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La politica de Jesús

por C. RENE PADILLA


La misión de la iglesia es encarnar la política de Jesús, y encarnarla como iglesia, que cumple la
función de la sal en cada esfera de la actividad humana, incluyendo la política

ASI VIVIO Jesucristo y eso me basta. No necesitó otra ley ni otro modelo de hombre. En él Dios ha
descifrado el sentido de la vida humana. Dios ha entrado en la historia para poner al alcance de los
hombres nada menos que su propia imagen. Sí: Dios ha definido lo que significa ser hombre, y lo ha
hecho no en términos de un discurso filosófico, sino de un hombre. Más precisamente, en términos del
segundo Adán, “el Hombre para los demás”.

Porque Jesucristo vivió así, no necesito especular acerca de la humanidad del hombre: el camino está
abierto para el retorno al propósito original de Dios. En palabras de Leopoldo Marechal,
“este segundo Adán es el oro robado
y es el primer Adán que lo devuelve.
“Oye lo que te digo, hermano en hierro:
eres tú mismo quien restituye la fruta.
Llevas tú mismo al hombro la cruz,
y no lo sabes:
te diriges al centro del árbol y lo ignoras.
No ves cómo tu hierro se
va trocando en plata,
según opera el Cristo que te asume”

(Citado de “El Cristo” Heptamerón. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, p.117).

Porque Jesucristo vivió así, no necesito otra motivación para servir que la que él me comunica en su
propio servicio. Vivir es servir como él sirvió.
JESUS, EL REY-SIERVO

Jesucristo no se limitó a hablar sobre el servicio: él sirvió. Y su servicio es la clave misma de su


mesianidad. Veamos.

La misión de Jesús queda definida ya al comienzo de su carrera pública en las palabras desde el cielo
en el momento de su bautismo: “Tú eres mi Hijo amado” (San Lucas 3.22). La designación apunta al
cumplimiento en él de la profecía relativa al ebed Yaweh, el Siervo de Jehová, según Isaías 42.1. La
vocación de Jesús en la historia es la de ser portador del propósito de Dios, cuya realización es
inseparable del sacrificio.

No bien su misión ha sido definida en esos términos, sin embargo, Jesús se ve sujeto a la tentación de
cumplir su vocación por una vía ajena al sacrificio. La culminación de la tentación (y esto es obvio
especialmente en el Evangelio según San Mateo) se da en la oferta de “todos los países del mundo y
la grandeza de ellos” a cambio de la adoración a Satanás (San Mateo 4.8-11). Es la sugerencia de que
Jesús tome posesión de aquello que le pertenece por derecho, como Hijo de Dios que es, evadiendo el
sacrificio.

Es la posibilidad de que Jesús absolutice el poder político como medio para el cumplimiento de su
vocación mesiánica. Es la alternativa de una mesianidad sin cruz. Al rechazarla, él desmitologiza el
poder. Aunque no desconoce la importancia que éste tiene para el mundo, lo relativiza y escoge en su
lugar el servicio de amor hasta el sacrificio.

Posteriormente la misma tentación es recapitulada en la reconvención que Pedro dirige a Jesús cuando
éste anuncia su muerte a sus discípulos: “¡Ni lo quiera Dios, Señor! ¡A tí no te puede pasar esto!”
(San Mateo 16.22). Es porque en estas palabras lee la misma insinuación que Satanás le hiciera en el
desierto, que Jesús le responde: “¡Apártate de mí, Satanás!, pues me eres un estorbo. Tú no piensas
como Dios, sino como los hombres” (San Mateo 16.23). Pedro no ha entendido que es precisamente
como el Siervo Sufriente que Jesús es el Mesías, que su sufrimiento es inseparable de su mesianidad,
que la entrega de sí mismo en sacrificio es la base de su realeza.
La lectura de los Evangelios a la luz de su contexto histórico nos da la pauta para entender por qué ni
Pedro ni los demás discípulos identificaron la vocación de su Maestro con la del Siervo sufriente:
estaban condicionados por un ambiente politizado en el cual las expectativas mesiánicas a menudo
desembocan en el celotismo.

En efecto, Oscar Cullmann ha sugerido que probablemente hasta seis de los discípulos de Jesús fueron
reclutados de las filas de los celotes (cf. Jesús y los revolucionarios de su tiempo, Ediciones Studium,
Madrid, 1971). Mal se puede esperar, entonces, que entre ellos tuviera aceptación alguna una política
que no contemplara la liberación del yugo de Roma mediante la fuerza de las armas. Su concepción
del reino mesiánico se ajustaba a los moldes ideológicos de la época.

