pensó
durante el regreso, bajo esa luna blanca y circular, bajo ese cielo oscuro
lleno de estrellas que no cesaba de mirar, como si quisiera contarlas o
develar cuál era la suya, probablemente la más grande, todo entre el
aturdimiento y el vértigo. Firmenich, a su lado, apretaba los dientes, que
rechinaban, se veía furioso, pero ¿cómo sacarle el volante a ese
poseído? Si sigue, nos matamos todos. Para colmo, las luces de la
Gladiator no son buenas. El camino se ve, no se ve, se ve. Nunca se ve
bien.
—Tranquilo, Fernando.
¿Cuál es el paso siguiente a la venganza? No, no voy a pensar en eso
ahora. El paso siguiente a la venganza es disfrutarla. Aquí está, esa es la
respuesta. Lo demás, después. Ahora me espera la Gaby. Llego y le digo
que todo salió bien. Y nos tiramos el polvo de los vencedores, el mejor de
todos. Es tan linda, Gaby. Tan compañera, mujer.
—¿Me oíste, Fernando? Tranquilo, dije —insiste el Pepe.
Nada, ni le habla ni lo mira. Se abre a los pensamientos que lo asedian.
Se los dice a sí mismo. Habla, no cesa de hablar y sigue hablando. Pero
para sí, interiormente. Sin embargo, no. Hay un momento mágico,
involuntario. Él mismo se sorprende, pero una frase taladra sus labios y
brota. Sale de él, de su recóndito abismo, del tumulto espiritual en que
está inmerso, y gana el afuera, se hace oír, todos la oyen. Luego de
decirla, Fernando acelera aún más. La Gladiator es una exhalación que
corta la noche, mutilándola.
La pizzería es una como cualquier otra. Como todas las que hay por ahí,
por esos lugares de la provincia. Se llama La Rueda. No se lucieron con
el nombre.
Tiene más de parrilla que de pizzería. Por lo de la rueda. Ruedas tienen
los carros y los carros andan por los campos, entre las vacas, los
terneros. Que suelen terminar en alguna de las infinitas parrillas de la
patria de la carne, del bife de chorizo o de lomo, del asado de tira.
Si este país hasta forma de bife tiene. Borges —cuando Pinochet lo
condecoró— le dijo que Chile ostenta la forma de una espada. Tenía
razón, pero eso, entre otros dislates menores, hizo que al Nobel ni
pudiera olerlo.
Argentina, en cambio, padece la escueta, despojada gloria, de tener esa
forma vacuna, la del bife de chorizo, cuando, apenas al otro lado de la
cordillera de Los Andes, hay un país con forma de espada.
¿Cómo llegamos a esto? Por la pizzería. Por ese nombre que le pusieron:
La Rueda. ¿Qué hace en esa mesa Fernando Abal Medina? Porque se
llame como se llame, hoy, esa pizzería, pasa a la Historia. Falta poco
para que estalle el mundo. Para que haya tiros por todos lados y hasta
para que
explote una granada. Pero falta. Poco, pero aún no. Supongamos que
dirigimos nuestra atención hacia el tipo que está detrás del mostrador.
Sería raro que a alguien le cayera bien. Son cosas que se sienten en la
piel. Ese tipo no puede ser un buen tipo. Tiene cara de bicho, de insecto o
de cerdo. Un cerdo no es un bicho, pero este tipo se las ingenia para
parecer las dos cosas. Preguntemos: ¿qué pasa con Fernando? ¿No lo
vio? Si lo hubiera hecho sabría que ese tipo no puede ser sino un
enemigo, un buchón de la policía. Supongamos que Fernando lo vio. Si lo
hizo, no le pareció eso. El tipo del mostrador es un gordo como hay
tantos, abundan. Un grasa de pizzería berreta. Inofensivo como el perejil.
Fernando no se preocupa por él. Lo vio, pero no lo vio peligroso.
No pasa nada. Todo va a andar bien. Es cierto que hay carteles con su
cara por todo Buenos Aires. Con la suya.
Con la de Firmenich y con la de Norma Arrostito. Como si Buenos Aires
fuera el far west. BUSCADOS. Eso dice el cartel. No se quedaron cortos.
Así es como se despierta la atención de la gente. BUSCADOS. Estos
enemigos del orden institucional, de la democracia, de la patria y de las
buenas costumbres son perseguidos por todo el país. ¡WANTED! Como
en las películas de cowboys, como en los westerns. Esas basuritas que le
gustaban a Juan Villemot cuando tenían el Cine Club en el Nacional
Buenos Aires y daban películas de Bergman. Pasaron esos tiempos. A la
mierda con el arte. Es la hora de los fierros.
¡WANTED! Él, Firmenich y la Flaca Arrostito. ¿Quién sería ella? Calamity
Jane. El cartel es patético. Hace rato que lo pusieron. Supongamos que
Fernando lo ha visto desde un Peugeot en el que se desplaza junto a dos
compañeros más. Supongamos eso: que ve el cartel. Hay dos o tres tipos
y una mujer mirándolo. Miran las caras de los que mataron a Aramburu.
No se hablan entre sí.
Miran en silencio. El cartel —lo que evoca: la muerte— los torna
excesivamente cautelosos. Ninguno comenta
nada. Ninguno busca establecer alguna complicidad con
los otros. ¿Quién sabe lo que piensa el que tiene al lado?
Si alguien dice: «Estaba escrito: a este se la debían. Se la
buscó solito». Otro puede enfurecerse: «¿Qué dice, infeliz de mierda?
¿Cómo justifica que maten a alguien
como si fuera un perro?». Peronista de alma, la mujer
defiende al primero: «¿Sabe por qué? Porque era un perro. Aramburu era
un perro y lo mataron como a un perro. ¿Le quedó claro?». El tercer tipo
se va. Pero nada de
eso sucede. Silencio y hasta estupor: ¿qué le espera al
país después de esa muerte? Nadie lo sabe. O nadie lo
dice. Si alguno está contento, se guarda la alegría. Si alguno está triste,
se guarda la tristeza. A lo sumo, la mujer podría decir: «Qué cosa con
este país. No se arregla
nunca». Fernando le ha ordenado detener el Peugeot al
que maneja. Baja y se junta con los que miran el cartel.
Ese no soy yo ni por joda. Es una foto de cédula de identidad. Qué cara
de malo tengo. Debo asustar a los pibes.
Nene, si hoy no hacés los deberes viene ese señor y te
pega. Toda borroneada esa foto, por favor. Qué berretas
que son. No me reconoce ni la Gaby. De pronto mira a
la mujer. De pronto dice:
—¿Serán estos? ¿Usted qué opina?
—No sabría decirle —dice ella.
—Este país no se arregla más —dice Fernando—.
Desde pibe le escucho decir eso a mi viejo.
El Peugeot arranca y Carlos Ramus, el que maneja, le
dice que está loco, que es un imprudente, que su audacia les puede
costar cara. Fernando niega, era una prueba que tenía que hacer. Se lo
había prometido. Demostrarse que ese cartel es una mierda, que no sirve
para nada.
—Ni mi vieja me podría descifrar.
Pero ese cartel de mierda lo va a vender. ¿No se le ocurre mirar otra vez
al gordo del mostrador? No, no se le ocurre. ¿Alguien sabe qué hace
Fernando Abal Medina en esta pizzería, a esta hora, arriesgándose? Para
colmo, en su mesa, frente a él, está el Negro Sabino Navarro. Se acaba
de sentar. Un combatiente como no hay otro. No fue Tacuara, no fue al
Nacional Buenos Aires. Es de Corrientes el Negro Sabino, el padre era
analfabeto, no tenía un peso partido al medio. A los doce años viene a
Buenos Aires. Tiene que buscar trabajo. No puede seguir viviendo como
vive. En una casilla prefabricada. Cuando llueve, llueve afuera y llueve
adentro. Se mete en un taller metalúrgico de Colegiales. Es obrero el
Negro Sabino Navarro. Las tiene todas: tonada correntina, espaldas
anchas, morochazo, obrero metalúrgico, las mujeres lo ven parecido a
Emiliano Zapata, o a Marlon Brando haciendo de Zapata. Él no deja pasar
una. A su esposa, la llena de cuernos. Un esclavo de sus hormonas y de
su escasa resistencia al asedio de las hembras, así es el Negro. Esta
noche, aquí, en la pizzería La Rueda, se salva. Y asume la conducción de
Montoneros. Pero otra noche estaciona un Peugeot rojo en una calle
cualquiera y se pone a apretar con una piba de veinticinco años, Mirta
Silvia Silecki, que no era montonera, no era peronista ni troska, no era
nada. La calentaba el Negro, no la política. Al Negro, ella lo volvía loco.
Ya ven, no todo era política, militancia, fierros. Se cogía también.
Aparecen dos policías. «Documentos, por favor». El Negro dice que los
tiene en el baúl. Los canas le creen. El Negro abre el baúl. Tiene un
maletín ahí. Dentro del maletín, un 38. Lo saca como un rayo y baja a
tiros a los dos policías. Se acabó el problema. Después, camina hasta el
patrullero, abre la puerta y agarra, robándosela, una metralleta. La
encontró ahí, sobre el asiento. La confiscó. Pero los Montoneros lo
destituyen por conducta amoral. Tienen metida en el alma la rígidez
pacata del catolicismo. Tienen alma de monasterio. Aunque seas un
Negro calentón, aunque todas las minas se pianten por encamarse con
vos, estás casado, Sabino, y le debés lealtad a tu mujer. No nos queda
otra que degradarte. Un combatiente que no es leal a su compañera
puede no serlo a la Organización. Lo destituyen y lo mandan a Córdoba.
Ahí, no muy contento porque nació para jefe, hace de todo. Cagadas
también. En Río Cuarto quiere robarse dos autos. Con él, dos
compañeros. Aparecen un montón de canas. El Negro se mete en las
serranías. Ahí va a estar seguro. Pero no, lo alcanzan. Está con un
compañero. Se llama Cottone. Al Negro lo balean feo. Se desangra.
Cottone quiere salvarlo. El Negro le dice: «Aquí el jefe soy yo y usted se
salva porque yo se lo ordeno». Cottone se salva y al Negro lo matan. Así
muere el Negro José Sabino Navarro, en julio de 1971, a los veintinueve
años. La conducción de Montoneros cae en manos del Pepe, de Manolito.
Le dicen así por el amigo de Mafalda, el galleguito del almacén,
comerciante ventajero y bruto. Gordito también y con las cejas pobladas y
unidas entre los ojos. Nadie parece creer en la excelencia intelectual del
Pepe. La cosa es que el Negro Sabino, que esta noche, en la que
Fernando Abal Medina morirá, salva el pellejo, lo pierde en Córdoba, en
las serranías, desangrándose, solo. Porque a su compañero le dijo:
«Usted se salva. Yo se lo ordeno».
