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‘Relatos de

abogados’, el libro
que los ‘desnuda’:
un adelanto
El libro presenta 10 entrevistas a los abogados
más representativos del país, quienes
reflexionan sobre su vida y lo que significa
ejercer esta profesión. Adelanto: entrevista a
César Nakazaki

Con 10 entrevistas -que rozan la crónica periodística-, el libro ‘Relatos de


abogados’ (editorial Plectro Editores) nos acerca al mundo íntimo de los letrados
más mediáticos de nuestro país. Desde César Nakazaki- de quien presentamos un
adelanto en esta nota- hasta Lourdes Flores Nano.
“De cada entrevista se puede hacer una historia. De cada historia, un relato. Y
cada relato es una vida que merece ser contada individualmente. Acá les
contamos, entonces, la vida de diez personas, así como su relación con el Derecho;
tema en el que, mal que bien, estamos inmersos desde distintos abordajes”,
indican los autores del libro, Eduardo Abusada y Luis Fernando Castellanos.
Como bien afirman, ‘Relatos de abogados’ no es un compendio sobre el Derecho,
sino una incursión a las motivaciones y las circunstancias que llevaron a los abogados
más representativos de nuestro país al lugar que ocupan hoy.
La diestra pluma de los autores, uno de ellos periodista (Abusada), hacen que este libro
sea ágil, entretenido y revelador.

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Aquí les presentamos un extracto del libro, una entrevista a profundidad al reconocido
y mediático abogado César Nakazaki, quien relata su infancia en Chiclayo, la
influencia de su padre y responde a los duros cuestionamientos que se le hicieron por
ser abogado de Alberto Fujimori.

CÉSAR NAKAZAKI: Abogado 24 horas al día


Probablemente hay pocas personas en el Perú —de las que leen noticias— que no
reconozcan el rostro del abogado César Augusto Nakazaki Servigón. Ha llevado
casos de alta intensidad en el campo penal. La defensa del expresidente Alberto
Fujimori Fujimori (hoy preso), lo lanzó al estrellato. Digamos, lo hizo un personaje
reconocible por la gente de a pie. De hecho, Nakazaki, desde antes, ya se había hecho
un nombre en el mundo del Derecho. Tiene su propio estudio de abogados y clientes
de alto vuelo. Se puede decir que es un hombre con poder. Sin embargo, su historia,
como la de muchos, tuvo un inicio simple y común.
Fue en la Maternidad de Lima, un 5 de enero de año 1962, en donde dio sus primeros
alegatos. Eran los impulsos de un recién nacido abriéndose paso en la vida. Por esas
fechas, su padre aún era un estudiante de medicina. César pasó sus primeros años en
el viejo barrio de Odriozola, a una cuadra de la excancha de Universitario de
Deportes. Eso lo moldeó para siempre. Ya desde muy niño se hizo hincha crema y
aprendió los secretos de la astucia en el fulbito callejero. En buena cuenta, aunque
ahora nos recibe en una elegante oficina en Surco, podemos decir que el hombre tuvo
—o tiene— algo de lo que se llama “calle”. Tal vez de allí venga su afilado verbo
para batirse en juzgados y con los medios de prensa. Uno puede estar de acuerdo o en
contra con él, pero tablas y cancha no le faltan.

Y DALE U, EL BAILE Y CHICLAYO


¿Hasta qué edad vivió en Odriozola?

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Viví allí hasta los 7 años. Lo recuerdo claramente. Cuando me fui me puse muy triste
porque, por primera vez, me habían invitado a una actividad —que yo no sabía que se
celebraba—, que era la Bajada de Reyes. Yo tenía mi primera enamoradita del barrio.
Silvia me acuerdo que se llamaba. Estábamos emocionados por ir, pero mis papás
decidieron que había que viajar. Es así que a los 7 años me fui a vivir a Chiclayo. Viví
ahí desde el año 1969 hasta el año 1978. Chiclayo es mi segundo terruño.
¿Y peloteaba en la pista?
En la calle claro; pero en la pista mi mamá no me dejaba. Había un parquecito chiquito
donde jugábamos.
¿Y movía su pelota?
Yo he sido de la selección de mi colegio: era arquero. Y era bueno.
Ud. tiene cierta agilidad, porque creo que también baila salsa, ¿no?
También. Bailo salsa muy bien.
¿Cómo Saravá?
No tanto como Saravá. Él es el Dr. Salsa. A mí más me gustaba la música disco. Crecí
mucho con Travolta. Fui catorce veces a ver Fiebre de sábado por la noche y doce
veces Grease. Paraba mucho en las discotecas: de lunes a sábado, desde las tardes.
Domingo no me gustaba ir. Nunca me gustó jaranearme los domingos. Recuerdo
también las fiestas del colegio los sábados, con luces psicodélicas y afiches.
¿En Chiclayo hasta que año se queda?
Hasta el quinto de media: año 1978. Vine acá (Lima) a postularme a la universidad en
el año 1979. Vine por la opción de la universidad. En ese tiempo ni siquiera existía la
Universidad de Piura, que fue la primera opción particular seria que hubo en el norte.
Chiclayo era una hegemonía de la Universidad de Trujillo. Tenía la hegemonía de todo
el norte. No había universidades particulares.

DOS CARRERAS: DE MOTOS Y UNIVERSITARIA


Cualquiera que haya visto una intervención oral de César Nakazaki puede deducir
fácilmente que el hombre tiene muchas horas de lectura. Cita un autor tras otro. Los
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griegos clásicos dirían que es una forma de persuasión, y hay de cierto en ello. El
abogado debe no solo defender, sino que debe actuar su papel de defensor. Y si es
versado, tanto mejor. La labia no es lo mismo que saber; pero si se tiene lengua fértil
y conocimientos, el caldo de juez o fiscal queda más sabroso. Para el caso concreto,
Nakazaki no solo es habilidoso con el “floro”, sino que también ha sido y es muy
“chancón” o aplicado. “Yo he sido 19.5 de promedio. El promedio ponderado más
alto que ha habido en la historia de la facultad de la universidad”, enfatiza sin poder
ocultar el orgullo en el brillo de sus ojos. Aunque tiene un trato horizontal y hasta
campechano, le cuesta evitar el inflar el pecho. Está bien. A veces hay que sacar
pecho. Lo justo.
¿Cómo así escoge matricularse en la carrera de Derecho?
Consejo de mi padre, que fue un ser humano que tuvo mucha influencia en mi vida.
¿Era un carácter fuerte, autoritario?
No, no, al revés. Era muy dulce. Yo crecí en un hogar con Peter Pan, Mary Poppins,
Bambi. Mi mamá me contaba cuentos y me cantaba canciones de cuna. Lo que pasa es
que mi papá me llevaba primero para que lo acompañe al Hospital de las Mercedes,
donde era pediatra. Me gustaba la medicina, pero, cómo es la vida, pensaba que era
una carrera muy complicada, muy dura. Recuerdo un día que estaba en cuarto de
media. Él se me acercó y me dijo: “hijo, yo veo que tienes condiciones para ser
abogado”. No había en mi familia cercana abogados, ni tampoco habíamos tenido una
experiencia legal. Hago un paréntesis. Tengo muchos clientes que sus hijos, a punto de
retirarse del Derecho, han terminado siendo muy buenos en la profesión solo por
ayudar a su familia. En mi caso no fue así. El consejo de mi padre y ver algunas
películas de abogacía influyeron mucho en mí. Recuerdo una, por ejemplo, una de Paul
Newman, muy antigua. En esta hace de un abogado que pintaba y que por cuestiones
de la vida se vuelve un borracho y defiende a un caso de mala praxis médica contra un
poderoso estudio. En esa película hace como un viejo abogado, muy buena, buenos
argumentos.

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Hay otra también en que hace de un joven abogado; una excelente película donde él es
tributarista y su mejor amigo era un multimillonario, pero flojo. Entonces él entra al
estudio, incluso ingresa como el último abogado, y hay una anécdota interesante: un
día entra una viejecita como clienta y nadie le daba bola y le dicen que él la atienda.
Resulta que esta viejecita era una de las principales clientes del estudio. Cuando los
jefes se dieron cuenta, ya la señora dijo: “este es mi abogado y no lo suelto”. Luego, en
una de las escenas de la película, a su gran amigo, lo acusan de homicidio; entonces,
como era su mejor amigo, él siendo tributarista, hace una gran defensa legal. Por lo
tanto, (las influencias fueron) el consejo de mi padre; esas películas; y en el fondo, el
que yo crea que soy un superhéroe, porque crecí con Superman, Batman, Aquaman,
etc. Creo que el abogado es una especie de héroe cuyo gran poder es solucionar los
problemas que hay en la sociedad.
¿Qué tal estudiante era?
En primaria fui un muy buen alumno porque mi mamá me hizo estudiar. En secundaria
ya me volví un alumno irregular porque me dejó libre y, además, me compraron una
moto. Era la época de las 70 cc areneras y de la tabla hawaiana; entonces, como
comprenderán, fui muy irregular. De hecho, me costó ingresar a la universidad.
¿Cómo convenció a sus padres para que le compraran una moto?
Mi papá me dijo en primero de media: “tú te sacas la medalla y te compro moto”. Y
me saqué la medalla. Era un tiempo en el que sacaban las propagandas que decían lo
siguiente: “mejor cómprale un cajón a tu hijo que una moto”. Mi papá medio que se
desanimó. Yo me puse a llorar. “Papá, tú me has prometido”, le dije. Y como mi papá
cumplía lo que prometía, me compró una 70 arenera que estaba de moda. Además,
tuve suerte, porque mi hermano se compró una mini Yamaha y, para su mala fortuna, a
los dos días se cayó, le dio miedo y ya no la quiso. Entonces yo tenía dos motos: una
para la mañana y otra para la noche. Hacía motocross y me gustaba mucho correr en la
ciudad, entre los carros. Mucho me gusta driblear. Tal vez eso influyó en mi estilo. Eso
de pasar el peligro. Yo vivía en la urbanización Santa Victoria. En el centro estaba el
óvalo Bolognesi, donde se paraban los policías. El reto de los muchachos era ir y

