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Decir NO a los hijos.

60 respuestas
para padres desorientados y dubitativos

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Decir NO a los hijos.

60 respuestas
para padres desorientados y dubitativos

M.ª Ángeles Juez

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Primera reimpresión: mayo 2004

Diseño de cubierta: Atmósfera Creativa

© M.ª Ángeles Juez

© EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.
Vallehermoso, 34 - 28015 Madrid
Tel.: 91 593 20 98
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publicación, íntegra o parcialmente, por cualquier sistema de recuperación y por
cualquier medio, sea mecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o por
cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de Editorial Síntesis, S. A.

ISBN: 978-84-995815-5-2

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Índice

1. Para empezar, qué y cómo

1. ¿Qué es autoayuda comprometida?


2. ¿Existen los padres perfectos?
3. ¿Hay diferentes formas de educar?
4. ¿Es necesario cambiar?
5. ¿Hay que sacrificarse para educar a un hijo?
6. ¿Conviene que el niño obedezca a todo lo que sus padres digan?
7. ¿Deben los padres leer juntos este libro?
8. ¿Hay sitio para el humor?

2. Los padres lo tienen difícil

9. ¿Viven los padres asustados por sus hijos?


10. ¿Condiciona el entorno la labor de los padres?
11. ¿Es más difícil educar a los hijos si la madre trabaja fuera de casa?
12. ¿Qué se entiende por compensar a su hijo?
13. ¿Dónde dejamos la culpabilidad?

3. El rompeolas

14. ¿Cómo crece un niño?


15. ¿Es normal y lógico que un niño sienta celos?
16. ¿Chantajea el hijo a los padres?
17. ¿Quién dirige la orquesta?

4. Pobrecito, es tan pequeño…

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18. ¿Cuál es el primer temor del niño?
19. ¿Qué necesita un niño que vive en un ambiente desordenado?
20. ¿Se pregunta la madre el porqué de algunas conductas de su hijo?
21. ¿Cómo se socializa un niño?
22. ¿Cuándo empieza a percibir el niño lo que sucede a su alrededor?
23. ¿Puede un niño, por alguna circunstancia, retroceder en su desarrollo?

5. Vivir es consumir

24. ¿Vivir para consumir? O ¿consumir para vivir?


25. ¿Qué entendemos por necesidad?
26. ¿Cómo decir a los hijos que no es posible tener todo en la vida?
27. ¿Es necesario que los padres hablen entre sí de la educación de sus hijos?
28. ¿Puede un chico de 17 años hacer algún trabajo aunque esté estudiando?
29. ¿Qué hacer cuando el hijo demanda un consumo poco conveniente?
30. ¿Cómo deben reaccionar los padres si se sienten explotados?

6. Importancia de los abuelos

31. ¿Puede ser desacertada la influencia de los abuelos en un niño?


32. ¿Cómo atajar la intervención invasiva de la abuela?
33. ¿Es conveniente que los abuelos sustituyan de algún modo a los padres?
34. ¿Se valora el buen juicio de algunos abuelos en su intervención con el niño?

7. El niño va al colegio

35. ¿Toman en serio los padres el cambio que supone en el niño el comienzo del
colegio?
36. ¿Cómo se transmite al niño la necesidad del esfuerzo?
37. ¿Hasta dónde se debe transigir?
38. ¿Es lógica la inquietud de los padres ante el hecho de que su hijo ha empezado
en el colegio?
39. ¿Se cuestionan los padres su propia sociabilidad a partir de las necesidades de su
hijo?

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8. Padres ausentes

40. ¿Son distintas las condiciones sociales actuales respecto a las de generaciones
anteriores?
41. ¿Se puede buscar un equilibrio entre estar presente en casa y ganar dinero para
vivir?
42. ¿Cómo compaginar la necesidad de presencia de los padres con el hecho de que
estén separados?
43. ¿Saben los padres hasta qué punto es necesaria su presencia en la vida de su
hijo?

9. Madres superwoman = madres culpables

44. ¿Saben compaginar las mujeres sus diferentes trabajos?


45. ¿Cómo enfocar la llegada de un niño para que la mujer no se sienta desbordada?
46. ¿Sabe resistir la mujer las etapas de su hijo?
47. ¿Percibe la mujer muy ocupada los cambios de su hijo según va creciendo?

10. Padres ricos, padres pobres

48. ¿Quiénes educan mejor, los padres ricos o los padres pobres?

11. El hijo llega a la pubertad

49. ¿Hasta qué punto la pubertad del hijo representa una conmoción para los
padres?
50. ¿Pueden dos hermanos ser muy distintos habiendo crecido en la misma familia?
51. ¿Cómo facilitar información a un hijo acerca de temas que los padres no saben
manejar?
52. ¿Qué hacer con una hija que empieza a presentar problemas alimentarios?

12. SOS. ¡Aquí está la adolescencia!

53. ¿Cómo mejorar la comunicación con un hijo adolescente?


54. ¿Qué hacer con el problema de la hora de volver a casa?
55. ¿De qué forma influye en un hijo la mala relación de sus padres como pareja?

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56. ¿Qué se puede hacer con la resistencia de un adolescente a participar en las
labores domésticas?

13. ¿Quién les dice “no” a los padres?

57. ¿Se tiene en cuenta el humor como ingrediente importante de la vida en familia?
58. ¿Tienen presente los padres que el crecimiento de un hijo debe implicar un
replanteamiento de sus vidas?
59. ¿Será posible que los padres encuentren bienestar en autolimitarse acerca de
algunas propuestas del entorno?
60. ¿Hasta qué punto la pereza de los padres reduce la eficacia en la educación de su
hijo?

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Para empezar, qué y cómo

Ser padres biológicamente es fácil. Serlo en el amplio sentido de la palabra es más


complicado.
Tenemos lo que se llama instinto materno y paterno; así como también el
ejemplo de nuestros padres, lo que ellos hicieron –bien o mal– como referencia. Y
también lo que vemos a nuestro alrededor, como buen o mal ejemplo.
Sobre todo, tenemos el amor. Si queremos a nuestro hijo –y eso se da por
supuesto–, criarle es cuestión de darle lo mejor para que pueda crecer sin problemas. O
con no demasiados problemas, creemos.
Sería conveniente puntualizar lo que significa criar a un hijo. Si preguntásemos a
una decena de padres, recibiríamos respuestas bastante alejadas unas de otras.
Desde aquí podemos aventurarnos a decir que significa proporcionarle un
crecimiento sano físicamente, y facilitar su desarrollo emocional de tal manera que
fomentemos el desenvolvimiento de sus capacidades potenciales.
Todo ello enfocado a que pueda alcanzar, en su momento, independencia
económica y de criterio. Al mismo tiempo, buscaremos un nivel de satisfacción personal,
de felicidad, suficientemente gratificante para él.
En otras palabras, ayudarle a crecer amorosamente para que, en su momento,
vuele juera del nido y se sienta a gusto en la vida.
Podemos imaginar que nos ponemos de acuerdo en cuanto a lo que es criar a un
hijo y pensar que no tiene por qué ser muy difícil. Esto en teoría, pues en la práctica se
presentan muchos problemas, de mayor o menor calibre, que traen a los padres de
cabeza.
Con este libro pretendemos que la labor de los padres sea más eficaz para el niño
y más gratificante para los progenitores. Esto no quiere decir que en estas páginas vamos
a abarcar todos los posibles conflictos que surjan en la educación de los hijos, pero sí
pretendemos establecer unas bases para que su enfoque tenga unas directrices que
aporten seguridad a los padres.

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1. ¿Qué es autoayuda comprometida?
Vamos a dar orientaciones, pistas, consejos. Estas páginas pueden parecer un libro
de autoayuda. Hasta cierto punto es así, pero con una característica muy definida:
autoayuda comprometida. Es decir, no se trata de aplicar con los hijos unas normas y
esperar los resultados.
Lo que se propone es una implicación importante del padre y de la madre en la
forma de criar al hijo. Esto supone que estas dos figuras, de capital importancia para el
niño, se incluyan también en un proceso de cambio que les ayude a mejorar
personalmente.
Si no se hace de esta forma será imposible pretender que las consecuencias sean
todo lo positivas que se esperaban.

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2. ¿Existen los padres perfectos?
Algo que conviene asumir es que no existen los padres perfectos. Así de
desilusionante es, al mismo tiempo que consolador. El ser humano no es perfecto. Por
tanto, no hay padres perfectos. Otra cosa es intentar ser lo mejor de lo posible. Por lo
menos, transitar por ese camino, y admitir que, a veces, se falla, pero siempre se puede
volver a intentar una mejora, aunque estemos ya en el momento, en el día, en el mes
siguiente.
El niño con el que salen los padres de la clínica es absolutamente dependiente de
ellos. Necesita ser alimentado, estar a cubierto, que se le limpie, cuidarle en sus
enfermedades, en sus primeros pasos, atender a su educación. Todo esto debe hacerse
en un ambiente cálido y amoroso, proporcionado por la atención individualizada de los
padres.
El bebé va creciendo, distingue las figuras, identifica a la madre que le alimenta,
percibe su rostro que aparece y desaparece sobre su cuna. Y vuelve a aparecer de nuevo,
mitigando un tanto el primero y principal miedo del niño: el temor al abandono.
En su crecimiento, el niño se expande: descubre su entorno, experimenta nuevas
sensaciones, gatea por el pasillo, destripa juguetes, se sube al sofá, mete la mano en el
puré. Ahí está la madre, el padre también, pero sobre todo la madre en los primeros
años, para decir “no”, para saber cuándo ha de poner límites, porque es necesario
contener al hijo.

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3. ¿Hay diferentes formas de educar?
En generaciones anteriores a la de los padres actuales, la educación se establecía
mediante un estilo autoritario. Padre y madre tenían sus tareas muy definidas. Ella en
casa, como esposa, madre, cuidadora, llevando el hogar. Él, en el exterior, trabajando
para conseguir un dinero que llevar a casa. Al volver, el padre era el patriarca. Era quien
dictaba las normas a seguir, y estaba convencido de que era lo conveniente para la
familia. El “no” que se imponía a los hijos provenía del padre. Él no se cuestionaba si
estaba acertado o no. Lo que decía había que acatarlo.
Con posterioridad, y en un movimiento pendular, se pasó al estilo de dejar hacer.
Los hijos producto de una educación autoritaria reniegan de ella. Consideran que fue
equivocada, que han estado sometidos a unas normas inflexibles, aplicadas, a veces, con
castigos y golpes. La palabra trauma comienza a ser frecuente. Muchos piensan que han
sido traumatizados. Y cuando llegan a ser padres intentan no caer en la educación que
sus progenitores tuvieron para con ellos.
Hacen lo contrario: quieren entender que el niño es mucho más sabio de lo que
sus padres consideraron que ellos eran. La idea de los límites que el hijo necesita se
difumina, no parece necesaria, no hay que traumatizar al chico. Hay que dejarle hacer: él
sabe.
No es así. El niño, en principio, no sabe, va conociendo, explorando,
extendiéndose, arriesgándose, pero con la mano de la madre o el padre para sujetarle,
para decir “no” cuando es necesario. Los padres han de cuestionarse si sus decisiones
son acertadas o no, porque ser padre no garantiza que lo hagamos bien siempre.
Otra cosa es que nos atrevamos a indicar un camino a nuestro hijo, en función de
su edad, de su desarrollo intelectual y emocional, de sus diferentes capacidades.
Resumiendo, que nos podemos equivocar y rectificar.
La seguridad de los padres, cuestionada convenientemente por ellos mismos, es
la mejor baza que se le puede aportar al niño para que crezca con la sensación de estar al
abrigo de las inclemencias externas, con la suficiente seguridad para que vaya creciendo y
llegue a elaborar su propia estabilidad.

JUAN

Yo quiero lo mejor para mi hijo, así que creo que lo estoy haciendo
bien. Soy su madre, y quién le va a querer más. A veces me pongo nerviosa
porque el crío es muy movido, no obedece y le grito. De vez en cuando le
doy un azote, pero es por su bien, tiene que aprender un poco de disciplina.

La madre de Juan, de 5 años, puede ser una madre aceptable. Dice: Quiero lo

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mejor para mi hijo. Palabras que muchos padres utilizan, con toda su buena voluntad,
para darse tranquilidad acerca de cómo se comportan con el niño. Es una frase de las
muchas que se usan y que conviene desmontar para introducir en los padres un atisbo de
duda. ¿Quién decide lo que es lo mejor para el hijo? Ellos, claro está. ¿Se cuestionan si
lo que ellos quieren es realmente lo mejor para su chiquillo? Que esté contento parece
algo deseable.
En ocasiones parece que darle capricho tras capricho le va a mantener sonriente y
encantado. Puede parecer así en un primer momento, pero está claro que se necesita el
“no” en muchas ocasiones, aunque resulte incómodo para padres e hijo.

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4. ¿Es necesario cambiar?
En este libro vamos a exponer casos de situaciones concretas que han sido
tratadas y que pueden aportar claridad en lo que es conveniente hacer. Los ejemplos no
coincidirán totalmente con vuestro problema, pero servirán para que manejéis
mentalmente distintas conductas que vosotros adoptaríais si estuvieseis en ese lugar. Ese
ejercicio os dará más agilidad en la comprensión y aprendizaje del cambio que os
proponemos.
Sí, se trata de cambiar. No es fácil, aunque de una u otra forma cambiemos de
continuo. Sin embargo, hay personas que necesitan sentir que todo lo tienen controlado,
que las normas se pueden aplicar de forma inflexible, que cada cosa tiene su sitio y que el
color de la vida es blanco o negro.
Son empeños vanos, destinados al fracaso, a la frustración. Esa seguridad, esa
inmutabilidad no es posible en la vida. La vida siempre conlleva una dosis de riesgo y
cambio; resistirse a ello con uñas y dientes es perder de antemano la partida.
Así que pretendemos que si tenéis dudas acerca de cómo lleváis la educación de
vuestros hijos, este libro os sirva para que cambiéis a mejor. Por otra parte, que
confirméis también que en muchas ocasiones vuestra conducta es acertada. Os dará
satisfacción comprobarlo; y cuanto mejor os sintáis, mejor disposición vais a tener para
lidiar con vuestro hijo. Requiere dedicación y esfuerzo. A veces uno se cansa, pero hay
que resistir.

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5. ¿Hay que sacrificarse para educar a un hijo?
Ojo, no se trata de sacrificarse. Lo que se hace por un hijo no debe considerarse
sacrificio. Le traemos a este mundo con todas las consecuencias, dispuestos a criarle para
que se independice y sea feliz. Aunque sea de vez en cuando lo de ser feliz. Y siempre
recompensa traer a la luz un ser que, debidamente atendido, va a poder disfrutar de la
vida…, es sencillamente grandioso.
Respecto a la educación de los hijos, existen frases que se repiten y parecen
provenir de la sabiduría popular. Vamos a analizar una de ellas.

ALFONSO

Los niños ahora nacen sabiendo. Parece mentira cómo se enteran de


todo, cómo se manejan con la informática. A mí, mi hijo Alfonso, de 12
años, me tiene asombrada. Es el pequeño, el mayor tiene 18. Siempre ha
parecido mayor de lo que era, muy sensato, trae buenas notas. Conmigo
habla mucho. Con su padre menos. Mi marido dice que yo le consiento de
más. Pero es que no le puedo tratar como a un niño. No consigo que
desayune en casa; me dice que no le entra, me lo dice tan serio que le creo.
Después, se toma un bocadillo en el colegio.
Por las noches…, cómo le voy a mandar como a un crío a la cama a
las diez de la noche. Se queda conmigo una o dos horas más, viendo la
televisión. Nada de sexo ni violencia, desde luego. Pero es que para entonces
ya ha estudiado todo lo que tenía para el día siguiente.

Está claro que los niños no nacen sabiendo. Sí tienen a su alcance, muy pronto,
elementos suficientes para acceder a la información. Pero eso no quiere decir que un
niño, por sensato que parezca, por muchos conocimientos que tenga, no necesite crecer
en todos los sentidos, sin saltarse etapas. Son sus padres quienes deben decir qué es lo
adecuado, según las circunstancias, si él no tiene edad suficiente para tomar decisiones.
En ocasiones, los padres se sienten muy complacidos diciendo: Es que mi hijo es
muy maduro, parece como si tuviera más años. Puede ser un sentimiento de orgullo o
una forma de tranquilizarse por no intervenir más en asuntos que les conciernen y que el
chico parece resolver.
La madre de Alfonso debe decir “no” a esa excusa que el chico pone para no
desayunar. Su hijo tiene que salir de casa con el estómago funcionando. El cuerpo es
como un motor que necesita carburante para funcionar. El desayuno será determinante
en el rendimiento de Alfonso en sus estudios, para estar más lúcido, para jugar más a
gusto en el recreo. Si no está acostumbrado le costará un poco más los primeros días,

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pero después será una buena rutina que incluirá para siempre en su vida cotidiana.
La madre de Alfonso debe decir “no” a esas jornadas prolongadas de televisión,
por muy formal que el chico parezca y aunque ya haya estudiado lo suficiente. A esa
edad, 12 años, un chico que juega, hace deporte, gasta energía estudiando, necesita
dormir alrededor de diez horas. Por tanto, deberá ir a la cama a dormir o tal vez a leer un
rato hasta que tenga sueño. Mucho mejor un libro que la televisión.
Cuando se dan conductas poco entendibles conviene preguntarse por qué se da
ese comportamiento.
¿Hasta qué punto la madre está convencida de que su hijo debe ser tratado como
mayor de los 12 años que tiene porque le ve muy maduro? ¿Pudiera ser que
inconscientemente trate de ponerle de su parte frente a su padre? ¿O tal vez lo utiliza
para quedarse viendo la televisión con él y no ir al lecho conyugal donde se supone está
su marido?

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6. ¿Conviene que el niño obedezca a todo lo que sus
padres digan?
El hijo no es un ser de plastilina que se va a acomodar fielmente a la figura que
sus padres quieran formar con él. Así debe ser. El crecimiento del niño debe tener un
movimiento de expansión que en ocasiones tropieza con los límites paternos.
A veces no se consigue que el niño haga lo que el padre o la madre creen que es
más conveniente, pero conviene que sí se quede con la percepción de que ellos ponen su
empeño en lo que creen mejor para él. Esto da seguridad al niño.
El “no” de la madre de Alfonso a no desayunar, el “no” a permanecer ante la
televisión hasta las doce de la noche, le transmiten al chico una sensación de
confortabilidad. Aunque proteste. Ahí están sus padres que le contienen, que le limitan
pero sin asfixiarle ni reprimirle, sino intentando conducir su desarrollo de la mejor forma
posible.
Cada capítulo de este libro va a finalizar con una propuesta de reflexión.
Conviene tener un cuaderno para apuntar las conclusiones. No se trata de hacer deberes.
Estamos entre adultos, ¿no? Es una sugerencia que puede ayudar. Con diez minutos
basta y sobra. Conviene hacerlo soltándose la coraza, es decir, con una sinceridad
profunda, y evitando los mecanismos de defensa que impidan la espontaneidad. No se
trata de descalificarse como padres; se trata de verse en un espejo suficientemente fiel.
Estamos tratando de cambiar, y hay que saber de dónde partimos. Se apuntan en
el cuaderno las reflexiones que uno hace y cuando se finalice el libro se tendrá una serie
de pensamientos e intenciones que resultarán muy útiles para continuar la educación del
hijo.

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7. ¿Deben los padres leer juntos este libro?
Conviene que el padre y la madre lean este libro por separado. En algunos
puntos estarán de acuerdo, en otros no. No hay que asustarse por las divergencias en
algunas opiniones. Será conveniente que, aun leyéndolo cada uno por su lado,
intercambien después puntos de vista entre ellos. Posteriormente, y según sea la edad del
hijo, pueden pactar cómo manifestarse ante él. Sin mentir. Si el chico es suficientemente
mayor para asumir que sus padres pueden tener diferentes criterios y no por eso fallarle a
él, se pueden dejar traslucir las diferencias.
Si entendemos que el niño necesita la seguridad que da sentir a los padres en un
entramado más compacto, se buscará cómo llevar adelante la educación sin que el padre
o la madre se sientan excluidos de ella. Se negociará entre ellos la conducta a seguir,
pensando siempre en lo que conviene al niño.
Algo más puntual: hasta los 6 o 7 años conviene que el niño note que hay afinidad
entre los padres en lo referente a él.
Desde esa edad hasta más o menos los 16 años se puede dejar entrever que no
están de acuerdo en todo.
A partir de los 16 años en adelante el chico puede canalizar que sus padres no
están de acuerdo siempre, y que no por eso se van a separar ni dejar de quererle.

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8. ¿Hay sitio para el humor?
Volvamos a las propuestas de reflexión. Los padres deben tener cada uno su
cuaderno con los pensamientos que les han surgido. Periódicamente será conveniente
que lo repasen juntos. Además de aconsejable, puede resultar divertido. Y no hay que
desperdiciar ninguna ocasión de sonreír o de reírse abiertamente. No de nadie, sino entre
ellos. El sentido del humor es como la crema que engrasa las escoceduras de la vida.
Conviene echar mano de él, continuamente.
Revisando juntos, padre y madre, los cuadernos verán en qué circunstancias cada
uno dice “no” al hijo. Hay que tratar de eliminar la idea de competir entre ambos. Hablar
sobre cómo sois y cómo os comportáis en relación con el hijo os puede dar información
acerca de cómo es vuestra relación en pareja. Conviene echarle responsabilidad y buen
hacer, y la velada puede ser muy entretenida.
Muchos padres tratan de huir del “no” a su hijo, basándose en una frase que
merece la pena ser analizada. Quiero que él tenga lo que yo no pude tener. Como
consecuencia, dan y dan. Golosinas, caprichos, juguetes, ropa de marca, una moto.
También dan amor, pues una cosa no quita la otra, aunque a veces entorpece la visión.
Se esfuerzan tanto algunos padres en dar a su hijo lo que ellos no tuvieron que
pierden la noción de lo que conviene a ese niño que se desbarata pidiendo. En ocasiones,
hasta puede significar que compensan la falta de tiempo y de dedicación al niño, a jugar
con él, a escucharle, a entenderle, con todo aquello que se compra con dinero.
Ante esta propuesta, algunos padres pueden sentirse directamente aludidos, y
enseguida argumentan: No, yo no, mi hijo es lo primero para mí, lo que hago en la vida
es por él y por su madre.
Respuestas contundentes que no constituyen mentiras, porque quien las dice llega
a creerse que actúa por el bien del hijo.
En realidad, es como si quisieran compensar en él, en el niño, lo que el padre
sintió en su infancia en cuanto a carencias materiales. Tal vez quiera consolar su parte
infantil. Pero, evidentemente, está convirtiendo a su hijo en un pequeño tirano.
Por otro lado, la frase Quiero que él tenga lo que yo no pude tener quizás
esconda la complacencia de mostrar a los demás que su hijo tiene aquello de lo que él
mismo no pudo presumir.
Algunas de estas reflexiones pueden molestar a los padres. No se trata de
culpabilizarles. Antes bien, intentamos que algo de todo esto les pueda resonar de alguna
forma, acercándolos a su verdad. Puede ser doloroso, pero es más saludable aceptar
aquello que no nos gusta de nosotros, y tener así una base desde donde intentar un
cambio.

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ROBERTO

Me saca de quicio. Siempre está riñendo con su hermano, le quita los


juguetes, le hace perrerías. Y de estudiar… poco. Como si nada le
importara. Se lo digo de buenas maneras, razonándole; parece que está de
acuerdo y luego vuelve a lo mismo. No sé cómo puede ser tan malo. He
probado a darle premios cuando se porta mejor, pero es como si me tomara
el pelo. A la primera de cambio sale con otra barrabasada. A veces le
mando a su habitación y le prohíbo que vea la televisión.

Roberto es el niño de 8 años que desborda a su madre. Es muy activo, tiene celos
de su hermano, no se concentra en los estudios. No le justificamos, sino que describimos
la situación. Su madre, en el colmo de la impotencia, después de decirle que le amarga la
vida, añade lo de No ves la televisión.
¿Cuántas veces los padres, sobre todo la madre, porque está mucho más tiempo
en casa, utilizan esta frase para finalizar una riña? Puede parecer que realizan un acto de
autoridad que finaliza la refriega y que tal vez resulte eficaz para evitar futuros
zafarranchos.
Veamos la frase “No ves la televisión”. Es imperativa, prohibitiva y sin límite de
tiempo. Con seguridad se ha dicho en un tono más alto que el habitual, con lo que la
madre, en un primer momento, siente un alivio en su enfado.
¿Y el hijo? ¿Qué siente el niño? En primer lugar, que le vuelven a quitar la
distracción que más le gusta, que su madre se ha enfadado otra vez, y que no sabe
cuándo levantará el castigo.
Se deduce que la escena se ha repetido muchas veces, y es posible que el mensaje
que capte el chico sea: Ya está mi madre con gritos otra vez; cuando quiero la pongo
furiosa; me castiga y luego se le olvida en cuanto.se le pasa la rabieta.
La conclusión que el hijo puede sacar es que su madre es como un arbolito
azotado por los vientos que provocan sus travesuras.
En cambio, lo que el niño necesita es algo más sólido, que no esté en el mismo
nivel en que él se mueve, pues necesita encontrar a alguien con más densidad. Necesita
que su madre le proporcione una sensación de estabilidad; una estabilidad que ella tiene y
puede transmitir, porque el niño no la tiene por definición.
Iremos pasando por las distintas etapas del crecimiento del hijo, observando las
circunstancias que rodean a cada una de ellas.
Habrá algunos consejos, pero intentaremos propiciar que cada padre o madre
pueda reflexionar y hacer suyas las decisiones que adopte. No se trata de seguir al pie de
la letra lo que alguien proponga como acertado, sino de potenciar los recursos que los
padres tienen para conseguir lo mejor para sus hijos.

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Este enfoque requiere mayor esfuerzo en un principio; está en la línea de
conseguir un cambio de actitudes que resulte más eficaz y de aplicación más prolongada
que seguir un consejo, sin más.
Conviene que este libro sea releído de vez en cuando. La situación que vive el
lector será distinta y las conclusiones que pueda extraer de cada nueva lectura también
cambiarán.
Por otro lado, los cuadernos en los que padre y madre apunten el resultado de sus
reflexiones pueden ser utilizados al año siguiente. Repetir la operación de anotar las
conclusiones a las que se llegue, y compararlas con las anteriores, puede resultar muy
enriquecedor.

FRASES A RECORDAR
– Criar a un hijo es proporcionarle un crecimiento sano física y emocionalmente, para
que, en su momento, vuele fuera del nido. Y se sienta a gusto en la vida.
– Los padres deben tener claro que el hijo necesita límites. Aunque signifique
esforzarse por parte de ellos.
– La disposición a cambiar es necesaria en la vida. Pretender tenerlo todo controlado y
fijo es un empeño destinado al fracaso.
– El amor. El humor y la alegría son ingredientes imprescindibles para el crecimiento
de un hijo.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN

¿Cómo educas? ¿De forma autoritaria o permisiva?


Recuerda una frase que repitas a menudo y que no tenga razón de ser.

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Los padres lo tienen difícil

Y tan difícil… Nunca como ahora ha sido tan difícil ser padres. Hace bastantes
años los padres estaban seguros de lo que hacían. Tal vez se sintieran imbuidos de una
autoridad a prueba de dudas; el caso es que se manifestaban plenamente convencidos de
que lo que hacían era acertado.
El “no” se utilizaba con mucha frecuencia. Los padres se sentían en posesión de
la verdad y consideraban que tenían que atar en corto al hijo. Lo hago por tu bien,
decían, y así lo creían. En algunos casos acertaban, pero lo que puede resultar más
alarmante es que no se plantearan la posibilidad de equivocarse.
Sorprende escuchar a padres actuales, con hijos de más de 25 años, cómo
describen con naturalidad que en su infancia eran golpeados con cierta frecuencia:
bofetadas, empujones, el cinturón a veces. No parecen especialmente impactados,
aunque aseguran que ellos no han hecho lo mismo con sus hijos.
Huyendo de las prohibiciones, del no hagas esto, no hagas aquello, se puede
producir la caída en la abstención. Se deja que la naturaleza facilite el crecimiento del
niño porque éste es sabio y sabrá hacerlo. Puede ser una idea que encubra una
comodidad a corto plazo. Porque al cabo de unos años se van a encontrar con auténticos
problemas. Eso es seguro.
La permisividad, como se vio, tampoco daba resultado en cuanto a la educación
de los hijos. Los padres se encontraron con que tenían que encontrar un estilo
intermedio, en el que el “no” tuviera su lugar. Requiere más esfuerzo que los dos
sistemas anteriores; y en ello se está en el momento actual.

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9. ¿Viven los padres asustados por sus hijos?
Las circunstancias que rodean y conforman nuestro entorno actual han
colaborado a que la educación de los niños esté, en muchos casos, dislocada, confusa,
retorcida.
Muchos padres viven asustados por sus hijos. ¿Qué les va a contestar el chico si
le dicen que mañana sábado no puede salir? ¿Cómo responder a la acusación del hijo a la
madre de que no le quiere porque no le compra el juguete que tiene su amigo? ¿Cómo
mandarle a la cama sin que se revuelva contestando agresivamente? ¿Y si la madre se
encuentra en la disyuntiva de comprarle un pantalón de marca o si no será segregado de
su pandilla? ¿Cómo decir “no”?
Resistir, resistir y resistir. Es cansado; pero nadie ha dicho que criar a un hijo
sea sencillo. Requiere esfuerzo, no hay fórmulas mágicas, hay que debatirse en un mar
de dudas, pero compensa. Si se va consiguiendo, hay más posibilidades de que el chico
crezca sano en todos los aspectos. Por otro lado, se van dando pasos en la línea de ser
unos buenos padres. Aceptables, por lo menos. Es muy gratificante, porque sirve
también para ir en la línea de ser mejor persona.

PEDRO

Últimamente mi hijo me tiene manía. En cuanto me opongo a algo de


lo que quiere, y le digo "no", me insulta. Me llama mala, me dice que no le
quiero, que le tengo rabia. Le explico por qué lo hago, que no es por
capricho, sin más. Pero nada, una y otra vez se repite lo mismo. Tengo la
sensación de que me doy contra la pared, que no me entiende. Hasta pienso
a veces si tendrá algún problema mental.

La madre de Pedro, de 7 años, tiene suficiente paciencia, pero no encuentra una


respuesta satisfactoria. Es bastante frecuente. Se esfuerza, pero no ve resultados.
Aun así hay que continuar revisando la forma en que se dice “no”, cambiando las
percepciones que se tienen del hijo, teniendo en cuenta su edad y el entorno en que se
está moviendo ahora. La educación es, o debe ser, dinámica. Y resistir con el “no”
revisado es una buena inversión en la educación del hijo.
No se debe desgastar el “no”. Se tiende a caer en la repetición, creyendo que el
niño no ha captado la idea. No es así. Después de argumentarle varias veces las razones
del “no”, conviene no darle más explicaciones y pasar a la acción.
Puede ser apagar la televisión, llevarle a la cama, ponerle un bocadillo para el
colegio y no darle dinero para un bollo. El niño conoce al dedillo los argumentos que la
madre desgrana por enésima vez. Lo que intenta con su comportamiento insistente es

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constatar que él maneja la situación, que mantiene la atención de la madre, y que ese
erre que erre va a doblegar la resistencia de la madre. No en vano se dice: Eres más
terco que un niño.
El niño tambalea con su empuje la conducta de la madre, cuando él necesita de la
seguridad de ésta para sentirse respaldado, contenido por una figura de autoridad.

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10. ¿Condiciona el entorno la labor de los padres?
El entorno en el que vivimos hace difícil la tarea de ser unos padres responsables.
Decir “no” a tiempo se hace cuesta arriba cuando las propuestas de consumo se suceden
una tras otra. Vemos una gran cantidad de productos que están dirigidos a niños, a
adolescentes y a jóvenes. Es un sector de la población que depende económicamente de
sus padres, y sin embargo todos sus integrantes consumen con profusión artículos que
satisfacen necesidades superfluas.
Estas dos palabras se dan de bofetadas, pero la realidad se encarga de unirlas. Los
chicos perciben como necesidad objetos que son superfluos. Y los padres entran al trapo
y dan el dinero para comprarlos. ¿Por qué lo harán? ¿Por tener contento al niño?
¿Porque el padre o la madre se sienten culpables por algo y tratan de suavizar sus
sentimientos? ¿Por no entrar en conflicto, que bastante tiene la vida para andar
discutiendo?

JAIME

¿Qué le digo yo al chico cuando me dice que quiere comprarse unos


patines sobre hielo? Bueno, quiere que le dé dinero. Yo sé que no los va a
usar más de dos o tres veces, y después… un cachivache más por casa. A mí
lo que me sale es decirle que alquile los patines, vea si le gusta ese deporte, y
después ya veremos. Pues no, dice que todos sus amigos los tienen y que no
va a hacer él el ridículo poniéndose unos patines usados. Su madre no ha
querido entrar en el asunto, porque dice que de esos gastos especiales me
encargo yo. Ella pasa y yo tengo que dar la cara. Me planteo entonces: ¿es
que Jaime –se llama Jaime, tiene 12 años– se va a sentir inferior a sus
amigos? ¿Pensarán sus compañeros que sus padres son unos roñosos o que
no estamos a su nivel?

