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Bacterias del cuerpo: la lucha entre el bien y el mal

Bertha Pérez Hernández, Tobías Portillo Bobadilla


A pesar de que los microbios históricamente han sido vistos solo como
dañinos, muchos de ellos viven en relación simbiótica con el cuerpo humano
protegiéndolo de patógenos. Se estima que el cuerpo humano está compuesto
por 39 mil millones de células eucariotas, las cuales están habitadas por 37
mil millones de microorganismos, siendo la mayoría bacterias. Todos estos
microorganismos que colonizan el cuerpo humano constituyen nuestra
microbiota.

La microbiota humana está principalmente conformada por bacterias,


eucariotas y virus. El desequilibrio en el número o tipo de colonias bacterianas
que habitan en el cuerpo humano se conoce como disbiosis o disbacteriosis.

En los últimos años, los científicos han descubierto la importancia de la


microbiota en el mantenimiento de la salud y se investiga para entender mejor
el efecto que tiene la disbiosis en diversas enfermedades como, la obesidad,
la diabetes, las enfermedades cardiovasculares o inflamatorias del intestino,
inclusive se ha vinculado con enfermedades neuropsiquiátricas, como el
autismo. Las bacterias que habitan el intestino producen metabolitos que
entran al torrente sanguíneo por la absorción y la circulación enterohepática;
logrando un efecto positivo en el humano, que incluyen la producción de
vitaminas, así como acciones antiinflamatorias y antioxidantes. Diversos
factores, como los hábitos alimenticios, el tratamiento con antibiótico, la
genética, o los factores ambientales pueden influir en el equilibrio microbiano.

La identificación y cuantificación de la microbiota humana se llevaba a cabo


haciendo cultivos en condiciones específicas, sin embargo, esta metodología
no funciona para muchos microorganismos difíciles de aislar. La aparición de
las nuevas estrategias de secuenciación masiva permite estudiar los
microorganismos que no se habían podido analizar. Este campo emergente
conocido como metagenómica, permite obtener secuencias genéticas de los
diferentes microorganismos que habitan en cualquier sitio del cuerpo.

Se ha reportado que la mayor diversidad microbiana se encuentra en el tracto


intestinal y en la boca, los filos bacterianos característicos de la microbiota del
humano son cuatro: firmicutes, actinobacterias, bacteroidetes y
proteobacterias. De acuerdo a la revisión realizada por Cho y Blazer en 2012,
las actinobacterias son el principal filo bacteriano encontrado en el cabello, la
cavidad nasal, la piel y el estómago; mientras que en el esofago, la cavidad
oral, el colon y la vagina abundan los firmicutes. Cabe mencionar que estos
datos son ilustrativos ya que los grupos bacterianos cambian si se sufre
alguna enfermedad. Por ejemplo, en personas que padecen gastritis abundan
las proteobacterias como Helicobacter pilori, en contraste en un estómago
sano proliferan mayormente las actinobacterias.

A lo largo de la vida de los seres humanos se observan cambios en la


microbiota, uno de los primeros estudios realizados en México mostró que los
infantes menores a un año que nacieron por cesárea, mantienen como grupo
dominante al filo de las actinobacterias, mientras que en los infantes nacidos
por vía vaginal predominan los firmicutes desde los primeros meses. Del
mismo modo, se han reportado diferencias en la microbiota de infantes
alimentados con leche materna versus fórmula. Los lactantes ingieren
alrededor de 800 mililitros de leche al día que contiene aproximadamente
100,000 a 10,000000 bacterias. La leche materna es generalmente aceptada
como el mejor alimento para los recién nacidos, ya que contienen
componentes bioactivos, como los oligosacáridos, que son importantes para la
óptima colonización microbiana del intestino del infante, además de fortalecer
el sistema inmune y evitar así la invasión de patógenos. Además, los
oligosacáridos favorecen el crecimiento de bifidobacterias específicas, que
tienen una relación simbiótica muy estrecha, ya que ciertas cepas particulares
son las que ayudan a digerir la leche materna, asimismo los metabolitos
producidos por las bifidobacterias son responsables de prender o apagar
genes importantes para la respuesta inmunológica.

