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Los muchos documentos publicados y bien conocidos por todos sobre temas
litúrgicos, demuestran cuán incesante ha sido la solicitud de los Sumos Pontífices,
nuestros predecesores, de Nos mismo y de los sagrados pastores por conservar
diligentemente, cultivar y, de acuerdo con las necesidades, renovar la Sagrada Liturgia*,
otra prueba de esta solicitud la ha dado la Constitución Litúrgica que el Concilio
Ecuménico Vaticano II ha aprobado, con general asentimiento, y que Nos ordenamos
promulgar en la solemne sesión pública del 4 de diciembre de 1963.
Este vivo interés se debe á que en la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte
en aquella liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusa- lén, hacia la
cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios
como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos al Señor el himno de
gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener
parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor
Jesucristo, hasta que se manifieste Él, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos
también gloriosos con Él *.
Por este motivo, las almas de los fieles que así adoran a Dios, principio y modelo
de toda santidad, se ejercitan y estimulan para la conquista de la perfección, a fin de ser
durante esta peregrinación por la tierra, émulos de la celestial Sión1 2.
Por esta razón, a todos es patente que tenemos interés sumo en que todos los
cristianos, y en particular todos los sacerdotes, se consagren ante todo al estudio de la
Constitución arriba citada, y ya desde ahora dispongan sus ánimos a poner en práctica
cada una de las prescripciones, con plena fidelidad, tan pronto entren en vigor. Y puesto
que es necesario, dada la misma naturaleza de las cosas, que se pongan
3 Cf. 1CO4,1.
4 Cf. Constitución sobre la Liturgia, n. 19.
Si el matrimonio se hubiera de celebrar sin la misa, hasta que no sea establecido el
nuevo Ritual, ordenamos que se observen las siguientes disposiciones: al comienzo de
este sagrado rito, después de una breve exhortación 5, debe ser leído en lengua
vernácula la Epístola y el Evangelio de la Misa de los Esposos; y a continuación se
impartirá siempre la bendición de los esposos que se lee en el Ritual Romano, tít. VIII,
capítulo III.
VI. Aunque el oficio divino no está todavía revisado y renovado según la norma
del artículo 89, sin embaigo, desde ahora concedemos a todos aquellos que no están
obligados al rezo en el coro que, a partir del 16 de febrero próximo, puedan omitir la Hora
de Prima y escoger entre las otras Horas menores la que mejor responda al momento de
la jomada.
Al hacer esta concesión, tenemos profunda confianza en que los sagrados ministros
no sólo no perderán nada de lo que forma parte de su piedad, sino que ejerciendo
diligentemente, por amor de Dios, las tareas de su oficio sacerdotal, se sentirán durante
todo el día más íntimamente unidos a Dios.
VII. También con referencia al oficio divino, los ordinarios pueden, en casos
singulares y por justas razones, dispensar a sus súbditos en todo o en parte de la
obligación de recitarlo, o conmutarlo con otra práctica 6.
VIII. También sobre el oficio divino, queremos que sean considerados como
participantes en la oración pública de la Iglesia los miembros de los Institutos de
perfección que, en virtud de sus Constituciones, recitan algunas de las partes del mismo,
o cualquier oficio parvo con tal que está compuesto a imitación del oficio divino y
regularmente aprobado7.
IX. Dado que, según el artículo 101 de la Constitución, a aquellos que tienen la
obligación de recitar el ofido divino, se les puede conceder en forma diversa la facultad
de emplear en lugar de la lengua latina la lengua vernácula, creemos oportuno precisar
que las diversas versiones han de ser preparadas y aprobadas por la competente
autoridad eclesiástica territorial, según el artículo 36, 3 y 4; y las actas de esta autoridad
han de ser aceptadas o confirmadas por la Sede Apostólica, según el mismo art. 36, 3. Y
ordenamos que esto sea siempre observado cada vez que un texto latino litúigico sea
traducido a lengua viva por dicha legítima autoridad.
X. Puesto que, de acuerdo con el artículo 22, párrafo 2, la regulación de las
materias litúrgicas, dentro de determinados límites, compete a las Asambleas Epis-
copales territoriales legítimamente establecidas, disponemos que provisionalmente el
término “territorial” se entienda de ámbito nacional.
En estas Conferencias Nacionales, además de los obispos residenciales, pueden
participar, con derecho de voto, todos aquellos que menciona el canon 292 del Código
de Derecho Canónico.
Pero, además, pueden ser también convocados a estas Conferencias los obispos
coadjutores y los auxiliares. En dichas Conferencias, para la legítima aprobación de los
decretos, se requieren los dos tercios de los votos, emitidos secretamente.
PABLO PP. VI
INTRODUCCIÓN
I. Naturaleza de esta Instrucción
1. La Constitución sobre la sagrada liturgia debe considerarse, con razón, como el
primer fruto del Concilio ecuménico Vaticano II, por cuanto que viene a regular la parte
más excelente de la actividad de la Iglesia. Tanto más abundante será el fruto que
produzca, cuanto más profundamente penetren en su auténtico espíritu los pastores de
almas y los fieles, y la lleven a la práctica con voluntad más decidida.
2. El «Consilium» para la aplicación de la Constitución sobre la sagrada liturgia,
creado por el Pontífice felizmente reinante, Su Santidad Pablo VI, con el «Motu proprio»
Sacram Uturgiam (25 de enero de 1964), ha abordado con presteza la labor que se le ha
encomendado, para llevar fielmente a la práctica los preceptos de la Constitución y del
«Motu proprio», y para facilitar todo lo que se refiera a la interpretación y ejecución de
dichos documentos.
3. Tiene máxima importancia que desde un principio estos documentos se
apliquen en todas partes con fidelidad y se eliminen las dudas que pueda haber sobre su
interpretación. Por eso, el «Consilium», por mandato del Sumo Pontífice, ha preparado la
presente Instrucción en la que se definen con mayor precisión las facultades de las
Conferencias Episcopales en materia litúrgica, y se exponen más detalladamente
algunos principios expresados en los antedichos documentos en términos generales.
Finalmente, se permiten o se establecen algunas disposiciones que se pueden llevar a la
práctica desde ahora, sin esperar la reforma de los libros litúrgicos
II. Principios que hay que tener en cuenta
4. Lo que se establece que ha de ponerse en práctica inmediatamente, no tiene
otro ñn que procurar que la lituigia responda cada vez mejor a la intención del Concilio
de promover la participación activa de los fieles.
Además, la reforma general de la liturgia será mejor recibida por los fieles si se va
realizando por grados y progresivamente, y si los pastores se la proponen y explican por
medio de una conveniente catcquesis.
5. Mas, ante todo, es indispensable que todos estén persuadidos de que el
objetivo de la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la sagrada lituigia no es
solamente cambiar unos ritos y textos litúrgicos, sino más bien promover una educación
de los fieles y una acción pastoral que tengan la sagrada liturgia como su cumbre y su
fuente (cf. Const. art. 10). En efecto, todos los cambios introducidos hasta el presente en
la liturgia y todos los que se introducirán en el futuro no tienen otra finalidad.
6. La razón de ser de esta acción pastoral centrada en la liturgia es hacer que se
traduzca en la vida el Misterio Pascual, en el que el Hijo de Dios, encamado y hecho
obediente hasta la muerte de cruz, es exaltado en su resurrección y ascensión de suerte
que pueda comunicar al mundo la vida divina, por la que los hombres, muertos al pecado
y configurados con Cristo, «ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por
ellos» (2 Co 5,15).