Los demás condicionan al padre de Jaime, que está empezando a salir con un
grupo de su clase.
Vivir es convivir, no puede uno desentenderse por completo de lo que sucede
alrededor. También le importa su hijo: ¿se va a sentir mal? ¿Cómo decidir lo mejor?
El padre responsable debe ser capaz de escuchar a su sentido común. Él es el
mejor padre o madre que su hijo puede tener, principalmente porque es el único que
tiene. Es una perogrullada, pero habida cuenta de que es una figura insustituible en la
vida del niño convendrá intentar hacerlo bien.
En cuanto al padre de Jaime, puede proponer al chico que vaya un primer día y
alquile unos patines, que pruebe y, si le gusta, se pueden comprar, considerando también

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que se trata de un deporte. La propuesta implica que el chico puede decir que no está de
acuerdo. Muy bien, que explique sus razones. Muchas personas lo hacen así, y tampoco
debe estar tan esclavo de lo que van a decir sus amigos. Es algo que no tiene demasiada
importancia; si el padre accede a comprar los patines no quiere decir que esté
malogrando la educación de su hijo. Pero el argumento de Mis amigos lo hacen, o lo
tienen, o van a se utiliza mucho por parte de los chicos; saben que ahí existe una
debilidad por parte de los padres.
¿Mi niño va a ser distinto a los demás? ¿Y si se queda sin amigos? Los padres
tendrán que intentar encontrar el equilibrio entre que su hijo sea un chico más entre los
de su grupo o que se convierta en un incipiente componente de un rebaño, por temor a
que no le acepten. Está bien que tenga un grupo, una pandilla, pero con ideas que vaya
haciendo suyas.
Hay que atreverse a no caer siempre bien. Así de ingrato es el papel de padres, y
saber decir “no”. El hijo va a protestar bastantes veces de los padres que tiene. Pues a
mi amigo le dan…; La madre de mi compañero le deja volver a las…; Soy el único que
no ha ido a…
Unas veces es cierto; otras no tanto. Se percibe que detrás de esas frases hay una
velada acusación: Tú eres un padre antiguo; Mamá, estás hecha una carca; No les
puedo decir a mis amigos lo que me has dicho porque van a pensar que no eres buena
madre.

Hay que aguantar y resistir. Y asumir que, a veces, no se cae bien al hijo.
Ya vendrá más tarde el tiempo en el que el joven reconozca que sus padres se
emplearon a fondo en su crecimiento y desarrollo.
No vamos a caer en la tentación de añadir: Y te lo agradecerán. Que los hijos no
agradecen nada, a no ser cuando son bastante mayorcitos. Y está bien, un padre hace lo
que debe hacer sin esperar a que se lo agradezcan. Lo hace porque es padre, así de
simple.
De todas formas, aun en etapas de enfrentamientos frecuentes, el hijo, la hija,
intuye –aunque no lo reconozca– que ahí están sus padres aguantando el chaparrón de
sus protestas, porque creen que deben comportarse así. Sentir ese respaldo, esa
implicación, da seguridad al chico.

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11. ¿Es más difícil educar a los hijos si la madre
trabaja fuera de casa?
La mujer se ha incorporado masivamente al mundo del trabajo en los últimos
años. Casi todas han recibido una formación encaminada a tener un trabajo y, por tanto,
una independencia económica. Ha sido un paso muy importante.
Al mismo tiempo, puede que encuentre una pareja, desea llevar un proyecto de
futuro en común y, como consecuencia de su unión, llega el hijo.
Las mujeres han dado un paso decisivo en su crecimiento, pero muchas están
pagando un elevado precio. Ellas no quieren renunciar a su carrera profesional, pero aun
cuando trabaje en lo que desea, siente que no puede responder a todas las expectativas
que se tienen respecto a ella; o así lo piensa.
Vuelve a casa y casi sin darse cuenta cae en la tentación de entregarse. Ha de ser
cariñosa, darse toda con la hija, resultar agradable. Si ha estado fuera durante bastantes
horas, al volver tiene que recuperar sus besos, sus risas, su aceptación.

CRISTINA

Es que para el poco tiempo que yo estoy con ella no voy a empezar a
regañarla por lo que no hace bien. Trato de ser comprensiva para que ese
rato sea bueno para las dos. El otro día se empeñó en que yo le diese la
cena. Como si fuera una niña pequeña. Yo tenía ese rato libre y como en un
juego lo hice. Luego se quiso ir a dormir con nosotros.
Mi marido se puso por las nubes. Que ésa no era forma de educarla,
que era muy blanda, que dentro de unos años lo vamos a lamentar. Al final
no se vino con nosotros a dormir; pero se levantó dos veces por la noche y
medio dormida se metió en nuestra cama. Me la llevé en brazos a su cuarto,
procurando no despertar al padre. Al día siguiente estuve molida todo el
día.

Cristina es la hija de quien nos habla. Tiene 7 años y es hija única. Ahora ser hijo
único es bastante frecuente. No vamos a entrar en argumentar a favor o en contra;
simplemente, dejamos constancia de que es una realidad.
Los padres de Cristina trabajan los dos fuera y se organizan bastante bien. Tienen
una señora que recoge a la niña a mediodía, y luego el padre la lleva otra vez al colegio.
Por la tarde, después de una clase de inglés, su madre la recoge y la lleva a casa.

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12. ¿Qué se entiende por compensar a su hijo?
Está claro que la madre de Cristina se siente culpable de no estar más tiempo con
su hija, e intenta compensarla cuando está con ella.
El problema radica en qué es lo que entiende la madre por compensación. Lo que
ella hace puede ser traducido por: Tranquila, cariño, ya está aquí mamá, que te quiere
mucho, mucho. ¿Quieres que te dé de comer? Pero si ya no eres un bebé; bueno, a ver
qué es lo que quiere mi niñita. No, dormir con papá y mamá no puede ser. Bueno, si
cenas bien se lo decimos a papá, a ver si él quiere…
Pueden ser frases imaginadas por quien necesita tener a su hijita contenta, para
sentirse ella tranquila.
Por delante va la necesidad de la madre. Pero antes de intentar satisfacer su
necesidad debe cuestionarse si lo que conviene a la niña es someterse a sus caprichos.
Es como si su progenitora no tuviera criterio para decidir qué es lo adecuado.
A la madre puede resultarle más incómodo. Pero lo que importa es que la niña
sepa que la madre no se deja desbordar por sus exigencias. Con cariño, sí, pero con
firmeza. Poniendo límites.
Está también el apartado de la cama. La madre plantea, ante la petición de la niña,
convencer al padre para que acepte algo que no es acertado para nadie. Ni para la niña,
ni para los padres.
La madre pretende aliarse con la hija, frente a la supuesta firmeza del padre.
Como dos niñas, intentando cometer una travesura. La figura de esta mujer puede
parecer como de plastilina bajo las presiones de la niña. No debe ser así.
Es necesario que manifieste más firmeza frente a las presiones infantiles. Esto
dará seguridad a la niña, al sentir que su madre está ahí, conduciendo con cariño y
firmeza los intentos de manejo de su hija de 7 años.
¿Realmente es tan importante y da para hablar tanto de ello, un incidente de
quince minutos, en principio?
No, si es un incidente aislado. Pero quien se inclina por un comportamiento
permisivo, intentando suavizar un sentimiento de culpa, es fácil que vaya resbalando por
la pendiente de no saber decir “no”.
Es como si pusiéramos en manos de un niño la dirección de algo que el niño no
sabe manejar. El niño propone situaciones varias que le apetecen. Es el adulto quien
debe saber adonde va.

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13. ¿Dónde dejamos la culpabilidad?
¿Qué haremos entonces con la culpabilidad? Convendrá analizar si las razones
que la madre tiene para estar bastantes horas fuera de casa tienen un fundamento
pensado y razonado. Ver si la organización familiar ha contemplado las condiciones más
favorables para Cristina. Y calcular que el tiempo que se está con la niña es utilizado de
la mejor forma posible. Se trata de que se sienta querida, y que sus padres saben que lo
que hacen es lo mejor de lo posible, pero que no van a ser unas marionetas en sus
manos. Desde muy pequeñitos, lo perciben.
Otra cosa más, con este caso que estamos desmenuzando puede parecer que
pensamos que no es acertado que la madre trabaje. No es así. Cada miembro de la
pareja debe contemplar su realidad y elegir, si puede. Después ponerlo en común. Si
tienen que trabajar los dos para poder comer, no hay duda; hay que hacerlo.
Si no es así, pero la madre considera que es más conveniente que siga con su
trabajo porque se va a sentir mejor como persona y, por consiguiente, como madre, la
pareja deberá buscar la forma más acertada de cuidar al niño, compaginándolo con el
trabajo de los padres.
Los padres no lo tienen fácil, es cierto. Pero siempre se puede mejorar en la
crianza de un hijo. Siempre se está a tiempo de cambiar a mejor.

FRASES A RECORDAR
– Para educar a un hijo es conveniente, necesario, tener resistencia y esforzarse. El
empeño, compensa.
– Conviene ser conscientes de que se corre el peligro de desgastar el “no”. Hay que
evitarlo.
– Es adecuado reflexionar acerca de cuántas necesidades superfluas mantenemos.
– Hay que atreverse a no caer siempre bien al hijo. Lo que haya de hacerse lo deciden
el padre o la madre.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN

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Date cinco minutos para contestarte: ¿qué circunstancia de la educación de tu hijo
te resulta más difícil de afrontar?
Apunta dos posibles cambios que tú creas van en la línea de mejorar la situación.

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3
El rompeolas

El rompeolas es una metáfora, claro; los padres han de ser, durante muchos años,
el rompeolas que aguanta el empuje descontrolado del hijo. Da seguridad, sirve para
reconducir las aguas turbulentas que levanta el hijo al crecer.

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14. ¿Cómo crece un niño?
El niño crece en expansión, su naturaleza le lleva a ir descubriendo,
experimentando, gateando, cogiendo objetos, rompiendo juguetes, investigando sin un fin
determinado.
Parece lógico que en su movimiento hacia fuera y teniendo el niño edad suficiente
como para desplazarse, va a estar muchas veces al borde del peligro. Ahí están los
padres para sujetarle, cogerle de la mano en el descenso del sofá, tapar la esquina de la
mesa, cerrar los orificios de los enchufes. Está funcionando el rompeolas que detiene el
peligro.
El niño, durante varios años, depende de la madre para subsistir. Y del padre
también; pero más de la madre. Ésta tiene que poner a funcionar sus conocimientos, su
sentido común, su cariño, para dar al hijo, en la medida acertada, aquello que cubra sus
necesidades.
Muchas veces va a ser necesario decir “no”. El rompeolas viene a ser un “no”
difuso frente a las demandas, a veces disparatadas, del niño.
Un “no” que después va cristalizando en negativas aparentemente nimias, pero
que ayudan a que el niño crezca suficientemente bien.
A veces no se consigue del todo, pero eso no exime de seguir intentándolo.

CLARITA

Desde que nadó el pequeño, la niña enferma más. No sé si es


casualidad. Estoy desorientada porque cada cuatro o cinco días me dice que
le duele la tripa a la hora de ir al colegio. Y no la voy a mandar así. Se
queda en casa, le doy una dieta blanda y al día siguiente está bien. La
semana pasada le ocurrió dos veces. La he llevado al pediatra y me ha dicho
que no le encuentra nada. He pensado en que tal vez tenga celos del niño y
quiera llamar la atención. Pero está encantada con el hermanito y no creo
que sea eso.

Clarita es la niña de 5 años que en los dos últimos meses falta al colegio porque le
duele la tripita. Su hermano tiene tres meses. El pediatra ha dicho que no le ve ningún
problema digestivo.
Si no tiene más síntomas y al día siguiente está bien parece acertado sospechar
que sus molestias se deben a un deseo de que a ella también se le dispensen cuidados
especiales, que se la tenga más en cuenta, que se la lleve a la consulta del pediatra, como
se hace con el bebé.

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Algo importante. La niña no lo hace conscientemente, no está mintiendo, no ha
seguido un proceso lógico en su aparente estratagema. Así que nada de acusarla de
mentirosa.
Además, es muy posible que sienta efectivamente esas molestias en su barriguita.
Molestias que se le quitan quedándose en casa y, casi con seguridad, también si va al
colegio.
Ahí debe estar la madre para saber decir “no” a los intentos de Clarita para
quedarse en casa como su hermanito.
La niña necesita que su madre sea firme y la lleve al colegio, despidiéndose
cariñosamente de ella. Es como si su madre le dijera, sin palabras: Clara, cariño, tú eres
mayor que tu hermano; a ti te conviene estar con otros niños e ir aprendiendo cosas.
El bebé necesita que le coja porque él es muy pequeño, no como tú. Cuando vuelvas,
jugaremos un rato.
Volvemos al colegio. Se deja a la niña, aún con alguna molestia, y se puede hacer
una llamada a media mañana para ver cómo está. Así la madre puede saber si existe
algún problema con Clara. Casi seguro que le van a decir que no.

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15. ¿Es normal y lógico que un niño sienta celos?
Lo que tiene que registrar la madre es que su hija tiene celos, lo cual es normal, y
ver cómo puede suavizarlos para que no representen un desorden importante en la niña.
Conviene que cuando esté en casa se le dispense algo más de atención que la habitual.
Desde luego, sin dejarse manejar por ella.
Es conveniente hacer con Clara algunas actividades que manifiesten las ventajas
de tener 5 años y no tres meses como su hermano. Contarle cuentos en su camita, ir con
ella a ver una película que le pueda gustar, al Zoo, al Parque de Atracciones.
Nada de estar comentando que la niña tiene celos y envidia. Por un lado es lógico,
está teniendo que compartir a sus padres con el recién llegado.
Además, todos somos envidiosos alguna vez, es humano. No condenemos como
algo malo un sentimiento que nos han acostumbrado a censurar.
Como indica su nombre, “hacer de rompeolas” es duro. Hay que resistir,
esforzarse. Ser padres necesita esfuerzo, que no sacrificio.
Sacrificarse implica, muchas veces, la idea de conseguir algo a cambio.
Esforzarse por un hijo, en cambio, es algo así como una inversión a fondo
perdido. Se da sin esperar nada a cambio.

JULIO

Todos los días y varias veces al día lo repite: que le compremos un


móvil. Todos los chicos de su clase lo tienen, dice. El parece un raro y
cuando lo cuenta parece como si te estuviera acusando: "Vosotros vais a
hacer que me traumatice, que no me integre en el grupo, que estudie menos".
Nos lo vende de muchas formas. También dice que así le podemos tener
controlado, que puede llamar si le pasa algo.
Mi mujer y yo estamos convencidos de que el chico no necesita
todavía un móvil. Reconozco que me va ganando terreno. No sé si me
convence o es que ya estoy cansado. Estamos pensando en que cuando surja
una ocasión, fin de curso, cumpleaños, no sé, tal vez se lo compremos.

Los padres de Julio, de 12 años, que es el chico que pía y pía por el juguete,
están a punto de tirar la toalla. Los hijos son perseverantes en comer la moral a sus
padres. No son malos, es lo suyo, crecer en expansión, hacia delante. Ahí debe aparecer
el rompeolas.
A los 12 años, un niño no necesita un teléfono móvil. Puede que haya alguna
ventaja, pero son muchos más los inconvenientes.

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La técnica avanza ampliando nuestras posibilidades, y a veces nos dejamos
desbordar por las propuestas que nos llegan, sin reparar en si es conveniente usar de
ellas.

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16. ¿Chantajea el hijo a los padres?
Los padres de Julio deberían hablar entre ellos, llegar a una conclusión y darse
fuerzas mutuamente frente al chico. Hay que tener energía para resistirse a un hijo. Pero
si se entiende qué es lo que conviene para él, hay que mantenerse.
El teléfono móvil no es un juguete, ni un entretenimiento para un chico de 12
años. Lo quiere porque lo tienen sus amigos de clase y necesita sentirse igual a ellos.
Lógico. Pero sobre este interés, el de no desmarcarse del grupo, debe primar lo que los
padres opinen.
Si son sensatos y no se dejan chantajear por su hijo, podrían decir “no” por el
momento. Tal vez en tres o cuatro años el asunto se contemple de otra manera.
Los artilugios que aparecen en el mercado son muy útiles. A veces. Conviene
ejercitar el criterio para admitir sólo aquellos que representan un adelanto efectivo. Y
que su precio guarde un equilibrio con lo que aportan.
Existen estudios en los que se demuestra que el uso del móvil en muchos jóvenes
llega a ser algo parecido a una adicción. También en algunos adultos. Se usa de continuo
para mandar mensajes intrascendentes y bromas a los amigos; se cambia el tono una y
otra vez; los diferentes revestimientos que pueden adoptar llenan puestos enteros en los
mercadillos.
¿Vamos a proporcionar a nuestro hijo algo que representa reducir su capacidad
de comunicación auténtica, que le ensimisma, que le recorta? ¿Y lo que cuesta? No se
trata de ser pacato con los euros. No nos vamos a asustar, pero… ¿por qué gastar por
gastar?
Es una forma más de decir al chico que las cosas se tienen sin esfuerzo: “Pide
por esa boca y te lo daré”.
Eso no es ser mejor padre. Puede representar en ocasiones algo así como un
soborno al hijo. Sin palabras, el mensaje puede ser: “Te doy esto y tú no te fijes en que
llego tarde a casa, en que casi no tengo tiempo para jugar y hablar contigo, en que
hace mucho tiempo que no hemos ido al cine, en que siempre estoy cansado cuando me
pides ayuda en el estudio”.
Dejarse someter por el hijo da muy malos resultados, aunque en un principio
pueda parecer que se es apreciado como un padre enrollado. O como su amigo.
Se repite bastantes veces: “Más que un padre, soy un amigo para mi hijo”.
No puede ser y no debe ser. Su amigo es aquel con el que habla de asuntos
comunes, el que se sienta a su lado en clase, con el que habla por teléfono. De vez en
cuando, cambia de mejor amigo.
El padre no se puede cambiar. Es para siempre. Padre y amigo son dos elementos
que no deben mezclarse.

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Parece claro que los padres deben saber decir “no”. Una negativa que no tiene
por qué excluir el tono cariñoso y el acogimiento. Levantar el rompeolas cuando hace
falta propicia que las aguas encrespadas de las exigencias del hijo se deshagan en una
espuma reconfortante.

ADOLFO

Nunca creí que nos iba a tener al retortero con la comida. Si por él
fuera, no comería. El médico nos dice que está bien. Es un niño más bien
delgado y no puedo dejar de pensar que si no come lo suficiente igual coge
cualquier cosa.
La comida de mediodía la hace con nosotros en el comedor. Es un
suplicio. Mi marido se lo toma con más tranquilidad, pero yo no puedo.
Adolfo tiene 4 años. Procuro hacer comidas sanas y variadas; pero las
verduras y el pescado no hay forma de que los coma. Los purés y la carne le
gustan más y lo va haciendo bastante bien, a veces. Se sienta en su silla,
formalito, y empieza. Enseguida me pide que se lo dé yo. Me resisto, pero al
final caigo. Su padre me dice que le malcrío. Yo no le doy muchos
caprichos, pero el niño tiene que comer, si no va a enfermar.
La carne le gusta, pero cuando le da por hacer "bola" me ataca los
nervios. No traga. Mastica pero no traga. Y pasa el tiempo. Solemos tardar
media hora en comer, pero con él tengo que estar más de una hora para que
se alimente medianamente.
En cuanto me descuido se levanta para coger cualquier juguete y allá
voy yo, como una tonta, para que se coma otro trozo de carne. Algunas
veces acabo discutiendo con mi marido.

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¿Cómo aprenden los hijos a manejar a sus padres?
Adolfo ya ha aprendido a manejar a su madre. En realidad, necesita que ella le
conduzca, pero la mamá se ha dejado cambiar el papel. La mamá de Adolfo tiene que
reconstruir unos cuantos rompeolas para enderezar la educación de su hijo.
Por lo que dice, el niño ha ido aprendiendo a comer solo; pero bastantes días se
cansa, se aburre, quiere tener a su mamá pendiente de él, y le pide que ella le dé el
alimento en la boca.
Convendría que supiera decir “no”. Con matices, claro. Hay que cortarle la
carne, quitarle todas las espinas al pescado, animarle de vez en cuando, pero no andar
corriendo por la casa detrás del niño, con el tenedor en ristre.
Convendría que la pareja, los padres, hablen a solas acerca de cómo enfocar la
educación del niño. Si no están de acuerdo deben procurar llegar a un consenso que les
permita mantener cierta coherencia como padres ante el propio niño. El hijo necesita, por
el momento, que los dos se manifiesten en la misma línea del “no”. Con cariño, con
firmeza, sin estridencias.
Para el niño es conveniente, hasta que llegue a la pubertad, que las dos columnas
en las que apoya su seguridad mantengan una dirección similar.
A partir de esa etapa, el chico ya es más capaz de asumir que sus padres no
siempre opinan lo mismo. La convivencia puede ser suficientemente buena aunque los
dos no funcionen al unísono. Si el cariño envuelve el ambiente, la estabilidad no corre
peligro.
Se le puede decir a Adolfo que “no”, que conviene que siga intentando comer
solo, aunque se manche, y que allí está la madre si necesita ayuda auténtica.

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17. ¿Quién dirige la orquesta?
No se debe consentir que el niño dirija la orquesta, acaparando la atención de
ella, con lo que deja a un lado al padre. Tal vez vea en él a un competidor. El niño quiere
a su mamá para él solo.
Cuando el niño ha empezado a comer en la mesa familiar debe calcularse
aproximadamente cuánto tiempo se va a dedicar a la comida.
Tal vez el tiempo pueda rondar los cuarenta minutos. Se le explica esto al niño,
aunque no va a entender cuánto rato es ese que le dicen. Pero sí va a comprender si le
explican que si ya es mayorcito para comer con los papás debe hacerlo en un tiempo
parecido al de ellos.
Si en unos días Adolfo continúa igual se le volverá a dar la comida a él solo antes
que a los demás.
No se trata de un castigo. Es una medida transitoria, hasta que Adolfo haga un
aprendizaje más ajustado.
La bola. A cuántos niños se les dice a diario: “Traga, no le des más vueltas, no
hagas bola”.
Mientras tanto tiene a su madre pendiente de él, atenta a que desaparezca el bulto
del carrillo para continuar con el siguiente bocado.
De vez en cuando se le puede invitar a que escupa ese resto de comida, para
seguir con la siguiente porción. Sigue funcionando el rompeolas. No se entra al cebo de la
bola que el niño pone inconscientemente, a fin de que la madre esté en tensión, tratando
de que trague los alimentos.
La madre cambia el juego: “Escúpelo si no puedes tragar”, y se sigue con la
comida con la suficiente serenidad. El niño se queda con la canción de que es la madre
quien dirige la operación. Puede que el niño llore, proteste, pero el freno que la mamá
pone a su emboscada le va a dar serenidad a la larga.
“Es que no come nada.” Frase repetida por muchas madres. Mentira, el niño
come. Más o menos, pero come. Y si se visita periódicamente al pediatra y él dice que
está bien, pues tranquilidad.
Es conveniente que la madre tenga presente que el comer es una necesidad
primaria. El instinto de vida empuja a comer periódicamente. Si se asume que esto es de
cajón, el problema puede enfrentarse de mejor manera.
No se trata de una batalla entre madre e hijo porque éste coma. Por lo menos,
no es una batalla en la misma dirección. La dirección de la madre debe discurrir en la
línea de facilitarle al niño la ingesta necesaria para que se alimente bien. Sabiendo que va
a comer, antes o después.
No hace falta aquello que nuestros padres practicaban hace años: “Si no comes

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esto, lo tienes para la merienda, y si no para la cena, pero tú te lo comes”
Estas frases tan imperativas, tan amenazantes, representan una forma de entrar en
el juego de la negativa del niño: “Cuanto más cabezota te pongas, tu madre te va a
ganar”.
Hay que hacer un quiebro. No transitar por la misma calle que el niño ha elegido.
“Vamos a esperar un poco más, a ver si tienes ganas de comer; si no, a la hora de la
merienda tendrás más apetito”.
Esto se dice sin rasgarse las vestiduras, sin voces, sin transmitir al niño que si no
come la madre ya no vive. Tranquila, el niño necesita comer; lo que no le conviene es
sentirse dueño del estado de ánimo de su madre.
El niño no va a enfermar por no hacer una comida. Ya irá apareciendo el apetito
lógico en un niño sano.

FRASES A RECORDAR
– Los padres han de ser el rompeolas que aguanta el empuje descontrolado del hijo.
– Hacer de rompeolas es duro, esforzado. No debe considerarse sacrificio. Esforzarse
por un hijo es una inversión a fondo perdido. Así debe ser. Amor sin condiciones.
– Un padre, una madre, no son amigos de su hijo. Ni puede ser, ni se debe intentar,
aunque pueda parecer tranquilizador. Son sus padres, ya es bastante.
– No se debe consentir que el niño dirija la orquesta.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN

Apunta en qué parte de la educación de tu hijo has sabido instalar el “no” del
rompeolas.
Piensa. ¿Dónde necesitas construir un nuevo rompeolas? Con mucho amor, claro.

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4
Pobrecito, es tan pequeño…

Mide aproximadamente 50 cm al nacer y pesa alrededor de 3 kilos. Un


montoncito de carne con dos ojos, una naricilla, dos manos con sus cinco deditos cada
una…
Es el hijo que acaba de nacer; aparece en la vida de dos personas y va a
representar un cambio importante en sus vidas.
Resulta grandioso dar vida a un nuevo ser, lo que no obsta para tener los pies en
la tierra y saber que vamos a necesitar tiempo y atenciones para criarle, y que vamos a
tener bastantes quebraderos de cabeza.
Así que vamos a ello con mucho amor y capacidad de resistencia. Un niño es una
bendición, pero cansa mucho; sobre todo a la madre durante los primeros meses. Y en
los siguientes años, también.

DANIEL

Pobrecito, es tan pequeño… Depende totalmente de mí, de nosotros,


quiero decir. Me inspira una ternura verle tan indefenso; al mismo tiempo
me da miedo, porque tengo que adivinar lo que necesita cuando llora, si es
comer, cambiarle o dormir. Como no puede decir nada y es mi primer
hijo…
Es bastante bueno, no me puedo quejar. Lo que pasa es que con el
dormir me hago un lío.
Tenemos bastante familia y casi todos los días aparece alguien por la
tarde o noche, después del horario de trabajo. Todos quieren ver al niño,
claro. Le cogen, le hacen cositas, dicen que se ríe. Si el niño está dormido,
se despierta. Después le cuesta volver a coger el sueño; se queda con los
ojitos abiertos y empieza a llorar, aun después de haberle dado la última
toma.
Se llama Daniel, tiene dos meses, nada más. Si le cojo en brazos, deja
de llorar, milagro; pero no puedo estar así todo el tiempo. Cuando sé que va
a venir alguien me pongo en tensión porque el niño, después, no va a querer

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dormirse.
Además, está mi marido: quiere verle antes de que se duerma y viene
a las nueve de la noche. El niño acaba durmiéndose hacia las once. Me
parece tarde.

Daniel es muy pequeño, pero no pobrecito, como dice su madre. Es una


expresión que se usa y conviene saber por qué. Suele preceder a una acción que no
convence del todo al autor, pero se da permiso para evitar un pequeño sentido de culpa.
El niño de pocos meses puede parecer un ser pasivo, que necesita de la madre
para cubrir todas sus necesidades.
Pero no es pasivo totalmente, por fortuna. Desde que nace, el niño siente y
percibe. Transmite sus mensajes a través del lloro, del sueño, de estar tranquilo o no.
Por tanto, conviene saber que existe una interacción entre él y los que le rodean
desde que nace. Tiene a su madre, principalmente, para resolver por él lo que necesita.
Está bien cuidado.
Desde que llega al mundo el niño percibe mensajes de su entorno. Si se le quiere
o no, si se le atiende bien, si sus necesidades se cubren. También él demanda por su
cuenta lo que necesita.

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18. ¿Cuál es el primer temor del niño?
El primer y principal miedo que el niño tiene es al abandono. Totalmente lógico.
Necesita de los demás para que le atiendan. Necesita esa atención individualizada
envuelta en amor. Es un ingrediente absolutamente necesario para desarrollarse
adecuadamente. Y es la madre quien se lo proporciona en forma acertada. El padre,
también.
El niño, cuando empieza a ver y a oler a la figura materna, percibe que está
seguro cuando la siente cerca. Si desaparece de su vista, puede sentir que le dejan solo.
Y llora muchas veces.
El juego del cu-cu que se hace al bebé, asomándose a la cuna y desapareciendo
una y otra vez, se basa en la posibilidad del abandono. La madre se asoma a la cuna del
niño, llama su atención y desaparece. Vuelve a repetir una y otra vez su acción. Es como
decirle: “Estoy aquí, me voy pero vuelvo”.
Es un juego que transmite al niño la sensación de que si su madre no está a la
vista no significa que le ha abandonado, sino que volverá.
Sin embargo, para el niño resulta más consolador verla de continuo. Algo que no
es posible y sobre todo no es conveniente. El pequeño debe ir creciendo intuyendo que
se van a atender sus necesidades, aunque la presencia de la madre no sea continua.
Volvamos a Daniel. Si el niño se va acostumbrando a que le despierten y le
mantengan en brazos de unos y otros se va a habituar a ello. Va a llorar muchas veces
cuando su madre le deje en la cuna para que duerma.

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19. ¿Qué necesita un niño que vive en un ambiente
desordenado?
Si se ha llegado a esa situación, incluso antes, es necesario empezar a decir “no”.
Esto no debe sonar como una medida tajante y sin contemplaciones. Se debe hacer poco
a poco y con firmeza, para que el bebé vaya encontrando una rutina en sus ciclos de
sueño. Su dormir será más relajado y se sentirá más tranquilo. El niño necesita unos
cauces serenos y repetidos para que vaya creciendo sin dispersarse demasiado.
El “no” es para el niño, pero en este caso, primero, para los familiares y amigos.
Lo lógico es que la visita llame antes de presentarse; es el momento adecuado para que la
madre le indique cuál es la hora del sueño del niño, a fin de que no se cambie un día sí y
otro también, por atender el deseo del adulto por ver al niño despierto y tenerle un rato
en brazos.
No proponemos que los padres se conviertan en cancerberos de la tranquilidad de
su hijo, pero con amabilidad y firmeza se puede hacer lo conveniente para el niño.
No hay que olvidar que cuando hay un pequeñín de por medio es a él a quien se
ha de tener en cuenta en primer lugar. No se trata de disfrutar del niño. No en primer
lugar. Primero es el bebé y, como consecuencia de que esté bien cuidado y atendido,
disfrutarán los adultos.

MARÍA

Mi niña no se duerme si no es con el dedo pulgar en la boca. En


realidad, no es sólo para dormir. Durante muchos ratos, despierta, también
se chupa el dedo.
Le costó bastante dejar el chupete, tenía casi 3 años. Me pareció un
triunfo quitárselo, pero a los pocos días empezó con el dedo.
Voy por la calle y alguna señora, queriendo ser amable, le dice: "Ya
eres muy mayor para eso, quítate el dedo de la boca, que es caca". La niña no
hace caso y yo paso una vergüenza y una rabia… ¿Por qué la gente se tiene
que meter en algo que no es de su incumbencia?
Parece una tontería, pero yo estoy casi obsesionada. Viene mi madre
y empieza: "Pues tú dejaste enseguida el chupete, y nunca te chupaste el
dedo, ¿se lo has consultado al pediatra?".
Claro que se lo he dicho, y no le da importancia. Que ya lo dejará
según se vaya haciendo mayor. Dentro de unos meses va a ir al colegio y me
da miedo que los otros niños se burlen de ella.

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María es la niña de 4 años de quien nos habla su madre. Come bien. Se despierta
dos o tres veces por la noche. Su madre estuvo con ella los cuatro meses de permiso por
maternidad y luego volvió al trabajo.
Todo ha discurrido con normalidad. Durante las mañanas tiene una asistenta que
cuida de la niña y limpia la casa. A mediodía, el padre vuelve de su trabajo y continúa,
después de comer, en casa. Se ha organizado para trabajar en casa media jornada. La
niña está bien cuidada, aunque no sale mucho a la calle, excepto los fines de semana. Se
cría sana y en tres meses irá al colegio.
La madre de María utiliza el “no” tal y como ella lo entiende: “No te chupes el
dedo”. Claro que no es conveniente que lo haga, ya que puede infectarse por alguna
porquería que la niña coja, puede ocasionarse una malformación de la cavidad bucal, tal
vez se deforme las encías.
Lo que sucede es que la madre de María ve que su “no” es ineficaz. Conviene no
practicar ese “no” directo y repetitivo.
Vamos a conseguir el “no” de rebote.

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20. ¿Se pregunta la madre el porqué de algunas
conductas de su hijo?
La madre ha de preguntarse por qué la niña repite el mismo gesto, desoyendo
todas las advertencias que se le hacen.
Cuando un niño se chupa el dedo con esa persistencia a lo largo de un tiempo que
parece inadecuado podemos deducir que usa el chupeteo como una forma de consolarse.
Es como si volviera a succionar el pecho de la madre; intenta darse seguridad y
consuelo, chupando rítmicamente.
María está bien cuidada, ¿de qué tiene que consolarse? Hay que intentar escuchar
qué dice la niña con esa conducta. Es como si se ensimismara al chupar, como si se
aislara.

