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INFANCIAS, PLATAFORMAS Y CUARENTENA

EL ÚNICO CABLE HACIA EL MUNDO


Las grandes plataformas creían haber encontrado un techo de crecimiento. Pero la
pandemia les dio un empujón para avanzar sobre usuarios que antes se resistían y en
tiempo record, como niñes y adolescentes. Qué significa que la escuela se haya mudado a
soportes con domicilio en Silicon Valley, cómo analizarlo desde la perspectiva de la
soberanía de los datos y la economía del comportamiento.

Por: Esteban Magnani Eleonora Fernández Arte: Florencia Merlo Fecha de publicación:
22 de julio, 2020.

Frente al tsunami de la cuarentena, las herramientas y plataformas digitales se


transformaron en balsas para sobrevivir al naufragio social, laboral, educativo y todo lo
demás también. Quienes podemos manoteamos los dispositivos disponibles y a internet
como único cable hacia el mundo. Entre quienes más sufren el encierro probablemente
están los niños, niñas y adolescentes (“les niñes” le gustaría decir a estos cronistas si se
sintieran cómodos con el lenguaje inclusivo, al cual apoyan pero sentirían impostado su
uso). Ellos repentinamente se vieron separados de sus amigos y amigas, y encerrados con
sus familias, algo que puede resultar agobiante para ambas partes del tándem.
En tiempos difíciles casi todos abrazamos la balsa digital por amor o espanto, desesperados
por no quedar aislados en el océano interminable de la cuarentena. Sin embargo cabe
preguntarse qué imágenes dejará el naufragio. Si es que en algún momento volvemos a
tierra firme.
-Lo bueno de tener celular es que nunca te quedás solo-, le dice Lautaro (12) a un amigo,
mientras chatean por Discord.
Ya se ha dicho mucho sobre los chicos y chicas actuales que nacieron con un celular bajo el
brazo. Algunos padres y madres intentan dosificar ese vínculo simbiótico con las pantallas
mientras no pueden despegarse de las propias. Cabe insistir en que, aunque la presencia
de los paradigmáticos y ubicuos teléfonos celulares esté naturalizada entre nosotros, tienen
poco más de una década de existencia. Estas tecnologías personales, portátiles,
multifuncionales y con conexión a internet, como plantea Paula Sibilia, implican propuestas
de uso que son claves en los modos de vivir en el mundo de hoy: conectados, disponibles
para la comunicación, visibles y en múltiples tareas a la vez. Las personas adultas hemos
ido incorporando estas tecnologías a nuestras vidas como una novedad entre atractiva y
amenazante mientras que para las nuevas generaciones este ecosistema tecnocultural es
parte de su entorno natural.
El espacio digitalizado de la vida ya avanzaba sobre el mundo analógico pero dio un gran
salto gracias a la cuarentena. Los niños, niñas y adolescentes multiplicaron sus horas frente
a la pantalla para comunicarse con sus pares, entretenerse y vincularse con el mundo
escolar. Para estos últimos en particular, en su mayoría con celular propio, todo el proceso
de socialización y construcción identitaria característica de esta etapa de la vida se lleva
adelante de manera indisociada entre el mundo virtual y el analógico. Las redes sociales les
permiten ensayar distintos perfiles y versiones de sí mismos a la vez que construir un
espacio propio alejado de la mirada de las personas adultas. Lo que hacen los y las
adolescentes en las pantallas es comunicarse, informarse, consumir, producir, estudiar y
todo lo demás. Habitan nuevos espacios y tiempos de encuentro asumiendo la permanente
disponibilidad digital.
Entre todo lo que cambió, la escuela en particular sufrió un cimbronazo drástico que jaqueó
el encuadre que la caracteriza desde hace siglos: un tiempo y un espacio de encuentro de
cuerpos presentes. El mundo digital ofreció alternativas vitales para salir a flote durante la
cuarentena y mantener la relación con el mundo educativo. Cada uno se abrazó a lo que
pudo: documentos en la nube para trabajar, YouTube para ver películas, el celular grabar
videos propios, Edmodo, Moodle o Google Classroom para organizar clases, Zoom, Jitsi o