Y su ambición era ocupar las posiciones principales en el nuevo régimen que, según ellos, estaba por
aparecer por intervención de Jesús (San Marcos 10.35-37, 41). Ni para los discípulos ni para el
judaísmo común de la época era concebible que el Mesías fuera un rey sufriente un rey-siervo (cf.
Oscar Cullmann, Cristología del Nuevo Testamento, Methopress, Buenos Aires, 1965, pp. 68-77). ¡El
Mesías sería un conquistador!

Las amenazas de muerte por parte de los líderes religiosos se ciernen sobre él. Sus discípulos se
empeñan en elucubrar respecto a los rangos que esperan tener en el reino mesiánico. Entonces Jesús
define otra vez la naturaleza de su mesianidad categóricamente: “Aun el Hijo del Hombre no vino para
que le sirvan, sino para servir, y para dar su vida como precio por la salvación de muchos” (San
Marcos 10.45). En otras palabras: “Yo no soy el Mesías que ustedes esperan: no soy un conquistador.
Yo soy el Rey-Siervo.” Es el Rey, pero su gobierno no se basa en la coacción, sino en el amor. Amor
que es entrega de sí mismo por los demás. Amor hasta el sacrificio. Amor que cuaja en servicio.

UNA NUEVA ALTERNATIVA POLITICA


Claro está, esa manera de ser rey no cuadra con los modelos de este mundo, los modelos a los cuales
se han conformado los discípulos. Bien saben éstos que “los que gobiernan las naciones se hacen
dueños de ellas, y los grandes entre ellos les hacen sentir su autoridad” (San Marcos 10.42).

Ese es el único tipo de política que ellos conocen. La política de todos los imperios humanos, grandes
y pequeños. La política que encierra a los hombres en el círculo vicioso de la represión y la
insurrección, Roma y los celotes.
Lo que Jesús propone a sus discípulos no es ni más ni menos que otra política completamente nueva:
la política del amor (agape) que toma la forma de servicio. La política de la nueva era, a la luz de la
cual queda superada la coacción de los que detentan el poder de la vieja era. La política del Reino de
Dios, según la cual el que quiera ser grande “debe servir a los demás” y el que quiera ser el primero
“debe ser el esclavo de todos” (San Marcos 10.43-44).

Es así como Jesús encara las estructuras de poder: denunciando la pasión de mando que se atrinchera
en ellas, y proponiendo otra alternativa. De ninguna manera se desentiende de la situación de su
pueblo oprimido: su misión involucra una reestructuración de la sociedad, según la voluntad de Dios
(A esto apunta tanto su lenguaje (“reino”, “justicia”, “evangelio”) como su “manifiesto” en la sinagoga
de Nazareth, al comienzo de su ministerio. San Lucas 4.17-21. Cf. John H. Yoder, “Revolución y ética
evangélica”, Certeza, Nº 44, pp. 104 ss.). Pero tampoco adopta ninguna de las opciones políticas
existentes en su medio ambiente. Yoder resume la tónica de cada una de las vías políticas de la época
de Jesús bajo cuatro denominaciones: saduceos, esenios, fariseos y celotes) sino que propone otra
nueva basada en el amor, el servicio, la entrega de uno por los demás.

No se refugia en “lo religioso” o “lo espiritual”, como si su Reino no tuviese nada que ver con lo
económico y lo social, pero desmitologiza la política de los hombres (La desmitologización del poder
político incluye dos aspectos: 1) La manifestación de la cruda realidad acerca de la conducta de
quienes detentan el poder político: “los que gobiernan las naciones se hacen dueños de ellas, y los
grandes entre ellos les hacen sentir su autoridad” (San Marcos 10.42). 2) El descubrimiento de la
falsedad de las pretensiones morales de los políticos: “a los jefes de ellas (las naciones) se les llama
hombres que hacen el bien” (San Lucas 22.25) y se presenta como el Rey-Siervo en el cual se
encarna la política del Reino de Dios.

La alternativa política que Jesús propone se traduce en la creación de una nueva comunidad modelada
en el Rey-Siervo. Una comunidad en que cada uno da según sus posibilidades y recibe según sus
necesidades, puesto que el Señor Jesús dijo: “Más feliz es el que da que el que recibe” (Los Hechos de
los Apóstoles 20.35). Una comunidad en que las barreras raciales, culturales, sociales y aun sexuales
desaparecen, puesto que “Cristo es todo y está en todos” (Colosenses 3.11; Gálatas 3.28).

Una comunidad en la que el liderazgo se basa en el servicio, puesto que “el Hijo del Hombre no vino
para que lo sirvan, sino para servir y dar su vida como precio por la salvación de muchos” (San
Marcos 10.45). Como lo ha señalado John H. Yoder, eso es lo nuevo en la alternativa que propone
Jesús: una comunidad con un estilo de vida diferente. “¡La mera presencia de esta comunidad es el
cambio! Una civilización que tiene en su seno una comunidad así es una sociedad cambiada, aunque
no lo sienta, o no se dé cuenta de ello” (Op. cit., p. 110).