El Gordo despacha las porciones: fugazzeta, muzzarella, muzzarella con
fainá, jamón y morrones. Atiende y vigila. Mira a Fernando con el rabillo
del ojo. Tiene miedo. ¿Si lo denuncia y el loco lo mata? ¿O no mató a
Aramburu? Solo un loco pudo hacer algo así. Le debe ser fácil amasijar a
alguien, juego de niños. Sobre todo a alguien que lo delató. Se muere de
miedo el tipo, pero ya mira el teléfono. Si llama a la policía, mañana todos
van a hablar de él. Multiplica la clientela. Vean al pizzero que tuvo las
pelotas de denunciar al asesino de Aramburu. Vayan a la pizzería La
Rueda. A su frente hay un hombre de la Argentina de la paz y del orden.
No sea perezoso, véngase hasta William Morris, localidad agraciada del
partido de Hurlingham, provincia de Buenos Aires. Venga y conozca un
lugar ya elegido por la posteridad. Pizzería La Rueda.
Si le dicen que la pizza que se ofrece es una mierda, ¡haga oídos sordos
a la infamia subversiva! William Morris es, por si fuera poco, una localidad
que rinde culto a la poesía. Si no, ¿por qué creen que se llama así?
¿Saben ustedes quién era William Morris? Nadie lo sabe. Pero era un
poeta inglés. No es poco, señoras, señores. Un hombre de la patria de
John Bull. Tradujo la Odisea y la Eneida. Tuvo la mala fortuna de morirse
en 1896. De lo contrario, estaría hoy entre nosotros, aquí, en la pizzería
La Rueda, la pizzería antisubversiva, comiéndose una exquisita
fugazzeta, especialidad de la casa, y apurándola con algunos de nuestros
tintos de exquisita calidad, sea un Termidor o un Casa de Troya y hasta,
por qué no, un Viejo Tomba, que mejor no hay.
Volvemos a Fernando. Lo que sea que haya venido a hacer en esta
pizzería no lo va a hacer. Y todo por una ligereza, por un error bobo, un
exceso de confianza. Porque el Gordo del mostrador pudo haber hecho
muchas cosas.
Primero, no reconocerlo. Segundo, reconocerlo, ser cauteloso, ceder al
miedo y quedarse tranquilo. ¿Una de muzzarella con fainá, señor? Una
sopa inglesa para la mesa tres. Una botella de Crespi. Una grande jamón
y morrones para la mesa seis. Y así, inocente y rutinario, libre de peligro.
Tercero, reconocerlo y tener ganas de salir en los diarios. Agarrar el
teléfono —tener coraje para hacerlo— y llamar a la policía. ¿Qué le pasa
a ese Gordo? ¿No es peronista? ¿No está contento con la muerte de
Aramburu? ¿No está orgulloso del tipo que lo boleteó? ¿Que sacó de este
mundo al fusilador de la Libertadora, al empecinado perseguidor del
peronismo y los peronistas? ¿No se moría de admiración por Fernando
Abal Medina? ¿Un pizzero de William Morris, un tipo del pueblo que
manejaba un negocio popular en una localidad de trabajadores, podía ser
un buchón de la policía, podía denunciar al valiente que le dio felicidad al
pueblo peronista, una felicidad entre tantas amarguras, entre sueldos que
no alcanzan y proscripciones eternas? Sorpréndanse: sí, el Gordo está a
punto de convertirse en un delator. No hay caso: hay gorilas por todos
lados. Hasta en una pizzería de mierda.
Pero entendamos: el Gordo es el patrón. Y en este país apenas cualquier
pobre tipo llega a ser patrón se convierte en traidor, en buchón, abomina
de su clase, quiere trepar, ser un señor, dar lástima en los salones de las
clases altas. Pero estar ahí. Además, el cartel que puso la cana era
guarango, berreta, pero claro. Más claro (está a punto de averiguarlo) de
lo que Fernando creía. En el mes de julio de ese año, 1970, un mes
después de la muerte de Aramburu, lo pegotearon por toda la ciudad. Lo
conocíamos de memoria. Ellos, los Montoneros que mataron al líder del
país gorila, al que inició ese país, al «héroe» del Decreto 4161, eran
célebres. Fernando, el Pepe y la Gaby.
El omnipresente afiche era así:
Guillermo Saccomanno
Construiremos una escalera.
Con los huesos de Aramburu
Douglas Unger
William Morris, Provincia de Buenos Aires,
7 de septiembre de 1970, 21:00 horas
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Fernando debió conocer al cura Carlos Mugica. Ahora todo
realmente comenzó a cambiar. El Movimiento Nacionalista Tacuara se
escinde del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara. El
demoníaco
cura Menvielle se enfurece y crea la Guardia Nacionalista Restauradora,
que
es como Tacuara o peor. Su sigla, porque estas cosas son importantes,
era ingeniosa y cruel: GRN. Es un gruñido. Menvielle y su Guardia son
felinos rabiosos listos para dar caza a comunistas, judíos y masones.
Fernando no. Nadie conoce a Carlos Mugica y sigue siendo el mismo.
Mugica ha convertido a Jesús ya la justicia social en hermanos. Era un
hombre de ojos límpidos; en el lado rubio; estatura mediana, no alta;
inteligente; sensitivo. La revolución no significó para él un atajo para
deshacerse de su hábito. Creía que Jesús había venido a traer la espada
y
no sólo la cruz. No sólo el amor, sino el amor que se expresa a través de
la
lucha. El único amor: el que nos lleva a amar a los desposeídos.
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El hecho de que Emilio Ángel Maza tenga formación militar
es decisivo. Pero además de este conocimiento, debe ser visto
como un militar. Fernando es muy joven. Sin embargo, ha
practicado eficientemente. Resultó no ser demasiado arduo para
él meterse en la piel de un militar. Fernando, y hay que decirlo
una vez más, es el compañero ideal para una mujer de la
operación. La llaman Gaby y ella es Norma Arrostito, la mujer
Montonera. Una mujer al fin y al cabo, que con hilo y aguja altera
el uniforme de Fernando, que le queda demasiado holgado.
Había sido una niña, después de todo, jugando con muñecas,
vistiéndolas y haciéndoles ropa, y alterando la suya propia. No
es probable que haya estudiado costura como las mujeres de su
tiempo. Sería difícil imaginarla haciendo eso. Mírala ahora:
cosiendo la ropa de Fernando; ella es siete años mayor que él, y
han estado juntos durante dos. (¿No se ha dicho esto ya?) A ella
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miedo supremo? Los que son grandes son egoístas y Tu silencio los
ofende. Bergman pertenece a esta raza, la de los que quieren hablarte
como a un igual. Porque son, o creen ser, dioses. ¿Qué clase de Dios es
ese que no me habla, que no se digna aparecer ante mí, que me ignora?
¿Me cree tan insignificante, valora tan poco mi talento, le resulta tan fácil
existir sin mí, no intercambiar siquiera algunas frases conmigo, ignorar mi
opinión, no saber si creer en El o no? Insatisfechos, ofendidos o
temerosos,
se quejan sin cesar. Jamás oiréis de mí ningún reproche, ningún lamento.
Tu presencia y Tu voz son el hecho irrefutable de la vida que me has
dado.
No tengo necesidad de buscarte en otros paisajes. En otras geografías.
Por el contrario, a veces estás demasiado presente. Tu voz, que los
demás
no oyen, me turba. Porque me preocupa la vida que burbujea en mi
sangre.
Esta vida, la que Tú me diste, suele ser demasiado para mí, me abruma.
¿Qué más necesito saber para creer en Tu existencia y expresarte mi
alegría?
Día tras día, mis oraciones serán siempre por esto, por expresarte mi
gratitud por ese hecho irrefutable: la vida que recibí de Tu hermético y
oculto poder. No necesito más. El resto depende de mí. Es mi libertad.”
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Ciclo Bergman. Casi lo echan. ¿Cómo puede él, Abal Medina, atreverse a
tal cosa? ¿De dónde sacó esa idea?
¿Qué está pensando? ¿Quiere envenenar a sus compañeros de
estudios?
“¿Que quieres que haga? ¿Mostrar películas tontas? ¿Películas de
Hollywood? ¿Quieres un ciclo de Doris Day?
“Nos estás insultando”.
“Y nos estás tratando a mí y a mis compañeros como un paquete
de idiotas.”
Villemot y los ilustres católicos de su familia lo salvaron de la expulsión.
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Hay problemas, pero los superan. Reparadores
de la empresa de luz o de la empresa de gas empiezan a hacer unos
trabajos
en la calle Montevideo. Se enfadan. ¿Porqué ahora? Pero no pierden
tiempo
en encontrar un lugar en el que no se rompa el pavimento. Todo está
cuidado. El camino a Aramburu está despejado.
Casi no tienen miedo, son inquebrantables: todo saldrá bien. Tienen
una casa de seguridad en Villa Urquiza. De ahí han partido desde hoy,
partiendo en busca de su objetivo. Que
La casa de seguridad central está en la esquina de Bucarelli y Ballibián.
Hay algunos buenos cines cerca. Cines de barrio que luego serán
barridos
por los multicines de los centros comerciales. Entras en un cine de barrio.
Pero no en uno en un centro comercial. Entras en el centro comercial.
Una
vez dentro buscas la película. Villa Urquiza es un barrio de clase media-
baja,
formado por gente trabajadora que abre temprano sus comercios y que
vive
del crédito que les dan las cooperativas. Está cerca de Saavedra, el barrio
que hizo famoso Leopoldo Marechal. Los Montoneros tienen un
laboratorio
fotográfico allí. Salen en busca de su presa. Que Aramburu sea su presa
convierte la aventura en un abrumador acto de historicidad. Omitamos
algunos de los detalles. Lo importante es lo siguiente: el asiento trasero
de
un Peugeot 404 lo ocupa Gordo
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jóvenes de veintidós y veintiún años que les dijeron que son los
“
gente”? (Tal vez nos estamos adelantando. Es posible, casi
inevitable, que Aramburu, por astuto que sea, les haga esta
pregunta posteriormente. Pero tiene que hacerse aquí.
Es demasiado importante.) El pueblo tuvo su voz en la rebelión de
Córdoba. ¿Pero quien eres tú? ¿Quién os ha hecho delegados del
pueblo? ¿Con qué prestidigitación se apropia de algo tan complejo
como la “justicia popular”? ¿Cómo se puede encarnar al pueblo si el
pueblo se va a enterar de la muerte de Aramburu en los periódicos?