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21. ¿Cómo se socializa un niño?
Un niño, desde que cumple el primer año, necesita tener contacto con otros niños;
necesita empezar a socializarse.
Como mejor lo va a hacer es a través de su madre. La madre deberá encontrar la
forma de salir con su niña a la calle varios días en semana; además de que la niña salga
con la persona que la cuida. También el padre tiene su lugar, desde luego.
Hay que tener en cuenta que le conviene tomar el aire, pasear, pero, sobre todo,
estar en el parque con otros niños. Entretenerse con sus iguales, ir aprendiendo ciertas
normas implícitas en los juegos. “Si tú me dejas eso, yo te dejo la pelota”. Yo te doy,
tú me das. “Tú bajas por el tobogán, ahora lo hago yo”. Lo que hay aquí es para usarlo
los dos. Hay mensajes no hablados que los niños van aprendiendo como base para la
convivencia.
Los niños, más ahora que antes, pasan mucho tiempo con los adultos; entre otras
cosas porque tienen menos hermanos, menos primos, menos tiempo de parque infantil.
Pero la necesidad de estar con otros críos permanece en el niño, y hay que
atender a ello.
La imagen de las madres en el parque hablando de sus cosas y estando al tanto de
su hijo en el tobogán, en el columpio, jugando con la arena, es reconfortante y acertada,
aunque pueda parecer que se pierde el tiempo. El niño se socializa, con su madre o su
cuidadora al lado, que también lo hace con sus amigas o conocidas.
Algunas mujeres piensan que esas conversaciones en el parque son charlas de
barrio en las que se pierde el tiempo. No se tratan temas trascendentales, es posible que
se entre en algún cotilleo; no pasa nada mientras no se haga daño a nadie. Estos
contactos pueden ser el comienzo de nuevas amistades, la sorpresa de ver que la vecina
del 3.° no es una antipática, la posibilidad de intercambiar alguna ayuda.
La madre de María tendrá que profundizar un poco más en por qué su niña se
consuela chupándose el dedo. Tal vez necesita un poco más de atención, jugar con ella,
leerle un cuento, aprender una canción y cantarla juntos. Esa niña necesita sentirse más
jubilosamente arropada, que no consentida.
Según se vaya sintiendo más alimentada emocionalmente, el dedo en la boca irá
perdiendo su razón de ser.

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22. ¿Cuándo empieza a percibir el niño lo que
sucede a su alrededor?
En los primeros años de vida de un niño muchas personas tienden a pensar que
“Es tan pequeño, pobrecito, que no se entera de nada”. El niño percibe sensaciones
desde que nace, pero los adultos, los padres, hacen como si no se enteraran. ¿Cómo se
entiende, si no, que muchos padres discutan ante sus hijos de forma enconada,
pretendiendo que son pequeños y no se enteran? ¿O permiten que otras personas hagan
ciertos comentarios ante el niño, como si fuera un muñeco que ni ve, ni oye, ni siente?
Si el niño siente que los pilares que deben sujetarle en la vida parecen enfrentarse
seriamente, él siente más profundamente su inseguridad. El miedo y la ansiedad se
instalan en él.
O si la vecina o la tía se explayan ante el niño de 4 años diciendo que es lógico
que tenga celos del pequeño, porque el bebé es tan rico y tan guapo, el mayor se sentirá
sin el sitio que antes ocupaba. Es muy doloroso. La madre ha de estar ahí para suavizar
o atajar el comentario inconveniente de esa persona insensata.

ÁNGEL

Mi madre dice que a mí nunca me pasó. Que yo a los 3 años ya no


me hacía pis en la cama. Mi niño de 5 años, desde que ha nacido el
pequeñín, ha vuelto a hacérselo todos los días.
Yo estoy bastante angustiada. He tenido unos días muy bajos después
del parto, y ahora todavía no me hago con las riendas. Entre el bebé, el
mayor que está muy ñoño y las preguntas de mi madre por teléfono: "¿Se
ha hecho pis hoy el niño en la cama?" Estoy saturada. No doy abasto.
Hablo con él todos los días. No me enfado, pero cuando voy a
llamarle y me encuentro todas las sábanas mojadas, no me controlo y
algunas veces le grito.
Hace dos días que he empezado a ponerle dodotis porque me parece
que se puede enfriar durante la noche, tan mojado. Le explico que eso "no"
debe ser, que ya es mayor, que es capaz de controlarse. Pues no consigo
nada.

Nos encontramos ante otro caso de llegar al “no” de rebote. Vamos al porgué.
¿Por qué Ángel, de 5 años, ha vuelto a hacerse pis en la cama? Es bastante
lógico: ha llegado otro niño a la casa; le está destronando de ser el hijo único. Resulta

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doloroso compartir a los padres. Muchas veces, a este argumento se responde: “Pero si
el niño quiere mucho a su hermanito”.
Los dos sentimientos pueden estar entrelazados. Por un lado, quiere al niño que
parece un muñeco, con el que va a poder jugar cuando sea mayor. Es un ser pequeñito
fascinante, con su carita, sus manos, que huele tan bien, aunque menos en algunos
momentos.
Y al mismo tiempo, Ángel rechaza a ese crío que llora y acapara la atención de la
madre, que le da de comer –en ocasiones come de ella–, que le limpia, le cambia. Y las
visitas dicen que qué rico es, y a él no le miran. Claro que le da rabia.
Ángel quisiera ser como su hermano pequeño, que le lleven de aquí para allá en
brazos, que le digan lo guapo que es. Todo esto se traduce en un malestar mezclado con
ansiedad, que le empuja a desear ser como su rival. Y se hace pis en la cama y le ponen
dodotis como a él.

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23. ¿Puede un niño, por alguna circunstancia,
retroceder en su desarrollo?
El niño no razona todo esto, no sigue una lógica. Inconscientemente, retrocede
en su desarrollo para acercarse al pequeñín, y se orina durante la noche. Así, aunque le
riñan, consigue más atención.
Por otro lado, todo lo que está sucediendo a su alrededor le produce inseguridad,
ansiedad; esto da pie a un menor control de esfínteres.
Los padres deben saber todo esto y no ir al problema aparente: “No” te tienes
que hacer pis, sino percibir el porqué de la enuresis e ir al origen del problema, no al
síntoma.
Primero, entender que este conflicto es frecuente en estas circunstancias, y saber
que se va a poder solucionar afrontándolo con serenidad.
Segundo, “no” ponerle dodotis. Hacerlo es transmitir al niño que los padres creen
que él no va a ser capaz de controlarse; que admiten, de alguna forma, que su niño
mayor ha retrocedido en su crecimiento y se conforman con ello, aunque protesten.
Es incómodo que el niño se moje, pero si sigue durmiendo no parece fácil que se
vaya a enfriar. Lo que es incómodo y fastidioso es tener que cambiar las sábanas todos
los días, además de que eso contribuye a sumar más trabajo cuando ya hay más que
suficiente.
Aun así, el niño mayor debe recibir el mensaje, más con hechos que con palabras,
de que su madre confía en que este contratiempo va a ser pasajero. En unas semanas,
Ángel irá asimilando que la llegada del bebé no amenaza ni condiciona el amor que sus
padres le tienen.
El incidente quedará en el pasado. No convendrá hacer alusión a ello.
Los bebés, los niños en su primera infancia, son pequeños, sí; pero no
“pobrecitos”. Tienen a sus papás para cuidarles, consolarles, jugar con ellos, ayudarles a
crecer contentos. Unos padres que van a ser capaces de decir “no” a que el hijo se
convierta en un pequeño tirano. No es conveniente para nadie. Sobre todo para el niño.

FRASES A RECORDAR
– El niño percibe continuamente mensajes de su entorno. El primer y principal miedo
que el niño tiene es al abandono.
– No debe primar el deseo de disfrutar del niño. Hay que atender, en primer lugar, a lo

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que el niño necesita, y después disfrutar con el resultado.
– El niño necesita pronto socializarse con sus iguales, y la mejor forma de hacerlo es
acompañado por su madre.
–- Los padres han de apuntalar con su cariño y su compromiso la inseguridad y
ansiedad que el hijo tiene en muchos momentos.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN
Date cuenta de que, a pesar de la indefensión de tu hijo, algunas veces llega a
manejarte.
Piensa en algún “no” que no esté dando resultado. Pregúntate por la razón de la
conducta inadecuada y estudia la forma de afrontarla de otra manera.

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5
Vivir es consumir

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24. ¿Vivir para consumir? O ¿consumir para vivir?
Necesitamos consumir para vivir: alimentos, casa, transportes, vestido, servicios.
La lista puede ser tan larga que podemos pasar al otro extremo: vivimos para consumir.

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25. ¿Qué entendemos por necesidad?
Depende de cómo contemplemos el significado de necesidad.
Hace tiempo –y sin tener en cuenta los años de guerra y posguerra, con todas sus
limitaciones– se vivía en unas condiciones en las que el sentido de necesidad estaba
mucho más restringido que ahora.
Lo que hoy es para muchas personas lo necesario, hace cuarenta años era un
lujo.
Las condiciones de vida han ido mejorando: lavadora, frigorífico, lavavajillas,
microondas, ordenadores, teléfonos móviles, son algunos de los objetos, entre otros, que
facilitan solucionar necesidades que hace años significaban mucho mayor esfuerzo.
No hay duda de que hemos progresado. Todos esos objetos que consumimos nos
hacen la vida más cómoda, más higiénica, con posibilidades inimaginables en el pasado.
Está muy bien. Pero…, casi todo tiene un pero.
¿Hasta qué punto, en la actualidad, la propuesta incontenible de nuevos objetos y
actividades está desbordando al individuo? El sujeto parece existir para consumir.
Siempre ha habido cosméticos para cuidar y mejorar el aspecto de las personas.
En este momento, la oferta de marcas, productos para cada parte del cuerpo, técnicas
específicas más o menos invasivas para mantener la juventud, estiramientos,
descolgamientos, gimnasias diversas, aparatos…, la oferta es tan amplia que no se puede
llegar a abarcar todo lo que existe en el mercado para decidirse por una u otra opción.
La casa y sus complementos. En los últimos años ha proliferado tanto la
propuesta de que cambiemos nuestro hogar, pongamos detalles nuevos, retoquemos
aquel rincón, cambiemos las cortinas, la alcoba, las sábanas y muchos almohadones y
velas y flores y mucho de todo. Tanto y a veces tan barato, parece, que nos encontramos
llenos de cachivaches y quisicosas que abarrotan la casa, se llenan de polvo y agobian el
ambiente.
Que sí, que está bien poder tener tanto para elegir. Que los fabricantes, los
comerciantes tienen que apuntarse a la vorágine de ofrecernos multitud de objetos y
servicios que consumir. Pero no es necesario dejarse arrastrar por todas las propuestas,
invitaciones y ofrecimientos que nos hagan. Algo sí, pero no tanto.
Hemos de estar tan atentos para percibir lo que nos invitan a adquirir, que nos
salimos de nosotros mismos para atender la oferta.
Nuestra persona se vacía más allá de lo saludable. ¿Estamos más aplicados al
tener y dejamos atrás el ser?

ÁLVARO Y FÉLIX

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No lo puedo atajar. Desde que empiezan, dos meses antes de
Navidades, a promocionar juguetes, muñecas, coches, cocinitas, bicicletas,
patines, cientos de cosas, ya están mis hijos: "Eso me lo pido". Se lo piden
todo. Me ponen la cabeza a explotar: "¿Me lo traerán los Reyes? Y eso en
cosa de los abuelos, y en casa de los tíos… ¿qué me pido?"
Después de Navidades, cada uno se ¡unta con cerca de veinte
juguetes. Es terrible, aquello parece un campo de batalla. Sacan una cosa, la
tiran, la rompen, se van a otra, no se entretienen con nada; y para recoger
acabo con los riñones molidos. Ya sé que debiéramos reducir todo esto,
pero no sé cómo.

Álvaro y Félix son los hijos de esta mujer que habla. Tienen 8 y 6 años. Álvaro,
el mayor, sabe algo más de los Reyes Magos que Félix. Pero no lo dice claramente,
porque intuye que, de hacerlo, tal vez sea menor el número de regalos que reciba.
Vamos a ver qué podemos decirle a la madre. Ella dice que no puede hacer nada.
No es cierto. No será fácil, pero es posible. Si la madre entiende que esa situación no
debe continuar, debe hablarlo con el padre y ver la forma de decir “no” a ese consumo
desbordado.

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26. ¿Cómo decir a los hijos que no es posible tener
todo en la vida?
Conviene que los niños sean conscientes de que ese conseguir todo lo que uno
desea no es posible. Puede parecer duro para planteárselo a unos niños, pero se ha de
hacer de una forma sencilla, acogedora, cariñosa, pero firme. Mantenerles en la idea de
que todo es posible es asegurarles la frustración casi de continuo. Y no hay que
engañarse pretendiendo que les estamos incentivando para que triunfen en la vida,
diciéndoles que Si quieres, puedes. No es cierto. Flay muchas aspiraciones que debemos
saber que no vamos a conseguir. Otra cosa es manifestarle al hijo, poco a poco, según
sea su edad y su desarrollo, que siempre será capaz de mejorar en cuanto a conseguir
deseos, pero sin compararse con otros. Comparándose con uno mismo, siempre se
puede mejorar.
Proporcionarles tantos regalos a Álvaro y a Félix es algo así como estragar su
capacidad de degustar lo que reciben. Es como ofrecerles un banquete de tales
proporciones que no permita la oportunidad de apreciar la exquisitez de cada plato.
Tal vez ese regalar tantos objetos a los hijos puede enmascarar un querer
compensarles por otras carencias. Habrá que ver cómo se soluciona esto último para
poder decir “no” con pleno convencimiento.
El niño se desmadra pidiendo; y si ve un ambiente propicio, sigue y sigue. Se
extiende a los abuelos, tíos, amigos de la familia.
Si los padres están convencidos de que deben atajar esto, lo pueden hacer
perfectamente, sin violentarse con el entorno. Indicarles a sus allegados que sea sólo un
juguete, o dos, los que den al niño será lo adecuado. El nieto o sobrino va a disfrutar de
forma similar a si tiene más; y conviene hacer lo que es acertado para el hijo, y no buscar
que los adultos se queden satisfechos sintiendo que van con el saco de regalos a hombros
para dejar al niño con la boca abierta.
Puede parecer que estamos proponiendo una austeridad excesiva. No es así; lo
que hay que evitar es que crean que pedir significa conseguir de inmediato lo que sea,
aunque resulte un despropósito. La vida no es así. Hay que saber decir “no”. El niño no
por eso va a ser más infeliz; más bien al contrario.
En el consumo, la propuesta que recibimos es desmesurada. Los pequeños entran
a ello y son los padres quienes han de intervenir para paliar la manipulación que sufren,
el descontrol económico, la pérdida de algunos principios, la negación a lo que pueda
significar esfuerzo por conseguir algo.
Los padres tienen que estar ahí. Leyendo esto se preguntarán: “¿Pero cuándo se
van a acabar las batallas con los hijos?”. Nunca. Hay que tomarlo como parte de la sal
de la vida. En serio, los hijos son para toda la vida, con los contratiempos, las alegrías,

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las preocupaciones, el entusiasmo ante algunos logros. En diferente medida y con
distintos colores, dependiendo de la edad de los hijos.
Eso sí, merece la pena. Sentir que somos capaces de dar la vida, que
colaboramos en su crecimiento, que después ellos sean capaces de volar independientes,
todo esto da densidad a los padres.
Es como si diésemos un empujón cuidadoso y continuado a la vida de los hijos.
Hacerlo medianamente bien nos da un peso especial, y también una sensación de
enraizamiento que proporciona serenidad a la vida.

ANDRÉS

Llevamos dos años en un sinvivir. Fue alrededor de los 15 cuando el


niño empezó con reivindicaciones. Que ya era mayor, que quería salir más,
que éramos unos "carcas", que no tenemos idea del mundo en que vivimos.
Hasta entonces todo había ido bastante bien. En el colegio siempre
ha aprobado y con nota. Unos amigos nuestros que tienen hijos mayores
que el nuestro nos decían que nosotros nos íbamos a enterar de lo que eran
problemas cuando Andrés creciera. Ahora veo cómo es.
La hora de volver a casa se ha convertido en tema de conversación
constante. Pero lo peor es el dinero. Gasta mucho. Su padre le da una
cantidad a la semana; últimamente le ha subido otra vez.
Pero nunca es bastante. Ahí está su madre para pedirle más. No me
deja en paz. Que con lo que le da papá no le llega para nada; que hoy
viernes va al cine y luego a un "burguer"; que necesita dinero para tabaco
(su padre no sabe que fuma). ¿Que le hacen falta unas zapatillas? Las
quiere siempre de las caras; que le dé dinero para recargar el móvil; que la
discoteca, la camiseta de marca, el último disco… Es un chorreo constante.
Sale viernes, sábado y domingo. Si le dices algo, contesta que tiene
derecho a divertirse. Ya no sé qué responderle, porque te habla con un
convencimiento que me obliga a preguntarme si seré una antigua. Cada día
espero una nueva petición.
Ahora está empezando a trabajarse una moto. Yo tengo miedo a las
motos, no las puedo ni ver. Su padre, de joven, tuvo moto y dice que
entiende que el chico se entusiasme con la idea. Comenta, también, que a lo
mejor se le pasa con el tiempo. A veces tardo en dormirme pensando en qué
va a ser esto en los próximos años.

Andrés tiene 17 años. Es el hijo mayor de la mujer que habla. El matrimonio tiene
también una niña de 10 años. Así que lo que sucede con el hijo les coge de nuevas. Su

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caso no es nada raro. El enfoque dependerá de si los padres están de acuerdo en atajar el
desbarajuste, o si cada uno actúa por su cuenta.

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27. ¿Es necesario que los padres hablen entre sí de
la educación de sus hijos?
El padre y la madre deben hablar periódicamente acerca de la educación del hijo.
Es posible que no estén totalmente de acuerdo, pero intercambiar opiniones entre los
dos ayudará a todos.
Esto, que parece lógico, no se hace en muchas familias.
En la familia de Andrés parece que hay dos bandos. Por un lado, el padre, que da
una paga –adecuada o no–, y del otro la madre y el hijo. Andrés parece tener cogida la
medida a su madre. Se acerca más a ella, consigue lo que quiere, le convenga o no; y la
madre continúa en esa postura de atender todas sus peticiones de dinero y caprichos,
aunque sea a regañadientes.
Parecen unirse los dos frente al padre. Andrés porque consigue todo lo que
quiere de la madre haciéndola partícipe de sus andanzas. Su progenitora tal vez obtenga
alguna “ganancia” de consentir al hijo, al sentirse preferida por él frente al padre.
Con este enfoque encontramos que la madre de Andrés tiene una especial
resistencia a decir “no” a su hijo. Siente que es una madraza, que le resulta más cómodo
hacerlo así que oponerse, que con ella tiene más confianza que con el padre.
La comodidad que parece acompañar al decir “sí” a las peticiones del chico se
volverá en su contra; sobre todo en contra del hijo.
¿Qué puede hacer la madre de Andrés?
En primer lugar, tratar el asunto con su marido, intentando no introducir los
problemas que tengan como pareja, para no condicionar lo que hablen acerca de Andrés.
En segundo lugar, cada cierto tiempo actualimr el importe de la paga. Hablándolo
entre los padres, aunque sea el padre quien se lo dé al chico. Habrá que tener en cuenta
la situación económica de la familia, contemplar qué es lo que propone Andrés como
necesidades, y saber cómo es el entorno en que se mueve.
Conviene que la cantidad que se le dé, semanal o mensualmente, abarque todas o
casi todas las necesidades que Andrés tiene. Las excepciones se pueden estudiar aparte.
Se trata de que el chico vaya cogiendo responsabilidad sobre lo que tiene y cómo
quiere emplearlo. Es comenzar un aprendizaje que él irá trabajando durante toda su vida.
Otro apunte, el tercero. Los extras, es decir, aquellos gastos que pueden aparecer
una o dos veces al año –Nochevieja, fiesta de fin de curso, etc.– suponen ocasión
propicia para que el chico intente aliarse con el padre o con la madre. O con los dos, pero
por separado. De esta forma, el hijo va a sacar más beneficio. También conviene que los
padres se pongan medianamente de acuerdo, aunque sin descartar cierta flexibilidad.
Parece que estamos presentando una serie de estrategias, como si estuviésemos

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hablando de enemigos. No es así. Los padres quieren lo mejor para su hijo; tendrán que
reflexionar un poco acerca de qué es lo mejor.
Lo que estamos diciendo es de sentido común; pero cuando se va actuando día a
día, porque las decisiones se han de tomar al momento, las intenciones y la lógica se
quedan muchas veces en el camino. Conviene tener una idea de lo que queremos hacer.

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28. ¿Puede un chico de 17 años hacer algún trabajo
aunque esté estudiando?
Andrés, con 17 años, tiene una buena edad para tomar contacto con el mundo del
trabajo. Ante la idea de que el hijo trabaje, algunos padres se alteran: “¿Cómo va a hacer
nada más, si aun dedicando todo el tiempo a estudiar le cuesta pasar el curso?”
No hay que irse de esquina a esquina. Se trata de que el chico obtenga algunos
euros dando unas clases de la materia que domine; o dedicando tres o cuatro horas del
sábado a repartir pedidos del supermercado; o que se quede un día con los niños del
vecino, que ya no son bebés, mientras los padres salen a cenar con los amigos. Las
oportunidades no faltan. Hace falta tener la disposición. Y en eso, los padres juegan un
papel importante.
Algunos padres dirán que ellos son capaces de dar estudios a sus hijos, sin que
tengan que hacer algo así. No se trata aquí del poderío económico de ellos.
Se intenta decir “no” al despliegue del chico pidiendo y exigiendo,
proponiéndole que inicie una suave entrada en el ámbito del trabajo. Disfrutará más de
lo que consiga con su dinero; y si lo hace a gusto, puede representar que repercuta, para
bien, en su rendimiento académico.

MARÍA LUZ

Nunca lo hubiera creído: mi hija me plantea que se quiere hacer una


operación de aumento de pecho. Siempre se había quejado de que era muy
lisa, bueno, hace 3 o 4 años, porque ahora tiene 19.
A mí me parece que está estupendamente. Es delgada, altita, guapa, y
no es pasión de madre. Por delante es suave de líneas, pero muy bien.
Me parece un disparate y se lo he dicho así. Yo me niego a esta
operación porque no es necesaria, y a su edad no me parece apropiada. En
redondo, vamos, que no quiero ni hablar de ello.
Lleva más de dos meses insistiendo y yo que "no" y que "no". Me
voy a mantener firme.
Pero el problema trae cola. Su padre le ha dicho que si aprueba el
primer curso de Derecho, le regala la operación. María Luz, mi hija, ya me
ha dicho que se lo piensa hacer, aunque me oponga, porque ya es mayor de
edad.
Nosotros estamos separados desde hace 8 años. Tenemos también
otra niña que ahora tiene 10.

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La relación que hemos mantenido desde la separación ha sido
bastante buena. Él me pasa una pensión y ve a las niñas con regularidad.
Hablamos de su educación y casi siempre estamos de acuerdo.
También tengo que decir que los caprichos, alguna ropa, el móvil, un
bolso especial, una cazadora concreta, son casi siempre compras que están a
cargo de su padre. No me parece mal. Pero que me venga ahora con eso, me
descoloca. Me parece terrible. ¿Cómo una niña de 19 años se va a meter en
el quirófano, sin más, porque se le ocurra?
He hablado con él y hemos quedado en vernos y tratarlo con calma.
Aunque me parece que ya ha sido un insensato diciéndole eso a la niña.
¿Será capaz de replanteárselo?

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29. ¿Qué hacer cuando el hijo demanda un
consumo poco conveniente?
La madre de María Luz, la chica de 19 años que quiere operarse del pecho, está
consternada. La paz en la que vivía durante los últimos años se ha roto. Claro que el
prisma desde el que se observa el problema lo puede convertir en algo importantísimo o
en algo de andar por casa.
En los últimos años, el asunto de las operaciones de cirugía estética ha pasado de
ser algo relacionado con las figuras del espectáculo a ser objeto de comentarios de
peluquería o de reflexiones personales, o conversaciones entre vecinas, o confidencias en
el trabajo: “Tengo una amiga que se ha hecho los labios y le han quedado muy bien,
nada de morros. Me lo estoy pensando…”.
O bien: “No hay manera de adelgazar; además, las dietas son una pesadez y me
sobran diez kilos. Tal vez me haga una liposucción…”.
También: “¿Y si me opero del pecho y puedo ir muchas veces sin sujetador?”.
Está bien que la persona quiera tener un buen aspecto, pero habrá que sopesar a
cambio de qué. Por un lado, cuando se piensa en un mejor aspecto la evaluación parte
de la misma persona. ¿Hasta qué punto querer cambiarse algo de la propia fisonomía
responde a una insatisfacción más profunda que la propiamente física? Se puede
ingresar en una espiral de entrar y salir del quirófano sin conseguir estar nunca contenta
con lo que se ve en el espejo.
Por otro lado, el tiempo pasa y nuestro cuerpo se deteriora, lo operemos o no. El
intento de paralizar ese deterioro puede convertirse en una persecución de algo
inalcanzable. Una verdadera pesadilla.
Volvamos a la madre de María Luz. Está realmente preocupada. Deberá pensar
acerca de cómo se va a desarrollar la conversación con su ex marido y padre de la joven
de 19 años.
Será conveniente que vaya dispuesta a no hablar atacando, porque si lo hace es
posible que propicie la defensa del padre, afianzándose éste en la idea de la operación
como premio.
El punto que más se debe trabajar es el de la edad de María Luz y su
responsabilidad como persona. Su cuerpo está todavía conformándose, y convendría
esperar unos años y ver cómo se estabiliza.
La mayoría de edad también es importante. Los chicos actuales utilizan ese
argumento para reivindicar su independencia. El primer paso en el camino de la
independencia es la independencia económica. Así de materialista y de real.
Padre y madre de María Luz, aunque estén separados legalmente, deberían

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funcionar unidos ante el conflicto que existe con su hija. Conviene que no caigan en algo
muy frecuente entre parejas separadas: enfrentarse por ver quién queda como bueno ante
la hija.
Si son medianamente sensatos, se aliarán para conseguir lo mejor para María
Luz. Ella enarbola la bandera de la independencia por la mayoría de edad. Este
argumento debería estar apoyado por la disponibilidad de algún dinero ganado por ella.
No parece que esté en esta situación.
El padre puede argumentar que cómo se va a volver atrás después de haberle
hecho la propuesta, condicionándola al aprobado del curso de Derecho. No es agradable,
ciertamente, admitir que uno se ha equivocado, pero también puede tener su punto de
honestidad el reconocerlo. Sobre todo si está en juego que su hija se deje llevar por un
deseo poco cimentado. Parece aconsejable el “no”.
Un “no” planteado con la condición de ser revisado más adelante.
¿Hasta qué punto estamos trivializando acciones que debieran tener un
planteamiento más serio? ¿Nos dejamos llevar por este oleaje de propuestas de
consumo? ¿Nos detenemos a considerar si elegimos nosotros lo que creemos más
conveniente, o son los productos que nos ofrecen los que nos eligen a nosotros?
¿Usamos de nuestra libertado fomentamos una mansedumbre que nos arrastra?

FÉLIX

Lo de este chico no tiene nombre. Con 29 años, un buen trabajo,


comprándose una casa, y sigue apalancado aquí, en casa de sus padres. Sin
soltar un euro. Yo a los 22 años ya colaboraba con algo en casa.
Todo el mundo dice que ahora les cuesta más a los chicos
independizarse, salir del cascarón.
Mi hija, con 26 años, está ya casada y a punto de tener un niño.
Cuando nosotros nos casamos nos fuimos a vivir de alquiler. Y algo
impensable entonces es lo que yo aguanto ahora: mi hijo se trae a la novia a
casa el fin de semana. Mi mujer me dice que soy un antiguo; que los novios,
ahora, tienen una relación distinta a la nuestra; que por lo menos aquí están
más seguros que por ahí. Pero es que además se lo comen todo. A veces me
siento como un miserable por pensar esto.
No sé si estoy acertado o no. Todo empezó cuando, hace un año, la
novia se vino a pasar el fin de semana a casa porque sus padres se iban de
viaje y no se quería quedar sola. No me pareció mal, ya la conocíamos, es
buena chica; se entiende bien con Félix, mi hijo. Después empezó a aparecer
algún viernes o sábado y se quedaba a cenar. Se hacía tarde y mi hijo
proponía que se quedara. Además, estando ella delante, ¿qué íbamos a

69
decir? Y ahora estamos con que los fines de semana los pasa aquí. Tengo la
sensación de que desde hace tiempo me están colando goles.
Mi mujer –que esa es otra– no lo ve como yo. Ella, que siempre ha
sido muy mirada para ciertas cosas, ahora tiene la manga muy ancha. No la
entiendo. Dice que conviene que estemos a bien con la chica, que al fin y al
cabo va a ser nuestra nuera. Que su hijo está así más tiempo en casa. Ella
les prepara sus mejores recetas, y yo ya me siento desplazado. Creo que nos
están tomando el pelo. Y lo que comen…

70
30. ¿Cómo deben reaccionar los padres si se sienten
explotados?
Los hijos tienden a invadir, es lo suyo. Se extienden, experimentan, crecen,
descubren, crecen de nuevo; a veces en dirección no acertada. Como en el caso de
Félix, el chico de 29 años, hijo del padre que se duele porque, según él, la situación se ha
desmadrado.
Lo peor es que los hechos se han ido repitiendo y eso crea algo así como un
derecho de costumbre, contra el que va a ser difícil luchar.
En primer lugar, tendrá que reflexionar él, que es quien acusa más el problema;
después, debería exponerlo seriamente a su mujer, y argumentarle los posibles cambios;
y, por último, hablar con el hijo, sin quejarse, describiendo la situación, y enfocar con
firmeza las conclusiones a las que los padres han llegado.
El padre deberá aclararse respecto a qué le molesta más, y a lo que quiere decir
“no”.
¿Es porque cree que un hijo con 29 años debe independizarse ya, e irse a vivir
por su cuenta?
¿Puede que le moleste que Félix, con unos ingresos que le permiten comprarse
una casa, no haya pensado en aportar algo a la economía familiar?
¿Es tal vez la presencia de la novia, de forma continua e intensiva en su casa, lo
que le saca de quicio?
¿Es posible que lo que más le incomode es que Javier intente vivir como un
hombre independiente y con novia, pero en casa de sus padres?
Este último apartado parece que fastidia especialmente al padre: de forma sutil,
Félix ha impuesto la presencia de su novia; pone de manifiesto la intimidad que existe
entre ellos y no se apoya en su independencia, sino que se aprovecha de que sus padres
no han sabido decir “no”.
Los hijos, ahora, se independizan bastante más tarde de lo que lo hicieron sus
padres. Es difícil encontrar trabajo, los pisos están muy caros, la casa de los padres es
muy cómoda y muy barata.
Los chicos dicen que no es lógico irse de casa de sus progenitores, aun teniendo
un trabajo, porque sería una tontería pagar un alquiler si se lo pueden ahorrar.
Ellos se van de casa cuando tienen un piso en propiedad, todos los muebles
puestos, electrodomésticos, coche…, en fin, el paquete completo. ¿De dónde sale esta
idea de que para volar hay que tener otro nido, totalmente instalado?
Tal vez forme parte de la sensación de haber recibido todo a lo largo de la
infancia y la adolescencia sin ningún esfuerzo, como si se les fuera debido, aun en

71
aquellas cosas en las que podrían participar, en una medida adecuada.
Les hemos enseñado que hay que ir sobre seguro. Bien está, pero cuando la
seguridad se la puedan proporcionar ellos mismos, a cierta edad.
Además, la vida es riesgo. Hay que tener prudencia, no ser insensato, pero correr
un cierto riesgo es consustancial a la vida.
Amarrado y todo amarrado, así quieren vivir; y teniendo lo más posible de lo que
aparece en el horizonte.
La actitud de muchos jóvenes tiene un tufillo de que se les ha dado tanto, se les
ha dicho tan pocas veces “no”, que a veces se bloquean y toman toda una serie de
precauciones –imposibles de alcanzar a veces– a la hora de decir “sí” y dar un paso
adelante.
Cuando los hijos van cumpliendo años, llega un momento en que la que ha sido
su casa se convierte en la casa de los padres. Puede sonar duro, pero es así… Llegan a
los veintitantos o treinta años, y no se les va a hablar de horas para volver a casa; no se
le dice que no hable por teléfono tanto como lo hace, porque ya es mayor; se le cocina,
lava, plancha…, todo en casa de sus padres.
No es el niño al que se le ponían algunos límites, pero tampoco es el adulto que
hace y deshace sobre lo suyo. Él, aparentemente, lo tiene fácil, y sus padres, difícil.
Volviendo al padre de Félix, vemos que, en primer lugar, parecería conveniente
que, de acuerdo con su mujer, le diga al chico que están incómodos con la presencia fija
de los fines de semana con su novia en casa. Que desean que “no” sea una costumbre.
Que “no” les gusta dar por sentado que mantienen relaciones en casa de los padres,
cuando él, Félix, tiene un piso.
En segundo lugar, pueden manifestarle que “no” les parece apropiado que haga y
deshaga en casa como cuando era un adolescente, porque ahora ya es todo un hombre,
con un buen sueldo. Se le puede proponer que aporte un dinero para colaborar en la
marcha económica de esa casa, habitada por tres adultos.
Y en tercer lugar, se le puede decir a Félix que “no” parece acertado continuar
viviendo en casa de sus padres, sin idea de despegar.
Todo esto lleva a una serie de conversaciones, de matices, explicaciones,
argumentos, un ir y venir de sentimientos por ambas partes; contando con el rebozado
del cariño por parte de los padres.
No se trata de echar al chico, aunque las propuestas puedan tener un sabor
agridulce. Félix puede sentir, en un principio, que se le manda al exilio. En realidad, se
trata de facilitarle que vaya conformando su propio espacio. Cuando sea un poco mayor,
agradecerá el pequeño empujón de los padres.