Esto se realiza por la fe y por los Sacramentos de la fe, principalmente por el
Bautismo (cf. Const. art. 6) y por el sacrosanto misterio de la Eucaristía (cf. Const. 7), en
tomo al cual se ordenan los demás sacramentos y sacramentales (cf. Const. art. 61), y el
ciclo de celebraciones con que la Iglesia va desplegando a lo largo del año el Misterio
Pascual de Cristo (cf. Const. artículos 102-107).
7. Por lo tanto, aunque la liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia (cf. Const.
art. 9), no obstante, hay que procurar diligentemente que toda la pastoral esté
debidamente relacionada con la sagrada liturgia, y que a su vez la pastoral litúrgica no se
desarrolle de una manera independiente y aislada, sino en íntima unión con las demás
obras pastorales.
Es particularmente necesario que reine una estrecha unión entre la liturgia y la
catequesis, la instrucción religiosa y la predicación.
III. Formación litúrgica de la vida espiritual de los clérigos (Const. art. 17)
14. Para que los clérigos se habitúen a participar plenamente en las celebrado*
nes litúrgicas y a alimentar en ellas su vida espiritual para comunicarla más tarde a los
demás, llévese decididamente a la práctica la Constitución sobre la sagrada liturgia en
los seminarios y en las casas de estudio de los religiosos, conforme a los documentos de
la Sede Apostólica, con la cooperación unánime y concorde de todos los superiores y
profesores.
Se iniciará debidamente a los clérigos en la liturgia, recomendándoles la lec tura de
libros que la estudien, sobre todo, desde el punto de vista teológico y espi ritual, y
poniéndolos a su disposición en número conveniente en la biblioteca, por medio de
meditaciones y pláticas cuya fuente principal sean la Sagrada Escritura y la liturgia
(Const. art. 35, § 2), y por la práctica en común de aquellos ejercicios que la costumbre y
las leyes cristianas han introducido y estén de acuerdo con el espíritu de los diversos
tiempos del año litúrgico.
15. Celébrese todos los días la Eucarística, centro de toda la vida espiritual,
empleando distintas formas de celebración que sean las más aptas y respondan mejor a
la condición de los participantes (cf. Const. art. 19).
Los domingos y en las grandes festividades, se celebrará misa solemne o cantada,
con homilía y con la participación de todos los que viven en la casa; en ella comulgarán
sacramentalmente, en cuanto sea posible, todos los no sacerdotes. Los sacerdotes
podrán concelebrar, sobre todo en las festividades más solemnes, una vez que se haya
publicado el nuevo rito, siempre que la utilidad de los heles no les exija celebrar
individualmente.
Conviene que, por lo menos en las grandes festividades, los seminaristas participen
en la Eucaristía reunidos en tomo al obispo en la iglesia catedral (cf. Const. art. 41).
16. Es sumamente conveniente que los clérigos, aunque no estén todavía obli-
gados al Oficio Divino, reciten o canten todos los días en común: por la mañana las
Laudes, como oración matutina, y por la tarde las Vísperas, como oración vespertina, o
las Completas al final del día. En cuanto sea posible,participen tanibién los superiores en
la recitación común. Además, en el horario diario de los clérigos ordenados «in sacris»
se les dará tiempo suficiente para la recitación del Oficio Divino.
Es conveniente que, según las posibilidades, los seminaristas canten Vísperas en
la iglesia catedral, por lo menos en las grandes festividades.
17. Ténganse en la debida estima los ejercicios piadosos, ordenados según las
leyes o costumbres de cada lugar o Instituto. No obstante, se cuidará, sobre todo si se
practican en común, que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia y tengan en cuenta los
tiempos del año litúrgico, conforme al artículo 13 de la Constitución.
VIL La función que cada uno debe desempeñar en la liturgia (Const. art. 28)
32. El celebrante no repite en privado las partes que corresponden a la schola y al
pueblo, si es que las cantan o recitan éstos.
33. Asimismo el celebrante no lee en privado las lecturas que lee o canta el
ministro competente o el acólito.
VIH Que no haya acepción de personas (Const. art. 32)
34. Cada obispo en particular, o si pareciera más oportuno, las Conferencias
Episcopales regionales, cuiden de aplicar en sus territorios la prescripción del sacrosanto
Concilio que prohíbe la acepción de personas privadas o de clases sociales, tanto en las
ceremonias como en el ornato externo.
35. Por lo demás, no dejen los pastores de trabajar con prudencia y caridad, a fin
de que, en las acciones litúrgicas y, especialmente, en la celebración de la misa y en la
administración de los sacramentos y sacramentales, aparezca, incluso al exterior, la
igualdad de los fieles, Y se evite además toda apariencia de lucro.
Capítulo II
EL SACROSANTO MISTERIO DE LA EUCARISTÍA
65. Es de alabar que los confirmandos renueven las promesas del Bautismo
después del Evangelio y de la homilía antes de recibir la Confirmación, conforme al rito
de cada región, a no ser que ya lo hubieren hecho antes de la misa.
66. Si celebra la misa otro sacerdote, conviene que el obispo asista revestido con
los ornamentos prescritos para la Confirmación, que pueden ser, o bien del color del día,
o bien de color blanco. La homilía la pronunciará el mismo obispo, y el celebrante no
continuará la misa sino después de conferida la Confirmación.
67. La Confirmación se administra conforme al rito descrito en el Pontifical
romano; pero a las palabras In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti, que siguen a la
fórmula Signo te, se hará una sola señal de la cruz.
IV. Rito continuado de Unción del enfermos y Viático (Const. art. 74)
68. Cuando se administran a un tiempo la Unción de enfermos y el Viático, de no
existir en el Ritual particular propio un rito continuado, se seguirá el orden siguiente:
hecha la aspersión y recitadas las oraciones de entrada, que se hallan en el ritual de la
Unción, el sacerdote, si es necesario, escuchará la confesión del enfermo, luego
conferirá la Unción, y, finalmente, administrará el Viático, omitiendo la aspersión con sus
fórmulas, el Confíteor y la absolución.
Si se imparte entonces la bendición apostólica con la indulgencia plenaria «in
articulo mortis», se dará ésta inmediatamente antes de la Unción, omitiendo la aspersión
con sus fórmulas, el Confíteor y la absolución.
Capítulo IV
EL OFICIO DIVINO
V. Lengua que se ha de emplear en la recitación del Oficio divino (Const. art. 101).
85. En la recitación del Oficio divino en coro los clérigos están obligados a usar la
lengua latina.
86. La facultad concedida al Ordinario de permitir el uso de la lengua vulgar, para
casos particulares, a aquellos clérigos para quienes el uso de la lengua latina resulta un
grave impedimento para poder rezar debidamente el Oficio, se extiende asimismo a los
Superiores Mayores de las religiones clericales no exentas y de los institutos áe clérigos
que viven en común sin votos.
87. El grave impediniento que se requiere para otorgar tal concesión hay que
ponderarlo teniendo en cuenta la condición física, moral, intelectual y espiritual del que la
solicite. Sin embargo, esta facultad se concede únicamente para hacer más fácil y devota
la recitación del Oficio divino; con ella no se pretende en modo alguno derogar la
obligación que tiene todo sacerdote de rito latino de aprender la lengua latina.
