Está en la página 1de 69

“SACRAM LITURGIAM”

Motu proprio de Pablo VI, de 25 de enero de 1964.


Determina la entrada en vigor
de algunas prescripciones
de la reciente “Sacrosanctum Concilium”

Los muchos documentos publicados y bien conocidos por todos sobre temas
litúrgicos, demuestran cuán incesante ha sido la solicitud de los Sumos Pontífices,
nuestros predecesores, de Nos mismo y de los sagrados pastores por conservar
diligentemente, cultivar y, de acuerdo con las necesidades, renovar la Sagrada Liturgia*,
otra prueba de esta solicitud la ha dado la Constitución Litúrgica que el Concilio
Ecuménico Vaticano II ha aprobado, con general asentimiento, y que Nos ordenamos
promulgar en la solemne sesión pública del 4 de diciembre de 1963.
Este vivo interés se debe á que en la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte
en aquella liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusa- lén, hacia la
cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios
como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos al Señor el himno de
gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener
parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor
Jesucristo, hasta que se manifieste Él, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos
también gloriosos con Él *.
Por este motivo, las almas de los fieles que así adoran a Dios, principio y modelo
de toda santidad, se ejercitan y estimulan para la conquista de la perfección, a fin de ser
durante esta peregrinación por la tierra, émulos de la celestial Sión1 2.
Por esta razón, a todos es patente que tenemos interés sumo en que todos los
cristianos, y en particular todos los sacerdotes, se consagren ante todo al estudio de la
Constitución arriba citada, y ya desde ahora dispongan sus ánimos a poner en práctica
cada una de las prescripciones, con plena fidelidad, tan pronto entren en vigor. Y puesto
que es necesario, dada la misma naturaleza de las cosas, que se pongan

11 Constitución sobre la Liturgia, n. 8.


2 Del himno de Laudes, en la fiesta de la dedicación de una Iglesia (Breviario
Romano, ed. 1961).
inmediatamente en práctica las prescripciones que se refieren al conoci miento y
divulgación de las leyes litúrgicas, vivamente exhortamos a los pastores de las diócesis a
que, con la ayuda de los sagrados ministros, dispensadores de los misterios de Dios, 3 se
apresten a actuar de forma que los fieles confiados a sus cuidados puedan cemprender,
en la medida adoptada a su edad, a las circunstancias de su vida y de su formación
intelectual, la fuerza y el valor interior de la liturgia, y puedan al mismo tiempo participar
devotamente, con el cuerpo y el espíritu, en los ritos de la Iglesia 4.
Pero es evidente que muchas de las prescripciones de la Constitución no pueden
ser aplicadas en breve tiempo, por cuanto deben ser antes revisados algunos ritos y
preparados los nuevos libros litúigicos. Para que esta obra sea realizada con la oportuna
ciencia y prudencia, instituimos una Comisión especial, cuya tarea principal será realizar
con todo cuidado las prescripciones de esta Constitución de la Sagrada Liturgia.
Sin embargo, como entre las normas de la Constitución hay algunas que pueden
ser llevadas ya a la práctica, queremos que entren inmediatamente en vigor, para que los
fieles no queden privados por más tiempo de los frutos de gracia que de ellas esperan.
Por tanto, en virtud de Nuestra Autoridad Apostólica y Motu proprio ordenamos y
decretamos que el próximo primer domingo de Cuaresma, es decir, el 16 de febrero de
1964, al terminar el plazo de vacación establecido por la Ley, entren en vigor las
siguientes normas:
I. Queremos que las disposiciones contenidas en los artículos 15, 16 y 17,
referentes a la enseñanza litúrgica en los Seminarios, las Casas de formación de
religiosos y en las Facultades Teológicas, se incluyan desde ahora en los progra mas, de
forma que los estudiantes, al comienzo del próximo año escolar, se dediquen a este
estudio ordenada y diligentemente.
II. Decretamos asimismo que, de acuerdo con los artículos 45 y 46, exista en
cada una de las diócesis una Comisión cuya tarea sea velar por el conocimiento y el
incremento de la Liturgia, bajo la dirección del obispo.
Puede ser oportuno que, en ciertos casos, diversas diócesis tengan una única
Comisión.
Además, en todas las diócesis han de ser constituidas en cuanto sea posible otras
dos Comisiones: una para la música sacra y otra para el arte sacro.
Estas tres Comisiones diocesanas, a menudo convendrá que se fundan en una
sola.
III. En la misma fecha arriba establecida queremos que se ponga en vigor lo
ordenado en el artículo 52 que prescribe la homilía durante la misa, los domingos y días
festivos.
IV. Asimismo establecemos que tenga efecto inmediato la norma contenida en el
artículo 71 que permite, según la oportunidad, administrar el Sacramento de la
Confirmación durante la santa misa.
V. En lo que respecta al artículo 78, el Sacramento del Matrimonio debe ser
habitualmente celebrado durante la santa misa, después de la lectura del Evangelio y de
pronunciada la homilía.

3 Cf. 1CO4,1.
4 Cf. Constitución sobre la Liturgia, n. 19.
Si el matrimonio se hubiera de celebrar sin la misa, hasta que no sea establecido el
nuevo Ritual, ordenamos que se observen las siguientes disposiciones: al comienzo de
este sagrado rito, después de una breve exhortación 5, debe ser leído en lengua
vernácula la Epístola y el Evangelio de la Misa de los Esposos; y a continuación se
impartirá siempre la bendición de los esposos que se lee en el Ritual Romano, tít. VIII,
capítulo III.
VI. Aunque el oficio divino no está todavía revisado y renovado según la norma
del artículo 89, sin embaigo, desde ahora concedemos a todos aquellos que no están
obligados al rezo en el coro que, a partir del 16 de febrero próximo, puedan omitir la Hora
de Prima y escoger entre las otras Horas menores la que mejor responda al momento de
la jomada.
Al hacer esta concesión, tenemos profunda confianza en que los sagrados ministros
no sólo no perderán nada de lo que forma parte de su piedad, sino que ejerciendo
diligentemente, por amor de Dios, las tareas de su oficio sacerdotal, se sentirán durante
todo el día más íntimamente unidos a Dios.
VII. También con referencia al oficio divino, los ordinarios pueden, en casos
singulares y por justas razones, dispensar a sus súbditos en todo o en parte de la
obligación de recitarlo, o conmutarlo con otra práctica 6.
VIII. También sobre el oficio divino, queremos que sean considerados como
participantes en la oración pública de la Iglesia los miembros de los Institutos de
perfección que, en virtud de sus Constituciones, recitan algunas de las partes del mismo,
o cualquier oficio parvo con tal que está compuesto a imitación del oficio divino y
regularmente aprobado7.
IX. Dado que, según el artículo 101 de la Constitución, a aquellos que tienen la
obligación de recitar el ofido divino, se les puede conceder en forma diversa la facultad
de emplear en lugar de la lengua latina la lengua vernácula, creemos oportuno precisar
que las diversas versiones han de ser preparadas y aprobadas por la competente
autoridad eclesiástica territorial, según el artículo 36, 3 y 4; y las actas de esta autoridad
han de ser aceptadas o confirmadas por la Sede Apostólica, según el mismo art. 36, 3. Y
ordenamos que esto sea siempre observado cada vez que un texto latino litúigico sea
traducido a lengua viva por dicha legítima autoridad.
X. Puesto que, de acuerdo con el artículo 22, párrafo 2, la regulación de las
materias litúrgicas, dentro de determinados límites, compete a las Asambleas Epis-
copales territoriales legítimamente establecidas, disponemos que provisionalmente el
término “territorial” se entienda de ámbito nacional.
En estas Conferencias Nacionales, además de los obispos residenciales, pueden
participar, con derecho de voto, todos aquellos que menciona el canon 292 del Código
de Derecho Canónico.
Pero, además, pueden ser también convocados a estas Conferencias los obispos
coadjutores y los auxiliares. En dichas Conferencias, para la legítima aprobación de los
decretos, se requieren los dos tercios de los votos, emitidos secretamente.

5 Cf. ibid., n. 35,3.


6 Cf. ibid., n. 97.
7 Cf. Ibid., n. 98.
XI. Finalmente, queremos advertir que -además de cuanto hemos innovado con
estas Nuestras Letras Apostólicas o de lo que hemos anticipado en su realización-
regular la Sagrada Liturgia compete únicamente a la autoridad de la Iglesia, es decir, a
esta Sede Apostólica y al obispo, de acuerdo con el derecho; por consiguiente, ningún
otro absolutamente, aunque sea sacerdote, puede por su propia iniciativa añadir, o
quitar, o cambiar algo en materia litúrgica 8.
Ordenamos que cuanto hemos establecido en esta Carta «Motu proprio», se tenga
por fírme y definitivo, sin que obste nada en contrario.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 25 de enero de 1964, eu la fiesta de la
Conversión del Apóstol San Pablo, primer año de Nuestro pontificado.

PABLO PP. VI

88Cf. ibid., nn. 22,1 y 22,3.


“INTER OECUMENICI”
Primera Instrucción
de la Sagrada Congregación de Ritos
y del Consilium
para aplicar la “Sacrosanctum Concilium”
(26 de septiembre de 1964)

INTRODUCCIÓN
I. Naturaleza de esta Instrucción
1. La Constitución sobre la sagrada liturgia debe considerarse, con razón, como el
primer fruto del Concilio ecuménico Vaticano II, por cuanto que viene a regular la parte
más excelente de la actividad de la Iglesia. Tanto más abundante será el fruto que
produzca, cuanto más profundamente penetren en su auténtico espíritu los pastores de
almas y los fieles, y la lleven a la práctica con voluntad más decidida.
2. El «Consilium» para la aplicación de la Constitución sobre la sagrada liturgia,
creado por el Pontífice felizmente reinante, Su Santidad Pablo VI, con el «Motu proprio»
Sacram Uturgiam (25 de enero de 1964), ha abordado con presteza la labor que se le ha
encomendado, para llevar fielmente a la práctica los preceptos de la Constitución y del
«Motu proprio», y para facilitar todo lo que se refiera a la interpretación y ejecución de
dichos documentos.
3. Tiene máxima importancia que desde un principio estos documentos se
apliquen en todas partes con fidelidad y se eliminen las dudas que pueda haber sobre su
interpretación. Por eso, el «Consilium», por mandato del Sumo Pontífice, ha preparado la
presente Instrucción en la que se definen con mayor precisión las facultades de las
Conferencias Episcopales en materia litúrgica, y se exponen más detalladamente
algunos principios expresados en los antedichos documentos en términos generales.
Finalmente, se permiten o se establecen algunas disposiciones que se pueden llevar a la
práctica desde ahora, sin esperar la reforma de los libros litúrgicos
II. Principios que hay que tener en cuenta
4. Lo que se establece que ha de ponerse en práctica inmediatamente, no tiene
otro ñn que procurar que la lituigia responda cada vez mejor a la intención del Concilio
de promover la participación activa de los fieles.
Además, la reforma general de la liturgia será mejor recibida por los fieles si se va
realizando por grados y progresivamente, y si los pastores se la proponen y explican por
medio de una conveniente catcquesis.
5. Mas, ante todo, es indispensable que todos estén persuadidos de que el
objetivo de la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la sagrada lituigia no es
solamente cambiar unos ritos y textos litúrgicos, sino más bien promover una educación
de los fieles y una acción pastoral que tengan la sagrada liturgia como su cumbre y su
fuente (cf. Const. art. 10). En efecto, todos los cambios introducidos hasta el presente en
la liturgia y todos los que se introducirán en el futuro no tienen otra finalidad.
6. La razón de ser de esta acción pastoral centrada en la liturgia es hacer que se
traduzca en la vida el Misterio Pascual, en el que el Hijo de Dios, encamado y hecho
obediente hasta la muerte de cruz, es exaltado en su resurrección y ascensión de suerte
que pueda comunicar al mundo la vida divina, por la que los hombres, muertos al pecado
y configurados con Cristo, «ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por
ellos» (2 Co 5,15).
Esto se realiza por la fe y por los Sacramentos de la fe, principalmente por el
Bautismo (cf. Const. art. 6) y por el sacrosanto misterio de la Eucaristía (cf. Const. 7), en
tomo al cual se ordenan los demás sacramentos y sacramentales (cf. Const. art. 61), y el
ciclo de celebraciones con que la Iglesia va desplegando a lo largo del año el Misterio
Pascual de Cristo (cf. Const. artículos 102-107).
7. Por lo tanto, aunque la liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia (cf. Const.
art. 9), no obstante, hay que procurar diligentemente que toda la pastoral esté
debidamente relacionada con la sagrada liturgia, y que a su vez la pastoral litúrgica no se
desarrolle de una manera independiente y aislada, sino en íntima unión con las demás
obras pastorales.
Es particularmente necesario que reine una estrecha unión entre la liturgia y la
catequesis, la instrucción religiosa y la predicación.

III. Frutos que cabe esperar


8. Por consiguiente, los obispos y sus colaboradores en el sacerdocio centren
cada vez más todo su ministerio pastoral en tomo a la lituigia. De este modo los fieles,
por medio de una perfecta participación en las celebraciones sagradas, recibirán también
con abundancia la vida divina y, convertidos en fermento de Cristo y sal de la tierra, la
anunciarán y la transmitirá) a los demás.
Capítulo I
ALGUNAS NORMAS GENERALES
1. Aplicación de estas normas
9. Las disposiciones prácticas contenidas en la Constitución y en la presente
Instrucción, y todo lo que por medio de esta Instrucción se permite o manda hacer ya
desde ahora, antes de la reforma de los libros litúrgicos, aunque sólo se refiere al rito
romano, se puede aplicar también a los demás ritos latinos, según las normas del
derecho.
10. Lo que se deja a la decisión de la competente autoridad eclesiástica terri torial,
sólo ella puede y debe llevarlo a efecto por medio de legítimos decretos.
Se establecerá siempre el tiempo y las circunstancias en que estos decretos
entrarán en vigor, pero se dará un tiempo suficiente de «vacatio legis», para que, por
medio de una catcquesis adecuada, se instruya a los fieles acerca de su cumplimiento.

II. Formación litúrgica de los clérigos (Const. arts. 15-16 y 18)


11. Respecto de la formación litúrgica de los clérigos:
a) Las facultades teológicas tendrán una cátedra de liturgia, a fin de que todos los
alumnos reciban la debida formación litúrgica. Los ordinarios del lugar y los superiores
mayores se preocuparán de que en los seminarios y casas de estudio de los religiosos
haya, lo más pronto posible, un profesor especial de liturgia, debidamente preparado.
b) De acuerdo con el artículo 15 de la Constitución, fórmense cuanto antes
profesores que se encarguen de enseñar la asignatura de sagrada liturgia.
c) Para una ulterior formación litúrgica del clero, especialmente de aquellos que ya
trabajan en la viña del Señor, se erigirán oportunamente institutos de liturgia pastoral.
12. Se consagrará a la enseñanza de la liturgia un tiempo conveniente que habrá
de determinar la autoridad competente en el plan general de estudios; se enseñará con
un método adecuado a tenor del artículo 16 de la Constitución.
13. Se procurará la máxima perfección en las celebraciones litúrgicas. Por lo
tanto:
a) Obsérvense diligentemente las rúbricas y ejecútense decorosamente las
ceremonias, bajo la asidua vigilancia de los superiores y después de los ensayos
necesarios.
b) Los clérigos ejerzan frecuentemente el oficio litúrgico propio de su orden, es
decir, de diácono, de subdiácono, de acólito, de lector y además el de comentador y
cantor.

c) Las iglesias y oratorios, los objetos sagrados en general y las vestiduras


sagradas, ofrecerán un aspecto de auténtico arte cristiano, sin excluir el arte moderno.

III. Formación litúrgica de la vida espiritual de los clérigos (Const. art. 17)
14. Para que los clérigos se habitúen a participar plenamente en las celebrado*
nes litúrgicas y a alimentar en ellas su vida espiritual para comunicarla más tarde a los
demás, llévese decididamente a la práctica la Constitución sobre la sagrada liturgia en
los seminarios y en las casas de estudio de los religiosos, conforme a los documentos de
la Sede Apostólica, con la cooperación unánime y concorde de todos los superiores y
profesores.
Se iniciará debidamente a los clérigos en la liturgia, recomendándoles la lec tura de
libros que la estudien, sobre todo, desde el punto de vista teológico y espi ritual, y
poniéndolos a su disposición en número conveniente en la biblioteca, por medio de
meditaciones y pláticas cuya fuente principal sean la Sagrada Escritura y la liturgia
(Const. art. 35, § 2), y por la práctica en común de aquellos ejercicios que la costumbre y
las leyes cristianas han introducido y estén de acuerdo con el espíritu de los diversos
tiempos del año litúrgico.
15. Celébrese todos los días la Eucarística, centro de toda la vida espiritual,
empleando distintas formas de celebración que sean las más aptas y respondan mejor a
la condición de los participantes (cf. Const. art. 19).
Los domingos y en las grandes festividades, se celebrará misa solemne o cantada,
con homilía y con la participación de todos los que viven en la casa; en ella comulgarán
sacramentalmente, en cuanto sea posible, todos los no sacerdotes. Los sacerdotes
podrán concelebrar, sobre todo en las festividades más solemnes, una vez que se haya
publicado el nuevo rito, siempre que la utilidad de los heles no les exija celebrar
individualmente.
Conviene que, por lo menos en las grandes festividades, los seminaristas participen
en la Eucaristía reunidos en tomo al obispo en la iglesia catedral (cf. Const. art. 41).
16. Es sumamente conveniente que los clérigos, aunque no estén todavía obli-
gados al Oficio Divino, reciten o canten todos los días en común: por la mañana las
Laudes, como oración matutina, y por la tarde las Vísperas, como oración vespertina, o
las Completas al final del día. En cuanto sea posible,participen tanibién los superiores en
la recitación común. Además, en el horario diario de los clérigos ordenados «in sacris»
se les dará tiempo suficiente para la recitación del Oficio Divino.
Es conveniente que, según las posibilidades, los seminaristas canten Vísperas en
la iglesia catedral, por lo menos en las grandes festividades.
17. Ténganse en la debida estima los ejercicios piadosos, ordenados según las
leyes o costumbres de cada lugar o Instituto. No obstante, se cuidará, sobre todo si se
practican en común, que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia y tengan en cuenta los
tiempos del año litúrgico, conforme al artículo 13 de la Constitución.

IV. Formación litúrgica


de los miembros de Institutos de estado de perfección
18. Lo que se dice en los artículos precedentes sobre la formación litúrgica de la
vida espiritual de los clérigos, debe aplicarse también, en las debidas proporciones, a los
miembros, ya varones ya mujeres, de los Institutos de estado de perfección.
V. Formación litúrgica de los fieles (Const. art. 19)
19. Esfuércense los pastores de almas en llevar a la práctica con celo y paciencia
lo que establece la Constitución acerca de la educación litúrgica de los fieles y su
participación activa, interna y externa, que debe ser promovida «conforme a su edad,
condición, género de vida y grado de cultura religiosa» (Const. art. 19). Pero, sobre todo,
cuidarán la educación litúrgica y la participación activa de los miem bros de asociaciones
religiosas de laicos, pues ellos tienen la obligación de participar más íntimamente en la
vida de la Iglesia y ayudar a los pastores de almas también en promover
convenientemente la vida litúrgica en la parroquia (cf. Const. art. 22).

VI. Autoridad competente en materia litúrgica (Const. art. 22)


20. La reglamentación de la sagrada liturgia es de la competencia de la auto ridad
eclesiástica: por lo mismo, que nadie proceda en esta materia por iniciativa propia, con
detrimento, muchas veces, de la misma liturgia y de su reforma, que ha de llevar a cabo
la autoridad competente.
21. Es de la competencia de la Sede Apostólica reformar y aprobar los libros
litúrgicos generales, confirmar las Actas y decisiones de la autoridad territorial, y recibir
sus propuestas y peticiones.
22. Es de competencia del obispo regular la liturgia dentro de su diócesis, según
las normas y el espíritu de la Constitución sobre la sagrada liturgia, y de los decretos de
la Sede Apostólica y de la competente autoridad territorial.
23. Por asambleas episcopales territoriales de diverso género, a las que en virtud
del artículo 22, § 2 de la Constitución toca reglamentar la liturgia, hay que entender,
hasta nueva disposición:
a) O bien la asamblea de todos los obispos de una nación, conforme al «Motu
proprio» Sacram Uturgiam, n. X.
b) O bien la asamblea ya legítimamente constituida de obispos, o de obispos y
demás ordinarios de lugar, de varias naciones.
c) O bien la asamblea que, con licencia de la Sede Apostólica, se constituya de
obispos, o de obispos y demás ordinarios de lugar, de varias naciones, sobre todo
cuando los obispos de cada una de estas naciones son tan pocos, que resulta mejor una
reunión conjunta de obispos de varias naciones de una misma lengua y de una misma
cultura.
Si las circunstancias particulares de algunas regiones aconsejan otra solución,
propóganse a la Sede Apostólica.
24. A estas asambleas deben ser convocados:
a) los obispos residenciales;
b) los abades y los prelados «nullius»;
c) los vicarios y los prefectos apostólicos;
d) los administradores apostólicos de las diócesis, nombrados con carácter
permanente;
e) todos los demás ordinarios del lugar, a excepción de los vicarios generales.
Los obispos coadjutores y auxiliares pueden ser convocados por el presidente, con
el consentimiento de la mayoría de los que intervienen en la asamblea con voto
deliberativo.
25. A no ser que para algunos lugares y en atención a circunstancias particulares
se provea legítimamente de otra forma, la convocación de la asamblea debe hacerse:
a) Por el presidente respectivo, si se trata de asambleas ya legítimamente
constituidas.
b) En los demás casos, por el arzobispo u obispo a quien, según la ley, le
corresponda legítimamente el derecho de precedencia.
26. Obtenido el consentimiento de los padres, el presidente establece el orden del
día, abre, difiere, prorroga y cierra la asamblea.
27. Tienen voto deliberativo todos los enumerados en el número 24, sin exceptuar
los obispos coadjutores y auxiliares, a menos que en el decreto de convocación se
disponga expresamente otra cosa.
28. Para que los decretos tengan fuerza de ley, se requieren los dos tercios de
votos secretos.
29. Es preciso que las Actas de la competente autoridad territorial, que deben ser
transmitidas a la Sede Apostólica para su aceptación o confirmación, contengan los
siguientes datos
a) Los nombres de los que participaron en la asamblea, b) Una relación sobre las
cuestiones tratadas, c) El resultado de la votación de cada decreto. Estas Actas, en
doble ejemplar, firmadas por el presidente y por el secretario de la asamblea, y con el
sello correspondiente, se mandarán al «Consilium» para la aplicación de la Constitución
sobre la sagrada liturgia.
30. Cuando se trata de Actas que contengan decretos sobre el uso y extensión de
la lengua vernácula en la liturgia, además de lo indicado en el número precedente,
deberán contener también, según el artículo 36 de la Constitución, § 3 y el n. IX del
«Motu proprio» Sacram Liturgiam:
a) La indicación de cada una de las partes de la liturgia que se determine se digan
en lengua vernácula.
b) Dos ejemplares de los textos litúrgicos en lengua vernácula, uno de los cuales
se devolverá a la asamblea episcopal.
c) Una breve relación acerca de los criterios que han inspirado la traducción.
31. Los decretos de la autoridad territorial que necesitan aceptación o confir-
mación de la Sede Apostólica se promulgarán y llevarán a la práctica sólo después que
hayan sido aceptados o confirmados por la Sede Apostólica.