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FRASES A RECORDAR
– Puede no ser acertado tener mucho donde elegir. Al niño hay que transmitirle que no
es posible tener todo.
– Los hijos son para toda la vida. Con los contratiempos, las preocupaciones y las
alegrías que dan. Merece la pena la sensación de enraizamiento que dan a la vida de
los padres.
– Los padres deben tener clara su posición ante la sociedad de consumo en la que
vivimos. Será conveniente que no se traicionen a sí mismos por querer complacer al
hijo.
– Padre y madre deben estar de acuerdo en cómo responder a las demandas del hijo.
De lo contrario, se pueden constituir en dos bandos en la familia, con el
consiguiente perjuicio para todos.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN
Piensa: ¿en qué te parece que debieras decir “no” a tu hijo en el ámbito del
consumo superfluo?
¿Qué razones puedes haber tenido para no hacerlo: comodidad, querer quedar bien,
aparentar, ganarte al niño frente al otro progenitor?

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6
Importancia de los abuelos

Los abuelos son los padres al cuadrado, o algo así. Con menos responsabilidad y
más ternura y experiencia para contar cuentos a sus nietos. Son las raíces más próximas
al núcleo familiar padres-hijos. Los hijos pueden llegar a entender cómo son sus
progenitores conociendo cómo eran los abuelos.
Según en qué generación han vivido, han tenido un cometido distinto. Mirando
hacia atrás, pero cerca: los padres de los actuales abuelos eran personas, en general,
respetadas por ser lo que eran, abuelos, independientemente de lo que hicieran. Sus hijos
los trataban de usted, en muchas ocasiones, por respeto o por temor. Cuando uno de
ellos fallecía, el otro se iba a vivir con alguno de los hijos, o “a meses” entre todos.
Eran figuras de gran respeto, que daban solidez a la casa. Constituían una fuente
de información para sus nietos, acerca de cómo habían sido sus padres. Y aportaban una
paciencia y una ternura que, en algunos casos, los padres no tenían.
Muchos de ellos vinieron de sus pueblos al hacerse mayores y quedarse solos;
con todo lo que esto conllevaba de desarraigo y de intentos de adaptación a un entorno
nuevo de paisaje y personas.
Hay familias, muchas, que recuerdan frases como: “Que no puede usted salir a
la calle en zapatillas, que esto no es el pueblo”; “Procure comer mejor, abuelo, que los
niños se fijan en todo”; “Salga a la calle un rato, distráigase, que no hay tanto ruido
como dice”.
Ahora es otra cosa. Existen las residencias para mayores, que no asilos, como
hace años. A veces, al abuelo o abuela se le mete en una residencia. Parece significar
esto que ha sido contra su voluntad, aunque sean ellos los que lo elijan para no sentirse
una carga para el hijo, o porque no hay habitación en el piso de 50 m2 en el que viven.
Estos abuelos pierden parte de su relevancia porque están alejados del núcleo
familiar. Salen de vez en cuando a celebraciones familiares y reciben visitas de sus hijos
de vez en cuando. Constituyen figuras más estáticas, menos intervinientes que los
abuelos de ciudad y con menos años.

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31. ¿Puede ser desacertada la influencia de los
abuelos en un niño?
Hay abuelos que se mantienen en su hogar y desde allí se va estructurando una
relación cercana de visitas a una y otra casa. En la constelación familiar, muchas veces
los abuelos están tan en primera fila como los padres. En ocasiones, éstos tienen que
decirles “no” para preservar a sus hijos.

MANUELA

Siempre me arrepentiré de habernos ido a vivir con mis padres


cuando nos casamos. Pensamos que era lo mejor para ahorrar algo, pero al
final no resultó bien.
Estoy muy preocupada por mi hija Manuela; es la mayor, tiene 17
años y no hay forma de lidiar con ella. Si nos hubiésemos ido a vivir a otro
sitio, no con mis padres, mi hija no estaría así. Desde el principio mi madre
era la que mandaba sobre mi marido y yo. Disponía lo que había que poner
para comer, cuántas lavadoras poníamos, el tiempo durante el que
podíamos tener la luz encendida… Nos trataba como si fuésemos niños.
Nació mi hija y, como yo trabajaba, me reincorporé después de los
tres meses de maternidad. Además, pensaba que, estando con mi madre, mi
hija iba a estar estupendamente cuidada. La cuidaba demasiado, y eso era
lo malo. No seguía ningún horario para las comidas, la tenía todo el tiempo
en brazos, si la niña no quería el biberón, no insistía. Yo no me daba cuenta
entonces; ha sido hace unos años cuando he visto lo mucho que nos
equivocamos.
Nos teníamos que haber plantado, mi marido y yo, y haber dicho
"no". Estábamos como ciegos. Mi marido es de poco arranque, y yo me
dejaba llevar por lo que mi madre decía.
Manuela ha ido muy mal en los estudios, sobre todo a partir de los
14 años. Nos fuimos a nuestro piso cuando ella tenía 10, pero había estado
mucho tiempo haciendo lo que le daba la gana. Creo que mi madre no se
daba cuenta de lo que pasaba.
Mi hija empezó a decir, a los 16 años, que no quería seguir
estudiando, que quería hacer alguna otra cosa. La abuela, mi madre, le
decía que siguiera lo que le dictase el corazón, que si no quería estudiar que
lo dejara. Aun no viviendo juntos, ella ha seguido influyendo mucho en mi

75
hija.
Hace tiempo, cuando les pusimos una paga a Manuela y al chico –
que ahora tiene 14 años–, no hubo forma de que pudiéramos controlar lo
que nos parecía educativo para ellos. Les asignamos una cantidad, pero mi
madre, cuando iban a verla, les daba más de lo que nosotros les dábamos.
Sigue haciendo lo mismo ahora.
Lo último que se está desbaratando con mi hija es que cuando quiere
se va a casa de su abuela y se queda allí varios días. Falta a clase, no arregla
su habitación en semanas, discute con su hermano. Y cuando la regaño, se
enfada, coge una bolsa y se va con su abuela. Allí puede volver a la hora
que quiere. No la podemos traer a rastras. ¿Qué hago? Mi madre no le dice
que vuelva a casa. Estoy cansada de aguantar; de que mi propia madre no
me deje a mí hacer de madre también. Veo a mi hija perdida.

La madre de Manuela está desesperada. Ha tirado la toalla. No sabe cómo


recoger todo lo que se le desbarató desde hace muchos años. La niña debiera haber
estado más en contacto con su madre, evitando la intervención tan invasiva de la
abuela. Los padres tendrían que haber utilizado un “no” firme frente a su injerencia en la
educación de Manuela.

76
32. ¿Cómo atajar la intervención invasiva de la
abuela?
¿Pero cómo se hace eso cuando se está viviendo en casa de los abuelos? Se
puede intentar razonar, explicar, sugerir, argumentar, pero es difícil que se consiga un
cambio significativo cuando se está en su territorio.
Suena duro, pero los dueños del hogar en el que vivió Manuela durante 10 años
eran sus abuelos, no sus padres. No hablamos de una propiedad material –que también
tiene su importancia–, sino se trata de que la madre de Manuela, en esa casa, era más
hija que madre. Ella no podía decidir qué se hacía en esa casa; y entre lo que no podía
hacer entraba, en gran medida, la educación de su hija. Es prácticamente imposible decir
“no” a ciertas cuestiones cuando se vive en casa de otros. No podía decir “no”
rotundamente a su madre en cuanto a la forma que tenía de criar a la niña porque la
dejaba muchas horas a su cargo al estar trabajando fuera de casa.
En modo alguno tratamos de decir que la mujer debe renunciar a su trabajo, a su
profesión, cuando tiene un hijo. No; pero sí hay que analizar, antes de que el bebé llegue,
cuál es la forma más conveniente de atenderle, teniendo en cuenta las circunstancias de
la familia en ese momento.
En primer lugar se calculará lo que el niño necesita. Después se verá si los
padres están en condiciones de hacerlo. Y por último se evaluará cómo combinar ambos
aspectos para que el resultado sea el mejor posible para el niño y para los padres.
El niño necesita unos padres, sobre todo la madre, que le cuiden con mucho
cariño. Para que la madre pueda tener la serenidad suficiente para atender a su niño
como debe tendrá que contemplar cómo ella va a estar suficientemente bien, a fin de
hacerlo con cierta tranquilidad, con poca ansiedad. Ahí se tendrá en cuenta lo que ella
necesita como persona, para después ser una buena madre. Es posible que su profesión
ocupe un lugar importante en su vida. No más que el hijo, desde luego. Pero no
debemos ponernos en la disyuntiva hijo o trabajo. No es blanco o negro. Hay matices
intermedios. Habrá que buscarse un equilibrio que atienda ambos frentes,
enriqueciéndolos si es posible.
En un segundo plano deben quedar comodidades que después se volverán en su
contra, del niño y de los padres, o consideraciones de tipo económico que habrán de
solventarse de otra forma.
Así, los padres de Manuela deberían haber aplazado algún tiempo su boda, o por
lo menos debieran haber esperado a tener un niño más tarde, cuando ya su
independencia como pareja fuera más auténtica. Podrían haber optado por vivir de
alquiler.
No se hizo; su situación es: casados con una hija instalados en casa de los padres

77
de la mujer. La madre de Manuela debiera haber hablado con sus padres. Ella, no su
marido, porque él hubiera podido sentir que no estaba en su derecho de hablar acerca de
cómo funcionaba esa casa, dado que él no era capaz de proporcionar casa propia a su
familia.
Imaginemos que la madre de Manuela habla con sus padres. En primer lugar
debería manifestarles su agradecimiento, de su marido y ella, por vivir allí. Son familia
directa, todos se quieren, pero el agradecimiento no está de más.
En segundo lugar, con toda consideración y amabilidad, pero con firmeza,
debería manifestar algo así como una declaración de principios acerca de cómo ven sus
padres la educación de la niña: mucho cariño, atendiendo a lo que necesita, pero sin
consentirla con la excusa de que esté más contenta. Firmeza es una palabra y una actitud
que la madre de Manuela debiera haber utilizado más.
Y en tercer lugar manifestar la confianza en ellos, sobre todo en la abuela, que es
la que más interviene. Confianza en que todos colaboren para que la niña crezca
sanamente, sin llegar a ser una hija y nieta tirana y consentida.
Evidentemente, no se dieron estos tres pasos. Pero su exposición puede ayudar a
otros futuros padres que tal vez se encuentren a las puertas de una situación semejante.
Lo que ha pasado no se puede cambiar. Mirar hacia atrás y sacar conclusiones para
evitar posibles errores en el futuro sí es acertado.
Entonces ahora… ¿qué pueden hacer los padres de Manuela? Todavía están a
tiempo de cambiar algunas actitudes y conductas para poner las responsabilidades en su
lugar.
¿Se tiene en cuenta la auténtica importancia de los abuelos?
Es aconsejable tener presente la importancia de los abuelos en la familia.
Enraizar la red de hijos, hermanos, tíos, sobrinos, es importante, así como poder sentir
la pertenencia a un grupo. Esto da una cierta seguridad frente al vértigo que puede
producir la constatación interna de que cada uno está solo.
La responsabilidad de los abuelos respecto a sus nietos es secundaria. En primer
lugar están los padres. No es conveniente mezclar los papeles. Quienes educan son los
padres; los abuelos dan cariño, algún capricho, leen cuentos, juegan con el niño y, de vez
en cuando, cuidan de él.
Son los padres quienes deben decir “no” en el momento oportuno y con la
consistencia adecuada. No se debe decir “no” en algo que al día siguiente se va a pasar
por alto.
La madre de Manuela deberá intentar apelar al sentido común de la hija, ya que,
con 17 años, se espera de ella que se comporte como una jovencita y no como una niña
pedigüeña. Que “no” convierta a la abuela en dispensadora de dinero y regalos frente a
Manuela, que pide y pide de forma caprichosa.
Vamos con el dormir. Se debe dormir donde se vive. No es un principio a

78
ultranza, hay excepciones variadas que se pueden contemplar. Lo que no parece acertado
es que Manuela se vaya a dormir a casa de su abuela cuando se enfada con la madre. Tal
vez se le puede argumentar que “no” es serio escapar a un lugar donde siempre le dicen
“sí”, como a una niña mimada.
Además, los padres han de dejar claro a su hija y a la abuela que la niña duerme
en casa. Menos tonterías. En cuanto a las horas de volver a casa, los padres tendrán que
aprender a negociar con ella, dando por descontada la confianza que tienen en que la
chica cumpla aquello a lo que se compromete.
No a las horas estrictas, sino con flexibilidad de, pongamos, media hora. Sí a
una disposición de cambio en días especiales: cumpleaños, vacaciones, Nochevieja.
A pesar de todos los esfuerzos que se hagan por educar a los hijos, los padres no
han de imaginar que los resultados van a ser siempre satisfactorios. Es desilusionante,
frustrante, pero a veces los padres no recogen lo que siembran. Así lo piensan muchos de
ellos.
De todas formas, mantener una actitud de resistencia, de que el “no” no se
diluye, de que se sigue pensando lo mismo acerca de determinado asunto, aunque el hijo
lo pase por alto, significa poner una barrera a las desmesuras del chico. El mismo se dará
cuenta de que sus padres no dimiten y de que, aunque no se les obedezca siempre,
siguen ahí, al pie del cañón. Con capacidad, también, para incluir la posibilidad de
reflexionar sobre posibles cambios.

MÓNICA

Desde el primer momento me di cuenta de que no era buena idea. En


cambio, mi hija Mónica, desde que nos dijo que estaba embarazada, lo tuvo
claro. Que cuando volviera al trabajo dejaba el niño con nosotros,
principalmente con mi mujer, claro.
Su marido, mi yerno, estaba de acuerdo. No hubo ninguna duda
acerca de la otra abuela. Ella es más joven que nosotros y trabaja fuera de
casa.
Mi mujer empezó a entusiasmarse enseguida. Mi hijo mayor ya está
casado, y cuando Mónica se casó, nos quedamos los dos solos.
Mi hija y su marido quieren tener dos niños; bien, ellos sabrán.
Mónica trabaja en publicidad y tiene 30 años, dice que quiere tenerlos
pronto para después llevar adelante su carrera profesional.
A nosotros nos pareció bien pensado; pero no habían hablado acerca
de que daban por supuesto que el niño iba a estar con nosotros. Cuando lo
dijeron, mi mujer entró al trapo. Durante el embarazo fue con ella al

79
ginecólogo todos los meses; en la clínica estuvo como de guardia, por la
mañana y por la tarde; decía que tenía que ponerse al día acerca de cómo se
alimenta y se cambia a los niños, que ya lo había olvidado.
Al cuarto mes de vida del niño Mónica nos lo traía a las ocho de la
mañana, se le daba un biberón y a dormir. Mi mujer y yo estábamos
revolucionados, cuando ya llevábamos casi dos años tranquilos.
Eso sí, mi mujer estaba encantada, pero yo veía que se cansaba más
de lo conveniente. Tiene 58 años, no es una cría.
Mi hija tiene muchas comidas de trabajo, por lo que no suele venir a
mediodía, así que la abuela se carga con la comida del niño, de dormirle
para la siesta, de darle la merienda y de sacarle a pasear. Mi hija está ciega,
no sé cómo no ve que su madre no puede dedicar tanto tiempo al nieto. Eso
es cosa de los padres.
Yo no digo que mi hija deje de trabajar, pero sería necesario que se
organicen de otra manera. El niño tiene ahora 15 meses, está precioso, pero
da muchísima lata. Empieza a andar, coge todo, hay que estar
continuamente al tanto. Mi mujer no tiene bien la columna. Además, a mí
ya no me hace ni caso.

El padre de Mónica esta pasando una mala temporada. Se siente acorralado entre
su mujer y su hija. Entiende que la situación “no” puede continuar así, pero no sabe
cómo atajarla. Además, no se trata de un caso raro; algunos de los amigos con los que
juega la partida se quejan como él. Son muchos los matrimonios jóvenes que cuando
tienen un hijo recurren a los abuelos para que le atiendan. Piensan que quién les va a
cuidar mejor. No se cuestionan si es lo conveniente para el niño, ni si para sus padres
es una carga demasiado pesada.

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33. ¿Es conveniente que los abuelos sustituyan de
algún modo a los padres?
En la actualidad, los abuelos han pasado a desempeñar, en algunos casos, un
papel sustitutivo de los padres. Hace años, las personas, a partir de los sesenta, se
consideraban ancianos. Hoy la expectativa de vida es mayor, y esas personas tienen
energía y resistencia para manejarse con sus nietos.
Así quieren entenderlo los hijos. La realidad es que, a veces, se ve a abuelas
agotadas por el niño de 2 o 3 años, que no para, que se escapa; abuelas desbordadas
por el cansancio y por no saber cómo reaccionar ante el pequeño terremoto que se les ha
confiado.
Los padres del bebé trabajan fuera de casa. ¿Qué hacen con el niño? Se han oído
tantas historias de niñeras que maltratan al niño que deben cuidar. Es frecuente oír: “No
sabes cómo lo van a tratar; a saber qué es lo que hacen cuando se quedan solas en
casa; además, te dejan tirada en cualquier momento, y el niño se tiene que
acostumbrar a otra chica”.
¿Qué solución mejor que los abuelos para cuidar al niñó? Ellos van a estar
encantados, entretenidos, el abuelo prejubilado va a tener en qué ocuparse; la abuela se
desvive por tener al nieto. La ironía que puedan encerrar estas frases está buscada. Esos
argumentos se los creen bastantes padres jóvenes para. dejar a su hijo con los abuelos; y
además, hasta quieren sentir algo así como que les hacen un favor: “Tenéis que estar
encantados, os dejamos al niño, lo que vais a disfrutar”.
Otra de las razones claras que algunos padres tienen para dejar a su hijo con los
abuelos es la económica. Argumentan que si tienen una persona en casa le tienen que
pagar “casi” lo que gana la mujer. Se calcula que el hombre gana más y casi en ningún
caso se plantea la opción de que sea él quien se quede en casa.

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34. ¿Se valora el buen juicio de algunos abuelos en
su intervención con el niño?
Pero dejemos bien claro que aquí estamos dirimiendo cómo propiciar el mejor
desarrollo del niño; y la importancia que los abuelos tienen, en ocasiones, a la hora de
decir “no”.
En el caso del padre de Mónica él va a ser el que se encargue de decir “no” a su
hija en cuanto a seguir teniendo a los abuelos como cuidadores del niño.
Decirle a su hija que “no” está educando bien a su propio hijo puede llevarles a
un enfrentamiento distanciador. Tal vez deba intentar hablar más desde lo que a él le
atañe, y las consecuencias de ello ya las irá asumiendo Mónica, o al menos eso se
espera.
En primer lugar, el abuelo deberá hablar con su mujer. De lo que él piensa, de
cómo se siente, de cómo la ve a ella con la lengua afuera. Entendiendo que ella quiere
ayudar a su hija, pero arguyendo que tal vez la intensidad de la ayuda es excesiva y les
corresponde a los padres encontrar la solución para atender al niño de una forma más
acertada.
En segundo lugar, transmitir a la abuela que la demanda de Mónica “no” es
acertada: los padres intentan quitarse de encima unas responsabilidades que les
corresponden; cargan a los abuelos con un peso que tampoco les es propio; y,
principalmente, no es acertado que el niño esté siendo educado, en gran parte, por los
abuelos, con sus criterios más o menos acertados, y no por sus padres, que deben aplicar
sus propias convicciones.
Mónica no va a estar corrigiendo a su madre en cómo se comporta con el niño,
si se supone que la abuela lo hace de la mejor manera posible, según ella, y encima le
facilita la vida a la hija. Mónica no tendrá peso para rectificar a su madre, ni debe
hacerlo; es ella quien debe tomar las riendas.
Y, por último, el padre de Mónica estará acertado si le manifiesta a su hija que él
está desanimado porque le parece que su mujer le está dejando a un lado. Los hijos
deben respetar que sus padres puedan volver a reencontrarse cuando se van de la casa
paterna.
Es una etapa de la vida que tienen derecho a disfrutar. No necesitan de los hijos
para que les organicen nuevas obligaciones.
Sería acertado que la conversación se mantenga entre padre e hija. La abuela
puede sentir que, si ella interviene, se va a ver como desertora. Y hablar con el yerno
tampoco parece conveniente. Más adecuado será dejar que Mónica le transmita, en su
versión, lo que su padre le ha comentado, de cara a tomar en sus manos la
responsabilidad de su hijo.

82
Este caso nos lleva a situarnos en el nacimiento del niño. Es importantísimo que,
en los primeros años, el niño tenga claro, distinga, las figuras materna y paterna, Esto
no quiere decir que no intervengan en su vida otras personas, como pueden ser los
abuelos, o bien alguien que se ocupe de su cuidado algunas horas al día. Pero el cariño,
las orientaciones y el criterio para su crecimiento ha de quedar claro que proviene
principalmente de los padres.
Cada pareja es un mundo. Tendrán que distinguir, respecto a la crianza del hijo,
qué es lo imprescindible, lo conveniente y lo posible.
La solución más adecuada puede orientarse por buscar una persona que atienda
en casa al niño durante unas horas al día, con las indicaciones y orientaciones claras de
la madre. Se estará al tanto de cómo va actuando esa persona, y se buscará,
previamente, la confirmación de referencias. Otra alternativa puede ser una guardería,
que se busque en función de cómo trabajan, cuántos niños hay en ella, el número de
personas que cuidan de ellos, los horarios, la atención médica, etc. Hay que elegir, tanto
si se trata de una persona o una guardería, en función del grado de confianza que ofrecen
a los padres.
Aun así, habrá casos en los que sea imprescindible que el hijo quede a cargo de
los abuelos. De todas formas, los padres tienen que saber que para nada deben sentirse
relevados de responsabilidades. La orientación debe ser dada por ellos. Y es posible que
el entendimiento entre padres y abuelos acerca de la educación del niño llegue a un
puerto suficientemente bueno para el crecimiento del hijo y nieto.

ELISA

Lo he resuelto estupendamente. Teníamos claro que los primeros


meses yo iba a estar con el niño. Después de los meses de maternidad pedí
otros tres de excedencia y estuve al tanto de todo. Incluso pasé tres o cuatro
semanas con algo de depresión, pero lo remonté, en parte, pensando en que
no tenía que incorporarme de inmediato al trabajo, y que me podría relajar.
Después buscamos una chica para que estuviera de lunes a viernes de
nueve de la mañana a siete de la tarde. A esa hora mi marido ya está en
casa.
Encontramos una chica polaca con la que hablé dos días, un rato
bastante largo. Nos gustó mucho y todo ha resultado muy bien.
Por la mañana yo me voy de casa a las nueve y media. Antes he dado
el desayuno a la niña y la dejo durmiendo un ratito. La chica va haciendo la
casa y hacia las doce, después de una papilla ligera, sale un rato al parque
con la niña.

83
A las dos y media yo estoy en casa y le doy la comida a Elisa, se
llama como mi madre. Cuando está durmiendo la siesta me voy a trabajar y
vuelvo hacia las ocho y media.
La chica le da la merienda y, si hace buen día, salen un ratito por la
tarde. Yo la baño cuando llego, jugamos tranquilamente un rato, le doy la
cena y… a dormir.
Realmente, tener a la polaca representa un gasto importante; gran
parte de mi sueldo se va ahí; pero, como además de cuidar a la niña hace
casi toda la casa, el tiempo que paso después con mi hija es muy relajado.
Con los abuelos tuvimos un tira y afloja en los primeros meses. Mis
suegros viven a un cuarto de hora de nosotros. Mi suegra creía que yo le iba
a dejar a la niña cuando me incorporara al trabajo.
Mi madre también se volcó durante las primeras semanas: aparecía
todos los días en casa por si yo tenía que salir.
Por separado, les dije a las dos que yo me iba a ocupar de la niña, y
que después tendríamos una ayuda externa. Que les agradecía mucho que se
quisieran volcar tanto, pero que habíamos decidido hacerlo así.
Pensé que se iban a enfadar mucho con mi "no" a sus ofrecimientos,
pero nosotros estábamos tan seguros de lo que queríamos que fueron
aceptando como normal lo que les dijimos.
Alguna noche que salimos se la llevamos a mi suegra, y a las dos o
tres horas la recogemos. Mi suegra, contenta, y nosotros también. Otras
veces vienen mis padres a casa si vamos a salir más tiempo, y se quedan a
dormir. Al día siguiente se quedan a comer y luego se van.
A los dos años la llevaremos a la guardería; primero sólo por las
mañanas y la asistenta la cuidará cuatro horas por la tarde. Nos estamos
organizando bastante bien, y el dinero que gastamos nos parece que no
puede tener destino mejor. Recortamos de otro lado.

Cuando se llega a cierta edad son los hijos quienes deben saber decir “no” a sus
padres. Es una constatación de que con ellos, con los hijos, también supieron hacerlo
bien sus progenitores. Vamos, que son personas, unos y otros, con fundamento, con
peso.
Es evidente que la importancia de los abuelos es grande. Que muchos de ellos
saben cumplir su función con cariño y prudencia. No es fácil, en ocasiones, porque
pueden entrar en la pendiente de intentar ser padres de nuevo, y no se trata de eso.
Ahí los hijos tienen que poner a funcionar su talante de personas cabales, y no
pretender que los abuelos tengan que ser quienes digan “no” a sus nietos. Eso es asunto
de los padres. Los abuelos deben tener menos compromiso de responsabilidad para que

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el engranaje con los niños discurra suave y gozosamente.

FRASES A RECORDAR
– Los abuelos constituyen las raíces del grupo familiar. Pueden ser un apoyo
importante en la crianza de los hijos. Apoyo, sí; sustitución de la figura de los
padres, no.
– Dar gusto a los abuelos no puede ser el pretexto para consentir que el hijo esté
mimado excesivamente.
– No se debe abusar de los abuelos pretendiendo que se les alegra la vida
encomendándolos el cuidado del nieto.
– Las celebraciones de hijos, padres y abuelos, reunidos en torno a la mesa familiar,
transmite seguridad al niño.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN
Piensa y apunta en tu cuaderno en qué te tienes que limitar en cuanto a lo que
solicitas de los abuelos en relación con tu hijo.
Calcula en qué debes decir “no” a algún abuelo, y medita en qué forma, no
dolorosa, debes hacerlo.

85
7
El niño va al colegio

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35. ¿Toman en serio los padres el cambio que
supone en el niño el comienzo del colegio?
Ha llegado el momento. Es un hito en la vida de la familia. Ya no se trata de
guardería a tiempo parcial, de parvulario adonde no importa demasiado faltar un día por
estar de viaje con los padres. No, el niño va al colegio, y eso es asunto serio. Lleva tres o
cuatro años de su vida entrenándose en el contacto con otros niños, socializándose; es
atendido físicamente por sus padres de forma más directa y frecuente que la que ahora
va a recibir. El niño se va al colegio, va a estar allí unas cuantas horas y, de alguna
forma, se le va a evaluar.
En los primeros años de su vida, la asistencia a la guardería tiene un toque
importante de provisionalidad. Si se levanta con unas décimas de fiebre se queda en casa.
Si ha dormido mal la noche anterior y le cuesta levantarse, tal vez la madre decida que
siga durmiendo.
En ocasiones, se utiliza la guardería para que el niño esté cuidado y atendido,
porque sus padres trabajan fuera de casa. Queda claro que los primeros contactos del
niño con la institución ‘escuela’, en su sentido amplio, admiten una flexibilidad que ahora
se va a reducir.
El niño tiene, ahora, la percepción de que sus padres toman muy en serio las idas
y venidas del colegio. Y de lo que hace allí. Las informaciones que la profesora da a los
padres en cuanto a la evaluación de su hijo tienen más puntualizaciones, y las
observaciones que al niño le hacen en las láminas que enseña se contemplan de forma
más atenta. Esto empieza a tomar un color de obligación.
No quiere decir que el niño va a remolonear siempre a la hora de ir al colegio. Le
gusta ir; juega con sus amigos, pinta, recorta, aprende; pero la sensación de cierta
obligatoriedad aparece, y el niño a veces recula.
Hasta ahora ha vivido con sensación de que el desorden –un cierto desorden– era
lo normal. Lógico, pero también lo es que en la vida hay que esforzarse cuando se llega a
una edad.
Esta realidad que se va transmitiendo al niño no quiere decir que el mensaje se
traduzca en que la vida es una sucesión de trabajos forzados.
La vida es muy hermosa; pero para acceder a momentos de felicidad en ella, y
aspirar a estar medianamente a gusto consigo mismo, en el menú hay que incluir el
esfuerzo.
Es una palabra que describe una disposición de ánimo muy poco apreciada en la
actualidad. “Aprenda inglés sin estudiar”. “Mírese al espejo, dígase que se quiere y
triunfe en la vida.” “Adelgace 8 kilos en dos semanas sin dietas ni pastillas.” Es decir:
“Consiga lo que usted quiere con sólo desearlo”.

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Pues no es posible, hay que ponerle esfuerzo.

VANESA

Es que ir al colegio todos los días, mañana y tarde, en plan serio, me


parece muy duro para mi niña. Ya sé que otros niños lo hacen, pero la veo
muy indefensa.
En veinte días me ha pasado tres veces. Está desayunando y me dice
que le duele la tripa. ¿Cómo la voy a mandar al colegio? La dejo en casa
con una dieta blanda y por la tarde ya está bien.
Hemos ido al pediatra, me ha preguntado si había comido algo que le
hubiera podido sentar mal, le ha tocado la tripa, y la niña se reía por las
cosquillas. No le dolía. El médico ha dicho que no tenía nada. Y cuando la
niña se ha ido a la sala de espera, el médico me ha dicho que tal vez le pase
eso porque no quiere ir al colegio.
Entonces... ¿qué pasa? ¿Mi hija miente?

La madre de Vanesa, la niña de 5 años de quien hablamos, no puede creer que su


hija la esté engañando para quedarse en casa. Y así es. Vanesa no tiene ninguna intención
de engañar. Puede, incluso, que sienta solamente un dolorcillo, una inquietud, un
malestar, después de desayunar; lo transmite a su madre, se lo cuenta, y nota que ésta se
impacta.
La dejan en casa, con mamá, le preguntan cómo se siente, todos están pendientes
de ella. Además, tiene otra ganancia: evita ir al colegio, que la profesora le diga que copie
unas palabras, y si se equivoca, que vuelva a hacerlo.
Inconscientemente, Vanesa se organiza para eludir ir al colegio y lo consigue, de
vez en vez. Cuando su mamá, después de haber descartado una enfermedad, decida que
puede ir al colegio, que “no” se va a quedar en casa, la niña, después de un rato se va a
sentir mejor, más contenida. Mamá la lleva al colegio, le desea que lo pase bien, y se
despide cariñosamente.
Cuando vuelva a recogerla es mejor que “no” le pregunte por su dolorcillo. Si la
niña no se queja es que está bien, y no es conveniente volver sobre algo sin importancia,
porque la madre sabe lo que hace. Es posible que después de dos o tres situaciones
similares, el problema remita.
Los padres, la madre en este caso, no están seguros de acertar en sus decisiones.
Normal, no hay padres perfectos. Pero si toman las debidas precauciones para garantizar
el bienestar del niño pueden y deben atreverse a llevar las riendas de su desarrollo en
todo aquello que no le corresponde a él.
Un ejemplo. Recoger los juguetes de su cuarto, si se le ha encomendado a él

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hacerlo, puede ser una responsabilidad del niño. La comida que va a tomar al mediodía
es problema de la madre, el niño “no” tiene por qué decidir. Habrá que llevar estas
orientaciones adelante con flexibilidad, sin utilizar el “no” repetitivo e irritado a su
desorden: “No” puedes dejar ahí los juguetes. Conviene utilizar un “no” sereno y
convincente, no desgastado por una repetición constante, que lo deja inutilizado.

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36. ¿Cómo se transmite al niño la necesidad del
esfuerzo?
Los padres de Vanesa pueden intuir que se resiste a ir al colegio porque tiene que
esforzarse un poco. Convendrá que vean, en contacto con la profesora, en qué forma
ese esfuerzo que se solicita de ella se presenta de forma creativa y divertida, con vistas a
ir desarrollando sus facultades. También es necesario que estén al tanto de los progresos
de la niña, que pasen un rato viendo cómo va avanzando a través de lo reflejado en sus
cuadernos, que vayan leyendo cuentos con ella.
El niño tiene que ir incorporando, mediante el apoyo y el cariño de sus padres, la
idea de que el esfuerzo, un cierto esfuerzo, es una actitud que se plasma en hechos.
Unos hechos que se van incorporando a la vida diaria, con unos resultados que producen
gozo, que dan alegría.

JOSÉ MANUEL

De verdad, ahora me cuesta más decirle "no" que cuando era


pequeñín. Recuerdo que tenía casi tres años y se empeñaba en no masticar.
Hubo un tiempo en el que le hacía purés todos los días. Se lo pasaba todo,
la carne, el pescado, los higaditos, la fruta. Total, pensaba yo, se alimenta
bien y a mí no me cuesta nada.
En uno de los libros que me compré cuando estaba embarazada leí
que a partir de un año, o poco más, es necesario que el niño vaya
masticando algunos alimentos. Me debí concienciar y poco a poco fui
diciendo "no" a sus demandas de puré, puré, puré.
Lo hice segura de que tenía que ser así. No me costó mucho
conseguirlo. Pero ahora es distinto. Estoy contenta de que vaya creciendo
sano y bien; pero verle por las mañanas, con su mochila al hombro..., me
da la sensación de que se va a la mina. Ya sé que soy una exagerada, pero
me siento casi culpable de lanzarle al mundo, con lo que hay por ahí.
Como estoy así de blanda, José Manuel, mi hijo, se aprovecha. Le ha
dado por despertarse de noche y se viene a nuestra cama. Dice que tiene
miedo; le encanta ponerse entre los dos y dormirse allí. Los primeros días le
llevaba a la cama y me quedaba un rato hasta que se dormía. Pero a mí me
cuesta volver a coger el sueño, y al cabo de tres o cuatro días estaba molida
de dormir poco y mal.
Ya sé que no debemos hacerlo, pero ahora le dejo que se meta con

90
nosotros y se duerma. Es que si no, él tampoco duerme lo suficiente para
irse por la mañana al colegio. En realidad soy yo sola quien hace y deshace
en todo esto, porque mi marido ni se entera. Le digo, durante el día, que
debiéramos hacer algo para que el niño vuelva a su cama por las noches
cuando se levanta; me dice que sí, pero nos vamos a dormir y él como si no
estuviera. Últimamente lo dejo pasar porque estoy cansada y tengo que
dormir. Cuando sea algo mayor el niño dejará de despertarse y venir a
nuestra cama.