88. La traducción vernácula de un Oficio divino de otro rito distinto del romano
debe ser preparada y aprobada por los respectivos Ordinarios de aquella lengua, pero,
respecto de los elementos comunes a ambos ritos, debe utilizarse la traducción
aprobada por la autoridad territorial. Todo ello debe proponerse a la confirmación de la
Sede Apostólica.
89. Es preciso que los breviarios que han de utilizar los clérigos a quienes se
concede el uso de la lengua vulgar en la recitación del Oficio divino, según art. 101, § 1,
de la Constitución, contengan también el texto latino, además de la traducción vernácula.
Capítulo V
CONSTRUCCIÓN DE IGLESIAS Y ALTARES
PARA FACILITAR LA PARTICIPACIÓN ACTIVA
DE LOS HELES
94. La cruz y los candelabros que se requieren en el altar para cada una de las
acciones litúrgicas, se pueden colocar también en las proximidades del mismo, a juicio
del Ordinario del lugar.
VII. El ambón
96. Conviene que para la proclamación de las lecturas sagradas haya uno o dos
ambones, dispuestos de tal forma que los fieles puedan ver y oír bien al ministro.
X. El bautisterio
99. En la construcción y ornamentación del bautisterio se procurará con diligencia
que aparezca claramente la dignidad del sacramento del Bautismo,y que eí lugar sea
apto para celebraciones comunitarias (cf. art. 27 de la Const.).
***
Esta Instrucción del «Consilium» para la aplicación de la Constitución sobre
sagrada Liturgia, preparada por mandato de Su Santidad el Papa Pablo VI, la pre sentó a
Su Santidad el eminentísimo señor cardenal Santiago Lercaro, presidente del
«Consilium».
El Santo Padre, después de haberla examinado con la debida atención, con la
ayuda del mencionado «Consilium» y de esta Sagrada Congregación de Ritos, la aprobó
de manera especial en todas y cada una de sus partes, y la confirmó con su autoridad en
audiencia concedida el día 26 de septiembre de 1964 al eminentísimo señor cardenal
Arcadio Larraona, prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, y mandó publicarla
para que sea diligentemente observada por todos aquellos a quienes se refiere, a partir
del día 7 de marzo del año 1965, primer domingo de Cuaresma.
Hace tres años, por medio de la instrucción ínter Oecumenici, publicada por esta
Sagrada Congregación el 26 de septiembre de 1964, se establecieron una serie de
adaptaciones en los sagrados ritos, que, como primicia de la reforma litúrgica prevista
por la Constitución Conciliar sobre la sagrada liturgia, entraron en vigor el 7 de marzo de
1965.
De estas primicias de la reforma se han comenzado a recoger abundantes frutos,
como lo atestiguan numerosas relaciones de obispos, que confirman también que la
participación de los fieles en la sagrada liturgia, y en particular en el santo sacrificio de la
misa, ha aumentado en todas partes, haciéndose más consciente y activa.
Con el fin de fomentar aún más esta participación, y para hacer los ritos sagra dos,
especialmente los de la misa, más claros e inteligibles, los mismos obispos han sugerido
otras adaptaciones, que, presentadas al «Consilium» para la aplicación de la
Constitución sobre la sagrada lituigia, han sido atentamente examinadas y dis cutidas por
el mismo «Consilium» y por esta Sagrada Congregación de Ritos.
Aun cuando no todo lo sugerido se haya podido, al menos por ahora, aceptar, ha
parecido oportuno poner en práctica algunas propuestas, válidas desde el punto de vista
pastoral, y no opuestas a la línea de la próxima reforma litúrgica definitiva, las cuales
sirven para introducir progresivamente la misma reforma, y pueden llevarse a cabo con
simples disposiciones de rúbricas, dejando inalterados los actuales libros litútgicos.
Parece, sin embargo, necesario también, en esta ocasión, recordar un principio
fundamental en la disciplina de la Iglesia, confirmado claramente por la Constitución
sobre la sagrada lituigia, que establece: «Regular la sagrada liturgia compete
únicamente a la autoridad de la Iglesia... Por consiguiente, ningún otro, absoluta* mente,
incluso sacerdote, se atreva, por propia iniciativa, a añadir, quitar o cambiar algo en
materia litúrgica» (art. 22,1, 3).
Los ordinarios, tanto diocesanos como religiosos, tengan presente el grave deber
que les incumbe ante el Señor de vigilar la observancia de esta norma tan importante en
la vida y en la reglamentación de la Iglesia. Y que los ministros sagra* dos y los fieles la
sigan de buen grado.
Lo exige la edificación y el bien espiritual de cada uno; la armonía espiritual y el
buen ejemplo mutuo en una misma comunidad local; el grave deber que incumbe a toda
Iglesia local de cooperar en el bien de toda la Iglesia, especial* mente hoy que todo lo
bueno y lo malo que se realiza en cada comunidad tiene reflejo inmediato en toda la
familia de Dios.
Por tanto, que cada uno tenga presente el consejo del Apóstol: «Dios no es el Dios
del desorden, sino de la paz» (1 Co 14,33).
En el marco de una realización más plena y de un avance progresivo de la re*
forma litúrgica se fijan ahora estas nuevas adaptaciones y estas nuevas variaciones.
Sin embargo, por causa grave,, por ejemplo, en el caso de un número destacado de
concelebrantes y de falta de ornamentos sagrados, los concelebrantes, a excepción
siempre del celebrante principal, pueden dejar de vestir la casulla, pero nunca pueden
omitir el alba y la estola.
113 Cf. PABLO VI, Alocución en la audiencia general del día 20 de agosto de 1969:
L'Osservatore Romano (21 de agosto de 1969).
12 Cf. Hch 20,28.
13 Concilio Vaticano II, Decreto Christus Dominus, sobre la función pastoral de los
obispos, núm. 15; cf. Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia,
núm. 22.
14 Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y vida
hasta hace más fácil la obediencia que se les exige para lograr una más perfecta
manifestación del culto y para la santificación de las almas.
Para facilitar a los Obispos el deber de aplicar exactamente las normas litúr gicas,
especialmente las contenidas en la Institutio generalis Missalis Romani y de restablecer
la disciplina y el orden en la celebración eucarística, que ocupa el centro de interés de la
vida eclesial al ser «signo de unidad, vínculo de caridad», 15 ha parecido conveniente traer
a colación los principios y orientaciones siguientes:
1. Las normas recientemente promulgadas han simplificado grandemente las
fórmulas, los gestos y los actos litúrgicos, según el principio de la Constitución sobre la
sagrada liturgia: «Los ritos deben resplandecer con una noble sencillez; deben ser
breves, claros, evitando las repeticiones inútiles; adaptados a la capacidad de los fieles y,
en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones».16 Pero ni siquiera aquí
debe irse más allá de los límites establecidos: equivaldría a despojar a la liturgia de unos
signos venerables y de una belleza que le pertenece, que son necesarios para que el
misterio de salvación pueda actuarse en la comunidad cristiana y ésta, con la debida
catcquesis, pueda captarlo bajo el velo de realidades visibles.
La reforma litúrgica, en efecto, no apunta en modo alguno a la llamada desa-
cralización ni quiere servir a nadie de argumento para lo que denominan algunos
secularización del mundo. Ha de conservarse, por tanto, la dignidad de los ritos, su
gravedad y su carácter sagrado.
