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José Pablo Feinmann

Timote
Prólogo de Guillermo Saccomanno
Prólogo
William Morris, provincia de Buenos Aires,
7 de septiembre de 1970, 21 horas.

El que está en esa mesa. La que está junto a la ventana, la que permite
echar una mirada hacia afuera, controlando. Ese es Fernando Abal
Medina, el montonero que mató a Aramburu. Hace treinta o treinta y cinco
días lo mató. Ahora lo van a matar a él. Nuestro relato no es este, sino el
otro. El relato en que Fernando lo mata a Aramburu, lejos, en Timote,
insignificante pueblo de la desmedida provincia de Buenos Aires, allá por
Carlos Tejedor. Si empezamos aquí, por la noche en que lo matan a él, es
para darle espesor, tragedia, a una frase que él dirá al final del relato,
cuando se va de Timote con sus compañeros. Se va en la pick-up
Gladiator, manejando como un loco en plena noche, a través de un
camino fangoso y poceado, con la impunidad que le da sentirse un dios,
el protagonista de un hecho violento, pero justo que astillará la historia del
país, que la quebrará en dos partes: un antes y un después, que abrirá un
tajo, una ruptura irreparable, así de profundo es ese tajo y ha sido él
quien lo hizo; él, su mano vengativa. ¿Fue una venganza? Claro que sí.
¿Qué es si no castigar a un hombre por las atrocidades que hizo, por las
injurias a que sometió al general, a la compañera Evita y al pueblo
peronista? ¿Cuál es el paso que sigue a la venganza? No lo pensó
durante el regreso, bajo esa luna blanca y circular, bajo ese cielo oscuro
lleno de estrellas que no cesaba de mirar, como si quisiera contarlas o
develar cuál era la suya, probablemente la más grande, todo entre el
aturdimiento y el vértigo. Firmenich, a su lado, apretaba los dientes, que
rechinaban, se veía furioso, pero ¿cómo sacarle el volante a ese
poseído? Si sigue, nos matamos todos. Para colmo, las luces de la
Gladiator no son buenas. El camino se ve, no se ve, se ve. Nunca se ve
bien.
—Tranquilo, Fernando.
¿Cuál es el paso siguiente a la venganza? No, no voy a pensar en eso
ahora. El paso siguiente a la venganza es disfrutarla. Aquí está, esa es la
respuesta. Lo demás, después. Ahora me espera la Gaby. Llego y le digo
que todo salió bien. Y nos tiramos el polvo de los vencedores, el mejor de
todos. Es tan linda, Gaby. Tan compañera, mujer.
—¿Me oíste, Fernando? Tranquilo, dije —insiste el Pepe.
Nada, ni le habla ni lo mira. Se abre a los pensamientos que lo asedian.
Se los dice a sí mismo. Habla, no cesa de hablar y sigue hablando. Pero
para sí, interiormente. Sin embargo, no. Hay un momento mágico,
involuntario. Él mismo se sorprende, pero una frase taladra sus labios y
brota. Sale de él, de su recóndito abismo, del tumulto espiritual en que
está inmerso, y gana el afuera, se hace oír, todos la oyen. Luego de
decirla, Fernando acelera aún más. La Gladiator es una exhalación que
corta la noche, mutilándola.
La pizzería es una como cualquier otra. Como todas las que hay por ahí,
por esos lugares de la provincia. Se llama La Rueda. No se lucieron con
el nombre.
Tiene más de parrilla que de pizzería. Por lo de la rueda. Ruedas tienen
los carros y los carros andan por los campos, entre las vacas, los
terneros. Que suelen terminar en alguna de las infinitas parrillas de la
patria de la carne, del bife de chorizo o de lomo, del asado de tira.
Si este país hasta forma de bife tiene. Borges —cuando Pinochet lo
condecoró— le dijo que Chile ostenta la forma de una espada. Tenía
razón, pero eso, entre otros dislates menores, hizo que al Nobel ni
pudiera olerlo.
Argentina, en cambio, padece la escueta, despojada gloria, de tener esa
forma vacuna, la del bife de chorizo, cuando, apenas al otro lado de la
cordillera de Los Andes, hay un país con forma de espada.
¿Cómo llegamos a esto? Por la pizzería. Por ese nombre que le pusieron:
La Rueda. ¿Qué hace en esa mesa Fernando Abal Medina? Porque se
llame como se llame, hoy, esa pizzería, pasa a la Historia. Falta poco
para que estalle el mundo. Para que haya tiros por todos lados y hasta
para que
explote una granada. Pero falta. Poco, pero aún no. Supongamos que
dirigimos nuestra atención hacia el tipo que está detrás del mostrador.
Sería raro que a alguien le cayera bien. Son cosas que se sienten en la
piel. Ese tipo no puede ser un buen tipo. Tiene cara de bicho, de insecto o
de cerdo. Un cerdo no es un bicho, pero este tipo se las ingenia para
parecer las dos cosas. Preguntemos: ¿qué pasa con Fernando? ¿No lo
vio? Si lo hubiera hecho sabría que ese tipo no puede ser sino un
enemigo, un buchón de la policía. Supongamos que Fernando lo vio. Si lo
hizo, no le pareció eso. El tipo del mostrador es un gordo como hay
tantos, abundan. Un grasa de pizzería berreta. Inofensivo como el perejil.
Fernando no se preocupa por él. Lo vio, pero no lo vio peligroso.
No pasa nada. Todo va a andar bien. Es cierto que hay carteles con su
cara por todo Buenos Aires. Con la suya.
Con la de Firmenich y con la de Norma Arrostito. Como si Buenos Aires
fuera el far west. BUSCADOS. Eso dice el cartel. No se quedaron cortos.
Así es como se despierta la atención de la gente. BUSCADOS. Estos
enemigos del orden institucional, de la democracia, de la patria y de las
buenas costumbres son perseguidos por todo el país. ¡WANTED! Como
en las películas de cowboys, como en los westerns. Esas basuritas que le
gustaban a Juan Villemot cuando tenían el Cine Club en el Nacional
Buenos Aires y daban películas de Bergman. Pasaron esos tiempos. A la
mierda con el arte. Es la hora de los fierros.
¡WANTED! Él, Firmenich y la Flaca Arrostito. ¿Quién sería ella? Calamity
Jane. El cartel es patético. Hace rato que lo pusieron. Supongamos que
Fernando lo ha visto desde un Peugeot en el que se desplaza junto a dos
compañeros más. Supongamos eso: que ve el cartel. Hay dos o tres tipos
y una mujer mirándolo. Miran las caras de los que mataron a Aramburu.
No se hablan entre sí.
Miran en silencio. El cartel —lo que evoca: la muerte— los torna
excesivamente cautelosos. Ninguno comenta
nada. Ninguno busca establecer alguna complicidad con
los otros. ¿Quién sabe lo que piensa el que tiene al lado?
Si alguien dice: «Estaba escrito: a este se la debían. Se la
buscó solito». Otro puede enfurecerse: «¿Qué dice, infeliz de mierda?
¿Cómo justifica que maten a alguien
como si fuera un perro?». Peronista de alma, la mujer
defiende al primero: «¿Sabe por qué? Porque era un perro. Aramburu era
un perro y lo mataron como a un perro. ¿Le quedó claro?». El tercer tipo
se va. Pero nada de
eso sucede. Silencio y hasta estupor: ¿qué le espera al
país después de esa muerte? Nadie lo sabe. O nadie lo
dice. Si alguno está contento, se guarda la alegría. Si alguno está triste,
se guarda la tristeza. A lo sumo, la mujer podría decir: «Qué cosa con
este país. No se arregla
nunca». Fernando le ha ordenado detener el Peugeot al
que maneja. Baja y se junta con los que miran el cartel.
Ese no soy yo ni por joda. Es una foto de cédula de identidad. Qué cara
de malo tengo. Debo asustar a los pibes.
Nene, si hoy no hacés los deberes viene ese señor y te
pega. Toda borroneada esa foto, por favor. Qué berretas
que son. No me reconoce ni la Gaby. De pronto mira a
la mujer. De pronto dice:
—¿Serán estos? ¿Usted qué opina?
—No sabría decirle —dice ella.
—Este país no se arregla más —dice Fernando—.
Desde pibe le escucho decir eso a mi viejo.
El Peugeot arranca y Carlos Ramus, el que maneja, le
dice que está loco, que es un imprudente, que su audacia les puede
costar cara. Fernando niega, era una prueba que tenía que hacer. Se lo
había prometido. Demostrarse que ese cartel es una mierda, que no sirve
para nada.
—Ni mi vieja me podría descifrar.
Pero ese cartel de mierda lo va a vender. ¿No se le ocurre mirar otra vez
al gordo del mostrador? No, no se le ocurre. ¿Alguien sabe qué hace
Fernando Abal Medina en esta pizzería, a esta hora, arriesgándose? Para
colmo, en su mesa, frente a él, está el Negro Sabino Navarro. Se acaba
de sentar. Un combatiente como no hay otro. No fue Tacuara, no fue al
Nacional Buenos Aires. Es de Corrientes el Negro Sabino, el padre era
analfabeto, no tenía un peso partido al medio. A los doce años viene a
Buenos Aires. Tiene que buscar trabajo. No puede seguir viviendo como
vive. En una casilla prefabricada. Cuando llueve, llueve afuera y llueve
adentro. Se mete en un taller metalúrgico de Colegiales. Es obrero el
Negro Sabino Navarro. Las tiene todas: tonada correntina, espaldas
anchas, morochazo, obrero metalúrgico, las mujeres lo ven parecido a
Emiliano Zapata, o a Marlon Brando haciendo de Zapata. Él no deja pasar
una. A su esposa, la llena de cuernos. Un esclavo de sus hormonas y de
su escasa resistencia al asedio de las hembras, así es el Negro. Esta
noche, aquí, en la pizzería La Rueda, se salva. Y asume la conducción de
Montoneros. Pero otra noche estaciona un Peugeot rojo en una calle
cualquiera y se pone a apretar con una piba de veinticinco años, Mirta
Silvia Silecki, que no era montonera, no era peronista ni troska, no era
nada. La calentaba el Negro, no la política. Al Negro, ella lo volvía loco.
Ya ven, no todo era política, militancia, fierros. Se cogía también.
Aparecen dos policías. «Documentos, por favor». El Negro dice que los
tiene en el baúl. Los canas le creen. El Negro abre el baúl. Tiene un
maletín ahí. Dentro del maletín, un 38. Lo saca como un rayo y baja a
tiros a los dos policías. Se acabó el problema. Después, camina hasta el
patrullero, abre la puerta y agarra, robándosela, una metralleta. La
encontró ahí, sobre el asiento. La confiscó. Pero los Montoneros lo
destituyen por conducta amoral. Tienen metida en el alma la rígidez
pacata del catolicismo. Tienen alma de monasterio. Aunque seas un
Negro calentón, aunque todas las minas se pianten por encamarse con
vos, estás casado, Sabino, y le debés lealtad a tu mujer. No nos queda
otra que degradarte. Un combatiente que no es leal a su compañera
puede no serlo a la Organización. Lo destituyen y lo mandan a Córdoba.
Ahí, no muy contento porque nació para jefe, hace de todo. Cagadas
también. En Río Cuarto quiere robarse dos autos. Con él, dos
compañeros. Aparecen un montón de canas. El Negro se mete en las
serranías. Ahí va a estar seguro. Pero no, lo alcanzan. Está con un
compañero. Se llama Cottone. Al Negro lo balean feo. Se desangra.
Cottone quiere salvarlo. El Negro le dice: «Aquí el jefe soy yo y usted se
salva porque yo se lo ordeno». Cottone se salva y al Negro lo matan. Así
muere el Negro José Sabino Navarro, en julio de 1971, a los veintinueve
años. La conducción de Montoneros cae en manos del Pepe, de Manolito.
Le dicen así por el amigo de Mafalda, el galleguito del almacén,
comerciante ventajero y bruto. Gordito también y con las cejas pobladas y
unidas entre los ojos. Nadie parece creer en la excelencia intelectual del
Pepe. La cosa es que el Negro Sabino, que esta noche, en la que
Fernando Abal Medina morirá, salva el pellejo, lo pierde en Córdoba, en
las serranías, desangrándose, solo. Porque a su compañero le dijo:
«Usted se salva. Yo se lo ordeno».
El Gordo despacha las porciones: fugazzeta, muzzarella, muzzarella con
fainá, jamón y morrones. Atiende y vigila. Mira a Fernando con el rabillo
del ojo. Tiene miedo. ¿Si lo denuncia y el loco lo mata? ¿O no mató a
Aramburu? Solo un loco pudo hacer algo así. Le debe ser fácil amasijar a
alguien, juego de niños. Sobre todo a alguien que lo delató. Se muere de
miedo el tipo, pero ya mira el teléfono. Si llama a la policía, mañana todos
van a hablar de él. Multiplica la clientela. Vean al pizzero que tuvo las
pelotas de denunciar al asesino de Aramburu. Vayan a la pizzería La
Rueda. A su frente hay un hombre de la Argentina de la paz y del orden.
No sea perezoso, véngase hasta William Morris, localidad agraciada del
partido de Hurlingham, provincia de Buenos Aires. Venga y conozca un
lugar ya elegido por la posteridad. Pizzería La Rueda.
Si le dicen que la pizza que se ofrece es una mierda, ¡haga oídos sordos
a la infamia subversiva! William Morris es, por si fuera poco, una localidad
que rinde culto a la poesía. Si no, ¿por qué creen que se llama así?
¿Saben ustedes quién era William Morris? Nadie lo sabe. Pero era un
poeta inglés. No es poco, señoras, señores. Un hombre de la patria de
John Bull. Tradujo la Odisea y la Eneida. Tuvo la mala fortuna de morirse
en 1896. De lo contrario, estaría hoy entre nosotros, aquí, en la pizzería
La Rueda, la pizzería antisubversiva, comiéndose una exquisita
fugazzeta, especialidad de la casa, y apurándola con algunos de nuestros
tintos de exquisita calidad, sea un Termidor o un Casa de Troya y hasta,
por qué no, un Viejo Tomba, que mejor no hay.
Volvemos a Fernando. Lo que sea que haya venido a hacer en esta
pizzería no lo va a hacer. Y todo por una ligereza, por un error bobo, un
exceso de confianza. Porque el Gordo del mostrador pudo haber hecho
muchas cosas.
Primero, no reconocerlo. Segundo, reconocerlo, ser cauteloso, ceder al
miedo y quedarse tranquilo. ¿Una de muzzarella con fainá, señor? Una
sopa inglesa para la mesa tres. Una botella de Crespi. Una grande jamón
y morrones para la mesa seis. Y así, inocente y rutinario, libre de peligro.
Tercero, reconocerlo y tener ganas de salir en los diarios. Agarrar el
teléfono —tener coraje para hacerlo— y llamar a la policía. ¿Qué le pasa
a ese Gordo? ¿No es peronista? ¿No está contento con la muerte de
Aramburu? ¿No está orgulloso del tipo que lo boleteó? ¿Que sacó de este
mundo al fusilador de la Libertadora, al empecinado perseguidor del
peronismo y los peronistas? ¿No se moría de admiración por Fernando
Abal Medina? ¿Un pizzero de William Morris, un tipo del pueblo que
manejaba un negocio popular en una localidad de trabajadores, podía ser
un buchón de la policía, podía denunciar al valiente que le dio felicidad al
pueblo peronista, una felicidad entre tantas amarguras, entre sueldos que
no alcanzan y proscripciones eternas? Sorpréndanse: sí, el Gordo está a
punto de convertirse en un delator. No hay caso: hay gorilas por todos
lados. Hasta en una pizzería de mierda.
Pero entendamos: el Gordo es el patrón. Y en este país apenas cualquier
pobre tipo llega a ser patrón se convierte en traidor, en buchón, abomina
de su clase, quiere trepar, ser un señor, dar lástima en los salones de las
clases altas. Pero estar ahí. Además, el cartel que puso la cana era
guarango, berreta, pero claro. Más claro (está a punto de averiguarlo) de
lo que Fernando creía. En el mes de julio de ese año, 1970, un mes
después de la muerte de Aramburu, lo pegotearon por toda la ciudad. Lo
conocíamos de memoria. Ellos, los Montoneros que mataron al líder del
país gorila, al que inició ese país, al «héroe» del Decreto 4161, eran
célebres. Fernando, el Pepe y la Gaby.
El omnipresente afiche era así:

Por el secuestro del Señor Teniente General


D. Pedro Eugenio Aramburu
Se requiere la captura de:
Esther Norma Arrostito, alias «Gaby»
Mario Eduardo Firmenich, alias «Manuel»
Fernando Abal Medina, alias «Fernando»
Denúncielos

¿Valdrá la pena analizar este engendro? Aramburu, más títulos no podía


tener. «Señor», que era sobreabundante. «Teniente General», que era
correcto y el único que se debió haber utilizado. Y, para colmo, la «D» de
Don. Aramburu era «Señor» y «Don» además de Teniente General. La
cima de la respetabilidad. El hombre de la Argentina institucional,
democrática, republicana. Los otros, los montos que lo alejaron de la
guitarra, que lo mandaron para siempre a tocar el arpa, tenían, en tanto
delincuentes, el infamante «alias». Alias Gaby. Alias Manuel. Alias
Fernando. Fernando no era el alias de Fernando: era su nombre legítimo.
¿Por qué no poner El Señor Teniente General D. Pedro Eugenio
Aramburu, alias «el Vasco»? No, «alias» tienen los malvivientes. Los
hombres de bien no tienen «alias». Pero el cartel circuló a lo largo y a lo
ancho del país. Y las fotos no eran lo que Fernando creyó: berretas,
borroneadas, ininteligibles. Su vieja y cualquiera que lo conociera lo
habría reconocido de inmediato. «Ese es Fernando Abal Medina. Seguro,
esa cara flaca, esas cejas, esa nariz fuerte, definida, esa boca delgada,
esa cara de tipo decidido, de tipo que no duda, que se tira a la pileta sin
pensarlo ni una ni dos veces, esa, que nadie lo dude, solo puede ser la
cara de Fernando Abal Medina». Ahora, el Gordo, detrás del mostrador,
sabemos que lo reconoció. Es probable que tenga miedo. Pero el ansia
de figuración puede llevarlo a una hazaña: a vencer ese miedo y
denunciar. «Vengan rápido. Está aquí». «¿Seguro que es él?» «Es él».
«¿Está armado?» «¿Qué sé yo? ¿También quieren que lo palpe de
armas?» «Vamos para ahí. Si se quiere ir dele conversación». El Gordo
cuelga.
Ya está. A esperar, ahora. Fernando no sospecha, no presiente, no cree
en la mala suerte, en las celadas de la realidad. Algo peligroso le pasó
desde lo de Aramburu. Nada lo lleva a pensar que está en peligro.
Peor: que el peligro tenga algo que ver con él. No pueden matarlo, la
Historia se detendría. No puede morir. Tiene veintitrés años, ¿quién no se
ha sentido inmortal a esa edad? Además, la trascendencia del crimen de
Timote lo protege. La historia exige el despliegue de su vida. Él tiene que
explicarse. Solo sus acciones lo explicarán. Si se muere, nadie va a
conocer al héroe de esa victoria. Porque eso fue, una victoria. Es como si
San Martín se hubiera muerto después de Maipú. Imposible. Esa batalla
le abría el camino para libertar al Perú. Para enfrentarse a Bolívar. Para
perder en Guayaquil. Pero tuvo que seguir vivo para eso. Para negarse a
pelear en las guerras civiles argentinas. Eso lo explicó. O él se explicó a
sí mismo. Había que conocer al héroe de Maipú. Y la Historia le dio el
tiempo de hacerlo. De diferenciarse de Lavalle, por ejemplo. También se
lo dará a él. A Fernando. Todos van a saber que no es un asesino sino un
hombre que pelea una batalla justa. El país tiene que saberlo. Hay que
seguir adelante, denunciar al régimen, traerlo a Perón. Y cuando el Viejo
llegue, él va a estar a su lado. Y ahí sí. Todos lo van a saber. El Viejo está
ahí porque él lo liquidó a Aramburu. Se ensució las manos. Le ahorró eso
al pueblo peronista. Dejen, esto lo hago yo. Meto las manos en la mierda
por ustedes.
Que son trabajadores, que tienen familias que alimentar, que no se
pueden permitir la clandestinidad. Miren, ya lo hice. Aquí tienen el
resultado. Perón está en la patria. La Muerte, a él, confía Fernando, lo va
a respetar. La Muerte tiene un pacto con la Historia. No se lleva a los que
todavía son necesarios. A los que todavía pueden hacerla.
Pero hay algo que ignora. Creerse inmortal es riesgoso.
Creer que Dios, la Historia y la Revolución están de su lado es el modo
impecable de descuidar la seguridad. Vivir entre mayúsculas lleva al
desprecio de lo nimio, lo pequeño, del burdo hecho cotidiano. Es tan
ínfimo lo que le está sucediendo, lo que ignora. Un gordo pizzero se
animó a agarrar un teléfono, marcar el número de la policía y denunciar
que la Revolución, la Historia, la Inmortalidad y el tipo que le ahorró al
pueblo peronista ensuciarse las manos está ahí, en su boliche, una
pizzería más, que, como tantas, apesta a muzzarella, a cebolla, a
morrones, a aceitunas, a sardinas. Mal lugar para alguien que si no se
cree Dios, no le anda lejos. Algo más: que no se crea que en este relato
Aramburu será tratado como un gorila antipopular, que se buscó una
muerte que merecía, que se la ganó. Se van a sorprender los que
esperen eso. Aramburu, ante la muerte, ahí, nos va a mostrar un rostro
sorprendente. De católico a católico le va a hablar a Fernando del temor
de Dios y a Fernando, antes de matarlo, por cometer el error de hablar
mucho con su víctima, se le va a abrir un tajo en el piso, y ese tajo, pese
a tantas y tan sólidas convicciones, hará temblar su espíritu y, lo que tal
vez sea más grave, su mano, su mano ejecutora, la que nunca debe
temblar. Contamos una tragedia. No una historia con buenos y con malos.
En la tragedia hay que escuchar a todos. Porque todos tienen buenas
razones para defender sus actos y, por consiguiente, sus vidas.
Se agrega a la mesa el cordobés Luis Rodeiro. No hace falta nada más.
Solo que llegue la policía, pero hay que esperar. Antes es importante
saber qué se dicen en esa mesa. Saberlo es saber por qué están en la
pizzería La Rueda, en William Morris. Casi nadie lo sabe. Todos los que
han escrito sobre los Montoneros dicen que el motivo es azaroso,
indescifrable. Primer motivo, Fernando está viviendo cerca de ahí. ¿Por
qué no hizo la reunión en su casa, por qué arriesgarse, por qué salir a
ventilar las cuestiones de la organización en un lugar público? Lo
sabemos, sabemos cómo es Fernando. Habrá tenido ganas de comer
pizza, de caminar un poco, de tomar aire fresco. ¿Era muy urgente lo que
tenían que tratar? Una de las cuestiones, sí.
—Andan a la deriva —dice Luis Rodeiro—. Es un peligro. O los agarran o
alguno se va a vivir a la casa de unos parientes y les larga la historia.
La «historia» es la de La Calera, localidad de la provincia de Córdoba. La
organización quiere sacar chapa de izquierdista. Quiere decirles a todos:
a no confundirse, los Montoneros no son unos católicos con pasado
nacionalista que mataron al liberal Aramburu y después pidieron a Dios
piedad para su alma. Son tipos de izquierda. Como los Tupamaros
uruguayos. Si ellos, en 1969, ocuparon la localidad de Pando, los
Montoneros, ahora, el 1º de julio de 1970, con el Gordo Emilio Maza a la
cabeza, ocupan la localidad de La Calera. Se llevan plata, pintan todas
las paredes con las leyendas Perón o Muerte y Montoneros y hacen oír al
pueblo la marcha peronista: Por ese gran argentino / que se supo
conquistar / a la gran masa del pueblo / combatiendo al capital. Si ese
había sido Perón en 1945, en la era de las revoluciones del Tercer Mundo
había que hacer de él el segundo Castro de América. Se van del pueblo y
todo sale mal. Un auto se les estropea, ellos huyen pero la policía sabe
dónde buscarlos, hay tiros por todos lados, hace fuego la policía,
contestan los montoneros, pero dos cuadros fundamentales del Grupo
Córdoba (el corazón de la toma de La Calera) terminan malamente
heridos. Uno no tarda en morir: el Gordo Emilio Maza, héroe del
aramburazo. Y otro, Ignacio Vélez, recibe un plomo en la columna
vertebral. La derrota produce una desbandada de militantes hacia
diversas provincias. Pero sobre todo hacia Buenos Aires. ¿Dónde
ponerlos? «Arreglemos ya esta cuestión», dice Fernando. Y se va con sus
compañeros a La Rueda. A Rodeiro lo cita porque quiere fundar el Grupo
Salta.
—Son como treinta —le dice el Negro Sabino. Y se liquida hasta la mitad
un vaso de tinto que pidió. No le importan las marcas. En una pizzería
pide común y listo: Crespi o Peñaflor. En otra parte, en un restaurante
fino, en medio de una reunión política importante y sobre todo si paga
otro, lo mejor. De Mendoza llegan vinos excelentes en esos años. De
Chile, ni hablar. —Te ocupás vos —dice Fernando—. Pero no los
dejes en banda mucho tiempo.
—Qué puta suerte con lo de La Calera —comenta Rodeiro.
—Contame algo que no sepa —dice el Negro Sabino.
Mira a Fernando—: ¿Y a él lo ponés nomás al frente del Grupo Salta?
—A él.
—Un cordobés no sabe conducir salteños —dice Sabino.
—¿Y eso de dónde lo sacaste? —dice Rodeiro.
—Era una joda.
—Ojo, hablemos de fútbol —dice Fernando—. Entró la cana.
—La jugada más increíble del Mundial no la hizo Pelé —dice el Negro.
—Si no fue Pelé, ¿quién? —dice Rodeiro.
—El arquero inglés, hermano —sigue el Negro.
—Sí, pero el que cabeceó fue Pelé —dice Rodeiro.
—¿Y eso qué mierda importa?
El cabezazo de Pelé fue genial. Pero eso no lo hace grande a Pelé. Hace
más increíble la atajada de Banks. No existe en el mundo un arquero que
pueda sacar esa pelota. Pelé le cabecea de arriba hacia abajo. Al rincón
más esquinado del arco. El tipo vuela y se la saca. Lo más grande del
Mundial —asevera el Negro.
La policía los vio y se acerca a la mesa. Son tres tipos de civil. Hay otras
versiones. Que venían de uniforme.
O dos de civil y uno de uniforme. Digamos que los tres vienen de civil y
Fernando los olió no bien atravesaron la puerta. «O no, pará: rectifico.
Hay otro arquero que pudo haber sacado esa pelota. Cejas la hubiera
sacado», dice el Negro. Rodeiro vacila. Pero no dice nada. No tiene
convicciones para negar lo que el Negro ha dicho. Cejas, arquero de
Racing, era un grande. Si hasta Pelé, no bien terminó el Mundial, se lo
llevó al Santos. Como si dijera: «De todos los arqueros que vi en el
Mundial no hay uno mejor que ese argentino que se quedó con las
ganas». Porque Cejas no pudo estar en México. Argentina, en 1969,
oprobiosamente no se clasificó. El Negro Sabino tiene pocas pulgas. Ya
lleva su mano a la 45. Fernando lo detiene con un gesto imperceptible.
Tan preciso, que solo el Negro puede verlo. Ese gesto dice: «Pará, esto lo
arreglo yo».
El Negro guarda el arma. Luis Rodeiro pincha una aceituna: gran hazaña
en semejante situación. Nunca es fácil pinchar una aceituna, menos si
viene la policía a buscarlo a uno y uno es miembro de la organización
Montoneros.
Pero la pincha y se la mete en la boca y la mastica y hasta escupe el
carozo en el centro mismo del cenicero. Cejas jugó cinco años junto a
Pelé. Medía 1,87 m. Salía a tapar al delantero que llegaba con pelota
dominada como nadie sabía hacerlo. Ganaba siempre, o casi siempre.
Era bueno de arriba, de abajo. Rechazaba con los puños las pelotas
comprometidas. Con tal perfección que las mandaba al círculo central.
Pero no jugó en México. El terreno le quedó libre a Banks. Que, aunque
jugaba atornillado a la raya, era un fenómeno. Y alcanzó la gloria al
sacarle ese cabezazo a Pelé. Era imposible: esa pelota era gol. Salvo un
milagro podía impedirlo. Banks fue ese milagro. Después, en la final con
Italia, Pelé repitió ese cabezazo. El arquero italiano se quedó petrificado o
ensayó tirarse para la foto. Como sea, la fue a buscar adentro. Esto
confirmó la grandeza de Banks. El arquero que hizo la atajada más
grande de la historia del fútbol. Algo así como la Sixtina de las atajadas.
La novena sinfonía bajo los tres palos. —Buenas noches,
documentos, por favor.
Es la policía. Son dos. El tercero se quedó cubriendo la puerta.
Hagamos un encuadre de la situación.
Adentro de La Rueda, en esa mesa junto a la ventana, están Fernando
Abal Medina, el Negro Sabino Navarro y Luis Rodeiro. Afuera, vigilando
—una vigilancia que no pareciera haber rendido sus frutos—, está Carlos
Ramus, en un Peugeot 404 de color bordó, hermoso color para un auto
como ese. No cualquiera tenía un 404 en 1970. Más allá, alejado, en un
Fiat 1500 de color blanco, que se ve algo terroso como todos los coches
de ese color que se ensucian de nada, está Carlos Capuano Martínez, del
Grupo Córdoba, como el Gordo Maza, a quien, según vimos, lo liquidan
después de La Calera, y como Ignacio Vélez, que sale con una herida fea
en la columna vertebral, como si alguna pudiese ser otra cosa que eso,
fea. Carlitos Capuano tiene algo que comparte con el Negro Sabino: es
morocho, habla pausado y se altera poco. Más bien es el sosiego lo que
define su gestualidad. Le dicen Flaco. Hoy se salva. Pero, acaso
insensatamente, lo van a matar en una situación parecida. Será el 16 de
agosto de 1972, en un bar de Barracas. Está con otros dos compañeros.
Tranquilo, sentado a una mesa. Hasta por ahí tomándose un café y
fumando un pucho. Entran dos policías de civil y otro se queda afuera,
igualito que en William Morris. Los compañeros de Carlitos Capuano
muestran sus cédulas. Pero él está muy marcado. Ordena a sus
compañeros que huyan, saca su pistola y la descarga sobre los canas de
civil. A uno casi lo mata, faltó poco. El tipo, igual, cae con un quejido de
dolor y queda en el piso, indefenso. El bar se vuelve un infierno. Gritos, la
gente que se tira al piso, botellas que se rompen. Capuano sale por la
puerta de atrás. Tiene un coche en la calle. Si sube, se salva. Corre, oye
que lo corren. Tiene que seguir peleando. Gira y hace fuego otra vez.
Mata a un subcomisario. Debía tener buena puntería Capuano. Abre la
puerta del coche, ya entra, ya se raja. Pero, para entrar, tiene que darle la
espalda a sus perseguidores. Que, de pronto, son más. Lo llenan de
plomo. En Córdoba le escriben poemas: «Te mataron, Flaco, peleando,
como se debe morir». Este es Carlitos Capuano Martínez y está en ese
Fiat 1500, blanco. Hoy, en William Morris.
—Tengo algo mejor para darle, oficial —dice Fernando. Y le muestra una
chapa de policía cuidadosamente hecha para casos como este. El policía
la mira. Asiente.
Parco, con sequedad, dice:
—Buenas noches.
Le ha entregado la chapa a Fernando. Camina hacia la salida. Y ahí
estalla el infierno. Viene de la calle.
El policía de la puerta sale y se une al que está afuera.
Caminan hacia Ramus. A un metro, un metro y medio de distancia, le
piden documentos. Ramus saca su pistola y les tira con desorden, con
furia, pero con muchos nervios.
Con imprecisión. Los policías responden. Los dos de adentro —seamos
claros: los de la pizzería, los que le pidieron documentos a Fernando y a
sus compañeros— escapan hacia una obra en construcción, ahí nomás.
Parapetados, abren fuego. Ramus apela a su carta de triunfo. Tiene una
granada. La saca, la destraba y se dispone a tirarla sobre los canas.
Tarde, mal. La granada le explota en la mano.
Pocos testigos había esa noche. Pero juran que nunca escucharon un
grito de dolor más espantoso. No creyeron que algo así pudiera brotar de
una persona. No lo creyeron ni lo creerían porque jamás una granada
habría de explotarles en la mano, arrancándoles medio cuerpo en vida.
Solo las existencias azarosas, las que se deslizan por los bordes, las que
eligen los extremos, pueden terminar de un modo tan horrible. No
siempre. Vivir en los extremos también puede llevar al triunfo, a la gloria,
al mito. Es así: todo o nada. Esa noche, para Carlitos Ramus, fue nada.
Apostados contra la ventana —luego de haber apartado la mesa—,
Fernando y el Negro Sabino contestan el fuego. Los canas son cuatro.
Echan todo el plomo que tienen sobre esa ventana de la pizzería La
Rueda. Rodeiro está desarmado. Nada puede hacer. Desde donde está,
Capuano ni siquiera puede abrir otro frente de fuego. Fernando y el Negro
siguen tirando hasta que entienden que tienen que jugarse enteros.
—Negro —dice Fernando—, en menos de cinco minutos van a llegar cien
canas para respaldar a estos. O salimos ahora o no salimos nunca.
¿Por qué no escaparon por el fondo? Supongamos: le tenían miedo al
fondo. No sabían a dónde llevaba. O si llevaba a alguna parte. Si tenía o
no salida. Era probable que se metieran en una ratonera. Pero tal vez fue
otra cosa. Fernando no quería escapar como una rata, como un cobarde.
Si había que pelear, él peleaba. Pero de frente. Aún llevaba en sí la fe de
ser invencible. A él, la muerte lo iba a respetar. La Historia tenía que darle
tiempo.
Permitirle exponer todo lo que en él podía contribuir a explicarla, a darle
coherencia. Si moría ahora eran demasiadas las cosas que nunca se iban
a discernir, los hechos que permanecerían en la bruma, azarosos,
descolgados.
Además, ¿darle la espalda a la cana? Ni loco.
—Salgo yo primero, Negro —dice—. Salgo y te cubro. Vos rajate.
—Tás en pedo. Salimos juntos.
—Negro cabezón. Aquí no hay héroes, boludo. Hay que salvarse.
—Los dos o ninguno. ¡Dale!
Van hacia la salida. Recargan las armas. Patean la puerta y salen a los
tiros.
Del pecho de Fernando brota, como si estallara, un hervor de sangre.
Cae, duramente, contra la vereda. Al verlo así, el Negro Sabino se mete
en una casa, la que está al lado de la pizzería. Corre hacia el fondo y
busca saltar el muro de cemento. El muro, en lo alto, tiene montones de
vidrios. Pegaban vidrios con cemento en los setenta. Así protegían las
casas. Vidrios de botellas de Coca-Cola, de vinos Pangaro, de Fanta, de
Paso de los Toros, de 7 Up. Para treparlo, el Negro se agarra al tope del
muro y los vidrios le tajean malamente las manos. Igual, estragado,
consigue huir. Ante el desastre, Capuano se mete en el Fiat y escapa.
Luis Rodeiro no está armado. Se entrega. Fernando está boca abajo,
muerto. Llega un patrullero. Se abre una puerta y asoma una bota negra,
puntiaguda, trabajada por un lustrabotas esmerado que le ha extraído
brillos poderosos, tan agresivos que ahora parecieran horadar la noche.
Baja un subcomisario. Raro que un subcomisario use botas. Pero este sí.
No es uno más, uno cualquiera. Es un tipo imponente, mide casi dos
metros, acaso algo menos, pero no le anda lejos. Tiene cejas pobladas,
bigotes negros bien recortados, labios gruesos y una nariz agresiva, como
de ave de rapiña, mortal. Ocupa un enorme espacio de la realidad o esa
es la sensación que da, que impone. Hay que abrirle paso. Si no, no
habrá cosa que no se lleve por delante. Es el jefe. Dice:
—Déjenmelo ver.
Uno de los policías de civil, con el pie, pone boca arriba el cadáver de
Fernando. El subcomisario lo mira un buen rato. Nadie habla. Por fin dice:
—Es un pibe, carajo. Un pendejo. Para mí, si Perón espera algo de estos
colegiales está bien jodido. —Suspira con fastidio. No le gusta su trabajo.
Al menos, no le gusta el que le ha tocado hoy. Dice, casi con pena—:
Pobre pibe, venir a morir así. Como un perro. Y por nada.
—Gira bruscamente. Quiere olvidarse del asunto. Con rabia, con un
malestar que a él mismo lo sorprende. Hasta, se diría, con dolor, ordena:
Llévenlo a la morgue. Ya saben: al Instituto de Cirugía de Haedo.
Con su bota negra y brillosa, como si le diera una patada, malhumorado,
pone otra vez boca abajo el cadáver. ¿Quién es? Se llama Amengual. Le
dicen «El Siniestro». Es un tipo durísimo. Un cana cruel, un torturador
«tristemente célebre», como dirá de él, años después, Rodolfo Ortega
Peña. Hoy le pasó algo raro. El cadáver de ese joven que murió peleando
despertó en él algo que desconocía. Pena por Fernando y también por sí
mismo. Entendió que pasaría el resto de sus días matando pendejos
como este, que no iban a cesar de surgir, que se multiplicarían hasta ser
una plaga. Y cada vez habría que matar más para controlarlos. Para
controlar todo. El Estado. El Ejército. La Policía. La Iglesia de Cristo. La
propiedad privada. Las vidas de los ciudadanos. Sobre todo esos que
estos pibes se empeñan en borrar del mapa: los grandes empresarios, los
terratenientes, los líderes de la Sociedad Rural, los financistas de IDEA,
los gerentes de las multinacionales, todos ellos.
El país entero, carajo. ¿Cuántos voy a tener que matar, torturar,
despellejar vivos para que sigamos siendo lo que somos, para que el país
se proteja, para salvarlo del marxismo ateo, para conservar su estilo de
vida, su orgullosa bandera jamás vencida, para que siga siendo lo que
siempre fue?
Rabiosamente, escupe hacia un costado y se mete en el patrullero.
—Arrancá —dice.
Desaparece entre las sombras de una noche que no tiene luna. Solo
nubes negras, presagios de lluvia. La sangre de Fernando, copiosamente,
se ha deslizado a lo largo de la vereda en busca de la calle. Es un río
tumultuoso. Llega hasta el cordón. Ahí se detiene. ¿Caerá a la calle?
Vacila, es como si hiciera equilibrio. A veces parece que cae, a veces no.
Llega otro borbollón y decide todo, es inapelable. La sangre cae del
cordón hacia la acequia. Se mezcla con el barro húmedo, con las hojas
secas, con los bollos de los diarios viejos, viborea y sigue su curso
indetenible. Hasta que llega a una alcantarilla y cae en ese abismo,
perdiéndose.

Guillermo Saccomanno
Construiremos una escalera.
Con los huesos de Aramburu

Para que nuestra Evita Montonera


Puede descender del cielo
Canto de la izquierda peronista
Introducción

Las realidades sociales y políticas argentinas pueden parecer a los


lectores no argentinos un complejo laberinto lleno de un desconcertante
ruido de contención y denuncia, y con cada nuevo giro la amenaza de la
violencia. La conmoción por el dolor y la sangre es seguida por el dolor
por la pérdida humana, como es apropiado en respuesta a la tragedia.
Una respuesta igualmente válida es la del espectador alienado en un
teatro del absurdo, movido por actores en el escenario sociopolítico a un
cinismo sombrío e involuntario combinado con un repugnante vuelco del
estómago: una reacción física a la ironía o, como el filósofo
Henri Bergson lo expresó,
el reconocimiento de que esto, al menos, es.
La novela histórica posmoderna de José Pablo Feinmann Timote tiene la
intención de evocar ambas respuestas a la vez. Feinmann invita a la
tragedia y la ironía absurda como lecturas válidas de los hechos
dramatizados que extrae del complejo, casi incomprensible tumulto de la
historia argentina. Parece no tener la intención de que tales respuestas se
limiten a la historia de Timote, una narración tensa y especulativa del
secuestro y ejecución por parte de guerrilleros urbanos en 1970 del ex
dictador general Pedro Eugenio Aramburu, quien lideró el golpe que
derrocó al legendario hombre fuerte Juan Domingo Perón. electo, poder
democrático catorce años antes. Al contrario: el asesinato de Aramburu
se presenta como una fuente, un primer disparo en la guerra de
revolución y contrarrevolución peronista de izquierda que llevaría seis
años después —como advierte el general secuestrado— a
desencadenar toda la furia del ejército argentino durante la dictadura del
Proceso. Esta fue la infame Guerra Sucia de 1976-1983, durante la cual
los militares “desaparecieron” hasta treinta mil personas y cometieron
crímenes, según Feinmann, “tan atroces que trascienden las barreras de
cualquier cosa soñada posible de los hombres en el reino de terror.”
Timote presenta una interpretación novelística de las fuentes y analiza las
condiciones históricas que produjeron los personajes autoengañados de
este drama de violencia y venganza. Como tal, podría ser parte de una
explicación de por qué sucedieron tales horrores. La novela también sirve
como una historia de advertencia sobre cómo los jóvenes idealistas
ingenuos en cualquier lugar, en cualquier época, pueden convencerse a
sí mismos de alejarse de la búsqueda de la justicia para cometer
crímenes violentos. La forma de ficción especulativa de Feinmann parece
correcta, y más apropiada que las versiones aún muy discutidas de los
hechos fácticos —”la lucha entre lo que es justo y lo que es justo” como
dice un personaje— que significaría una nueva narración limitada. por las
limitaciones y polémicas del periodismo. Como Feinmann se licencia para
enseñarnos, “La ficción no juzga. Es el instrumento más impecable
creado por el hombre para la expresión de la complejidad de la
existencia.”
En la Argentina contemporánea, José Pablo Feinmann ocupa ahora una
posición singular como su intelectual público más importante.
Su prolífica producción abarca más de treinta y cinco libros: novelas,
ensayos, filosofía, obras de teatro, guiones y colecciones editadas
seleccionadas de sus columnas político-culturales semanales en Página
12, el periódico preferido del gobierno de Kirchner-Fernández que ha
dirigido Argentina, no sin feroz oposición, desde que la crisis económica y
el incumplimiento bancario de 2002–03 llevaron al país casi a la
disolución como una sociedad viable. Feinmann se ha convertido en un
presentador de programas de entrevistas en los últimos años, llevando a
sus invitados a las salas de estar de Argentina para hablar ampliamente
sobre la cultura, las artes, la política y las ideas. Sus monólogos
enérgicos ya veces tangenciales surgen espontáneamente de estas
conversaciones organizadas con originalidad, ingenio y brillantez pura.
Son tratados orales en sí mismos, conferencias compactas que enseñan
y agitan la cultura nacional.
Controversias Argentina y sus condiciones sociopolíticas han
obsesionado la escritura creativa, filosófica e histórica de Feinmann
durante más de cuatro décadas, al igual que las obras del grupo de
intelectuales en el que
maduró: David Viñas, Horacio González, Ernesto Laclau, Manuela
Fingueret y otros, escritores de resistencia a la represión brutal. La gama
genérica del trabajo de Feinmann es asombrosa. En sus primeras
ficciones, como Últimos días de la víctima y Ni el tiro del final —ambas
convertidas en exitosas películas— logra novelas policíacas duras con
giros psicoanalíticos, libros que transitan por atmósferas oscuras de
violencia.
Durante los mismos años, Feinmann completó Estudios sobre el
peronismo, un complejo tratado que disecciona la delirante
transformación de la ideología populista y neofascista del peronismo de la
década de 1950 en una fantasía pseudomarxista. Tal vez inevitablemente
dentro del contexto de la revolución cubana en curso —vinculada en la
mente de los militantes argentinos a la figura romántico-heroica del Che
Guevara (luego tratada por Feinmann en una obra de teatro, Cuestiones
con Ernesto Che Guevara)— esta ilusión culmina en el trabajo guerrilla
sindical y estudiantil en la década de 1970, contra la cual los militares
responden con fuerza criminal.

En una novela anterior muy aclamada, La astucia de la razón, Feinmann


convierte la violencia en una metáfora del terror y la paranoia durante el
período más oscuro de la Guerra Sucia. Indaga en la psicología de un
profesor-filósofo, Pablo Epstein, que padece cáncer de testículo y en la
certeza de que, pronto, será apresado y eliminado por escuadrones de
matones por el simple delito de ser un intelectual de izquierda. Su
neurosis es una fuerte evidencia de que el efecto más dañino del
terrorismo de Estado es la psicopatología que provoca en los ciudadanos.
Al igual que Timote, la novela gira en espiral con una estructura no lineal
hacia el pasado, hasta 1965, cuando Epstein cae en el seductor abrazo
de
sus primeras ideas políticas luego de una discusión barroca y rica en
historias con tres compañeros de estudios sobre el propósito de la
filosofía. Al igual que en el posterior estudio filosófico histórico de
Feinmann, La sangre derramada, una obra que analiza múltiples
ideologías que justifican la violencia, incluidos los horrores del Holocausto
junto con las sangrientas
masacres de dos siglos de terrorismo de Estado en América Latina, el
filósofo realiza biopsias y examina la violencia política. con la objetividad
científica de un patólogo cambiando lentes (las teorías de Kant, Marx y
Sartre) en un microscopio. Sus instrumentos quirúrgicos están extraídos
de la dialéctica hegeliana. Epstein y sus camaradas llegan a la conclusión
activista de que la filosofía debe ser transformadora. Como en la Crítica
de la razón dialéctica de Sartre, el concepto hegeliano de cultura e
historia como obra del “Espíritu” debe ser invertido por la “destotalización”
para que la historia se convierta en obra del pueblo tal vez incluso el
trabajo de unos pocos individuos excepcionales.
Entre los primeros hechos sangrientos que surgieron de este ingenuo
fervor revolucionario estuvo el secuestro y fusilamiento del general
Aramburu por los montoneros, narrado en Timote. La novela redefine
fronteras genéricas al combinar periodismo, historia, ficción y filosofía.
Sus
personajes representan una conclusión global del estudio filosófico
anterior de Feinmann: las facciones marginadas que están excluidas del
discurso político de una nación, especialmente los jóvenes humillados y
silenciados por regímenes autoritarios, casi inevitablemente recurren a la
violencia.
Incluso en esta traducción al inglés reeditada y condensada de David
William Foster presentada por la serie Americas, en la que se remodelan
algunas tangentes barrocas de la narrativa para servir a la economía de
una trama más tensa y directa, leyendo a Timote todavía puede
parecerles a los no argentinos un poco como ser arrojados en medio de
una acalorada discusión en un programa de entrevistas en Buenos Aires
en que Feinmann sostiene e insiste en su versión de los hechos. Supone
que sus oyentes conocen ciertos hechos de la historia argentina: que en
1956, el general Aramburu encabezó el golpe militar que derrocó al
gobierno cada vez más
autoritario de Juan Domingo Perón y lo envió al exilio. Un grupo de
oficiales leales a Perón, encabezados por el general Juan José Valle,
organizaron la resistencia. El general Aramburu arrestó al general Valle y
ordenó su ejecución por pelotón de fusilamiento. Aramburu también
exhumó los restos de Evita Perón, temiendo que su adoración popular y
su estatus de santa secular hicieran de su tumba un punto de reunión
para la oposición, por lo que enterró su cuerpo en secreto en un
cementerio de Roma. Juan Perón, desde su exilio en España, llamó a la
lucha armada contra la dictadura, una “guerra integral” de acciones
guerrilleras destinadas a desestabilizar el régimen militar. Para satisfacer
a los cada vez más izquierdistas cuadros sindicales y movimientos
estudiantiles, Perón prometió una revolución social además de política
para asegurar su regreso al poder.
Dirigentes de los sindicatos, estudiantes y organizaciones obreras
comenzaron a construir una militancia clandestina. Por compromiso entre
los grupos laborales no peronistas y los militares, se restauró la
democracia, con dos presidentes electos, que sirvieron de 1958 a 1966,
pero con capacidades severamente limitadas para gobernar: Arturo
Frondizi y Arturo Illia. En 1966, un nuevo golpe militar encabezado por el
general Juan Carlos Onganía derrocó al gobierno de Illia. La dictadura de
Onganía tomó medidas enérgicas contra las facciones políticas peronistas
enfrentadas, llegando incluso al extremo de ordenar que se borrara el
nombre de Perón de los libros de historia argentinos. Los escuadrones de
matones de Onganía invadieron los campus universitarios, purgando
las facultades de izquierda; regularmente hostigaban, desalojaban
y expulsaban a los estudiantes por actividades políticas. La resistencia
se hirvió a fuego lento y finalmente hirvió. En el norte rural, los
grupos armados, incluidos el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)
y el Movimiento Nacionalista Tacuara (MNT), se inspiraron en las
ideologías revolucionarias cubanas pero, paradójicamente, también eran
fervientemente católicos y antisemitas. Una facción escindida se alejó del
antisemitismo y siguió brevemente a un clérigo socialista del Tercer
Mundo, el padre Carlos Mugica. Este extraño brebaje de ideas se
combinó en las ideologías socialista-religiosas contradictorias del grupo
que más tarde se autodenominó Montoneros. El nombre proviene de las
milicias gauchas de mediados del siglo XIX que cruzaron la pampa
luchando con Don Juan Manuel de Rosas, un caudillo nacionalista y
presidente que expulsó una invasión y luego llegó a un acuerdo con los
británicos que le permitió gobernar Argentina como tal. enorme rancho del
que fue el barón ganadero de 1835 a 1852. A fines de la década de 1960,
Rosas y Perón se fusionaron en la conciencia y el canto populistas: dos
hombres fuertes nacionalistas seguidos por las masas. La agitación creció
sostenidamente contra el régimen de Onganía. En junio de 1969,
trabajadores y estudiantes de la industria automotriz protagonizaron una
huelga masiva en la ciudad de Córdoba, reprimida por los militares en
sangrientas luchas callejeras. El escenario ahora está listo para los
personajes principales de Timote, todos los fundadores de los
Montoneros: el líder idealista e ingenuo, Fernando Abal Medina; el
experto en comunicaciones y su amante —diez años mayor que él—
Norma Arrostito; los sargentos Carlos Ramus, Blacky
Sabino Navarro, Gordo Emilio Maza e Ignacio Vélez; y el frío y
maquiavélico teniente Mario Eduardo Firmenich, que será uno de los
pocos que sobreviva. Firmenich guiará a los Montoneros a través de años
de intensa guerra de guerrilla urbana, sacrificando miles de vidas jóvenes;
e improbablemente, Firmenich incluso vive para contar su propia versión
de los mismos hechos, pero tal vez porque sobrevivió, y cómo sigue
siendo un
Misterio poca gente le cree. Feinmann asume que los lectores aceptarán
su versión como más creíble, una historia fundamental del secuestro de
Aramburu y su fusilamiento en una hacienda de las afueras de la diminuta
ciudad de provincias de Timote como debería haber sucedido.
En el relato de Feinmann, incluso el general Aramburu expresa desprecio
por la dictadura de Onganía. Irónicamente, el viejo general llega a la
misma conclusión que sus captores, aunque espera resultados muy
diferentes, pero igualmente fantásticos: cree que puede forzar un
compromiso de Perón para apoyar una tregua entre las facciones
enemigas de los trabajadores, la oligarquía terrateniente, la militar, y los
yanquis en un nuevo gobierno peronista que mantendrá el statu quo
capitalista multinacional. Sus secuestradores, sin embargo, siguen siendo
idealistas de izquierda inmersos en la ilusión de Montonero de que el tipo
anterior de fascismo autoritario de Perón puede ser transformado,
esencialmente, por el poder del pueblo en un proyecto utópico de
socialismo igualitario. Tienen la intención de causar suficientes disturbios
civiles para forzar el regreso de Perón y luego usarlo para llevar a cabo
una revolución como si el antiguo demagogo estuviera dispuesto a
aceptar cualquier cosa que no fuera el engrandecimiento de su culto
personal, incluida la promoción de la adoración religiosa de Evita como su
opio para las masas. Después de todo, ¿un militar, un general que
modeló su estilo de liderazgo en Mussolini, estaría de acuerdo con algo
que no fuera su egoísta acumulación de poder? Como afirma el General
Aramburu en Timote: “A Perón sólo le interesa el poder. Hará lo que sea
para conseguirlo”. Más tarde, advierte a sus ingenuos secuestradores: “Si
lo traes de vuelta, te follará”.
Lo hicieron, y lo hizo Perón, como saben los lectores argentinos. El
regreso
de Perón, seguido de su inesperada muerte, puso en marcha la sombría
maquinaria del golpe militar, el terror y la violencia de proporciones tan
espantosas que, dos generaciones después, la Argentina aún se está
reconciliando y su intelectual público más importante sigue siendo en el
trabajo para descubrir por qué llegaron a pasar. En Timote, José Pablo
Feinmann presenta una pieza más de una posible solución, con
complejidades de existencia que solo la mejor ficción puede.
Rápido.