Se entiende que la madre de José Manuel esté aburrida con la situación. Pero no
puede rendirse, tiene que resistir. El concepto de resistencia tiene mucho que ver con ser
padres.
Los hijos, en su crecer a través de la expansión, invaden el terreno que los padres
intentar acotar. Hay que contener, mantener, poner límites. Decir “no”.
Los padres de José Manuel pasarán una semana agitados y con sueño, si se
deciden a hacerlo. Pero si tienen claro que lo mejor para su hijo es que duerma en su
propia cama, sabiendo que puede llamarles si tiene sed, si quiere hacer pis, o si tiene
alguna necesidad que surja, el problema se irá espaciando y desaparecerá. Tendrán que
ponerse de acuerdo en decir “no”.

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37. ¿Hasta dónde se debe transigir?
Conviene saber que transigir por tener una comodidad inmediata casi siempre se
convierte, a medio o largo plazo, en una incomodidad más profunda que llega a
constituir un problema, principalmente para el hijo.
Es posible también que José Manuel, al sentirse más inseguro por el hecho de
iniciar una nueva etapa en su vida, ir al colegio, intente recibir una dosis añadida de
protección por parte de sus padres. Es comprensible. Los padres tendrán que percibirlo y
actuar en consecuencia.
Por otro lado, la madre nos dice que el niño va a su cama por la noche y se
coloca entre los padres. El sentimiento de inseguridad está debajo de casi todas las
manifestaciones de celos. José Manuel tal vez quiera decir, de forma no consciente: “Mi
mamá es sólo mía, ella me cuida; no quiero que este hombre, mi padre, me arrebate su
atención”.
Estas idas y venidas emocionales pueden entenderse. Pero los padres “no” deben
sucumbir a las demandas del hijo y aceptar el camino que él quiere imponer. No por
llevarle sistemáticamente la contraria, sino porque es lo que le conviene.
Tenemos una familia originada en una pareja y con un fruto exquisito, el hijo. Le
va a costar un poco acostumbrarse a ir al colegio por obligación, con un horario, con
unos resultados medibles. Hay que apoyarle, con un añadido de atención que recoloque
su nivel de inseguridad. Atención y cariño, sí; caprichos continuados, “no”.

MARTA

Llevamos unos meses de curso y estoy un poco alarmada. Cuando la


niña iba a la guardería, todo era más tranquilo. La llevaba, la recogía,
hablaba algo con las otras madres y ahí se acababa todo. Luego, en el
parque, Martita tenía sus amigos de al lado de casa. Resultaba sencillo.
Ahora, nada más empezar el colegio, han comenzado las invitaciones
de cumpleaños; vamos, que la niña ha comenzado una vida social intensa.
Después está el traerla y llevarla. Cada fin de semana tenemos varios
encargos de éstos.
Me parece bien, pero nosotros somos bastante tranquilos, y tanto
trajín me descoloca. Marta es bastante tranquila, juega en su habitación, no
revuelve demasiado. El mes que viene la niña cumple 6 años y si por mí
fuera lo celebraríamos en casa, con los abuelos y nada más.
La idea de un montón de niños corriendo por casa, recibiendo

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padres, rellenando medias noches y todo lo demás no me apetece nada.
Pero la niña, y nosotros, hemos ido adquiriendo tantos compromisos
yendo a los cumpleaños de sus compañeros que no sé si voy a poder pasar
sin hacer nada.
Por cierto que Martita no ha querido ir a las dos últimas invitaciones
que ha tenido. Nos llamó la atención, pero dijo que prefería quedarse en
casa y no nos preocupamos.
Ahora que lo pienso, me ha preguntado alguna vez si ella iba a tener
fiesta de cumpleaños con sus amiguitos. Yo le he dicho que ya veremos, que
todavía faltaba tiempo. ¿Será que la niña piensa que si ella no va a hacer
fiesta, tampoco quiere ir a las de sus compañeros?
Educar a un hijo es difícil, la verdad. Tienes que decidir muchas
cosas, estar al tanto de lo que le pasa, estar de acuerdo con el padre. Se me
hace un poco cuesta arriba, eso que por ahora no trabajo fuera de casa.

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38. ¿Es lógica la inquietud de los padres ante el
hecho de que su hijo ha empezado en el colegio?
Lo que nos dice la madre de Marta nos da qué pensar. Sus vidas, las de la familia,
son tranquilas, eran tranquilas. Pero que su hija haya empezado a ir al colegio y haya
aumentado su proceso de socialización, les inquieta.
Podemos sentir la tentación de querer instalarnos en una tranquilidad conseguida
al encajar las diferentes circunstancias. Pero la vida es cambio, cada día es distinto del
otro; nosotros cambiamos sin remedio, aunque no queramos; y lo que nos rodea,
también.
Otra cosa es que se tenga resistencia al cambio. No es raro, ya que el cambio
conlleva inseguridad. La vida de un niño está repleta de cambios continuos como
consecuencia de su desarrollo, y sus padres deben mantener una actitud capaz de
propiciarlos y encajarlos.
La madre de Marta se muestra satisfecha de que su hija no enrede mucho y
juegue tranquilamente en su habitación.

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39. ¿Se cuestionan los padres su propia sociabilidad
a partir de las necesidades de su hijo?
También dice que ellos, los padres, son sosegados, dejando entrever que
mantienen unas relaciones sociales más bien reducidas. Puede estar bien para ellos, pero
no para la niña. La niña ha entrado en una etapa de su vida en la que la relación con
otros niños se está ampliando. Esto parece conveniente para Marta.
Las relaciones personales implican dos direcciones. Si la niña está asistiendo a los
cumpleaños de sus amigos, parece lógico que ella, en el suyo, ofrezca también una fiesta.
No tiene por qué ser el no va más de las fiestas. Un poco de imaginación, unos globos,
unas serpentinas, patatas fritas, medias noches con jamón, algunas “chuches” y refrescos
pueden solucionar el evento. Para que un niño crezca adecuadamente necesita
relacionarse con sus iguales. Los padres deben facilitarlo. Por lo tanto, la madre, que es
quien nos habla, deberá decir “no”, adecuadamente, a lo que la niña está haciendo,
negándose a asistir a los últimos cumpleaños.
La madre de Marta tendrá que esforzarse un poco, y admitir que cierta algarabía,
risas, voces, un poco más de desorden en su casa, es algo que conviene a su hija de vez
en cuando. A ellos, a los padres, también les puede venir bien, seguro, pero por el
momento intentamos ver qué conviene a Marta. Así que habrá que animarla a que,
cuanto antes, le diga a la niña que ella también va a tener su fiesta de cumpleaños.
Los padres deben estar atentos a algunos “noes” de los hijos, que implican en
ellos una prudencia que va más allá de un sentir infantil. El hijo interioriza que sus
progenitores no quieren algo que él desea. Y tratan de borrar ese deseo, como si fuera
algo rechazable, cuando es algo conveniente para él, como en este caso.
Que un niño sea sumiso, educado, que no dé guerra, que no alborote de vez en
cuando, no es para decir: “Tenemos un hijo muy bueno”. Es para alarmarse. Ser niño
significa juegos, desorden, bullicio, risas, travesuras. Lo contrario es un niño poco niño.
Así que la madre no debe aceptar el “no” de Marta a seguir yendo a los
cumpleaños de sus amigos, sino propiciar que diga sí a las invitaciones, si lo desea.
Convendrá que se facilite a la niña que se exprese con más espontaneidad. Lo
natural sería que pudiese manifestar claramente sus deseos, y que no los encubra con
una aparente madurez que no le corresponde ni tiene.
Atención a los niños serios, muy obedientes, ordenados, que “parece que no hay
niño en casa”. Los padres suelen estar encantados, pensando que tienen un hijo sensato
y muy maduro. La infancia y la sensatez están reñidas. Así que dejemos que salten,
jueguen, se tropiecen, se caigan a veces, pero vivan. Con la atención y el cuidado de los
padres, eso sí.
Esto no quita que, cuando los niños se van a la cama, los padres respiren

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aliviados. Lógico. Necesitan descansar para retomar, por la mañana, las riendas del grupo
familiar.

FRASES A RECORDAR
– Ir al colegio supone la aparición de un sentido de obligación para el niño.
– Algunos trastornos físicos en el niño obedecen a su resistencia para ir al colegio.
– Conviene que los padres sepan transmitir al niño que ir al colegio supone una forma
creativa y divertida de aprender.
– Los padres deberán ser conscientes de que habrán de resistir ante algunas estrategias
invasivas del hijo.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN
¿Hasta qué punto está cambiando vuestra relación familiar desde que vuestro hijo
va al colegio?
Piensa en si debes plantearte decir “no” en algunas situaciones.

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8
Padres ausentes

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40. ¿Son distintas las condiciones sociales actuales
respecto a las de generaciones anteriores?
Hace cuarenta años, pongamos por caso, la situación en la familia era muy
distinta a la de la actualidad. No vamos a entrar en si era mejor o no. Vamos a observar
algunas diferencias.
Los papeles del padre y de la madre estaban claramente definidos y establecidos.
El padre trabajaba en el exterior, traía el dinero a casa y era el que tomaba las
decisiones importantes. Se relacionaba con sus hijos desde una autoridad un poco
distante. Los chicos le veían con profundo respeto y un cierto temor.
La madre era esposa, madre y ama de casa. Se quedaba como cuidadora del
hogar, hacía las tareas de limpieza, comida, planchado; daba una cohesión emocional al
grupo familiar. Las relaciones de los hijos con la madre eran más cercanas, más
frecuentes que las que mantenían con el padre.
En la actualidad, los papeles están más igualados. La mujer se ha incorporado al
mundo del trabajo fuera de casa como consecuencia, en gran parte, de una mejor
formación cultural, que incluye, muchas veces, una titulación universitaria. Desde hace
años, la mujer busca ejercer una profesión.
Las tareas de la casa están más repartidas entre los padres. Trabajan los dos
fuera de casa y el hogar permanece muchas horas vacío. El hijo va creciendo y llega un
momento en el que se considera que ya es responsable como para tener la llave de casa.
Sus padres no han llegado todavía del trabajo, él entra en casa con su llave
colgada del cuello, merienda y se pone a estudiar.

ALEJANDRO

Mi hijo Alejandro lleva meses insistiendo en que le dé una llave de


casa para entrar al volver del colegio. Yo llego media hora después, y hasta
ahora el niño, que tiene 11 años, se quedaba un rato en casa de un amigo,
compañero de clase, que vive justo en el piso de enfrente. La verdad es que
me quedo más tranquila con esta solución.
En el trabajo somos varias mujeres y nos contamos de todo. Tengo
dos amigas con hijos en edades parecidas a la del mío. Y son niños de la
llave al cuello. Teóricamente, al llegar tendrían que merendar y después
ponerse a estudiar. Pero por lo que dicen sus madres, uno se engancha a la
televisión y el otro a la consola.
En la clase de Alejandro también hay varios niños que llevan la llave

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de casa. Y mi hijo está empeñado en que nosotros se la demos. Mi marido
no es partidario, pero la que organiza soy yo. Y no me gusta la idea, me
parece que es hacerle mayor antes de tiempo.
Por ahora le estoy diciendo que "no" sin darle muchas explicaciones,
pero no sé si tendría que decirle algo más. De lo que sí me he dado cuenta
es de que le vemos poco entre semana. Sábado y domingo estamos más
tiempo los tres juntos, pero Alejandro está empezando a salir por el barrio
con algunos chicos de su edad y no vamos a tenerle metido en casa para que
hablemos. Sería mejor poder estar más tiempo con él, pero se necesita tanto
para vivir que mi marido y yo tenemos que trabajar mucho. Todavía nos
faltan muchos años para pagar la hipoteca del piso.

¿Por dónde empezamos? ¿Por el dinero que se necesita para vivir, lo que conlleva
una importante dedicación del tiempo, o por el tiempo que nuestro hijo necesita para
estar con sus padres?
Decir “dinero para vivir” puede tener dos significados, según la percepción de las
personas a quienes se les pregunte por ello. Un criterio puede discurrir por pensar en
tener un techo, unos alimentos, una vestimenta, tener disponibilidad económica para
darle una educación al hijo.
“Dinero para vivir” también puede significar tener un piso en propiedad; un coche
para el padre y otro para la madre; llevar al niño a un buen colegio privado; tener un
apartamento en la playa; poder mandar al chico a Estados Unidos o Inglaterra para que
aprenda inglés.
La expresión acerca del dinero que necesitamos para vivir tiene múltiples
traducciones. Lo que hay que ver, también, es el tiempo que lleva conseguir ese dinero
y cuánto tiempo queda para atender al niño. Se trabaja por la familia, porque el hijo
tenga lo mejor, para lo cual se han de emplear muchas horas en el trabajo. ¿Cómo
compaginarlo para tener tiempo de comunicación con el hijo y que éste crezca cercano a
sus padres?

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41. ¿Se puede buscar un equilibrio entre estar
presente en casa y ganar dinero para vivir?
Se necesita un equilibrio. Cada familia tiene su medida, y ésta cambia en relación
con la de otras familias, en función de los intereses que tengan sus miembros.
A veces se analiza el equilibrio supuestamente acertado y se ve que hay que
cambiar la fórmula. En ocasiones, parece imposible. Como si la situación estuviera
encajada y cuajada, y no hubiera forma de moverla en el sentido que parece convenir.
Hay quien dice: Es imposible cambiar. No es imposible; requiere esfuerzo y
perseverancia, pero es posible.
La madre de Alejandro se centra en la llave; pero, por detrás, existe la duda
acerca de si están dedicando un tiempo suficiente a la atención de su hijo. Actualmente,
es frecuente que las parejas jóvenes se planteen la disyuntiva entre el tiempo dedicado al
trabajo para “poder vivir” y las horas destinadas a atender la crianza del hijo.
Convendría que los futuros padres se plantearan, con anterioridad al nacimiento
de su hijo, cuáles van a ser las prioridades que han de atender y en qué orden:
dedicación al trabajo para poder vivir, atención al niño para que se desarrolle bien;
mantenimiento de la relación de pareja y contacto acertado con sus familias de origen.
Son cuatro mimbres que resumen el conjunto de intereses de que dispone la
pareja para construir un cesto. Gratificante de ver y de sentir. Hay que tener en cuenta
que los mimbres tienen diferente textura y longitud; por tanto, se trata de un trabajo
complejo y minucioso.
Parece bien que la madre de Alejandro trate de preservarle de responsabilidades
que ella cree que no debe afrontar todavía. Por tanto, mantiene el “no” a la llave,
aunque pueda manifestarle que confia en él, en cuanto a verle capaz de llegar a casa,
merendar y ponerse a estudiar. Y que es ella la que se queda más tranquila con la
fórmula actual. Dentro de unos meses o un año puede ser el momento para cambiarla.
Algunas veces, los padres argumentan, en situaciones similares a ésta, que otros
padres también lo hacen; y que si el chico es responsable y lo pide se puede acceder
porque se confía en él.
Una cosa es lo que el niño diga; otra lo que los demás hagan. Se puede escuchar
todo esto como un elemento más para que en cada grupo familiar sean los padres
quienes decidan lo que ellos crean conveniente. No deben eludir responsabilidades,
dejándose llevar por lo que otros hacen. Y lo que el niño dice debe ser escuchado, pero,
por muy maduro que parezca, sigue siendo un niño. Son los padres los que deben llevar
las riendas.

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SERGIO

Tengo a mi hijo viviendo conmigo desde hace un año. Su madre y yo


estamos separados desde hace 7 años y todo ese tiempo ha vivido con ella.
Pensamos que era lo mejor para que continuase en el mismo colegio y con
los mismos amigos.
Ahora Sergio, mi hijo, tiene 17 años, quiere estar conmigo y además
se cambió a un colegio cercano a donde yo vivo.
Mi ex y yo hemos estado de acuerdo en casi todo lo referente a
nuestro hijo. Siempre ha sido bastante estudioso. En el momento de la
separación él tenía 10 años y sí hubo unos cuantos meses –pues casi un año–
en los que estuvo como desconcertado. No asimilaba que no estuviéramos
juntos. Bajó mucho en los estudios.
Su madre y yo fuimos a ver a una psicólogo, quien nos dio unas
cuantas pautas para tratarle, y para que nos mostrásemos los dos de
manera amistosa, sin enfrentarnos. Las cosas se fueron arreglando.
El problema está surgiendo ahora, cuando el chico está conmigo. Su
madre siempre ha sido bastante liberal, y desde que vive aquí a ella le ha
dado por intentar ser su mejor amiga. Me lo ha dicho directamente, que
como sólo está con él los fines de semana, quiere estar a bien con él, y no
andar prohibiéndole esto o lo otro.
Ha coincidido con la edad del chico, en plena adolescencia, y
rebelándose como antes no lo hacía. Ahora resulta que yo soy el malo de la
película. Durante la semana tengo que mantener una disciplina en cuanto a
entradas, salidas, comidas, horas de estudio y de ocio.
La madre llega el fin de semana, le recoge y todo son caprichos.
"Vamos a cenar al 'burguer'", "Invita a tus amigos a casa, yo me voy al
cine"; "No vuelvas tarde si sales". Por comparación, yo soy el padre agrio,
que le prohíbe hacer cosas, que le riñe, que le dice que ayude en casa.
Pues no hay forma. Hace lo que le da la gana. Hemos tenido algunos
encontronazos últimamente. Estoy preocupado.
He hablado varias veces con su madre, y encuentra que son cosas de
la edad de Sergio. Y que tengo que entender que ya es bastante mayor como
para ir teniendo más libertad. Que es normal que ella y yo no tengamos la
misma opinión, que por eso nos separamos.
Yo me niego a ir en contra de mis principios y decirle a mi hijo "sí" a
todo lo que se le ocurre. Pero esta guerra que tenemos los dos nos va a ir
alejando, y a mí me entristece.
No me puedo quitar de la cabeza que su madre tiene mucho que ver

101
en todo esto, porque, como está sólo dos días en semana con él, se muestra
dispuesta a consentirle en lo que quiera.

102
42. ¿Cómo compaginar la necesidad de presencia
de los padres con el hecho de que estén
separados?
Lo que describe el padre de Sergio se da bastantes veces con hijos de padres
separados. Teóricamente quieren lo mejor para el chico, pero en la práctica influyen
tanto las motivaciones que los adultos tienen... Muchas veces, sin querer, perjudican a su
hijo. Cuando los padres viven separados, es casi imposible eludir que se dé una
competencia entre ellos. Quién le educa mejor, a quién prefiere el hijo, con quién está
más a gusto, quién le hace los regalos más lucidos. Ellos saben que conviene llevar una
línea de actuación que tenga una congruencia suficiente de cara al hijo, pero conseguirlo
ya es otro cantar.
Esto no quiere decir que en las familias convencionales no se den también
intentos de ganarse al hijo por parte del padre o de la madre. Es humano; otra cosa es
que se intente equilibrar la relación. Lo que sucede es que en el caso de padres
separados, el tiempo que uno está con el hijo puede ser un factor determinante en la
conducta que se tenga con él.
El padre de Sergio debería tener en cuenta que su hijo percibe más de lo que
parece lo que sucede a su alrededor. Parece que despotrica contra su padre porque, a
pesar de las riñas, enfrentamientos, disgustos, el padre no quiere bajar la guardia y se
mantiene en el “no” cuando lo cree conveniente. Cuando cumpla unos años más, Sergio
entenderá que ha sido él, su padre, quien se ha arriesgado a parecer autoritario, cuando
en realidad lo que está haciendo es implicarse a fondo en la educación de su hijo.
La madre parece haberlo hecho bastante bien hasta que el chico llegó a los 17
años. Es posible que entre los dos consigan, de forma un tanto peculiar, que el chico
vaya adelante suficientemente atendido y compensado en su formación. Pero conviene
que ella comprenda que no es su amiga, sino su madre. El amigo del hijo es ese con el
que habla continuamente por teléfono; el que sale con él a ver la última película de
acción; el que le pasa los apuntes del día que faltó a clase. Se puede tener una relación
amistosa con el hijo, pero un amigo no es quién para decir “no”; y los padres, de vez en
cuando, han de hacerlo.

CARLOTA

Mi pequeñita, tan rica, se llama Carlota. Tiene 11 meses y crece muy


sana. Mis padres están cuidando muy bien de ella. Al principio la
levantábamos a las siete de la mañana, pobrecita, para poder llevarla a casa

103
de mis padres. Yo entro a trabajar a las nueve y no podíamos hacer otra
cosa, porque la casa de los abuelos está bastante lejos de la nuestra.
Después nos organizamos para que la llevase mi marido a las nueve y
media, porque él, en su nuevo trabajo, entraba a las diez. De todas formas
era un trajín recogerla a última hora de la tarde, llegar a casa, bañarla,
darle la cena y a la cama.
Cuando cumplió los seis meses, mi madre nos animó a que la niña se
quedase con ellos desde el lunes hasta el mediodía del viernes. Mis padres
son todavía jóvenes, 57 y 59 años, él está prejubilado. Nos pareció que era
lo mejor para evitarle tantas idas y venidas.
Durante unos meses estuvimos bastante bien. Pero cuando empecé a
notar que la niña lloraba cuando mi madre me la daba el viernes, empecé a
sentirme muy mal. Trataba de convencerme de que era normal que la niña
estuviera así con su abuela, porque era la persona a quien más veía; pero el
"runrún" me seguía por dentro.
Lo comenté con mi marido. Él no parecía preocupado. Tengo que
reconocer que hemos elegido un sistema de vida, en lo referente a criar a
nuestra hija, muy fácil para nosotros. Entre semana parecíamos una pareja
recién casada, sin ninguna carga. Uno se acostumbra a lo fácil...
Lo que ha rematado el tema es que hace dos semanas, cuando fuimos
a buscarla, empezó a decir "ma ma", "ma ma", dirigiéndose a mi madre. A
mí se me puso un malestar en el estómago que se me quitaron las ganas de
comer. Nos llevamos a mi hija y, al llegar a casa, haciéndole fiestas, yo
intentaba que me llamara "mamá", pero no lo conseguí.
He convencido a mi marido para que la tengamos en casa. Ya nos
arreglaremos como sea, pero la niña tiene que estar con nosotros. No puedo
seguir así; esto se nos ha ido de las manos. Hay otro problema que me
preocupa. Ya hemos hablado con mis padres de que tal vez llevemos a la
niña a una guardería, o que quizá cojamos a una persona para que la
atienda en casa. No han dicho nada, parecen comprenderlo. Pero mi padre
me ha cogido aparte y me ha dicho que mi madre llora a menudo, que está
desanimada, muy decaída. Es que se ha encariñado muchísimo con la niña.
Yo no quiero que le afecte así; pero tengo que recuperar a mi hija.

104
43. ¿Saben los padres hasta qué punto es necesaria
su presencia en la vida de su hijo?
En ocasiones, los padres se confunden. Piensan que un niño de pocos meses no
se entera de nada. Si se le atiende bien en la comida y la higiene, se le saca a la calle y se
le protege del frío y del calor, parece suficiente.
Todo esto es necesario, pero el niño necesita más. Necesita una figura materna
que, en el caso de Carlota, se difumina entre su madre y su abuela.
Necesita también la niña una referencia de lugar. Que perciba su lugar de
acogida, donde se siente más protegida y abrigada de lo externo. Conviene que tenga
una conciencia de nido, de pertenencia a un lugar y a unos padres. Dispersar los focos
de cariño y los diferentes sitios de acogida desconcierta al niño y dificulta su
asentamiento.
Se dan algunos casos, como el que parece apuntar en la abuela de Carlota, en los
que, al interrumpir la relación que se ha prolongado durante meses o años, se
desencadena una depresión más o menos importante en la abuela que ha sido la
cuidadora sustituta de la madre.
Durante un tiempo, la abuela se ha sentido renacer como persona a quien se le
encarga un cometido importante. Coincide con un tiempo en el que esa mujer se siente
vacía de tareas que hasta ahora habían llenado su vida: cuidar de sus hijos, atender a su
marido. Sus hijos se han independizado, y ella llega a sentir que nadie la necesita, y de
pronto le ponen en brazos a su nieto. Es fácil entender que asume su cuidado con una
intensidad más de madre que de abuela.
Se dedica al bebé y recibe una enorme gratificación por parte de la niña, que se
encariña con ella. La abuela comienza a reelaborar un sentimiento ya pasado de ser
insustituible para el bebé. Mantiene una implicación muy fuerte que la lleva a sentirse
más viva que en los últimos años. Cuando llega el momento en que se le llevan al niño
acerca del cual ha podido fantasear como suyo, es relativamente fácil que se derrumbe.
La madre de Carlota tendrá que pensar en cómo va a llevarse a la niña de brazos
de la abuela. Se puede hacer poco a poco, manifestando el agradecimiento por la ayuda
que le han prestado, propiciando que los abuelos vean con frecuencia a la niña,
procurando siempre que el cambio no sea brusco.
También sería conveniente que Carlota, en complicidad con su padre, el abuelo,
piense en buscar alguna actividad para la abuela, algún viaje de los dos, algo que pueda
sustituir el vacío que va a dejar su nieta.
Parece claro que hay que declarar un “no” firme a los padres ausentes de forma
reiterada y prolongada, entre otras cosas porque es muy duro escuchar que un hijo
llama “mamá” a la abuela. Y, por encima de todo, porque el niño así lo necesita.

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FRASES A RECORDAR
– En la actualidad, la ausencia del hogar por parte del hombre y la mujer está más
igualada. La familia tendrá que estructurarse de forma distinta a como se hacía en
generaciones anteriores.
– La ausencia del padre o la madre en un caso de padres separados deberá ser motivo
de análisis para que el hijo resulte suficientemente atendido.
– El niño necesita una referencia de la figura materna y paterna. Esto conlleva un
tiempo de contacto que no podrá ser sustituido por cuidados de personas ajenas.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN
Piensa en la cantidad y calidad de la presencia que mantienes con tu hijo.
Calcula en qué forma puedes aumentar el tiempo que estés con él, sin que eso
signifique destruir vuestra economía.

106
9
Madres superwoman = madres culpables

Son mujeres que se echan “p’alante”. O así parece. Muchas tienen formación
universitaria o de segundo grado. Se han puesto a trabajar a los veintipocos, y van
haciéndose una carrera profesional, con resultados bastante buenos.
Surge el amor, ella se da un tiempo para pensarlo y, hacia los 30 años, se casa o
se va a vivir con el novio. Esta última alternativa, en muchos casos, no es del agrado de
sus padres, pero para muchas mujeres no representa un obstáculo, pues quieren llevar
adelante su propio proyecto de vida.

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44. ¿Saben compaginar las mujeres sus diferentes
trabajos?
La mujer que vive en pareja sigue trabajando; no se cuestiona el dejarlo, al
menos en la mayoría de los casos. Se da por descontado que la casa y lo que concierne a
la convivencia se va a gestionar entre los dos. La limpieza, las compras, la comida, los
bancos, las reparaciones, la gestión de las vacaciones, todo al 50%.
En teoría está bien, pero en la práctica hay que hacerlo de forma más operativa.
El día a día empieza a funcionar, y las actividades se van decantando a un lado y al otro.
En la mayoría de los casos la balanza de los quehaceres caseros se va inclinando hacia la
mujer: casi siempre ella sabe más de cocina; por tanto, lo relativo a la alimentación
empieza a ser de su departamento. Decidir qué se ha de comer, supone la compra, qué y
cuándo. Casi siempre van los dos al súper; ella con la lista y él llevando el carro. La
mujer decide, él ayuda, que siempre es más cómodo.
La limpieza. Como los dos trabajan, entre semana no tienen tiempo para limpiar.
Se deja para el sábado y domingo. Los dos limpian. Pero no coinciden en la percepción
de lo que es limpiar, adecentar la casa. Casi siempre él termina antes, enseguida lo da por
bueno. Ella continúa con el baño, los cristales, el polvo de la librería. Él la llama
“maniática”, obsesionada por el orden. Cosillas sin importancia que salpican la
convivencia de la pareja.
También se puede optar, si se tiene capacidad económica, por pagar a una señora
que limpie unas horas, uno o dos días a la semana. Muchas veces, el compañero
argumenta que no hace falta, que lo pueden hacer entre los dos, que mejor se gastan ese
dinero en un viajecito, por ejemplo.
Si la mujer no lo ve claro e insiste, la idea puede ir adelante. Ahora bien, debe
estar dispuesta a escuchar comentarios como: “Tu asistenta me ha perdido un calcetín”;
“Dile que me planche mejor las camisas”; “Esa chica que tienes me hace dos rayas en
el pantalón”. Es decir, se da por supuesto que la ayuda exterior es para la mujer, no se
comparte. Se sigue suponiendo que es la mujer la que debe ocuparse de lo doméstico. Si
se tiene una asistenta es para que la ayude a ella.
No se trata de feminismo o machismo, es la realidad actual, que mantiene
actitudes de años pasados.
Pero la mujer va adelante; tal vez protesta, pero puede con todo; o al menos así
lo siente ella.
De pronto, el embarazo. Bueno, no es tanta sorpresa porque querían tener pronto
un niño. Hay que calcular cómo hacer para que el bebé esté bien atendido después del
permiso de maternidad. Lo piensan los dos: “hay que...”; pero lo decide casi siempre ella.
Llega el niño. Alegría para toda la familia. Al principio, tal vez, un pequeño bajón,

108
lo que los médicos llaman depresión posparto. Entre dos y cuatro semanas ya ha pasado.
Después, ahí está la mamá atendiendo a su niño. El padre colabora –atención:
colabora–, lo cual quiere decir que hay un elemento principal que actúa, la madre, y otro
secundario, el padre que colabora.
Pasan los meses. El niño está muy rico. Se llega al cuarto mes y la mujer vuelve a
su trabajo. Algunas con pena; otras, deseando librarse durante algunas horas del
enclaustramiento en el que se han visto inmersas. Estaba a gusto, sí; pero también quería
reencontrarse.
Tienen una guardería, o una niñera, o unos abuelos; han buscado lo mejor para su
niño; tienen que reorganizar el funcionamiento del grupo familiar.
Ahí empieza la superwoman. La podemos imaginar con leotardos, body y una
capa que despliega dominando la situación. Es capaz de superar cualquier contratiempo.
Se siente satisfecha, vital, con fuerza para llevar, sobre sus hombros y brazos alzados, el
peso de su mundo familiar y profesional.
Pero empiezan a surgir los contratiempos: el niño se despierta por la noche, no
come bien, a ella le han cambiado de departamento y tiene menos disponibilidad de
tiempo. La capa al viento de superwoman empieza a perder prestancia. Se resiente de las
pocas horas de sueño, tarda mucho en las comidas de su niño. El padre quiere ayudar,
pero se da poca maña.
Por la noche, él duerme como un tronco, y es la madre quien atiende al niño:
¿para qué van a estar los dos despiertos? Con la comida pasa igual. Él quiere, pero el
niño, no; ahí llega la super-mamá, que sabe cómo hacer comer al niño.

BORJA

Leí un libro hace unos años, en el que la protagonista decía que


quería abdicar de ser mujer superwoman; que ella cargaba con todo: el
trabajo, la casa, los hijos; tener un aspecto magnífico, atender con gracia a
los invitados cuando los tenían. Era demasiado. Ella, la protagonista del
libro, decía que quería volver a casa y ser como había sido su madre.
Reconocía que su marido la admiraba mucho.
Me pasa algo parecido con el mío. Presume de mí ante los amigos,
pero ya no me compensa; estoy muy cansada. Aun así, sigo con mi estilo de
antes: buen aspecto, maquillada; pero calculo que si no lo hiciera podría
dormir media hora más.
A veces he claudicado: zapato bajo, pantalones y un jersey debajo del
abrigo. Pero no me encuentro a gusto, yo no soy esa, no me voy a
abandonar por haber tenido un hijo. Lo que me hace sentir a gusto es un

109
traje de chaqueta, de falda o pantalón; una blusa bonita y un abrigo ligero
encima, o una gabardina, que también queda bien, zapatos de medio tacón,
a veces tacón alto. Nadie me lo pide, si fuese así, podría protestar. Soy yo la
que me lo exijo.
Estoy con sueño todo el día y todos los días. Mi hijo Borja tiene
ocho meses, se despierta alrededor de las siete todos los días, sábado y
domingo incluidos. Ahí está, como un clavo, empieza a gorjear, a veces
llora. Me levanto, le cambio, le doy un biberón y se vuelve a dormir. Pero
yo ya no cojo el sueño. Mi marido, sin inmutarse. Y yo me veo los fines de
semana siguiendo el ritmo del niño: el sueño de media mañana, la siesta, a
dormir pronto por la noche, por ver si recupero las horas que no he
dormido durante la semana.

La madre de Borja está en la fase del primer año de su niño, en la que cada día
cuenta las horas que ha dormido, y a continuación se horroriza porque no puede
entender cómo se sostiene en pie.