La eficacia de las acciones litúrgicas no radica en someter los ritos a frecuen tes
experiencias y renovaciones, ni en tratar de simplificarlos cada vez más, sino en
profundizar mayormente en la palabra de Dios y en el misterio celebrado, que ven
asegurada su presencia si se observan los ritos de la Iglesia y no los que un determinado
sacerdote pudiera establecer fiado de su propio talento.
Téngase presente, además, que las adaptaciones de los sagrados ritos, llevadas a
cabo por la iniciativa privada de un sacerdote, ofenden la dignidad de los fieles y abren
las puertas al individualismo y al personalismo en unas celebraciones sagradas que son
acciones de toda la Iglesia.
En efecto, el ministerio sacerdotal es ministerio de la Iglesia y no puede ser ejercido
sino en la obediencia y comunión con la jerarquía y en el afán de servicio a Dios y a los
hermanos. El carácter jerárquico de la liturgia, su valor sacramental y el respeto debido a
la comunidad de los fieles exigen que el sacerdote cumpla su servicio de culto como
«administrador de los misterios de Dios», 17 sin introducir rito alguno que no esté previsto
y autorizado por los libros litúrgicos.
2. Entre los sagrados textos que se proclaman en la asamblea litúrgica revisten
particular dignidad los libros de la Sagrada Escritura: en ellos Dios habla a su pueblo y
45 Cf. Carta del Emmo. Cardenal G. Lercaro, Presidente del Consilium para la
aplicación de la Constitución sobre la sagrada liturgia, a los presidentes de las Confe-
rencias Episcopales, de 30 de junio de 1965: Notitiae 1 (1965), pp. 261-262.
46 Cf. PABLO VI, Alocución a las Comisiones litúrgicas de Italia, de 7 de febrero de
1969: L’Osservatore Romano (8 de febrero de 1969).
número 40 de la Constitución Sacrosanctum Concilium, la Conferencia Episcopal estudie
atentamente el asunto, tomando en cuenta las tradiciones y la índole del respectivo
pueblo, habida cuenta de sus particulares exigencias pastorales. Si se cree oportuno
hacer alguna experimentación, determínense exactamente sus limites: hágase dicha
experimentación en grupos apropiados, bajo la responsabilidad de personas prudentes,
designadas con especial mandato. No se hagan en grandes celebraciones, ni se les dé
publicidad; sean limitadas en número y no duren más de un año. Después, sométase la
cuestión a la Santa Sede. Mientras llega la respuesta no es lícito iniciar la aplicación de
dichas adaptaciones.
Si se trata de cambiar la estructura de los ritos o la disposición de las partes
previstas en los libros litúrgicos, de introducir algo ajeno a lo tradicional o de insertar
nuevos textos, será necesario presentar a la Santa Sede un esquema detallado antes de
iniciar cualquier experiencia. Este es el proceder que pide y exige la Cons titución
Sacrosanctum Concilium47 y la importancia misma del asunto.
13. Finalmente, téngase presente que la renovación litúrgica, ordenada por el
Concilio, atañe a toda la Iglesia, y ello exige, si se quiere lograr una liturgia viva, sentida y
adaptada, que se la haga objeto de estudio teórico y práctico en reuniones pastorales
orientadas a la formación del pueblo cristiano.
La reforma actual se ha esforzado por evidenciar que la oración litúrgica tiene su
origen en una viva y antiquísima tradición espiritual. Y al ser proclamada, debe aparecer
como la obra de todo el pueblo de Dios, estructurado en sus diversos órdenes y
ministerios,48 porque sólo en esta armonía de todo el conjunto eclesial se ve garantizada
la eficacia y la autenticidad.
Los pastores, muy particularmente, siguiendo con generosa fidelidad las normas y
mandatos de la Iglesia y renunciando con espíritu de fe a inclinaciones a lo particular y a
gustos personales, traten de servir a la liturgia común con su propio ejemplo, preparando,
con el estudio y el esfuerzo inteligente y constante en su tarea de enseñar, la florida
primavera que cabe esperar de una renovación litúrgica atenta a las necesidades
actuales y ajena a formas secularizantes y arbitrarias que no harían sino debilitarla
gravemente.
Esta Instrucción, preparada por la Sagrada Congregación para el Culto divino, por
mandato del Sumo Pontífice, ha sido aprobada el 3 de septiembre del presente año por el
Santo Padre Pablo VI, el cual, confirmándola con su autoridad, ha ordenado que se
publique y observe por todos.
INTRODUCCIÓN
49 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 38; cf. también
n. 40,3.
50 Ibid., n. 37.
51 Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Orientalium Ecclesiarum, n. 2; Constitución
Sacrosanctum Concilium, nn. 3 y 4; Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1200-1206,
especialmente nn. 1204-1206.
52 Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Vicesimus quintus annus, 4 diciembre 1988,
n. 16.
53 Ibid.
prescripciones. Mientras los principios teológicos concernientes a las cuestiones de fe e
inculturación tienen todavía necesidad de ser profundizados, ha parecido bien a este
Dicasterio ayudar a los obispos y las Conferencias episcopales a considerar las
adaptaciones ya previstas en los libros litúrgicos o llevarlas a la práctica según el
derecho; a efectuar un examen crítico de lo que se ha podido acordar y, por fin, si la
necesidad pastoral en ciertas culturas urge una forma de adaptación litúrgica, que la
Constitución llama “más profunda” y que al mismo tiempo implica “mayores dificultades”,
a organizar según derecho su uso y práctica de una manera más apropiada.
Observaciones preliminares
4. La Constitución Sacrosanctum Concilium ha hablado de la adaptación de la
liturgia indicando algunas formas.54 Luego, el magisterio de la Iglesia ha utilizado el
término “inculturación” para designar de una forma más precisa “la encamación del
evangelio en las culturas autóctonas y al mismo tiempo la introducción de estas culturas
en la vida de la Iglesia”. 55 “La «inculturación» significa una íntima transformación de los
auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y el enraizamiento del
cristianismo en las diversas culturas humanas”. 56
El cambio de vocabulario se comprende también en el mismo campo de la liturgia.
El término “adaptación”, tomado del lenguaje misionero, hace pensar en modificaciones
sobre todo puntuales y externas. 57 La palabra “inculturación” sirve mejor para indicar un
doble movimiento. “Por la inculturación, la Iglesia encama el evangelio en las diversas
culturas y, al mismo tiempo, ella introduce los pueblos con sus culturas en su propia
comunidad”.58 Por una parte, la penetración del evangelio en un determinado medio
sociocultural “fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y los propios
valores de cada pueblo (...), los consolida, los perfecciona y los restaura en Cristo”. 59 Por
otra, la Iglesia asimila estos valores, en cuanto son compatibles con el evangelio, “para
profundizar mejor el mensaje de Cristo y expresarlo más perfectamente en la celebración
litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de fieles”. 60 Este doble movimiento que
se da en la tarea de la “inculturación” expresa así uno de los componentes del misterio de
la encamación.61
5. La inculturación así entendida tiene su lugar en el culto como en otros campos
1. EL PROCESO DE LA INCULTURACIÓN
A LO LARGO DE LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
9. Las cuestiones que suscita actualmente la inculturación del rito romano pueden
encontrar alguna aclaración en la historia de la salvación. El proceso de inculturación ya
fue planteado en ella de formas diversas.