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vencerlos. Las chicas nos hacían barra. Al que no lo atrapan era el mejor. Recuerdo
que luego la Policía se compró un Volkswagen. Yo me paraba al lado de su carro y
empezaba a acelerar. Luego me perseguían y yo me pasaba por un puente de un árbol
que había. Las chicas gritaban. Así fue mi adolescencia.
¿En qué universidad estudió usted?
Yo vengo a estudiar (a Lima) a la Católica; y por homenaje a mi papá, a la Cayetano.
Para la Católica me preparé en la (academia) Trener, pero con la mala preparación que
yo venía, no ingresé. Reconozco con vergüenza que no ingresé tampoco a la Villareal;
no es por nada, no quiero ofender a los villarrealinos. Luego, postulé a la Cayetano. De
patriota nomás fui a sentarme: eso fue heroico. La única pregunta que recuerdo era
sobre un mosquito que come una fruta en un valle, y había que contestar cómo se
llamaba la enfermedad, la fruta y el mosquito… La cosa es que cumplí con mi papá
que era médico. Luego, mi mamá me matriculó en la San Martín. Yo no quería
postular ahí porque el edificio me parecía feo; sin embargo, ingresé en buen puesto.
Ingresé bien, es más, el primer y segundo año tenía ‘notones’. Pero ‘notones’ igual que
en el colegio: de pura memoria. Yo siempre digo que el gran fracaso del Perú es el
sistema educativo, donde la gente sale sin saber estudiar y sin que le guste estudiar.
Cuando comenzaba el tercer año —a inicios de 1981— hubo una huelga que duró
medio año. Peña Cabrera era el rector y era a balazo limpio la San Martín.
Cuénteme de eso, ¿Cómo era la vida universitaria?, ¿había política?
Sí había política. Estaba el PPC y el EDU, el APRA era el ARE y estaba la izquierda.
Es más, en mi salón estuvo Edith Lagos. En ese tiempo una linda chica de la sierra con
trenzas que por la ventana se paraba y me jalaba el pelo. Yo no la identifiqué. Yo saco
que había sido compañero de Edith Lagos cuando, ya siendo abogado, leo una historia
que cuenta uno de mis profesores en la que dice haber sido profesor de Edith Lagos.
Ahí la ubico, y saco inmediatamente quién era.
Su entierro en Ayacucho fue multitudinario…

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Claro, cuando ella muere ya la tenía identificada. En la universidad la perdí totalmente
de vista. Nunca llegué realmente a conocer a toda mi promoción porque era un
palomar.
¿Qué otro recuerdo tiene de la universidad en esa época?
La San Martín era una casona, y atrás de la casona eran unos gallineros. Eran salones
de triplay tipo la Católica en su primera época en Derecho, antes de hacer los
pabellones. Entonces éramos salones en la mañana, tarde y noche. Los dos primeros
años terminé con muy buen promedio, pero no me acordaba de nada al final. Me di
cuenta de mi realidad un día que estaba de vacaciones en Chiclayo y mi abuelito
Fernando Servigón —por parte de madre— que le encantaban los juicios, me hizo
unas preguntas sobre temas que yo ya había estudiado, pero me hice el sonso. “Eso no
he estudiado abuelito”, le dije. Ahí dije que mal que estoy porque no me acuerdo. Mis
(notas) 17s, 18s no servían para nada.
Volvamos al tema de la huelga. Regresé de mis vacaciones a matricularme y, por
primera vez, enfrento una huelga en el primer semestre de 1981. Estaba sin clases y me
asusté. Pensé que si había entrado a una universidad particular era para estudiar. Y,
para colmo, había balaceras. Venía la gente de Peña Cabrera. Recuerdo un día clarito
que me encuentro con dos amigos: Agustín Salazar y Jaime Sparz. Con ellos me
preparé en la Trener. Los escuché que acababan de venir de una entrevista en la
Universidad de Lima, donde habían abierto Derecho. Entonces pensé: “a la de Dios, si
me alcanza para el taxi me voy”. Me alcanzó y me voy a la de U. de Lima. Como era
chiquitita, inmediatamente llegué hasta el decano. En ese tiempo era Camilo Carrillo,
que luego fue ministro en la época del Apra. Me presento y don Camilo me dice que
por mis notas me querían. Pero había un problema, que yo no había hecho estudios
generales porque en la San Martín no se hacían, de frente entras a facultad. Pensé en
los Estudios Generales, en hacer Matemáticas y todo eso. Ni hablar, en el Perú la gente
estudia abogacía porque no le gusta las matemáticas. Así que me ofrecieron una
alternativa: la de canjearme mis dos años de Derecho por los de Estudios Generales y
arrancar en facultad. Acepté.

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Cuando llega a la facultad, ¿se había hecho una idea previa de lo que era la
carrera de Derecho?
No, por eso es que en esos dos primeros años en la San Martín me sentía totalmente
perdido: era igual que en el colegio. Siempre digo en la universidad que un día en el
colegio supimos quiénes eran todos los presidentes del Perú. ¿Quién se acuerda ahora?
Para ese entonces yo estudiaba Penal 1, Penal 2, pero no entendía para nada qué era la
abogacía, hasta que, ya posteriormente, en la de U. de Lima, conocí al Dr. José
Antonio Santos Chichizola: mi maestro. Yo entendí qué es la abogacía y le agarré
gusto al Derecho cuando lo conocí. Marcó mi vida.
¿Por qué?
Lo encontré en el primer ciclo de Derecho de la Universidad de Lima y me enseñó
Penal 1. Lo recuerdo clarito: un hombre de metro noventa, gigante. Entró con su terno
plomo y dijo: “yo soy José Antonio, como el vals; Santos, pero no Santos del Cusco
como Santos Atahualpa; sino Santos de Murguía, España; y mi apellido se pronuncia
‘Kikizola’, no ‘Chichizola’. De Génova es mi madre”. Cuando el Dr. Santos dictaba
clases, uno sentía dos cosas: ganas de ser abogado y que él podía solucionar cualquier
problema. Esto último lo viví luego, cuando me fui a practicar con él. Lo que sentía la
gente es que era como un escudo, y, cabalmente, eso es lo que debe ser un abogado,
sobre todo un penalista; o sea, un protector.
¿Qué otro profesor lo marcó?
La otra persona que influyó en mi vida es el Dr. Carlos Fernández Sessarego, gran
maestro del Derecho Civil. Escucharlo a él era como escuchar una sinfonía. Cuando él
explicaba su teoría tridimensional y cómo había llegado a esa conclusión, era una
sinfonía, realmente. Yo diría que el Dr. Santos marcó mi perfil del concepto de la
abogacía; y el gusto por el Derecho, fue gracias a Fernández Sessarego.
¿Se ha llegado a enfrentar con sus profesores en el ejercicio de su carrera?
Nunca. Yo empecé a ejercer en el año 1990. Terminé en 1986, pero me demoré en
graduarme porque me nombraron profesor. Yo fui el primer profesor-alumno en la
Facultad de Derecho. Resulta que el Dr. Santos enfermó de fiebre malta como un año y

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no podía dictar el curso. Era la cátedra más famosa de toda la facultad. La aduana en la
Universidad de Lima era Derecho Penal 1, y él tenía cuatro secciones. Fue entonces
que yo me aventé a enseñar y, por eso, demoré en graduarme. Pero como les decía, no
pude enfrentarme con mis profesores porque Fernández Sessarego ya no ejercía; y con
el Dr. Santos, pues no porque trabajamos juntos. Además, en 1990 me fui a trabajar a
Chiclayo y regresé en 1998.
¿Cuál fue su primera práctica profesional?
Con el Dr. Santos. Él era vocal, juez superior del Quinto Tribunal Correccional. Nos
invitó para ir y yo le tomé la palabra. Me aparecí inmediatamente en la tarde y me hizo
pasar. Me emocionó que un miembro de una sala me haga pasar. Ya adentro, me senté
en una mesita para leer el expediente del homicidio de un policía. Me encantó. Ya al
mes y medio me sentaba al lado de los tres vocales. Yo veía los juicios directamente.
Veía a los ojos a un hombre cuando lo condenaban a 20, 30 años. Me impresionaba
mucho eso. Así fue mi primera práctica: acompañar al Dr. Santos en sus dos años que
tuvo de juez superior. Luego llegó el segundo gobierno de Belaúnde y allí sacan al Dr.
Santos. Yo me quedé, entonces, practicando en su estudio.
¿Y esos primeros dos años de práctica eran remuneradas?
No, nunca. Yo siempre como Lolo Fernández: por la camiseta.