La comunidad que Jesús forma en la primera instancia de la aplicación de su política es un signo de


contradicción en medio de la vieja sociedad. Es una comunidad que junta a celotes, miembros del
partido revolucionario cuya esperanza es que él sacuda el yugo de Roma y establezca el reino
mesiánico, (Puede haber algo inclusive en la hipótesis de que Judas traicionó a Jesús “con la seguridad
de verle cumplir portento tras portento ante sus adversarios, obligándole así a apresurar el
advenimiento de aquel reino que tanto se hacía esperar”.

Giusseppe Ricciotti, Vida de Jesucristo, Luis Miracle, Barcelona, 1960, p. 599. Ricciotti, sin embargo,
desecha la hipótesis arguyendo que “en tal caso el traidor no habría debido matarse antes de la
muerte de Jesús, sino, a lo sumo, después, ya que no le constaba el momento en que el Mesías podría
recurrir a sus máximos prodigios” Ibid) y publicanos, empresarios privados encargados del cobro de
impuestos para el gobierno de la ocupación (Cf. San Mateo 9.9-13; San Lucas 19.1-10); a mujeres del
pueblo, de reputación dudosa, y mujeres de la clase alta cuyos medios económicos hacen posible el
ministerio ambulante de Jesús y sus seguidores (Cf. San Lucas 7.36-39; 8.1-3). Es una comunidad
reunida alrededor de un líder que se opone a los tabúes relacionados con la observación del sábado
(Cf. San Mateo 12.9-14; San Lucas 13.10-17; San Juan 9.1-14), pero continúa frecuentando la
sinagoga como buen judío (Cf. San Mateo 4.23, 12.9, 13.54; San Lucas 4.16); renuncia a colaborar
en la lapidación de una mujer adúltera (Cf. San Juan 8.1-12), pero enseña que para cometer adulterio
basta mirar a una mujer con deseo (Cf. San Mateo 5.27 s.); despierta en el pueblo expectativas
mesiánicas que incluyen la liberación del poder de Roma (Cf. San Juan 6.15), pero da oído al pedido
que le hace un oficial del ejército romano (Cf. San Lucas 7.1-10); mantiene una constante polémica
con los fariseos (Cf. San Lucas 5.17-32, 15.1-7, 16.13-15), pero come con ellos cuando lo invitan a su
casa (Cf. San Lucas 7.36, 11.37, 14.1).

Jesús tiene una manera diferente de ser rey: amar y servir al prójimo. Amarlo y servirlo en todas las
dimensiones de la necesidad humana. Amarlo y servirlo, sea quien fuere, aceptándolo como hombre,
en su situación concreta.

Y a esa manera de ser rey corresponde una comunidad diferente: una comunidad de amor y servicio.
Según la política de los reinos de este mundo, se llega al poder mediante la violencia, la demagogia o
el favoritismo; según la política del Reino de Dios, el camino del poder pasa por la cruz. No hay
manera de participar en la política de Jesús excepto aceptando el servicio de su sacrificio y
comprometiéndose a servir como él sirvió. En palabras del Señor a sus discípulos: “De veras, tendrán
que beber del vaso que yo beba y recibir el bautismo que yo reciba” (San Marcos 10.39). Que es otra
manera de expresar su llamada al discipulado: “Si alguno quiere seguirme, olvídese de sí mismo,
tome su cruz y sígame” (San Mateo 16.24).

ACTUALIDAD DE LA POLITICA DE JESUS


Un profeta del siglo XX, Jacques Ellul (“Entre el caos y la parálisis”, Certeza Nº 41, pp. 16ss. Ver
también el editorial “Politización y acción cristiana” en el Nº 52 de la misma revista), mantiene que el
mayor peligro que entraña la sociedad tecnológica y burocrática de hoy es precisamente la adaptación
del hombre al sistema. Las rígidas estructuras sociales, mediante sus redes de información, relaciones
públicas y propaganda, condicionan al ciudadano común hasta hacer imposible que juzgue por sí
mismo. Mal se puede esperar, entonces, que el verdadero cambio se dé a partir de la sabiduría
humana. La única esperanza está en un punto de vista radicalmente distinto al de la sociedad: el
punto de vista de la revelación.

El incisivo análisis del pensador francés muestra la vigencia de la política de Jesús en la sociedad
contemporánea. En una sociedad politizada, cuya existencia misma se ve amenazada por la ambición
de mando y la masificación del hombre, urge el redescubrimiento de esa otra alternativa encarnada en
una comunidad que vive para amar y servir.

En primer lugar, la política de Jesús es la respuesta al dilema entre el individualismo y el colectivismo.