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45. ¿Cómo enfocar la llegada de un niño para que
la mujer no se sienta desbordada?
Un hijo revoluciona la vida de una pareja. Está cantado. Aparece un nuevo ser
en el universo ocupado hasta ahora por dos; requiere unos cuidados y una atención
importantes, hasta que su integración en la familia es asimilada con naturalidad.
No es raro que el desequilibrio que produce su llegada se trate de encajar
acomodándose a la dictadura del bebé.
Puede sonar un poco duro, pero un niño recién nacido es como un dictador que
dice: “Aquí estoy yo, necesito que me atendáis, que estéis atentos a mis lloros, que
adivinéis qué me pasa si no duermo y que sepáis cuándo estoy sucio para
cambiarme”.
Querido niño, al que en ocasiones su madre ve como un tirano. Ella se siente al
retortero de ese pequeñín que la trae de cabeza.
Y está todo lo demás. Está su trabajo, la casa, su marido, la peluquería de la que
pasa desde hace tres semanas. Se siente agobiada; no abarca todo; el cansancio la puede.
De aquella mujer que arremetía con todo lo que se le pusiera por delante... queda poco.
La madre de Borja ha entrado al trapo de intentar acomodarse a lo que su hijo
demanda sin tregua: atención. Ella ha dicho “sí” a lo que, en principio, parecía más
cómodo, más inmediato; no se ha planteado decir “no” y poner unos límites
convenientes para el niño, y necesarios para ella.
En el crecimiento personal que se ha operado en muchas mujeres, se incluye un
añadido de sentirse, en algún momento, casi omnipotente. Puede ser una fantasía
excitante creer que se puede llegar a todo sin pagar un precio muy alto. No es así, se
encuentra después con la factura del profundo cansancio, y una inquietud acerca de si lo
está haciendo bien como madre.
Hay que poner los pies en el suelo, renunciar a la ilusión infundada de que todo
es abarcable; y con humildad analizar cómo se pueden compaginar los distintos frentes
que la familia tiene, para dar a cada uno su lugar y tiempo adecuados. Partiendo de que
la tarea se lleva entre dos: ella y él.
Si la madre de Borja está tan cansada como manifiesta, es entendible que esté
dispuesta a acoplarse al ritmo que marca el niño para descansar algo y sobrevivir.
No es capaz de decir “no” y buscar otra solución. Queda claro que lo primero
que ha de hacer es conseguir dormir y descansar.
Ahí aparece el padre de Borja en todo su esplendor. Durante unos días,
pongamos cuatro, la madre debe irse a dormir a otra habitación y dejar que sea él quien
se ocupe de atender al hijo por la noche. Si el padre sabe que su hijo depende de él en

111
ese espacio de tiempo, claro está que se va a despertar y le va a atender.
Una vez recuperada la madre de su cansancio, la pareja tiene que analizar la
situación y repartirse los quehaceres, de manera que puedan controlar lo que tienen
entre manos. Que la situación no les desborde, porque de lo contrario se van a sentir
empujados a reaccionar de forma poco acertada. Desde una mayor serenidad, las
intervenciones serán más atinadas.
Y sabrán, con mayor acierto, decir “no” cuando haga falta.

ADELA

Tenemos dos hijos, un niño de 12 años y la mayor, Adela, de 15. Al


principio de mi matrimonio dejé de trabajar, porque la niña llegó enseguida.
Después, el niño, y, cuando ya tenía 4 años, decidí que quería volver a
trabajar.
Yo había sido secretaria y tuve que ponerme al día. Hace ya siete
años que trabajo y estoy contenta, tengo un jefe muy considerado y nos
entendemos bien.
En su momento tuvimos que reorganizar todo. Tengo una señora que
viene tres horas, dos días en semana. Los niños comen en el colegio y mi
marido echa una mano de vez en cuando.
El problema es con Adela. Desde hace cosa de un año está imposible.
Arremete contra mí en cuanto puede. Sin compasión. Me saca todas las
faltas y se fija en cualquier detalle para meterse conmigo.
Por la tarde, yo llego algo más tarde que los chicos, y dos días en
semana voy a yoga: me sienta muy bien, me afloja, me descansa. Muchos
días, cuando vuelvo a casa, la niña está hablando por teléfono. Cuando veo
que sigue un rato más, le hago una señal para que corte ya. Son
conversaciones con sus amigas, y no dicen nada que no se puedan contar al
día siguiente.
Cuando al fin cuelga, se pone como una fiera conmigo: "Nada más
entrar, ya estás mondando. Es que la tienes cogido conmigo. Ya no puedo ni
hablar por teléfono. Además, mucho yoga, pero estás atacada de los nervios,
estás histérica. Ya está bien de que tenga que estar estudiando todos los días,
que ponga la mesa, que cuide de mi hermano. A ver si tú vienes antes a casa".
Todo esto, con voces, de mala manera. El niño aparece en la sala
preguntando qué pasa. Me siento maltratada; a veces me da miedo volver a
casa y ver qué me encuentro.
Y otra cosa, cuando me ve salir, me dice a veces: "Mamá, ya está bien,

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que esos pantalones no son para ti, quieres ir de jovencita y se te nota la edad.
Cuando vayas a mi colegio, ponte algo más normalito, que me da apuro que te
vean así".
Y qué le digo. A mí me parece que voy normal. Yo veo otras señoras
que van más o menos como yo. No voy provocando. Me cuido, eso sí, me
gusta estar al día y con buen aspecto.
Me duele mucho escucharla, pero no le respondo con argumentos.
Lo comento con mi marido y él me dice que son cosas de la edad. Mis
amigas me dicen que a ellas les pasa lo mismo. Yo sigo muy preocupada.
Tanto, que he empezado a ir a un psicólogo a ver si me dice algo para poder
taparle la boca a mi hija.

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46. ¿Sabe resistir la mujer las etapas de su hijo?
La madre de Adela no sabe dónde colocarse. Tiene visos de lo que podemos
llamar superwoman, pero al mismo tiempo recibe los ataques de su hija. Se tambalea.
Ella había estado segura, hasta ahora, de que estaba llevando bien su vida y la de su
familia. Pero los comentarios de la niña le duelen mucho. Al fin y al cabo, es como si le
dijera: “Mucho hacer por aquí y por allí, pero no eres buena madre”. Ésa es la lectura
que hace la madre.
Convendrá que reflexione sobre todo ello, y vea en qué puntos ha de decir “no” a
su hija. El primer punto acerca del que debe preguntarse la madre de Adela es el referido
a sus actividades. ¿Se siente encajada en lo que hace, sabiendo que atiende
suficientemente bien a su familia?
Si la madre de Adela está bastante tranquila en cuanto a la respuesta que ella
misma se dé, tendrá que enfocar su atención en la niña. Es cierto que la edad que tiene
condiciona en gran medida su comportamiento. También lo es que las adolescentes, en
general, pasan por una etapa de enfrentamiento duro con la madre. Ésta comenta, a
veces, que parece que su hija le tiene rabia.
Es así. La chica que crece necesita chocar con la madre, ver los resquicios de su
persona por los que la puede atacar. Es como si se estableciera un mirarse frente a frente
de dos mujeres. La menor en edad, la hija, utiliza a su madre como si fuese un saco de
arena, en el que desarrollar su propia musculatura.
Es muy duro para la madre. Sentirse observada con desaprobación, golpeada
verbalmente. Menos mal que esa etapa suele durar aproximadamente un año, en
bastantes casos.
Si queremos buscarle el lado aprovechable, se puede considerar que en ese
tiempo la madre podrá contemplar con más atención cómo ha organizado su vida de
múltiples tareas, y tal vez debe recortar algún rato de su tiempo para estar más presente
en la vida de sus hijos.
Después del ataque inmisericorde de la hija de Adela, ésta deberá afirmar, “no”
explicar, que ella sabe lo que se pone, en cuanto a su aspecto, y que “no” va a declinar
su derecho a hacerlo, aunque la niña afirme que se avergüenza de ella. Suavemente,
claramente. El argumento no hay por qué repetirlo muchas veces; “no” hay que
desgastar las explicaciones.
Aunque Adela ponga mala cara, se vaya a su habitación y cierre de un portazo, es
casi seguro que, después del enfado, la respuesta de su madre la deje más relajada. Es
normal: a los 15 años, por más que el enfado sea notorio y alborotado, la adolescente se
siente contenida y protegida por la madre que resiste.
El ataque de los hijos, en diferentes etapas de su desarrollo, es una asignatura
por la que hay que pasar y hay que aprobar, que digerir. Conviene recordar la figura del

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rompeolas para entender las acusaciones de Adela. Ahí debe estar su madre para
remansar las aguas desbocadas y revueltas de la hija.

ALBERTO

Tenemos un hijo, Alberto, de 13 años. Ha crecido con algunos


problemas. De pequeño faltaba mucho a la guardería y después al colegio.
Constipados, caídas, alguna brecha; se rompió una pierna con 8 años;
siempre nos tenía pendientes de él. Cada vez que me llamaban del colegio
me temía algo.
Como estudiante ha sido bastante bueno. Digo "ha sido" porque este
curso no sé qué le pasa que anda vagueando y le quedan muchas
asignaturas en los controles. Estoy preocupada, mi marido también y no
digamos mis suegros.
Siempre han estado muy pendientes del niño. Fue su primer nieto;
cada vez que tenía que llamarles para decirles que estaba en la cama con
fiebre, o que le habían dado dos puntos en la frente, se me hacía cuesta
arriba. Como si yo tuviera la culpa.
Yo soy economista, mi marido también; nos conocimos en la empresa
en la que trabajábamos. Él, después de casarnos, se cambió a otra sociedad.
Los dos somos bastante racionales. Nos casamos teniendo ya un piso en
propiedad. Nos faltaba un año para acabar de pagarlo. Quisimos hacerlo
así porque no queríamos empezar nuestra vida en común teniendo todo por
poner.
Algunos amigos nos dicen que somos muy cerebrales. Con nuestro
hijo también lo planificamos, quisimos que me quedara embarazada y a los
tres meses ya estaba esperando. Pude tener casi seis meses para atender al
niño después del parto. Me lo organicé bien. Siempre he estado convencida
de que hacíamos todo con cabeza. Cuando fue necesario, cogimos una chica
que estuvo en casa hasta que Alberto cumplió los 2 años.
Después la guardería y el colegio, con todos los incidentes que nos
han tenido un poco inquietos. Después se ha ido estabilizando, llevamos
más de un año sin ir a urgencias, menos mal.
Pero ahora ha bajado mucho en su rendimiento. También se ha
hecho mucho más arisco; él, que ha sido siempre muy cariñoso. Después del
colegio va a inglés; vuelve a casa y está solo durante una hora. Siempre le
ha gustado el ordenador, pero ahora es ya exagerado. Siempre está allí
delante, con juegos, mensajes, buscando algo. Me cuesta decirlo pero es
como si se hubiera vuelto adicto.

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Cuando llego y veo que no está estudiando, me empiezo a poner
nerviosa. Le digo que no puede ser, que tiene que recuperar las asignaturas
suspendidas; enseguida me tapa la boca diciendo que ha tenido que dejarlo
porque no entendía un problema.
La lectura que yo hago es: "Si hubieras venido antes, me habrías
ayudado".
Yo puedo ayudarle en matemáticas, también en el resto de las
materias; lo he hecho con frecuencia, aunque tampoco lo ha necesitado
mucho, pero ahora se ha vuelto una cantinela: "Es que no sabía seguir y
como no llegabas...".
Me está pasando ahora lo que nunca, me siento mal por estar tan
ocupada. Hace tiempo, cuando se empezó a hablar de la superwoman, yo,
internamente, me sentía incluida en el grupo. Ahora, desde hace dos meses,
parece que se desmoronan los cimientos, me pregunto en qué estamos
fallando, de dónde puedo recortar para estar más tiempo con Alberto.
Aunque no sé si esto serviría de algo, porque cuando estamos con él,
su padre y yo, muchas veces se encierra en su habitación y habla muy poco.
Tengo la sensación de que quiere que estemos por aquí, a su disposición;
pero de hablar, poco.

La madre de Alberto expone varios puntos de atención que vamos a analizar: en


primer lugar, se siente acusada por su hijo, porque le dice que no ha podido seguir
estudiando al no estar ella allí. Le faltaba la ayuda de mamá.
Ella le puede contestar que “no”, que ese argumento no cuela. Podía haber
continuado con otras asignaturas, el dibujo que tiene pendiente, otro problema de
matemáticas. Se le debe decir cariñosamente, pero con firmeza. Está claro, el chico se
defiende de la acusación de que no estudia, atacando. Y, además, su ataque se acusa. No
hay duda, los hijos intuyen dónde duele. Los padres han de tener resistencia.
En segundo lugar, conviene atender al dato del uso continuo del ordenador. Es un
producto realmente importante, definitivo en la actualidad, pero puede convertirse en una
trampa. Los niños actuales empiezan a edades muy tempranas, exploran sus
posibilidades, aprenden y van entrando, a veces, en un ensimismamiento que les aleja de
la realidad. El ordenador se convierte, parece, en un ser vivo, que les atrae, les alimenta,
les aísla y les consume el tiempo.
Algunas madres, con su tiempo muy cubierto por actividades, argumentan: “Mi
hijo es bastante tímido y chateando se comunica con otros chicos, algo es algo. Mejor
que esté ahí que no en la calle”. Puede estar acertada, pero tal vez ese tipo de relación
que se establece pueda sustituir a la auténtica comunicación, que incluye hablar, mirarse,
observarse en persona. En cuanto al uso del ordenador, los padres tendrán que saber

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decir “no” cuando lo crean oportuno.
Bastantes mujeres de las que pudiéramos incluir en el apartado de las
superwoman sienten, de vez en cuando, el aguijón de la culpa. Se organizan, calculan el
tiempo, atienden todos los frentes; pero cuando surge algún problema con los hijos, se
preguntan si merece la pena seguir así, o es mejor bajar el ritmo. Periódicamente se les
pasa por la mente la idea de abandonar y no empecinarse en estar continuamente en la
cumbre.

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47. ¿Percibe la mujer muy ocupada los cambios de
su hijo según va creciendo?
Estas mujeres se permiten decir con sus amigas, en tono lloriqueante y en broma:
“Quiero volver a casa”. Alguna lo hará; otras se replantean el reparto de su tiempo, la
dedicación a su trabajo, al cuidado de su persona; y encuentran la forma de encajar las
diferentes piezas del puzzle para que el recuadro destinado a hijos tenga las dimensiones
que necesita.
Algo que deben tener muy en cuenta: que el sentimiento de culpa no les detenga
si creen que han de decir “no” a sus hijos.
En tercer lugar: la madre de Alberto está preocupada por las espantadas del chico.
Se mete en su cuarto, se aísla, no habla. Se pregunta qué es lo que están haciendo mal.
Es acertado tener dudas razonables acerca de cómo se puede hacer mejor; pero no hay
que perder de vista los cambios que se van operando dentro de la familia y, sobre todo,
en el apartado “hijo”.
Es que antes no era así. Claro, antes era un niño, ahora tiene 13 años, está en
plena pubertad, a las puertas de la adolescencia. Se están registrando en su cuerpo una
serie de cambios hormonales y de apetencias antes no contempladas, que están
interfiriendo en su comportamiento.
Parece enfurruñado con la vida y con su cuerpo. Va cambiando, tal vez está más
grueso de lo que él quisiera, pero al mismo tiempo tiene un hambre desaforada; su voz es
insegura; se vuelve especialmente patoso; su higiene deja mucho que desear; no
encuentra su lugar en su entorno.
Es esforzado, pero hay que estar al tanto de todo esto. No significa que su
comportamiento, entendible, sea un salvoconducto para admitir conductas disparatadas,
malos modos en el hablar, abstención de su colaboración en las tareas domésticas.
Una cosa es entender y otra transigir. Cuando haya que decir “no” habrá que
hacerlo. Resistiendo.

FRASES A RECORDAR
– Muchas mujeres que pueden ser consideradas superwoman sienten alguna
culpabilidad respecto a la crianza de sus hijos.
– Estas mujeres deberán renunciar a la fantasía de sentirse omnipotentes y replantear
la marcha de su hogar consiguiendo la participación de su pareja en las labores
domésticas.

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– Que una madre lleve adelante diversas actividades no significa que deba sucumbir a
demandas desacertadas del hijo, siempre que esa mujer haya organizado su vida
con fundamento.
– Una mujer que compagina sus tareas familiares, personales y profesionales sin
perder el compás, como parte de su respeto a sí misma, aporta incentivos a su hijo
para ir abarcando lo que la vida ofrece. Con esfuerzo, eso sí.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN
Si te consideras superwoman, aunque sea un poquito, ¿en qué sector de tus
actividades crees que debes cambiar algo?
Si tu mujer puede estar incluida en el grupo de las superwoman, ¿en qué crees que
debería cambiar? Apúntalo, no se lo digas. Tenlo en cuenta para facilitarle el
cambio.

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Padres ricos, padres pobres

Diferenciar entre padres ricos y padres pobres supone evaluar su capacidad


económica. Habrá que comparar. Padre rico, ¿comparado con quién? Padre pobre, ¿a
partir de qué renta se ha de considerar así? No vamos a entrar en eso. Que cada uno
aplique su medida.

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48. ¿Quiénes educan mejor, los padres ricos o los
padres pobres?
Lo que queremos percibir es si los padres ricos saben educar mejor a la hora de
decir “no” a sus hijos; o si los padres pobres se ven más acuciados por sus necesidades,
y el “no” les surge con más facilidad porque a la fuerza ahorcan.
Está comprobado que no existen conclusiones generalizadas. Cada familia,
independientemente del estado de su bolsillo, es un mundo distinto.
Los padres quieren lo mejor para sus hijos. ¿Quién decide qué es lo mejor? Ellos,
los padres. Y no tiene por qué ser una decisión única; en muchas ocasiones padre y
madre opinan distinto.
Una madre que tiene su dinero contado para llegar a fin de mes tal vez diga “no”
a su hijo sin titubeos, porque de donde no hay, no se puede sacar.
Un padre rico tiene más facilidades para decir “sí” a las peticiones de su hijo;
esto se puede convertir en un arma de doble filo. Por lo menos, tendrá que dedicar más
tiempo para distinguir entre si es conveniente admitir lo que el chico demanda, o si hay
que decir “no”.
Podemos sacar la conclusión, provisionalmente, de que los padres ricos tienen
más dificultad para negarse a las peticiones de su hijo, frente a los padres pobres, que, en
muchas ocasiones, no tienen más remedio. Los ricos tienen que calibrar más.

LUIS MIGUEL

Mi marido está convencido de que es lo más acertado. Que nuestro


hijo vaya a Estados Unidos un año para que venga hablando inglés y que se
centre un poco; últimamente anda muy despistado con los estudios.
En realidad ha sido el chico, Luismi, el que ha venido con la idea y
unos folletos que han repartido en el colegio, con información. Cuando
vino el niño y lo dijo, a mí me pareció que todavía es pequeño, tiene 11
años. Pero mi marido acogió la idea con mejor talante. Él, en su negocio,
tiene un empleado que ha mandado a su hijo de 16 años a Inglaterra y que
está muy contento.
Este empleado es licenciado en Derecho; mi marido no tiene
titulación y yo creo que a veces le tiene en más consideración de la que en
realidad merece.
Pienso que mi hijo es todavía pequeño para pasarse allí siete meses

121
sin nuestra compañía. Porque se trata de un colegio interno, donde tienen
otras actividades además de estudiar: montar a caballo, jugar al tenis,
aprender a esquiar. Me preocupa porque Luismi es muy joven y ese estilo de
colegio creo que se va de nuestras posibilidades.
No lo digo por el dinero, sino porque puede acostumbrarse a ese
estilo de vida y creer que eso va a ser lo normal al volver con nosotros. Y no
es así, por el momento.
Me pregunto si seré una madre muy protectora y por eso me da
miedo que mi hijo se vaya tan lejos. O si tengo que hablar con mi marido
seriamente y que digamos "no" a Luismi. Dentro de cinco años tal vez esté
bien.
Tenemos también una niña de 9 años. Yo dejé de trabajar cuando ella
nació. Soy maestra y a veces me gustaría volver, pero se me ha pasado el
tiempo.
Además, tenemos compromisos sociales, y creo que debo dedicar
tiempo a dejar bien a mi marido.

Los padres de Luismi tienen un nivel económico medio alto. Poseen un piso
amplio en una buena zona de la ciudad, dos coches, una casa en la playa, una persona de
servicio interna e inversiones varias en negocios inmobiliarios.
El padre comenzó a trabajar desde una posición modesta, ha trabajado mucho y
está muy satisfecho de lo que ha conseguido. Quiere que su hijo siga su línea de
ascenso y piensa para él en una carrera de medicina o ingeniería.
La madre de Luismi tiene labor por delante. Está acertada cuando piensa que su
hijo es demasiado niño para estar varios meses en un colegio estadounidense. La
distancia también cuenta.
Tampoco sería acertado que se fuera a Inglaterra a un internado, pero no es lo
mismo estar a dos horas de vuelo que a siete u ocho. La sensación de estar como
suspendido en un entorno desconocido, sin tener cerca la protección de los padres, no es
aconsejable. Ese chico está muy tierno, todavía.
El padre, por su parte, está esperando que Luismi tenga un porvenir brillante, que
sea médico o ingeniero. Que continúe su camino de éxito económico, pero avalado por
un título académico. Bien está, pero no conviene predeterminar tanto a un hijo, ni
acelerar el proceso de aprendizaje; necesita todavía que le lleven de la mano.
También pesa en la opinión del padre, en cuanto a decir sí al chico respecto al
viaje, el hecho de que el licenciado en Derecho que trabaja para él tiene a su hijo
estudiando en el extranjero. Él también puede. Claro que puede, pero no debe.
La madre de Luismi tendrá que utilizar todos estos argumentos de forma tal que
no cuestione las razones de su marido desde un punto de vista crítico y devaluante.

122
Convendrá que la reflexión discurra por el reconocimiento al hombre que ha
sabido conseguir un estatus económico importante para su familia, gracias a su sensatez y
saber hacer.
Y juntos, padre y madre de Luismi, haciendo funcionar su buen sentido común,
podrán llegar a la conclusión de decir “no” al chico en cuanto a estudiar fuera. Por el
momento.

CARMEN

Mi madre, mis hermanos, todos están asombrados porque le he dicho


"no" a mi hija. "No" le compro un coche cuando cumpla 18 años. Es la
mayor, tenemos dos hijos más, de 12 y 9 años. Mi mujer también está
extrañada. Nuestra situación económica y social ha sido siempre buena.
Ahora toda la familia me está llamando tacaño, por negarme a comprarle
un coche a mi hija Carmen.
¿Una amplia disponibilidad económica puede resultar un obstáculo
para educar?
Estudié en buenos colegios, caros por lo menos. Hice Empresariales
porque tenía que encargarme de la empresa que mi padre dejó, heredada de
mi abuelo.
Cuando mi padre murió, yo tenía 18 años. Me dejó descolocado. Al
cabo de unos meses, caí en una depresión que me tuvo más de un año sin
hacer nada.
Era terrible el desánimo que tenía, ninguna ilusión, comía para
sobrevivir, estaba casi siempre en la cama.
Vi a varios psiquiatras, y con el que seguí me mandó unos fármacos y
una psicoterapia.
Fui saliendo de aquel pozo y el psicólogo me fue descubriendo
algunas cosas. Estaba furioso, parecía, con mi padre por haberme
abandonado en esos momentos en los que yo lo necesitaba para hacerme
hombre. Había más cosas, claro.
Estudié después. Acabé la carrera bastante bien, me incorporé a
nuestra empresa y aquí estoy. Hay otra etapa definitiva en mi vida, y fue
después de nacer mi hijo pequeño, que tiene ahora 9 años. Me repitió la
depresión.
Había pasado tanto tiempo desde la primera vez que me parecía que
estaba vacunado. Pasé once meses muy mal. Me mantuve en el trabajo,
pero me costaba muchísimo levantarme por las mañanas, como pegado a la

123
cama, no me concentraba. Volví al psiquiatra y a otro psicólogo. El que vi
hace años había muerto.
Fui saliendo a flote otra vez, y con este hombre fui cambiando mis
puntos de vista sobre la vida. Estuve yendo tres años a su consulta, un día
en semana; al principio, dos.
De lo que fui cambiando durante la terapia surge el "no" que le he
dicho a mi hija en cuanto a no comprarle el coche.
No me voy a alegrar de haber pasado dos depresiones, pero estar en
el pozo te hace valorar aspectos de la vida que antes no tenía en cuenta.
Yo vivía muy bien, si me veía desde fuera. Pero notaba que ni el
dinero ni la posición que tenía me daban tranquilidad. Cuando empecé a
tomarme en serio mi trabajo, a esforzarme por hacerlo bien, empecé a
cambiar. Empecé a sentirme más contento, a valorar cosas intrascendentes
que antes ni veía.
Mi mujer, durante mi segunda depresión, estaba muy preocupada:
"No des tantas vueltas a las cosas, lo tienes todo, disfruta, ¿quieres que
hagamos un viaje?". Me decía todo lo que ella creía que me iba a animar,
pero los que no han pasado por ello no lo pueden entender.
No quise que mis hijos tuvieran las cosas tan fáciles como yo las
tuve. Pienso que a mí me vino mal la educación que tuve. Con mi mujer he
tenido muchos disgustos porque ella es una blanda; es buena persona y
tiene muchísimas cualidades, pero educar no es lo suyo.
He dicho "no" muchas veces, pero lo de Carmen, mi hija, ha
asombrado a toda mi familia. Me dicen que va a ir a la universidad y
necesita un coche. ¿Es que no van otros chicos en tren o en autobús?
Quiero que sepa cómo vive la mayoría de la gente.

El padre de Carmen está muy seguro de lo que quiere hacer. Está convencido de
lo que conviene a su hija. Va a defender su “no” ante su familia; esto abarca bastante
más de lo que tiene que ver, últimamente, con el dichoso coche.
Por lo que dice, las dos etapas de psicoterapia que siguió evidenciaron que,
internamente, él sentía una serie de inquietudes que no había canalizado antes. Parece
que ahora vive más a gusto.
Una última cosa. El padre de Carmen tiene por delante mucho por batallar para
conseguir que su mujer cambie algo. Cambiar de arriba abajo no es posible.
Que su mujer evolucione para que sienta la importancia que supone tener tres
hijos a quienes educar puede parecer un peso; pero se puede llevar acompañado de
alegría si se puede desembarazar uno de la superficialidad con que muchas veces
funcionamos.

124
ALICIA

Estoy muy orgullosa de lo que estamos consiguiendo. Mi hija de 7


años es muy espabilada. Aprende bien, me lo dice la profesora; quisiera que
estudiase una carrera. Bueno, mi marido y yo estamos trabajando para eso.
¿Las limitaciones que los padres tuvieron en su desarrollo condicionan
su forma de educar?
Tengo que aclarar que yo empecé a trabajar a los 12 años, cuidando
niños en el pueblo. No tengo un mal recuerdo, pero me vi obligada a dejar
de estudiar. A mí me gustaba estudiar, aunque la gente diga que a nadie le
gusta. En la escuela les dijeron a mis padres que yo valía; pero en casa
había necesidad y lo dejé.
Me quedé con la sensación de que había dejado las cosas a la mitad,
y cuando pude, a los 24 años ya, hice varios cursos de formación de adultos,
por las noches; me saqué el graduado escolar y me manejo bastante bien.
Tengo mi culturilla.
Me casé con 34 años, y los dos queríamos tener un hijo lo antes
posible. Llegó el niño, que ahora tiene 10 años, y después Alicia. No es que
tenga preferencia por la niña, les quiero a los dos por igual; pero la niña
parece más inteligente, empezó a hablar enseguida, llamaba la atención en el
parque de lo espabilada que era.
A mí me parece que es como si me viera yo en la niña, y quiero que
haga lo que yo no pude hacer. Hace ballet dos días en semana; uno va a
informática, y ha empezado también en un coro, porque parece que vale.
Mi marido está de acuerdo en todo, pero soy yo la que está más
entusiasmada.
Cuando Alicia cumplió los 2 años volví a buscar trabajo como
asistenta. Tengo mucha experiencia, se me da bien la cocina y he tenido
buenas casas. Ahora, de lunes a viernes, voy a dos sitios por las mañanas;
para la hora de comer ya vuelvo. Me saco un dinero, que es necesario si
queremos que los chicos estudien. Por la tarde llevo a la niña al colegio, y
también a las clases que tiene después.
En ballet y en el coro me quedo esperando y así la veo. Lo paso muy
bien; es tan rica y tiene tanta gracia...
Su padre me dice que no sabe si la niña hace tantas cosas porque
quiere, o porque quiero yo. Pero ella va contenta y cuanto más aprenda,
mejor.

125
Ya sé que es muy pequeña, pero tiene ilusión por aprender. Es a ella a
quien se le ocurren, a veces, cosas que podría hacer.

En ocasiones los hijos, por responder a las expectativas de los padres, se


adelantan a hacer algo que, tal vez, ellos no hubieran elegido. La madre de Alicia tendrá
que tranquilizarse un poco; descender de ese entusiasmo desbordante que tiene con su
niña, y pensar en si lo que a ella le alegra tanto es conveniente para su hija.
Es fácil confundir lo que uno desea mucho con lo que conviene hacer.
La historia de la madre de Alicia se da con cierta frecuencia en mujeres que
rondan los cincuenta años.
Vivieron su infancia en un ambiente de penurias, y tuvieron que dejar sus estudios
siendo unas niñas.
Algunas lo admitieron sin más trascendencia; otras, como la madre de Alicia,
quedaron deseosas de recuperar el aprendizaje del que se las privó. En ocasiones,
proyectan sobre sus hijos lo que ellas no pudieron hacer, y pugnan porque ellos
aprendan lo que a ellas les fue vedado.
La madre de Alicia parece propiciar que la niña se entusiasme con actividades
que le gustan a la mamá. Tendría que reconsiderar si la están cargando con un número
excesivo de actividades. Claro que la niña parece que entra a todo, incluso ella dice qué
le gustaría hacer. Ahí deben estar los padres, para decir “no” si creen que es excesivo el
tiempo que la niña se pasa aprendiendo. Y plantearse por qué Alicia renuncia a jugar para
estar yendo a clases de diferentes estilos. Tal vez influye el que la niña sepa que así su
mamá estará más contenta con ella.
Una niña de 7 años ha de tener tiempo para jugar. Obligatorio. Tiempo para
estar con otros niños. No es lo mismo verse con los niños de las clases, que estar con
quienes ella elige para compartir sus juegos. Los padres han de encargarse de decir “no”
a algunas de las propuestas de la niña; y la madre tendrá que abstenerse de dar algunas
ideas.
Hay que tener cuidado con el espejismo de que un hijo pueda llegar a ser un
genio o un artista. No se le debe suprimir la infancia, ni las siguientes etapas de su
crecimiento. Fomentar que el niño vaya desarrollando sus capacidades, sí; pero no
conviene quemar etapas.

ANDRÉS

Nuestra familia es de clase media normal. Trabajamos los dos;


tenemos tres hijos. El mayor, Andrés, de 14 años, y dos niñas de 10 y de 6.
¿Desear ascender de clase social requiere un tacto especial por parte de

126
los padres en lo que proyectan para el hijo?
Mi casa es mejor que la que tuvieron mis padres; es lógico que
intentemos mejorar nuestro nivel de vida. Mi mujer es funcionaria, yo soy
jefe de ventas en una pequeña empresa.
Las niñas son todavía pequeñas, no dan problemas. Con el chico
estamos más preocupados, sobre todo en la última temporada. Va a un
buen colegio, es un alumno que pasa los cursos en junio, y estamos
contentos con eso.
Últimamente, en su pandilla han puesto de moda hacer fiestecitas en
las casas. Algo parecido a lo que fueron nuestros guateques. Él ha ido ya a
tres en lo que va de curso, y ha venido diciendo que eran unas casas
estupendas; que en una tenían una sala con billar; en otra, piscina
climatizada.
Un comentario normal, pero su madre y yo nos sentimos
comparados, y no nos gusta.
Hace dos semanas, él quiso organizar una fiesta en nuestra casa. No
es muy grande, pero retirando algunos muebles quedaba bastante espacio
por si querían bailar. Andrés nos indicó qué teníamos que poner para que
picaran; bebida también, sin alcohol, claro.
Así, como de pasada, nos dijo que sería mejor que nosotros nos
fuéramos, porque si no los chicos iban a estar cortados. Que en casa de sus
amigos habían hecho lo mismo.
A mí no me gustó la idea y a mi mujer tampoco. Pero nos daba no sé
qué llamar a casa de alguno y hablar con su madre. Nosotros no conocemos
a esas familias. Al final él parecía tan convencido que pensé que debíamos
ser comprensivos y no poner pegas.
Nos fuimos con las niñas al cine y él se quedó para recibir al grupo.
Cuando volvimos, hacia las once de la noche, todavía estaban allí. Vimos a
dos parejas en el sofá, en plan bastante cariñoso, y había un chico bebido.
Todos unos niñatos, claro. Andrés, al vernos, se quedó cortadísimo. No se
debió dar cuenta de la hora que era.
En cuanto llegamos, los chicos se fueron. Nos sentamos a hablar con
él. Notamos que él también había bebido alcohol. Vimos que también
estaban los ceniceros llenos. Su madre estaba desencajada. Le decía que
cómo nos había hecho eso con la confianza que teníamos en él. Que si
también en las otras fiestas habían bebido.
Nos dijo que no habían tomado alcohol en casa de los otros chicos.
Seguimos preguntándole, se puso casi a llorar, y nos dijo que había sido él
el que había traído una botella de whisky y otra de ginebra. Se lo dijo a la

127
pandilla para que se animaran a venir.
Cuando oímos esto, nos quedamos callados. Lo que se podía deducir
era muy preocupante. Mi mujer empezó a preguntarle con qué dinero había
comprado el alcohol, dónde lo había comprado, quién lo había hecho por
él, porque a críos como ellos no se lo venden. Había sido un hermano
mayor de uno de sus amigos.
Nos enfadamos mucho; le hemos dejado un mes sin salir y sin ver la
televisión. No quisimos hablar en ese momento de los chicos que habían
estado con él; tampoco podemos alejarle de su grupo, de los chicos que
están con él en el colegio.
Estamos muy preocupados. Nos ha cogido de sorpresa.