Meet para las reuniones de todo tipo, y también whatsapp y Facebook para resolver,
aunque sea precariamente, lo que no se pudo con otras herramientas.
En tiempos de naufragio hay que flotar como sea. Después sí, pasada la tormenta, habrá
qué ver qué sobrevive de estas prácticas virtuales (probablemente muchas) pero también
será necesario entender un poco más qué implica usar una u otra plataforma. El tema es
demasiado grande como para analizarlo de manera abarcativa, pero vale la pena hacer foco
en algunas cuestiones: ninguna plataformas es neutral. Para entender qué quiere decir esto,
necesitamos retroceder en el tiempo y explicar resumidamente un modelo de negocios
basado en los datos.
Economía de datos
Las corporaciones tecno han logrado en pocos años tener tantos datos sobre tantas
personas fluyendo hacia sus servidores que (aseguran al menos a puertas cerradas a los
anunciantes) están en condiciones de anticipar comportamientos humanos, incluso de
fomentarlos con una eficiencia estadística significativa. En su libro The age of surveillance
capitalism la psicóloga y filósofa Shoshanna Zuboff reproduce en detalle cómo se construye
el poder de los datos, algo que en general cuesta dimensionar. Gracias al rastro digital que
dejamos cotidianamente en celulares, computadoras, relojes y otros dispositivos, algunas
pocas corporaciones pueden deconstruir nuestras acciones presentes a partir de otras
previas. Para eso utilizan algoritmos de inteligencia artificial que buscan correlaciones
capaces de segmentar a la población de infinitas maneras. Así pueden anticipar que
quienes tienen características similares gustarán de las mismas cosas aunque aún no lo
sepan y que se las podrá estimular para que las hagan.
Una de las primeras señales del poder de estas herramientas basadas en datos fue el
algoritmo de Google creado en 1998. Las búsquedas de los usuarios se utilizaban para
mejorar al motor y hacerlo más eficiente, pero de a poco quedó claro que también servían
para saber qué interesaba a la gente, que distintos tipos de personas les inquietaban cosas
similares y que tenían más probabilidad de hacer click en algo que le interese. En 2000
Google comenzó a vender publicidad. En 2001 la innovación permitió facturar los primeros
86 millones de dólares, cifra que se disparó a los 3.500 millones en 2004, cuando salió a la
bolsa. La empresa había encontrado una mina de oro en datos que permitía mejorar la
eficacia de la publicidad a niveles desconocidos. En 2019 Alphabet, la corporación donde
Google sigue siendo la principal compañía, facturó un total de 161.857 millones de dólares,
más del 80% proveniente del mercado publicitario. El poder de los datos se mide en
dólares: Google (y también Facebook) llegaron en menos de veinte años a contarse entre
las cinco compañías más valiosas del mundo. El hallazgo llevó a otros a explorar el mismo
camino para dirigir mejor sus mensajes para generar ventas, votos, crear campañas de
desinformación, saber a cuánto cobrar un préstamo, a quién venderle un buzón o manipular
el ánimo de muchas personas, con más efectividad. El tema está calentito en este momento
en los EE.UU. por la pelea entre Trump y Twitter en plena campaña electoral. Las esquirlas
cayeron también sobre el ya golpeado Facebook, plataforma que está sufriendo un boicot
por su poco entusiasmo por combatir las noticias falsas. La lista podría seguir con otros
ejemplos de una tecnología de manipulación social que en su comienzo se desarrolló solo
para que la gente haga click en publicidades.
Volviendo a la actualidad, como dice Naomi Klein, las empresas tecno encontraron en la
pandemia algo que solo habrían soñado en sus noches más lisérgicas. Entre estas y otras
corporaciones ya se merendaron buena parte de la torta publicitaria de los grandes medios,
de las recaudaciones de las productoras de cine y de la industria discográfica, de los gastos
en turismo que alimentaban a grandes cadenas hoteleras y pequeños hostels, de un diezmo