¿Hubo al menos una reunión masiva? ¿El pueblo los delegó como
sus representantes? Presionemos el punto, ya que no hay razón
para que sea fácil. Si matas a Aramburu, ¿por qué milagro de la
historia se convertirá en un acto de “justicia popular”? A nadie se le
ocurriría negar que la nación peronista odia a Aram buru. ¿Pero
también odian a Rojas? Pero, ¿por qué no castigarlo a él también?
Ciertamente, la nación peronista no sabe que Aramburu es el
respaldo del régimen. ¿Les dijiste? No, lo sabes.
Eres la vanguardia. La vanguardia siempre sabe más que el pueblo.
Por eso es la vanguardia. Pero ese “saber” condena a la vanguardia
a actuar al margen del pueblo. Para distanciarse de ellos. Ese
distanciamiento es peligroso. Produce un resultado paradójico ya
menudo trágico: el pueblo no sabe lo que sabe la vanguardia; la
vanguardia no sabe lo que sabe el pueblo. Y como no saben, no
saben lo que quieren. ¿Quería la nación peronista la muerte de
Aramburu? ¿Querían siquiera la de Rojas, alguien a quien odiaban
más? ¿Conoces a la nación peronista, ese pueblo al que tanto
invocas?
Ustedes son jóvenes de clase media alta, que estudiaron en el
Colegio Nacional de Buenos Aires, que son ultracatólicos
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Hay algunos detalles menores que añaden tensión a la historia. Los
ignoramos,
dejándolos a un lado. Nos estamos concentrando en lo esencial. Eso que
no puede
dejar de ser narrado. Pero, ¿por qué privarnos de algunas cosas que
podrían
ocurrir? Si añaden tensión o no a la historia es secundario y no tiene
importancia
para nosotros. ¿Y si lo enriquecen, le dan sustancia, densidad? ¿No
serían, en ese
caso, parte de lo esencial? Además, ¿qué es lo esencial? Por ejemplo, un
tipo alto
y fanfarrón podría haber aparecido en la biblioteca, un conserje, un
profesor de
matemáticas, un tipo miserable con un corazón de hielo, en parte asesino,
en parte
engreído.
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El tipo se va.
Sí, posiblemente esto sea más realista. Además, Fernando le dice al
chico que esperan encontrar lo que están buscando sin molestarse con
ningún libro, excepto que, de repente, hay uno. “Estamos buscando un
libro
que tal vez no recuerdas o ni siquiera conoces, imbécil”, dice algo alegre.
Estamos buscando El libro negro de la tiranía. Ese libro y Aramburu son
lo
mismo.
Hay una pausa. Tiempo muerto. Pero la decisión se toma rápidamente.
Fernando dice: “Vamos”.
Cruzan la calle en busca del pistolero de derecha.
¿Volverán? No se puede negar: todo es fácil. No será un día heroico.
Nadie los está esperando cuando emergen con su presa. No tendrán que
abrir fuego para pasar. No tendrán que huir de un enjambre de patrulleros
que los persiguen, ensordecidos por el sonido de las sirenas de
emergencia,
saltándose los semáforos en rojo, atropellando a uno que otro peatones,
unos
pobres tipos que no los vieron a tiempo. . Nada como eso. Es su día de
suerte.
Las cosas resultan como si una llave mágica les abriera todas las puertas.
Cualquiera de ellos podría pensar que los dioses de la revolución están
de su
lado. No nos preguntemos quiénes son los dioses de la revolución. Ni
siquiera
lo saben.
pasa algo increíble, pero para eso están: Aramburu sale por la puerta
de la calle Montevideo. No está solo, por supuesto. Fatty Maza está con
él, todo amigo, con su brazo alrededor de sus hombros. Incluso parece
que le está dando palmaditas en la espalda como un viejo amigo.
Fernando
lo sujeta firmemente por el otro brazo. Y hay una tercera persona,
también
militar, que está con ellos, caminando tres o cuatro pasos atrás. No tienen
prisa. Es un día cálido y luminoso. ¿Por qué no salir a dar un paseo?
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Somos oficiales del ejército, señora. Estamos aquí para hablar con el
General.”
O es tan ingeniosa o tan confiada o tan alejada de la verdad, tan
alejada de lo que representa su marido y de los riesgos a los que podría
estar
expuesto, que reacciona con la amabilidad tranquila y generosa de una
dama
británica. Además, en 1970 la gente estaba más dispuesta a abrir sus
puertas
que ahora, entre otras razones, porque Aramburu aún no había muerto.
juntos.”
La mujer se va. Ni Fernando ni el Gordo Maza se plantan. Eso debería
haber llamado la atención de Aramburu. Sin embargo,
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“Tú .
“¿Dónde?”
Ya basta de hablar. En caso de que no te hayas dado cuenta, te
estamos secuestrando.
“Estás loco”, afirma Aramburu con voz dura.
“Nuestra salud mental es nuestro negocio”, dice Fernando, y agrega:
“¿Es tan sorprendente que alguien pueda secuestrarte? Primero, estás
conspirando contra el gobierno. Onganía, seguro que Imaz lo sabe.
Segundo, ¿piensas que tu historia es tan inocente? ¿Tan improbable que
haya provocado un odio permanente? Usted sufre de un exceso del
pasado,
General. Uno puede morir por eso”.
“¿Qué posibilidad has elegido para mí?”
“Este no es el momento de tratar ese tema. Sígueme,
General. Si intentas algo, te mato. Es así de simple. Sólo
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Todo le parecía extraño a Aramburu. ¿Lo están secuestrando?
¿Es tan fácil secuestrarlo? ¿No se dan cuenta estos jóvenes de
la gravedad de lo que están haciendo? Él es quien es, Pedro
Eugenio Aramburu. No es un político, no es un civil. No es un
militar de rango insignificante y poca importancia. El país explotará
si le pasa algo. Mucha gente le debe mucho. El país le debe mucho.
Y el país también espera mucho de él. Derrocó a Perón. Todo se
complicó después de eso. Pero ahora es él quien puede volver a
poner las cosas en orden. Soy el militar que mejor entiende la salida
que necesita este país. Soy el más preparado. El que logró vencer el
odio que tantos mantienen vivo. La única persona importante que
puede hablar de hombre a hombre con Perón. Lo derroqué y lo
rescataré para la patria. Le guste o no. Necesitamos a ese viejo, que
es un autoritario, un fascista. El cambio. Cambié. Él también lo hizo.
Es más, puedo alejarlo de las tentaciones de la izquierda. Si no lo
traemos de regreso a las fuerzas armadas del país, los marxistas lo
van a seducir. A Perón sólo le interesa el poder. Hará lo que sea para
conseguirlo. Si tiene que ser el marxismo, que en el fondo él odia
igual que yo como militar argentino, entonces será el marxismo, que
cada día se fortalece más en América Latina. Podría convertir a
Argentina en
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otra Cuba. Todos los trabajadores están con él. No solo eso, sino que
está ganando el apoyo de los sectores más insospechados: sacerdotes,
jóvenes católicos, estudiantes, guerrilleros, por no hablar de todos sus
seguidores, que siempre lo acompañaron. La gente del sindicato, por
ejemplo. Incluso podríamos comprarlos, a pesar de que viven felices,
hundidos en la corrupción hasta el cuello. son peronistas O los
reclamamos
o se pasarán al marxismo internacional. ¿Quién más que yo puede evitar
semejante atrocidad? ¿Es por eso que estoy aquí? ¿Son estos niños los
sicarios de Onganía, de Imaz? Porque para persuadir a Occidente de que
retenga a Perón, tengo que deshacerme de Onganía, que probablemente
estudió en la Escuela de las Américas, pero que es irrisorio como soldado
de Occidente. ¿Tiene el coraje de hacer que me secuestren? Es estúpido,
pero no del todo. ¿Y si estos jóvenes son del ejército?
Esa es la otra cara de la moneda. Quieren robarnos a Perón.
Nosotros lo queremos para el marxismo y ustedes lo quieren para
Occidente.
Y él es el único que puede hacerlo. Olvídate de seguir viviendo, General
al.
Estamos luchando por una causa. Y nuestra causa requiere tu muerte.
En este punto, Aramburu se estremece. Por primera vez es
encontró un motivo para su muerte. La palabra causa le hace temblar.
Sabe que los hombres harían cualquier cosa por ello. Mueren y matan por
ello. Sabe que no hay nada más peligroso que un hombre con una causa.
Echa un vistazo a sus secuestradores. Le molesta el hecho de que no
ocultan sus rostros. Él puede reconocerlos más tarde. Algo, sin embargo,
le preocupa más: en sus rostros se puede ver la testarudez de una causa.
Esos jóvenes tienen una causa. Si esa causa requiere su muerte, está
perdido. solo puede esperarlo
no. O convencerlos de que no.
Sigue sosteniendo que son militares. Hay un cierto desdén en esa
creencia. Al final cree, al igual que
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todos los militares, que los civiles son unos cobardes. La violencia les
asusta. Sin embargo, ¿qué clase de militares? ¿Cómo se lo perdió? ¿O
es que ninguno de sus hombres le había dicho que había surgido un
nuevo grupo, nacionalista o peronista o ligado a los planes de Onganía?
Un grupo de acción. Capaz de tal cosa. Pero cada acción requiere el
elemento sorpresa. Si los hubieran detectado, esto no estaría pasando.
Esto, su secuestro. ¿Quiénes son? Ni siquiera lo sospecha. No es el
momento de decírselo. Describirle su militancia y (en particular) los
motivos de esta militancia. Pero, General, se lo hemos dicho. Tal vez no
prestaste atención. O estabas en otro lugar, pensando en otra cosa.
Algo como eso. Quienes encabezaron el operativo fueron Mario Eduardo
Firmenich como cabo de la policía, Carlos Capuano Martínez como
chofer, Carlos Maguid como cura, Ignacio Vélez y Carlos Gustavo
Ramus como civiles del Peugeot, Fernando Luis Abal Medina como
primer
teniente , y Emilio Maza como capitán. Y una mujer, la única del grupo, la
Montonera Esther Norma Arrostito—Gaby, para
sus amigos.