Douglas Unger
William Morris, Provincia de Buenos Aires,
7 de septiembre de 1970, 21:00 horas

El chico que está sentado en la mesa. El que está al lado de la victoria


dow, que le permite mirar hacia afuera, controlar las cosas.
Ese tipo es Fernando Abal Medina, el Montonero que mató a Aramburu.
Lo
mató hace treinta o treinta y cinco días. Ahora lo van a matar. Nuestra
historia no es sobre su muerte, sino sobre la de Aramburu. La historia en
la que Fernando mata a Aramburu, lejos, en Timote, un insignificante
pueblo de la vasta Provincia de Buenos Aires, cerca de Carlos Tejedor. Si
empezamos aquí, en la noche en que lo matan, es para darle peso, un
carácter trágico, a algo que dirá al final de la historia, cuando deja a
Timote con sus compañeros.
Se va en medio de la noche en su camioneta Gladiator, conduciendo
como un loco por un camino embarrado lleno de baches, con la
impunidad que da sentirse un dios, protagonista de un hecho violento
pero justo que partió en dos la historia del país, un tajo profundo,
ejecutado por su mano vengativa. ¿Fue venganza? Por supuesto que lo
fue. ¿Habría sido otra cosa que el castigo de un hombre por las
atrocidades que cometió, por sus insultos al general Perón, a nuestra
compañera Evita ya la nación peronista? ¿Qué paso viene después de la
venganza? Firmenich, sentado a su lado, apretaba los dientes con tanta
fuerza que podía oírlos rechinar, luciendo furioso, pero ¿qué podía hacer
para sacar a ese hombre que estaba poseído por detrás? ¿la rueda? Si
sigue conduciendo así, nos va a matar a todos. Y para colmo, las luces
del Gladiador no son muy buenas. No puedes distinguir el camino, de
ninguna manera. Es imposible.
“Cálmate Fernando.”
¿Qué paso viene después de la venganza? No, no voy a pensar en eso
ahora. El paso después de la venganza es disfrutarla. Eso es todo, esa es
la respuesta. Todo lo demás viene después. Gaby me está esperando
ahora. Iré allí y le diré que todo salió bien.
Y luego follaremos como ganadores, el mejor polvo de todos. Gaby es
muy bonita. Tan buena compañera, una verdadera mujer.
¿Me has oído, Fernando? Tranquilo, le dije, Pepe en semanas…
Ninguna respuesta. Está hablando solo. Habla sin parar, habla y habla,
pero espera. Hay un momento mágico, involuntario.
Se sorprende a sí mismo, pero una frase sale de su boca. Después de
pronunciarlo, Fernando pisa más fuerte el acelerador. El Gladiador es un
jadeo cortando la noche, mutilándola.
La pizzería es como todas las demás. Al igual que todos los que están
aquí en los barrios bajos. Se llama La Rueda, la Rueda. No se esforzaron
por nombrar el lugar. Es más como una parrilla que una pizzería. Los
coches tienen ruedas y los coches cruzan campos, entre vacas y ovejas.
Y suelen acabar en alguno de los infinitos asadores que hay en un país
dedicados a la carne, la carne y la barbacoa. Este país tiene incluso la
forma de un bistec. Borges, cuando Pinochet lo condecoró, dijo que Chile
tenía forma de espada. Puede que no sea heroico o glorioso tener esta
forma fornida cuando justo al otro lado de los Andes hay un país con
forma de espada. ¿Cómo llegamos a ser así? Es gracias a la pizzería.
Gracias al nombre que le dieron: La Rueda. ¿Qué está Fernando Abal
Medina haciendo en esa mesa? Porque cualquiera que sea su nombre,
hoy esa pizzería pasa a formar parte de la Historia. El mundo está a punto
de explotar. Balas en todas direcciones, incluso una granada explosiva.
Está a punto de suceder. Dentro de poco, pero no ahora. Supongamos
que dirigimos nuestra atención al tipo detrás del mostrador. Sería inusual
que le gustara alguien. Estas son cosas que simplemente sientes en tu
estómago. De ninguna manera es un buen tipo. Tiene cara de insecto o
de cerdo. Un cerdo no es un insecto, pero este tipo logra parecerse a
ambos al mismo tiempo. Preguntémonos esto: ¿Qué le pasa a Fernando?
¿No lo vio? Si lo hubiera hecho, sabría que este tipo solo podía ser un
enemigo, un soplón de la policía.
Supongamos que Fernando lo vio. Si lo hizo, no lo vio de esa manera. El
tipo del mostrador es un hombre gordo como tantos otros. Un vago gordo
en una pizzería barata. Tan inofensivo como podía ser. Fernando no está
preocupado por él. Lo vio, pero no pensó que fuera peligroso. No hay
problema. Todo va bien.
Por supuesto, hay carteles con su cara pegada por todas partes.
Buenos Aires. Con su cara. Con Firmenich y Norma Arrostito Uno
pensaría que Buenos Aires es el Lejano Oeste querido.
Eso decía el cartel. No están tirando golpes.
Así es como llamas la atención de la gente. querido. Estos enemigos del
orden institucional, la democracia, la patria y las buenas costumbres son
buscados en todo el país. ¡querido! Como en las películas de vaqueros o
en los westerns. Esas porquerías que tanto le gustaban a Juan Villemot
cuando tenían el Cine Club en la Escuela Nacional Preparatoria de
Buenos
Aires, donde pasaban las películas de Bergman. Esos días se habían ido.
Al diablo con el arte. Ha llegado el momento de las armas. ¡querido! Él,
Firmenich y el Flaco Arrostito. ¿Cuál era ella? Calamidad Jane. El cartel
lleva bastante tiempo. Supongamos que Fernando lo ha visto desde un
Peugeot en el que viajaba con otros dos compañeros. Supongamos que
ve el cartel. Hay dos o tres chicos y una mujer mirándolo. Ve los rostros
de los que mataron a Aramburu. No hablan entre ellos. Miran en silencio.
Nadie intenta compartir un comentario con los demás.
¿Quién sabe lo que está pensando la persona a tu lado? Como decir: “Se
le acabó el tiempo. Él se lo merecía. Es su propia culpa. La otra persona
podría ponerse furiosa, “¿Qué estás diciendo, idiota? ¿Cómo puedes
justificar matar a alguien como si fuera un perro? Peronista de alma, la
mujer defiende al primer orador: “¿Sabes por qué? Porque era un perro.
Aramburu era un perro y lo mataron como a un perro. ¿Consíguelo?” La
tercera persona se va. Pero nada de esto sucede. A lo sumo, la mujer
podría decir: “Este país es un desastre. Nada lo salvará. Fernando le ha
ordenado que pare el Peugeot que conduce. Sale y se une a la gente que
mira el cartel. De ninguna manera eso se parece a mí. Es una foto
policial. Parezco un gángster. Es suficiente para asustar a los niños. La
foto está borrosa, dame un respiro. Son un montón de tacaños. Ni
siquiera Gaby me reconocería. Rápidamente mira a la mujer y le
pregunta: “¿Crees que son ellos? ¿Cual es tu opinion?” “No puedo decir”,
dice ella. “No se puede salvar este país”, dice Fernando. La de mi viejo
He estado diciendo eso desde que era un niño pequeño.
El Peugeot arranca y Carlos Ramus, el que conduce, le dice que está
loco, que está siendo imprudente y que podrían terminar pagando por su
atrevimiento. Fernando dice que no, que era una oportunidad que tenía
que
correr. Se había hecho una promesa. Tuvo que demostrarse a sí mismo
que el cartel era una mierda, sin valor.
“Ni siquiera mi mamá pudo distinguirme”.
Pero ese póster de mierda lo iba a delatar. ¿Vuelve a mirar al gordo
detrás del mostrador? No, no lo hace. ¿Alguien sabe qué hace Fernando
Abal Medina en esa pizzería, en ese momento, arriesgándose el pellejo?
Además, sentado justo frente a él en su mesa está Blacky Sabino
Navarro.
Se acaba de sentar. Un luchador en su propia clase. No fue a Tacuara, ni
al Colegio Nacional de Buenos Aires. Blacky Sabino es de Corrientes, en
el norte. Su padre era analfabeto y no tenía una olla para orinar. Llegó a
Buenos Aires cuando tenía doce años. Tenía que encontrar trabajo. No
podía seguir viviendo de la misma manera. En una casa prefabricada.
Cuando llueve, llueve afuera y llueve adentro. Va a trabajar a un taller
metalúrgico del barrio Colegiales. Blacky Sabino Navarro es obrero. Lo
tiene todo: el acento correntino en su español, hombros anchos, piel
oscura.
Es metalúrgico y las mujeres piensan que se parece a Emiliano Zapata, o
a Marlon Brando interpretando a Emiliano Zapata. No se pierde un truco.
Engaña como un loco a su esposa.
Así es Blacky, esclavo de sus hormonas e incapaz de resistir el asedio de
las mujeres. Esta noche, en la pizzería La Rueda, está a salvo. Y asume
la dirección de los Montoneros. Pero otra noche aparca el Peugeot rojo en
alguna calle diez olvidada y empieza a ponerle la movida a una moza de
veinticinco años, Mirta Silvia Silecki, que no era montonero ni peronista ni
trotskista.
—Ninguna de esas cosas. Ella enloquece a Blacky, pero no su política.
Ella lo vuelve loco. Mira, no todo era política, militancia, armas. Ellos
también follan. Llegan dos policías. “Su identificación, por favor.” Blacky
les dice que están en el maletero. Los policías le creen. Blacky abre el
maletero. El tiene un maletín allí, con un .38 especial dentro del maletín.
Lo saca en un instante y derriba a los dos policías. Problema resuelto.
Luego, con serenidad, con calma, se acerca a la patrulla, abre la puerta y
roba una metralleta. Lo encontró allí, en el asiento.
Pero los Montoneros lo echan por conducta amoral. Se rigen por el
estricto
código católico que les enseñaron. Suya es el alma de los monjes. Puede
que seas un exaltado, Blacky, y todas las chicas quieran meterse en la
cama contigo, pero estás casado, Sabino, y le debes algo de fidelidad a tu
esposa.
No tenemos otra opción más que cobrarte. Un compañero de combate
que
no es leal a su compañero no va a ser leal a la organización. Lo echan y
lo
mandan a Córdoba. No es muy feliz allí porque nació para ser un líder,
pero
hace todo tipo de cosas. Asesinatos, también. Intenta robar dos autos en
Río Cuarto, junto a dos acompañantes. Aparece un grupo de policías.
Blacky se va a las colinas. Él estará a salvo allí. Pero esta vez, lo
capturan.
Está con un acompañante, de nombre Cottone. Blacky está todo
disparado.
Él está sangrando. Cottone intenta salvarlo. Blacky le dice: “Estoy a cargo
aquí y vas a salvar tu propio pellejo porque yo lo digo”. Cottone logra salir
y matan a Blacky. Así muere en julio de 1971 Blacky José Sabino
Navarro,
de veintinueve años. El liderazgo de los Montoneros recae en Pepe,
Manolito.
Le llaman Manolito por el amigo de Mafalda en la tira cómica, el chico
inmigrante español que trabaja en la tienda del barrio, siempre
escatimando en gastos, un auténtico estúpido. Gordito también, y con
unas cejas pobladas que le tapan los ojos en línea recta. Nadie parece
creer en las cualidades intelectuales de Pepe. El caso es que Blacky
Sabino, que la noche en que Fernando Abal Medina se desangrará solo,
salva el pellejo de Pepe al perderlo en los cerros fuera de Córdoba.
Porque le dijo a su compañero: “Vas a salvar tu propio pellejo porque yo
lo digo”.
El gordo reparte las porciones de pizza: focaccia, mozzarella, mozzarella
con humus, jamón y pimientos rojos. Él espera y observa.
Mira a Fernando con el rabillo del ojo.
Tiene miedo. ¿Y si va a entregarlo y lo mata? ¿O si no mató a Aramburu?
Solo alguien que está loco podría hacer algo así. Debe ser fácil liquidar a
alguien, un juego de niños. Particularmente alguien que te entregó. El tipo
se está muriendo de miedo, pero ya está mirando el teléfono. Si llama a la
policía, mañana todo el mundo hablará de él. Sus clientes se
multiplicarán. Miren al pizzero que tuvo las agallas de entregar al asesino
de Aramburu. Ven a la pizzería La Rueda. Estás viendo a un argentino de
la ley y el orden. No pierdas tiempo, ven a William Morris, un lindo lugar
en el Partido de Hurlingham, Provincia de Buenos Aires. Ven y conoce un
lugar ungido por la posteridad. Pizzería La Rueda. ¡No dejes que te digan
que la pizza es basura! William Morris es, eso sí, un lugar donde se
venera la poesía. De lo contrario, ¿por qué crees que tendría ese
nombre?
¿Sabes quién fue William Morris? Nadie sabe. Pero él era un poeta
inglés. Eso no es poca cosa, damas y caballeros. Un hombre de la tierra
de John Bull. Tradujo la Odisea y la Eneida. Tuvo la desgracia de morir en
1896. Si no, estaría aquí con nosotros, aquí en la pizzería La Rueda, la
pizzería antisubversiva, comiendo una suculenta loncha de focaccia, la
especialidad
de la casa, y acompañándola con unas de nuestros tintos de exquisita
calidad, como un Termidor o un Casa de Troya o incluso, ¿por qué no?,
un
Viejo Tomba, el tope de gama.
Volviendo a Fernando, lo que sea que haya venido a hacer en este
pizzeria se va a quedar sin hacer. Y todo por falta de cautela, alguna
estupidez, un exceso de confianza. Porque el gordo del mostrador pudo
haber hecho muchas cosas. En primer lugar, podría no haberlo
reconocido. En segundo lugar, si lo reconoció, podría haber sido
cauteloso, cediendo a sus miedos y manteniendo la paz. Budín para la
mesa tres. Una botella de Crespi. Una pizza grande con jamón y pimiento
rojo para la mesa seis. Inocentes, como de costumbre, libres de peligro.
En tercer lugar, podría reconocerlo y hacer los periódicos. Tome el
teléfono, sea lo suficientemente valiente como para hacerlo y llame a la
policía. ¿Qué le pasa al gordo? ¿No es peronista? ¿No está feliz por la
muerte de Aramburu? ¿No está orgulloso del tipo que lo mató? ¿El que
sacó al pistolero de la Libertadora, el perseguidor indoblegable del
peronismo y los peronistas? ¿Se moría de envidia por Fernando Abal
Medina? Un pizzero en William Morris, un hombre del pueblo que era
dueño de un negocio de barrio en una zona de trabajadores, alguien que
podía ser informante de la policía, que podía convertirse en el hombre
valiente que hacía feliz a las masas peronistas, las hacía felices en
en medio de amarguras y salarios que siempre se quedan cortos y un
sinfín de restricciones. Solo espera y verás: sí, el gordo está a punto de
convertirse en un soplón. No hay vuelta de hoja, hay fascistas por todas
partes. Incluso en una pizzería de mierda. Pero no se equivoquen: el
gordo es el jefe. Y en este país en el momento en que cualquier pobre
idiota se convierte en el jefe, se convierte en un traidor, un soplón; odia a
los suyos y quiere salir adelante, ser un hombre amable, burlado en los
salones de las clases altas. Pero él quiere llegar allí. Además, el cartel
que puso la policía era una porquería, barato, pero claro. Más claro, como
Fernando está a punto de descubrir, de lo que él cree que es. En julio de
ese año, 1970, un mes después de la muerte de Aramburu, lo pusieron
por toda la ciudad. Ellos, los Montoneros, que habían asesinado al líder
de la patria fascista, al que dio a luz a este país, al héroe del Decreto
núm. 4161, fueron famosos. Fernando, Pepe y Gaby. El cartel que estaba
por todos lados los anunciaba:

Buscado por el secuestro del honorable


Teniente General Don Pedro Eugenio Aramburu,
existe una orden de aprehensión
Esther Norma Asada, alias “Gaby”
Mario Eduardo Firmenich, alias “Manuel”
Fernando Abal Medina, alias “Fernando”
Entrégalos

¿Tenía algún sentido analizar este pedazo de tripa? Aramburu no podía


recibir más honoríficos. “Honorable” era más que suficiente. “Teniente
General” era correcto y el único que debería haberse utilizado. Lo que se
llevó la palma fue el “Don”. Aramburu era “Honorable” y “Don” además de
“Teniente General.” El colmo de la respetabilidad. El hombre de la
Argentina institucional, democrática y republicana. Los otros, los
Montoneros, los que lo liquidaron, fueron identificados, por ser
delincuentes, con el humillante “alias”. Alias “Gaby”. Alias “Manuel”. Alias
“Fernando”. Fernando no era el alias de Fernando. Eso era su nombre
legítimo. ¿Por qué no decir el Honorable Teniente General Don Pedro
Eugenio Aramburu, alias “el Vasco”?
No, solo los delincuentes tienen alias. Los buenos no tienen alias.
Pero el cartel circuló por todo el país. y las fotos no eran como las
pensaba Fernando: baratas, borrosas e ininteligibles.
Su madre y cualquiera que lo conociera lo habría reconocido de
inmediato. “Ese es Fernando Abal Medina. Sin duda, esa cara flaca, esas
cejas, esa nariz fuerte y cincelada, esa boca delgada, esa mirada
decidida. El tipo de chico que siempre está seguro de sí mismo sin
ninguna duda en su mente, que salta a la piscina sin pensarlo dos veces.
Ese, no se equivoque, solo puede ser la cara de Fernando Abal Medina”.
Sabemos que el gordo detrás del mostrador ahora lo ha reconocido.
Podemos suponer que tiene miedo. Pero querer hacerse un nombre es
suficiente para darle el coraje de superar su miedo y entregarlos. “Ven
aquí ahora mismo. Ellos estan aqui.” . . . “¿Estoy seguro de que es él? Es
él.” . . . “¿Está armado? ¿Cómo puedo saber? ¿Ahora quieres que lo
registre?
Estamos en camino ahora mismo. Si trata de irse, entabla una
conversación.”
El gordo cuelga. Ahí está hecho. No hay nada que hacer ahora más que
esperar. Fernando no sospecha nada, no puede adivinar nada, ya que no
cree en la mala suerte ni en las asechanzas de la realidad. Algo peligroso
le sucedió después de la muerte de Aramburu.
Nada puede hacerle pensar que está en peligro. O peor aún, el peligro no
tiene nada que ver con él. No pueden matarlo. La historia está paralizada.
Él no puede morir. Tiene veintitrés años. ¿Quién no se ha sentido inmortal
a esa edad? Además, la importancia del crimen en Timote lo protegerá.
La historia exige el desarrollo de su vida. Él debe explicarse a sí mismo.
Solo sus acciones lo explicarán.
Si muere, nadie conocerá al héroe de esta victoria.
Porque eso es lo que fue, una victoria. Es como si San Martín había
muerto después de Maipú. Imposible. Esa batalla allanó el camino para la
liberación del Perú. Por su enfrentamiento con Bolívar. por la perdida en
Guayaquil. Pero tenía que seguir viviendo para que eso sucediera y para
que se negara a participar en las guerras civiles en Argentina.
Eso lo explicó. O él mismo se explicó. Era necesario conocer al héroe de
Maipú. Y la Historia le dio el tiempo para ello. Para diferenciarse de
Lavalle,
por ejemplo. También se lo dará a él, Fernando. Todo el mundo sabrá
que
no es un asesino, sino un hombre que lucha de forma limpia y honesta. El
país debe saberlo. Tiene que seguir, denunciar al régimen, traer de vuelta
a Perón. Y cuando llegue el Viejo, estará allí a su lado. En ese momento,
es cuando todos lo sabrán. El Viejo está ahí porque Fernando acabó con
Aramburu. Él es el que se ensució las manos. Salvó a la nación peronista
de tener que hacerlo.
Aquí, déjame hacerlo. Pondré mis manos en la mierda por ti. Ustedes que
son trabajadores, que tienen familias que alimentar, que no tienen tiempo
para las sombras. Mira, lo hice. Aquí está el resultado. Perón está de
vuelta en casa con su gente. La muerte, Fernando está seguro, lo
respetará. La muerte tiene un pacto con la Historia. No se llevará a los
que todavía son necesarios. Pero hay algo que él no sabe. Es peligroso
pensar que eres inmortal. Creer que Dios, la Historia y la Revolución
están de su lado es la forma segura de descuidar la seguridad. Vivir entre
mayúsculas es una falta de respeto por lo trivial, por las pequeñas cosas,
por lo vulgar de la cotidianidad. Lo que le está pasando es tan
insignificante que no se da cuenta. Un gordo que regenta una pizzería
decidió tomar el teléfono, marcar el número de la policía y denunciar
cómo la Revolución, la Historia, la Mortalidad y el tipo que impidió que la
nación peronista llegara sus manos sucias está ahí mismo en su sitio, una
pizzería más que, como cualquier otra, huele a mozzarella, cebolla,
pimiento rojo, aceituna, sardina. No es un buen lugar para alguien que,
aunque no se crea Dios, no está lejos de serlo. Es más, que nadie crea
que en esta historia Aramburu será tratado como un fascista que está en
contra del pueblo, que recibió la muerte que se merecía, que fue su
elección. Cualquiera que piense así se va a sorprender. Aramburu, allí
ante la muerte, nos va a mostrar un rostro sorprendente. De un católico a
otro le va a hablar a Fernando del temor de Dios y, como cometió el error
de hablar mucho con su víctima, antes de matarlo le va a temblar la mano
a Fernando y la tierra se va a abrir enfrente de él. Esta es una tragedia
que estamos contando. No es una historia con buenos y malos. En una
tragedia tienes que escuchar a todos. Porque todos tienen buenas
razones para defender sus actos y, por tanto, sus vidas.
Luis Rodeiro de Córdoba se sienta en su mesa. No se necesita nada más.
Solo que llegue la policía, pero es solo cuestión de tiempo. Antes de eso,
es importante saber lo que se dice en esa mesa. Sabiendo eso, sabes por
qué están en la pizzería La Rueda, en William Morris. Casi nadie sabe por
qué. Todo el que ha escrito sobre los Montoneros dice que es casualidad,
algo indescifrable. La primera razón es que Fernando vive cerca. ¿Por
qué no convocó la reunión en su casa, por qué se arriesgó, por qué
discutió cuestiones organizativas en un lugar público? Pero sabemos todo
sobre Fernando. Debe haber querido comer pizza, dar un paseo, tomar
un poco de aire fresco. ¿Era tan urgente aquello con lo que tenían que
lidiar? Una de las preguntas era. “Estás a la deriva sin rumbo”, dice Luis
Rodeiro. “Eso es peligroso.
O te van a recoger o alguien va a terminar en la casa de un pariente y
soltar los frijoles”.
Los “frijoles” se refieren a La Calera, un pueblo de la Provincia de
Córdoba La organización quiere mostrar sus colores de izquierda. Quiere
decirles a todos que no se equivoquen, los Montoneros no son una
pandilla de católicos con pasado nacionalista que mataron al liberal
Aramburu y luego rogaron a Dios que se apiadara de su alma.
Son una banda de izquierda. Como los tupamaros uruguayos. Estos
muchachos ocuparon el pueblo de Pando en 1969; Los Montoneros, con
el Gordo Emilio Maza a la cabeza, ocuparon el pueblo de La Calera el 1
de julio de 1970. Tienen plata, y pintan todas las paredes con consignas
como “Perón o Muerte” y “Montoneros” y se hacen el peronista marcha
por los pueblos: “En nombre de ese gran argentino / Que supo
conquistar / La gran masa del pueblo / Combatiendo el capitalismo”. Si
ese había sido Perón en 1945, en la era de las revoluciones del Tercer
Mundo, tenían que convertirlo en un segundo Castro de las Américas.
Salen de la ciudad y todo sale mal. Uno de los coches se descompone.
Toman vuelo pero la policía sabe dónde encontrarlos. Las balas vuelan
en todas direcciones.
La policía abre fuego. Los Montoneros devuelven el fuego. Pero dos
escuadrones básicos del Grupo Córdoba (corazón de la toma de La
Calera) acaban gravemente heridos. Para uno de ellos, el Gordo Emilio
Maza, el héroe de la operación contra Aramburu, la muerte no se hace
esperar. Y otro, Ignacio Vélez, recibe un balazo en la columna vertebral.
Su derrota conduce a la disolución de los militantes en otras provincias.
Pero la mayoría va a Buenos Aires.
¿Dónde ponerlos? “Abordemos esta pregunta ahora mismo” Fernando
dice. Y se va con sus compañeros a La Rueda. Hace venir a Rodeiro
porque quiere montar el Grupo Salta.
“Son unas treinta”, le dice Blacky Sabino, bebiendo la mitad la copa de
vino tinto que pidió.
“Tú te haces cargo”, dice Fernando. “Pero no los dejes sueltos por mucho
tiempo”.
“Qué puta mala suerte con La Calera”, comenta Rodeiro.
“Dime algo que no sepa”, dice Blacky Sabino. Mira a Fernando.
—¿Y lo pones a cargo del Grupo Salta?
“Sí.”
“Un cordobés no sabe dirigir a nadie de Salta.”
“¿De dónde sacaste eso?” pregunta Rodeiro.
“Es una broma.”
“Oye, cambia el tema a fútbol”, dice Fernando. “Un policía acaba de
entrar”.
“Pelé no hizo la mejor jugada del Mundial”, Blacky dice.
“Si no fue Pelé, ¿quién fue?”. pregunta Rodeiro.
“El portero inglés, amigo”, agrega Blacky.
“Sí, pero el tiro en la cabeza era de Pelé”, dice Rodeiro.
“¿Qué diablos importa eso? El remate de cabeza de Pelé fue maestro.
Pero eso no hace grande a Pelé. Hace que el bloqueo de Banks sea aún
más increíble. No hay portero en el mundo que pueda parar ese balón.
Pelé lo rebotó con un barrido completo de cabeza, en la esquina más
alejada de la portería. El tipo toma vuelo y lo noquea.
Esa fue la mejor parte de la Copa del Mundo”, Blacky afirma. La policía
los ve y se acerca a su mesa.
Tres de paisano. Hay otras posibilidades. Todos podrían estar usando
uniformes. O dos de paisano y uno de uniforme. Digamos que los tres
eran
de paisano y Fernando pudo olerlos en cuanto cruzaron la puerta. “No,
déjame ponerlo de otra manera, espera. Había otro portero que podía
haber derribado el balón. Debe haber sido Cejas”, dice Blacky. Rodeiro
vacila.
Pero no dice nada. Sus convicciones no son lo suficientemente fuertes
como para negar lo que ha dicho Blacky. Cejas, portero del Racing, fue
uno
de los grandes. Incluso Pelé, una vez terminado el Mundial, se lo llevó al
Club Santos.
Es como si dijera: “De todos los porteros que vi en la Copa del Mundo, no
hay nadie mejor que este argentino que no pasó el corte”. Porque Cejas
no
pudo estar en México. Fue una pena que Argentina no clasificara en
1968.
Blacky Sabino no pierde el tiempo. Él pone su mano en su .45. Fernando
lo detiene con un movimiento imperceptible. Uno tan preciso que solo
Blacky podía verlo. Su gesto dice: “Espera. Yo me encargaré de esto.
Blacky guarda su arma. Luis Rodeiro apuñala una aceituna, un gran
problema dadas las circunstancias. Nunca es fácil clavar una aceituna, y
menos si te ha venido a buscar la policía y perteneces a la organización
Montoneros.
Pero lo apuñala y se lo mete en la boca y lo mastica y hasta escupe el
hueso, golpeando el mismo centro del cenicero.
“Buenas noches. ¿Puedo ver sus identificaciones, por favor?
Es la policía, dos de ellos. El tercero estaba de guardia en la puerta.
Intentemos enmarcar la situación.
Sentado en una mesa junto a la ventana dentro de La Rueda están
Fernando Abal Medina, Blacky Sabino Navarro, y Luis Rodeiro.
De guardia —que parece no haber sido productivo— está Carlos Ramus,
en un Peugeot 404 rojo sangre, un color precioso para un auto así. No
todos tenían un 404 en 1970. Un poco más allá en un Fiat 1500 blanco,
un poco embarrado como todos los autos de ese color que parecen
ensuciarse de la nada, está Carlos Capuano Martínez del Grupo Córdoba,
al igual que Gordo Maza, que, como hemos visto, es eliminado después
de La Calera y como Ignacio Vélez, que termina con una fea herida en la
columna, como si fuera una herida de otro tipo, que fea. Charly Capuano
tiene algo en común con Blacky Sabino. Es moreno, habla despacio y
rara vez se enfada. La tranquilidad es realmente lo que define sus gestos.
Lo llaman Flaco. Hoy se escapa.
Pero, tal vez ilógicamente, más tarde es asesinado en una situación
similar.
Eso sucede el 16 de agosto de 1972, en un bar de Barracas. Está con
otros dos compañeros, sentados tranquilamente en una mesa,
probablemente bebiendo una taza de café y fumando un cigarrillo. Entran
dos de paisano y uno se queda afuera, como en William Morris.
Acompañantes de Charly Capuano muestran sus cédulas. Pero ya ha
sido marcado. Ordena huir a sus dos compañeros, saca su arma y la
descarga contra los dos policías de paisano. Casi mata a uno de ellos,
fallando por un pelo. En cualquier caso, el tipo cae al suelo con un grito y
yace allí indefenso. El bar se convierte en una escena del infierno. Todos
gritan y caen al suelo. Las botellas se rompen.
Capuano se escapa por la puerta trasera. Tiene un coche en la calle. Si
entra, se escapa. Él sale corriendo, escuchándolos correr tras él. Debe
seguir luchando. Se da la vuelta y dispara de nuevo. Mata a un teniente
capitán.
Capuano debe haber sido un buen tirador. Abre la puerta del auto, salta
dentro y sale corriendo. Pero para entrar tiene que dar la espalda a sus
perseguidores, quienes, de repente, se han multiplicado. Lo llenan de
plomo. Le escriben poemas en Córdoba: “Bajaste peleando, Flaco, que es
como se debe morir”. Ese es Charly Capuano Martínez y va en ese Fiat
1500 blanco.
Hoy, en el pueblo de William Morris.
“Tengo algo mejor que darle, oficial”, dice Fernando.
Y le muestra una placa de policía cuidadosamente confeccionada solo
para estas ocasiones. El policía lo mira y asiente.
Solo dice secamente: “Buenas noches”.
Le entrega la placa a Fernando. Camina hacia la salida.
Y luego se desata el infierno. Viene de la calle.
El policía que está junto a la puerta sale y se une al de afuera.
Caminan hacia Ramus. De tres a cinco metros de distancia piden ver su
identificación. Ramus saca su arma y les dispara al azar, con furia pero
con mucho nerviosismo. Sin apuntar. La policía responde. Los dos de
adentro —seamos claros, nos referimos a los dos dentro de la pizzería,
uno de los cuales les pidió a Fernando y sus acompañantes sus
identificaciones— escapan hacia un edificio cercano en construcción.
Tomando posiciones, abren fuego. Ramus juega su carta de triunfo. Tiene
una granada. Lo saca y apunta a los policías. Demasiado tarde y mal
apuntada, la granada explota en su mano. Hubo pocos testigos esa
noche.
Pero juran que nunca escucharon a nadie gritar de peor dolor.
Nunca habrían creído que algo pudiera salir de la mano de alguien de esa
manera. No lo podían creer —ni lo creerían nunca— porque nunca antes
les había estallado una granada en las manos llevándose consigo medio
cuerpo vivo. Solo las vidas desafortunadas, las que viven al límite, las que
van a los extremos, podrían terminar tan horriblemente. No siempre.
Viviendo al límite también puede conducir al triunfo, a la gloria, al mito.
Así son las cosas: todo o nada. Esa noche no fue nada para Charly
Ramus.
Apoyado en la ventana, después de mover la mesa, Fernando y Blacky
Sabino devuelven el fuego. Hay cuatro policías. Disparan todas las balas
que tienen contra la ventana de la pizzería La Rueda.
Rodeiro está desarmado. No hay nada que él pueda hacer. Desde donde
está, Capuano no puede abrir otra ronda de fuego. Fernando y Blacky
continúan disparando sus armas hasta que se dan cuenta de que tienen
que ir a por todas.
“Blacky”, dice Fernando, “en menos de cinco minutos van a venir cien
policías a respaldar a los que están aquí. O nos vamos ahora o nunca nos
vamos”.
¿Por qué no escaparon por la parte de atrás? Supongamos que ellos
tienen miedo de la espalda. No saben a dónde conduce. O si incluso va a
alguna parte. O si hay una salida. Podrían terminar en un callejón sin
salida.
Se mueven hacia la salida. Recargan sus armas. Patean la puerta y salen
disparando. Un chorro de sangre brota del pecho de Fernando.
Cae pesadamente sobre la acera. Al ver esto, Blacky Sabino entra
corriendo a una casa, la que está al lado de la pizzería. Corre hacia atrás
y trata de saltar la pared de cemento.
La pared está llena de vidrios rotos en la parte superior. En los años 70
solían poner vidrio en cemento. Esto protegía las casas. Copa de botellas
de Coca-Cola, vino Pangara, Fanta, Paso del Toro, 7-Up. Para escalar,
Blacky agarra la parte superior de la pared y el vidrio corta sus manos.
Gravemente herido, todavía se las arregla para escapar.
En medio del desastre, Capuano se sube al Fiat y escapa. Luis Rodeiro
está desarmado. Él se da por vencido. fernando está mintiendo boca
abajo, muerto. Un coche patrulla se detiene. Se abre una puerta y
aparece una bota negra. Es puntiagudo y brilla con el trabajo cuidadoso
de un limpiabotas que ha producido destellos poderosos, tan poderosos
que parecen pinchar la noche. Sale un teniente capitán. Es inusual que un
subcomisario use botas. Pero este lo hace. Él no es cualquiera. Es un tipo
imponente, de casi dos metros de altura tal vez un poco menos, pero no
mucho. Tiene cejas pobladas, un bigote bien recortado, labios gruesos y
una nariz agresiva, como un ave de rapiña mortal. Ocupa un espacio
enorme en la realidad o al menos esa es la impresión imponente que da.
La gente se hace a un lado para él. De lo contrario, simplemente los
atravesará. Él es el jefe. Él dice: “Déjame echarle un vistazo”.
Uno de los paisanos usa su pie para voltear a Fernando de espaldas. El
subcomisario lo estudia largo rato.
nadie habla Finalmente, dice: “Mierda, es solo un niño. un punk Para mí,
Perón está jodido si esperaba algo de estos colegiales”.
Suspira disgustado. No le gusta su trabajo. Al menos no le gusta el
trabajo que tiene hoy.
Él dice, casi con tristeza: “Pobre chico, para terminar muerto de esta
manera. Como un perro. Y por nada. Se aleja bruscamente. Quiere
olvidar el asunto. Está enojado, molesto de una manera que lo sorprende.
Casi suena como si tuviera dolor cuando ordena: Llévenlo a la morgue.
Ya sabes, el Instituto de Cirugía en Haedo.
Con su bota negra y brillante, como si lo estuviera pateando,
malhumorado le da la vuelta al cuerpo. ¿Quién es él? Su nombre es
Amengual.
Lo llaman el Siniestro. Es un duro. Un policía cruel, un torturador
“lamentablemente célebre”, como lo calificaría años después Rodolfo
Ortega Peña. Hoy le ha pasado algo extraño. El cuerpo de este niño que
murió peleando despertó algo una cosa nueva en él. Lástima por
Fernando y también por él mismo.
Sabía que pasaría el resto de sus días matando punks como este que
aparecen uno tras otro, multiplicándose hasta convertirse en una plaga.
Y cada vez tendría que matar más para controlarlos para estafar y
controlar cada cosa. El estado. El ejército. La policía. La Iglesia de Cristo.
Propiedad privada. La vida de los ciudadanos, en especial la que estos
muchachos se empeñaron en borrar del mapa: los peces gordos, los
terratenientes, los dirigentes de la Sociedad Rural, los financistas del
IDEA, los gerentes de las multinacionales, todos. Todo el país lo intenta,
maldita sea. ¿A cuántos voy a tener que matar, torturar, despellejar vivos
para que el país esté protegido? ¿Salvarla de las ideologías ajenas, en
especial del marxismo ateo, de conservar un estilo de vida, su bandera
orgullosa, nunca vencida, para que siga siendo como siempre?
Escupe furiosamente a un lado y se sube al coche patrulla.
“Váyanse”, dice.
Desaparece en las sombras de una noche sin luna. Ahí son sólo nubes
oscuras que pronostican lluvia. La sangre de Fernando ha corrido
copiosamente por la acera hacia la calle. Llega al borde de la acera y se
detiene allí. Vacila como si estuviera haciendo un acto de equilibrio.
Primero parece que se desbordará a la calle y luego parece que no viene
otra burbuja a lo largo y luego la sangre fluye hacia la alcantarilla. Se
mezcla con el barro húmedo, las hojas secas y las bolas de periódicos
viejos serpenteando a lo largo de su curso hasta llegar a un desagüe y
desaparecer al caer al abismo.