VIL La función que cada uno debe desempeñar en la liturgia (Const. art. 28)
32. El celebrante no repite en privado las partes que corresponden a la schola y al
pueblo, si es que las cantan o recitan éstos.
33. Asimismo el celebrante no lee en privado las lecturas que lee o canta el
ministro competente o el acólito.
VIH Que no haya acepción de personas (Const. art. 32)
34. Cada obispo en particular, o si pareciera más oportuno, las Conferencias
Episcopales regionales, cuiden de aplicar en sus territorios la prescripción del sacrosanto
Concilio que prohíbe la acepción de personas privadas o de clases sociales, tanto en las
ceremonias como en el ornato externo.
35. Por lo demás, no dejen los pastores de trabajar con prudencia y caridad, a fin
de que, en las acciones litúrgicas y, especialmente, en la celebración de la misa y en la
administración de los sacramentos y sacramentales, aparezca, incluso al exterior, la
igualdad de los fieles, Y se evite además toda apariencia de lucro.

IX. Simplificación de algunos ritos (Const. art. 34)


a) . A fin de que las acciones litúrgicas resplandezcan con aquella noble sim-
plicidad que responde mejor a la mentalidad de nuestra época:
b) Los saludos al coro por parte del celebrante y de los ministros sólo se harán al
principio y al fin de la acción sagrada.
c) La incensación del clero, a excepción de los obispos, se hará colectivamente
con tres golpes de incensario a cada parte del coro.
e) Solamente se incensará el altar en que se celebra la acción litúigica.
f) Se omitirán los ósculos de la mano y los de los objetos que se dan o se reciben.

X. Celebraciones sagradas de la Palabra de Dios (Const. art. 34, § 4)


37. En los lugares donde no haya sacerdote y no se pueda celebrar la misa, los
domingos y fiestas de precepto organícese, a juicio del ordinario, una sagrada
celebración de la Palabra de Dios, presidida por un diácono o incluso por un seglar,
especialmente delegado.
La estructura de esta celebración será semejante a la de la liturgia de la Pala* bra
en la misa: normalmente se leerán en lengua vulgar la Epístola y el Evangelio de la misa
del día, intercalando cantos, tomados preferentemente de los salmos. Si es diácono el
que preside, pronunciará la homilía y, si no lo es, leerá la homilía que le haya señalado el
obispo o el párroco. La celebración terminará con la oración común o de los heles y el
Padrenuestro.
38. Es conveniente que también las celebraciones de la Palabra de Dios que se
organicen en las vigilias de las grandes festividades o en algunas ferias de Adviento y de
Cuaresma y los domingos y días de fiesta, se ajusten a la estructura de la liturgia de la
Palabra de la misa, aunque nada impide que haya una sola lee* tura.
Al ordenar las distintas lecturas, la del Antiguo Testamento precederá normal*
mente a la del Nuevo y la lectura del santo Evangelio será como la cima de la
celebración, de suerte que se vea claramente el sucederse de la Historia de la Sal*
vación.
39. Para que estas celebraciones se hagan con dignidad y piedad, cuídense las
Comisiones litúrgicas de cada diócesis de indicar y.proporcionar material opor* tuno.
XI. Traducciones de los textos litúrgicos a la lengua vulgar (Const. art. 36,3)
40. En la traducción de los textos litúrgicos a la lengua vulgar según el artículo 36,
§ 3, de la Constitución, es preciso que se observen las siguientes normas:
a) La traducción de los textos litúrgicos a la lengua vulgar se hará sobre el texto
litúrgico latino. La versión de las perícopas bíblicas debe ser conforme al texto latino
litúrgico, con facultad, si es preciso, de revisar tal versión sobre el texto original, o sobre
otra versión más clara.
b) La traducción de los textos litúrgicos se encargará con preferencia a la
Comisión litúrgica mencionada en el artículo 44 de la Constitución y en el número 44 de
esta Instrucción; le ayudará, si es posible, el Instituto de liturgia pastoral. Donde no
existía tal Comisión, se confiará el cuidado de estas traducciones a dos o tres obispos
que escojan personas competentes en sagrada Escritura, liturgia, lenguas bíblicas, latín,
lengua vulgar y música, sin excluir los seglares. Pues una perfecta traducción de los
textos litúrgicos a la lengua vulgar debe satisfacer simultáneamente muchas exigencias.
c) Para las traducciones pónganse de acuerdo, si fuere preciso, los obispos de las
regiones limítrofes de una misma lengua.
d) En las naciones donde se hablen distintas lenguas se harán traducciones a
cada una de ellas y se someterán al examen especial de los obispos interesados.
e) Cuídese la dignidad de los libros que han de servir para proclamar al pueblo el
texto litúrgico en lengua vulgar, de suerte que la misma dignidad del libro induzca a los
fieles a una mayor reverencia hacia la Palabra de Dios y a las cosas sagradas.
41. En las acciones litúrgicas que se celebran en ciertos lugares con asistencia de
fieles de distinta lengua, sobre todo en presencia de grupos de emigrantes, de
parroquias personales, o en casos semejantes, se permite el uso de su lengua, con
consentimiento del ordinario del lugar, en la forma y con la versión legítima* mente
aprobadas por la competente autoridad eclesiástica territorial de aquella lengua.
42. Las nuevas melodías para las partes que han de cantar en lengua vernácula
el celebrante y los ministros tendrán que ser aprobadas por la competente autoridad
eclesiástica territorial.
43. Los libros litúrgicos particulares que fueron debidamente aprobados antes de
la promulgación de la Constitución sobre la sagrada liturgia, así como los indul* tos hasta
entonces concedidos, mientras no estén en desacuerdo con la Constitu ción, quedan en
vigor hasta que, realizada total o parcialmente la reforma litúrgica, se establezca de otra
manera.

XII. Comisión litúrgica de las Conferencias Episcopales (Const.art. 44)


44. La Comisión litúrgica que habrá de constituir oportunamente la autoridad
territorial será elegida, en lo posible, entre los miembros de la misma asamblea, o por lo
menos estará compuesta de uno o dos obispos, a los que se agregarán algunos
sacerdotes competentes en liturgia pastoral, personalmente designados para este oficio.
Es conveniente que los miembros de esta Comisión se reúna con sus consultores
varias veces al afio para tratar las cuestiones en común.
45. La autoridad territorial puede encomendar oportunamente a esta Comisión:
a) Promover estudios y experiencias a norma del artículo 40, § 1.
b) Estimular iniciativas prácticas para todo el territorio, destinadas a fomentar la
vida litúrgica y la aplicación de la Constitución sobre la sagrada liturgia.
c) Preparar los estudios y el material que exigirá la aplicación de los decretos de la
asamblea plenaria de los obispos.
d) Dirigir la acción litúrgico-pastoral en todo el territorio, vigilar la aplicación de los
decretos de la misma conferencia plenaria, y dar cuenta de todo ello a la misma.
e) Colaborar frecuentemente y promover iniciativas comunes con las organi-
zaciones que en la misma región trabajan en el campo de la Biblia, catequesis, pas toral,
música y arte sacro, y con las asociaciones religiosas de laicos de todo género.
46. Los miembros del Instituto de pastoral litúrgica, así como cada uno de los
peritos llamados a ayudar a la Comisión litúrgica, no se nieguen tampoco a colaborar de
buen grado con cada uno de los obispos, para promover con mayor eficacia en su
territorio la acción litúigico-pastoral.
XIII. La Comisión litúrgica diocesana (Const. art. 45)
47. A la Comisión litúrgica diocesana, bajo la autoridad del obispo, corres* ponde:
a) Conocer el estado de la acción pastoral litúrgica en la diócesis.
b) Llevar diligentemente a la práctica lo que en materia litúrgica haya estable cido
la antoridad competente, y tener en cuenta los estudios e iniciativas de otras partes en
este terreno.
c) Sugerir y promover, sobre todo en orden a prestar ayuda a los sacerdotes que
ya trabajan en la viña del Señor, iniciativas prácticas de toda clase que puedan contribuir
a dar impulso a la causa litúrgica.
d) Sugerir en casos particulares, e incluso para toda la diócesis, un orden opor-
tuno y progresivo de acción pastoral litúrgica, señalar y aun llamar, cuando fuera preciso,
a personas idóneas, que en el momento oportuno puedan ayudar a los sacerdotes en
esta labor, y proponer medios y material adecuado.
e) Procurar que las iniciativas que suijan en la diócesis para promover el apos-
tolado litúrgico vayan adelante de acuerdo y con la colaboración de las demás aso -
ciaciones, de forma parecida a lo que se ha dicho sobre la Comisión de la asamblea
episcopal (n. 45, e).

Capítulo II
EL SACROSANTO MISTERIO DE LA EUCARISTÍA

I. El “Ordo” de la misa (Const. art. 50)


48. Mientras se reforma íntegramente el Ordo de la misa se observará desde
ahora lo siguiente:
a) Las partes del propio, que cantan o recitan los cantores o el pueblo, el cele-
brante no las dice en privado.
b) Las partes del ordinario las puede cantar o recitar el celebrante juntamente con
el pueblo o con la schola.
c) En las preces al pie del altar, al principio de la misa, se omite el salmo 42. Y se
omitirán todas las preces al pie del altar siempre que preceda inmediatamente otra
acción litúrgica.
d) En la misa solemne el subdiácono no sostiene la patena, sino que se deja
sobre el altar.
e) En las misas con canto la oración secreta o sobre las ofrendas será cantada; en
las demás se dirá en alta voz.
0 La doxología final del Canon, desde las palabras Per ipsum hasta el Per omnia
saecula saeculorum. R/. Amen inclusive, se cantará o se dirá en alta voz; durante toda la
doxología el celebrante sostiene un poco elevado el cáliz con la
Hostia, omitiendo las señales de la cruz, y hace genuflexión al final, solamente después
que el pueblo haya respondido Amen,
g) En las misas rezadas, el pueblo puede recitar conjuntamente con el celebrante
el Paternóster en lengua vernácula. Y en las misas con canto puede asimismo cantarlo
juntamente con el celebrante en latín, e incluso, si así lo deter minara la autoridad
eclesiástica territorial, en lengua vernácula, con melodías aprobadas por la misma
autoridad.
h) El embolismo que sigue a la oración dominical se cantará o dirá en alta voz.
i) En la distribución de la sagrada comunión se usará la fórmula Corpus Christi, Al
pronunciar estas palabras el celebrante sostendrá la Hostia un poco elevada sobre el
copón, mostrándola al que va a comulgar, quien responde Amén, y después recibe la
comunión del celebrante, el cual omite la señal de la cruz con la Hostia.
j) Se omite el último Evangelio y se suprimen las preces leoninas.
k) La misa con canto se puede celebrar con sólo el diácono.
l) Si fuere menester, los obispos pueden celebrar la misa con canto al modo de
los presbíteros.

II. Lecturas y cantos interlecdonales (Const. art. 51)


49. En las misas celebradas con el pueblo, las lecturas, la Epístola y el Evangelio
se leerán o cantarán de cara al pueblo:
a) En la misa solemne : en el ambón o junto al cancel.
b) En la misa cantada y en la misa rezada, si el celebrante las lee o la canta:
desde el altar, o en el ambón, o junto al cancel, según sea más oportuno. Pero si otro las
lee o canta: en el ambón o junto al cancel.
50. En las misas no solemnes celebradas con el pueblo, un lector idóneo o un
acólito puede leer las lecturas y la Epístola con los cantos interlecdonales, que el
celebrante escuchará sentado. El Evangelio lo puede leer un diácono u otro sacerdote,
que dice Munda cor meum, pide la bendición y al final presenta el libro de los Evangelios
al ósculo del celebrante.
51. En las misas con canto, las lecturas de la Epístola y el Evangelio, si se dicen
en lengua vulgar, pueden ser leídas sin canto.
52. Al leer o cantar las lecturas, la Epístola, los cantos interlecdonales y el
Evangelio se procede de esta manera :
a) En la misa solemne, el celebrante escucha sentado las lecturas, la Epístola y
los cantos interlecdonales. Cantada o leída la Epístola, el subdiácono va hacia el
celebrante y recibe, de él la bendición. Luego el celebrante, sentado, impone y bendice
el incienso. Mientras se canta el “Aleluya” con su versículo, o hacia el final de los otros
cantos después de la Epístola, se levanta para bendecir al diácono. Escucha el
Evangelio desde su sede y besa el libro, y después de la homilía, entona el símbolo, si
hay que decirlo. Terminado el símbolo, vuelve al altar con los ministros, a no ser que
dirija la oradón de los fieles.
b) Se compona del mismo modo el celebrante en las misas cantadas o rezadas
cuando las lecturas, la Epístola, los cantos interleccionales y el Evangelio, los canta o lee
el ministro de que se habló en el número 50.
c) En las misas cantadas o rezadas en que el Evangelio lo canta o lee el cele -
brante, éste se acerca a la última grada del altar mientras se canta o se lee el Aleluya
con su versículo, o hacia el final de los otros cantos después de la Epístola, y allí,
inclinado profundamente, dice Munda cor meum, luego va al ambón o cerca del cancel
para cantar o leer el Evangelio.
d) Pero si en una misa cantada o rezada todas las lecturas las canta o lee en el
ambón o junto al cancel el mismo celerante, éste, allí mismo, lee también, si fuere
preciso, los cantos que siguen a las lecturas y a la Epístola; el Munda cor meum lo dice
vuelto hacia el altar.

III. La homilía (Const. art. 52)


53. Se predicará la homilía en todas las misas que se celebren los domingos y
fiestas de precepto con asistencia del pueblo sin exceptuar siquiera las misas con-
ventuales, las misas con canto y las pontificales.
Se recomienda la homilía, además, en los días laborables, principalmente en ciertas
ferias de Adviento y de Cuaresma, y en otras ocasiones en que asiste a la iglesia un
buen número de fieles.
54. Por homilía inspirada en los textos sagrados se entiende una explicación de
algún aspecto de las lecturas bíblicas o de otro texto del ordinario o del Propio de la misa
del día, teniendo en cuenta el misterio que se celebra y las necesidades particulares de
los oyentes.
55. Si se proponen esquemas de predicación para la misa en ciertos períodos del
año, deben guardar una íntima y armónica relación, al menos con los principa les tiempos
del año litúrgico (Const. arts. 102-104), es decir, con el Misterio de la Redención, porque
la homilía es parte de la liturgia del día.

IV. Oración común o de los fieles (Const. art 53)


56. Allí donde existe la costumbre de la oración común o de los fieles, hágase por
ahora según los formularios en uso en cada región, antes del ofertorio, después de decir
Oremus. La dirigirá el celebrante desde su sede o desde el altar o desde el ambón, o
junto al cancel.
Las intenciones e invocaciones las puede cantar un diácono, un cantor u otro
ministro idóneo, pero reservando al celebrante las palabras introductorias y la oración
final. Ésta será ordinariamente Deus refugium nostrum et virtus (cfr. Misal romano:
Orationes diversae, n. 20), u otra que responda mejor a una necesidad particular.
Allí donde no se practica la oración común o de los fieles, la competente auto ridad
territorial puede establecer su uso del modo que se acaba de indicar y con fórmulas que
la misma autoridad apruebe interinamente.

V. Partes que admiten lengua vulgar en la misa (Const. art. 54)


57. En las misas con canto y en las misas rezadas, que se celebran con asistencia
del pueblo, la competente autoridad eclesiástica territorial puede permitir el uso de la
lengua vernácula, después que la Sede Apostólica haya aceptado, es decir, aprobado
las Actas:
a) Ante todo, en la proclamación de las lecturas, Epístola y Evangelio, y en la
oración común o de los fieles.
b) Según las circunstancias de los diversos lugares, también en los cantos del
ordinario de la misa, esto es: Kyrie, Gloria, Sanctus-Benedictus y Agnus Dei, y asimismo
en las antífonas del Introito, Ofertorio y Comunión y en los cantos interlec- cionales.
c) Además, en las aclamaciones, saludos y fórmulas de diálogo, en las fórmu las:
Ecce Agnus Dei, Domine non sum dignus y Corpus Christi en la comunión de los fieles, y
en la oración dominical con su monición y embolismo.
Sin embargo, los misales que sirven para el uso litúrgico deberán traer también el
texto latino junto a la traducción vernácula.
58. Es de la competencia exclusiva de la Sede Apostólica conceder el uso de la
lengua vernácula en otras partes de la misa que canta o recita sólo el celebrante.
59. Cuiden con diligencia los pastores de almas que los fieles y, sobre todo, los
miembros de las asociaciones religiosas de laicos puedan recitar conjuntamente o
cantar, también en latín, las partes del ordinario de la misa que les corresponden,
especialmente con melodías sencillas.

VI. Facultad de repetir la comunión el mismo día (Const. art. 55)


60. Los fieles que hayan comulgado en la misa de la Vigilia Pascual y en la noche
de Navidad pueden acercarse de nuevo a comulgar en la segunda misa de Pascua, que
se celebra de día, y en una de las misas que se celebran el día de Navidad.
Capítulo III
LOS DEMÁS SACRAMENTOS
Y LOS SACRAMENTALES

I. Partes que admiten lengua vulgar (Const. art. 63)


61. La competente autoridad territorial puede admitir la lengua vernácula, una vez
aceptadas, es decir, aprobadas, sus actas por la Sede Apostólica:
a) En los ritos del Bautismo, Confirmación, Penitencia, Unción de enfermos y
Matrimonio, sin exceptuar siquiera la fórmula esencial; asimismo en la distribución de la
sagrada comunión.
b) En la colación de las órdenes sagradas: en las alocuciones al principio de cada
orden o consagración, en el examen del obispo electo en la Consagración Episcopal y en
las admoniciones.
c) En los sacramentales.
d) En las exequias.
Pero si en alguna parte pareciera todavía oportuno un uso más amplio de la lengua
vernácula, obsérvese lo que prescribe el artículo 40 de la Constitución.

IL Omisiones en el «Ordo supplendi omissa super baptizatum» (Const. art. 69)


62. En el rito con que se suplen las ceremonias omitidas en el Bautismo de un
niño, rito que se encuentra en el Ritual romano, tít. II. c. 5, omítanse los exorcis mos que
se hallan en los números 6 (Ext ab eo), 10 (Exorcizo te, immunde spiritus; Ergo,
maledicte diabo le) y en el número 15 (Exorcizo te, omnis spiritus).
63. En el rito con que se suplen las ceremonias omitidas en el Bautismo de un
adulto, rito que se encuentra en el Ritual romano, tít. II. c. 6, omítanse los exor cismos
que se hallan en los números 5 (Exi ab eo), 15 (Ergo, maledicte diabole), 17 (Audi,
maledicte Satana), 19 (Exorcizo te; Ergo, maledicte diabole), 21 (Ergo, maledite diabole),
23 (Ergo, maledicte diabole), 25 (Exorcizo te; Ergo, maledicte diabole), 31 (Nec te latet) y
35 (Exi, immunde spiritus).

ni. Confirmación (Const. art. 71)


64. Cuando la Confirmación se confiere dentro de la misa conviene que sea el
mismo obispo quien la celebre, en cuyo caso administrará la Confirmación revestido con
los ornamentos de la misa.
La misa en que se confiere la Confirmación puede ser la del Espíritu Santo, como
votiva de segunda clase.

65. Es de alabar que los confirmandos renueven las promesas del Bautismo
después del Evangelio y de la homilía antes de recibir la Confirmación, conforme al rito
de cada región, a no ser que ya lo hubieren hecho antes de la misa.
66. Si celebra la misa otro sacerdote, conviene que el obispo asista revestido con
los ornamentos prescritos para la Confirmación, que pueden ser, o bien del color del día,
o bien de color blanco. La homilía la pronunciará el mismo obispo, y el celebrante no
continuará la misa sino después de conferida la Confirmación.
67. La Confirmación se administra conforme al rito descrito en el Pontifical
romano; pero a las palabras In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti, que siguen a la
fórmula Signo te, se hará una sola señal de la cruz.

IV. Rito continuado de Unción del enfermos y Viático (Const. art. 74)
68. Cuando se administran a un tiempo la Unción de enfermos y el Viático, de no
existir en el Ritual particular propio un rito continuado, se seguirá el orden siguiente:
hecha la aspersión y recitadas las oraciones de entrada, que se hallan en el ritual de la
Unción, el sacerdote, si es necesario, escuchará la confesión del enfermo, luego
conferirá la Unción, y, finalmente, administrará el Viático, omitiendo la aspersión con sus
fórmulas, el Confíteor y la absolución.
Si se imparte entonces la bendición apostólica con la indulgencia plenaria «in
articulo mortis», se dará ésta inmediatamente antes de la Unción, omitiendo la aspersión
con sus fórmulas, el Confíteor y la absolución.

V. Imposición de manos en la Consagración Episcopal (Const. art. 76)


69. Todos los obispos presentes, revestidos de hábito coral, pueden hacer, en la
Consagración Episcopal, la imposición de las manos. Mas las palabras Accipe Spiritum
Sanctum solamente las pronunciarán el obispo consagrante y los dos obis pos co-
consagrantes.

VI. Rito dei Matrimonio (Const. art. 78)


70. Si no hay una causa justa que lo excuse, el Matrimonio se celebrará dentro de
la misa, después del Evangelio y de la homilía, que jamás deberá omitirse.
71. Siempre que el Matrimonio se celebre dentro de la Misa, incluso en tiempo de
velaciones, se dirá la misa votiva por los esposos o se hará conmemoración de la misma,
según las rúbricas.
72. En cuanto sea posible, celebrará la misa el mismo párroco o el delegado suyo
que asiste al Matrimonio. Si asiste otro sacerdote, el celebrante no continuará la misa
sino después de terminado el rito del Matrimonio.
El sacerdote que sólo asiste al Matrimonio, sin celebrar la misa, se revestirá de
sobrepelliz y estola blanca, e incluso pluvial, según las costumbres locales, y pronunciará
la homilía. Pero la bendición después del Pater noster y la de antes del Placeat tiene que
darla siempre el sacerdote que celebra la misa.
73. Dentro de la misa se impartirá siempre la bendición nupcial, aun en tiempo de
velaciones, y aun cuando uno o ambos cónyuges hayan contraído anteriores nupcias.
74. En la celebración del Matrimonio sin misa:
a) Según el motu proprio Sacram Liturgiam, n. V, se empezará el rito con una
breve admonición, que no es la homilía, sino una simple introducción al rito (Cf. Const.
art. 53, § 3); el sermón u homilía, que debe inspirarse en los textos sagrados (cf. Const.
art. 52), se hará después de la lectura de la Epístola y del Evangelio de la misa por los
esposos, de suerte que el orden de todo el rito es el siguiente: breve adminición, lectura
de la Epístola y Evangelio en lengua vernácula, homilía, celebración del Matrimonio y
bendición nupcial.
b) Para la lectura de la Epístola y del Evangelio de la misa por los esposos, a falta
de un texto en lengua vulgar, aprobado por la competente autoridad territorial, se podrá
utilizar provisionalmente un texto aprobado por el Ordinario del lugar.
c) No hay inconveniente en intercalar algún canto entre la Epístola y el Evangelio.
Asimismo se recomienda vivamente la oración de los fieles, después del rito del
Matrimonio y antes de la bendición nupcial, según fórmula aprobada por el Ordinario del
lugar, en la cual se pida también por los esposos.
d) Al final del rito se dará siempre la bendición a los esposos, incluso en tiempo de
velaciones, y aun cuando uno de ambos cónyuges haya contraído otras nupcias. La
fórmula de bendición es la que se halla en el Ritual romano, tít VIH, cap. 3, a no ser que
en los Rituales particulares haya otra bendición.
75. Si se celebra el Matrimonio cerradas las velaciones, el párroco amonestará a
los esposos que respeten el carácter propio de aquel tiempo litúrgico.

