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“En el Templo Luciferiano, de Chárleston,

en 1865, todos los sábados, por la noche,


celebrábanse terribles evocaciones infernales,
y los miércoles y viernes, también por la noche,
se decía con toda solemnidad la execrable
Misa negra, cantándose en ella el himno a
Satán que compuso el poeta italiano Josué
Carducci, uno de los más vigorosos de su
época.
He aquí la traducción casi literal del citado
himno, cuyo valor literario desaparece, pero
conserva íntegramente el hondo sentido de
rebelión que encarna.
HIMNO A SATÁN
A Ti, inmenso principio del Ser, Materia y Espíritu, 
Razón y Sentimiento.
Mientras centellea el vino en la copa, como el Alma 
brilla en el fondo de la pupila, 
Mientras sonríen la Tierra y el Sol y se cambian 
palabras de amor, 
Y corre el espasmo de un himeneo invisible 
que llega de los mortales y fecundiza en la llanura, 
Hacia Ti vuelan desenfrenados mis cantos atrevidos.
Yo te invoco ¡oh, Satán! , rey del festín.
¡Atrás con tu hisopo, vil sacerdote!
¡Atrás con tus salmodias! Satán no retrocede.
Mira: el orín roe la mística espada de Miguel
Y el fiel arcángel, sin plumas ya, se despeña 
en el vacío.
El rayo se le ha helado en la mano al fiero 
Jehová.
Como una lluvia de pálidos meteoros, de 
planetas apagados, 
Los arcángeles van cayendo de lo alto del 
firmamento.
En la materia que nunca reposa, rey del Fenómeno, 
rey de la Forma, únicamente vive Satán.
En el relámpago trémulo de su negra mirada 
tiene su imperio y a los que se desvían atrae.
Él es quien restaura la vida breve que prorroga 
el Dolor y el Amor anima.
Tú inspiras, ¡oh, Satán! El verso mío, 
desafiando al Dios de los pontífices crueles, de 
los reyes homicidas.
Por Ti viven Agramancio, Adonis y Astarté, 
que animan el mármol de los escultores, 
las telas de los pintores, la lira de los poetas.
Y cuantos de las serenas brisas de Jonia dio la 
Venus Anadiómena.
Por Ti se estremecen las palmas del Líbano 
al resucitar el amante de la dulce Chipre.
Por Ti bullen las danzas y los coros.
Por Ti las vírgenes desfallecen de amor, ante 
las adoríferas palmeras de la Iduma, 
donde blanquean las espumas ciprianas.
¿Qué importa que el bárbaro furor de los 
orgiásticos ágapes del rito obsceno haya 
incendiado tus templos con la sagrada antorcha 
y demolido las estatuas de Argos?
La plebe te acoge, agradecida, entre sus dioses 
lares, y henchida de amor, la pálida bruja, 
con eterna angustia viene a remediar a la 
naturaleza enferma.
Has sido Tú quien a la mirada penetrante del 
Alquimista y a las pupilas del Mago indomable 
revelaste más allá de las rejas del 
soñoliento claustro los resplandores de los 
cielos nuevos.
Huyéndote hasta en las cosas el triste monje 
se ocultó en el fondo de la Tebaida.
¡Oh, alma extraviada de tu camino!, Satán es 
bueno y no te abandona.
Por eso cuando pasas te bendice. He aquí a 
Eloísa.
En vano te atormentas bajo el áspero sayal, 
mísero monje.
Los versos de Horacio y Virgilio zumbarán 
en tus oídos mezclados a las quejas de los 
salmos de David.
Y las formas délficas surgirán voluptuosas a 
tu lado tiñendo de rosa la hórrida compañía 
de las ménades Licorna y Glícera.
De otras visiones de una edad más bella se 
pueblan las celdas insomnes.
Por Ti las páginas vivas del Tito Livio 
despiertan fogosos tribunos, cónsules y ardientes 
muchedumbres; 
y lleno de italiano orgullo, te empuja, ¡oh 
monje!, al capitolio.
Las furiosas hogueras no pueden destruir las 
fatídicas voces de Wicleff y de Juan Huss
En el espacio resuena el grito de alerta y el 
siglo se renueva. El plazo se ha extinguido.
Tiemblan los símbolos poderosos; caen las 
mitras y coronas; del claustro mismo surge 
amenazadora la rebelión, bajo los hábitos de 
Fray Jerónimo de Savonarola.
Arroja la cogulla Martín Lutero y rompe sus 
cadenas el pensamiento humano.
Y espléndida, fulgurante, sobre las llamas, se 
yergue la Materia. ¡Satán ha vencido! 
Un monstruo bello y terrible se desencadena, 
recorre la Tierra, vomitando 
llamas y humeante como un volcán 
cae sobre los montes.
Devora llanuras, se cierne sobre los abismos, 
se oculta en antros profundos y surge nuevamente.
Y es que pasa triunfante ¡oh, pueblo! 
Satán el Grande.
Pasa sembrando el Bien por todas partes, montado 
en su carro de fuego, que ningún obstáculo 
lo detiene.
Loor a Ti, ¡oh, Satán! ¡Oh, Rebelión! ¡Oh, 
Fuerza vindicadora de la Razón humana!
¡Qué suban a Ti, consagrados, nuestro incienso 
y nuestros votos!
¡Has vencido al Jehová de los sacerdotes!
¡Gloria a Satán!”
Dr. G. Maxwell, “MAGIA NEGRA”, Ediciones Roca, México, D.F. , 1987.

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