Capital Federal, Días Finales de Mayo de


1970, entre las 7:30 am y las 3:30 pm

Una cosa es cierta desde el principio: el General suele salir de su casa


alrededor de las 11:00 am. Pero no siempre. Lo que prueba que no hay
certezas absolutas. Excepto para secuestrarlo, pero esa certeza les
pertenece a ellos. El resto, la realidad, no ofrece garantías de ningún tipo.
Todo es riesgo, terreno inestable.
A veces surge el general; a veces no lo hace. El resultado es que sería
arriesgado atraparlo en la calle. No es recomendable dejar las cosas al
azar. Tienes que trabajar con cosas seguras, cosas que tengan la
regularidad de las estrellas. Hoy salió de su casa. Mañana, ¿quién sabe?
Lo ven desde la ventana de enfrente, desde una sala de lectura, quizás
una biblioteca que forma parte del Colegio Champagnat. El general pasea
tranquilo, sin prisas. Está envuelto en muchos tratos y tiene muchos
planes. Está en el centro de la política nacional, un centro que es opaco
porque es
secreto, conspirativo. Quiere fuera a Onganía. Es un corporativista torpe,
un franquista de los últimos tiempos, alguien que no entiende.
Pero el general, él entiende. Es imperativo negociar seriamente con los
peronistas. El esquema para excluirlos y marginarlos del juego político
tiene que parar ya no funciona. Lo intentó en un principio, en 1955,
cuando
expulsó a Lonardi porque respetaba demasiado a los peronistas y quería
integrarlos desde el principio. ni conquistadores ni los conquistados. Era
un tonto, un hombre débil, un nacionalista católico con alma de
monaguillo ingenioso. Estos nacionalistas solo saben hacer un montón de
ruido y provocar levantamientos.
En 1955 todo lo que funcionaría era mano dura. O así es como él lo ve.
Debe haber alguna manera de contrarrestar a los peronistas en esta
mierda
país, se decía con rencor, ira y sed de venganza. Si no lo consiguieron el
bombardeo de junio, ni el golpe de septiembre, había que buscar otro
camino.
Sigue golpeándolos fuerte donde duele. Esconderles el cuerpo de Eva
Perón, para que no la vuelvan a ver.
Si no lo hace, no habrá nada más que desastre. Donde la pongamos, irán
en tropel a adorarla. Al igual que el culto de la Mujer Correa Fallecida. No,
la fallecida Evita aquí en el país, nunca.
Líbrate de ella. Ponla en cualquier parte del mundo. Aquí no. Nadie podría
culpar al general por el esfuerzo que estaba haciendo para desperonizar
el
país. Todo en vano. El país se obstinaba en ser peronista. El que había
llevado el deperonismo al extremo de la muerte, el que hizo fusilar al
general Valle en un penal, el que se negó a recibir a su viuda, el que le
dijo que dormía, el que ordenó o aceptó sin pestañear la clandestinidad
asesinatos, ahora quiere negociar y hablar con sus enemigos. Es todo lo
que queda y lo único que funcionará sin duda. Claramente y con suma
cautela, se lo digo primero a los sindicalistas ya los políticos
democráticos, a los conciliadores: pronto habrá elecciones y ustedes
podrán ser candidatos. Y si ganas, tendrás lo que ganaste.
Y si es el Gobierno, entonces será el Gobierno. Y si quieres traer de
vuelta a Perón, hablamos. Todo es posible.
Pero hecho con calma. Todos tirando en la misma dirección, hacia la
democracia argentina y la institucionalización.
Al general ni siquiera le parece paradójico que sea él quien dirija todo
esto. La historia, como suele confesarse a sí mismo, nos cambia a todos.
Debe haberle hecho algo a Perón.
Exactamente lo que le hizo fue cambiarlo. Él no puede ser el mismo.
Si él, un vasco testarudo, supo desterrar viejos odios de su corazón, ¿por
qué no puede hacer lo mismo el hombre que vive en Puerta de Hierro?
Después de todo, los años no pasan en balde y Perón ciertamente ha
vivido bastantes años. Se ve viejo, cansado. Es como si sólo el odio o el
deseo de venganza lo mantuvieran en pie, lúcido. Si cedemos ante él en
algunas cosas, se calmará. Le dejaremos recuperar su uniforme.
Lo ascenderemos a teniente general. No debe haber nada más doloroso
para un hombre de armas que ser despojado de su rango y la ausencia
de la patria que ha defendido o juró defender durante su vida. Le
devolveremos el uniforme y bastará: está de nuestro lado. Ahora, ve y
calma al país. Ponte del lado de la gente de honor.
El general cree con orgullo que su tarea es la del verdadero estadista o,
mejor, la del patriota. El gesto de extender la mano a su viejo enemigo y
mirar más allá del horizonte de rencores moribundos y desvanecidos es
de grandeza. ¿Estará Perón a la altura?
Si no lo es, le quedará otra cosa: el cansancio de los años, las ganas de
recostarse. La guerra se acabó. Vamos, eres una vez más uno de los
nuestros. Uno de los militares de la nación. Presenta a uno de los tuyos
como candidato y listo. Si ganas, ganas.
Tú no, no dejaremos que seas tú. No, no usted como presidente. Créeme,
te estamos haciendo un favor. El poder es agotador. Te daremos lo que
quieras, lo que pidas, pero no la presidencia. No puedo.
Hay mucho que puedo hacer, pero no puedo hacer todo. Nadie puede.
Ni siquiera tú pudiste. Pero te doy mi palabra: Onganía está fuera. Él es la
piedra de tropiezo, la gente como él. Los conoces bien. Son los llamados
guerrilleros de derecha. Ni siquiera pueden soportar escuchar tu nombre.
No han cambiado. Tengo. Soy el hombre que este país necesita. tu eres
el otro Enemigos rabiosos de ayer, hoy estamos juntos y vamos a
encontrar una salida a este laberinto que nos asfixia desde hace quince
años. Tiene mi palabra de caballero y de soldado. Pero yo también quiero
la tuya, Perón. O, si lo prefiere, y sé que lo prefiere, el general Perón.
Nada de esto de una comunidad organizada, el republicanismo.
El Partido Justicialista, si entra al sistema, va a entrar como partido del
sistema, eso está claro, ¿no? Pon freno al pueblo sindical fuerte, a los
curas rebeldes, a los guerrilleros que andan invocando tu nombre ya los
que no. Estamos justo a tiempo. Podemos hacerlo sin mucho
derramamiento de sangre. Nada de esto de un Movimiento Peronista. El
país necesita un Partido Justicialista democrático si quiere competir en las
elecciones. Subiré con mi propio partido, la UDELPA. Si gano, gano. Si
no, estaré feliz de haber sido quien finalmente puso orden en la república.
Ahora ha regresado a casa. No tiene idea de que está siendo observado.
Ahora mismo, desde la sala de lectura del Champagnat.
Si lo hubiera sabido, probablemente habría pensado que éramos arcilla
blanda y fácil en manos de la historia que creemos que estamos haciendo
y que nos tiene reservadas sorpresas, cosas aterradoras. Crees que eres
el creador de nuevos eventos nunca antes imaginados.
El patriota ha tomado la historia del país primero por un lado y luego por
otro. El hombre providencial. El hombre que ayer echó al peronismo y que
hoy lo traerá de vuelta para beneficio de todos. Pero él no lo sabe. Él no
sabe nada. Se deja llevar por sus pensamientos; tiene cientos de ideas,
proyectos. Ve un país de unidad, paz civil y progreso.
Un país hecho posible por su patriotismo sincero y honesto. Tiene,
piensa, todo bajo control, el plan perfecto, uno que no puede fallar, uno
que le hará la estatua que sin duda merece. Pero sólo hay una cosa que
él no sabe. No sabe que lo están mirando desde la acera de enfrente. No
sabe que muy pronto lo matarán. No saber esto es no saber nada. Así es
la vida, tan impredecible que da miedo.
Los jóvenes lo ven entrar al edificio. Allí, donde vive. Todavía no saben
dónde secuestrarlo ni cómo. Saben que lo van a hacer, pase lo que pase.
Toman notas A esto lo llaman “recopilación de hechos externos”. Nadie
los
molesta. La sala de lectura o biblioteca está desierta, en el mejor de los
casos un lugar en el que alguien aparece distraído para encontrar un libro
y marcharse. Recogen datos, también, de Avenida Santa Fe.
Una o dos personas de la organización cubren el área. Digamos que no
tenemos que preocuparnos por ellos. No participarán en el secuestro.
No viajarán a Timote. Lo único que hacen es deambular por la avenida
Santa Fe, mezclándose con la gente y recorriendo la mirada de un lado a
otro sin ver nada digno de mención, nada que indique peligro o algo fuera
de lugar. Allí hay un cabo, gordo y rubio. Eso debería haberles llamado la
atención. Rubio. Pero el tipo parecía insignificante, nada más que un
simple recluta, un cabo. Todo parece fácil. El peso del trabajo (lo que
esencialmente hay que hacer para llevar a cabo la sorprendente hazaña
que se han propuesto) lo asumen desde Champagnat. Allí adentro,
Fernando Abal Medina sigue los serenos pasos del gran padre fundador
de la Argentina antiperonista.
“Se ve normal”, dice. Un buen vecino saliendo a dar un pequeño paseo.
¿Es eso lo que le dijo su médico? “Es bueno ir a dar un paseo, General.
Un militar que no muere en la batalla, muere de sedentarismo. Cuídate.”
Qué alma tan inocente parece ser. Toma el día. Un hermoso día de
otoño, puede sentirlo en su rostro, el sol en su frente. Ni un pájaro le caga
encima. Contento, en paz con la vida. Me duele verlo así.
Tan expuesto. No tiene ni idea. Podría estar muerto en uno o dos días y
allí está disfrutando de la brisa otoñal y el suave sol, tomándose las cosas
con calma.
Digamos que ese día Gaby está con ellos. ¿Por qué no? No la van a
desperdiciar. Gaby es mayor que todos ellos. Por ejemplo, ella es siete
años mayor que Fernando. Ha sido su pareja durante dos años. Pero ni
una palabra sobre esto todavía. Arrostito, que es Gaby o Flaco, se acerca
a la ventana. Ella mira al general.
“No creo que se lo esté tomando con calma”, dice ella. “Un tipo como
Aramburu nunca se lo toma con calma. ¿O quieres tomarlo por un idiota?
“No seas sabelotodo, Gaby”.
Y no te vayas sintiendo pena por semejante cagada. Mientras camina
hacia
la esquina y de regreso, su mente está trabajando. Está pensando en
Onganía.
Acerca de cómo joderlo. Está pensando en Perón. De la misma manera,
cómo joderlo. Cómo presentarlo como ofrenda de paz y dar solidez a sus
planes. ¿No estamos aquí porque eso es lo que está pensando hacer?
¿Por qué no secuestramos a Imaz? Porque él es el verdadero jodido.
Aramburu no, Fernando.
Es la mejor carta que tiene el sistema. Él no sabe que estamos aquí.
Él no puede saber. Pero no bajes la guardia. Cuando lo sepa, aunque lo
tengamos atado a una cama, se inventará algo en el acto para escaparse
y jodernos. Piénsalo. Guarda tu piedad. Y sobre todo, no creas que es un
idiota.
Fernando chasquea la lengua de forma aburrida. “Tú también inteligente,
Gaby”, dice. “No sé si me gusta eso”.
“A nadie le gustan las damas inteligentes. Acostúmbrate o vete a la
mierda
uno mismo.”
Gaby se deja caer en una de las sillas vacías. Pasa una pierna por
encima
del reposabrazos y enciende un cigarrillo. Ella toma una bocanada o dos.
Ella es una mujer joven. Si tuviéramos que proyectar en ella todo lo que
ahora sabemos, lo que se dijo, lo que se discutió, lo que estaba escrito,
no podíamos creer que fuera la misma persona.
ella no lo es Todavía no ha hecho nada de lo que la convertirá en la
protagonista de tantas historias, de tantas interpretaciones. O, sin duda,
ella no hizo las cosas principales. Ninguno de ellos lo hizo. Solo están
planeando el secuestro de Aramburu. Todavía no lo han secuestrado. Y
esa será toda la clave. Gaby es socia de Fernando, pero se sabe
deseada por los demás miembros de la organización, y sobre todo por
Firmenich. Moriría primero antes de decirle nada a ella. Es así de
orgulloso y profesional. Pero los demás también. Menos, pero igual. En
cualquier grupo de jóvenes machos se destaca mucho una mujer con
cojones. Ella depende de ellos. Ella arriesga su vida como ellos. Es
femenina, pero la mujer débil no le sienta bien. Ni por asomo.
A veces los ataca con tanta intensidad que los asusta, les da mucho
miedo. Todos quieren acostarla, pero ella eligió al jefe. Follar con el jefe
es otro de sus atributos. Una de las cosas que la hacen única, a menudo
imponente. Además, es atractiva. Y, sobre todo, es mayor que todos
ellos. Tiene treinta años. Llegó a los treinta. Eso la lleva a establecer una
relación casi maternal con ellos, sus compañeros, aunque no siempre, o
al menos no de forma excesivamente aparente.
Pero sin embargo inevitable. Sobre todo, con Fernando. Cuando ella lo
hace con él, el jefe, cuando es su madre-bebé, así es con los demás.
Gaby lo sabe y le gusta. Una dama valiente y luchadora, rodeada de
valientes punks e idealistas revolucionarios. Nada mal.
Hay muchas mujeres que la envidiarían. Otros —los burgueses, los
asustados— se cagaría en las bragas. No tiene idea de cuánto tendrá que
pagar por ello. El costo que experimentará directamente por siendo
abusada hasta sus límites. Pero lo que ella no sabe, ninguno de nosotros
lo sabe. Es extraño, pero ni siquiera sabemos qué nos sucederá en los
próximos diez minutos de nuestras vidas. Así ocurre con la condición
humana: el principio de incertidumbre en su expresión más impecable,
más extrema. Y quizás lo más trágico, porque vivimos pensando que no
es así. Seguimos haciendo planes, seguros de poder llevarlos a cabo. Por
eso hay un futuro, para que podamos llevarlos a cabo. Y si no viviéramos
así, estaríamos poseídos por el terror o la locura. Gaby ha aprendido a
vivir sin mentirse a sí misma.
Ella cree en la revolución. Pero ella no cree en su inevitabilidad. Todo
puede salir bien.
Pero tampoco está bien. No suele confesar esta convicción que la separa
de su tiempo. Un tiempo de certezas, de sueños que hay que realizar, de
un futuro histórico que ha tendido una majestuosa promesa: el mundo
marcha hacia el socialismo. No lo creas. Creer que también puede
marchar a otra parte hace de Gaby un ser al margen de cierto sentimiento
esencial de su tiempo. Ella no le importa No lo discutirá con sus
camaradas. Ella no
quiere interponerse en su camino, amargar su certeza de que la
celebración está a la vuelta de la esquina. Si necesitan esta certeza para
hacer lo que están haciendo, que así sea. No ella. Luchará por el fin de la
represión, por la liberación nacional y social de la patria, por el
derrocamiento del capitalismo, pero sin creer que todo esto sucederá
porque la diosa Historia está de su lado.
No hay diosa Historia. Todo lo que hay es guerra. Y cualquiera puede
ganar. Los sinvergüenzas, por ejemplo. Los mismos de siempre.
Y los mismos de siempre.
Supongamos que le dice a Fernando: “No le digas pendejo a Aramburu
porque no sabe que lo estamos vigilando. Simplemente porque sale a dar
un paseo soleado y no tiene ni idea de que estamos planeando
secuestrarlo. No te vayas sintiendo superior a él porque lo miras y él no te
ve. Tal vez a nosotros nos esté pasando lo mismo”.
Fernando la mira con desdén. ¿Que estas comiendo? ¿Estás tratando de
asustarnos?
“No, cariño. No estoy tan ido. Además, ¿ahora te asustas tan fácil? Sólo
estoy señalando que nadie sabe si está siendo vigilado.
Aramburu ahora mismo no sabe que lo estás mirando. Pero es
demasiado fácil sentirse más poderoso que otra persona simplemente
espiándolo. Y es difícil admitir que la gente como nosotros siempre puede
estar siendo vigilada.
“Sí, lo sé, flaco”. Hemos dicho, ¿no?, que se llaman Gaby Flaca.
Es flaca, pero no le falta nada. Ella es una de esas que no es flaca donde
se supone que no debes ser flaco. Tiene unas piernas largas y geniales.
Ella también tiene cintura larga, y hay un arco cuando se convierte en su
trasero pequeño pero firme, con forma de manzana en lugar de pera. “Me
voy a sentir superior cuando lo tengamos en Timote y lo estemos
probando”.
“Así es”, reconoce Gaby. “Pero todavía no hemos llegado”.
“No todavía.”
Sentado en la gran mesa de la biblioteca, Firmenich hojea un libro. El está
aburrido. El momento de la acción aún no ha llegado.
Es Decadencia y caída de Occidente de Oswald Spengler. Dos benditos
volúmenes. Spengler nació en 1880 y murió en 1936.
Es extraño: no tenía mucho compromiso con el nazismo. Casi ninguno.
Bueno, ese es su problema. Se pone de pie y vuelve a poner los
volúmenes en el estante. Da un paso atrás y mira alrededor de la
biblioteca. Joder, que cantidad de libros. Podrías pasar tu vida leyéndolos.
Por lo que a él respecta, es un poco rústico, con sólo una memoria
privilegiada que le permite y le permitirá aprobar sus cursos y terminar
sus carreras con reconocimientos y diplomas llenos de palabras
altisonantes; podía leer bastante en un par de meses.
Pero no más. Le falta, aunque no del todo, un talento especial que le
sobra a Fernando: la capacidad de razonar. Uno podría leer quinientos
libros, pero si no puede encontrar la trama oculta, la que acecha dentro
que los conecta a todos, es como si no hubiera leído uno.
Continúa mirando la biblioteca. Jack London, El lobo marino. Melville,
Moby Dick. Demasiadas páginas para sólo la historia de una pata de palo
persiguiendo a una ballena. Además, vio la película protagonizada por
Gregory Peck cuando era niño. Bueno o malo, la historia está ahí, punto.
Al final, el capitán y la ballena mueren juntos.
Mierda, qué sorpresa: lo habías descubierto desde el principio. Kafka, La
metamorfosis. La historia de Gregory Samsa, que se convierte en
cucaracha. ¿Qué demonios significaba eso? Indiscutiblemente había
leído Oesterheld. Primero, en Misterix, y luego en las novelas de Editorial
Frontera: Muerte en el desierto, Gold Tchatoga, Los espectros de Fort
Vance. El sargento Kirk es un desertor. Pero a pesar de que sabe que no
regresará, el coronel Dodge dice: “Es el mayor hombre que he conocido
durante veinticinco años en la frontera”. Algo como eso. ¿Son realmente
veinticinco? ¿Importa? Kirk se escapa con otros rebeldes como él. El
pistolero Shorty, ex ladrón de ganado. Dr. Forbes, sabio, sereno, el que
pone algún orden en las pasiones desmedidas de esos gigantes del
desierto. Y el joven indio Maha, que llama a Kirk Wahtee porque es su
kuyanka, algo así como su hermano de sangre.
¿Adónde van esos hombres, atraídos por el azar, el peligro y el desdén
por la burguesía?
La sociedad: ¿progreso capitalista que está destruyendo Occidente al
industrializarlo? Van a un rancho. Y ahí es donde viven. Es una amistad
de hombres. Hay algo de lo que nadie tiene la menor duda: cualquiera
daría la vida por los demás. El rancho donde viven, donde crían caballos
y los venden a buen precio, se llama Lost Box Canyon Ranch. Una noche
tormentosa de pesadilla en la que la colada es un torrente y no hay
metáfora para ello porque nada puede evocar el miedo de ese rugido, que
parece de otro mundo, aparece Joe Sanders el traidor. Ha venido a matar
a Shorty. El mismísimo Shorty que, frente a la fogata, acaba de decir que
ya no hay aventuras, que todo se ha vuelto trillado, que el tedio se ha
apoderado de la vida para toda la eternidad. Joe Sanders muestra su
verdadero rostro (que Shorty, que no es exactamente estúpido, ya había
descifrado) y dice: Soy yo, Shorty. Joe Sanders. El hombre que juró
matarte.
Lo sé, José. Te he estado esperando todos estos años. Ahora, cuando te
mate, no tendré nada que esperar. Y luego salen del rancho para disparar
hasta el final bajo la lluvia torrencial. Shorty saca primero y mata a Joe.
Más tarde, vuelve a ocupar su lugar junto al fuego. El Dr. Forbes le
pregunta: “¿Qué estabas diciendo, Shorty?”
“¿Disculpe, doctor?”
Eso de las aventuras. Que estaban muertos. no fue esto es una
aventura?
Shorty, descartando el asunto, se encoge de hombros. —Doctor, ¿desde
cuándo es una aventura despiojarse? Ni Firmenich ni muchos de los
chicos de su generación tenían mejor narrador que Oesterheld.
Por eso lo eligieron a él: fue quien más los conmovió, quien despertó en
ellos las mayores pasiones por la aventura, la amistad, la valentía, el que
despertó en ellos y respetan (raro en los cómics norteamericanos) no al
héroe solitario, sino al hombre que encuentra el heroísmo en el grupo, en
medio de los demás, que comparten sus luchas y sus sueños. Lo
preferían a Salgari, Verne o incluso a Stevenson. Volviendo a Firmenich,
nos permitiremos una conjetura: desconfiemos de su pasión o de su
sensibilidad por la lectura de Oesterheld.
Un memorista no solo es incapaz de razonar, también es incapaz de
emocionarse. Tal vez lo estemos viendo desde el presente, sabiendo
muchas —demasiadas cosas— sobre su vida posterior.
Sin embargo, no realmente. Un memorista retiene todo, sin permitir que
nada se pierda. No privilegia nada hasta que puede atrapar una visión
insondable de un complejo de eventos que nadie más que él puede
comprender. Entonces él toma su decisión. Podría ser un buen estratega
porque acumula tanto que su selección se ejerce sobre la base de un
montículo de un montículo de hechos casi imposible, casi infinito.
Tantos hechos podrían producirle vértigo y podría hacer una mala
elección. Eso es algo diferente. Pero el memorista está más cerca de la
técnica que del sutil arte de pensar, ese mecanismo preciso que permite
la sensibilidad. El hombre de pasión elige. Nunca alcanza la totalidad
porque algo en el camino siempre lo interrumpe. La pasión no esperará,
no puede contenerse; no puede y no lo hará. Es así de simple. ¿Por qué
seguir? Esta es mi esposa. Este es mi amigo. Esta es mi causa. No
quiero ver todo el resto que pueda existir. La infinidad de posibilidades
sólo conseguirá marearme, helarme. Me quedaré aquí con esta lucha,
esta batalla, esta mujer, estos compinches, con Kirk, Shorty, Maha, Dr.
Forbes.
Los chicos del Colegio Nacional de Buenos Aires, en Avellaneda, Roca,
devoraron El Eternauta cuando salió. Sin duda Fernando Abal Medina
también, y por eso creemos que tenemos derecho a decirlo. Para tratar
este asunto.
La Generación del 70 (de la que forman parte estos muchachos que
esperan descender sobre Aramburu) se curtió leyendo Oesterheld incluso
antes de leer a Verne y Salgari. Lo dijimos una vez y lo diremos de nuevo,
como vale la pena repetir. Leer El Eternauta te convertía en un adulto,
igual que leer Zero Hora, Frontera y La balada de los tres muertos.
Como epítome de la tragedia, el amado Viejo, que sin duda fue de los
más
grandes cuentistas de este país y de todo Occidente, carajo, el que llenó
las almas jóvenes de tantos niños con héroes de carne y hueso. Sangre
con historias magistralmente construidas que dibujaban personajes como
Hugo Pratt y Solano López, fue asesinado por matones militares en la
cárcel de la ESMA. Lo mataron cuando tenía unos setenta años.
Probablemente este no es el lugar para contar esa historia. Hace que la
historia sea menos seca. Las novelas policiacas no deberían desviarse.
Dicen lo que tienen que decir y no se pierden en reflexiones. ¿Qué
sabemos? En primer lugar, no somos dueños de la historia. A menudo, la
historia nos guía. En segundo lugar, lo más probable es que no estemos
escribiendo una historia de detectives. ¿Qué hay en esto que lo convierte
en una historia de detectives? Tal vez el estilo seco y brusco. Pero no
siempre es así. La narración se arriesgará con oraciones extendidas. En
ampulosos diálogos entre Fernando y Aramburu. En él, digamos,
obsesivo
esfuerzo por desentrañar algunas pistas sobre este país. Algo inevitable.
El asunto Arambu ru es un asunto poderoso. Uno debe dejarse perder en
él.
Entonces encuentra una salida. Y luego decir algo o mucho sobre lo que
vimos en ese abismo. O no decir nada. Porque lo dijeron los
protagonistas.
O los hechos lo hicieron.
Firmenich sigue ahí. Mirando la biblioteca. y el piensa lo mismo otra vez.
demasiados libros Hay demasiado escrito. Por eso los intelectuales no
sirven para la acción. Siempre, antes de hacer cualquier cosa, tienen que
leer un libro.
“Mañana te tienes que pegar un tiro a un policía, Raúl”.
“¿Por qué?”
“¿A qué te refieres con por qué? Porque la organización lo requiere. Si lo
echas a perder, todo habrá terminado para ti. Pero no puedo ver el
motivo.
Esta es una orden para usted de la organización. Tú no eres el que está
matando. es la orden Obedeces, vete a casa y duerme en paz.
“Lo haces parecer fácil. ¿Cómo matas a un policía?
“Toma un trago de ginebra. Tal vez dos. Por supuesto, no te
emborrachas. Sales y disparas a matar. Eso es todo. Muy fácil. No me
vas a decir que no lo harás.
“¿Por qué un policía? Un policía es un pobre imbécil.
“¿De dónde sacaste eso? Un policía es un símbolo del régimen. El alma
del régimen es la represión. Sin represión no hay régimen. Un policía es
parte del sistema.
Una parte de la totalidad del sistema. Cuando te saca la mierda a golpes.
Cuando te tortura, no es solo una parte. Él es la totalidad. Todo el sistema
es ese policía que te tortura. No existe un policía que no esté preparado
para torturar. Incluso el idiota de la esquina, como si fuera Blancanieves,
todo lo suficientemente inocente como para enfermarte. Es mentira.
Incluso él sabe cómo usar la sonda eléctrica. Si te decimos 'Bájalo', lo
borrás. Cuando estás cara a cara con él, no estás cara a cara con una
parte del sistema, sino con todo el sistema. El sistema funciona a través
de sus partes. ¿Tengo que explicarte todo esto?
“¿Es justo matar?”
“Deberías haberte preguntado eso antes de unirte a nosotros”.
“Solo me hice esa pregunta ayer”.
“Demasiado tarde.”
“Kant dice que no. no es justo Significa tratar al otro como un medio y no
como un todo. Lo tomas como un medio para hacer la revolución”.
“Nunca le voy a pedir a Kant que elimine a un policía. Ahora escúchame
bien; es lo último que te voy a decir. Hemos vivido quince años bajo
dictaduras. No preguntan si está bien matar o no. Ellos matan.
Matan, además, a través de regímenes totalitarios que son ilegales y
antidemocráticos. Es decir, no matan, asesinan. No más. Estamos hartos.
Mientras Perón no está en el país, es una lucha armada. Esa es la única
forma en que podemos hacer que lo traigan.
“Dame un día más para pensarlo”.
“¿Y qué te propones hacer durante ese día?”
“Te lo dije: piénsalo”.
“Debe haber algún libro que todavía tienes que consultar, ¿verdad?”
“Uno u otro.”
“¿Diez, veinte, cuarenta? Mira, sigue, léelos todos. No tengas prisa, solo
tómate tu tiempo. Si te lleva diez años, no hay problema.
Entonces regresa. Pero, no, ¡espera un minuto! Hay un pequeño
problema. Nada serio. No estoy seguro. Dígame usted.”
“¿Qué problema?”
“Llevas un mes con nosotros, Raúl. ¿Por qué te uniste?
“Yo quería ser teórico. Ayuda de esa manera. De mi perspectiva. Pero no
matando.
“Alguien te dijo mal. En una organización revolucionaria, todo el mundo
hace cada cosa. Déjame insistir: llevas un mes con nosotros.
“¿Y qué?”
“Sabes demasiado. Si te vas, te convertirás en un policía”.
“¡No soy un policía!”
“Lo estarás si te vas. Eres un potencial soplón. Un soplón privilegiado.
Recién estamos comenzando. No podemos correr ese tipo de riesgo.
“Me vas a matar”.
“Si encontramos a alguien con más cojones que tú, y yo no creo que va a
ser difícil.
Justo en ese momento, el tipo entregó sus libros y dentro de una semana
que había matado a su primer policía. Pero Pepe, que era de hierro, no se
fiaba de ellos. Aparecen enamorados de la teoría. No quieren saber nada
acerca de la práctica real. Un intelectual tiene que ser como Cooke. Fue
precisamente Baby quien le enseñó la relación entre la parte y el todo en
La Habana.
“Eres algo así como un animal, Pepe”, le dijo. “Pero escucha aquí. En
semiología cuando una parte llega a representar el todo se llama
metonimia. Pero al diablo con la semiología. Soy dialéctica.
El año pasado leí la Crítica de la razón dialéctica de Sartre. Si muerdes la
bala y la lees, aprendes a pensar. Toma lo que te acabo de decir, por
ejemplo. Toda forma histórica es una totalización. Pero toda totalización
sufre el proceso de destotalización porque la libertad humana es una
nada destotalizadora. En cuanto a las partes y el todo, déjame que te lo
ponga fácil. Un policía no es un pobre idiota, un asalariado más. No, hay
una razón particular por la que se convirtió en policía. es el sistema El
sistema se hace realidad en él. Cuando exige ver sus documentos, no
está viendo el sistema.
Estás viendo al policía. El sistema nunca pide ver sus documentos. Los
pide a través del policía. En ese sentido, la parte representa el todo. Y si
es así es porque forma parte de un todo. Porque el todo se realiza a
través
de las partes y las partes tienen sentido dentro del todo. Si tienes que
matar
a un policía, hazlo sin problemas. Es tan culpable como lo fue Batista”.
“Y conocemos a este tipo de memoria”, dice Fernando. “Tenemos que
actuar”.
“Hay algo que no sabemos”, dice Gaby. “¿Cómo es que no tiene
guardaespaldas?”
“¿Cómo puedo saber?” Fernando dice. No puedo saber eso. Sé algo: no
puede ser una trampa. No tienen ni idea de nosotros. No hay forma de
que retiraran el guardaespaldas para engañarnos”.
¿Por qué no aprovechar este paseo matutino y recogerlo en la calle?
Bastaría con tapar la luneta trasera del automóvil con una cortina y colgar
un traje de cada una de las ventanillas laterales. Tiran esa idea. La calle
siempre es arriesgada.
Tienes que aprovechar la debilidad que presenta la víctima.
Esa debilidad es que no hay guardaespaldas. Parece extraño, pero es
así. El tipo que disparó a Valle, que agarró el cuerpo de Evita de las
narices de la gente, que mató a los compañeros de José León Suárez, no
tiene guardaespaldas.
Nadie lo protege y él no le pide a nadie que lo haga. ¿Se cree
invulnerable o inocente? La falta de un guardaespaldas decide el curso de
acción. Le proporcionarán un guardaespaldas. Serán su guardaespaldas.
Lo cuidarán hasta que muera. Pero, ahora mismo, tienen que cuidarlo
mientras lo sacan de su casa.
Hay problemas. El general vive en el octavo piso. Tienen que llegar allí
sin despertar sospechas. En la Argentina de 1970 nadie despertaba
menos sospechas que un militar.
Por el contrario, despertó temor y reverencia. Dirigían el gobierno y eran
duros. El joven tomó una decisión brillante.
Subirían al octavo piso disfrazados de oficiales del Ejército Argentino.
Ellos no sabían (ya que desconocían todo o casi todo) que iban a terminar
su carrera vistiendo uniformes militares también. Pero eso no importa
aquí. Si no nos atamos al evento que es a punto de resolverse, si no
centramos nuestra historia en el secuestro del general, corremos el riesgo
de no terminarla nunca. Quizá porque lo que pasó ese día y lo que iba a
pasar en los días subsiguientes sigue ocurriendo, es algo vivo. Donde hay
tanto odio no puede haber cenizas sin fuego, un fuego que aún quema,
aún hiere o mata. La ejecución de Valle está viva en el corazón de los que
acabarán con Aramburu.
La muerte de Aramburu alimenta un odio sin límites por parte de
Fernando Abal Medina y sus asociados, autores de este crimen. Ni los
miles de combatientes, militantes y víctimas indefensas masacrados por
la dictadura
han logrado calmarla. A su vez, los crímenes de la dictadura han sido tan
atroces que traspasan las barreras de lo soñado posible de los hombres
en el reino del terror. Es difícil que esas heridas se cierren.
Difícil vivir con ellos. No es imposible, pero definitivamente es una tarea
ardua y onerosa. A menudo uno que es abrumador.
Pero eso depende de nosotros. Es irrelevante para nuestra historia. No es
eso lo que pensaba Fernando Abal Medina y sus compañeros aquel 29
de mayo de 1970. Tampoco Aramburu, ese general trazando sus planes,
buscando abrir en la Historia caminos que habían sido obstinadamente
cerrados, que él mismo había cerrado y ahora quería abrirse en busca de
aire fresco, un nuevo período de riesgos y transformaciones. Si él había
cambiado, ¿por qué los demás no podrían haberlo hecho también? Las
heridas del pasado, por muy graves que hayan sido, pueden y deben
cerrarse, o eso cree él, sumido en su error. Aunque todavía no lo sabe.
Uno de ellos, el que se llama Gordo Maza, sabe cómo caminan, cómo
miran, cómo hablan los militares: estaba en la academia militar. Todo el
que pasa por una escuela militar queda marcado por ella. Algo acerca de
estar en el ejército se le queda pegado por el resto de su vida. Algunos,
por ejemplo, caminan rígidos, con el trasero al aire. Algo más: nunca
pueden quitarse el hábito de ser madrugadores. Todo civil conoce el
dicho que caracteriza ese inquebrantable hábito militar: levantarse
temprano, pase lo que pase.
Fatty Maza le da lecciones al compañero que irá a buscar a Aramburu
sobre cómo parecer, si no ser, un soldado. El compañero se da cuenta
rápido. Él es así, rápido, y odia cualquier cosa lenta, pesada, prolongada,
incluso cualquier cosa compleja. Esto define lo que es: un hombre de
acción. Su nombre es Fernando Abal Medina, tiene veintitrés años y un
pasado tumultuoso. Ya es hora de que hablemos de él. Él es quien se
encargará de llevar a cabo la ejecución. Porque ese día, viernes 29 de
mayo, el general será secuestrado y a las 7:00 de la mañana del 1 de
junio, Fernando le apuntará al pecho con una pistola calibre 9 milímetros.
Desde aproximadamente un pie de distancia. No nos preguntemos si la
bala da en el blanco. Eso sería absurdo.
Fernando nació en 1947. Es importante señalar que pasó los primeros
ocho años bajo el primer gobierno de Perón. Como sabemos, ese
gobierno pretendía oponerse a todos los privilegios menos a uno, el de
ser niño. Los únicos con privilegios en la Nueva Argentina son los niños.
Fernando pasó ocho años como un niño feliz y privilegiado.
También es privilegiado de otra manera: pertenece a una próspera familia
católica. Es estudiante del Colegio Nacional de Buenos Aires.
Es alto, delgado, con un rostro cincelado y pómulos marcados.
También es notablemente inteligente.
Pero hay más fuego, más ardor en él que reflexión.
O piensa de tal manera que las ideas se convierten en tormentas para él,
de repente atrapando los acontecimientos, y esa brusquedad exige
acción, esa acción que viene de un temple pesado casi siempre terminará
en violencia. No es casualidad que a los catorce años lo encontremos en
el Movimiento Nacionalista de Tacuara. Allí se reencuentra con sus
compañeros del Colegio Nacional de Buenos Aires: Mario Firmenich y
Carlos Ramus. Los encontró balanceando una cadena y maldiciendo a
cualquiera que les pareciera inaceptable. Si era judío, mejor. Si también
fuera comunista. Sé patriota y mata a dos comunistas y a un judío.
Cambiarán. No todavía. Son parte de Tacuara en este momento. Les
gusta ser malos. Están de moda. Ellos no, Tacuara. Usan gel en el
cabello, peinado hacia atrás y plano. Conocen a Rodolfo Galimberti, quien
trabaja brevemente para la organización; es más joven que ellas, pero
también un tacuarense que nunca dejará el gel para el cabello.
Quién usará chaquetas bomber de cuero como Rommel. Hay un
comercial de televisión dirigido a ellos. Un anuncio de Glostora, el gel
para el cabello masculino de la época. Hay otra marca, Brancato. Pero
Glostora no solo echó el pelo hacia atrás, sino que también lo hizo brillar.
El comercial va así: un joven entra y se pasa la mano alegremente por su
cabello alisado, que parece un perfecto peinado Tacuara. Una voz en off
dice: “Glostora, como a ti te gusta, Juan Manuel”. El nombre de Juan
Manuel evoca a Juan Manuel de Rosas, un hombre fuerte del siglo XIX
admirado por los muchachos de Tacuara. Uno podría pensar aquí, están
perdidos. Simplemente van a ser otra pandilla de niños fascistas y
violentos con cadenas y guantes. Golpeadores de judíos, hostigadores de
comunistas, golpeadores de maricas, nada más.
No, nada en esta historia es lineal. Presuntamente asistirán a charlas
secretas y siniestras de un turbio cura, Julio Menvielle.
Quizás otro sacerdote, Sánchez Abelenda, no les sea desconocido.
Eso es más improbable. Podemos, con coherencia, inferir que una
educación política basada en la lectura de Maurras, Alfred Rosenberg y
Adolf Hitler no será adecuada para la militancia de izquierda que luego
emprenderán. El escaso o inexistente contacto con libros como Lecciones
de historia universal, El capital, El estado y la revolución o los Cuadernos
de Antonio Gramsci debió de resultar en errores que tendrán que corregir.
Mientras tanto, están más apasionados por Vivir peligrosamente de
Mussolini que por el maestro hegeliano.
dialéctica esclavista, de la que no son conscientes y probablemente
siempre lo serán. Se acercarán a Hegel leyendo a Clausewitz. Pero a su
debido tiempo. Será entonces cuando se vuelvan peronistas.
Todavía son parte de Tacuara. Les atrae la historia revisionista
nacionalista: los hermanos Irazusta, Ernesto Palacio, José María Rosa,
Carlos Ibarguren, Ricardo Font Ez curra. Jauretche también, pero
Jauretche es otra cosa. Es posible que hayan percibido en él, en su prosa
lúdica, lacerante y siempre polémica, el turbulento, proletario,
abrumadoramente verdadero sabor del Peronismo.
Sin embargo, los revisionistas sabrán despertar en ellos el amor a una
patria que siempre ha estado uncida a los intereses del Imperio Británico.
Agotado por enemigos desde dentro.
La burguesía comercial de Buenos Aires, los opositores ilustrados de
Rosas, los barones ganaderos enemigos de Juan Manuel. Eso sí, no son
ignorantes de Manuel Gálvez. Leían sus novelas, especialmente El
gaucho de Los Cerrillos. O Tiempo de Odio y Ansiedad. O La Ciudad
Pintada De Rojo. E incluso Así Cayó Don Manuel. Leyeron con avidez al
biógrafo del gran restaurador Rosas que Gálvez publicó con tanto
empeño en la década
de 1930 para que pudiera ser leído por obreros y oficinistas. Y lo leyeron,
lo hicieron, comprando la imprenta. El país ha vivido sometido al
liberalismo
masónico. La Revolución de Mayo lo dejó en manos de Inglaterra.
Rivadavia lo dejó endeudado. Facundo, el Tigre de los Llanos, se alzó en
armas desde el corazón de la Provincia de La Rioja. Fue derrotado por el
general Paz, un general de quinta columna formado en Europa,
especialista en las batallas de Napoleón. Los hombres de sotana negra,
los diablos que defendían un gobierno central, desterraron a Dorrego en
1828 con las tropas que trae Lavalle de la guerra con Brasil. ¡El ejército
libertador de San Martín se puso al servicio de los angloargentinos!
Asumió el oscuro y triste papel de la política interna. Entonces tuvo lugar
el gran crimen: la ejecución de Dorrego por un pelotón de fusilamiento. En
Navarro, Lavalle —asesorado por Juan Cruz Varela, Salvador María del
Carril y el cura Julián Segundo de Agüero— mató al glorioso coronel del
pueblo, líder de los derechos provinciales, Manuel Dorrego, varón santo.
De esta tragedia surge la figura vengativa de Don Juan Manuel de Rosas.
Gobernó el país durante veintidós años, 1830-1852, con mano feroz.
Durante estos años, la patria tierra era libre. Don Juan Manuel la defendió
de las villanías de los centralistas y los ataques de los británicos y los
franceses.
Creó la Mazorca, un grupo de gauchos hábiles para degollar e introducir
mazorcas en los años delicados y apretados de los centralistas, que
cagaban en francés, pero pedían clemencia en español. Finalmente, Don
Juan Manuel libró su batalla más gloriosa. El 20 de noviembre de 1847 se
enfrentó al invasor inglés, la más pura expresión del imperialismo. El
Restaurador puso cadenas en el río Paraná para que los extranjeros no
entraran

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timote

su carga a Paraguay. Era la batalla de la soberanía. El General Mansilla


forjó su defensa en el Recodo Obligado. A las 8:30 de la mañana de la
batalla, avistó la flota enemiga y lanzó una arenga que resonará para
siempre en el alma del nacionalismo argentino: “¡Ahí van! Considérese el
insulto a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin otro derecho que
el de la fuerza, las aguas de un río que discurre por el territorio de nuestra
patria.
Pero no lo lograrán con impunidad”. Un poco antes, Mansilla había
murmurado con arrogancia y truculencia: “¡Un enemigo que no puede
hacer el galope de una noche cree que nos va a vencer!”
Todo esto alimentó la arrogancia de los chicos de Tacuara. eran muy
joven y muy peligroso. Golpearon fuerte. Solían gritar: “¡Mazorca,
Mazorca, judíos a la horca!”. Pero la inmigración fue la segunda afrenta
a la patria, que se llenó de dagos, espiques y judíos. Se perdió la pureza.
El país seguía traficando o era devorado por la escoria del otro lado del
mar.
Eso llevó a los cachorros de dos puños, enemigos violentos de
comunistas
y judíos, a un frenesí de xenofobia de clase alta. Julio Men vielle siguió
llenándoles la cabeza de veneno. Y como si hicieran falta más, ahí estaba
Jordán Bruno Genta. Admiraban a Primo de Rivera. Dominaron el
sindicato
de la Facultad de Derecho. Una noche invadieron la cantina de la escuela
gritando ¡Viva el general Valle, el general Cogorno y el general Tanco!
Agitaron sus cadenas contra todos y cada uno. E incluso una mujer joven
que no tenía nada que ver con los tejemanejes recibió un disparo.

Sus vítores a Valle, Cogorno y Tanco muestran cómo


cerca estuvieron del peronismo. ¿Pero qué peronismo quieren?
¿Uno forjado por Genta y Valle? Hay que tener cuidado de no involucrar
demasiado a Fernando en todo esto. Él era muy joven. Firmenich,
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josé pablo feinmann

Ramus y Galimberti también lo estaban. Pero ahí es donde


comienzan. El fundador de Tacuara es un tipo llamado Joe Baxter.
Basta ver la más difundida de sus fotos para no sentir simpatía por él:
te mira con desdén, orgulloso y desdeñoso, como sólo un huevo podrido
podría hacerlo. Muere en un viaje en avión. En los años setenta, él y
Galimberti habrían estado demasiado juntos. Pero en este
antiimperialismo fascista los mejores, los que tienen verdadero talento,
pasarían a buscar una ideología más sólida, desvinculada del racismo,
estableciendo una diferencia entre la patria y el rancho (algo que el
nacionalismo oligárquico nunca hizo). ) y buscando personas reales
entre los trabajadores, las clases sujetas a la explotación capitalista. En
poco tiempo el horizonte era Cuba. Y hablaron más de Juan Domingo
Perón
que de Rosas.

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Fernando debió conocer al cura Carlos Mugica. Ahora todo
realmente comenzó a cambiar. El Movimiento Nacionalista Tacuara se
escinde del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara. El
demoníaco
cura Menvielle se enfurece y crea la Guardia Nacionalista Restauradora,
que
es como Tacuara o peor. Su sigla, porque estas cosas son importantes,
era ingeniosa y cruel: GRN. Es un gruñido. Menvielle y su Guardia son
felinos rabiosos listos para dar caza a comunistas, judíos y masones.
Fernando no. Nadie conoce a Carlos Mugica y sigue siendo el mismo.
Mugica ha convertido a Jesús ya la justicia social en hermanos. Era un
hombre de ojos límpidos; en el lado rubio; estatura mediana, no alta;
inteligente; sensitivo. La revolución no significó para él un atajo para
deshacerse de su hábito. Creía que Jesús había venido a traer la espada
y
no sólo la cruz. No sólo el amor, sino el amor que se expresa a través de
la
lucha. El único amor: el que nos lleva a amar a los desposeídos.

Imaginó un Cristo como el imaginado por Evita en un texto que nunca


conocerá, Mi Mensaje. Le hubiera gustado esta frase:
“Debemos convencernos de una vez por todas: el mundo
pertenecer al pueblo si nosotros, el pueblo, decidimos permitirnos
arder con el fuego sagrado del fanatismo. Quemarnos para
arder, sin escuchar el canto de sirena de los mediocres y los
josé pablo feinmann

imbéciles que nos hablan de prudencia. Se olvidan de lo que dijo Cristo:


'Fuego he venido a traer a la tierra y nada quiero más que que arda'“.

Estas palabras habrían sido vertiginosas para Fernando. Múgica


los encarnaba menos. La decisión esencial del catolicismo
revolucionario no le era ajena. La que mejor que nadie expresó Evita:
quemarnos para quemarnos. Pero Fer nando lo encarnó hasta el final.
Esa fue su vida. el estaba destinado
para que fuera así, y así fue. Fernando Abal Medina se quemó para
inflamar a los demás. Múgica le transmitió lo que no buscó en los grandes
teóricos del socialismo.
Porque no le bastaba quemarse para quemarse. Tienes que saber
cómo quemarte. Y, sobre todo, qué quemar. Mugica le habló del cura
guerrillero colombiano Camilo Torres. Le habló de la lucha armada.

Le presentó a los Sacerdotes del Tercer Mundo. habló con


el del peronismo. La Revolución Cubana. Incluso habló con
él sobre John William Cooke. Lo apartó del nacionalismo violento de
Tacuara. E incluso del grupo escindido, el Movimiento Nacionalista
Revolucionario de Tacuara, que tanto enfureció a Menvielle. Carlos
Mugica
le habló del pueblo y del amor a los desesperados. Le dijo que un
revolucionario no es un hombre que odia, sino un hombre que ama.

Y que ame, por encima de todo, a las personas. Ser revolucionario es


amar a los pobres, elegir por los pobres. También le dijo algo decisivo: los
pobres de nuestro país son peronistas.
Fernando ahora es parte del rebaño de Mugica. Años después, Múgica

será asesinado. Los servicios de información intentarán hacer


acusaciones contra la organización que fundó, junto con
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timote

sus amigos (los que van a secuestrar a Aramburu), Fernando y los


Montoneros. Colocarán carteles en el distrito comercial. Contienen
una imagen de Mugica rodeada de corderos.
Entre estos últimos están los lobos. Hay una frase en el cartel.
La oración dice: “Había lobos entre tu rebaño”.
Fernando nunca hubiera podido ser un lobo para Mugica.
Ni él ni nadie más entre sus amigos. Mugica probablemente fue
asesinado por los que colocaron los carteles por Buenos Aires.
Pero eso es más tarde. Mucho más tarde. Tanto es así que quizás
sea mejor no ocuparse de ello porque nos desviaría demasiado.
Anotemos esto: la infl uencia de Mugica es decisiva. Amor antes
que odio. Ama a las personas, lucha por ellas e incluso mata por
ellas. Pero no matar por odio, matar por exceso de amor y porque no
hay otra opción. Porque un país ilegal, antidemocrático, que pasa de
una dictadura a un gobierno civil obediente e ilegítimo y luego a otra
dictadura, asfixia a su juventud, que es pura de corazón, y la lanza a
la violencia. Ellos no son los culpables. No habrían elegido ese
camino, el camino de la violencia, en un país libre, democrático, sin
gente proscrita.

Son víctimas, pensará Múgica: los jóvenes cristianos han sido


lanzados a la violencia por la ceguera de quienes los gobiernan, por
la oligarquía, por los militares, por los malos curas, por la insensibilidad
de esa Iglesia contra la cual luchará por siempre en vano. Ahora
podemos ver cómo Fernando ha priorizado el mensaje de Mugica.
Porque amar al pueblo es odiar a los que lo explotan. Y cuanto más
amas al pueblo, más odias a sus explotadores.
Y cuanto más los odias, más necesario se vuelve
Mátalos.

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josé pablo feinmann

Por eso Fernando, esa tarde de viernes de otoño, ha decidido


matar al general Aramburu, el asesino de patriotas, el militar hecho
político, el político que busca una salida para el régimen, el régimen
que explota a los pobres, el régimen que hay que derrocar , arrancado
de raíz. Aramburu quiere encontrar una salida, pero con las mejores
maneras posibles, con inteligencia política, a la estructura del país
capitalista explotador. Y meter a Perón en esta vil aventura. Debe ser
tratado con dureza. Fernando no tiene dudas: hay que acabar con el
verdugo.
Esa es la única forma de salvar el país, de restaurar el país, y nuestra
dedicación lo hará posible. No queremos un régimen más amable o
con mejores modales. Siempre será lo mismo.
Siempre mostrará su peor cara cuando sea necesario. En pocas
palabras: no queremos ningún régimen. Queremos acabar con eso. No
queremos capitalismo explotador en nuestro país. Buscaremos otro
camino.
Ese camino es el socialismo igualitario. El camino de la justicia social.
Un país libre de pobres, de hambre, con educación para todos, libre de
patrones opulentos, sin oligarcas ni consorcios extranjeros. En Cuba era
posible, entonces ¿por qué no aquí? Aramburu, que buscaba una
burguesía ilustrada, que negociara con Perón y lo metiera en el régimen
del capitalismo democrático, con elecciones, parlamento, políticos y
sindicalismo —que son y serán siempre corruptos—
es nuestro peor enemigo. Porque es el más listo de todos.

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El hecho de que Emilio Ángel Maza tenga formación militar
es decisivo. Pero además de este conocimiento, debe ser visto
como un militar. Fernando es muy joven. Sin embargo, ha
practicado eficientemente. Resultó no ser demasiado arduo para
él meterse en la piel de un militar. Fernando, y hay que decirlo
una vez más, es el compañero ideal para una mujer de la
operación. La llaman Gaby y ella es Norma Arrostito, la mujer
Montonera. Una mujer al fin y al cabo, que con hilo y aguja altera
el uniforme de Fernando, que le queda demasiado holgado.
Había sido una niña, después de todo, jugando con muñecas,
vistiéndolas y haciéndoles ropa, y alterando la suya propia. No
es probable que haya estudiado costura como las mujeres de su
tiempo. Sería difícil imaginarla haciendo eso. Mírala ahora:
cosiendo la ropa de Fernando; ella es siete años mayor que él, y
han estado juntos durante dos. (¿No se ha dicho esto ya?) A ella

le gusta ser mayor que él. Admira la valentía y el ardor de Fernando, su


belicosi
niño.
Algo más sobre él: eso de Gaby admirar
Que lo desborde, que de vez en cuando su ardor se desborde,
que esté lleno de pasión, no son las únicas cosas que lo distinguen,
que lo hacen insólito, sorprendente como pocos hombres o nadie lo
es. Tiene otros ardores. Está loco por el cine. Conoció a Juan Villemot, su
josé pablo feinmann

Profesor de francés, en el Colegio Nacional de Buenos Aires.


Hablan de cine, sobre todo de cine europeo. Fernando es activo en
el Centro de Estudiantes, y ahí es donde comenzó a administrar el
Microcine de la universidad. Villemot le da un nombre: Bergman.
Fernando le propone organizar un ciclo. Comienza a ver películas.
El primero fue Verano con Monika. ¿En qué año habría sido eso?
Es probable que estuviera en segundo o tercer año de secundaria.
Digamos que fue en 1962. Harriet Andersson lo deja alucinado.
Qué mujer y qué hermoso es su cuerpo, qué atrevida, qué libre,
qué sin esfuerzo y sin vergüenza exhibe su cuerpo.
Siempre ve El Séptimo Sello. Descubre la Edad Media.
Le conmueve la intolerable proximidad de lo divino. ¿Cómo es
posible estar en la presencia de Dios, sintiéndose visto por Él
durante siglos? Fernando no quiere vivir bajo el peso de la mirada
de Dios. No quiere que Dios juzgue sus actos, ya sea que los acepte
o los condene. No quiere esa sensación de pánico. Y no cree que
Dios
debe asumir esta tarea ni que se la merece. Muerte. Él sabe

el eterno lamento de los hombres. ¿Por qué morimos, por qué


perdemos a nuestros seres queridos? Por qué Dios no nos defiende
de la Muerte, por qué nos deja en sus manos, por qué nos abandona
a su poder, por qué creó para nosotros un final tan amargo, tan
aterrador, nuestro, tan solitario. ? Está lleno de desdén por los
católicos que se quejan, los cobardes. Alguien como él, que no piensa
en ello porque no tiene miedo de morir, difícilmente podría quejarse
a Dios de la existencia de la Muerte. Añade Sonrisas de una noche
de verano. También Noche en el Circo. Y el que resulta ser su
favorito, Silence. Es un milagro que pueda conseguirlo. Acaba de
abrir y es un escándalo en Buenos Aires. Lo prohíben para los
espectadores.
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timote

menores de veintidós. Fernando tiene quince años. Pero Villemot habla


con un amigo suyo cinéfilo. Se las arreglan para resolver algo entre ellos
y
conseguir una copia. Así lo ve Fernando en la clandestinidad. Si bien es
cierto que la película lo cautiva y lo fascina, y mientras su admiración por
Bergman no hace más que aumentar, él no cree en el silencio de Dios.
Dios nos escucha, y en realidad sólo se trata de hablar con Él, de abrirle
nuestro corazón cristiano. Pero Él no siempre puede oírnos.

Debemos concederle su derecho divino de estar distante, sumergido en


Sí mismo, perdido en el abismo de la grandeza de Su propia Creación.
¿Por qué la presunción de que Él nos escucha o nos habla? Su tiempo,
que no es el nuestro porque pertenece al infinito y nosotros, seres
mortales
aterrorizados, insignificantes, no podemos acceder al infinito, es
demasiado
valioso. ¿Cómo podemos pretender que Él nos dedique algo de eso? Lo
cierto es que el mundo está plagado de injusticias. Pero ¿por qué
atribuírselo
a Él? ¿Por qué esperar que Él nos proporcione la solución? Dios nos dio
libre albedrío. para bien para mal Es una cuestión de elección. Un católico
auténtico cree en la oración. Fernando nunca se sintió solo en la oración.
Dios, a veces, lo deja turbado. Fernando no es sueco. No vive en un país
helado. El Vive en
el continente de la Revolución Cubana y es un ferviente catho
lic. No, Ingmar Bergman, Dios no es una ausencia. Puedes hacer
películas sobre esta base. Pero eso es todo. Dios está donde debe estar
y
cada vez que lo busco, allí lo encontrarás, en su lugar sagrado,
esperándome, abriéndome sus brazos. Oro para hacer mi camino hacia
Él.
Algunas noches, se arrodilla al lado de su cama, apoya las manos sobre
el cobertor y pronuncia palabras nuevas y sorprendentes, palabras que
nunca pensó que diría, palabras que no tenía idea de que estaban en su
corazón.
La oración, en Fernando, es pura. No es una negociación con Dios. Él
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josé pablo feinmann

no se arrodilla ante Él para hacerle peticiones. La oración debe ser


una forma pura de expresión de nuestra felicidad de estar vivos.
Tal felicidad nos servirá para nutrirlo. Cuando reza, Fernando no
le pide a Dios que lo libere de sus enemigos, sino del Mal. Que lo guíe
sin error en la elección del Bien. No pide protección para su pueblo.
Menos aún para sí mismo.
Él puede cuidar de sus enemigos por sí mismo. Por no hablar de
liberarse del pecado y elegir el Bien. Porque quiere ser él quien
decida de qué liberarse y qué elegir.
El que decide dónde está el Bien y dónde está el Mal. Y,
atrevidamente, el de correr el riesgo de confundirlos y equivocarse.
Dios no tiene por qué emprender la tarea de velar por su pueblo ni
por él.
“Señor, nunca cuentes con una queja mía. si mi fortuna
es adverso, es solo mío. Y si no es adverso, sigue siendo solo
mío. Soy Tu creación, no Tu responsabilidad de cuidar. Nunca te
abrumaré con quejas sobre mi destino. Tú, para mí, no estás ausente,
sino en Tu silencio. Tu presencia es abrumadora. Todo lo que existe
es su expresión. Tu silencio es una invención del egoísmo de los
hombres, tanto de los pequeños como de los grandes. Creen que
valen la pena que les hables. Tu les ahorras dolor. Todo egoísta es
un cobarde, pensando sólo en sí mismo, pidiendo sólo que nada le
haga daño, que nada le asuste, deseando escapar, por encima de
todo, del miedo a la Muerte. Si oye tu voz, si le hablas, se calmará.
Por eso cuestiona Tu silencio. ¿Qué clase de Dios no aplaca mis
temores, que no se dirige a mí con palabras dulces, que no me hace
saber que me protege, que me cuida, y que lo hará hasta el instante
final, el del

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timote

miedo supremo? Los que son grandes son egoístas y Tu silencio los
ofende. Bergman pertenece a esta raza, la de los que quieren hablarte
como a un igual. Porque son, o creen ser, dioses. ¿Qué clase de Dios es
ese que no me habla, que no se digna aparecer ante mí, que me ignora?

¿Me cree tan insignificante, valora tan poco mi talento, le resulta tan fácil
existir sin mí, no intercambiar siquiera algunas frases conmigo, ignorar mi
opinión, no saber si creer en El o no? Insatisfechos, ofendidos o
temerosos,
se quejan sin cesar. Jamás oiréis de mí ningún reproche, ningún lamento.
Tu presencia y Tu voz son el hecho irrefutable de la vida que me has
dado.
No tengo necesidad de buscarte en otros paisajes. En otras geografías.
Por el contrario, a veces estás demasiado presente. Tu voz, que los
demás
no oyen, me turba. Porque me preocupa la vida que burbujea en mi
sangre.
Esta vida, la que Tú me diste, suele ser demasiado para mí, me abruma.
¿Qué más necesito saber para creer en Tu existencia y expresarte mi
alegría?

Día tras día, mis oraciones serán siempre por esto, por expresarte mi
gratitud por ese hecho irrefutable: la vida que recibí de Tu hermético y
oculto poder. No necesito más. El resto depende de mí. Es mi libertad.”

A veces piensa que las palabras que elige para dirigirse


Dios sufre de solemnidad. Rápidamente descarta esta idea. Dios es
espléndido, imponente. ¿Qué otro idioma podría elegir?
No la que usa para hablar con sus amigos o con sus profesores. A
menudo, en años anteriores, le habló en latín. Sus oraciones recurrían al
lenguaje de Cicerón, Petronio, Horacio. Finalmente renunció a este
tedioso
hábito. Se pregunta ahora si
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josé pablo feinmann

no debería usar la forma coloquial argentina de “usted”. Le


entretiene imaginar el resultado: Te estoy rezando en argentino,
Señor. Porque soy argentino. Porque soy de Buenos Aires.
Porque me entenderás mejor si te hablo en el idioma de Buenos
Aires o porque no me vas a entender ni a escuchar nunca y sabes
que no importa.
yo. Lo único que me importa es decirte lo que siempre te dije.
Ya sea que te lo diga en latín, en español elegante o en Buenos
Aires argentino: no te preocupes por mí. Soy Tu creación y eso me
basta para venerarte. Si desea permanecer en silencio, no hable. Si
alguien está a cargo de su vida, eres Tú. Solo Olvidame. Me
preocuparé por mí. Porque deseo ser libre y hasta luchar por la
libertad de los demás, los oprimidos, los explotados, los pobres.
Nunca te preguntaré por qué hay tanta hambre, tanta miseria en este
mundo. Porque sé por qué: está tan lleno de hijos de puta. Te voy a
confesar algo:
hay quienes creen que Tú estás de su parte. Sobre el

lado de los hijos de puta. Te oran en las mejores iglesias porque


tienen el dinero para construirlas. Ellos creen que halagarte, construir
catedrales para Ti, es capturar Tu corazón.
Otros creen que los poderosos, ofreciéndote sus riquezas, pueden
pedirte ayuda y la recibirán. Otros son aún peores: no sólo los
ayudarás, sino que eres uno de ellos. Que Su corporación es el
Vaticano. Ellos no entienden. Ellos no saben la verdad. Lo que tenías
que hacer, ya lo has hecho. Ahora, la guerra es asunto nuestro.

Villemot lo acompaña a hablar con las autoridades del colegio.