¿De qué forma podríamos mejorar nuestra microbiota? es decir, ¿podemos


incrementar la cantidad de bacterias buenas en nuestro cuerpo? Los
probióticos representan una alternativa. Los probióticos se definen como
microorganismos vivos que consumidos en cantidades adecuadas podrían
mejorar la salud, otros productos disponibles en el mercado son los
prebióticos, que son compuestos que pueden fomentar el crecimiento de una
especie intestinal sobre otra. Existen alimentos comercializados como
probióticos, como los yogures y algunas bebidas fermentadas como el pulque.
Los géneros de bacterias mayormente utilizados y comercializados como
probióticos son  Lactobacillus   y  Bifidobacterium. Diversos estudios clínicos,
avalan el uso de probióticos para mejorar algunos padecimientos como la
diarrea viral y la asociada a antibióticos. El uso de probióticos se considera
seguro, aunque es necesario profundizar en su estudio, pues no ha
demostrado ser curativo por sí solo.

Estamos expuestos a microorganismos desde antes de nacer, incluso se ha


descubierto que poseemos un “aura” de bacterias con el que podrían
identificarnos fácilmente, de forma similar a una huella dactilar. Es primordial
tener en cuenta que en nuestro cuerpo existen bacterias “buenas” y “malas”, el
equilibrio entre ellas es fundamental. Así que recuerden nunca estamos solos,
nuestras bacterias nos acompañan.

Donde viven las bacterias


El estudio del microbioma se ha disparado en la última
década. Las bacterias han pasado de considerarse agentes
externos patógenos a necesarias para el buen
funcionamiento del cuerpo humano
ROGER CORCHO - 23/12/2015 - Número 15

 A
 a



 
Muestra de las bacterias presentes en la mano de una niña de seis años. La foto ha recibido el primer premio en Fotciencia

13. RAÚL RIVAS GONZÁLEZ / LORENA CELADOR LERA

Cuando contemplamos la vida en la Tierra es fácil pensar que somos supremos”,


explicaba Lynn Margulis (1938 - 2011) en Microcosmos, obra escrita junto a su hijo Dorion
Sagan. El ser humano, aseguraba esta autora, ya no podía seguir entendiéndose como el punto
más alto de una evolución en la que a las etapas previas no fueran más que peldaños inferiores.
La bióloga optaba por entender la vida como un árbol cuyo tronco principal lo constituirían
bacterias y del que brotarían, como ramas, el resto de organismos. Los microorganismos serían
la vida misma y estarían ahí desde el principio. De su combinación e interrelación, simbiosis y
selección natural habría emergido el resto de seres vivos. Las bacterias fueron las primeras en
llegar y serán, con toda seguridad, las últimas en irse.

Las bacterias no son más que minúsculas bolsas en cuyo interior hay una intrincada maquinaria
de reacciones químicas.  Pero también son mucho más que eso: se pueden adaptar a cualquier
hábitat, gracias a que sus cadenas de ADN son como palimpsestos, agregan nuevos fragmentos
de otros organismos que encuentran flotando en el medio. Son auténticos laboratorios de la
vida, con sus incesantes experimentos y alteraciones. En la mayoría de casos estos cambios
serán inocuos, en otros serán letales. En algunos habrá soluciones asombrosas dignas del más
sagaz ingeniero, por más que lo único que actúe sea la selección natural y el tiempo.

“Las bacterias fueron los inventores, a escala reducida, de todos los sistemas químicos
esenciales para la vida —dice Margulis—. Esta antigua y elevada biotecnología  condujo al
desarrollo de la fermentación, de la fotosíntesis, de la utilización del oxígeno en la respiración y
de la fijación del nitrógeno atmosférico.” A pesar de los años transcurridos desde la publicación
del libro —en 1987, la edición española es de 1995—, la visión de la vida que presenta no ha
dejado de reafirmarse. 

Hogar, dulce hogar


 En la actualidad se sabe que incluso los parajes y hábitats más extremos —como las fuentes
termales, en las que se alcanzan hasta 400º C de temperatura— pueden convertirse en un hogar
para estos microorganismos. Lo colonizan todo, incluso a otros seres vivos, y el ser humano no
es ninguna excepción. En el cuerpo humano existen diferentes ecosistemas en los que proliferan
distintos tipos de bacterias. La magnitud de su cantidad empezó a entreverse realmente a inicios
de este siglo. 