SOBRE LA VIDA PROFESIONAL Y EL OFICIO DE SER ABOGADO


Por temas de edición, hemos tenido que cambiar algunos tiempos verbales. Pero es
curioso que Nakazaki cuando habla del pasado, usa tiempos verbales presentes.
Como si todo discurriera a la vez, al mismo tiempo, pasado y presente. ¿Sabiduría
oriental? Quién sabe. Lo cierto es que siempre está en el momento, muy atento, no
deja de prestarte atención, aunque su vista vaya de un lado a otro. Se apasiona mucho
en lo que dice. En cada palabra se siente el aplomo de su voz. Es una entrevista, pero,
bien visto, es un alegato, su propio juicio oral. La defensa del Derecho y su biografía.

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Como casi todos los entrevistados de este libro, es también profesor. Si en teoría
es más rentable solo ejercer como abogado, ¿por qué enseña usted?
Por haber enseñado desde que era alumno, y no solamente haberme limitado a ser
ayudante de cátedra y jefe de cátedra. Desde temprano tenía decidido ser profesor
porque ya lo era, como les conté. La discusión era si iba a ser un profesor y en mis
ratos libres abogado, o si iba a ser un abogado y en mis ratos libres profesor. No es algo
menor. Hay una constante: casi ningún gran autor y profesor ha sido a su vez un gran
abogado. Por ejemplo, Julio Maier, la máxima autoridad del Derecho Procesal Penal
argentino, ¿qué ha logrado ser? Juez de Tribunal Administrativo. Y así, el abogado de
Maradona no era tampoco el mejor autor de libros. Esa constante siempre la quise
quebrar. Sin embargo, tomé la decisión y fui abogado, uno que en sus ratos libres era
profesor. Si hubiera optado por profesor tendría que hacer mi maestría y doctorado
para seguir la carrera natural, para ser jefe del área, decano, rector… Pero entendí que
la abogacía no era grados, sino guerra. El tema es que también soy profesor. Primero,
porque mi formación académica me llevaba a serlo; y segundo por mi compromiso
social: uno tiene que formar como lo formaron. Soy el profesor de Derecho Penal más
antiguo de la facultad.
¿Es muy ‘jalador’?
En mi primera época, cuando era un alumno-profesor, pensaba que el éxito del
profesor era jalar; y mientras más jalados, mejor profesor era. Ahora pienso que un
alumno jalado es el fracaso del profesor, porque eso significa que no lo he logrado
motivar.
Ahora en que las ofertas publicitarias para las maestrías son tan agresivas, ¿qué
tan importante es seguir una?, ¿las considera indispensables o basta con la
carrera?
Si bien todavía no llega del todo, creo que en el futuro cercano obtener un trabajo, es
decir, la posibilidad de jugar en la cancha, va a depender de cuántos cartones tengas.
Hoy día, esa idea que un abogado solito ponga su oficina y triunfe ya no funciona. El
abogado de consultorio prácticamente ha desaparecido. Hoy un abogado tiene que

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entrar a un estudio, y a un estudio se entra ahora por currículum. Esto se verá más en el
futuro. Mi hijo estudia Derecho, y sí o sí tendrá que ser máster y si puede doctor,
también. En cambio, en mi época no era necesario, y antes menos. En este momento el
enemigo es vencer al lobby, a la coima, a la justicia mediática, y eso no se vence con
grados. Lo que pasa es que hoy en día los estudios, sobre todo los que no ven Derecho
Penal, es decir, los estudios corporativos grandes, venden en sus presentaciones
y brochures que sus integrantes tengan —como los militares— la mayor cantidad de
galardones posibles. No presentan su éxito en casos, si ganan el 98% de ellos; sino que
la presentación de esos estudios es que “nosotros somos de Harvard”. Entonces, para el
abogado del futuro, para entrar a la carrera sí va a necesitar de postgrados, pero para
triunfar en la profesión ya son otros conjuntos de elementos en que el postgrado es
insuficiente.
¿Qué es ser abogado para Usted?
Un abogado es una persona que, a través del Derecho previene, soluciona parte de los
más grandes problemas de la vida de un hombre y de la sociedad.
¿Qué cualidad innata debe tener un abogado?
Depende de la rama. La abogacía es muy variada. Puede haber un notario que
simplemente dice: “Doy fe”, y dicho sea de paso gana buena plata, y hasta un penalista
que tiene que morir de repente para que su cliente pueda salir de la cárcel.
Los autores, Luis Fernando Castellanos y Eduardo Abusada.
¿En su caso?
Lucha, lucha.
¿Qué le atrae de esta profesión y qué es lo que aborrece de ella?
Lo que me atrae de la abogacía es poder ayudar a las personas en los momentos más
difíciles de su vida. El penalista tiene la oportunidad o la circunstancia de participar
con el ser humano en su momento de mayor flaqueza. Yo mucho veo a la abogacía a
través de la medicina, por la influencia de mi padre. ¿Cómo? En cosas como, por
ejemplo, la práctica ad honorem: casi la mitad de mis casos han sido gratuitos porque
mi papá nunca le puso precio a la salud de un ser humano. Entonces, la libertad no

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puede tener precio. Yo soy abogado de 24 horas, nunca apago mis teléfonos ni hay
vacaciones, es igual que la medicina. Cuando sonaba el teléfono en la noche, yo me
preguntaba: ¿cuándo mi papá le dirá a mi mamá “dile que no estoy”? Y ni en sus
comienzos ni cuando triunfó y tuvo éxito: jamás dijo “no estoy”. Yo por eso estoy las
24 horas: de lunes a domingo. Relaciono mucho la medicina con el Derecho.
¿Y qué es lo que aborrece de la carrera?
Dos cosas son bien marcadas: la crisis que vive la abogacía, realizar el Derecho tiene
muchos factores extralegales. Yo defiendo en un caso al alcalde de Pucallpa, Valdez,
que es procesado, y el día de la sentencia El Comercio me saca una editorial que dice
así: “Cuidado Sala, pesa sobre ti la espada de Damocles de una denuncia en la OCMA.
Cuidado con hacerle caso al abogado del reo Fujimori”. ¿Qué tenía que ver Fujimori
con Valdez? No voy a decir el nombre de qué juez, pero me lo dijo un juez supremo:
“tú debes comprender que tu cliente es un condenado mediático, y para absolver a tu
cliente habría que ser un héroe”. Entonces le dije: “tocayo, me cagaste, y por doble
partida, porque a ti te adornan muchas “h” pero no te adorna la ‘H’ de héroe en primer
lugar. Si para absolver a Valdez hay que ser un héroe, para absolver a Fujimori, ¿qué
habría que hacer?”. Aborrezco eso, que el partido de fútbol no solo hay que jugarlo
contra los futbolistas, sino contra los factores extralegales.
Y lo otro que aborrezco es la incomprensión de la gente que piensa que las únicas dos
libertades que hay son la libertad para votar y la libertad de prensa, pero no el libre
ejercicio de la abogacía. Así, el abogado es atacado no por los términos de su defensa,
sino por la persona que defiende. Se olvida la sociedad que lo único que uno hace
como abogado es hacer lo que la sociedad le ha pedido. Esta incomprensión de un gran
sector de la sociedad la interpreta la prensa.
Claro, defiende el derecho de toda la sociedad porque cualquiera puede estar en
esa situación.
Justamente. Es más, la sociedad existe gracias a que hay un ordenamiento jurídico.
Donde no hay ley, no hay sociedad. Toda nuestra crisis es fruto de una cultura de
ilegalidad.

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¿Cuál cree que es un defecto común en el ejerció de la profesión?
Hay algo que es propio de todas las profesiones. Si la sociedad sufre crisis de valores,
las profesiones también; y la abogacía más que ninguna. Hay un gran autor que es José
María Martínez Val que escribe Abogacía y abogados y dice lo siguiente: el abogado
tiene que hacer el más grande holocausto que puede hacer un profesional liberal; en
cada acto de su profesión, revela sus grandezas y sus miserias. Al contador, así sea un
hijo de la guayaba, la suma le sale igual. El ingeniero podrá ser un desgraciado con sus
hijos, pero el ladrillo pega igual con el cemento. En cambio, en el caso del abogado,
depende quién es para saber cómo va a orientar y por cuáles caminos va a llevar a su
cliente. Si uno cree en la libertad del ser humano o no, si uno cree en los derechos o no,
se va a revelar en cada acto que haga como abogado. Por lo tanto, el factor común de la
abogacía es la crisis de valores. Por eso es que en materia de Derecho Penal, hoy día,
los abogados son holográficos, defienden tras bambalinas, escondidos; o sea, el cliente
es bueno para cobrarle la plata, pero no es bueno cuando hay que poner la cara por él.
Ese es el abogado holográfico. Luego hay abogados lobbystas, y luego abogados
corruptos.
¿Ejercer Derecho Penal implica algún tipo de carácter especial distinto al de las
otras ramas del Derecho?
El litigante, en general, tiene un perfil que es ser luchador, estratega, tener resistencia,
es El arte de la guerra de Sun Tzu; pero el Derecho Penal implica ciertas cualidades
adicionales y diferentes. Primero, un amplio nivel de comprensión del ser humano.
Para poder defender hay que comprender; si no yo no comprendo a ese ser humano, no
lo puedo defender. Yo siempre digo que es tan fácil dejar de hacer justicia y violar la
garantía del tribunal imparcial. Basta con que el juez le tenga asco a la persona, y deja
de ser justo, solo por tenerle asco. Es como que el cirujano vomite. El abogado
penalista necesita una gran dosis de comprensión del ser humano, que el cristianismo
mucho ayuda a entender.
Entonces, ¿es Ud. creyente?

