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Los derechos de la naturaleza, una herramienta jurídica en clave intercultural

Pocas personas previeron que los derechos de la naturaleza fueran a instalarse en


la discusión pública en Chile con tanta fuerza como se ha visto en la Convención
Constitucional.

Ahora que ya forman parte de la propuesta de texto constitucional, surgen voces


desde diferentes sectores expresando sus posturas a favor y en contra, y se
observa cierta resistencia fundada en cuestiones culturales.

Resulta toda una novedad, el hecho de que nuestro país esté adoptando un
paradigma jurídico alternativo en la comprensión de la naturaleza, que es muy
reciente en el contexto del derecho. En estas líneas, me quisiera aproximar a la
potencialidad que esta propuesta tiene desde la interculturalidad, como herramienta
para una mejor relación con la naturaleza.

La relación entre la sociedad y la naturaleza, en Chile, ha estado uniformada de


acuerdo con los paradigmas que la cultura europea instaló en tiempos coloniales.
Estos responden a una manera de interpretar el mundo donde el ser humano
piensa, siente, observa y existe, como si estuviera separado de la naturaleza. Esta
cultura, que logró dominar la constitución del orden social y jurídico del país, se
manifiesta en la superposición de los intereses humanos por sobre los intereses de
otras formas de vida, y también por sobre la existencia de los diferentes elementos
de la naturaleza.

La Constitución vigente, así como el Código Civil de Andrés Bello (1855), cuando
regula los bienes naturales, recogen esta mirada colonial que no es sino expresión
de una cultura dominante. La clasificación entre humanos como sujetos y naturaleza
como objeto, ha facilitado y sostenido un modelo de desarrollo extractivista que no
tiene respeto con la existencia de la naturaleza.

Desde la otra vereda, en las culturas originarias, encontramos que la relación entre
la sociedad y la naturaleza se desenvuelve en una lógica de correspondencia,
complementariedad y reciprocidad. En esta dinámica, el ser humano piensa, siente,
observa y existe dentro de la naturaleza.

Lo anterior, da cuenta de una realidad histórica que comparten los países del
continente, donde la colonización y la modernidad ha subordinado las culturas
originarias. Desde una perspectiva aún más global, la pérdida de los saberes
ancestrales que como especie humana hemos vivido de manera acelerada en los
últimos siglos, guarda relación con el desastre climático y ecológico que estamos
padeciendo las diferentes especies en el planeta. Así lo han expresado organismos
de Naciones Unidas, académicos, y referentes del mundo indígena.
En este escenario, parece pertinente analizar el trasfondo de la propuesta de los
derechos de la naturaleza, situándolos en el horizonte de la interculturalidad, desde
donde se pueda lograr una convivencia armónica de las sociedades
contemporáneas con la naturaleza.

Si el derecho ambiental surge como una necesidad de los Estados de regular la


actividad productiva para prevenir daños ambientales, se constata que en su origen,
no existe una preocupación no utilitarista de la protección de la naturaleza. El hecho
de que lo que se regula es la actividad humana en torno a la expresión “medio
ambiente”, da cuenta que la visión de protección es limitada, pues está centrada
exclusivamente en la esfera de la realización de la persona humana, como el único
sujeto que merece protección.

Un ejemplo de esta concepción del ser humano y la naturaleza, que se limita al


medio ambiente, se observa en la redacción del derecho fundamental del artículo 19
N°8 de la Constitución: “[La Constitución asegura a todas las personas:] N°8 el
derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación.

Esta mirada, que es expresión del antropocentrismo que rige la cultura dominante,
no es plural, pues desconoce el valor que tienen otros seres vivos y elementos de la
naturaleza, que merecen protección en razón de su valor inherente, al menos si se
piensa de manera más amplia que los esquemas culturales del antropocentrismo.
Tal valor inherente ha sido resaltado incluso desde autores tradicionales de la
cultura occidental, como Francisco de Asis, o Baruch Spninoza y en la actualidad,
existen diversos autores de distintas disciplinas científicas que adhieren a esta
premisa. Por otro lado, sabemos que esta perspectiva es parte fundamental de la
cosmovisión de las culturas originarias.

La proposición de los derechos de la naturaleza, es una formulación occidental, en


la medida que se configura desde la nomenclatura jurídica de los derechos,
entendidos como poderes que reconoce el derecho objetivo. No podemos
desconocer que el derecho es una expresión cultural, que se origina en la Roma
antigua, por lo que no representa un lenguaje común para todos los pueblos de los
diferentes tiempos y espacios geográficos. Los pueblos indígenas no emplean este
mismo lenguaje, de manera que la sociedad debe ser capaz de reconocer el
pluralismo cultural de los distintos pueblos, adaptando el marco cultural de las
estructuras normativas predominantes, a las concepciones plurales que existen en
el territorio, por ejemplo, sobre la naturaleza. Esto permite contar con una
herramienta para la protección de la naturaleza que se nutre de una interculturalidad
en los lenguajes, cosmovisiones y prácticas culturales.

En este sentido, los derechos de la naturaleza son un acierto jurídico para reconocer
la alteridad de la dimensión cultural de los pueblos indígenas, al otorgar la titularidad
de derechos a entes invisibilizados por la cultura dominante. No es extraño
entonces, que podamos aceptar que un río, una montaña, un bosque, un humedal, o
un glaciar, sean sujetos de derechos, si reconocemos que vivimos en una sociedad
pluralista. Resulta insólito el argumento que no ve posible este reconocimiento por
no tratarse de la persona humana, cuando ya ha sido ampliada la titularidad de los
derechos más allá de las personas humanas, como es el caso de las personas
jurídicas, tales como las empresas.

El derecho es una construcción cultural del “hombre para el hombre”, se ha


señalado por algunos defensores del orden jurídico establecido e impuesto. Y me
pregunto, ¿Cómo existiremos los seres humanos cuando hayamos destruido las
condiciones para la vida en este planeta?.

Me parece que debemos enriquecer las alternativas frente a la crisis climática y


ecológica aprendiendo de los principios que las culturas originarias lograron
desarrollar durante miles de años gracias a la persistente observación en la
convivencia con la naturaleza. Los derechos de la naturaleza sirven desde la clave
intercultural para este objetivo.

Carlo Pérez Basaure


Pasante Observatorio Constitucional Ambiental

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