Fernando solicita el permiso necesario para mostrar la

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timote

Ciclo Bergman. Casi lo echan. ¿Cómo puede él, Abal Medina, atreverse a
tal cosa? ¿De dónde sacó esa idea?
¿Qué está pensando? ¿Quiere envenenar a sus compañeros de
estudios?
“¿Que quieres que haga? ¿Mostrar películas tontas? ¿Películas de
Hollywood? ¿Quieres un ciclo de Doris Day?
“Nos estás insultando”.
“Y nos estás tratando a mí y a mis compañeros como un paquete
de idiotas.”
Villemot y los ilustres católicos de su familia lo salvaron de la expulsión.

El ciclo de Bergman se derrumba. Días después, Villemot le dice: “No


te rindas, Fernando. Y no tomes partido. Truffaut y Resnais y Godard
admiran
las películas de Hollywood”.
“Profesor, se está burlando de mí”.
“No, estoy proponiendo que hagamos un ciclo de westerns. Tienes
ver las películas de John Ford, Fernando. Los buscadores.”
“Odio a los yanquis y sus películas estúpidas, profesor. Ellos son
basura imperialista. Eso seguramente sería envenenar a mis compañeros
de estudios. ¡Imágenes de vaqueros! ¿Recuerdas esa con Gary Cooper?
La glorificación del héroe individualista. Una ciudad

de cobardes y un valiente alguacil. ¿Quieres que te muestre eso? Tú


¿Quieres que le diga a mis compañeros de estudios que las sociedades
están formadas por mariquitas? ¿Maricones que se esconden en sus
casas
a la primera señal del enemigo? ¿Que sólo el sheriff es valiente y tiene
cojones para enfrentarse al Mal? Lo siento, profesor. Eso no es para mí.”
El profesor Villemot es un hombre sensato. el no quiere a fer
nando quedar atrapado en ciertas ideas. Le gustaría verlo más abierto.
Menos dogmático. El cine es más que Bergman.

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josé pablo feinmann

Los yanquis pueden ser imperialistas, y él cree mucho menos en


ese axioma que su estudiante rebelde, pero crearon cine. Ah, si
pudiera hablarle de Billy Wilder.
“Fernando, esa película que tanto te disgusta se presta para otras
lecturas Fue escrito por un gran guionista perseguido por McCarthy.
Su nombre es Carl Foreman y su nombre está en la lista negra. El
pueblo tiene razones tan válidas como las del
alguacil. Por eso es una tragedia. Todo el mundo tiene razón. Los
motivos de todos son válidos. Deben tenerse en cuenta. ¿Quieres
que te diga qué es la tragedia? La lucha entre lo justo y lo justo. No
lo olvides nunca, Fernando. Y esta es sólo una de las decenas de
lecturas posibles de esa obra maestra que dura escasos ochenta
minutos. Ochenta y cinco como máximo.
“Lo siento, profesor. Quizá tenga otras lecturas. ¿Pero sabes
que? Lo mío es lo que es importante para mí. Y disculpe, pero me
limpiaré el culo con los demás.
Villemot se rinde.

60 | |
Hay problemas, pero los superan. Reparadores
de la empresa de luz o de la empresa de gas empiezan a hacer unos
trabajos
en la calle Montevideo. Se enfadan. ¿Porqué ahora? Pero no pierden
tiempo
en encontrar un lugar en el que no se rompa el pavimento. Todo está
cuidado. El camino a Aramburu está despejado.
Casi no tienen miedo, son inquebrantables: todo saldrá bien. Tienen
una casa de seguridad en Villa Urquiza. De ahí han partido desde hoy,
partiendo en busca de su objetivo. Que
La casa de seguridad central está en la esquina de Bucarelli y Ballibián.
Hay algunos buenos cines cerca. Cines de barrio que luego serán
barridos
por los multicines de los centros comerciales. Entras en un cine de barrio.
Pero no en uno en un centro comercial. Entras en el centro comercial.
Una
vez dentro buscas la película. Villa Urquiza es un barrio de clase media-
baja,
formado por gente trabajadora que abre temprano sus comercios y que
vive
del crédito que les dan las cooperativas. Está cerca de Saavedra, el barrio
que hizo famoso Leopoldo Marechal. Los Montoneros tienen un
laboratorio
fotográfico allí. Salen en busca de su presa. Que Aramburu sea su presa
convierte la aventura en un abrumador acto de historicidad. Omitamos
algunos de los detalles. Lo importante es lo siguiente: el asiento trasero
de
un Peugeot 404 lo ocupa Gordo
josé pablo feinmann

Maza con su uniforme de capitán y Fernando, que viste el


uniforme de primer teniente, sabe de memoria hablar, moverse
y hasta pensar como un militar. Han establecido algo. Una
decisión férrea y unánime: si algo sale mal, si todo sale mal, si
tienen que morir, morirán. Hagamos una pausa aquí. Saben que
pueden morir. Que cualquier error es suficiente para matarlos. ¿Qué
les lleva a aceptar, asumir un riesgo tan extremo, el más extremo
de todos? ¿Qué saben de Valle y los fusilados en José León
Suárez? Poco. Sólo han leído Operación Masacre de Walsh y
Mártires y Verdugos de Salvador Ferla. ¿Es suficiente una lista tan
pequeña de libros para que se jueguen la vida? Dejémoslo claro:
nadie puede decir que solo consultó algunos libros. No hay otros.
Si los hay, están en algún sótano, escondidos.

El asunto de Valle y la masacre de José León Suárez, por ser el


capítulo más oscuro de la Revolución Libertadora, ha sido
sistemáticamente silenciado por los maleantes que gobiernan el
país. Sólo dos personas honorables —un peronista, como Ferla, y
un escritor que ha comenzado a trazar su poderoso destino, como Walsh

han osado enfrentarse al gran crimen secreto, ese crimen que la
complicidad de todos, de todos, ha condenado a no existir. Pero
estos jóvenes no se alimentan sólo de libros.
Estos jóvenes han sido labrados, cuidadosamente construidos
por quince años de dictaduras y farsas militares y civiles.
Onganía es una persona abominable, intolerable. Que ese
troglodita esté al mando del país es una afrenta al pueblo argentino.
Es más, cuando cae, tras proclamar la pena de muerte, un oscuro
general de los Estados Unidos, un militar

62 | |
timote

hombre tarario que nadie conoce, será anunciado por televisión


a las seis de la tarde. O antes. O después. Le dicen al país que
hay un nuevo presidente y el país se sobresalta al enterarse por
televisión. Eso es una afrenta. Un gesto torpe. Risas autoritarias
de los cuarteles. El país no solo no votó, sino que no eligió a sus
candidatos. Nunca habíamos visto la cara de este tipo antes.
Los generales lo habían elegido. Esa es la última gota en esta
república bananera. Mientras tanto, el líder que convocó a millones
de votantes sigue vetado. Y esa prohibición tiene otra poderosa
causa: la Doctrina de la Seguridad Nacional. Del peronismo pueden
salir muchas cosas. Pero como contaba con el apoyo abrumador
del pueblo, el peligro marxista acechaba en su seno. Y ese peligro,
en plena Guerra Fría, era la obsesión de Estados Unidos. Fue el
imperio el que también dijo tener cuidado con Perón. Los pobres
lo aman demasiado. No importa lo que piense, es un peligro para
la democracia occidental. Porque creemos que los líderes guían a
la gente. Pero también son las personas las que colocan a los
líderes en caminos que estos últimos no están dispuestos a seguir.
Impulsados por las masas y temerosos de perderlas y para
conservar el poder que les ha sido confiado, asumen el papel que
sea necesario, y si es marxismo, así es. Más aún en un continente
sacudido por la Revolución Cubana. Por el Che Guevara y su
teoría sobre esa Revolución como la vanguardia de todas, el
modelo a seguir, y una historia posible en cualquier lugar, en toda
América. ¿Qué hará Perón, astuto como es para tratar los hechos
como le son presentados, hechos en su mayoría, sabiendo
agarrarlos y hacerlos suyos? No hay forma de saberlo. Tan
desconocido como peligroso.

| | 63
josé pablo feinmann

Los jóvenes que suben a bordo para ir en busca de Aram buru


podrían preguntarse al preguntarse ¿No es eso una forma de violencia?
Privarnos de nuestros derechos políticos más básicos, ¿no es eso una
forma de violencia? ¿Quién fue el responsable de la violencia, nosotros
o su odio, el país encerrado que creó después de los eventos malditos
de 1955? Estamos a punto de secuestrar a Aram Buru. Pero la violencia
no comienza aquí. No seas tonto y deja de mentir. La violencia comenzó
contigo el 16 de junio de 1955, cuando bombardeaste una ciudad
expuesta e indefensa. Y luego seguiste con Valle y sus compañeros. Los
sacrificados en los basureros de José León Suárez. Felipe Vallese a
quien
usted “apagó” bajo tortura. Asesinos. Villanos. Asesinos que pretenden
ser campeones de la democracia. Ahora escuche esto: hoy se lo llevamos
a Aramburu y lo vamos a someter a la Justicia Revolucionaria. Algo que
no harías por Valle ni por los que masacraste en José León Sánchez. Si
lo encontramos culpable, lo vamos a matar. Pero no vengas a decirnos
que somos respon

responsable de la violencia. El era el indicado. el y todo el retro


militar de grado que masacró a ciudadanos indefensos en 1955. Fue
entonces cuando comenzó la violencia en lo que a nosotros respecta. De
eso lo vamos a acusar. Dirá que eran aviones de la marina y que no sabía
nada. Sabremos rechazar esa especie de comadreja. Si espera salvarse
con eso, está equivocado.
El golpe de septiembre surgió de las bombas de junio. Tiranía, de ese
golpe. Con diferentes máscaras, ha sido el caso desde entonces y
tienes toda la intención de persistir de cualquier manera posible. ¿No
tiene el pueblo derecho a levantarse contra la tiranía?
Ahora surge aquí un punto muy complicado. alguien debe
Haz la pregunta. Alguien tiene que preguntarles a esos veintitrés,

64 | |
timote

jóvenes de veintidós y veintiún años que les dijeron que son los

gente”? (Tal vez nos estamos adelantando. Es posible, casi
inevitable, que Aramburu, por astuto que sea, les haga esta
pregunta posteriormente. Pero tiene que hacerse aquí.
Es demasiado importante.) El pueblo tuvo su voz en la rebelión de
Córdoba. ¿Pero quien eres tú? ¿Quién os ha hecho delegados del
pueblo? ¿Con qué prestidigitación se apropia de algo tan complejo
como la “justicia popular”? ¿Cómo se puede encarnar al pueblo si el
pueblo se va a enterar de la muerte de Aramburu en los periódicos?
¿Hubo al menos una reunión masiva? ¿El pueblo los delegó como
sus representantes? Presionemos el punto, ya que no hay razón
para que sea fácil. Si matas a Aramburu, ¿por qué milagro de la
historia se convertirá en un acto de “justicia popular”? A nadie se le
ocurriría negar que la nación peronista odia a Aram buru. ¿Pero
también odian a Rojas? Pero, ¿por qué no castigarlo a él también?
Ciertamente, la nación peronista no sabe que Aramburu es el
respaldo del régimen. ¿Les dijiste? No, lo sabes.
Eres la vanguardia. La vanguardia siempre sabe más que el pueblo.
Por eso es la vanguardia. Pero ese “saber” condena a la vanguardia
a actuar al margen del pueblo. Para distanciarse de ellos. Ese
distanciamiento es peligroso. Produce un resultado paradójico ya
menudo trágico: el pueblo no sabe lo que sabe la vanguardia; la
vanguardia no sabe lo que sabe el pueblo. Y como no saben, no
saben lo que quieren. ¿Quería la nación peronista la muerte de
Aramburu? ¿Querían siquiera la de Rojas, alguien a quien odiaban
más? ¿Conoces a la nación peronista, ese pueblo al que tanto
invocas?
Ustedes son jóvenes de clase media alta, que estudiaron en el
Colegio Nacional de Buenos Aires, que son ultracatólicos
| | sesenta y cinco
josé pablo feinmann

y suscriben a un nacionalismo reaccionario, que son —aunque ustedes


lo ven como una virtud y tal vez hasta cierto punto lo sea— también
joven, ¿qué sabe de la nación peronista? Sin duda, usted sabe algo.
Pero, ¿basta hacer justicia en su nombre matando a alguien? Estas son
preguntas incómodas y son incómodas porque son las que deben
hacerse. Son preguntas con mucho en juego. Avancemos un poco: estos
jóvenes probablemente no representan al pueblo ni ejercen ningún tipo de
justicia popular. Pero el acto que están a punto de cometer ha sido forjado
por una trama histórica compleja. No es un acto cualquiera,
independientemente de cómo decidamos referirnos a él. Si decidimos
categorizarlo. Pero por eso elegimos la ficción. La ficción no juzga. Es el
instrumento más impecable creado por el hombre para la expresión de la
complejidad de la existencia. Quizá no exista ningún concepto que pueda
captar

y agotar el crimen en Timote. El caso Aramburu es el


creación de toda una trama histórica, de todo el desarrollo de los hechos
que confluyen en aquel 29 de mayo de 1970, y cuyo principal
creadores han sido los que lo consideran una abominación. Eso
estaba en el espíritu de los tiempos. Expresa el contexto en el que se
desarrolla la historia. El asesinato de Rucci es un asesinato sin otra
lectura
posible. La palabra “asesinato” lo expresa completamente, lo contiene.
Tiene lugar en un país cuyo líder mayor ha sido consagrado por el pueblo
(y aquí, sí, el pueblo) con más del 60 por ciento de los votos. Aramburu
muere víctima de la estupidez, del odio, de la violencia de su propia clase.

Muere en medio de un pueblo que está harto. En medio de una


dictadura reaccionaria fruto de la política retrógrada que la instauró. Esa
política tiene ahora quince años.

66 | |
timote

Quince años en los que el peronismo fue prohibido, prohibido,


calumniado. Quince años de gobiernos militares o gobiernos civiles
títeres que se han aprovechado del gobierno para beneficiarse de la
prohibición contra el peronismo y su líder.
¿Qué buscaban ganar? ¿Crear por su cuenta un país que niegue la voz
de
las mayorías, que se burle de ellas, que difame a su líder, que convierta la
democracia en una farsa abominable? Está creando exactamente lo que
creó Argentina: la respuesta violenta de una juventud harta de políticos y
militares mentirosos e ilegales.
Sólo queda la violencia cuando la tiranía persigue obstinadamente su
propia ceguera.
Nos detenemos aquí. No dejaremos de volver a estas complejidades,
a esta historia oscura y turbia. No a uno que es impenetrable, sino a esa
impenetrabilidad, que es en sí misma ardua y frecuentemente
descorazonadora: cuanto más la penetramos, más compleja se vuelve,
eludiendo para nosotros la posibilidad de una sola certeza, una sola
certeza.
totalización que pondrá fin a la incesante destotalización.
Continuemos.

| | 67
Hay algunos detalles menores que añaden tensión a la historia. Los
ignoramos,
dejándolos a un lado. Nos estamos concentrando en lo esencial. Eso que
no puede
dejar de ser narrado. Pero, ¿por qué privarnos de algunas cosas que
podrían
ocurrir? Si añaden tensión o no a la historia es secundario y no tiene
importancia
para nosotros. ¿Y si lo enriquecen, le dan sustancia, densidad? ¿No
serían, en ese
caso, parte de lo esencial? Además, ¿qué es lo esencial? Por ejemplo, un
tipo alto
y fanfarrón podría haber aparecido en la biblioteca, un conserje, un
profesor de
matemáticas, un tipo miserable con un corazón de hielo, en parte asesino,
en parte
engreído.

“¿Qué están haciendo ustedes aquí?” pregunta irritado y suspicaz.


voz cious.
“¿Qué pasa?” Fernando dice rápidamente. “Desde cuando es
¿Este lugar está fuera de los límites?

“Podría jurar que nunca te he visto antes”.


“De la misma manera, nunca te hemos visto antes”.

“¿Yo? Soy un maestro aquí.

“Aquí éramos estudiantes y todavía venimos a buscar


cosas claras.”
“Hay mejores lugares.”
No en lo que a nosotros respecta. Tenemos nuestra educación en esto
escuela. Es como nuestra casa”.
timote

El asqueroso alto y bocón se calma.


“Eres nostálgico”, dice.
“¿Hay algo malo con eso?”
“No. Yo también.”
“¿Y cómo demuestras tu nostalgia? vas de vez en cuando
y luego al burdel donde lo hiciste por primera vez?
El chico no puede creer lo que escucha.

“¿Qué dijiste, pedazo de mierda?”


Fernando saca un .45.
“Mira, camarón, sal de aquí ahora o te vuelo la cabeza. Y si vas a la
policía, te rastrearé y cuando te encuentre, serás carne muerta. Así que
mantén tu nariz limpia, chico.
Entraste en la guarida del león como un tonto de mierda. Si quieres
salvar el pellejo, vete, no vuelvas y mantén la boca cerrada durante
dos años. Al menos.”
Le quita el seguro a la pistola. Él gruñe: “Lárgate, turd”.
El camarón desaparece y nunca más se supo de él.
Sabemos más sobre Fernando que antes. Él es helado.
Pero tiene un fusible corto. Cuando se enoja, la pasión lo consume. Y
ahí es cuando salen las armas. Le gustan las armas. Tanto como dormir
con Gaby. Incluso se podría decir más. Pero no es una cosa segura.
Digamos, más o menos. Disparar un tiro es como follar para él. Un
disparo, una descarga. El disparo trastorna y la descarga quema. Como
un orgasmo.
Alguien podría decir que no debería haber sido tan en tu cara
con ese tipo. No debería, no podía. Bueno, sí que podía. Alguien
podría decir que no tenemos pruebas. Diablos, ¿qué pasa? ¿Alguien
tiene pruebas de algo? Alguien podría decir que debería haber sido
más cauteloso. Que no debería haber tomado su arma
| | 69
josé pablo feinmann

afuera. ¿Y si no hubiera otra manera? Firmenich lo define como


intrépido. ¿Qué hace y deja de hacer alguien que no tiene miedo?
Firmenich dice que no pasó nada grave mientras estuvieron en el
Champagnat. ¿Y si esto no le parecía serio? No perdamos el tiempo.
En lo que a nosotros respecta, el episodio es realista y se burla de
lo que podríamos llamar el estilo de Fernando. Se vuelve loco de
vez en cuando. Pierde su agarre. Es helado, pero excitable.
Sí, las dos cosas son posibles. No obstante, si lo prefiere, podemos
acortar el episodio, hacerlo más realista. Déjalo para otros en el
camino y eso nos parecerá aún más loco, más fruto de nuestra
imaginación que reflejos de la realidad. Insistamos: ¿De qué estamos
hablando cuando hablamos de reflejos de la realidad? ¿Qué realidad?
¿El que cuenta Firmenich? Por favor, puede creernos más que a
Firmenich, más nuestra legítima ambición de proponer episodios
realistas basados en nuestra larga experiencia como novelistas que
las improbables, posibles o más que posibles mentiras tácticas de
Firmenich, que no buscaba el verdad, ni le importaba darla, sino una
versión de los hechos que le daría lo que necesitaba: la prohibición
de la Causa Peronista. Necesitaba esta prohibición para demostrarles
a las hermanas débiles que habían sido abandonadas una vez
clandestina la organización que la militancia superficial era imposible
para los montoneros, que la clandestinidad era algo impuesto y que
no había otro camino para ellos. “El mayor de nuestros errores
políticos”, diría Roberto Perdía. Sabemos quién: la persona que
compartió liderazgo con Firmenich. Así relata Firmenich la muerte de
Aramburu en septiembre de 1974 en la revista de la organización.
Dirá que la historia también es de Norma Arrostito. Sale en forma de
inter-

70 | |
timote

vista. Nada parece muy claro. Arrostito negará su participación. Lo


importante
es lo que sigue: lo único realista
sobre la tragedia en Timote es una versión contada por Firmenich. No hay
otro.
Como si no estuvieran dispuestos a abandonar un ancla segura, los
historiadores
lo han seguido con respeto palabra por palabra.
La palabra de Firmenich. Proponemos lo contrario: la versión de
Firmenich es la
versión de Firmenich. Esto solo sería suficiente no solo para desconfiar
de él,
sino para encontrarlo falso. No hay, por tanto, nada realista en la tragedia
de
Timote. Lo único realista es la ficción.
Por otro lado, hay cosas que nos presentan sin problemas. Lo más
improbable del episodio del imbécil que entra en la biblioteca es que
Fernando
sacó su 45.
Eso lo expone demasiado. Se delata como un tipo con un arma en la
biblioteca.
Algo inusual. El idiota, si eso es lo que realmente es, en lugar de salir
corriendo
asustado, va a la policía y los entrega. Cambiemos las cosas. Digamos
que
sucedió esto
camino:

“Podría jurar que nunca te he visto antes”.


“De la misma manera, nunca te hemos visto antes”.

“¿Yo? Soy un maestro aquí.

“Aquí éramos estudiantes y todavía venimos a buscar


cosas claras.”

“Hay mejores lugares.”


No en lo que a nosotros respecta. Tenemos nuestra educación en esto
escuela. Es como nuestra casa”.
El asqueroso alto y bocón se calma.
“Eres nostálgico”, dice.
“¿Hay algo malo con eso?”
“No. Yo también.”

| | 71
josé pablo feinmann

“Nos vemos en algún momento”.


“No es un accidente. Este es un lugar encantador para buscar libros.
Para sacarlos y leerlos en paz”. Los chicos se relajan.
Se da la vuelta lentamente. Antes de irse, dice algo así como una broma:
“Espero que encuentres lo que estás buscando”.
Fernando dice con una sonrisa ganadora: “Nosotros también”.

El tipo se va.
Sí, posiblemente esto sea más realista. Además, Fernando le dice al
chico que esperan encontrar lo que están buscando sin molestarse con
ningún libro, excepto que, de repente, hay uno. “Estamos buscando un
libro
que tal vez no recuerdas o ni siquiera conoces, imbécil”, dice algo alegre.
Estamos buscando El libro negro de la tiranía. Ese libro y Aramburu son
lo
mismo.
Hay una pausa. Tiempo muerto. Pero la decisión se toma rápidamente.
Fernando dice: “Vamos”.
Cruzan la calle en busca del pistolero de derecha.
¿Volverán? No se puede negar: todo es fácil. No será un día heroico.
Nadie los está esperando cuando emergen con su presa. No tendrán que
abrir fuego para pasar. No tendrán que huir de un enjambre de patrulleros
que los persiguen, ensordecidos por el sonido de las sirenas de
emergencia,
saltándose los semáforos en rojo, atropellando a uno que otro peatones,
unos
pobres tipos que no los vieron a tiempo. . Nada como eso. Es su día de
suerte.
Las cosas resultan como si una llave mágica les abriera todas las puertas.
Cualquiera de ellos podría pensar que los dioses de la revolución están
de su
lado. No nos preguntemos quiénes son los dioses de la revolución. Ni
siquiera
lo saben.

De repente, si hemos mantenido nuestra perspectiva en la calle,


72 | |
timote

pasa algo increíble, pero para eso están: Aramburu sale por la puerta
de la calle Montevideo. No está solo, por supuesto. Fatty Maza está con
él, todo amigo, con su brazo alrededor de sus hombros. Incluso parece
que le está dando palmaditas en la espalda como un viejo amigo.
Fernando
lo sujeta firmemente por el otro brazo. Y hay una tercera persona,
también
militar, que está con ellos, caminando tres o cuatro pasos atrás. No tienen
prisa. Es un día cálido y luminoso. ¿Por qué no salir a dar un paseo?

Pero, espera un momento, ¿cómo llegamos aquí? ¿Cómo lograron que


Pedro Eugenio Aramburu saliera de su casa?
Fernando y Gordito Maza llegan al octavo piso. Fatty es la viva
imagen de un militar. Fernando, no tanto. Pero tiene una metralleta
debajo
de la chaqueta. Nadie diría que no está preparado para lo que pueda
pasar. La chaqueta es verde oliva. El otro tipo se queda atrás, como si
vigilara el ascensor.
colina. Nadie sabe su nombre. Pero lo hacemos. No porque hayamos
hecho
él arriba Es solo porque sucede que lo sabemos. Él es quien pronto
terminará en la prisión de La Calera. Él es quien verá morir a Fatty Maza.
El que acabará con una herida grave en la columna vertebral. Su nombre
es Ignacio Vélez. No durará mucho en los Montoneros. No vamos a poder
aguantar el liderazgo de Firmenich. Muchos años después, ya en el siglo
XXI, lo escuchamos decir en una pastelería de la esquina de Coronel
Díaz y Santa Fe: “Lástima que quien terminó hablando por todos fue
Firmenich. Te lo juro, Manolito era un tonto. Ahora está aquí. Hace
guardia
fuera del apartamento, cerca del ascensor.

Tocan el timbre. Contesta la esposa de Aramburu. “¿Sí?”

| | 73
josé pablo feinmann

Somos oficiales del ejército, señora. Estamos aquí para hablar con el
General.”
O es tan ingeniosa o tan confiada o tan alejada de la verdad, tan
alejada de lo que representa su marido y de los riesgos a los que podría
estar
expuesto, que reacciona con la amabilidad tranquila y generosa de una
dama
británica. Además, en 1970 la gente estaba más dispuesta a abrir sus
puertas
que ahora, entre otras razones, porque Aramburu aún no había muerto.

“Mi marido se está bañando. ¿Puedo servirle una taza de café?

Los “oficiales del ejército” aceptan. Sale Aramburu. Parece estar de


buen humor. Bebe una taza de café con estos jóvenes en brazos. Él les
pregunta algo simple. Ella tendría
había que preguntarles.

“¿Para qué estás aquí? ¿Qué superior te dio la orden?


“Usted no tiene guardaespaldas, General. Nuestros superiores pensaron
que no era una buena idea y nos enviaron a cuidarlo. De ahora en
adelante,
considéranos tus guardaespaldas.

Aramburu les agradece. Fatty Maza es la última en hablar.


Aramburu lo mira y le dice, tratando de ser relajado y amable: “Tú eres de
Córdoba, ¿no?”.
“Sí, general”, responde Fatty Maza.
De repente, la esposa dice: “Me tengo que ir”.
“¿A dónde vas?” pregunta Aramburu, sorprendido.
Tengo algunos recados que hacer. No tardaré. te estoy dejando
en buenas manos. Ustedes, los militares, se sienten mucho más
cómodos.

juntos.”
La mujer se va. Ni Fernando ni el Gordo Maza se plantan. Eso debería
haber llamado la atención de Aramburu. Sin embargo,
74 | |
timote

parece más preocupado por la repentina partida de su esposa. Nadie dice


una palabra. Nadie sabe qué decir o nadie quiere decir nada. Se miran el
uno al otro, como si cada una de las partes estuviera tratando de
distinguir a la
otra. Cuando sale, la esposa no ve a Ignacio Vélez, quien se esconde
detrás de
las escaleras.
El rostro de Fernando se endurece. El General lo nota. Preocupado,
él pregunta: “¿Y dónde vas a tomar las estaciones?”
“Donde usted diga, general”, dice Fernando.
“Confío en que no será dentro del apartamento”.
“Si es lo que quieres. Si no, de lo contrario”, Maza
dice.
Aramburu toma un sorbo de su café. Lentamente pone la taza en
la mesa. Su mano no tiembla. Mira a Fernando. “Decir
yo, oficial, ¿cuántos años tiene?
“Edad suficiente.”
“¿Suficientemente mayor para qué?”

“Para protegerlo, general, por supuesto”.


“Por supuesto”, repite Aramburu. “¿Por qué dejaste que mi esposa se
fuera?”
“¿Por qué no lo haríamos nosotros?” dice maza.

“¿Y si ella se diera cuenta? ¿Y si fuera a pedir ayuda?


“¿Y por qué ella haría eso?” Maza dice, la inocencia en todo su rostro. “Tu
esposa fue muy educada. ¿Crees que nos confundió con los malos?

“Tú .

. . “, comienza a decir Aramburu.

Fernando se pone de pie. Él dice con dureza: “General, si permitiéramos


que tu mujer se vaya, es porque no tenemos nada en contra de ella.
Maza lo mira sorprendido: se le ha caído la máscara. Asi que
¿rápidamente? ¿No hubiera sido mejor esperar un rato? ¿No sería así?
| | 75
josé pablo feinmann

¿Ha sido posible sacar al general al exterior sin que se dé cuenta de


nada?
No. Fernando no apresuró las cosas. Aramburu no era tonto. Tan pronto
como
preguntó por qué dejaron que su esposa se fuera, les hizo saber que lo
sabía.
No eran oficiales del Ejército Argentino.
“¿Tienes algo contra mí?” pregunta Aramburu.
“No podemos decir eso ahora”, dice Fernando.
Aramburu comienza a tomar otro sorbo de café.
“Es suficiente”, dice Fernando.
“Creo que voy a necesitar un guardaespaldas para cuidar mi cuerpo
contra ti”, dice Aramburu.
“Es demasiado tarde. Deberían haberte dado uno antes de que
llegáramos.
“Se me acabó la paciencia, señores”, dice Aramburu. “Qué
¿Quieres? ¿Que eres después? ¿Que necesitas?”
Fernando dice: “Solo usted, General”. Se abre la chaqueta y
saca la metralleta. “Te vienes con nosotros ahora”.

“¿Dónde?”
Ya basta de hablar. En caso de que no te hayas dado cuenta, te
estamos secuestrando.
“Estás loco”, afirma Aramburu con voz dura.
“Nuestra salud mental es nuestro negocio”, dice Fernando, y agrega:
“¿Es tan sorprendente que alguien pueda secuestrarte? Primero, estás
conspirando contra el gobierno. Onganía, seguro que Imaz lo sabe.
Segundo, ¿piensas que tu historia es tan inocente? ¿Tan improbable que
haya provocado un odio permanente? Usted sufre de un exceso del
pasado,
General. Uno puede morir por eso”.
“¿Qué posibilidad has elegido para mí?”
“Este no es el momento de tratar ese tema. Sígueme,
General. Si intentas algo, te mato. Es así de simple. Sólo

76 | |
timote

entiende esto: no tengo miedo de morir en esta operación. Esa es la


primera
decisión que tomé cuando la emprendí.
“Le das poco valor a tu vida”.
“Mi vida vale mucho”.
“¿Y estás listo para dármelo solo para que me vaya de mi casa?”
“Lo estoy secuestrando, General”.
“¿Planeas pedir un rescate? No tenemos mucho que podamos darte.

“No soy un delincuente”.

“Cualquiera que secuestra es”.


“No digas tonterías. ¿O tengo que decirte quién eres?
Esto es un secuestro político”.
“Entonces obtendrás aún menos. Soy un general retirado. Tengo
sesenta y siete años. Vivo de mis recuerdos y no soy importante en la
vida
actual de este país”.
Fatty Maza se ríe a carcajadas.
“Y, además, crees que somos un montón de idiotas. General, sabemos
quién es usted, qué está haciendo ahora, cuáles son sus planes y, en
particular, tenemos algunas preguntas que hacerle sobre su pasado”.

Fernando le muestra la metralleta.


“Mira, no llevo esto como decoración. O vienes
con nosotros o te mato ahora mismo. ¿Entender?”
Se fueron.

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Todo le parecía extraño a Aramburu. ¿Lo están secuestrando?
¿Es tan fácil secuestrarlo? ¿No se dan cuenta estos jóvenes de
la gravedad de lo que están haciendo? Él es quien es, Pedro
Eugenio Aramburu. No es un político, no es un civil. No es un
militar de rango insignificante y poca importancia. El país explotará
si le pasa algo. Mucha gente le debe mucho. El país le debe mucho.
Y el país también espera mucho de él. Derrocó a Perón. Todo se
complicó después de eso. Pero ahora es él quien puede volver a
poner las cosas en orden. Soy el militar que mejor entiende la salida
que necesita este país. Soy el más preparado. El que logró vencer el
odio que tantos mantienen vivo. La única persona importante que
puede hablar de hombre a hombre con Perón. Lo derroqué y lo
rescataré para la patria. Le guste o no. Necesitamos a ese viejo, que
es un autoritario, un fascista. El cambio. Cambié. Él también lo hizo.
Es más, puedo alejarlo de las tentaciones de la izquierda. Si no lo
traemos de regreso a las fuerzas armadas del país, los marxistas lo
van a seducir. A Perón sólo le interesa el poder. Hará lo que sea para
conseguirlo. Si tiene que ser el marxismo, que en el fondo él odia
igual que yo como militar argentino, entonces será el marxismo, que
cada día se fortalece más en América Latina. Podría convertir a
Argentina en
timote

otra Cuba. Todos los trabajadores están con él. No solo eso, sino que
está ganando el apoyo de los sectores más insospechados: sacerdotes,
jóvenes católicos, estudiantes, guerrilleros, por no hablar de todos sus
seguidores, que siempre lo acompañaron. La gente del sindicato, por
ejemplo. Incluso podríamos comprarlos, a pesar de que viven felices,
hundidos en la corrupción hasta el cuello. son peronistas O los
reclamamos
o se pasarán al marxismo internacional. ¿Quién más que yo puede evitar
semejante atrocidad? ¿Es por eso que estoy aquí? ¿Son estos niños los
sicarios de Onganía, de Imaz? Porque para persuadir a Occidente de que
retenga a Perón, tengo que deshacerme de Onganía, que probablemente
estudió en la Escuela de las Américas, pero que es irrisorio como soldado
de Occidente. ¿Tiene el coraje de hacer que me secuestren? Es estúpido,
pero no del todo. ¿Y si estos jóvenes son del ejército?
Esa es la otra cara de la moneda. Quieren robarnos a Perón.
Nosotros lo queremos para el marxismo y ustedes lo quieren para
Occidente.
Y él es el único que puede hacerlo. Olvídate de seguir viviendo, General
al.
Estamos luchando por una causa. Y nuestra causa requiere tu muerte.
En este punto, Aramburu se estremece. Por primera vez es
encontró un motivo para su muerte. La palabra causa le hace temblar.
Sabe que los hombres harían cualquier cosa por ello. Mueren y matan por
ello. Sabe que no hay nada más peligroso que un hombre con una causa.
Echa un vistazo a sus secuestradores. Le molesta el hecho de que no
ocultan sus rostros. Él puede reconocerlos más tarde. Algo, sin embargo,
le preocupa más: en sus rostros se puede ver la testarudez de una causa.
Esos jóvenes tienen una causa. Si esa causa requiere su muerte, está
perdido. solo puede esperarlo
no. O convencerlos de que no.
Sigue sosteniendo que son militares. Hay un cierto desdén en esa
creencia. Al final cree, al igual que

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josé pablo feinmann

todos los militares, que los civiles son unos cobardes. La violencia les
asusta. Sin embargo, ¿qué clase de militares? ¿Cómo se lo perdió? ¿O
es que ninguno de sus hombres le había dicho que había surgido un
nuevo grupo, nacionalista o peronista o ligado a los planes de Onganía?
Un grupo de acción. Capaz de tal cosa. Pero cada acción requiere el
elemento sorpresa. Si los hubieran detectado, esto no estaría pasando.
Esto, su secuestro. ¿Quiénes son? Ni siquiera lo sospecha. No es el
momento de decírselo. Describirle su militancia y (en particular) los
motivos de esta militancia. Pero, General, se lo hemos dicho. Tal vez no
prestaste atención. O estabas en otro lugar, pensando en otra cosa.
Algo como eso. Quienes encabezaron el operativo fueron Mario Eduardo
Firmenich como cabo de la policía, Carlos Capuano Martínez como
chofer, Carlos Maguid como cura, Ignacio Vélez y Carlos Gustavo
Ramus como civiles del Peugeot, Fernando Luis Abal Medina como
primer
teniente , y Emilio Maza como capitán. Y una mujer, la única del grupo, la
Montonera Esther Norma Arrostito—Gaby, para

sus amigos.

80 | |
A diferencia de los demás, se inició en el marxismo. Nada que ver con
iglesias o sermones desde el púlpito o hostias o inclinarse ante el hombre
torturado en la Cruz. Ella leyó a Marx, Len
in. No leyó a Hegel, pero sí leyó algo —o encontró cosas relacionadas
con
ella en otros autores— a partir de lo cual llegó a esa conclusión a la que
todos,
tarde o temprano, llegamos: Hegel está en todas partes. O, como dijo
alguien,
cada época se define a sí misma a partir de cómo lee a Hegel. Leyó otras
cosas
y vio películas que la cambiaron. Leyó a Fanon y Sartre. Esa mujer
valiente,
que tendrá que tolerar las más terribles formas de dolor sin decir una
palabra a
sus verdugos, se sabe de memoria frases de Sartre del incendiario
prólogo que
escribió al libro de Fanon, “En

los primeros momentos de rebelión.” ¿Y cuáles son estos nuestros


momentos?
pero eso: ¿los primeros momentos de rebeldía? ¿Qué dice Sartre, Gaby?
¿Qué hay que hacer en estos momentos? “Hay que matar: matar al
europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir al mismo tiempo a un
opresor
y a un oprimido: uno queda muerto y el otro libre”. ¡Qué aliados están los
destinos de Argelia y Argentina! Incluso sus nombres están
estrechamente
vinculados, lo que indica que su lucha es una y la misma: Argelia/

argentino Argentina sufre de colonialismo interno. También el


colonialismo externo. Está subyugado por el imperialismo y sus aliados
locales.
Por eso la liberación debe ser tanto nacional como social.
Y deben ocurrir juntos. No son dos etapas. Están
josé pablo feinmann

una y las mismas. Uno debe, a través de la misma lucha, liberarse del
imperialismo y de las clases dominantes nacionales que lo representan.
Somos parte del Tercer Mundo. Nuestro sometimiento no es colonial,
como el de Argelia. En eso somos diferentes.
Nuestro sometimiento es neocolonial. El colonizador no está dentro.
Tiene sus aliados adentro, por supuesto. Sus marionetas han vinculado
sus intereses al imperialismo. Y el ejército que defiende el proyecto
neocolonial de sometimiento. Pero el verdadero colonizador, el que
mantiene el sistema de colonización, es el colonizador externo, los
yanquis. No hay vuelta atrás, eso lo sabe Gaby.
Sartre le dice que: “La descolonización está en marcha y todos nuestros
lo que pueden hacer los mercenarios es retrasarlo. Como los soldados del
ejército de derecha. Matarán a diez, matarán a cien. No pueden matar la
Historia. La historia marcha hacia el socialismo y eso traerá orden al
mundo,
se vengarán los agravios, se vengará el pasado de infamia, se saldarán
las
cuentas pendientes, se fusilará a los mercenarios. No habrá mercenarios.
Nadie
intentará por más tiempo detener la Historia. Solo permanecerán aquellos
que lo empujen hacia el futuro. Gaby leyó a Fanón. Su furia parecía
devastadora para ella. Más aún porque era negro. Tanto más cuanto que
era culta. ¿Cómo podría evitar odiar al colonizador blanco con todas sus
agallas? Habla de violencia absoluta.
¿Matar a Aramburu, se pregunta, es violencia absoluta? “El colonizado
está listo en cualquier momento para la violencia”. Pero Fanon avanza
hacia límites temibles. Incluso ella, que no teme a nadie, a veces vacila.
La palabra locura la marea. No es un vértigo humanista, algo que la haría
decirse a sí misma: “¿Cómo voy a matar a alguien como yo, a otro ser
humano?”. Eso es mierda humanitaria. Callos de Gandhi. Si alguien mata
a alguien

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timote

si no es porque ese otro no es, para él, alguien a su semejanza. No


otro ser humano. Aramburu el pistolero no es mi semejanza ni “otro” ser
humano. Él es sólo un asesino.
Un asesino al servicio del régimen de explotación. Eso lo despoja
de su humanidad. La humanidad gana. Gana estando del lado de la
causa de la humanidad. La causa de la humanidad es lib.
erty. La muerte de la opresión. La liberación del país. La creación de
una nueva humanidad. De un hombre nuevo. Cualquiera que se
oponga a esto carece de humanidad. ¿Qué nos impedirá matarlo?
Fanon, frente al colonizador, rechaza cualquier método que no sea
violento.
Para los oprimidos, solo esta locura, la violencia, puede sacarlos de la
opresión colonial. ¿Estamos, entonces, locos? Sí, loco por la justicia.
Locos porque no estamos cuerdos. Los hombres cuerdos no arriesgan
sus vidas.

Hacemos. Arriesgamos nuestra vida por la liberación de los demás,


de todos los oprimidos de esta tierra. Estamos, pues, locos de amor.
Y no intentes decirme que eso es algo que diría una mujer. Debe ser
lo que diría cualquier revolucionario. Matamos por amor.
Gaby no se queda con los demás. Tiene otras cosas que hacer,
ninguna de ellas menos importante que las de sus camaradas.
Llegan al cruce de Figueroa Alcorta y Pampa.
De la camioneta bajan Gaby, a quien llaman Flaco, Maza y Mono
Vélez. Están cargando las bolsas con los uniformes.
Ellos están cargando sus armas. Y van a casa de un amigo. Tienen una
misión decisiva: escribir algo que explotará en las redacciones de todos
los diarios. Algo que los locutores leerán una y otra vez, miles de veces,
con voz de alarma, llena de dolor y también de un miedo oscuro,
indefinible: el miedo de saber que algo terrible acaba de pasar en el

país.
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Ramus y Capuano se sientan en la parte delantera de la camioneta.
aramburu,

Fernando y Firmenich están atrás. Los jóvenes centuriones


comienzan a sentir que las cosas van bien. Incluso demasiado bien.
¿Será tan fácil? ¿O el destino les está preparando una sorpresa?
No piensan mucho. No hay tiempo. Un poco más tarde, otro
cambio. Se suben a un Gladiador. Nada de esto es muy importante.
Tienen otro objetivo: Timote. Ellos saben cómo llegar. Estudiaron
la ruta durante un largo mes. Una ruta directa. ¿Qué significa
directo ? Que evita cualquier parada policial.
No es por miedo que eligen esta ruta. Cualquier policía que
se presente será un policía muerto. Pero sería mejor evitar
eso. Fernando ahora siente, en el fondo, el sabor del triunfo.
Todo ha sido fácil. Todo sigue siendo fácil. Para qué negarlo: es
fácil matar a alguien en Argentina. Si es fácil con Aramburu, es
fácil con cualquiera. La pregunta lo sorprende: ¿Será así con ellos?
Ellos son el viento. No pueden ser atrapados. No están en ninguna
parte y están preparados para estar en todas partes. Ellos son el
movimiento de guerrilla urbana, y el movimiento de guerrilla urbana
es invencible. Nadie puede atacarlo. Es como arena. Se desliza a
través de las manos del poder. Y es como la roca: cuando golpea,
mata.
De los tres que viajan atrás, hablemos de Fir-
timote

Menich. Tiene veintidós años. Católico y nacionalista, se graduó


con medalla de oro en el Colegio Nacional de Buenos Aires. No
será el héroe del momento, aunque tendrá mucho que decir durante
el interrogatorio de Aramburu. Las buenas novelas evitan describir
la apariencia física de los personajes.
Firmenich lo necesita menos que muchos. Lo conoces. No te
gusta mucho. O lo odias. O lo interrogas. O todavía hay esos
fanáticos que se enojan mucho si no lo pones en el altar que
quieren para él. Persona enigmática, sería lo mismo decir que fue
un auténtico revolucionario que un agente de la CIA. Todavía
queda mucho tiempo. Pero este hombre, que primero pasará a
tomar la dirección de los Montoneros, dará la orden, en un acto
brutalmente equivocado, para el asesinato de un sindicalista por el
que pocos morirían por amor, pero que ciertamente lo hicieron. No
quiero ver muerto. Perón, el primero entre ellos. Ahora mira el
campo y se siente orgulloso. “Esto es pan comido”, dice. Y es. En
toda su vida como operativo, que ya es extensa, no recuerda una
fuga más fácil, más sencilla, con menos obstáculos que ésta. ¡Y
jodieron de verdad a Aramburu! Le preocupa un poco llegar a la
Carretera General Paz. Sabe que está lleno de coches y camiones.
A veces bastantes de ellos. A veces hay copias de seguridad del
tráfico. A menudo hay policía para prevenirlos. Hoy no hay rastro
de ninguno de los dos.
Salen en Gaona y siguen caminos de terracería que conocen,
que estudiaron de antemano. No habrá problemas. Si planificas
bien las cosas, las operaciones no salen mal. Este no va a salir
mal, el que han llamado Operación Pindapoy, por el nombre de
un jugo de naranja. Es difícil saber por qué otra razón.
Tienen que cruzar el río Luján. Ellos saben cómo hacerlo.
| | 85
josé pablo feinmann

Hay un puente viejo, sólido, bien construido. Lo intentaron. Es de


madera, pero los sostendrá. Tardan ocho horas en recorrer una
distancia que debería tardar cuatro. Pero evitan cualquier lugar donde
el peligro pueda estar al acecho. Porque es así: no puedes ver los
peligros. Se esconden y luego nos sorprenden. Hoy, uno sorprendió a
Aramburu, en que ahora está con ellos y no en su casa con su mujer,
tomando ese café que seguramente tomaría después del almuerzo,
antes de conspirar sobre cómo darle vida al régimen, para crear un
peronismo en un “camisa y corbata.” No, General. Hoy tuviste un
problema. Pero no uno inesperado. Tal vez lo consideres inesperado.
Pero ese problema se remonta a muchos años atrás. Cuando firmó el
Decreto nro. 4161. O el día que Valle fue fusilado. O cuando Eva
desapareció. Hiciste todo lo posible para estar donde estás ahora.
Tu destino, siendo llevado ante la justicia, fue diseñado solo por ti.
Desde ese punto de vista, somos tu creación. O no solo tuyo.
Somos la creación perfecta, impecable, de la derecha argentina.
¿Qué más esperabas engendrar? ¿Jóvenes obedientes que
aceptarían sumisos tus actos arbitrarios y desdeñosos?
No hay jóvenes así. Un hombre es joven cuando sabe alinearse con
la injusticia. Y trajiste la natural injusticia a cualquier pueblo sometido
a la explotación capitalista y al abandono político, despojando al
pueblo de su líder y prohibiéndole pronunciar el nombre de su amado
líder, de quien no sólo recuerdan tiempos felices, soleados, en los que
se sintieron parte esencial del país y no sus desechados, sus jornaleros
mal pagados, los que son ofendidos e insultados por su arduo trabajo.
Y los privasteis de su portaestandarte: Eva, la mujer que los amó
hasta consumirse en el fuego de ese amor, tan ardiente era.

86 | |
timote

Ahora ellos, a través de nosotros, buscan su venganza. Si los que han


sido humillados no se rebelan, siempre habrá jóvenes puros de corazón
que lo harán por ellos, mostrándoles el camino, tomando la vanguardia.
Váyase a la mierda, General. Ha llegado el momento de ajustar cuentas.

Volvamos nuestra atención a Aramburu. ¿Podemos presumir de


sabe lo que piensa? ¿Es posible? Se sienta allí en silencio.
¿Qué piensa un hombre que se sabe rodeado de sus enemigos, un
hombre acompañado de sus secuestradores, que tampoco le hablan?
Por momentos el silencio en aquella camioneta Gladiator debió
convertirse en gritos. ¿Tiene miedo de que lo maten? ¿Podrá aceptar
la posibilidad de que se atrevan a sacarlo? No, conversarán con él.
Ellos le harán saber lo que quieren. Secuestrarlo es secuestrar a un
hombre que dialoga con el máximo poder de la república. Tal vez
incluso él podría ser ese poder. Los que lo secuestran se están
haciendo oír y quienes, si los escuchara, podrían atender algunas o
todas sus peticiones. Hoy concederá bastantes. Está preparado para
decir que sí. Prometer. Entonces él verá más tarde. Pero si se trata de
decirles que hará lo que ellos quieran, entonces lo hará. Ellos son muy
jóvenes. Todo joven es un idealista. Como dicen, incendiario a los
veinte, bombero a los cuarenta. Será expansivo, generoso, incluso
cordial. Sí, va a salir de esta. Creemos que Aramburu debió pensar
algo así en el largo viaje por caminos empedrados, polvorientos y
embarrados.

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Supongamos que decidimos decir algo sobre el lugar al que se
dirigen. No es una decisión descabellada. Lo que va a pasar va a pasar
allí. En lugar de ser descabellado, es lógico decir algo sobre el lugar. Si
uno fuera a escribir una novela que tiene lugar en Tartagal, debe decir
algo sobre Tartagal. Si tiene lugar en Niza, sobre Niza. Algo menos,
porque
casi todo el mundo sabe algo de Niza. O lo han visto en las películas. Por
no hablar de París. Sería inmoral describir Roma. Pero la camioneta
Gladiator está en camino a Timote. Sarmiento decía de su Facundo: “Yo
inventaba anécdotas de acuerdo”. Lo dijo con orgullo, desafiante.
También
debemos inventar el nuestro. Ya lo hemos hecho. Nadie debería
molestarse
por eso. Si lo que hemos inventado es verosímil, bienvenido sea. Alguien
podría preguntar esto: ¿Cómo sabes que Aramburu

¿dijo eso? ¿O Abal Medina? no lo sabemos no estábamos allí con


una grabadora. Otros dirán que el cuerpo recibió tres balas, no cuatro.
O que no era un Peugeot 404, sino un 505. Se buscan demasiadas cosas
con respecto a Aramburu. La principal es que Onganía lo mandó matar a
Imaz, su ministro del Interior.
Firmenich fue su cómplice. Un agente doble. Visitó el Ministerio del
Interior más de veinte veces antes del 29 de mayo.
Estas son teorías sin ninguna base significativa. El que
timote

la mayoría de los ajustes es el que elegimos. La tesis Onganía-


ImazMontoneros incluye un personaje que la desvirtúa: el capitán Gandhi.
Un loco del derrocamiento de Perón al que le cortaron la cabeza a Juan
Duarte. Se lo mostró a Cámpora. “Dígame la verdad, doctor Cámpora.
¿Se suicidó o ustedes lo cometieron por él? Mientras tanto, la cabeza
yace sobre el escritorio. Tiene un gran agujero. Gandhi inserta un lápiz en
él y lo gira: “Es un agujero grande para un .38”. Juancito Duarte había
dejado una encantadora nota suicida en la que decía que se voló los
sesos con una 38. Y
luego agregó: “Por favor, disculpe la letra. Por favor, perdóname por
todo”.
El animal Capitán Gandhi (Capitán González Alvariño, otra joya del
derrocamiento, macabro y poseído por la necrofilia) insiste en mostrarle la
cabeza a Cámpora: “Mira
este agujero Eso no es de un .38. Es de una .45. el no se comprometio
suicidio. Ustedes lo mataron. Solo para probar que los peronistas eran
asesinos. Especialmente Perón. Incluso había ordenado la muerte del
hermano de Evita. Es este tipo, con su base de realidad, al que recurren
para probar la tesis de la alianza Onganía-Imaz-Montonero.
Majaderías. Onganía deja el gobierno unos días después.
Imaz también. ¿De qué les sirve la muerte de Aramburu? Entonces
serían despedidos como incompetentes. No señor: la muerte de
Aramburu
es la aparición espectacular de la verdadera guerrilla peronista.
Todo lo anterior había sido nada en comparación con esto. Menos el
Movimiento Nacionalista Tacuara, el Movimiento Nacionalista
Revolucionario Tacuara y la Guardia Nacionalista Restauradora de la que
habían salido estos muchachos. Las otras organizaciones guerrilleras
son incapaces de entenderlos. ¿Cuál es el significado de “Que Dios,
Nuestro Señor, se apiade de su alma”? Eso no tuvo nada que ver con
Marx, ni con Lenin, ni con Castro, ni con el Che, ni con Mao, ni con
| | 89
josé pablo feinmann

nadie más, disculpe mi francés. Si borras a alguien, ¿quién no le


pide algo a Dios? Ni siquiera que Él “se apiadara de su alma”.
Especialmente para que Él “se apiade de su alma”. Pero si eliminas a
alguien, empiezas a joderte con “No matarás”. Y si eres lo
suficientemente católico como para pensar en el alma del tipo que estás
eliminando, no lo elimines, hermano. Aparta esas ceremonias
dominicales de sacerdotes, hostias, bendiciones. Olvida todo ese fervor
de monaguillo flamante. Pero así eran los Montoneros. Esa frase
sorprendente “Que Dios tenga piedad de tu alma” decía mucho. Primero,
que creían en Dios. Y Dios es un reaccionario. Todos saben eso. En
segundo lugar, creían en la misericordia divina en un siglo XX que, si
algo había demostrado, había mostrado su maldad humana, una maldad
sin límites. Un Dios ausente. Un Dios que, si tenía idea de lo que estaba
pasando, era un hijo de puta. Era malo, no bueno. Porque no detuvo
nada. Incluso los teólogos lo dijeron: “Después de Auschwitz es imposible
imaginar un Dios totalmente bueno”. Tercero, ¡creían en el alma! Eso se
llevó la palma. Eran inútiles: los sectores no católicos cercanos al
peronismo no se lo podían tragar. Dijeron que eso es fascismo.