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Yo soy un hombre que profeso la religión católica. [Piensa] En un tiempo fui
practicante, fui ministro extraordinario de la Eucaristía y trabajaba en los movimientos
discursivos de cristiandad. Luego, por razones personales (salí)… No dejé de creer en
Dios, creo que Dios es mi padre y me ayuda, pero no puedo seguirlo. Soy el “hijo
pródigo” que todavía no regresa a la casa de su padre, pero él está allí y algún día
tendré que darle cuentas. Y esa será mi mejor defensa, la que nunca he hecho todavía.
Estábamos en las características del abogado penalista…
Sí, además debe ser un luchador incansable, a veces sacrificando todo. Un día mi
socio, a una política importante le decía: “tú solo no quieres un kilo de mi carne,
quieres un kilo de carne de mi corazón”, eso en referencia a todo lo que le pedía. Por lo
tanto, el ser un buen penalista implica dar un kilo de carne del corazón. Es una gran
dosis de sacrificio. Es una cualidad muy especial para ser penalista, de verdad. Otra
cosa. Hay que tener mucha escama, una coraza, una armadura muy fuerte. Comparen
una final del Mundial de Fútbol, partido cero a cero, último minuto, penal: si es a favor
de Argentina todos se rompen el alma por patearlo para estar en la foto, si es a favor de
Perú nadie quiere patear el penal para no tener la responsabilidad. También hay que ser
multidisciplinario, sino ¿cómo defiendo delitos tributarios o laborales si no sé tributario
o laboral?, o ¿cómo defiendo mala praxis médica si no tengo la capacidad de entender
el problema médico? Hay que conocer de las ramas del Derecho y fuera de él.
Debe celebrar con orgullo el ‘Día del Abogado’…
Yo nunca celebro el Día de la Abogacía. ¿Qué voy a celebrar? Si a la gente tenemos
que justificarle a cada rato que no somos ladrones. Esa es una realidad. Quienes me
conocen en la abogacía, más me tienen como un cura en el Derecho; sin embargo,
mediáticamente, porque yo defiendo a un procesado por corrupción, ergo tengo que
explicar que no soy corrupto.
¿A qué abogado admira?
Además de admirar a mi maestro el Dr. José Antonio Santos Chichizola, admiro al Dr.
José Félix Niquén Manucci, que es excelente abogado. Qué les digo… fue el mejor
penalista que encontré en Chiclayo, un gran abogado. Él me dio una enseñanza muy

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importante, me dijo lo siguiente: “tu maestro es tu caso; cada caso te va a ir enseñando
a ser abogado y en cada caso vas a encontrar un motivo para ser abogado”.
Hablando de maestros, en un programa de televisión le hicieron una jugada en
que llevaron a su maestro para que desvirtué un argumento jurídico suyo.
Un alumno; bueno, él dice que ha sido mi alumno, yo no me acuerdo de él, ahora se
dedica al periodismo. Un día me llama para que yo vaya a hablar del caso de Magaly;
sin embargo, el Canal 9 me había pedido, por el contrario, que no toque el asunto
porque trataban ilusamente de sacar el tema de lo mediático para poder trabajarlo.
Entonces le explico eso y me dice: “he comprendido”. Pero en esa misma noche —por
eso no creo que es casualidad— sale mi maestro hablando: el Dr. Santos Chichizola.
Le hacen una serie de preguntas donde, de alguna manera, lo enfrentan conmigo. Eso
me dolió. Ni los editoriales de El Comercio —que me ha honrado con unos ocho— me
dolieron tanto. Recuerdo que una vez, otro periodista dominical, me insultó
duramente… duramente, a tal punto que lo podía querellar. “Cara de sandía”, me
decía. Y todo era porque no había querido ir a su programa. Le expliqué también que
era por el estilo. Me acordaba mucho por la entrevista que le hizo a Lourdes Flores
Nano. Le dije: “tú me vas a preguntar si la tengo grande, la tengo chiquita, y a mí no
me gustan esos temas”. Así que se ofendió profundamente y en la noche me tiró con
ametralladora. No me duele tanto por mí, sino por mi familia.
Entre los abogados extranjeros, ¿a cuál admira?
A Francesco Carnelutti. Fue un gran abogado de derecho empresarial que, en la
cúspide de su carrera, se convirtió. Es por esta razón que fastidió a los civilistas y les
digo que jamás ha habido un penalista que se ha convertido. En cambio, Carnelutti,
que era una estrella del Derecho Civil y del Derecho Procesal Civil, se convierte a
penalista. Él lo cuenta. Dice que fue cuando vio un preso, vio en él, el Evangelio de
San Mateo, capítulo 25: “Venid, benditos de mi Padre… porque tuve hambre, y me
disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve
desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”, y
sus discípulos le preguntan: “¿Cuándo, Señor, te vimos así?”, y Jesús les dice: “en ese

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preso, enfermo, estaba yo”. Entonces, cuando Carnelutti vio a ese hombre encadenado,
entiende el Evangelio, y entiende que sus capacidades lo llevaban a que sea penalista.
De ser el más insigne abogado del Derecho Privado de Italia, pasa a ser el más insigne
penalista.
Acá también se dio esa figura, porque el padre del Derecho Penal, Ángel Gustavo
Cornejo, hizo el mejor comentario del Código Penal y el mejor comentario del Código
Civil de su época. Por eso es que mi maestro, durante mis tres primeros años de
práctica, me hacía ver solo casos civiles. Un día le pregunté: “¿tan burro soy en
Derecho Penal que no veo un solo caso?”. “No —me dijo—, es que no te quiero tuerto,
quiero que veas con los dos ojos”.
¿Se aprende el Derecho más estudiándolo o en la cancha?
El estudio permite hacer una profundización del Derecho ordenada. Aprenderlo
ejerciendo es un poco desordenado, porque vas variando con la dinámica del caso.
Tienes que saltar de un poco de Constitucional a un poco de Procesal, de Civil,
medicina, química, etc. En mi caso, por ejemplo, acabo de lograr, que, por primera vez
en la historia de la jurisprudencia de lesa humanidad, a un acusado lo hayan declarado
inimputable porque establezco que actuó en trastorno bipolar en fase maniaca con
síntomas psicóticos. Fue en un caso emblemático: el de Pucayacu. El sargento que
mata a ocho personas. Creo que hasta es mundial que, en el sistema de delitos contra la
humanidad, se declare una inimputabilidad. Por tanto, vas saltando de un tema a otro.
Pero la práctica, si bien es un estudio desordenado, permite agarrarle sentido. Por
ejemplo, domino el habeas corpus y puedo sacar a un ser humano de los horrores de la
cárcel; domino el juicio de alimentos, y puedo garantizar que un niño nazca en una
cuna y con comida; entonces, empiezo a encontrarle sentido a la cosa.
¿Contra qué abogado le gustaría enfrentarse y contra quién no?
Contra cualquiera.
Usted tiene mucho domino escénico, es bastante histriónico. ¿Qué tanto de actor
tiene que tener el abogado?

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Uno lo aprende y a otros les nace. Yo siempre participaba en las actuaciones de mi
colegio, desde jardín. Más que histriónico, el abogado tiene que ser un gran
comunicador. El ejemplo es: tienes un minuto para que compren el producto, ¿qué
dirías? O más dramático aún: tienes un minuto para que no te maten, ¿cuál es tu
argumento? Por eso es que admiro muchísimo a la abogacía de los Estados Unidos.
Convencer a un jurado para mí sería un reto extraordinario.

EL CASO FUJIMORI
Difícil hablar del oficio de ser abogado con César Nakazaki sin conversar sobre,
seguramente, el caso más famoso de su carrera, el del expresidente Alberto Fujimori.
Que él mismo lo relate. A confesión de parte, relevo de pruebas.
¿Se arrepiente de haber aceptado la defensa de Alberto Fujimori?
Jamás. Es un honor. Hay dos grandes casos en la historia: el de Fujimori y el de
Augusto B. Leguía, que es en el ocaso (de su vida) y por tanto un gran drama; sin
embargo, un poco menos complicado. El gran problema del caso Fujimori es que los
políticos no quieren que Fujimori esté libre. Hagamos un ejercicio de qué pasaría si
Fujimori hubiera podido postular con Alan García y Humala. No creo que nadie diría
que no hubiera sacado ni un voto. Por lo tanto, primero es un gran honor haber
defendido a un presidente de la República; y, segundo, yo me preparé para participar
en el caso penal más importante de la historia del Perú. Para un jugador es como ir al
Mundial de Fútbol. Entonces, ¡qué me voy a arrepentir!... aunque, es verdad, me costó
mucho.
¿Cree que planteó bien la defensa?
De acuerdo a lo que el presidente Fujimori planteó como términos de referencia en su
defensa, era esa la defensa que tenía que realizarse.
Le hago esta pregunta no como abogado del expresidente: ¿Confía en la
inocencia de Alberto Fujimori?

