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Luis Godin: Miembro de la Academia de Ciencias de París, desde la edad de 21 años; era el jefe

de la Misión; cuando llegó al Ecuador tenía alrededor de 30 años. Regresó a Francia luego de una
larga estadía en América y España.
Pedro Bouguer: Miembro de la Academia de Ciencias de París, científico de alto valor, el primero
que regresó a Francia y presentó los resultados de su trabajo en sesiones solemnes de la
Academia.
Carlos M. de La Condamine: El más conocido, por sus escritos y su gestión administrativa.
Navegó 8 meses por el Amazonas y escribió un libro muy famoso sobre esta región tan
desconocida.
Jussieu: Botánico y médico, fue el que más tiempo se quedó en América (20 años) fue muy amado
del pueblo por su entrega al servido de los enfermos.
Seniergues: Famoso cirujano que hizo prodigios para su tiempo. Murió trágicamente en Cuenca, en
un motín que no se lo detuvo a tiempo.
Moraínville: Dibujante-cartógrafo, los mapas y planos de la Misión se deben a su mano.
Hugo: Asistente para el control de los aparatos de medición, se casó y se quedó a vivir en Ecuador.
Godin des Odonais: Ayudante de la Misión. Una vez terminado su trabajo se casó con una
Riobambeña quien le siguió por el Amazonas en donde se lo creía perdido. Al cabo de 20 anos
llegaron a Francia en donde acabaron sus días.
Couplet: el académico, murió a los tres meses de llegado a Quito, fue sepultado en la Iglesia de
Cayambe.
LOS españoles
Jorge Juan y Antonio de Ulloa, marinos y matemáticos que fueron destacados por el Rey de
España, encargados de ayudar y supervisar en nombre de la Corona. Son muy famosos por haber
escrito dos libros en que se habla de la situación social de las colonias españolas, bajo el título de
''Noticias Secretas".
Pedro Vicente Maldonado.- Ecuatoriano nacido en Riobamba, colaborador excepcional de la
Misión geodésica y autor del primer mapa científico de la Real Audiencia de Quito. Murió en
Londres cuando era recibido como miembro de la Academia de Ciencias de Inglaterra. Fue
miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de París.

Juan de Velasco.- (Riobamba, 1727-Faenza, 1792) es una de las glorias indiscutibles del
Ecuador. Después de sus primeros estudios en el colegio de los jesuítas de su ciudad natal,
ingresó en 1743 al Seminario de San Luis y al año siguiente fue admitido en el noviciado de la
Compañía. Hizo sus votos en 1746, y siete años más tarde obtuvo el doctorado en la Universidad
de San Gregorio. Profundo conocedor de la lengua quichua, fue destinado a diversos ministerios
pastorales que le llevaron a todos los rincones de la Audiencia y le permitieron conocer no sólo los
monumentos arqueológicos que todavía existían, sino también la cultura y las tradiciones
indígenas. Fue también catedrático de Filosofía en Ibarra y de Física en Popayán, ciudad en la que
se encontraba cuando hubo de salir al destierro en 1767, junto con sus hermanos de religión.
Establecido en Faenza, por encargo de sus superiores dedicó varios años a la obra que fue el
sueño de toda su vida: su monumental Historia del Reyno de Quito, concluida en 1788, la cual
guarda estrecha unidad con la Crónica de la Provincia de la Compañía de Jesús del mismo Reino,
de igual fecha. Su Vocabulario de la lengua peruano-qui-tense, llamada del Inca probablemente fue
terminada un año antes, y la Relación histórico apologética sobre la prodigiosa imagen, devoción y
culto de Nuestra Señora con el título de Madre Santísima de la Luz lleva fecha de 1755. Durante su
magisterio en Popayán compuso también un Tratado de Física, pero la obra que le da un sitio
singular en la historia de nuestra literatura es, sin duda, la Colección de poesías varias hecha por
un ocioso en la ciudad de Faenza, compuesta entre 1790-1 791, en medio de los espantosos
achaques de una vejez prematura. En efecto, no tenía más que 65 años cuando, después de un
largo y penoso proceso de decadencia física que comenzó en 1788, falleció en Faenza el 29 de
junio de 1792.