VII. Los Sacramentales (Const. art. 79)


76. En la bendición de las candelas, el 2 de febrero, y de la Ceniza, al principio de
la Cuaresma, se puede decir una sola de las oraciones que se hallan en el Misal
Romano para estas bendiciones.
77. Las bendiciones reservadas hasta el presente, contenidas en el Ritual
Romano, tít. IX, caps. 9, 10 y 11, pueden ser impartidas por cualquier sacerdote,
exceptuando la bendición de una campana para uso de una iglesia bendecida o de un
oratorio (cap. 9, núm. 11), de la primera piedra de una nueva iglesia (cap. 9, núm. 17),
del antimensio (cap. 9, núm. 21) de un nuevo cementerio (cap. 9, núm. 22), y
exceptuadas asimismo las bendiciones papales (cap. 10, núms. 1-3), y la bendición y
erección de las estaciones del Vía Crucis (cap. 11, núm. 1). Todas estas bendiciones
quedan reservadas al obispo.

Capítulo IV
EL OFICIO DIVINO

I. El Oficio divino de los obligados a coro (Const. art. 95)


78. Mientras no se haya efectuado la reforma del Oficio divino:
a) Las comunidades de canónigos, monjes, monjas y demás regulares o religiosos
obligados a coro por derecho o por las Constituciones, además de la misa conventual,
deben celebrar cada día el Oficio entero en el coro.
Cada uno de los miembros de estas Comunidades que tengan órdenes mayores o
hayan hecho profesión solemne, exceptuados los legos, aunque estén legítimamente
dispensados del coro, deben recitar individualmente cada día todas aquellas Horas que
no reciten en coro.
b) Los Cabildos Catedrales y Colegiales, además de la misa conventual, deben
recitar en coro aquellas partes del Oficio divino a las que estén obligados por dere cho
común o particular.
Cada uno de los miembros de estos cabildos, además de las Horas canónicas a las
que están obligados todos los clérigos constituidos en Ordenes mayores (Cf. Const. arts.
96 y 89), deben recitar individualmente aquellas Horas que recita su respectivo cabildo.
c) En los países de misiones, quedando a salvo la disciplina coral establecida por
el derecho para las comunidades religiosas o capitulares, los miembros de tales
comunidades que se hallan legítimamente ausentes del coro por razón de su ministerio
pastoral, pueden gozar de la facultad concedida por el «Motu Proprio» Sacram Uturgiam,
número VI, con la licencia del Ordinario del lugar, pero no del Vicario General o del
delegado.

n. Facultad para dispensar o conmutar el Oficio divino (Const. art. 97)


79. La facultad concedida a todos los Ordinarios para dispensar a sus súbditos, en
casos particulares y con justa causa, de la obligación de recitar todo o parte del Oficio
divino, o para conmutarlo, se extiende asimismo a los Superiores Mayores de las
Religiones clericales no exentas y de las Instituciones de clérigos que viven vida común
sin votos.

ni. Oficios parvos (Const. art. 98)


80. Ningún Oficio parvo puede considerarse estructurado al. modo del Oficio
divino, si no está compuesto de salmos, lecturas, himnos y oraciones, y no tiene en
cuenta las horas del día y el tiempo litúrgico correspondiente.
81. Para hacer oración pública de la Iglesia se pueden utilizar interinamente
aquellos Oficios parvos legítimamente aprobados hasta ahora con tal de que cumplan los
requisitos señalados en el número anterior.
Para que los nuevos Oficios parvos puedan ser utilizados como oración pública de
la Iglesia deben ser aprobados por la Sede Apostólica.
82. La traducción del texto de los Oficios parvos a una lengua vulgar, destina dos a
ser oración pública de la Iglesia, debe ser aprobada por la competente autoridad
eclesiástica; esta decisión tiene que ser aceptada, es decir, confirmada por la Sede
Apostólica.
83. La autoridad competente para conceder el uso de la lengua vulgar en la
recitación del Oficio parvo a los que están obligados a su rezo en virtud de sus
Constituciones, o para dispensar de su recitación o conmutarla, es el Ordinario o
Superior Mayor de cada uno.
IV. Obligación de los miembros de institutos de estado de perfección (Const. art.
99)

84. La obligación de recitar en común el Oficio divino o un Oficio parvo, o una


parte de los mismos, que incumbe a los miembros de los institutos de estado de
perfección en virtud de sus Constituciones, no excluye la facultad de omitir la Hora de
Prima, ni la de elegir entre las demás Horas menores la que mejor corresponda al
momento del día (cfr. «Motu Proprio» Sacram Liturgiam, núm. VI).

V. Lengua que se ha de emplear en la recitación del Oficio divino (Const. art. 101).
85. En la recitación del Oficio divino en coro los clérigos están obligados a usar la
lengua latina.
86. La facultad concedida al Ordinario de permitir el uso de la lengua vulgar, para
casos particulares, a aquellos clérigos para quienes el uso de la lengua latina resulta un
grave impedimento para poder rezar debidamente el Oficio, se extiende asimismo a los
Superiores Mayores de las religiones clericales no exentas y de los institutos áe clérigos
que viven en común sin votos.
87. El grave impediniento que se requiere para otorgar tal concesión hay que
ponderarlo teniendo en cuenta la condición física, moral, intelectual y espiritual del que la
solicite. Sin embargo, esta facultad se concede únicamente para hacer más fácil y devota
la recitación del Oficio divino; con ella no se pretende en modo alguno derogar la
obligación que tiene todo sacerdote de rito latino de aprender la lengua latina.
88. La traducción vernácula de un Oficio divino de otro rito distinto del romano
debe ser preparada y aprobada por los respectivos Ordinarios de aquella lengua, pero,
respecto de los elementos comunes a ambos ritos, debe utilizarse la traducción
aprobada por la autoridad territorial. Todo ello debe proponerse a la confirmación de la
Sede Apostólica.

89. Es preciso que los breviarios que han de utilizar los clérigos a quienes se
concede el uso de la lengua vulgar en la recitación del Oficio divino, según art. 101, § 1,
de la Constitución, contengan también el texto latino, además de la traducción vernácula.

Capítulo V
CONSTRUCCIÓN DE IGLESIAS Y ALTARES
PARA FACILITAR LA PARTICIPACIÓN ACTIVA
DE LOS HELES

1. Disposición de las iglesias


90. Al construir nuevas iglesias, al reconstruirlas o adaptarlas, procúrese con
diligencia que resulten aptas para celebrar las acciones sagradas conforme a su autén -
tica naturaleza, y obtener la participación activa de los fieles (cf. Const. art. 124).

II. El altar mayor


91. Conviene que el altar mayor se censtruya separado de la pared, de modo que
se pueda girar fácilmente en tomo a él y celebrar de cara al pueblo. Y ocupará un lugar
tan importante en el edificio sagrado que sea realmente el centro adonde
espontáneamente conveija la atención de toda la asamblea de los fieles.
Obsérvese lo que prescribe el derecho acerca de la materia con que debe edificarse
y adornarse el altar.
Además, el presbiterio alrededor del altar tendrá tal amplitud que se puedan
desarrollar cómodamente en él los ritos sagrados.

III. La sede del celebrante y de los ministros


92. La sede para el celebrante y los ministros se colocará de tal forma que, según
la estructura de cada iglesia, sea bien visible a los fieles, y el celebrante aparezca
realmente como el presidente de toda la comunidad de los fieles.
No obstante, si la sede del celebrante está situada detrás del altar, hay que evitar la
forma de trono, que es propia únicamente del obispo.

IV. Los altares laterales


93. Los altares laterales serán muy pocos; es más. en cuanto lo permita la
estructura del edificio, es muy conveniente que se coloquen en capillas separadas de
algún modo del cuerpo de la iglesia.

V. Ornato de los altares

94. La cruz y los candelabros que se requieren en el altar para cada una de las
acciones litúrgicas, se pueden colocar también en las proximidades del mismo, a juicio
del Ordinario del lugar.

VI. Reserva de la Eucaristía


95. La sagrada Eucaristía se reservará en un sagrario sólido e inviolable, colocado
en medio del altar mayor o de un altar lateral, pero que sea realmente destacado, o
también según costumbres legítimas, y en casos particulares que deben ser aprobados
por el Ordinario del lugar, en otro sitio de la iglesia, pero que sea verdaderamente muy
noble y esté debidamente adornado.
Se puede celebrar la misa de cara al pueblo, aunque encima del altar mayor haya
el sagrario, en cuyo caso éste será pequeño pero apropiado.

VII. El ambón
96. Conviene que para la proclamación de las lecturas sagradas haya uno o dos
ambones, dispuestos de tal forma que los fieles puedan ver y oír bien al ministro.

VIH. Lugar de la «schola» y del órgano


97. El lugar de la schola y del órgano se situará de tal forma que parezca cla-
ramente que los cantores y el organista forman parte de la asamblea congregada y
puedan desempeñar mejor su ministerio litúrgico.

IX. Lugar de los fieles


98. Téngase especial cuidado en disponer el lugar de los fieles de modo que
puedan ver las celebraciones sagradas y participar debidamente en ellas con su espíritu.
Conviene que normalmente se pongan para su uso bancos o sillas, pero hay que
reprobar la costumbre de reservar asientos a personas privadas, según el artículo 32 de
la Constitución.
Se procurará, además, que los fieles no sólo puedan ver al celebrante y demás
ministros, sino también escucharlos cómodamente, utilizándose para ello los medios
técnicos modernos.

X. El bautisterio
99. En la construcción y ornamentación del bautisterio se procurará con diligencia
que aparezca claramente la dignidad del sacramento del Bautismo,y que eí lugar sea
apto para celebraciones comunitarias (cf. art. 27 de la Const.).

***
Esta Instrucción del «Consilium» para la aplicación de la Constitución sobre
sagrada Liturgia, preparada por mandato de Su Santidad el Papa Pablo VI, la pre sentó a
Su Santidad el eminentísimo señor cardenal Santiago Lercaro, presidente del
«Consilium».
El Santo Padre, después de haberla examinado con la debida atención, con la
ayuda del mencionado «Consilium» y de esta Sagrada Congregación de Ritos, la aprobó
de manera especial en todas y cada una de sus partes, y la confirmó con su autoridad en
audiencia concedida el día 26 de septiembre de 1964 al eminentísimo señor cardenal
Arcadio Larraona, prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, y mandó publicarla
para que sea diligentemente observada por todos aquellos a quienes se refiere, a partir
del día 7 de marzo del año 1965, primer domingo de Cuaresma.

Sin que obste nada en contrario.


Roma, día 26 de septiembre de 1964.
“TRES ABHINC ANNOS”
Segunda Instrucción
de la Sagrada Congregación de Ritos
y del Consilium
para aplicar la “Sacrosanctum Concilium”
(4 de mayo de 1967)

Hace tres años, por medio de la instrucción ínter Oecumenici, publicada por esta
Sagrada Congregación el 26 de septiembre de 1964, se establecieron una serie de
adaptaciones en los sagrados ritos, que, como primicia de la reforma litúrgica prevista
por la Constitución Conciliar sobre la sagrada liturgia, entraron en vigor el 7 de marzo de
1965.
De estas primicias de la reforma se han comenzado a recoger abundantes frutos,
como lo atestiguan numerosas relaciones de obispos, que confirman también que la
participación de los fieles en la sagrada liturgia, y en particular en el santo sacrificio de la
misa, ha aumentado en todas partes, haciéndose más consciente y activa.
Con el fin de fomentar aún más esta participación, y para hacer los ritos sagra dos,
especialmente los de la misa, más claros e inteligibles, los mismos obispos han sugerido
otras adaptaciones, que, presentadas al «Consilium» para la aplicación de la
Constitución sobre la sagrada lituigia, han sido atentamente examinadas y dis cutidas por
el mismo «Consilium» y por esta Sagrada Congregación de Ritos.
Aun cuando no todo lo sugerido se haya podido, al menos por ahora, aceptar, ha
parecido oportuno poner en práctica algunas propuestas, válidas desde el punto de vista
pastoral, y no opuestas a la línea de la próxima reforma litúrgica definitiva, las cuales
sirven para introducir progresivamente la misma reforma, y pueden llevarse a cabo con
simples disposiciones de rúbricas, dejando inalterados los actuales libros litútgicos.
Parece, sin embargo, necesario también, en esta ocasión, recordar un principio
fundamental en la disciplina de la Iglesia, confirmado claramente por la Constitución
sobre la sagrada lituigia, que establece: «Regular la sagrada liturgia compete
únicamente a la autoridad de la Iglesia... Por consiguiente, ningún otro, absoluta* mente,
incluso sacerdote, se atreva, por propia iniciativa, a añadir, quitar o cambiar algo en
materia litúrgica» (art. 22,1, 3).
Los ordinarios, tanto diocesanos como religiosos, tengan presente el grave deber
que les incumbe ante el Señor de vigilar la observancia de esta norma tan importante en
la vida y en la reglamentación de la Iglesia. Y que los ministros sagra* dos y los fieles la
sigan de buen grado.
Lo exige la edificación y el bien espiritual de cada uno; la armonía espiritual y el
buen ejemplo mutuo en una misma comunidad local; el grave deber que incumbe a toda
Iglesia local de cooperar en el bien de toda la Iglesia, especial* mente hoy que todo lo
bueno y lo malo que se realiza en cada comunidad tiene reflejo inmediato en toda la
familia de Dios.
Por tanto, que cada uno tenga presente el consejo del Apóstol: «Dios no es el Dios
del desorden, sino de la paz» (1 Co 14,33).
En el marco de una realización más plena y de un avance progresivo de la re*
forma litúrgica se fijan ahora estas nuevas adaptaciones y estas nuevas variaciones.

I. Elección del formulario de la misa


1. En los días de tercera clase, fuera de la Cuaresma, se puede decir la misa del
oficio del día, o la misa de la conmemoración que se ha hecho en laudes. En esta misa
se puede usar el color del oficio del día según la norma del artículo 323 del Código de las
rúbricas.
2. El leccionario ferial, una vez que sea aprobado por la Conferencia Episco* pal
de cada nación para las misas con asistencia del pueblo, se puede usar también en las
misas sin asistencia de fieles; en este caso las lecturas pueden hacerse tam* bién en
lengua vulgar.
El leccionario ferial se utiliza en algunos días de segunda clase, expresamente
indicados, y en todas las misas de tercera clase del tiempo, o de los santos, o voti* vas,
que, no tengan lecturas estrictamente propias, es decir, lecturas en las que se haga
mención de la persona o del misterio que se celebra.
3. En las ferias «per annum», cuando se celebra la misa de la dominica ante* rior,
en lugar de las oraciones de la dominica se pueden decir: o una de las orado* nes «ad
diversa» existentes en el misal, o las oraciones de una de las misas votivas «ad
diversa», igualmente consignadas en el misal.

II. Las oraciones de la misa


4. En la misa, dígase una sola oración. Sin embargo, bajo una sola conclusión,
añádase a la oración de la misa, según las rúbricas:
a) la oración ritual, (Código de rúbricas (= Cr), núm. 447);
- la oración de la misa votiva impedida en la profesión de religiosos o religio* sas
(rúbrica especial del misal),
- la oración de la misa votiva de los esposos (Cr. núm. 589);
b) la oración de la misa votiva de acción de gracias (Cr. núm. 342 y rub. espec.
del misal);
c) la oración en el aniversario del Sumo Pontífice y del obispo (Cr. núms. 449-450),
d) la oración en el aniversario de la propia ordenación sacerdotal (Cr. núms. 451-
452).
5. Cuando sean más de una las oraciones a decir bajo una sola conclusión,
tómese solamente la más apropiada a la celebración que se realiza.
6. En lugar de la oración imperada, el obispo puede añadir una o varias
intenciones en la oración de los fieles, por intenciones especiales. Asimismo, por decreto
de la competente autoridad territorial, pueden añadirse a la oración de los fieles las
preces por las autoridades civiles, que en distintos lugares y de diversas maneras están
ordenadas, e incluso algunas intenciones peculiares por las necesidades a toda la
nación o a una región.

III. Algunas modificaciones en el «Ordo Missae»


7. El celebrante hace genuflexión solamente: a) cuando llega al altar o cuando
parte de él, si existe sagrario con el Santísimo Sacramento;
b) después de la elevación de la hostia y después de la elevación del cáliz;
c) al final del canon, después de la doxologia;
d) para la comunión, antes de decir Panem celestem accipiam;
e) terminada la comunión de los fieles, después de haber colocado de nuevo en el
sagrario las partículas sobrantes.
Todas las demás genuflexiones se omiten.
8. El celebrante besa el altar solamente al comienzo de la misa, mientras dice la
oración Oramus te. Domine, o cuando sube al altar, si se han omitido las oraciones
iniciales, y al final de la misa, antes de dar la bendición y despedir al pueblo.
Todos los demás besos del altar se omiten.
9. En el ofertorio, después de la oblación del pan y del vino, el celebrante deposita
la patena con la hostia y el cáliz sobre el corporal, omitiendo las señales de la cruz con la
patena y con el cáliz.
La patena, y con ella la hostia encima, se deja sobre el corporal antes y después de
la consagración.
10. En las misas en que participa el pueblo, aunque no sean concelebradas, el
sacerdote puede, cuando resulte oportuno, recitar el canon en voz alta. En las misas
cantadas se pueden cantar aquellas partes del canon que el rito de la concelebración
permite cantar.
11. Durante la recitación del canon, el celebrante:
a) comienza el Te igitur, permaneciendo derecho y con las manos extendidas;
b) realiza un solo signo de la cruz sobre las oblatas: en las palabras benedicas +
haec dona, haec muñera, haec sancta sacrificio ¡Ilibata, en la oración Te igitur. Los
demás signos de la cruz sobre la oblata, se omiten.
12. Después de la consagración, el celebrante puede no juntar el dedo pulgar y el
índice; pero si algún fragmento queda pegado a sus dedos, déjelo caer sobre la patena.
13. El rito de la comunión del sacerdote y de los fieles realícese del modo
siguiente: después de haber dicho Panem caelestem accipiam, el celebrante toma la
hostia y, dirigiéndose hacia el pueblo, la levanta y dice: Ecce Agnus Dei, y repite tres
veces, junto con los fieles. Domine, non sum dignus. Comulga a continuación con la
hostia y el cáliz, omitiendo los signos de la cruz, e inmediatamente después distribuye,
como de ordinario, la comunión a los fieles.
14. Los fieles que el Jueves Santo han comulgado en la misa del Crisma, pueden
recibir de nuevo la comunión en la misa vespertina del mismo día.
15. En la misa con asistencia del pueblo, antes de la «post communio», según
convenga, o bien se puede guardar silencio sagrado durante un breve tiempo, o también
cantar o recitar un salmo o un canto de alabanza, por ejemplo, el salmo 33: Benedicam
Domino; el salmo 150: Laúdate Domino in Sanctuario eius; los cánticos Benedictas est,
Benedicite.
16. Al final de la misa, la bendición del pueblo debe darse inmediatamente antes
de la despedida. El Placeat podrá ser recitado laudablemente por el sacerdote, en
secreto, mientras abandona el altar. Impártase también la bendición en las misas de
difuntos, y despídase al pueblo con la fórmula acostumbrada ¡te, Missa est, a menos que
no se siga la absolución sobre el túmulo; en cuyo caso, dígase Benedicamus Domino,
omítase la bendición y a continuación procédase a la absolución.

IV. Algunos casos particulares


17. En la misa «por los esposos» el celebrante dice las oraciones Propitiare y
Deus qui pote State, no entre el padrenuestro y su embolismo, sino después de la
fracción e inmixtión, antes del Agnus Dei.
Si la misa se celebra en un altar de cara al pueblo, el celebrante, después de la
inmixtión, hecha la genuflexión, se acerca oportunamente a los esposos y recita las
mencionadas oraciones. Al final de las cuales vuelve al altar, hace genuflexión y continúa
la misa como de ordinario.
18. La misa celebrada por un sacerdote invidente o enfermo, que goza del indulto
de misa votiva, se puede regular de esta suerte:
a) el sacerdote dice las oraciones y el prefacio de la misa votiva;
b) otro sacerdote, o un diácono, un lector, o el acólito, lee las lecturas de la misa
del día o del leccionario ferial.
Si sólo están el lector o el acólito, éstos pueden leer también el Evangelio,
omitiendo, sin embaigo, las fórmulas: Munda cor meum, lube domne benedicere y
Dominus sit in corde meo.
El celebrante, antes de la lectura del Evangelio, dice el Dominus vobiscum, y, al
final, besa el libro.
c) la «schola», el pueblo o el lector mismo pueden leer las antífonas del introito,
ofertorio y comunión y los cantos interleccionales.
V, Algunas modificaciones en la celebración del Ofido divino
19. Mientras se realiza la reforma general del Oficio divino, en los días de primera
y segunda clase, que, tienen los maitines de tres nocturnos, se puede recitar un solo
nocturno.
El Te Deum se recita al final de la tercera lectura, según las rúbricas. Durante el
Triduo sacro obsérvense las rúbricas propias del Breviario romano.
20. En la recitación individual, omítanse las absoluciones y las bendiciones antes
de las lecturas, y la conclusión Tu autem, al final de las mismas.
21. En laudes y vísperas, cuando se celebren con la participación del pueblo, en
lugar del capítulo se puede hacer una lectura más amplia de la Sagrada Escri tura,
tomándola, por ejemplo, de maitines o de la misa del día, o del leccionario ferial.
Añadiendo, en su caso, una breve homilía. Antes de la oración se puede hacer también
la oración de los fieles, a menos que siga inmediatamente la misa.
Cuando se inserten estos elementos, se pueden decir tres salmos, de este modo:
en laudes se escoge uno de los tres salmos primeros, haciéndolo seguir del cántico y del
último salmo; en vísperas, se pueden elecir libremente tres de los cinco salmos.
22. Cuando se celebran las completas con asistencia del pueblo, se pueden decir
siempre los salmos del domingo.

VI. Modificaciones en los Oficios de difuntos


23. En los Oficios y Misas de difuntos se puede usar el color morado. Sin
embargo, las Conferencias Episcopales pueden adoptar también otro color litúrgico que
sea conforme con la mentalidad del pueblo, que no ofenda al dolor humano e indique la
esperanza cristiana del misterio pascual.
24. En la absolución al féretro o sobre el túmulo, el responsorio Libera me,
Domine, puede ser sustituido por otros, sacados de maitines de difuntos, es decir: Credo
quod redemptor meus vivit; Qui Lazarus resuscitasti; Memento mei, Deus; Libera me
Domine de viis infemi.

VIL Las vestiduras sagradas


25. Se puede dejar de llevar el manípulo.
26. La aspersión con agua bendita antes de la misa dominical, la bendición y la
imposición de la ceniza al comienzo de la Cuaresma, y la absolución al féretro, se
pueden realizar con la casulla.
27. Todos los concelebrantes deben llevar las vestiduras sagradas prescritas para
la celebración individual (Ritus servandus in concelebratione Missae, núm. 12).

Sin embargo, por causa grave,, por ejemplo, en el caso de un número destacado de
concelebrantes y de falta de ornamentos sagrados, los concelebrantes, a excepción
siempre del celebrante principal, pueden dejar de vestir la casulla, pero nunca pueden
omitir el alba y la estola.