El padre de Andrés creía que estaban educando bastante bien a su hijo y, de


repente, el susto. Es frecuente cuando los chicos están en edad de cambios importantes.
El padre de Andrés está conmocionado. Su hijo bebiendo alcohol a los 14 años.
Pero... ¿qué habían hecho mal?
No se trata de qué han hecho mal. Será conveniente contemplar cuál es el origen
de la conducta del chico.
En primer lugar, convendrá que los padres se tranquilicen. Lo que ha sucedido
no significa que Andrés vaya a ser un alcohólico. En todo caso, han sabido lo que ha
sucedido; servirá para que hablen razonablemente con él acerca de las consecuencias del
consumo de alcohol de forma prematura.
El chico ha mentido, pero no por eso va a convertirse en un mentiroso
compulsivo. No tratamos de disculpar al chico, sino de contemplar la relatividad de lo
sucedido.
En segundo lugar, hay que darse cuenta de que Andrés está impactado por ciertos
signos del nivel económico de sus amigos. El chico va a un buen colegio, como ha
explicado su padre, y éste desea que tenga una buena formación académica. Pero eso
está significando que Andrés se vea a sí mismo como inferior, en algunos aspectos, a sus
amigos del colegio. Es significativo, cuando explica sus razones para incluir el alcohol,
que diga: “Para que se animasen a venir”. ¿Es que si no añade algún atractivo especial
a su reunión cree que los amigos no van a ir a su casa?
Parece que el chico teme que no le acepten. Lo hace a partir de la observación de
que sus amigos tienen una posición económica superior.
Se puede plantear una pregunta: ¿deben los padres de Andrés cambiarle de
colegio para que el chaval se quede más tranquilo? Es posible que no acertaran en la
elección del colegio cuando el chico comenzó sus estudios, pero ahora, a los 14 años, no
parece conveniente un cambio.

128
Sí es necesario que los padres se conciencien de que su valor como personas es
igual al de los otros padres. La dignidad personal no depende del dinero que se tiene. Y
no deben hacer ningún mérito especial para que los amigos de Andrés accedan a su casa.
En tercer lugar, en la revisión del caso, se aprecia con claridad otro punto en el
que los padres de Andrés debían haber dicho “no”. Ante la petición del hijo de que les
dejen la casa para ellos solos, la respuesta debiera haber sido un suave y firme “no”.
No se trata de imaginar qué van a hacer. Se trata de que son chicos muy jóvenes y allí
hace falta la presencia de un adulto. Aunque esté en otra habitación; aun así se transmite
la sensación de que no se deben dejar arrastrar por el desmadre.
Cuando hablen de nuevo con Andrés deberán transmitirle, con delicadeza, que él
no tiene por qué entrar a ese sutil soborno de ofrecerles alcohol como atractivo para su
fiesta. Que sienta que sus padres le valoran como para que se sienta valioso en sí
mismo. Sin aditamentos alcohólicos.
Parece bastante claro que la disponibilidad económica no debe ser un elemento
definitivo en la vida de nuestros hijos. Hace falta dinero para vivir, claro. Pero, más que
legarles bienes materiales, convendrá transmitirles intereses, valores, que les sirvan para
sentirse a gusto con ellos mismos.

FRASES A RECORDAR
– Padres ricos o padres pobres deben tener suficiente sentido común para ejercer
razonablemente bien como tales, teniendo presente que conlleva ciertas dificultades.
– El padre rico habrá de tener presente que su disponibilidad económica no signifique
un perjuicio en la educación de su hijo.
– Convendrá que el padre pobre no se ciegue a la hora de pretender lo mejor para su
hijo.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN
Evalúa sinceramente tu situación económica.
Piensa, y apunta después los frutos de tu reflexión, acerca de que ni ser rico ni ser
pobre debe condicionar los momentos en que has de decir “no”.

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130
11
El hijo llega a la pubertad

Se habla mucho de la adolescencia, y menos de la pubertad. Las dos son etapas


muy importantes en la vida del hijo. Hasta los 11 años, más o menos, el chico o chica es
bastante predecible. Responde a la evolución normal que se ha visto en él desde
aproximadamente los 8 años.
Podemos hablar de pubertad entre los 12 y los 14 años.

131
49. ¿Hasta qué punto la pubertad del hijo
representa una conmoción para los padres?
Llegar a la pubertad supone un rompimiento con lo anterior. El cuerpo empieza
a cambiar, los chicos empiezan a tener sus primeras eyaculaciones; las chicas comienzan
con la menstruación. Han oído hablar de todo ello; posiblemente sus padres les han
informado; pero estos cambios fisiológicos y emocionales que experimentan, les
conmocionan.
Se tambalean. Tan pronto parecen los niños que eran el año pasado, o muestran
un pudor, un alejamiento, un encerrarse en sí mismos, que alarma a los padres, aunque
estén al corriente del proceso de crecimiento.
Es una etapa de la vida familiar en la que se cuestiona el papel de cada miembro.
Con el niño había que estar al tanto, tener intuición, disposición a manifestar un
cariño cercano y tangible, entender sus mecanismos; el recorrido parecía más previsible.
La pubertad es como un pequeño terremoto. No derrumba a una familia, pero la
bate como en una coctelera. El resultado debería ser la integración de los cambios que
se vayan produciendo.
Si la disposición de los padres es buena, si están en una etapa de su vida
suficientemente equilibrada en lo personal y en pareja, los dos o tres años de la
pubertad pueden constituir un banco de pruebas para ellos, como personas. Tendrán que
movilizar sus capacidades de comprensión, su manejo del “no”, la admisión de algún
“no” por parte del hijo. Se les presenta una etapa que favorece la madurez del adulto,
como consecuencia del crecimiento del hijo.

JOSÉ MARI

En casa estamos como en un tobogán. Mi hijo José Mari tiene 13


años y lleva unos meses que no hay forma de entenderle. Siempre ha sido
muy cariñoso conmigo, pero ahora entra en casa huidizo, sin saludar, sin
darme un beso, y se va a su habitación.
Al principio pensé que le pasaba algo. No sé, algo en el colegio, con
sus amigos. Iba a su habitación y le preguntaba. Nada, no le pasaba nada,
no iba a estar dando explicaciones a cada momento. Si yo intento darle un
beso, me quita la cara. Me quedo de piedra. Sé que a estos años se vuelven
raros, pero no me entra en la cabeza.
Otro día llega y está como antes. Cariñoso, me cuenta todo, se sienta

132
conmigo. Parece que he recobrado a mi hijo. No lo entiendo.
Tenemos otro hijo de 18 años. Tengo que reconocer que con José
Mari me he volcado más. Yo he trabajado siempre y cuando nos casamos
seguí haciéndolo. Al nacer el pequeño conseguí un trabajo de media
jornada y lo compaginé mejor con la casa y los niños.
A José Mari le he bañado yo hasta hace dos años. Ahora, es que no
puedo ni entrar al cuarto de baño a coger algo. Por otro lado, yo creo que a
veces ni se ducha, porque no huele bien. Reconozco que está en una edad
muy ingrata, pero con el mayor no tuve que pasar tanto.
En la última semana le ha dado por comer en su habitación; no sé
cómo convencerle para que espere a comer con todos en la mesa. Él llega
del colegio a la una y media y quiere comer ya. Dice que así luego puede
aprovechar para estudiar. No sé qué decirle.
Otra cosa: desde hace cosa de medio año, se ve mucho con un chico
del barrio que tiene 15 años. No es mucha diferencia de edad, pero no me
gusta. Es muy desenvuelto, va con niñas, fuma, no me parece buena
compañía. No le voy a prohibir que se hablen o se vean en la calle. El caso
es que entre unas cosas y otras últimamente duermo mal. Yo, que antes era
meterme en la cama y hasta el día siguiente.

133
50. ¿Pueden dos hermanos ser muy distintos
habiendo crecido en la misma familia?
Los hijos que una pareja tiene son distintos. Es una obviedad, pero muchos
padres se asombran de las diferencias entre ellos porque, dicen, se han criado en la
misma familia.
No es cierto, no es la misma familia; van cambiando sus miembros y el grupo en
sí mismo, según transcurre el tiempo.
Una madre no es la misma con 25 o con 35 años. Tampoco es igual que el hijo
sea el mayor, el segundo o el pequeño; que hayan cambiado de ciudad o de trabajo; que
haya fallecido un abuelo. No caigamos en la confusión de creer que la familia se
mantiene inalterable a lo largo del tiempo.
Así que la madre de José Mari vivió una realidad distinta con su hijo mayor a la
que está viviendo con el pequeño. Lo que parece claro es que en la actualidad debe
mostrarse menos protectora con el chico de 13 años. “No” necesita, desde hace
bastantes años, que le ayuden a bañarse, y es totalmente comprensible que “no” le guste
que su madre entre en el baño cuando él está. José Mari interpreta la intromisión como
un asalto a su intimidad, ahora que él necesita recogerse para ir integrando el vaivén de
sus cambios.
En cuanto a la limpieza de los chicos en la pubertad hay bastante que decir. El
chico tiene pereza, dejadez, no le importa aparecer un tanto desaliñado. En dos años,
más o menos, eso cambiará. Tal vez la madre llegue a lamentar el gasto de agua, porque
José Mari puede llegar a ducharse hasta dos veces al día, o más.
Convendrá ir dejando que el chaval se vaya moviendo a su aire. Con límites,
claro. Vivir es convivir. Él no está solo en la casa. Aunque a veces pueda parecer un
eremita que quiere retirarse a la montaña, la realidad es que está con sus padres y su
hermano.
La madre, que es quien se ocupa de cómo va la casa, deberá decir “no”. “No” al
mal olor que puede molestar a los otros; “no” a la escasa higiene que dificulta la
convivencia. La libertad de cada uno llega hasta donde empieza la del otro. Vamos, que
libres, libres, no somos nunca, no nos engañemos. Otra cosa es que transitemos por el
camino que va hacia la libertad; pero como utopía que es, no la alcanzaremos nunca.
La madre de José Mari posiblemente se plantee: “Y por ahí fuera, ¿dónde va este
chico, sin cambiarse de camiseta, con esos pelos, el pantalón colgando? Los amigos
no van a querer estar con él, la gente va a pensar que vaya una madre que tiene”. Es
bastante fastidioso; pero ahí, en el exterior, el chico tendrá que ir evaluando si le
compensan las reacciones que él va provocando. Puede resultar didáctico.
En la convivencia, los padres tendrán que ir viendo en qué momento dicen “no”.

134
Como la situación es muy cambiante, ellos tendrán que fluctuar entre varias opciones,
aunque a veces se equivoquen. Lo que no deben hacer es abstenerse ante la posibilidad
de no acertar. El chico, a los 13 o 14 años, ya puede ir admitiendo que sus padres no son
infalibles, y que en la vida es mejor cambiar de dirección que no darse de bruces contra
la pared.
Otro punto que le molesta a la madre de José Mari es la amistad de su hijo con un
chico algo mayor. Es muy normal, en la pubertad, sentirse fascinado por alguien a quien
se admira. Suelen ser personas de su mismo sexo, pero mayores que él. En el caso de
José Mari, ese chico que fuma, que va con chicas, que es mayor, puede ser objeto de su
admiración. Su amistad representa algo valioso para el chaval. Aunque en unos meses,
ese sentimiento se desvanezca y no tenga más trascendencia.
La preocupación de la madre por el acercamiento de su hijo a un chico de 15
años puede representar un sentimiento similar a los celos. Al fin y al cabo es una forma
de despegarse de los padres para acercarse a alguien que tiene visos de adulto, y que le
hace caso como a un igual. O casi.
Observar esta faceta de la situación puede facilitar que los padres admitan que su
hijo está despegando de la infancia.

LOLA

Nunca hubiera imaginado que le iba a producir esa impresión. Lola,


mi hija mayor, que tiene 12 años, se puso a llorar cuando tuvo su primera
menstruación. Yo le había explicado un año antes lo que le iba a pasar, con
todo detalle. Le di también dos libros que me parecieron claros y acertados.
También sé que en el colegio les habían informado sobre todo lo de la
reproducción. Así que me pareció raro verla llorando. Intenté tranquilizarla,
le dije lo que tenía que hacer cada mes. Todo con naturalidad, para nada le
hice ningún comentario en la línea de lo que me dijo mi madre a mí: "Hija,
ahora tienes que tener mucho cuidado con los hombres".
A los dos o tres días me senté con ella a hablar. Le costó un poco
soltarse, pero al final me dijo que le daba pena hacerse mayor, que lo iba a
pasar mal, que ella quería estar siempre con nosotros. Me dijo también que
se había puesto triste cuando yo le dije que ya era una mujer.
No supe qué comentarle, porque cuando yo tenía su edad me pasaba
algo parecido. No se lo dije; le expliqué que ya se acostumbraría, que
también era la señal de que podía tener hijos, y que tal vez estaba algo
decaída porque en esos días una se pone más sensible.
Han pasado seis meses y cada vez que tiene la regla parece que es un

135
castigo para ella. Estoy atenta a cuándo le va a venir, para estar más
habladora con ella, para distraerla. No puedo decir que estoy descuidando a
mi otro hijo, que tiene 8 años; menos mal que ese por lo menos no da
guerra, porque me dedico bastante a estar pendiente de la mayor.

136
51 ¿Cómo facilitar información a un hijo acerca de
temas que los padres no saben manejar?
La madre de Lola está confusa con su hija. Ella es la madre, fue hija única y
vivió en un entorno reducido. No es muy sociable, casi no tiene amigos, alguna conocida
de la escalera, únicamente. Esto contribuye a que lo que sucede con su hija, que es
bastante natural, a ella le preocupe en exceso.
Convendrá que utilice el cariño, el humor y el acogimiento en las conversaciones
que tenga con su hija.
En primer lugar, sería conveniente que le transmita, como mujer que ella también
es, la certeza de que en la vida de toda niña sana llega un día en que tiene la primera
regla. Se inicia una nueva etapa de su vida, llegará la adolescencia, llegará la juventud.
Ese proceso suele conllevar oportunidades nuevas e importantes momentos de alegría:
va a ampliar su círculo de amistades, irá aprendiendo cosas para poder después ejercer
una profesión que le guste, saldrá con chicos, tal vez aparezca un novio...
La madre de Lola, para poder transmitir a su hija ese despliegue de posibilidades
futuras, deberá apelar a sus sentimientos más íntimos en cuanto a las vivencias
satisfactorias que ella misma ha tenido según han ido pasando los años. Queremos creer
que ella ha tenido esas vivencias. Si no es así, tendrá que recurrir a su imaginación para
proyectar lo que a ella le hubiera gustado lograr. Incluso en ese intento es posible que la
madre vislumbre la forma de mejorar su propia situación.
En la pubertad, los chicos tienen tendencia a ver lo que sucede en blanco y negro.
O está muy bien, o es un desastre. De vez en cuando, aprovechando el momento
apropiado, es conveniente transmitirles que en la vida casi nada es cero o diez. Que eso
no quita que existan momentos inolvidables, aunque no sean perfectos. Y que cada
situación, por inconveniente que parezca, puede tener su parte positiva.
Será bueno que le transmita, sin insistir demasiado, que crecer es algo importante
y excitante; se va a ir abriendo ante ella un horizonte de posibles elecciones que darán
sentido a su vida. Y que uno puede equivocarse y luego rectificar, queda tiempo.
Mientras queda, claro.
La madre de Lola, si cree conveniente hacer algo de todo esto, tendrá que ponerlo
en palabras cercanas y adecuadas a una niña de 12 años. Tiene tarea.

YOLANDA

Esta chica nos tiene locos. Tiene 15 años, se llama Yolanda, y es


nuestra única hija. Desde hace casi un año tiene trastornos alimentarios.

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Eso nos ha dicho el psicólogo al que vamos. Mi mujer no cree que sea para
preocuparse tanto, pero a mí me da miedo que se meta en la anorexia o en
la bulimia.
Ha sido una niña normal, ni gorda ni delgada. Hace como dos años
empezó a empapuzarse de dulces, sobre todo bollos. Fue al empezar el
desarrollo. Fue cogiendo peso, comía muy desigualmente; tan pronto comía
con nosotros en la mesa, como nos decía que no tenía hambre y se iba a su
cuarto.
Al principio pensamos que era un cambio normal de la edad y que se
estabilizaría. Nosotros trabajamos fuera, yo no voy a comer a casa; mi
mujer sí, y comen juntas. Aunque me parece que su madre tampoco se
toma muy en serio lo de alimentarse. Le pregunto qué es lo que han
comido, y siempre me habla de ensaladas y de poca comida en serio. Mi
mujer es delgada, no tiene problemas de peso.
Yolanda es algo más fuerte de cintura para abajo que por arriba,
pero no tiene todavía el cuerpo formado. Ella está obsesionada con que los
pantalones le quedan mal. Todos los días está a vueltas con lo mismo. Sin
embargo, sigue comiendo bollos, picando chocolate y galletas sin control
cuando se queda en casa por la tarde.
A veces, después de un fin de semana, decide ponerse a dieta y ahí
está su madre organizándole el régimen y pendiente de la niña. A veces me
ha parecido que se iba al baño a devolver, pero mi mujer dice que estoy
obsesionado, que ella no ha notado nada.
Yo me empeñé en que fuéramos a ver a un psicólogo y mi hija dijo
que sí. Lleva como tres meses y no noto ningún cambio. A veces pienso que
mi mujer tiene razón; yo tengo temporadas en que me obsesiono con las
cosas, pero el psicólogo nos ha dicho que si lo dejamos, podría convertirse
en un problema serio.

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52. ¿Qué hacer con una hija que empieza a
presentar problemas alimentarios?
Nunca como ahora los trastornos alimentarios habían estado tan en primer plano.
Nunca como ahora, en nuestro país, se habían visto tantas jovencitas cercanas a la
obesidad; ni se habían observado tantos casos de anorexia que se pueden intuir bajo la
ropa de las chicas.
No se trata de una epidemia en cuanto a que sea una enfermedad contagiosa. Sí
es cierto que nunca habíamos vivido una preocupación tan grande por la imagen y por las
medidas del cuerpo. Pero hay que afinar más en qué es lo que está sucediendo.
Problemas personales siempre han existido, y han tomado diferentes canales para
manifestarse, dependiendo del entorno social en el que se está viviendo.
Se puede decir que la anorexia y la bulimia, como dos extremos de un
movimiento pendular, son los síntomas de problemas que permanecen enmascarados en
la persona que los padece.
En la actualidad, conflictos que siempre han existido en el entorno familiar toman
la vía de los trastornos alimentarios. No es raro, porque nunca como ahora la moda y
las modelos, los productos adelgazantes, las operaciones de cirugía estética habían tenido
el actual despliegue.
Pero, repetimos, todo eso no es el origen de la anorexia. Todo eso es el carril por
el que están discurriendo algunos problemas de chicas jóvenes, que son bastante más
profundos y que están encubiertos.
Algo importante: en bastantes casos de anorexia, los problemas que encubre
tienen que ver con la madre de la afectada. Atención, no es ella la culpable; pero habría
que investigar cómo es la relación entre madre e hija.
Vamos al caso de Yolanda. Va de esquina a esquina. O se da un atracón, o se
pone a dieta.
Una niña de 15 años es difícil de convencer. Sus padres pueden argumentar que
está creciendo, que todavía no tiene el cuerpo formado, que es posible que en unos
meses su apetito desmedido se normalice, y que para qué va a empezar una dieta si no la
va a seguir.
Todos estos argumentos, casi siempre, están abocados al fracaso. Se utiliza la
lógica y está bien manejarla; pero, en el problema que linda con la bulimia y la anorexia,
nos estamos moviendo en la línea de las emociones. Y ahí no sirven las razones.
Los chicos, a esas edades, son muy variables. Están en una etapa de su vida en la
que dejarse llevar por los estímulos es muy frecuente. El preadolescente puede pasar de
una actividad movida a un estado de casi hibernación, en el que parece que nada le
importa. Parecen tener una cierta madurez, y al momento siguiente son como niños. Se

139
puede entender el vaivén, pero ahí tienen que estar los padres para que “no” se
desborden.
En primer lugar, la madre deberá decir “no” al argumento de Yolanda en cuanto
a que ya ha comido dulces, y que por eso no se sienta a la mesa. No se le va a meter la
comida en la boca, pero sí hacer que se siente a la mesa familiar, y que permanezca allí
hasta que se considere terminada la comida o cena.
No se trata de un gesto de autoridad injustificado. Las comidas principales del
día deben hacerse en familia. Por lo menos una de ellas debe ser comunitaria. Comer es
una actividad necesaria e importante. Que se sienten todos a la mesa es una declaración
de que allí hay un grupo familiar. El tiempo que dura esa reunión representa una
importante oportunidad de encuentro.
Se habla de lo que se ha hecho durante el día; el mal rato que se ha pasado; el
encuentro que se ha tenido. También se nota si alguno, por alguna razón, está callado. Es
importante sentarse juntos a la mesa y hablar. Así que fuera la televisión y el mutismo
hosco y distanciador.
En segundo lugar, conviene no facilitar la ingesta de caprichos que alienten la
desmesura. Si ella los quiere comprar fuera de casa no se le puede impedir. Pero no es
conveniente tener en la despensa alimentos poco saludables.
Es importante mantener la costumbre de preparar comidas sanas. Ahí debe estar
la madre nutricia, que es la primera que da vida. Deberá tener unos conocimientos
elementales acerca de proteínas, hidratos de carbono, grasas, vitaminas, minerales, para
que presente unas comidas apetitosas y sanas. Convendrá evitar, en lo posible, que los
miembros de la familia estén continuamente poniéndose a dieta y abandonándolas.
Comer sano, ese es el lema, a no ser que exista un problema especial, claro.
No estamos proponiendo una forma espartana de alimentarse. Se debe comer
bien y disfrutar de esa actividad que, por otro lado, es obligatoria. Lo que no puede ser
es que se les diga a los hijos que se dejen de tomar tonterías y que el armario esté lleno
de caprichos. Algo de disciplina nos viene bien a todos.
En tercer lugar, la madre de Yolanda deberá tomarse en serio las comidas que
hace su hija a mediodía. “No” a la tentación de caer en “Nos hacemos una ensalada,
total para las dos...”. Su hija está en una edad en la que necesita contemplar la
alimentación con seriedad. Y en primer lugar ha de hacerlo la madre, que es quien
organiza la comida y dispone lo que es conveniente, teniendo en cuenta lo que puso ayer,
y lo que van a tomar en la cena.
Ante las inseguridades propias de la edad de Yolanda, su madre ha de desempeñar
su papel con suficiente seriedad, y sin bajar la guardia.

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FRASES A RECORDAR
– Será conveniente que los padres se dispongan a contemplar e intervenir si es
necesario en los cambios que se van a presentar en su hijo.
– La comprensión de la evolución de su hijo por la edad que tiene no significa
someterse a lo que demande, si no se considera acertado.
– Convendrá que los padres vayan asumiendo que probablemente su hijo no va a ser
como ellos esperaban.
– Los padres han de disponerse a reflexionar acerca de cómo ha de ser la
comunicación con el hijo, que parece difícil de comprender.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN
Piensa y anota qué cambios observas en tu hijo que indiquen su llegada a la
pubertad.
Medita sobre su comportamiento y decide si hay conductas a las que conviene decir
“no”.

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SOS.
¡Aquí está la adolescencia!

La pubertad es el resquebrajamiento de un cierto orden establecido en el grupo


familiar. La adolescencia supone la erupción de un volcán de emociones, discusiones,
dudas y sorpresas. Todo esto es, claro está, en sentido figurado; pero conviene que los
padres del adolescente tengan el cuerpo y la mente dispuestos a aguantar las sacudidas.

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53. ¿Cómo mejorar la comunicación con un hijo
adolescente?
La frase: “Hay poca comunicación” se repite, aplicada a diferentes situaciones.
Se utiliza, en muchas ocasiones, cuando los padres hablan de su hijo adolescente: “No
hay forma de comunicarse con él, no cuenta nada, evita decir con qué amigos va; en
cuanto llega a casa yo le pregunto cómo ha estado en el colegio; lo más que dice es
‘bien’ ”.
Si es el adolescente el que habla de la relación que mantiene con sus padres, la
queja es: “Todo el día están preguntándome, y no tengo nada que decir”. Parece que no
encajan las demandas que hacen los padres con lo que el chico quiere contestar.
Convendría plantearse: las preguntas que hacen los padres ¿son la mejor forma de
acercarse al hijo? Parece que no.
Otra frase que se repite: “Hablando se entiende la gente”. A veces no, porque
cada uno descodifica lo que el otro dice en forma distinta a la intención con que fueron
dichas las palabras.
Puede que la madre pregunte al hijo cuando llega por la noche un cuarto de hora
más tarde de lo habitual: “¿Dónde has estado?” Y que el chico crea entender: “A saber
dónde habrás estado, con quién, acaso has fumado, acaso has bebido”. Los
adolescentes son muy susceptibles; captan entonaciones que, muchas veces, no se
corresponden con lo que han pensado realmente sus padres, pero que ellos traducen
como acusaciones.
Así, se pueden enfadar. Parece como si estuvieran buscando la ocasión de
enfadarse por algo de lo que echan la culpa a los padres. Es muy complicado tener un
adolescente en casa. Muy cansado, también. Pero merece la pena resistir ahí, al pie del
cañón, para sentir cómo crecen, cómo dan el estirón que les convierte en mujeres y
hombres. Resistir para darles el cariño que necesitan; la ternura que parecen rechazar
pero que les emociona; la forma adusta con que quieren atravesar los límites. Después,
con cariño, habrá que decir que “no”. A veces, claro.
Más que intentar establecer comunicación hablando con un hijo adolescente, debe
practicarse la escucha activa. Comunicarse es mucho más que hablar. Está el gesto de
la cara, del cuerpo, el tono de voz, la mirada, el morderse las uñas, el pasar sin saludar;
todo eso puede tener su traducción, y los padres pueden intentar hacerlo; no hace falta
ser especialista.
Hablar con el chico, cuando se vea que es el momento oportuno; o callar,
manteniendo un silencio cercano.
Una buena pregunta para hacer al hijo puede ser: ¿Cómo estás? Nada más; la
pregunta es abierta para que responda escuetamente o comience un largo comentario.

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Los padres suelen sorprenderse de los cambios que se dan en el hijo adolescente.
Ante algo que no entienden y que les inquieta, adoptan muchas veces un tono de
interrogatorio en el que parece que le acusan de algo. Automáticamente, el chico se
repliega y saca la piel de erizo. No hay forma de entrar nuevamente en su terreno. Los
progenitores han de encontrar una forma distinta de entenderse a la que tenían un año
atrás. Se avanza a tientas. Esto, a veces, irrita a los padres, porque llegan a sentir que ya
está bien con el chico, que parece que no se entera de lo que se está haciendo por él.
Es posible que se entere más adelante. Mientras tanto, los padres tendrán que
poner a prueba su madurez, y entender que el chaval no se comporta así como un
ataque personal, sino que su mutismo, su rebeldía, sus malas contestaciones, todo forma
parte de los pasos que ha de dar para ir creciendo.
Entender al hijo adolescente no quiere decir que se va a admitir todo lo que dice,
hace o no hace. En muchas ocasiones deberá presentársele el “no”.

ANTONIO

Es un tópico decir que la adolescencia es muy difícil. Pero ahora que


Antonio tiene 17 años, y después de unos meses de rifirrafes, he llegado a la
conclusión de que estamos perdidos por una temporada. Está haciendo todo
lo que había oído decir que hacían los chicos de esta edad: ha bajado en el
rendimiento académico, se ha vuelto rebelde, se ha dejado una perilla
ridícula, se ha puesto un piercing. Cada semana tenemos novedades con él.
Su padre lo lleva todavía peor que yo, le saca de quicio tener un hijo
así, él que es tan comedido y tan formal. Tenemos también una niña de 11
años; con ella no tenemos ningún problema por ahora. Antonio es el que se
lleva toda nuestra atención.
La hora de volver a casa es como una maldición que nos persigue.
Todos los fines de semana estamos igual. "Que vuelvas a las doce", le
decimos. Nos parece que es una hora razonable para su edad. Cuando tiene
algo extraordinario puede venir más tarde, él lo sabe. Pero no hay forma.
Lo mismo se presenta a la una de la mañana, a las dos o a las tres. Y ¿qué le
dices?: "No nos puedes tener levantados hasta esta hora, tú no sabes cómo
estamos, pensando en que te ha podido pasar algo". Antonio se calla, y dice,
tan normal, que no nos ha llamado por teléfono para no despertarnos. No
hay manera de que nos entendamos, es como si estuviéramos en distintos
planetas.
Ahora vamos a tener una semana de vacaciones; él no quiere venir
con nosotros y además se debería quedar a estudiar porque lleva el curso
bastante mal. No sé qué vamos a hacer. Mi marido dice que se venga con

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nosotros y que se lleve los libros.

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54. ¿Qué hacer con el problema de la hora de
volver a casa?
La hora de volver a casa constituye el caballo de batalla en muchas familias. Los
padres se han acostumbrado a que su grupo familiar funcione con unas normas, unas
costumbres, que incluyen el trabajo, el colegio, las comidas, la televisión y, a una hora
prudente, todos en casa y a la cama. En unos meses, la situación cambia. El chico quiere
volver más tarde; bien, se le deja; pero enseguida le parece poco y quiere más; parece no
tener límites, no hay forma de quedarse tranquilo con un chico así.
En primer lugar, los padres de Antonio tendrán que hablar con tranquilidad con el
chico. No en el momento en que regresa tarde a casa; no es acertado. Convendrá hacerlo
cuando, por ambas partes, padres e hijo, tengan tiempo suficiente y una buena
disposición para entenderse.
Los padres tendrán en cuenta que cuando concluya la conversación no se quede
nadie con la sensación de haber perdido la batalla. Se trata de que los tres, padres e hijo,
ganen en acercamiento, en comprensión.
Puede ser conveniente que le pregunten al chico a qué hora le parecería bien
llegar. Que lo traten, que lo pacten. En ocasiones, cuando se quiere atar demasiado en
corto a un chico, la reacción por parte de éste es irse al otro extremo.
No conviene manifestarle que los padres no duermen hasta que él no llega. Tal
vez no puedan evitarlo, pero que se mantengan en la habitación y con la luz apagada. De
lo contrario, es como decirle a Antonio: “Mientras tú te diviertes, nosotros estamos aquí
sufriendo por ti”. Es así, pero no es bueno condicionar la libertad que va asumiendo el
chico.
En segundo lugar, mejor no cargar de culpa al adolescente. Puede agobiarle en
exceso, o bien propiciar que reaccione de forma tal que lo que los padres afirman que
hace, lo repita de manera acentuada.
Conviene evitarle el sentimiento de culpa; potenciarle el de responsabilidad.
La madre de Antonio nos dice que ha bajado su nivel escolar. Podemos imaginar
que las notas son peores. Si las que tenía antes eran excelentes y baja un poco,
convendrá no decirle nada. Los vaivenes en esa edad son lógicos. Otra cosa será si el
descenso ha sido importante y se ha metido ya en suspensos. Hay que hablar con él y
poner de manifiesto que algo hay que cambiar. Si se ve conveniente habrá que decirle
que se quede algún día del fin de semana a estudiar. Dejando claro que no se trata de
un castigo. Si suspende, está claro que necesita más tiempo para estudiar, por tanto,
tendrá que dedicar más tiempo de su espacio de ocio.
En tercer lugar, en el caso de Antonio tenemos la duda que se plantea la madre,
acerca de la semana de vacaciones que van a tener. El chico no quiere ir. Bien, tiene 17

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años. Parece que puede quedarse unos días solo y además aprovechar para estudiar.
Convendrá que los padres hablen con él y le digan lo que han decidido. Pero
cuidado, “no” a caer en la tentación de manifestarlo en tono indulgente, como si no se
lo mereciera. No se debe tomar la decisión como perdonándole las transgresiones
pasadas. Se hace como consecuencia de la confianza que se tiene en él.
Otro “no” para los padres. “No” prohibir. Los padres que prohíben enmascaran
un sentimiento de impotencia. No saben qué decir y recurren a “te prohíbo”. Decir esto
no asegura que el hijo vaya a acatar ciegamente lo que se le dice. Puede pasarse por
encima la prohibición. Y después ¿qué? ¿Le van a dar los padres una paliza? Esperemos
que no. De todas formas, la autoridad del padre o de la madre se tambalea. Será más
conveniente decirle al chico lo que ellos creen conveniente que vaya haciendo;
decantándose en uno u otro sentido cuando se trate de varias alternativas; y contando
siempre con lo que opina el hijo; hay que escucharle.
Todo esto no debilita la actitud que hay que tener en momentos concretos, en
cuanto a decir “no”. Sin gritos, sin aspavientos, con serenidad. Es difícil, ¿verdad? A
veces los adolescentes llegan a ser exasperantes. Si se escapa un grito o se pierden los
modales, la madre o el padre pueden disculparse por la forma y seguir manteniendo el
“no”, que es el fondo de la cuestión.

ANA

Hasta los 14 años ha sido una niña normal. Pero después se cambió
al Instituto y las cosas han ido de mal en peor. Empezó a vestirse de formas
raras. Tengo otra niña de 12 años, y de pequeñitas iban vestidas iguales;
estaban preciosas.
Ana tiene ahora 16, se tiñe el pelo de colores, lleva un pañuelo como
de pirata, botas gruesas, no sé cuántas sortijas. Cada día me sorprende con
algo nuevo. Y no es que nosotros le demos mucho dinero, pero con lo que le
da la abuela y los tíos tiene para disfrazarse.
Mi marido interviene poco en las peroratas que yo le largo; él es
correcto en nuestra relación, mantenemos el tipo bastante bien; pero desde
hace varios años nuestro matrimonio está muy deteriorado. Yo pienso que
él tiene algo por ahí, pero tampoco me inquieta demasiado. A mí no me
importa seguir así. Ya veremos más adelante.
Lo del aspecto de Ana me molesta; hasta me da apuro cuando alguna
amiga me dice en la calle que "qué graciosa va". Hago como si no le diera
importancia y me río; pero me da una rabia que vaya con esa facha, con lo
que ella ha sido hasta hace poco.