Israel conservó a lo largo de su historia la certeza de ser el pueblo elegido por Dios,
testimonio de su acción y de su amor en medio de las naciones. Tomó de los pueblos
vecinos ciertas formas cultuales, pero su fe en el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob
los modificó profundamente, primeramente de sentido y muchas veces de forma, para
celebrar el memorial de las maravillas de Dios en su historia incorporando estos
elementos a su práctica religiosa.
El encuentro del mundo judío con la sabiduría griega dio lugar a una nueva forma
de inculturación: la traducción de la Biblia al griego introdujo la palabra de Dios en un
mundo que le estaba cerrado y originó, bajo la inspiración divina, un enriquecimiento de
las Escrituras.
ÍO. La Ley de Moisés, los profetas y los salmos (cf. Le 24,27 y 44) estaban
destinados a preparar la venida del Hijo de Dios entre los hombres. El Antiguo
Testamento, comprendiendo la vida y la cultura del pueblo de Israel, es, así, historia de
salvación.
Al venir a la tierra, el Hijo de Dios, “nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Ga 4,4), se
ha sometido a las condiciones sociales y culturales del pueblo de la Alianza con los que
67 JUAN PABLO II, Discurso a la asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la
Cultura, 17 enero 1987, n. 5.
68 Cf. JUAN PABLO II, Discurso a las Asamblea plenaria del Consejo Pontificio para
la Cultura, 17 enero 1987, n. 5; cf. también EIUSDEM, Carta apostólica Vicesimus quintas
annus, 4 diciembre 1988, n. 17.
69 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 19 y 35,3.
ha vivido y orado. 70 Al hacerse hombre ha asumido un pueblo, un país y una época, pero
en virtud de la común naturaleza humana, “en cierto modo, se ha unido a todo hombre”. 71
Pues “todos estamos en Cristo y la naturaleza común de la humanidad recibe en él nueva
vida. Por eso se le llama el nuevo Adán”. 72
11. Cristo, que quiso compartir nuestra condición humana (cf. Hb 2,14), murió por
todos, para reunir a los hijos de Dios dispersos (cf. Jn 11,52). Con su muerte hizo caer el
muro de la separación entre los hombres, haciendo de Israel y de las naciones un solo
pueblo. Por la fuerza de su resurrección, atrae a sí a todos los hombres y crea en sí un
solo Hombre nuevo (cf. Ef 2,14-16; Jn 12,32). En él cada uno puede llegar a ser una
criatura nueva, pues un mundo nuevo ha nacido ya (cf. 2Co 5,16-17). En él la tiniebla
deja paso a la luz, las promesas se hacen realidad y todas las aspiraciones religiosas de
la humanidad encuentran su cumplimiento. Por el ofrecimiento de su cuerpo, hecho una
vez por todas (cf. Hb 10,10), Cristo Jesús establece la plenitud del culto en Espíritu y en
verdad en una novedad que deseaba para sus discípulos (cf. Jn 4,23-24).
12. “En Cristo (...) se nos dio la plenitud del culto divino**. 73 En él tenemos el
Sumo Sacerdote por excelencia, tomado de entre los hombres (cf. Hb 5,1-5; 10,19-21),
muerto en la carne, vivificado en el espíritu (cf. 1P 3,18). Cristo Señor, de su nuevo
pueblo hizo “un reino y sacerdotes para Dios, su Padre’’ (cf. Ap 1,6; 5,9-10). 74 Pero antes
de inaugurar con su sangre el misterio pascual, 75 que constituye lo esencial del culto
cristiano, 76 Cristo ha querido instituir la Eucaristía, memorial de su muerte y resurrección,
hasta que vuelva. Aquí se encuentra el principio de la liturgia cristiana y el núcleo de su
forma ritual.
13. En el momento de subir al Padre, Cristo resucitado prometió a sus discípulos
su presencia y les envió a proclamar el evangelio a toda la creación y a hacer discípulos
de todos los pueblos bautizándolos (cf. Mt 28,19; Me 16,15; Hch 1,8). El día de
Pentecostés, la venida del Espíritu Santo creó la nueva comunidad entre los hombres,
reuniéndolos a todos por encima de su mayor signo de división: las lenguas (cf. Hch 2,1-
11). Y las maravillas de Dios serán proclamadas a todos los hombres de toda lengua y
cultura (cf. Hch 10,44-48). Los hombres rescatados por la sangre del Cordero y unidos en
una comunión fraterna (cf. Hch 2,42) son llamados de toda tribu, lengua, pueblo y nación
(cf. Ap 5,9).
14. La fe en Cristo ofrece a todos los pueblos la posibilidad de beneficiarse de la
promesa y de participar en la herencia del pueblo de la Alianza (cf. Ef 3,6) sin renunciar a
su propia cultura. Bajo el impulso del Espíritu Santo, san Pablo, después de san Pedro
(cf. Hch 10), abrió el camino de la Iglesia (cf. Ga 2,2-10) sin circunscribir el evangelio a
los límites de la ley mosaica, sino conservando lo que él había recibido de la tradición
103 Cf. S. IRENEO, Adversus haereses, III, 2,1-3; 3,1-2: Sources Chrétiennes, 211,
24-31; Cf. S. AGUSTÍN, Epistula ad ¡anuarium, 54, 1 (PL 33, 200): “Las tradiones no
testimoniadas por la Escritura que guardamos y son observadas en todo el mundo, se
deben considerar como recomendadas o establecidas o por los mismos Apóstoles o de
los concilios, cuya autoridad es muy útil para la Iglesia...**; JUAN PABLO II, Carta encíclica
Redemptoris missio, 7 diciembre 1990, nn. 53-54; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE
LA FE, Carta a los Obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia
ententida como comunión Communionis notio, 28 mayo 1992, nn. 7-10.
104 Cf. Concilio Vaticano 11, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 83.
105 Cf. ibid., nn. 102, 106 y Apéndice.
106 Cf. PABLO VI, Constitución apostólica Ptenitemini, 17 febrero 1966.
107 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 22; 26; 28;
40,3 y 128; Código de Derecho Canónico, can. 2 y siguientes
108 Cf. Misal Romano, Ordenación general, Proemio, n. 2; PABLO VI, Discursos al
Consilium para la aplicación de la Constitución sobre la sagrada liturgia, 13 octubre 1966
y 14 octubre 1968.
109 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 22; 36,3 y 4;
40, 1 y 2; 44-46; Código de Derecho Canónico, can. 447ss y 838.
él el espíritu cristiano y permitirle una participación más profunda en la oración de la
Iglesia. 110
Después de la primera evangelización, en las celebraciones litúrgicas es de gran
utilidad para el pueblo la proclamación de la palabra de Dios en la lengua del país. La
traducción de la Biblia, o al menos de los textos bíblicos utilizados en la liturgia, es
necesariamente el comienzo del proceso de inculturación litúrgica. 111
Para que la recepción de la palabra de Dios sea precisa y fructuosa, “hay que
fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua la venerable
tradición de los ritos tanto orientales como los occidentales*'. 112 Así la inculturación de la
liturgia supone ante todo una apropiación de la Sagrada Escritura por parte de la misma
cultura.113
29. La diversidad de situaciones eclesiales tiene también su importancia para
determinar el grado necesario de inculturación litúrgica. Es muy distinta la situación de
países evangelizados desde hace siglos y en los que la fe cristiana continúa estando
presente en la cultura, y la de aquellos en los que la evangelización es más reciente o no
ha penetrado profundamente en las realidades culturales. 114 También es diferente la
situación de una Iglesia en donde los cristianos son una minoría respecto del resto de la
población. Más compleja es la situación de los países en los que se da un pluralismo
cultural y lingüístico. Será preciso hacer una cuidadosa evaluación de la situación para
encontrar el camino adecuado y lograr soluciones satisfactorias.