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A diferencia de los demás, se inició en el marxismo. Nada que ver con
iglesias o sermones desde el púlpito o hostias o inclinarse ante el hombre
torturado en la Cruz. Ella leyó a Marx, Len
in. No leyó a Hegel, pero sí leyó algo —o encontró cosas relacionadas
con
ella en otros autores— a partir de lo cual llegó a esa conclusión a la que
todos,
tarde o temprano, llegamos: Hegel está en todas partes. O, como dijo
alguien,
cada época se define a sí misma a partir de cómo lee a Hegel. Leyó otras
cosas
y vio películas que la cambiaron. Leyó a Fanon y Sartre. Esa mujer
valiente,
que tendrá que tolerar las más terribles formas de dolor sin decir una
palabra a
sus verdugos, se sabe de memoria frases de Sartre del incendiario
prólogo que
escribió al libro de Fanon, “En
una y las mismas. Uno debe, a través de la misma lucha, liberarse del
imperialismo y de las clases dominantes nacionales que lo representan.
Somos parte del Tercer Mundo. Nuestro sometimiento no es colonial,
como el de Argelia. En eso somos diferentes.
Nuestro sometimiento es neocolonial. El colonizador no está dentro.
Tiene sus aliados adentro, por supuesto. Sus marionetas han vinculado
sus intereses al imperialismo. Y el ejército que defiende el proyecto
neocolonial de sometimiento. Pero el verdadero colonizador, el que
mantiene el sistema de colonización, es el colonizador externo, los
yanquis. No hay vuelta atrás, eso lo sabe Gaby.
Sartre le dice que: “La descolonización está en marcha y todos nuestros
lo que pueden hacer los mercenarios es retrasarlo. Como los soldados del
ejército de derecha. Matarán a diez, matarán a cien. No pueden matar la
Historia. La historia marcha hacia el socialismo y eso traerá orden al
mundo,
se vengarán los agravios, se vengará el pasado de infamia, se saldarán
las
cuentas pendientes, se fusilará a los mercenarios. No habrá mercenarios.
Nadie
intentará por más tiempo detener la Historia. Solo permanecerán aquellos
que lo empujen hacia el futuro. Gaby leyó a Fanón. Su furia parecía
devastadora para ella. Más aún porque era negro. Tanto más cuanto que
era culta. ¿Cómo podría evitar odiar al colonizador blanco con todas sus
agallas? Habla de violencia absoluta.
¿Matar a Aramburu, se pregunta, es violencia absoluta? “El colonizado
está listo en cualquier momento para la violencia”. Pero Fanon avanza
hacia límites temibles. Incluso ella, que no teme a nadie, a veces vacila.
La palabra locura la marea. No es un vértigo humanista, algo que la haría
decirse a sí misma: “¿Cómo voy a matar a alguien como yo, a otro ser
humano?”. Eso es mierda humanitaria. Callos de Gandhi. Si alguien mata
a alguien
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país.
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Ramus y Capuano se sientan en la parte delantera de la camioneta.
aramburu,
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Supongamos que decidimos decir algo sobre el lugar al que se
dirigen. No es una decisión descabellada. Lo que va a pasar va a pasar
allí. En lugar de ser descabellado, es lógico decir algo sobre el lugar. Si
uno fuera a escribir una novela que tiene lugar en Tartagal, debe decir
algo sobre Tartagal. Si tiene lugar en Niza, sobre Niza. Algo menos,
porque
casi todo el mundo sabe algo de Niza. O lo han visto en las películas. Por
no hablar de París. Sería inmoral describir Roma. Pero la camioneta
Gladiator está en camino a Timote. Sarmiento decía de su Facundo: “Yo
inventaba anécdotas de acuerdo”. Lo dijo con orgullo, desafiante.
También
debemos inventar el nuestro. Ya lo hemos hecho. Nadie debería
molestarse
por eso. Si lo que hemos inventado es verosímil, bienvenido sea. Alguien
podría preguntar esto: ¿Cómo sabes que Aramburu
Peronismo más Dios más piedad más alma más armas más ist
individual, tropas de choque anárquicas es igual a fascismo católico.
Tienes que tener cuidado con esos tipos. Por todo lo que no era de
Montoneros, el peronismo era otra cosa: la política de los
masas. Los frentes de masas. Movilizaciones estudiantiles. Y el
grandes teóricos. No Dios. El marxismo y Hegel y Sartre y Argelia.
Incluyendo la “cuestión nacional”, por supuesto.
Timote está muy alejado de estas pasiones. Todo Historia
cepillos se vuelve importante. No daríamos tres centavos por Timote.
Timote, sin la muerte de Aramburu, no vale nada, no tiene importancia.
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Ahora está a punto de existir. Porque hay una camioneta Gladiator que
recorre
los 420 kilómetros que la separan de la capital. Su tory es un pasajero en
esa
camioneta. Tan pronto como entre en Timote, el pueblo dejará para
siempre de
ser lo que era. Alguien de los que todavía hoy se ponen de acuerdo para
hablar
del lamento del arreglo
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Come algo. Unas costillas. Síguelo con un buen vino. Toma una buena
siesta. Esas cosas son la vida. Aramburu, eso es la muerte.
“Quizás. Pero, dime esto: ¿Qué quieres que te pregunte sobre el
canto de los pájaros y la campana de la iglesia? Perdóname, pero te
voy a ser franco: yo no pasaría ni dos días aquí. Si Timote existe, si vale
la pena llegar hasta aquí y si hay algo que preguntar es Aramburu,
amigo.
Y los Montoneros que lo trajeron, lo probaron y lo mataron.
Uno viene a Timote por la sangre.
Succiona durante mucho tiempo la paja de su compañero. “Ve a la
ciudad”, dice. “Vete a vivir con problemas, todo nervioso y jodido. Y
muere, joven. Esa es la ley de la jungla urbana”.
Le damos la mano y le damos las gracias por la charla y el
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Llegan a La Celma alrededor de las 5:30 o 6:00 de la tarde.
Es una casa de rancho. No es ajeno a ellos. No entran en un lugar que
no les pertenece. Pertenece a la familia de Carlos Gustavo Ramus.
Aramburu se da cuenta de esto. Eso lo calma un poco. Son chicos de
buenas familias, familias ligadas a la tierra, al campo. ellos salen Caminan
hacia la casa. De repente, un problema. Cada rancho tiene un capataz
leal. Es el tipo de hombre que dedica su vida a una familia, a cuidar su
propiedad, viviendo en espacios cerrados con los dueños sin pensar
nunca, nunca, que es parte de ellos. El capataz ha de ser un hombre sin
ambiciones, un alma sencilla, un alma obediente, alguien que encuentre
su felicidad en la felicidad de los dueños. El hombre es vasco y se llama
Acébal, del que ya sabemos algunas cosas. Ramus va a su encuentro.
No
quiere que el fiel servidor se acerque al grupo revolucionario. Ramus sabe
cómo hablar con él. Todo propietario sabe cómo hablar con su capataz.
Sabe compartir su mate. Come sus galletas. Pregunte por su esposa,
Ramus le dice que vaya a dar un paseo. Tal vez pueda ir a la ciudad.
esa noche. Por eso le da una buena cantidad de dinero, más de lo
habitual. No demasiado: no quiere que Acébal sospeche. Pero la
cantidad justa. “Vaya a pasarla bien, don Acébal. Mañana es otro día. Y si
tú también quieres quitártelo, sé mi invitado. No te necesito ahora. Uno o
dos días, no más. Si necesito algo, iré a la ciudad a buscarte. Pasa la
noche
en la tienda de comestibles de Riganti. Él es tu amigo, ¿verdad?
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“Mire, don Carlos, le voy a decir algo. Te lo digo porque sé que eres
nuestro
amigo. Lo eras desde que eras pequeño. En cuanto a los dueños, entre
ser un
holgazán con Dios y ser un holgazán con el trabajo, prefieren que tú seas
un
holgazán con Dios”.
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La conversación entre Ramus y Acébal no sería
aquella dama poderosa, la del anuncio del ron Carlos Gardel, que en una
cavern
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Se ve tranquilo para los jóvenes. Si está fingiendo, lo hace muy
bien. Fernando intenta tomar algunas fotografías de él, pero la
cámara falla. Utilizan una grabadora para el juicio.
Esperando que no tengan la misma suerte. La grabadora cumple su
función: graba todo el juicio. Deben haber usado muchas cintas
porque el juicio se prolonga mucho más de lo que habían planeado.
Los jóvenes no quieren presionarlo, no quieren, como dirá Firmenich
muchos años después, intimidarlo.
Como en tantas otras cosas, no le creemos. Aramburu el vasco no
parece ser un hombre que se deje intimidar. Él nota cómo los
jóvenes prolongan sus preguntas. Hay algunas pausas estratégicas
para darle tiempo suficiente para responder con precisión. Se
aprovecha de ellos. No sabe por qué, pero cree que todo retraso juega
a su favor. Aramburu tarda en responder, busca tiempo, tratando de
que el interrogatorio se alargue hasta el infinito. Sabe que medio país
debe estar buscándolo. Cuanto más tiempo gana, más tiempo tienen
para encontrarlo. Él responde en caprichos.
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La prueba es implacable. A menudo se ha dicho que somos lo que
hacemos. Si ese es el caso, nadie escapa a su pasado. Pero no
soy lo que era. He cambiado. Ya no odio a los peronistas; Quiero
hacerlos parte de la democracia. Ya no ejecutaría a nadie. Creo que
eso ya es parte del pasado, o al menos ahí es donde debería estar.
No se puede construir un país sobre la base del odio. ¿Por qué estos
jóvenes me hacen recordar a Valle? No soy la misma persona que
mandó ejecutar a Valle. Los años no han pasado para mí en vano.
Tengo sesenta y siete. No he vivido en vano. He vivido para cambiar.
Para superar mis errores. Mis jueces son demasiado jóvenes para
entender eso. Creen que no cambias. Piensan que siempre eres la
misma persona que eras cuando eras joven. Piensan así porque
están orgullosos de ser lo que son y no quieren cambiar.
Pero puedes convertirte en algo mejor de lo que eras.
Nunca lo entenderían. Sintieron, hoy, que nunca serán mejores de lo
que son ahora, en este momento. Nunca serán más puros o idealistas
de lo que son ahora. Sería difícil convencerlos de lo contrario.
Aramburu, desanimado, lo sabe: estos jóvenes lo congelaron en junio
de 1956. Intentan que
Aramburú. Al hacerlo, creen que el que tienen ante ellos hoy
también es ese. Para el vengador, su víctima debe ser siempre la
misma persona que cometió el acto que exige la venganza.
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luego serán otros momentos. Pero cada acto por el cual la víctima es
condenado quedará irremediablemente ligado al momento en que
sucedió. Nada de lo que ha hecho desde entonces cambiará nada. Usted,
a
quien ahora nos proponemos juzgar, ha sido y será siempre por toda la
eternidad el hombre que ha cometido el hecho o los hechos por los que
ahora se encuentra en la incómoda posición del acusado. Esos individuos
que suelen ser asesinados por las cosas que hicieron en un pasado que
es
un eterno presente. Que es hoy. Porque hemos anulado, abolido el
tiempo
en el que podrías haberte convertido en otro. Tú, para nosotros, nunca
serás
otra persona.