En la comunidad que él crea el individuo no vive para sí, sino para Dios y el prójimo. Tampoco es
sacrificado en nombre de un nuevo hombre y una nueva sociedad que, se supone, tomarán forma en
un futuro distante. Encuentra su realización en la medida en que voluntariamente “pierde” su vida en
la vida de los demás aquí y ahora, no en la construcción del hombre genérico proyectados por una
ideología (Cf. Héctor Goya, “El hombre en el pensamiento marxista”, Certeza Nº 51, pp. 78ss.). Lo
cual en la práctica significa: (1) Que servir al prójimo en su necesidad concreta tiene sentido aunque
no solucione todos los problemas: es una señal del Reino que ha venido en Jesucristo (Cf. C. René
Padilla, “Evangelio y responsabilidad social”, Certeza Nº 52, pp. 108ss.).

El amor a la humanidad cuya fuerza ideológica tritura al individuo es la negación del amor al hombre
de carne y hueso que ha sido el objeto del amor de Dios expresado en la cruz. (2) Que para los
cristianos el serivicio de amor al prójimo en todas las dimensiones de su necesidad no es opcional,
sino una exigencia del Evangelio. El cristianismo que hace un divorcio entre la fe y las obras atenta
contra la enseñanza de Jesucristo, ya que “si no se demuestra con lo que la persona hace, la fe por sí
sola es una cosa muerta” (Santiago 2.17).

En segundo lugar, la política de Jesús es la respuesta al dilema entre el fin y los medios. A la
comunidad que reconoce como rey a quien escogió el camino de la cruz le está vedada la esperanza
en un hombre nuevo y una sociedad nueva alcanzables por otros caminos. Su tarea en el mundo es
manifestar la presencia del Reino, vivir el fin como una fuerza dinámica que se ha hecho presente en
Jesucristo y que determina los medios. En la práctica esto significa: (1) Que el criterio en base al cual
se ha de juzgar al prójimo no es la eficacia definida desde el punto de vista humano, sino la fidelidad
al Evangelio.

Si según la política de los hombres “el fin justifica los medios”, según la política del Reino todo medio
tiene que estar subordinado al fin que se ha hecho presente en Jesucristo. (2) Que,
consecuentemente, no se puede esperar que el mundo reconozca la eficacia a largo plazo de la política
de Jesús.

Como lo ha expresado Ellul: “La acción que intentemos siempre será considerada por el mundo como
un fracaso, y más cuanto más auténticamente fiel sea. No podemos ser exitosos o mostrar que la
iglesia es eficaz en el mundo a menos que adoptemos el criterio de eficacia del mundo, lo cual implica
también la adopción de sus medios” (Jacques Ellul, The Politics of God and the Politics of Man, Wm. b.
Eerdmans, Grand Rapids, 1972, p. 140). (3) Que el servicio de amor al prójimo no necesita otro
justificativo que el amor de Dios en Cristo ni otra meta que la manifestación de su Reino.

Toda la historia es un mentís al valiente intento de formar una nueva sociedad y un nuevo hombre por
el esfuerzo humano (En un discurso pronunciado en 1816, Robert Owen, un socialista utópico decía:
“Limpien las fábricas y hogares de los trabajadores, planten pasto, árboles y flores, otorguen salarios
decentes, buenas condiciones sociales de trabajo, eleven el nivel cultural a través de la educación, y
se creará un hombre nuevo y diferente” Citado por R. R. Ruether (El reino de los extremistas, La
Aurora, Buenos Aires, 1970, pp.86s). Aunque expresado en otros términos, el mismo
“medioambientismo” sigue primando en las ideologías que hoy proponen la formación del hombre
nuevo).

La política de Jesús puede prescindir completamente de la utopía, puesto que depende de la gracia de
Dios. Concibe su ejercicio en términos de servicio, no como un medio, sino como un fin en sí, puesto
que en él se manifiesta la presencia del Nuevo Hombre.

La misión de la iglesia no es hacer sino ser la revolución. Hacer presente en el mundo otra alternativa
en que se rechaza el condicionamiento social y se renuncia al uso de la coacción inherente en la
política de los hombres. Manifestar el Reino de Dios que ha venido ya, aunque todavía no en su
plenitud. Encarnar la política de Jesús, y encarnarla como iglesia unida y como iglesia dispersa que a
través de sus miembros cumple la función de la sal en cada esfera de actividad humana, incluyendo la
política (El tema de la relación entre la política de Jesús y la política de los hombres requeriría otro
artículo. Baste aquí anotar que la militancia en un partido político es una de las vías (no la única ni la
más importante) por las cuales el cristiano puede servir a su prójimo. Hay muchas otras (las artes, las
ciencias naturales y sociales, etc.) y lo único que les da sentido a todas ellas es el ser canales de
servicio al prójimo).

De la fidelidad con que cada cristiano en su propia vocación encarne esa política de Jesús depende la
verdadera eficacia de la iglesia

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