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Desde el primer día dije que lo defendía como inocente en los casos que correspondía;
y, en los casos donde se tenía que reconocer responsabilidad, se hacía. En el primer
caso hubo confesión, que es el de allanamiento a la casa de la mujer de Montesinos. En
el caso de Barrios Altos y la Cantuta, la acusación es que él ordenó matar en ejecución
de una política de guerra sucia, y eso yo lo recuso, lo niego y contradigo porque
sostengo que en el Perú jamás hubo una política de guerra sucia. Lo que hubo en el
Perú son problemas estructurales en la ejecución de las políticas. Por ejemplo, el 90%
de los alumnos que salen de los colegios no saben razonar matemáticamente ni lo que
leen, ¿eso significa que el ministro de Educación dice “yo ordeno que salgan brutos del
colegio”? Eran problemas estructurales de una Fuerza Armada donde era servicio
militar obligatorio, donde peleaba la gente que levaban. Un Ejército que fue preparado
solo para guerra convencional con tres hipótesis: Perú-Chile, Perú-Ecuador y Perú
contra Chile-Ecuador. Un Ejército que tuvo que ir aprendiendo. Un país quebrado
donde el terrorismo había jaqueado al Estado. El presidente del Comando Conjunto
decía que un descendiente japonés no podía ser presidente, que quien no tenía cinco
muertos enterrados no podía ser presidente. Un partido político que era su mujer, sus
hijos, cuatro gatos y ocho evangelistas. Y que el “antivargasllosa” lo pone de
presidente. Entonces, en esas condiciones, a los dos años capturar a Abimael
Guzmán sin un solo balazo y haber recuperado las universidades… Les cuento, mi
enamorada estudiaba en una universidad nacional y a las 9 de la noche no se podía
entrar porque te sacaban a balazos... así pues, ¿tres años proteger a las universidades
para un día ir y acribillar? Yo creo absolutamente en su inocencia respecto a esa
acusación. Y en los otros casos lo he presentado culpable cuando correspondía.
¿Fue imparcial el Tribunal de César San Martín?
No.
¿Cómo se prepara una defensa en un caso tan mediático, pues no solo necesita
argumentos de Derecho, sino batallar contra la prensa?
Era un caso muy complicado. El presidente Fujimori no quiso patear el tablero y quiso
enfrentar el juicio. Pero una de dos: o hacíamos una defensa tipo Milošević ante la

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Corte Penal Internacional; es decir, no reconocíamos al Tribunal o era la oportunidad
de dar la lucha. Escogimos jugar el partido, aunque muchos me critican y me
cuestionan por qué no recusamos a San Martín. Fue la única vez que El Comercio me
dedicó no la editorial, sino la primera página: “Nakazaki no recusará a la Sala”. Ha
sido la única vez que he sido titular en El Comercio (y eso que los directores han sido
mis profesores y fui el primero en sus cursos). Necesitábamos un tribunal técnico y
evidentemente César San Martín es el mejor procesalista; el mejor penalista es Víctor
Prado, aunque tiene problemas para decidir solo…
Una vez Víctor Prado me botó del salón de clases en la PUCP…
Bueno, ese carácter que efectivamente tiene en las clases, no lo tiene en los casos.
Salvo en el caso Fujimori. Todos los casos fuertes que le han dado a Víctor Prado los
ha dejado. Yo le preguntaba: “¿por qué no se queda Ud. en las salas anticorrupción?” y
él se iba. Es un hombre que no ha sido consecuente como juez, con lo que él le podía
dar al Poder Judicial por lo que él sabe. Y Hugo Príncipe, un buen hombre… yo lo
considero un camaleón en el buen sentido: si está con buenos elementos actúa bien.
Entonces el tribunal era el tribunal que podía ser. Por eso que yo le di el beneficio de la
duda, porque tenía técnicamente la capacidad para romper la historia de dependencia
del Poder Judicial; porque históricamente siempre ha sido dependiente del poder
político o del poder militar o del poder económico o del poder mediático o del poder de
la corrupción. Era un tribunal técnicamente adecuado.
Lo que no podíamos controlar era la justicia mediática. Recuerdo en mis debates tan
queridos con Rosa María (Palacios), que la hice reconocer a ella y a Enrique Castillo al
decirles: “¿ustedes estarían en condiciones de recibir de igual manera una sentencia
absolutoria o una sentencia condenatoria a Alberto Fujimori?”. “¡No!” Esa es la
justicia mediática.
Entonces, ¿me está diciendo que fue el juicio mediático quien sentenció a
Fujimori?
En el Perú los titulares determinan el sentido de los jueces. Javier Villa Stein salió un
día a decir esto: “un juez no puede dar una sentencia que cause un terremoto en los

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medios de prensa”; y César San Martín, por quien yo tengo un gran aprecio y
coincidimos en el fondo, pero no en los medios, dijo: “hay que legitimar al Poder
Judicial, hay que hacer que la sociedad crea en el Poder Judicial”. Me parece perfecto,
pero el problema es ver cuál es el medio para determinar si estoy en consonancia con
lo que la sociedad espera. Por eso ahora veo cómo cambian los tiempos. Veo que
cuando insultan a los jueces por el tema de dar los beneficios penitenciarios a Lori
Berenson, sale él a decir: “cuidado, me respetan a mis jueces, la prensa no le pone
agenda a mis jueces”. Me hubiera gustado que en el caso de Fujimori alguien hubiera
salido a decirlo. En el juicio, una de mis sesiones fue el “juicio mediático”, que es el
juicio que hace la prensa de manera anticipada, sin esperar al juicio jurídico. Un juicio
en la que la prensa dicta su fallo sin pruebas y este tiene que ser impuesto al juicio
oficial. El día que hablé de esto no había nadie. Entonces hice una cuestión muy
simpática. Puse un pedazo de Canal N en el que sacaban a Montesinos diciendo:
“Fujimori es inocente”, y sacaban luego a San Martín diciendo: “esa declaración no
tiene ningún valor”. Lo que hice fue cambiar la frase de Montesinos por la que decía:
“yo trabajaba a las órdenes de Fujimori”, seguida de la de San Martín, y vemos cómo
la frase y la imagen que escojo genera un mensaje.
¿Por culpa de la prensa perdió el caso entonces?
Fueron tres factores: Primero, el juicio mediático; luego, la inconsistencia del
fujimorista, porque es un hombre que iría a votar por Fujimori si pudiera candidatear,
pero no saldría a las calles a pelear por él, ese es el factor político; y por último, que era
un problema institucional muy profundo: el Poder Judicial no estaba en condiciones de
hacerle un juicio imparcial a Fujimori.
¿Ud. tiene simpatías por el fujimorismo, es fujimorista?
Yo voté la primera vez por Vargas Llosa en el año 1990, no por Fujimori. En el año
1995 sí voté por Fujimori porque el lapso del 90 al 95 me pareció el mejor gobierno
que he visto. En el 2000 no voté por Fujimori porque no creía en la tercera reelección.
Yo no soy fujimorista, pero sí creo que del año 1990 al año 1995 el presidente Fujimori
hizo el mejor gobierno que a mí me ha tocado ver. Él llevó algo muy importante a la

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política. Antes el político era el gran orador de plazuela: Haya de la Torre. Después de
Fujimori, el gran político es el que soluciona problemas. Ese es el político. El que no
soluciona problemas no sirve para la política.
¿Cómo asumen el caso, a título personal o como estudio?
Lo hizo el estudio, y tuvimos que cortarlo en dos partes. Una parte del estudio se
dedicó a exclusividad a la defensa del presidente Fujimori y la otra parte a los casos
que nos permitían vivir.

GAJES DEL OFICIO


Ud. decía “si el diablo estuviese en un juicio también lo defendería”…
Esa es una frase mía (en una entrevista a El Comercio). Lo que dije es lo siguiente: “si
el Diablo, por razones del destino fuese procesado, su sola condición de procesado le
generaría dos derechos: derecho al debido proceso y derecho a la defensa. Y donde hay
un derecho que patrocinar, hay un abogado que asista”.
Nosotros estamos de acuerdo con el libre patrocinio, la pregunta va más por este
lado: ¿A quién nunca defendería?
Sobre la base de criterios jurídicos, todos tendrían derecho a la defensa. Incluso, a
mayor complejidad del caso, mejor debe ser el abogado para poder garantizar el
derecho a la defensa eficaz. Pero legalmente hay dos supuestos en los que no se podría
defender: cuando hay conflicto de interés; es decir, el abogado tiene un conflicto de
interés con un cliente o con una posición que sostengo en el estudio; y el otro es que el
cliente no esté de acuerdo con los términos de mi defensa. Son las únicas dos razones
por las cuales yo no defendería a alguien.
¿Defendería a un violador a sabiendas que es culpable?
Esa es una pregunta típica que le hacen a un joven estudiante cuando va a ser
penalista… porque tienes madre, hermana, hija, etc. Toda persona debe ser defendida.
No puede, sino que “debe” ser defendida. La discusión es en qué términos. Por
ejemplo, al congresista Torres Ccalla (acusado de violación), que generó todo un tema