“Especialmente el Decreto núm. 10364, General”, dice Fernando.
“Ese es el que ordena, por decisión directa del poder ejecutivo, o sea
usted, que los responsables del levantamiento
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“¿Cual es?”
“Tu lo descubrirás. Vuelvo a las declaraciones de Rojas. él acusó
Valle y sus cómplices de marxistas y amorales”.
“¿Verás? Yo nunca hubiera hecho eso. ¿Cómo podría decir eso?
¿una cosa? ¿Cómo podría decir eso de Valle? Un católico, una familia.
hombre . . .”
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Supongamos que Aramburu dice: “No hay mucho que pueda
hablarte del cuerpo de Eva Perón”.
Supongamos que Firmenich dice: “Este no es el momento de
hablar de eso.
Fernando se le acerca. Le gusta mirar a Aramburu.
Especialmente cuando le dice cosas importantes. Como ahora.
“Estás planeando un derrocamiento del estado. Si lo niegas, nosotros
no te creeré Tenemos buenas fuentes”.
“¿Cómo qué?”
Fernando nombra un par de generales.
“Confundes amigos con conspiradores”, dice Aramburu.
Con un gesto rápido, Fernando apaga la grabadora. Es
un Geloso que tiene bastantes años, pero ofrece la seguridad de las
cosas bien hechas. Él dice: “Ahora puedes hablar con tranquilidad”.
Aramburu no habla más que para decir: “Tengo hambre”.
Prepararon un almuerzo ligero rápido juntos. sin vino Solo suave
bebidas O agua. Cuando pone una botella de Coca-Cola en el
mesa, Firmenich, que sonríe más que Fernando, dice: “Imperi
el mejor invento del alismo.
Supongamos que Ramus, que entra y sale sirviendo de contacto con la
realidad exterior, dice con ironía: “Para el General, el mejor invento del
imperialismo es el imperialismo”.
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Franco Riganti ha puesto una botella de Bols sobre la
mesa. Eso anima cada reunión. Más aún si es entre amigos.
La ginebra es una gran cosa. Tienes que tomarlo con calma. Por
eso lo bebes en esos vasos gruesos que hacen tanto ruido
cuando los golpeas sobre la mesa. No hay nada más perfecto que
la ginebra, servida en uno de esos vasos pequeños pero sólidos
que no se pueden romper con un palo, para hacer un punto, resumir
las cosas categóricamente, cerrar un trato, enfatizar una mala
palabra, hacer que todos sepan que eres saliendo y saliendo
cabreado, no vas a volver, no deberían esperarte, y tal vez nunca
vuelvas, carajo. Y tan pronto como dices maldita sea, golpeas el
vaso sobre la mesa y el vaso hace un ruido definitivo, como un gong,
y te levantas, ajustas el cuchillo en tu cinturón y te vas. Solo puedes
hacer eso a la manera de Dios con un vaso de ginebra. Pero hay
dos cosas que debes hacer. No solo golpeas el vaso sobre la mesa,
como si quisieras partirlo en dos. Primero, tienes que tragar lo que
hay en el vaso. la ginebra Así es como lo hace: supongamos que ha
tenido una discusión con alguien. Que discutiste demasiado con él.
Que estás harto. No quieres continuar. Agarras el vaso entonces.
Dices: “Mira, amigo”. Inclinas la cabeza hacia atrás, abres la boca,
bebes la ginebra, la tragas, el vaso está vacío, levantas la cabeza,
fijas la mirada en tu adversario, golpeas el vaso sobre la mesa, tal
como se dijo, como si estaban tratando de romperlo, y
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“¿Quién se lo va a dar?” pregunta Fernando, quién sabe.
“¿Tú?”
Aramburu está comiendo jamón sin curar. También hay un buen
queso de campo en su plato. Está bebiendo Coca-Cola. No responde a
la pregunta de Fernando. Después de todo, todos lo saben. El que le va
a dar un empujón a Onganía es él, no hay duda. él y todos los que están
con él. El problema es Gray-Head Lanusse, que no moverá un dedo para
salvar a Onganía.
Pero no es probable que se involucre en un proyecto en el que no sea
el protagonista. Lanusse es demasiado grande para sus calzones. Por
una buena razon. Habrá que negociar con él. Habla con él, dale algunas
propuestas. Y si quiere el liderazgo, negocialo con él. Todo es negociable
excepto por dos cosas.
El peronismo debe ser legalizado. Y si eso significa traer de vuelta a
Perón, entonces traerlo de vuelta. “Incluso si te da una úlcera, Cabeza
Gris. Incluso si te enferma. No hay otra opción que traerlo de vuelta”.
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Gaby se ha sentado frente a una máquina de escribir. ¿De qué tipo es?
¿Un Olivetti, un Remington? Supongamos que se trata de una Lettera 32.
¿Escribe ella los comunicados o ya estaban escritos?
Sería normal que ya estuvieran escritos. Nadie puede escribir el futuro. O
augurarlo en comunicados. Probablementees una posibilidad, es Ramus
quien ha pasado de La Celma a
comunicado nro. 1
al pueblo de la nación:
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¿su? Además, ¿puede Perón, en 1974, hablar con Norma Arrostito sin
sus hombres,
ese poderoso círculo neofascista que fortaleció, impidiéndolo? ¿Puede
haber algo
más loco para Perón, a solo meses de su muerte, que hablar con Gaby?
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Aramburu continues, “Perón’s democ racy was incomplete:
marginó a los antiperonistas. Lo de los antiperonistas también:
marginó a Perón y te marginó a ti”.
“Disculpe, pero no es lo mismo”, dice Fernando. “La democracia es
el gobierno de la mayoría”.
“En lo que respecta a las minorías”.
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“¿Tienes prisa?”
“¿Qué opinas? Nadie ha sabido nada de mí. Mi
pobre esposa, por ejemplo. ¿Has pensado en ella? ¿No
existe nadie más para ti? Debe estar loca.
“Volvamos adentro”, dice Fernando.
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Aramburu está sentado en la cama. Sentado ahí así, sin chaqueta,
con el agotamiento del día mostrando en su rostro, las arrugas que
sobresalen en surcos profundos, especialmente las dos que se extienden
hacia abajo desde los lados de su boca, las dos que le dan una mirada
de amargura. —con sus ojos tristes, sus pantalones arrugados, ahí
sentado así, no se parece a Aramburu. Pero el es. Y todo lo que está
ocurriendo en La Celma Ranch y todo lo que es probable que suceda
como consecuencia es porque él es. Y aunque quisiera, aunque cada vez
está más seguro de que será
porque él es significará la muerte, no hay vuelta atrás; No puede
dejar de ser quien es.
“Perón no va a hacer ningún trato contigo”, Firmenich
dice.
“No si me matas”.
Hablas de la muerte más que nosotros.
“Es muy simple: si alguien aquí tiene que morir aquí, soy yo.
Estoy completamente solo. Estoy desarmado. Cambia de tema, como
si hablar de algo tan obvio no le interesara. Él dice: “¿De dónde sacaste
la idea de que Perón no hará un trato conmigo?”
“General, la democracia que usted propone es de corte burgués”,
dice Fernando. “La democracia del régimen. El peronismo no es el
régimen. Nunca vas a convertirlo en una parte. Para hacerlo, tendrían
que refutarse a sí mismos. Desaparecer. tu representas a la
timote
Clases que explotan. Perón, los que son explotados. La clase obrera. No
hay
trato posible”.
“Perón hizo un trato. Durante su primer gobierno, los trabajadores
y las clases altas se llevaban bien. Luego se perdió”.
“Exactamente”, dice Firmenich. “Porque el camino no es concilia
ción Perón lo sabe ahora. El único camino es el de la revolución
nacional antiimperialista. La destrucción de la oligarquía y el ejército de
sapos.
No hay otra manera, General.
“¿Perón te dijo eso?”
“Todavía no hemos hablado con él”, dice Julio. ¿Tiene la autoridad
para revelar algo así? Difícil de saber. Sería mejor darle una línea así a
Fernando.
“Todavía no hemos hablado con él”, dice Fernando.
“No me dijiste eso. De todos modos, sabemos cómo es Perón. Si hablas
con
él, te dirá lo que necesitas oírle decir”.
“¿Él te hace eso a ti?”
Aramburu lo piensa. Se rasca la nariz. De repente,
él estornuda Se frota la cara con una mano.
“Es posible. Pero sólo si echo fuera a Onganía. Si organizo un
gobierno de unidad nacional. Si llamo a Perón, vendrá”.
“Es por eso que usted es tan peligroso para nosotros, General”, Firmenich
dice. “Si cumples lo que dices, el peronismo como fuerza revolucionaria
muere. Porque seguro que Perón está arriba en años. Y si le ofreces
reparación. El uniforme. Y elecciones limpias, tal vez venga. Y consolidar
la
democracia del régimen. Estamos aquí para evitar que eso suceda”.
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bandera, arriba en el cielo. Nunca aflojarse. Usar ropa interior dos tallas
más pequeña hace un buen trabajo apretando tus bolas, y levantas la
cabeza y mantienes la mirada en alto. Como Belgrano junto al río Paraná.
Y
es por eso que tenemos una bandera.
“Qué no daría yo por tener a Perón aquí”, dice Aramburu, de la nada.
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. ?”
“¿Qué le preguntarías?”
“Perón . . .”
“Ese es un mal comienzo. Olvidaste devolverle su rango.
“Perón y yo nos conocemos. Yo lo llamé Perón y él
me llamó Aramburu.
“Déjalo ir. Continuar.”
“Perón, ¿quieres encabezar una democracia legítima basada en el
voto de todos los ciudadanos, con tu uniforme de general y libre de todos
los cargos que se te han imputado?”. Extrañamente, Aramburu sonríe y
los mira como si hubiera triunfado. La respuesta de los Montoneros llega
enseguida.
“Tú no conoces al General”, dice Fernando. “Sabes muy
pues que hoy el pueblo sólo lo seguiría si encabeza una revolución
antiimperialista. Eso es lo que representa hoy.
Te guste o no, eso es lo que tiene que hacer. América Latina vive tiempos
revolucionarios. La Revolución Cubana, General.
Ningún líder popular puede ofrecer menos sin que le cueste como tal.
No somos estúpidos. Lo que piensa Perón no es importante. Lo
importante
es lo que representa objetivamente y lo que tiene que aceptar. Nadie
puede ser Perón hoy y no ser revolucionario.
Porque eso es lo que el pueblo y la Historia esperan de él”.