Eugenio Espejo
El día 21 de febrero de 1747, en la ciudad de Quito, nació Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz
y Espejo, hijo de Luis de la Cruz Espejo y de Catalina Aldaz. Su padre, indio de Cajamarca, adoptó
tardíamente el apellido Espejo, cambiando en esta forma el original: Chuzhig.
Luis de la Cruz y Espejo fue cirujano y administrador del Hospital de la Misericordia. Así, su hijo
aprendió desde niño los secretos de la medicina. Eugenio Espejo concurrió por poco tiempo a las
aulas de los padres dominicos, donde existía entonces una escuela de primeras letras para los
niños pobres de la ciudad.
A los veinte años, y después de arduo esfuerzo, le fue otorgado el título de doctor en medicina.
Desde entonces siguió concurriendo al Hospital de la Misericordia, hasta convertirse en el médico
de los pobres y desvalidos, como después en abogado de las causas más desesperadas.
Su disciplina en el estudio al cual, según propia confesión, dedicaba doce horas diarias, extiende
su saber al campo de las ciencias, de la filosofía y de la estética. Sin embargo, su condición
mestiza, aparejada de un sentido de la marginalidad, le obliga a aprender el arte de ocultarse y no
constituirse en un reconocido caudillo rebelde, por lo que a este precursor se le ha llamado alguna
vez «zapador, trabajador escondido que iba minando cautelosamente el edificio de la colonialidad».
En 1767 inicia sus estudios de Derecho Civil y Derecho Canónigo en la Universidad de Santo
Tomás, obteniendo el título de licenciado en 1770. Su producción literaria más fecunda se produce
entre los años 1779 y 1794. En 1779 aparece «Nuevo Luciano, o despertador de los ingenios»,
compendio de su doctrina estética. En 1780, «Carta al padre La Grana sobre indulgencias»,
«Sermón de San Pedro», «La ciencia blancardina» y «Marco Porcio Catón».
En 1785, sale a la luz su afamada obra «Las reflexiones acerca del contagio de las viruelas»; al
año siguiente: «Defensa de los curas de Riobamba» y «Cartas Riobambenses». Luego, la
«Representación» ante el presidente Villalengua y Marfil y don José Benito Quiroga.
En 1787 fue acusado de ser el autor de «Retrato de un Golilla», por lo que fue arrestado. Luego de
algunos meses de prisión, el proceso fue enviado en consulta a Bogotá, capital del Virreinato de
Nueva Granada, bajo cuya jurisdicción estaba la Real Audiencia de Quito. Por este motivo Espejo
viajó a esa capital, pero su caso fue sobreseído. En Santa Fe de Bogotá entra en contacto con un
mundo búhente de inquietudes políticas y es atraído por jóvenes precursores que estaban
madurando sus ideas políticas: Antonio Nariño, Francisco Antonio Zea y Juan Pío Montúfar, el
marqués de Selva Alegre.
Allí fructificó la idea, ya consignada en la «Defensa de los curas de Riobamba», de formar una
sociedad de difusión cultural llamada «La Escuela de la Concordia», y escribió un discurso para su
inauguración que ha originado confusiones históricas, porque esta sociedad no llegó a crearse.
Cuando regresó a Quito se creó —por el contrario— una sociedad similar a la que en otros lugares
se habían conformado por estímulo del rey Carlos III. Así, el 30 de noviembre de 1791 se funda la
«Sociedad patriótica de amigos del país», presidida por el obispo Jo-seph Pérez Calama. Espejo
fue su secretario. En 1792 se puso en circulación el primer número de «Primicias de la Cultura de
Quito», órgano de difusión de esta sociedad que estuvo bajo la responsabilidad directa de Espejo y
que significa el inicio del periodismo ecuatoriano, aunque la vida de este «papel periódico» fuera
efímera.