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mediático, jurídicamente correspondía que lo absuelvan, porque cuando la persona se
desiste se le perdona el delito.
¿Pero acaso el titular de la acción penal no es el Estado?
La figura es esta: el Ministerio Público, que es el titular de la acción penal, lo que hace
es promover el inicio de un proceso penal y solicitar al juez que aplique la ley, pero el
juez dentro del proceso puede determinar que hay una legítima defensa o en este caso
un desistimiento. El desistimiento es una figura que busca lo siguiente: al delincuente
hay que tenderle un puente de plata, entonces hay que soltarle toda oportunidad para
que no consuma el delito. Si un delincuente por propia voluntad no consume el delito,
entonces esa figura se llama desistimiento y no se le sanciona. He defendido también
otro tipo de casos a personas que tenían problemas sexuales y hago una defensa
psiquiátrica o psicológica, y a veces una defensa endocrinológica porque la
superproducción de ciertas glándulas determina que una persona no tenga un control
de sus impulsos. La criminología es una disciplina muy valiosa que explica por qué el
ser humano comete delitos. Nadie comete delitos de aburrido. Todo delito tiene un
móvil.
Pero no entiendo, si uno mata y la familia decide no acusar, ¿acaso no hay delito?
Te estás confundiendo con el desistimiento procesal, que es cuando el demandante
retira la demanda. Yo no hablo del desistimiento del derecho procesal, sino del penal,
que es cuando te apunto para matarte, pero te perdono la vida y me voy. En el caso de
Torres Ccalla la chica estaba tirada en la cama —por cierto, en un departamento que le
permitió que le alquile el congresista—, y ella misma relata que se pone a llorar y
entonces Torres Ccalla se siente herido en su honor, en su virilidad. Él pensaba que la
chica iba a sentirse sumamente honrada que un hombre poderoso quería tener
relaciones sexuales con ella, y entonces él se desanima porque la ve llorar y se va. Tal
es así que la Corte Suprema para no darme la razón comete una ridiculez, dice lo
siguiente: “como él se desistió porque ella lloró, entonces no es desistimiento”. Lo cual
es un absurdo porque no interesa qué me motiva, lo que interesa es que sea mi

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decisión. No se consumó. Era un condenado mediático que jurídicamente no debía
corresponderle ningún castigo.
Entonces, respondiendo a la pregunta (“¿A quién no defendería?”), no interesa el
delito, puede ser terrorismo, puede ser un delito sexual, un homicidio, una falsificación
de documentos… Llevándolo a la medicina: ¿Qué enfermedad justificaría que el
médico no cure? ¡Ninguna! Entonces, ¿qué delito justificaría que el abogado no
defienda? ¡Ninguno! Por eso es que en nuestro Código de Ética profesional el libre
ejercicio de la abogacía, es decir, a quién decido defender, depende de mi criterio de
conciencia.
Pero cuando usted sabe que su cliente es culpable, ¿busca la inocencia o una pena
menor?
Hay estos resultados en la defensa: absolución porque es inocente, absolución por
insuficiencia de pruebas, absolución porque el hecho no es delito, y también tenemos la
reducción de la pena. Cuando una persona bajo secreto de confesión o bajo secreto
profesional, nos revela un hecho, entonces yo voy al expediente y lo analizo... Y si la
prueba permite defenderlo sobre la base de insuficiencia de pruebas, porque goza de
una presunción de inocencia, se analiza. No porque yo lo diga, sino porque la
humanidad dijo que una expresión de la libertad del ser humano es la presunción de
inocencia. El Estado debe probar (la comisión del delito), por eso la confesión por sí
sola no solo basta para condenar. Bueno, dado el caso, entonces voy con esa
información que me ha dado que es culpable, leo el expediente y si éste no tiene prueba
de cargo, le digo una de dos cosas: acógete a tu derecho al silencio y vamos a ver qué
te prueban; sin embargo, en el Perú el derecho al silencio no lo entienden muy bien y lo
consideran como que es culpable, así que hay otra opción. Y esta es que él refiera la
versión que él considere. La exigencia ética es lograr que en la sociedad haya justicia y
el instrumento menos imperfecto que ha creado el hombre para lograrlo es el Derecho.
Si no es el Derecho, es la autojusticia: tomamos un puente o una carretera, o vamos y
matamos al que ha violado a mi hija. Mi exigencia ética no me dice: “gobiérnate por tu

23
opinión”, ni me dice: “gobiérnate por tu agrado o desagrado” y menos por lo que
piense el mundo mediático.
¿Y cuál es su exigencia ética?
No se trata de mi caso. Vamos a lo que dice la moral respecto al Derecho. El camino
para llegar a la justicia es el Derecho. No hay otro menos imperfecto. No digo que sea
perfecto.
Resumiendo, si viene alguien y le dice que es culpable, ¿Ud. no tiene prejuicio
ético en defenderlo?
Es que nuevamente entramos a eso. Te lo planteo de otra manera, ¿existe alguna regla
ética que me diga “tú no puedes defender a esta persona porque el delito es grave”? No
existe. Es más, en los casos más difíciles hay que demostrar que el Derecho sirve. Y,
más aún, no con una mala defensa en el juicio, porque el Derecho no es el derecho a la
defensa, sino derecho a la defensa eficaz, derecho a que me defienda una persona que
tiene la experiencia y el conocimiento necesario. Es como una cirugía: ¿quién debe
operar de un tumor al corazón, el residente o el mejor cirujano? Entonces, para mí,
cumplir con las reglas éticas, con la moral, es hacer que el Derecho funcione en el caso
más difícil, para todos.
¿Le pagaría a un testigo para que declare a favor suyo suponiendo que su
testimonio es verdadero?
Jamás, porque un abogado no puede ser juzgado por a quién defiende, pero sí por los
términos de su defensa. Y un abogado nunca puede violar la ley, y menos cometer
delitos para defender.
Pero eso no es ilegal, no se le está pidiendo al testigo que mienta, sino que se le
puede compensar su tiempo, su traslado.
No puedo pagarle porque jurídicamente al testigo quien le tiene que pagar es el Estado:
el testimonio es un servicio público. No es ético y no es legal. Distinto es a un perito,
que sí hay que pagarle su honorario, con la tranquilidad de que se le compra su ciencia,
pero no su conciencia. Yo no le consulto antes a un testigo para ofrecerlo. Todo

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ciudadano tiene obligación de serlo. La lista de testigos para el caso del presidente
Fujimori la hice con mis asistentes de un sábado para domingo.
En uno de sus casos Ud. ofrece a Jaime Bayly como testigo referencial, en el caso
de la selección y el escándalo del Hotel Golf Los Incas y él se opuso.
A Jaime Bayly, que me masacró como ametralladora (a través de su programa de
televisión), lo ofrezco por una sencilla razón: porque Jaime Bayly, durante varios
domingos, hizo una investigación y llevó a varios trabajadores del hotel. Entonces,
como él era autor de una investigación televisada, yo lo llevaba para que él vaya
refiriendo quiénes eran esos testigos. Él no entendía porque el Derecho le pasó
seguramente por las orejas y decía: “¿por qué me llama si no he visto nada?”. ¿Acaso
no hay testigos directos y testigos referenciales? Yo lo llamaba como testigo
referencial.
A eso quería llegar. En el caso Fujimori, el periodista Umberto Jara también hizo
una investigación en su libro Ojo por Ojo, y sería un testigo referencial; y en
cambio en el caso Fujimori usted lo intenta descalificar por ser testigo referencial
y no directo, a diferencia de Jaime Bayly. En fin, entiendo que en cada caso uno
puede plantear defensas distintas.
Primero una discusión: ¿El secreto de las fuentes, la confidencialidad de las fuentes (en
el periodista) es un secreto absoluto? Es un tema que se discute en la doctrina. Es
siempre un estado de necesidad y hay que ver valores. Si está en juego la libertad de un
ser humano, al que lo van a condenar a 25 años de cárcel, y existe la posibilidad de que
la fuente venga y nos revele una realidad, entonces debe ceder. San Martín se chupa y
no asume ese reto. Yo le planteé que fije algunos límites y se chupó. “Con la prensa no
choco”, me dijo. Lo otro es poder desacreditar al testigo de la siguiente manera:
Correcto, no me vas a revelar su identidad, pero me tienes que dar datos periféricos que
me permitan hacerlo creíble. Por ejemplo, yo sostengo que su famoso personaje de “el
general” es inventado. Yo le decía: “¿puedes decirme si es militar?, ¿de la Marina, la
Fuerza Aérea o del Ejército?’” “No”. Él decía que Fujimori viaja a EE.UU. y se
compromete con ese Gobierno a desarrollar una política de guerra sucia y que eso se lo

25
había revelado el general. Le digo “¿podrías revelarme si el general viajó?”. “No”.
Entonces así lo empiezo a llevar al absurdo, lo obligo a que me dé un ‘no’ sin razón a
Beto Jara. Como San Martín no quiere establecerle límites al secreto de las fuentes, le
empiezo a establecer que él no cumple con la exigencia de darme datos periféricos que
me hagan creíble la existencia (de la fuente). Incluso, me sirvió mucho Beto Jara y un
tribunal justo hubiera actuado mejor. Él viene con un documento y dice que “en este
documento que me dio Martin Rivas se revela la decisión política de Fujimori de
iniciar la guerra sucia”, y era un Manual de la Escuela de Infantería del año ochenta y
tantos, cuando Fujimori no era aún ni rector. No sabía qué responderme cuando le pedí
que explique eso.
Pero el libro de Beto Jara fue utilizado como prueba por la fiscal Maldonado en
Chile para aprobar la extradición…
Pero no lo examinó pues. Si a mí me dicen: “acá tengo el documento que acredita la
decisión política”, entonces lo desmenuzo.
¿Compraría pruebas?
Tampoco. Como el periodista cuando compra sus fuentes de información, allí hay toda
una discusión para reconocer eso o no. Es ilegal.
¿Hasta dónde debe llegar el abogado para defender a su cliente?
Hay un libro hermoso que es Abogacía y abogados de José María Martínez Val, sobre
quien les mencioné al inicio de la entrevista. Él fue un abogado experto en derecho
mercantil español y fue presidente de la barra de abogados de Madrid. Él, en ese libro,
arranca con una introducción de la Declaración de Nueva Delhi, que se hace en un
congreso mundial de abogados. Allí dice que cuando el caso sea más complejo, cuando
toda la sociedad esté en contra, cuando todos repudien al abogado y le sea más difícil
ejercer la profesión, en ese momento debe saltar la nobleza de nuestra profesión y el
abogado debe utilizar todos los recursos legales que tenga a su disposición y que el
caso permita.
¿Qué opina de los Colegios de Abogados? Entiendo que a Ud. le impusieron una
inhabilitación.

