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FARENHEIT 451.

Yo soy Montag, pertenezco al libro Farenheit 451 de Ray


Bradbury y esta es mi historia.
Mi oficio era uno de los más importantes: Bombero.
Llevabamos las insignias de la salamandra y el fénix con
orgullo junto a toda clase de artilugios: mecheros, cerillas,
largas mangueras cuyo propósito era escupir queroseno…
Todo para un único fin: eliminar todos los libros de la faz de
la tierra. Recibiamos alertas de personas acusando a sus
vecinos de tener bibliotecas clandestinas. Los libros estaban
prohibidos por lo que nosotros debíamos quemarlos junto a
sus casas. Las personas que tenían libros en su posesión
eran arrestadas y enviadas a un manicomio.
Yo amaba mi trabajo, amaba la calidad sensación del fuego,
el olor del queroseno, el espectáculo de luz que eran los
incendios… O eso creía.
Hubo un día en el que empecé a cuestionarme si realmente
me gustaba lo que hacia. Ese día volvía a mi casa tras causar
un incendio a altas horas de la noche, creo que serían en
torno a las 3 de la mañana. En la calle donde se encontraba
mi casa me encontré a una joven chica. Era la nueva vecina,
se había mudado junto a su familia hace poco. Se presentó,
su nombre era Clarisse.
Comencé a andar hacia mi casa junto a ella y empezó a
divagar y a divagar, me dijo que tenía 17 años, me dijo que
estaba loca, me habló mucho sobre su tío, un hombre que
parecía ser bastante interesante. Y también me dijo que no
le daba miedo. Esto me sorprendió, ¿Por qué habría de
darle miedo?. Me hizo varias preguntas sobre mi oficio. Me
preguntó si alguna vez había leído un libro, una pregunta
estúpida, todo el mundo sabe que eso es ilegal. Me dijo que
su tío decía que antes los bomberos no quemaban libros,
que antes apagaban incendios en vez de provocarlos, en ese
momento eso me pareció una estupidez. Después continuo
divagando sobre sus pensamientos respecto a la sociedad.
Tras eso se marchó, no sin antes hacerme una pregunta que
me molesto. Esa chica me pregunto “¿Es usted feliz?”.
Esa ridícula pregunta no salía de mi cabeza cuando entre a
mi casa. Las luces estaban apagadas, no se escuchaba
ningún ruido. Extrañado entre a mi habitación y vi a mi
mujer, Mildred, desplomada en el suelo con un bote de
pastillas en la mano. Se había intentado suicidar.
Rápidamente llame a urgencias y tras un rato llegaron dos
funcionarios con una maquina extraña, con forma de
serpiente. Vi como friamente le extraían del cuerpo a mi
mujer su sangre y le metían otra sangre distinta.
Dijeron que no era suficiente con limpiarle el estomago,
también debian limpiarle la sangre, o si no su cerebro
volvería a hacerle daño. Al día siguiente ella no recordaba
nada.
Fui a trabajar. Me volví a encontrar con Clarisse, ella me
acompaño de nuevo a lo largo de la calle. Cogió una flor del
suelo y me dijó que frotándola en la zona inferior de la
barbilla se podía saber si una persona estaba enamorada.
Frotó la flor bajo mi barbilla y me dijo que no estaba
enamorado. Eso me enfureció, ¡pues claro que estaba
enamorado!.
Pasaron los días de forma igual, iba a la estación de
bomberos, en el camino hablaba con Clarisse, ella me hacia
reflexionar sobre cosas en las que no me gustaba pensar.
En mi casa vivía atormentado por el estruendo de voces que
venia de las tres televisiones gigantes que estaban todo el
día encendidas, siendo observadas por mi mujer. Ella
trataba a la gente de esas pantallas como a su familia, decía
que eran sus parientes. Cuando le preguntaba sobre que
hablaban nunca podía darme una respuesta clara pese a que
no apartaba la vista de ellos.
Con el paso del tiempo me di cuenta de que realmente no
estaba enamorado, de que esa mujer no era mas que una
mera desconocida con la que convivía. Ni siquiera éramos
capaces de recordar donde o cuando nos conocimos. A ella
ni siquiera le importaba eso.
Pasaron los días. No soy capaz de recordar con claridad
cuando fue pero en algún momento deje de encontrarme
con Clarisse. Su silenciosa desaparición dejo un enorme
vacio existencial dentro de mi. Andaba mas lento por esa
calle con la esperanza de que apareciera, no paraba de mirar
alrededor buscándola, pero nunca la encontré.
Pero lo que fue la chispa que me hizo explotar fue el día en
el que fuimos a causar un incendio en la biblioteca de una
anciana. No me sentía bien, no paraba de pensar en Clarisse
y sus preguntas. La anciana propietaria de la biblioteca se
