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DE UN MODELO LINEAL A UNO CONTEXTUAL DE LOS ABC DE LA RET 81

virtualmente toda la vida de la persona. Cada una de las cuatro puede plantearse
como una dicotomía entre dos polos, sin tierra por medio; la persona en cualquier
momento permanece en uno u otro polo, pero casi nunca con un pie en cada uno.
Exigencia versus Afirmación. La primera de las cuatro posiciones de vida
dicotómicas procede en principio de la RET y de Albert Ellis (1962, 1971, 1974b,
1977, 1979), y puede llamarse exigencia versus afirmación. Remito al lector a casi
cualquier escrito de Ellis para una exposición de lo que es la exigencia. Es suficiente
decir que, en el polo de la exigencia, la persona adopta la posición infantil,
egocéntrica de que el mundo automáticamente debe seguir el camino que uno quiere
y no debe incluir lo que uno no quiere. Es, al mismo tiempo, una insistencia para
que sucedan ciertas cosas («Exijo», «Tiene que», «Deberías», «Tengo que»), una
resistencia a y una protesta contra el hecho de que otras cosas son lo que son («¡No!
No debe ser de esa forma»). Como en lo esencial de la mayoría de las perturbaciones
emocionales, la exigencia encama la insistencia en que la vida sea de la forma en
que queremos, más que la insistencia de que sea exactamente de la forma que es.
En el polo opuesto de la exigencia está lo que OOamo afirmación. Es una actitud
bastante complicada que incluye dos subpartes. La afirmación incluye, en primer
lugar, estar disgustado de una forma anti-horrible cuando algo no es de la forma
que uno quiere que sea, preferir o desear de una forma no exigente que algo sea
diferente a lo que es, y estar determinado de una forma no auto-compasiva a actuar
para obtener lo que uno desea ocurra lo que ocurra. Así, la afirmación no es una
aceptación pasiva de lo que sea, sino una posición activa de poder y acción potencial
para obtener lo que uno quiere en el futuro. En segundo lugar la afirmación incluye
en cualquier momento dado en el tiempo, independientemente de lo que ese mo-
mento signifique para una persona, decir «Si» o «Me empeño» para que, en efecto,
sea así. Más allá de la aceptación está «eligiendo» lo que está allí y lo que no está
allí. Es tomar lo que uno recibe cuando uno lo recibe, y no tomar lo que no recibe
cuando no lo recibe (Rhinehart, 1976). Esto IXH muy bien expresado por un hombre
que cumplía una larga condena en prisión:

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El Yo como Objeto versus el Yo como Contexto. La terapia racional-emotiva


comparte con toda la psicología, y naturalmente con la civilización occidental, una
visión llamada «el yo como objeto». En esta visión, «el yo es una abstracción que
un individuo desarrolla acerca de los atributos, capacidades, objetos y actividades
que posee y persigue» (Coopersmith, 1967, p. 20). A diferencia del objeto de
observación —la persona— el yo es una conceptualización acerca del objeto. El
yo como objeto se representa gráficamente en la Figura 4-3, en el que el círculo
grande representa a la persona, los círculos pequeños representan los diferentes
roles que la persona desempeña en la vida (por ejemplo: mujer, madre, amiga), y
82 MANUAL DE TERAPIA RACIONAL-EMOTIVA

La persona
Los roles
desempeñados
por la persona
Atributos o
realizaciones
de la persona

Figura 4-3 El Yo como Objeto

los puntos representan los diversos atributos y realizaciones de la persona. Por


consiguiente, el yo, o el concepto de sí mismo, es la suma de los puntos conocidos
por la persona.
Con un modelo de yo-como-objeto, es fácil para una persona identificar su
yo como un rol (por ejemplo psicológico), como un atributo (por ejemplo egoísta),
o como una conducta particular (por ejemplo una explosión de ira). De este modo,
la gente se identifica a sí misma como tales cosas, como sus trabajos, su maternidad
o paternidad, su dinero, su educación, su apariencia física, sus obras buenas o
malas, etc¦tera. Desde este proceso de identificación, es probable que una persona
vaya al siguiente paso y evalúe o clasifique el yo propio como siendo o bueno ó malo.
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clasificarse a sí mismos. Lo que se sugiere, en cambio, es que la gente decida