En el cuerpo humano existen diferentes ecosistemas en los que


proliferan distintos tipos de bacterias
Antes para detectar bacterias se tomaba una muestra del medio corporal y se colocaba en una
placa de laboratorio para observar si crecía alguna colonia. Muchos de los microorganismos del
cuerpo humano no sobreviven fuera del ecosistema en el que habitan, de manera que con este
procedimiento la placa acostumbraba a dar un resultado negativo. El investigador David
Relman explicó  en un artículo de 1999 que este procedimiento era erróneo y estaba
distorsionando la realidad: “Nuestros datos sugieren que una proporción significativa de las
bacterias residentes en el cuerpo humano siguen pobremente caracterizadas, y eso ocurre en
entornos microbianos tan bien conocidos como la boca”. 

Nuevas técnicas —ya no de cultivo sino moleculares— han contribuido a conocer lo que está
ocurriendo en nuestr interior. Los datos son los que son: de cada 100 células, solo una nos
pertenece propiamente (aunque el tamaño de las células que nos colonizan sea mucho menor
que las nuestras). La cosa se pone aún más seria cuando lo que se mide es el número de genes:
solo en el sistema digestivo se han encontrado 3,3 millones (frente a los 20.000 que tiene el ser
humano). Fijarse exclusivamente en el ADN humano para entender lo que somos ha podido ser
el resultado de una alucinación. 

Mi microbioma y yo 
 Todas las células tienen un código de barras, el ADN, que las distingue de las demás: las
células derivadas de un cigoto humano comparten ese sello de autenticidad que permite
distinguirlas de las células llegadas de fuera. Al consultar las cifras, se concluye que el cuerpo
humano es una megaurbe: solo en un centímetro cuadrado de piel hay 10.000 bacterias. Y si se
tiene en cuenta a todos los colonos, se trata de una auténtica invasión de más de cien billones de
seres. 

“El microbioma es el conjunto de microbios asociados a un determinado ambiente”, explica el


profesor Miguel Vicente, del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC, en declaraciones a
AHORA. “El ambiente puede ser un lugar, como los laboratorios o las aulas, o también puede
ser una determinada especie animal, o el ser humano”. Solo algunos lugares específicos de
nuestro cuerpo sirven de hábitat para los microbios: el intestino, la boca o la nariz son los
principales centros de acogida de estos seres de extramuros. “Fuera de estas zonas específicas,
nuestro cuerpo no está preparado para convivir con microorganismos —continúa el profesor
Vicente—. Cuando un microbio intenta traspasar una de las barreras físicas dentro del cuerpo
humano, se produce una reacción.” Como ejemplo, Vicente explica que “si los microbios de la
piel logran ir más allá de la epidermis introduciéndose, por ejemplo, en un poro, entonces puede
crecer un estafilococo áureo y producir un forúnculo”. 

Lo habitual es que los microorganismos se integren y convivan


en armonía con el resto de colonias bacterianas
O también que “si una Escherichia colli que pulule por el tubo digestivo se adhiere a la mucosa
intestinal puede producir diarreas y efectos más graves”. En la sangre una bacteria significa una
infección. El equilibrio, por tanto, es frágil, y en cualquier momento se puede romper. “Cada
bacteria ejecuta un programa diferente que busca convertirnos en comida”, dice Vicente, pero el
cuerpo humano cuenta con los medios para evitar que esto suceda. Lo habitual, sin embargo, es
que los microorganismos se integren y convivan en armonía, tanto con el cuerpo que las acoge
como con el resto de colonias bacterianas que habiten en el mismo lugar. “En el microbioma
intestinal, por ejemplo, conviven diferentes especies microbianas, en equilibrio unas con otras.
Lo sano es el equilibro entre ellas y que ninguna predomine”.  

Un órgano más 
 Se suele considerar a todas las bacterias como foráneas, ajenas al cuerpo humano, que vienen a
aprovecharse de los múltiples recursos y riquezas que ofrece, cuando no  a provocar
enfermedades o incluso la muerte. Pero es una visión errónea, la realidad es más compleja. Hay
bacterias patógenas, pero también hay muchas otras bacterias que cumplen funciones
indispensables para el organismo. 

Un ejemplo es la síntesis de vitaminas: “Parte de las vitaminas que obtenemos deriva de las
bacterias del intestino”, explica Vicente. Los músculos extraen su energía de la vitamina B; sin
embargo, el cuerpo no la produce, a no ser que recurra a un tipo concreto de bacterias para hacer
esta tarea. “También ayudan a degradar los restos de la comida e interaccionan con el sistema
inmunitario”, continúa Vicente. En la digestión la bacteria Bacteroides thetaiotaomicron no solo
puede convertir los hidratos de carbono en glucosa, sino que sin ella no podríamos digerir ni
naranjas ni patatas. Hay otra bacteria —la Helicobacter pylori— que se creía que era
exclusivamente patógena, pero en la actualidad se sabe que regula la sensación de hambre. Sin
ella se produce sobrepeso. Con un buen equilibrio del microbioma del intestino se impide que
colonias de bacterias patógenas se puedan instalar allí. 