“¿Otro Castro?”
“Pero uno que sea argentino”, dice Firmenich. “La revolución ha
recorrido un largo camino en América Latina. Si Perón regresa, tiene que
ser parte de eso. Con su historia, con el amor que tiene por las masas,
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¿Qué podía contarles sobre Evita? ¿Podrían ellos, mocosos
chicos de entre veinte y veintitrés años, ¿entienden algo que les pueda
explicar? ¿Pretendes conocerla?
La vi de cerca, la vi caminar, la vi sentarse, levantarse. Le di la mano
innumerables veces. Vi su ropa muy cara, sus zapatos. La oí hablar, la vi
sonreír, nunca la vi llorar.
Luego vi su moño, ese traje a medida que vestía como un uniforme, como
un
soldado en la batalla. La vi empezar a morir y la vi casi muerta. La vi
ponerse
pálida. La vi perder sus curvas y la espléndida y hermosa salud de su
rostro.
Le brotaron pómulos como rocas. Sus labios se afinaron. Hasta los
tobillos se
le afinaron, porque siempre fueron gruesos y eso era un tormento para
ella.
Podías ver los huesos en sus manos. Su voz se volvió áspera. Parecía
que
todo lo que hacía era dar órdenes. Hasta que ella murió.
Entonces, a pesar del circo que montó Perón, veo que la gente realmente
llora por ella. Les voy a hablar de la gente de Evita. No había duda de que
la
amaban. De buena gana, con humildad e incluso con sumisión:
sin vergüenza, sin honor. No puedes amar a una persona de esa manera.
No queda lugar para amarte a ti mismo. No queda orgullo. Vi a la gente
entregarse a ese amor hasta perderse, perder toda presencia, hasta la
inmolación. Si les hubieras preguntado qué eran, qué eran, verás, podrían
haber dicho:
timote
“Somos nuestro amor por Evita”. Así fue como pudo manipularlos
como ella quiso. Sé que dirán: “Llegaron tan lejos en su amor por
ella por el odio con que todos ustedes los trataron. Esa fue la
primera vez que alguien los amaba. ¿Cómo no iban a ceder?
¿Cómo no iban a querer a Eva hasta el punto de no quererse a sí
mismos? Sé lo que dirás: “Estaban llenos de amor. Nunca un pueblo
había amado tanto. ¿Qué les importaría darle todo su amor si tenían
el de ella? No tenían que amarse a sí mismos porque ella los
amaba. Eso fue suficiente. Eso fue suficiente.” Como puede ver, he
pensado en esta pregunta.
Pero hay otro aspecto.
Aramburu nunca les dirá lo que quiere decir con otro
aspecto. Aramburu piensa que la gente amaba tanto a Eva
porque eran ignorantes. Porque eran mestizos que acababan
de llegar del campo. “Cabezas negras”, “engrasadores”, como ella
los llamaba. Un pueblo educado no puede amar a un funcionario
del gobierno de esa manera. Un pueblo educado nunca pierde su
dignidad crítica. Nadie puede ir por la borda, ahogarse en otra persona.
Solo un país de animales, fanáticos, podría llegar a tales
extremos por amor. ¿Qué se puede esperar de un pueblo así?
Demasiado, lo peor. El amor de los fanáticos arrasa con todo.
No hay decretos posibles frente a las pasiones de los ignorantes.
Alguien que no ha sido pulido, bruñido por la cultura, sólo
atesorará la pasión, la furia de los bárbaros. Sé que me van a
preguntar por qué la escondimos. ¿Qué esperaban? ¿Que les
dejaríamos quedarse con su santo muerto? ¿Y lo que es peor, un
santo muerto que fue vengativo, tempestuoso, belicoso? No, no
estábamos locos. Evita, en Argentina, hubiera hecho volar al país por las
nubes.
Habría sido un punto de inflamación para cada rebelión. el altar de
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Arrostito esperaba algo así. Los servicios nunca duermen.
Reaccionan inmediatamente. Aparecieron varios “comunicados” de
“organizaciones armadas”. Aramburu había sido secuestrado por
medio mundo. Es necesario agregar un dato doloroso, pero no
menos inesperado. Una manada de idiotas, los aventureros deben
haber tendido una trampa con carne podrida para producir tal
alboroto. El país está en llamas. Nadie sabe nada. Pero los “héroes”
siguen apareciendo. Desde la derecha, desde la izquierda. Es
necesario ponerle freno. Cierra la boca. Todavía no pueden decir la
verdad, no pueden decir: “Fuimos nosotros”. Somos un grupo
armado de cristianos y peronistas y atacamos a Aramburu.
Cualquiera que ande lanzando comunicados está mintiendo. La
verdad, y no sólo en este asunto, nos pertenece. Por ahora, Gaby
decide escribir otro comunicado.
perón returns
comunicado nro. 2
Al pueblo de la Nación:
Ante la publicación de falsos comunicados atribuidos a organizaciones
armadas proclamando la detención de Pedro Eugenio Ar amburu y
estableciendo condiciones para su rescate, la Dirección de nuestra
Organización se ve en la obligación de aclarar lo siguiente
declaraciones:
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“No tengo mucho que decir al respecto. Otros se encargaron de eso”.
Firmenich niega con la cabeza. Se toma su tiempo para decir: “Nosotros
“Hay respuestas que podríamos dar para estos insultos que estás
murmurando”, dice Fernando. “General, el corazón de los pobres no es
tan
simple. Y no se pueden comprar con sidra y panes. yo
insiste: ¿Dónde está Eva?
les pertenece.”
“Ella es de Perón”.
“Perón y el pueblo son uno y lo mismo. Si se la damos a Perón, se
la damos al pueblo. Si se la damos al pueblo, quedará en las mismas
manos que Perón. Eso es lo que queremos. Su descanso.
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No voy a salir de esta, piensa. Pero continúa: “Soy un militar retirado. Eva
es
un mito. Un culto. Un objeto religioso. Ella puede convocar multitudes.”
él entonces.”
“No ahora.”
“Sí, y eso es difícil de entender para mí. Pero he cambiado
Entonces, ¿por qué no tú? Eso es lo extraño: cambiamos de la misma
manera. Pasando al peronismo. Yo no me hice peronista, pero quiero
entenderlo. ¿Por qué no podemos entendernos,
¿después?”
“Por el pasado”.
“El pasado está detrás de nosotros. Nadie quiere ir allí. que esta muerto
está muerto. Es tiempo de . . .”
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Al día siguiente lo interrogan sin la grabadora.
La barba de Aramburu ha crecido aún más. Esto lo marca aún más que
las arrugas. Y sus mejillas están completamente hundidas, como dos
bolsas que cuelgan y enmarcan tristemente su rostro.
No parece que esté muy dispuesto a pelear. Sus jueces son frescos.
Tampoco
se han afeitado, pero tienen menos barba. Es un detalle que el líder al
que
hoy defienden utilizará años más tarde para desprestigiarlos: pelusas de
durazno, los llamará.
¿Quieres seguir hablando de Evita? él pide.
“Nosotros hacemos las preguntas, general”, dice Firmenich. “Por más
que te cueste creerlo, aunque, como puedes ver, no estamos rodeados
por
el carnaval solemne con que la burguesía adorna la justicia, estás aquí
ante
un tribunal”.
Lo sé muy bien. Solo espero que esa justicia sea justa”.
“Más que la de la burguesía, sin duda. no esta en el
al servicio de la oligarquía, las corporaciones o el imperialismo. Está
dentro
el servicio de . . .”
“La gente. Eso ya lo se. Ya me prohibiste hacer discursos escolares.
Ahórrame tu discurso revolucionario
es.”
palabras a los sabios. ¿Pero sus amigos? Y los que estaban con él
en el acto patriótico de derrocarlo? Nada más que completos
incompetentes. Habrá negado todo. No les habrán permitido participar
en nada. Son líder izquierdo menos, ¿verdad? Jódanse, sin Aramburu,
no hay derrocamiento. No hay reemplazo. Se mantiene Onganía. Veinte
o treinta años más, tal como él dijo.
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significa que él
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Ramus llega para el juicio. Sabe que tiene que estar allí. Él
ha ido y venido muchas veces de la capital. Se ha perdido mucho, la
mayor parte. Pero él sabe que cumplió con su parte. Alguien
Es que no quieres.
“¿Te molestan los lazos?”
“Lo que me molesta es estar aquí”.
“No te quejes. No te estamos tratando mal.
“¿Tú crees eso? Arrastrarme fuera de mi casa, traerme aquí,
interrogarme y yo no saber si me vas a matar como a un perro o si
me vas a tirar vivo en algún lugar, en medio de la nada, ¿qué es
eso? ? ¿Tratarme bien?
Mejor que tú trataste a Valle.
“¿Estás tan seguro? Si mi esposa quisiera hablar contigo,
¿qué le dirías? Que estoy durmiendo. Nunca podrías decirle eso.
La pobre mujer no sabe dónde estás. Donde estoy.
Nadie sabe. Valle's sabía a dónde acudir para pedir clemencia.
El mío ni siquiera sabe eso.
“Lo estoy haciendo por ti, chico. Lo que estás haciendo no vale la pena
problema. Sacrificando así tu vida por el viejo de Puerta de Hierro. Te
juro que no lo entiendo. Sabíamos que había niños como tú. Hemos
hablado
en varias ocasiones de ti en el
Círculo Militar.”
“Que honor.”
“¿Qué quieres de esa escoria de un viejo? Es un pervertido, un
sinvergüenza. No vale ni una de sus jóvenes vidas. Quién
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“Trata de entender, chico. ¿Es tan difícil? ¿Sabes cómo era vivir
bajo Perón? ¿Cómo diablos lo sabrías? ¿Sabes cómo era el régimen
peronista? No podíamos permitir que volviera esa basura: soplones;
capitanes de bloque; tortura; corrupción; el irritante personalismo; los
bustos de bronce; cambiar154 | |
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“Mira, eso es lo que quiero decir. Otro tipo de sangre fluye por tus
venas.
“Antonio Tormo, Feliciano Brunelli, and Carlos Argentino.
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Cierra la puerta.
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“El General es inteligente”, dice Fernando. “Eso va en su contra.
Es extraño, ¿no? Si fuera tonto, torpe, un animal de militar, podría
salvarle
la vida. Pero se condenó a sí mismo haciendo uso de tantos recursos.
Sólo
alguien inteligente podría argumentar con tantas falacias, tantas trampas,
tantos argumentos afilados, aunque fueran falsos, para no morir.”
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“No hay otro lugar”, dice Fernando. “Es estrecho, oscuro, sórdido.