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En primera instancia, y en segunda la anularon. La primera instancia fue difundida por
el propio presidente de la comisión que la estuvo repartiendo afuera. Evidentemente
quería su cuarto de hora. Pero los Colegios de Abogados y profesionales nacen para
proteger, para garantizar los derechos de sus agremiados. Como institución estoy de
acuerdo, pero el Colegio de Abogados tiene dos funciones principalmente: garantizar
el libre ejercicio de la abogacía y garantizar el ejercicio ético de la profesión. Y esos
dos papeles, la mayoría de gestiones no los cumplen adecuadamente. Dejan avasallar
al abogado. Más bien, se han convertido en clubes de asistencialismo. Creen que la
meta es que el abogado tenga un lugar de esparcimiento, canasta navideña, que es
entendible, pero no es la esencia del abogado.
¿Pero le parece legal que uno tenga que afiliarse obligatoriamente para ejercer el
Derecho en tribunales?
Es constitucional. La Constitución consagra la colegiación de las profesiones. La
defensa es cautiva, hay que estar colegiado para ejercer. En Estados Unidos se usa el
mecanismo en que cada cierto tiempo el profesional tiene que pasar por una
acreditación para demostrar si es que sigue preparado. Si un candidato a decano del
colegio propone una acreditación, no lo elegirían.
Siguiendo con preguntas tipo sobre el Derecho, ¿está a favor o en contra de la
pena de muerte?
En contra. (Primero) Jurídicamente la pena tiene que cumplir varias funciones, una de
ellas es prevención especial, que es la rehabilitación y readaptación social del
delincuente, y no la cumple. Segundo, en la práctica se ha establecido que en los países
donde existe la pena de muerte, los delitos que son objeto de pena de muerte se
cometen más. Por ejemplo, en la época de los terroristas en la que los querían matar, un
terrorista no le tenía miedo a la muerte, más bien se inmolaba. No es disuasiva.
Además, el margen de error judicial en un país como el nuestro es muy alto. Sería peor
el remedio que la enfermedad. Por último, en un país donde no se respeta la vida, si la
pena de muerte no sirve, ¿entonces qué serviría? La gente haría justicia por su propia
mano.

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Si se trata de que han asesinado a un familiar cercano suyo, ¿tampoco la acepta?
No interesa mi cuestión personal, lo que interesa es lo que dice el Derecho. Uno de los
mandamientos del abogado es tener fe en el Derecho como el mejor instrumento para
la convivencia humana. “Ten fe en la justicia como destino normal del Derecho, ten fe
en la paz como sustitutivo bondadoso de la justicia, pero sobre todo ten fe en la libertad
sin la cual no hay derecho ni justicia, ni paz”. Yo creo absolutamente en el Derecho,
entonces mis decisiones, mis posiciones, son las que se establecen jurídicamente. Así
sea mi hijo al que lo hayan matado, la pena de muerte no se debe aplicar.
Vale la pena acá hacer una breve pausa en la transcripción de la entrevista. Hay algo
a resaltar en Nakazaki. La entrevista ha sido grabada en largas conversaciones, en
las cuales nuestro personaje ha tenido como único instrumento su voz. A la hora de
poner la charla por escrito, corregir y editar, hemos verificado algunas de las citas de
este abogado. Su memoria es indeleble. Son citas largas y las recuerda textualmente,
tal cual las hemos corroborado. Así como fechas, escenas de películas, lugares y
nombres. Sigamos.
¿Qué opina de los jueces sin rostro?, ¿fueron necesarios cuando se usaron en
nuestro país?
Para mí siempre fue un gran cuestionamiento, porque jurídicamente eran atacables. Así
como yo creo firmemente que no hubo una política de guerra sucia de lucha contra el
terrorismo, sí creo que el sistema de jueces sin rostro tenía problemas de
constitucionalidad, de violación de Derechos Humanos. Por eso es que me causaba no
sé qué cosa que quien estuvo de acuerdo con la justicia antiterrorista y no dijo nada
contra ella, luego venga a decir que ha habido una política en el campo militar que fue
violatoria de Derechos Humanos. Yo veía como fabricaban condenas de 30 años cada
media hora porque a muchos procesados por terrorismo defendí, una gran cantidad. Y
vi que la justicia sin rostro, que yo viví al inicio, era absolutamente injusta,
absolutamente violatoria de los Derechos Humanos. Pero si me preguntaran, ¿había
otra manera de juzgar en ese tiempo?...
Pues te mataban…

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A eso voy.
¿Qué opina del matrimonio homosexual?
En contra del matrimonio gay. Creo que el matrimonio como institución está
consagrado primero en un fundamento religioso —yo soy católico—, y en un
fundamento jurídico en que el matrimonio es la base de la familia. Creo que todo ser
humano tiene libertad sexual y que pueden crearse otras figuras jurídicas para proteger,
por ejemplo, los derechos patrimoniales de las parejas homosexuales.
Don Corleone le decía a su consiglieri “más roba un abogado con cartera en
mano que un mafioso con una metralleta”, ¿por qué esta mala fama del
abogado?
Por su actuación. Eso es histórico.
¿Siempre fue así?
En El Areópago, el gran escenario de los griegos, donde tenían que ir a sus grandes
defensas, ponían un reloj de arena. Si el abogado hablaba más tiempo que el reloj de
arena, lo metían preso. A ver, ¿por qué se llama “honorario”? Viene de “honor”,
porque la defensa tenía que ser gratuita. Y el pago dependía del reconocimiento, la
generosidad, del agradecimiento del defendido. El primer abogado que hubo en el
mundo fue para defender a una mujer. Era la mujer más bella que había, pero no le
hacía caso a nadie. Entonces, todos los hombres la odiaban y le decían que era bruja y,
entonces, la meten presa. La tenía que juzgar el Tribunal de Ancianos. La mujer, por su
nerviosismo, no podía hablar. ¿Quién puede abogar por ella? ¿El más rico, el más
sabio, el más hablador? No, sino el hombre más honesto del pueblo en el cual crean
todos. Abogado entonces viene de abogar.
Entonces, el abogado es un buen tipo.
¿El cliente busca al abogado para que le hagan justicia o el cliente busca al abogado
para que le digan que tiene la razón a cualquier costo? ¿Cuál es el concepto de justicia
en la sociedad? ¿En qué medida la sociedad está dispuesta a entender que para ejercer
derechos hay que cumplir deberes? Entonces, mientras que haya una sociedad inmoral,
mientras que haya una sociedad pragmática en el mal sentido nada va a cambiar. Si

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tenemos una sociedad que dice: “abogado, tú eres un mercenario que te contrato para
yo ganar, porque si no para qué te contrato” será difícil que haya abogados correctos y
difícil que haya buenos jueces. Y eso es desde el nivel más humilde al más alto. Hay
unos que vienen y dicen: “vengo por sus contactos”. Les digo que no soy ferretero ni
electricista, sino abogado. A mí me traen hechos, pruebas y yo aplico el Derecho. El
que quiere bien, y el que no quiere también.
¿Cree que nuestro Poder Judicial ya no tiene arreglo?
Siempre hay esperanza. Sobre todo, para quien tiene hijos o es profesor en la
universidad.
El maestro Coutre decía en sus mandamientos del abogado “cuando sientas que
está en conflicto el Derecho y la justicia, inclínate por la justicia”. ¿Justicia y
Derecho no debieran ser lo mismo?
El mandamiento (de Couture) es el siguiente: “Lucha. Tu deber es luchar por el
Derecho, pero cuando encuentres conflicto entre el Derecho y la justicia, lucha por la
justicia”. El maestro Couture está hablando del Derecho bajo una visión del Derecho
positivo, el Derecho solo entendido como ley. Esos son los unidimensionalistas. Yo
soy tridimensionalista, creo que el Derecho no solo es ley: es realidad, valor y norma.
Entonces la ley puede fallar, pero hay el derecho natural y una serie de recursos. Por
eso decía Carnelutti: “dame un buen juez con un mal Código, y no un buen Código con
un mal juez”, porque finalmente quien hace justicia es el hombre.
Eso nos decía Enrique Ghersi —en entrevista para este libro—, que el
positivismo es el gran problema de nuestro Derecho.
Mal entendido, porque ojalá fuera el cumplimiento estricto de la ley, el legalismo. En
un país donde no hay cultura de cumplir la ley, entonces se entiende que cumplir la ley
es malo. Esa es mi gran crítica a la justicia mediática. Como cuando dicen: “ese juez es
un desgraciado porque lo dejó libre”; pero, ¿por qué no evaluamos si era legal hacerlo?
Acá el legalismo es malo porque creen que es distorsionar la ley, pero la ley tiene por
propósito establecer el sentido común.