30. Para preparar una inculturación de los ritos, las Conferencias episcopales
deberán contar con personas expertas tanto en la tradición litúrgica del rito romano como
en el conocimiento de los valores culturales locales. Hay que hacer estudios previos de
carácter histórico, antropológico, exegético y teológico. Además, hay que confrontarlos
con la experiencia pastoral del clero local, especialmente el autóctono. 115 El criterio de los
“sabios” del país, cuya sabiduría se ha iluminado con la luz del evangelio, será también
muy valioso. Asimismo la inculturación tendrá que satisfacer las exigencias de la cultura
tradicional, aun teniendo en cuenta las poblaciones de cultura urbana e industrial. 116
110 Cf. JUAN PABLO II, Carta enciclica Redemptoris missio, 7 diciembre 1990 n. 53.
111 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 35 y 36,2-3;
Código de Derecho Canónico, can. 825,1.
112 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 24.
113 Cf. ibid; JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 16 octubre
1979, n. 55.
114 Por eso la Constitución Sacrosanctum Concilium advierte claramente en los nn.
38 y 40: “sobre todo en misiones”.
115 Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, nn. 16 y 17.
116 Cf. ibid, n. 19.
asambleas territoriales de Obispos legítimamente constituidas”. 117 A este respecto, las
Conferencias episcopales deben considerar “con atención y prudencia los elementos que
pueden tomarse de las tradiciones y genio de cada pueblo para incorporarlos
oportunamente al culto divino”. 118 Se podrá algunas veces admitir “todo aquello que en
las costumbres de los pueblos no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y
errores (...), con tal que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu
litúrgico”.119
32. A las Conferencias episcopales corresponde juzgar si la introducción en la
liturgia, según el procedimiento que se indicará más adelante (cf. más abajo nn. 62 y
65*69), de elementos tomados de las costumbres sociales o religiosas, vivas aún en la
cultura de los pueblos, puede enriquecer la comprensión de las acciones litútgicas sin
provocar repercusiones desfavorables para la fe y la piedad de los fieles. Y en todo caso,
velarán para que los fieles no vean en la introducción de estos elementos la vuelta a una
situación anterior a la evangelización (cf. más abajo n. 47).
Y siempre que se consideren necesarios ciertos cambios en los ritos o en los textos,
es importante adaptarlos al conjunto de la vida litúrgica y, antes de llevarlos a la práctica,
presentarlos primero al clero y después a los fieles, de manera que se evite el peligro de
perturbarlos sin una razón proporcionada (cf. más abajo nn. 46 y 69).
a) Principios generales
34. En el estudio y en la realización de la inculturación del rito romano se ha de
tener en cuenta: 1. la finalidad propia de la inculturación; 2. la unidad substancial del rito
romano; 3. la autoridad competente.
35. La finalidad que debe guiar una inculturación del rito romano es la misma que
el Concilio Vaticano II ha puesto como fundamento de la restauración general de la
liturgia: “ordenar los textos y los ritos de manera que expresen con mayor claridad las
117 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 22,2; cf. ibid, nn.
39 y 40,1 y 2; Código de Derecho Canónico, cann. 447-448ss.
118 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum, Concilium, n. 40.
119 Ibid., n. 37.
120 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 14-19.
cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas
fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y
comunitaria”.121
Es importante así mismo, que los ritos “sean adaptados a la capacidad de los fieles,
y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones”. 122 teniendo en cuenta
siempre la naturaleza de la misma liturgia, el carácter bíblico y tradicional de su
estructura y de su forma de expresión, tal como se ha indicado más arriba (nn. 21-27).
36. El proceso de inculturación se hará conservando la unidad substancial del rito
romano.123 Esta unidad se encuentra expresada actualmente en los libros litúrgicos
típicos publicados bajo la autoridad del Sumo Pontífice, y en los correspondientes libros
litúrgicos aprobados por las Conferencias episcopales para sus respectivos países y
confirmados por la Sede Apostólica. 124 El estudio de la inculturación no debe pretender la
formación de nuevas familias de ritos; al adecuarse a las necesidades de una
determinada cultura, lo que se intenta es que las nuevas adaptaciones formen parte
también del rito romano.125
37. Las adaptaciones del rito romano, también en el campo de la inculturación,
dependen únicamente de la autoridad de la Iglesia. Autoridad que reside en la Sede
Apostólica, la ejerce por medio de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos; 126 y, en los límites fijados por el derecho, en las Conferencias
episcopales,127 y el obispo diocesano.128 “Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o
cambie cosa alguna por iniciativa propia en la liturgia’*. 129 La inculturación, por tanto, no
está dejada a la iniciativa personal de los celebrantes, o a la iniciativa colectiva de la
41. Siendo la liturgia una acción, los gestos y actitudes tienen una especial
importancia. Entre éstos, los que pertenecen a los ritos esenciales de los sacramentos,
necesarios para su validez, deben ser conservados como han sido aprobados y
determinados por sólo la autoridad suprema de la Iglesia. 137
Los gestos y actitudes del sacerdote celebrante deben expresar su función propia:
preside la asamblea en la persona de Cristo.138
Los gestos y actitudes de la asamblea, en cuanto signos de comunidad y de unidad,
favorecen la participación activa expresando y desarrollando al mismo tiempo la
unanimidad de todos los participantes. 139 Se deberán elegir, en la cultura del país, los
gestos y actitudes corporales que expresen la situación del hombre ante Dios, dándoles
una significación cristiana, en correspondencia, si es posible, con los gestos y actitudes
de origen bíblico.
42. En algunos pueblos el canto se acompaña espontáneamente con batir de
manos, balanceos rítmicos, o movimientos de danza de los participantes. Tales formas
de expresión corporal pueden tener lugar en las acciones litúrgicas de esos pueblos a
condición de que sean siempre la expresión de una verdadera y común oración de
adoración, de alabanza, de ofrenda o de súplica y no un simple espectáculo.
43. La celebración litúrgica se enriquece por la aportación del arte, que ayuda a
los fieles a celebrar, a encontrarse con Dios, a orar. Por tanto. también el arte debe tener
libertad para expresarse en las Iglesias de todos los pueblos y naciones, siempre que
contribuya a la belleza de los edificios y de los ritos litúrgicos con el respeto y el honor
que les son debidos 140 y que sea verdaderamente significativo en la vida y en la tradición
del pueblo. Lo mismo se ha de decir por lo que respecta a la forma, disposición y
141 Cf. Misal Romano, Ordenación general, nn. 259-270; Código de Derecho
Canónico, cann. 1235-1239, especialmente 1236.
142 Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 272.
143 Cf. Bendicional, Bendición del baptisterio o de la nueva pila bautismal, nn. 933-
938.
144 Cf. Misal Romano, Ordenación general, nn. 287-310.
145 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 125; Cons-
titución dogmática Lumen gentium, n. 67; Código de Derecho Canónico, can. 1188.