Vm. Uso de la lengua vulgar


28. La autoridad competente territorial, observando cuanto prescribe el artículo
36,3 y 4, de la Constitución sobre la sagrada lituigia, puede establecer que en las
celebraciones litúrgicas con participación del pueblo pueda usarse también la lengua
vulgar:
a) en el canon de la Misa;
b) en todo el rito de las sagradas órdenes;
c) en las lecturas del Oficio divino, incluso en la celebración coral.
Su Santidad el Papa Pablo VI, en la audiencia concedida el 13 de abril de 1967 al
que suscribe, cardenal Arcadio Larraona, prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos,
ha aprobado la presente instrucción en todas y cada una de sus partes y con su
autoridad la ha confirmado, ordenando que fuese publicada y observada por todos
aquellos a quienes corresponde, a partir del día 29 de junio de 1967.

Roma, 4 de mayo de 1967, fiesta de la Ascensión del Señor.


“LITURGICAEINSTAURATIONES”
Tercera Instrucción
de la Sagrada Congregación para el Culto Divino
para aplicar la “Sacrosanctum Concilium”
(5 de septiembre de 1970)

Las reformas litúrgicas efectuadas hasta el presente para aplicar la Constitución


sobre la sagrada liturgia miran de manera principal a la celebración del mis terio
eucarístico. Éste, en efecto, «contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo
en persona, nuestra Pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y que vivifica por el
Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a
ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con él». 9
También la nueva forma de celebraren las asambleas litúrgicas el sacrificio de la
misa patentiza que es el centro de toda la vida de la Iglesia, al que se ordenan las demás
obras; y que el fin de la reforma de los ritos es la promoción de una acción pastoral cuyo
culmen y fuente es la liturgia y la vivencia del misterio pascual de Cristo. 10
Seis años laboriosos de gradual renovación han preparado el paso de la liturgia
anterior a la que hoy se nos ofrece de forma más orgánica y completa después de la
publicación del Ordo Missae y de la Institutio generalis que lo acompaña, con los que
bien puede decirse que se inicia un nuevo camino de grandes perspec tivas para la
pastoral litúrgica. Además, el Ordo Lectionum Missae, recientemente editado, y la gran
abundancia de fórmulas contenidas en el Misal Romano, abren puerta amplia a múltiples
posibilidades de celebración eucarística.

En efecto, la facultad para elegir algunos textos y la flexibilidad de las rúbricas


contribuyen a que la celebración resulte activa, atrayente y de provecho espiritual, al
hacer posible su adaptación a las condiciones de lugar y a la índole y cultura de los fieles,
sin que sea necesario recurrir a propias invenciones y arbitrariedades que rebajarían la

9 Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y vida de


los presbíteros, núm. 5.
10 Cf. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Inter Oecumenici, de 26 de
septiembre de 1964, núms. 5-6.
misma celebración.
El paso a las nuevas formas, dado de forma gradual en atención al conjunto de la
obra pendiente de reforma y, a la vez, a la gran diversidad de circunstancias de los
distintos lugares, ha sido acogido favorablemente por la mayor parte del clero y de los
fieles11 si bien ha tropezado con aisladas resistencias y precipitaciones.
Algunos, preocupados por conservar la antigua tradición, han aceptado de mala
gana la reforma; otros, por el contrario, acuciados por urgencias pastorales, se han
creído en el deber de no esperar a la promulgación de reformas definitivas. De ahí que
llegasen algunos a tomar iniciativas por su cuenta, a composiciones precipitadas y a
veces desacertadas, creaciones y añadiduras o simplificaciones rituales no pocas veces
contrarias a las normas fundamentales de la liturgia. Y de ahí también la desorientación
creada en la conciencia de los fieles y los obstáculos y mayores dificultades que han
originado a la causa misma de la verdadera renovación.
Por estas razones, no pocos Obispos, sacerdotes y laicos han pedido repetidas
veces a la Sede Apostólica que interviniese con su autoridad para mantener y acrecentar
la fecunda y anhelada concordia que es distintivo propio y peculiar de la familia cristiana
cuando se congrega ante Dios.
Lo que no pareció oportuno hacer mientras el Consilium concentraba sus esfuerzos
en sacar adelante la reforma litúrgica, hoy ya resulta factible, teniendo ante los ojos todo
lo que se ha establecido de modo firme y definitivo.
En primer lugar, se impone recurrir a la autoridad de cada uno de los Obispos,
puestos por el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios, 12 ya que ellos son «los
principales dispensadores de los misterios de Dios y, al mismo tiempo, moderadores,
custodios y promotores de toda la vida cristiana en la Iglesia que les ha sido confiada». 13
A ellos, pues, corresponde moderar, dirigir, estimular, corregir en algunos casos e
iluminar siempre la realización de una sana renovación, asegurando al mismo tiempo el
proceder concorde en el pensar de todo el cuerpo eclesial, en unión de caridad, tanto a
nivel diocesano como a nivel nacional y universal.
La labor de los Obispos en este terreno es necesaria y especialmente urgente
debido a que las relaciones entre la lituigia y la fe son tan íntimas que el servicio que se
le preste a la una repercute en la otra.
Ellos, pues, con la cooperación de las Comisiones de liturgia, deben estar pun -
tualmente informados de la situación religiosa y social de los fieles confiados a su
cuidado, de sus necesidades espirituales y del camino más acertado para ayudarlos,
aprovechando todas las posibilidades que ofrecen los nuevos ritos.
Que el Obispo conozca las cosas en debida forma ayuda no poco a los sacerdotes
en su ministerio, que, por supuesto, habrá de realizarse en comunión con la jerarquía 14, y

113 Cf. PABLO VI, Alocución en la audiencia general del día 20 de agosto de 1969:
L'Osservatore Romano (21 de agosto de 1969).
12 Cf. Hch 20,28.
13 Concilio Vaticano II, Decreto Christus Dominus, sobre la función pastoral de los
obispos, núm. 15; cf. Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia,
núm. 22.
14 Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y vida
hasta hace más fácil la obediencia que se les exige para lograr una más perfecta
manifestación del culto y para la santificación de las almas.
Para facilitar a los Obispos el deber de aplicar exactamente las normas litúr gicas,
especialmente las contenidas en la Institutio generalis Missalis Romani y de restablecer
la disciplina y el orden en la celebración eucarística, que ocupa el centro de interés de la
vida eclesial al ser «signo de unidad, vínculo de caridad», 15 ha parecido conveniente traer
a colación los principios y orientaciones siguientes:
1. Las normas recientemente promulgadas han simplificado grandemente las
fórmulas, los gestos y los actos litúrgicos, según el principio de la Constitución sobre la
sagrada liturgia: «Los ritos deben resplandecer con una noble sencillez; deben ser
breves, claros, evitando las repeticiones inútiles; adaptados a la capacidad de los fieles y,
en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones».16 Pero ni siquiera aquí
debe irse más allá de los límites establecidos: equivaldría a despojar a la liturgia de unos
signos venerables y de una belleza que le pertenece, que son necesarios para que el
misterio de salvación pueda actuarse en la comunidad cristiana y ésta, con la debida
catcquesis, pueda captarlo bajo el velo de realidades visibles.
La reforma litúrgica, en efecto, no apunta en modo alguno a la llamada desa-
cralización ni quiere servir a nadie de argumento para lo que denominan algunos
secularización del mundo. Ha de conservarse, por tanto, la dignidad de los ritos, su
gravedad y su carácter sagrado.
La eficacia de las acciones litúrgicas no radica en someter los ritos a frecuen tes
experiencias y renovaciones, ni en tratar de simplificarlos cada vez más, sino en
profundizar mayormente en la palabra de Dios y en el misterio celebrado, que ven
asegurada su presencia si se observan los ritos de la Iglesia y no los que un determinado
sacerdote pudiera establecer fiado de su propio talento.
Téngase presente, además, que las adaptaciones de los sagrados ritos, llevadas a
cabo por la iniciativa privada de un sacerdote, ofenden la dignidad de los fieles y abren
las puertas al individualismo y al personalismo en unas celebraciones sagradas que son
acciones de toda la Iglesia.
En efecto, el ministerio sacerdotal es ministerio de la Iglesia y no puede ser ejercido
sino en la obediencia y comunión con la jerarquía y en el afán de servicio a Dios y a los
hermanos. El carácter jerárquico de la liturgia, su valor sacramental y el respeto debido a
la comunidad de los fieles exigen que el sacerdote cumpla su servicio de culto como
«administrador de los misterios de Dios», 17 sin introducir rito alguno que no esté previsto
y autorizado por los libros litúrgicos.
2. Entre los sagrados textos que se proclaman en la asamblea litúrgica revisten
particular dignidad los libros de la Sagrada Escritura: en ellos Dios habla a su pueblo y

de los presbíteros, núm. 15.


15 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada
liturgia, núm. 47.
16 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada
liturgia, núm. 34.
17 Cf. !Co4,1.
Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio. 18 Por tanto:
a) Téngase en sumo honor la liturgia de la palabra. Nunca se admite sustituirla con
otras lecturas de escritores sagrados o profanos, ni antiguos ni modernos. El fin de la
homilía es hacer comprensible y actual para los fieles la palabra escuchada. Incumbe,
por tanto, al celebrante; y los fieles deben abstenerse de comunicaciones, diálogos y
cosas similares. No está permitido proclamar una sola lectura.
b) La liturgia de la palabra prepara la liturgia eucarística y conduce a ella,
constituyendo ambas un mismo acto de culto. 19 No es lícito, por tanto, separar la una de
la otra, celebrándolas en horas o en sitios diferentes.
Para lograr una acertada conexión entre la liturgia de la palabra y un acto litúr gico o
una parte del Oficio que precedan a la misa, ténganse en cuenta las normas especiales
que los libros litúrgicos ya señalan en la medida que se estima necesaria.
3. Debe tenerse también gran respeto a los textos compuestos por la Iglesia. A
nadie está permitido cambiar, sustituir, quitar o añadir algo a su arbitrio: 20
a) Con particular interés ha de respetarse el Ordinario de la misa. Las fórmulas
que contiene en modo alguno podrán ser alteradas al hacerse las versiones oficia les, ni
siquiera con pretexto del canto de la misa. Algunas partes, el acto penitencial, las
anáforas, las aclamaciones, la bendición final, pueden escogerse entre las varias
fórmulas, según ya se indica en los respectivos lugares.
b) Las antífonas del introito y de la comunión pueden tomarse del Gradual
Romano, del Gradúale Simplex, del Misal Romano y de las colecciones aprobadas por
las Conferencias Episcopales. Éstas, al seleccionar los cantos para la celebración de la
misa, procurarán que sean adecuadas a los tiempos litúigicos, al momento concreto de la
celebración y también a la situación de los fieles que habrán de emplearlos.
c) Por todos los medios deberá fomentarse el canto del pueblo, echando mano
incluso de nuevas formas musicales que respondan a la índole de cada pueblo y al gusto
actual. Las Conferencias Episcopales deberán establecer algún índice de cantos
destinados a las misas para grupos particulares; por ejemplo, para jóvenes y para niños,
teniendo en cuenta que las letras y también la melodía, el ritmo y el uso de instrumentos
estén de acuerdo con la dignidad y el carácter sagrado del lugar y del culto divino.
En efecto, aunque la Iglesia no excluya de la liturgia ningún género de música
sagrada,21 sin embargo no toda música vocal o instrumental puede juzgarse igualmente
apta para alimentar la oración y expresar el misterio de Cristo.
Las composiciones musicales, al estar ordenadas a la celebración del culto divino,
es necesario que posean un fondo espiritual y una calidad de forma 22 que sintonicen con
el contenido interior del acto litúrgico y con la naturaleza de cada una de sus partes, que

18 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada


liturgia, núms. 7 y 33.
19 Cf. Ibid., núm. 56.
20 Cf. Ibid., núm. 22, § 3.
21 Cf. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Musicam sacram, sobre la
música sagrada, de 5 de marzo de 1967, núm. 9; Concilio Vaticano 11, Constitución
Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 116.
22 Cf. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Musicam sacram, sobre la
música sagrada, núm. 4.
no dificulten la participación activa de toda la asamblea 23 y que encaucen la atención y la
afectividad hacia lo que se está realizando.
Corresponde a las Conferencias Episcopales tomar determinaciones más concretas
en esta materia y, a falta de, éstas, al Obispo de la diócesis dentro de su jurisdicción. 24
Procúrese, además, escoger con todo cuidado los instrumentos musicales: sean pocos,
adaptados al lugar y a la índole de la asamblea, favorecedores de la piedad y no muy
estruendosos.
d) Se ha dado amplia posibilidad para elegir las oraciones, sobre todo en los días
feriales per annum, en los que pueden tomarse de cualquiera de las treinta y cuatro
dominicas correspondientes o de las misas ad diversa 25 26 o votivas.
Además, las Conferencias Episcopales pueden valerse, para la traducción de los
textos, de las normas especiales que se les han dado a este respecto en el número 34 de
la Instrucción del Consilium, de fecha de 25 de enero de 1969, sobre la traducción de los
textos litúrgicos a la lengua vulgar para la celebración con el pueblo.”
e) Para las lecturas, además de las señaladas para cada domingo, fiesta o día
ferial, hay algunas otras de las que se puede echar mano en la administración de
sacramentos o en situaciones especiales. Además, en las misas para grupos particulares
está permitido escoger textos especiales más aptos para la celebración, con tal de que se
tomen del Leccionario aprobado. 27
f) En el decurso de la celebración el sacerdote puede dirigirse al pueblo, extre-
mando la brevedad, al principio de la misma, antes de las lecturas, antes del prefa cio y
antes de despedir al pueblo28. Pero se abstendrá de incluir moniciones en la liturgia
eucarística. Las palabras a que nos referimos serán breves y penetrantes, cual
corresponde si han sido pensadas de antemano.
Si fuesen necesarias, además, otras intervenciones, confíense a un moderador de la
asamblea, siempre que se evite cualquier exceso, limitándose a decir lo necesario.
g) Durante la oración de los fieles es conveniente se añada alguna intención
particular de la comunidad local a las generales de la Iglesia, del mundo y de los
necesitados. Evítese el introducir otras intenciones en el memento de los vivos y de los
difuntos, en el canon romano. Dichas intenciones prepárense y escríbanse antes en el
estilo de la oración de los fieles. 29 Su lectura puede confiarse a una o varías personas de
la asamblea.
Todas estas posibilidades, conocidas y usadas inteligentemente, son lo bastante
numerosas y amplias para hacer del todo innecesario el recurso a cualesquiera
invenciones personales. Por tanto, fórmese a los sacerdotes para que, moviéndose con

23 Cf, Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada


liturgia, núms. 119-120.
24 Cf. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Musicam sacram, sobre la
música sagrada, núm. 9.
25 Cf. Ordenación general del Misal Romano, núm. 323.
26 Cf. Notitiae 5 (1969), pp. 9-10; cf. también núms. 21-24: ibid., pp. 7-8.
27 Cf. Sagrada Congregación para el Culto divino, Instrucción Actio pastoralis,
sobre las misas para grupos particulares, de 15 de mayo de 1969, núm. 6, e.
28 Cf. Ordenación general del Misal Romano, núm . 11
29 Cf. Ibid., núms. 45-46.
seguridad dentro de los limites establecidos en la Institutio, puedan preparar su
celebración teniendo en cuenta las situaciones concretas y las necesidades espi rituales
de los fieles.
4. La plegaría eucarística, más que las otras partes de la misa, corresponde
exclusivamente al sacerdote en virtud de su propio ministerio. 30 Está prohibido, por tanto,
que recite alguna de sus partes un ministro de grado inferior, la asamblea o uno de los
fieles. Sería algo ajeno a la naturaleza jerárquica de la liturgia, en la que cada uno debe
hacer todo y sólo lo que le pertenece. 31 La plegaria eucarística, por consiguiente, debe
ser proclamada íntegra y exclusivamente por el sacerdote.
5. El pan para la celebración eucarística es el de trigo y, conforme al uso secu lar
de la Iglesia latina, ácimo.32
Si bien la verdad del signo exige que aparezca como verdadero alimento que se
parte y se divide entre los hermanos, deberá prepararse siempre según la forma
tradicional conforme a lo prescrito por la Ordenación general del Misal Romano, 33 ya se
trate de las hostias pequeñas para la comunión de los fieles, ya de las más grandes, que
se dividirán después en varias partes.
La mayor exigencia de verdad está ligada, más que a la forma del pan, al color, al
gusto y a la consistencia del mismo. Por la reverencia debida al Sacramentó se pondrá
todo cuidado y diligencia en la elaboración del pan eucarístico, de forma que pueda
partirse con dignidad y que no sufra la sensibilidad de los fieles en su manducación.
Evítese del todo un pan con sabor a masa a medio cocer o que se endurezca pronto y ya
no se pueda comer.
Al partir el pan consagrado y al tomar el Cuerpo y la Sangre del Señor, tanto en el
momento de la comunión como al consumir lo que hubiere sobrado después de ésta, se
observará la reverencia máxima que el Sacramento exige. 34
6. Atendiendo al signo, los fieles ven expresada una más perfecta participación
cuando comulgan bajo las dos especies. 35 Esta forma de recibir la comunión es permitida
sólo en los límites establecidos por la Ordenación general del Misal Romano (n. 242), y
según la norma de la Instrucción Sacramentan Communione, de 29 de junio de 1970, de
la Sagrada Congregación para el Culto divino, para una facultad más amplia de dar la
comunión bajo las dos especies.
Por tanto:
a) Los Ordinarios no concedan esta facultad en general, sino determinen con
precisión los casos y la celebración, dentro de los límites establecidos por la Con ferencia
Episcopal. Evítese cuando sea grande el número de los que comulgan. Más aún, los
grupos sean bien determinados, ordenados y homogéneos.
b) Instruyase diligentemente a los fieles antes de ser admitidos a la comunión bajo

30 Cf. Ibid., núm. 10.


31 Cf. Concilio Vaticano 11, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada
liturgia, núm. 28.
32 Cf. Ordenación general del Misal Romano, núm. 282.
33 Cf. Ibid., núm. 283.
34 Cf. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, sobre
el culto del misterio eucarístico, de 25 de mayo de 1967, núm, 48.
35 Cf. Ordenación general del Misal Romano, núm. 240.
las dos especies, para que comprendan profundamente su significado.
c) Cuando la comunión se realiza sumiendo del mismo cáliz, serán sacerdotes,
diáconos o acólitos que hayan recibido el acolitado los que presenten el cáliz a los que
comulgan. En su defecto, el celebrante observará el rito prescrito en el número 245 de la
Ordenación general del Misal Romano.
No se ve admisible que los comulgantes se pasen el cáliz entre sí o que cada uno
se acerque directamente a él para tomar la preciosísima Sangre. En estos casos
prefiérase la comunión por intinción.
d) Distribuir la comunión es oficio, en primer lugar, del sacerdote celebrante, luego
del diácono y, en algunos casos, del acólito. La Santa Sede puede permitir que se
destine para esto a otras personas de prestigio y virtud que hayan recibido el mandato
correspondiente. Quien no haya recibido dicho mandato no puede distribuir la santa
comunión o llevar de un lugar a otro los vasos sagrados con el Santísimo Sacramento.
Respecto al modo de distribuir la sagrada comunión, obsérvese lo esta blecido en la
Ordenación general del Misal Romano, números 244-252 y en la citada Instrucción de 29
de junio de 1970, publicada por esta Sagrada Congregación. Si se concede un modo
distinto del tradicional para distribuir la sagrada comunión, obsérvense las condiciones
establecidas por la Sede Apostólica.
e) Cuando, por falta de sacerdote, especialmente en las misiones, el Obispo
designa, con permiso de la Sede Apostólica, a otras personas, como los catequistas,
para la liturgia de la palabra y para la distribución de la comunión, se abstendrán
totalmente de decir la plegaria eucarística. Si considerasen oportuno leer la narración de
la institución de la Eucaristía, tómenla como lectura en la liturgia de la palabra. En tales
asambleas de fieles, una vez celebrada la liturgia de la palabra, dígase el Padrenuestro y
distribuyase la sagrada comunión según el rito prescrito.
f) Cualquiera que sea el modo escogido, téngase cuidado de distribuir la sagrada
comunión con dignidad, piedad y decoro, evitando el peligro de poco res* peto y teniendo
en cuenta la índole de cada asamblea litúigica, la edad, las condi* ciones y preparación
de los comulgantes.u
7. Según las normas litúrgicas de la Iglesia, no se permite que las mujeres (niñas,
esposas, religiosas) sirvan en el altar, aunque se trate de iglesias, casas, conventos,
colegios e instituciones de mujeres.
Según las normas dadas en esta materia, es lícito a las mujeres:
a) Hacer las lecturas, menos el evangelio. Sírvanse para ello de los medios
modernos de la técnica, de forma que puedan oírlas todos con facilidad. Las Con-
ferencias Episcopales pueden determinar con mayor precisión el lugar adecuado desde
donde las mujeres hayan de proclamar la palabra de Dios dentro de la asamblea litúrgica.
b) Enunciar las intenciones de la oración universal.
c) Dirigir el canto de la asamblea y tocar el óigano u otros instrumentos permitidos.
d) Leer moniciones (didascalias) que ayuden a los fieles a una mejor comprensión
del rito.
e) Desempeñar, en servicio de la asamblea de los fieles, algunas funciones que en
circunstancias análogas se confian generalmente a mujeres, por ejemplo, recibir a los
fieles en la puerta de la iglesia y acomodarlos en los puestos correspondientes, ordenar
sus procesiones, recoger la limosna en. la iglesia. 36 37
8. Especial respeto y cuidado se debe tener con los vasos sagrados, vestiduras y
demás objetos sagrados, Si se ha concedido mayor libertad respecto a su forma y
materia, es precisamente para dar a los diversos pueblos y artistas posibilidad más
amplia de empeñar sus mejores energías en favor del culto sagrado.
Se tendrán presentes estas normas:
a) Los objetos destinados al culto deben ser siempre nobles, duraderos y per-
fectamente acomodados al uso sagrado. 38 No es lícito, por tanto, emplear objetos de uso
común u ordinarios.
b) Los cálices y las patenas antes de usarse deben ser consagrados por el
Obispo, que juzgará si son propios para el empleo a que se destinan.
c) «La vestidura sagrada común para todos los ministros de cualquier grado es el
alba».39 Se desaprueba el abuso de concelebrar solamente con la estola sobre la cogulla
monacal o sobre la simple sotana clerical. Está absolutamente prohibido llevar solamente
la estola sobre el traje civil para celebrar la misa o desempeñar otros actos sagrados,
como imponer las manos durante las ordenaciones, administrar otros sacramentos o
impartir bendiciones.
d) Corresponde a las Conferencias Episcopales decidir si es oportuno escoger
para los objetos sagrados otras materias, además de las tradicionales, debiendo
comunicar a la Sede Apostólica lo que deliberen en esta materia. 40
Por lo que se refiere a la forma de las vestiduras sagradas, las Conferencias
Episcopales pueden determinar y proponer a la Sede Apostólica las adaptaciones que
respondan a las necesidades y costumbres de cada una de las regiones. 41
9. La Eucaristía, normalmente, se celebra en lugar sagrado. 42 43 Sin una verdadera
necesidad, que el Ordinario habrá de juzgar dentro de su jurisdicción, no está permitido
celebrar fuera de la iglesia. Y cuando el Ordinario lo permita, téngase cuidado de escoger
un lugar digno y de que la acción sagrada se realice sobre una mesa apropiada. Si es
posible, no se celebre en comedores o sobre la misma mesa que se emplea para comer.
10. Al implantar la liturgia renovada, los Obispos pongan especial interés en la
disposición estable y digna del lugar sagrado y particularmente del presbiterio, siguiendo
las normas de la Institutio generalis del Misal Romano33 y de la Instruc- ción
Eucharisticum mysterium.44