Peronismo más Dios más piedad más alma más armas más ist
individual, tropas de choque anárquicas es igual a fascismo católico.
Tienes que tener cuidado con esos tipos. Por todo lo que no era de
Montoneros, el peronismo era otra cosa: la política de los
masas. Los frentes de masas. Movilizaciones estudiantiles. Y el
grandes teóricos. No Dios. El marxismo y Hegel y Sartre y Argelia.
Incluyendo la “cuestión nacional”, por supuesto.
Timote está muy alejado de estas pasiones. Todo Historia
cepillos se vuelve importante. No daríamos tres centavos por Timote.
Timote, sin la muerte de Aramburu, no vale nada, no tiene importancia.

90 | |
timote

insistente Timote, con la muerte de Aramburu, pasa a formar parte de la


Historia.
Un proyecto humano lo hizo suyo. Si crecieran guisantes en Irak, nadie
hablaría de Irak. Pero que brote el petróleo y, porque brota, la sangre
también.
Un proyecto humano incluyó a Irak en sus urgencias. El imperio necesita
petróleo.
No puede detener la maquinaria de los armamentos. Irak, por lo tanto, se
convierte
virtualmente en el centro del universo. En 1970, que es donde estamos,
los
Montoneros deciden intentar Aramburu en Timote. Y luego lo matan y lo
entierran
allí. A partir de esa tragedia, Timote pasa a formar parte de la historia.
Aquel
diminuto pueblo de la Provincia de Buenos Aires, ubicado en la parroquia
de Carlos
Tejedor, fundado en 1876 por el General Conrado Villegas, quien quiso
rendir
homenaje al Teniente Coronel Don Pedro Timote, militar que se había
distinguido
en las luchas contra los indios, en las guerras fronterizas, en la matanza
que los
ejércitos de la civilización realizaron con precisión, sin dejar un alma viva,
contra
los salvajes que estorbaron la vida de los hombres de buena voluntad, de
los
hombres de la tierra, que crearon una fortaleza sólida y protectora. Aquel
pueblecito
que aún tiene, en el siglo XXI, apenas 509 habitantes, cuyo código postal
es B6457,
que tenía un bar llamado El Moderno (y tal vez todavía lo tiene, ¿es
importante?),
un cine y, sólo a unas cuadras, otro cine que le competía, y que tenía un
hotel y
una iglesia. Ese pueblecito que añoran los tontos que allí pasaron su
infancia, no
existe ni existió jamás.

Ahora está a punto de existir. Porque hay una camioneta Gladiator que
recorre
los 420 kilómetros que la separan de la capital. Su tory es un pasajero en
esa
camioneta. Tan pronto como entre en Timote, el pueblo dejará para
siempre de
ser lo que era. Alguien de los que todavía hoy se ponen de acuerdo para
hablar
del lamento del arreglo

| | 91
josé pablo feinmann

que ha llegado a ser algo, un significante. “Mira, lo que me molesta”,


dice uno de los habitantes que todavía se viste de gaucho, como la
prolongación de una derrota heroica, la del siglo XIX de la que él es sólo
un remanente, un náufrago que ni siquiera sabe que es. porque ni
siquiera
sabe, en un tiempo remoto, que los gauchos lucharon por defender su
dignidad, que hace mucho tiempo que él ha entregado dócilmente a sus
patrones. “Mira, lo que me molesta”, como decíamos decía, “es que en
este pueblo tranquilo, con su gente noble, en este pueblo donde la gente
trabaja, se ha cometido un crimen tan horrendo como la matanza de
Aramburu, porque que mancillaron a Timote, entiéndelo. Me da
vergüenza
que la gente venga aquí y solo pregunte sobre eso. Como usted, señor.
Disculpe mi franqueza.
“¿Y qué te gustaría que te preguntaran?” le decimos.
Actúa un poco molesto. Él dice: “No crees que hay
algo mas que preguntar? Mira a tu alrededor. Mira la plaza.
Escucha el canto de los pájaros. Escuche la campana de la iglesia al
mediodía.

Come algo. Unas costillas. Síguelo con un buen vino. Toma una buena
siesta. Esas cosas son la vida. Aramburu, eso es la muerte.
“Quizás. Pero, dime esto: ¿Qué quieres que te pregunte sobre el
canto de los pájaros y la campana de la iglesia? Perdóname, pero te
voy a ser franco: yo no pasaría ni dos días aquí. Si Timote existe, si vale
la pena llegar hasta aquí y si hay algo que preguntar es Aramburu,
amigo.
Y los Montoneros que lo trajeron, lo probaron y lo mataron.
Uno viene a Timote por la sangre.
Succiona durante mucho tiempo la paja de su compañero. “Ve a la
ciudad”, dice. “Vete a vivir con problemas, todo nervioso y jodido. Y
muere, joven. Esa es la ley de la jungla urbana”.
Le damos la mano y le damos las gracias por la charla y el

92 | |
timote

información. Evitamos decirle que, para nosotros, ya está muerto.


¿Por qué torturarlo? Que tenga estertores sin darse cuenta.
Que siga viviendo, sin saber que vivía como una almeja, como
una ameba. Decimos esto porque creemos que no hay
acontecimientos monumentales en la vida de una ameba.
Partimos de Timote tal como llegamos. Sin nada. Nada
viene de la nada. ¿Por qué fuimos? Sabíamos que allí no
quedaban rastros. Era como una tarea que teníamos que completar.
Si nos hemos dado a la tarea de escribir sobre el crimen en
Timote, viajemos a Timote. Ahora podemos decirlo. Sólo esto:
estuvimos allí. Sólo pudimos ver una cosa inesperada: el lugar
donde, un mes después del suceso de Aramburu, encontraron
muerto a don Blas Acébal, el capataz. Estaba tirado en la maleza,
oliendo mal y lleno de puñaladas. Extraño, ¿no? A la policía no le
interesó el asunto. Solo un sirviente más muerto a puñaladas. Otro
peón que murió de mala muerte, sin importar si era el capataz. El
tipo no habría visto nada. Probablemente algo relacionado con
mujeres, una deuda de juego, una pelea de borrachos.
Nada. Demasiado. Nos gustó Don Blas Acébal. O nos gusta el tipo
de persona en la que lo convertimos. Si era así, ni Dios, ese amigo
de los Montoneros, podía saberlo. Y realmente no nos importa. Pero
nos arriesgaremos: lo juraríamos
que el Acébal que aparecerá en esta historia no puede haber
sido muy diferente del real, el que lamentablemente terminó en la
maleza, apuñalado, apestoso. Lo que llamas un hombre con un final
triste. Sin embargo, un mes antes de aquel mal final, la vida le había
deparado la más feliz de sus aventuras. Llegaremos a verlo en ese
gozoso trance.

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Llegan a La Celma alrededor de las 5:30 o 6:00 de la tarde.
Es una casa de rancho. No es ajeno a ellos. No entran en un lugar que
no les pertenece. Pertenece a la familia de Carlos Gustavo Ramus.
Aramburu se da cuenta de esto. Eso lo calma un poco. Son chicos de
buenas familias, familias ligadas a la tierra, al campo. ellos salen Caminan
hacia la casa. De repente, un problema. Cada rancho tiene un capataz
leal. Es el tipo de hombre que dedica su vida a una familia, a cuidar su
propiedad, viviendo en espacios cerrados con los dueños sin pensar
nunca, nunca, que es parte de ellos. El capataz ha de ser un hombre sin
ambiciones, un alma sencilla, un alma obediente, alguien que encuentre
su felicidad en la felicidad de los dueños. El hombre es vasco y se llama
Acébal, del que ya sabemos algunas cosas. Ramus va a su encuentro.
No
quiere que el fiel servidor se acerque al grupo revolucionario. Ramus sabe
cómo hablar con él. Todo propietario sabe cómo hablar con su capataz.
Sabe compartir su mate. Come sus galletas. Pregunte por su esposa,

cuyo nombre conocerá. Y después de sus hijos, cuyos nombres él


también sabrá. Luego, como siempre, pondrá una generosa cantidad de
dinero en sus ásperas manos, castigado por décadas de trabajo.
Y lo llamará “Don”. Y él le dirá: “Oye, compañero, ¿qué pasa?”. Ese
“compañero” es importante. Es un empate. Un ges íntimo
tura El propietario desciende al mundo del capataz. Si él
timote

no sabe cómo hacerlo, no es un buen dueño. También sabe cómo


despedirse. Sabe dejar al capataz solo, en su mundo. Y se unirá a los
suyos. Mundos que no se tocan ni se tocarán jamás. Pero eso no es
negar
lo que se construye en ese momento que comparten, que les pertenece a
ambos: “¿Cómo van las cosas, don Acébal?”.

“Genial, Carlos. Todo está en orden. ¿Y contigo?” Don Acébal


llama a Ramus Carlos y hasta le habla familiarmente.
Lo conoce desde que era un niño. Desde cuando lo haría
correr por el lugar, a veces estorbando, haciendo mucho ruido. De
cuando aprendió a montar. Desde cuando
se convirtió en un adolescente y comenzó a aparecer con algunas
amigas. Pero don Acébal siempre había sido el mismo: un hombre adulto
entrado en años, el capataz, el que cuida todo, el que mira, el que vigila
cuando se van los dueños. Por eso Carlos siempre le habla con respeto.
Esto solo sorprendería a la gente de la ciudad. Todo está claro en el
campo:
si el capataz conoce al hijo del dueño desde que era un cachorro, el hijo
del
dueño nunca dejará de ser lo que es: el hijo del dueño, el terrateniente.
Pero
el capataz es el hombre que lo vio crecer. Una figura poderosa, fuerte.
Además, Acébal es en sí mismo todo un personaje.

Ramus le dice que vaya a dar un paseo. Tal vez pueda ir a la ciudad.
esa noche. Por eso le da una buena cantidad de dinero, más de lo
habitual. No demasiado: no quiere que Acébal sospeche. Pero la
cantidad justa. “Vaya a pasarla bien, don Acébal. Mañana es otro día. Y si
tú también quieres quitártelo, sé mi invitado. No te necesito ahora. Uno o
dos días, no más. Si necesito algo, iré a la ciudad a buscarte. Pasa la
noche
en la tienda de comestibles de Riganti. Él es tu amigo, ¿verdad?
| | 95
josé pablo feinmann

“Uno de los pocos que me quedan.”


“¿Y los otros? ¿Has tenido una pelea con todos?
Don Acébal sacude la cabeza con tristeza, chasquea la lengua y dice
lentamente: “Se nota que eres joven, Carlos. A mi edad no se pierden
amigos por
desacuerdos ni por juegos de azar y menos por mujeres. Los pierdes
porque
mueren”.
“No jodas, Acébal. Tienes un camino por recorrer antes de que el
Segador
venga por ti. De paso . . .” Aunque no estaba en sus planes, le da unos
pesos
más. “Aprovecha el hecho de que todavía eres un toro. Apuesto a que
tienes una
chica caliente en la ciudad. No te niegues a ti mismo”.

Don Acébal se pone rojo. Es la primera vez que el dueño dice


algo así para él. Pero hoy no, don Carlos. Ni mañana. A tus padres no les
gusta.
“¿Cuando entonces?”

“Solo el domingo, que es mi día libre”.


“Ya se lo dije, don Acébal, le doy el día libre. Es domingo
hasta que te llame o vaya a buscarte. Además, ¿qué clase de mierda te
dijeron
mis padres? El domingo es el día del Señor, no el día para pecar”.

“Mire, don Carlos, le voy a decir algo. Te lo digo porque sé que eres
nuestro
amigo. Lo eras desde que eras pequeño. En cuanto a los dueños, entre
ser un
holgazán con Dios y ser un holgazán con el trabajo, prefieren que tú seas
un
holgazán con Dios”.

Ramus se ríe a carcajadas y le da una palmada cariñosa en el hombro a


Acébal y le dice: “Toma la calesa, dile a Don Riganti que te de una
habitación y
pásala bien”.
“Gracias, Don Carlos. Siempre fuiste un buen chico. He sabido

96 | |
timote

. Mira, incluso te enseñé a galopar como tú desde. .


indios.”
“Nunca fuimos a una redada”.
“No hay más allanamientos. Hasta los gauchos se han ido, Don
Carlos.”
“¿De dónde sacaste eso, Acébal?” Ramus dice y se siente bien que lo
que le va a decir es más para él, porque de ninguna manera Acébal va a
sospechar de lo que está diciendo, porque ni él mismo se lo cree del todo,
aunque le va creciendo. Esto es lo que dice: “Nunca se sabe cuándo van
a
aparecer algunos”.

Entonces, ¿puedo llevarme el buggy?

“Por supuesto. Y un consejo, Acébal. Olvídate del segador


o no lo pasarás bien incluso con la chica más sexy del mundo
pueblo.”
“Si puedo, está bien. Pero no sé. Algo me dice que no está demasiado
lejos.
Dicen adiós. Ramus lo observa alejarse. Él piensa, No hay nada que
puedas
hacer con estos tipos de países. No se pierden nada. Apenas tuvo
contacto con
Aramburu; no lo vio, ni sabe que está aquí. No tiene la menor idea de lo
que
vamos a hacer, y ya puede oler el Cosechador.

Cualquiera entendería y aceptaría el hecho de que Ramus no puede


decirle ni una palabra a su capataz sobre lo que está pasando. Sin
embargo,
hay un hecho innegable que requiere nuestra atención: la única persona
del
pueblo que aparece a lo largo de toda la historia está completamente
marginada,
la más alejada del protagonismo.
Hay una cierta paradoja que acecha en este todo completo.
| | 97
Aramburu no lleva su chaqueta. Tampoco lleva corbata.
Todavía no tiene una idea clara de lo que está pasando.
Esto no durará mucho: tal vez pronto todo quede demasiado
claro. Lo metieron en uno de los dormitorios. Los jóvenes
andan sin hablar. Posiblemente fumen. La gente fumaba mucho
entonces. No sabemos si Aramburu ha pedido un cigarrillo. No
sabemos si le ofrecen uno. ¿Al menos una taza de café? Le
deben al menos esta consideración. El, o su esposa, de
les sirvió una taza de café. Pero los jóvenes parecen
concentrados en lo que están a punto de poner en marcha.
Nada menos que el juicio. Estos jóvenes, de veintidós o veintitrés
años, van a juzgar a un general veterano de sesenta y siete
años. Alguien que es casi un anciano. Tengamos en cuenta la
fecha: 1970. Han pasado muchos años. En 1970, y especialmente
para los chicos de veintidós o veintitrés años, alguien de sesenta
y siete años era un viejo, o al menos decididamente un senior.
Pero Fernando y Firmenich no lo ven así. Lo ven como uno de
los hitos históricos del país, un protagonista sin corazón. Aunque
este veredicto puede estar aún a la espera del juicio
correspondiente. Si tiene que ser. ¿Es necesario juzgar a alguien
que has secuestrado porque crees que es culpable de crímenes
imperdonables, irreversibles e indignos de clemencia? Es posible que el
timote

los propios secuestradores reflexionan sinceramente sobre esta


cuestión entre ellos.
Hay otra cama frente a la de Aramburu. fernando se sienta
en eso. Descansa los codos en los muslos y entrelaza las manos.
Mira fijamente al General. Le dice: “General, somos una organización
peronista revolucionaria. Te detuvimos porque te vamos a someter a un
juicio revolucionario”.
Ahora Aramburu lo entiende todo. Lo entiende y lo acepta sin
esfuerzo. Preguntémonos aquí, ¿Él esperaba esto? Sabía que existían
grupos guerrilleros peronistas. Hacían cosas de vez en cuando, nada
grave. ¿Alguna vez creyó que lo molestarían? Si lo hizo, nada demuestra
que estaba molesto. Él dice: “Está bien”.

| | 99
La conversación entre Ramus y Acébal no sería

han durado más de media hora. Ramus entró en la casa en


búsqueda de sus compañeros. Don Acébal se vistió de domingo y
empacó una pequeña bolsa de ropa. Algo le dijo que lo mejor que
podía hacer era poner una distancia justa y saludable entre él y el
rancho. Un buen tramo, una distancia que le quitaría un peso del
alma. El dueño le había dicho: desaparece, Acébal.
Incluso le había dicho que fuera a buscar una mujer. Nada como
eso había sucedido antes. Si algo así estaba pasando ahora era
porque algo que no estaba bien estaba a punto de suceder.
Además, no tenía idea de cuándo regresarían los padres de Don Carlos.
Probablemente estaban en algún lugar de Europa. A menudo
iban durante dos o tres meses a la vez. Luego le devolvían todas
las sonrisas, más pesados, bronceados y cargados de regalos
por la ayuda. Acébal no era tonto: sabía que los conseguían
baratos. Y si algo los hacía valiosos era que procedían de Europa
o Estados Unidos. En lo que a él respectaba, otro mundo. Lugares
él nunca iría. Los dueños iban y volvían con chucherías.
Sonriente, sumiso, fiel casi hasta perder la dignidad —pero no
demasiado— aceptaba los vidrios de colores. Había cuidado bien
el rancho. Todo está en orden, jefe. Todo está como antes de que
te fueras. Tan pronto
timote

como quieras, vete de nuevo. Tenía la espalda cubierta. Don


Acébal, que era infalible, lo tenía cubierto. Pero no esta vez.
Algo estaba en marcha. Carlitos se había pasado de la raya.
¿Era una sospecha o una certeza? Maldición, era difícil saberlo.
En otras ocasiones, él y los que venían con él traían algunas
chicas atractivas. Tocaban música, bailaban y luego...
así como la naturaleza lo ordenó para los animales y las
personas, algunos se irían de a dos, porque no es saludable
contenerse cuando se tiene calor. Y esos niños eran jóvenes.
Y las chicas también lo eran, y alguien le había dicho que las
de buena familia, las chicas ricas, las chicas de clase alta, por
lo general no eran monjas de convento, sino putas, putas en
toda regla. O era verdad o era la mala palabra de los pobres.
Personas que decían cosas desagradables porque tenían
envidia. Porque ninguno de ellos, en toda su jodida vida, se
saldría con una de estas joyas. Incluyéndolo a él. Pero estaba
resignado. No necesitaba a las bellezas de la tele ni a las modelos
de colonias Rambler o Ford o Wilson (la modelo de esta última lo
ponía realmente caliente y molesto, casi fuera de control), ni a las
mujeres para el vino Uvita (Uvita, ta, ta, ta, ta , bebe vino Uvita y
luego me dices cómo te fue, ta, ta, ta ta), ni la celebridad Claudia
Sánchez (él sí sabía quién era), ni siquiera ese cuerpazo tirado
en la alfombra de tigre, el que hizo el comercial del ron Carlos
Gardel, ese cuyo nombre le dijeron los muchachos de la pulpería
que sabían, nombre que, a decir verdad, poco o nada significaba
para él, porque esta mujer le resultaba tan inaccesible como la
Reina de Inglaterra o Eliza Beth Taylor que, por muy avanzada
que fuera, le seguía dando calor, un ardor insondable, como

aquella dama poderosa, la del anuncio del ron Carlos Gardel, que en una
cavern
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josé pablo feinmann

voz alta, le dice a este tipo: “Dámelo, Carlos”, y el tipo alcanza la


botella y se la da y el locutor dice: “Ron Carlos Gardel, como
ningún otro”, y ese imbécil de Onganía prohibió porque alguien le
dijo al idiota del ejército tonto que “dame” y “cógeme” eran lo mismo,
que se usaban indistintamente—o Zulma Faiad en ese anuncio algo
anterior en el que Zulma, cubierta con un trozo de lechuga, baila
semidesnudo y un tipo disfrazado de tomate le dice a otro disfrazado
de pepino: “Esa lechuga lo tiene todo”. El punto principal para don
Acébal era este, que el trozo de lechuga lo que tenía era una
ensalada completa, y que las mujeres morenas del pueblo, las
gauchas o esas indiecitas que no tenían ni catorce años y que les
gustaba follar sus sin cerebro, lo dejaría sin ningún problema. Así que
no tenía por qué quejarse. A cada uno lo suyo.

La pregunta es si te gusta lo que puedes conseguir. No hay otro


secreto para la felicidad en esta maldita vida plagada de peligros,
sumideros de los que nadie sale vivo. Eso es lo que todos buscan:
felicidad. Eso es lo que nadie encuentra. Es tan fácil como eso.
Aprendes a vivir con lo que obtienes. Y no pasa mucho tiempo
después de que te hayas resignado a que te guste. Y si de verdad te
resignas, te gustará para siempre. Son los otros los que no le gustan.
Son muy flacos y, según le han dicho, se pasan el tiempo revoloteando
de una fiesta a otra. Tienes que tener coches muy caros para
recogerlos y llevarlos a hoteles que también son muy caros. Sus
piernas son demasiado largas. Sus dientes son demasiado grandes y
demasiado blancos, enceguecedores. Deben oler a perfumes de países
extranjeros.
Nuestras morenas huelen a yegua, a sudor, tienen pelo en las axilas
—como es debido, como es natural, porque si no fuera así no crecería
allí— y huelen a sexo, carajo; ese es
102 | |
timote

lo mejor, lo que más prende a un hombre, lo calienta, las ve venir ya


media cuadra huele la fragancia húmeda de sus coños hambrientos y
exigentes que no se conforman con nada. ¡A la mierda, no! No comprarán
las cosas sobre que es corto pero grueso. O flaco pero largo. O flaco y
bajo,
pero con ganas de ir. Lo arruinaste, hermano. Quieren una polla que sea
larga, gruesa y lista para salir. Y si no es así, olvídalo, esfuérzate lo más
que puedas, usa la lengua todo lo que quieras como José María Muñoz y
Antonio Carrizo y hasta Mareco, haciéndolo juntos, porque satisfechos,
como muy satisfechos, ellos re difícil de complacer, es tan fácil como eso.
Que mujeres, que yeguas que tenemos aquí y no me vengan a molestar
con las flaquitas que tienen en Buenos Aires, que ni parecen argentinas,
parecen damas de cualquier parte del mundo. Te follas a uno y es como
follarlos a todos oa nadie. Después ni siquiera estás seguro de dónde

Lo pegó. Eso había dicho el amigo del padre de Carlos Ramus

una tarde allá en La Celma—Cacho Rivarola, que había recorrido el


mundo en busca de un nuevo hueco, algo que lo sorprendiera. Y nada.
“Nada, don Acébal. Todos huelen igual, follan igual, no hay uno diferente
al resto”. Lo miró fijamente. Algo fundamental estaba a punto de decirse.
Cacho Rivarola dijo: “Don Acébal, hágame un favor. Te lo pido de rodillas.
Consígueme una de esas mujeres morenas, cualquiera de tus sirvientes.
Gorda, tetona, sucia, tal vez cachonda. Dime dónde está y voy allí. Es mi
última esperanza”. Y ese era Cacho Rivarola, uno de los últimos playboys
de Argentina.

Don Acébal detiene el buggy en la tienda de comestibles del pueblo. Es


21:15 Había pulido el buggy. Quería que se viera bien.
Esa noche se siente libre, casi rico. La tienda de abarrotes

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josé pablo feinmann

se llama “El analgésico”. El dueño no es ni gaucho ni


argentino. el es italiano Llegó al país siendo un niño.
Y trabajó y se instaló finalmente en Timote. Nada de qué
hablar. Pero el destino de un hombre trabajador. Un buen
hombre. Porque tiene una propiedad y espera comprar más. Su
nombre es Franco Riganti. Y Don Acébal acaba de llegar con
un propósito: hacerle una sorprendente revelación. Don Franco
se va a morir cuando se lo diga, piensa don Acébal con secreto,
dulce placer. Estaciona el buggy y camina hacia la puerta del
tienda de comestibles.

104 | |
Se ve tranquilo para los jóvenes. Si está fingiendo, lo hace muy
bien. Fernando intenta tomar algunas fotografías de él, pero la
cámara falla. Utilizan una grabadora para el juicio.
Esperando que no tengan la misma suerte. La grabadora cumple su
función: graba todo el juicio. Deben haber usado muchas cintas
porque el juicio se prolonga mucho más de lo que habían planeado.
Los jóvenes no quieren presionarlo, no quieren, como dirá Firmenich
muchos años después, intimidarlo.
Como en tantas otras cosas, no le creemos. Aramburu el vasco no
parece ser un hombre que se deje intimidar. Él nota cómo los
jóvenes prolongan sus preguntas. Hay algunas pausas estratégicas
para darle tiempo suficiente para responder con precisión. Se
aprovecha de ellos. No sabe por qué, pero cree que todo retraso juega
a su favor. Aramburu tarda en responder, busca tiempo, tratando de
que el interrogatorio se alargue hasta el infinito. Sabe que medio país
debe estar buscándolo. Cuanto más tiempo gana, más tiempo tienen
para encontrarlo. Él responde en caprichos.

“No lo sé”, dice. O “No recuerdo”. Supone que el fallo de la


memoria puede salvarlo. Si no recuerda nada, ¿de qué lo pueden
acusar? ¿Qué pueden saber estos niños?
Lo que leen. Lo que les dijeron. Pero que prueba tienen
josé pablo feinmann

¿tener? A falta de pruebas, dependen de su confesión.


Supongamos que se niega a contestar. ¿Qué harán ellos? No le gusta
esa
opción.
Fernando vuelve a pasearse por la habitación. Finalmente, dice: “Estoy
Voy a declarar el primer cargo importante en su contra. Usted, General,
en junio de 1956 ordenó el fusilamiento del General Valle y otros patriotas
que formaban parte del mismo levantamiento”.
Aramburu responde de inmediato. Se puede decir que ha elaborado
esta respuesta a lo largo de los años. No es la primera vez que le
mencionan este desagradable incidente y no es la primera vez que da
una respuesta que lo satisface. Uno que él cree que lo cubre y lo protege.
Lo hace inocente. “Eso no es así”, dice. “Yo no estaba en Buenos Aires
cuando esos
ocurrieron hechos lamentables”.
“¿Lamentable?”
“Lamentable. Todo fue lamentable. El ridículo intento de golpe y los
fusilamientos. estuve en rosario No pude detenerlos”.
“Eso no es cierto, General”, dice Fernando. “Tenemos pruebas”.

106 | |
La prueba es implacable. A menudo se ha dicho que somos lo que
hacemos. Si ese es el caso, nadie escapa a su pasado. Pero no
soy lo que era. He cambiado. Ya no odio a los peronistas; Quiero
hacerlos parte de la democracia. Ya no ejecutaría a nadie. Creo que
eso ya es parte del pasado, o al menos ahí es donde debería estar.
No se puede construir un país sobre la base del odio. ¿Por qué estos
jóvenes me hacen recordar a Valle? No soy la misma persona que
mandó ejecutar a Valle. Los años no han pasado para mí en vano.
Tengo sesenta y siete. No he vivido en vano. He vivido para cambiar.
Para superar mis errores. Mis jueces son demasiado jóvenes para
entender eso. Creen que no cambias. Piensan que siempre eres la
misma persona que eras cuando eras joven. Piensan así porque
están orgullosos de ser lo que son y no quieren cambiar.
Pero puedes convertirte en algo mejor de lo que eras.
Nunca lo entenderían. Sintieron, hoy, que nunca serán mejores de lo
que son ahora, en este momento. Nunca serán más puros o idealistas
de lo que son ahora. Sería difícil convencerlos de lo contrario.
Aramburu, desanimado, lo sabe: estos jóvenes lo congelaron en junio
de 1956. Intentan que
Aramburú. Al hacerlo, creen que el que tienen ante ellos hoy
también es ese. Para el vengador, su víctima debe ser siempre la
misma persona que cometió el acto que exige la venganza.
josé pablo feinmann

Toda venganza requiere la abolición del tiempo. Si el vengador


concediera
a su víctima la benevolencia del tiempo que ha
transpirado, todo tendría que ser reformulado. No hay nadie que no
cambie
con el tiempo. Hemos establecido ese hecho.
Es parte del sentido común. Todos cambiamos. Todos dejamos de
ser, al menos, exactamente lo que fuimos en algún otro momento.
Nuestra víctima ya no es quien cometió el acto por el que lo juzgamos.
Sin embargo, no importa. En lo que se ha convertido su víctima no es
importante para el vengador. Quizás hoy sea el más puro de los
arcángeles. Si el tiempo transcurrido desde el hecho por el que es
condenado le ha cambiado, o el espacio temporal en que lo hizo, ese
tiempo queda anulado. El vengador, obsesivamente, se concentra en un
solo momento de la vida de su víctima.
Un solo momento, un solo acto. Él no se mueve de eso. Si lo que
provoca la venganza son varios actos y no uno solo, hay

luego serán otros momentos. Pero cada acto por el cual la víctima es
condenado quedará irremediablemente ligado al momento en que
sucedió. Nada de lo que ha hecho desde entonces cambiará nada. Usted,
a
quien ahora nos proponemos juzgar, ha sido y será siempre por toda la
eternidad el hombre que ha cometido el hecho o los hechos por los que
ahora se encuentra en la incómoda posición del acusado. Esos individuos
que suelen ser asesinados por las cosas que hicieron en un pasado que
es
un eterno presente. Que es hoy. Porque hemos anulado, abolido el
tiempo
en el que podrías haberte convertido en otro. Tú, para nosotros, nunca
serás
otra persona.
“Especialmente el Decreto núm. 10364, General”, dice Fernando.
“Ese es el que ordena, por decisión directa del poder ejecutivo, o sea
usted, que los responsables del levantamiento

108 | |
timote

ser ejecutado. ¿Cómo le dijiste a la esposa de Valle que estabas


durmiendo?
Nadie que pueda firmar un decreto como ese puede dormir”.
“Mi conciencia está limpia”, dice Aramburu. “Estaba seguro de mi
hechos. Escucha, hicimos una revolución. Lo hicimos contra un gobierno
antidemocrático, tiránico, que alimentaba el odio de clases.
Una revolución requiere determinación para sobrevivir. Había muchos
peronistas y conspiraban sin cesar. Finalmente, Valle emprendió una
contrarrevolución contra nosotros. Lo aplastamos.
Y alineamos a los contrarrevolucionarios frente a un pelotón de
fusilamiento.
Confío en no tener que darle lecciones sobre esto: toda revolución ejecuta
a
los contrarrevolucionarios”.
¿Aramburu se da cuenta de lo que acaba de decir? ¿Él acaba de
firmó su propia sentencia de muerte? ¿Qué idea cree que tienen de sí
mismos los jóvenes que lo están probando? Le dijeron: “Somos una
organización revolucionaria”. ¿Qué se cree que es para estos
revolucionarios?
Un contrarrevolucionario. Si toda revolución tiene derecho a fusilar a los
contrarrevolucionarios, ¿qué espera que hagan quienes lo están
juzgando?
Nadie, en medio de este clima tenso, recuerda una frase que todos

sabe—Aramburu porque lo leyó como admirador de Lavalle.


Sus jóvenes captores porque lo leen como fanáticos de Dorrego, a quien,
de alguna manera, también vengan hoy. Es la sentencia de Salvador
María
del Carril, ese frío centralista que buscó convencer a Lavalle para que
matara a Dorrego. Fue más o menos así: “Una revolución es una apuesta
en la que se gana hasta la vida de los vencidos”.

“Queremos leerles unas declaraciones del Almirante Rojas”,


Dice Firmenich.

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josé pablo feinmann

“¿Por qué yo y no él?” Aramburu dice bruscamente. “Si hay


un matón de derecha en este país es Rojas. También decidió las
ejecuciones. Y muchas otras cosas Si hubiera sido por él Se detiene.. . .”
Él lo piensa mejor. Él dice: “De los dos, yo soy el moderado. Él . . .”

“Él es el payaso”, lo interrumpe Fernando. “Él es el animal.


Siempre fuiste el inteligente. El que decidía las cosas.
¿Y usted es el que ahora está involucrado en algo que posiblemente
sea el motivo principal de este juicio?

“¿Cual es?”
“Tu lo descubrirás. Vuelvo a las declaraciones de Rojas. él acusó
Valle y sus cómplices de marxistas y amorales”.
“¿Verás? Yo nunca hubiera hecho eso. ¿Cómo podría decir eso?
¿una cosa? ¿Cómo podría decir eso de Valle? Un católico, una familia.
hombre . . .”

“Necesitamos que firme una declaración. Diciendo lo que nos acaba


de decir, que Valle no era marxista ni inmoral. Que Rojas mintió”.

Como sorprendido, Aramburu se inclina hacia atrás y extiende su


manos.
“¿Eso es lo que quieres?”
“Sí.”
“Pero eso . . . Podríamos haber hecho eso en mi casa”.
Fernando Abal apenas sonríe. Es la primera vez que lo hace.
No me está siguiendo, general. Queremos esto y otros
las cosas también Queremos que nos cuentes sobre el golpe de
estado contra Onganía. Eres el líder y el objetivo es traer el peronismo al
sistema. Vístelo con una corbata y una chaqueta. Domarlo. Entregarlo al
régimen democrático liberal de las clases dominantes”.

110 | |
timote

“Yo no lo interpreto de esa manera. Pero puedo entender que podrías.


Aramburu se detiene. ¿No quiere seguir hablando? Frunce el ceño.
Frunce los labios como para evitar que se le escapen las palabras.
Finalmente, dice: “Si quieres hablar de eso, apaga la grabadora. Es
demasiado importante.
“Pero no es lo más importante”, dice Fernando.
“Queremos hablar de algo mucho más importante,
General”, dice Firmenich. Mucho más importante.
Aramburu cae en uno de sus largos silencios. Pero no está
mirando al vacío. Es evidente que está pensando. No está tratando de
evitarlo. Pero ¿por qué tardar tanto? ¿Es porque es cuidadoso, sensato,
le gusta elegir sus palabras, encontrar la expresión adecuada? ¿O es
simplemente que es lento? Nuestra conjetura es lo contrario; lo dijimos:
necesita tiempo. Necesita ganar tiempo para los que buscan
a él.
Todo lo que pregunta es: “¿Qué?”

Fernando está algo retirado. Él está de pie. Mira


abajo sobre él. Dice secamente: “Queremos hablar del cuerpo de Evita
Perón”.
Aramburu estaba esperando eso. Le tenía miedo. Como tardaron
tanto en mencionarlo, pensó que no era un problema. Pero aquí está: Eva
Perón. No hay peronista que no se enfurezca al mencionar el nombre de
esa mujer que tan vilmente les han arrebatado. No hay venganza que Eva
Perón no justifique, que no clame. No hay manera de reparar ese insulto.

Aramburu sabe ahora que está en peligro.

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Supongamos que Aramburu dice: “No hay mucho que pueda
hablarte del cuerpo de Eva Perón”.
Supongamos que Firmenich dice: “Este no es el momento de
hablar de eso.
Fernando se le acerca. Le gusta mirar a Aramburu.
Especialmente cuando le dice cosas importantes. Como ahora.
“Estás planeando un derrocamiento del estado. Si lo niegas, nosotros
no te creeré Tenemos buenas fuentes”.

“¿Cómo qué?”
Fernando nombra un par de generales.
“Confundes amigos con conspiradores”, dice Aramburu.
Con un gesto rápido, Fernando apaga la grabadora. Es
un Geloso que tiene bastantes años, pero ofrece la seguridad de las
cosas bien hechas. Él dice: “Ahora puedes hablar con tranquilidad”.
Aramburu no habla más que para decir: “Tengo hambre”.
Prepararon un almuerzo ligero rápido juntos. sin vino Solo suave
bebidas O agua. Cuando pone una botella de Coca-Cola en el
mesa, Firmenich, que sonríe más que Fernando, dice: “Imperi
el mejor invento del alismo.
Supongamos que Ramus, que entra y sale sirviendo de contacto con la
realidad exterior, dice con ironía: “Para el General, el mejor invento del
imperialismo es el imperialismo”.
timote

“Te equivocas conmigo”, dice Aramburu. “No soy un agente de


im pe realismo. Onganía es. Soy un ellos o un crat.
“No nos tomen por tontos”, dice Fernando. “Un demócrata no
ejecutar a un compañero de armas en la Penitenciaría Nacional. Como un
delincuente común. Como un perro.”
“También te equivocas ahí. Eso fue en 1956. Yo no era demócrata. Yo
estaba presidiendo un gobierno revolucionario. Habíamos derrocado a un
dictador y tuvimos que tratar con dureza a quienes querían traerlo de
vuelta”.
Aramburu hace una pausa. Él mira a cada uno de ellos uno por uno.
“Ahora
soy un demócrata. Soy un general que quiere un gobierno amplio y
democrático
para su país. Amplio¿Me estoy aclarando? Incluido el peronismo. Por eso
tengo que derrocar
a ese animal Onganía. Para lograr eso, no lo niego, tengo que conspirar
con
los generales que lo nombraron, todos hombres de buena voluntad,
demócratas como yo”.
“Matones de derecha como tú”, dice Ramus, algo imprudente.

“No soy un matón de derecha. Los matones de derecha me odian. estoy


el menos matón de los hombres en el ejército. Escucha, Onganía está
saliendo. Su tiempo se acabó. Ese negocio de Córdoba lo hundió. Solo es
cuestión de darle un empujón”.

| | 113
Franco Riganti ha puesto una botella de Bols sobre la
mesa. Eso anima cada reunión. Más aún si es entre amigos.
La ginebra es una gran cosa. Tienes que tomarlo con calma. Por
eso lo bebes en esos vasos gruesos que hacen tanto ruido
cuando los golpeas sobre la mesa. No hay nada más perfecto que
la ginebra, servida en uno de esos vasos pequeños pero sólidos
que no se pueden romper con un palo, para hacer un punto, resumir
las cosas categóricamente, cerrar un trato, enfatizar una mala
palabra, hacer que todos sepan que eres saliendo y saliendo
cabreado, no vas a volver, no deberían esperarte, y tal vez nunca
vuelvas, carajo. Y tan pronto como dices maldita sea, golpeas el
vaso sobre la mesa y el vaso hace un ruido definitivo, como un gong,
y te levantas, ajustas el cuchillo en tu cinturón y te vas. Solo puedes
hacer eso a la manera de Dios con un vaso de ginebra. Pero hay
dos cosas que debes hacer. No solo golpeas el vaso sobre la mesa,
como si quisieras partirlo en dos. Primero, tienes que tragar lo que
hay en el vaso. la ginebra Así es como lo hace: supongamos que ha
tenido una discusión con alguien. Que discutiste demasiado con él.
Que estás harto. No quieres continuar. Agarras el vaso entonces.
Dices: “Mira, amigo”. Inclinas la cabeza hacia atrás, abres la boca,
bebes la ginebra, la tragas, el vaso está vacío, levantas la cabeza,
fijas la mirada en tu adversario, golpeas el vaso sobre la mesa, tal
como se dijo, como si estaban tratando de romperlo, y
timote

Termina con “Vete a la mierda”. Te levantas y te vas. El otro tipo se


queda pegado a su silla. Él no se mueve. Medio aturdido y medio jodido,
su cara se ha puesto pálida como un cadáver en la noche de su velatorio,
que es cuando todo el mundo quiere comer bocadillos, contar chistes,
tomarse unas copas de vino y ponerse en camino lo antes posible.
posible
porque los muertos, incluso aquellos que son tus amigos, incluso ellos
más
que nadie, inspiran miedo.
Y tienes que llegar al colmado de la esquina, sentarte en una mesa y
pedirle a Franco Rignati un buen vaso de ginebra para quitarte el frío que
la
muerte te tiene atrapado en las entrañas y del que no te puedes quitar
fácilmente. , a menos que realmente ate uno, y solo entonces si tiene
suerte.
Si nos hemos dejado llevar por el estilo narrativo de los gauchos
porteños, estoy seguro de que nos disculpará. Es que Franco Riganti,
que ya ha puesto esa botella de ginebra sobre la mesa, está hablando
con don Acébal, porque son amigos y van a charlar un rato. Acébal se
bebe con bastante torpeza bastantes copas.

“Tómatelo con calma, Blas”, le dice Riganti. “Tus manos tiemblan


costoso. ¿Qué diablos está pasando?
Acébal intenta calmarse. El lugar está casi vacío. Y es viernes en
eso. Pero la noche es fría. Además, el partido de la Copa del Mundo
contra Perú comienza el domingo. Todo el mundo está hablando de eso.
La gente se queda pegada a la televisión.
“Si te lo digo, no me vas a creer”, dice Acébal.
Franco Riganti se sirve otra ginebra. Él dice: “Ya sea que
Te crea o no, será mejor que me lo digas. Porque no puedes seguir así.
Derrama los frijoles, hijo de puta. Sácalo todo. te envenenará
de lo contrario.”

“¿Viste a esos niños de La Celma? Niños buenos.”

| | 115
josé pablo feinmann

“Hasta donde yo sé, lo son. Carlitos Ramus viene a menudo


por aquí. Siempre gasta un dineral. Es un buen cliente.
“¿Sabes a quién trajeron hoy al rancho?”
Riganti niega con la cabeza. Acébal dice: “Aramburu”.
Estás jugando conmigo. Manten tu voz baja.”
“No hay nadie aquí.”

“Tienes que susurrar cosas así. Continuar.”


“Nada más, Franco. Intentaron distraerme manteniendo una
conversación. Así que no vería nada. Infierno. Lo vi todo. Era Aramburu.

“Hiciste bien en salir, Acébal. no tienes idea de como


la mierda golpea el ventilador en el país. Todo el mundo dice que
Aram Buru ha sido secuestrado. Lo están buscando. Dijeron justo
antes de la puesta del sol que lo estaban buscando.
“Eso es una mentira. ¿Por qué diablos lo secuestrarían? el gen
Eral se veía genial. . .”
“No llames General a ese hijo de puta. Solo hay una generación
Eral.
“Tonterías. Siempre se me olvida que eres peronista. Bien, déjame
terminar. Solo lo vi por el rabillo del ojo, pero lo vi. Llevaba sólo una
camiseta y parecía estar tranquilo. Como si fuera a tomar el té con los
muchachos.
Franco Riganti permanece en silencio. Piensa durante mucho
tiempo. Frunce tanto el ceño que forma una arruga larga y profunda,
como una hendidura. Por fin dice: “Tú quédate aquí, Acébal. Dices que
no eres peronista, pero eres un hombre del pueblo. Te has vuelto
blando de la cabeza por haber interpretado tanto tiempo el papel del
peón bueno. Pero, en lo que a ellos respecta, tú eres el enemigo. La
gente.”
116 | |
timote

“¿De quién soy enemigo?”


“De ellos, Acébal. De los católicos y de los militares. Dime algo.”

Se interrumpe a sí mismo. El silencio es como una campana de cristal


gruesa, solo

como los vasos de ginebra, aislándolos de todo.


“Habla”, dice Acébal.
“Esos niños en La Celma. . .”
“Sí.”
“Son buenos católicos, ¿verdad?”
“Por supuesto.”

“¿Muy, muy buenos católicos?”


“Sí, Franco. Al igual que sus padres.
“Bueno, entonces, estamos realmente jodidos, viejo”.
“¿Por qué?”

“Mira, Acébal, no quiero arruinarte la noche. Pero no puedo ocultarte la


verdad. Perón fue derrocado por Aramburu.
Junto a la Iglesia. los católicos Llenaron Government Square y gritaron a
todo
pulmón: “¡Cristo ha vencido! ¡Cristo ha ganado!” no puedo olvidarlo Las
mujeres
en la cocina, la gente pobre y todos los trabajadores lloraron a mares. Me
emborraché y me acosté durante dos días. Y ahora me dices que por ahí
en La
Celma los pendejos católicos, igual que en 1955, se están reuniendo con
ese
matón derechista de Aramburu”.

Franco Riganti se queda inmóvil, pensando. Su mirada se pierde en


espacio. Acébal no sabe qué decir. Lamenta haberle traído una noticia tan
triste. Riganti sacude la cabeza lentamente, con tristeza. De repente dice
algo. Lo
dice en un susurro. Tan bajo que Acébal apenas puede oírlo.
Franco Riganti dice: “Es un mal momento para los peronistas”.

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“¿Quién se lo va a dar?” pregunta Fernando, quién sabe.
“¿Tú?”
Aramburu está comiendo jamón sin curar. También hay un buen
queso de campo en su plato. Está bebiendo Coca-Cola. No responde a
la pregunta de Fernando. Después de todo, todos lo saben. El que le va
a dar un empujón a Onganía es él, no hay duda. él y todos los que están
con él. El problema es Gray-Head Lanusse, que no moverá un dedo para
salvar a Onganía.
Pero no es probable que se involucre en un proyecto en el que no sea
el protagonista. Lanusse es demasiado grande para sus calzones. Por
una buena razon. Habrá que negociar con él. Habla con él, dale algunas
propuestas. Y si quiere el liderazgo, negocialo con él. Todo es negociable
excepto por dos cosas.
El peronismo debe ser legalizado. Y si eso significa traer de vuelta a
Perón, entonces traerlo de vuelta. “Incluso si te da una úlcera, Cabeza
Gris. Incluso si te enferma. No hay otra opción que traerlo de vuelta”.

“El jamón crudo está muy bueno”, comenta. “País de verdad


estilo. Estas cosas siempre se arruinan cuando llegan a la ciudad. Son
los intermediarios. Una de las desgracias de este país.
Arruinan la pureza de los productos, ya sea para facilitar su venta o para
aumentar sus ganancias”.
timote

“O ambos”, dice Firmenich.


“O ambos”, concuerda Aramburu.
“Pero no son los intermediarios”, dice Fernando. “Es capital
ismo. El capitalismo es inmoral”.
“Volviendo a Onganía”, dice Aramburu, ignorando el comentario de
Fernan do, con el que, por supuesto, no está de acuerdo. “Con Onganía
derrocado, todo es muy fácil. Un gobierno de transición”.
“¿Otro?” Fernando dice. Ahora se ríe sarcásticamente.
“No uno más”, dice Aramburu. “El último. Si lo presido, es el último. Te
doy mi palabra. Solo durará unos meses. El tiempo suficiente para
celebrar
elecciones. Con el peronismo parte del trato. ¿Lo entiendes? Con el
peronismo parte de la mezcla. Lo que has estado pidiendo desde 1955.

“¿Parte de qué mezcla, General?” Fernando dice.


Aramburu deja sus cubiertos. Sorprendido, fija su mirada en Fernando.

“¿Qué quieres decir?” él dice. “Parte de la democracia”.


Supongamos que Fernando dice: “Del sistema democrático de partidos.
del régimen”.
“Estoy hablando de la democracia, no del régimen”, dice firmemente
Aramburu.
“Ya sabemos lo que todos ustedes quieren decir con democracia,
General. Cuando está domesticado, lo respetas. Cuando no es, se derriba
it. Like Perón.”
“Perón no era democrático”, dice Aramburu. “Al menos, no como yo
concibelo.”
“¿Cómo lo concibes?” pregunta otro compañero. Está sentado a la
mesa comiendo. Él no dice mucho. Su nombre no será registrado. Nadie
sabe quién es, quién era. Es no

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josé pablo feinmann

asunto: sabemos que estuvo allí. Si quisiéramos, elegiríamos un


nombre para él. No hay una historia confiable para lo que estamos
calificando. Y no habrá. Sólo hay narradores privilegiados.
Especialmente Firmenich. Estuvo allí y ofreció una versión de la
historia. Pero a menudo se contradice torpemente. Dice que
Aramburu estaba amordazado cuando lo bajaron al sótano donde
Abal lo matará. Después se olvidó de decir que le quitaron la
mordaza. O no lo sacaron o no hubo mordaza. Pero, ¿cómo puede
un hombre amordazado decir proceder? Entonces identificaremos
como “Julio” a este personaje al que llaman camarada. En cualquier
caso, no dice mucho. Y probablemente de aquí en adelante hable
menos que poco. Una o dos palabras. Probablemente no habla. Sin
embargo, ha dicho algo importante.
“¿Cómo lo concibes?” él pide. Quizá irónicamente. Porque
todos saben que la democracia que concibe Aramburu no es
como la de ellos. Mejor aún, les importa un carajo la democracia.
Tienen buena razón: nunca lo supieron, fue solo una palabra
pronunciada por el régimen para justificar sus negaciones y
pisotear los derechos del pueblo. Los yanquis también andan
siempre vociferando esta palabra. Y ellos son los yanquis. Los que,
según el Che Guevara, son enemigos de la raza humana.
“Estoy hablando de una democracia que nadie conoce”, dice
Aramburu. “Uno nuevo en este país. Uno que ni tú ni yo hemos
vivió.”