negaba a abandonarla. Después de intentar sacarla de allí se
acabo quemando así misma junto a sus libros. En el
momento del pánico oculte uno de los libros bajo mi ropa y
me lo lleve a casa. Necesitaba saber que tenían los libros
para hacer que alguien prefiriera la muerte a vivir sin ellos.
Al volver a mi casa estaba alterado. Alli descubri una verdad
devastadora, mi mujer me dijo que hacia 3 semanas que la
vecina de al lado, Clarisse, murió atropellada. Me sentía
enfermo, sentía que su muerte me estaba quitando mi vida,
sentía furia contra los jóvenes que le atropellaron y contra
mi mujer por tardar 3 semanas en contarme que había
muerto además de decírmelo de una forma tan impersonal.
Al día siguiente me negué a acudir al trabajo, menti
diciendo que estaba enfermo cuando realmente tan solo no
quería acudir. Le pedí a Mildred que llamase a Beatty, el
capitán de bomberos, para decirle que estaba enfermo. Ella
me dijo que lo hiciera yo, pero yo no quería hacerlo porque
sabia que si hablaba con él me acabaría convenciendo para
que fuera al trabajo. Yo soy débil y el me intimidaba, no
podía hablar con el.
Ni mi mujer llamó por teléfono ni yo me moví de la cama
por lo que al pasar unas horas Beatty se pasó por mi casa
para preguntarme el porque no había ido a trabajar. Yo
estaba en la cama, me sentía pesado, apoyado sobre la cama
donde escondía el libro que robe el día anterior.
El me habló sobre los bomberos, el me insinuó que sabia
que yo había robado un libro. Me dijo que era algo que
todos los bomberos hacían una vez, que se les permite
quedarse con el libro 24 horas y después si el propio
bombero no lo ha quemado se le confiscaría el libro y se
quemaría de todas formas.
Me conto que los bomberos al principio si que se dedicaban
a extinguir incendios en vez de provocarlos. Me conto que
esto cambió cuando los libros se popularizaron. La cultura y
la inteligencia se empezó a expandir por la sociedad como
una plaga. Los ineptos tenían miedo de que los intelectuales
usasen su inteligencia como un arma. Los libros
continuaban creandose y era imposible que no molestasen a
alguien. Daba igual que pusiera en sus paginas, al final
alguien acabaría enfadándose por ello. Y fueron estos dos
hechos los que hicieron que fuera el pueblo quien empezase
a quemar los libros. Con el tiempo los libros se acabarían
ilegalizando, las casas se modificarían para ser ignifugas y
los bomberos tendrían una nueva misión: hacer un
espectáculo que entretuviera a la sociedad, pues ellos no
eran necesarios, la gente normal era la que quería quemar
los libros, ellos solo brindaban una sensación de protección
ante los locos que querían seguir guardando los libros.
Aun con este discurso me negué a ir a trabajar. Esto
sorprendió a Beatty. Después de que se fuera me sinceré con
Mildred. Le enseñe el libro que había robado el día anterior
y los otros libros que había robado tiempo antes. Tenia unos
cuantos, los llevaba recogiendo desde antes de conocer a
Clarisse. Pase toda la tarde leyendo los libros en voz alta
delante de Mildred, ella lloraba en silencio.
Trataba de buscar algo en los libros, algo que arreglase lo
que estuviera mal dentro de mi y dentro de Mildred y
dentro de todos pues los locos no eran los que guardaban
los libros sino los que los quemaban. A la gente que
quemaba libros le hacia falta ese algo. Ese algo que
encontraron tiempo atrás Clarisse o su Tío, pero no lo
encontré, no era capaz de entender los libros que leía.
Al día siguiente en vez de ir a trabajar fui a buscar a alguien
que me pudiera ayudar a encontrarlo. Tiempo atrás conocí a
un anciano que había sido profesor de literatura en una
universidad y que me dio su dirección, se llamaba Faber.
Fui a casa de Faber, le lleve un regalo, una biblia. Me dejó
pasar dentro de su casa. Conversamos sobre distintos
temas, los bomberos, la guerra que cada vez estaba mas
cerca de nuestro país…
El me dijo que ese algo que buscaba no se encontraba en los
libros, los libros solo eran una forma de llegar a ello. Me
dijo que las tres cosas que le hacían falta a la sociedad eran
calidad de información, ocio de verdad; no del que
estábamos plagados un ocio enfermizo que solo consitia en
conducir tan rápido que solo se pueda pensar en no matarse
y envenenarse con los epectaculos televisivos que no dan
tiempo a pensar con todo ese ruido y esas luces. Y la tercera
cosa el derecho a realizar acciones con el resultado de la
interacción de las dos otras. Tres cosas de las que nuestra