De sus escritos se deduce que, por el año 1791, Espejo se encontraba vinculado a la
reorganización de la biblioteca de la universidad de los jesuítas y su nombramiento como
bibliotecario tuvo lugar el 24 de mayo de 1792. Este hecho tiene particular interés porque aproxi-
madamente en esa fecha se lanza la instrucción previa de lo que sería luego el periódico de la
sociedad. Con esta nueva oportunidad reasume la temática que ha motivado todas sus obras: el
atraso cultural de la provincia de Quito, muy distante del desarrollo científico y literario del
continente europeo, debido fundamentalmente —según nuestro procer— a la despreocupación y al
fatalismo propios de autoridades civiles y eclesiásticas.
Finalmente escribe «Voto de un ministro togado de a Audiencia de Quito», en el que se exponen
sus ideas económicas; la «Segunda carta teológica» y los «Panegíricos a Santa Rosa».
Por la severidad con que criticó los sistemas de estudio, los sermones de malos predicadores y los
personajes de vana erudición escolástica, se constituyó en el blanco del resentimiento de aquellos
que se sentían heridos por la arrogancia del mestizo.
En la madrugada del 21 de octubre de 1794, aparecieron en las cruces de la ciudad de Quito,
banderitas de tafetán con una inscripción en latín, que decía: «Salve Cruce. Liberti Esto.
Felicitatem et Gloria Consecuto» (Libres seremos bajo la cruz salvadora después de haber
alcanzado el propósito santo de gloria y felicidad).
Hechas las averiguaciones, el presidente de la Audiencia acusó al profesor de escuela Mariano
Villalobos de ser el autor de aquellas banderitas, recayendo presunción de complicidad en Juan
Pío Montúfar y Eugenio Espejo.
En marzo de 1795 fue llevado nuevamente a prisión. Parece ser que su hermano, Juan Pablo,
había cometido la indiscreción de comentar sobre un plan revolucionario que Espejo tenía para
cambiar el sistema colonial. El proceso, que fuera llevado en la más estricta reserva, no alcanzó a
dictar sentencia. Luego de un año de absoluto e inmisericorde recluimiento, Eugenio Espejo murió
víctima de disentería: 27 de diciembre de 1795.

EL 10 DE AGOSTO DE 18O9
La invasión de Napoleón a España, la proclamación del rey José Bonaparte, la insurrección contra
la dominación francesa y la formación de juntas supremas en la Península causaron gran inquietud
entre los criollos. En Quito el presidente de la Real Audiencia Manuel de Urriez, conde Ruiz de
Castilla,
quien, a diferencia de su predecesor el Barón de Carondelet, que había gobernado con la nobleza
criolla, en especial con la poderosa familia Montúfar, mantuvo relaciones tensas con la élite local.
El 25 de diciembre de 1808 se reunieron en Los Chillos, en una hacienda de Juan Pío Montúfar,
marqués de Selva Alegre, algunos amigos y parientes, para analizarlos sucesos de España y la
idea de constituir una junta que asumiera la soberanía. La conspiración fue descubierta y sus
líderes apresados en marzo de 1809. No se les pudo probar nada y fueron liberados.
La víspera del 10 de agosto de 1809 se reunió en casa de Manuela Cañizares, junto a la Catedral
de Quito, un grupo de comprometidos, entre ellos Juan de Dios Morales, antioqueño, funcionario
de la Audiencia con Carondelet, y Manuel Rodríguez de Quiroga, chuquisaqueño, vicerrector de la
universidad. Los conjurados depusieron a las autoridades y formaron una Junta Suprema, que
gobernaría a nombre de Fernando VII, "mientras su Majestad recupere la Península o viniere a
imperar en América". Juan Salinas, oficial de milicias, logró el apoyo de las tropas. Antonio Ante
apresó a Ruiz de Castilla. El golpe tomó por sorpresa a las autoridades y triunfó sin violencia.