120 | |
Gaby se ha sentado frente a una máquina de escribir. ¿De qué tipo es?
¿Un Olivetti, un Remington? Supongamos que se trata de una Lettera 32.
¿Escribe ella los comunicados o ya estaban escritos?
Sería normal que ya estuvieran escritos. Nadie puede escribir el futuro. O
augurarlo en comunicados. Probablementees una posibilidad, es Ramus
quien ha pasado de La Celma a

la casa donde está Norma y ha regresado. quien se mueve


sin que sepamos muy bien dónde. Probablemente es él quien le ha
informado
sobre el desarrollo de los acontecimientos. Gaby mecanografia el primer
comunicado o da forma final al esquema que Fernando ya había escrito.
El
resultado es el siguiente:
perón returns

comunicado nro. 1
al pueblo de la nación:

El día de hoy a las 9:30 horas nuestro Comando procedió a la detención


de Pedro Eugenio Aramburu, cumpliendo una orden derivada de nuestro
procedimiento de someterlo a la Justicia Revolucionaria.
Pedro Eugenio Aramburu está acusado de traición a la patria y al pueblo y
del asesinato de veintisiete argentinos.
En este momento, Aramburu representa a un jugador del régimen que
tiene como objetivo ponerlo en el poder para engañar nuevamente al
pueblo.
josé pablo feinmann

con una falsa democracia y legalizar la entrega de nuestro país.


Oportunamente, se darán a conocer los detalles del juicio y la sentencia
dictada. En un momento tan triste para nuestra Argentina, que ve sus
gobiernos
rematados al mejor postor por sus dirigentes, que se enriquecen
inmoralmente
a costa de la pobreza de nuestro pueblo, los Montoneros llamamos a la
resistencia armada contra el gobierno. de matones y oligarcas de
derecha,
siguiendo el ejemplo del General Valle y de todos aquellos que
generosamente
dieron su vida por una Patria Libre, Justa y Soberana.

peron o muerte! ¡viva la patria!


operación comando juan josé valle
montoneros

Gaby se recuesta en su silla. Ella revisa el texto. Ella no puede


creerlo. Mierda. ¡Ellos lo hicieron! El revuelo que esto va a producir
en el país. Los lacayos periodísticos de las redacciones se van a
cagar en los pantalones cuando lean este comunicado. Se pasará de
mano en mano. No sabrán si es auténtico o no. O peor aún, si es
auténtico, no van a tener las agallas para publicarlo. Y si lo hacen,
van a tener miedo por su
vive.
Arrostito no se equivoca. El comunicado hace temblar a todo
el país. Años después, en medio del terror del régimen de Vi dela,
otro texto aparecerá en las redacciones: la Carta a la Junta Militar de
Rodolfo Walsh. No molestó a nadie. En la revista Gente la pasaban
riéndose tanto que se ahogaban. ¡Consigue una carga de esta locura!
quién se cree que es? Él solo contra la junta militar. Los comandantes
deben estar temblando en sus botas. Ese irlandés siempre estuvo un
poco loco. Por

122 | |
timote

ahora deberían haberlo metido en un horno. Esa revista estaba llena de


“verdugos
voluntarios de Videla”. Hay muchas maneras de matar a alguien. Cuando
el ejército crea
necesario producir la muerte de Arrostito, Gente publicará una portada
que se estudia y
se estudiará como ejemplo impecable de la banalidad del mal. Hay una
fotografía de Gaby
y, cubriéndola parcialmente, un sello burocrático, un sello de oficina
aplicado con mano
dura, con brutalidad.

La palabra impresa es “Muerto”.


Pero el Comunicado núm. 1 de los Montoneros hace a todos
estremecimiento.

Las cosas son graves.


En Gente es posible que hayan repetido una frase que años
atrás provocó el secuestro de un embajador extranjero en Guatemala:
¿Qué debemos
hacer de nosotros mismos para sobrevivir?
Exactamente lo que hicieron de sí mismos.
Para su desgracia, pocos tuvieron que descubrirlo tan plenamente como
Gaby.
Después del “golpe de Aramburu”, se convirtió en un mito. Que
explica por qué terminó quedándose tanto tiempo en el calabozo de la
Armada de la
ESMA. Su tortura se prolonga porque no quieren matarla. Ella es un
trofeo. La marina la
luce con orgullo. La tienen. Se llevaron el “coño” de los Montoneros. Así lo
dicen: la
chocha de los Montoneros. Hay historias secretas que la atrapan y le
otorgan
sorprendentes protagonismos. Así como, en 1974, Perón, buscando
desarmar a la
Dirección Montonera, le dice a Juan Manuel Abal Medina que quiere
hablar con ella. Pero
como encontrar

¿su? Además, ¿puede Perón, en 1974, hablar con Norma Arrostito sin
sus hombres,
ese poderoso círculo neofascista que fortaleció, impidiéndolo? ¿Puede
haber algo
más loco para Perón, a solo meses de su muerte, que hablar con Gaby?

| | 123
Aramburu continues, “Perón’s democ racy was incomplete:
marginó a los antiperonistas. Lo de los antiperonistas también:
marginó a Perón y te marginó a ti”.
“Disculpe, pero no es lo mismo”, dice Fernando. “La democracia es
el gobierno de la mayoría”.
“En lo que respecta a las minorías”.

“Lamento oírte usar esa frase”, dice Fernando, temblando.


su cabeza en desacuerdo. “Eso es pura basura liberal. La democracia es
el gobierno del pueblo. Y las minorías, las apestosas minorías, no quieren
que gobierne el pueblo. Perón siempre tuvo a las minorías en su contra.
El oligarca y el sector gamberro del ejército. Tú, por ejemplo. Solo
pregúntate esto: ¿Puede un gobierno popular respetar a las minorías?”.

“Si no puede respetarlos, entonces no hay democracia”.


“Solo pregúntese esto: ¿Hay algún momento en que las minorías
respetado la gente? No nunca. Las minorías no están interesadas en
la democracia. Basta con repasar la historia de estos últimos quince años.
¿Por qué no concedes democracia? Porque vas a perder. Tendrás que
tener elecciones libres y la gente no votará por ti. Perderá, General. Por
eso Perón está en Madrid. Por qué está prohibido el peronismo. Por qué
estamos hartos. ¿Por qué estás aquí? En juicio.”
Aramburu lo ha escuchado con mucha calma, como si sólo
timote

esperando el descanso que le permita continuar. Quizás debamos


señalar que ha dudado en decir que cualquier diálogo entre él y sus
secuestradores es imposible. Quizá —y no debemos olvidarlo— sigue
intentando ganar tiempo.
“Lo que nunca tuvimos”, dice con firmeza, como un hombre que
cree en sus palabras, “fue democracia para todos. Peronistas y
antiperonistas. Un Congreso que incluyó a todos los partidos. Un
estado que gobierna a través de sus tres poderes. Elecciones
transparentes. Sin fraude, sin prohibiciones. Esa es la democracia que
imagino”.
“Le va a costar entender, General”, dice Fer nando. “Pero esa
democracia tuya es lo que te convierte en el hombre más peligroso de
la Argentina. En lo que a nosotros respecta, usted entiende. ¿Ya
hablaste con Perón?
“No todavía. Pero tengo los mejores contactos. Gente que es fiel,
honorable. Quien me tiene en estima. Quien lo respeta. Hablaremos
en cualquier momento.
“Qué conmovedor. Mira”, dice Firmenich, mostrando sus
dientes de conejo, que nunca parecen encajar bien en su boca.
“Los enemigos del mañana son los aliados de hoy”.
“¿Qué está mal con eso?” Aramburu dice. “Tienes que tener
grandeza en la política. Buen hombre . . .”
“No seas tonto”, dice Fernando, alzando la voz. “No eres un gran
hombre”.
“Joven, no olvides a quién le estás hablando”.
“Sé muy bien con quién estoy hablando”.
“Exijo respeto. Soy el general Aramburu. Por supuesto que
sabes con quién estás hablando. En cambio, ni siquiera sé si os
llamáis Juan o Pedro.
“Tampoco lo sabrás”.
| | 125
josé pablo feinmann

“Volvamos a la cuestión de la democracia”, dice Julio. Por qué


¿no? Si es un camarada, si está aquí, debe haber dicho algo. Es una
tercera voz: Fernando, Firmenich y él. De vez en cuando, cuando regresa,
Ramus. Distintas versiones mencionan a Capuano Martínez, Ignacio
Vélez.
Ellos no son parte de esta historia. Nadie sabe si estuvieron allí. Había
alguien que se llamaba “el otro camarada”. Aquí lo llaman “Julio”. No
podemos
tomarlo a la ligera. De repente ha llevado el diálogo de vuelta a su punto
principal: la democracia. No tiene éxito.

Aramburu cambia bruscamente de tema. Dice algo inesperado.


Sorprende
a sus interrogadores. “Y dime. peron¿Es un gran hombre?
“Perón es un gran líder de masas. Tienes que tener gran
ness por eso. El pueblo no elige líderes de barro”, Fernando
dice.
“No estoy de acuerdo contigo en eso. La gente comete errores. Tú
¿Ten un cigarrillo?”
“¿Tu fumas?”
“Cuando estoy a punto de que me maten, sí”.

“Nadie dijo que te íbamos a matar”.


“Entonces olvídate del cigarrillo”.
Fernando se levanta y camina lentamente alrededor de la mesa. La
comida ha terminado. Probablemente se prolongó más de lo razonable.
Pero
hay algo que no quiere soltar.
“Es propio de ti decir que la gente comete errores”, dijo.
dice. “Muy como alguien acostumbrado a gobernar sin el pueblo. O
contra ellos.
“Eso daría lugar a una larga discusión”.

126 | |
timote

“¿Tienes prisa?”
“¿Qué opinas? Nadie ha sabido nada de mí. Mi
pobre esposa, por ejemplo. ¿Has pensado en ella? ¿No
existe nadie más para ti? Debe estar loca.
“Volvamos adentro”, dice Fernando.

| | 127
Aramburu está sentado en la cama. Sentado ahí así, sin chaqueta,
con el agotamiento del día mostrando en su rostro, las arrugas que
sobresalen en surcos profundos, especialmente las dos que se extienden
hacia abajo desde los lados de su boca, las dos que le dan una mirada
de amargura. —con sus ojos tristes, sus pantalones arrugados, ahí
sentado así, no se parece a Aramburu. Pero el es. Y todo lo que está
ocurriendo en La Celma Ranch y todo lo que es probable que suceda
como consecuencia es porque él es. Y aunque quisiera, aunque cada vez
está más seguro de que será
porque él es significará la muerte, no hay vuelta atrás; No puede
dejar de ser quien es.
“Perón no va a hacer ningún trato contigo”, Firmenich
dice.
“No si me matas”.
Hablas de la muerte más que nosotros.
“Es muy simple: si alguien aquí tiene que morir aquí, soy yo.
Estoy completamente solo. Estoy desarmado. Cambia de tema, como
si hablar de algo tan obvio no le interesara. Él dice: “¿De dónde sacaste
la idea de que Perón no hará un trato conmigo?”
“General, la democracia que usted propone es de corte burgués”,
dice Fernando. “La democracia del régimen. El peronismo no es el
régimen. Nunca vas a convertirlo en una parte. Para hacerlo, tendrían
que refutarse a sí mismos. Desaparecer. tu representas a la
timote

Clases que explotan. Perón, los que son explotados. La clase obrera. No
hay
trato posible”.
“Perón hizo un trato. Durante su primer gobierno, los trabajadores
y las clases altas se llevaban bien. Luego se perdió”.
“Exactamente”, dice Firmenich. “Porque el camino no es concilia
ción Perón lo sabe ahora. El único camino es el de la revolución
nacional antiimperialista. La destrucción de la oligarquía y el ejército de
sapos.
No hay otra manera, General.
“¿Perón te dijo eso?”
“Todavía no hemos hablado con él”, dice Julio. ¿Tiene la autoridad
para revelar algo así? Difícil de saber. Sería mejor darle una línea así a
Fernando.
“Todavía no hemos hablado con él”, dice Fernando.
“No me dijiste eso. De todos modos, sabemos cómo es Perón. Si hablas
con
él, te dirá lo que necesitas oírle decir”.
“¿Él te hace eso a ti?”
Aramburu lo piensa. Se rasca la nariz. De repente,
él estornuda Se frota la cara con una mano.
“Es posible. Pero sólo si echo fuera a Onganía. Si organizo un
gobierno de unidad nacional. Si llamo a Perón, vendrá”.
“Es por eso que usted es tan peligroso para nosotros, General”, Firmenich
dice. “Si cumples lo que dices, el peronismo como fuerza revolucionaria
muere. Porque seguro que Perón está arriba en años. Y si le ofreces
reparación. El uniforme. Y elecciones limpias, tal vez venga. Y consolidar
la
democracia del régimen. Estamos aquí para evitar que eso suceda”.

“La gente no quiere una revolución de chaqueta y corbata”, dice Julio,


seguro de sus palabras esta vez. “Quieren un peronismo que haga una
revolución. Tal como lo pidió Evita”.

| | 129
josé pablo feinmann

“¿Puedo preguntarte algo?” Aramburu dice. todos siguen


para mirarlo seriamente. Aramburu siente que tiene derecho a
preguntar: “¿Cómo sabes lo que quiere la gente? ¿Cómo es que
hablas en su nombre con tanta certeza? Si este rancho es de alguno
de ustedes, déjenme decirles que el pueblo no tiene ranchos. Y que
tú no eres parte de ellos”.
“Está diciendo estupideces, general”, dice Fernando, enfurecido.
“Somos un grupo de vanguardia. Ni Lenin ni Trotsky ni el Che eran
proletarios. Pero sabían lo que la gente quería. Porque, a diferencia
de ti y tus compañeros, ellos escuchaban al pueblo, conocían su
sufrimiento y la explotación a la que los sometías. Ese discursito
lindo que nos diriges a los que tenemos más de diez pesos en el
bolsillo, diciendo que no podemos entender a la gente porque no
somos pobres, es un insulto. Y una tontería de decir.

“Creo que esta es una conversación entre sordos”, dice


Aramburu, exhausto por primera vez.
“Posiblemente”, dice Firmenich. Pero debe saber esto,
general: no habrá democracia con el régimen. No habrá peronismo
de corbata y saco. El peronismo nunca será asimilado.
Peronismo y régimen no van juntos. Los proletarios siempre vamos
a exigir salarios que no pagarán o no podrán pagar. Cannot es sólo
una forma de hablar. Porque puedes si quieres. Lo que no puedes
hacer es reducir el margen de ganancias. La codicia capitalista”.
Aramburu se recuesta contra la pared. Lamenta no haberlo
hecho antes. No estaría tan cansado ahora. Lo retenía esa dignidad
de militares que confían en todo recto. De pie, mirando al frente,
con el rifle en el hombro, los ojos en el

130 | |
timote

bandera, arriba en el cielo. Nunca aflojarse. Usar ropa interior dos tallas
más pequeña hace un buen trabajo apretando tus bolas, y levantas la
cabeza y mantienes la mirada en alto. Como Belgrano junto al río Paraná.
Y
es por eso que tenemos una bandera.
“Qué no daría yo por tener a Perón aquí”, dice Aramburu, de la nada.

“Nosotros también”, dice Firmenich. Te secuestramos para poder


traer de vuelta a Perón”.
“No me malinterpreten”, dice Aramburu. “Quiero decir aquí ahora mismo.
Aquí, con nosotros. Podríamos hacerle algunas preguntas. O dos. Sólo
dos. Por ejemplo . . .” Él para. Es evidente que quiere encontrar la
formulación
exacta de las dos preguntas. No es fácil. Es difícil para él pensar en la
pregunta de sus captores. Ha estado escuchándolos durante horas. Ha
aprendido algo sobre su idioma.
Sabe que no son marxistas ni comunistas. Son Peronistas. Son cristianos.
Y también —y esta faceta lo trastorna, porque a veces le da esperanza,
ya
veces la pierde por completo— son idealistas. No son mercenarios.

No obedecen a nadie. No pertenecen ni a Onganía ni a Imaz.


Eso estaría más allá de la creencia. Son demasiado refinados; se puede
decir que son educados. Sus familias deben ser personas honorables,
superiores.

clase. Pero el idealismo es la fuerza secreta de los fanáticos. No hay


más idealista que fanático. Nadie encarna como un fanático la cierta,
íntima
necesidad y legitimación de matar.
“¿Por ejemplo?” Firmenich se está impacientando.
“Usted le preguntaría, General, ¿le gustaría encabezar un
¿revolución? ¿Te gustaría unir de manera defi nitiva a la clase obrera y la
oligarquía? ¿Te gustaría romper

| | 131
josé pablo feinmann

relaciones con los Estados Unidos? Te gustaría . .

. ?”

“Son muchas preguntas”, interrumpe Fernando.


“Es sólo uno: ¿Te gustaría liderar una revolución nacional?
Perón entendería lo que eso significa”.

“¿Qué le preguntarías?”
“Perón . . .”
“Ese es un mal comienzo. Olvidaste devolverle su rango.
“Perón y yo nos conocemos. Yo lo llamé Perón y él
me llamó Aramburu.
“Déjalo ir. Continuar.”
“Perón, ¿quieres encabezar una democracia legítima basada en el
voto de todos los ciudadanos, con tu uniforme de general y libre de todos
los cargos que se te han imputado?”. Extrañamente, Aramburu sonríe y
los mira como si hubiera triunfado. La respuesta de los Montoneros llega
enseguida.
“Tú no conoces al General”, dice Fernando. “Sabes muy
pues que hoy el pueblo sólo lo seguiría si encabeza una revolución
antiimperialista. Eso es lo que representa hoy.
Te guste o no, eso es lo que tiene que hacer. América Latina vive tiempos
revolucionarios. La Revolución Cubana, General.
Ningún líder popular puede ofrecer menos sin que le cueste como tal.
No somos estúpidos. Lo que piensa Perón no es importante. Lo
importante
es lo que representa objetivamente y lo que tiene que aceptar. Nadie
puede ser Perón hoy y no ser revolucionario.
Porque eso es lo que el pueblo y la Historia esperan de él”.
“¿Otro Castro?”
“Pero uno que sea argentino”, dice Firmenich. “La revolución ha
recorrido un largo camino en América Latina. Si Perón regresa, tiene que
ser parte de eso. Con su historia, con el amor que tiene por las masas,

132 | |
timote

No hay otra opción. Y créame, General: eso es lo que


Perón debe hacer. Porque está vivo. Porque es un artesano de Su
conservador. Trabaja con los materiales que tiene a mano. Lo que tiene
entre manos ahora es un pueblo y una ideología incontenible: el
socialismo”.
“Tú no conoces a Perón”.
“Tú eres el que no lo conoce”, dice Firmenich. “Y
lo entendemos. Todo lo que puedes hacer es mirarlo con tu estrecha
ideología de soldado. Como un hombre de orden.
Aramburú sonríe. Es como si supiera algo que estos jóvenes no
podían evitar ignorar, por la simple razón de que son jóvenes, y además,
porque no son parte de las fuerzas armadas. Y finalmente, porque nunca
se habían enfrentado con Perón. Un diálogo de tarde en la quietud del
club de oficiales cuando ellos, los militares, por madrugar ya empiezan a
tener sueño.

“Entiende esto y luego haz lo que quieras. yo, la derecha


matón Aramburu, no soy ni la mitad de militar que Perón. Quizá mi
ideología sea más pequeña que la suya. Perón es el tipo inteligente de
soldado. Impartió clases en la Escuela de Guerra. Leyó cuidadosamente
a Clausewitz. Pero él es más anticomunista que yo, muchachos.
Y le gusta el orden tanto como a todos. Como hacen todos los militares.
Somos hijos del orden y nos enseñan a defenderlo. Créeme si quieres.
Si no, prepárense para ser sorprendidos”.
El 31 de mayo es el último día del juicio. Aramburu sabe que solo
queda un tema: el más difícil. El que le da miedo el
la mayoría.

Fernando Abal Medina dice: “Hablemos de Eva Perón”.

| | 133
¿Qué podía contarles sobre Evita? ¿Podrían ellos, mocosos
chicos de entre veinte y veintitrés años, ¿entienden algo que les pueda
explicar? ¿Pretendes conocerla?
La vi de cerca, la vi caminar, la vi sentarse, levantarse. Le di la mano
innumerables veces. Vi su ropa muy cara, sus zapatos. La oí hablar, la vi
sonreír, nunca la vi llorar.
Luego vi su moño, ese traje a medida que vestía como un uniforme, como
un
soldado en la batalla. La vi empezar a morir y la vi casi muerta. La vi
ponerse
pálida. La vi perder sus curvas y la espléndida y hermosa salud de su
rostro.
Le brotaron pómulos como rocas. Sus labios se afinaron. Hasta los
tobillos se
le afinaron, porque siempre fueron gruesos y eso era un tormento para
ella.
Podías ver los huesos en sus manos. Su voz se volvió áspera. Parecía
que
todo lo que hacía era dar órdenes. Hasta que ella murió.

Entonces, a pesar del circo que montó Perón, veo que la gente realmente
llora por ella. Les voy a hablar de la gente de Evita. No había duda de que
la
amaban. De buena gana, con humildad e incluso con sumisión:
sin vergüenza, sin honor. No puedes amar a una persona de esa manera.
No queda lugar para amarte a ti mismo. No queda orgullo. Vi a la gente
entregarse a ese amor hasta perderse, perder toda presencia, hasta la
inmolación. Si les hubieras preguntado qué eran, qué eran, verás, podrían
haber dicho:
timote

“Somos nuestro amor por Evita”. Así fue como pudo manipularlos
como ella quiso. Sé que dirán: “Llegaron tan lejos en su amor por
ella por el odio con que todos ustedes los trataron. Esa fue la
primera vez que alguien los amaba. ¿Cómo no iban a ceder?
¿Cómo no iban a querer a Eva hasta el punto de no quererse a sí
mismos? Sé lo que dirás: “Estaban llenos de amor. Nunca un pueblo
había amado tanto. ¿Qué les importaría darle todo su amor si tenían
el de ella? No tenían que amarse a sí mismos porque ella los
amaba. Eso fue suficiente. Eso fue suficiente.” Como puede ver, he
pensado en esta pregunta.
Pero hay otro aspecto.
Aramburu nunca les dirá lo que quiere decir con otro
aspecto. Aramburu piensa que la gente amaba tanto a Eva
porque eran ignorantes. Porque eran mestizos que acababan
de llegar del campo. “Cabezas negras”, “engrasadores”, como ella
los llamaba. Un pueblo educado no puede amar a un funcionario
del gobierno de esa manera. Un pueblo educado nunca pierde su
dignidad crítica. Nadie puede ir por la borda, ahogarse en otra persona.
Solo un país de animales, fanáticos, podría llegar a tales
extremos por amor. ¿Qué se puede esperar de un pueblo así?
Demasiado, lo peor. El amor de los fanáticos arrasa con todo.
No hay decretos posibles frente a las pasiones de los ignorantes.
Alguien que no ha sido pulido, bruñido por la cultura, sólo
atesorará la pasión, la furia de los bárbaros. Sé que me van a
preguntar por qué la escondimos. ¿Qué esperaban? ¿Que les
dejaríamos quedarse con su santo muerto? ¿Y lo que es peor, un
santo muerto que fue vengativo, tempestuoso, belicoso? No, no
estábamos locos. Evita, en Argentina, hubiera hecho volar al país por las
nubes.
Habría sido un punto de inflamación para cada rebelión. el altar de
| | 135
josé pablo feinmann

cada odio. Habríamos pasado todo nuestro tiempo limpiando las


flores de su tumba, solo para comenzar de nuevo al día siguiente.
Y el siguiente Y el siguiente Los sacerdotes del pueblo habrían
ido allí. Habrían celebrado sus misas tempestuosas. Los más
fanáticos habrían vivido esperando a que ella se levantara de su
tumba para llevarlos a la batalla, al triunfo. Habríamos tenido que
golpearlos con garrotes. O matarlos. Me estarían juzgando ahora
por muchas otras muertes. No para los de Valle y sus compañeros.
No para los del basurero José León Suárez. Para muchos otros.
Por las muertes de montañas de otros negros sucios, fanáticos,
indignos de un país educado como este. Ya la habíamos
aguantado viva. Afortunadamente, se fue rápido. Soportarla
muerta hubiera sido una locura. Sé que ahora me preguntarán
dónde está. Quién sabe por qué la querrían ahora. Para entregarla
al pueblo. Para iniciar un gran levantamiento del pueblo con el
cuerpo de la Perra como bandera. No, ni una palabra sobre eso.
No voy a traicionar a mi país. Ni mi propia gente. Mantén a la Puta lejos.

136 | |
Arrostito esperaba algo así. Los servicios nunca duermen.
Reaccionan inmediatamente. Aparecieron varios “comunicados” de
“organizaciones armadas”. Aramburu había sido secuestrado por
medio mundo. Es necesario agregar un dato doloroso, pero no
menos inesperado. Una manada de idiotas, los aventureros deben
haber tendido una trampa con carne podrida para producir tal
alboroto. El país está en llamas. Nadie sabe nada. Pero los “héroes”
siguen apareciendo. Desde la derecha, desde la izquierda. Es
necesario ponerle freno. Cierra la boca. Todavía no pueden decir la
verdad, no pueden decir: “Fuimos nosotros”. Somos un grupo
armado de cristianos y peronistas y atacamos a Aramburu.
Cualquiera que ande lanzando comunicados está mintiendo. La
verdad, y no sólo en este asunto, nos pertenece. Por ahora, Gaby
decide escribir otro comunicado.
perón returns

comunicado nro. 2
Al pueblo de la Nación:
Ante la publicación de falsos comunicados atribuidos a organizaciones
armadas proclamando la detención de Pedro Eugenio Ar amburu y
estableciendo condiciones para su rescate, la Dirección de nuestra
Organización se ve en la obligación de aclarar lo siguiente
declaraciones:
josé pablo feinmann

1) El día 29 de mayo a las 9:30 am nuestro comando Juan José Valle


procedió
a la detención de Pedro Eugenio Aramburu.
2) A fin de demostrar la veracidad de esta afirmación, proporcionamos los
siguientes datos:
a) Pedro Eugenio Aramburu no porta documentación en su
persona.
b) entre sus efectos personales se encontraba un llavero en forma de
medallón con la inscripción “Regimiento Quinto de Infantería al Gral.
Pedro
Eugenio Aramburu, mayo de 1955; dos bolígrafos Parker; un calendario
plastificado del Banco Interior; un pañuelo un alfiler de corbata de oro; y
un
reloj de pulsera automático.
c) Fue detenido en el comedor de su casa.
3) Por la naturaleza de los cargos que dieron lugar a la detención de
Pedro
Eugenio Aramburu, con la intención de someterlo a la Justicia
Revolucionaria, no hay posibilidad de negociar su liberación con el
régimen.

4) Solicitamos que las organizaciones cuyos nombres han sido enviados


a
hacer un descargo rápido de sus falsos comunicados.
peron o muerte! ¡viva la patria!
montoneros

138 | |
“No tengo mucho que decir al respecto. Otros se encargaron de eso”.
Firmenich niega con la cabeza. Se toma su tiempo para decir: “Nosotros

no te creas Todo pasó por tus manos”.


Aramburu finge estar sorprendido. “Con Rojas ahí con
¿yo? ¿Dado el odio que la vicepresidencia tenía por la Marina?
“Rojas tampoco pudo hacer nada que no supieras
de”, el otro camarada—al que hemos decidido llamar “Julio”
-dice.
Aramburu dice: “Apreciaría un cigarrillo”.
“Esto es un juicio”, dice Fernando. “No se puede fumar aquí. donde esta
Eva?
Aramburu parece perder la paciencia. “¿Qué es esta obsesión?
sión con Evita? dice, enojado. Ni siquiera la conocías.
Son jóvenes de familias poderosas. No creo que le debas nada. No es
un hogar. No un juguete. Ni una botella de sidra y un trozo de pan. El tipo
de cosas para ganarse los corazones sencillos de los pobres”.

“Hay respuestas que podríamos dar para estos insultos que estás
murmurando”, dice Fernando. “General, el corazón de los pobres no es
tan
simple. Y no se pueden comprar con sidra y panes. yo
insiste: ¿Dónde está Eva?

“¿Por qué la quieres?”


josé pablo feinmann

“La nación peronista la quiere”.

—¿Y se la entregará a ellos?


Dinos dónde está y lo haremos. Ella no es nuestra. Ella

les pertenece.”
“Ella es de Perón”.
“Perón y el pueblo son uno y lo mismo. Si se la damos a Perón, se
la damos al pueblo. Si se la damos al pueblo, quedará en las mismas
manos que Perón. Eso es lo que queremos. Su descanso.

Está descansando. Le dimos un entierro cristiano”.


Fernando lo mira furioso. Sus ojos brillan cuando mira
como eso; frunce el ceño y su rostro se pone tenso. el grita
sus dientes.

“Tienes una extraña idea de un entierro cristiano”, dice. “Uno da un


entierro cristiano cuando los entierra su propia gente, sus familiares,
sus amigos, sus camaradas. No sus enemigos. Cuando un sacerdote
pronuncia palabras de los Evangelios. Un sacerdote elegido por la
familia. Cuando el cuerpo se ha despertado durante una larga noche
en la que nadie ha dormido. Cuando las manos que levantan el ataúd
son las de familiares o amigos y hermanos unidos por el dolor”.

“No pudimos enterrar a Eva Perón en Argentina. tienes que debajo


soportar eso.
“Si mueres, te entierran en Argentina”.
“No es lo mismo, Fernando”. Es la primera vez que Arambu ru usa
su nombre. Se arrepiente de haberlo hecho: es una demostración más
de cómo, si vive, los denunciará con todo lujo de detalles.
Sus nombres, sus ropas, sus rostros, el tono de sus voces.

140 | |
timote

No voy a salir de esta, piensa. Pero continúa: “Soy un militar retirado. Eva
es
un mito. Un culto. Un objeto religioso. Ella puede convocar multitudes.”

“Al que tendrías que matar”.


“Reprimir.”
“Reprimir para ti significa matar.”
“No estoy de acuerdo. Nos haces parecer monstruos. Qué país más
notable, ¿no? Piensas lo mismo de nosotros que nosotros pensamos de
ti.
¿Sabes a cuántos radicales, conser vadores y comunistas torturó la
policía de
Perón? ¿Cuántos católicos como tú? Durante los últimos días del
régimen. En
el momento del conflicto con la Iglesia. Los jóvenes católicos se opusieron
a

él entonces.”
“No ahora.”
“Sí, y eso es difícil de entender para mí. Pero he cambiado
Entonces, ¿por qué no tú? Eso es lo extraño: cambiamos de la misma
manera. Pasando al peronismo. Yo no me hice peronista, pero quiero
entenderlo. ¿Por qué no podemos entendernos,
¿después?”

“Por el pasado”.
“El pasado está detrás de nosotros. Nadie quiere ir allí. que esta muerto
está muerto. Es tiempo de . . .”

“Ahórranos la charla del libro de texto”, interrumpe Firmenich muy


rápidamente. “No has dejado atrás el pasado. Quiere ponerlo al día.
Asimila
lo que no pudiste destruir en el régimen. Pero sus intenciones son
siempre las
mismas: las del régimen, ahora con el peronismo como parte. Con tu
inteligencia
de matones de derecha, eres nuestro enemigo más peligroso”.
| | 141
josé pablo feinmann

Una sombra cubre el rostro de Aramburu. De repente es un hombre que


lo ha entendido todo. La totalidad completa, entera de la pregunta.

“Si lo mejor que tengo para ofrecerte me convierte en el más peligroso


de vuestros enemigos, ¿para qué molestaros en seguir hablando,
señores? Pasa tu sentencia y dispárame ahora mismo.

142 | |
Al día siguiente lo interrogan sin la grabadora.
La barba de Aramburu ha crecido aún más. Esto lo marca aún más que
las arrugas. Y sus mejillas están completamente hundidas, como dos
bolsas que cuelgan y enmarcan tristemente su rostro.
No parece que esté muy dispuesto a pelear. Sus jueces son frescos.
Tampoco
se han afeitado, pero tienen menos barba. Es un detalle que el líder al
que
hoy defienden utilizará años más tarde para desprestigiarlos: pelusas de
durazno, los llamará.
¿Quieres seguir hablando de Evita? él pide.
“Nosotros hacemos las preguntas, general”, dice Firmenich. “Por más
que te cueste creerlo, aunque, como puedes ver, no estamos rodeados
por
el carnaval solemne con que la burguesía adorna la justicia, estás aquí
ante
un tribunal”.
Lo sé muy bien. Solo espero que esa justicia sea justa”.
“Más que la de la burguesía, sin duda. no esta en el
al servicio de la oligarquía, las corporaciones o el imperialismo. Está
dentro
el servicio de . . .”
“La gente. Eso ya lo se. Ya me prohibiste hacer discursos escolares.
Ahórrame tu discurso revolucionario
es.”

Firmenich sonríe con picardía. Supongamos que piensa, Derecha de


mierda. Crees que todavía puedes enseñorearte de nosotros. yo se lo que
tu
josé pablo feinmann

Debes pensar que somos un montón de imbéciles y que la policía


aparecerá en cualquier momento y te rescatará. Nos vamos a cagar en
los pantalones y te llevaremos de vuelta a casa, sano y salvo, con tu
mujer y tus zapatillas.
Sin embargo, la esperanza de salvación se aleja de Aram buru. Ya
no busca ganar tiempo. Puede ver que no han tenido éxito en encontrarlo.
O la policía de Onganía no está trabajando muy duro en eso. Esa certeza
lo encierra hora tras hora: ¿Por qué Onganía querría salvarlo? Leper-Lip
debe saber toda la historia. Serenidad y falsas alarmas han sido sus

palabras a los sabios. ¿Pero sus amigos? Y los que estaban con él
en el acto patriótico de derrocarlo? Nada más que completos
incompetentes. Habrá negado todo. No les habrán permitido participar
en nada. Son líder izquierdo menos, ¿verdad? Jódanse, sin Aramburu,
no hay derrocamiento. No hay reemplazo. Se mantiene Onganía. Veinte
o treinta años más, tal como él dijo.

“General, por última vez, ¿dónde está Evita?” pregunta Fernando.


“La grabadora todavía está apagada. Lo que digas se queda
aquí.”
Aramburu respira hondo y suelta el aire con fuerza.
Él dice: “Ella está en un cementerio en Roma. No me preguntes cuál.
Hay más de un cementerio en Roma. Sé que Eva Perón
está en uno de ellos. No sé cuál.
Fernando se pasa la mano por la cabeza, como si se acicalara. Es
imposible peinar ese cabello brillante, sostenido por gel. Pero ese gesto
le permite ganar unos segundos. Lo que pensó en esos pocos segundos
fue terrible. La idea cruzó su mente como un tornado. Le dijo a Aramburu:
“General, voy a

144 | |
timote

nivel con usted. Este es el momento, el momento exacto, en el que un


preso es sometido a tortura. Repasemos la situación: dices que Eva
Perón está en un cementerio de Roma. Necesitamos saber cuál. Es de
suma importancia para nuestra organización saber eso. Si lo sabemos,
en menos de dos días estará en nuestras manos el cuerpo de la
abanderada de los humildes, la mujer más querida de la Argentina. En
ese caso podemos hablar con Perón.

Nos volvemos milagrosos. Podemos obtener lo que nadie pudo. los


el régimen nos respeta. La gente nos ama. Perón nos necesita. Como
verá, los motivos para obtener esa información son poderosos. Nos
estás diciendo: 'No me preguntes en qué cementerio está Eva Perón'.
Nos preguntamos, '¿Por qué? ¿Por qué no te vamos a hacer esa
pregunta? ¿Qué nos lo impide? Tú nos lo impides. Tú, que dices: 'Sé que
está en algún cementerio. No sé cuál. ¿Y si no te creemos? Observarás
que te sitúas demasiado cerca de la verdad. Roma, cementerio en Roma,
hay más de uno, pero no demasiados, Eva Perón está en uno de ellos.
Tú sabes todo eso. Lo que no sabes es muy poco. Lo único que no sabes
es en qué cementerio. ¿No lo sabes o te niegas a decírnoslo? Dígame,
general, ¿cómo resolvemos ese problema?

“Por medio de la tortura”.


“Exactamente.”

“Sé algunas cosas sobre la tortura”, dice Aramburu. “Podrían serte


útiles”.
“Seguir hablando. Pero quiero establecer una cosa. yo ya
tomado mi posición al respecto. Nada de lo que digas puede cambiarlo.
Si bien esta frase lo trastorna, Aramburu no se detiene.
Desarrolla su teoría: “Desconfío de la eficacia de la tortura. yo no

| | 145
josé pablo feinmann

Quiero decir que no tiene resultados. Si no fuera así, no sería una


opción con tanta frecuencia abusiva. Pero mirémoslo, no obstante: el
torturador supone que el torturado está en posesión de una verdad que
desea conocer. Para extraer de él.
Por eso lo tortura. La persona torturada puede o no tener esa verdad
en su poder. Si lo hace y es coura. Valiente aquí, si me lo permiten, sólo
geoso . .

significa que él

puede tolerar el dolor.


“¿No crees que la fuerza de las propias convicciones ayuda a
tolerar el dolor?” pregunta Firmenich, interviniendo en el diálogo.
“Sí, pero también puede ir en su contra. no estoy hablando de ninguna
especie de tortura. Estoy hablando del tipo al que estás tentado a
someterme.
“Está bien, pero ¿por qué hablar en abstracto cuando estamos en la
mayoría

concreto de las situaciones? Fernando dice.


“Supongamos que me torturas. Supongamos que soy valiente.
Que tolero el dolor porque creo profundamente en la causa que
represento.
Ambos fallaremos, entonces. Tú, porque no obtienes la información. Yo,
por ser tan valiente, termino muriendo bajo la tortura. Tienes una cosa y
no la otra, precisamente la que quieres. Tienes mi cuerpo pero no mi
verdad.
no te lo he dicho Veamos otro punto de vista. Me torturas y yo, que
no puedo tolerar el dolor más allá de cierto punto, te digo dónde está
enterrada Eva Perón. Pero muero. Confesé, pero aguanté demasiado.
Confesé cuando ya era demasiado tarde. Cuando ya no pudiste revivirme.
Eso es un problema para ti. Siempre es un problema para el torturador
cuando la persona torturada muere. ¿Dije toda la verdad? ¿Me guardé
algo? ¿Morí demasiado pronto? ¿Morí antes de confesarlo todo? Qué es

146 | |
timote

tienes suficiente? Pasemos a otro aspecto de la cuestión.


Es casi el más común y el más cruel. Aquí es donde el

torturador suele alcanzar los límites de su barbarie.”


“De su inhumanidad”, dice Fernando. Pero luego se corrige
rápidamente: “Si es verdad, consideramos inhumana la tortura. me
gustaría
Decir que es un arte completamente humano. De vez en cuando
decimos que alguien es un animal, ya sea por su ignorancia o por su
brutalidad. Estoy cansado de escuchar que el torturador se hunde en la
bestialidad cuando tortura. eso es falso Los animales no torturan.
Adelante, General.
Estás logrando entretenernos.
“Esa no es mi intención”.
“¿Que es entonces?”

“Continuemos”, dice Aramburu. “¿Cuál es el nuevo aspecto de la


pregunta? El que definí como el más común y el más cruel. Es simple:
la persona torturada no tiene nada que ofrecer.
No posee la verdad que requiere el torturador. Esto nos lleva a los
límites del horror. Si el torturador creyera a la persona torturada, no
sería así. Pero, para su enorme desgracia, la persona que está siendo
torturada nunca logra ser tan convincente como requiere el torturador.
Además, cuando el torturador comienza su tarea, es difícil detenerlo. La
situación puede prolongarse indefinidamente. El torturador, al torturarlo,
exige del torturado una verdad que cree albergar.

Pero no es así. La persona torturada no tiene lo que necesita el


torturador. Excepto que el torturador no lo cree. Esto se resuelve de dos
maneras. Aunque al final acaba siendo siempre una y la misma cosa.
Primera forma: lo único que puede hacer la persona que está siendo
torturada es mentir. Si no tengo la verdad me exiges, pero no puedo
convencer

| | 147
josé pablo feinmann

usted que no lo tengo, lo único que me queda por hacer es inventarlo.


Aquí, la persona torturada miente. Segunda vía: el torturador no le cree,
ya sea porque quiere seguir torturándolo, o porque la verdad que ofrece el
torturado no le sirve. O porque descubre que el torturado se lo está
inventando, inventándolo. En este punto, se está volviendo delirante. La
tortura continúa sin parar. Continúa hasta el final. La persona torturada
muere. El torturador se queda con las manos vacías. Y hay otra
posibilidad.
El más sencillo. Decides torturarme. Pero no puedo tolerar el dolor.

El sufrimiento me aterra. La ofensa a mi cuerpo. Muerte casi segura.


Confieso sin que me atormentes. Hago una confesión completa. Has
triunfado. Tienes lo que quieres: la verdad que estaba protegiendo. Y
tienes un enemigo saludable. Un enemigo que desprecias. Nada es más
despreciable que un cobarde. Así que me matas. O no. Quizás me
liberaste.
Vuelvo a casa. Me retiro a mi habitación. Me tiro a mi mismo. No puedo
vivir
con mi cobardía”.
“En los cuatro casos muere el torturado”, Fernando
dice.
“Así es”, dice Aramburu.
“¿Cuándo pensaste todo esto?”
“He visto demasiadas personas torturadas. Bajo Perón. Bajo la
gobierno del derrocamiento. Especialmente, como pueden imaginar, a
manos de la Armada. Bajo el CONINTES de Frondizi. Y en otros países
también. Pude sacar algunas conclusiones”.
“¿Qué otros países, General? Aunque tenemos nuestras sospechas
ciones.”
Vas a hacer que los confirmen. Estuve en Argelia en 1959. Pasé
una semana entera hablando con un general de OLAS. Él

148 | |
timote

me enseñó todas esas teorías sobre la tortura. Tenía una posición


despiadada con respecto a la persona torturada: nunca debería
sobrevivir. Luego estuve en la Escuela de las Américas. El francés
son superiores Los yanquis no saben cómo manejar la cuestión
psicológica. Masacran al interrogado y ya está. Creo, sin embargo,
que son más eficientes que los franceses. Tengo un par de otras teorías
para compartir contigo, pero no quiero aburrirte. Debes saber cómo
torturar; probablemente tengas tus propios métodos. A pesar de los
franceses y los estadounidenses, créanme cuando digo que llegué a
muchas de las teorías por mi cuenta. El tema me interesa.”

“Hay uno al que no ha venido, General”, dice Fernando. “Si


nos dijiste las teorías que has desarrollado, es para que no te
torturemos. Para hacernos entender que en cualquiera de los casos
posibles, morirías. Supones que no queremos eso. Y tienes razón. No
podemos querer eso ahora. El tribunal ni siquiera se ha reunido. Pero
hay algo que te perdiste, que no tomaste en cuenta. que tu no sabes
¿Cómo podrías tenerlo en cuenta si no lo conoces en absoluto?
Escuche, general Aramburu: no lo van a torturar. Porque hay otro punto
de vista sobre la tortura. Ya te lo dije: es nuestro. También te dije: nada
de lo que digas cambiará eso. Y ese punto de vista es la negativa a
torturar. Nuestra organización no tortura, General. Los montoneros no
torturan. Si te costara una tortura decirnos dónde está Eva Perón, nos
sentiríamos indignos de ella. Como saben, el torturador es un ser humano
bajo y miserable.

Siempre termina odiándose a sí mismo. Somos católicos, general.


Creemos en Dios. Lo estamos juzgando por los crímenes que cometió.
No queremos cometerlos nosotros mismos”.

| | 149
Ramus llega para el juicio. Sabe que tiene que estar allí. Él
ha ido y venido muchas veces de la capital. Se ha perdido mucho, la
mayor parte. Pero él sabe que cumplió con su parte. Alguien

tenía que establecer el vínculo entre Timote y el monstruo de un


mil cabezas, esa ciudad en la que todo cobraba dimensiones inmensas,
imponentes.
“Es un desastre infernal”, describe. “Nadie sabe nada.
Todo el mundo sabe cada cosa. Los policías se están volviendo locos por
todos lados. Onganía no sabe qué hacer. Sabe que esto le está cayendo
en la cabeza. Todos van a pensar que él es el principal responsable.
Directa
o indirectamente, pero principalmente. Él es
o un asesino o ineficaz.
Se quedan en el comedor. Sentados alrededor de la mesa se
parecen lo que dicen ser, lo que están seguros de ser: un tribunal
revolucionario en sesión.
“Ya vuelvo”, dice Fernando.
“Todos estamos listos”, dice Firmenich. “Comenzaremos cuando usted
desear.”

“Eso es lo que estoy diciendo. Estamos comenzando.

Fernando entra en el dormitorio. Aramburu está atado a la cama.


Le muestra las manos a Fernando. Él pregunta: “¿Es esto necesario?
¿Crees que voy a escapar? Ni siquiera sé dónde estoy”.
“La mitad del país lo está buscando, General. Tú lo sabes.
timote

No pidas algo que no podemos hacer”.


“Cualquiera puede hacer cualquier cosa, si quiere. No es que no puedas.

Es que no quieres.
“¿Te molestan los lazos?”
“Lo que me molesta es estar aquí”.
“No te quejes. No te estamos tratando mal.
“¿Tú crees eso? Arrastrarme fuera de mi casa, traerme aquí,
interrogarme y yo no saber si me vas a matar como a un perro o si
me vas a tirar vivo en algún lugar, en medio de la nada, ¿qué es
eso? ? ¿Tratarme bien?
Mejor que tú trataste a Valle.
“¿Estás tan seguro? Si mi esposa quisiera hablar contigo,
¿qué le dirías? Que estoy durmiendo. Nunca podrías decirle eso.
La pobre mujer no sabe dónde estás. Donde estoy.
Nadie sabe. Valle's sabía a dónde acudir para pedir clemencia.
El mío ni siquiera sabe eso.

“General, hay cosas que usted no entiende. o pretender


no entiendes Es más que obvio que su esposa no debería
saber dónde estoy. Si lo hiciera, tendríamos a la mitad del ejército
rodeando esta propiedad, con Onganía a la cabeza.
Dáme un respiro. No digas cosas tan tontas. Te estamos tratando
bien. Siempre me dirijo a usted por su rango. Te hemos alimentado.
Nadie te ha insultado. No te han lastimado. No te quejes. Él para. se
aclara la garganta. Mira fijamente al General. Fernando procedió
siempre de la misma manera: mirándolo, mirando fijamente a los ojos
de Aramburu, como tratando de hacerle descubrir en sus ojos la
severa certeza de sus actos. Él dice, secamente: “He venido a hablar
de otra cosa. Se reúne el tribunal revolucionario. Hemos comenzado
a deliberar.
| | 151
josé pablo feinmann

Aramburu, en voz baja, casi en un susurro, en el intento de hacerle


sentir a Fernando, quien sabe que es el jefe de la operación, que el
diálogo
que propone ahora es sólo entre ellos dos, íntimo, dice: “Niño, no seas
tonto”,
lo que sorprende a Fernando. No solo le ha hablado familiarmente, sino
que
también lo ha llamado niño. Asumiendo, por primera vez, una realidad
oculta
que todos, hasta ahora, han pretendido no conocer desde el principio.
Aramburu es un hombre entrado en años, casi un anciano. Son
demasiado
jóvenes. Aramburu es un gigante de la república. Un general del ejército.
Una cabeza de bronce del país antiperonista. ¿Por qué no les hablaba
familiarmente? ¿Por qué, ahora, llamaría niño a Fernando?

“¿Qué dijiste?” —pregunta Fernando, y un espeso y tembloroso


vena se destaca en su frente.
“Dije que no fueras estúpido. Podría ser tu padre. Escuchar
a mí: no arruines tu vida. No te cargues los hombros con un cadáver
como el mío. Te pesará mucho. Siempre te perseguirán. Hasta que te
dejen muerto. ¿Y le vas a dar todo esto a Perón? Si lo traes de vuelta, te
joderá”.
“Su idioma, General. Me sorprendes. Sientes eso
¿perdió?”

“Lo estoy haciendo por ti, chico. Lo que estás haciendo no vale la pena
problema. Sacrificando así tu vida por el viejo de Puerta de Hierro. Te
juro que no lo entiendo. Sabíamos que había niños como tú. Hemos
hablado
en varias ocasiones de ti en el
Círculo Militar.”
“Que honor.”
“¿Qué quieres de esa escoria de un viejo? Es un pervertido, un
sinvergüenza. No vale ni una de sus jóvenes vidas. Quién

152 | |
timote

llenó su cabeza con estas ideas? ¿Quién te hizo comprar todas


estas tonterías en las que crees?
Fernando no contesta. Aramburu está sudando. Se ve molesto.
También puedes verlo usando sus últimas armas. Si esto no funciona, se
acabó. Podía contarle cosas peores de Perón.
Podía decirle cosas terribles. Cosas que solo él y algunos otros saben.
Fernando lo mira impasible, sus ojos siempre fijos en él.

“Niño, ¿qué sabes de Perón? ¿Quieres que te hable de él? ¿Quieres


saber por qué cabrón me vas a matar? Te puedo decir cosas
abominables
de Perón”.
“No malgaste su aliento, General. Escuché cosas abominables
sobre Perón durante quince años. Yo y todos nosotros. todos los niños
como yo. Toda mi generación. Por eso estamos a su lado. ¿Sabes
quién nos convenció de todas las extravagancias en las que creemos?
Usted y otros como usted, General. Tú nos hiciste lo que somos. Tú
nos inventaste. Somos el fruto perfecto del país de los matones. Ahora,
váyanse a la mierda”.
Aramburu levanta la voz. Él sacude sus manos atadas como

aunque tratando de liberarse, no para escapar, sino para expresar con


mayor vehemencia lo que le dirá a Fernando. Tomemos nota de esto: es
un Aramburu al que apenas hemos conocido, alguien con una pasión
inesperada. Nadie hubiera pensado eso. Nadie sabe, además, qué hará
un hombre ante la posibilidad o la casi certeza de una muerte inminente.
Ahora, como si le escupiera, le lanza palabras furiosas a Fernando: “Te
vas a joder. Todavía te estoy inventando, chico. Sigues siendo lo que yo
hago de ti.
Ahora te he convertido en un secuestrador, un fugitivo de la ley. Si me
matas, te convertiré en un asesino. Que es peor,

| | 153
josé pablo feinmann

lo que no quieres perdonarme nunca es convertirte en un asesino a


sueldo de un viejo sucio. Vas a entregar tu joven vida a un cretino con
un corazón de hielo que no se lo merece. Te pido perdón. Te condené al
infierno. Sin embargo, tú eres quien tomó todas las decisiones. Podrías
haber actuado de otra manera.
No tenía que resultar de esta manera”.
“Aclare algo para mí, General. Que es . . . ¿este?”
“Un mercenario al servicio de un viejo fascista”.
“¿Estás hablando de mí?”
“Sí. Ahora vete a la mierda.
“Es extraño ese uso irresponsable y abusivo de ustedes, matones de
derecha.

hacer del concepto de fascista. Perón ganó legítimamente dos


elecciones. La mayoría de las personas están detrás de él, lo aman
y lo esperan, sabiendo que solo en él pueden confiar. Eso es lo que
llamas fascismo. Vosotros, en cambio, como represores de la clase
obrera, torturadores, verdugos, golpistas y negadores de la democracia,
os llamáis demócratas y libertadores. Mandáis a la cárcel a los peronistas
por el acto de asamblea y de alzar la voz en nombre de su amado líder
y de su venerado santo. Imponéis gobiernos títeres grotescos. Les das
órdenes de lo que tienen que hacer. En el momento en que se desvían,
les das una patada en el culo. Y una vez más te haces cargo de las
cosas, sin dudarlo un momento. ¿Llamas a eso democracia picante?
Dígame, general, ¿nos toma por idiotas?