Pero no se merece algo mejor. Los compañeros de José León Suárez
murieron entre montones de basura. No hay razón para darle a Aramburu
lo
que no tenían. En cualquier caso, lo ha hecho mejor.
Los hombres que murieron en José León Suárez fueron asesinados por
policías mercenarios. Asesinos del sistema. Le va a hacer justicia un
grupo
revolucionario. Con ideales. Por jóvenes que luchan en nombre del
pueblo. Y
por el regreso de su líder. Fernando se detiene. Bebe un poco más de
CocaCola. Luego se sirve un vaso de cerveza. Los mira uno por uno. Dice
con
firmeza: “Le voy a informar de la sentencia”.
“¿Él dijo?”
“¿Sabe él? Dijo que no.
“No le creo. Creo que nos mintió. Firmenich toma su
tiempo. Lo que está a punto de decir es complejo: “Podríamos haberlo
descubierto. ¿Cuánto dolor está dispuesto a tolerar Aramburu para no
decirnos dónde está Eva? En mi opinión, no mucho”.
“¿Quieres torturarlo?” pregunta Fernando.
“Apóyate en él un poco, al menos”, dice Firmenich, irritado.
“¿Un poco?” —pregunta Ramus—. “¿Cuánto es un poco? Cuán lejos
va un poco? Hasta el punto en que comenzamos a convertirnos
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Aramburu lo ve entrar. ¿Qué le va a decir este exaltado? Cada vez
parece
más un loco, un jacobino.
Un jacobino sin pueblo. Sin la Revolución Francesa. Inventó la
Revolución.
No puede contenerse. Él pregunta: “¿Entonces?
¿Que decidiste? ¿Te sumas a mi proyecto o te vas a hundir en las letrinas
de
la clandestinidad?”.
“Qué frase, general”, dice Fernando con ironía. “Estoy
voy a recordarlo.
“¿Cuando?”
. . .”
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con Perón. Quieren verme muerto. Les vas a hacer ese favor.
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que. No con odio, sino como un pobre tonto. Durante los últimos
quince años ha estado cubierto de elogios, homenajes, reconocimientos.
Pero este niño se permite mirarlo con desdén, con una repulsión tan
extrema que lo hiere y lo deshonra. Y con una altivez, una irreverencia
que sólo ahora aparece en estado puro—
sin el velo, sin la cortesía forzada entre captor y prisionero. Ese
desprecio se expresa ferozmente, más allá de toda cortesía, de
cualquier trato entre caballeros, cuando dice: “General, disculpe mi
franqueza. Cuando tenías veinte años, ya eras un militar de mierda
con alma de asesino”.
Fernando se gira para salir de la habitación. Está a punto de
agarrar el pomo de la puerta cuando la voz profunda de Aramburu lo
alcanza, reteniéndolo. “Tú también tienes el alma de un asesino. Y
todo lo que necesitas es un uniforme para ser un militar. Pero, ahora,
no tienes uno, porque cuando fuiste a mi casa lo llevabas puesto. Te
veías bien, Fernando. ¿Quieres saber algo? Te quedó bien. Te gustó.
Solo te falta una cosa para ser militar de los pies a la cabeza. Un
militar como yo. Para creer en Dios. ¿Crees en Dios? ¿Qué pasa?
¿No te gusta la pregunta? ¿Te pilla por sorpresa? Sin duda, no es
bueno preguntarle a alguien si cree en Dios cuando está a punto de
matar a alguien. Yo creo en Dios, Fernando. Creo que Dios ve y juzga
lo que hacemos”.
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Sale de la habitación.
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Don Franco Riganti le gusta tener su tienda de comestibles llena de
gente. No sólo porque trae un buen dinero. Pero también porque se
siente menos solo. Especialmente un domingo por la noche, como hoy.
Está sentado a la cabecera de una gran mesa llena de amigos.
Don Acébal está sentado a su lado. Han comido y bebido en abundancia.
Ahora están hablando de lo que hay que hablar. Sobre lo que todo el
mundo
está hablando. Porque aunque desde el viernes nadie sabe nada de
Aramburu,
aunque todos los diarios, la radio y la televisión han inundado el país con
ese
tema, hay algo que interesa más a don Franco ya sus amigos. Ese
domingo
31 de mayo a las 14:30 horas dio inicio el Mundial de Fútbol en México. El
primer partido fue entre México y Rusia.
es.
“Te vuelve loco”, dice un tipo con un overol cubierto de grasa.
Ese es el Flaco Artemio y trabaja en la gasolinera. Llena autos, revisa el
carburador y el aceite, golpea las llantas con un
bate de cricket, pone agua en los radiadores y golpea un poco los autos
con
un plumero. Casi no hace nada más y no sabe cómo hacerlo. Si alguien
llega
con un problema grave, olvídese
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“Tu lo dijiste.”
Hablemos de algo mejor. Como dije, sé que tienes
algo en tu mente. Quiero hacerlo bien. Sabes que soy tu amigo. Quiero
hacerte feliz. Mira esa mesa de ahí, la que está al lado de la ventana.
¿Lo ves?”
“Sí, donde está sentada María”.
Ve y siéntate con ella. Ella te está esperando.
“Franco, María tiene veinte años”.
“¿Qué mierda de diferencia hace eso para ti? Dejarla
manejarlo.”
Don Acébal se sienta frente a María. Ella es muy bonita.
Es una obra de arte, el tipo de mujer a la que llamas argentina morena.
Como dijo Acébal, probablemente rondará los veinte años y su piel
morena y tirante brilla porque está hecha de roca o de la mejor madera,
cargando el misterio de una raza compleja, que los blancos, los de
Buenos Aires, aceptan o rechazan, pero que es imposible de ignorar.
“Ajá”.
María cierra la puerta del dormitorio. Ella enciende la luz. De
espaldas a don Acébal, se quita la blusa y luego el sostén.
Ella se vuelve hacia él y lo mira con una sonrisa. Ella sabe
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porque María tiene veinte años. Pero la plenitud de las tetas de una
mujer no tiene edad. Puede que no sea hasta que tenga cuarenta. Puede
que no sean en ese momento una roca, una turgencia invencible, sino tal
vez una cálida languidez que cae en la mano de un hombre con tanta
ternura que parece hecha para ella, reposando allí de tal modo que el
afortunado siente haberlo hecho. sido imaginado para él por algún dios
del
amor para ese mismo momento, que es eterno o tal vez fuera del tiempo.
Los de María tienen la solidez de las montañas. La frescura de los ríos.
Sus
pezones son perfectos, oscuros y poseen una orgullosa turgencia que los
hace mirar hacia el cielo. Don Acébal da un paso atrás ante tanta belleza.
“Mira, María, estoy allá arriba en años. no estoy seguro de que voy a
poder hacerte feliz como te mereces.”
“Querido Acébal, no te equivoques. yo soy el que tiene que
hacerte feliz. Estás aquí como un príncipe. No para hacer feliz a alguien,
sino para ser feliz. Tengo dos motivos poderosos. Uno, si no lo hago, Don
Franco Riganti me va a dar una paliza.
En segundo lugar, quiero. Eres un buen hombre. Te lo mereces. Sólo te
pido una cosa.
“Lo que tú digas, hijo mío”.
“Si no todo funciona como debería, si hay imperfecciones,
si llegamos a la mitad del camino, por favor no le digas a Don Franco.
Lo buscaré de nuevo, don Acébal, y llegaremos hasta el final, créame.
Pero hoy, cuando te vayas de aquí, cuando te pregunte, dile al jefe que
fue la mejor cogida de tu vida. ¿Promesa?”
“Sí, mi niña, te lo prometo. Y hasta tengo un presentimiento.
Uno me dice la poderosa erección que tengo en este mismo momento.
Algo que di por muerto, María. ¡Qué renacimiento!”.
“Eso me hace feliz, Don Acébal. No tendrás que mentirle
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La noche del treinta y uno, Gaby Arrostito pasó casi una hora
mirando la máquina de escribir. Tiene que mecanografiar el
último comunicado. Fernando ya lo escribió y se supone que ella
debe sacarlo obedientemente. Hay un problema. a ella no le
gusta Es largo. es solemne Es jactancioso. “Nuestra organización
ha cumplido así la voluntad del pueblo, que es también la nuestra.
Si hemos quitado la vida a este general ensangrentado, es porque
estamos dispuestos a ofrecer la nuestra en defensa de nuestra
patria tan agraviada por los enemigos de fuera y los traidores de
dentro. Habríamos preferido no derramar esta sangre. Pero tanto
ha sido derramado por los que están en el poder, por los enemigos
del pueblo, que todo lo que nos quedó fue la violencia como
lenguaje para expresarnos. Es en medio de esta tragedia que ha
muerto el verdugo Aramburu”. No, esto no servirá, decide Gaby. El
comunicado final debe ser una cruz en la mandíbula, que es lo que
Robert Arlt buscaba en la literatura. Breve, seco, trágico, definitivo.
Fernando se va a enfadar. “¿Por qué no enviaste el comunicado
que escribí?”
“Primero, porque no es bueno. Segundo, porque escribo
mejor que tú. No puedes ir al grano, Fernando. Tienes
demasiadas palabras para haber matado a un general. Diga 'Lo
matamos, lo enterramos', ponga la fecha y fírmelo. Eso da una impresión.
timote
Eso duele. Sin palabras para el difunto. Sólo las balas necesarias para
acabar con él. Le gusta la idea: corto, seco. Hay una medida de desdén
en esa sequedad. No damos explicaciones, señores. Solo informamos.
Entiende que es mejor olvidarse de Aramburu.
más furioso que todos los demás. Su boca está abierta de par en par. Eso
es ser-
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Vamos, Gaby, ármate de valor. Tienes razón, vamos. Gaby decide ignorar
a
Fernando. El comunicado final será breve.
¡Al estilo Dashiell Hammett, maldita sea! Gaby ha leído todo lo que
escribió. Ella
empieza:
montoneros
comunicado nro. 4
1 de junio de 1970
al pueblo de la nación:
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Sale y mira a sus camaradas. Ahí están, sentados alrededor
de la gran mesa del comedor, esperando su momento, como cazadores
listos para ponerse manos a la obra y volver al pueblo, salir de la
selva. La jungla siempre es peligrosa, un territorio extraño donde te
sumerges con valentía pero casi siempre sales derrotado. El tiempo
ha llegado. Supongamos que Firmenich dice: “No podemos seguir
aplazando este asunto”.
Ramus toma una botella de cerveza y toma un largo y duro
tragar. Le sale algo de espuma por las comisuras de la boca, como
aunque fuera un perro rabioso. Algo que no es. Él no está enojado.
