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la referencia más antigua de la existencia de personas que en Galicia recurren a algún tipo de
magia es de finales del siglo XIII: un sínodo reunido en Santiago de Compostela en 1289 prohíbe a
los clérigos, bajo ciertas penas, que sean adivinos, augures, sortílegos y encantadores. La
prohibición se extiende a todo tipo de personas en el siglo siguiente bajo pena de excomunión.
En los casos de los que se ocupó el tribunal de Santiago durante el resto del siglo XVI a los
acusados de practicar la magia se les llama «hechiceros» y «hechiceras», pero algunos de ellos
habrían sido considerados brujos y brujas por otros tribunales debido a los «tratos» que mantenían
con el demonio. En 1579 una hechicera es interrogada y torturada por «haber tenido invocaciones,
tratos y cópula con el demonio»; en 1582 otra «hechicera e invocadora de demonios» «confesó el
pacto que tenía con el demonio y cómo a veces... había tenido con él acceso carnal, unas veces de
día y otras de noche y haberse ofrecido [en] cuerpo y ánima al demonio, ofreciéndole así mismo la
sangre del dedo». O más claramente en el caso de un «hechicero... [que] iba donde andaban las
brujas... de noche».
A finales del siglo XVI y principios del siglo XVII estudiando las actas de los procesos de la
Inquisición se puede observar que se empieza a distinguir entre hechicera y bruja, como ha
destacado Carmelo Lisón. El concepto de hechicera se relaciona "más con la manipulación de
ensalmos, hierbas, nóminas, bendiciones, filtros, polvos, pelo, ropa, incienso, tierra de cementerio,
agua bendita, conjuros, ligar y desligar, etc., mientras que el de bruja va adquiriendo características
demoníacas (hacer el mal, vuelos y reuniones nocturnas, pacto y acceso carnal con el demonio,
muerte de niños, etc.)". Es el caso de una mujer a la que sus vecinos le llaman bruja sin que ella lo
niegue que le gritó a uno de ellos "que le había de hacer cosa que no medrase en su vida"; o de
otra que también es acusada por sus vecinas de "que tenía fama de bruja y se lo llamaban y ella
los sufría y lo debía de ser porque había[n] visto cómo había amenazado a una mujer de que se lo
había de pagar y hacer que no viese ni pudiese ganar de comer y que había sucedido que dentro
de ocho días se le soltó a la amenazada mucha sangre por la boca y tuvo los ojos para perder".
También la palabra bruja empieza a ser usada a nivel popular, como lo contrario a una mujer
"honrada y limpia" moralmente.
A partir de 1612, sólo dos años después del proceso de las brujas de Zugarramurdi en Logroño, la
actividad del tribunal de la Inquisición de Santiago se dirige más contra las "brujas" que contra las
"hechiceras". Y es precisamente en esa segunda década del siglo XVII cuando aparece la palabra
meiga para referirse a la bruja maléfica cuyo propósito es enmeigar, es decir, hacer el mal a
personas y animales.
En las décadas siguientes la bruja-meiga reproduce los rasgos de la idea de la bruja que
predomina entonces en Europa Occidental y que llega a Galicia a través de la brujería vasca. Así
en las actas del tribunal de Santiago aparecen todas las fantasías atribuidas en Logroño a las
brujas de Zugarramurdi: "respetan una jerarquía entre ellas, se untan para salir de casa y volar,
reniegan de la fe y cumplen con el ósculo infame y, asimismo, después de la apostasía tienen
relación carnal con el demonio (en figura de cabrón) por sus partes traseras"; "se casan con el
diablo que las marca con la uña por suyas, destruyen los frutos de los campos en salidas
nocturnas, matan a niños, entran en aposentos para poner hechizos a los que duermen y para
consumirles la vida". Se reúnen junto a una fuente de Cangas en la noche de San Juan.