36 Cf. Sagrada Congregación para el Culto divino, Instrucción Sacramentan


Communione sobre la ampliación de la facultad de administrar la sagrada comunión con
las dos especies, de 29 de junio de 1970, núm. 6.
37 Cf. Ordenación general del Misal Romano, núm. 68.
38 Cf. Ibid., núm. 288.
39 Ibid., núm. 298.
40 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada
liturgia, núm. 128.
41 Cf. Ordenación general del Misal Romano, núm. 304.
42 Cf. Ibid,, núm. 260.
43 Cf. núms. 253-280.
44 Cf. núms. 52-57.
Algunas soluciones adoptadas en estos años de forma provisional tienden a
afianzarse de forma definitiva. Varias de ellas, ya reprobadas por el Consilium, continúan
empleándose, a pesar de ser contrarias al sentido litúrgico, el gusto esté* tico y al
cómodo y digno desarrollo de las sagradas celebraciones. 45
Los planos para construir nuevas iglesias o, tratándose de antiguos monumen* tos,
para proveer a su conservación y a su posible adaptación a las nuevas nece* sidades,
habrán de lograrse con la colaboración de las Comisiones diocesanas de liturgia y arte
sagrado y también, si fuere necesario, consultando con expertos y con las autoridades
civiles.
11. Para poner al alcance de los fieles la liturgia renovada, todavía será necesario
un gran esfuerzo en traducir dignamente y en editar en las lenguas vernáculas los libros
litúrgicos. Habrán de ser traducidos íntegramente y sustituir cualquier otro libro ritual
particular que haya estado en uso anteriormente.
Cuando la Conferencia Episcopal crea necesario u opotuno añadir otras fór mulas o
introducir algunas adaptaciones, hágalo después de obtener la confirmación de la Santa
Sede, haciendo que se impriman con caracteres distintos de los del texto latino original.
En todos estos trabajos será necesario proceder sin prisas, contando con la
colaboración de muchas personas, no sólo teólogos y liturgistas, sino también de
estilistas y literatos, a fin de lograr unas traducciones que, en plena concordancia con la
riqueza interior de su contenido, resulten monumentos literarios de reconocida belleza,
cuya dignidad, categoría, elegancia y riqueza de expresión permitan augurarles largos
años de vigencia.46
Al preparar las ediciones de los libros litúrgicos en lengua vernácula, obsérvese la
norma tradicional de publicarlos sin nombres de autores ni de traductores, ya que los
libros litúrgicos son destinados a la comunidad cristiana y se componen y editan
solamente por orden de la jerarquía y con su autorización, que no depende del
consentimiento de personas privadas: ello sería contrario el ejercicio libre de la autoridad
y a la dignidad de la liturgia.
12. Las experimentaciones en materia litúrgica, cuando son necesarias o se
consideran oportunas, sólo se conceden por esta Sagrada Congregación y por escrito,
con normas precisas y determinadas, y bajo la responsabilidad de la competente
autoridad local.
En lo que toca a la misa, ya no permanecen en vigor las facultades que, con vistas
a la reforma del rito, se habían concedido para hacer experiencias. Tras la publicación del
nuevo Misal, las normas y la forma para la celebración eucarística son las dadas por la
Institutio generalis y por el Ordo Missae.
Las Conferencias Episcopales determinen más en concreto las adaptaciones ya
previstas en los libros litúrgicos, y propónganlas a la Santa Sede para ser confirmadas.
Si fuera necesario aún hacer más amplias adaptaciones, conforme a la norma del

45 Cf. Carta del Emmo. Cardenal G. Lercaro, Presidente del Consilium para la
aplicación de la Constitución sobre la sagrada liturgia, a los presidentes de las Confe-
rencias Episcopales, de 30 de junio de 1965: Notitiae 1 (1965), pp. 261-262.
46 Cf. PABLO VI, Alocución a las Comisiones litúrgicas de Italia, de 7 de febrero de
1969: L’Osservatore Romano (8 de febrero de 1969).
número 40 de la Constitución Sacrosanctum Concilium, la Conferencia Episcopal estudie
atentamente el asunto, tomando en cuenta las tradiciones y la índole del respectivo
pueblo, habida cuenta de sus particulares exigencias pastorales. Si se cree oportuno
hacer alguna experimentación, determínense exactamente sus limites: hágase dicha
experimentación en grupos apropiados, bajo la responsabilidad de personas prudentes,
designadas con especial mandato. No se hagan en grandes celebraciones, ni se les dé
publicidad; sean limitadas en número y no duren más de un año. Después, sométase la
cuestión a la Santa Sede. Mientras llega la respuesta no es lícito iniciar la aplicación de
dichas adaptaciones.
Si se trata de cambiar la estructura de los ritos o la disposición de las partes
previstas en los libros litúrgicos, de introducir algo ajeno a lo tradicional o de insertar
nuevos textos, será necesario presentar a la Santa Sede un esquema detallado antes de
iniciar cualquier experiencia. Este es el proceder que pide y exige la Cons titución
Sacrosanctum Concilium47 y la importancia misma del asunto.
13. Finalmente, téngase presente que la renovación litúrgica, ordenada por el
Concilio, atañe a toda la Iglesia, y ello exige, si se quiere lograr una liturgia viva, sentida y
adaptada, que se la haga objeto de estudio teórico y práctico en reuniones pastorales
orientadas a la formación del pueblo cristiano.
La reforma actual se ha esforzado por evidenciar que la oración litúrgica tiene su
origen en una viva y antiquísima tradición espiritual. Y al ser proclamada, debe aparecer
como la obra de todo el pueblo de Dios, estructurado en sus diversos órdenes y
ministerios,48 porque sólo en esta armonía de todo el conjunto eclesial se ve garantizada
la eficacia y la autenticidad.
Los pastores, muy particularmente, siguiendo con generosa fidelidad las normas y
mandatos de la Iglesia y renunciando con espíritu de fe a inclinaciones a lo particular y a
gustos personales, traten de servir a la liturgia común con su propio ejemplo, preparando,
con el estudio y el esfuerzo inteligente y constante en su tarea de enseñar, la florida
primavera que cabe esperar de una renovación litúrgica atenta a las necesidades
actuales y ajena a formas secularizantes y arbitrarias que no harían sino debilitarla
gravemente.
Esta Instrucción, preparada por la Sagrada Congregación para el Culto divino, por
mandato del Sumo Pontífice, ha sido aprobada el 3 de septiembre del presente año por el
Santo Padre Pablo VI, el cual, confirmándola con su autoridad, ha ordenado que se
publique y observe por todos.

47 Cf. núm. 40.


48 Cf. Ordenación general del Misal Romano, núm. 58.
“VARIETATES LEGITIMAR”
Cuarta Instrucción
de la Congregación para el Culto divino
y la Disciplina de los Sacramentos
para aplicar la “Sacrosanctum Concilium” (nn. 37-40)
(25 de enero de 1994)

INTRODUCCIÓN

1. Desde antiguo se ha admitido en el rito romano una diversidad legítima y


también recientemente ha sido prevista por el Concilio Vaticano II en la Constitución
Sacrosanctum Concilium, especialmente para las misiones.49 “La Iglesia no pretende
imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la
comunidad, ni siquiera en la liturgia**. 50 Por el contrario, habiendo reconocido en el
pasado y en la actualidad diversidad de formas y de familias litúrgicas, considera que tal
diversidad no perjudica su unidad sino que la enriquece. 51
2. En su carta apostólica Vicesimus quintus annus, el papa Juan Pablo II ha
señalado, como un cometido importante para la renovación litúrgica, la tarea de enraizar
la liturgia en las diversas culturas. 52 Esta tarea, prevista en las precedentes Instrucciones
y en los libros litúrgicos, debe proseguir, a la luz de la experiencia, asumiendo, donde sea
necesario, los valores culturales “que puedan armonizarse con el verdadero y auténtico
espíritu litúrgico, respetando la unidad substancial del rito romano expresada en los libros
litúrgicos”.53

Naturaleza de esta Instrucción


3. Por mandato del Sumo Pontífice, la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos ha preparado esta Instrucción en la que se concretizan las
Normas para adaptar la liturgia a la mentalidad y tradiciones de los pueblos, contenidas
en los art. 37-40 de la Constitución Sacrosanctum Concilium; se explican de un modo
más preciso ciertos principios, expresados en términos generales en estos artículos, las
prescripciones son aclaradas de forma más apropiada y, por fin, se determina el orden a
seguir para observarlas, de manera que se pongan en práctica únicamente según estas

49 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 38; cf. también
n. 40,3.
50 Ibid., n. 37.
51 Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Orientalium Ecclesiarum, n. 2; Constitución
Sacrosanctum Concilium, nn. 3 y 4; Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1200-1206,
especialmente nn. 1204-1206.
52 Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Vicesimus quintus annus, 4 diciembre 1988,
n. 16.
53 Ibid.
prescripciones. Mientras los principios teológicos concernientes a las cuestiones de fe e
inculturación tienen todavía necesidad de ser profundizados, ha parecido bien a este
Dicasterio ayudar a los obispos y las Conferencias episcopales a considerar las
adaptaciones ya previstas en los libros litúrgicos o llevarlas a la práctica según el
derecho; a efectuar un examen crítico de lo que se ha podido acordar y, por fin, si la
necesidad pastoral en ciertas culturas urge una forma de adaptación litúrgica, que la
Constitución llama “más profunda” y que al mismo tiempo implica “mayores dificultades”,
a organizar según derecho su uso y práctica de una manera más apropiada.

Observaciones preliminares
4. La Constitución Sacrosanctum Concilium ha hablado de la adaptación de la
liturgia indicando algunas formas.54 Luego, el magisterio de la Iglesia ha utilizado el
término “inculturación” para designar de una forma más precisa “la encamación del
evangelio en las culturas autóctonas y al mismo tiempo la introducción de estas culturas
en la vida de la Iglesia”. 55 “La «inculturación» significa una íntima transformación de los
auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y el enraizamiento del
cristianismo en las diversas culturas humanas”. 56
El cambio de vocabulario se comprende también en el mismo campo de la liturgia.
El término “adaptación”, tomado del lenguaje misionero, hace pensar en modificaciones
sobre todo puntuales y externas. 57 La palabra “inculturación” sirve mejor para indicar un
doble movimiento. “Por la inculturación, la Iglesia encama el evangelio en las diversas
culturas y, al mismo tiempo, ella introduce los pueblos con sus culturas en su propia
comunidad”.58 Por una parte, la penetración del evangelio en un determinado medio
sociocultural “fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y los propios
valores de cada pueblo (...), los consolida, los perfecciona y los restaura en Cristo”. 59 Por
otra, la Iglesia asimila estos valores, en cuanto son compatibles con el evangelio, “para
profundizar mejor el mensaje de Cristo y expresarlo más perfectamente en la celebración
litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de fieles”. 60 Este doble movimiento que
se da en la tarea de la “inculturación” expresa así uno de los componentes del misterio de
la encamación.61
5. La inculturación así entendida tiene su lugar en el culto como en otros campos

54 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 37-40.


55 JUAN PABLO II, Carta encíclica Slavorum Apostoli, 2 junio 1985, n. 21; cf. Discurso a la
asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura, 17 enero 1987, n. 5.
56 JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris missio, 7 diciembre 1990, n. 52.
57 Cf. JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris missio, 7 diciembre 1990, n. 52, y
SÍNODO EPISCOPAL, Relación final Exeunte coetu secundo, 1 diciembre 1985, D 4.
58 JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris missio, 7 diciembre 1990, n. 52.
59 Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 58.
60\21bid.
61 Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 16 octubre 1979,
n. 53.
de la vida de la Iglesia. 62 Constituye uno de los aspectos de la inculturación del
evangelio, que exige una verdadera integración, 63 en la vida de fe de cada pueblo, de los
valores permanentes de una cultura más que de sus expresiones pasajeras. Debe, pues,
ir unida inseparablemente a una acción más vasta, de una pastoral concertada que mire
al conjunto de la condición humana.64
Como todas las formas de la acción evangelizadora, esta tarea compleja y paciente
exige un esfuerzo metódico y progresivo de investigación y de discernimiento. 65 La
inculturación de la vida cristiana y de sus celebraciones litúrgicas, para el conjunto de un
pueblo, sólo podrá ser el fruto de una maduración progresiva en la fe. 66
6. La presente Instrucción tiene en cuenta situaciones muy diversas. En primer
lugar los países de tradición no cristiana, donde el evangelio ha sido anunciado en la
época moderna por misioneros que han llevado al mismo tiempo el rito romano. Resulta
actualmente más claro que “al entrar en contacto con las culturas, la Iglesia debe acoger
todo lo que, en las tradiciones de los pueblos, es compatible con el evangelio, a fin de
comunicarles las riquezas de Cristo y enriquecerse ella misma con la sabiduría

62 Cf. Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium, can. 584 § 2: “Evangelizado


gentium ita fíat, ut sérvala integritate fidei et morum Evangelium se in cultura singulorum
populorum exprímete possit, in catechesi scilicet, in ritibus propriis liturgicis, in arte sacra,
in iure particular! ac demum in tota vita ecclesiali".
63 Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 16 octubre 1979,
n. 53: “... de la evangelización en general, podemos decir que está llamada a llevar la
fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas. (...) Sólo así se podrá
proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto y ayudarles a hacer surgir de
su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento
cristianos”.
64 Cf. JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris missio, 7 diciembre 1990, n. 52:
“La inculturación es un camino lento que acompaña toda la vida misionera y requiere la
aportación de los diversos colaboradores de la misión ad gentes, la de las comunidades
cristianas a medida que se desarrollan”. Discurso a la asamblea Plenaria del Consejo
Pontificio para la Cultura, 17 enero 1987: “Reafirmo con insistencia la necesidad de
movilizar a toda la Iglesia en un esfuerzo creativo por una evangelización renovadora de
las personas y de las culturas. Porque solamente con este esfuerzo la Iglesia estará en
condición de llevar la esperanza de Cristo al seno de las culturas y de las mentalidades
actuales**.
65 Cf. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, Fot et culture á la lumiére de la Bible, 1981; y
COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Documento sobre la fe y la inculturación Commissio
Theologica, 3-8 octubre 1988.
66 Cf. JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos del Zaire, 12 abril 1983, n. 5: “¿Cómo
una fe verdaderamente madura, profunda y convincente, no llegará a expresarse en un
lenguaje, en una catcquesis, en una reflexión teológica, en una oración, en una liturgia,
en un arte, en instituciones que correspondan verdaderamente al alma africana de
vuestros compatriotas? Aquí se encuentra la clave del problema importante y complejo
que vosotros me habéis planteado a propósito de la liturgia para evocar hoy solamente
esto. Un progreso satisfactorio en este campo podrá ser fruto de una maduración
progresiva en la fe, que integre el discernimiento espiritual, la iluminación teológica, el
sentido de la Iglesia universal, en una amplia concertación”.
multiforme de las naciones de la tierra”.67
7. Distinta es la situación de los países de antigua tradición cristiana occidental,
donde la cultura ha sido impregnada a lo largo de los siglos por la fe y la liturgia
expresada por el rito romano. Esto ha facilitado, en estos países, la aceptación de la
reforma litúrgica, de manera que las medidas de adaptación previstas en los libros
litúrgicos deberían ser suficientes, en su conjunto, para dar paso a las legítimas
diversidades locales (cf. más abajo nn. 53-61). En algunos países, sin embargo, donde
coexisten varias culturas, sobre todo a causa de los movimientos de inmigración, hay que
tener en cuenta los problemas particulares que esto plantea (cf. más abajo n. 49).
8. Así mismo, hay que prestar atención a la situación de países de tradición
cristiana o no, en que se ha establecido una cultura que muestra indiferencia o desinterés
por la religión. 68 En estos casos de lo que hay que hablar no es de inculturación de la
Liturgia, pues no se trata aquí de asumir valores religiosos preexistentes
evangelizándolos, sino de insistir en la formación litúrgica 69 y de hallar los medios más
aptos para llegar a la mente y al corazón.

1. EL PROCESO DE LA INCULTURACIÓN
A LO LARGO DE LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
9. Las cuestiones que suscita actualmente la inculturación del rito romano pueden
encontrar alguna aclaración en la historia de la salvación. El proceso de inculturación ya
fue planteado en ella de formas diversas.
Israel conservó a lo largo de su historia la certeza de ser el pueblo elegido por Dios,
testimonio de su acción y de su amor en medio de las naciones. Tomó de los pueblos
vecinos ciertas formas cultuales, pero su fe en el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob
los modificó profundamente, primeramente de sentido y muchas veces de forma, para
celebrar el memorial de las maravillas de Dios en su historia incorporando estos
elementos a su práctica religiosa.
El encuentro del mundo judío con la sabiduría griega dio lugar a una nueva forma
de inculturación: la traducción de la Biblia al griego introdujo la palabra de Dios en un
mundo que le estaba cerrado y originó, bajo la inspiración divina, un enriquecimiento de
las Escrituras.
ÍO. La Ley de Moisés, los profetas y los salmos (cf. Le 24,27 y 44) estaban
destinados a preparar la venida del Hijo de Dios entre los hombres. El Antiguo
Testamento, comprendiendo la vida y la cultura del pueblo de Israel, es, así, historia de
salvación.
Al venir a la tierra, el Hijo de Dios, “nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Ga 4,4), se
ha sometido a las condiciones sociales y culturales del pueblo de la Alianza con los que

67 JUAN PABLO II, Discurso a la asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la
Cultura, 17 enero 1987, n. 5.
68 Cf. JUAN PABLO II, Discurso a las Asamblea plenaria del Consejo Pontificio para
la Cultura, 17 enero 1987, n. 5; cf. también EIUSDEM, Carta apostólica Vicesimus quintas
annus, 4 diciembre 1988, n. 17.
69 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 19 y 35,3.
ha vivido y orado. 70 Al hacerse hombre ha asumido un pueblo, un país y una época, pero
en virtud de la común naturaleza humana, “en cierto modo, se ha unido a todo hombre”. 71
Pues “todos estamos en Cristo y la naturaleza común de la humanidad recibe en él nueva
vida. Por eso se le llama el nuevo Adán”. 72

11. Cristo, que quiso compartir nuestra condición humana (cf. Hb 2,14), murió por
todos, para reunir a los hijos de Dios dispersos (cf. Jn 11,52). Con su muerte hizo caer el
muro de la separación entre los hombres, haciendo de Israel y de las naciones un solo
pueblo. Por la fuerza de su resurrección, atrae a sí a todos los hombres y crea en sí un
solo Hombre nuevo (cf. Ef 2,14-16; Jn 12,32). En él cada uno puede llegar a ser una
criatura nueva, pues un mundo nuevo ha nacido ya (cf. 2Co 5,16-17). En él la tiniebla
deja paso a la luz, las promesas se hacen realidad y todas las aspiraciones religiosas de
la humanidad encuentran su cumplimiento. Por el ofrecimiento de su cuerpo, hecho una
vez por todas (cf. Hb 10,10), Cristo Jesús establece la plenitud del culto en Espíritu y en
verdad en una novedad que deseaba para sus discípulos (cf. Jn 4,23-24).
12. “En Cristo (...) se nos dio la plenitud del culto divino**. 73 En él tenemos el
Sumo Sacerdote por excelencia, tomado de entre los hombres (cf. Hb 5,1-5; 10,19-21),
muerto en la carne, vivificado en el espíritu (cf. 1P 3,18). Cristo Señor, de su nuevo
pueblo hizo “un reino y sacerdotes para Dios, su Padre’’ (cf. Ap 1,6; 5,9-10). 74 Pero antes
de inaugurar con su sangre el misterio pascual, 75 que constituye lo esencial del culto
cristiano, 76 Cristo ha querido instituir la Eucaristía, memorial de su muerte y resurrección,
hasta que vuelva. Aquí se encuentra el principio de la liturgia cristiana y el núcleo de su
forma ritual.
13. En el momento de subir al Padre, Cristo resucitado prometió a sus discípulos
su presencia y les envió a proclamar el evangelio a toda la creación y a hacer discípulos
de todos los pueblos bautizándolos (cf. Mt 28,19; Me 16,15; Hch 1,8). El día de
Pentecostés, la venida del Espíritu Santo creó la nueva comunidad entre los hombres,
reuniéndolos a todos por encima de su mayor signo de división: las lenguas (cf. Hch 2,1-
11). Y las maravillas de Dios serán proclamadas a todos los hombres de toda lengua y
cultura (cf. Hch 10,44-48). Los hombres rescatados por la sangre del Cordero y unidos en
una comunión fraterna (cf. Hch 2,42) son llamados de toda tribu, lengua, pueblo y nación
(cf. Ap 5,9).
14. La fe en Cristo ofrece a todos los pueblos la posibilidad de beneficiarse de la
promesa y de participar en la herencia del pueblo de la Alianza (cf. Ef 3,6) sin renunciar a
su propia cultura. Bajo el impulso del Espíritu Santo, san Pablo, después de san Pedro
(cf. Hch 10), abrió el camino de la Iglesia (cf. Ga 2,2-10) sin circunscribir el evangelio a
los límites de la ley mosaica, sino conservando lo que él había recibido de la tradición

70 Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 10.


71 Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 22.
72 S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, In loannem, 1,14: PG 73, 162C.
73 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 5.
74 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, n. 10.
75 Cf. Misal Romano, Feria VI en la Pasión del Señor, 5: primera oración: “... al
derramar su sangre por nosotros, se adentra en su misterio pascual’*.
76 Cf. PABLO VI, Carta apostólica Mysterii paschalis, 14 febrero 1969.
que procede del Señor (cf. ICo 11,23). Así, desde los primeros tiempos, la Iglesia no ha
exigido a los convertidos no circuncisos “nada más allá de lo necesario**, según la
decisión de la asamblea apostólica de Jerusalén (cf. Hch 15,28).
15. Al reunirse para la fracción del pan el primer día de la semana, que pasó a ser
el día del Señor (cf. Hch 20,7; Ap 1,10), las primeras comunidades cristianas siguieron el
mandato de Jesús que, en el contexto del memorial de la Pascua judía, instituyó el
memorial de su Pasión. En la continuidad de la única historia de la salvación tomaron
espontáneamente formas y textos del culto judío adaptándolos previamente para
expresar la novedad radical del culto cristiano. 77 Así, bajo la inspiración del Espíritu Santo,
se hizo el discernimiento entre lo que podía o debía ser conservado o no de la tradición
cultual judía.
16. La expansión del evangelio en el mundo hizo que surgieran otras formas
rituales en las Iglesias que procedían de la gentilidad, formas influenciadas por otras
tradiciones culturales. Y, siempre bajo la luz del Espíritu Santo, se realizó el adecuado
discernimiento entre los elementos procedentes de culturas “paganas”, para distinguir lo
que era incompatible con el cristianismo y lo que podía ser asumido por él, en armonía,
con la tradición apostólica y en fidelidad al evangelio de la salvación.
17. La creación y el desarrollo de las formas de la celebración cristiana se han
realizado gradualmente según las condiciones locales de las grandes áreas culturales en
que se ha difundido el evangelio. Así se han formado las diversas familias litúrgicas del
Occidente y del Oriente cristiano. Su rico patrimonio conserva fielmente la plenitud de la
tradición cristiana.78 La Iglesia de Occidente ha tomado del patrimonio de las familias
litúrgicas de Oriente algunos elementos para su lituigia. 79 La Iglesia de Roma adoptó en
su liturgia la lengua viva del pueblo, el griego primero, después el latín y, como las demás
Iglesias latinas, aceptó en su culto elementos importantes de la vida social de Occidente
dándoles una significación cristiana. A lo largo de los siglos el rito romano ha demostrado
repetidamente su capacidad de integrar textos, cantos, gestos y ritos de diversa
procedencia 80 y ha sabido adaptarse a las culturas locales en países de misión, 81 aunque
en algunas épocas ha prevalecido la preocupación de la uniformidad litúrgica.
18. El Concilio Vaticano II, ya en tiempos recientes, ha recordado que la Iglesia
“fomenta y asume todas las facultades, al asumirlas, las purifica, fortalece y eleva todas

77 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1096.