sociedad carecía.
Él me dio un audífono para mantenerse en contacto en todo
momento conmigo. Yo seguiría yendo al trabajo de forma
normal y él escucharía hablar a mi capitán mientras
tramábamos un plan revolucionario. Su voz resonaba en mi
cabeza en todo momento, actuando como un guía en este
desastroso mundo.
Al día siguiente mi mujer trajo a dos amigas a su casa, a ver
la televisión. Me enfurecio verlas muertas por dentro
observando la televisión. La apague y las obligue a
conversar conmigo. Las odiaba. A las tres. Odiaba como se
habían alterado al ver como se apagaba la televisión, odiaba
como una hablaba con cariño el sistema de educación de
nuestro país, en el que tienes un hijo y desde ese momento
te lo arrebatan y solo lo ves una vez al mes. Odiaba como
hablaban de la guerra como si fuera algo lejano e imaginario
pese a estar cada vez mas sobre nosotros. Odiaba sus
decisiones políticas, pues ellas votaban en las elecciones al
candidato mas bello haciendo caso omiso de sus propuestas.
Bajo este odio y esta furia saque un libro de poemas y
comencé a leer. Ellas lloraron, las amigas de mi mujer se
fueron corriendo y mi mujer me dijo que me fuera a trabajar
inmediatamente.
Cuando llegue le entregue el libro a Beatty.Unas horas mas
tarde recibimos una alerta de un alijo secreto de libros. Al
ver la dirección Beatty se emocionó. Ese día conducía él,
cosa extraña. El estaba muy emocionado y yo no fui capaz
de reaccionar ante la sorpresa de ver cómo nos parabamos
delante de mi casa.
Vi como Mildred huía de la casa, ella había dado la alarma.
Beatty me dio un lanzallamas y me dijo que debía ser yo
mismo quien debía quemar mi casa.
Queme mi casa. Y con mi casa me quemé a mí mismo y a la
desconocida con la que me había casado y todos los
momentos que pasé allí dentro ardieron junto a la casa.
Cuando por fin terminé Beatty observó el dispositivo que
había en mi oído. Me lo arrebate y me dijo que iba a rastrear
la señal para detener a mi compañero. La furia se apoderó
de mi cuerpo y sin pensarlo le rocié con el fuego del
lanzallamas. Él lo estaba esperando, acepto el fuego sin
oponer ninguna clase de resistencia, él quería morir.
Hui sin saber a dónde ir. Inconscientemente me dirigí a la
casa de Faber. Él me ayudo. Me dio ropa nueva, una botella
de whiskey y me dijo que huyera hacia el río de la ciudad y
continuara caminando por las viejas vías de tren.
Mientras estuve allí pude ver las noticias. Vi que
oficialmente se acababa de declarar la guerra, sin embargo,
esa noticia fue rápidamente tapada con la del homicidio que
acababa de cometer. Mi persecución fue retransmitida en
directo desde los helicópteros, me estaban buscando cada
vez mas seguros de encontrarme. Debía huir rápido.
Corri durante lo que parecieron horas y finalmente llegue al
rio. Camine por las vías del tren y me encontré con unos
hombres calentándose delante de un fuego. Me sorprendi al
ver ese uso del fuego, no podía creer que el fuego pudiese
ser usado para algo reconfortante como obtener calor en vez
de algo que produjera destrucción.
Me dieron la bienvenida, me conocían. Me dieron de comer
y me mostraron la televisión en la que estaban viendo mi
persecución. Me seguían persiguiendo en la ciudad,
ejecutaron en medio de la calle a alguien que hicieron pasar
por mi y lo retransmitieron en directo en todo el país.
Hable con la gente que vivía en las vías del tren, me
contaron su plan. Me contaron que existían muchas
personas que habían memorizado libros. No tenían los
libros en físico pero si en sus recuerdos y así esperarían a
que la guerra explotara y terminara para aprovecharse de
las heridas abiertas por la guerra para así curar a la
sociedad por dentro. Yo recordaba un libro de la biblia, el
libro del Eclesiastés. Me uní a ellos. Esperando al momento
en el que pudiéramos reconstruir la sociedad
recordándonos una cosa que teníamos que tener muy
presente: Nosotros no éramos importantes. No darnos el
lujo de creernos importantes si queríamos llevar a cabo
nuestra misión.

Horas mas tarde pudimos observar desde lejos como unos


aviones sobrevolaban la ciudad arrojando una gran bomba a
esta, pudimos ver como toda la ciudad era devastada en un
momento. Al día siguiente. nos dirigimos a un granero
donde habían llevado a heridos que habían sobrevivido.
Íbamos a ayudarlos, a alimentarles y curarles, estábamos
preparados para recitar los libros.

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