El cuerpo humano ha aprendido a adaptarse y a convivir con las bacterias beneficiosas. Por esa
razón el sistema inmunológico ha llegado a una relación de equilibrio, como si ya se contara con
ellas.

Una conclusión que se deriva de estos descubrimientos es que el cuerpo humano no es


autónomo ni autárquico. Su ADN tampoco es esa llave multiusos capaz de encontrar las
soluciones a todos los retos a los que pueda enfrentarse el organismo. Para cumplir algunas de
sus funciones elementales delega y externaliza. “El microbioma se considera otro sistema más
del cuerpo —explica Vicente— como el aparato digestivo o nervioso, porque las relaciones que
se van encontrando son cada vez más variadas e importantes.” Otros biólogos van incluso más
allá al proponer que el ser humano tendría que considerarse como un superorganismo: entre el
microbioma y los sistemas que componen nuestro cuerpo —los genes, el sistema nervioso, el
inmunológico o el hormonal— existiría una red de interdependencias que conformarían un
conjunto inseparable. Para definir al ser humano, estos autores piensan que sería imprescindible
incluir a toda esta fauna de seres que nos acompañan. Ellos también son, en cierta manera,
nosotros.  

El bienestar
 Cada vez que nos sometemos a un tratamiento de antibióticos podemos experimentar lo que
ocurre cuando el número de bacterias se reduce: al perecer las del intestino  empiezan a faltar
vitaminas, nos sentimos débiles y somos más propensos a tener diarreas. “Una vida sin la
colaboración de las bacterias es penosa”, concluye el profesor Vicente. Hasta ahora, el combate
contra la enfermedad mediante antibióticos había sido la manera más efectiva para luchar contra
los patógenos. Este procedimiento salva millones de vidas, pero a costa del sufrimiento
bacteriano y, en último término, de nuestro sufrimiento. Empiezan a existir tratamientos que no
dañan a los microorganismos y se están practicando con éxito, como es el caso del trasplante
microbiano fecal.

Consiste en tomar una muestra fecal del intestino de una persona sana para implantar sus
bacterias en un intestino con una infección, como la causada por la bacteria Clostridium
difficile. Con antibióticos, la muerte de las bacterias benignas permite que  esta bacteria actúe
incluso con mayor impunidad, mientras que el trasplante neutraliza la acción del patógeno de
forma muy efectiva. 

Hay hábitos que también contribuyen a que nuestro microbioma sufra o sea mucho más pobre y
menos variado de lo que sería conveniente. En el libro I, Superorganism: Learning to Love your
Inner Ecosystem (Icon, 2015), Jon Turney da algunos consejos de sentido común para mantener
el adecuado equilibro de la colonia microbiana. La dieta, por ejemplo, tiene que basarse
principalmente en vegetales. Y aunque la limpieza es imprescindible para acabar con los
patógenos, cepillar excesivamente la piel puede acabar con el manto de bacterias que la recubre
y dejar la vía libre para la invasión de los bárbaros. Un feto solo entra en contacto con microbios
en el mismo momento de nacer, cuando atraviesa el canal de parto. La madre transmite al recién
nacido una multitud de microorganismos fundamentales para desarrollar un microbioma
equilibrado. Debido a que cada vez hay más partos por cesárea, Turney explica que empieza a
ser una práctica habitual que se refriegue a los recién nacidos con un algodón que previamente
ha estado en contacto con la vagina de la madre. 

El gran estallido de publicaciones relacionadas con el microbioma que se ha producido en los


últimos años —en una década, ha pasado de ser un tema desconocido a protagonizar decenas de
miles de investigaciones anuales— invita a pensar que pronto aparecerán nuevos tratamientos y
se conocerán más detalles. Ya hay empresas que, a imitación de las que analizan el ADN, se
dedican a describir el microbioma de sus clientes (aunque los expertos avisan de que sus
resultados son cuestionables). Por el momento, las aplicaciones y terapias desarrolladas siguen
siendo puntuales, pero todo invita a pensar que un conocimiento más exhaustivo de estos
convecinos del ecosistema de nuestro cuerpo nos ayudará a vivir mejor. 

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