aceptarse a sí misma, a priori, como seres humanos falibles que, como todos los seres
humanos hacen algunas cosas particularmente bien, algunas cosas pobremente y
muchas cosas adecuadamente.
A pesar de las ventajas obvias de la RET de propugnar la auto-aceptación
sobre la auto-estima, el modelo del Yo-como-objeto todavía se mantiene. Afirmo
que existen problemas inherentes en la visión del Yo-como-objeto que pueden
evitarse con un esquema alternativo. En primer lugar, con este modelo, existe una
fácil progresión desde la auto-identificación a la auto-estima o auto-valoración,
una postura muy asociada con la formación de una amplia variedad de problemas
emocionales y conductuales (Ellis, 1972). En segundo lugar, al defender uno mismo
el hecho de ser lo que uno hace o lo que uno tiene (los puntos propios), llega a
ser muy difícil permitirse tomar toda una clase de aparentes auto-protectores que
en realidad son posiciones auto-destructivas, tales como justificarse a uno mismo
como una persona buena y por el contrario invalidar a otros, que gobierne y se
permita la dominación, y producir los extremos de eufória y depresión. En tercer
lugar, y quizá lo más importante, se limita el poder de la persona en la visión del
Yo-como-objeto, ya que, al defenderse a uno mismo como objeto (una gran masa
que consta de atributos y conductas percibidas), uno fácilmente se ve a sí mismo
como lo que uno ya es. Es decir, uno fácilmente se ve a sí mismo como estático,
formado, inerte, inamovible, e incambiable, y una percepción tal crea ciertamente
barreras para el crecimiento y el cambio WHUDS¦XWLFR. En esencia, por consiguiente, con
un concepto de yo-como-objeto, se llega a ser víctima del propio auto-concepto, con lo
que disminuye en gran medida la posibilidad de actuar de forma creativa, valerosa y
nueva.
Una visión alternativa del yo, llamada aquí yo como contexto o yo como
potencial, que yo creo que es la más útil, y la que contribuye de manera significativa
al modelo ABC contextual a seguir. Esta visión comienza desde la perspectiva de
que el yo no es lo que uno tiene o hace; es decir, no es la conducta del individuo;
ni son los rasgos propios ni la inteligencia, ni su cuerpo, cabello o atributo físico;
ni son los roles que uno desempeña. Una persona en realidad tiene y hace todas
estas cosas, pero la persona no es estas cosas.
¿Por tanto, qué significa el constructo yo como contexto? Expresado muy
simplemente, el yo en esta visión no es una cosa o un objeto; no tiene substancia,
no es medible, más bien es metafísico. El yo, se tiene como el sustrato, el contexto
o fondo, fuera del cuál emerge lo que la persona tiene o hace. Refiriéndonos de
nuevo a la figura 4-3, el yo en este dibujo es todo el espacio vacªo dentro de la persona
(el espacio entre los puntos), que siempre tiene la facultad potencial de ser llenado y
que engendra los atributos y realizaciones de la persona (los puntos mismos). Más que
ser una identidad, el yo, es la fuente de las identidades; más que ser la suma de los
atributos propios el yo es el espacio en que los atributos destacan y se desarrollan; más
que ser la conducta propia, el yo es el terreno en el que crecen las conductas; más que
ser las filosofías, valores y compromisos propios, el yo es el lugar del que estos
emergen, florecen y declinan. El yo como contexto, en suma, es «el contexto en el que
el contenido se cristaliza y ocurre el proceso, y no es cualquier proceso o contenido
individual» (Bartley, 1978).
La importancia de tal conceptualización se verá más adelante cuando se de-
sarrolle el modelo ABC contextual. Por ahora, es suficiente decir que la perspectiva
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del yo-como-contexto tiene diversos beneficios importantes para este. El primero


de todos, es que preserva e incluso intensifica la posición de auto-aceptación.
Desde el momento en que uno simplemente no es lo que hace o tiene, la auto-
valoración llega a ser llamativamente absurda. En segundo lugar, este modelo de
yo obvia el concepto de auto-identidad, o el principio de «¿Quién soy yo?» «¿Quién
es una persona?», se define como potencial —un terreno, una oportunidad, un
contexto— de tal modo lo que uno hace y lo que uno quiere hacer emerge como
un principio central. En tercer lugar, desde el momento en que el yo se ve como
potencial, se abre la puerta a la creación, tomando la postura de que «Puedo crear
mis propias creencias, sentimientos, y conductas sin un acto de voluntad (sólo
porque quiero hacerlo), porque existe la ocasión y el potencial de hacerlo así». En
cuarto lugar, el yo como potencial, conduce a la posición de que el cambio,
psicoterap¦Xtico o de cualquier otro tipo, es siempre posible y por lo tanto ofrece
esperanza y motivación al individuo.

Vivir psicológicamente versus Vivir filosóficamente. La tercera de las cuatro


posiciones de vida dicotómicas hace constrastar el vivir psicológicamente con el
vivir filosóficamente (Siegel, 1984). En el polo de vivir psicológicamente, la gente
se identifica a sí misma como seres exclusivamente psicológicos; se ven a sí mismos
como sus atributos psicológicos, como siendo sus sentimientos, actitudes, nece-
sidades y metas, más que ser ellos mismos meramente los que contienen o tienen
estos atributos. El resultado de esta posición es que la gente llega a estar atrapada
por su maquillaje psicológico. Desde el momento en que sostienen que su psi-
cología es lo que ellos son, asumen que no tienen más alternativa que responder
de acuerdo con lo que sienten o piensan. Así, por ejemplo, una persona que viva
psicológicamente puede tener la intención de trabajar en un proyecto por la tarde,
después se pone ansioso por algo durante el día y concluye que no es posible
trabajar debido a esta ansiedad.
La posición de vivir filosóficamente no niega la existencia de acontecimientos
psicológicos ni niega la coercitividad de tales acontecimientos. Vivir filosófica-
mente, sin embargo, es una posición que tiene el efecto de no deificar la psicología
propia; es decir, nota el estado psicológico propio pero lo deja a un lado. Vivir
filosóficamente significa que uno sostiene la palabra propia, o sus promesas y
compromisos tienen la máxima importancia, independientemente de cómo se sienta
en un determinado momento del día. En esta posición más bien únicamente filo-
sófica, se afirma que la posición que uno toma o las promesas que uno da son
eminentemente más importantes que cómo se siente o incluso que lo que uno desea.
Así cuando uno da una palabra («Te recogeré para comer el martes a las 12»), la
mantiene a pesar de cómo se sienta («Estoy deprimido y mantendré mi palabra»),
o lo que uno quiere («Me gustaría más bien ir a hacer jogging, pero mantendré
mi compromiso»), o lo que es conveniente («Me levantaré una hora antes para
tener hecho el trabajo de la oficina, para poder mantener mi compromiso de ir a
comer con ella»). Tomando de un modo genuino esta posición de vida, una persona
puede superar las dilaciones, irresponsabilidades, y todo un cúmulo de posturas
pasivas e inútiles en la vida.

Centrarse en el Efecto versus Centrarse en la Causa. La cuarta y última de


las posiciones de vida dicotómicas ha sido denominada centrarse en el efecto versus

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