por cada viaje que antes se hacía en taxi o remis. En particular les resultan tentadoras las
infancias actuales o recientes, las primeras generaciones analizadas desde su primer video
en YouTube cuando todavía eran lactantes, para completar una radiografía casi sin vacíos.
Las grandes corporaciones ya tenían pocos espacios para crecer y la pandemia les dio un
nuevo empujón para seguir avanzando sobre terrenos que resistían. Ahora, como dijo Satya
Nadella, la CEO de Microsoft: “Hemos visto el equivalente a dos años de transformación
digital en solo dos meses”. Sobre llovido, tsunami.
Gastón (10) llora: es sábado a la noche, su día permitido para acostarse tarde durante la
cuarentena. Son las 2 am. Todos sus amigos de la escuela están jugando en la Play. Sus
padres le dijeron que no le comprarían una consola porque con el celular y la computadora
ya tiene suficientes pantallas.
Tecnologías y tecnologías
Lucía va a 6º grado de una escuela pública porteña. En cuarentena hace las tareas a través
de Edmodo y Google Drive, y tiene “clases” por Meet. La institución les pidió a los padres
autorización para usar redes sociales y plataformas online, sin especificar cuáles.
Según una encuesta del Observatorio Interuniversitario de Sociedad, Tecnología y
Educación a docentes, estudiantes y padres y directivos, los medios más usados para
continuar la enseñanza fueron: correo electrónico, Whatsapp, Google Classroom, Youtube,
videoconferencias y aulas virtuales libres en ese orden. Si suponemos que la mayoría de la
gente usa servicios de correo electrónico de Gmail, Yahoo o hotmail y hace teleconferencias
sobre todo por Zoom o Meet, las primeras cinco alternativas para continuar la enseñanza en
la Argentina provienen de corporaciones estadounidenses.
¿Da lo mismo cualquier plataforma, mientras funcione?
No todas las opciones tecnológicas, aunque parezcan similares, se quedan con los datos
que luego les servirán para prever u orientar nuestras acciones futuras. Ejemplos: en
apariencia Zoom y Jitsi funcionan de manera similar para el usuario, pero ya sabemos que
el primero es de una empresa de Silicon Valley que aloja sus servicios en China. Es decir
que en una sola aplicación se suman el gran objetivo de Silicon Valley de acumular datos y
la vigilancia permanente del Estado Chino que busca algo parecido pero con menos
disimulo. Jitsi se trata de un software libre que no solo se puede analizar, sino que también
se puede instalar en servidores propios para dar más garantías de privacidad como ya
hicieron la UNQ o ARSAT. En ambos casos se podrá hablar con amigos, colegas o
compañeros, pero lo que ocurre detrás de la pantalla, invisible, es muy distinto.
Otro ejemplo: ¿es lo mismo usar Moodle o Google Classroom? Muchos docentes eligen
Classroom porque ya conocen herramientas de Google de uso cotidiano, en tanto que
Moodle requiere meterse en un mundo pensado específicamente para la educación.
Está claro que en la situación de emergencia que atravesamos, los docentes necesitan
poder organizar sus clases y es comprensible que elijan la opción que encuentren más a
mano. Pero es importante entender que hay diferencias entre una y otra plataforma, como
hicieron por ejemplo miles de padres y madres catalanas cuando les pidieron que
autorizaran a sus hijos a usar Classroom. Ellos, asesorados por la ONG Xnet,
comprendieron que así habilitaban a la corporación a acceder aún más precozmente a los
comportamientos de sus hijos para saber, por ejemplo, qué venderles, a cuáles de ellos
valdría la pena becar en el futuro y a cuáles sería mejor no emplear. Por desgracia no se
levantaron las mismas alarmas cuando algo similar ocurrió en el plan Ceibal de Uruguay.
Por su parte, Moodle es diseñado por una comunidad dedicada a la educación, no por una
corporación cuyo objetivo final es ganar dinero, pero ese es otro tema.
Estos gigantes necesitan más y más datos. Por eso buscan acceder donde antes no
llegaban: globos aerostáticos o drones para conectar al África subsahariana, ser