146 CONC. ECUM. DE NICEA II: DSchónm. 601; cf. S. BASILIO, De Spiritu Sancto,
XVIII, 45: PG 32,149C; Sources Chrétiennes 17,194.
147 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 13.
148 Código de Derecho Canónico, can. 839,2.
149 Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Vicesimus quintus annus, 4 diciembre 1988,
n. 18.
150lOOCf./W
151 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 23.
47. Siendo la liturgia una expresión de la fe y de la vida cristiana, hay que vigilar
que su inculturación no sea ni dé la impresión del sincretismo religioso. Ello podría
suceder si los lugares, los objetos de culto, los vestidos litúrgicos, los gestos y las
actitudes dan a entender que, en las celebraciones cristianas, ciertos ritos conservan el
mismo significado que antes de la evangelización. Aún sería peor el sincretismo religioso
si se pretendiera reemplazar las lecturas y cantos bíblicos (cf. más arriba n. 23) o las
oraciones por textos tomados de otras religiones, aun teniendo éstos un valor religioso y
moral innegables. 152
48. La admisión de ritos o gestos habituales en los rituales de la iniciación
cristiana, del matrimonio y de las exequias es un etapa de la inculturación ya indicada en
la Constitución Sacrosanctum Concilium. 153 En ellos la verdad del rito cristiano y la
expresión de la fe pueden resultar fácilmente oscurecidos a los ojos de los fieles. La
recepción de los usos tradicionales debe ir acompañada de una purificación y, donde sea
preciso, incluso de una ruptura. Lo mismo se ha de decir, por ejemplo, de una eventual
cristianización de fiestas paganas o de lugares sagrados, de la atribución al sacerdote de
signos de autoridad reservados al jefe en la sociedad, o de la veneración de los
antepasados. Es preciso evitar cualquier ambigüedad en todos los casos. Con mayor
razón la liturgia cristiana no puede en absoluto acoger ritos de magia, de superstición, de
espiritismo, de venganza o que tengan connotaciones sexuales.
49. En algunos países coexisten distintas culturas que a veces se compenetran
hasta formar una cultura nueva y otras veces tienden a diferenciarse más y aún a
oponerse mutuamente para mejor afirmar su propia identidad. Puede suceder también
que algunas costumbres no tengan más que un interés folklórico. Las Conferencias
episcopales examinarán con atención la situación concreta en cada caso; respetarán las
riquezas de cada cultura, y a quienes la defienden, sin ignorar ni descuidar una cultura
minoritaria o que les resulte menos familiar; calcularán también los riesgos de las
comunidades cristianas de cerrarse entre sí o de utilizar la inculturación litúrgica con fines
políticos. En los países de cultura consuetudinaria, de usos tradicionales, se tendrán en
cuenta los diversos grados de modernización de los pueblos.
50. A veces son varias las lenguas de un país, de modo que cada uno sólo se
habla por un grupo restringido de personas o en una tribu. En tales casos habrá que
encontrar el equilibrio que respete los derechos de cada grupo o tribu sin llevar por esto
al extremo la particularidad de las celebraciones litúrgicas. A veces habrá que atender a
una posible evolución del país hacia una lengua principal.
51. Para promover la inculturación litúrgica en un ámbito cultural más vasto que un
país, se necesita que las Conferencias episcopales interesadas se pongan de acuerdo y
decidan en común las disposiciones que se han de tomar para que “en cuanto sea
152 JUAN PABLO II, Carta apostólica Dominicae cenae, 24 febrero 1980, n. 10:
“Estos textos pueden ser utilizados provechosamente en las homilías. Efectivamente ...
es propio de la homilía, entre otras cosas, demostrar la convergencia entre la sabi duría
divina revelada y el noble pensamiento humano, que por distintos caminos busca la
verdad”.
153 Cf. nn. 65,77, 81; Ritual de la iniciación cristiana de adultos, Prenotandos, nn.
30-31, 79-81, 88-89; Ritual del matrimonio, segunda edición típica, Prenotandos, nn. 41-
44; Ritual de las exequias, Prenotandos, nn. 21-22.
posible, evítense también las diferencias notables de ritos entre territorios contiguos”. 154
Procedimiento a seguir
en las adaptaciones previstas en los libros litúrgicos
189 Cf. SODA. CONGREGACIÓN PARA LOS OBISPOS, Directorio para el ministerio pas-
toral de los Obispos, Ecclesiae ¿mago, 22 febrero 1973, n. 84.
190 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 40,1.
191 Cf. ibid., n. 40,2.
192
haciéndose ayudar normalmente por la Comisión nacional o regional de liturgia. La
Conferencia cuidará también de no permitir que la experimentación se prolongue más allá
de los límites permitidos en lugares y tiempos, informará a pastores y pueblo de su
carácter provisional y limitado, y cuidará de no dar al experimento una publicidad que
podría influir ya en la vida litúrgica del país. Al terminar el período de experimentación, la
Conferencia episcopal juzgará si el proyecto se corresponde con la utilidad buscada o si*
debe ser corregido en algunos puntos, y comunicará su deliberación a la Congregación
junto con el dossier de la experimentación.
68. Una vez examinado el dossier, la Congregación podrá dar por decreto su
consentimiento, con eventuales observaciones, para que las modificaciones pedidas
sean admitidas en el territorio que depende de la Conferencia episcopal.
69. A los fieles, tanto laicos como clero, se les informará debidamente de los
cambios y se les preparará para su aplicación en las celebraciones. La puesta en práctica
de las decisiones deberá hacerse según lo exijan las circunstancias, estableciendo, si es
oportuno, un período de transición (cf. más arriba n. 46).
CONCLUSIÓN
Vocabulario
El vocabulario elegido para una traducción litúrgica debe ser de fácil comprensión
para la gente sencilla y, al mismo tiempo, expresión de la dignidad y elegancia del
original latino: debe ser un lenguaje apropiado para la alabanza y adoración, que
manifieste reverencia y gratitud ante la gloria de Dios. El lenguaje de estos textos no es
concebido, por lo tanto, como expresión, en primer lugar, de la disposición interior de los
fieles, sino más bien, como palabra de Dios revelada y como medio del diálogo constante
entre Dios y su pueblo, a lo largo de la historia.
Las traducciones deben estar libres de toda exagerada dependencia de formas
modernas de expresión y, en general, de un lenguaje psicologizante. Además, formas de
hablar que podrían parecer menos actuales, pueden ser, en ocasiones, apropiadas para
el vocabulario litúrgico.
Los textos litúrgicos no son completamente autónomos ni separables del contexto
general de la vida cristiana. No existen en la liturgia textos que intenten promover
actitudes discriminatorias u hostiles contra cristianos no católicos, la comunidad judía u
otras religiones; o que nieguen de algún modo la igualdad universal de la dignidad
humana. Cualquier interpretación incorrecta debe ser clarificada, aunque no es ésta la
finalidad primaria de las traducciones. Corresponde a la homilía y a la catequesis, la tarea
de contribuir a la aclaración y explicación del sentido y del contenido de algunos textos.