78 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1200-1203.
79 Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, nn. 14-15.
80 Textos: cf. la fuentes de las oraciones, de los prefacios y de las plegarias
eucarísticas del Misal Romano. Cantos: por ejemplo, las antífonas del 1 de enero, del
Bautismo del Señor, del 8 de septiembre, los improperios del Viernes Santo, los himnos
de la Liturgia de las Horas. Gestos: por ejemplo, la aspersión, la incensación, la
genuflexión, las manos juntas. Ritos: por ejemplo, la procesión de ramos, la adoración de
la Cruz en el Viernes Santo, las rogativas.
81 Cf. en el pasado S. GREGORIO MAGNO, Epistula ad Mellitum: Reg. XI, 59: CCL
140A, 961-962; JUAN VIH, Bula Industria tua>, 26 junio 880: PL 126,904; SGDA.
CONGREGACIÓN DE PROPAGANDA FIDE, Instrucción a los Vicarios apostólicos de China y de
Indochina (1654): Collectanea S.C. de Propaganda Fide, I, 1, Roma 1907, n. 135;
Instrucción Plañe compertum, 8 diciembre 1939.
las capacidades y riquezas y costumbres de los pueblos en lo que tienen de bueno (...).
Con su trabajo consigue que todo lo bueno que se encuentra sembrado en el corazón y
en la mente de los hombres, y los ritos y culturas de estos pueblos, no sólo no
desaparezca sino que se purifique, se eleve y perfeccione para la gloria de Dios,
confusión del demonio y felicidad del hombre”. 82 De este modo la liturgia de la Iglesia no
debe ser extraña a ningún país, a ningún pueblo, a ninguna persona, y al mismo tiempo
trasciende todo particularismo de raza o nación. Debe ser capaz de expresarse en toda
cultura humana, conservando al mismo tiempo su identidad por la fidelidad a la tradición
recibida del Señor.83
19. La liturgia, como el evangelio, debe respetar las culturas, pero al mismo tiempo
invita a purificarlas y a santificarlas.
Los judíos, al hacerse cristianos, no dejan de ser plenamente fieles al Antiguo
Testamento, que condujo a Jesús, el Mesías de Israel; ellos saben que en él se ha
cumplido la Alianza mosaica, siendo él el Mediador de la Alianza nueva y eterna, sellada
con su sangre derramada en la cruz. Saben también que por su sacrificio único y perfecto
es el Sumo Sacerdote auténtico y el Templo definitivo (cf. Hb 6-10). Inmediatamente
quedan relativizadas prescripciones como la circuncisión (cf. Ga 5,1-6), el sábado (cf. Mt
12,8 y par) 84 y los sacrificios del templo (cf. Hb 10).
De manera más radical, los cristianos venidos del paganismo, al adherirse a Cristo,
tuvieron que renunciar a los ídolos, a las mitologías, a las supersticiones (cf. Hch 19,18-
19; ICo 10,14-22; Col 2,20-22; Un 5,21).
Cualquiera que sea su origen étnico y cultural, los cristianos deben reconocer en la
historia de Israel la promesa, la profecía y la historia de su salvación. Reciben los libros
del Antiguo Testamento lo mismo que los del Nuevo como palabra de Dios. 85 Y aceptan
los signos sacramentales, que no pueden ser plenamente comprendidos sino mediante la
Sagrada Escritura y dentro de la vida de la Iglesia. 86 87
20. Conciliar las renuncias exigidas por la fe en Cristo con la fidelidad a la cultura y
a las tradiciones del pueblo al que pertenecen, fue el reto de los primeros cristianos, en
un espíritu y por razones diferentes según los que procedían del pueblo elegido o eran

82 Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, n. 13 y n. 17.


83 Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 16 octubre 1979,
nn. 52-53; Carta encíclica Redemptoris missio, 7 diciembre 1990, nn. 53-54; Catecismo
de la Iglesia Católica, nn. 1204-1206.
84 Cf. también S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epistula ad Magnesios, 9: Funk 1,199: “Los
que se habían criado en el antiguo orden de cosas vinieron a la novedad de esperanza,
no guardando ya el sábado, sino viviendo según el domingo”.
85 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum, nn. 14-16; Ordo
Lectionum Missae, segunda edición típica, Prenotandos, n. 5: “La Iglesia anuncia el único
e idéntico misterio de Cristo cuando, en la celebración litúrgica, proclama el Antiguo y el
Nuevo Testamento. En efecto, en el Antiguo Testamento está latente el Nuevo, y en el
Nuevo Testamento se hace patente el Antiguo. Cristo es el centro y plenitud de toda la
Escritura, y también de toda celebración litirgica**; Catecismo de la Iglesia Católica, nn.
120-123, 128-130,1093-1095.
86 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1093-1096.
87 JUAN PABLO II, Carta apostólica Vicesimus quintus annus, 4 diciembre 1988, n. 7.
originarios del paganismo. Y lo mismo será para los cristianos de todos los tiempos como
lo atestiguan las palabras de san Pablo: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado:
escándalo para los judíos, necedad para los gentiles” (ICo 1,23).
El discernimiento que se ha efectuado a lo largo de la historia de la Iglesia sigue
siendo necesario para que, a través de la liturgia, la obra de la salvación realizada por
Cristo se perpetúe fielmente en la Iglesia por la fuerza del Espíritu, a través del espacio y
del tiempo, y en las diversas culturas humanas.

II. EXIGENCIAS Y CONDICIONES PREVIAS


PARA LA INCULTURACIÓN LITÚRGICA
a) Exigencias procedentes de la naturaleza de la liturgia
21. Antes de iniciar cualquier proceso de inculturación es preciso tener en cuenta
el espíritu y la naturaleza misma de la liturgia. Esta “es... el lugar privilegiado del
encuentro de los cristianos con Dios y con su enviado. Jesucristo” (cf. Jn 17.3)”.” Es a un
mismo tiempo la acción de Cristo sacerdote y la acción de la Iglesia que es su cuerpo,
pues para llevar a cabo la obra de glorificación de Dios y de santificación de los hombres,
realizada a través de signos sensibles. Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia que. por
él y en el Espíritu Santo, ofrece al Padre el culto que le es debido. 88
22. La naturaleza de la liturgia está íntimamente ligada a la naturaleza de la
Iglesia, hasta el punto de que es sobre todo en la liturgia donde la naturaleza de la Iglesia
se manifiesta.89 Ahora bien, la Iglesia tiene también características específicas que la
distinguen de cualquier otra asamblea o comunidad.

En efecto: la Iglesia no se constituye por una decisión humana, sino que es


convocada por Dios en el Espíritu Santo y responde en la fe a su llamada gratuita
(ekklesia deriva de klesis, “llamada”). Este carácter singular de la Iglesia se manifiesta en
su reunión como pueblo sacerdotal, en primer lugar el día del Señor, en la palabra que
Dios dirige a los suyos y en el ministerio del sacerdote, que por el sacramento del Orden
actúa en la persona de Cristo, Cabeza.90
Porque es católica, la Iglesia sobrepasa las barreras que separan a los hombres:
por el bautismo todos se hacen hijos de Dios y forman en Jesucristo un solo pueblo “en el
que no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres” (Ga
3,28). De esta manera la Iglesia está llamada a reunir a todos los hombres, hablar todas
las lenguas y penetrar todas las culturas.
Finalmente la Iglesia camina en la tierra lejos del Señor (cf. 2Co 5,6): ella lleva la
figura del tiempo presente en sus sacramentos y en sus instituciones, pero tiende a la
bienaventurada esperanza y manifestación de Cristo Jesús (cf. Tt 2,13) 91 Y esto se

88 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 5-7.


89 Cf. ibid., n. 2; JUAN PABLO II, Carta apostólica Vicesimus quintus annus, 4
diciembre 1988, n. 9.
90 Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis, n. 2.
91 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, n. 48; Cons-
titución Sacrosanctum Concilium, nn. 2 y 8.
traduce en el mismo objeto de su oración de petición: aun estando atenta a las
necesidades de los hombres y de la sociedad (cf. ITm 2,1-4), manifiesta que somos
ciudadanos del cielo (cf. Flp 3,20).
23. La Iglesia se alimenta de la palabra de Dios, consignada por escrito en los
libros del Antiguo y el Nuevo Testamento, y, al proclamarla en la liturgia, la acoge como
una presencia de Cristo: “Cuando se lee en la Iglesia las Sagradas Escrituras, es él quien
habla”.92 En la celebración de la liturgia, la palabra de Dios tiene suma importancia, 93 de
modo que la Escritura Santa no puede ser sustituida por ningún otro texto por venerable
que sea.94 La Biblia ofrece así mismo a la liturgia lo esencial de su lenguaje, de sus
signos y de su oración, especialmente en los salmos. 95
24. Siendo la Iglesia fruto del sacrificio de Cristo, la liturgia es siempre la
celebración del misterio pascual de Cristo, glorificación de Dios Padre y santificación del
hombre por la fuerza del Espíritu Santo. 96 El culto cristiano encuentra su expresión más
fundamental cuando cada domingo, por todo el mundo, los cristianos se reúnen en tomo
al altar bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar la Eucaristía: para escuchar
juntos la palabra de Dios y hacer el memorial de la muerte y resurrección de Cristo,
mientras esperan su gloriosa venida.97 En tomo a este núcleo central, el misterio pascual
se actualiza con modalidades específicas en la celebración de cada uno de los
sacramentos de la fe.
25. Toda la vida litúrgica gira alrededor del sacrificio eucarístico en primer lugar y
de los demás sacramentos confiados por Cristo a su Iglesia. 98 Ella tiene el deber de
transmitirlos fielmente y con solicitud a todas las generaciones. En virtud de su autoridad
pastoral, puede disponer lo que pueda resultar útil para el bien de los fieles según las
circunstancias, los tiempos y los lugares. 99 Pero no tiene ningún poder para cambiar lo
que es voluntad de Cristo, que es lo que constituye la parte inmutable de la liturgia. 100
Romper el vínculo que los sacramentos tienen con Cristo que los ha instituido, o con los
hechos fundacionales de la Iglesia, 101 no sería inculturarlos sino vaciarlos de su
contenido.
26. La Iglesia de Cristo se hace presente, significada en un lugar y momento
determinados, por las Iglesias locales o particulares, que en la liturgia la manifiestan en
su verdadera naturaleza.102 Por ello cada Iglesia particular debe estar en comunión con la

92 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 7.


93 Cf. ibid., n. 24.
94 Cf. Ordo Lectionum Missae, segunda edición típica, Prenotandos, n. 12.
95 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2585-2589.
96 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 7.
97 Cf. ibid., nn. 6,47,56, 102, 106; Misal Romano, Ordenación general, nn. 1,7,8.
98 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 6.
99 Cf. Concilio de Trento, Sesión 21, cap. 2: DShdm. 1728; Concilio Vaticano II,
Constitución Sacrosantum Concilium, nn. 48ss, 62ss.
100 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosantum Concilium, n. 21.
101 Cf. SGDA. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración Inter insig-
niores, 15 octubre 1976.
102 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, n. 28; también
n. 26.
Iglesia universal, no sólo en la doctrina de fe y en los signos sacramentales, sino también
en los usos recibidos universalmente de la tradición apostólica ininterrumpida. 103 Así es
con la oración cotidiana,104 la santificación del domingo y el ritmo semanal, la Pascua y el
desarrollo del misterio de Cristo a lo largo del año litúrgico, 105 la práctica de la penitencia y
del ayuno, 106 los sacramentos de la iniciación cristiana, la celebración del memorial del
Señor y la relación entre la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, el perdón de los
pecados, el ministerio ordenado, el matrimonio, la unción de los enfermos.
27. En la liturgia, la Iglesia expresa su fe de una forma simbólica y comunitaria;
esto explica la exigencia de una legislación que acompañe la organización del culto, la
redacción de los textos, la ejecución de los ritos. 107 108 Y así mismo justiñca el carácter
obligatorio de esta legislación a lo laigo de los siglos hasta el presente, para asegurar la
ortodoxia del culto, es decir, no solamente para evitar los errores, sino para transmitir la
fe en su integridad, pues la “ley de la oración’’ (lex orandi) de la Iglesia corresponde a su
“ley de la fe” (lex credendi).^
Cualquiera que sea el grado de inculturación, la liturgia no puede prescindir de
alguna forma de legislación y de vigilancia permanente por parte de quienes han recibido
esta responsabilidad en la Iglesia: la Sede Apostólica y, según las normas del derecho,
las Conferencias episcopales para un determinado territorio y el obispo para su
diócesis.109

b) Condiciones previas a la inculturación de la liturgia

28. La tradición misionera de la Iglesia siempre ha intentado evangelizar a los


hombres en su propia lengua. En ocasiones han sido precisamente los primeros
misioneros de un país los que han fijado por escrito lenguas que hasta entonces habían
sido solamente orales. Y justamente, es a través de la lengua materna, vehículo de la
mentalidad y de la cultura, como se llega a comprender el alma de un pueblo, formar en

103 Cf. S. IRENEO, Adversus haereses, III, 2,1-3; 3,1-2: Sources Chrétiennes, 211,
24-31; Cf. S. AGUSTÍN, Epistula ad ¡anuarium, 54, 1 (PL 33, 200): “Las tradiones no
testimoniadas por la Escritura que guardamos y son observadas en todo el mundo, se
deben considerar como recomendadas o establecidas o por los mismos Apóstoles o de
los concilios, cuya autoridad es muy útil para la Iglesia...**; JUAN PABLO II, Carta encíclica
Redemptoris missio, 7 diciembre 1990, nn. 53-54; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE
LA FE, Carta a los Obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia
ententida como comunión Communionis notio, 28 mayo 1992, nn. 7-10.
104 Cf. Concilio Vaticano 11, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 83.
105 Cf. ibid., nn. 102, 106 y Apéndice.
106 Cf. PABLO VI, Constitución apostólica Ptenitemini, 17 febrero 1966.
107 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 22; 26; 28;
40,3 y 128; Código de Derecho Canónico, can. 2 y siguientes
108 Cf. Misal Romano, Ordenación general, Proemio, n. 2; PABLO VI, Discursos al
Consilium para la aplicación de la Constitución sobre la sagrada liturgia, 13 octubre 1966
y 14 octubre 1968.
109 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 22; 36,3 y 4;
40, 1 y 2; 44-46; Código de Derecho Canónico, can. 447ss y 838.
él el espíritu cristiano y permitirle una participación más profunda en la oración de la
Iglesia. 110
Después de la primera evangelización, en las celebraciones litúrgicas es de gran
utilidad para el pueblo la proclamación de la palabra de Dios en la lengua del país. La
traducción de la Biblia, o al menos de los textos bíblicos utilizados en la liturgia, es
necesariamente el comienzo del proceso de inculturación litúrgica. 111
Para que la recepción de la palabra de Dios sea precisa y fructuosa, “hay que
fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua la venerable
tradición de los ritos tanto orientales como los occidentales*'. 112 Así la inculturación de la
liturgia supone ante todo una apropiación de la Sagrada Escritura por parte de la misma
cultura.113
29. La diversidad de situaciones eclesiales tiene también su importancia para
determinar el grado necesario de inculturación litúrgica. Es muy distinta la situación de
países evangelizados desde hace siglos y en los que la fe cristiana continúa estando
presente en la cultura, y la de aquellos en los que la evangelización es más reciente o no
ha penetrado profundamente en las realidades culturales. 114 También es diferente la
situación de una Iglesia en donde los cristianos son una minoría respecto del resto de la
población. Más compleja es la situación de los países en los que se da un pluralismo
cultural y lingüístico. Será preciso hacer una cuidadosa evaluación de la situación para
encontrar el camino adecuado y lograr soluciones satisfactorias.
30. Para preparar una inculturación de los ritos, las Conferencias episcopales
deberán contar con personas expertas tanto en la tradición litúrgica del rito romano como
en el conocimiento de los valores culturales locales. Hay que hacer estudios previos de
carácter histórico, antropológico, exegético y teológico. Además, hay que confrontarlos
con la experiencia pastoral del clero local, especialmente el autóctono. 115 El criterio de los
“sabios” del país, cuya sabiduría se ha iluminado con la luz del evangelio, será también
muy valioso. Asimismo la inculturación tendrá que satisfacer las exigencias de la cultura
tradicional, aun teniendo en cuenta las poblaciones de cultura urbana e industrial. 116

c) Responsabilidad de la Conferencia Episcopal


31. Tratándose de culturas locales, se explica por qué la Constitución
Sacrosanctum Concilium pide sobre este punto la intervención “de las componentes

110 Cf. JUAN PABLO II, Carta enciclica Redemptoris missio, 7 diciembre 1990 n. 53.
111 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 35 y 36,2-3;
Código de Derecho Canónico, can. 825,1.
112 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 24.
113 Cf. ibid; JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 16 octubre
1979, n. 55.
114 Por eso la Constitución Sacrosanctum Concilium advierte claramente en los nn.
38 y 40: “sobre todo en misiones”.
115 Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, nn. 16 y 17.
116 Cf. ibid, n. 19.
asambleas territoriales de Obispos legítimamente constituidas”. 117 A este respecto, las
Conferencias episcopales deben considerar “con atención y prudencia los elementos que
pueden tomarse de las tradiciones y genio de cada pueblo para incorporarlos
oportunamente al culto divino”. 118 Se podrá algunas veces admitir “todo aquello que en
las costumbres de los pueblos no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y
errores (...), con tal que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu
litúrgico”.119
32. A las Conferencias episcopales corresponde juzgar si la introducción en la
liturgia, según el procedimiento que se indicará más adelante (cf. más abajo nn. 62 y
65*69), de elementos tomados de las costumbres sociales o religiosas, vivas aún en la
cultura de los pueblos, puede enriquecer la comprensión de las acciones litútgicas sin
provocar repercusiones desfavorables para la fe y la piedad de los fieles. Y en todo caso,
velarán para que los fieles no vean en la introducción de estos elementos la vuelta a una
situación anterior a la evangelización (cf. más abajo n. 47).
Y siempre que se consideren necesarios ciertos cambios en los ritos o en los textos,
es importante adaptarlos al conjunto de la vida litúrgica y, antes de llevarlos a la práctica,
presentarlos primero al clero y después a los fieles, de manera que se evite el peligro de
perturbarlos sin una razón proporcionada (cf. más abajo nn. 46 y 69).

III. PRINCIPIOS Y NORMAS PRÁCTICAS


PARA LA INCULTURACIÓN DEL RITO ROMANO
33. Las Iglesias particulares, sobre todo las Iglesias jóvenes, ahondando en el
patrimonio litúrgico recibido de la Iglesia romana que les dio el origen, serán capaces de
encontrar formas apropiadas de su patrimonio cultural, según la utilidad o la necesidad,
para integrarlas en el rito romano.
Una formación litúrgica, tanto de los fieles como del clero, tal como lo exige la
Constitución Sacrosanctum Concilium, 120 debería permitir que se comprenda el sentido
de los textos y de los ritos que se contienen en los libros litúrgicos actuales, y de este
modo evitar los cambios o las supresiones en lo que procede de la tradición del rito
romana

a) Principios generales
34. En el estudio y en la realización de la inculturación del rito romano se ha de
tener en cuenta: 1. la finalidad propia de la inculturación; 2. la unidad substancial del rito
romano; 3. la autoridad competente.
35. La finalidad que debe guiar una inculturación del rito romano es la misma que
el Concilio Vaticano II ha puesto como fundamento de la restauración general de la
liturgia: “ordenar los textos y los ritos de manera que expresen con mayor claridad las

117 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 22,2; cf. ibid, nn.
39 y 40,1 y 2; Código de Derecho Canónico, cann. 447-448ss.
118 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum, Concilium, n. 40.
119 Ibid., n. 37.
120 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 14-19.
cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas
fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y
comunitaria”.121
Es importante así mismo, que los ritos “sean adaptados a la capacidad de los fieles,
y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones”. 122 teniendo en cuenta
siempre la naturaleza de la misma liturgia, el carácter bíblico y tradicional de su
estructura y de su forma de expresión, tal como se ha indicado más arriba (nn. 21-27).
36. El proceso de inculturación se hará conservando la unidad substancial del rito
romano.123 Esta unidad se encuentra expresada actualmente en los libros litúrgicos
típicos publicados bajo la autoridad del Sumo Pontífice, y en los correspondientes libros
litúrgicos aprobados por las Conferencias episcopales para sus respectivos países y
confirmados por la Sede Apostólica. 124 El estudio de la inculturación no debe pretender la
formación de nuevas familias de ritos; al adecuarse a las necesidades de una
determinada cultura, lo que se intenta es que las nuevas adaptaciones formen parte
también del rito romano.125
37. Las adaptaciones del rito romano, también en el campo de la inculturación,
dependen únicamente de la autoridad de la Iglesia. Autoridad que reside en la Sede
Apostólica, la ejerce por medio de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos; 126 y, en los límites fijados por el derecho, en las Conferencias
episcopales,127 y el obispo diocesano.128 “Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o
cambie cosa alguna por iniciativa propia en la liturgia’*. 129 La inculturación, por tanto, no
está dejada a la iniciativa personal de los celebrantes, o a la iniciativa colectiva de la

12113 Ibid., n. 21.


122 Ibid., n. 34.
123 Cf. ibid., nn. 37-40.
124 Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Vicesimus quintus annus, 4 diciembre 1988,
n. 16.
125 Cf. JUAN PABLO II, Discurso a la asamblea Plenaria de la Congregación para el
Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos, 26 enero 1991, n. 3: “El sentido de tal
indicación no es proponer a las Iglesias particulares el inicio de un nuevo trabajo después
de la aplicación de la reforma litúrgica y que consistiría en la adaptación o la
inculturación. Ni siquiera se debe entender la inculturación como creación de ritos
alternativos (...). Se trata, por tanto, de colaborar para que el rito romano, manteniendo su
propia identidad, pueda recibir las oportunas adaptaciones”.
126 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 22,1; Código
de Derecho Canónico, cann. 838,1 y 2; JUAN PABLO II, Constitución apostólica Pastor
Bonus, 28 junio 1988, nn. 62; 64,3; Carta apostólica Vicesimus quintus annus, 4
diciembre 1988, n. 19.
127 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum. Concilium, n. 22,2 y
Código de Derecho Canónico, can. 447ss y 838,3; JUAN PABLO II, Carta apostólica
Vicesimus quintus annus, 4 diciembre 1988, n. 20.
128 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 22,1 y Código
de Derecho Canónico, can. 838,1 y 4; JUAN PABLO II, Carta apostólica Vicésimas quintus
annus, 4 diciembre 1988, n. 21.
129 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 22,3
asamblea.130
Así mismo, las concesiones hechas a una región determinada no pueden ser
extendidas a otras regiones sin la autorización requerida, aunque una Conferencia
episcopal considere que tiene razones suficientes para adoptarlas en su propio país.