La Junta Suprema estuvo presidida por el Marqués de Selva Alegre y compuesta por miembros de
la sociedad de Quito, entre ellos el obispo José Cuero y Caicedo, natural de Cali, y los secretarios
de Estado doctores Morales y Quiroga, y Juan Larrea. El triunfo del movimiento fue rápido, pero no
tuvo apoyo popular, líderes adecuados ni respaldo de las demás provincias. El pueblo de Quito
participó en los festejos del golpe por las estrechas relaciones clientelares que lo unían a las clases
dirigentes, pero no sentía propia su causa ni estaba dispuesto a arriesgarse demasiado por ella.
Guayaquil, Cuenca y Popayán, las otras regiones de la Audiencia, rechazaron el movimiento
quiteño. Los gobernadores de las tres ciudades, el Virrey de Bogotá y especialmente ima,
organizaron tropas para someter a los insurrectos. La falange quiteña se deshizo en los primeros
enfrentamientos, que apenas merecerían el nombre de combates. Los líderes del movimiento,
dándose cuenta de la realidad, decidieron capitular sin intentar en serio su defensa armada.
Montúfar renunció a la presidencia y Ruiz de Castilla volvió a asumir el mando el 29 de octubre,
después de algunas negociaciones en las cuales se acordó que no habría represalias.
EL 2 DE AGOSTO DE 1810
Cuando llegaron a Quito las tropas enviadas por el virrey Abascal, comandadas por Manuel
Arredondo, se deshicieron las promesas de que no habría represalias y comenzó la represión para
escarmentar a posibles revolucionarios de todo el imperio. El 4 de diciembre de 1809 fueron
apresados muchos de los actores de los hechos de agosto. Unos pocos, entre ellos Montúfar,
lograron esconderse. El fiscal, Tomás Arechaga, pidió pena de muerte contra 46 personas y
presidio o destierro contra muchas más. Pero no se llegó a dictar sentencia en Quito y la causa fue
enviada a Santa Fe. Mientras tanto, la situación se volvía tensa en Quito. Los hombres de
Arredondo cometían abusos contra la población y la represión logró unificar la gente contra del
Gobierno y convertir a los presos en símbolos de la ciudad oprimida.
El 2 de agosto de 1810 un grupo de quiteños asaltó los cuarteles para liberar a los presos. Algunos
lograron escapar, pero muchos murieron asesinados en sus celdas, entre ellos Quiroga, Morales,
Salinas, Larrea. La tropa salió a la calle y la violencia se propagó por toda la ciudad. Muchos
cadáveres, de soldados y civiles, quedaron en las calles plazas y quebradas. Las estimaciones
más creíbles hablan de entre 100 y 300 muertos, número enorme si tomamos en cuenta el tamaño
de la ciudad. Quito perdió de golpe gran parte de sus líderes. Hispanoamérica se conmovió. Simón
Bolívar, al decretar la guerra a muerte", la justificó como respuesta a los crímenes del Gobierno
colonial en Quito. Y el cabildo independiente de Valparaíso, Chile, colocó en el faro del puerto una
placa dedicada a Quito, "Luz de América".
La jornada del 2 de agosto de 1810 conmovió también a los realistas. Para hallar una salida se
reunió dos días después el Real Acuerdo (la Audiencia en pleno) con delegados de la Iglesia, el
Cabildo y demás estamentos. Se resolvió eliminar la causa contra los implicados en los hechos del
10 de agosto de 1809 y restituir a los sobrevivientes su libertad y bienes; observarla misma actitud
con cuantos participaron en ios sucesos de la antevíspera; disponerla salida de Quito de los
Pardos de Lima y luego de los demás batallones de otras provincias, que serían reemplazados con
cuerpos formados en la propia provincia de Quito, y recibir a Carlos Montúfar y Larrea, quiteño, hijo
del Marqués de Selva Alegre, teniente coronel del ejército español que peleaba contra los
franceses en la Península, nombrado Comisionado Regio por el Consejo de Regencia que
entonces gobernaba la España patriota, con el encargo de pacificar Quito, a quien hasta entonces
las autoridades realistas se habían resistido a recibir.

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