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Muchos estudiantes, a quienes también va dirigido este libro, creen que estudian
5 o 7 años y ya tienen plata, ¿cuál es el truco para hacer esta profesión rentable?
Hay profesiones en las que no se puede pensar en ser rico, por lo menos en realidades
como la peruana. En Estados Unidos un profesional que es exitoso tiene honorarios
muy importantes. En un país como este, no; porque el honorario que corresponde
significaría negarle la defensa a mucha gente.
Pero no me va a decir que el Derecho, al menos según la creencia generalizada, no
da plata…
Depende de la rama. El derecho corporativo, el empresarial, el derecho tributario,
ofrecen otras alternativas. Pero el penalista no puede pensar en ser rico.
¿Cómo debe ser la relación abogado-cliente… íntima, protocolar?
Es una relación de confianza. Hay gente que sostiene que uno no debe involucrarse con
el cliente y ser distante. Como ese debate en medicina con Patch Adams de si el
médico debía involucrarse o no con su paciente. Dicen que hay que ser profesional,
frío; pero yo no puedo. Es más, Carnelutti en Las Miserias del Proceso Penal,
refiriéndose al juez —y yo lo aplico al abogado— decía esto: “un juez para hacer
justicia tiene que llegar a conocer tanto al ser humano que procesa, que al final tanto lo
llega a conocer que terminaría siendo su amigo y no lo podría condenar”. Eso exige
una relación abogado-cliente. El cliente debe esperar del abogado que luche por su
derecho para que se haga justicia, y no luche por sus intereses. No puede comprar al
abogado porque la conciencia no se compra. Hay un mandamiento del cliente que dice:
“nunca le pidas al abogado lo que no corresponde”. Hay un librito donde Couture
desarrolla cada mandamiento, y en una parte se pregunta: “¿Cuándo te haces
abogado?” El día que viene tu mejor cliente, el que representa tu tranquilidad
económica, y tú con amistad, pero con firmeza, le puedes decir “en esta oportunidad no
te puedo servir porque tú no tienes la razón”. Ese día recién te haces abogado.
Si tiene un conflicto de intereses, ¿sigue con el caso, aunque el cliente de por
superado el conflicto?

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No puedo, estoy prohibido. Si el juez detecta el conflicto de intereses, en ese momento
tiene que parar el proceso, poner al procesado en conocimiento del conflicto de interés
y decirle que tiene que buscar otro abogado o si son dos procesados, le dice al
abogado: “¿con quién te quedas?”. Cometería prevaricato, que no solo puede
cometerlo el juez, sino también el fiscal y el abogado. El prevaricato del abogado es
cuando defiendes defensas incompatibles por conflicto de interés.
¿Y si al cliente no le importa que tenga un conflicto de intereses?
Pero cometes delito. El cliente no me puede autorizar a cometer delitos.
¿En el Perú se es inocente hasta que se demuestre lo contrario?
En el mundo se debe ser inocente hasta que se demuestre lo contrario. Acá en el Perú
no, porque acá hay una justicia de prejuicios, (vamos a decirlo así) ya no para darle
tanto a los periodistas y solo hablar de la justicia mediática. En el Perú hay una justicia
prejuiciosa. Cuando enseño Teoría de la Prueba digo que una condición para que
funcionen las reglas de la prueba es que la sociedad le rinda culto a la verdad. En el
Perú no le rendimos culto a la verdad, sino al “me parece”, “yo quiero esto”. Así es
bien difícil que funcione la presunción de inocencia, que es una regla probatoria.
Si descubre que su cliente le mintió y en el transcurso del proceso descubre Ud. la
verdad, ¿es correcto dejar el caso?
Recuerdo a un buen amigo abogado, famoso abogado, que dejó a un dueño de medios
de comunicación porque le mintió. Yo creo que dependería si pese a la mentira,
todavía hay condiciones de poder desarrollar una defensa. Porque el abogado no es el
juez del cliente y más bien debe tener gran capacidad de comprensión. Si comprendo al
homicida y lo defiendo, cómo no va a comprender al que miente; salvo que su mentira
haga imposible que se pueda desarrollar una defensa.
¿El secreto profesional es siempre inviolable?
Es una garantía de la defensa. Si no hubiera secreto profesional, no habría defensa.
Pero como derecho, no es absoluto. Si hubiera algo superior a la libertad que se
perdería por mantener el secreto profesional, por ejemplo, la libertad de un inocente; o
imaginemos que hubiera pena de muerte, o para evitar la comisión de delitos…

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entonces creo que, así como para el periodista no es absoluto, para el abogado
tampoco.
¿Ha perdido amigos por culpa del Derecho?
Sí, varios, varios. Hubo un caso en el que un mayor de la Policía mata a la hija de un
exprefecto en Chiclayo de seis balazos. Me traen a la madre del asesino y me dice:
“todo mundo está contra mi hijo, él no es de Chiclayo y el prefecto era querido”. Y le
dije que cómo podía defenderlo si el hermano de la asesinada estudió en mi colegio y
era un héroe allí e incluso yo fui abogado de su empresa. La señora se arrodilla y se
abraza a mis rodillas y me dijo: “tú tienes madre”. Asumo su defensa. En la tarde me
llama mi amigo y me dice: “quiero que asumas mi defensa, han matado a mi
hermana”. Le digo: “compréndeme, he asumido la otra defensa, sé que te es duro
entenderlo, pero es una madre sola. Lo único que te puedo garantizar es que va a ser
una defensa honesta”. Nunca me perdonó. Perdí ese amigo. Hasta ahora, cuando lo
veo, me mira con cólera.

SOBRE EL PERÚ
¿Qué mal aqueja al Perú?
Que no tiene proyecto de futuro, no hay un proyecto de país. No lo amamos lo
suficiente. Mucho hablamos de los chilenos, pero yo siempre digo que vean a un
chileno cantar su himno y vean a un peruano. Ahí van a entender porque Chile y el
Perú son distintos.
¿Cree entender a este país?
[Toma aire, piensa, suspira] Sí, porque mi profesión me exige penetrar en los dramas
más profundos de los seres humanos.
¿Qué cosas le enfurecen del Perú?
La falta de amor por la patria. Si no amamos a nuestra madre, cómo la sacamos
adelante. Que perdamos la oportunidad que tenemos. Yo siempre crecí con la historia
de que el Perú era un país pobre y como tal no podía solucionar nada. Hoy día tenemos

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una posibilidad y por mezquindades, ignorancias, luchas de intereses, hay quizás la
alternativa de perder esa oportunidad que nos da el destino.
¿Qué cosas le divierten del país?
Su diversidad, el buen humor… el peruano es alegre.
¿Qué cosa no tiene arreglo?
Solo la muerte.
¿En el Perú se gobierna o se manda?
(Decir) se manda es difícil, porque lo que hay en este Estado es una crisis de
legitimidad absoluta. Nadie cree en las instituciones públicas. Si no hay legitimidad,
entonces a quién voy a mandar.
¿Se gobierna, entonces?
Con las justas, porque mientras no haya buenos partidos políticos no va a haber
democracia, buenos gobiernos.
¿Cuál cree que ha sido el peor presidente hasta la fecha, del cual tenga
conocimiento?
En la historia se habla de Sánchez Cerro, por ejemplo. Pero de lo que me ha tocado
vivir, he visto presidentes que no han hecho nada, y presidentes que han hecho y que
tienen activos y pasivos. Vi a Belaúnde en su segundo gobierno no dar el salto
histórico pese a tener todo el respaldo de la población, porque salíamos del gobierno
militar. Vi a un Velasco que quiso hacer una revolución, y transformó el país. El Perú
tiene un ‘antes y un después’ de Velasco. Sin embargo, quiso acometer muchas cosas a
la vez y, por tanto, al final, no hizo nada bien. Por igualarnos a todos, en vez de
subirnos, nos bajó. Fujimori, que trajo el ejemplo de que gobernar es solucionar
problemas, pero evidentemente no puede ser gobernar solo. Donde no hay partidos,
entran los infiltrados y estos cometen mucho daño.
¿Cuál presidente cree que es el que más daño le ha hecho al Poder Judicial?
Es histórico. Para que haya justicia en un país debe existir la capacidad de controlar al
gobernante. Mientras que un gobernante no quiera ser controlado, no va haber un
Poder Judicial fuerte. E históricamente en el Perú los gobernantes nunca quieren ser

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controlados, por eso el Poder Judicial siempre ha sido la Cenicienta. Diría que es un
mal endémico de la República.
¿Qué personaje le haría cambiar de acera?
Tendría que odiar o tener desprecio, y yo no odio ni desprecio a los seres humanos.
Lima, febrero, 2012

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