b) Lo que puede ser adaptado


38. En el análisis de una acción litúrgica en vista de su inculturación, es preciso
considerar también el valor tradicional de los elementos de esa acción, en particular su
origen bíblico o patrístico (cf. nn. 21-26) porque no basta distinguir entre lo que puede
cambiar y lo que es inmutable.
39. El lenguaje, principal medio de comunicación entre los hombres, en las
celebraciones litúrgicas tiene por objeto anunciar a los fieles la buena nueva de la
salvación 131 y expresar la oración de la Iglesia al Señor. También debe manifestar, con la
verdad de la fe, la grandeza y la santidad de los misterios celebrados.
Habrá que examinar, por tanto, atentamente qué elementos del lenguaje del pueblo
será conveniente introducir en las celebraciones litúrgicas y, en particular, si será
oportuno o contraindicado emplear expresiones provenientes de religiones no cristianas.
Así mismo será importante tener en cuenta los diversos géneros literarios empleados en
la liturgia: textos bíblicos proclamados, oraciones presidenciales, salmodia,
aclamaciones, respuestas, responsorios, himnos, oración litánica.
40. La música y el canto, que expresan el alma de un pueblo, tienen un lugar
privilegiado en la liturgia. Se debe, pues, fomentar el canto, en primer lugar, de los textos
litúrgicos, para que las voces de los fieles puedan hacerse oir en las mismas acciones
litúrgicas. 132 “Como en ciertas regiones, principalmente en las misiones, hay pueblos con
tradición musical propia que tiene mucha importancia en su vida religiosa y social, dése a
esta música la debida estima y el lugar correspondiente no sólo al fomentar su sentido

130 La situación es diversa cuando los libros litúrgicos, editados después de la


Constitución litúrgica del Vaticano II, preveen en los Prenotandos y las rúbricas cambios y
posibilidades de elección dejados al juicio pastoral del que preside, cuando se dice por
ejemplo: “es oportuno’*, “con estas o semejantes palabras**, “se puede*’, “o ... o*’, “es
conveniente**, “habitualmente**, “se escoja la forma más adaptada**. El presidente, al
escoger una de las posibilidades, debe buscar sobre todo el bien de la asamblea,
teniendo en cuenta su formación espiritual y la mentalidad de los participantes más que
las preferencias personales o lo más fácil. Para las celebraciones de grupos particulares
existen ciertas posibilidades de elección. Es necesaria la prudencia y el discernimiento
para evitar la división de la Iglesia local en “pequeñas iglesias**, o “capillitas” cerradas en
sí mismas.
131 Cf. Código de Derecho Canónico, cann. 762-772, especialmente 769.
132 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 118; tam-
religioso, sino también al acomodar el culto a su idiosincracia”. 133 134 135
Se tendrá en cuenta que un texto cantado se memoriza mejor que un texto leído, lo
que exige mayor esmero en cuidar la inspiración bíblica y litúrgica, y también la calidad
literaria de los textos de los cantos.
En el culto divino se podrán admitir las formas musicales, las melodías, los
instrumentos de música “siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado,
convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles”.
136

41. Siendo la liturgia una acción, los gestos y actitudes tienen una especial
importancia. Entre éstos, los que pertenecen a los ritos esenciales de los sacramentos,
necesarios para su validez, deben ser conservados como han sido aprobados y
determinados por sólo la autoridad suprema de la Iglesia. 137
Los gestos y actitudes del sacerdote celebrante deben expresar su función propia:
preside la asamblea en la persona de Cristo.138
Los gestos y actitudes de la asamblea, en cuanto signos de comunidad y de unidad,
favorecen la participación activa expresando y desarrollando al mismo tiempo la
unanimidad de todos los participantes. 139 Se deberán elegir, en la cultura del país, los
gestos y actitudes corporales que expresen la situación del hombre ante Dios, dándoles
una significación cristiana, en correspondencia, si es posible, con los gestos y actitudes
de origen bíblico.
42. En algunos pueblos el canto se acompaña espontáneamente con batir de
manos, balanceos rítmicos, o movimientos de danza de los participantes. Tales formas
de expresión corporal pueden tener lugar en las acciones litúrgicas de esos pueblos a
condición de que sean siempre la expresión de una verdadera y común oración de
adoración, de alabanza, de ofrenda o de súplica y no un simple espectáculo.
43. La celebración litúrgica se enriquece por la aportación del arte, que ayuda a
los fieles a celebrar, a encontrarse con Dios, a orar. Por tanto. también el arte debe tener
libertad para expresarse en las Iglesias de todos los pueblos y naciones, siempre que
contribuya a la belleza de los edificios y de los ritos litúrgicos con el respeto y el honor
que les son debidos 140 y que sea verdaderamente significativo en la vida y en la tradición
del pueblo. Lo mismo se ha de decir por lo que respecta a la forma, disposición y

133bién n. 54: Aunque se dé la conveniente importancia a la lengua vernácula de cada


134lugar en relación a los cantos, también es conveniente “que los fieles sepan recitar o
cantar al mismo tiempo, también en latin, algunas de las partes del Ordinario de la Misa”,
principalmente la oración dominical o “Padre nuestro”; cf. Misal Romano, Ordenación
general, n. 19.
135 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 119.
136 Ibid,, n. 120.
137 Cf. Código de Derecho Canónico, can. 841.
138 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 33; Código de
Derecho Canónico, can. 899,2.
139 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 30.
140 Cf. ibid., nn. 123-124; Código de Derecho Canónico, can. 1216.
decoración del altar,141 al lugar de la proclamación de la palabra de Dios 142 y del
bautismo, 143 al mobiliario, a los vasos, a las vestiduras y a los colores litúrgicos, “con tal
que todo responda de una manera adecuada al uso sagrado para el que se destinan”. 144
Se dará preferencia a las materias, formas y colores familiares en el país.
44. La Constitución Sacrosanctum Concilium ha mantenido firmemente la práctica
constante de la Iglesia de proponer a la veneración de los fieles imágenes de Cristo, de la
Viigen María y de los Santos, 145 pues “el honor dado a la imagen pasa a la persona”. 146
En cada cultura los creyentes deben ser ayudados en su oración y su vida espiritual por
las obras artísticas que intentan expresar el misterio según el genio del pueblo.
45. Junto a las celebraciones litúrgicas, y en relación con ellas, las diversas
Iglesias particulares tienen sus propias expresiones de piedad popular. Introducidas a
veces por los misioneros en el momento de la primera evangelización, se desenvuelven
con frecuencia según las costumbres locales.
La introducción de prácticas de devoción en las celebraciones litúrgicas no puede
admitirse como una forma de inculturación “porque, por su naturaleza, (la liturgia) está
por encima de ellas”.147
Corresponde al ordinario del lugar 148 organizar tales manifestaciones de piedad,
fomentarlas en su papel de ayuda para la vida y la fe de los cristianos, y purificarlas
cuando sea necesario, pues siempre tienen necesidad de ser evangelizadas. 149 El
ordinario debe cuidar también de que no suplanten a las celebraciones litúrgicas ni se
mezclen con ellas.150
b) La prudencia necesaria
46. “No se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta
de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se
desarrollen, por decirlo así, orgánicamente, a partir de las ya existentes’’. 151 Esta norma,
dada por la Constitución Sacrosanctum Concilium con vistas a la reforma de la Litui^ia, se
aplica también, guardada la debida proporción, a la inculturación del rito romano. En este
terreno, la pedagogía y el tiempo son necesarios para evitar los fenómenos de rechazo o
de crispación de las formas anteriores.

141 Cf. Misal Romano, Ordenación general, nn. 259-270; Código de Derecho
Canónico, cann. 1235-1239, especialmente 1236.
142 Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 272.
143 Cf. Bendicional, Bendición del baptisterio o de la nueva pila bautismal, nn. 933-
938.
144 Cf. Misal Romano, Ordenación general, nn. 287-310.
145 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 125; Cons-
titución dogmática Lumen gentium, n. 67; Código de Derecho Canónico, can. 1188.
146 CONC. ECUM. DE NICEA II: DSchónm. 601; cf. S. BASILIO, De Spiritu Sancto,
XVIII, 45: PG 32,149C; Sources Chrétiennes 17,194.
147 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 13.
148 Código de Derecho Canónico, can. 839,2.
149 Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Vicesimus quintus annus, 4 diciembre 1988,
n. 18.
150lOOCf./W
151 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 23.
47. Siendo la liturgia una expresión de la fe y de la vida cristiana, hay que vigilar
que su inculturación no sea ni dé la impresión del sincretismo religioso. Ello podría
suceder si los lugares, los objetos de culto, los vestidos litúrgicos, los gestos y las
actitudes dan a entender que, en las celebraciones cristianas, ciertos ritos conservan el
mismo significado que antes de la evangelización. Aún sería peor el sincretismo religioso
si se pretendiera reemplazar las lecturas y cantos bíblicos (cf. más arriba n. 23) o las
oraciones por textos tomados de otras religiones, aun teniendo éstos un valor religioso y
moral innegables. 152
48. La admisión de ritos o gestos habituales en los rituales de la iniciación
cristiana, del matrimonio y de las exequias es un etapa de la inculturación ya indicada en
la Constitución Sacrosanctum Concilium. 153 En ellos la verdad del rito cristiano y la
expresión de la fe pueden resultar fácilmente oscurecidos a los ojos de los fieles. La
recepción de los usos tradicionales debe ir acompañada de una purificación y, donde sea
preciso, incluso de una ruptura. Lo mismo se ha de decir, por ejemplo, de una eventual
cristianización de fiestas paganas o de lugares sagrados, de la atribución al sacerdote de
signos de autoridad reservados al jefe en la sociedad, o de la veneración de los
antepasados. Es preciso evitar cualquier ambigüedad en todos los casos. Con mayor
razón la liturgia cristiana no puede en absoluto acoger ritos de magia, de superstición, de
espiritismo, de venganza o que tengan connotaciones sexuales.
49. En algunos países coexisten distintas culturas que a veces se compenetran
hasta formar una cultura nueva y otras veces tienden a diferenciarse más y aún a
oponerse mutuamente para mejor afirmar su propia identidad. Puede suceder también
que algunas costumbres no tengan más que un interés folklórico. Las Conferencias
episcopales examinarán con atención la situación concreta en cada caso; respetarán las
riquezas de cada cultura, y a quienes la defienden, sin ignorar ni descuidar una cultura
minoritaria o que les resulte menos familiar; calcularán también los riesgos de las
comunidades cristianas de cerrarse entre sí o de utilizar la inculturación litúrgica con fines
políticos. En los países de cultura consuetudinaria, de usos tradicionales, se tendrán en
cuenta los diversos grados de modernización de los pueblos.
50. A veces son varias las lenguas de un país, de modo que cada uno sólo se
habla por un grupo restringido de personas o en una tribu. En tales casos habrá que
encontrar el equilibrio que respete los derechos de cada grupo o tribu sin llevar por esto
al extremo la particularidad de las celebraciones litúrgicas. A veces habrá que atender a
una posible evolución del país hacia una lengua principal.
51. Para promover la inculturación litúrgica en un ámbito cultural más vasto que un
país, se necesita que las Conferencias episcopales interesadas se pongan de acuerdo y
decidan en común las disposiciones que se han de tomar para que “en cuanto sea

152 JUAN PABLO II, Carta apostólica Dominicae cenae, 24 febrero 1980, n. 10:
“Estos textos pueden ser utilizados provechosamente en las homilías. Efectivamente ...
es propio de la homilía, entre otras cosas, demostrar la convergencia entre la sabi duría
divina revelada y el noble pensamiento humano, que por distintos caminos busca la
verdad”.
153 Cf. nn. 65,77, 81; Ritual de la iniciación cristiana de adultos, Prenotandos, nn.
30-31, 79-81, 88-89; Ritual del matrimonio, segunda edición típica, Prenotandos, nn. 41-
44; Ritual de las exequias, Prenotandos, nn. 21-22.
posible, evítense también las diferencias notables de ritos entre territorios contiguos”. 154

IV. EL ÁMBITO DE LAS ADAPTACIONES


EN EL RITO ROMANO

52. La Constitución Sacrosanctum Concilium tenía presente una inculturación del


Rito romano al decretar las Normas para adaptar la liturgia a la mentalidad y tradiciones
de los pueblos, al prever medidas de adaptación en los mismos libros litúrgicos (cf. más
abajo nn. 53-61), y al permitir en ciertos casos, especialmente en los países de misión,
adaptaciones más profundas (cf. más abajo, nn. 63-64).

a) Adaptaciones previstas en los libros litúrgicos


53. La primera medida de inculturación y la más notable es la traducción de los
textos litúrgicos a la lengua del pueblo.155 Las traducciones y, en su caso, la revisión de
las mismas se harán según las indicaciones dadas a este

respecto por la Sede Apostólica.156 Atendiendo cuidadosamente a los diversos géneros


literarios y al contenido de los textos de la edición típica latina, la traducción deberá ser
comprensible para los participantes (cf. también más arriba n. 39), ser apropiada para la
proclamación y para el canto así como para las respuestas y las aclamaciones de la
asamblea.
Aunque todos los pueblos, aun los más sencillos, tienen una lengua religiosa capaz
de expresar la oración, el lenguaje litúrgico tiene sus características propias: está
impregnado profundamente de la Biblia; algunas palabras del latín corriente (memoria,
sacramentum) han tomado otro sentido para expresar la fe cristiana; hay palabras del
lenguaje cristiano que pueden transmitirse de una lengua a otra, como ya ha sucedido en
el pasado: ecclesia, evangelium, baptisma, eucharistia.
Además, los traductores deben tener en cuenta la relación del texto con la acción
litúrgica, las exigencias de la comunicación oral y las características literarias de la
lengua viva del pueblo. Estas características que se exigen a las traducciones litúrgicas
deben darse también en las composiciones nuevas, en los casos previstos.
54. Para la celebración eucarística, el Misal Romano, “aun dejando lugar a las
variaciones y adaptaciones legítimas según la prescripción del Concilio Vaticano II*’»
debe quedar “como instrumento para testimoniar y conformar la mutua unidad’’ 157 del rito
romano en la diversidad de lenguas. La Ordenación general del Misal Romano prevé que
“las Conferencias episcopales, según la Sacrosanctum Concilium, podrán establecer para
su territorio las normas que mejor tengan en cuenta las tradiciones y el modo de ser de

154 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 23.


155 Cf. ibid., nn. 36,2, 3 y 4; 54; 63.
156 Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Vicesimus quintus annus, 4 diciembre 1988,
n. 20.
157 Cf. PABLO VI, Constitución apostólica Missale Romanum, 3 abril 1969.
los pueblos, regiones y comunidades diversas’’. 158 Esto es válido especialmente para los
gestos y las actitudes de los fieles,159 los gestos de veneración al altar y al libro de los
evangelios,160 los textos de los cantos de entrada, 161 del ofertorio162 y de comunión,163 el
rito de la paz,164 las condiciones para la comunión del cáliz, 165 la materia del altar y del
mobiliario litúrgico,166 la materia y la forma de los vasos sagrados/ 17 las vestiduras
litúrgicas. 167 168 169 Las Conferencias episcopales pueden determinar también la manera
de distribuir la comunión. 1,9
55. Para los demás sacramentos y sacramentales, la edición típica latina de cada
ritual indica las adaptaciones que pueden hacer las Conferencias episcopales, 170 o el
obispo en determinados casos. 171 Estas adaptaciones pueden afectar a los textos, los
gestos, y a veces incluso a la organización del rito. Cuando la edición típica ofrece varias
fórmulas a elegir, las Conferencias episcopales pueden proponer otras fórmulas
semejantes.
56. Para el rito de iniciación cristiana, corresponde a las Conferencias episcopales
“examinar con esmero y prudencia lo que puede aceptarse de las tradiciones y de la
índole de cada pueblo” 172 y, “en las misiones, además de los elementos de iniciación
contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse también aquellos que se
encuentran en uso en cada pueblo, en cuanto pueden acomodarse al rito cristiano”. 173
Hay que advertir, sin embargo, que el término “iniciación” no tiene el mismo sentido ni
158 Misal Romano, Ordenación general, n. 6; cf. también Ordo Lectionum Missae,
segunda edición típica, Prenotandos, nn. 111-118.
159 Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 22.
160HOCEíW., n. 232.
161 Cf. ibid., n. 26.
162 Cf. ibid., n. 50.
163 Cf. ibid., n. 56 i
164114CEiW, n. 56 b.
165 Cf. ibid., n. 242.
166 Cf. ibid., nn. 263 y 288.
167 Cf. ibid., n. 290.
168 Cf. ibid,, nn. 304,305,308.
169 Cf. Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa,
Prenotandos, n. 21.
170 Cf. Ordo initiationis christiana adultorum, Pranotanda generaba, nn. 30-33;
Pranotanda, nn. 12.20.47.64-65; Ordo, n. 312; Appendix n. 12; Ordo Baptismi parvu-
lorum, Pranotanda, nn. 8.23-25; Ordo Confirmationis, Pranotanda, nn. 11-12. 16-17; De
sacra communione et de cultu mysterii eucharistici extra Missam, Pranotanda, n. 12;
Ordo Panitentia, Pranotanda, nn. 35b.38; Ordo Unctionis infirmorum eorumque pastoralis
cura, Pranotanda generaba, n. 39.
171 Cf. Ordo initiationis christiance adultorum, Pranotanda, n. 66; Ordo Baptismi
parvulorum, Pranotanda, n. 26; Ordo Pcenitentice, Pranotanda, n. 39; Ordo celebrandi
Matrimonium, editio typica altera, Pranotanda, n. 36.
172 Ordo initiationis christiana adultorum, Ordo Baptismi parvulorum, Pranotanda
generaba, n. 30,2.
173 Ibid,, n. 31; cf. Concibo Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n.
65.
designa la misma realidad cuando se trata de ritos de iniciación social en algunos
pueblos, que cuando se trata del itinerario de la iniciación cristiana, que conduce por los
ritos del catecumenado a la incorporación a Cristo en la Iglesia por medio de los
sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía.
57. El ritual del matrimonio es, en muchos lugares, el que requiere una mayor
adaptación para no resultar extraño a las costumbres sociales. Para realizar la
adaptación a las costumbres del lugar y de los pueblos, cada Conferencia episcopal tiene
la facultad de establecer un rito propio del matrimonio, adaptado a las costumbres
locales, quedando a salvo siempre la norma que exige, por parte del ministro ordenado o
del laico asistente, 174 175 pedir y recibir el consentimiento de los contrayentes, y dar la
bendición nupcial.176 Este rito propio, evidentemente, deberá significar claramente el
sentido cristiano del matrimonio así como la gracia del sacramento, y subrayar los
deberes de los esposos.177
58. Las exequias han sido siempre rodeadas en todos los pueblos de ritos
especiales, a veces, de gran valor expresivo. Para responder a las situaciones de los
diversos países, el ritual romano propone varias formas para las exequias. 178
Corresponde a las Conferencias episcopales escoger la que se adapte mejor a las
costumbres locales. 179 Conservando lo que hay de bueno en las tradiciones familiares y
en las costumbres locales, las Conferencias cuidarán de que las exequias manifiesten la
fe pascual y den testimonio del verdadero espíritu evangélico. 129 Con este espíritu los
rituales de exequias pueden adoptar costumbres de diversas culturas y así responder
mejor a las situaciones y a las tradiciones de cada región. 180
59. Las bendiciones de personas, de lugares o de cosas, que están más
relacionadas con la vida, las actividades y las preocupaciones de los fieles, ofrecen
también posibilidades de adaptación, de conservación de costumbres locales y de
admisión de usos populares. 181 Las Conferencias episcopales utilizarán las disposiciones
dadas atendiendo a las necesidades del país.
60. Por lo que respecta a la organización del tiempo litúrgico, cada Iglesia
particular y cada familia religiosa añaden a las celebraciones de la Iglesia universal, con
la aprobación de la Sede Apostólica, las que les son propias. 182 Las Conferencias
episcopales pueden también, con la previa aprobación de la Sede Apostólica, suprimir el

174 Cf. Código de Derecho Canónico, cann. 1108 y 1112.


175 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 77; Ritual del
Matrimonio, segunda edición típica, Prenotandos, n. 42.
176 Cf. ibid., n. 2
177 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 77.
178 Cf. Ritual de las exequias, Prenotandos, n. 4
179 Cf. ibid., nn. 9 y 21,1-3.
180 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 81.
181 Cf. ibid.,n. 79; Bendicional, Prenotandos, n. 39; Ritual de la profesión religiosa,
Prenotandos, nn. 12-15.
182 Cf. Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario, nn. 49, 55;
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Instrucción Calendario partícula- ria, 24
junio 1970.
precepto de algunas fiestas o trasladarlas al domingo. 183 A ellas corresponde también
determinar las fechas y la manera de celebrar las rogativas y las cuatro témporas. 184
61. La Liturgia de las Horas, que tiene por objeto celebrar las alabanzas de Dios y
santificar por medio de la oración la jomada y toda la actividad humana, ofrece a las
Conferencias episcopales posibilidades de adaptación en la segunda lectura del Oficio de
Lectura, los himnos y las preces, así como las antífonas mañanas finales. 185

Procedimiento a seguir
en las adaptaciones previstas en los libros litúrgicos

62. Cuando la Conferencia episcopal prepara la edición propia de los libros


litúrgicos, se pronunciará sobre la traducción y las adaptaciones previstas, según el
Derecho.186 Las actas de la Conferencia, con el resultado de la votación se enviarán,
firmadas por el Presidente y el Secretario de la Conferencia, a la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, junto con dos ejemplares completos del
proyecto aprobado.
Además:
a) se expondrán de forma resumida pero precisa las razones por las cuales se ha
introducido cada modificación;
b) se indicará igualmente qué partes se han tomado de otros libros litúrgicos ya
aprobados y cuáles son de nueva composición.
Una vez obtenido el reconocimiento de la Sede Apostólica, según la norma
establecida,187 la Conferencia episcopal dará el decreto de promulgación e indicará la
fecha de su entrada en vigor.

b) La adaptación prevista por el artículo 40


de la Constitución “Sacrosanctum Concilium”
63. A pesar de las medidas de adaptación previstas ya en los libros litúrgicos,
puede suceder “que en ciertos lugares y circunstancias, urja una adaptación más
profunda de la liturgia, lo que implica mayores dificultades”. 188 No se trata en tales casos
de adaptación dentro del marco previsto en las Instituciones generales y Prcenotanda de
los libros litúrgicos.
Esto supone que una Conferencia episcopal ha empleado ante todo los recursos
ofrecidos por los libros litúrgicos, ha evaluado el funcionamiento de las adaptaciones ya
realizadas y ha procedido, donde se ha precisado, a su revisión, antes de tomar la
iniciativa de una adaptación más profunda.

183 Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1246,2.