Género
Muchas lenguas poseen nombres y pronombres que hacen referencia,
simultáneamente, al género masculino y femenino, con un solo término. El abandono de
estos términos, como resultado de una tendencia ideológica que afecta a la cuestión
filológica y semántica, no siempre es acertado o conveniente, ni constituye una parte
esencial del desarrollo lingüístico. Los términos colectivos tradicionales deben ser
conservados en aquellos casos en los que su abandono puede comprometer una clara
noción del hombre como figura unitaria, inclusiva y corporativa, al mismo tiempo que
personal; como es expresado, por ejemplo, en el hebraico adam, el griego anthropos y el
latín homo. Del mismo modo, la expresión de una tal inclusividad no debe ser
reemplazada por un cambio automático del número gramatical ni por la utilización de
términos paralelos, masculino y femenino.
El género tradicional gramatical de las Personas de la Trinidad debe ser mantenido.
Expresiones tales como Filius Hominis (Hijo del Hombre) y Paires (Padres) deben ser
traducidos con exactitud, ya sea en los textos bíblicos o en los litúrgicos. El pronombre
femenino debe ser siempre conservado en referencia a la Iglesia. Los términos que
expresan afinidad o parentesco y el género gramatical de los ángeles, demonios y
deidades paganas, deben ser traducidos, y su género conservado, a la luz del uso en el
texto original y el uso tradicional de cada lengua moderna.
La traducción de un texto
Las traducciones no deben extender o restringir el significado del término original y
los términos que recuerden motivos publicitarios o que tienen tonos políticos, ideológicos
o semejantes, deben evitarse. Los manuales de estilística para composición vernácula,
de corte académico y profano, no deben ser utilizados acríticamente, ya que la Iglesia
posee temas muy específicos y un estilo de expresión apropiado para cada uno de ellos.
La traducción es un esfuerzo de colaboración dirigido a mantener la mayor
continuidad posible entre el original y los textos en las lenguas vernáculas. El traductor no
debe poseer solamente capacidad técnica, sino también confianza en la divina
misericordia y espíritu de oración, así como prontitud para aceptar, de buena gana, la
revisión de su trabajo por parte de otros. Cuando sean necesarios cambios substanciales
para acomodar a esta Instrucción un determinado libro litúigico, dichas revisiones deben
ser realizadas de una sola vez, con el fin de evitar repetidos trastornos o una sensación
de continua inestabilidad en la oración litúrgica.
Traducciones de la Escritura
Se debe prestar especial atención a la traducción de las Sagradas Escrituras para
su uso en la Liturgia. Para ello, debe desarrollarse una versión que sea exegéticamente
correcta y, al mismo tiempo, idónea para la celebración litúrgica. Una única versión, con
estas características, deberá ser usada de forma general dentro del área de una misma
Conferencia de los Obispos y ha de ser la misma para un determinado pasaje que pueda
encontrarse en diferentes lugares de los libros litúrgicos. La finalidad debe ser la de
conseguir un estilo específico, con sentido sagrado, en cada lengua, y que sea acorde,
hasta donde sea posible, con el vocabulario utilizado por el uso popular católico y los
textos catequéticos más comunes. Todos los casos dudosos que suijan, en referencia a
la canonicidad y a la exacta disposición del texto, deben ser resueltos con referencia a la
Neo-Vulgata.
Las imágenes concretas, que se encuentran en palabras que se refieren al lenguaje
figurativo y hablan, por ejemplo, de “dedo”, “mano”, “rostro” de Dios o de su “caminar”, y
términos como “carne” u otros, deben ser traducidos literalmente y no ser reemplazados
por abstracciones. Estos constituyen, de hecho, imágenes propias del texto bíblico y, en
cuanto tales, deben ser mantenidas.
Cuando la cooperación entre varias Conferencias de Obispos que usan una misma
lengua es conveniente o necesaria, únicamente la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos tiene la facultad de erigir comisiones conjuntas o “mixtas”,
y sólo después de una petición de los Obispos interesados. Dichas comisiones no son
autónomas y no constituyen, en ningún caso, un canal de comunicación entre la Santa
Sede y las Conferencias de los Obispos. No tienen ninguna facultad de tomar decisiones
y su papel se limita a estar al servicio del oficio pastoral de los Obispos. Deben ocuparse
exclusivamente de la traducción de las editiones typicae latinas y no de la composición
de nuevos textos en lengua vernácula, ni de la consideración de cuestiones teóricas o de
adaptaciones culturales, y el establecimiento de relaciones con instancias semejantes de
otros grupos lingüísticos queda fuera de su competencia.
La quinta Instrucción recomienda que, al menos algunos de los Obispos que formen
parte de dicha Comisión, sean Presidentes de la Comisión Litúrgica de sus Conferencias
respectivas. De cualquier modo, la comisión “mixta” está dirigida por los Obispos, de
acuerdo con los estatutos que deben ser confirmados por la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Los estatutos deben ser aprobados,
normalmente, por todas las Conferencias de los Obispos participantes, pero si ello no
fuese posible, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
podría preparar y aprobar los estatutos por su propia autoridad.
Comisiones de ese tipo, dice el documento, operan mejor coordinando el uso de los
recursos disponibles de cada Conferencia de los Obispos, así por ejemplo, una de ellas
puede elaborar una primera redacción de traducción, que luego puede ser pulida por otra
Conferencia, hasta llegar a obtener un texto mejorado y apto para el uso general.
Dichas Comisiones “mixtas” no tienen como finalidad sustituir a las Comisiones
litúrgicas nacionales y diocesanas, y por tanto, no deben ser encargadas de las funciones
de estas últimas.
A causa de la importancia del trabajo, todos los involucrados en forma estable en la
actividad de una Comisión “mixta”, excepto los Obispos, deben obtener un nihil obstat de
la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, antes de asumir
las tareas. Como todo lo relacionado con la Comisión, estos colaboradores prestan su
servicio por un tiempo determinado y se encuentran ligados por un contrato que, entre
otras cosas, implica el debido secreto y el anonimato en el cumplimiento de sus tareas.
La comisiones ya existentes deben presentar sus estatutos, en conformidad con
esta Instrucción, y someterlos a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos en el plazo de dos años desde la fecha de publicación de la misma.
El documento presenta también la necesidad propia que tiene la Santa Sede de
traducciones litúrgicas, especialmente en las principales lenguas mundiales, y su deseo
de estar más íntimamente involucrada en su preparación, en el futuro. Se refiere también,
en términos generales, a los diversos tipos de organismos que la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos puede establecer, crear y erigir para
resolver problemas relacionados con la traducción en una o más lenguas.
Nuevas composiciones
Un apartado sobre la composición de nuevos textos, señala que su propósito es,
solamente, el de responder a una necesidad genuinamente cultural o pastoral. De ahí
que su composición sea competencia exclusiva de las Conferencias de los Obispos y no
de las comisiones “mixtas” para las traducciones. Dichos textos deben respetar el estilo,
la estructura, el vocabulario y las demás cualidades tradicionales del Rito Romano. Son
particularmente importantes, a causa de su impacto en la persona y en la memoria, los
himnos y los cantos. En este campo, las Conferencias de Obispos deben realizar una
revisión general del material existente en lengua vernácula y regular la cuestión de
acuerdo con la Congregación, en el plazo de cinco años.
La Instrucción concluye con un breve número de apartados técnicos, ofreciendo
directrices sobre la publicación y edición de los libros litúrgicos, incluyendo el copyright
(derechos de autor), y también sobre los procedimientos para la traducción de los textos
litúrgicos propios, de cada diócesis y de cada familia religiosa.