intermediarios de la amistad o entrar en las escuelas. La Play, vista superficialmente como
otro espacio de juego para los niños, es en realidad un espacio privatizado al que no todos
pueden acceder pese a la brutal presión que ejerce sobre el bolsillo familiar cualquier niño
marginado por sus pares. Pero además, en ese espacio de juego tan atractivo, cada gesto
es registrado y almacenado para conocer, entre otras cosas, qué es lo que retiene a los
chicos frente a la pantalla para así diseñar golpes de suerte que los mantengan allí, por dar
solo un ejemplo.
En su reporte de ganancias del primer trimestre 2020, Netflix sumó 15,7 millones de
suscriptores, la mayor parte de ellos en marzo, con el inicio de la cuarentena. Dos millones
de ellos son de América Latina. Se calcula que en 2018 los argentinos gastaron unos
doscientos millones de dólares en suscripciones a esa plataforma, aproximadamente dos
veces y media lo que usó el INCAA para su funcionamiento y el financiamiento de decenas
de películas nacionales.
Las corporaciones pueden desarrollar su economía del comportamiento, basada en darnos
lo que queremos pero de manera funcional a sus objetivos, sobre todo económicos. Así se
entretejen con nuestras actividades, deseos y placeres hasta hacerse indistinguibles de
nosotros mismos. Para peor, ni siquiera tienen un control total sobre el poder de sus
herramientas como demuestran el escándalo de Cambridge Analytica o el rol que tienen en
la circulación de noticias falsas y teorías conspirativas.
TikTok es la app más descargada de 2020 según hootsuite y fue la segunda en 2019,
exceptuando juegos, después de Whatsapp. El tiempo promedio en la plataforma es de 45 a
50 minutos por usuario por día y al 69% son jóvenes de 13 a 24 años. El gobierno de los
EE.UU. está pensando en bloquearla en ese país por la cantidad de datos que acumula
sobre los cerca de 45 millones de usuarios estadounidenses, muchos de ellos menores.
Con la caja de Pandora abierta, otras empresas usan las herramientas de manera
recargada. Por ejemplo, que en EE.UU. se pregunten si no deberían prohibir TikTok, una red
social china, por la cantidad de datos que acumula sobre los jóvenes norteamericanos.
¿Esto no debería alertar a los demás países para regular el uso de datos que acumulan
Instagram, Whatsapp o todas las herramientas de Google sobre personas, muchas de ellas
menores de edad, de todo el mundo? Algo parecido están haciendo en India en este
momento. ¿Alcanza que la gente acepte las condiciones de uso sin leerlas y con un
desconocimiento total del tema? ¿Debería venderse cualquier medicamento solo porque el
prospecto indica los posibles efectos secundarios? ¿No debería el Estado intervenir para
evitar que ciudadanos sin conocimiento específico se desnuden frente a las corporaciones
sin una idea cabal de las consecuencias?

Rebobinando
En este contexto de aislamiento las plataformas nos permiten llevar adelante muchas de
nuestras necesidades cotidianas: trabajo, comunicación, estudio, compras, entretenimiento,
trámites. Ahora bien, ¿no habrá que incluir de manera urgente en el radar de las políticas
públicas (las educativas, sobre todo por su rol, destinatarios y escala) qué pasa con
nuestros datos? La pregunta no es novedosa. De hecho, existen experiencias concretas con
alternativas al paquete tecnológico corporativo que “aparece” en nuestros celulares, por
ejemplo. Eso hicieron buena parte de las universidades nacionales que profundizaron su
uso de Moodle para transformarlo en el espacio educativo principal. Incluso algunas, como
UNAHur, colaboran con las secundarias y primarias de su partido en ese viaje hacia una
virtualidad lo más rica posible.
No siempre lo más fácil y conocido es lo mejor. Un avance en la soberanía de datos, o como
se la prefiera llamar, no se dará de un día para el otro. Se corre como el horizonte al igual
que las soberanías financiera, política, alimentaria, tecnológicas y tantas otras. Pero al
menos deberíamos ponernos en movimiento y avanzar.

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