“Trata de entender, chico. ¿Es tan difícil? ¿Sabes cómo era vivir
bajo Perón? ¿Cómo diablos lo sabrías? ¿Sabes cómo era el régimen
peronista? No podíamos permitir que volviera esa basura: soplones;
capitanes de bloque; tortura; corrupción; el irritante personalismo; los
bustos de bronce; cambiar154 | |
timote

ing los nombres de provincias, calles, avenidas; IAPI; esa fuente de


transacciones espurias; ese mecanismo de expropiación de las
ganancias de la clase que produjo la grandeza de este país; los
terratenientes; los legítimos dueños de la tierra; el mal gusto;
favorecimiento desvergonzado de la industria; la transferencia de las
ganancias del sector agrario a la industria —en la que, por supuesto,
Perón tenía sus aliados—; sindicalismo prepotente y descontrolado;
demagogia; el cortejo fácil de las masas; odio de clase; y, una vez
más, Fernando Abal. Lo que lo resume todo: mal gusto. Los paletos
en el Teatro de la Ópera de Colón. La Marcha Peronista tocó en el
Colón, y Marianito Mores en vez de Toscanini.
“¿El pueblo no tenía derecho a ver el Colón?”
“El Colón no se hizo para la gente. Quizá en quince o veinte
años un pueblo que haya aprendido a leer pueda tener acceso a
Mozart, Beethoven y Brahms. No todavía.”
“Hasta entonces, ¿vas a mantenerlos fuera?”
“No podemos hacer eso. Pero no será necesario. Se van a dar
cuenta. Se van a quedar con Palito Ortega. Con Sandro.
Se aburrirían en el Colón. Todo lo que tienen que hacer es ir una vez
y el problema está resuelto. Pero tú eres diferente, Fernando.
El Colón fue creado para niños de tu clase. De buenas familias.
No lo desperdicies. Perteneces a una Argentina mejor. Lo creamos
para ti. Eliminamos a los separatistas provinciales, a los negros y a los
indios por ti. ¿Vas a ser un desagradecido por ese favor?
Dime, ¿qué tipo de música te gusta?”
“No incluye ni a Palito ni a Sandro”.

“Mira, eso es lo que quiero decir. Otro tipo de sangre fluye por tus
venas.
“Antonio Tormo, Feliciano Brunelli, and Carlos Argentino.
| | 155
josé pablo feinmann

Son los que prefiero, General.


“Vete a la mierda, mocoso de mierda. No me vas a tomar el pelo.

“Feliciano Brunelli no es peor que Mozart. Él es diferente. Si tuvieras


que incluir a Mozart en un festival, la gente se aburriría. Pones a Brunelli
y empieza el baile, el vino y la alegría. Todo alcanza su excelencia en el
lugar que le corresponde. Todo es música”.

Fernando se acerca a la puerta. Él para. Sin darse la vuelta, dice:


“Iré y te diré cuando hayamos llegado a un veredicto después del juicio”.
Se da la vuelta bruscamente. Lo mira de nuevo y dice: “Te pediré que
evites
tratarme con familiaridad de ahora en adelante. Si hasta ahora nos hemos
ceñido a la formalidad, no veo ninguna razón para dejarla de lado. No me
vuelvas a llamar niño . No soy tu hijo y tú no eres mi padre. Eres mi
prisionera. Me he propuesto probarte. Esa y no otra es nuestra relación”.

Cierra la puerta.

156 | |
“El General es inteligente”, dice Fernando. “Eso va en su contra.
Es extraño, ¿no? Si fuera tonto, torpe, un animal de militar, podría
salvarle
la vida. Pero se condenó a sí mismo haciendo uso de tantos recursos.
Sólo
alguien inteligente podría argumentar con tantas falacias, tantas trampas,
tantos argumentos afilados, aunque fueran falsos, para no morir.”

Firmenich chasquea la lengua con irritación.


“Tanta tontería falsa”, dice. Cree que puede tomarnos por tontos.
Piensa que su edad le da el derecho. Su experiencia.
No hay dos formas de hacerlo, tenemos agendas que no cuadran.
No hay unidad nacional. Ninguna pacifi cación nacional. Quieren a Perón
para contener a las masas sin represión”.
Ramus golpea la mesa. Un vaso cae y se hace añicos en el suelo.
“Cálmate, camarada”, dice Firmenich.
“Cálmate como el infierno. Está todo demasiado claro. Ya no
pueden reprimir. No después de la rebelión de Córdoba. Un retorno
de Perón controlado por el régimen es la última carta que les queda por
jugar.
Hay una opción blindada. Lo traen de vuelta. O lo trae de vuelta la nación
peronista. Si lo traen de vuelta es para alimentar el eterno juego de
chicles
de la unidad nacional. Disculpen, pero me cago en la unidad nacional.
Simplemente significa incorporar al proletariado al proyecto de la
burguesía
como ciudadanos de segunda clase. que corre un
enorme riesgo Pero el riesgo se reduce con Perón. Son negocios
josé pablo feinmann

como siempre, puro y simple. Cedamos algo para que nada


cambie. No hemos podido vencer al peronismo después de quince
años, así que hagámoslo. Es una vieja historia. Si no puedes
vencerlos, únete a ellos. Hacia ahí va la historia de Aramburu.
Tenemos la nuestra ganada”.
“Los cargos”, dice Abal Medina.
“¿Qué cargos?” Dice Firmenich. “Llegamos a Timote después de
haber estudiado los cargos en detalle. No vamos a empezar a
revisarlos ahora. Dejemos de dar vueltas. El juicio ya ha sido
decidido. Esa sentencia determinó el secuestro”.
De repente, el otro compañero, “Julio”, dice algo que nadie
había dicho hasta entonces: “Tenemos que matarlo. Pero por algo
que aún no hemos dicho. Que no hemos hecho explícito. Nuestra
or ga ni za ción necesita salir espectacularmente. Este es nuestro
debut en el escenario político argentino. Esto nos va a dar prestigio,
poder sobre otros grupos armados, la gente nos va a ver como
vengadores míticos. Matamos a los vascos y vengamos a Valle ya
Eva y bloqueamos el intento de burocratizar el peronismo y, de la
noche a la mañana, somos celebridades. Ya todo el país habla de
nosotros.
Somos la rebelión y somos la justicia revolucionaria. Somos jovenes.
Somos lo nuevo. Esto dinamizará las bases peronistas. Hemos
logrado nuestro objetivo”.
“La nación peronista va a celebrar”, dice Firmenich. “El jefe del
pelotón de ejecución ha pagado por sus crímenes. Se lo merecía. Y
fue castigado por un montón de niños mocosos que habían
las pelotas para hacerlo.

“Es suficiente”, dice Abal Medina. Iré a hablar con él.


¿Llevamos a cabo la sentencia en el sótano? rama
pregunta.

158 | |
timote

“No hay otro lugar”, dice Fernando. “Es estrecho, oscuro, sórdido.
Pero no se merece algo mejor. Los compañeros de José León Suárez
murieron entre montones de basura. No hay razón para darle a Aramburu
lo
que no tenían. En cualquier caso, lo ha hecho mejor.
Los hombres que murieron en José León Suárez fueron asesinados por
policías mercenarios. Asesinos del sistema. Le va a hacer justicia un
grupo
revolucionario. Con ideales. Por jóvenes que luchan en nombre del
pueblo. Y
por el regreso de su líder. Fernando se detiene. Bebe un poco más de
CocaCola. Luego se sirve un vaso de cerveza. Los mira uno por uno. Dice
con
firmeza: “Le voy a informar de la sentencia”.

“¿Quién lo ejecutará?” —pregunta Ramus—.

“¿Qué quieres decir con quién?” Firmenich pregunta, en un borde de voz.


de rabia. “Fernando, por supuesto. Eso lo decidimos hace algún tiempo.
Él es el que está a cargo”.
“Si eso se decidió hace algún tiempo, entonces ¿por qué el juicio?”
“Escúchame, Carlos. No te hagas el tonto. ¿Cual es tu punto?
No hubo ningún juicio. Sólo nos dijimos lo que ya sabíamos. Nada de lo
que dijo Aramburu como contraargumento cambió nuestra
decisiones Fue condenado desde el momento en que decidimos
secuestrarlo.
“¿Viniste hasta aquí sin una sola duda?”
“Ni uno.”
Ramus se encoge de hombros. OK, así que está todo decidido. Sin
embargo, decide confesar algo que no cambiará nada, pero que no quiere
callar: “Hubo una o dos cosas que cuestioné. No sobre las cosas
bastardas
que hizo.
No sobre eso. Pero sobre lo que diría. Algo que mostraría que es
humano.
Estar delante de él, verlo.
| | 159
josé pablo feinmann

No sé si me estás siguiendo. Una cosa es Aramburu como concepto”.

“¿Lo que significa eso?”


“No te hagas el tonto. Sabes muy bien lo que significa. Aram buru
como una idea, idiota. Como algo abstracto. Como matón, como verdugo,
como hombre de reemplazo del régimen. Otra cosa es el Aramburu que
se
sentó y comió con nosotros. Miré
sus manos. Tiene las manos hechas”.
“¿Es eso algo a su favor?”
“No, pero tiene una pequeña herida al lado de una de sus orejas. Algo
insignificante. Algo de cuando se afeitaba. Algo que demuestre que se
afeita, que es como nosotros. Un tipo que se afeita solo por la mañana. O
la
cara triste que muestra, las arrugas, los años en su cuerpo. Ya no es una
idea. Es de carne y hueso y está sentado frente a ti y sabes que lo vamos
a
matar. Lo hace más difícil. O cuando hablamos de Evita. ¿Y si nos dice
dónde está? ¿Qué pasa si él dice

nosotros algo que no sabemos? ¿Y si eso lava la pizarra?


limpiar con nosotros?

“¿Él dijo?”
“¿Sabe él? Dijo que no.
“No le creo. Creo que nos mintió. Firmenich toma su
tiempo. Lo que está a punto de decir es complejo: “Podríamos haberlo
descubierto. ¿Cuánto dolor está dispuesto a tolerar Aramburu para no
decirnos dónde está Eva? En mi opinión, no mucho”.
“¿Quieres torturarlo?” pregunta Fernando.
“Apóyate en él un poco, al menos”, dice Firmenich, irritado.
“¿Un poco?” —pregunta Ramus—. “¿Cuánto es un poco? Cuán lejos
va un poco? Hasta el punto en que comenzamos a convertirnos

160 | |
timote

torturadores ¿Dónde está esa línea? ¿Quien decide?”

Firmenich niega con la cabeza. “Tienes razón”, dice. “Nadie puede


establecer esa línea”.

“Basta de parlotear”, dice Fernando de mal humor. “Ya


discutimos estas cosas y las decidimos en la organización. No
torturamos. Período.” Bebe un vaso de Coca-Cola. Él lo baja todo.
Él chasquea la lengua. Luego, abruptamente, dice: “Voy a hablar
con él”.
Sale del comedor.

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Aramburu lo ve entrar. ¿Qué le va a decir este exaltado? Cada vez
parece
más un loco, un jacobino.
Un jacobino sin pueblo. Sin la Revolución Francesa. Inventó la
Revolución.
No puede contenerse. Él pregunta: “¿Entonces?
¿Que decidiste? ¿Te sumas a mi proyecto o te vas a hundir en las letrinas
de
la clandestinidad?”.
“Qué frase, general”, dice Fernando con ironía. “Estoy
voy a recordarlo.
“¿Cuando?”

“Siempre que te recuerdo.”


“Así que me vas a matar”.
“¿Cómo puedes pensar que nos uniríamos a tu proyecto?”

“Porque no puedo suponer que quieras suicidarte. yo voy


ing para poner a usted claro. Incluso si es la última vez que lo hago”.
“Adelante, habla. Nadie está escuchando. Nadie sabrá nunca lo que
decimos en esta sala.
“Estoy pagando por la sangre derramada de Valle. Así es la historia.
Una cadena de venganza. Mi sangre exigirá la tuya. Matándome a mí os
condenáis a morir, haciendo que os maten. Alguien me vengará. No lo
dudes ni un segundo. Alguien va a sentir que tiene el mismo derecho que
tú ahora. Este país aún no conoce la furia del Ejército Argentino. tenemos
un
ejercito
timote

capacitados por la OEA y la Escuela de las Américas. Si realmente


supieras en detalle lo que se enseña allí, titubearías”.
“Nosotros también hemos sido entrenados para la guerra. No por
torturadores, sino por revolucionarios. No cometer errores. No vas a
lograr
asustarme. O haciéndome vacilar.
“Hazte esta pregunta. Es la que le preguntó Gutiérrez de la Concha
a Castelli cuando éste se disponía a fusilar a Liniers.
le preguntó

. . .”

“No malgaste su aliento, General. Conozco esa pregunta desde hace


algún tiempo. Me sorprende que lo sepas.
“Eso demuestra tus prejuicios. Crees que los militares somos
animales.”
Podría pasar la noche proporcionándote pruebas. Volver
para Castelli, era abogado. Gutiérrez de la Concha le preguntó en base
a qué punto de la ley estaba autorizado para matar presos. Una pregunta
tonta. Castelli fue un revolucionario, él y su amigo Moreno. Ellos eran la
ley. Cada revolución crea su propia ley. ¿Hiciste algo diferente? la
contrarrevolución
también hace su propia ley. O invalida los de la revolución”.
“Gutiérrez de la Concha had something else to say.”
“Vamos, General, vamos a escucharlo. ¿Lo leíste en una revista para
niños?
“Pasaré por alto esa declaración ofensiva. Olvidémonos de Castelli. Si
cree que mis citas provienen de revistas para niños, entonces las evitaré.
Te haré la pregunta.
“Soy todo oídos.”

“Usted se presenta ante mí como un revolucionario. Quieren


cambiar el régimen al que pretendo incorporar a Perón.
Tú, en cambio, quieres usar a Perón para destruirlo. Castelli

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josé pablo feinmann

También quería cambiar un régimen. Ejecutar a Liniers fue parte de


ese cambio”.
“Una parte sustancial de ese cambio”.
“Gutiérrez de la Concha le pregunta: 'Doctor Castelli, ¿qué sistema es
ese que empieza así? ¿Qué tipo de sistema comienza ejecutando a
prisioneros indefensos?'“
“No trate de ponerme los ojos empañados, General. Esos son
demasiados argumentos para defender una sola vida, incluso si es la
tuya.
Gutiérrez estaba lleno de mierda, si me disculpan. Una revolución tiene
derecho a matar a los que quiere apartar. Si empieza así, empieza con el
pie derecho. Usted me plantea una cuestión de ética política. papa liberal.
Cualquier sistema que comienza matando termina mal. ¿Es esto lo que
me
quieres proponer? ¿Aramburu el verdugo? Cualquier revolución
emergente
que no mate cuando
tiene que matar se pierde.”

“Así que me vas a matar”.


Fernando no contesta. Se tarda mucho en contestar
que a Aramburu le parece una eternidad. Luego, sin solemnidad, pero
con cierto aire marcial o con áspera claridad, dice: “General Aramburu,
el tribunal lo ha condenado a muerte. Tú
será ejecutado dentro de media hora”.

Aramburu intenta romper sus ataduras. Se lastima las muñecas. Ellos


empezar a sangrar.

“Ese nudo está bien atado, General”, dice Fernando. “E incluso


si logras desatarla, ¿qué ganarías? Tu propia gente te ha defraudado.
No te han encontrado a tiempo. ¿En serio te han estado buscando?

“¿Quién sabe? Hay un montón de cretinos detrás de Onganía.


Gente que me odia. Que les repugna mi plan de negociar

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timote

con Perón. Quieren verme muerto. Les vas a hacer ese favor.

“Nosotros también sentimos repulsión por sus planes de hacer un trato


con

Perón. Pero por otras razones.


“Pero coinciden”.
“De nada. Quieren defender el estado matón de derecha. Queremos
destruirlo”.
“Pero ambos quieren matarme”.
“Por diferentes razones. Sería grave si fuera por el

los mismos Te has puesto en una posición peligrosa. La de los


conciliadores. Si las dos partes no quieren conciliarse, las matan. Fuego
cruzado. Aunque tú nos molestes más que Onganía, la otra que tal vez
quiera tu vida. No quieres apoyar al estado matón de derecha. Quiere
crear
un nuevo régimen con peronismo incluido. Los matones son animales. Ni
siquiera piensan en eso. Sólo piensan en recuperar la represión.

Tu plan es más hábil. Es convertir a Perón en un general manso


dominado
por la burguesía. Eso nunca sucederá.
Aramburu vuelve a hablar con familiaridad. Siempre lo hace cuando
cree que está perdido, porque es su última carta. “Tú, niño, eres un
idiota”.
“Te pedí que no hablaras familiarmente conmigo. Y nunca llamar
mi niño.
“¿Cómo puedo dejar de hablarte familiarmente cuando eres un
¿punk? Vas a arruinar tu vida. El idealismo de tu veinteañero te va a
costar caro. Yo también tuve una vez veinte años.
Yo también tuve mis sueños juveniles. Pero esos sueños no requerían
que nadie muriera”.
Fernando lo mira con desdén. Aramburu recibe esto
mirar directamente a la cara. Tal vez nadie lo miró nunca como

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josé pablo feinmann

que. No con odio, sino como un pobre tonto. Durante los últimos
quince años ha estado cubierto de elogios, homenajes, reconocimientos.
Pero este niño se permite mirarlo con desdén, con una repulsión tan
extrema que lo hiere y lo deshonra. Y con una altivez, una irreverencia
que sólo ahora aparece en estado puro—
sin el velo, sin la cortesía forzada entre captor y prisionero. Ese
desprecio se expresa ferozmente, más allá de toda cortesía, de
cualquier trato entre caballeros, cuando dice: “General, disculpe mi
franqueza. Cuando tenías veinte años, ya eras un militar de mierda
con alma de asesino”.
Fernando se gira para salir de la habitación. Está a punto de
agarrar el pomo de la puerta cuando la voz profunda de Aramburu lo
alcanza, reteniéndolo. “Tú también tienes el alma de un asesino. Y
todo lo que necesitas es un uniforme para ser un militar. Pero, ahora,
no tienes uno, porque cuando fuiste a mi casa lo llevabas puesto. Te
veías bien, Fernando. ¿Quieres saber algo? Te quedó bien. Te gustó.
Solo te falta una cosa para ser militar de los pies a la cabeza. Un
militar como yo. Para creer en Dios. ¿Crees en Dios? ¿Qué pasa?
¿No te gusta la pregunta? ¿Te pilla por sorpresa? Sin duda, no es
bueno preguntarle a alguien si cree en Dios cuando está a punto de
matar a alguien. Yo creo en Dios, Fernando. Creo que Dios ve y juzga
lo que hacemos”.

“Creo en Dios. Pero no le pido que me vea y me juzgue”.

“Te lo pones fácil. Cualquiera puede hacer eso. Un verdadero


católico siente el peso de Dios. La mirada de Dios. La carga de Dios
sobre sus hombros. Eso le da sustancia a lo que está haciendo.
Sabiendo que va a ser juzgado por Él, que va a
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timote

hay que darle cuenta. A Él por encima de todo, Fernando.


Un católico sujeta sus acciones a Dios más que a cualquier poder
terrenal. Él es el que juzga. Ni tú, ni yo, ni Perón.
Dios, nuestro Señor, es quien va a decidir si hicimos el bien o hicimos
el mal. Es el punto en el que todo converge.
hacia el cual todo fluye. Allí, en Él, se juzgan nuestros actos.
Especialmente los actos de aquellos de nosotros que nos atrevemos a
usurpar Su lugar tomando la vida de otros. Dios da y Dios quita.
Como no podemos dar vida, matamos. ¿Crees que no llevo en mi
conciencia el peso de la muerte de los que me arrojas en la cara? Pero
no para ti, para Él. Tengo miedo de presentarme en estado de pecado
cuando Él me llame. ¿Y tú, niño? ¿Qué piensas decirle a nuestro Señor,
a nuestro Dios, de nosotros los católicos cuando te pregunte por qué
me mataste? No hay mayor pecado. Representa la desobediencia
infinita. Matar, causar la muerte, es lo que más altera el orden del Señor.
Él lo ha dicho, Fernando. Y si lo dijo, fue por una buena razón. No
matarás. Yo, que he matado, creyendo tener ese derecho, llevo dentro
de mí el temor de Dios. ¿Cómo juzgará Él ese pecado? ¿Me va a
perdonar? ¿Me va a condenar? ¿Me espera Su Reino o el del Infierno?
¿No te has preguntado eso? Un católico es un hombre temeroso del juicio
de Dios. Si no lo es, no es católico. Es Perón, el que se caga en todo
esto.
Te juro que no tiene ninguno de estos problemas. Perón no tiene
conciencia. No tiene espíritu. En lo que a él respecta, Dios es una palabra
que usa de vez en cuando. Le pregunté en París: '¿Crees en Dios?' Él
sonrió cínicamente, tomándolo como una broma. Él dijo: '¿Por qué no?'
¿Es
así como responderías si te hicieran la misma pregunta?

¿Estuviste con Perón en París?

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josé pablo feinmann

Aramburu asiente. Fernando dice: “Escuchamos esa historia. Nunca


nos molestamos en confirmarlo. No creemos que lo halague”.
“Lo sé. Por eso lo acabo de decir. Lo estaba sosteniendo como un buen
tarjeta. Hasta que me di cuenta de que no, no lo era. Luego lo guardé”.
“Mira aquí un poco. Tú y Perón charlando en París, tomándose un café.
No hay duda, es la capital del amor.
¿Te reconciliaste? No. Pero le explicaste tu plan y él dijo que sí, que
estaba
de acuerdo. Él les dice a todos. Para él, cualquiera de su lado es
peronista.
Le gusta expandirse. En algún momento vamos a tener que lidiar con eso.
Puede expandirse para incluir tanto a Dios como al Diablo. Santa Teresa
y
Drácula”.
“Él cree que puede. Y déjame decirte, hasta ahora lo ha hecho”.
“Ahora es fácil. La pregunta será cuando regrese. Recuerda
ber lo que le estoy diciendo, General. Las cosas serán diferentes aquí.
Todo el mundo estará en su garganta. Y tendrá que elegir”.
“Sospecho que no estaré aquí para ver ese espectáculo. Es una pena,
¿no?
¿eso? Parece que será divertido.
Fernando sonríe. “Estás bien. Si hay algo que encuentro mal en la
muerte es que nos impide seguir viendo la película. Nos hace salir del
teatro. Y para bien.
“El único aquí que va a extrañar seguir viendo el
la película soy yo”.

No se queje, general. Tienes el gran honor de haberlo estrenado”.

Sale de la habitación.

168 | |
Don Franco Riganti le gusta tener su tienda de comestibles llena de
gente. No sólo porque trae un buen dinero. Pero también porque se
siente menos solo. Especialmente un domingo por la noche, como hoy.
Está sentado a la cabecera de una gran mesa llena de amigos.
Don Acébal está sentado a su lado. Han comido y bebido en abundancia.
Ahora están hablando de lo que hay que hablar. Sobre lo que todo el
mundo
está hablando. Porque aunque desde el viernes nadie sabe nada de
Aramburu,
aunque todos los diarios, la radio y la televisión han inundado el país con
ese
tema, hay algo que interesa más a don Franco ya sus amigos. Ese
domingo
31 de mayo a las 14:30 horas dio inicio el Mundial de Fútbol en México. El
primer partido fue entre México y Rusia.

es.
“Te vuelve loco”, dice un tipo con un overol cubierto de grasa.
Ese es el Flaco Artemio y trabaja en la gasolinera. Llena autos, revisa el
carburador y el aceite, golpea las llantas con un
bate de cricket, pone agua en los radiadores y golpea un poco los autos
con
un plumero. Casi no hace nada más y no sabe cómo hacerlo. Si alguien
llega
con un problema grave, olvídese

a menos que Artemio llame al dueño. El dueño sabe más.


Por eso es el dueño. Es un tipo gordo que creció entre herramientas y
hasta construía autos y corría. No hay nada que él no
josé pablo feinmann

saber. Pero perdió a un hijo en un mitin. Su esposa se suicidó. Engordó


cincuenta kilos y ahora se pasa el día bebiendo y durmiendo siestas
interminables en la oficina, donde hay un escritorio y un catre todo
averiado
de tanto soportar su peso. Artemio hace lo que puede. Pero si alguien
aparece
con un problema en el tren delantero, está perdido a menos que pueda
despertar al propietario y pedirle que se haga cargo. “Dile que se vaya a
la
mierda”, dice el dueño.
Hay una estación Shell a unas veinte millas más adelante.
“No hay forma de que llegue tan lejos, jefe”.
“Mira, abre el cajón superior del escritorio y saca la .38.
Siempre está ahí. Llévaselo y dile que se pegue un tiro en las bolas.
Tiene
razón: el .38 siempre está ahí. Nadie sabe mejor que el Flaco Artemio por
qué está ahí y para qué sirve. A veces le dice a Riganti: “Uno de estos
días,
me presentaré y me encontraré con que el jefe se ha volado la cabeza”.

“Ese no es el problema”, dice Don Franco. “Lo malo es


te quedarás sin trabajo”.
“Vamos, don Franco, no hable así”.
“¿Que camino?”

“El problema es que el pobre se ha volado la cabeza”.


Ya era hora, Artemio. Debería haberlo hecho mucho tiempo.
hace tiempo. Si tu único hijo muere, tu esposa se quita la vida, no hay
nada más que hacer. Te quitas la vida. Período. ¿Sabes cuál es el
problema
de tu jefe? No tiene pelotas. Empezó a beber. Subió sesenta libras y se
pasa
todo el día durmiendo.
¿Compró la 38?
“No, su esposa lo hizo. Ella lo compró y se fue. Todo en el mismo día.”

“¿Ves lo que quiero decir? Ella tenía pelotas. No te pongas nervioso,


170 | |
timote

Artemio. Si el gordo te mira, te vienes para acá, donde tendrás trabajo y


un lugar donde dormir sano y salvo. Porque no hay ninguna posibilidad
en el infierno de que vaya a comprobarlo. Si tengo ganas de matar a
alguien, te mataré a ti”.
Artemio, paralizado por el miedo, se queda allí mirándolo sin
sabiendo que decir Si el gordo se suicida, piensa, será mejor buscar
trabajo en otra parte. En la mercería de doña Juana, por ejemplo. Ahora
acaba de decir: “Te vuelve loco.
¡México jugando el Mundial y aquí estamos viendo desde afuera!”.

“No vuelvas a empezar con eso”, le dice Parenti, el barbero.


“No me voy a pasar la vida llorando por ese maldito partido
con el Perú”.
Tal vez este país haya olvidado esa gran tragedia. Los peores
vinieron después. Muchos peores. Pero a mediados de 1969, Argentina
perdió la oportunidad de jugar en la Copa del Mundo de 1970 en México.
Onganía, tras el levantamiento de Córdoba, necesitaba un triunfo
deportivo
relevante. Invitó a los jugadores estelares al predio presidencial de Olivos
y
los sometió a una arenga de cuartel: tenían que ganar porque no había
nada como el fútbol para alegrar al pueblo. Las estrellas nacionales
fueron
un desastre. Su único jugador inspirado fue el portero Cejas. Pero un
portero
no marca goles. En el mejor de los casos, evita que sucedan. Y nunca
puede evitarlos a todos. El partido decisivo se disputó en el Estadio de
Boca.
Fue contra Perú, un equipo sobresaliente. Argentina tenía que ganar.
Pero
no gana. Apenas puede rayar un miserable empate, 2 a 2. El país se
hunde
en la melancolía.

“Artemio tiene razón”, dice Don Riganti. “Es imperdonable que


no calificamos. Somos un país de cobardes. Nosotros deberíamos tener
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josé pablo feinmann

quemaron la Asociación del Fútbol Argentino y ahorcaron a


Pedernera y a todos los jugadores, no de los balones, hombres, sino del
cuello, porque los hubiésemos castrado primero”.
“Fue todo un montón de mierda”, sisea Valentín, el tipo que trabaja
para la lotería estatal. “Hacer jugar a Perú en el Estadio de Boca. Para
que pudiéramos gritarlos. Para que los fanáticos pudieran intimidarlos.
Mierda, seguro que tenían miedo, ¿verdad? Si no fuera por Cejas y
Marzolini, nos habrían hecho picadillo”.
“¡A la mierda Marzolini! ¿Qué hizo Marzolini? Anselmo, que tiene
el puesto de diarios y revistas, pregunta.
“¡Salvó un gol, estúpido!”
Cejas también salvó ese gol.
Don Riganti golpea la mesa. Silencio general. Él dice: “Nosotros
Debería haber matado al árbitro. ¿De dónde salió descalificando el gol
de Brindisi? ¿Estábamos ganando? Si hubiéramos hecho 3 a 2,
¡ha ganado!”

“Lo siento, don Franco”, el flaco Artemio se arma de valor para


decir. “Pero Brindisi noqueó el balón con la cabeza”.
“¿Y qué? Si el árbitro le hubiera dado el gol, no hubiera habido
problema. ¿Qué carajo le hubiera hecho darle el gol a Argentina en el
estadio de Boca? el no lo hizo
porque era un hijo de puta”.
“O porque los peruanos lo compraron”.
“Así es, los peruanos lo compraron”.
“Qué bueno que Rendo hizo un gol tan hermoso”, dice Don Acébal.

Todos ellos, como por arte de magia, se serenan. Están


abrumados por la más dulce y curativa de las evocaciones.
“El gol de Rendo fue hermoso”, dice Don Riganti, pensativo.

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timote

“Salió de la jaula de Cejas”, dice Artemio.


“Seguro que lo hizo. Cejas se lo entregó”, dice Don Riganti. “Ren do
comenzó a caminar por el campo. Evitó a todos los peruanos. Todos
ellos.
Luego se lo pasó a Tarabini. Tarabini, esa mierda, por pura estupidez, se
lo
devolvió. Rendo siguió adelante. Esquivó al portero y disparó dentro. Qué
jugador, carajo”.
“No hay duda”, dijo reflexivamente Valentín, el agente de loterías del
estado.
“No, no hay vuelta de hoja”, dice Artemio, como un eco.
“Somos los mejores”, dice Don Riganti. “No hay otros jugadores
como el nuestro. No estaremos en México. Porque eso es seguro, no lo
somos. Pero es maldita mala suerte que no lo estemos. Porque no
puedes
escaparte de eso: somos los mejores. Una ronda de vino para todos,
¡maldición!”

Al cabo de un rato don Franco se inclina confidencialmente hacia Acébal.


De repente parecen aislados del resto, solos.
“Dime, Acébal, sabes que soy tu amigo”.
“Por supuesto que lo eres, Don. . .”
No me interrumpas. Sé que estás triste. Preocupado. Hay un verdadero
lío en el país. Como puedes ver, a nadie le importa un carajo. Prefieren
hablar
del Mundial. Eso es lógico, porque ¿qué cojones tienen que ver ellos con
este
lío? Si hubiera algo que pudieran hacer al respecto, tal vez. Pero no,
tienen que
verlo desde la barrera. Es como la Copa del Mundo. Está siendo jugado
lejos y
por otra persona. Pero la Copa del Mundo es más divertida. Tu situación
es
diferente, Acébal. Los tienes ahí, en tu casa. Bueno, no es tuyo, pero es
donde
vives.
Y ahí están: el mocoso católico y el matón de un
General.”

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josé pablo feinmann

“Estaba pensando, don Franco”.


“¿Qué?”
“¿Y si esos niños cambiaran? ¿Y si secuestraran a Aram Buru para
matarlo?
“¿Qué estás tratando de decirme?”
“Que todavía son católicos. Pero que se han convertido en Peronis
tas”.
“¿Cuánto vino bebiste, Acébal? Esos mocosos
Católicos, hijos de oligarcas, de oligarcas más santos que tú.
peronistas? Entonces, ¿qué soy?

“Otro tipo de peronista”.


“Acébal, si esos muchachos son peronistas, yo soy Brigitte Bardot. O
algo más.”
“¿Algo más, como qué?”
Un idiota de primera.
No se desanime, don Franco. el peronismo es algo
cosa muy compleja. Hay espacio para cada cosa”.
“Mira, algo bueno todavía podría pasar. No es que estos niños
resultan ser peronistas. Pero que resulten ser secuestradores. Que
exigen un rescate gigantesco por Aramburu. No lo entienden y matan a
Aramburu. Ahí, así, ¿ves?
Así, maldita sea. Si fueran a matar a ese matón hijo de puta, son
peronistas. No importa lo que piensen. Católicos o no.
Matar a Aramburu es graduarse de peronista. Pasar por todo el curso
de estudio con un solo examen final. Pero el mejor de todos. El que te
dará
tu título para siempre.
“No digas tonterías, Franco. Habrá un verdadero infierno para
pagar. Y al final, como siempre. . .”
“Estaremos jodidos”.

174 | |
timote

“Tu lo dijiste.”
Hablemos de algo mejor. Como dije, sé que tienes
algo en tu mente. Quiero hacerlo bien. Sabes que soy tu amigo. Quiero
hacerte feliz. Mira esa mesa de ahí, la que está al lado de la ventana.
¿Lo ves?”
“Sí, donde está sentada María”.
Ve y siéntate con ella. Ella te está esperando.
“Franco, María tiene veinte años”.
“¿Qué mierda de diferencia hace eso para ti? Dejarla

manejarlo.”
Don Acébal se sienta frente a María. Ella es muy bonita.
Es una obra de arte, el tipo de mujer a la que llamas argentina morena.
Como dijo Acébal, probablemente rondará los veinte años y su piel
morena y tirante brilla porque está hecha de roca o de la mejor madera,
cargando el misterio de una raza compleja, que los blancos, los de
Buenos Aires, aceptan o rechazan, pero que es imposible de ignorar.

¿Cómo le va, don Acébal?


“Feliz de verte, niño”.
“Mire, don Acébal, el patrón me pidió que lo hiciera feliz.
El regalo de hoy. Nos deja usar el lindo dormitorio del segundo piso.

“Ajá”.
María cierra la puerta del dormitorio. Ella enciende la luz. De
espaldas a don Acébal, se quita la blusa y luego el sostén.
Ella se vuelve hacia él y lo mira con una sonrisa. Ella sabe

muy bien que lo que está mostrando es una obra de arte.


“Hija mía, que lindas tetas”, dice Don Acébal.
Son formidables pero no grandes. Esas tetas, seamos sinceros, están
en su mayor momento de esplendor. Podrías decir que eso es así

| | 175
josé pablo feinmann

porque María tiene veinte años. Pero la plenitud de las tetas de una
mujer no tiene edad. Puede que no sea hasta que tenga cuarenta. Puede
que no sean en ese momento una roca, una turgencia invencible, sino tal
vez una cálida languidez que cae en la mano de un hombre con tanta
ternura que parece hecha para ella, reposando allí de tal modo que el
afortunado siente haberlo hecho. sido imaginado para él por algún dios
del
amor para ese mismo momento, que es eterno o tal vez fuera del tiempo.
Los de María tienen la solidez de las montañas. La frescura de los ríos.
Sus
pezones son perfectos, oscuros y poseen una orgullosa turgencia que los
hace mirar hacia el cielo. Don Acébal da un paso atrás ante tanta belleza.

“Mira, María, estoy allá arriba en años. no estoy seguro de que voy a
poder hacerte feliz como te mereces.”
“Querido Acébal, no te equivoques. yo soy el que tiene que
hacerte feliz. Estás aquí como un príncipe. No para hacer feliz a alguien,
sino para ser feliz. Tengo dos motivos poderosos. Uno, si no lo hago, Don
Franco Riganti me va a dar una paliza.
En segundo lugar, quiero. Eres un buen hombre. Te lo mereces. Sólo te
pido una cosa.
“Lo que tú digas, hijo mío”.
“Si no todo funciona como debería, si hay imperfecciones,
si llegamos a la mitad del camino, por favor no le digas a Don Franco.
Lo buscaré de nuevo, don Acébal, y llegaremos hasta el final, créame.
Pero hoy, cuando te vayas de aquí, cuando te pregunte, dile al jefe que
fue la mejor cogida de tu vida. ¿Promesa?”
“Sí, mi niña, te lo prometo. Y hasta tengo un presentimiento.
Uno me dice la poderosa erección que tengo en este mismo momento.
Algo que di por muerto, María. ¡Qué renacimiento!”.
“Eso me hace feliz, Don Acébal. No tendrás que mentirle

176 | |
timote

el jefe. Te lo prometo, este va a ser el mejor polvo de tu vida. Nunca


tendrás otro como este”.
Él nunca lo hace. Ni siquiera antes de fin de año. Ese año,
el del crimen en la Estancia La Celma, el Mundial de Fútbol de
México, don Blas Acébal aparece muerto, muerto y oliendo mal
entre la maleza. Ha sido apuñalado con la brutalidad suficiente para
matarlo a él y a otros dos como él. la provincial de buenos aires
La policía le corta las manos (las mismas que acariciaron las
sublimes tetas de María) y se las lleva a La Plata. Quieren, dicen,
confirmar su identidad. Nadie sabe nada de su familia.
Deben haber estado demasiado asustados para mostrar sus
rostros. Luego florecerán las versiones: que vio mucho, que dijo
demasiado o que se negó a hablar. Cosas tontas y viles. Los
murmullos de policías, jueces, reporteros, de un enjambre de insectos
que quieren colocar al pobre Acébal en medio de una historia
compleja, llena de rodeos en los que un hombre sencillo como él
acaba extraviado, disipando su domesticada pequeñez. como una
niebla matutina. Lástima de ese maldito final. Debe haber sufrido
mucho. No existe tal cosa como una puñalada que no produzca un
dolor estremecedor en el cuerpo. Al menos le dimos una noche de amor.

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La noche del treinta y uno, Gaby Arrostito pasó casi una hora
mirando la máquina de escribir. Tiene que mecanografiar el
último comunicado. Fernando ya lo escribió y se supone que ella
debe sacarlo obedientemente. Hay un problema. a ella no le
gusta Es largo. es solemne Es jactancioso. “Nuestra organización
ha cumplido así la voluntad del pueblo, que es también la nuestra.
Si hemos quitado la vida a este general ensangrentado, es porque
estamos dispuestos a ofrecer la nuestra en defensa de nuestra
patria tan agraviada por los enemigos de fuera y los traidores de
dentro. Habríamos preferido no derramar esta sangre. Pero tanto
ha sido derramado por los que están en el poder, por los enemigos
del pueblo, que todo lo que nos quedó fue la violencia como
lenguaje para expresarnos. Es en medio de esta tragedia que ha
muerto el verdugo Aramburu”. No, esto no servirá, decide Gaby. El
comunicado final debe ser una cruz en la mandíbula, que es lo que
Robert Arlt buscaba en la literatura. Breve, seco, trágico, definitivo.
Fernando se va a enfadar. “¿Por qué no enviaste el comunicado
que escribí?”
“Primero, porque no es bueno. Segundo, porque escribo
mejor que tú. No puedes ir al grano, Fernando. Tienes
demasiadas palabras para haber matado a un general. Diga 'Lo
matamos, lo enterramos', ponga la fecha y fírmelo. Eso da una impresión.
timote

Eso duele. Sin palabras para el difunto. Sólo las balas necesarias para
acabar con él. Le gusta la idea: corto, seco. Hay una medida de desdén
en esa sequedad. No damos explicaciones, señores. Solo informamos.
Entiende que es mejor olvidarse de Aramburu.

Una gran mesa de tablones rústicos contiene los diarios que


lleva ahorrando desde el viernes pasado, cuando empezó todo. La
Nación del sábado 30 lleva en letras grandes en la primera página, “Ayer
fue secuestrado el ex presidente Aramburu”. Debajo, “El gobierno
condena enérgicamente el acto”.
Presidente / fuertemente. Que rima de mierda en español. Los
periódicos del régimen utilizan una prosa espantosa. Ni siquiera saben
escribir. También hay una fotografía del cuervo Rojas. Bajito, con esas
gafas de sol que usa para disimular su mirada macabra, anda rodeado
de otros cabrones de traje y corbata, el pelo corto, con maletines en los
que llevan documentos que nadie debería leer, documentos sobre
negocios ilícitos y millonarias sobornos La leyenda debajo de la foto dice:
“El ex vicepresidente provisional, Almirante Isaac F. Rojas, como

llega a la casa del teniente general Aramburu”. Qué


¿podría haber dicho el enano asesino? “Solo imagina. Esto me toma por
sorpresa. Esta expresión de barbarie. No se equivoquen: es obra de
peronistas”. Junto a la suya hay otra fotografía. Gaby se indigna. Ella
tiene marcado a este tipo. Si no fuera por el hecho de que es un imbécil
sin valor, le gustaría volarlo a la primera oportunidad. La próxima semana.
El tipo se hace llamar socialista. ¡Un socialista! Con razón la nación
peronista le escupe a cualquiera
que les habla de socialismo. Es Américo Ghioldi. Él es

más furioso que todos los demás. Su boca está abierta de par en par. Eso
es ser-

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josé pablo feinmann

porque está gritando. Ese es el bastardo que dijo, apenas fusilaron a


Valle y sus compañeros: “Se acabó la leche de la clemencia”. Lo
llaman “Norteamérico Ghioldi”. Una bala en el culo le haría bien. O un
buen susto. Agárralo una noche cuando acaba de llegar a casa.
Cuando sale de su coche. Clava un arma en su estómago justo en ese
momento. Oye, Ghioldi, ¿recuerdas la leche de clemencia? No queda
ninguno. Se agotó de nuevo. Justo ayer, ¿te imaginas? Si hubiera
durado hasta hoy, estarías salvado. Pero no, viejo, así que vamos a
tener que dispararte tres veces en esa tripa socialista burguesa que
tienes. ¡Es lindo verlo rogar, arrodillarse, suplicar por sus hijos, por su
esposa, por las instituciones, por la patria! Deja de rogar, cabrón. No
vamos a desperdiciar plomo contigo. Solo estábamos bromeando. Vete
a casa, cagá en los pantalones, métete en la cama y deja que tu mujer
te sirva un plato de sopa caliente.
Gaby continues to look at the newspapers. La Nación,
31 de mayo: “Sin noticias del general Aramburu. Se hicieron algunos
arrestos”. ¿Fueron hechos? ¿Qué tipo de construcción pasiva es esa?
Que anticuado. Son reaccionarios en todo. Incluso en sus escritos.
Arrestos! ¿A quién arrestaron? ¿Jack el destripador? ¿Ese tipo llamado
Bustos que mató a su esposa, la cortó en la bañera, la empaquetó con
cuidado y dejó montones de ella por toda la ciudad? Eso debe haber
sido divertido. “Mira, mami. Hay un paquete aquí. Tal vez es un regalo
que alguien dejó caer. No, hijo, es la cabeza de una mujer. Mala suerte,
señora. Ahora está viendo veinte años de terapia para su hijo.
El Gobierno propone “frustrar los siniestros designios” de los
secuestradores. ¡Diseños siniestros! Otra frase de mierda.
De repente, algo grave: lo que dice Perón desde Madrid.
A Gaby no le gusta lo que ve. Y en eso no confía mucho en Perón.
“El Viejo te dice algo hoy y
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timote

Mañana otra cosa”, han dicho sus compañeros en más de una


ocasión. “Él quiere estar del lado bueno de todos. Y no puedes.
Tienes que elegir. “Madrid, 30 (AFP)—El expresidente de Argentina,
Juan Domingo Perón, exiliado en Madrid, negó en sus declaraciones
a France-Presse cualquier vínculo con el secuestro del general Pedro
Eugenio Aramburu. Afirmó que se había enterado del secuestro por
los matutinos de Madrid. Expresó su preocupación por los actos de
diversos grupos que 'pueden llevar a la Argentina', dijo, 'a una cruenta
guerra civil'“. aumentado desde la noche anterior. Perón no es tonto.
¡Cualquiera que piense que lo es es estúpido! La astucia del matón.
Va a haber una guerra civil, compañeros. O haces un trato conmigo o
la gente se levantará en armas y te disparará. Crónica, 29 de mayo:
“Aram buru secuestrado”. Crónica, 30 de mayo: “Aramburu—sin
pistas”. Y una foto sensacional: el portero del edificio del verdugo
barriendo el suelo con una escoba. No está mirando a la cámara,
simplemente cuidando la suciedad. Lleva un conjunto de ropa de
trabajo y se nota que todo el asunto le importa tanto como la mierda.
“Portero: no pudo ver nada”, dice el pie de foto.

Crónica, 31 de mayo: “¡Independiente gana!” en letras grandes,


y debajo, “River derrota a Gimnasia; Lazos de San Lorenzo”. ¡La
realidad ha vuelto! Basta de estupideces. Tienes que darle a la gente
lo que la gente quiere. Los lectores de Crónica están agradecidos.
Finalmente dejaron de aburrirnos con las historias sobre Aram buru.
Abajo, muy abajo, en letras minúsculas: “Continúa la búsqueda de
Aramburu. Hay retrasos”.
Gaby Arrostito ahora vuelve a sentarse frente a la Lettera 32.
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josé pablo feinmann

Vamos, Gaby, ármate de valor. Tienes razón, vamos. Gaby decide ignorar
a
Fernando. El comunicado final será breve.
¡Al estilo Dashiell Hammett, maldita sea! Gaby ha leído todo lo que
escribió. Ella
empieza:
montoneros
comunicado nro. 4
1 de junio de 1970
al pueblo de la nación:

Ella sonríe con satisfacción. Gaby es Gaby. Nadie la va a empujar.


Ella ama a Fernando. Ella nunca amó a nadie de esa manera. Él
es su pequeño héroe. Su valiente guerrero. Estarán juntos hasta
el final. Ganar o perder. Vida o muerte. La vida es un riesgo; si no, no
es nada.
Ahora sí. Ahora ella lo ve claro.
Ella comienza a escribir:
“El comando Montonero. . .”

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Sale y mira a sus camaradas. Ahí están, sentados alrededor
de la gran mesa del comedor, esperando su momento, como cazadores
listos para ponerse manos a la obra y volver al pueblo, salir de la
selva. La jungla siempre es peligrosa, un territorio extraño donde te
sumerges con valentía pero casi siempre sales derrotado. El tiempo
ha llegado. Supongamos que Firmenich dice: “No podemos seguir
aplazando este asunto”.
Ramus toma una botella de cerveza y toma un largo y duro
tragar. Le sale algo de espuma por las comisuras de la boca, como
aunque fuera un perro rabioso. Algo que no es. Él no está enojado.
Solo sabe que no quiere quedarse aquí. Deja la botella ruidosamente
y exhala violentamente. No es un eructo sino algo así como el sonido
de alguien que está harto, un ruido vulgar y expresivo que solo
significa una cosa: ahora, inmediatamente, no perdamos más tiempo.
Enviemos al verdugo al puto infierno. El otro compañero, “Julio”, no
es más manso y no muestra más paciencia. Incluso llega a pronunciar
las palabras más duras y directas, las que más podrían disgustar a
Fernando: “Es un tiro, Fernando. Un disparo y nos vamos de aquí.

Ramus no dice nada. Ahora, después de un largo recorrido,


ha comenzado a leer uno de los tantos periódicos de Buenos Aires.
Le preocupa que su amigo lo esté defraudando. Tal vez él ha tomado
josé pablo feinmann

piedad de Aramburu. Le hablaba demasiado. Eso fue un error.


Si tienes que matar a alguien, mátalo. Si empiezas a hablar con él, se
convierte en algo difícil de matar, algo que te molesta y te marca: un tipo,
un ser humano. Tienes que matar objetivos, no personas. Ideologías, no
seres humanos. Si el tipo al que tienes que matar, alguien que es un
medio táctico, se convierte en un fin en sí mismo, lo has arruinado. Lo
haces estratégico. No lo matas. Vamos, tonto. No mates a Aramburu;
matar a la persona que le disparó a Valle.
La persona que organizó el atentado de junio de 1955. La persona que se
llevó el cuerpo de Evita. ¡Maldita sea, Fernando, no me corresponde a mí
darte una lista de lo que ya sabes de memoria! Lo juzgamos y lo
condenamos en base a esa lista de atrocidades. Deja de cavar en su
alma,
idiota. ¿Qué esperas lograr? ¿Para retroceder en el tiempo? Para
descubrir
de alguna manera su humanidad. Si tiene uno, no le ha servido de
mucho.
Nunca le impidió ser el hijo de puta de primera clase que siempre fue.

Fernando, a pesar de sentir todas esas presiones sobre él, sigue


ejerciendo la autoridad. El hará lo que tenga
que hacer. Lo que tiene que hacer. Les guste o no a los demás.
Para su sorpresa, él dice: “Ya vuelvo. Espérame. No tardaré mucho.

“¿Qué vas a hacer?” pregunta Firmenich.


“Mala pregunta, Pepe. Porque solo hay una respuesta: es mi negocio”.
Él se aleja.
Recorre el largo pasillo en soledad y entra en una pequeña
habitación donde se alojaba cuando visitaba La Celma. De alguna
manera
es su habitación. El que su amigo y la familia Ramus felizmente le
asignan
cada vez que aparece allí. Tiene la desnudez, la austeridad y el
minimalismo duro de un claustro. el buscara

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timote

allí por ese ente sagrado del que tan imprudentemente


habló con el general católico, quien tuvo la temeridad —mitad
en jactancia y mitad en su fe sencilla y poderosa de católico
practicante— de hablarle del temor de Dios. El miedo, como
está aturdido y preocupado por descubrir, está con él. La única
forma de afrontarlo es arrodillarse junto a la cama y hacer algo
que hace mucho tiempo que no hace, algo que siempre hizo
de niño, desde niño, pero que hará una vez. de nuevo, en ese
momento, antes de matar al General que es un pecador
asesino: orad.