Solo sabe que no quiere quedarse aquí. Deja la botella ruidosamente
y exhala violentamente. No es un eructo sino algo así como el sonido
de alguien que está harto, un ruido vulgar y expresivo que solo
significa una cosa: ahora, inmediatamente, no perdamos más tiempo.
Enviemos al verdugo al puto infierno. El otro compañero, “Julio”, no
es más manso y no muestra más paciencia. Incluso llega a pronunciar
las palabras más duras y directas, las que más podrían disgustar a
Fernando: “Es un tiro, Fernando. Un disparo y nos vamos de aquí.
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Se reúne con sus compañeros. Firmenich no está feliz de verlo.
“¿Hablaste con él otra vez? ¿Te tomó tanto tiempo decir
algo tan simple? 'General, lo vamos a eliminar'. Eso es todo lo que tenías
que decir.
“Él no es cualquiera”, dice Fernando. Coge un trozo de pan y lo unta con
mantequilla. No sabe por qué, pero hablar con Aramburu le dio hambre.
¿Qué pasa? ¿Algo de lo que dijo el condenado lo molestó? no lo
sabemos
Nosotros
Sé que el final está cerca y que es Fernando quien tendrá que matar.
a él. Tal vez no necesitaba saber eso más allá de lo estrictamente
necesario.
Carlitos Ramus acertó: es más fácil matar un concepto, una idea, que un
tipo. Para Fernando, Aramburu era una construcción ideológica: el
hombre
que derrocó a Perón, que hizo fusilar a Valle, que escondió a Evita, el
matón
de derecha, el hombre de apoyo del régimen. Tuvo un impacto en él
cuando
trató de liberarse de sus ataduras. Cuando se lastimó las muñecas.
Cuando
sangraba. Fue entonces cuando el miedo del General se hizo
transparente.
Había prohibido la piedad. Había leído bien a Clausewitz: “Cualquier
consideración por lo humano te debilitará”, algo así. ¿Es por eso que
habló
con Aramburu, por consideración a algo humano? Si esa estupidez le hizo
temblar la mano en el momento decisivo, no se lo perdonaría.
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“Ya le dije a Carlos. El juicio fue una farsa. El verdadero juicio fue
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Señor, te ignoré durante mucho tiempo. Demasiado largo. no sé
cuánto tiempo no puedo saber ¿Cómo puedo saber lo que es mucho o
poco para Tu esencia eterna? Desde que tengo memoria, desde que
era un niño o apenas un joven que murmuraba sus oraciones, he
buscado liberarte de mí. No cargarte con mis acciones. No ser juez de
mis errores, de lo que hice bien. Siempre me limité a agradecerte por el
milagro de la existencia. De la vida que me has dado. Eso fue suficiente.
Pasaron los años y descubrí, dolorosamente, el mundo injusto en el que
me dejaste caer. Menos te reproché o te censuré por sus contradicciones,
que se fundan enteramente en los privilegios de unos y en las
necesidades
de los demás. El hombre es libre y responsable de la historia que
construye. Te lo he dicho mil veces: no quiero ser algo que tengas que
cuidar. Me basta ser Tu creación. Habrá otros que te necesitarán más
que yo. Te rogué que no volvieras Tu mirada hacia mí. Soy libre y eso es
suficiente.
De una manera que nos humilla y, muchas veces, nos desanima. Así,
Señor, ya que sólo creo en Tu sagrada persona y no en aquella fábula
del Diablo que te libra de las atrocidades de este mundo atribuyéndolas
a él, ya que te creo todopoderoso y uno, creo que la esencia del Mal
existe necesariamente en Ti, que no eres ajeno a ella. Me sorprendo:
nunca pensé que me importara. Me importa El sentido libre de mi
conciencia libre ya no me basta, como en el pasado. Me encuentro solo
y pienso que el acto que estoy por cometer asumirá incalculables
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Ya sea que mi acción participe del Mal o participe del Bien, no podría
aceptar ninguna condena de Tu parte. Si ejerzo el Mal no me puedes
condenar, porque también lo ejerces. Exijo Tu valiosa opinión siendo
mi testigo, observándome. Quizá lo respete más de lo que ahora estoy
dispuesto a admitir. Tal vez incluso me haga daño. Pero lo dudo. Como
juzgo las cosas, el Bien y el Mal, las dos pos-
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Aramburu los ve entrar. Ahí están: han
venido a matarlo. No más tiempo para las palabras. cada uno sabe
donde se encuentra el otro. Lo que está pensando. Lo que quiere hacer.
Especialmente, en su caso, lo que hizo. ¿Aramburu está pensando en
Valle? No es probable. No me van a matar por lo que le pasó a Valle. Soy
un símbolo. El tipo que echó a Perón. Una
sabe los riesgos que toma. Debería haber previsto esto. Pero él
“Porque no lo había”.
“¿Qué le gustaría pedirme, General?”
“Algo tonto. Pero no me gustaría ir a mi muerte con la posibilidad de
hacer algo torpe que me haría quedar en ridículo. Me entiendes, ¿no?
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voy a verte.
“Voy a verme. Nunca pensé que moriría sucio. Tienes que
al menos déjame tomar un baño.
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con furia “¿Qué tan grande es este sótano? ¿Seis, ocho pies? Dime,
¿dónde vas a colocar tu pelotón de fusilamiento?
Firmenich se prepara para responder, pero Fernando lo detiene
en seco con un breve movimiento de la mano. “Tómatelo con calma”,
dice. “Esto depende de mí. Has hablado demasiado, Pepe. Mira fijamente
a Aram buru. Él dice: “No va a haber ningún pelotón de fusilamiento.
Entiéndalo bien, General: somos una organización revolucionaria. Eras el
estado. Podrías tener el lujo de los pelotones de fusilamiento. no
podemos
Trabajamos en la clandestinidad. ¿Sabes lo que es la clandestinidad?
Significa vivir en sótanos. Estás muriendo a manos de hombres
clandestinos y tu muerte es una muerte clandestina. Solo podemos
ofrecerle este sótano.
Aramburu se sienta en un banco contra la pared. Ahora él
se ve cansado. Pero rebota.
“No vas a ser capaz de matarme con rifles. Con rifles.
Una ejecución es una ejecución debido a las armas utilizadas.
rifles Siempre ha sido así.
“La ejecución será a pistola”, dice Fernando. “No hay lugar para nada
más”.
“¿Quién va a hacerlo?”
“Voy a. El jefe de la operación.
“Está bien, pero trata de entender esto: no me estás disparando.
Me estás dando el tiro de gracia. Es el tiro de gracia que das desde la
distancia en el que te dispones a dispararme. El tiro de gracia es
diferente a un fusilamiento. El pelotón que dispara no sabe quién mató
al condenado. Entonces alguien procede al golpe de gracia, un acto
muy impresionante porque quien lo administra sabe que es él quien se
lo da al pobre que aún vive. Está en
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Se fueron.
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Fernando y Aramburu se quedan solos.
Fernando saca la 9 mm.
“No sufrirá, General”, dice.
“No me importa si sufro. Lamento haber perdido mi vida”.
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Al igual que la forma en que suena una de las muchas cosas que dice
Aramburu,
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Son las 7:30 de la mañana del 1 de junio de 1970. Todos saben qué
hacer
hacer. Comienzan a cavar una tumba. Cavan hondo, como impulsados
por
ese viejo miedo a que los muertos regresen. Por eso los enterramos, para
que
descansen en paz y para que estemos en paz. Terminan su tarea.
“Ven aquí”, dice Fernando, que está de pie junto al cuerpo. Él dice: “Voy a
retirar la manta. Quiero que todos veamos el cadáver. Llevar esa imagen
en
nuestros corazones. El cadáver de ese General que fue un asesino es
obra
nuestra. Nuestra primera gran operación. Requería su vida y va a requerir
la
vida de otros. Estamos en guerra. Tal vez sea feroz y lo suficientemente
largo
como para requerir nuestras propias vidas.
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Esperan hasta la noche para regresar a Buenos Aires.
Hablan poco durante el día. Fernando pasa su tiempo
dormido.
Alrededor de las 8:00 pm salen de Timote.
Viajan en la camioneta Gladiador. Está completamente oscuro.
Hay una luna alta, tan perfectamente redonda como algo dibujado por
una brújula infalible y perfecta. Las estrellas están fuera. Es una
espléndida noche de otoño. Fernando se hace cargo de la conducción.
A Firmenich no le gusta. Lo ve asumiendo todo. Si no lo hace, lo hace
mal o no lo hace en absoluto o se estropea. Es el vicio, la prepotencia e
incluso la demencia de los malos líderes lo que hace
se sienten insustituibles. Nunca delegar nada.
Al final se jugaron la vida en todas las operaciones y están jodidos en
la más tonta de todas. Fernando necesitará vigilancia. Nadie mata a
Aramburu y sigue siendo la misma persona.
Es posible que Pepe no se equivoque. Quizás Fernando se sienta la
encarnación de la Historia. El vengador de todos los mártires del
peronismo. eso sería una pena. Sería darle una ventaja a Firmenich,
haciéndole más fácil tomar el camino al que aspira, el que lo convertirá
en el líder de la organización. Porque Pepe es un tipo con ambiciones.
Demasiados. Él no es Fernando.
Fernando está en tu cara. No hay dos caminos con él. Si él
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El, señora. Por eso es que El tiene que estar aquí. Entonces El sabrá. Así
que
Él tomará como recompensa la verdad y me la entregará en mis
momentos de
duda”. La voz de Eva me llegó como un huracán, con la urgencia de quien
ya
no tiene tiempo que perder. “Basta de hablar, chico. Aprieta el gatillo y
acabemos con este asunto ahora mismo. Si tanto necesitas que Dios esté
en
este sótano, que te jodan.
Porque Él no lo es. ¿Dónde diablos quieres que esté? Este acto es tuyo,
Fernando. Dios no mata por ti. Tú eres el que está matando a Aramburu.
Si al
hacerlo eres un sicario o un emisario de la justicia del pueblo, tendrás que
cargar con ese problema sobre tus hombros. Vas a tener que arreglarlo. Y
tal
vez nunca lo harás. ¿Y qué, chico? No todo es sí. No todo es un no. Pero
déjame decirte algo. Es muy simple. Tiene la monumental sencillez de las
grandes verdades: no mata quien mata para vengar las humillaciones que
los
poderosos han infligido al pueblo. El hace justicia. ¡Así que fuego, maldita
sea!
Basta de dudas, basta de palabras, basta de dioses ausentes o
presentes.
Quiero la verdad de la ejecución er, Fernando. Quiero verlo desangrarse
hasta
morir”. Apreté el gatillo.
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