184 Cf. Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario, n. 46.
185 Cf. Liturgia de las Horas, Ordenación general, nn. 92,162,178,184.
186 Cf. Código de Derecho Canónico, can. 455,2 y can. 838,3; esto vige también
para las nuevas ediciones: JUAN PABLO II, Carta apostólica Vicesimus quintus annus, 4
diciembre 1988, n. 20.
187 Cf. Código de Derecho Canónico, can. 838,3.
188 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 40.
La utilidad o la necesidad de una tal adaptación puede manifestarse respecto a
alguno de los puntos enumerados anteriormente (cf. nn. 53-61) sin que afecte a los
demás. Adaptaciones de esta especie no intentan una transformación del rito romano,
sino que se sitúan dentro del mismo.
64. En este caso, uno o varios obispos pueden exponer las dificultades, que
subsisten para la participación de los fieles, a sus hermanos en el episcopado de su
Conferencia, y examinar con ellos la oportunidad de introducir adaptaciones más
profundas si es que el bien de las almas lo exige verdaderamente. 189
Después, corresponde a la Conferencia episcopal proponer a la Sede Apostólica,
según el procedimiento establecido más abajo, las modificaciones que desea adoptar. 190
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos se declara
dispuesta a acoger las proposiciones de las Conferencias episcopales, a examinarlas
teniendo en cuenta el bien de las Iglesias locales interesadas y el bien común de toda la
Iglesia, y a acompañar el proceso de inculturación en donde sea útil o necesario, según
los principios expuestos en esta Instrucción (cf. más arriba nn. 33-51), con un espíritu de
colaboración confiada y de responsabilidad compartida.

Procedimiento a seguir por la aplicación del artículo 40 de la Constitución “Sacrosanctum


Concilium ”

65. La Conferencia episcopal examinará lo que debe ser modificado en las


celebraciones litúrgicas en razón de las tradiciones y de la mentalidad del pueblo.
Confiará el estudio a la Comisión nacional o regional de litutgia, la cual cuidará de pedir la
colaboración de personas expertas para examinar los diversos aspectos de los
elementos de la cultura local y de su eventual inserción en las celebraciones litúrgicas. A
veces resultará oportuno pedir también consejo a exponentes de las religiones no
cristianas sobre el valor cultual o civil de tal o cual elemento (cf. más arriba nn. 30-32).
Este examen previo se hará en colaboración, si el caso lo requiere, con las
Conferencias episcopales de los países limítrofes o de los que tienen la misma cultura
(cf. más arriba n. 51).
66. La Conferencia episcopal expondrá el proyecto a la Congregación, antes de
cualquier iniciativa de experimentación. La presentación del proyecto debe comprender
una descripción de las innovaciones propuestas, las razones de su admisión, los criterios
seguidos, los lugares y tiempos en que se desea hacer, llegado el caso, el experimento
previo y la indicación de los grupos que han de hacerlo, finalmente las actas de la
deliberación y de la votación de la Conferencia sobre este asunto.
Después de un examen del proyecto, hecho de común acuerdo entre la Conferencia
episcopal y la Congregación, ésta última dará a la Conferencia episcopal la facultad de
permitir, si se presenta el caso, la experimentación durante un tiempo limitado. 191
67. La Conferencia episcopal cuidará del buen desarrollo de la experimentación,

189 Cf. SODA. CONGREGACIÓN PARA LOS OBISPOS, Directorio para el ministerio pas-
toral de los Obispos, Ecclesiae ¿mago, 22 febrero 1973, n. 84.
190 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 40,1.
191 Cf. ibid., n. 40,2.
192
haciéndose ayudar normalmente por la Comisión nacional o regional de liturgia. La
Conferencia cuidará también de no permitir que la experimentación se prolongue más allá
de los límites permitidos en lugares y tiempos, informará a pastores y pueblo de su
carácter provisional y limitado, y cuidará de no dar al experimento una publicidad que
podría influir ya en la vida litúrgica del país. Al terminar el período de experimentación, la
Conferencia episcopal juzgará si el proyecto se corresponde con la utilidad buscada o si*
debe ser corregido en algunos puntos, y comunicará su deliberación a la Congregación
junto con el dossier de la experimentación.
68. Una vez examinado el dossier, la Congregación podrá dar por decreto su
consentimiento, con eventuales observaciones, para que las modificaciones pedidas
sean admitidas en el territorio que depende de la Conferencia episcopal.
69. A los fieles, tanto laicos como clero, se les informará debidamente de los
cambios y se les preparará para su aplicación en las celebraciones. La puesta en práctica
de las decisiones deberá hacerse según lo exijan las circunstancias, estableciendo, si es
oportuno, un período de transición (cf. más arriba n. 46).

CONCLUSIÓN

70. Con la presente Instrucción, la Congregación para el Culto Divino y la


Disciplina de los Sacramentos presenta a las Conferencias episcopales las normas
prácticas que deben regir el trabajo de inculturación litúigica previsto por el Concilio
Vaticano II para responder a las necesidades pastorales de los pueblos de diversas
culturas y lo inserta en una pastoral de conjunto para inculturar el evangelio en la
diversidad de realidades humanas. Confía que cada Iglesia particular, sobre todo las
Iglesias jóvenes, pueda experimentar que la diversidad en algunos elementos de las
celebraciones litúrgicas es fuente de enriquecimiento, respetando siempre la unidad
substancial del rito romano, la unidad de toda la Iglesia y la integridad de la fe que ha
sido transmitida a los santos de una vez para siempre (cf. Judas 3).

La presente Instrucción ha estado preparada por la Congregación para el Culto


Divino y la Disciplina de los Sacramentos por mandato de Su Santidad, el Papa Juan
Pablo ¡I, que la ha aprobado y ha ordenado su publicación.
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 25 de enero
de 1994.

192 Cf. ibid.,


“LITURGIAM AUTHENTICAM”
Quinta Instrucción
de la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos
para aplicar la “Sacrosanctum Concilium” (n. 36)
(28 de marzo de 2001)

RESUMEN DEL DOCUMENTO


La Quinta Instrucción, comienza recordando las iniciativas del Concilio, el esfuerzo
de los sucesivos Papas y de los Obispos de todo el mundo, haciendo referencia al éxito
que ha tenido la renovación litúrgica y haciendo notar, al mismo tiempo, la necesidad de
una continua vigilancia para garantizar la identidad y la unidad del Rito Romano, en todo
el mundo. A este propósito, la Instrucción tiene en cuenta las observaciones hechas en
1988 por el Papa Juan Pablo II, en relación al progreso que debe darse, después de la
fase inicial ya realizada, entrando en otro período de mejora de la traducción de los textos
litúrgicos. De acuerdo con estas observaciones, Liturgicam authenticam ofrece a la
Iglesia Latina una nueva formulación de los principios que deben guiar las traducciones
litúrgicas, aprovechando la experiencia de más de treinta años usando las lenguas
vernáculas en las celebraciones.
Liturgiam authenticam supone un avance respecto a las normas para la traducción
litúrgica previamente existentes, a excepción de las directrices de la cuarta Instrucción,
Varietates legitimae, precisando que ambas Instrucciones deben ser entendidas como
complementarias. El nuevo documento, varias veces, señala la presencia de una nueva
etapa en la traducción de los textos litúrgicos.
Debe notarse que la presente Instrucción sustituye a todas las normas anteriores,
asumiendo muchos de sus contenidos, dándoles una forma ordenada y sistemática y
completándolos son algunas precisiones y conectándolos con cuestiones afines que
antes habían sido tratadas separadamente. Más aún, afronta la delicada tarea de
exponer en unas pocas páginas los principios aplicables a cientos de lenguas, usadas en
la celebración litúrgica en el mundo entero. No utiliza una terminología técnica de la
lingüística o de las ciencias humanas, sino que hace sus consideraciones refiriéndose
principalmente al campo de la experiencia pastoral.
A continuación se presenta un desarrollo general del contenido de la Instrucción, sin
citar siempre expresiones literales y variando el orden de algunos puntos.

La elección de las lenguas vernáculas


Sólo las lenguas más comúnmente habladas deben ser empleadas en la liturgia,
evitando la introducción de infinidad de lenguas en el uso litúrgico, con el peligro de
constituir un agente de división, fragmentando al pueblo en pequeños grupos y creando
conflictos, A la hora de elegir una lengua para el uso litúrgico hay que tener en cuenta
aspectos como el número de sacerdotes, diáconos y colaboradores laicos que pueden
utilizar una lengua determinada, así como la existencia de traductores especializados
para cada lengua y los medios prácticos existentes, incluidos los recursos económicos,
para la realización y la publicación de traducciones fiables de los textos litúrgicos.
Aquellos dialectos que no poseen un desarrollo completo en su estructura lingüística
y cultural, no deben ser aceptados, propiamente, como lenguas litúigicas, aunque sí
podrán ser usados, a veces, en la Oración de los fieles, en partes de la homilía y en los
cantos.
La Instrucción presenta, seguidamente, los criterios que actualmente deben seguir
las Conferencias de Obispos en la decisión de introducir parcial o totalmente, en
comunión con la Santa Sede, una determinada lengua en el uso litúrgico.

La traducción de textos litúrgicos


El centro de la Instrucción es una nueva y renovada exposición, que reflexiona
sobre los principios que deben regular la traducción de los textos litúrgicos a las lenguas
vernáculas. En esta perspectiva, el documento acentúa la naturaleza sagrada de la
Liturgia, aspecto que las traducciones deben tutelar cuidadosamente.
El Rito Romano, como todas las demás grandes familias litúrgicas de la Iglesia
Católica, posee un estilo y una estructura propios, que deben ser respetados en cuanto
sea posible, también en las traducciones. En este sentido, la Instrucción renueva las
indicaciones de anteriores documentos pontificios, para que se tenga en la traducción de
los textos litúrgicos, un criterio de fidelidad y exactitud en la traducción del texto latino a la
lengua vernácula y no un puro ejercicio de la creatividad, teniendo en cuenta la debida
consideración a la manera particular de expresarse que tiene cada lengua. Sin embargo,
la Instrucción también menciona las necesidades especiales que pueden surgir cuando
se hacen traducciones para territorios recientemente evangelizados y considera,
asimismo, las condiciones bajo las cuales puedan llevarse a cabo adaptaciones
significativas de los textos y de los ritos, remitiendo siempre a la Instrucción Varietates
legitímete para la regulación de esos temas.

El uso de otros textos para facilitar la traducción


El beneficio que se obtiene consultando los textos antiguos de las fuentes litúrgicas
es reconocido y aconsejado, aunque la Instrucción indica que el texto de la editio typica,
la actual edición latina oficial, constituye siempre el punto de partida para cualquier
traducción. Cuando el texto latino utiliza términos provenientes de otras lenguas antiguas
(p.e. alleluia, Amen o Kyrie eleison), tales expresiones pueden ser conservadas en su
lengua original. Las traducciones litúrgicas deben hacerse sólo a partir de la editio typica
latina y nunca de otras traducciones ya existentes. La Neo-Vulgata, que es la actual
versión oficial de la Biblia latina, debe ser utilizada como referencia en la preparación de
las traducciones bíblicas para su uso en la liturgia.

Vocabulario
El vocabulario elegido para una traducción litúrgica debe ser de fácil comprensión
para la gente sencilla y, al mismo tiempo, expresión de la dignidad y elegancia del
original latino: debe ser un lenguaje apropiado para la alabanza y adoración, que
manifieste reverencia y gratitud ante la gloria de Dios. El lenguaje de estos textos no es
concebido, por lo tanto, como expresión, en primer lugar, de la disposición interior de los
fieles, sino más bien, como palabra de Dios revelada y como medio del diálogo constante
entre Dios y su pueblo, a lo largo de la historia.
Las traducciones deben estar libres de toda exagerada dependencia de formas
modernas de expresión y, en general, de un lenguaje psicologizante. Además, formas de
hablar que podrían parecer menos actuales, pueden ser, en ocasiones, apropiadas para
el vocabulario litúrgico.
Los textos litúrgicos no son completamente autónomos ni separables del contexto
general de la vida cristiana. No existen en la liturgia textos que intenten promover
actitudes discriminatorias u hostiles contra cristianos no católicos, la comunidad judía u
otras religiones; o que nieguen de algún modo la igualdad universal de la dignidad
humana. Cualquier interpretación incorrecta debe ser clarificada, aunque no es ésta la
finalidad primaria de las traducciones. Corresponde a la homilía y a la catequesis, la tarea
de contribuir a la aclaración y explicación del sentido y del contenido de algunos textos.

Género
Muchas lenguas poseen nombres y pronombres que hacen referencia,
simultáneamente, al género masculino y femenino, con un solo término. El abandono de
estos términos, como resultado de una tendencia ideológica que afecta a la cuestión
filológica y semántica, no siempre es acertado o conveniente, ni constituye una parte
esencial del desarrollo lingüístico. Los términos colectivos tradicionales deben ser
conservados en aquellos casos en los que su abandono puede comprometer una clara
noción del hombre como figura unitaria, inclusiva y corporativa, al mismo tiempo que
personal; como es expresado, por ejemplo, en el hebraico adam, el griego anthropos y el
latín homo. Del mismo modo, la expresión de una tal inclusividad no debe ser
reemplazada por un cambio automático del número gramatical ni por la utilización de
términos paralelos, masculino y femenino.
El género tradicional gramatical de las Personas de la Trinidad debe ser mantenido.
Expresiones tales como Filius Hominis (Hijo del Hombre) y Paires (Padres) deben ser
traducidos con exactitud, ya sea en los textos bíblicos o en los litúrgicos. El pronombre
femenino debe ser siempre conservado en referencia a la Iglesia. Los términos que
expresan afinidad o parentesco y el género gramatical de los ángeles, demonios y
deidades paganas, deben ser traducidos, y su género conservado, a la luz del uso en el
texto original y el uso tradicional de cada lengua moderna.

La traducción de un texto
Las traducciones no deben extender o restringir el significado del término original y
los términos que recuerden motivos publicitarios o que tienen tonos políticos, ideológicos
o semejantes, deben evitarse. Los manuales de estilística para composición vernácula,
de corte académico y profano, no deben ser utilizados acríticamente, ya que la Iglesia
posee temas muy específicos y un estilo de expresión apropiado para cada uno de ellos.
La traducción es un esfuerzo de colaboración dirigido a mantener la mayor
continuidad posible entre el original y los textos en las lenguas vernáculas. El traductor no
debe poseer solamente capacidad técnica, sino también confianza en la divina
misericordia y espíritu de oración, así como prontitud para aceptar, de buena gana, la
revisión de su trabajo por parte de otros. Cuando sean necesarios cambios substanciales
para acomodar a esta Instrucción un determinado libro litúigico, dichas revisiones deben
ser realizadas de una sola vez, con el fin de evitar repetidos trastornos o una sensación
de continua inestabilidad en la oración litúrgica.

Traducciones de la Escritura
Se debe prestar especial atención a la traducción de las Sagradas Escrituras para
su uso en la Liturgia. Para ello, debe desarrollarse una versión que sea exegéticamente
correcta y, al mismo tiempo, idónea para la celebración litúrgica. Una única versión, con
estas características, deberá ser usada de forma general dentro del área de una misma
Conferencia de los Obispos y ha de ser la misma para un determinado pasaje que pueda
encontrarse en diferentes lugares de los libros litúrgicos. La finalidad debe ser la de
conseguir un estilo específico, con sentido sagrado, en cada lengua, y que sea acorde,
hasta donde sea posible, con el vocabulario utilizado por el uso popular católico y los
textos catequéticos más comunes. Todos los casos dudosos que suijan, en referencia a
la canonicidad y a la exacta disposición del texto, deben ser resueltos con referencia a la
Neo-Vulgata.
Las imágenes concretas, que se encuentran en palabras que se refieren al lenguaje
figurativo y hablan, por ejemplo, de “dedo”, “mano”, “rostro” de Dios o de su “caminar”, y
términos como “carne” u otros, deben ser traducidos literalmente y no ser reemplazados
por abstracciones. Estos constituyen, de hecho, imágenes propias del texto bíblico y, en
cuanto tales, deben ser mantenidas.

Otros textos litúrgicos


Las normas para la traducción de la Biblia en su uso litúigico se aplican también,
generalmente, para la traducción de las oraciones litúrgicas. Al mismo tiempo, debe
reconocerse que mientras la oración litúrgica es compuesta bajo el condicionamiento de
la cultura que la utiliza, tiene asimismo un papel que favorece la misma cultura, por lo que
su relación con ella no es meramente pasiva. Como resultado de esta realidad, el
lenguaje litúrgico suele ser distinto del lenguaje ordinario, reflejando también sus mejores
elementos. El ideal será el desarrollo, en un determinado contexto cultural, de un
lenguaje digno, adecuado para ser utilizado en el culto.
El vocabulario litúrgico debe incluir las características principales del Rito Romano,
enraizado en las fuentes patrísticas y en armonía con los textos bíblicos. El vocabulario y
los usos en la traducción vernácula del Catecismo de la Iglesia Católica y de la liturgia
deberían ser, hasta donde fuera posible, los mismos; además, los términos específicos
deberían ser utilizados para las personas o las cosas sagradas, en vez emplear las
palabras que se aplican a las personas o las cosas en la vida cotidiana.
La sintaxis, el estilo y el género literario son igualmente elementos de gran
importancia que deben ser tenidos en cuenta para una traducción fiel. La relación entre
proposiciones, especialmente entre aquellas que se sirven de la subordinación, y
técnicas tales como el paralelismo, deben ser respetadas diligentemente. Los verbos
deben traducirse con precisión, respetando la persona, el género y el número. Mayor
libertad puede haber, en cambio, al traducir estructuras sintácticas más complejas.
Siempre se debe tener presente que los textos litúigicos están destinados a la
proclamación pública, en voz alta, e incluso a ser cantados.

Tipos de textos particulares


Se dan normas específicas para la traducción de las Plegarias Eucarísticas, del
Credo (que debe traducirse en primera persona singular: Creo...), de la ordenación
general de los libros litúrgicos, de sus decretos preliminares y de sus textos
introductorios. A ellas sigue una descripción de la preparación de las traducciones, a
cargo de las Conferencias de los Obispos, y del proceso necesario para obtener la
aprobación y confirmación de la Sede Apostólica. Los actuales requisitos específicos,
para la aprobación pontificia de las fórmulas sacramentales, se confirman y la exigencia
de que haya dentro de cada grupo lingüístico una sola traducción litúrgica, especialmente
del Ordinario de la Misa.

La organización del trabajo de traducción y de las Comisiones


La preparación de las traducciones es una grave obligación, que incumbe, sobre
todo, a los Obispos, aunque ellos, naturalmente, se valgan de la ayuda de los expertos.
En todo trabajo de traducción, al menos algunos de los Obispos deben involucrarse
directamente, no sólo revisando personalmente los textos definitivos, sino tomando parte
activa en los varios estadios de su desarrollo. Aunque no todos los Obispos de una
Conferencia sean expertos en un determinado idioma usado en sus territorios, deberían,
sin embargo, asumir colegialmente la responsabilidad de los textos litúrgicos y la forma
común de proceder, pastoralmente, en la elección de las distintas lenguas.
La Instrucción presenta con claridad el procedimiento (que en general es el que ha
estado hasta ahora en uso) para la aprobación de los textos litúrgicos, por parte de los
Obispos y de su posterior presentación para la revisión y confirmación, a la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. El documento dedica cierto
espacio a expresar el sentido de la competencia de la Santa Sede en las cuestiones
litúrgicas, fundamentándose, en parte, en el Motu Proprio Apostólos suos del Papa Juan
Pablo II, de 1998, en el que fueron clarificadas la naturaleza y la función de las
Conferencias de los Obispos. El referido procedimiento constituye un signo de la
comunión de los Obispos con el Papa y un medio para afianzarla. Es, además, una
garantía de la calidad de los textos, asegurando y testimoniando que las celebraciones
litúrgicas de las Iglesias particulares (diócesis) están en plena armonía con la tradición de
la Iglesia Católica a través de los tiempos y en todos los lugares del mundo entero.

Cuando la cooperación entre varias Conferencias de Obispos que usan una misma
lengua es conveniente o necesaria, únicamente la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos tiene la facultad de erigir comisiones conjuntas o “mixtas”,
y sólo después de una petición de los Obispos interesados. Dichas comisiones no son
autónomas y no constituyen, en ningún caso, un canal de comunicación entre la Santa
Sede y las Conferencias de los Obispos. No tienen ninguna facultad de tomar decisiones
y su papel se limita a estar al servicio del oficio pastoral de los Obispos. Deben ocuparse
exclusivamente de la traducción de las editiones typicae latinas y no de la composición
de nuevos textos en lengua vernácula, ni de la consideración de cuestiones teóricas o de
adaptaciones culturales, y el establecimiento de relaciones con instancias semejantes de
otros grupos lingüísticos queda fuera de su competencia.
La quinta Instrucción recomienda que, al menos algunos de los Obispos que formen
parte de dicha Comisión, sean Presidentes de la Comisión Litúrgica de sus Conferencias
respectivas. De cualquier modo, la comisión “mixta” está dirigida por los Obispos, de
acuerdo con los estatutos que deben ser confirmados por la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Los estatutos deben ser aprobados,
normalmente, por todas las Conferencias de los Obispos participantes, pero si ello no
fuese posible, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
podría preparar y aprobar los estatutos por su propia autoridad.
Comisiones de ese tipo, dice el documento, operan mejor coordinando el uso de los
recursos disponibles de cada Conferencia de los Obispos, así por ejemplo, una de ellas
puede elaborar una primera redacción de traducción, que luego puede ser pulida por otra
Conferencia, hasta llegar a obtener un texto mejorado y apto para el uso general.
Dichas Comisiones “mixtas” no tienen como finalidad sustituir a las Comisiones
litúrgicas nacionales y diocesanas, y por tanto, no deben ser encargadas de las funciones
de estas últimas.
A causa de la importancia del trabajo, todos los involucrados en forma estable en la
actividad de una Comisión “mixta”, excepto los Obispos, deben obtener un nihil obstat de
la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, antes de asumir
las tareas. Como todo lo relacionado con la Comisión, estos colaboradores prestan su
servicio por un tiempo determinado y se encuentran ligados por un contrato que, entre
otras cosas, implica el debido secreto y el anonimato en el cumplimiento de sus tareas.
La comisiones ya existentes deben presentar sus estatutos, en conformidad con
esta Instrucción, y someterlos a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos en el plazo de dos años desde la fecha de publicación de la misma.
El documento presenta también la necesidad propia que tiene la Santa Sede de
traducciones litúrgicas, especialmente en las principales lenguas mundiales, y su deseo
de estar más íntimamente involucrada en su preparación, en el futuro. Se refiere también,
en términos generales, a los diversos tipos de organismos que la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos puede establecer, crear y erigir para
resolver problemas relacionados con la traducción en una o más lenguas.

Nuevas composiciones
Un apartado sobre la composición de nuevos textos, señala que su propósito es,
solamente, el de responder a una necesidad genuinamente cultural o pastoral. De ahí
que su composición sea competencia exclusiva de las Conferencias de los Obispos y no
de las comisiones “mixtas” para las traducciones. Dichos textos deben respetar el estilo,
la estructura, el vocabulario y las demás cualidades tradicionales del Rito Romano. Son
particularmente importantes, a causa de su impacto en la persona y en la memoria, los
himnos y los cantos. En este campo, las Conferencias de Obispos deben realizar una
revisión general del material existente en lengua vernácula y regular la cuestión de
acuerdo con la Congregación, en el plazo de cinco años.
La Instrucción concluye con un breve número de apartados técnicos, ofreciendo
directrices sobre la publicación y edición de los libros litúrgicos, incluyendo el copyright
(derechos de autor), y también sobre los procedimientos para la traducción de los textos
litúrgicos propios, de cada diócesis y de cada familia religiosa.

También podría gustarte