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De todas formas, esto es lo de menos. Desde hace cosa de dos meses
está muy revuelta. No hace caso de las horas que yo marco para que vuelva
a casa; y en tres ocasiones ha vuelto bebida. La primera vez me impresionó
muchísimo. No sabía ni qué decir. La acompañaron dos amigos y me
dijeron que algo le había sentado mal. Se fueron enseguida. Estaba mal por
lo que había bebido. Olía. Devolvió todo, la ayudé a acostarse, y al día
siguiente hablamos.
No se lo dije a mi marido. En parte por cubrir a mi hija, y en parte –
tengo que reconocerlo– porque me sentía culpable de lo que había pasado.
Yo soy la que intervengo más en la educación de mis hijas, por lo tanto
parece que soy la que lo hace mal.
Cuando hablé con Ana, le dije que aquello no podía ser. Que estaba
muy mal y muy feo que una chica bebiera. Me dijo que si hubiese sido
chico, no me habría preocupado. Reconozco que fue una tontería lo que le
dije. Que no podía ser que viniese tan tarde. Que la calle tiene mucho
peligro y más por la noche. Que ella ya sabía cuidarse, me contestó.
Lo de volver bebida se ha repetido otras dos veces. No sé si toma
alguna otra cosa. Voy a tener que decírselo a su padre. Yo sola no puedo
llevar esto.

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55. ¿De qué forma influye en un hijo la mala
relación de sus padres como pareja?
Está claro que la madre de Ana tiene que decirle a su marido lo que está pasando
con su hija. Todo. No debe suavizar nada. No se trata de acusar a su hija; se trata de que
el padre tiene el derecho y el deber de saber qué es lo que pasa con Ana.
Una cosa es que el matrimonio no funcione; pero mientras estén juntos, la madre
no debe estar ocultando información al padre. Otra cosa es que él intervenga más o
menos, pero en principio debe estar informado de los cambios que están ocurriendo
En primer lugar, lo relativo al aspecto de Ana es algo anecdótico, aunque pueda
resultar fastidioso e irritante. No es conveniente recriminarla continuamente. Muchas
veces, la ausencia de comentarios por parte de la madre puede resultar más eficaz en
cuanto a que Ana se dé cuenta de cómo es su aspecto. Hay que morderse la lengua
muchas veces, pero está bien saber callar de vez en cuando. El mensaje llega con más
nitidez que si se repite machaconamente.
En segundo lugar, que Ana vuelva muy tarde, sin ningún control, y que vuelva
habiendo bebido alcohol con poca mesura, eso ya es más preocupante.
Que haya pasado alguna vez no es para alegrarse; pero que se repita significa que
hay que encender la alarma. Será conveniente que la madre sepa con qué amigos va, a
qué zonas de la ciudad, qué discotecas frecuenta. No se trata de pensar que las malas
compañías la arrastran. Eso significa situar fuera únicamente el énfasis del problema.
Pero es importante ver los lazos que tiene con la gente con quien va, qué tienen en
común, si son amigos o conocidos. Aunque ella proteste y no se avenga fácilmente a dar
información, se va a sentir protegida y algo cubierta en la intemperie a la que se expone.
Vemos que en la adolescencia no siempre la posible solución de problemas pasa
por el “no”. Hay que ver en qué forma se ayuda a Ana, de manera indirecta.
En tercer lugar, vamos a ver qué puede hacer la madre de Ana para intentar que
el tiempo de desbarajuste de la chica sea corto.
Frente a la irresponsabilidad que suponen algunos de sus comportamientos,
conviene poner de relieve responsabilidades que ha de afrontar y que corresponden a su
edad.
Tal y como habla la madre de Ana, es seguro que el asunto doméstico lo lleva
ella, exclusivamente. Pues ha llegado el momento de repartir tareas. Principalmente
entre las hijas. La niña de 12 años puede encargarse de poner la mesa, ir a por el pan,
recoger su ropa. Esto es por decir algo; seguro que la madre sabrá qué debe proponer. En
cuanto a Ana, con 16 años, deberá participar en la marcha de la empresa familiar que
es el hogar, de forma acorde con su edad: ocuparse de su ropa, tener cierto orden,
atender, alguna vez, a su hermana menor, ir a comprar alguna comida.

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No es fácil, para una madre que no trabaja fuera de casa, repartir tareas entre los
componentes de la familia. Por un lado, desde un punto de vista racional, quiere hacerlo,
porque aprenden, porque así no la tienen a ella como esclava. Pero, por otro, si los
demás colaboran ella se queda sin tareas y sin poder protestar por sentirse explotada.
La adolescencia de los hijos supone repasar la vida de los padres. Han de
reflexionar acerca de cómo son sus comportamientos; si encajan con los cambios que el
adolescente experimenta, y en qué lugar quedan ellos. Parece claro que la madre de Ana
tendrá que buscar nuevas actividades que respondan a sus propios intereses, para llenar
su vida y que haya lugar en casa para las responsabilidades de las hijas.
Estará bien que el padre de Ana también participe de alguna manera en las
labores domésticas. Y algo que es muy importante. El dato que la madre de Ana nos ha
dado, sobre la relación deteriorada que mantiene con su marido, es muy relevante.
Es seguro que Ana lo percibe y esa casa tiene poco de hogar. Sus padres
deberán ser conscientes de que el adolescente reivindica los principios de la verdad y la
justicia, aunque luego él no cumpla lo que defiende.
Sin embargo, la mirada que proyecta sobre sus padres es muy exigente. Tendrán
que tenerlo en cuenta para cambiar esa situación que, posiblemente, influya en el
inquietante desorden de la chica, y situar el conflicto en su lugar.

ROSI

No podía creerlo. Me puse a ordenarle el cuarto porque lo tiene


siempre hecho una leonera. Abro un armario para meter la ropa, y se cae al
suelo una bolsa de plástico. La voy a poner dentro y veo que está llena de
bragas sucias.
Mi hija Rosi, de 18 años, es la segunda de mis hijos. El mayor tiene
25, está trabajando y es un buen chico.
Rosi no nos ha dado problemas importantes. Nada de drogas, no
fuma, va a empezar el curso que viene en la Universidad. No nos podemos
quejar. Pero en lo que se refiere a colaborar en casa, nada de nada.
Su padre me dice que soy una exagerada. Que si está estudiando es
normal que no quiera ocuparse de nada más. Es muy simple este hombre
algunas veces.
Yo trabajo media jornada; tenemos una tienda de ropa de niños,
entre una amiga y yo. Nos va bastante bien porque en nuestra zona hay
pocas tiendas y bastantes matrimonios jóvenes con niños. Yo empecé a
trabajar cuando Rosi cumplió los 14. Tengo una asistenta que viene un día
en semana. Parece que viene a ayudarme a mí, porque los demás viven

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como si alguien tuviera que recoger lo que ellos dejan por en medio.
A veces me siento ridícula porque parezco una feminista
reivindicando sus derechos; pero esta niña me tiene muy fastidiada. Y me
tengo que controlar, porque un día, de pasada, me dijo algo así como que
no se me podía aguantar por estar menopáusica.
Su habitación está siempre desordenada. Y no estoy obsesionada por
la limpieza, pero me gusta que la casa esté agradable. Si mi hija, con la
edad que tiene, no se ocupa de nada, todo lo deja por medio, a mí me da
apuro decirle a la mujer que viene a casa que limpie cosas que debieran ser
de cada uno.
Mi hija me dice que la tengo enfilada. Que me meto con ella
continuamente. Pero es que no echa su ropa a lavar; lo que la asistenta
plancha lo pone de cualquier forma en la silla y se arruga, claro. A veces ha
puesto para planchar dos veces la misma blusa porque, sin ponérsela,
estaba imposible de usar.
Hay otro asunto que me preocupa. Tiene novio desde hace unos
meses. Un chico algo mayor que ella, tiene 23 años. No parece mal chico,
pero estoy inquieta.
Ya sé que no está bien, pero un día le cogí un cuaderno, que no es un
diario, pero escribe a veces en él.
Me quedé de piedra. Por lo que decía, se acuesta con él y, por lo que
dice, está enterada de muchas cosas. Me hizo una impresión rara. Yo la
seguía viendo casi como una niña; y lo que leí era propio de una mujer que
sabe lo que dice.
A mi marido no se lo puedo decir; primero porque me da vergüenza
por ser una cotilla y por lo que mi hija dice en ese cuaderno. Y después
porque me parece que un padre no va a saber tratarlo.
Yo he hablado poco de sexo con mi hija. Cuando me preguntaba
algo, yo le he contestado; pero no me resulta fácil, ya que, a mí, mi madre
no me dijo nunca nada.

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56. ¿Qué se puede hacer con la resistencia de un
adolescente a participar en las labores
domésticas?
La madre de Rosi expone una situación que se repite muchísimo cuando hay
adolescentes, chicas, en la familia. La abstención absoluta en cuanto a participar en los
quehaceres domésticos.
Muchas madres dicen: “Es que a mí me gustaría que saliera de ella” Bueno,
pues no sale. Es una pena, pero no por eso la madre debe quedarse en el lamento. Está
claro que si se va encontrando las cosas hechas, la adolescente tiende a recostarse
cómodamente en la situación acostumbrada.
No lo hace con mala intención, no lo planifica, pero no considera que sea un
cambio necesario en su crecimiento. Ahí tenemos a la madre, que tiene que seguir
llevando el timón de la educación, aunque esté cansada de intentarlo y no conseguirlo.
También el padre tiene mucho que decir, pero en este caso parece que es la madre quien
ha de dirigir la operación.
La ropa por el suelo, sin llevarla a su sitio; la madre, recogiendo y despotricando,
pone la lavadora. Y después tiende y luego recoge, tal vez plancha; lleva la ropa a la
habitación de la niña. Es que la niña tiene tanto que estudiar...
En primer lugar, la madre de Rosi deberá cortar la espita por la que se deslizan
continuos lamentos: “No haces nada, no te da vergüenza, yo trabajo fuera, la asistenta
no da para tanto, la próxima vez te lo dejo ahí”.
La próxima vez ha llegado. La habitación de la hija se queda tal cual la ha dejado
ella. Hay que esforzarse, claro; la tendencia de la madre es renegar, pero recoger. No
hay que sustituir a los hijos. Si se hace, es posible que sea porque la madre necesita
sentirse imprescindible. A cierta edad, la madre debe retirarse y dejar que sea la hija
quien asuma la resolución del problema.
En segundo lugar, es interesante contemplar el principio de: ¿a quién le
corresponde el problema? A un adolescente no le corresponde preocuparse por traer a
casa el dinero necesario para que la familia se mantenga, por ejemplo. En cambio,
levantarse a las ocho de la mañana para ir al colegio, teniendo un despertador, es un
problema que le pertenece al chico. A partir de los 15 años, por ejemplo, es conveniente
dejar que el asunto le pertenezca. Puede que se duerma algún día. Él tendrá que afrontar
la repercusión de su descuido.
A Rosi le corresponde llevar su ropa a lavar, tal vez tenderla si su madre está
trabajando. Cuando la ropa esté planchada, ella deberá recogerla y ordenarla en su
cuarto. La madre tendrá que decidir qué debe hacer su hija. ¿No lo hace? Se le deja la
ropa en el suelo, y su ropa no se plancha. Se le dice que por lo menos abra la ventana

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para ventilar, que está viviendo con más personas.
Ante esta propuesta, muchas madres se escandalizan: “Es capaz de ir de
cualquier manera, no puedo aguantar que se ponga la ropa sin planchar, ¿qué van a
pensar de mí?”. ¿Han hecho la prueba alguna vez? Conviene probarlo. El resultado
puede asombrarles.
Sobre todo, que la madre de Rosi no amenace en vano, porque su argumentación
se queda en nada.
Otra cosa, que no juzgue: Eres una descuidada, una sucia, me das mucho
trabajo.
El discurso debe ir en la línea de hablar desde sí misma: Creo que “no” es
acertado que yo me siga ocupando de todo; he pensado que te vas a encargar de esto,
esto y esto; si la ropa “no” está en el cesto de la ropa sucia, “no”se lavará. Si se sigue
en ese tono, el resultado puede mejorar.
En tercer lugar, ¿qué hacer con el susto que la madre de Rosi se ha llevado al leer
el cuaderno de su hija?
Después de aterrizar, es decir, admitir que su hija tiene 18 años y puede que
tenga –como parece– relaciones sexuales con su novio, deberá pensar en qué es lo que le
preocupa.
Tal vez le inquiete que pueda quedar embarazada; o que pueda contraer una
enfermedad. Es posible que se plantee si realmente su hija está enamorada de su novio,
o si es algo poco serio. Casi con seguridad está comparando lo que ha sabido de su hija
con lo que ella vivió en su noviazgo con su ahora marido y padre de esa hija.
Parece conveniente que hable con su hija. Seguro que no sabe cómo, pero la
conversación irá bien si se manifiesta cómo se siente: preocupada, confusa y
desorientada.
Su hija Rosi, con 18 años, ya puede asumir que su madre está perpleja y no sabe
cómo enfocar el futuro de su comunicación con ella.
Sobre sexualidad se debe hablar con los hijos bastante antes de llegar a la
adolescencia. En la forma adecuada a sus años, y con las palabras que los padres puedan
expresar. Hay que tener en cuenta que la curiosidad sobre el sexo existe en los niños y en
los adolescentes. No se debe actuar únicamente a demanda del hijo; sino estar atentos a
cómo se manifiesta su curiosidad, aunque sea sin palabras, y estar ahí para informar,
tranquilizar, no asustar.

FRASES A RECORDAR
– Será conveniente que los padres practiquen la “escucha activa”. Requiere cierta

153
dedicación, pero puede ser un entrenamiento atractivo.
– Alrededor de la hora de volver a casa un adolescente se juega muchas veces con la
idea de quién puede más. Sería acertado que no haya perdedores ni ganadores.
– Esta etapa de la vida del hijo resulta especialmente cansada para los padres. Tienen
que mantener un comportamiento de autoridad flexible. Sabiendo que esto tiene
mucho que ver con el nivel de exigencia personal que los padres tengan con ellos
mismos.

PROPUESTAS DE REFLEXIÓN
Considera y apunta, en orden de más a menos, tres aspectos de tu hijo adolescente
que te parezcan preocupantes.
Apunta en qué situaciones crees que es acertado decir “no”.

154
13
¿Quién les dice “no” a los padres?

Muchas personas tienen dificultad para decir “no”. Es comprensible, cuesta


esfuerzo. Para decir “no” con convencimiento es necesario haber pensado acerca del
asunto del que se trata, y tomar un posicionamiento. Abstenerse de decir “no”
representa, en ocasiones, dejarse invadir. Mantener esta actitud durante mucho tiempo
perjudica seriamente a la persona.
Este último capítulo del libro tal vez parezca especialmente destinado a
predisponer a la preocupación, como si se debiera leer con el ceño fruncido. No es ésa la
intención.

155
57. ¿Se tiene en cuenta el humor como ingrediente
importante de la vida en familia?
Hemos hablado poco del humor, pero es un elemento que debiera estar presente
en nuestras vidas. Algo así como si fuese el rebozado necesario de los inconvenientes
que la vida nos presenta.
Mediante el humor se hace todo más digerible, más entretenido; favorece el
aprecio de las pequeñas cosas; facilita la resolución de problemas que van a aparecer
siempre en nuestras vidas. El humor, la ironía, el sarcasmo, bien utilizados, pueden ser
excelentes herramientas, aplicados a nosotros mismos. Con los hijos, el humor debe ser
utilizado muchas veces. La ironía requiere mucho tacto. El sarcasmo no es para ser
usado con los hijos. Entre adultos, debidamente utilizado, sí puede dar un juego
atractivo.
Decir “no” supone tener la suficiente seguridad en uno mismo como para
arriesgarse a que el otro no nos acepte. Si se dice “no” de forma adecuada, en muchos
casos el otro lo aceptará, aunque proteste.
En la vida, después de decir un “sí” inabarcable a la existencia, tendremos que
utilizar el “no”con profusión.
Hemos ido viendo diferentes situaciones en las que conviene decir “no” a los
hijos. Los padres tienen experiencia, suponemos, en hacerlo durante el día a día, en el
entorno de adultos en el que se mueven. También encajarán los “no” que a ellos les
dirijan.

156
58. ¿Tienen presente los padres que el crecimiento
de un hijo debe implicar un replanteamiento de
sus vidas?
Nos faltan los “no” principales. Los que los padres se planteen a sí mismos. No
podrían hacerlo bien con sus hijos, si ellos no son capaces de ponerse algunos límites.
No es fácil, porque requiere un grado de madurez suficiente como para plantearse hasta
dónde se debe uno dar un permiso fácil, sin tener en cuenta las consecuencias.
Se trata de distinguir entre lo que nos gusta, lo que apetece, lo que gratifica de
forma inmediata, y lo que conviene. Lo que encaja con nuestra identidad como
personas.
Cuando decimos, en uno de los capítulos, “los padres lo tienen difícil”, se
entiende que ellos van a asumir una serie de inconvenientes, de contratiempos, que
significan una importante dosis de incomodidad, de intranquilidad. Ahí los padres se van
a decir “no” a la comodidad, a la despreocupación, al “pasar” sin más. Requiere
esfuerzo, pero también aporta satisfacción al sentir que se trabaja por lo que parece
acertado.
Hacer de rompeolas significa curtirse en resistir. Cada empujón del hijo se
acusa; a veces va acompañado de protestas, reproches, pataletas. Habrá que asentar bien
los pies en la arena para aguantar. Esto se puede traducir en “no” utilizar el tiempo de
ocio de los padres en distraerse, sin más. Hay que estar al tanto para cubrir los flancos.
Significa que los padres “no” son ya la pareja que iba y venía, sin responsabilidades que
no fuesen las suyas propias. Ha llegado un hijo, pero hay padres jóvenes que persisten en
mantener una actitud de “aquí no ha cambiado nada”. “No”, habrá que admitir que la
vida es distinta. Es otra cosa; y los sentimientos que se generan, favoreciendo el
crecimiento del hijo, son tan gratificantes que merece la pena el esfuerzo.

157
59. ¿Será posible que los padres encuentren
bienestar en autolimitarse acerca de algunas
propuestas del entorno?
El consumo viene a ser como una segunda capa, después del aire, que nos
envuelve allá donde vayamos. La casa, el vestido, la alimentación, la educación, los
viajes, el ocio, todo está impregnado de propuestas de consumo. Cuando decimos
“consumo”, nos referimos, en realidad, al abuso de consumo.
Es difícil establecer la raya entre la necesidad de consumir y el abuso de
consumo. En esa linde un tanto confusa es imprescindible que uno encuentre el equilibrio
para moverse en torno a ella. Cuando la balanza se inclina claramente por el exceso, los
padres deberán decirse “no”, encontrando la satisfacción de ser más dueños de sí
mismos y menos esclavos del exterior.
No es posible hacerlo con el chico en un tono suficiente de convicción si antes no
se lo ha aplicado uno mismo.
Vivimos mejor que antes. Se han cubierto muchas necesidades, pero nos quieren
crear otras a las que se puede decir “sí” o “no”.
Estamos en una pendiente que nos arrastra al consumo en forma obscena y
vulgar. Pueden ser adjetivos fastidiosos, pero gastar dinero en satisfacer algunas
apetencias sin fundamento –porque entramos a dejarnos arrastrar por lo que nos dicen–
es realmente lastimoso.
Como si “no” pudiéramos sujetar la nave. Nos dan un empujoncito, detrás del
que se esconden intereses económicos, y entramos al engaño como bobos grandes. “No”
se trata de atarnos con cadenas para “no” caer en la tentación, pero sí conviene tomarse
un poco más en serio la vida, y echar el freno aunque los demás no acompañen.
Ése es otro aspecto del problema que significa, para algunos padres, decirse “no”.
El que los demás lo hagan, lo que sea, parece que justifica el movimiento en un sentido o
en otro. Éste es un fenómeno que se suele dar entre los adolescentes; necesitan una
pandilla, un grupo de referencia en el que integrarse, para intentar aminorar la profunda
inseguridad que sienten, todos juntos se sienten más fuertes.
Pero los padres se consideran bastante más adultos, ¿no?; con una madurez que
les hace tener un cierto criterio para decir sí o “no” a lo que se les propone. Algo que en
teoría queremos transmitir a nuestros hijos es que al crecer vayan teniendo su propio
criterio. Difícilmente se le hará llegar al chico este mensaje si los padres se dejan llevar
por lo que se les propone, sin saber dónde poner su fiel de la balanza.
Los abuelos constituyen un apartado en el que los padres disponen de un campo
de ensayo excelente para ir avanzando en el aprendizaje del “no”.

158
En la actualidad hay muchas parejas jóvenes que, cuando van a tener un hijo, dan
por sentado que el niño se quedará con los abuelos para que ellos continúen trabajando.
“¿Quién va a cuidar mejor al niño? ¿Qué fórmula nos va a resultar más económica?”
Que los padres amplíen su planteamiento será muy conveniente; como consecuencia, si
son respetuosos con los abuelos y con ellos mismos se dirán “no”.
“No” a aprovechar la buena disposición de los abuelos para cuidar de su nieto:
“no”, porque son personas de una cierta edad y ya no tienen la resistencia de los treinta
años; “no”, porque están en una etapa de su vida en la que conviene favorecer que se
reencuentren, después de independizarse los hijos; “no”, porque en ocasiones –sobre
todo la abuela– aceptan el encargo de atender al nieto con tal dedicación y compromiso
que fantasean con que son padres de nuevo. Este comportamiento, cuando el nieto ha de
ir a la guardería y la abuela se queda sin tarea, provoca muchas veces estados
depresivos.
“No” de los padres a buscar formas fáciles y cómodas de atender a su hijo
pequeño, porque necesita de una implicación y un compromiso importante por parte de
los progenitores. Aunque esto signifique reducir la capacidad de disposición de su tiempo
o de su dinero.
Hay que contemplar también que, en algunas ocasiones, los abuelos pueden ser
una ayuda imprescindible.
Esto parece una retahíla de obligaciones de los padres. No es para tanto. No se
puede enmascarar la realidad, haciendo como si se tratase de algo sin importancia.
Educar bien a un hijo –al menos, intentarlo– es como cocinar un producto excelente, con
ingredientes cuidados e investigados, para que resulte un plato delicioso que todos,
padres e hijos, puedan ir degustando.
Atención: cuidado, esfuerzo y una cierta disciplina, que incluya el “no” para los
padres, son muy convenientes para criar un hijo.
Todo esto significa un disfrute importante mientras se hace el camino, una gran
satisfacción en algunos hitos del recorrido, sentimientos de haberlo hecho bien cuando el
hijo se independiza.
Si se cultiva el terreno con dedicación, con cuidado, con implicación, a veces
con renuncias a soluciones aparentemente cómodas, el fruto suele compensar.
Vamos a dejarnos de metáforas. ¿Qué van a hacer los padres ausentes? Estar
ausentes no sólo en tiempo, sino en cuidados y atención, significa escaquearse. Se
pueden buscar excusas, justificaciones para los distintos tipos de ausencia. Pero “no”
hay salida. Hay que meterse en el jardín del cuidado del hijo, no estropearlo más, y ver
qué sucede, por qué sucede, y qué salidas hay.
De lo contrario, “no” será fácil poder estar a gusto, bastante a gusto, con uno
mismo. Es lo que tiene ser padre o madre. Que se da mucho y eso revierte en alegría. No
porque el hijo devuelva algo de lo que se le da; eso no hay que esperarlo o pretenderlo,

159
no es lo suyo. La alegría viene de saber que se está contribuyendo, de la mejor forma
posible, a que el hijo llegue a ser un hombre razonablemente feliz.
¡Cómo se parecen los padres ricos y los padres pobres! Esta división empobrece
la realidad, y habrá personas que digan que ya se cambiarían ellas por ser padres ricos,
porque encontrarían soluciones a determinados problemas que tienen por ser padres
pobres.
Lo que les acerca es que ambos grupos quieren lo mejor para su hijo. Ahí está la
pregunta: ¿quién decíde lo que es mejor para el chico y por qué?
Contestándose a la cuestión, los padres podrán darse cuenta de en qué aspectos
puede plantearse el “no” para ellos mismos. La contestación a la pregunta puede
desdoblarse en muchas otras; en la decisión de qué es mejor para el chico, ¿influye a
fondo lo que él, el padre, no pudo ser?; ¿influye lo que es en la actualidad, queriendo
que el chico siga su camino?; ¿lo que parece que le hará más rico?; ¿lo que puedan
pensar los demás?; ¿el deseo de presumir del hijo que se tiene?
En todas estas preguntas no se tiene en cuenta la opinión del hijo. Claro está que
lo que se hace por ayudar al hijo tiene bastante que ver con los deseos más o menos
manifiestos de los padres. Lo que hace falta es “no” marcar al hijo en cuanto a lo que
debe hacer en su futuro, por cumplir con las aspiraciones de los padres.
“No” se debe vivir a través de los hijos. Es nefasto para todos. El chico nunca
llegará a tener, en sí mismo, la medida de lo que quiere ir consiguiendo; siempre mirará al
padre o a la madre para saber si les satisface.
Una cosa es que los padres se alegren o se disgusten por lo que el chico hace;
pero es su vida, no deben intentar confundirse con él en uno solo. No es posible, y
además destruye.
Cada persona adulta debe aspirar a que su vida tenga una densidad suficiente en
sí misma. Con independencia de ser madre de...; mujer de...; señora de...; padre de... No
se puede vivir con el aire prestado. Y debemos intentar que nuestro hijo se vaya
gestando el suyo propio.

160
60. ¿Hasta qué punto la pereza de los padres reduce
la eficacia en la educación de su hijo?
A veces, los padres, por pereza, se instalan en un inmovilismo poco conveniente.
El trabajo, la familia, la televisión, el fútbol, el tomar el café con los amigos. Todo ello
está bien, pero queda espacio para trabajarse un poco más. Leer, aprender, sentir
curiosidad o provocarla, por actividades nuevas. Es una tendencia que revitaliza a la
persona; que “no” la clava en lo mismo, que ayuda a que siga desarrollando sus
capacidades.
Es lo que parece que se desea para el hijo: que crezca, que aprenda, que
experimente, que sus potencialidades vayan adelante. Difícilmente se le podrá transmitir
la idea si el padre se ha detenido en su desarrollo. “No” pararse, “no” estancarse es un
seguro de tener siempre algo por desarrollar en el futuro; algo que nos satisfaga, que nos
sorprenda, que nos ilusione.
Tener esta disposición viene a ser una medicina preventiva para posibles
depresiones, ansiedad, estrés, enfermedades que están proliferando y que se generan, en
parte, porque tenemos una forma insana de vivir.
Hay que batallar un poco para vivir suficientemente a gusto. En este libro nos ha
tocado batallar con los hijos y con nosotros mismos.
Compensa; la vida es hermosa. Con altibajos, con momentos espléndidos como
fuegos artificiales, con caídas al fondo de pozos a veces terribles; pero merece la pena.
Con humor, con sonrisas, con carcajadas también. Teniendo en cuenta a los que nos
rodean, que son todos los que existen.
A días, el horizonte se oscurece, pero luego aclara y, como dice Serrat: “de vez en
cuando la vida se nos brinda en cueros”, y nos parece que todo es posible.
Y, para terminar, unas palabras de otra canción: Vivir para vivir; sólo vale la
pena vivir para vivir.
Será bueno hacerlo como cada uno considere acertado. Pero de verdad, sin
engañar, ni engañarse. Siempre se puede cambiar.

FRASES A RECORDAR
– Habrá que revisar la dificultad que cada uno tenga para decir “no” en general.
– Los padres deberán plantearse distinguir entre “lo que apetece” y “lo que conviene”,
teniendo en cuenta el reflejo de ello en su hijo.

161
– Desear educar bien a un hijo requiere que los padres pongan en cuestión sus
personas. Es una oportunidad de iniciar una nueva etapa de crecimiento y
desarrollo.
– Siempre se puede cambiar.

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Índice
Título de la Página 7
Derechos de autor Page 9
Índice 10
1. Para empezar, qué y cómo 14
1. ¿Qué es autoayuda comprometida? 15
2. ¿Existen los padres perfectos? 16
3. ¿Hay diferentes formas de educar? 17
4. ¿Es necesario cambiar? 19
5. ¿Hay que sacrificarse para educar a un hijo? 20
6. ¿Conviene que el niño obedezca a todo lo que sus padres digan? 22
7. ¿Deben los padres leer juntos este libro? 23
8. ¿Hay sitio para el humor? 24
2. Los padres lo tienen difícil 27
9. ¿Viven los padres asustados por sus hijos? 28
10. ¿Condiciona el entorno la labor de los padres? 30
11. ¿Es más difícil educar a los hijos si la madre trabaja fuera de casa? 32
12. ¿Qué se entiende por compensar a su hijo? 33
13. ¿Dónde dejamos la culpabilidad? 34
3. El rompeolas 36
14. ¿Cómo crece un niño? 37
15. ¿Es normal y lógico que un niño sienta celos? 39
16. ¿Chantajea el hijo a los padres? 41
17. ¿Quién dirige la orquesta? 44
4. Pobrecito, es tan pequeño… 46
18. ¿Cuál es el primer temor del niño? 48
19. ¿Qué necesita un niño que vive en un ambiente desordenado? 49
20. ¿Se pregunta la madre el porqué de algunas conductas de su hijo? 51
21. ¿Cómo se socializa un niño? 52
22. ¿Cuándo empieza a percibir el niño lo que sucede a su alrededor? 53
23. ¿Puede un niño, por alguna circunstancia, retroceder en su desarrollo? 55
5. Vivir es consumir 57
24. ¿Vivir para consumir? O ¿consumir para vivir? 58

163
25. ¿Qué entendemos por necesidad? 59
26. ¿Cómo decir a los hijos que no es posible tener todo en la vida? 61
27. ¿Es necesario que los padres hablen entre sí de la educación de sus hijos? 64
28. ¿Puede un chico de 17 años hacer algún trabajo aunque esté estudiando? 66
29. ¿Qué hacer cuando el hijo demanda un consumo poco conveniente? 68
30. ¿Cómo deben reaccionar los padres si se sienten explotados? 71
6. Importancia de los abuelos 74
31. ¿Puede ser desacertada la influencia de los abuelos en un niño? 75
32. ¿Cómo atajar la intervención invasiva de la abuela? 77
33. ¿Es conveniente que los abuelos sustituyan de algún modo a los padres? 81
34. ¿Se valora el buen juicio de algunos abuelos en su intervención con el niño? 82
7. El niño va al colegio 86
35. ¿Toman en serio los padres el cambio que supone en el niño el comienzo del
87
colegio?
36. ¿Cómo se transmite al niño la necesidad del esfuerzo? 90
37. ¿Hasta dónde se debe transigir? 92
38. ¿Es lógica la inquietud de los padres ante el hecho de que su hijo ha
94
empezado en el colegio?
39. ¿Se cuestionan los padres su propia sociabilidad a partir de las necesidades
95
de su hijo?
8. Padres ausentes 97
40. ¿Son distintas las condiciones sociales actuales respecto a las de generaciones
98
anteriores?
41. ¿Se puede buscar un equilibrio entre estar presente en casa y ganar dinero
100
para vivir?
42. ¿Cómo compaginar la necesidad de presencia de los padres con el hecho de
103
que estén separados?
43. ¿Saben los padres hasta qué punto es necesaria su presencia en la vida de su
105
hijo?
9. Madres superwoman = madres culpables 107
44. ¿Saben compaginar las mujeres sus diferentes trabajos? 108
45. ¿Cómo enfocar la llegada de un niño para que la mujer no se sienta
111
desbordada?
46. ¿Sabe resistir la mujer las etapas de su hijo? 114
47. ¿Percibe la mujer muy ocupada los cambios de su hijo según va creciendo? 118
10. Padres ricos, padres pobres 120

164
48. ¿Quiénes educan mejor, los padres ricos o los padres pobres? 121
11. El hijo llega a la pubertad 131
49. ¿Hasta qué punto la pubertad del hijo representa una conmoción para los
132
padres?
50. ¿Pueden dos hermanos ser muy distintos habiendo crecido en la misma
134
familia?
51. ¿Cómo facilitar información a un hijo acerca de temas que los padres no
137
saben manejar?
52. ¿Qué hacer con una hija que empieza a presentar problemas alimentarios? 139
12. SOS. ¡Aquí está la adolescencia! 142
53. ¿Cómo mejorar la comunicación con un hijo adolescente? 143
54. ¿Qué hacer con el problema de la hora de volver a casa? 146
55. ¿De qué forma influye en un hijo la mala relación de sus padres como
149
pareja?
56. ¿Qué se puede hacer con la resistencia de un adolescente a participar en las
152
labores domésticas?
13. ¿Quién les dice “no” a los padres? 155
57. ¿Se tiene en cuenta el humor como ingrediente importante de la vida en
156
familia?
58. ¿Tienen presente los padres que el crecimiento de un hijo debe implicar un
157
replanteamiento de sus vidas?
59. ¿Será posible que los padres encuentren bienestar en autolimitarse acerca de
158
algunas propuestas del entorno?
60. ¿Hasta qué punto la pereza de los padres reduce la eficacia en la educación
161
de su hijo?

165

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