Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
A
a
Muestra de las bacterias presentes en la mano de una niña de seis años. La foto ha recibido el primer premio en Fotciencia
Las bacterias no son más que minúsculas bolsas en cuyo interior hay una intrincada maquinaria
de reacciones químicas. Pero también son mucho más que eso: se pueden adaptar a cualquier
hábitat, gracias a que sus cadenas de ADN son como palimpsestos, agregan nuevos fragmentos
de otros organismos que encuentran flotando en el medio. Son auténticos laboratorios de la
vida, con sus incesantes experimentos y alteraciones. En la mayoría de casos estos cambios
serán inocuos, en otros serán letales. En algunos habrá soluciones asombrosas dignas del más
sagaz ingeniero, por más que lo único que actúe sea la selección natural y el tiempo.
“Las bacterias fueron los inventores, a escala reducida, de todos los sistemas químicos
esenciales para la vida —dice Margulis—. Esta antigua y elevada biotecnología condujo al
desarrollo de la fermentación, de la fotosíntesis, de la utilización del oxígeno en la respiración y
de la fijación del nitrógeno atmosférico.” A pesar de los años transcurridos desde la publicación
del libro —en 1987, la edición española es de 1995—, la visión de la vida que presenta no ha
dejado de reafirmarse.
Nuevas técnicas —ya no de cultivo sino moleculares— han contribuido a conocer lo que está
ocurriendo en nuestr interior. Los datos son los que son: de cada 100 células, solo una nos
pertenece propiamente (aunque el tamaño de las células que nos colonizan sea mucho menor
que las nuestras). La cosa se pone aún más seria cuando lo que se mide es el número de genes:
solo en el sistema digestivo se han encontrado 3,3 millones (frente a los 20.000 que tiene el ser
humano). Fijarse exclusivamente en el ADN humano para entender lo que somos ha podido ser
el resultado de una alucinación.
Mi microbioma y yo
Todas las células tienen un código de barras, el ADN, que las distingue de las demás: las
células derivadas de un cigoto humano comparten ese sello de autenticidad que permite
distinguirlas de las células llegadas de fuera. Al consultar las cifras, se concluye que el cuerpo
humano es una megaurbe: solo en un centímetro cuadrado de piel hay 10.000 bacterias. Y si se
tiene en cuenta a todos los colonos, se trata de una auténtica invasión de más de cien billones de
seres.
Un órgano más
Se suele considerar a todas las bacterias como foráneas, ajenas al cuerpo humano, que vienen a
aprovecharse de los múltiples recursos y riquezas que ofrece, cuando no a provocar
enfermedades o incluso la muerte. Pero es una visión errónea, la realidad es más compleja. Hay
bacterias patógenas, pero también hay muchas otras bacterias que cumplen funciones
indispensables para el organismo.
Un ejemplo es la síntesis de vitaminas: “Parte de las vitaminas que obtenemos deriva de las
bacterias del intestino”, explica Vicente. Los músculos extraen su energía de la vitamina B; sin
embargo, el cuerpo no la produce, a no ser que recurra a un tipo concreto de bacterias para hacer
esta tarea. “También ayudan a degradar los restos de la comida e interaccionan con el sistema
inmunitario”, continúa Vicente. En la digestión la bacteria Bacteroides thetaiotaomicron no solo
puede convertir los hidratos de carbono en glucosa, sino que sin ella no podríamos digerir ni
naranjas ni patatas. Hay otra bacteria —la Helicobacter pylori— que se creía que era
exclusivamente patógena, pero en la actualidad se sabe que regula la sensación de hambre. Sin
ella se produce sobrepeso. Con un buen equilibrio del microbioma del intestino se impide que
colonias de bacterias patógenas se puedan instalar allí.
El cuerpo humano ha aprendido a adaptarse y a convivir con las bacterias beneficiosas. Por esa
razón el sistema inmunológico ha llegado a una relación de equilibrio, como si ya se contara con
ellas.
El bienestar
Cada vez que nos sometemos a un tratamiento de antibióticos podemos experimentar lo que
ocurre cuando el número de bacterias se reduce: al perecer las del intestino empiezan a faltar
vitaminas, nos sentimos débiles y somos más propensos a tener diarreas. “Una vida sin la
colaboración de las bacterias es penosa”, concluye el profesor Vicente. Hasta ahora, el combate
contra la enfermedad mediante antibióticos había sido la manera más efectiva para luchar contra
los patógenos. Este procedimiento salva millones de vidas, pero a costa del sufrimiento
bacteriano y, en último término, de nuestro sufrimiento. Empiezan a existir tratamientos que no
dañan a los microorganismos y se están practicando con éxito, como es el caso del trasplante
microbiano fecal.
Consiste en tomar una muestra fecal del intestino de una persona sana para implantar sus
bacterias en un intestino con una infección, como la causada por la bacteria Clostridium
difficile. Con antibióticos, la muerte de las bacterias benignas permite que esta bacteria actúe
incluso con mayor impunidad, mientras que el trasplante neutraliza la acción del patógeno de
forma muy efectiva.
Hay hábitos que también contribuyen a que nuestro microbioma sufra o sea mucho más pobre y
menos variado de lo que sería conveniente. En el libro I, Superorganism: Learning to Love your
Inner Ecosystem (Icon, 2015), Jon Turney da algunos consejos de sentido común para mantener
el adecuado equilibro de la colonia microbiana. La dieta, por ejemplo, tiene que basarse
principalmente en vegetales. Y aunque la limpieza es imprescindible para acabar con los
patógenos, cepillar excesivamente la piel puede acabar con el manto de bacterias que la recubre
y dejar la vía libre para la invasión de los bárbaros. Un feto solo entra en contacto con microbios
en el mismo momento de nacer, cuando atraviesa el canal de parto. La madre transmite al recién
nacido una multitud de microorganismos fundamentales para desarrollar un microbioma
equilibrado. Debido a que cada vez hay más partos por cesárea, Turney explica que empieza a
ser una práctica habitual que se refriegue a los recién nacidos con un algodón que previamente
ha estado en contacto con la vagina de la madre.