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Se reúne con sus compañeros. Firmenich no está feliz de verlo.
“¿Hablaste con él otra vez? ¿Te tomó tanto tiempo decir
algo tan simple? 'General, lo vamos a eliminar'. Eso es todo lo que tenías
que decir.
“Él no es cualquiera”, dice Fernando. Coge un trozo de pan y lo unta con
mantequilla. No sabe por qué, pero hablar con Aramburu le dio hambre.
¿Qué pasa? ¿Algo de lo que dijo el condenado lo molestó? no lo
sabemos
Nosotros
Sé que el final está cerca y que es Fernando quien tendrá que matar.
a él. Tal vez no necesitaba saber eso más allá de lo estrictamente
necesario.
Carlitos Ramus acertó: es más fácil matar un concepto, una idea, que un
tipo. Para Fernando, Aramburu era una construcción ideológica: el
hombre
que derrocó a Perón, que hizo fusilar a Valle, que escondió a Evita, el
matón
de derecha, el hombre de apoyo del régimen. Tuvo un impacto en él
cuando
trató de liberarse de sus ataduras. Cuando se lastimó las muñecas.
Cuando
sangraba. Fue entonces cuando el miedo del General se hizo
transparente.
Había prohibido la piedad. Había leído bien a Clausewitz: “Cualquier
consideración por lo humano te debilitará”, algo así. ¿Es por eso que
habló
con Aramburu, por consideración a algo humano? Si esa estupidez le hizo
temblar la mano en el momento decisivo, no se lo perdonaría.
timote

“Este país aún no ha sentido toda la furia del Ejército Argentino”,


Aramburu había dicho. Y lo que hemos visto hasta la fecha, ¿qué fue?
¿Una
muestra gratis? ¿Los avances de una película de terror que aún no se ha
estrenado?
Viejo maldito. Hubiera sido mejor decirle la decisión.
y terminar con eso. Vamos, General, lo vamos a matar. Y ese fue el final.
Firmenich
tenía razón.
Ahora dice: “Creo que estás cometiendo un error. Pensando que es un
tipo
común. Un matón más. Importante, pero uno más. Haznos un favor:
acabemos con
esto. Si vuelves a hablar con él, tendré que sacarlo yo mismo.

“Tómatelo con calma, Pepe”, dice Fernando, y la vena de su frente


comienza
a latir de nuevo. Firmenich sabe muy bien que es peligroso cuando esto
sucede.
Más de una vez dijo: “Si alguna vez ves a Fernando con la vena de la
frente
hinchada, apártate de él”. Fernando dice: “Voy a ejecutar al General. Eso
es todo.
Soy el que está a cargo de la Operación Comando. Yo soy el que tiene
que
ensuciarse las manos. Recoge dos pistolas que están sobre la mesa. Uno
es de 9
mm. El otro es un .45. Él dice: “Vamos”.

Al evitar mirarlo, la furia en el rostro de Firmenich se le escapa. Eso


provocó un destello como un relámpago en sus ojos. Lo oye decir:
“Espera un
minuto, Fernando. Hay un par de cosas que no estás viendo claramente.
Todos
nos estamos ensuciando las manos en esto juntos. Si crees que
menospreciar al
viejo te hace especial, dame el arma y lo eliminaré yo mismo. Eso no es
lo
importante. Tú o yo o Carlos. Cualquiera de nosotros. Lo que estamos
haciendo es
otra cosa. Somos el brazo ejecutor del veredicto del pueblo”.

Entonces, ¿por qué el juicio? pregunta Fernando.

“Ya le dije a Carlos. El juicio fue una farsa. El verdadero juicio fue

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josé pablo feinmann

no lo que tuvimos hoy. El pueblo lo ha sostenido desde 1955. Día tras


día. Ese juicio se hizo en la conciencia de los peronistas. Allí se decidió
su muerte. Y lo cierto es que, al llevarlo a cabo, nos ensuciamos las
manos. Los vamos a hundir en mierda y sangre. Le estamos ahorrando
eso a la gente. ¿Por qué no si no somos su agente en armas? Pero
todos somos ese agente. Todos nos estamos ensuciando las manos.
No solo tú. No importa cuánto estés a cargo. No importa cuánto, al
final, eres tú quien aprieta el gatillo”.

Fernando mira a los otros dos. “¿Lo escuchaste?”


Ellos asienten.

“Tienes razón”, dice Fernando. “Todo lo que has dicho es correcto”.


Empuja el .45 por su espalda, sostenido por su cinturón. Le quita
el seguro a la 9 mm. “Está bien, ahora vamos”.

188 | |
Señor, te ignoré durante mucho tiempo. Demasiado largo. no sé
cuánto tiempo no puedo saber ¿Cómo puedo saber lo que es mucho o
poco para Tu esencia eterna? Desde que tengo memoria, desde que
era un niño o apenas un joven que murmuraba sus oraciones, he
buscado liberarte de mí. No cargarte con mis acciones. No ser juez de
mis errores, de lo que hice bien. Siempre me limité a agradecerte por el
milagro de la existencia. De la vida que me has dado. Eso fue suficiente.
Pasaron los años y descubrí, dolorosamente, el mundo injusto en el que
me dejaste caer. Menos te reproché o te censuré por sus contradicciones,
que se fundan enteramente en los privilegios de unos y en las
necesidades
de los demás. El hombre es libre y responsable de la historia que
construye. Te lo he dicho mil veces: no quiero ser algo que tengas que
cuidar. Me basta ser Tu creación. Habrá otros que te necesitarán más
que yo. Te rogué que no volvieras Tu mirada hacia mí. Soy libre y eso es
suficiente.

No esta vez, Señor. Estoy a punto de quitarme la vida. voy a matar


Muchos han matado antes que yo. Los hombres se matan unos a otros
y parecen despreocupados de Tu Juicio y de Tu mandamiento: No
matarás. ¿Cómo puedo acatarla en un mundo en el que nadie la acata?
¿Cómo no iba a matar en un mundo cuya ley es la muerte? A
josé pablo feinmann

mundo en el que el más poderoso es el que más mata con la mayor


impunidad? Podría hacerlo sin confesártelo. ¿Lo averiguarías? Lo
dudo. Perdóname, pero no me parece que estés muy preocupado por
lo que nos suceda. El mal triunfa. Los asesinos quedan impunes. Los
torturadores andan por las calles y nadie los señala. Ya sea por miedo
o porque no saben lo que han hecho. ¿Lo sabías? Si lo haces, tampoco
los señalas. Ni los castigas. Mi acción es innecesaria. Podría matar
hoy, como me estoy preparando para hacerlo, y no decírtelo. Este no
es un valle de lágrimas. Es un valle de muerte. de guerras De torturas.
de injusticias. Un valle sometido al rigor de los poderosos, a la
ostentación indecente, profana, pecaminosa de sus riquezas. A la
industria desenfrenada de sus armas, que nunca cesa. Con estas armas
matan a los débiles, Señor. Y el Mal se ha extendido ofensivamente.

De una manera que nos humilla y, muchas veces, nos desanima. Así,
Señor, ya que sólo creo en Tu sagrada persona y no en aquella fábula
del Diablo que te libra de las atrocidades de este mundo atribuyéndolas
a él, ya que te creo todopoderoso y uno, creo que la esencia del Mal
existe necesariamente en Ti, que no eres ajeno a ella. Me sorprendo:
nunca pensé que me importara. Me importa El sentido libre de mi
conciencia libre ya no me basta, como en el pasado. Me encuentro solo
y pienso que el acto que estoy por cometer asumirá incalculables

dimensiones. ¿Debería hacerlo? No te estoy preguntando. Sé que lo


haré. Pero necesito algo de Ti por primera vez. Porque el temor que
siempre tuve por Ti como católico, el temor que perdí durante muchos
años, el temor que desterré de mí mismo cuando afirmé mi libertad y te
cerré fuera de mi cuidado, ha vuelto a mí. El general, que es un asesino.

190 | |
timote

pecado, no es quien me lo impuso. Ese hombre me sorprendió.


Supongo que las personas que saben que van a morir se bloquean
por el terror o alcanzan niveles inesperados de agudeza, de
penetración. La lucha por la vida trae ambas cosas. El deseo de
seguir viviendo ha hecho peligroso a ese verdugo. Me arriesgué:
intercambié demasiadas palabras con él. Mi mano no temblará en el
momento preciso. Pero sacudió en mí el temor que los católicos tenemos
hacia Ti.
Señor, seré breve: lo voy a matar con una pistola 9 mm. No quiero
estar solo cuando lo haga. Te ruego que me mires. No te pido que
me juzgues o que me hagas saber, de alguna manera, si mi acción
fue justa o no lo fue. Sé que será justo. Tengo miles de razones para
saberlo. Por matarlo. No quiero estar solo cuando lo haga. Quiero de
Ti lo que nunca he pedido: quiero Tu mirada. Necesito que me veas.
Ser mi testigo. Ya que conoces tan bien el Bien como el Mal, ya que
los dos son parte de Tu naturaleza que pertenece a la Eternidad. Te
suplico que me hagas saber, como quieras, por el signo que elijas,
por la más mínima sutileza con que te acerques a mí, si mi acción es
del Bien o del Mal. No creas que me asustará saberlo. Sólo eso,
saber. No para que me juzgues. Solo para saber. Y sabiéndolo,
hacerle frente. tengo mi verdad; Quiero el tuyo. No esperes que yo
me someta a ello. solo quiero saberlo ¿Por qué? Para tener un testigo.

Ya sea que mi acción participe del Mal o participe del Bien, no podría
aceptar ninguna condena de Tu parte. Si ejerzo el Mal no me puedes
condenar, porque también lo ejerces. Exijo Tu valiosa opinión siendo
mi testigo, observándome. Quizá lo respete más de lo que ahora estoy
dispuesto a admitir. Tal vez incluso me haga daño. Pero lo dudo. Como
juzgo las cosas, el Bien y el Mal, las dos pos-

| | 191
josé pablo feinmann

capacidades, yacen contigo. Ni te negaré, ni me apartará de


ti. Hay demasiados horrores en el mundo y, si Tú existes, no
es posible aceptar que Tú eres todo el bien, que el Mal no
forma parte de Tu esencia, inmortal como Tú. Señor, quiero
que me cuides. Quiero tus ojos sobre mí. Esto te pido y te
juro que nunca más te pediré otra cosa. Amén.

192 | |
Aramburu los ve entrar. Ahí están: han

venido a matarlo. No más tiempo para las palabras. cada uno sabe
donde se encuentra el otro. Lo que está pensando. Lo que quiere hacer.
Especialmente, en su caso, lo que hizo. ¿Aramburu está pensando en
Valle? No es probable. No me van a matar por lo que le pasó a Valle. Soy
un símbolo. El tipo que echó a Perón. Una
sabe los riesgos que toma. Debería haber previsto esto. Pero él

Nunca imaginé que niños así pudieran aparecer. Revolucionarios y


peronistas, vengativos, irresponsables o valientes, todo es lo mismo. Pero
con pelotas. Demonios, ¿quién lo hubiera pensado?
Le quitan las ataduras de las manos. Aramburu frota su
muñecas Están hinchados y hay algo de sangre.
“Lamentamos mucho esto, General”, dice Fernando. “Si se
dependiera de mí, habríamos evitado esto”.
“Está dentro de las reglas”, reconoce Aramburu. Siempre atas a los
prisioneros. Un preso que se escapa deja de serlo. Un secuestrador sin
prisionero también.
“Nosotros somos más que simples secuestradores”, insiste Firmenich.
“¿Cómo es eso?”

“Somos tus jueces. Te juzgamos y te encontramos culpable”.


“Y ahora vas a ejecutarme”.
“Exactamente.”
josé pablo feinmann

“¿Puedo hacer una solicitud, juez?”


“¿Estás siendo irónico?”
“¿Había algo de ironía en mi voz?”
“No me parece.”

“Porque no lo había”.
“¿Qué le gustaría pedirme, General?”
“Algo tonto. Pero no me gustaría ir a mi muerte con la posibilidad de
hacer algo torpe que me haría quedar en ridículo. Me entiendes, ¿no?

“Completamente, General. ¿Qué le gustaría?”


“Átame los zapatos”.
“Lo siento. No me había dado cuenta.

Firmenich se arrodilla y ata los zapatos de Aramburu.


Él se pone de pie. Él lo mira. Aramburu no dice nada.
“Tenemos que amarrarte las manos a la espalda”, dice Fernando.
“¿Atarme las manos otra vez? Solo mira mis muñecas. Son un desastre.
“No realmente, General,” dice Fernando. “Están en sintonía con las
circunstancias. Así son las cosas. Cuando uno va ante un pelotón de
fusilamiento, siempre es con las manos atadas a la espalda”.
“¿Me está esperando un pelotón de fusileros?”

“No hagas preguntas cuando sabes las respuestas.”


“No completamente. Sé que no hay un pelotón de fusilamiento. ¿Cómo
vas a matarme, entonces?
“Lo sabrás muy pronto”. Fernando mira a sus compañeros.
Con su brevedad habitual, con dureza, con ese tono acerado que sabe
usar para dar órdenes, dice: “Al sótano”.
“Un momento”, protesta Aramburu. “¿Como esto? ni siquiera puedo
¿afeitar?”

“¿Por qué quieres afeitarte?” Ramus dice tensamente. “Nadie

194 | |
timote

voy a verte.
“Voy a verme. Nunca pensé que moriría sucio. Tienes que
al menos déjame tomar un baño.

“General”, dice Fernando en voz alta y algo irritada, “deje de hacer


el tonto. Dios te tomará en sus brazos sin importar cómo lo alcances”.

“Siempre pensé que estaría limpio”.


“Nuestro Señor sólo está interesado en la limpieza del alma.
Piensa si esto es lo que tienes para ofrecerle. Si crees que ya lo
pensaste, piénsalo de nuevo. Por si acaso.”

“Ni siquiera San Agustín tenía eso para ofrecer”.


“San Agustín fue un pecador atormentado. Solo su gran suf
fering lavó sus pecados. No veo gran sufrimiento en ti.”
“Yo tampoco lo veo en ti, y estás a punto de cometer un pecado
supremo”.
“Quizás. Pero si nos arrepentimos, no será hoy. Tenemos tiempo.”
Fernando se pone muy serio. Tiene surcos entre las cejas y dos
cortes verticales y profundos aparecen entre sus cejas. “Te prometimos
algo. Vamos a orar por la salvación de tu alma. Hoy, general.

“Quiero un sacerdote”, exige Aramburu.


“No podemos hacer eso”, dice Firmenich. “No juegues con nosotros.
Estás tratando de engañarnos hasta el final. ¿Qué te hace pensar que
podríamos traer un sacerdote aquí? Todos los caminos están bajo
vigilancia. Ellos lo seguirían. Nos encontrarían. Habría sido todo en vano”.
“¿Qué quieres decir?” Aramburu dice con incredulidad. “Tú no
tener un sacerdote? ¿Pensaste en traer uno? ¿O tenerlo aquí,
esperándonos? ¿Qué clase de católicos sois? yo no hubiera

| | 195
josé pablo feinmann

te negó un sacerdote. Si hubiera tenido que dispararte, lo primero


que habría hecho habría sido alinear uno. Valle tenía uno, por si no lo
sabías. Tuvo su párroco, Monseñor Devoto. Podría darle un abrazo.
Descarga sus pecados, recibe la absolución. ¿Dónde está el mío? La
hija de Valle estuvo con él hasta el final.
Revisó al pelotón de fusilamiento, que la respetó. Uno de los
soldados se quebró y estaba llorando. Él le dijo: 'Te juro que no
dispararé'. ¿Quién me va a decir eso?”.
“Nadie”, espeta Fernando. “Deja de chantajearnos. ¿Qué
sacerdote estaba con los hombres masacrados en José León
Suárez? ¿Qué sacerdote alimentó a los trabajadores peronistas
perseguidos, dejados con hambre por su dictadura? ¿Qué cura
estuvo con Felipe Vallese? ¿Qué sacerdote hubo para cada uno de
los militantes populistas que murieron por Perón en los últimos
quince años?”. Él se calma. No quiere destruir la solemnidad de la
ejecución. No quiere, ahora mismo, en el momento culminante, que
todo se derrumbe. Él dice, con calma, “Basta, General. camina por ahí
hacia el sótano.
“¿Y mi familia?” Aramburu dice. ¿Qué les sucederá?
Les enviaremos sus efectos. Y nada más, General.
Tu familia no está en riesgo. El régimen los cuidará como a la
realeza. Como víctimas que sufren. Como los que se pasarán el
resto de la vida llorando al verdugo de la Argentina de Perón.
Vamos, ponte a caminar.
Llegan a las escaleras del sótano. Es viejo e inseguro. La mano
el riel se tambalea. No hay mucha luz. El sótano es tan antiguo
como la casa. Tiene por lo menos setenta años. Es un lugar angosto
y lúgubre. En febrero de 1969, en busca de armas, el grupo fundador
de los Montoneros atacó el Polígono de Tiro Federal en
196 | |
timote

córdoba Una operación simple, pero que rindió más de lo que


esperaban: una montaña de rifles que terminaron almacenando en
este sótano. Ahora la escalera tiembla peligrosamente. Y si se tiene
en cuenta que Aramburu tiene las manos atadas, la situación se
torna desgarradora. Firmenich precede al General, protegiéndolo,
evitando que caiga.
Llegan al sótano. El lugar es diminuto, primitivo y apenas mide
unos metros de largo.
Entonces Aramburu pregunta: “¿Me vas a matar aquí? ¿En
este sótano?
Fernando es un joven de firmes convicciones y rápidas
respuestas. “Aquí, general. Aquí mismo. Supongo que debes sentirlo
indigno de ti. Tendrás que lidiar con eso.
“¿Y usted me reprocha ejecutar a Valle en la Penitenciaría
Nacional? ¿Me van a disparar en un sótano?
Es un diálogo violento, sin vuelta atrás. La estridencia de las
voces, los tonos, nada importa. La violencia está en lo que dicen.
Estas son las últimas palabras que intercambian y poseen el
dramatismo de preguntas finales, extremas, en las que se discute la
vida, la muerte y el honor.
“Hay cosas que no puedes entender, Aramburu”, dice Fer
nando, liberando por fin a su prisionero del peso que tiene sobre él.
“Le disparaste a Valle y fuiste presidente de la república. El hombre
más poderoso del país. Podrías haberlo matado en la Casa de
Gobierno si hubieras querido. Tenías todos los medios. Ya que lo
hiciste, sólo la crueldad, sólo el odio explican que lo hayas enviado
ante el pelotón de fusilamiento de un centro penitenciario.
“¿Y cuál es el significado del hecho de que me mates en este
¿sótano?”

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josé pablo feinmann

“No te voy a matar”, dice Fernando, tan cortante y firme como


siempre. “Te estoy sentenciando. Yo defiendo la voluntad del pueblo.
Somos la justicia del pueblo”.
“¡No me jodas! Eres una mierda prepotente de un mocoso. La gente
ni siquiera sabe lo que estás haciendo. Ni se enterarán.
No sé si esa gente que tanto invocas, la nación peronista, querría
que mataras a un general de la república en un sótano. Son gente
trabajadora, pacifista. Ni siquiera los conoces.

“No voy a discutir eso”.


Tienes miedo de discutirlo. Hay muchos peleando peronistas
militantes Pero la mayoría, el grueso de ellos, no son combativos.
No son violentos. No quieren matar. Quieren el regreso de los días
felices de la nación peronista. son trabajadores
Son de clase media-baja: empleados, obreros calificados, notarios,
tenedores de libros, abogados sin clientes poderosos, maestros de
todos los niveles. Aman a Perón. Lo siguieron y seguirán
para votar por el. No podemos desperonizarlos. no podemos hacer
convertirlos en seguidores de nuestra democracia. Así es como nos
metimos en este lío. Gobierno militar, gobierno civil, otra vez militar, otra
vez civil. ¡Suficiente! El pueblo no está esperando a que aparezca Perón
disfrazado de Castro, de Mao o de líder del Tercer Mundo. El Perón que
esperan es el Perón que conocieron. Crees que la historia cambió. La
nación peronista no quiere cambios. Quieren al Perón histórico. El Perón
del estado del bienestar, generoso y liberal. Quieren el regreso de la
patria de la felicidad, no de la guerra. ¡Escúchame, maldita sea! Los
simples trabajadores y empleados y los trabajadores honestos y
calificados no quieren el poder, ¡mucho menos la guerra y la sangre
para ganarlo!
198 | |
timote

Quieren a Perón. Sintiéndose nuevamente protegidos por su mano


generosa. Celebrando el Primero de Mayo. Escuchando a Hugo del Carril
cantar, 'Esta es la fi esta del trabajo. Unidos por el amor de Dios.' Quieren
paz, trabajo y vacaciones. Ustedes son los que quieren la guerra.

“La nación peronista ha cambiado. ¿Quién hizo la rebelión de


Córdoba? ¿El de Rosario? ¿El de Mendoza? Lo hicieron.”
“Eso es una mentira. Los combativos sindicatos SITRAC-SITRAM sí lo
hicieron.

Los líderes de izquierda como Tosco. ¿Alguna vez escuchaste a José


Ignacio Rucci hablar de Tosco? Ese rosa trostkista, lo llama. Ese
marxista.
Hasta ese guerrillero le escupe en la cara”.
“No entiendes nada, Aramburu”, dice Firmenich.
Estás mal informado. Murió esa mansa nación peronista. Ustedes lo
mataron. Persiguiéndolo, encarcelándolo, torturándolo, proscribiéndole
sus derechos. Negando a su líder. Los años no pasan en vano, General.
Ese pueblo, hoy, en esta Argentina degradada por años de burlas y
dictaduras ilegales, es diferente. Recibirá la noticia de tu muerte con
júbilo. Habrá fiestas en los barrios marginales.
Vino barato, dulce y espeso. O dulce y clarete pero fatal para hacer
perder la cabeza. Ellos van a bailar. Tener esperanza. Permítame
repetir, General: esperanza. Porque tu muerte dará esperanza a los
oprimidos de la Argentina. Es decir, ¿a quién? ¡Los peronistas, por carajo!
No esperen que un pueblo manso y cobarde se niegue a saludarnos por
haber acabado con el mayor de los maleantes. Seremos héroes.
Sabemos
lo que estamos haciendo. Asumimos una aspiración colectiva y la
estamos
llevando a cabo. Eso es suficiente. Eso nos convertirá en semidioses,
General. ¿Se enteró que? semidioses?

“Entonces hablemos de otra cosa”, dice Aramburu, aferrado

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josé pablo feinmann

con furia “¿Qué tan grande es este sótano? ¿Seis, ocho pies? Dime,
¿dónde vas a colocar tu pelotón de fusilamiento?
Firmenich se prepara para responder, pero Fernando lo detiene
en seco con un breve movimiento de la mano. “Tómatelo con calma”,
dice. “Esto depende de mí. Has hablado demasiado, Pepe. Mira fijamente
a Aram buru. Él dice: “No va a haber ningún pelotón de fusilamiento.
Entiéndalo bien, General: somos una organización revolucionaria. Eras el
estado. Podrías tener el lujo de los pelotones de fusilamiento. no
podemos
Trabajamos en la clandestinidad. ¿Sabes lo que es la clandestinidad?
Significa vivir en sótanos. Estás muriendo a manos de hombres
clandestinos y tu muerte es una muerte clandestina. Solo podemos
ofrecerle este sótano.
Aramburu se sienta en un banco contra la pared. Ahora él
se ve cansado. Pero rebota.
“No vas a ser capaz de matarme con rifles. Con rifles.
Una ejecución es una ejecución debido a las armas utilizadas.
rifles Siempre ha sido así.
“La ejecución será a pistola”, dice Fernando. “No hay lugar para nada
más”.
“¿Quién va a hacerlo?”
“Voy a. El jefe de la operación.
“Está bien, pero trata de entender esto: no me estás disparando.
Me estás dando el tiro de gracia. Es el tiro de gracia que das desde la
distancia en el que te dispones a dispararme. El tiro de gracia es
diferente a un fusilamiento. El pelotón que dispara no sabe quién mató
al condenado. Entonces alguien procede al golpe de gracia, un acto
muy impresionante porque quien lo administra sabe que es él quien se
lo da al pobre que aún vive. Está en

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timote

quemarropa. Si me permite, eso se parece mucho a un asesinato


a corta distancia. Eso es lo que estás a punto de hacer. Me vas a
asesinar.
“¡Maldito viejo!” grita Firmenich. “Estás tratando de engañarnos
con una dialéctica militar basura. ¿Dónde aprendiste eso? ¿En la
Escuela de las Américas?
“No”, dice Aramburu. “Lo acabo de aprender. Me vas a asesinar.

Fernando sonríe entre dientes. Fuiste juzgado por un tribunal


revolucionario. Eres un asesino. Un defensor del régimen de explotación
que oprimía a nuestro país. Un hombre que insultó a Eva Perón, una
mujer que valía más que tú o que todos nosotros. No me importa dónde
o cuándo te ejecute. Sé que tengo que hacerlo. Y que este acto es justo.
Y que yo, al hacer, soy justo también.” Se vuelve hacia sus hombres.
“Vamos. Tú, Pepe, empieza a teclear el código Morse con una llave.
Tenemos que sofocar el sonido de
los tiros.”
“¿Por qué? Nadie puede oír nada.
“Haz lo que digo.”
“Tú eres el que no quiere escuchar los disparos, idiota”
Aramburu dice. “Pero lo harás. Y explotarán en tu cabeza por el resto de
tu vida”.
“Váyanse”, les dice Fernando a sus hombres.

Se fueron.

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Fernando y Aramburu se quedan solos.
Fernando saca la 9 mm.
“No sufrirá, General”, dice.
“No me importa si sufro. Lamento haber perdido mi vida”.

“Hemos terminado con las palabras”. Levanta la pistola y apunta al


cuerpo de Aramburu. A lo sumo, apenas hay un metro entre ellos.
Aramburu se levanta. No solo eso, se estira para ofrecer su pecho.
Fernando no se sorprende. Le habría sorprendido algo extremo,
definitivo, por parte de su víctima.
Algo operístico. Como derrumbarse, comenzar a llorar, suplicar
clemencia, hablar de su familia o mencionar a un nieto, alguien que
quedaría devastado por su muerte, solo. No, nada por el estilo. El
hombre parado frente a él lo mira con tristeza, pero sin miedo. Su dureza
tampoco parece provenir de su condición de católico, como si

creía que un Dios de bondad lo esperaba en algún lugar del universo


para consolarlo, para llevarlo a Él. Si algo lo aleja de la desesperación no
está en los Evangelios. está dentro de él. Quizá los hombres no tenían
por qué haber sido buenos ni haber sido justos para morir con serenidad.
Les basta con haber creído que lo eran. También es suficiente que no les
importe. Hay hombres que pasan por la vida sin juzgarse moralmente.
timote

Se agotan en la acción. Hay tanto por hacer que es ridículo preguntarse


si lo que están haciendo es bueno o malo. Ellos son los que tienen la
mejor muerte. La muerte es sólo otro hecho de la vida. Su única
diferencia
es que es el final para todos. Porque es el último. ¿De dónde viene
entonces la serenidad de Arambu ru? Es difícil saberlo. Pero
arriesguemos
una respuesta: de su fracaso. El fracaso vuelve a los hombres serenos,
les da una sensación de alivio. No hay más riesgos; sin ilusiones no hay
engaños; sin futuro no hay angustias; sin planes no hay enemigos. Sólo
queda la tristeza, la aceptación de un destino aciago e irresoluto y nada
más. Así Aramburu mira a Fernando como hemos dicho: con tristeza

ness pero sin miedo. ¿Y si se enfureciera? O


¿No es indigno morir precisamente cuando uno tiene planes, tantas
cosas por hacer en este mundo? Aquí proponemos otro punto de vista,
no muy alejado del anterior, pero que los enriquece: Aramburu acaba de
comprender que su plan era imposible. Que él era imposible. Que había
despertado muchos odios, que era responsable de muchas muertes, que
era culpable en muchas conciencias, el juicio apasionado de demasiados
hombres, culpables, directa o indirectamente, de todo, porque lo otro,
Rojas, se había ganado la caracterización de torpe, de animal. Él, para su
desgracia, era inteligente, el matón astuto, el más sabio de todos, el que
aguantaba todas las pérdidas, todas las muertes, porque era el líder, el
que mejor pensaba. El que era absolutamente culpable. ¿Cómo podía
pretender ahora ser el garante de la unidad nacional? Si uno deja una
estela de odio, en algún momento su terrible pasado vuelve a ajustar
cuentas. Esto es lo que ha pasado aquí,

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josé pablo feinmann

en Timote. Este joven algo alucinante que está a punto de matarlo


es la confl uencia de quince años de errores. Si es la Historia la que
te va a disparar, ¿por qué llorar, por qué desmoronarte?
¿A quién le vas a pedir clemencia? La historia pasa por alto, deja
atrás a los que ha condenado y sigue su camino.
“Voy a proceder, General”.
Aramburu mantiene su posición. Se miran el uno al otro para
la última vez. Aramburu dice: “Procede”.
Fernando despide. Le dispara en el pecho. No en el corazón.
No en la cabeza. En el pecho. Por ahí entra la bala.

Aramburu se tambalea hacia atrás y termina en la abertura


entre el banco y la pared. Pero su sangre salpica las paredes.
Y hasta mancha la camisa de Fernando. Y su rostro.
Fernando se acerca a él. Y entrega más disparos con el 9 mm.
Luego guarda la 9 mm y saca la .45.
Le dispara de nuevo. En la cabeza. Nuevamente la sangre lo salpica.
Tal vez piensa que el anciano tenía demasiada sangre. Él no lo
esperaba.
Lo saca del rincón donde está y lo acuesta en el suelo. Lo cubre
discretamente con una manta. Esa manta no está allí por casualidad.
Está ahí por dos razones. Fernando cree que los muertos merecen
respeto. Que están indefensos ante la mirada de los vivos. Que
siempre hay una indefinible sensación de superioridad en la persona
que contempla un cuerpo. No quiere esta deshonra para Aramburu. Y
también, el cuerpo de Aram buru no es fácil de ver, especialmente si
eres tú quien lo mató. Prefigura tantas cosas: venganza, catástrofe,
escándalos, persecución. y sangre No esperaba ese hecho.

Al igual que la forma en que suena una de las muchas cosas que dice
Aramburu,

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timote

susurra, y hasta a veces aúlla en su conciencia, obsesivamente, como un


timbal incesante, manteniendo un ritmo sistemático, medido y lúgubre,
pero
ahora hecho por esa sangre presagiante, terriblemente profética: “Mi
sangre
llamará a la tuya”.
Se acerca a las escaleras.
¡Ven aquí, maldita sea! el grita.
Aparecen los demás. Sigilosamente, entran uno por uno. Ellos ven
el cuerpo en el suelo, con esa manta, protegido, respetado.
Se imaginaban que Fernando haría eso. Evita que vean el cuerpo. Por sí
mismo, porque lo había matado. Para Aramburu, porque un muerto
siempre
está indefenso. Porque aunque es el cuerpo de un hombre, no es ese
hombre.
Es lo que queda de él.
Un cadáver. Una cosa. Les sorprende la visión de la sangre abusiva, que
sube
por las paredes, que forma, en sus dos extremos, garras o patas de
pájaros
salvajes. ¿El anciano tenía tanta sangre? ¿Acaso el peso de los años no
hace
que los hombres se sequen a medida que envejecen? ¿No es por eso
que sus
pasiones se desvanecen? ¿De dónde sacaron esa idea? Sólo porque
eran muy
jóvenes. Seguramente habían visto a viejos enrojecer hasta el punto de
reventar. Cuando juran.
Cuando pierden la paciencia. O perder el control cuando menos se lo
espera. Cuando odian. Cuando gritan, cuando amenazan.
No, el mundo está lleno de viejos rubicundos.
“Él era un vampiro”, dice Fernando, viéndolos paralizados por la sangre
en el momento en que entraron. “Esa es la sangre de Valle. La sangre del
atentado de junio. La sangre de los masacrados en José León Suárez. La
sangre de Tanco. de Cogorno. La sangre de todos los que había matado.
Incluso la de Felipe Vallese. Es toda la sangre derramada por el matón
argentino. Mira dónde estaba todo. En el cuerpo del más culpable. Se
había
alimentado de él. Como Drácula.

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josé pablo feinmann

Son las 7:30 de la mañana del 1 de junio de 1970. Todos saben qué
hacer
hacer. Comienzan a cavar una tumba. Cavan hondo, como impulsados
por
ese viejo miedo a que los muertos regresen. Por eso los enterramos, para
que
descansen en paz y para que estemos en paz. Terminan su tarea.

“Ven aquí”, dice Fernando, que está de pie junto al cuerpo. Él dice: “Voy a
retirar la manta. Quiero que todos veamos el cadáver. Llevar esa imagen
en
nuestros corazones. El cadáver de ese General que fue un asesino es
obra
nuestra. Nuestra primera gran operación. Requería su vida y va a requerir
la
vida de otros. Estamos en guerra. Tal vez sea feroz y lo suficientemente
largo
como para requerir nuestras propias vidas.

Retira la manta y todos miran el cuerpo de Aramburu. Fernando lo


vuelve a tapar. Lo colocan en la tumba. Le tiran tres sacos de cal.
Fernando,
no en voz baja sino para sí mismo, por su interioridad velada, en algún
pliegue o recoveco de su conciencia, media, diciendo: “Qué vergüenza,
General. Mira cómo te encontrarán. Será difícil que te reconozcan cuando
te
saquen de aquí. ¿Es este Aramburu, el gran hombre? Y llevarás una
camisa y
pantalones, sin afeitar. Apestoso, General. No olvides ese detalle. Tú, que
debes de ser de los que usan perfumes caros, vas a arrojar sobre los
demás el
olor de la tumba, de la podredumbre, de los gusanos laboriosos. No
llevarás tu
uniforme puesto. Ni tus medallas. Ni tus condecoraciones de gobiernos
extranjeros. Sobre todo, el uniforme. Un general sin uniforme no es un
general.
Ni siquiera es un soldado. Ni siquiera puede dar una orden. No solo
porque
está muerto, sino porque está casi desnudo. Y ahora, si la mujer de Valle
viniera
a verte, no dejes de decírselo. Dile que el presidente está durmiendo.

206 | |
timote

Porque ahora lo eres, General. Ahora dormirás por toda la eternidad,


sin fin. No creas que no tenemos piedad de ti, no creas que no
rezamos por tu alma inmortal. Somos cristianos. No somos
marxistas, no somos ateos. Creemos que hay un Dios y que se
apiadará de ti. Pero estamos luchando contra los cristianos. Hemos
venido a ayudar a los que el profeta de Nazaret describió en sus
sermones. Los pobres de espíritu. Los más pobres de los pobres. Y
la muerte de los demás no nos asusta. ¿Por qué debería asustarnos
si nuestra propia muerte nos asusta aún menos? ¿Por qué dudaríamos
en quitarles la vida si hemos decidido ofrecer la nuestra?
en esta lucha? ¿Por qué dudaríamos, si llegara el momento, en
sacrificar vidas inocentes si estamos dispuestos a sacrificar las
nuestras, que también son inocentes? No muchos entenderán esto,
General. Pero si nosotros, que somos inocentes, entregamos nuestra
vida por una causa que es más grande que nosotros, que es más
que nuestras miserables existencias individuales, ¿qué nos va a
impedir quitar la vida a otros, que también son inocentes, pero
culpable, general? ¿Culpables por no arriesgarse en la liberación de
la patria, culpables por estar cómodos, por buscar el podrido triunfo
de la vida burguesa, culpables por ser cobardes, por ser indiferentes
a la injusticia, al sufrimiento de la mayoría? El Evangelio, de cuya
verdad somos guerreros, habla muy claro del mensaje de Jesús.
Él no sólo vino a traer amor. También trajo la espada. Hay que amar
y hay que odiar. Y si amar a los pobres exige odiar e incluso empuñar
la espada contra quienes los explotan, ese es el camino que traza
nuestra fe. Dios es amor. Pero, en nosotros, el amor es luchar contra
la injusticia. El amor es guerra y estamos listos para llevar nuestra
batalla terrenal a donde nos lleve nuestra fe. Y esa fe, General, es
ilimitada. No es la fe dominical de
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josé pablo feinmann

la familia burguesa, capitalista. No es la simple fe del carbonero,


nunca sometida a la prueba de la duda. No es la fe de los capitalistas
de la Iglesia, que se han olvidado del pueblo, que han puesto a Dios
al servicio de los poderosos. Es la fe de aquellos que no dudan en
llegar a cualquier extremo en su lucha en favor de los pobres. Es la
fe de un torbellino: nos lleva más allá de nosotros mismos. Nos hace
mejores. Encuentra en nuestros corazones pasiones de las que no
éramos conscientes. Al ponernos al servicio de los humillados, nos
pone al servicio del Evangelio de Jesús. Nos permite comprender el
sentido único y profundo de la palabra del profeta de Nazaret. El Reino
de los Cielos no es para los ricos. Si lo fuera, un camello pasaría por
el ojo de una aguja.
Los ricos jamás habitarán el Reino del Señor por su codicia, por su
falta de amor a los pobres, por el odio que les dirigen, en la carga
de sufrimiento a que los someten, por la codicia con que les pagan,
por la violencia con que castigan cualquier forma de rebelión, por su
pereza, por su lascivia, por creer más en la obscena materialidad de
sus riquezas que en la riqueza de la espiritualidad divina, que es única”.

Como si fuera posible, Fernando dibuja aún más dentro de


sí mismo. Él apoya su barbilla en su pecho. Sus compañeros le oyen
decir, con voz clara y razonable y con la deliberación, el sentimiento
cristiano de piedad que no puede ocultar: “Que Dios, Nuestro Señor,
tenga piedad de tu alma. Amén.”
“Amén”, dicen todos.

208 | |
Esperan hasta la noche para regresar a Buenos Aires.
Hablan poco durante el día. Fernando pasa su tiempo
dormido.
Alrededor de las 8:00 pm salen de Timote.
Viajan en la camioneta Gladiador. Está completamente oscuro.
Hay una luna alta, tan perfectamente redonda como algo dibujado por
una brújula infalible y perfecta. Las estrellas están fuera. Es una
espléndida noche de otoño. Fernando se hace cargo de la conducción.
A Firmenich no le gusta. Lo ve asumiendo todo. Si no lo hace, lo hace
mal o no lo hace en absoluto o se estropea. Es el vicio, la prepotencia e
incluso la demencia de los malos líderes lo que hace
se sienten insustituibles. Nunca delegar nada.
Al final se jugaron la vida en todas las operaciones y están jodidos en
la más tonta de todas. Fernando necesitará vigilancia. Nadie mata a
Aramburu y sigue siendo la misma persona.
Es posible que Pepe no se equivoque. Quizás Fernando se sienta la
encarnación de la Historia. El vengador de todos los mártires del
peronismo. eso sería una pena. Sería darle una ventaja a Firmenich,
haciéndole más fácil tomar el camino al que aspira, el que lo convertirá
en el líder de la organización. Porque Pepe es un tipo con ambiciones.
Demasiados. Él no es Fernando.
Fernando está en tu cara. No hay dos caminos con él. Si él
josé pablo feinmann

te odia, te odia. Si te ama, te ama. Si te mata, te mata, como


bien sabemos. Pepe es rotundo, rústico.
La pérdida de Fernando dejaría en sus manos el liderazgo, algo
que, insistimos, no le disgustaría. Es más, es lo que él quiere.
Sabemos lo que estamos diciendo. Pero muchas veces, tal vez
torpemente, como narradores inexpertos, acabamos diciendo las
cosas dos veces. No solo para decirlas. Más bien para marcarlos
con fuego. Preferimos el enfado del lector a un par de repeticiones
al riesgo de pasar por alto algunos temas esenciales. Si las
alturas marean a Fer nando, si pierde la cabeza por la
trascendencia de su acción, si cree en ella (Firmenich disfruta un
instante de la precisión de ese insondable y, sin embargo, popular
concepto tan nuestro: creer en él), si hace el papel de macho con
Gaby, a quien ahora le entrega el cuerpo más espectacular que
tendrá la organización en su historia, por más que mate a media
Argentina, por más Por mucho que mate a Onganía, a Lanusse, a
Rojas, siempre tendrá que estar preparado para una situación
propia de los grupos revolucionarios que emprenden actos
espectaculares: la demencia, los delirios de grandeza de sus
protagonistas, más si hay un protagonista, uno solo. , con toda la
gloria para él, y más si es del tipo con sangre fría y talento para
reclamar esa gloria para sí mismo, para hacerla suya aunque no
sea enteramente suya, para hacerla suya. propio porque dio el
golpe final, porque estaba al frente de la operación. Fernando tiene
demasiado talento y demasiada ventaja, una inteligencia metódica,
precisa como un reloj suizo, paciente o temerariamente ardiente
pero siempre buscando el equilibrio exacto, el punto exacto para
dar el golpe; ahora lo tiene todo, ahora lo tiene todo, tiene que
tener paciencia, hasta tiene a Gaby, que debe estar esperándolo
orgullosa
210 | |
timote

y ardiente, gata en celo, enloquecida por tropezarse con el macho cuya


mano no vaciló, el loco que pinchó la Historia, que vengó a todos los
vencidos, a todos los verdugos, a todos los miserables de la tierra, al más
macho uno de todos, el líder, el mejor dotado de todos, el más cachondo,
el que se la follará esta noche y le dirá, y ella vendrá escuchándolo decir:
“Te la está follando el tipo que hizo volar a Aramburu. Flaco, la historia te
está jodiendo. Mierda estúpida. Adelante, cógela. ella es tuya Es todo
tuyo. Tendría que matar a Perón para vencerte. Pero eso sería como
matar a Dios. O peor aún, como suicidarse. No me voy a suicidar. Nadie,
nunca, va a obtener eso de mí. Esperaré mi momento. Eso es todo.
Espera
por ti Fernando. Sé cómo esperar.

Todos se han equivocado. Todo el mundo la caga alguna vez, la


estropea,
la caga. Sobre todo héroes. Los grandes individualistas. Mira al che.
Nadie tiene nada que decir sobre el Che. Todo es respeto y veneración.
¡San Ignacio de La Higuera! Dáme un respiro. No había manera de que
el heroico guerrillero no la cagara. ¿Por qué? Porque él era el Che.
Porque creía en ello. Castro es otra historia.
Castro durará. Sabe que la revolución no es una aventura. Que
no corres de un lugar a otro ofreciéndote.
La revolución es paciencia. Y si tiene que seguir caminos grises, caminos
inciertos, sin ningún tipo de heroísmo, que se joda. Pero es lo que tienes
que hacer. Fernando no lo sabe. Él no está hecho de esa manera. Es
como el Che. Un petardo se arrojó al cielo, iluminándolo todo pero
apagándose. Te espero, Fernando. La paciencia es lo que tengo mucho.
Lo sé: tarde o temprano, y creo que más temprano, vas a dejar caer en
mis manos el liderazgo como fruta madura.
Él lo observa. Fernando tiene los ojos fijos en la carretera. Es un
camino de mierda. Un camino de tierra, con baches, húmedo. Patines y lo
harás

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josé pablo feinmann

terminar de cabeza en una zanja. Además, Fernando no tiene miedo a la


velocidad.
“¿Qué estás pensando?” le pregunta
Fernando no contesta. No escucha la pregunta de Firmenich.
ción Muerto Aramburu, los Montoneros adquieren un prestigio
mítico entre los peronistas. No fue un asesinato. Hicimos lo que la
gente quería. Hicimos justicia. La justicia del pueblo.
Dimos sentencia al maldito matón. Estaba en el espíritu de los tiempos.
Está en el corazón de los pobres. Los que tienen una foto de Evita en
sus casas y una de Perón sobre un caballo tordo. Los que aún ponen
velas frente a la foto de Evita. Porque para ellos es una santa. El santo
refutado por Aramburu y gente como él.
Ahora van a aflojar. O nos dan a Evita o los seguimos arrasando. Si
nos dan a Evita, no se la damos a Perón. Iremos a las villas,
especialmente
a la 31, y la pondremos en manos de los pobres, a los que ayudó. Ella es
una de ellos y les pertenece. Vivía para ellos y debían tenerla.

Y luego crearemos una organización abierta. Los jóvenes se van a


enamorar de nosotros. La juventud quiere guerrilleros, muchachos que
se jueguen las pelotas. Claman por vanguardias. Les daremos lo mejor
de todo. Al diablo con los planes electorales de los militares. “Ni votos ni
botas, sino pistolas y balas”, qué grandioso suena eso. Y luego
arrastraremos al Viejo a eso. Y le diremos: “General, usted es el líder,
pero nosotros somos la organización de vanguardia revolucionaria y, sin
nosotros, usted nunca hubiera regresado. Por supuesto, entonces estarás
a cargo del liderazgo estratégico, como siempre. Pero ese liderazgo lo
compartirás ahora con nosotros. Eso es lo necesario, General.
Por tu edad. Porque tienes que pensar mucho sobre quién te sucederá.
¿Y quién si no nosotros? Los que trajeron

212 | |
timote

tú de vuelta Los que como nosotros apostamos nuestras pelotas,


arriesgamos nuestras vidas, liquidamos matones al por mayor.
“Liderazgo, liderazgo / Montoneros y Perón”. Y si no te gusta, aprende
a hacerlo, verás. Porque hay tantas cosas que vamos a hacer. Vamos
a acumular tanto poder en este país que o te unes a nosotros o te
vuelves a Madrid, con tus cachorritos bandoleros, tus pantuflas, con esa
puta de Isabelita, bailarina de cabaret de tercera, la mala copia cómica de
Eva.
El único. Quien si aún viviera, estaría con nosotros. En esta camioneta,
General. Sacando el infierno de Timote. Más feliz que nunca, porque
en el momento más crítico, cuando estaba bajando las escaleras para
salir de Aramburu, me dijo: “Espera, niño. No me prives de ese placer.
Y ella lo despidió. No quiero decir que apretó el gatillo. No estoy loco,
General. No estoy loco y no creo en los cuentos de hadas espíritas.
Pero te juro algo, lo juro por mi honor: cuando le disparé al matón que
era un asesino, ella era la que estaba en mi corazón, dándome coraje.
Ella fue la que me dijo: “Aléjalo, chico. No tengas piedad. Mátalo en
nombre de todos los que mató. Mátalo por mí. Porque es por él que no
estoy entre vosotros. La gente no puede ofrecerme flores. Arrodillaos
ante mi tumba. Rezar. Llorar. Mendigar. En el pecho, chico. Sin
contenerse. No pienses en Dios. Él no tiene nada que ver con esto. Dios
no te ve. Dios no está en este sótano. Solo somos nosotros, los
peronistas. Y nuestra sed de venganza.

“Perdóneme, señora”, me atreví a decirle. “Quiero que Dios esté


en este sótano. Y creo que lo es. Quiero que vea lo mucho que estoy
poniendo en riesgo la salvación de mi alma inmortal por amor a mi
pueblo. Muchos dirán que soy un asesino. Otros, un ángel de la
venganza.
Por la justicia del pueblo, que eligió encarnarse en mí. ¿Qué puedo
decir? ¿A quién acudiré cuando tenga dudas? A
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josé pablo feinmann

El, señora. Por eso es que El tiene que estar aquí. Entonces El sabrá. Así
que
Él tomará como recompensa la verdad y me la entregará en mis
momentos de
duda”. La voz de Eva me llegó como un huracán, con la urgencia de quien
ya
no tiene tiempo que perder. “Basta de hablar, chico. Aprieta el gatillo y
acabemos con este asunto ahora mismo. Si tanto necesitas que Dios esté
en
este sótano, que te jodan.
Porque Él no lo es. ¿Dónde diablos quieres que esté? Este acto es tuyo,
Fernando. Dios no mata por ti. Tú eres el que está matando a Aramburu.
Si al
hacerlo eres un sicario o un emisario de la justicia del pueblo, tendrás que
cargar con ese problema sobre tus hombros. Vas a tener que arreglarlo. Y
tal
vez nunca lo harás. ¿Y qué, chico? No todo es sí. No todo es un no. Pero
déjame decirte algo. Es muy simple. Tiene la monumental sencillez de las
grandes verdades: no mata quien mata para vengar las humillaciones que
los
poderosos han infligido al pueblo. El hace justicia. ¡Así que fuego, maldita
sea!
Basta de dudas, basta de palabras, basta de dioses ausentes o
presentes.
Quiero la verdad de la ejecución er, Fernando. Quiero verlo desangrarse
hasta
morir”. Apreté el gatillo.

Y la voz de Eva se apagó, se desvaneció, con el estallido de las balas.


Me
quedé solo. El cuerpo del verdugo y yo. Y esa maldita sangre por todos
lados.
Maldita sea, demasiada sangre.
Mire qué hermosa noche es, General. Las estrellas apenas caben en el
cielo sin nubes. Y la luna es redonda, inmensa. Como si quisiera iluminar
nuestro triunfo de hoy e incluso de los venideros.
Y ella me está esperando. Gaby, General. Puede que no tenga las
pelotas de
Evita, pero no está lejos de serlo. Vaya, seguro que se habrían llevado
bien.
¡Qué equipo político hubiera tenido Eva con Gaby a su lado!
Pero ella es mía, General. Necesito a Gaby. Ella es una gran chica. Es
siete
años mayor que yo. Ha leído Das Kapital. ella me lo explico

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de cabo a rabo, General. Entre una cogida y otra, si me perdonan.


Una gran chica, como decía. Siete años mayor que yo. A veces me
siento como un niño a su lado. Pero no hoy. Hoy Gaby tendrá un gigante
en sus brazos. Y me sentiré joven y fuerte y enloquecido, sudoroso y
duro como una estaca cuando la penetre y la haga mía, así como me
pertenecen los años venideros.
Entonces, como por casualidad, suelta de improviso una frase
que todos escuchan, porque salta de su boca, rica, llena de esperanza,
llena de futuro.
Supongamos que dice: “Nadie puede detenernos”.
Pisa el acelerador.

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josé pablo feinmann

montoneros
comunicado nro. 4
1 de junio de 1970
al pueblo de la nación:

La dirigencia de los Montoneros comunica que hoy a las 7:00 am fue


ejecutado Pedro
Eugenio Aramburu.

Que Dios, Nuestro Señor, tenga misericordia de su alma.


perón o muerte—viva la patria

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Sobre el Autor

El filósofo, novelista, ensayista y guionista José Pablo


Feinmann ha contribuido a hacer de la filosofía un tema célebre
en los periódicos y en las ondas de radio de Argentina, donde
estudió y enseñó filosofía en la Universidad de Buenos Aires.

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